Está comprometido conmigo Dan Roselle Llevaba

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Está comprometido conmigo
Dan Roselle
Llevaba aproximadamente una semana intercambiando correos electrónicos con Matt sobre un
negocio que tenemos en común cuando quedamos para vernos en una cafetería Starbucks y discutir el
asunto personalmente.
Siempre he creído tal y como afirma la Biblia que «por el Señor son ordenados los pasos del
hombre»1. La Biblia de las Américas declara lo mismo. No sé cómo interpretarán otras personas este
versículo, pero para mí significa que si manifiesto en mi vida los frutos del Espíritu —amor, gozo, paz,
paciencia, bondad, mansedumbre, templanza, etcétera—, Jesús me guiará en Su camino2. Y hace poco he
descubierto que eso es exactamente lo que el Señor está obrando en mi vida. Quizás te parezca una simple
coincidencia, pero para mí es una prueba fehaciente de que Jesús no solo me conoce, sino que escucha
mis plegarias —hasta las más sencillas—, que está a mi lado y se involucra en mi vida más de lo que jamás
me podría imaginar.
Aquel día en cuestión, mientras entraba en Starbucks elevé una rauda oración pidiendo al Señor
que pudiera reconocer rápidamente a Matt. No tenía ni la más remota idea de cómo era físicamente y no
habíamos ideado ninguna clave para reconocernos mutuamente. Se me ocurrió que podía quedarme de
pie junto al mostrador desde donde podía observar a todos los clientes en el abarrotado local y ver si
alguno me miraba. Entré, pero justo cuando pasaba por delante del camarero, éste llamó a Matt para
informarle que su café con leche estaba listo. Matt se puso de pie para recoger su bebida, y estaba justo a
tan solo un metro enfrente de mí.
—¡Matt! —dije, mientras le extendía la mano y nos presentábamos. Ambos quedamos asombrados
ante tamaña coincidencia. Tomamos asiento y conversamos por un buen rato. Cuando concluimos de
hablar de nuestros negocios, comenzó a contarme acerca de su vida, los estudios que había realizado y que
se había graduado del bachillerato en Alemania. Le pregunté la razón de hacerlo en dicho país. Me contó
que su padre era militar y tras retirarse del ejército se ordenó pastor y pasó bastantes años en Alemania
como misionero.
—¡Qué interesante! —repuse—, yo también he sido misionero durante cuarenta años.
Mientras conducía mi auto de regreso a casa, pensé en lo asombroso que había sido que el Señor
programara el momento exacto para conocernos. Obviamente, se trataba de la respuesta a una plegaria,
pero también me mostró que el Señor conoce mis pensamientos, ordena mis pasos y se involucra
personalmente en mi vida. Me encanta este tipo de sucesos. Me apasiona pensar que Jesús disfruta
encargándose de detalles así para volver mi vida más amena. Cuando ocurre algo inesperado, me recuerda
que Dios está al control de mi vida y, tal y como afirma el versículo anterior, Él es quien ordena mis pasos.
Me puse a meditar en aquel pasaje de la Biblia donde los pasos de cierta persona fueron
ordenados por el Señor. Después de que Jesús resucitara, Felipe, uno de Sus discípulos, estuvo
predicando y obrando algunos milagros portentosos en Samaria. (En Hechos 8:5 encontrarás el relato
completo.) Después de conquistar muchas almas para el Señor y sanar a multitud de enfermos en las
aldeas y pueblos circundantes, un ángel le dijo que saliera de Samaria y se dirigiera a un camino desierto
cerca de Jerusalén. ¿Crees que se puso a discutir con el ángel diciéndole: «Oiga, Sr. Ángel, acabo de
comenzar un ministerio aquí en Samaria. Se han salvado miles de almas, multitudes de enfermos han sido
sanados y todo va viento en popa. Creo que este lugar va a quedar patas arriba. Así que ¿por qué no
dejamos este «paseo por el desierto» para dentro de un par de meses?» No fue así. La Biblia narra que
inmediatamente se levantó y se fue. Parece que no tuvo la más mínima duda al respecto.
De Samaria al desierto había una distancia de unos ciento sesenta kilómetros. Para la mayoría de
nosotros, eso no suena tan lejos. Sin embargo, ya es otra cosa si tenemos en cuenta que en aquella época
las personas solían viajar por aquellos terrenos montañosos a pie o a lomo de un burro. Hasta les podía
tomar varios meses alcanzar su destino. La Biblia no especifica cuánto tiempo Felipe pasó en el desierto o
a qué se dedicaba mientras tanto; solo dice que en el camino se encontró con un importante funcionario
etíope, algo así como el ministro de economía de la reina de Etiopía.
Este dignatario había subido a Jerusalén a adorar a Dios y regresaba leyendo el libro de Isaías,
tratando de comprender ciertas escrituras. (Tal vez recuerdes que se trata del mismo libro que Jesús leyó
en la sinagoga en Lucas 4:17.) Mientras su carruaje pasaba junto a Felipe por el camino, éste recibió el
mensaje que estaba aguardando. El Espíritu le dijo a Felipe: «Acércate y júntate a ese carro». Así que
Felipe corrió hacia él y escuchó como el hombre leía el capítulo 53 del libro de Isaías, justo en el párrafo
que habla sobre la crucifixión de Jesús. «¿Entiendes lo que lees?», preguntó Felipe. «¿Y cómo podré —
replicó el hombre— si alguno no me enseñare?», y a continuación invitó a Felipe a subir a su carro y a que
se sentara con él.
Si conoces este pasaje sabrás que un poco más adelante el ministro de economía aceptó a Jesús
como su salvador y pidió ser bautizado. ¡Qué relato más asombroso! Y la historia hace eco de que Etiopía
fue uno de los primeros países que abrazaron la fe cristiana. Quizás lo que encendió la chispa fue este
hombre influyente del gobierno que de vuelta en su país compartió con sus compatriotas lo que le enseñó
Felipe. La moraleja de esta historia es: «Por el Señor son ordenados los pasos del hombre». Felipe
obedeció el mandato del ángel, al igual que obedeció cuando años antes le llamó Jesús para que le
siguiera3. Y gracias a su obediencia, Dios se aseguró de que se encontrara en el momento preciso y en el
lugar oportuno para transformar una vida.
No hace mucho tiempo, mi esposa y yo nos encontrábamos en un viaje de negocios y nos alojamos
un par de noches en un hotel. Tras una larga jornada de trabajo, darnos un chapuzón en la piscina del
hotel resultaba de lo más tentador. Como había olvidado mi traje de baño en casa, fui a comprar un par de
bermudas en una tienda cercana. Al ponérmelas, encontré en el bolsillo un objeto de lo más peculiar. Las
bermudas eran de la marca Billabong (una marca australiana) y aquel artilugio parecía una combinación
de varias cosas. Ni mi esposa ni yo teníamos idea de qué se trataba y pensé preguntar a algún joven por si
podía darnos alguna pista. En realidad, no diría que fue una oración, más bien un pensamiento curioso.
Para mi sorpresa, al entrar al ascensor, coincidí con otro hombre que me saludó cordialmente.
Pensé que sería australiano, por su acento. Mientras conversábamos descubrí que, efectivamente, así era y
estaba en la ciudad por cuestiones de trabajo. Rápidamente saqué el objeto del bolsillo para preguntarle
de qué se trataba. Con su encantador acento, me explicó que aquel tipo de «peine» servía para encerar la
tabla de surf. Aunque sentía curiosidad por saber de qué se trataba aquel artefacto, lo más sorprendente
fue cómo el Señor planeó aquel breve encuentro en un sitio tan peculiar a fin de satisfacer mi curiosidad.
¿De veras yo necesitaba una explicación? Pues en realidad, no, pero me hizo sentir más íntimamente la
presencia del Señor, ya que Él era el artífice de aquel encuentro providencial.
Claro que este suceso en particular no tiene punto de comparación con algunos de los relatos de la
Biblia donde Dios planeó las cosas para valerse poderosamente de ciertas personas. Por ejemplo, uno de
ellos fue David. En primera de Samuel 17:17, narra que el padre de David le mandó llevar provisiones a
sus hermanos que estaban luchando contra los filisteos. David obedeció a su padre, cargó su borrico con
viandas y se dirigió al campo de batalla. Mientras estaba allí vio a Goliat, escuchó sus amenazas y se
ofreció como voluntario para pelear contra él. Ya conocemos el resto de la historia. David simplemente
obedeció a su padre y llevó a cabo la humilde tarea de llevar vituallas a sus hermanos mayores, y Dios se
encargó del resto.
Seguramente ya conoces la narración que se encuentra en el tercer capítulo del libro de Hechos
cuando Pedro y Juan sanaron al hombre cojo. Tras la ascensión de Jesús a los cielos, los discípulos fueron
bautizados con el Espíritu Santo tras aguardar cuarenta días en el aposento alto. Luego se pusieron a
predicar como locos y muchos enfermos fueron sanados, y toda Jerusalén fue testigo de los milagros que
obraron. Cada día se dirigían al templo para orar y predicar 4, por lo que suponemos que habían pasado un
sinfín de veces por aquel camino. Si la Biblia dice que todos los días este hombre se sentaba a mendigar a
la puerta del templo, ¿por qué ese día en particular Pedro y Juan se fijaron en él? Seguramente, Pedro y
Juan habían pasado junto a él en infinidad de ocasiones. ¿Les había pedido limosna antes? ¿Qué tenía de
diferente esta vez?
Dudo mucho que Pedro y Juan se levantaran aquella mañana pensando:
«Que día tan espléndido para obrar un portentoso milagro. Salgamos a curar a alguien y a hacer todo un
espectáculo en la puerta del templo». Lo más probable es que salieran como siempre, a encargarse de sus
asuntos, y después del almuerzo —la Biblia dice que eran cerca de las tres de la tarde— se dirigieron al
templo para orar con el resto de creyentes.
Cuando el hombre cojo vio a Pedro y Juan les pidió una limosna. Y ahí fue que Pedro pronunció
aquellas famosas palabras: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda»5. Aquel día no solo ocurrió un asombroso milagro, sino que se extendió una
corriente eléctrica que reunió a multitudes que se congregaron, tras enterarse de lo ocurrido, para
escuchar a Pedro y Juan predicar un poderoso mensaje sobre Jesús. Y así, de nuevo, en un común y
corriente, Dios guió los pasos de dos hombres piadosos para que se personaran en el lugar correcto en el
momento oportuno y llevaran a cabo Su voluntad.
Ya sé que los sucesos tan sencillos que me han ocurrido no son comparables con los que les
acontecieron a Felipe, el rey David, Pedro y Juan. Sin embargo, son esos simples detalles los que me
recuerdan que Jesús está muy cerca de mí y se involucra personalmente en mi vida. Atesoro esos
momentos y reconozco que son prueba irrefutable de que vela por mí y conoce mis más íntimos
pensamientos. Y todo eso hace que lo ame cada vez más.
Y tú ¿qué? ¿Llevas la vida que Jesús desea para ti? ¿Te esfuerzas por ser cariñoso, amable, gentil,
alegre y considerado? Si es así y lo amas con todas tus fuerzas, puedes estar seguro de que Él ordena tus
pasos, te guía y se involucra activamente en tu vida.
Notas a pie de página
1 Salmo 37:23 Reina Valera.
2 Gálatas 5:22—23.
3 Juan 1:43.
4 Hechos 2:46
5 Hechos 3:6 Nueva Versión Internacional
Traducción: Victoria Martínez y Antonia López.
© La Familia Internacional, 2011
Categoría: oración, confiar en Dios, guía divina
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