ACUERDO nro. 115 T. VII F. 218 En la ciudad de Rosario, a los 05 días del mes de mayo del año dos mil nueve, se reúnen en Acuerdo los Sres. Jueces de la Sala Primera de la Cámara de Apelación en lo Penal, a efectos de dictar sentencia definitiva en la causa seguida a C., R. A., argentino, divorciado, instruido, mecánico, nacido en Rufino el 21/08/1954, hijo de Ofelia Campal, con domicilio en calle .... de Rufino, L.E. N° ....., por el delito de Homicidio; Expte. nro.24/08 del Juzgado de origen, registrado por ante la Mesa General de Entradas y Movimiento de la Cámara de Apelación en lo Penal bajo el nro. 176/09 y en trámite por ante esta Sala Primera-; y estudiados los autos, se plantearon las siguientes cuestiones a resolver: I.- ES JUSTA LA SENTENCIA APELADA? II.- QUE PRONUNCIAMIENTO CORRESPONDE DICTAR EN CONSECUENCIA? Practicado el sorteo dispuesto por la ley, resultó el siguiente orden de votación: Jueces de Cámara, Dres. Ernesto Atilio Pangia, Dr. Adolfo Prunotto Laborde y Dra. Elena Ramón. A LA PRIMERA CUESTION EL DR. PANGIA DIJO: I.- La sentencia nro. 393 de fecha 07/11/2008, dictada por el Sr. Juez Penal de Sentencia de Melincué, condena a R. A. C. como autor penalmente responsable del delito de Homicidio –arts. 45 y 79 ambos del Cód. Penal—a una pena de nueve años de prisión de ejecución efectiva, accesorias legales y las costas del proceso (arts. 5, 26 y 29 inc. 3° todos del Código Penal). Contra dicho pronunciamiento, el imputado interpone recurso de apelación y, concedido que fuera el mismo, queda abierta la instancia de alzada y se expresa agravios. II.- Se imputa a R. A. C. haber ocasionado la muerte de Juan Carlos A. mediante la utilización de una arma blanca (cuchilla) con la que le provocó varias heridas al premencionado, siendo una de ellas –la que finalmente produjo el resultado mortal- en la zona abdominal de la víctima. El hecho ocurrió en el interior de la vivienda habitada por el imputado, en horas de la tarde del 23/11/2007. III.- Corrido traslado pertinente, la defensa se agravia por la errónea valoración efectuada por el aquo respecto del material probatorio colectado en autos. Le agravia que el magistrado considera como poco probable que una persona que actúa en estado de emoción violenta lo haga, además, en legítima defensa, pues, la legítima defensa no exige serenidad de ánimo, ni supresión de la voluntad de querer, por lo que nada impide que se defienda alguien en pleno raptus emocional. Aclara que su postura, no fue tanto insistir en la coexistencia de la emoción violenta y la legítima defensa, mas bien se ejercieron pretensiones defensivas escalonadas y subsidiarias. Le agravia que se le reste valor probatorio a la prueba pericial psiquiátrica y psicológica presentada por la defensa porque no pudo ser controlada por el fiscal, ya que, no se advierte en la presente causa la más mínima intención del fiscal en controlar la referida prueba. No existió ninguna indefensión en la actividad fiscal, dado que ese funcionario tuvo la posibilidad de impugnar y/o cuestionar tal medida, cosa que no hizo. Le agravia el apartamiento arbitrario de los conocimientos técnicos suministrados por los peritos sin que existan razones serias y fundadas para proceder de tal manera. Los dictámenes extraprocesales tienen innegable valor probatorio, máxime cuando fueron ratificado por testimonio posteriores por los mismos peritos. Afrenta a la defensa, que la sentencia recurrida no contenga contrarréplica fundada que permita marginar –hipotéticamente- una prueba tan relevante que indudablemente acredita el estado de emoción violenta que efectivamente padeció C.. Sostiene que no hay contraposición entre lo que afirman los peritos de parte y lo que señalan los médicos forenses, porque simplemente se refieren a diferentes períodos de tiempo. Los peritos de parte refieren a la efectiva existencia de la emoción violenta en el momento en que A. confrontó con C., mientras que los médicos forenses refieren al estado habitual de la psiquis del imputado, señalando que es una persona lúcida (se entiende en momentos donde no hay conmoción), lo que en modo alguno conlleva contraposición. Discrepa con el a-quo en cuanto que la amnesia sea un requisito esencial para configurarse el estado de emoción violenta, por el contrario, sostiene que no es necesaria para su configuración, no obstante aclara, que su pupilo no solo padeció amnesia al momento del hecho, sino también en su declaración pos facto donde ni siquiera recuerda que había sido asistido por un abogado. Por otra parte, respecto a la legítima defensa privilegiada alega que en modo alguno puede aceptarse la tesis del a-quo de que A. había ingresado legítimamente al inmueble por el consentimiento de Susana Olga A. (amante infiel), ya que la víctima sabía a la perfección que no podía contar con autorización del jefe de familia para ingresar a la morada, ello lo sabe cualquier amante, salvo que padezca una seria oligofrenia. Ergo, su ingreso fue ilegítimo e ilícito, lo que generó que C. fuera sorprendido por un intruso al que encontró en su propia casa, resultando en consecuencia plenamente aplicable la causal de justificación de legítima defensa. En cuanto al derecho de legítima defensa, le agravia que el sentenciante no haya analizado los tres requisitos de procedencia para la causal de justificación, pues ello, impide la contrarréplica defensiva. Discrepa con el a-quo en cuanto al modo y forma en que se desarrolló el iter criminis, aclarando que resulta ilógico pensar que C. al encontrar a A. en el dormitorio se quedó anonadado y se dejó agredir por él, por el contrario, C. no se cruzó de brazos al encontrar al intruso, sino que el ataque de A. fue tan agresivo y contundente que lo hizo retroceder. A. se preparó para el combate porque era el único remedio eficaz para evitar que lo acollarara. La ubicación de las manchas de sangre en cercanías de la puerta del dormitorio que prosiguen por el pasillo, cocina y que terminan direccionándose hacia el patio trasero, no constituye prueba incontrastable de que la primera confrontación armada se efectivizó en las cercanías de la puerta del dormitorio, al contrario, tal cual lo señala el imputado en su indagatoria, luego de la puñalada recibida en la cocina, A. se dirigió para dentro del comedor y de ello se explica por qué las manchas siguen una ruta itinerante. Le agravia que de las lesiones constatadas en las manos de la víctima el a-quo deduzca que el agresor fue el imputado y no el occiso, ya que, tal deducción conculca las reglas de la lógica, dado que en algún momento de la confrontación A.da intentó frenar con sus manos la púa que se dirigía a su cuerpo, pero ello aconteció después de que había agredido ilegítimamente a C. con una silla y una contundente varilla de hierro, por ello, la conducta del justiciable subsume en lo que el derecho considera un acto de defensa. A su vez, destaca que C. padeció traumatismo –uno de ellos en lugar cercano al cerebro- lo que condice con una agresión grave a su integridad física, resultando impensable hacerle ocupar el rol de agresor y no de agredido. En cuanto a la inexistencia del exceso de la legítima defensa, expresa que el magistrado parte de un silogismo errado porque parte de una premisa dubitativa – ausencia de legítima defensa en el caso- por lo cual, el resultado será equivocado. Por último, concluye diciendo que el fallo puesto en crisis carece de fundamentación suficiente, no alcanzando el estado de certeza necesario para condenar. Formula expresa reserva constitucional del caso. En consecuencia, solicita se revoque el fallo recurrido y en su lugar, se absuelva de culpa y cargo a R. A. C.. Subsidiariamente, peticiona se atenúe la pena a su mínimo legal estableciendo la condicionalidad de la misma. IV.- A su turno, el Fiscal de Cámaras contesta los agravios manifestando que el apelante reedita en la alzada los argumentos defensistas sostenidos a lo largo del proceso, a los cuales el a-quo ha dado criteriosa y adecuada respuesta en la sentencia. Insiste en la causal de emoción violenta como justificante de la conducta de C., pero está probado en la causa -inclusive por los propios dichos del enjuiciado- que C. sabía de la relación de su compañera con A., por tanto, el haberlo encontrado en su domicilio no presenta la característica de sorpresividad que tanto la doctrina como la jurisprudencia han requerido siempre como condición para excusar la conmoción del ánimo. Sostiene, que sin dudas estamos frente a un caso de homicidio pasional, pero en modo alguno emocional, desde que el acusado se dirigió al lugar armado, no le dio alternativa a A. y obró con plena conciencia al requerir la presencia policial. Reitera el defensor su tesis de legítima defensa, pero para ello no trepida en invertir los roles de víctima y victimario, pues resulta evidente que A., al verse descubierto y ante el peligro cierto e inminente de ser acometido con el arma que portaba el imputado, repelió la agresión. Y mal que le pese a la defensa, ausente el elemento previsto en el inc. 6°, letra a) del artículo 34 del Cód. Penal, ello es suficiente para descartar la justificante de legítima defensa y su exceso. En cuanto a la solicitud de atenuación de la pena y su modalidad, contesta que los agravios no pueden ser receptados atento que las pautas mensuradoras de los arts. 40 y 41 del C.P. fueron debidamente ponderadas por el a-quo, al punto que disminuyó la pena pretendida por la Fiscalía de grado. En consecuencia, solicita la íntegra confirmación del fallo puesto en crisis por resultar ajustado a los hechos y conforme a derecho. V.- Expuesto los agravios de la defensa contra el fallo y evaluado con el responde del señor Fiscal de Cámara y las constancias de autos, entiendo que aquellos encuentran parcial andamiento como para modificar el encuadro legal del hecho seleccionado por el a-quo con trascendencia en la pena impuesta. No cabe duda que la muerte de J. C. A. tiene su origen en las heridas inferidas por el imputado con un cuchillo en circunstancias en que aquel se encontraba en domicilio de éste porque mantenía una relación sentimental con la concubina del imputado, siendo ello el detonante del triste suceso. Mas allá de si existió sorpresa o no en C. –atisbo de esto último surgen de su propia versión expuesta en ocasión de su declaración indagatoria en cuanto afirma que sospechaba de la relación extramatrimonial de su esposa (fs. 31/33)-- es coherente interpretar que la agresión fue iniciada por la víctima, que escondido en el placard con la adrenalina que significa la llegada de C., estuviera preparado ni bien fuera descubierto para atacarlo. Es lógico que quien se encuentra en esa singular situación piense que descubierto iba a ser atacado, por lo que no es ningún desatino pensar que Almada al ser advertido haya querido "primeriar" atacando al imputado para neutralizar una previsible y violenta reacción en la llegada de C., ataque que concretó, primero con un golpe de puño, después tomando una silla y luego con el "fierro" con el que se traba la puerta. En ese contexto de incertidumbre y emotividad, sorprendido el imputado probablemente obnubilado con el inesperado ataque de la víctima en su propia casa, no es dable exigir racionalidad a su reacción. Las lesiones padecidas y constatadas a fs. 54, acreditan el ataque que fue objeto por parte de la víctima A.. De allí que el imputado haya actuado como pudo en medio de la lucha y como se le ocurrió en esa traumática circunstancia. Es decir, A. se encontraba oculto en un placard, como surge según los dichos del imputado y ratificara en la reconstrucción del hecho o aún cuando estuviera al costado del mismo como refiriera Susana Olga A. en su testimonio de fs. 35/36 y careo de fs. 42, ataca a C. que en la refriega toma un cuchillo cuando estaba sumido en un estado emocional dado la motivación de origen afectivo enmarcada en la acción inicial del suceso. Comulgo con la idea de que el factor desencadenante, las relaciones entre su concubina y la víctima, puede o no ser conocido con anterioridad por el afectado. Todo tiene que ver con la crisis en los sentimientos que condiciona el estado emocional. Las lesiones de A. no implican per se un ataque previo de C., quien fue seriamente lesionado en región nasal y rodilla (fs. 40 y 54), siendo razonable inferir que el agresor inicial fue Almada, sin perjuicio de que en algún momento éste también haya agredido al imputado, propio de la seria contienda entre los hombres. Así, surge de autos que la víctima toma una silla y una vara de hierro en la feroz pelea. La lesión de A. en sus manos no implica que no haya sido el iniciador del ataque que la lógica permite deducir que así fue porque Almada, sorprendido en la propia vivienda del imputado con su concubina, esperaba el momento para huir siendo lógico inferir que para ello previamente debía sorprender y atacar a Campal. Es ciertamente lógica la agresión referida por el imputado con una silla. Era natural que el ataque provenga de A., que cabe enfatizar quiso "primeriar" al imputado. El estado de conmoción del imputado fluye nítido al encontrar al amante de su mujer con ésta y precisamente ese estado de conmoción hace que no recuerde lo que tomó para defenderse. Evidentemente actuó turbado en su psiquismo y aún manteniendo su capacidad penal de autor, no amerita que el homicidio se haya perpetrado con el propósito deliberado de matar. Mas allá de las referencias que brinda la Sra. A., que la lógica y el sentido común indican que estuviera mas unida sentimentalmente a la víctima que al imputado, debe repararse que C. padeció también fuertes golpes con un objeto contundente y en derredor de la pelea donde cada uno se jugaba su vida tampoco pueden analizarse quien aportó mas violencia a la acción. Cabe subrayar, que aún admitiendo que C. sospechase de la infidelidad de su compañera de tantos años, ello no puede agravar en este caso la situación resultando excesivo entender que regresó a su casa en la seguridad de que encontraría a la víctima. Lo reflexivo que exige el obrar pasional, no puede asegurarse en la psiquis del imputado. Los testimonios de los Dres. Paula Aramburu y Mariano Molina que responden a estudios propuestos por la defensa, avalan la emoción violenta. La Psicóloga Aramburu es ilustrativa sobre un profundo impacto psíquico en el imputado y refiere que actuó bajo una estado de "emoción muy intensa" (fs. 282), y el Médico Psiquiatra Molina expone que "no tuvo posibilidad de controlar sus impulsos…"(fs. 284), lo que da idea -sin perjuicio de que sus trabajos por la forma de incorporación, no pudieron ser controlados por la defensa-- aparecen serios y coherentes con el resto del material convictivo, lo que permiten deducir una disminución o una reducción de la capacidad de Campal de comprender. Con ello, fluye la emoción violenta que presupone la realización de actos conscientes pues la razón de la atenuante consiste en que el sujeto haya perdido el pleno dominio de su capacidad reflexiva con disminución de sus frenos inhibitorios, pero no que incurra en inconsciencia que lo involucre en un supuesto de involuntariedad con ausencia de conducta. Y dentro de ese contexto, la situación del imputado, de menor contextura física que la víctima, merece se disminuya el grado de culpabilidad en relación a lo decidido por el sentenciante. No fue armado a su casa, se armó en la refriega con la víctima con un elemento del que se hizo circunstancialmente en el lugar, no existen pruebas que haya actuado reflexivamente y dirigido a su vivienda con el fin preconcebido de matar. Además fue herido por la víctima seriamente --tal la pelea con las lesiones explicitadas por el médico, cuya gravedad narró el medico Maggi (fs. 277/78). Evidentemente, la humillación que significa padecer la infidelidad de su pareja, no puede estar ausente en el análisis del proceder del imputado, que vio mancillado su honor por la actitud del amante de su pareja y de ésta con la que convivió diecisiete años, según consta en el incidente de cese de prisión, situación que lo exponía a la vergüenza en una localidad como Rufino, que por sus características, no pasaría desapercibida socialmente. A su vez, la violenta conmoción de su ánimo respondió a una causa eficiente, de la que fue extraño y operó en la psiquis del justiciable en el momento del homicidio. Por lo expuesto, entiendo que el homicidio cuya autoría debe ser atribuido a R. A. C. fue cometido en estado de emoción violenta que las circunstancias hicieron excusable, conforme el tipo descripto por el art. 82 inc. 1º a) del Cód. Penal. En cuanto a la pena a imponer, atendiendo a la naturaleza, del hecho, modo comisivo, características especiales del hecho, motivación, carencia de antecedente, lucha entre los hombres, peligro padecido por el imputado, impresión en el acto de conocimiento de visu y demás pautas de los artículos 40 y 41 del Cód. Penal, considero justo y equitativo imponerle la pena de tres años de prisión, en forma efectiva, mas las costas. Por lo tanto, voto para que se confirme el fallo apelado, aunque modificando el encuadre legal seleccionado por el a-quo y como consecuencia de ello la sanción impuesta según expusiera mas arriba. A LA MISMA CUESTION LOS DRES. PRUNOTTO LABORDE Y RAMON DIJERON: Compartimos la opinión del Sr. Juez de Cámara preopinante, Dr. Ernesto Atilio Pangia, y por iguales fundamentos, a fin de evitar inútiles repeticiones, votamos en el mismo sentido. A LA SEGUNDA CUESTION LOS DRES. PANGIA, PRUNOTTO LABORDE Y RAMON DIJERON: Visto el resultado obtenido al tratar las cuestiones anteriores, corresponde confirmar la sentencia apelada, aunque modificando la subsunción legal del hecho, que se establece en el delito de homicidio cometido en estado de emoción violenta. Con costas (art. 168 del C.P.P.). Por lo expuesto, la Sala Primera integrada de la Cámara de Apelación en lo Penal, dicta el siguiente: F A L L O: CONFIRMANDO la sentencia apelada, aunque modificando la subsunción legal del hecho, que se establece en el delito de HOMICIDIO COMETIDO EN ESTADO DE EMOCIÓN VIOLENTA y en consecuencia, CONDENANDO a R. A. C. a la pena de TRES AÑOS de prisión en forma EFECTIVA, mas las costas. (arts. 19 inc. 3º, 40, 41, 45 y 82 inc. 1º a) del Cód. Penal.Regulando los honorarios profesionales del Dr. Aldo Mariano Sáenz por su labor en esta instancia de alzada, en una suma equivalente al cincuenta por ciento de la que se le regulara en la anterior instancia, con noticia a la Caja Forense.Insértese, agréguese copia y hágase saber.Fdo. Dres. ERNESTO A. PANGIA – ADOLFO PRUNOTTO LABORDE – ELENA RAMON (JUECES DE CÁMARA) - Dr. JORGE C. BARONI (SECRETARIO).---------------------------------