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Miguel Otero Silva: una visión plural
Prodavinci · Friday, October 23rd, 2009
Rafael Arráiz Lucca, colaborador de Prodavinci, es el compilador del libro Miguel
Otero Silva: una visión plural, que estará disponible para la venta al público a
partir de la semana que viene. Aquí publicamos el prólogo del libro.
Por Rafael Arráiz Lucca
El lector tiene entre manos el más completo libro que se haya publicado sobre la obra
de Miguel Otero Silva. Comprende trabajos analíticos sobre todas sus facetas por
parte de especialistas venezolanos de probada solvencia.
El periodismo (Argenis Martínez); la dimensión política, literaria y social de su vida y
obra (Manuel Caballero); sus siete novelas (Alexis Márquez Rodríguez, Luis Barrera
Linares, Giannina Olivieri, Horacio Biord, Ana Teresa Torres, Carlos Pacheco y Violeta
Rojo); su poesía (Oscar Sambrano Urdaneta); sus obras de teatro (Rubén Monasterios,
Leonardo Azparren Giménez, Antonio Costante); su obra humorística (Ildemaro
Torres); su relación con las artes visuales, como crítico o coleccionista (Víctor Guédez,
Francisco Da Antonio, Enrique Viloria Vera); su participación en la Generación de
1928 (Simón Alberto Consalvi, Laura Febres); la resonancia internacional de su
trabajo y su experiencia extranjera (Edgardo Mondolfi Gudat); su pasión deportiva
(Cristóbal Guerra, José Pulido); su dimensión humana y literaria (Luis Pastori).
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La tarea de concebir y coordinar esta obra colectiva la he asumido en mi condición de
Director del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri de la
Universidad Metropolitana, con motivo de la celebración del centenario del
nacimiento del venezolano excepcional que fue Otero Silva.
Aunque parezca mentira, no fueron muchas las entrevistas que concedió el escritor a
la prensa, y menos aún las que transigió con la televisión. Tampoco abundan los textos
autobiográficos o confesionales suyos, de modo que no es abundante el material
autorreferencial con el que podamos hacernos una idea aproximada de su
personalidad y de sus ideas. No obstante, en su libro de ensayos Ocho palabreos
(Editorial Tiempo Nuevo, Caracas, 1974) recogió una conversación sostenida con los
estudiantes del entonces Instituto Pedagógico el 18 de febrero de 1969. Allí, afirmó
con clara e inteligible voz:
“Por cierto que la literatura y el periodismo siempre han navegado juntos en mi
sangre, nunca se han diferenciado de un todo dentro de mi cabeza. Cuando he
trabajado como periodista, he procurado hacerlo sin escamotear mi condición de
escritor; y cuando escribo novelas o poesía, no logro arrancarme, ni deseo
arrancarme mis mañas de periodista.”
Luego, en una entrevista publicada en El Nacional el 26 de octubre de 1983, sostenida
con el periodista José Pulido con motivo de la aparición de La piedra que era Cristo, el
autor ahonda sobre el mismo asunto. Dice:
“Hay que emplear todos los trucos de los periodistas para preparar un
libro…Interrogaba a las personas, les preguntaba sobre sus canciones, sus
músicas, sobre el lugar y todo lo iba anotando en una libreta de periodista. En
Ortiz, para escribir Casas muertas llené varias libretas…En vez de hacer reportaje
lo transformo, por procedimiento de elaboración artística, en novelas. Para ese
trabajo si necesito la soledad, estar ausente del ritmo caraqueño, de la política, de
los deportes, de Guaramato, del alcohol… me voy. Cuando no tenía dinero para
irme a Italia me iba a Cúa, a Naiguatá… me quedaba en pensiones de mala
muerte. Así escribí Fiebre y Casas muertas. Cuando tuve posibilidades
económicas me fui a Florencia, a Barcelona…pero el procedimiento es igual.
Primero la documentación periodística y luego el encierro de artista solo que va a
trabajar su novela.”
No cabe la menor duda de que el periodismo y la literatura fueron más que pasiones
paralelas, una sola vocación escritural para Otero Silva. Hay que añadirle otra faceta,
íntimamente ligada con esta dupla: la de editor. Por esta tarea sentía el mayor
respeto. Por ello, cuando Jesús Sanoja Hernández hizo la selección de los Escritos
periodísticos (Los Libros de El Nacional, Caracas, 1998) de Otero, abrió el volumen
con un reportaje sobre Antonio José Calcaño Herrera, publicado el 13 de enero de
1946 en El Nacional, e intitulado “De cómo el periodista digno se sobrepone a la
tiranía (La vida y la obra de Antonio José Calcaño Herrera)”. Con su tradicional
generosidad (todas las fuentes consultadas coinciden en ella), Otero exalta la vida y
obra de este caraqueño singular, que después de haber penetrado en la selva en busca
de oro y caucho, regresó a la capital y fundó uno de los mejores periódicos de su
tiempo: El Heraldo, y no transigió con la dictadura gomecista, y se “las vio negras”,
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pero no condescendió con el aplauso cerrado que solicitaba Gómez de cualquier
prensa nacional. Es evidente que Otero al hablar de Calcaño Herrera está fijándose su
propio norte moral, establece unas coordenadas que él mismo va a seguir (escribe en
1946) durante la dictadura militar de Pérez Jiménez. Cumplía con lo que años después
señaló Héctor, una de sus fuentes para escribir Cuando quiero llorar no lloro, un
expresidiario regenerado:
“Yo le cogí admiración porque era muy paciente y terco…y porque es un tipo así,
duro. A él no le daba miedo ir a cualquier sitio, a cualquier barrio, si había algo
interesante pa’ sus novelas. De la cárcel sabía más que nosotros.”
Esta valentía señalada, junto con su generosidad reconocida, se suman al hecho de
haber sido Otero Silva una suerte de puente entre distintos factores de la política
venezolana. Siempre fue marxista y, como tal, militante y amigo cercano del Partido
Comunista Venezolano, pero ello no lo llevó jamás a despreciar a sus adversarios
políticos. Por el contrario, mantuvo estrecha amistad con venezolanos de signo
ideológico distinto al que él abrazaba. Bastan dos ejemplos: Andrés Eloy Blanco y
Arturo Uslar Pietri.
Esta condición dialogante de Otero Silva, aceitada por sus labores de propietarioeditor de El Nacional, así como de reportero, fueron muy útiles en Venezuela durante
muchos años. Su personalidad y su trabajo fueron factor de acercamiento, de
concordia democrática, más que de marxista exaltación de la “lucha de clases” o de
búsqueda de la “dictadura del proletariado”. Era un hombre de paz, sin
resentimientos. Un hombre enfrentado a la injusticia. A este trabajo que vengo
aludiendo, que no deja huella objetual, el de la política, Otero Silva se entregó con
denuedo, por más que le sustraía tiempo para su afán de escritor. Por ello acuñó una
frase que suscribo todos los días de mi vida: “El teléfono es el enemigo número uno de
la literatura.” Por cierto, la única condición que pactó con el escultor catalánvenezolano Abel Vallmitjana, cuando juntos compraron un castillo abandonado en
Arezzo, fue la de que jamás habría un teléfono en el recinto: “una villa con iglesia
propia, teatro particular, sesenta y cuatro habitaciones y un fantasma.” Allí pudo,
afortunadamente, escribir a sus anchas, allí pudo sacarse “de la cabeza seis o siete
libros entre poesía y prosa en los últimos diez años”. Esto lo afirma en 1972, lo que
nos conduce a pensar que allí escribió las novelas La muerte de Honorio (1963) y
Cuando quiero llorar no lloro (1970), los poemarios La mar que es el morir (1965) y
Umbral (1966), así como las piezas teatrales Don Mendo 71 y Romeo y Julieta. Ignoro
cuándo vendió el castillo en Italia y cuál fue el a-telefónico lugar donde logró escribir
sus dos novelas siguientes, para muchos, lo mejor de toda su producción novelística:
Lope de Aguirre. Príncipe de la Libertad (1979) y La piedra que era Cristo (1984).
Pero, en todo caso, es un hecho que vivía entre la necesaria soledad y la multitud.
Fernando Paz Castillo en su libro Miguel Otero Silva. Su obra literaria (UCV, Caracas,
1975) hace un dibujo preciso de su personalidad. Dice:
“acaso uno de los temperamentos más complicados de nuestro medio intelectual.
A la par, alegre y triste; hablador y silencioso; amigo del mundo y también de la
soledad; mordaz y compasivo; democrático y aristocrático; aficionado al deporte y
sedentario. Y, sobre todo, amante de la novedad en la vida y en el arte, más
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siempre respetuoso de lo clásico, o de lo que, por justas razones, se acerca a
parecida categoría.”
Confirma lo que el propio Otero enuncia con su manera de ser: profundidad y
mundanidad. Un universo personal complejo que, no obstante, traza una elipse de
coherencia notable: toda una invitación para el biógrafo y el investigador.
Hay quienes afirman que el humor sólo puede ejercerse desde la inteligencia, otros
creen que se trata de una expresión de la piedad. En todo caso, Otero Silva lo ejerció
siempre, hasta en los momentos más álgidos o para responder las preguntas más
serias, como aquella que le formuló el periódico francés Libération a cuatrocientos
escritores escogidos del planeta: “¿Por qué escribe usted?”. Entonces, el calendario
anunciaba el mes de marzo de 1985 y Otero ignoraba que pronto se iría de este
mundo. Sigamos su respuesta:
“Hubiera querido ser concertista pero la naturaleza me dotó de un oído tan obtuso
que jamás he sabido diferenciar la música de Stravinsky de la de RimskyKorsakov. Hubiera querido ser pintor pero mi inclinación espiritual hacia la luz y
el color no logró excarcelar la torpeza de mis manos. Quise ser abogado pero me
dormía en las clases de Derecho Romano y roncaba en las de Derecho Canónico,
siestas que me impidieron aprobar las asignaturas del primer curso. Quise ser
ingeniero pero a los cuatro años de aprendizaje universitario había deteriorado
dos teodolitos, tres goniómetros y más de doce tiralíneas. Pretendí ser deportista
pero apenas disfruté el oprobio de convertirme en rémora de los equipos donde
participaba. Me alisté en las guerrillas revolucionarias pero, después del tercer
combate me extravié en los vericuetos de una maldita montaña, de tan absurda
manera que mis compañeros me dieron por muerto. Ingresé al partido comunista
pero, al cabo de quince años de abnegada militancia, llegué a la conclusión
extemporánea de que mi temperamento pequeño burgués no conseguía adaptarse
a la disciplina proletaria. Aspiré a ser orador parlamentario, los electores me
hicieron diputado y luego senador, pero los discursos brillantes que me
correspondía decir sólo me venían a la mente cuando ya se había cerrado el
debate. Por eso escribo.”
“Por sus obras los conoceréis” reza el proverbio bíblico. Nada mejor que aplicarlo a
Otero Silva: una obra literaria de notable significación nacional; una vida política útil;
la fundación de un periódico que para Venezuela es una institución; un ejemplo de
amor a la vida y de compromiso con sus ideas de alta dimensión. Sigamos las palabras
del epónimo de este centro de estudios, Arturo Uslar Pietri, cuando prologó el primer
libro de ensayos de su compañero de aulas juveniles en el internado de Los Teques, El
cercado ajeno (Opiniones sobre arte y política), en 1961:
“Fuimos amigos desde entonces y lo hemos seguido siendo a lo largo de dos vidas
que no siempre siguieron rutas paralelas y que hoy entran en el precioso tiempo
cosechero del otoño. No era amistad nacida del interés común, ni de la secta
común, ni de la fraternidad doctrinaria, que sirven para establecer muchas
transitorias relaciones, sino de la mutua fe en el otro y la lealtad por las cosas
esenciales que hace la verdadera nobleza del hombre.”
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Hasta aquí estas líneas prologales a Miguel Otero Silva: una visión plural. Como dije al
comienzo: la obra colectiva más completa que se ha escrito sobre la tarea vital del
barcelonés centenario. No puedo concluir sin agradecer sinceramente la respuesta de
los autores convocados a escribir sus aproximaciones ensayísticas. Fue una respuesta
entusiasta y unánime, similar a las que solía dar Otero Silva cuando la causa que lo
convocaba era justa y necesaria.
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on Friday, October 23rd, 2009 at 12:15 pm and is filed under Artes
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