Un huerto cambiante Tina Kapp En la escuela primaria teníamos un jardinero asombroso, a quien todos llamábamos «tío Silas». Él tenía la habilidad de crear huertas de ensueño, con tomates, alubias, repollos y lechugas por doquier. Los parterres de flores frente a la escuela exhibían rangos maravillosos de color, y conocía a la perfección qué plantas y flores crecían mejor en cada período o estación. Había acumulado años de experiencia y conocía cada uno de los difíciles gajes del oficio. Sin embargo, no todos los relatos de jardinería son iguales. Hace poco leí un artículo publicado por una madre, Koriane, que con la ayuda de sus hijos, sembró un pequeño huerto. Las imágenes de una deliciosa cornucopia de frutas y verduras los animaron a llevar a cabo el arduo proceso de arar, plantar, regar y nutrir las semillas. No obstante, aquel huerto parecía capaz de cualquier cosa, menos de dar fruto. Koriane se desanimó y estuvo a punto de tirar la toalla muchas veces. Pero cuando el sol se asomaba entre las nubes, sentía la motivación de volver a intentarlo, con la esperanza de que esa vez produjera algo mejor. No entendía por qué las semillas, que sembraba con gran esmero y a las que prodigaba innumerables cuidados, se demoraban tanto en dar fruto, mientras que los hierbajos se multiplicaban y crecían, bueno, como malas hierbas. Llegada la primavera, luego de arar la tierra y de plantar diez clases de verduras en ordenadas hileras, Koriane se preguntó qué sentido tenía todo ello. Si bien las plantas habían crecido rápidamente (algunas eran incluso más altas que los niños), el fruto que producían era minúsculo. Sin importar sus esfuerzos ni el tiempo que esperaran, su única cosecha era mayormente hojas incomestibles. Con el tiempo obtuvieron unas pocas fresas, remolachas y zanahorias del tamaño de bellotas, y se divirtieron cocinando las diminutas verduras para la cena, pero no era lo que esperaban. De manera que Koriane resolvió estudiar un poco de jardinería y descubrió que existen numerosos factores en el cultivo de verduras y árboles frutales. Por ejemplo: se requiere un número adecuado de abejas para polinizar las flores. Si se emplea la clase equivocada de control de pestes en la zona, dejando pocas o ninguna abeja, las flores no serán debidamente polinizadas y se verá afectada la cantidad de frutas o verduras. También es importante conocer cada planta y árbol. Algunos árboles sencillamente alternan cada año, para producir mucho fruto un año y ningún fruto el siguiente. Aquellas noticias no los desanimaron más, sino que motivaron a Koriane y a los niños a sentirse mejor sobre su dificultosa huerta. Estaban más informados sobre los desafíos a los que se enfrentaban, y ello los motivó a querer aprender más, intentar nuevos métodos y sobre todo, disfrutar del proceso sin preocuparse demasiado por los resultados. Koriane asegura que la experiencia del jardín la ayudó a entender cómo funciona la vida. Uno procura hacer las cosas bien y dar buen ejemplo del cristianismo. Comparte la fe con otros, ayuda a quienes lo necesitan, estudia la Palabra de Dios y ora. Los resultados de aferrarse a esos principios a veces se ven, y a veces no. A lo mejor un año se participa en un programa educativo donde se hace nuevos amigos o se lleva a cabo una iniciativa benéfica, y resulta fácil ver cómo nuestros actos cambian la vida de otras personas; pero al año siguiente —si bien se hace lo que se puede, cuando se puede— los resultados son mucho menores. Lo bueno de todo ello es que el Señor no nos juzga por nuestros resultados, sino por nuestra fidelidad. Esa reflexión me levantó el ánimo. Me parece que todos pasamos por temporadas de sequía, por lo que saber que el Señor evalúa nuestro corazón y no nos juzga por el éxito que obtenemos sino por nuestra fidelidad, elimina buena parte de la presión. Ello no quiere decir que no debamos tomarnos el tiempo para preguntarle a Dios cómo hacer mejor nuestro trabajo, ni que no debamos buscar maneras de aprender y mejorar, pero es algo que podemos hacer mientras le confiamos el resultado a Él. El apóstol Pablo escribió a los corintios sobre cómo cada persona debe hacer su parte por el Señor y que ninguna persona se debe llevar todo el crédito sola. Al final del día, el Señor es quien cambia la vida de otros para bien. Nuestra única tarea es dirigirlos a Él. Nuestra parte a lo mejor fue solo ofrecer una palabra amable, sonreír, leer un pasaje u orar con esas personas. Sobra decir que nunca sabremos cuántas otras personas contribuyeron a animar a esa persona o la motivaron a cambiar. Pablo escribió: «Eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa, aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor, porque nosotros somos colaboradores de Dios»1. «Colaboradores de Dios». Me gusta ese término. Me anima a ver a mis compañeros cristianos de otra manera, en vez de encontrar diferencias sobres doctrinas o denominación. Me ayuda a verlos como colaboradores, que a lo mejor algún día tendrán un papel en la misma misión a la que he sido llamada. ¿Quién sabe? También he decidido no desanimarme cuando no vea el resultado de mis esfuerzos, ya sea de forma inmediata o a largo plazo. Ello depende del Señor y del momento que Él elija. Recuerden que la felicitación que buscamos del Señor al final del día es: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor»2. Mientras tanto, disfrutemos de las bendiciones que recibimos y de los éxitos que alcanzamos, sabiendo que son parte del plan maestro de Dios. © La Familia Internacional, 2015. Categorías: disfrutar de la vida, confiar en Dios, paciencia, perseverancia Notas a pie de página 1 2 1 Corintios 3:5-9 Mateo 25:21