Europa, 1900-1945

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Historia de Europa Oxford
Editor de la colección: T. C. W. Blanning
Historia de Europa Oxford
Editor de la colección:
T. C. W. Blanning
PLAN DE LA OBRA:
La Grecia clásica (publicado)
Robin Osborne
Europa, 1900-1945
Los romanos (pub!. prevista: 2004)
f. Bispham
La alta Edad Media (publicado)
Rosamond McKitterick
El cenit de la Edad Media (pub!. prevista: 2004)
DavidPower
La baja Edad Media (pub!. prevista: 2004)
Malcolm Vale
Edición de Iulian Iackson
Traducción castellana de
Luis Noriega
El siglo XVI (pub!. prevista: 2004)
Evan Cameron
El siglo XVII (publicado)
Iosepti Bergin
El siglo XVlIl (publicado)
T. C. W. Blanning
El siglo XIX (publicado)
T. C. W. Blanning
Europa, 1900-1945 (publicado)
[ulian [ackson
Europa desde 1945 (publicado)
Mary Fulbrook
CRÍTICA
Barcelona
Prefacio del editor de la colección
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos,
Potocomposición: Pacmer, S. A.
© Oxford Uníversity Press 2002
Europe, 1900- 1945 was originally publisbed in English in 2002.
'I'his translation is published by arrangement with Oxford University Press.
Europa, 1900-1945 se publicó originalmente en inglés en 2002. Esta traducción
se publica por acuerdo con Oxford University Press.
© 2003 de la traducción castellana para España y América:
CRITrCA, S. L.
Diagonal, 662-664
08034 Barcelona
e-mail: editorfalwed-cntica.es
http://www.ed-critica.es
ISBN: 84-8432-433-8
Depósito legal: M. 5479-2003
Impreso en España
2003. - BROSMAC, S. L., Polígono Industrial, 1, Calle C, Móstoles (Madrid)
Escribir una historia general de Europa es una tarea que presenta muchos
problemas, pero lo más dificil, sin duda, es conciliar la profundidad del
análisis con la amplitud del enfoque. Todavía no ha nacido el historiador
capaz de escribir con la misma autoridad sobre todas las regiones del continente y sobre todos sus variados aspectos. Hasta ahora, se ha tendido a
adoptar una de las dos soluciones siguientes: o bien un único investigador
ha intentado realizar la investigación en solitario, ofreciendo una perspectiva decididamente personal del período en cuestión, o bien se ha reunido a un equipo de expertos para que redacten lo que, en el fondo, es más
bien una antología. La primera opción brinda una perspectiva coherente,
pero su cobertura resulta desigual; en el segundo caso, se sacrifica la unidad en nombre de la especialización. Esta nueva serie parte de la convicción de que es este segundo camino el que presenta menos inconvenientes
y que, además, sus defectos pueden ser contrarrestados, cuando menos en
gran parte, mediante una estrecha cooperación entre los diversos colaboradores, así como la supervisión y encauzamiento del director del volumen. De esta forma, todos los colaboradores de cada uno de los volúmenes
han leído el resto de capítulos, han analizado conjuntamente los posibles
solapamientos u omisiones y han reescrito de nuevo sus aportaciones, en
un ejercicio verdaderamente colectivo. Para reforzar aún más la coherencia general, el editor de cada volumen ha escrito una introducción y una
conclusión, entrelazando los diferentes hilos para formar una sola trenza.
En este ejercicio, la brevedad de todos los volúmenes ha representado una
ventaja: la necesaria concisión ha obligado a centrarse en las cuestiones
más relevantes de cada período. No se ha hecho el esfuerzo, por tanto, de
cubrir todos los ángulos de cada uno de los temas en cada uno de los países;lo que sí les ofrecemos en este volumen es un camino para adentrarse,
con brevedad, pero con rigor y profundidad, en los diferentes períodos de
la historia de Europa y sus aspectos más esenciales.
T. C. W. Blanning
Sidney SussexCollege
Cambridge
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EUROPA, 1900-1945
rantías de seguridad hizo posible el acercamiento franco-germano y abrió
el camino para la integración económica y política, diseñada para contener
tanto el poder alemán como el soviético. El miedo a otra guerra con armas
aún más poderosas apuntaló la paz, pero esa paz descansó sobre una compleja serie de acuerdos políticos y no solamente sobre los misiles nucleares.
Aunque ha habido trágicas excepciones (la más notable en la antigua Yugoslavia) y no hay razones para la autocomplacencia, hasta ahora los acontecimientos que han ocurrido desde la caída del muro de Berlín han subrayado la durabilidad de la reconstrucción después de 1945, incluso en
ausencia del sistema bipolar de grandes potencias que le dio lugar. La mayoría de los demonios internos del continente europeo son ahora materia
de pesadilla y no de la vida real.
2
La economía
James
comienzo del nuevo siglo fue una época de interconexión global (hoy
diriamos «globalizada»), en la que la integración y el progreso iban de la
mano. Al principio de su gran novela sobre el cambio de siglo, El Stechlin,
el novelista alemán Theodor Fontane describe el remoto lago que da título a la obra: «Todo aquí está en calma. Y sin embargo, de vez en cuando,
algo sucede. Cuando en algún sitio ahí afuera, en el ancho mundo, sea en
Islandia o en Java, comienza a retumbar, o cuando una nube de cenizas de
un volcán hawaiano se adentra en el océano Pacífico, entonces este lugar
cobra vida. Un chorro de 'agua se levanta y se hunde nuevamente en las
profundidades del lago». Fontane veía los cambios de su época con un
tono elegíaco y, en ocasiones, nostálgico. Era un hombre muy viejo. La
mayoría de sus contemporáneos eran mucho más optimistas, y miraban
«siempre adelante y arriba». No obstante, este mundo dinámico y seguro
de sí mismo estaba a punto de venirse abajo. Su desintegración destruyó la
creencia optimista en la cooperación más allá de las fronteras nacionales y
en el progreso humano.
Las bases de la integración
El mundo estaba integrado mediante la movilidad del capital, las mercancías y las personas. El capital se desplazaba libremente por estados y continentes. En buena medida, el comercio no tenía obstáculos, incluso en estados que en apariencia eran proteccionistas, como el imperio alemán. Pero
por encima de todo destaca la movilidad de las personas. Los individuos
no necesitaban pasaportes, y en Europa apenas había discusiones sobre
ciudadanía. Buscando libertad, seguridad y prosperidad -tres valores es-
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LA ECONOMÍA
EUROPA, 1900-1945
trechamente relacionados entre sí- personas de Europa y Asia dejaron
sus hogares y emprendieron viajes, a menudo incómodos, a pie, en tren o
a través del océano, en busca de una nueva vida y de nuevos destinos. Entre 1871 y 1915, treinta y seis millones de personas abandonaron Europa.
En los países que acogían esta inmigración, la afluencia supuso un crecimiento económico substancial. Al mismo tiempo, en los paises que los
emigrantes dejaban tras de si, su partida dio lugar a grandes aumentos de
la productividad a medida que desaparecían los (poco productivos) excedentes de población. Tales flujos aliviaron la terrible pobreza de países
como Irlanda o Noruega. Las grandes corrientes del capital, del comercio
y de las migraciones estaban relacionadas entre sí. Sin los flujos de capital
habría sido imposible construir las infraestructuras -ferrocarriles, ciudades- para los inmigrantes; y los nuevos centros urbanos crearon grandes
mercados para los productos de ingeniería europeos así como para bienes
de consumo, productos textiles, vestidos e instrumentos musicales.
Estos flujos interrelacionados ayudaron a asegurar un cierto nivel de
estabilidad económica global. Hace más o menos cuarenta años, el economista Brinley Thomas demostró de manera brillante la presencia de una
correlación inversa entre los ciclos económicos de Gran Bretaña y Estados
Unidos: la ínfima demanda en Gran Bretaña contribuyó a hacer del paso
al otro lado del Atlántico una opción más atractiva. Los nuevos inmigrantes estimularon la economía estadounidense y, por tanto, a su vez, las exportaciones británicas, lo que permitió que la economía británica se reactivase.
Este mundo integrado se parece mucho al nuestro, en el que se debate
apasionadamente sobre la «globalización». Los economistas que han intentado encontrar un fundamento estadístico para comparar esta primera
época de globalización con la nuestra quedan, por lo general, impresionados con elnivel que alcanzan las semejanzas. ¿Cómo podemos medir la integración internacional? Una forma es observar el tamaño de los movimientos netos de capital. En relación con el PNB, tanto las importaciones
como las exportaciones de capital eran mucho mayores que las actuales:
entre 1870 y 1890, Argentina importó una suma de capital equivalente al
18,7 por 100 de su renta nacional, y Australia al 8,2 por 100. Compárense
estas cifras con las de la década de 1990, donde a estas grandes importaciones de capital corresponden, respectivamente, unos exiguos 2,2 por 100
y 4 por 100. Las cifras para las exportaciones de capital son aún más espectaculares. En vísperas de la Gran Guerra, Gran Bretaña exportaba el
7 por 100 de su renta nacional. Después de 1945, no hay un solo país que
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Millones
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Países del sur y del este
de Europa: Rusia, Polonia,
Finlandia y los países bálticos
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Otros países
Europa occidental
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GRÁFICO 2.1. Migración bruta de europeos al extranjero, 1881-1939
Fuente: Ingvar Svennilson, Growth and Stagnation in the European Economy
(Ginebra, 1954).
se haya acercado a semejante nivel, ni siquiera Japón o la República Federal de Alemania anterior a 1989.
Las comparaciones en el ámbito del comercio no son menos dramáticas. Pese a todas las mejoras en los medios del transporte, la mayoría de
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países no volvieron a alcanzar los niveles de comercio del período anterior
a la guerra hasta la década de 1980. En la Gran Bretaña de 1913, las exportaciones representaban cerca del 30 por 100 de! PNB. EllO por 100 de Alemania en 1913)una cifra más bien baja, sólo se volvería a alcanzar en la década de 1970.
Sin embargo) las cifras no son los únicos indicadores del nivel de integración de los que disponemos. También podemos pensar en la estandarización de un mundo en el que los ferrocarriles de los países civilizados corrían sobre vías de un ancho de 1.435 milímetros (el hecho que el imperio
ruso eligiera un ancho de vía más amplio fue una temprana señal de que
no deseaba seguir el camino de Occidente)." Hubo además una estandarización de los productos que anticipó el apogeo de las hamburguesas
McDonalds como símbolos de la globalización. Todo un mundo se vestía
con un tipo de textiles de algodón baratos (e higiénicos) que habia sido
desarrollado originalmente en Manchester. Las mujeres cosían en casa con
las máquinas fabricadas por la compañía Singer.
Otro acercamiento a esta primera oleada de globalización mundial se
basa en un examen de las actitudes hacia el internacionalismo. El optimismo de la época nos puede servir como testimonio de su internacionalismo
o cosmopolitismo. En su momento, algunos analistas creyeron que la dinámica de la integración era tan grande que nada podría detenerla y) de
hecho) consideraron que ésta hacia imposible la guerra entre estados industriales altamente desarrollados. El escritor británico Norman Angell
formuló brillantemente esta idea atractiva aunque engañosa en un libro
publicado por primera vez en 1910) Lagrandeilusión. Los capitalistas pensaban que su versión del internacionalismo había hecho a los estados tan
dependientes del mercado de bonos que éstos no podían permitirse dar
ningún golpe a la confianza de los inversores. Los socialistas creían que la
existencia de un proletariado internacional consciente de sí mismo lograría frustrar los planes de los militaristas.
Lainterconexión supuso el desarrollo de formas complejas de organización social a medida que los gobiernos y las compañías iban dando respuesta al problema de cómo mantener el control a larga distancia. El surgimiento de las grandes corporaciones fue una respuesta a la expansión y el
crecimiento económicos del mundo anterior a 1914)y al mismo tiempo facilitó estos procesos. La aparición de la compañía implicó la sustitución de
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También España eligió un ancho de vía más amplio e idéntico al ruso. (N. del t.]
LA ECONOMíA
los mecanismos de control por el mercado. En vez de intentar determinar la
calidad de los productos que compraban a los proveedores) las compañías
procedieron a hacerse dueñas de ellos para imponer sus controles. De esta
forma) las compañías desarrollaron la concentración vertical: el control simultáneo por parte de proveedores y compradores de sus productos. Asíaparecieron gigantescos consorcios empresariales) especialmente en Estados
Unidos yAlemania. Hacia 1907.Ia firma alemana Krupp (acero)ingeniería
y municiones) tenía 64.300 empleados. Paísescomo Francia y Gran Bretaña)
donde las circunstancias socialesfavorecían a las empresas familiares, lo que
por lo general limitaba las posibilidades de expansión) descubrieron que sus
industrias perdían competitividad en relación con sus nuevos rivales.
Una institución semejante) en la que las acciones de miles de individuos
necesitaban ser controladas y coordinadas) tenía un precedente: el estado
y) en particular) el ejército. La primera organización comercial de envergadura capaz de rivalizar con el ejército fue el ferrocarril. Los ferrocarriles seguían siendo únicos en su complejidad y tamaño yen los problemas administrativos que planteaban: hacia finales de la primera guerra mundial, el
ferrocarril alemán era la empresa con más trabajadores del mundo. Las
empresas reconocieron su deuda con el estado cuando comenzaron a llamar a sus oficinistas Beamte o Privatbeamte: el Beamte era el funcionario
público) cuya pirámide organizativa había hecho posible ese milagro de ordenación social que constituye el estado moderno.
La gran corporación tenía una deuda doble con el estado: no sólo
tomó prestada su estructura, sino que también desarrolló una simbiosis
económica con él. En la Alemania imperial, la existencia de aranceles facilitó la formación de cárteles que controlaban los precios y las cantidades)
puesto que se dejaba abierta la posibilidad de que las empresas desarrollaran entre sí una estrategia cooperativa de doble fijación de precios: precios
internos más altos, protegidos por el régimen arancelario) y precios de exportación más bajos, para luchar por cuotas de mercado. Alemania) donde en 1895 había 143 cárte!es, tema 673 hacia 1910, momento en e! que
la Asociación de Productores de Arrabio, creada en 1897, y la Asociación
de Accrcrías, creada en 1904, dominaban el mercado de los productos centrales de la actividad industrial. Las industrias más nuevas del cambio de
siglo ~la química) la farmacéutica, la electrotécnica- se habían desarrollado a partir de una importante inversión pública en el sector educativo:
en institutos técnicos y en escuelas de comercio y de ingeniería.
El resultado del surgimiento de las grandes empresas bajo el protector
caparazón del gran estado convenció a muchos observadores de que la or-
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ganización estaba sustituyendo al mercado, o bien, de que la era de los comerciantes y negociantes estaba dando paso a la era de la burocracia. En
1915) el economista de orientación socialista Rudolf Hilferding formuló
una nueva teoría para describir esta nueva fase como «capitalismo organizado».
La primera guerra mundial
La primera guerra mundial reforzó esta lección. Una de las grandes y terribIes ironías del siglo xx es que un conflicto que fue iniciado por las élites
tradicionales al menos en parte como medida de control social (la idea era
que una «guerra breve y victoriosa» calmaría a la oposición política) demostró al final la viabilidad del socialismo. El modelo de aplicación exitosa del «socialismo de guerra» fue Alemania, incluso a pesar de que perdiera la guerra. Casi inmediatamente después de que estallara el conflicto, el
gobierno alemán creó dentro del ministerio de Guerra un Departamento
de Materias Primas, que bajo dirección de Walther Rathenau y Wichard von
Moellendorff comenzó a elaborar la planificación económica. La observación sistemática del mercado de trabajo, de los precios y los salarios, del comercio exterior y el crédito, permitieron una distribución de recursos más
racional quela que hada posible un mercado anárquico y sin coordinación.
Los demás países beligerantes no tardaron en comprender la necesidad de tomar medidas similares para construir una economía de guerra.
En 1916, el primer ministro británico, David Lloyd George, desechó los
compromisos con el liberalismo pasado de moda de sus predecesores con
la promesa de introducir un «nuevo colectivismo». Uno de los ministros
responsables de la guerra económica, sir E. H. Carson, advirtió que «la industria británica seria derrotada en un enfrentamiento mano a mano con
la alemana, que estaba organizada y contaba con el apoyo del estado», si
el gobierno continuaba aferrándose «con rigidez al viejo sistema dellaissez[aire y se negaba a aprender la lección de que en el comercio moderno,
como en la guerra, las asociaciones organizadas que persiguen una política firme tienen la capacidad de liberarse con rapidez de la competencia
no regulada de la empresa privada». El ministro de Comercio francés,
Etienne Clémentel, deseaba crear consejos económicos como los alemanes para que fijaran precios y se encargaran de la distribución de materias
primas.
LA ECONOMÍA
La guerra creó expectativas de redistribución y justicia social. Rathenau
sostuvo que el sacrificio de las trincheras no se podía recompensar con reducciones salariales durante la posguerra. Sin embargo, dado que en cada
país tales expectativas sobrepasaban con creces lo que se podía pagar con los
recursos nacionales, cuanto más se alargaba la guerra, mayor era la demanda
de unos términos de paz que -mediante reparaciones, indemnizaciones, cesiones territoriales o transferencias de patentes- compensaran las pérdidas
de la guerra. Uno de los legados de la guerra fue la creación de nuevos estados y nuevas fronteras. Los gastos en prestaciones sociales aumentaron. Para
muchos de los paises beligerantes,la posguerra supusola continuación de las
finanzas inflacionarias de tiempos de guerra. Gran Bretaña y Estados Unidos
tenían una cohesión social que les permitió estabilizar el presupuesto en
1920,aunque a costa de una importante crisis económica. En Europa central,
sólo Checoslovaquia siguió la misma estrategia, que era extremadamente impopular (en especial porque, al mismo tiempo, los países vecinos se apresuraban a depreciar sus monedas y se concentraban en lanzarse ala ofensiva como
exportadores). Alois Rasin, el ministro de Hacienda checo que había conseguido este «éxito», fue asesinado. En otros países como Austria, Alemania,
Hungría y Polonia, la inflación continuó aumentando a medida que los empresarios persuadían al gobierno para que permitiera precios administrados
más altos y los trabajadores exigían que también fueran más altos sus salarios. La inflación se convirtió en hiperinflación, y sólo se estabilizaron las distintas monedas hacia mediados de la década de 1920 a un gran coste (una vez
más, la depresión económica) y con la colaboración externa que prestaron
comités, préstamos internacionales y la recién creada Sociedad de Naciones.
Incluso para países que no sufrieron la hiperinflación, y que se estabilizaron
con tasas de cambio infravaloradas (como hizo Francia entre 1926 y 1928),
el camino hacia la estabilidad supuso un duro golpe politico.
Los países estabilizaban sus monedas sobre todo porque esperaban poder tener acceso a los mercados de capitales recién fortalecidos. Pero esos
mercados se encontraban en dificultades a causa de la complejidad internacional del problema de la financiación retrospectiva de la guerra (es decir, el sistema de deudas y de reparaciones de guerra). Al final, estos problemas tuvieron una influencia al menos' parcial en el colapso total de los
flujos de capital al comienzo de la década de 1930. Sin embargo, es demasiado simple sostener, como hace Peter Temin, que la Gran Depresión fue
simplemente el resultado de la primera guerra mundial.
La Gran Depresión es el acontecimiento central de la historia económica del siglo xx, y gran parte del resto del siglo se invirtió en procurar sa-
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car las lecciones adecuadas de un colapso económico de una magnitud
sin precedentes. La Depresión fue, en parte, consecuencia de estrategias
de protección contra las fuerzas de la integración internacional que habían sido formuladas ya, con significativo éxito, a finales del siglo XIX:
protección del trabajo y los aranceles, estado del bienestar, intervención
en los mercados de capitales. Pero la magnitud de los problemas que semejantes legislación y política proteccionistas estaban destinadas a resolver había crecido de forma inconmensurable con el legado de la primera
guerra mundial.
Las frágiles bases de la prosperidad
de la década de 1920
¿Habían acabado las armas, en agosto de 1914, con la creencia en el carácter inevitable del progreso económico y moral? Ciertamente era más dificil ser optimista) pero después de los horrores de la guerra también era dificil no sentir nostalgia del internacionalismo y de la seguridad del mundo
de la preguerra. La esperanza de quienes habían firmado la paz era una
«vuelta a la normalidad»: debían restaurarse las viejas certezas. Sin embargo) también había que afirmarlas e institucionalizarlas mediante organismos internacionales -el Covenant y la Sociedad de Naciones- y de tratados como el de Renuncia a la Guerra) concluido en 1926 por iniciativa
del secretario de estado de Estados Unidos, Frank Kellogg, y el ministro de
Asuntos Exteriores francés) Aristide Briand. Tal marco permitiría que los
mercados funcionaran) y de hecho el flujo internacional de capital se reanudó. El artista alemán George Grosz, en una caricatura memorable) mostró al dólar como el sol que calentaba el continente europeo. Las migraciones se reanudaron) y se asumió que éstas y los mercados construirían la
paz: los observadores de la década de 1920 se sorprendieron) por ejemplo)
al comprobar cómo la dependencia de las importaciones de capitales extranjeros convertía incluso a personalidades excéntricas, destructivas y beligerantes como el líder italiano Benito Mussolini en hombres de estado
responsables e incluso pacíficos.
A muchos observadores les impresionó también la fuerza del renacimiento europeo (con excepción de Gran Bretaña) donde durante la década
de 1920 el crecimiento económico fue muy lento). Las técnicas de produc-
LA ECONOMÍA
ción y administración norteamericanas, en especial el fordismo (producción en cadenas de montaje) y taylorismo (estudio de tiempos y movimientos de procesos industriales individuales) fueron adoptadas como la
mejor práctica por algunos empresarios europeos. En particular) se «racionalizaron» la minería de carbón y la producción de automóviles. Hacia
1929) el 83 por 100 del carbón del Ruhr se extraía por medios mecánicos.
En gran medida) esta racionalización era un reflejo de la difusión internacional de la tecnología) en parte gracias a las corporaciones transnacionales. De esta forma, las plantas de la Ford en Colonia y la fábrica de la Adam
Opel en Rüsselheim, adquirida por la General Motors, proporcionaron los
modelos de la futura producción europea de automóviles.
Con el tiempo) la búsqueda de nuevas formas de garantizar la integración terminó con una serie de crisis a finales de la década de 1920. En
Europa) la política internacional cargaba con un conflicto insoluble de
deudas y reparaciones de guerra. Insoluble porque cuantos más créditos
fluían) más inextricable se hacía la situación. Se suponía que Alemania tenía que pagar una parte substancial de los costes de la guerra con las reparaciones impuestas por el tratado de Versalles.Francia necesitaba estas reparaciones no sólo para reconstruir el país) sino también para pagar las
deudas que durante la guerra había contraído con Gran Bretaña y Estados
Unidos. Alemania -esto es, tanto las corporaciones como el sector público alemán- recibió en préstamo importantes sumas que) en gran parte)
provenían del mercado estadounidense; al menos de forma indirecta) estos préstamos financiaban el pago de las reparaciones de guerra. Pero a
medida que se efectuaban los pagos durante la segunda mitad de la década de 1920, se hizo evidente que éste no era un juego al que se pudiera jugar eternamente: en algún momento se tendría que elegir si los Estados
Unidos continuarían cobrando pagos financiados por la deuda contraída
a causa de la guerra) o si se satisfarían los intereses de los préstamos privados hechos efectivos por los acreedores estadounidenses. Al menos algunos de los encargados de las decisiones políticas en Alemania) en particular Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank, hicieron este cálculo con
un cinismo total) creyendo que la debacle resultante demostraría la locura
de las reparaciones. En 1929) la revisión de la carga de las reparaciones a
través del plan Young, en el que fma1mente se establecía un último término para el pago de éstas (se esperaba que los pagos continuaran hasta
1988) hizo que muchos inversores se diesen cuenta de la naturaleza imposible de su apuesta y las oportunidades de Alemania de obtener créditos
externos se redujeron de forma espectacular.
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GRÁFICO 2,2. Flujos de capital, 1924-1937
Fuente: Charles H. Feinstein y Catherine Watson, «Prívate Internacional Capital Flows
in the Inter-war Period», en Banking, Currency; and Finance in Europe between the
Wars, Charles H. Feinstein, ed. (Oxford, 1995).
La caída de los precios de las mercancías trastornó aún más los mercados internacionales. Desde mediados de la década de 1920, los precios de
las materias primas habían descendido, en parte como consecuencia de la
extensión del área de producción durante la primera guerra mundial, y en
parte como resultado de inútiles planes de manipulación de precios, como
el plan Stevenson, que tenía como objetivo mantener de manera artificial
un alto precio para el caucho. Este descenso de los precios hizo que la situación para muchos países importadores de capital se tornara más difícil. Sin
embargo, desde la perspectiva de los países industrializados, los resultados
parecieron ser benéficos puesto que las materias primas y los alimentos (en
ese momento, un componente del presupuesto familiar mucho más importante que en la actualidad) se hicieron más baratos. Teniendo ingresos
adicionales disponibles, los consumidores podrían comprar nuevos productos. Tales fueron las estimaciones que sostuvieron el aturdidor brillo de
la era del jazz.
Otra debilidad residía en qne, dnrante la década de 1920, todos los
países tendían a responder a sus problemas económicos mediante medidas comerciales, como ya había ocurrido antes de 1914. Con los precios
fluctuando de manera más dramática, los resultados fueron mucho más
perjndiciales de lo qne habían sído en el relativamente estable mundo de
preguerra. De esta forma, en 1925, cuando finalizaron los límites impuestos
LA ECONOMÍA
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por el tratado de Versalles a su autonomía en materia de aranceles, Alemania volvió a aplicar de forma inmediata las tasas arancelarias Bülow,
aprobadas en 1902. Pero con la caída de los precios de los productos agrícolas, estas tasas no tardaron en resultar inadecuadas como respuesta a los
grupos de presión del sector agrario. Durante esta década, muchos estados diseñaron sus medidas arancelarias de manera que tuvieran la flexibilidad necesaria para permitirles elevar las tasas a la luz de las circunstancias. El modelo de esta legíslación fue la ley Fordney-McCumber sobre
aranceles aduaneros aprobada por Estados Unidos en 1920, que preveía
una comisión de expertos apolítica encargada de tomar decisiones rápidas. En la práctica, sin embargo, esta flexibilidad supuso un obstáculo que
mantenía los precios en alza. La intensidad de la protección no era especialmente alta al principio (la mayoría de los analistas consideran ahora
que el nivel general de protección estaba en realidad por debajo del que
había antes de la primera guerra mundial). Sin embargo, la posibilidad de
que tales medidas fueran aplicadas como respuesta a otras, los problemas
financieros y la creciente popularidad de las protecciones no arancelarias
(las cuotas) provocaron una mayor restricción del comercio.
La política arancelaria no fue la única herramienta con que los estados
respondieron a una situación de mercado que cambiaba con rapidez. A escala nacional, muchos estados vieron en la cartelización un medio para
estabilizar los precios y las expectativas. Alemania, que había tenido cerca de
setecientos cárteles en la víspera de la primera guerra mundial, tenía en
1925 dos mil quinientos y en 1930 tres mil. Este tema también se convirtió en un asunto internacional: ¿no podían los cárteles ayudar a estabilizar
los precios y la producción también en el ámbito internacional? Los intentos de reconstruir la amistad francogermana sobre bases económicas giraron alrededor de acuerdos tales como el Cártel Internacional del Acero de
1926, que en ocasiones se considera el acontecimiento diplomático central
de un año bastante optimista. La Sociedad de Naciones siguió el debate
con gran interés y en 1927 organizó una Conferencia Económica Mundial,
en la que los cárteles fueron presentados como la mejor solución al problema del orden internacional.
En respuesta a unas mayores expectativas sociales de «protección», los
estados también se propusieron aumentar la redistribución a través del
presupuesto. En cierta medida, esta nueva demanda simplemente era un
reflejo de los costes humanos de la guerra, la necesidad de ofrecer ayuda a
las viudas, a los huérfanos y a quienes habían quedado lisiados. Pero en
parte, esta demanda reflejaba también que, ante la amenaza que represen-
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EUROPA, 1900-1945
taba la propagación del bolchevismo, se había empezado a considerar necesario comprar cierta paz social. En Francia, los servicios sociales suponían un 4,3 por 100 del gasto del gobierno central en 1912, pero hacia
1928 era ya un 21,7 por 100; en Alemania las cifras equivalentes son de un
5 por 100 y un 34,2 por 100. En consecuencia, las cifras totales del gasto
gubernamental aumentaron.
Las dificultades para exportar hicieron que fuera más complicada una
de las soluciones propias del siglo XIX para el problema del «exceso de población». Ya en 1890, el canciller del Reich alemán, Leo van Caprivi, había
defendido sus intentos de liberalizar la política comercial diciendo que la
alternativa sería la pauperización del país y el incremento de la emigración.
«Debernos exportar: o exportamos nuestras mercancías o exportamos a
nuestra gente.» Tanto en los países receptores de las masas de inmigrantes
como en algunos delos países industrializados, restringir el movimiento de
las personas fue en este periodo una de las respuestas a las crisis comerciales y financieras. La ciudadanía y la nacionalidad, y los derechos que traían
con ellas, se convirtieron entonces en elementos centrales de la discusión
política en algunos países de inmigración.
En Australia y Estados Unidos un crecimiento más bajo y las crisis financieras de la década de 1890 provocaron protestas masivas contra la inmigración. Australia comenzó su estricta política de la «Australia blanca».
Los estadounidenses se quejaron de que los nuevos inmigrantes sustituían
a los trabajadores calificados nativos. En 1897 el Congreso de Estados Unidos discutió la aplicación de una prueba de lectura a los inmigrantes. Diez
años más tarde, se creó una comisión encargada de encontrar una manera
de restringir la entrada de «nuevos inmigrantes», que supuestamente llegaban sólo por razones económicas y por corto tiempo.
Un resentimiento semejante contra los trabajadores inmigrantes extranjeros también encontró arraigo en algunos países europeos. Alemania
en particular se había convertido a finales del siglo XIX en un país de inmigración, con más de un millón de trabajadores extranjeros, especialmente
en el sector agricola del este y en la minería. Había una demanda clara: de
hecho, el Ministerio de Agricultura de Prusia había solicitado en 1890 un
estudio sobre la viabilidad de emplear a campesinos chinos en Alemania.
Sin embargo, simultáneamente se intensificaron los esfuerzos para detener
este flujo de inmigrantes durante las décadas de 1880 y 1890. En 1885, el
ministro de Interior prusiano, von Puttkamer, había ordenado la exclusión de los temporeros polacos, y después de 1887 la inmigración fue rigurosamente controlada. El gobernador de Westfalia solicitó «medidas
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apropiadas» para garantizar una «drástica» reducción del número de polacos en el área industrial westfaliana. Quizás el crítico más famoso de las
consecuencias de la política laboral que supuso la globalización de finales
del siglo XIX fue Max Weber. Éste basaba sus objeciones a la inmigración
en la existencia de diferentes propensiones al consumo: puesto que los trabajadores polacos se sentían satisfechos con una alimentación más pobre,
su empleo seria un peligro para el nivel de vida de países más ricos. «Hay
una particular situación de las economías, desorganizadas al estilo capitalista, en la que la cultura más elevada no es la que sale victoriosa, sino la
que a menudo es derrotada en la lucha por la existencia»
Tras la primera guerra mundial, en muchos países industrializados de
Europa occídentalla alarma que producía la posibilidad de salir perdiendo en esta lucha darwiniana se exacerbó por el miedo al estancamiento
demográfico. Los índices de natalidad habían caído de forma espectacular
en la década de 1890 en casi todos los países. Aparte de Francia, donde esta
«transición demográfica» ocurrió mucho antes, a comienzos del siglo XIX,
el proceso se dio de forma sorprendentemente simultánea en Europa occidental, Norteamérica y algunos estados latinoamericanos (Argentina y
Uruguay). La mayoría de los países europeos experimentaron un descenso de la fertilidad marital entre 1890 y 1910: Alemania y Hungria en 1890,
Suecia en 1892, Austria en 1908 e Italia en 1911. La primera guerra mundial dio un nuevo golpe a la fertilidad (lo que se sumaba a la pérdida de
una parte substancial de la población de adultos masculinos en Europa).
Al descubrir que hacia la década de 1930 los modernos estados democráticos ya habían caído de forma significativa por debajo de las tasas de
reproducción neta, muchos observadores creyeron que éstos llegarían finalmente a extinguirse. En Francia, los índices de natalidad habían sido
durante largo tiempo motivo de preocupación y habían dado lugar a comentarios sobre la decadencia o el declive nacional. En la década de 1930,
el economista Alfred Sauvy demostró que la estructura de edad del país
hacía prever que el declive llegaría a hacerse más rápido en un futuro cercano y que la población francesa se reduciria en un cuarto entre 1955 y
1985. Como reacción a una preocupación ampliamente extendida, los gobiernos franceses emprendieron tentativas no muy acertadas para aumentar el índíce de natalidad.
En otros lugares se expresaron inquietudes similares. Ernst Kahn predijo que hacia 1975 la población alemana habría pasado de 65 millones a
50 millones de habitantes. En lo que respecta a Inglaterra y Gales, Eníd
Charles elaboró un pronóstico optimista que demostraba que habría un
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EUROPA, 1900-1945
descenso de 40 millones de habitantes a 38,5 millones para 1975 y a 20 millones para 2035, y un análisis a partir de bases más pesimistas que hablaba de 31,5 millones en 1974 y de 4,4 millones en 2035. Estas interpretaciones tuvieron consecuencias políticas en tanto que las propagandas fascista y
nazi comenzaron a insistir en la conveniencia de una reserva demográfica
«saludable». En 1938, durante unas conferencias en Harvard, el economista progresista sueco Gunnar Myrdal afirmó, en vísperas de una nueva guerra mundial, que «desde mi punto de vista ningún factor (ni siquiera la
paz o la guerra) resulta tan enormemente decisivo para los destinos a largo plazo de las democracias como el de la población. La democracia, no
sólo como sistema político sino con todo su contenido de ideales cívicos y
de vida humana, debe encontrar solución a este problema o perecer». En
febrero de 1937 la Cámara de los Comunes británica discutió una moción
en la que se afirmaba que «esta Cámara opina que la tendencia de la población a disminuir puede constituir un peligro para el mantenimiento
del Imperio Británico y el bienestar económico de la nación».
A pesar del miedo al descenso de la población, y en respuesta a las preocupaciones por la disolución étnica, por lo general se restringió la inmigración más que antes de la guerra. La legislación más sorprendente fue la
aprobada por Estados Unidos en 1921, la Ley de Emergencia sobre Cuotas,
que para fijar el límite de nuevos inmigrantes según el país de origen utilizaba como base las proporciones de la población estadounidense en
1890, es decir, antes de las grandes oleadas de inmigrantes procedentes
de la Europa mediterránea y oriental. Canadá elaboró una lista de países
«preferidos» (Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Noruega,
Suecia y Suiza), cuyos ciudadanos eran admitidos en iguales términos que
los de Gran Bretaña, y de países europeos «no preferidos), cuyos habitantes sólo podían ser admitidos para trabajar como campesinos o criados.
Después de 1930 Sudáfrica prácticamente puso fin a la inmigración de
cualquiera de los países «no preferidos». Australia negoció límites a la expedición de pasaportes a inmigrantes procedentes de Italia y de países de
Europa oriental.
El resultado de las nuevas politicas y leyes fue una reducción espectacular de la emigración proveniente de aquellas zonas con altos incrementos de población y que habían tenido un importante papel en las estadísticas de emigración anteriores a la guerra. La consecuencia fue que
grandes partes del este y del sudeste de Europa y de la Europa mediterránea, donde los índices de natalidad seguían siendo muy altos, intentaron
buscar estrategias alternativas para la utilización del «exceso de pobla-
LA ECONOMíA
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ción». El desarrollo de la industria y la búsqueda de mercados de exportación fue uno de esos enfoques. Sin embargo, era necesario abrir los mercados de exportación (cada vez más amenazada) y, también, los mercados
de capital. En Polonia, por ejemplo, el crecimiento de la mano de obra fue
tal que para absorberla hubiera sido necesario que el crecimiento del empleo industrial se triplicara (alcanzando un índice anual de al menos un
6,6 por 100). Dado el aumento de la productividad, la producción industrial habría tenido que elevarse incluso de forma más rápida. Pero se trata
de metas que son difíciles de alcanzar en el mejor de los momentos, y que
el clima de entreguerras hacia imposibles debido a la inestabilidad de los
mercados de exportación y de los mercados de capital.
La caída de los mercados de capital
y la Gran Depresión
¿Qué les ocurrió a los mercados de capital? ¿Por qué el renacimiento de la
confianza que se dio durante la década de 1920 demostró al final ser tan breve?El patrón oro, que antes de la guerra había sido la base de políticas monetarias y financieras creíbles y estables, había sido abandonado al inicio de
las hostilidades, y los siguientes diez años fueron un período de caos monetario. Restablecido el patrón oro internacional, se consideró que los bancos
centrales independientes eran la clave para la restauración de la confianza,
aunque para ello debían funcionar de una manera absolutamente nueva. Se
consideró que su papel era dirigir la política monetaria no de acuerdo con
las prioridades internas, sino con los requisitos del sistema internacional.
Los bancos centrales debían ser creados antes de que los países estabilizaran sus monedas con el oro con el objetivo de preparar el terreno institucional y servir como garantía de confianza al restringir las posibilidades de la intervención gubernamental y, en particular, sus intentos de
comprar popularidad mediante la monetización de las deudas. Las nuevas
instituciones debían ser independientes de los gobiernos. Tal y como se
sostuvo en 1920 durante la Conferencia de Bruselas: «Los bancos, y en especial los bancos emisores, deben estar libres de toda presión política y
deben ser conducidos solamente por posturas financieras prudentes».
Aunque los nuevos bancos centrales de los años de entreguerras abarcan aquellos asociados con los programas de estabilización monetaria en
l
EUROPA, 1900-1945
Austria, Hungría y Alemania, el principio se extendió por todo el mundo.
Donde ya había bancos centrales, se esperaba que los ásperos paquetes de
medidas destinados a la estabilización, a menudo con una divisa sobrevalorada, produjeran confianza y, con ello, atrajeran capitales extranjeros.
Quizá el caso más destacable fue el de Italia en 1927. Mussolini fijó como
meta la prestigiosa «quota novanta», noventa liras por una libra esterlina,
aunque esto supuso un importante coste para los negocios italianos.
Como se acostumbraba en la época, se pudo ayudar a las industrias más
afectadas mediante la aplicación de aranceles proteccionistas y acuerdos
sobre cuotas (límites cuantitativos a las importaciones).
En evidente contraste con el mundo anterior a 1914,los presidentes de
los bancos centrales se veían ahora a sí mismos como miembros de un club
y establecían relaciones amistosas e íntimas con los demás. «Eres un viejo
terco y extravagante y al parecer uno de mis deberes es darte sermones de
vez en cuando», escribió Benjamin Strong, presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, a Montagu Norman, presidente del Banco de
Inglaterra. En particular Strong, Norman y Schacht, su colega alemán, tenían actitudes y comportamientos similares.
Esta armoniosa relación, construida sobre la base de estrechos vínculos personales, fue sometida a una gran presión debido a que los excedentes de los pagos hechos a Estados Unidos se reciclaban como capitales exportados. Gracias a la confianza recién conquistada, y sobre todo al
impacto de los préstamos estadounidenses, la banca comercial se extendió
con rapidez fuera de Estados Unidos. En Austria, el total de los depósitos
bancarios aumentó a una tasa anual del 6 por 100 entre 1925 y 1929; para
Francia, la cifra es del 13 por 100; para los grandes bancos alemanes, del 25
por 100; para los principales bancos italianos, del 28 por 100; y para los
bancos polacos, del 34 por 100. La rapidez de estos incrementos se puede
juzgar comparándolos con lo ocurrido en Estados Unidos y Gran Bretaña.
Durante el mismo período, el total de los depósitos bancarios de Estados
Unidos aumentó a una tasa anual del 3,2 por 100; y en Inglaterra y Gales
del 1,3 por 100.
Estos incrementos parecían ser expresión de unas finanzas inflacionarias, y no podían ser controlados por medios ortodoxos. Si los bancos
centrales hubieran intentado retener el dinero aumentando los tipos de
interés (el clásico remedio bajo el patrón oro para la contención del desarrollo acelerado), habrían incrementado con ello los incentivos para la entrada de dinero rápido, con lo cual también habrían reducido su control
sobre el mercado. La doctrina según la cual el control y la autonomía del
LA ECONOMíA
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banco central eran condiciones previas para la confianza y los flujos de
capital tuvo que enfrentarse con el hecho de que cualquier decisión que el
banco central pudiera tomar sobre los tipos de interés podría acabar siendo iuútil.
Pero aparte de éstas, los bancos centrales tenían pocas armas en su búsqueda de la estabilidad monetaria. En Estados Unidos, Gran Bretaña y
Japón, los bancos centrales podían comprometerse en operaciones de mercado abierto (la compra o venta de valores del estado con el fin de incrementar o reducir, respectivamente, la liquidez del sistema), pero en otros países los estatutos prohibían tales procedimientos debido al miedo de que
pudieran ser utilizados como mecanismo para desencadenar una nueva inflación. Incluso en Estados Unidos (donde, se podría haber pensado, existía
mayor espacio para maniobrar) el sistema de la Reserva Federal fue de hecho extremadamente cauteloso en su politica de mercado abierto hasta
1933;en otras palabras, hasta después de la catástrofe de la Gran Depresión.
En Europa central, la manera convencional de contener el desarrollo
fue mediante el racionamiento del crédito en el banco central. «El banco
central está intentando, en principio, funcionar fijando, no el precio del
servicio que ofrece, sino la cantidad del servicio que ofrecerá.» Pero en realidad, un banco central sólo podía cumplir con ello durante períodos de
estrechez o de crisis; y por esto, en tanto instituciones, los bancos centrales de Europa central necesitaban estas crisis para poder controlar el desarrollo de sus mercados. De repente, las mismas instituciones que habían
de frenarlas tenían más interés en las sacudidas que en la estabilidad.
No debe sorprender que, durante los años que siguieron a las primeras
estabilizaciones, los encargados de los bancos centrales se volvieran bastante pesimistas sobre el nuevo mundo que habían construido. En marzo
del año en el que las exportaciones de capital de Estados Unidos alcanzaron su nivel más alto, el presidente del Banco de la Reserva Federal de
Nueva York, Benjamin Strong, escribió: «1927 va a ser un año estéril y
decepcionante para Europa ... la estabilización y la reconstrucción, que
han estado en boga desde que la Sociedad de Naciones trató por primera
vez con Austria, están quedándose pasadas de moda». De hecho, el vigor
de los mercados de capital durante la década de 1920 paralizó la capacidad
de los bancos centrales para actuar. Pero es importante observar que el
malestar no fue el resultado de los movimientos a corto plazo en sentido
estricto (el alcance de semejantes movimientos hacia finales del siglo xx
era sin duda mucho más grande), sino de las reacciones de los mercados a
las políticas inadecuadas y a las falsas señales.
EUROPA,190 0-1945
Antes de la dramática caída de Wan Street en octubre de 1929, había
muchos problemas económicos en el mundo. Países como Australia, demasiado dependiente de sus exportaciones de lana, o Brasil, que dependía
casi exclusivamente de la exportación de café, se encontraban en una profunda crisis. En Alemania, los indicadores del ciclo de producción ya habían empezado a dísminuír en el otoño de 1927 (la debilidad del mercado de valores se evidenció incluso antes). No obstante, qué condujo a la
crisis de 1929 en Estados Unidos sigue siendo un tanto misterioso, al menos para quienes creen en la racionalidad de los mercados. ¿Qué sabían
los inversores del mercado de valores el «jueves negro» que no hubieran
sabido el martes o el miércoles? Había habido «malas noticias» desde
principios de septiembre, y la evidencia se había acumulado hasta tal
punto que la probabilidad de una futura caída en los precios de las acciones producía pánico. Para quienes buscan una explicación racional del
derrumbamiento del mercado de valores, la única respuesta plausible es
que los inversores norteamericanos estaban considerando la posibilidad
de que una nueva legislación,conocida bajo el nombre de Hawleyy Smoot,
fuera aplicada. Este proyecto de ley arancelaria había tenido origen durante la campaña presidencial de 1929, cuando Herbert Hoover prometió
mejorar la situación de los campesinos estadounidenses (con el derrumbamiento de los precios agrícolas, se habían convertido en los grandes
perdedores en la prosperidad de la era del jazz). Sin embargo, en el curso
del debate parlamentario cada representante intentó agregar nuevos artículos (sólo en el senado hubo 1.235 enmiendas). El resultado final-un
arancel con 21.000 posiciones arancelarias- fue el proteccionismo extremo; aún peor, hasta junio de 1930, cuando tuvo lugar la última y reñida votación, la incertidumbre sobre el futuro de la política comercial fue
permanente.
Pero si la historia de la Depresión no comienza con la caída del mercado de valores y el arancel Smoot-Hawiey, tampoco termina con ellos.
Hubo algunas muestras de recuperación en 1930:los precios de las acciones repuntaron en Estados Unidos, y el bajísimo nivel del mercado hizo
nuevamente atractivas las inversiones en el extranjero.
Lo que hizo que la Depresión fuera la Gran Depresión más que un breve problema del mercado de valores o una crisis para los productores de
mercancías fue una cadena de enlaces que funcionaba a través de los mercados financieros. La desesperada situación de los productores de mercancías junto con los problemas provocados en Alemania por el pago de las
reparaciones de guerra desencadenó una serie de efectos dominó. En este
LA ECONOMíA
79
sentido la Depresión fue un producto del desorden de los mercados financieros.
Fueron los acontecimientos de 1931, cuando el contagio financiero llevó a todo el continente a la crisis, los que hicieron «grande» a la Gran Depresión. Al principio de Ana Karenina, León Tolstoi hizo su famosa afirmación sobre cómo todas las familias felices se parecen unas a otras, mientras
que cada familia infelizlo esde una manera particular. A comienzos de 1931,
todas las economías de Europa central tenían problemas, pero éstos eran
bastante especiales.
Hungría era, por encima de todo, una víctima del colapso mundial de
los precios agrícolas, que habían disminuido inicialmente de forma lenta
entre 1925 y 1928 para después desplomarse. La situación se había convertido en una crisis presupuestaria debido a dos esquemas para estabilizar el precio del trigo que resultaron muy costosos y, al final, se revelaron
inútiles: una regulación de las existencias y un subsidio de precios directo.
Amedida que el precio del trigo continuaba cayendo, estas operaciones requerían mayores subsidios. Los acreedores nacionales y extranjeros -quienes en noviembre de 1930 todavía estaban dispuestos a comprar a un buen
precio deuda húngara a corto plazo- empezaron entonces a preocuparse por la capacidad del gobierno para pagar los intereses de su deuda, yprevieron que incumpliria sus obligaciones. Retiraron el dinero de los bancos
húngaros, y el país tuvo un problema bancario. Los retiros involucraron
cambios de divisas (los acreedores convirtieron el pengo en moneda extranjera) y de esta forma la crisis amenazó el mantenimiento de su relación
con el patrón oro. Lo que había comenzado como un problema presupuestario se transformó por sí mismo en una crisis bancaria y de moneda
extranjera.
En el caso de Austria la cadena de causas y efectos fue completamente
diferente: el banco más grande del país, el Creditanstalt, fue incapaz de
mostrar sus cuentas a tiempo y sus ahorradores fueron presa del pánico.
Era evidente que el gobierno no podía permitir que una institución de semejante envergadura quebrara, y el estado tuvo que asumir el coste de su
rescate. Con cada semana que pasaba, la suma de ese coste aumentaba. Los
ahorradores, tanto del Creditanstalt como de otros bancos austríacos,
también retiraron su dinero en moneda extranjera, y el Banco Nacional
perdió sus reservas. De esta forma, una crisis bancaria se convirtió en una
crisis presupuestaria.
En Alemania, pocas personas tenían alguna idea de lo perjudiciales que
eran en realidad los préstamos de instituciones como el Darmstadter
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EUROPA,19 0 0-1945
Bank. Pero estaba ampliamente extendido el temor a que el debate sobre
las reparaciones pudiera conducir a una crisis cambiaria. La cantidad de
dinero retirado debilitó a los bancos, y sacó a la luz problemas latentes en
sus carteras que de otra manera habrían podido seguir sin ser expuestos.
La debilidad de la posición cambiada afectó a su vez al mercado de capital, de modo que el gobierno no pudo financiar por más tiempo incluso
déficits a corto plazo relativamente pequeños. Esta financiación había dependido antes de los bancos, pero a medida que éstos perdían sus depósitos renunciaron a ello. En este caso una crisis cambiaría, evaluable en términos de las reservas que perdió el Reíchsbank, dio origen a una crisis
bancaria y a una crisis presupuestaria.
Sin embargo, aunque la secuencia de los distintos aspectos de la crisis
fue diferente en cada una de las economías de Europa central, sus resultados fueron asombrosamente similares. En cada caso, los movimientos de
capital a través de las fronteras destruyeron un sistema bancario que ya había sido debilitado por los efectos de las inflaciones de la guerra y la posguerra. Y en cada caso, además, el encadenamiento de los problemas produjo una parálisis política. Hace años, el historiador económico alemán
Knut Borchardt analizó las pocas posibilidades para maniobrar que había
en la época, y advirtió contra el optimismo retrospectivo, que hace que todos los problemas parezcan de fácil solución. La característica más asombrosa de la depresión mundial fue la velocidad con que esta parálisis superó las fronteras nacionales. Un mecanismo de contagio similar pudo
observarse en Latinoamérica.
Los problemas de los paises deudores dieron lugar a crisis en los países
acreedores. En Gran Bretaña, no había problemas importantes con los
bancos. Pero muchas casas de inversión padecieron el congelamiento de
sus créditos en Europa central, y sus inversores temieron una posible insolvencia. El cierre de los bancos alemanes en julio de 1931 ejerció gran
presión sobre la libra esterlina; los rumores de un inminente incumplimiento de pagos latinoamericano dieron la última estocada al patrón oro
en Gran Bretaña. El Banco de Inglaterra se negó a utilizar todas las herramientas de las que disponía (aumentar los tipos de interés, usar sus reservas) para defender la paridad porque temía que al permitir posteriores
transferencias por encima del cambio haría que se vinieran abajo por lo
menos los bancos londinenses más débiles. La devaluación estabilizó el
sistema financiero británico gracias a la habilidad con la que fue manejada. El que la libra cayera de forma tan brusca creó la expectativa de que,
antes que bajar aún más, el siguiente movimiento la llevaría a empezar a
LA ECONOMíA
81
recuperar su valor, con lo cual se impidió que los ahorradores pudieran
darse cuenta de sus pérdidas. Es importante hacer notar, en particular a
aquellos que sugieren que esta solución habría podido ser apropiada para
Europa central o Suramérica, que en estos casos habría sido imposible encontrar una tasa de cambio que hubiera podido elevar las expectativas de
recuperación.
El pánico británico tuvo en común con las anteriores crisis de las naciones deudoras un abrupto cambio de las expectativas. Los ahorradores e
inversores descubrieron que corrían el peligro de quedar atrapados en un
particular compromiso, y al ver que la puerta se cerraba, se apresuraron a
salir. Una vez que este mecanismo había funcionado en un país acreedor,
podía aplicarse a otros. Estados Unidos era vulnerable, no porque tuviera
problemas con su cuenta corriente externa, sino porque resultaba evidente que sus bancos eran sensibles a las pérdidas en otros lugares del planeta.
Los movimientos de capital resultantes, que empezaron de forma bastante
repentina tras la devaluación de la libra esterlina en septiembre de 1931,
modificaron la posibilidad de tomar medidas anticíclicas. Antes de septiembre de 1931, el presidente Hoover había considerado medidas muy
amplias para estimular la economía por medio del gasto gubernamental.
Pero después del pánico, durante el cual y como resultado de la experiencia
de otros países los déficits gubernamentales pasaron a ser sinónimo de falta de confianza, el presidente comenzó a afirmar que era necesario equilibrar el presupuesto. Sorprendentemente, eso fue lo que hizo su oponente
en las elecciones presidenciales de 1932, el demócrata Franklin Delano
Roosevelt, quien convirtió la critica del déficit de Hoover en el punto central de su campaña. Sólo se dejó de retirar dinero y se acabó con los golpes
a la confianza cuando Roosevelt, tras ver fracasar todas las demás alternativas, abandonó el patrón oro el 20 de abril de 1933, y anunció después (el
tres de julio) que no tenía ninguna intención de estabilizar el valor externo
del dólar puesto que todo lo que importaba a los estadounidenses era el valor interno de su moneda, su poder adquisitivo. Una vez más, el dólar cayó
de forma brusca, lo que alimentó la creencia de que podría estabilizarse
o, incluso, recuperarse. La crisis continuó entonces en los países que mantenían el patrón oro -Bélgica, Francia, Holanda y Suiza- hasta que, finalmente, también ellos llegaron ala conclusión de que el abandono del régimen de paridad era la única manera de terminar con las continuas
presiones al presupuesto y los pánicos bancarios.
El desempleo se convirtió en el azote de la época; en 1932, en el punto
más alto de la crisis, se registraron más de seis millones de parados en Ale-
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EUROPA, 1900-1945
LA ECONOMíA
abril
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estructuras bancarias son vulnerables a los golpes deflacionarios. En segundo lugar, los mecanismos de contagio financiero transmiten la debilidad de
estos países a países acreedores con sistemas bancarios sólidos. En tercer lugar, el mecanismo de transmisión más obvio fue el compromiso con una
tasa de cambio fija. Tan pronto como Gran Bretaña o Estados Unidos, Bélgica o Suiza, abandonaron su relación con el patrón oro, sin modificar la ortodoxia fiscal, desaparecieron las amenazas al sistema bancario, uno de los
primeros mecanismos de transmisión de la crisis económica.
Sin embargo, la mayoría de los contemporáneos sacaron una lección
mucho más simple y mucho más cargada de ideología: en primer lugar,
que el orden internacional había fracasado; en segundo lugar, que la ínternacionalización era el resultado de los mecanismos del mercado y que era
necesario y saludable reemplazarlos para concentrarse en el ordenamiento y la planificación internos.
Nacionalismo económico: cuotas y aranceles
octubre
GRÁFICO 2.3. La contracción de la espiral del comercio mundial entre enero
de 1929 y marzo de 1933: total de las importaciones de 75 países
(valores mensuales en términos de viejos dólares oro americanos [millones]).
Fuente: Charles Kindleberger, The World in Depression 1929-1939 (Berkeley, 1986).
manía y más de doce millones en Estados Unidos. Pero nadie -al menos en
el estamento político tradicional- pareció capaz de proporcionar, como
mínimo, la esperanza de una solución social aceptable. El primer ministro
británico, Ramsay MacDonald, captó el clima de pasividad e inacción política de estos años cuando en la Navidad de 1929, apenas iniciada la Depresión, hizo la siguiente observación en su diario: «El desempleo nos desconcierta. El simple hecho es que nuestra población es demasiado grande para
nuestro comercio.... Estoy sentado, solo y en silencio, en mi habitación en
Downing Street. La copa ha sido puesta en mis labios, y está vacía».
Es posible sacar algunas lecciones generales de la experiencia de la Depresión. En primer lugar, los países con grandes deudas exteriores y débiles
Los componentes del nuevo nacionalismo económico incluyeron todos los
elementos que antes habían sido centrales para la economía mundial integrada: controles sobre el comercio, sobre el movimiento de las personas y
sobre el capital. Ahora todo debía ser nacional: el trabajo, los bienes, el capital. Iohn Maynard Keynes describió de manera brillante esta tendencia en
su ensayo de 1933, «La autosuficiencia nacional». «Por un tiempo, y al menos mientras dure esta etapa transitoria y experimental, deseamos», sostiene Keynes, «ser nuestros propios amos y ser tan libres como podamos de la
interferencia del mundo exterior.»
De los mecanismos para el manejo del comercio en la década de 1930,
el más famoso fue el conocido como «schachtíanismo», concepto que proviene del presidente del Reichsbank en la década de 1920, nombrado nuevamente por Hitler en 1933 y a quien al año siguiente le sería confiado
también el Ministerio de Economía. El schachtianismo implicó una restricción y una bilateralización del comercio. De hecho, la bilateralización
del comercio había comenzado antes del nombramiento de Hitler como
canciller alemán en enero de 1933: se trataba de una respuesta a la crisis
financiera de 1931, y Alemania había cerrado ya seis tratados bilaterales
con los países del sureste de Europa en 1932. Schacht simplemente amplió
estas medidas, y desarrolló un completo sistema de control comercial (el
EUROPA,19 00-1945
«Flan Nuevo» de 1934). Tales operaciones tendieron a disminuir el comercio. Dado que en un mundo multilateral pocos países tienen balanzas
comerciales equilibradas con cada una de las naciones con las que tratan
(sino que, por el contrario, tienen excedentes y déficits que se corresponden con relaciones comerciales con otros países), el intentar equilibrar
cada balanza comercial bilateral redujo el volumen total del comercio.
Los encargados de la elaboración de las políticas en Alemania también
suscribieron una idea que era corriente en las discusiones económicas de
la época. Muchos analistas contemporáneos, entre otros Keynes y Werner
Sombart, esperaban que la participación en el comercio internacional entrara en una fase de declive secular a medida que se industrializaran los
países que antes eran agrícolas y productores de materias primas. La división internacional del trabajo disminuiría cuando muchas zonas dejaran
a:rás su dependencia de las exportaciones de materias primas, y esto ero~lOnaría la preeminencia de los países industrializados. Hitler adoptó esta
Idea: en 1933, comentó que «si estas exportaciones de medios de producción continuaran de forma indefinida, sería simplemente el final del prerrequisito vital de la industria europea. Por lo tanto, es necesario un acuerdo internacional que limite la exportación de medios de producción».
La contribución de los nazis a esta doctrina fue la introducción de un
importante elemento político en las relaciones comerciales: al ofrecer a algunos productores del centro-sur de Europa un acceso favorable a los
~ercados alemanes, Schacht facilitó la creación de una dependencia políuca que arrastró a estos estados a la órbita alemana.
Francia y Gran Bretaña desarrollaron modelos de protección arancelaria que favorecían a sus posesiones coloniales (<<preferencia imperial»), El
abandono de los principios del libre comercio fue más sorprendente en
Gran Bretaña, que en el siglo XIX había sido la principal defensora de la
idea de libre acceso. Esto fue una respuesta a la aguda crisis financiera de
1931. Después de las elecciones de octubre de ese año, el nuevo ministro
de Hacienda era Neville Chamberlaín, un personaje al que debemos destructivas contribuciones a la política de la década de 1930 y que había heredado de su padre, Ioseph Chamberlain (como político mucho más valioso), un compromiso con los aranceles y el Imperio. Chamberlain hizo
cas.o omiso a las objeciones del primer ministro Ramsay MacDonald,
quien como clásico liberal de izquierda pensaba que tenía la obligación de
mantener los principios del libre comercio. Los aranceles, creía ChamberIain, serían no solamente una manera de salvar a la industria británica
sino también una forma de aumentar el poder británico y fortalecer al Im-
LA ECONOMíA
perio. «No hay ningún alimento en vuestra comida», dijo al pueblo británico, «no hay materia prima en vuestro comercio, no hay necesidad en
vuestras vidas ni lujo en vuestra existencia que no pueda ser producido
en uno u otro lugar del Imperio Británico.» Legislaciones aduaneras de
emergencia en noviembre y diciembre de 1931 impusieron altísimos impuestos a toda una gama de productos manufacturados, y el nuevo enfoque se consolidó en 1932 con una ley de impuestos a la importación. En
julio de 1932, durante la conferencia imperial en Ottawa, los estados
miembros de la Commonwealth británica acordaron una serie de tratados comerciales preferenciales.
Francia también amplió su régimen de aranceles y cuotas como respuesta al trauma financiero de 1931. La respuesta francesa inmediata fue
un decreto legislativo que imponía gravámenes especiales a los países con
monedas devaluadas (12 de uoviembre de 1931); además, durante la segunda mitad de ese año, se amplió el sistema de cuotas para que cubriera
también productos agrícolas. Esta legislación proteccionista eximía al imperio francés, y el resultado de ello fue que la participación del imperio en
las importaciones francesas se elevó de un 12 por 100 en 1931 a un 33,6
por 100 hacia mediados de 1936. La combinación de las medidas francesas y británicas para proteger sus posesiones imperiales empeoró la situación de los productores balcánicos y de Europa oriental, que como consecuencia se encontraron dependiendo aún más de Alemania.
Nacionalismo económico:
planificación y racismo
Para la mayoría de los países, la lucha contra la miseria de la Depresión fue
una lucha contra la peste del desempleo. La utilización más destacada y
exitosa de 10 que llegaría a conocerse como medidas ekeynesianas» -expansión fiscal antidclica- tuvo lugar en Suecia. El ministro de Hacienda
Ernst Wigforss consiguió combinar su sensibilidad frente a los progresos
de la economía contemporánea con una visión de la clase de coalición política (entre agricultores y trabajadores industriales) que podía apoyar la
reflación y la expansión. Tales coaliciones eran probablemente más fáciles
de lograr en los países pequeños que se sentían cada vez más amenazados
por el hostil ambiente internacional de la década de 1930. En Suiza, patro
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EUROPA, 1900-1945
nes y trabajadores alcanzaron un acuerdo en 1937, después de que la devaluación del franco de 1936 hubiera acabado con las limitaciones que antes
habían hecho imposible la expansión fiscal. En Francia, durante el gobierno del Frente Popular, los acuerdos de Matignon introdujeron mejoras
substanciales para los trabajadores franceses (semana laboral de cuarenta
horas, vacaciones pagadas, convenios colectivos e incrementos salariales de
hasta un 15 por lOO), pero hicieron poco para crear la solidaridad yestabilidad sociales que medidas similares habían producido en Suecia o Suiza.
Estos modestos éxitos de consenso político y expansión fiscal fueron
eclipsados por el desempeño económico de dos dictaduras que se propusieron de forma más explícita la movilización del «trabajo nacional». Para
Alemania, la «batalla del trabajo» también asumió la forma de grandes
proyectos de ingeniería civil, como la construcción de carreteras divididas
(Autobahnen), grandes presas, edificios del partido y de prestigio. Pero el
propósito de las políticas de recuperación estuvo cada vez más subordinado al rearme y a los objetivos militares. Estar preparados para la guerra fue
una meta explicita del Plan Cuatrienal lanzado en 1936.
El título del proyecto económico alemán deja claro hasta qué punto los
alemanes, y otros, estaban impresionados por la envergadura y el éxito de
la campaña de industrialización soviética, iniciada por el primer Plan
Quinquenal (1928-1932). En 1921, Lenin había dado marcha atrás al «comunismo de guerra» y durante ocho años el estado soviético había tenido
una economía mixta bajo lo que llegaría a ser ampliamente conocido
como la NPE (Nueva Política Económica). Muchas empresas de pequeña
y mediana escala fueron desnacionalizadas, y la agricultura quedó en manos del sector privado. Los resultados habían sido decepcionantes; los niveles de inversión, por ejemplo, fueron muy bajos y la escasez de alimentos en las ciudades aumentó, ya que los campesinos cultivadores no sabían
si debían o no hacer circular sus productos en los mercados. El propósito
de los planificadores era escapar de este callejón sin salida mediante un alto
nivel de inversión en la industria de bienes de capital, que permitieran una
posterior (pospuesta) expansión del consumo. Había proyectos grandes y
de prestigio, como la presa en el Dniéper o los enteros complejos industriales nuevos, como el de Magnitogorsk («Montaña Magnética») en los Urales.
De esta manera, la Unión Soviética procuró cumplir con el objetivo fundamental de todo el programa: alcanzar al capitalismo y luego superarlo.
La planificación de la década de 1930 no era muy científica, y en gran
parte confiaba en descubrir obstáculos en la producción que después pudieran ser resueltos mediante métodos más o menos radicales. La particu-
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brutalidad con que se desarrolló el primer Plan Quinquenal se debió
campaña para colectivizar la agricultura que se puso en práctica de
simultánea. Millones de campesinos abandonaron sus granjas y
esto hizo que la industria soviética se encontrara, no con insuficientes trabaja<IOl·es, sino con demasiados, aunque, eso sí, poco preparados. El plan
original preveía que la mano de obra industrial se elevara de once millones trescientos mil a quince millones ochocientos mil; pero, de hecho, hacia 1932 había en la Unión Soviética casi veintitrés millones de trabajadores industriales. Como consecuencia de ello, las autoridades soviéticas
impusieron restricciones al desplazamiento interno; la más importante de
éstas fue la Ley de Pasaportes de diciembre de 1932, cuyo propósito era
poner fin al caos de los desplazamientos individuales.
Al final, el experimento soviético ofreció el ejemplo más completo de
movilización del trabajo de la mano de obra nacional. Keynes, que sentía
una profunda aversión por las políticas soviéticas, se descubrió dando felicitaciones al periódico ruso Za Industrialitsu: «Ciertamente, el crecimiento de la producción industrial se hace mucho más fácil en un estado que
empieza en un nivel muy bajo de desarrollo y está preparado para hacer
grandes sacrificios con tal de incrementarla sin detenerse a calcular de forma precisa si esto es, en sentido estricto, rentable y favorable para la presente generación de trabajadores»,
Por último, los movimientos de capital a través de las fronteras nacionales pasaron a ser considerados ahora destructivos y desestabilizadores;
Keynes aprobó los experimentos nazis y soviéticos en tanto que tenían
como objetivo explícito proponer una alternativa planificada. Los banqueros centrales, y algunos otros, interpretaban esas grandes sumas que
fluían como respuesta a las señales que ellos mismos enviaban como «capitales fugados», un término con fuertes connotaciones morales, que implicaba deserción y traición al país. En el caso de Alemania se calcula que
hacia 1930 el monto de los capitales fugados era equivalente a una octava
parte de la renta nacional; y en Francia, en 1938, a un cuarto. Estos movimientos de capital a corto plazo eran tan importantes que pusieron en peligro la capacidad de los reguladores para controlar las economías nacionales. Semejantes flujos sirvieron de base al mito de que el «capital móvil
ínternacional» estaba socavando las economías nacionales.
Al dar tanta importancia al restablecimiento de paridades fijas con el
patrón oro, los gobiernos y los bancos centrales abrieron una ventana para
aquellos especuladores que no creían que esas políticas tuvieran éxito. En
el siglo XIX había habido pocos casos de abandono del patrón oro; una vez
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LA ECONOMÍA
EUROPA, 1900-1945
que el sistema se hubo derrumbado en 1914 y después de que los gobiernos tuvieran que hacer frente a las insuperables dificultades de la época de
la posguerra, los movimientos a corto plazo comenzaron a seguir una estrategia de entradas y salidas rápidas.
El resultado lógico de dar tanta importancia a un objetivo económico
difícil fue que el especulador se convirtió en un enemigo de la nación. En
algunas ocasiones, los ataques a esta figura estaban relacionados con conflictos de clase: en Francia) la izquierda atacó a las deux cent familles que
frustraron en 1924 las reformas emprendidas por el gobierno de centroizquierda (el llamado Cartel des gauches). El Partido Laborista británico
creyó que había sido debilitado por una conspiración de los banqueros.
Otras veces las objeciones se basaron en argumentos raciales: se identificó
a los especuladores con los cosmopolitas, los judíos o los extranjeros. Los
estereotipos y el comportamiento de las minorías vulnerables se reforzaron mutuamente. Enfrentados al aumento del antisemitismo, los judíos
intentaron sacar su capital de muchos países centroeuropeos; y como estaban en contra de la nueva legislación para el control de la especulación,
reforzaron el estereotipo del especulador «judío» (en 1937 en Ilungría, un
año antes de la introducción de leyes antisemitas, los judíos cometieron
112 de un total de 187 delitos monetarios).
Tras el estallido de las principales crisis financieras de 1931, los bancos
centrales se transformaron una vez más: no siendo ya los apóstoles del internacionalismo, se aseguraron una raison d'étre felizmente burocrática
como los encargados de poner en práctica y supervisar los cada vez más
complejos modelos de control cambiario. Una modificación de ciento
ochenta grados en el pensamiento económico facilitó el que asumieran
este papel, y esto no ocurrió sólo en Alemania -donde la autarquía se
convirtió en la directriz para la elaboración de políticas- sino en casi todos los demás países.
En general, el colapso de la economía conllevó en esta ocasión un alejamiento del mercado. Incluso analistas moderados y pragmáticos como
el director de la Sección Económica y Financiera de la Sociedad de Naciones, sir Arthur Salter, creían que el futuro residía en la regulación y el control. En 1931 la Iglesia Católica buscó proponer una «tercera vía» entre capitalismo y socialismo en la encíclica Quadragesima Anna. El aumento de
la regulación y la planificación animaron a los que consideraban que la
función del estado era «exteriorizar» los costes del ajuste económico, es
decir, imponer esos costes a quienes se encontraban fuera de la comunidad nacional. El deber del estado consistía en proteger a sus ciudadanos,
y garantizar que los habitantes de otras comunidades nacionales sufrier~n
tanto como fuera posible. Resulta evidente que esto era todo lo contrano
de la tradición del liberalismo económico clásico, en el cual hay siempre
beneficios comunes.
El alejarse del mercado y optar por los controles fue también una. vía
hacia la dictadura política. Los ejemplos más obvios son los de RUSia y
Alemania. Pero la idea de que la democracia había sido incapaz de satisfacer las necesidades sociales básicas era ampliamente compartida por muchos demócratas. Tal es el caso de André Gide, que en febrero de 1940
apuntaba en su diario: «Debernos estar preparados para el hech? de que d~­
pués de la guerra, incluso si somos los vencedores, el caos sera tal que solo
una firme dictadura podrá sacarnos del pantano».
Durante estos años, se creía que el estado-nación y sus mecanismos de
control eran una garantía contra las amenazas de la economía mundial.
No obstante, la protección llegó a ser más peligrosa y destructiva que la
amenaza.
La guerra y la planificación
de un mundo mejor
Durante la segunda guerra mundial, apareció una nueva filosofía. Únicamente el internacionalismo económico podía proporcionar un remedio
contra el mundo del nacionalismo político y la guerra. Incluso los alemanes comenzaron a hablar sobre la restauración de un sistema multilateral
de pagos sobre una base europea, en lugar del bilateralismo de la década ~e
1930. Pero tales planes -anunciados de forma grandilocuente por el rmnistro de Economía Walther Funk en el verano de 1940, cuando los ejércitos alemanes parecían triunfar en todas partes- eran poco más que propaganda, puesto que en las circunstancias de la guerra mundial Alemania
no podría sobrevivir sin los créditos implicados en las cuentas de compensación bilaterales.
La trayectoria de las creencias alternativas sobre la economía y su administración se puede contemplar a través de los ojos del economista más
importante de la época, Keynes. Gran internacionalista, Keynes había estallado de rabia por la forma en que se hicieron los acuerdos de paz al final de la primera guerra mundial, para luego dar un giro hacia el naciona-
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lismo económico en la década de 1930 (dado qnela interconexión mundial
había fracasado de forma tan clara), y sin embargo, ahora cambiaba nuevamente de dirección y viraba hacia el internacionalismo económico. El gobierno británico le pidió que formulara el plan para un nuevo orden económico internacional en respuesta a la campaña de Funk en 1940. Keynes
tenia claro que fuera cual fuera su respuesta, ésta no podría ser simplemente. un retorno al viejo liberalismo económico del siglo XIX (el llamado
«manchesterismo»). Por otra parte, el nuevo orden requeriría cierta cantidad de cooperación internacional.
La mayor parte de estas discusiones se centraron en cómo evitar el
«schachtianismo» en el mundo de la posguerra, y en cómo podia crearse
un orden comercial liberal. Las suspicacias frente a los movimientos de capital internacionales eran tales que incluso los fabricantes del orden económico de la posguerra, reunidos en el hotel Mount Washington en Bretton
Woods, New Hampshire, en julio de 1944, creían que era poco probable
que se reanudaran los flujos de capital y que al ser intrínsecamente desestabilizadores debían ser regulados y controlados.
El acuerdo liberal de la posguerra es impensable sin la enorme preponderancia de Estados Unidos. La guerra mundial no simplemente permitió la
recuperación económica del país tras la Gran Depresión, sino que también
le proporcionó un grado absolutamente único de preeminencia económica. Hacia 1945, Estados Unidos producía más de la mitad de los productos
manufacturados del mundo, tenía las tecnologías más productivas y representaba cuatro quintas partes de las exportaciones mundiales de productos manufacturados. Cuando los encargados de diseñar la política norteamericana expusieron, con una claridad sin precedentes, su idea de una
economía mundial interconectada, también hablaban desde una posición
de muchísima fuerza. Dirigiéndose a la conferencia de BrettonWoods, el secretario del Tesoro Henry Morgenthau afirmó: «Espero que esta conferencia centre su atención en dos axiomas económicos elementales. El primero
de ellos es el siguiente: la prosperidad no tiene límites fijos. No es una sustancia finita que disminuya al ser dividida. Por el contrario, cuanto más disfruten de ella otras naciones, tanto más disfrutará de ella cada nación ... El
segundo axioma es un corolario del primero. La prosperidad, como la paz,
es indivisible. No podemos permitirnos esparcirla por aquí y por allá entre
los afortunados o disfrutarla a expensas de otros».
En 1945, la Europa continental estaba destruida física y politícamente.
Dejando de lado los países neutrales, Suiza y Suecia (dos países que habían
participado de alguna manera en la economía de guerra nazi), todos los
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demás estados habían tenido que hacer frente a la invasión y a la derrota
militar. Buena parte de la historia de la recuperación europea después de
1945, así como de la integración europea, está relacionada con la importación de las ideas, la tecnología y el capital estadounidenses. De este modo
se reconstruyó el mundo globalmente integrado que existía antes de la
Gran Guerra y la Gran Depresión: pieza a pieza. Pero eso, como se suele
decir, es otra historia.
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