La literatura de posguerra

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La literatura de posguerra
La Guerra Civil (1936-1939) supuso una fractura traumática en todos los ámbitos de la vida hispánica.
El desolado clima de los primeros años de posguerra contrasta con el rico ambiente cultural de la República. Entre 1940 y 1960 se distinguen dos etapas:
• Años cuarenta. La pobreza intelectual de los primeros años de posguerra se debe tanto a la muerte y
al exilio de numerosos escritores como al clima de censura, aislamiento y desconfianza hacia la cultura. En la década de 1940, conviven una literatura oficial triunfalista y otra de tono pesimista y existencial, a veces ligada al tema religioso.
• Años cincuenta. Con la guerra fría, España empieza a salir del aislamiento y se incorpora a algunos
organismos internacionales. El incipiente desarrollo turístico e industrial conlleva cierta recuperación económica y cambios en los estilos de vida, como las migraciones de los campesinos a las ciudades, la difícil inserción de estas personas en los suburbios urbanos, etc. Al mismo tiempo, en
círculos obreros y universitarios, los jóvenes que han vivido la guerra siendo niños o adolescentes
consideran la contienda y el país desde otra perspectiva. En este sentido, aparecen actitudes críticas
respecto al poder y a la división social entre vencedores y vencidos. A mitad de la década, la literatura realista y testimonial recoge esta nueva sensibilidad, ya que muestra la realidad conflictiva y un
compromiso social.
I. LA LÍRICA
0. Los años treinta
Como ya hemos visto, en la década de 1930, coincidiendo con el surrealismo, la lírica se rehumaniza y
deriva hacia el compromiso. Esta tendencia se acentúa durante la guerra, período en que la poesía alcanza
una gran actividad como arma de propaganda política en las abundantes revistas poéticas, colecciones de
lírica y antologías. En la zona republicana, destacan Antonio Machado, León Felipe, Alberti y Miguel
Hernández. En la zona franquista, hay que mencionar a Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Torrente Ballester, José Ma. Pemán y Eduardo Marquina, entre otros.
Al acabar la contienda, las ausencias en el panorama poético son especialmente significativas:
• Unamuno y García Lorca murieron en 1936; Antonio Machado, en 1939, y Miguel Hernández murió
poco después, en 1942, en presidio.
• Se exiliaron Juan Ramón Jiménez, Salinas, Guillén, Alberti, Cernuda, León Felipe, etc. Buena parte
de su obra se crea en el destierro y, a menudo, tratan el tema del exilio.
• Permanecieron en España algunos componentes de la Generación del 27, como Dámaso Alonso,
Vicente Aleixandre y Gerardo Diego, que escriben obras fundamentales en la posguerra. Junto a ellos, se
encuentra la Generación del 36, un grupo de poetas que comenzaron a escribir en los años treinta y que
en 1939 estaban en plena madurez. Algunos de sus componentes se convierten en los máximos representantes de la poesía del momento.
1. La poesía de los años cuarenta. La Generación del 36
Componen la Generación del 36 los poetas nacidos entre 1909 y 1922, formados en una época de especial florecimiento poético, que se extiende desde principios de siglo (Rubén Darío, Machado, Juan Ramón
Jiménez) hasta el brillante Grupo del 27. Por su edad, vivieron la guerra en plena juventud y la mayoría
luchó en uno u otro bando, de ahí que también sean llamados Generación escindida.
Tras la guerra, se marcan las dos grandes tendencias poéticas representativas de los años cuarenta: la
poesía arraigada, de carácter neoclasicista, y la poesía desarraigada o existencial, de tono trágico y
expresión sencilla.
a) La poesía arraigada
La lírica de la Generación del 36, recogida en las revistas Escorial y Garcílaso, es la más representativa de la poesía arraigada, es decir, aquella que crece y se nutre sin angustia en un mundo que consideran
armónico y ordenado. Sus componentes se llamaban a sí mismos Juventud Creadora y aspiran a la serenidad clásica renacentista o garcilasista, pero frecuentemente adquieren un tono frío y academicista. Valoran las formas clásicas, como el soneto, y tratan el tema amoroso, religioso y patriótico. Representan
esa línea Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Rafael Morales, poetas que, en general, evolucionan hacia una poesía intimista y familiar.
b) La poesía existencial o desarraigada
Dámaso Alonso fue quien acuñó el término y lo explicó de la siguiente manera: los poetas desarraigados son como el árbol cuyas raíces han sido arrancadas de la tierra, y que sufre al no tener sustento. Su
lírica, de tono trágico existencial, manifiesta el disgusto, la angustia y la desesperación del ser humano
ante un mundo caótico. El tema religioso adquiere un tono existencial en las abundantes preguntas que el
poeta hace a Dios sobre el sentido del sufrimiento humano. En ocasiones, en esta poesía subyace un tono
social cuando expresa el sufrimiento colectivo.
La poesía desarraigada aparece hacia 1944 con Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y con las revistas
Espadaña (1944-1950), publicada en León; Corcel (1943), en Valencia, y Proel (1944), en Santander.
También se publica en 1944 Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre, de tono menos desgarrado pero
de concepción existencial.
El estilo de la poesía desarraigada se basa en un lenguaje directo, coloquial, duro, apasionado y con
imágenes tremendistas, en clara oposición a la estética serena y armónica del garcilasísmo. Emplean el
versículo de tono prosaico, aunque el soneto perdura en algunos poetas.
Representan esta tendencia Dámaso Alonso, Victoriano Crémer, Eugenio García de Nora, Angela Figuera, Carlos BousoñoJosé Luis Hidalgo y, en cierta medida, José Mª. Valverde y José Hierro.
2. La poesía social de los años cincuenta
En torno a 1950, la poesía existencial comienza a evolucionar hacia la poesía social: se pasa de expresar la angustia individual a manifestar la solidaridad con los demás.
En 1955 se publicaron dos libros que marcan la nueva poesía: Pido la paz y la palabra, de Blas de
Otero, y Cantos íberos, de Gabriel Celaya. Ambas obras abandonan el tono existencial y proponen una
lírica que sea testimonio de la realidad, que recoja los problemas del ser humano en su entorno. Es una
literatura de urgencias, y se considera un instrumento para transformar la sociedad mediante la denuncia
de la injusticia y la solidaridad con los oprimidos. Sus antecedentes se encuentran en la poesía humanizada de los años treinta (Alberti, M. Hernández y Neruda).
Los temas que trata la poesía social son los que afectan a la colectividad: la injusticia y la solidaridad; también se recupera el tema de España en reflexiones políticas sobre la sociedad hispánica.
El estilo es sencillo, cercano al lenguaje coloquial, a veces prosaico y muy expresivo, pues pretende
llegar a la inmensa mayoría. El lenguaje se supedita al contenido, que es el eje del poema.
El auge de la poesía social se produjo entre 1955 y 1960, época de enorme difusión, ya que se incorporaron numerosos poetas e, incluso, cantantes.
Los poetas sociales más destacados fueron Blas de Otero y Gabriel Celaya; ambos se habían dado a
conocer en la revista Espadaña, donde publicaron una poesía existencial. Otros poetas se incorporaron a la
poesía social procedentes de la lírica existencial de los años cuarenta; es el caso de Crémer, García de Nora, Figue-ra. Ramón de Garciasol, Leopoldo de Luis, etc. La influencia de la poesía social se proyecta en
poetas más jóvenes de la Generación de los 50, como José Agustín Goytisolo.
LA NARRATIVA
0. Los años treinta
La novela de los años treinta, como los otros géneros, tiende a la rehumanización y al compromiso social. Representan esta tendencia un grupo de novelistas que se exilian en 1939 y que continúan escribiendo
al margen de la literatura que se hace en España, como Ramón J. Sender (Crónica del alba. Réquiem por
un campesino español),Max Aub (El laberinto mágico. La calle de Valverde), Francisco Ayala {Los usurpadores, Muertes de perro) y Rosa Chacel (Memorias de Leticia Valle, La sinrazón). Otros narradores
escriben toda su obra en el exilio, como Manuel Andújar {Vísperas).
1. La novela de la década de 1940
En la inmediata posguerra se hace evidente la ruptura de la natural evolución literaria. La novela no
puede enlazar con la narrativa social de los años treinta, prohibida por el franquismo, ni parece válida la
estética deshumanizada de los años veinte.
En ese panorama de desconcierto abundan tres tipos de narraciones, todas de estilo tradicional: la novela ideológica conservadora {La fiel infantería, de Rafael García Serrano), la novela realista clásica {Mariana Rebull, de Ignacio Agustí; Los apreses creen en Dios, de José María Gironella) y la novela
humorística, que tuvo un amplio público con autores como Wenceslao y Darío Fernández Flórez.
En la década de 1940, las novelas que se alejan de esas tendencias y marcan el inicio de una nueva narrativa son casos aislados: Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte, 1942) y Carmen Laforet
(Nada, 1944). Ambas obras comparten el tono sombrío y existencial que contrasta con el triunfalismo o
la actitud evasiva, general en la narrativa de la época. A estas nuevas voces se unen poco después las de
Miguel Delibes y Ana Ma. Matute, novelistas que también reflejan el desolado mundo de la posguerra
desde una perspectiva pesimista y existencial; por eso abundan en sus narraciones los personajes desorientados, tristes y frustrados.
Camilo José Cela (1916-2002)
Nació en Padrón (A Coruña) y empezó los estudios de
medicina. Participó en la Guerra Civil, en el bando franquista. En la inmediata posguerra fue funcionario y, según
explica el propio Cela, en los ratos de ocio de su trabajo
funcionarial escribió La familia de Pascual Duarte; el éxito
de esta obra le permitió dedicarse a la literatura con gran
éxito. Recibió el premio Nobel en 1989. Cela fue autor de
poesía, libros de viajes, relatos breves, diccionarios secretos y, sobre todo, de novelas. Toda su obra refleja un profundo pesimismo, aspecto que lo asemeja a Baroja. Su
actitud es la de un espectador distanciado y burlón, con un
humor negro, amargo, desgarrado y cruel. Sin embargo, a
veces manifiesta ternura por algunos seres desvalidos y
adopta un tono lírico. Ofrece una visión deformada del
mundo, cercana al esperpento de Valle-Inclán.
Su estilo se caracteriza por la riqueza expresiva, patente
en la descripción de tipos y ambientes. También se distingue por su afán de experimentar nuevas técnicas narrativas.
En su trayectoria se aprecian varias épocas:
• La familia de Pascual Duarte (1942) es un relato tremendista, por su truculencia;
narra un cúmulo de crímenes y atrocidades, que parecen
verosímiles por el tipo de protagonista (una persona disminuida intelectualmente) y por el ambiente que refleja (un
mundo bárbaro y primitivo). La crudeza de la obra provoca
una polémica en torno al tremendismo y el pesimismo existencial de Cela, que contrastaba con la narrativa triunfalista
predominante. La línea existencial continúa en obras como
Pabellón de reposo, novela más tradicional, y Viaje a la
Alcarria, su primer libro de viajes.
• La colmena (1951) inicia la etapa de realismo social y
de renovación formal. El aspecto más original de la novela
es el personaje colectivo (salen unos trescientos personajes), la condensación temporal (dos días) y su carácter de
novela abierta (sin argumento ni final). En conjunto, ofrece una visión panorámica del vivir colectivo, en dos días
de invierno del Madrid de 1942. Presenta una visión pesimista y predomina una actitud objetiva, ya que el autor
describe desde fuera ese mundo. Se trata de una novela
abierta, como la vida real; ese recurso intensifica el tema de
la obra, pues refleja la incertidumbre de los destinos
humanos. La colmena es una novela social porque es un
testimonio de la insolidaridad, la impotencia y la alienación
del pueblo en la posguerra; pero también resulta una obra
existencial por su tremendo pesimismo y porque refleja el
desamparo humano.
• Evolución hacia el experimentalismo. A finales de los
años sesenta. Cela intensifica la experimentación de nuevas técnicas narrativas en obras como San Camilo 1936, un
monólogo interior esperpéntico; Oficio de tinieblas y Cristo
versus Arizona.
Miguel Delibes (1920)
Nació enValladolid, donde empezó a escribir como periodista y durante algunos años dirigió El norte de Castilla.
De vida y personalidad sencilla, se mantiene al margen de
polémicas y modas, y ha ido construyendo una sólida obra.
Su ingreso en la Real Academia, en 1974, sólo significó el
reconocimiento oficial de un narrador que ya era valorado
por la crítica y por un amplio público.
Toda la narrativa de Miguel Delibes tiene un tono ético
y humanista de base cristiana, que combina con el amor a
la naturaleza y el rechazo a la deshumanización, al materialismo y al consumismo. En su obra abundan los personajes indefensos y los ambientes humildes: los niños, los
viejos, la vida en el campo, la pobreza de los pueblos y del
paisaje castellano.
Su estilo se mantiene siempre dentro de la sencillez,
pues supedita la técnica a los contenidos: para el autor, lo
importante es lo que se dice, no cómo se dice. Sin embargo,
esta concepción no ha impedido que, a lo largo de su extensa obra, haya ido experimentando nuevas técnicas.
En su trayectoria se distinguen las siguientes etapas:
• Se inicia con La sombra del ciprés es alargada, premio Nadal de 1947; esta obra trata dos temas recurrentes en
Delibes, la infancia y la muerte. Más conseguidas son las
obras que combinan el tono crítico y elementos líricos: El
camino, sobre la infancia y la vida en el campo; La hoja
roja, que presenta la perspectiva de un jubilado, y Las ratas, donde muestra la dura vida de un viejo y un niño en un
pueblo castellano.
• Cinco horas con Mario (1966) aparece en un momento
en que están de moda las experimentaciones formales. Se
considera la mejor novela de Delibes porque conjunta la
preocupación ético-social y la renovación formal. Presenta la historia desordenadamente e incorpora el monólogo
interior de un personaje. Carmen, una mujer que va recordando su vida mientras vela a su esposo muerto. Carmen
representa un conservadurismo clasista, mientras que su
esposo, Mario, es un intelectual con preocupaciones sociales y existenciales. De la incomprensión entre ambos personajes surge la crítica irónica a las clases medias provincianas.
• Posteriormente, Delibes hace una parodia de la deshumanización del individuo moderno en Parábola del naufrago. Más tarde, recupera los temas y las formas anteriores
en El príncipe destronado, y combina experimentalismo y
denuncia en Los santos inocentes.
2. La narrativa de la década de 1950
En los años cincuenta, la novela abandona la visión existencial y recoge las nuevas preocupaciones
sociales, como ocurre en los otros géneros.
Ya en 1951, el realismo social que aparece en La colmena se manifiesta asimismo en La noria, de
Luis Romero. Ambas obras también coinciden en presentar a un amplio personaje colectivo: la de Cela
refleja el Madrid de la posguerra, la de Romero, la Barcelona de la época.
En 1954, el tono crítico y testimonial alcanza su auge; se publican obras de Ana Ma. Matute (Pequeño teatro) y de otros jóvenes narradores que comienzan: Ignacio Aldecoa {El fulgor y la sangre),
Jesús Fernández Santos (Los bravos) y Juan Goytisolo (Juegos de manos). A ellos les siguen Rafael
Sánchez Ferlosio (El Jarama), Carmen Martín Gaite (Entre visillos), Juan García Hortelano (Nuevas amistades), etc.
El tema de la novela de los años cincuenta es la propia sociedad española: la dureza de la vida en el
campo, las dificultades de la transformación de los campesinos en trabajadores industriales, la explotación del proletariado y la banalidad de la vida burguesa.
El estilo de la novela realista es sencillo, en el lenguaje y en la técnica narrativa, pues se pretende llegar a un amplio público. Además, la técnica se supedita a los contenidos testimoniales o críticos.
Tendencias del realismo social: objetivismo y realismo crítico
Dentro del realismo social, se han señalado dos corrientes: el objetivismo y el realismo crítico.
• El objetivismo, o realismo objetivo, presenta la realidad desde una perspectiva neutral, pues entiende la novela como un testimonio de la época. Sigue la teoría conductista o behaviorista, según la cual,
la literatura sólo debe recoger las acciones y palabras de los personajes y los ambientes, como una cámara de filmar, sin explicar los pensamientos de aquéllos. La novela objetivista se caracteriza por los siguientes aspectos: el autor no aparece en la obra; se limita la importancia del protagonista (que está
descrito por sus rasgos externos), o bien aparece un protagonista colectivo; se concentra el tiempo y el
espacio, y es una novela sencilla de estructura y estilo. Representan este tipo de narrativa Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Juan García Hortelano y, sobre todo, Rafael
Sánchez Ferlosio (ElJarama).
• El realismo crítico es, a menudo, una evolución del objetivismo. Así pues, pretende denunciar de
forma más explícita las injusticias sociales. El escritor asume un compromiso con la realidad, ya que
intenta transformarla, siguiendo las teorías de Jean-Paul Sartre y del neorrealismo italiano. Apoyaban
esta tendencia las editoriales Seix y Barral y Destino, así como el crítico José María Castellet en La hora
del lector (1958). Las obras enmarcadas en el realismo crítico suelen presentar personajes-tipo, es decir, representativos de su clase, antes que seres individualizados. Autores destacados de esta narrativa
fueron Jesús López Pacheco (Central eléctrica). Lauro Olmo (Ayer, 27 de octubre),Luis Goytisolo (Las
afueras). Armando López Salinas (La mina), Alfonso Grosso (La zanja) y José Manuel Caballero Bonald (Dos días de septiembre).
EL TEATRO
0. El teatro de la década de 1930 y del exilio
En los años treinta, antes y durante la Guerra Civil, surge un teatro de circunstancias, un teatro propagandístico de contenido social y político. En la zona republicana destacan Rafael Alberti, Miguel
Hernández, MaxAub y Ramón J. Sender; en la zona franquista hay que mencionar a José Ma. Pemán y
Eduardo Marquina.
En el exilio escribieron numerosos dramaturgos, como Alejandro Casona y Max Aub, además de los
poetas-dramaturgos de la Generación del 27, es decir. Salinas y Alberti.
• Alejandro Casona escribe un teatro poético que ya triunfaba antes de la guerra {La sirena varada o
Nuestra Natacha). En 1962 volvió a España, con motivo del estreno de su mejor obra, La dama del alba,
de 1944.
• Max Aub se había iniciado como vanguardista y, durante la guerra, su literatura es de carácter comprometido. Pero sus mejores dramas políticos los escribe en el exilio mexicano: Morir por cerrar los
ojos. El rapto de Europa y No, en torno al tema de la tragedia colectiva de las guerras.
En conjunto, el teatro de los primeros años de posguerra es bastante pobre, sobre todo si se compara
con el desarrollo que el género adquiere en otros lugares. Está marcado por la ausencia de dramaturgos insustituibles, comoValle-Inclán, Lorca, Muñoz Seca y Miguel Hernández, muertos en esos años, y
por el exilio de los autores citados. A ello se suman otros factores determinantes, como la censura, el
aislamiento cultural y la dependencia respecto a los intereses empresariales (en los años cuarenta
numerosas salas teatrales se convierten en cines).
1. Tendencias teatrales en los años cuarenta
En la inmediata posguerra, los géneros dominantes son la comedia de entretenimiento o evasión y el
drama ideológico, que viene a justificar el orden establecido. En ambas corrientes triunfan Jacinto Benavente,José M.a Pemán, Joaquín Calvo Sotelo y Juan Ignacio Luca de Tena. Esas dos tendencias muestran el germen de las dos corrientes del teatro posterior:
• El teatro humorístico, con Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
• El drama ideológico, con Antonio BueroVallejo y Alfonso Sastre.
a) El teatro humorístico
El teatro cómico de la posguerra surge en torno a un grupo de humoristas relacionados con la revista
La Codorniz, publicación satírica que empleaba un humor bastante intelectualizado: entre ellos destacan
Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Tono -A. Lara-, A. de Laiglesia, etc. Su teatro aprovecha las posibilidades cómicas del lenguaje (equívocos y juegos de palabras disparatados) y esconde, a menudo, una
visión amarga y escéptica de la realidad.
• Jardiel Poncela es novelista y dramaturgo reconocido desde antes de la guerra. Entre 1939 y 1949
es el único autor valioso que estrena de forma regular y con éxito. Su teatro se basa en un humor disparatado, irónico, antisentimental y futurista, de raíz vanguardista. Concibe el teatro como el reino del
absurdo; encadena situaciones inverosímiles, con personajes atípicos y diálogos humorísticos muy
intelectualizados que traslucen una visión crítica de la realidad. Pero los críticos le atacaron ferozmente
por la falta de componentes psicológicos, sociales y morales. Entre sus obras destacan Cuatro corazones
con freno y marcha atrás, Eloísa está debajo de un almendro. Los ladrones somos gente honrada...
• Miguel Mihura escribió teatro y guiones de cine; también fundó y dirigió La Codorniz. En 1952 estrenó Tres sombreros de copa, escrita en 1932, que logró el éxito entre un público joven universitario.
Su humor se basa en la dislocación del lenguaje, lejos del humor casticista dominante en los escenarios. Además, expone una visión diferente de la sociedad, por su simpatía hacia unos personajes libres
de prejuicios y marginales, enfrentados con un mundo cursi y convencional, que representa el orden y la
decencia. Los personajes grotescos y el lenguaje vanguardista relacionan a Mihura conJardiel Poncela y Gómez de la Serna; por otro lado, la visión crítica de la sociedad recuerda el teatro del absurdo de
Beckett o lonesco. Otros títulos que merecen destacarse son El caso de la señora estupenda y Maribel y
la extraña familia.
b) Del drama ideológico al teatro realista social
Al igual que en los otros géneros, en el teatro de los años cuarenta aparece una corriente existencial
que evoluciona hacia el realismo social en la década de los cincuenta. Sus máximos representantes son
Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre. El estreno de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, en
1949, y de Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, en 1953, marcan el punto de partida de esta
tendencia que será la dominante en la década de 1950.
Antonio BueroVallejo (1916-2000)
En 1949, Historia de una escalera ganó el premio de
teatro Lope de Vega, e inició el teatro de testimonio y
compromiso, que plantea los conflictos de la sociedad de
su tiempo; es decir, muestra la realidad de la posguerra,
pues pone en escena al pueblo bajo con sus problemas,
mientras que, al mismo tiempo, ignora la realidad oficial.
A partir de entonces, BueroVallejo escribió y estrenó
con éxito. En su teatro predominan las obras realistas, de
un realismo psicológico al estilo de Ibsen, pues presentan
caracteres problemáticos en su proyección social. Algunas de sus mejores obras combinan el realismo y el experimentalismo (El tragaluz), otras son de carácter histórico,
como Las meninas, sobre Velázquez; El sueño de la razón,
centrada en la figura de Goya, o Un soñador para un pueblo, en torno a Esquilache. En otras piezas incluye la fantasía (Irene y el tesoro}. Finalmente, escribió un teatro en
torno a la tortura y la culpa (La doble historia del doctor
Valm.).
El teatro de Buero alcanza unidad y coherencia por su
tono ético, así como por la carga de inquietud que renueva
y dignifica la escena. Su obra plantea problemas fundamentales del ser humano y transmite esa inquietud al espectador. La búsqueda de la verdad aparece como objetivo
ineludible; por eso crea un clima de desasosiego, un mundo trágico, pero fundado en la esperanza humana.
Alfonso Sastre (1926)
Pertenece a la generación que no hizo la guerra y que se
formó tras ella. Es el máximo representante del teatro social, paralelo a la poesía y a la novela testimonial y realista de la década de 1950.
Se da a conocer como teórico en artículos de periódicos
y revistas especializadas, donde defiende un teatro social,
de denuncia y protesta, que sea un instrumento agitador y
transformador de la realidad. En su obra domina el tema de
la opresión y predomina el aspecto social sobre el individual. Títulos significativos son: Escuadra hacia la muerte.
La mordaza, Guillermo Tell tiene los ojos tristes y La sangre y la ceniza —o Diálogos de Miguel Servet.
Evolución del realismo social
A finales de los años cincuenta y en los sesenta continúa haciéndose un teatro crítico. A los ya citados Buero Vallejo y Alfonso Sastre, se añade una nueva generación: Carlos Muñiz, Lauro Olmo, Martín
Recuerda, Rodríguez Méndez, Rodríguez Buded y, en parte, Antonio Gala. La mayoría mantiene el espíritu del realismo crítico, pero se alejan de la estética realista, ya que tienden a un teatro más alegórico,
expresionista o de farsa.
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