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Semanario Ilustrado de humorismo.
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¡Belmonte.^Belraontel... No hay más Belmonte que el mío.
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Dibujo de R. Marin.
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5
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(le iNicolásMaríaf vero, 11 J A D R l ü
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De p u r a s a n g r e .
Un drama
del rey de Montenetfro
jodos sabíamos que el rey de
Montenegro era autor dramático. Los telegramas de
Oriente nos hablaron hace
tres años de la representación de un drama suyo en
el teatro de Belgrado. "El
•éxito—decía uno de aquellos telegra*mas —ha sido tan grande en las pobla*ciones servias, que desde que se levan•tó el telón hasta que concluyó el espec"táculo el público no cesó de aclamar al
*regio poeta.* Luego, algunos críticos,
iniciados en los misterios de la literatura balknáica, nos hablaron de un modo
vago de la magnífica inspiración de
aquel drama. Pero lo que era el drama
mismo, lo que representaba su acción,
lo que sus héroes encarnaban, eso nadie
nos lo había dicho aún. Por fortuna, un
escritor eslavo que conoce á fondo toda
la literatura oriental, Halperine Kaminsky, acab^ de traducir la obra que
Dibujo de R. warin.
tan ruidosamente triunfó una noch^ en el
teatro de Belgrado, y que es, al parecer,
la obra maestra del augusto dramaturgo.
Se titula La zarina de los Balkanes, y
está escrita en magníficos versos de una
sonoridad guerrera. La acción se desarrolla en el siglo xv, cuando los turcos,
dueños de Bizancio, empreden la conquista de los búlgaros, de los albaneses
y de los servios. Acostumbrados á vencer sin gran dificultad á los soldados
asiáticos del último Basileus, los fieros
otomanos entran en Europa con paso
seguro. El recuerdo de los fieros occidentales que, un siglo antes, en momentos en que el imperio parecía ya una
presa fácil, supieron oponerse al empuje turco, base desvanecido por completo.
Los guerreros de Mahoma no tienen
idea ninguna del heroísmo cristiano. Las
canciones que perpetúan las hazañas de
Roger de Flor parécenles puras fantasías. A los Balduinos y á los Lusignan
consideranlos como paladines fabulosos
de una epopeya remotísima. Los únicos
recuerdos históricos palpitantes en sus
mentes orgullosas con sus propias victorias de Anatolia y su entrada en Constantinopla. Así, la resistencia de los rudos búlgaros es para ellos la primera
gran sorpresa. Pero esta resistencia,
aunque formidable, no es invencible. La
que sí lo es, la que lo será siempre, la
que llenará de espanto y de admiración
al mundo entero, á través de los siglos;
la que los mismos emires tendrán que
considerar como sobrehumana es la resistencia de los montañeses servios, que
saben morir cantando sus himnos patrióticos y que prefieren mil veces la muerte al vasallaje. En las primeras escenas
de La zarina de los Balkanes vemos á
Juan Beg, jefe de aquellos fieros servios
y soberano de la montaña negra, organizar la defensa de sus dos principales
fortalezas. Zeta y Jabliac. En esta ú tima
plaza su primogénito, el príncipe Jorge,
demuestra una energía y una lealtad á
toda prueba. Pero, por desgracia, no
pasa o propio en Zeta, donde el hijo
menor del rey, el infante Stauko, da
muestras de ambición desenfrenada confiando á los que lo rodean sus locos e n sueños imperiales. Lo que desea, en
efecto, es unir á todos .los pueblos balkánicos en una sola monarquía y someterla á su yugo. Un diplomático otomano
muy hábil, enterado de estos designios,
ofrece al joven guerrero el apoyo del
sultán, á condición de que en vez de seguir luchando al lado de sus aliados los
albaneses, abandone su puesto de combate y vaya á Constantinopla á reconocer la autoridad del emir de los creyentes. Las vacilaciones interiores de Stauko son conmovedoras. Su alma sincera
rechaza la idea de traicionar á su rey, á
su padre, á su pueblo. Mas es tan fuerte
su ambición, es tan cruel su sed de poder, que sobreponiéndose á sus propios
instintos, decídese al fin á seguir al diabólico diplomático. Un guerrero fiel,
compañero suyo de infancia, trata de '
detenerlo, invocando la sagrada imagen
del buen rey Iván.
—¡Déjame pasar!—ruge el príncipe.
Y como el joven guerrero no se aparta del camino, Stauko saca su espada y
lo mata.
Entonces la dulce Danitsa, la novia
del mal hijo, la encarnación de la raza
servia, aparece.
—¿Huir tú?—exclama—. No... no... no
puede ser... ¿Por qué?
El príncipe le da mil razones. Le dice
que huye porque su padre se opone á
que se case con ella... ¿No es eso un motivo suficiente?... Le dice, además, que
huye porque así será rey y compartirá
con e la su trono magnifico... Le dice
que huye porque en la vieja Bizancio,
abandonada por los cristianos, hay un
sultán todo bondadoso que ha de darle
los elementos necesarios para realizar
su soberbio ensueño de unir en una vasta confederación libre y feliz á los pueblos de raza eslava... Le dice que huye
por el amor que le tiene á ella y por el
amor que tiene á su raza... Le dice, en
fin, que huye para evitar guerras inútiles, sacrificios estériles, heroísmos vanos, crueldades horribles... Y luego,
arrodillándose ante ella, murmura:
Al m a r g e n del Q u i j o t e . - D e s p u é s de la a v e n t u r a de los c a r n e r o s
... ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas.
-/
sube en tu-asno y sigúelos lionitaniente, y ver.^s como on alejándose de aqui algún poco se vuelven en su ser primero.
1 ^
tué^jtanto el asco que^^toiuó, que revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor. (Cajiitulo X \ 111).
—Ven conmigó.
—¿Huir como tú?—grita Danitsa—.
Eso jamás, jamás...
—Está bien, quédate... Veo que tu
amor era mentira.
La escena entera es de una belleza
extraordinaria.
—Mi amor brillaba como un puro cristal—dice ella—, el tuyo ocultaba la mentira y la hipocresía. ¡Tenia tanta confianza en til Y he aquí que todos mis ideales se desvanecen ante tus maquinaciones de jenízaro. ¡Oh, Stauko, no vayas
á Turquía! cumple la promesa que me
hiciste. Eres montenegrino y montenegrino debes morir. Nuestra religión es
pura como el diamante; la de los turcos
e-tá manchada de sangre. Nuestro pueblo, nuestras costumbres, todo aqui es
hermoso. Puedes recorrer todos los países y no encontrarás nada más encantador que nuestra tierra natal. ¿ Y tú,
Stauko, la abandonarías indiferente y
frío? De mi nada te digo, ¡desgraciada!...
Mi amor no era para ti más que un pasatiempo...
—He dado mi palabra al sultán.
—Antes me la habías dado á mi. ¡Lee
esta carta!
—¡Qué perfume delicioso exhala! ¿No
son estos los versos que te escribí al
partir para la expedición de Albania?
Los recuerdo perfectamente, y para probártelo, Danitsa, voy á repetírtelos de
memoria: "¡Si yo fuese sultán de Turquía, renunciaría á mi trono y á Mahoma para convertirme en esclavo tuyo!—
á tus pies, Danitsa, pondría el trono y
Stambul.— Sería tu prisionero—y esta
cautividad seria cara á mi corazón.—Visires, bajas y señores, se postrarían ante
ti—tocando la tierra con la frente para
esperar tus órdenes. ¡Vendería alegremente comarcas y reinos—para complacer todos los deseos de tu corazón! Ebrio
de amor, daría ciudades y aldeas, el Asia
entera, por una de tus babuchas." ¡De
nuevo vuelvo á desear ser sultán... sí,
vuelvo á mi antigua idea; de nuevo me
llena la ambición el alma! ¡En vez de la
cruz, reconozco por símbolo la media
luna, y así podré por.er á tus pies el trono y la coronal ¡Tómalos! Puedo dártelo
todo y eso no te impedirá el adorar en
secreto al Dios de los servios...
—En Turquía se encuentran mujeres
que por ambición y vanidad están dispuestas á aceptar la mentira y la hipocresía. En Montenegro todas profesan
su fe honrada y libremente. ¿Quieres saber lo que me retiene en mi pais? Todo...
Nuestra fe, nuestro aire, nuestras costumbres, el brillo del amor y de la libertad, los lazos de la sangre y los de los
sufrimientos comunes... ¿Lo que me retiene? Nuestro horizonte y el circulo de
nuestras montañas. ¿Las hay más bellas?
No. Allá abajo son las tinieblas; aquí
nuestro sol nos calienta. ¡Y me retiene
también el día en que me diste una flor
perfumada y en que la falange de los
dulces sueños subió á mi alma como una
llama ardiente!
¡En vano lo ruega! Es una montenegrina. En balde se le ofrecerán todos los
bienes de la tierra; sólo la montaña n e gra tiene encanto para ella. Pero es pre-
ciso escoger: ó la cruz y i;l amor de Danitsa ó la media luna y la corona.
—¿Por qué vacilas t a n t o , principe
Stauko? Ten valor...
—¡Mi elección está hecha! Prefiero á
tu belleza orgullosa el poder sobre todos
los Balkanes. Reinaré allí con otro, y tú
toma y guarda esta carta. ¡Es un recuerdo de un antiguo principe, que será en
adelante virrey del sultán! Todo el hermoso pais que queda al Occidente de
Stambul será mío... Dentro de un mes estará en mis manos... Te amé, pero ya
nada queda de nuestro pasado.
—¡Mira lo que haces de mi amor!
¡Pronto habré arrojado de mi alma el recuerdo de tus besos ardientes, para abrigar solamente el santo amor de la patria!
¿Me besabas en la frente y en los ojos?
¡Pues bien; yo borro esos besos! Nada
existe ya entre nosotros. ¡Tú eres un miserable, un turco y un traidor; yo soy
montenegrina y libre!
Después de esta escena, de una intensidad admirable, Stauko, herido en su
amor propio, exasperado en su ambición,
con el pecho lleno de odios, corre hacia
Bizancio, donde el sultán, cumpliendo
las promesas de su embajador, le da un
cuerpo de ejercito y le encarga que en
nombre de Alá conquiste los pueblos de
la península balkánica. La idea de que
Alá no es un dios, no lo detiene. Renegando de su fe como antes ha renegado
de su raza, cambia la cruz de su espada
por la media luna del alfanje. ¡Y allá se
va, guerrero triste y sanguinario, en
busca de su reino ilusorio! El primer
enemigo á quien encuentra es su hermano el príncipe Jorge, que fiel á su rey y
fiel á su pueblo, defiende las fronteras de
las montañas negras. Un momento el
ánimo del traidor vacila ante la enormidad del crimen que va á cometer. La voz
de la sangre paraliza sus ímpetus. "No
empeñes esa pelea fratricida—le dice la
conciencia—note conviertas en unmons
tru infame; aún es tiempo de arrepentirte." Pero en esta incertidumbre dolorosa, como en la que procedió á su huida,
la ambición y el encono y la vanidad pueden más que los buenos instintos. La batalla es espantosa. Los otomanos, ebrios
de orgullo sanguinario, atacan como fieras del desierto. Los montenegrinos se
defienden como águilas de las montañas.
Todo el dia 11 sangre corre á torrentes
por entre las peñas. El ruido de los aceros hace estremecer la comarca entera.
Durante largas horas, el resultado de la
acción parece indeciso. Pero hacia la caída de la tarde, cuando las sombras empiezan á dar formas fantásticas á los paadines montañeses, los turcos huyen
vencidos, sin tiempo siquiera para llevarse á sus heridos. Y viene la noche. Y
los chacales bajan de la sierra atraídos
por el olor de los cadáveres. Con los chacales bajan las mujeres que, en nombre
del Señor Todomisericordioso, quieren
curar á los que aún tienen vida. Entre
ellas va, doliente, silenciosa, con los ojos
llenos de lágrimas y las manos temb oro.sas, la dulce Danitsa, que viste un trae de viuda. Suave y evangélica, venda
as heridas, calma la sed de la fiebre, cierra los ojos apagados. Es la más piadosa
de todas. Sin fijarse en la religión, cuida
igualmente á los enemigos que á los amigos. ¿No son todos los moribundos hermanos de jesús? Los gemidos de los turcos la emocionan tanto como las quejas
de los servios. La carne que sufre es una
y única... "Dios te bendiga", murmura
ante cada dolor. Y pasa suave, pasa solícita, pasa como una Beatriz del Infierno
humano, lentamente... Pero de pronto
todo su ser se estremece. Sus manos se
crispan. Ese herido que se lamenta, ese
infiel que pide con voz agonizante u'^a
gota de agua, ese ser lívido y ensangrentado, es él... ¡El!... ¡Bien lo reconoce
la pobre, á pesar del turbante de bajá!...
¡El!...
—¡Tú!—exclama Danitsa—; ¡tú!... ¡Eres
tú el perjuro, tú el renegado, tú el traidor, tú el infame!
El es, en efecto. Herido, abandonado,
vencido, y aceahí en el suelo donde nació
y adonde vuelve para caer con escarnio.
¡El es!... Pero es tal su debilidad, tal su
fiebre, que la voz antes adorada no llega
á sus oídos sino como un murmullo vago.
Su única noción de vida es la sed. Desea
beber. "Agua—murmura—, agua, agua."
Venciendo su emoción, Danitsa ofrécele
su frasco. Una vez la sed calmada, Stauko abre los ojos y reconoce á la que fué
su novia. La escena es sublime.
-¡Véngate de mí—dice Stauko.
— ¿Vengarme—murmura Danitsa—,
vengarme de ti?... No; no puedo... Cuando en el alma se enciende el fuego sagrado del amor, no se extingue ni aun
en la fría tumba. Desgarraste mi corazón
y mi cuerpo, vendiste al enemigo mi patria querida, y á pesar de todo, mi amor
no se borra. La voz poderosa de los sentimientos de antaño detiene mi justa venganza; tus actos me horrorizan, y sin embargo, tu vida me es tan cara como la luz
que alegra mis ojos.
—¡Oh caritativa y santa mujer! ¡Perdóname, perdóname, alma querida!
—¿Te arrepientes de tu traición á tu
país, á la cristiandad?
En ese mismo momento aparecen unos
soldados turcos, que rechazan á Danitsa
y se preparan á llevar á Stauko.
—No, no me arrepiento, no lamento
nada -grita Stauko—, á no ser el no tenerte conmigo. Pero no pierdo la e s peranza de verte llegar á buscarme á
Scutari.
Desde el punto de vista legendario y
nacional, el magnífico drama del rey de
Montenegro termina con esta escena, en
que se ve el triunfo de la fatalidad e n carnizada cual en las tragedias griegas.
Pero aún queda, después de tanto horror
y de tanta grandeza, de tanta sangre y
de tantas lágrimas, un minuto sublime,
que para mi es el más bello de la obra.
Danitsa ve á los soldados que se llevan
á su amante y no dice una sola palabra.
Con dar un grito bastariale empero para
impedir que se escaparan. En su fervor
por el que, aun siendo indigno de ser
amado, llena toda su alma, calla. Luego,
cuando las sombras han desaparecido
á lo lejos, acércase al río torrentoso y
dice:
— S e ha escapado de nuevo... La tempestad de la guerra ha pasado, y la pa-
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N i n g ú n t i e m p o p a s a d o fué mejor.
Dibujo de Ruiete
—Desengáñese usted; esta frenética afición á los toros acabará con España.
—Pues antiguamente no nos lucia más el pelo con las asonadas y los pronunciamientos.
tria, coronada de gloria y de victorias,
respirará libremente. Como antes, la
vida se deslizará tranquila. Pero en vano
mi corazón buscará en el mundo una
sombra amiga. ¡Ya no volverá á florecer
en él la esperanza! ¿Cómo sobrevivir á
la caída de Stauko? ¿Cómo soportar las
risas de la multitud perversa encarnizada contra mi amanza? ¿Cómo sobrevivir
á la calda de Stauko?... —dijo—. ¡Que así
sea! Como fiel amante debo cumplir sus
deseos... ¿Cómo?... ¡Hasta las aguas de
Scutari llévame, oh impetuoso torrente
de Moratcha! Tú que al pasar por delante de la blanca Scutari eres ya un lago,
llévame al través de tus cavernas hasta
el lago querido... ¡Una suave ola me con-
ducirá á las orillas abruptas de Scutari,
á la cita de mi esposo!
Y después de hablar asi se precipita
en el torrente, buscando en la muerte la
ventura que ni el amor, ni la piedad, ni
el deber, ni el sacrificio supieron darle.
l E . (Bóntíí (Tarrlllo.
Anochecer
— ^ M | ; en la cima del monte, en
I el pinar. Soledad y arok mas. Cabecean los pinos
remolones, somnolentes,
desparramando un sordo
arrullo el oleaje pausado
de las copas. De tarde en tarde el chasquido de una rama seca ó el golpetazo
de una pina vieja, leñosa, que cae.
Vense abajo, en el cuenco fecundo del
valle, las tierras labradas en cuadros, en
remiendos pardos y verdes, que tienen
el festón plateado de un regato ó el marco gris de un muro; sobre el tejado de
E
las casuchas una montera de humo, que
apenas sube, patriarcal, quedo.
Encima de os heléchos frescos y de la
pinocha, tiéndese un joven demacrado
de porte noble, trajeado á la usanza s e ñoril, pero con el descuido de los enfermos y de los indolentes; á su lado está
sentada una moza mustia, con las mejillas de color de hueso y la nariz afilada,
escurrida, trasluciente en las finas aletas como la cera delgada.
Devoran el aire que harta con su fuerte olor resinoso, de trementina. Lejos,
muy lejos, allá abajo, en los hondos caminos, por entre los bardales, se arrastra el plañido de los carros...
Todas las tardes de Dios, suben al pinar rumoroso los dos cuitados y todas
las tardes traban una conversación d o lorida, desmayada...
BALBINA.—Va para tres meses que venimos aquí...
LEÓN.—¿Tres meses, ya, Balbina? No.
Yo vine unas semanas después de ti.
BALBINA.—¡Y sin sanar, señor!
LEÓN.—Sanar... Bueno es no morirse,
inocente.
BALBINA. —Qué mal más brujo. Nadie
sabe dónde nos hemos topado con él.
Dice el médico que lo atrapé una noche
de lluvia. ¡Qué sabrá él cuándo ni dónde se me agarró al pecho, si no sabe atajarlo!
LEÓN.—Para este mal no conoce remedio ningún sabio. Ya ves, yo fui á un
país de nieves y de lagos que se llama
Suiza y no curé; después bajé á sitios
de sol, que en invierno son templados,
me senté frente al mar recostándome
contra una palmera y... nada, lo mismo.
He tirado mucha vida en días malditos,
he gastado toda la juventud en noches
de demencia y de bacanales... y la salud
no tornará jamás.
BALBIN*.—Pero yo no hice lo propio,
.señor. Nunca fui loca, nunca.
LEÓN.—¿No has oído hablar alguna
vez de que un inocente fué condenado á
muerte? Ponte en ese caso...
BA. BINA.—Y lo que llevamos padecido en balde; hasta me han quemado el
pecho, señor, me han pasado por el^seno
un hierro ardiendo...
LEÓN.—Y lo triste que es tste mal.
Uno se acostumbra á él; pero la tristeza
se posa para siempre en el corazón y en
los pensamientos. ¡Y qué feliz era yo!
Dinero, mocedad, amor... De pronto esta
La v o z de los m a j o s .
boca ya marchita se llenó de una cosa
salina y tibia que subió por fa garganta
con priesa, atropellamente; era sangre,
mi sangre, el zumo de mi vida.
BALBINA.—Hasta en nuestra casa nos
tienen no sé qué... despego, asco tal
vez...
LEÓN.—No, cuitada, no; tienen miedo... nada más que miedo. Y aun eso no
todos, porque mi madre no se arredra,
me mima, hasta me besa...
BALBINA.—¡Si viese usted lo que yo he
visto un dia!
LEÓN.—¿Qué has visto, di?
BALBINA.—Se va usted á reir... La vaca
de Luciano de Portomouro dio en enflaquecer, no comía, iba á menos, á menos,
á menos. Se le hundieron los flancos y
los huesos del espinazo se marcaban
igual que nudos, como dientes, á lo largo del lomo. Dijo el albeitar que la vaca
no tenia salvación. Yo por aquel entonces era un picara de once ó doce años;
pero me acuerdo bien. Llevaron la vaca
enferma al monte Xian y la abandonaron en el fondo de una cantera sin hierbas, sin agua. La pobre vaca allí sé quedó, sin más compañía que el esqueleto
de un caballo, cuyo costillar parecía un
Dibujo de R. Marín.
á
¡No nos Van der-Goáis más! Ahí está San Antonio de la Florida, que se nos va. Y no se me diga que Goya es menos flamenco que^
ese señor antiguo.
Reflexiones de un astro que no estará nunca en el abono.
D ib i j o de
Manchón.
—Pues no me dice la Patro que, para ganar dinero, aprenda el molinete de Belmonte. ¡¡El molinete!! ¡Qué fácil lo ven
todo las mujeres!
—Son cosas de este hombre singular. men, que el público corea á gritos. Furenbarco destrozado. Fui yo la última que
Sin
embargo, hay gestos del género te á nosotros, una cocota, natural de C o se alejó del barranco, porque el pobre
lunga, cuyo rostro, coloradote como una
animal me retenía con su mirada, tan heroico, gestos de epopeya ó de novela manzana de las que producen la rica s i húmeda, tan angustiosa, tan de cristiano, \ caballeresca, que deben ser evitados por dra de su tierra, forma un rudo contrastan implorante. Lloré de lástima, mucho, toda persona europeizada, cuyo espíritu te con los perifollos de sus trapitos de
mucho, cómo "si en aquellos ojos hubie- vibre á tono con las explosiones vertigi- París, descalza gentilmente sus lindos
nosas de los motores trifásicos y las onra yo dejado algo mío, muy mío...
das sutiles, misteriosas y etéreas del ra- zapatitos, añorando tal vez la bendita y
deliciosa comodidad de las almadreñas
LEÓN.—No me hace ciertamente reir diador de Marconi. Gestos de un anacro- de boj...
tu relato, ni sé qué escalofrío extraño nismo perturbador, que tal vez tuviesen
Y, para remate, cuando salgo de aquel
una aureola triunfadora y gloriosa sobre
paseó por mis huesos, rapaza.
nido ideal de la frivolidad y de la bagala
patina
de
los
viejos
pergaminos
y
el
BAI HINA.—Dispénseme, señor; es un
tela, en la calle, un borracho de sábados,
recuerdo que llevo enterrado en la me- pulido adorno de la miniada letra gótica, un viejo menudillo, jocundo y feliz, se
moria. Para mí tengo que cuando me pero que en los periódicos del día, al para ante mí sosteniendo con dos dedos
vaya á morir aún me estarán mirando lado de un anuncio de pilules secretas y un paraguas gedeónico, y , sin decir
unas declaraciones del presidente del
los ojos aqiiellos, grandes, adoloridos.
Consejo,
hacen el mismo papel que Me- nada, ríe; ríe con los ojos, con el alma,
LEÓN.—Bueno; yo me marcho. Adiós.
krinofl
entre
las cocotas y los estudian- con el corazón: ríe, ríe, ríe.
BAI H.NA.—¿Ya? ¿Tan temprano?
—¡Ja, ja, ja!
tes de la última hora de Fornos.
LEÓN.—Pronto anochecerá...
¿Quién
puede, después de esto, adopAsi D'Annunzio, el monopolizador del
BAI-BINA.—Y yo que pensaba recortar un gesto heroico?
gesto,
el
monarca
del
desplante,
el
e
m
darle hoy su promesa; yo que creía que
Yo los rechazo: quédense en las crónihoy le oiría la historia de aquel amor perador del auto-bombo, ¿por qué recha- cas, en las epopeyas, en los dramas de
za esa monería de hotel que los aldeatan grande que usted tuvo.
Marquina. E pueblo de hoy ha olvidado
LEÓN.—Si, un grande amor... un amor nos—nunca con más propiedad pudiera el romancero y canta lo que escucha en
usarse
el
cliché
de
sencil
os
aldeanos—
que me costó muy caro, que me costó la
un cine á las tonadilleras.
vida. Pero para qué hablar de amor si de los Abruzzos, su pueblo natal, quieTEujínlo ~\.iftt
"^yilllo.
ren ofrecerle?
ya no hemos de catarlo jamás.
Así,
estos
hidalgos
de
la
Corte,
d
e
s
BAI.IÍINA. ¡Y yo que nunca lo caté!
LEÓN.—El otro día, cuando te cogí las concertados por el polvo que nuestros
poetas levantan con sus estrepitosas anmanos, no quisiste probarlo...
BAI HIÑA.—Cállese, señor; nos traería danzas por las antologías del siglo xvi,
duélense de que Churkri-Pachá, el admila muerte.
A political play.
LEÓN.—¿Y piensas que ha de dejar de rable defensor de Andrinópolis, no haya
ESCENA PRIMERA
venir porque no la llameínos de esa sa- puesto como cimera, como penacho fulgurante de su empresa, la nota épica del Salón de visitas del colegio de las Irlandesas de
brosa manera?
la Asunción. Amplia nave gótica, alumbrada
suicidio. Pero, ¿por qué? ¿para qué este
suavemente por cinco ventanales eon porta-luB A i . N I N A . . — ¡ A y , s e ñ o r . . . qué cosas gesto? ¿Ganaría algo la humanidad, Turces cerrados por cristalería policromas repretiene!
quía, Andrinópolis, con el inútil sacrifisentando episodios del culto tnariano. En amLEÓN.- Robemos á la muerte la últi- cio de quien la defendió hasta el último
bos lados del salón pequeños estrados con sofás, chaisses-longues y butacas de diferentes
ma rosa de mi rosal y la primera del instante?
épocas, y extrañas tapicerías. En las paredes,
tuyo, Balbina.., Sí, nena, ¿qué te imAsí, yo me encuentro desconcertado
larga colección de fotografías de la casa central
porta?
por una horrible vacilación. Un señor
«Couvent o f the Assuniption, 2^, Kensingtonsquare W . London>. En el sitio m á s visible
BAI.HINA. — Señor... señor, déjeme... provinciano me escribe una carta en la
un gran retrato del arzobispo de W e s t n i i n s esto^e^inatarnos... esto es morir...
(|ue me dice con letra temblorosa y antiter, patrono de la orden. Entre la hojarasca de
gua estas palabras:
un m a r c o barroco brilla, con tonos algo chillones, un Perpetuo Socorro de plomo, pintura
-En el viejo archivo de mi casa solaLa Muerte, no por rencorosa dejó de
recuerda á los primitivos florentinos.
riega de Galicia, tengo un documento Enque
el centro del sajón una gran mesa de roble taser galante: primero ella... después él.
valioso. S e lo di á conocer á Menéndez
llado Renacimiento. Sobre ella un portfolio del
l l a m ó n "ycritán6«« Míate.
viaje á Tierra Santa, y profusión de folletos del
y Pelayo, y cuando iba á darme su opiconvento, con el titulo en rojas mayúsculas de
nión, ocurrió el fatal suceso de su muerB o A R D I N G SCHOOL l O R Y o U N U L.VDIES.
I
te. Luego mi amigo Prudencio Canitrot,
fue p o r mi comisionado para que en Ma- Es domingo, y la sala está llena de damas, mu- í
y respetables proceres y aristócratas. '
drid buscara un polígrafo que estudiara l.aschachas
colegialas visten gallardamente un elegante
el documento. Pero Canitrot, murió al
uniforme tailleur azul marino. Falda muy ceñipoco tiempo. No tengo ningún amigo á
da y corta. Cuello de encaje, y sobre el pecho
cruzada la medalla de las Hijas de María.
quien pueda dirigirme; ¿quiere usted enEn uno de los estrados DON U a n i k l MARTÍNEZ,
cargarse de esta m i s H ó n ? "
ministro de Instrucción pública del Gobierno
En un principio, llevado de mi deseo
demócrata, aguarda á su hija HEUKI.. Cran banda de honor del colegio. La superiora REV. MOde servir á un amigo, estuve á punto de
THKR ELIZABETH, C e r e m o n i o s a m e n t e hace los
adoptar un gesto en armonía con la anhonores al m i n i s t r o .
tigüedad del documento; aceptar el e n M a r i í n e z . — F e l i c i t o á usted, reverencargo, á sabiendas de que acabaría conmigo, lo mismo que con don Marcelino, da madre, por los adelantos de mi chica.
lo mismo que con Canitrot. Pero luego Estoy encantado de su cultura. Después
Al ritmo de los dias
tuve el atisbo vidente de que hoy Guz- del gran premio en Literatura é HistoEl a e s t o
mán el Bueno no lograría a fama que al- ria, banda de honor en inglés y en comportamiento. Este colegio es una maraada hay para vivir feliz y canzó en Tarifa, y dudé, dudé, dudé has- villa de modernidad, de educación y, sotranquilo, como ser un ta anoche.
Estuve en Fornos en una peña de fra- bre todo, de ese chic, de la bonne tenne
audaz a c a p a r a d o r de
que una muchacha necesitaen sociedad...
gestos; un hombre que ternales camaradas; en la mesa de al
MüTiiER E1.1ZABETH.—Milgracias; pero
,,,„ se distinga por sus g e - lado unos señores discutían á voces al
el talento de miss Bebel Martínez es
fenómeno
Belmonte.\\n
esto,
d
o
s
estudiannialidades, por sus cosas, es poseedor de
quien ha hecho esos primores... De ir
un salvoconducto que le permite hacer tes, que acaso discutían lo mismo, c o - como va, creo que en éste próximo curmenzaron á golpearse con los paraguas,
sin rodeos lo que le venga en gana.
so puede pasar su hija á la Mother HouPara todas sus atrocidades, el público, con donosa rapidez guiñolesca; sobre el se, y en un año más terminar su eduestrado, una orquesta empecatada r o m p e
la sociedad, tendrá una sonrisita indulestrepitosamente con la marcha de Car- cación con el brillante diploma de los
gente y pía.
El s á t i r o herido,
No es de ahora el que las ninfas claven á los sátiros.
Dibujo de Moya del Pino.
Cambridge-Examinations...
Pero hablando de otra cosa, ¿usted me ha escrito
pidiéndome una conferencia para consultarme un punto interesante referente
á enseñanza, y como hasta nosotras llegan también las cuestiones de mayor actualidad, y con ellas, la que tanto está
dando que hablar, promovida por su proyecto de neutralización religiosa en las
escuelas, no acierto con mi papel de consejera, de un hombre de Estado tan cabal y tan moderno como usted?... (Con
ironía sidil.) A menos que usted pretenda de mí, señor mío, que le redacte el
Real decreto.., yo, una monja ignorante
y extranjera... ¿qué quiere que le diga?
Por otra parte, soy de la tierra de las
sectas y estoy familiarizada con estas
luchas, que conozco... quizás la historia
de mi patria es interesante á raíz de Oliverio Cromwell.
MARTÍNEZ.—¡Ah, si!¡Cromwell! ¡Cromwell! Un hombre de temple... (Modestamente.) Hoy los agitadores de la opinión
no valemos tanto... La difusión de las
ideas... Las democracias participantes,
que diría mi jefe político y maestro de
estas cosas: él, señora, un verdadero
Epaminondas. Si, un padre de las viejas
democracias tebanas. (Con grave
misterio y confidencial.) Mi jefe, el jefe del Gobierno, vacila terriblemente con la re'forma escolar mía... y yo, francamente, es
toy resuelto á la maniobra...
MoTiiER Ei.iZABETH.—Mire, señor Martínez, que en sus manos están las conciencias de los hombres del porvenir, y
ante Dios su responsabilidad sería...
MARTÍNEZ. (Interrumpiéndola.)
— No
siga, señora. (Un poco cañí.) No es por
ahí. Usted está en la higuera... Si lo que
yo desearía de usted con todo sigilo es
algo así como el golpe de gracia á mi
proyecto. (Plañideramente.)
Me da tan
malos ratos el presidente. Claro, él no
puede, no debe decorosamente volver
atrás. A nosotros toca resolver la cuestión, preparando un truco. Usted desconoce esa mecánica política, y lo que parece insondable en el terreno de los principios, es una poquedad ante los postres... La cosa podía hacerse así.
(Un cuchicheo misterioso, que apaga
las notas aterciopeladas de las voces de
las muchachitas y el tenue rum-rum un
poco lejano de la calle. La monja y su visitante discuten no mucho rato.)
MATHER ELIZABET.- No sólo no veo
inconveniente, sino que es hacedero. Lo
que á mí me sobra son firmas de ingleses é inglesas que suscriban el mensaje
definitivo de protesta... y lo más que á
usted le es permitido, es asignar á cada
firmante una confesión que más le acomode. Allá ustedes con su conciencia.
¡Hágase el milagro!...
MARTÍNEZ (Apremiante).—Y
Publicó el dia i." una noticia diciendo
que un dirigible alemán, después de
evolucionar s o b r e l a s fortificaciones
francesas, habia sufrido una avería y s e
vio obligado á aterrizar en las cercanías
de la ciudad.
Fueron unos momentos de cómica indignación.
Como en esas películas donde el alcalde—con su faja tricolor—los gendarmes de enormes bigotes, los bomberos
y los paisanos con sus hoces, rastrillos
y guadañas persiguen una vaca, un automóvil o un vagabundo, asi los buenos
habitantes de Reims salieron en persecución del dirigible alemán.
Pero el dirigible era un enorme poinon. De igual modo que los españoles
E S C E N A II
el dia de Inocentes, estos franceses de
El Salón de Conferencias de la Cámara. Estancia
Reims creyeron cierta la noticia burlona
vasta y ennegrecida por el humo del tabaco y
de su periódico más importante.
las chimeneas de todo un siglo. Decoración un
plano más inferior que un pomposo café de
Entonces, acudió el pueblo entero á la
provincias de segunda clase. En un rincón, d i - redacción; apedrearon las ventanas y las
ván y cuatro enormes butacas de terciopelo
verde, ostentando á la altura de la cabecera una autoridades tienen el propósito de procesar al director.
mugre que brilla como la endrina. Tres señores
sentados Uno duerme plácidamente. Los otros
Hasta aquí el hecho.
sostienen vivo diálogo. El que duerme es el
Después, lógicamente, vienen los c o primer repórter político de La Opinión, órgano
mentarios.
conservador y cabeza del partido. MARTUTENE,
Francia padece la obsesión germániliberal, y APOLONIO, republicano, comentan la
próxima crisis, en frases declamatorias, verdaca. El Sr. Leroux que escribe novelas
deramente linotípicas.
policíacas y misteriosas, ha estrenado un
APOLONIO.—¡No seas tonto! Martínez drama alsaciano; los diarios franceses
tiene que dimitir. El conflicto es enor- hablan constantemente del Kaiser y de
me. Ahi es nada. El presidente ha dado su ejército; en los cafés golpean las meá entender bien á las claras que á los sas—donde se funden tranquilos los t e miles de mensajes sin importancia de los rrones de la absenta—puños nerviosos
neos, había, por desgracia, de la espe- de hombres excitados por el anti-germacial situación diplomática por que atra- nismo; las cocotas se avan cuidadosaviesa ahora el país, que añadir uno, c u - mente y algunas hasta se desinfestan
yas exóticas, ¡fíjate bien! exóticas firmas, después de mentir amor á un personaje
no podían publicar. Y que ello traía con- de Gulbransson.
sigo unas ligeras conversaciones interY, sin embargo, Alemania no se prenacionales que obligaban á diferir la dis- ocupa de Francia. El Simpliccissimus rara
cusión del proyecto.
vez afila sus lápices contra los franceses.
MARTUTENA.—Ya lo sabemos. Don Da
Les preocupan más sus gretehens, sus
niel es el consejero que ayer entregó al curas, sus estudiantes y ^us militares.
presidente su dimisión en cuanto que se
Y no digamos el Kaiser.
eyó el tal mensaje. Pero como de irse
Desde que al Kaiser le hicieron graMartínez, que con su amplio programa cia unas caricaturas de Heine, los humode enseñanza era el nervio del Gobier- ristas alemanes se divierten evocando
no, se iría todo el Gabinete... ¡qué situa- en el Simpliccissimus en e\ Jugend, en el
ción crearía esta crisis ahora en estos Liistege Blatter su silueta; pero sin los
momentos en plena triple "entente"... bigotes y sin los b r a z o s demasiado
¡Quién sacaría adelante el tratado con cortos.
Inglaterra!
El Kaiser no tolera bromas con sus
Ai-OLON o (Sumamente
conciliador).— bigotes ni con sus brazos.
¡Es verdad... el tratado "l'entente cordiaPero esta vez si que los lápices alelel.,." la diplomacia... Es imposible, im- manes comentaran el poinon de Reims.
posible... ¡imposible!
Porque nada tan cómico, tan representativo como ese episodio que parece
imaginado para que lo dibuje Gulbransson en una de sus admirables historietas.
Está encantada. Figúrate que con las 500
pesetas que nos has mandado el jueves
hemos renovado casi todo lo de nuestra
capillita. Por cierto que la pobre se vio
azoradísima con el portero del Ministerio que trajo el dinero, que la hizo firmar un recibo muy historiado y que ella
no entendió ni jota. La pobre no sabe
nada de español y luego ella apuntó el
titulo del recibo... "Gastos de material"...
¿y qué es eso?...
(Martínez empieza á entrar en situación algo semejante á la de la cuitada
Sister Maud. Cambio de frente en la conversación de su hija. Déjalos la monja y
la visita termina...)
TFroncí».
De jueves á jueves
no se le
olvide esas fiímas de las misses amigas
de usted de la embajada...
BEBEI. MARTÍNEZ (Ruidosos
besos á su
padre).—Papaíto, ¡no hay derecho! D e s de que estáis en el poder no pareces por
aquí. (Más besos./Pero todo te lo perdono, por lo que haces por mi pobre congregación de Hijas de María. ¡Ah, Sister
Maud me ha encargado te dé las gracias
por tu esplendidez para con nosotros!
M i e n t r a s el m u n d o r u e d a
La obsesión alemana
Un periódico francés ha aprovechado
la época de le poinon d'Avril para e m bromar donosamente á los buenos habitantes de Reims.
—¡Tan! ¡Tan!
—¿Quién es?
. —¿Está la diosa Talía?
—Hace unos días que para poco en el
Olimpo. Desde el sábado de Gloria la
traen á mal traer. Tres mil estrenos,
seis mil debuts, ocho mil acontecimientos teatrales. Eso sólo en la capital de
España.
—¿Estará contenta con tan solemnes
cultos?
—Puede que agradeciese más que no
se acordaran tanto de ella. Cuando vuelve á casa, viene de mal humor. S e conoce que por allá abajo la tratan mal.
¿Quería uzté algún recado?
—Precisamente, que me enterara de
lo que pasa por los teatros de Madrid.
—^-No hay allí quien le entere á uzté?
—Si, señora; pero no los creo. Ninguno dice la verdad.
—¿Cómo es eso?
—Son complicaciones del oficio, y como
no me gusta meterme en discusiones,
prefiero adquirir noticias discretas de la
Señora, y así serviré mejor á los lectores de EL GRAN BVFON. ¿Usté no podría
decirme?...
—Algo sí la he oído; pero no sé si me
acordaré bien.
—Empecemos. Lo más saliente...
—¿Lo más saliente? La compañía de
Opereta italiana de Scognamiglio...
— Caramba!
— Iscriba usté despacio, que el apellido es de cuidado.
—Sobre todo para Thuiller y sus t o cayos.
—Comenzaron con Lo Zíngaro Barone, música de Strauss, letra de...
—No es interesante. En las operetas
lo que importa son ¡os músicos y las danzantes .
—Una opereta para abrir boca, quiero
decir, para inaugurar una temporada.
Después han hecho Eva. Esta Eva no es
la madre de la Humanidad. S e llama así
como podría llamarse Petronila ó A n i ceta, pero estos nombres no abrirían
tanto e! apetito...
—¿De modo que no es ni parienta de
la que le hizo tragar la camuesa al p o bre Adán?
—Pertenece á la clase frigil, pero sin
necesidad de serpiente. La música es á
ratos de Pucciri, á ratos de Quinito. La
cuestión es pasar el rato cobrando mundialmente, que es lo que hace Lehar.
¿Argumento? Cuatro tonterías para que
haya mucho besuqueo, se derrame el
champagne y las niñas se suban encima
de los muebles á cantar. El teatro abarrotado de gente. De la más comme il
faut, en fin, el mismo público que pide
que no se suprima el catecismo en las
escuelas. ¿^Seria distinguido?
—Le brmdo este dato curioso á R o manones.
—La obra gustó... á la claque y á los
jóvenes apasionados.
El telón en que están retratados Chapí, Caballero y Arrieta no funcionó en
toda la noche. Es un detalle pudoroso
que honra á la dirección artística.
—Otro teatro.
—En la Princesa. Para beneficio de
doña María, Por los pecados del Rey, de
Marquina, y Sólo para mujeres, de Martínez Sierra. Ovación y dos orejas. Una
para cada uno.
—¿Otra vez? Pero esos chicos. ¿Cuándo comen y cuándo duermen?
—En Lara. Después de hacer El Asno
(el de Buridán) casi toda la temporada,
van á hacer el otro, casi... Un negocio de
Oro (pero sólo como título)...
—Sotillo está en alza.
—También nos ha servido López Marín La perdición de los hombres... sin lograrlo. Cuando esto se publique habrá
estrenado Casero un saínete ccn música
póntuma de Chueca.
—Seguros hay que estar del éxito,
para remover las sagradas cenizas de un
difunto.
—Así debe de ser. Lo del éxito.
—En la Comedia, La escuela de las
princesas, Primerose y El adversario.
—Nada nuevo.
—Mancha, en la compañía.
—Se impone el contrato de Bencina,
de Greda...
—Creo que le preparan un buen j a bón. A él no le importará, porque lo que
desea es trabajar.
—En el Español, Tal!aví. S e presentó
con La loca de la casa.
—La loca de la casa es Matilde Moreno.
—Hay alguien más loco todavía allí.
—¿El doctor Madrazo?
—Don Benito, que no sabe qué hacer
para llevar público al teatro.
—Para eso se conoce que han hecho
Hamlet.
—j Y qué tal?
—Un concejal de los que votaron la
supresión del impuesto de Consumos,
decía: "Yo no falto nunca cuando echan
estas funciones. ¡Qué ideas y qué dialogueo! Pero me gusta más LA Electra."
Esta opinión es un poema.
— J Y Tcllaví?
—Es bueno, porque estudia, y tiene
inspiración y talento.
—Los chicos aplicados suelen ser vanidosos y hacen bien.
—¿Y en Apolo?
—El Nuevo Testamento.
—jOlógrafo?
—01o... ¿qué?
—Olo... que sea.
—Ese chiste parece de Calleja.
—De Calleja es la música.
—El testamento será de Arregui.
—De Lepina y Plañiol.
—Mal título. Huele á cadáver.
—¿Y qué más?
—En el Gran Teatro está de director
D. Miguel Ramos C a m ó n .
—¿Cuando estrena Ramos Martín? ,
—Antes harán La cocina doscientas ó
trescientas veces.
—Harán bien, porque así dan gusto á
Caramanchel, que es un enamorado de
la nueva obra shakespiriana... Y nada
más.
—Pues mil gracias por las noticias y
recuerdos á Talía.
—Muchas gracias. ¿De parte de quién
le oigo?
—De parte de
•pitérrt».
Ex libris.
E d é n Concert, ocurrió
La unotrae pni soocdhieo emnuely divertido
entre la seftorita E a s o y el s e ñ o r R a f f l e s .
R a f f l e s e s un h o m b r e pintoresco; la seftorita E a s o , a d e m á s d e cantar, e s u n a especialidad e n e s e v o l u p t u o s o d e p o r t e d e b u s c a r s e
las p u l g a s c o n m ú s i c a y deshabillés e n c a j a d a s .
P e r o R a f i l e s n o sabía sin duda q u e e s t a s
p u l g a s d e la seftorita E a s o eran m a l a s p u l g a s
y c o m e t i ó la c a n d i d e z d e discutir l o q u e m á s
p u e d e m o l e s t a r á una cupletista q u e s e la discuta: la e d a d .
S i n que la seftorita E a s o le preguntara cuántos a ñ o s la echaría, la e c h ó m á s d e l o s q u e
ella tolera q u e la e c h e n , y la artista s e v e n g ó
tirándole una botella q u e le ha p u e s t o u n o j o
al pobre Raffles c o m o una aceituna aliñada.
Y e s l o q u e dice R a f l l e s ;
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