CARACTERÍSTICAS DE LOS PROBLEMAS SOMÁTICOS EN LA

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CARACTERÍSTICAS DE LOS PROBLEMAS SOMÁTICOS EN LA INFANCIA Y LA
ADOLESCENCIA1
Isley Guzmán Alvarez2
Resumen
Los problemas somáticos implican la expresión de malestar emocional a través de síntomas
físicos no explicados por ninguna enfermedad, por lo que es necesario el tratamiento médico y
psicológico. Dichos problemas tienen una prevalencia de 11% en niñas y 4 % en niños. El
dolor abdominal recurrente es la queja física más frecuente seguido de la cefalea; entre el 10%
y el 30% de niños y adolescentes los manifiestan con una frecuencia semanal. El DSM V
clasifica los problemas somáticos en: trastorno de síntomas somáticos, trastorno de
conversión, trastorno de ansiedad por enfermedad, factores psicológicos que afectan a otras
afecciones médicas, trastorno facticio, otro trastorno de síntomas somáticos, trastorno
relacionado específico, trastorno somático relacionado no especificado. Su etiología implica
factores biológicos, genéticos y psicosociales. El tratamiento incluye técnicas de modificación
de conducta, terapia cognitiva y familiar. El objetivo del presente artículo es determinar las
características de los problemas somáticos en la infancia y adolescencia. Método: a través de
una revisión bibliográfica de 48 artículos en inglés y español de los últimos 15 años, en bases
de datos como Redalyc, Dialnet, Scielo, Elsevier, Psicoly Colection y Springer open. Se
concluye que los problemas somáticos surgen a partir de la relación madre-hijo y figuras
significativas; estudiar en un marco multidimensional y pluridisciplinar.
Palabras Clave: Problemas somáticos, niños, adolescentes, trastornos psicosomáticos.
Abstract
Somatic problems involve the expression of emotional distress through physical symptoms not
explained by any disease, so that medical and psychological treatment is necessary. These
problems have a prevalence of 11% in girls and 4% in children. Recurrent abdominal pain is
the most common physical complaint followed by headache; between 10% and 30% of
children and adolescents they manifest them on a weekly basis. DSM V classifies somatic
problems: disorder somatic symptoms, conversion disorder, anxiety disorder disease,
psychological factors affecting other medical conditions, factitious disorder, another disorder
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Trabajo de grado presentado para optar al título de Especialista en Psicología Clínica con énfasis en psicoterapia de niños y
adolescentes, Facultad de Ciencias Humanas, Sociales y de la Educación. Asesorado por: Yelitza Betancur, Psicóloga,
Especialista en Psicología clínica, Junio de 2016.
2
Psicóloga, Universidad Nacional Abierta y a distancia UNAD. Aspirante a Especialista en Psicología Clínica con
énfasis en psicoterapia de niños y adolescentes. Universidad Católica de Pereira UCPR.
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of somatic symptoms, specifically related disorder related somatic disorder not specified. Its
etiology involves biological, genetic and psychosocial factors. Treatment includes behavior
modification techniques, cognitive and family therapy. The aim of this article is to determine
the characteristics of somatic problems in childhood and adolescence. Method: through a
literature review of 48 articles in English and Spanish for the last 15 years in databases as
Redalyc, Dialnet, Scielo, Elsevier, Springer Psicoly Colection and open. It is concluded that
somatic problems arise from the mother-child relationship and significant figures; study in a
multidimensional and multidisciplinary framework.
Keywords: somatic problems, children, adolescents, psychosomatic disorders,
Introducción
En la infancia y la adolescencia aparecen algunas problemáticas psicológicas que
marcan estos ciclos vitales, volviéndose relevantes dadas las características y prevalencia de
las mismas, repercutiendo en la funcionalidad social, familiar y académica. Además, estas
problemáticas generan respuestas desadaptativas que se van modificando a medida que el niño
o adolescente está siendo expuesto a las diferentes alternativas de interacción. Achenbach y
Rescorla (2001), consideran que dichas respuestas son variaciones cuantitativas de las
características que pueden ser normales en ciertos periodos del desarrollo, por lo que
identificaron lo que ellos llaman síndromes de primer orden y de segundo orden; los de primer
orden corresponden a depresión/retraimiento, quejas somáticas, depresión/ansiedad, problemas
sociales, problemas del pensamiento, problemas de atención, conducta agresiva y conducta
delictiva. Las dimensiones de segundo orden se refieren a una dimensión internalizante, una
externalizante y otra mixta.
Achenbach & Rescorla (2000) proponen dentro de la dimensión internalizante las
quejas somáticas. De un modo genérico el término hace referencia a una queja física, la cual
ocasiona malestar, en ausencia de hallazgos clínicos que permitan postular una causa orgánica
que pueda explicarla completamente, lo cual conduce a la necesidad de ayuda médica y
psicológica (López & Belloch, 2002).
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Los niños reportan una diversidad de problemas somáticos, incluyendo cefalea, dolor
abdominal, vértigo, dolor torácico, emesis y letargo (Ramos & Vásquez, 2012). Según Winter,
Quinn, Lenz, Pfeleffer & Lehmkul (2014) la prevalencia de los problemas somáticos en niños
y adolescentes es de 11% en las niñas y 4% en los varones. Sánchez & Rodríguez (2012)
encontraron una proporción de: dolor abdominal recurrente 30%, cefaleas y mareos 19%,
visión borrosa 6%, artralgias 2-3% y síntomas menstruales 3%.
Según Ortiz & Erazo (2005); Giménez & González (2010) la etiología de los
problemas somáticos en infantes y adolescentes está asociada a factores psicosociales,
genéticos y biológicos; con gran preponderancia de antecedentes familiares que incluyen
problemas de salud, modelado parental, refuerzo de la enfermedad, temperamento y problemas
psicológicos (Gupta & Winsler, 2016).
De otro lado, el diagnóstico de un problema somatomorfo se logra con el tiempo tras la
identificación de tres factores: enfermedad orgánica, disfunción psicosocial y el
reconocimiento de los factores de estrés (Cabrera, Vallejos, Jaimes & Ruiz, 2008; Silber,
2011). La V edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Psiquiátrica
Americana (DSM V), define los trastornos somatomorfos así: trastorno de síntomas somáticos,
trastorno de conversión, trastorno de ansiedad por enfermedad, factores psicológicos que
afectan a otras afecciones médicas, trastorno facticio, otro Trastorno de Síntomas Somáticos y
Trastorno relacionado específico, Trastorno de Síntomas Somáticos y Trastorno relacionado
no especificado (Vallejo, 2014).
Según, Cabrera, Vallejos, Jaimes & Ruiz, (2008) y Mascaraque & Rodríguez, (2012),
el tratamiento de los problemas somáticos en niños y adolescentes debe dirigirse a la
modificación del comportamiento, a través de técnicas como el refuerzo de las conductas de
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afrontamiento, relajación y terapia familiar; así mismo recomiendan la terapia cognitivoconductual combinada con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. De otro
lado, los hallazgos precisan la necesidad de la atención primaria a través de una evaluación
minuciosa del niño para poder establecer más allá de las múltiples quejas físicas y frecuentes
visitas al médico, la existencia de un problema psicológico (Silber, 2011).
A partir de lo anteriormente expuesto puede resaltarse la importancia de estudiar el
tema de la somatización en niños y adolescentes, al observar su alta prevalencia sobre todo en
niñas y el malestar psicológico y físico que generan, con lo cual puede aparecer un gran nivel
de disfuncionalidad en el niño y adolescente, generando que en ocasiones haya más consultas
a los centros de salud sin ninguna respuesta oportuna para el usuario (Mascaraque &
Rodríguez, 2012; Echeburúa, 1989; Giménez, et al.,2010). De ahí que el objetivo del presente
artículo de revisión sea determinar las características de los problemas somáticos en niños y
adolescentes, lo cual se logró a partir de la revisión de artículos abarcando los últimos 15
años, los cuales están en inglés y español a través de bases de datos como Redalyc, Dialnet,
Scielo, Elsevier, Psicoly Colection, y Springer open; utilizando como términos de búsqueda
las palabras: somatización, quejas somáticas, trastornos psicosomáticos en niños y
adolescentes, trastornos internalizantes.
Los problemas psicosomáticos
Para hablar de la somatización en niños y adolescentes es importante mencionar la
dimensión internalizante acuñada por Achenbach (1985); Achenbach & Rescorla (2001), la
cual implica la vivencia de tensión psicológica en el propio sujeto y constituye todas las
alteraciones emocionales, entre las que se incluye inestabilidad del estado del ánimo,
obsesiones, problemas somáticos, nerviosismo, inseguridad, miedos, fobias, tristeza, apatía,
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disforia, inquietud, tensión, preocupación y culpabilidad entre otros síntomas. Estas
dificultades son el resultado de una interacción compleja entre factores ambientales, familiares
y características de los niños y adolescentes (Moreno, Echavarría, Pardo & Quiñones, 2014;
Fite, Stoppelbein, Greening & Dhossche, 2008). De ahí que se ha encontrado una estrecha
relación entre la funcionalidad familiar y el estilo de crianza parental con el surgimiento de
problemas internalizantes en niños y adolescentes (Rinaldi & Howe, 2011; Fanti & Heinrich,
2010; Milam, Furr-Holden & Leaf, 2012; Albon, 2012; Moreno, et al., 2014).
Según la American Psychiatric Association (APA) citada por López, Alcántara,
Fernández, Castro & Pina (2010), los trastornos internalizantes hacen referencia a tres
síndromes puros: problemas afectivos, problemas de ansiedad y somatizaciones. Es así como
se describen de acuerdo a cada síndrome unos síntomas: en los problemas afectivos se
encuentra anhedonia, llanto, pérdida del apetito, autoagresión, tristeza, depresión,
dificultades en el sueño, entre otros; en los problemas de ansiedad los síntomas incluyen
dependencia y apego a los adultos, miedo a situaciones, animales, o lugares diferentes a la
escuela, tensión, preocupaciones; y en los problemas somáticos las manifestaciones abarcan
dolores o molestias sin causa médica, cefalea sin causa, náuseas, problemas en los ojos,
erupciones, dolores de estómago y vómitos sin causa orgánica .
Autores como López & Belloch, 2002; Muñoz, 2009; Sánchez, 2013, coinciden en
señalar que el término somatización fue acuñado por el neurólogo y psicoanalista inglés
Wilhelm Shekel (1925) quien empleó el término alemán organsprache (lenguaje de los
órganos) para referirse al proceso en el que un problema psicológico puede producir trastornos
corporales (Ordóñez, Maganto & González, 2014).
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Los problemas de somatización se conocen desde los tiempos del antiguo Egipto. El
primer nombre que se le dio fue el de histeria, una patología que se creía erróneamente sólo
afectaba a mujeres. En el siglo XVII Thomas Sydenham reconoció que algunos factores
psicológicos, a los que llamó aflicciones antecedentes, estaban implicados en la patogénesis de
los síntomas (Ortiz & Erazo, 2005; Guzmán, 2011; Raheb & Tómas, 2008). Paul Briquet
(1895) observó la multiplicidad de los síntomas y de los órganos afectados y señaló el habitual
curso crónico del trastorno, debido a lo anterior el trastorno fue llamado síndrome de Briquet
hasta que el DSM en 1980 aceptó el término trastorno de somatización (Ortiz & Erazo, 2005).
Según Ortiz & Erazo (2005), los trastornos psicosomáticos son “un grupo de cuadros
que incluyen síntomas físicos como dolor, nauseas, mareos, etc., para los cuales no hay una
explicación orgánica funcional adecuada” (p, 26). Los síntomas interfieren notablemente en
el funcionamiento del paciente en sus roles sociales y ocupacionales causando un significativo
malestar emocional (Riquelme & Schade, 2013). Por tal razón, la somatización es la
propensión a experimentar e informar sufrimiento psicológico y/o emocional a través de
síntomas físicos que no pueden ser explicados por causas médicas conocidas (Sánchez, 2013;
Riquelme & Shade, 2013).
Epidemiología y prevalencia de los problemas somáticos en niños y adolescentes
Aunque las quejas somáticas son habituales en la población pediátrica, el diagnóstico
como tal del trastorno de somatización es poco frecuente en esta población, según refieren
algunos autores posiblemente debido a la superficialidad de los criterios diagnósticos, los
cuales están sustentados en las manifestaciones de los adultos (Ramos &Vázquez, 2012). Se
encuentran síntomas somáticos recurrentes en el 11% de las niñas y en el 4% de los niños, con
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un aumento entre los 12 y 16 años de edad (Winter, Quinn, Lenz, Pfeiffer, & Lehmkul, 2014;
Mohapatra, Deo, Satapathy & Rath, 2013).
Entre los síntomas más comunes para ambos sexos se incluyen las cefaleas, la fatiga, la
inflamación muscular, el malestar abdominal, el dolor de espalda y la visión borrosa. El dolor
abdominal recurrente parece ser la queja física más frecuente seguido de la cefalea; entre el
10% y el 30% de los niños y adolescentes refieren estos síntomas con una frecuencia semanal;
y el dolor en extremidades, el dolor muscular, la fatiga y los síntomas neurológicos se
incrementan con la edad (Garber, Walker & Zeman, 1991).
Manifestaciones clínicas y clasificación de los problemas somáticos en niños y
adolescentes
Los problemas de somatización en niños y adolescentes tienen una edad de inicio
generalmente entre los 10 y 20 años de edad, caracterizándose por múltiples y diversas quejas
somáticas asociadas a una búsqueda de ayuda médica o a un deterioro significativo del
funcionamiento (Florenzano, Fullerton, Acuña, & Escalona, 2002; Guzmán, 2011). Establecer
el diagnóstico de un problema somatomorfo se logra con el tiempo a lo largo de tres pistas
simultáneas: 1) descartar una enfermedad orgánica como la causa de los síntomas, 2) la
identificación de una disfunción psicosocial y 3) el reconocimiento y el alivio de los factores
de estrés (Cabrera, Vallejos, Jaimes & Ruiz, 2008; Silber 2011).
Zolog, Jane-Ballabriga, Bonillo, Canals, Hernández, Romero, & Domenech (2011),
sugieren algunos síntomas que son altamente significativos de una somatización en niños y
adolescentes, entre los que se encuentran una historia de múltiples quejas somáticas, varias
visitas al médico o especialistas, así como la presencia de un miembro de la familia que tiene
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síntomas crónicos recurrentes y la disfunción en las principales áreas de la vida (familia,
compañeros, escuela).
Según Raheb & Tomás (2008) los estudios realizados sobre los síntomas somáticos
pediátricos son difíciles de comparar debido a sus diferencias y/o deficiencias metodológicas,
de ahí que los criterios para su diagnóstico corresponden a la población adulta y se extrapolen
a los niños y adolescentes. De acuerdo con lo anterior, a continuación se expone un cuadro
comparativo de la descripción diagnóstica sobre la somatización que realizan el DSM-IV, el
DSM-V y CIE-10:
Tabla 1.Cuadro comparativo según criterios DSM-IV, DSM-V Y CIE-10
DSM IV
CRITERIOS
DIAGNÓSTICOS
DIFERENCIAS
ENTRE
MANUALES
DIAGNÓSTICOS
DSM V
CIE-10
La presencia de
cuatro síntomas
dolorosos, dos
síntomas de
disfunción sexual y
un síntoma
pseudoneurológico
La presencia de más de un
síntoma somático que
genera angustia o ansiedad
y/ o resulta en una
alteración significativa de la
vida diaria.
Incluye como criterio la
negativa persistente a
aceptar las
explicaciones médicas
Quejas somáticas
persistentes, se prioriza
el diagnóstico de
hipocondría
Amplia categoría
diagnostica, incluye
trastornos
somatomorfos
indiferenciados.
Aumentó el grupo de
múltiples
diagnósticos y
dificultad para el
diagnóstico.
Cambio de diagnóstico de
trastorno somatomorfos a
trastornos sintomáticos
somáticos.
Define más de un síntoma
somático que genera
angustia y /o ansiedad,
cronicidad con corte de 6
meses.
Predominio de síntomas
somáticos, ansiosos o de
dolor.
Trastorno de
somatización, síntomas
somáticos múltiples y
variados, para los que
no hay una explicación
médica.
Presenta cronicidad al
menos 2 años.
De acuerdo con el DSM-V, el trastorno de síntomas somáticos incluye: trastorno de
síntomas somáticos, trastorno de conversión, trastorno de ansiedad por enfermedad, factores
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psicológicos que afectan a otras afecciones médicas, trastorno facticio, otro TSS (trastorno de
síntomas somáticos) y Trastorno relacionado específico, TSS y T. relacionado no especificado.
Ahora bien, en niños y adolescentes se encuentran algunos casos de trastorno de
conversión, aclarando que éste es bastante infrecuente en niños muy pequeños, siendo más
frecuente a partir de la edad puberal (Raheb & Tomás, 2008). Los niños en edad preescolar
suelen presentar durante pocas horas o días, supuestas paresias (ausencia parcial de
movimiento voluntario) o cojera posterior a lesiones menores que, tras examen médico y/o
radiológico, no pueden ser directamente atribuidas al daño tisular. Los síntomas pueden
suscitar un incremento de la atención por parte de los padres o cuidadores, lo que mantiene la
conducta (ganancia secundaria) (Pedreira et al., 2002; Mullick, 2002).
Clásicamente, el trastorno de conversión en niños y adolescentes imita los síntomas de
una persona cercana con enfermedad bien determinada fisiopatológicamente, lo que ha sido
confirmado en un 29%-54% de los casos, identificando dos grandes patrones de alteración en
las familias de los niños con trastorno de conversión: familias ansiosas y preocupadas por las
enfermedades, y familias desorganizadas y caóticas (Gupta & Winsler, 2016; Mullick, 2002).
Dicho diagnóstico se realiza cuando existe uno o más déficits o síntomas que afectan a
la movilidad voluntaria o a la función sensitiva, sugiriendo una alteración neurológica u otras
condiciones médicas generales y que se asocia a factores psicológicos (APA, 2004). Los
síntomas deben estar íntimamente asociados a estresores psicológicos significativos
(conflictos familiares, duelo, traumas) y pueden causar más malestar a los padres o médicos
que al propio paciente (Ortiz & Erazo, 2005; Raheb & Tomás, 2008; Sánchez & Rodríguez,
2012; Cabrera, Vallejos, Jaimes & Ruiz, 2008).
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Las exploraciones médicas para diferenciar los síntomas del trastorno de conversión
de los síntomas dependientes de un trastorno de reconocida organicidad deben ser minuciosas
a fin de confirmar o descartar la presencia de: epilepsia, infecciones ocultas, lesiones
traumáticas, etc. (Muñoz, 2009). Hay cuatro subtipos de trastorno de conversión basados en la
presencia de síntomas principalmente motores, sensoriales, crisis no epilépticas o mixtas
(Rámos & Vázquez, 2012; López y Belloch, 2002).
Por otro lado, en cuanto a la perspectiva evolutiva incluso los niños menores de 3
meses manifiestan respuestas de dolor y los niños mayores de 18 meses muestran dolor
localizado y son capaces de reconocer el dolor en los otros (Echeburúa, 1989). Debido a lo
anterior, los niños en edad preescolar exhiben estrategias, tales como solicitar afecto o usar la
distracción para aliviar el dolor; Pedreira, Palanca, Sardinero, & Martín (2002), afirman que
ya en su edad escolar pueden claramente precisar el nivel de intensidad del dolor y vincular
sensaciones psicológicas al mismo, ya que con las operaciones formales se incrementa la idea
del dolor. De cualquier manera, sus habilidades cognitivas provocan pensamientos mágicos
acerca del dolor y no aceptan la comprensión de un procedimiento doloroso como beneficioso
(Garaigordobil & Maganto, 2013; Mullick, 2002).
Relacionado con esto, algunos estudios clínicos muestran que el umbral del dolor
aumenta con la edad y que los niños pequeños son más sensibles al dolor de los
procedimientos médicos que los niños mayores de 7 años (Fradet, McGrath, Kay, Adams &
Luke, 1990). Asimismo, en niños, suelen ser de utilidad los indicadores de malestar tanto
conductuales (movimientos corporales, expresión facial) como fisiológicos (frecuencia
cardíaca, respiración). Las escalas basadas en la observación, complementadas tanto por los
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padres como por los profesionales, pueden constituir medidas fiables de malestar aparente
(Muñoz, 2009; Raheb & Tomas, 2008).
Del mismo modo, se han asociado las quejas por dolor recurrentes con un aumento de
riesgo de psicopatología, deterioro funcional, problemas familiares y un mayor uso de los
servicios de salud mental (Campo et al., 1999). Muñoz (2009) y Ortiz (2005), afirman que el
dolor siempre debe ser evaluado a partir de auto informes porque no existen técnicas de
medida directas. Por tanto, dadas las limitadas capacidades de auto informe en niños se hace
complicada la terea de evaluación y la intervención, lo que conlleva a que la tarea de
determinar cuándo un síndrome doloroso constituye un síndrome psicopatológico sea
verdaderamente desalentadora.
Algunos niños y adolescentes presentan síntomas compatibles con hipocondría, la cual
se define como preocupación y miedo persistentes a padecer una enfermedad grave; este
miedo está basado en la malinterpretación de uno o varios síntomas físicos, y persiste a pesar
de exploraciones y explicaciones médicas apropiadas al menos durante seis meses (APA,
2004). Suele asociarse a insatisfacción con la atención médica recibida, consultas repetidas a
varios especialistas, deterioro de las relaciones interpersonales y riesgo de complicaciones
iatrogénicas debidas a la realización de excesivos procedimientos diagnósticos (Mullick, 2002;
Pedreira, et al., 2002; Sánchez & Rodríguez, 2012).
En los adolescentes, hay que tener extrema cautela y se debe diferenciar la hipocondría
de las adolescentes que erróneamente están convencidas de estar embarazadas o de los
estudiantes de medicina que temen desarrollar una enfermedad al estudiarla, dado el carácter
transitorio de estas preocupaciones (Ramos &Vásquez, 2012, Muñoz, 2009).
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Ahora bien, algunos autores plantean la presencia del Trastorno Dismórfico Corporal
(TDC) en adolescentes, el cual refiere una preocupación excesiva por algún supuesto defecto
en el aspecto físico del sujeto. El defecto es imaginario o, si existe, la preocupación es
claramente excesiva, y llega a causar un malestar significativo que perjudica el
funcionamiento normal del individuo (Muñoz, 2009).
Dicho trastorno se ha descrito como un problema que produce un sufrimiento ligado a la
experimentación de vergüenza por parte del sujeto, quien no suele expresar lo que siente, ni
tampoco la existencia de su supuesto defecto corporal, de esta manera evita que los clínicos le
pregunten directamente, dificultando la posibilidad de relacionar los síntomas con el trastorno
(Ortiz & Erazo, 2005).
Los padres de los niños con un TDC suelen acudir a consulta tras observar que su hijo
comprueba excesivamente su aspecto físico frente al espejo, se acicala demasiado y demanda
una excesiva resolución de dudas sobre estas cuestiones. Desde una perspectiva evolutiva, la
preocupación por la apariencia puede ser común durante la adolescencia, pero los jóvenes con
TDC padecen un malestar clínicamente significativo o un deterioro en su funcionamiento. Las
personas con un TDC suelen someterse a costosas y potencialmente peligrosas operaciones de
cirugía estética y tratamientos dermatológicos (Muñoz, 2009; Raheb & Tomás, 2008).
No existe una literatura extensa de este trastorno en niños y adolescentes a pesar de los
datos preliminares que sitúan su inicio en la adolescencia y de la constancia clínica de su
existencia en estas edades. Hasta la fecha no se dispone de datos epidemiológicos sobre el
TDC en niños y adolescentes, aunque el DSM IV informa que su inicio se centra en una media
de edad entre los 6 y los 16 años (Sánchez & Rodríguez, 2012; Raheb & Tomás, 2008).
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Etiología de los problemas somáticos en niños y adolescentes
Dentro de los factores causales de los problemas somáticos en niños y adolescentes se
encuentran antecedentes genéticos, biológicos y psicosociales. Algunos estudios exploran las
contribuciones genéticas en donde se ha encontrado que los niños que somatizan comparten
síntomas físicos con el resto de miembros de la familia; por otra parte, la ansiedad y la
depresión son más comunes en las familias de estos niños y los padres de niños o adolescentes
con dolor abdominal refieren un número de síntomas psiquiátricos significativamente mayor
que el de los padres de los controles (Raheb & Tómas, 2008; Burgess & Younger, 2006).
Mullick (2002) encontró que el trastorno de la personalidad antisocial, el trastorno de
somatización, el TDAH (Trastorno al déficit atencional con hiperactividad) y el alcoholismo
se agrupan en las familias más de lo esperado.
En cuanto a los factores biológicos, Ortiz & Erazo (2005) citan estudios que plantean
bases neuropsicológicas para el trastorno de somatización, postulando que habría déficit
cognitivos y atencionales característicos, resultando en una percepción y evaluación
defectuosa de los inputs somatosensoriales.
Los factores psicosociales en los problemas somáticos se encuentra que las
experiencias infantiles tienen importancia en la formación del carácter somatizador,
influyendo carencias afectivas, modelado erróneo de la enfermedad por parte de los padres, el
refuerzo de la conducta de enfermedad, el temperamento, el sexo y la emoción (Muris &
Meesters, 2004; Guzmán, 2011; Rinaldi & Howe, 2011, Mäntymaa, Puura, Luoma, Salmelin
& Tamminen, 2012; Bayer, Hiscock, Ukoumunne, Price & Wake, 2008.; Giménez &
González, 2010). Adicionalmente, la presencia de familiares con enfermedades físicas
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crónicas puede incrementar los síntomas somáticos en los niños al ser modelados por éstos
(DeGruy et al., 1989).
En esta misma línea se plantea que el abuso sexual en la infancia se asocia a la
aparición del trastorno de somatización en adultos (Mohapatra et al., 2014) y parece conducir
a un incremento de las quejas físicas subjetivas en los niños y adolescentes. También se ha
encontrado que los adolescentes con historia de abusos físicos o sexuales obtienen mayores
puntuaciones en las medidas de somatización; y el patrón de somatización crónica en la edad
adulta se asocia a la ausencia de cuidado parental y a antecedentes de enfermedad en la
infancia (Craig & Tran, 2006; Arnfinn, 2011; Galmabos, Leadbeater & Barker, 2004).
Aunado a ello, la edad y el sexo son variables importantes, las somatizaciones son más
probables en niños mayores y en adolescentes (Campo, Williams, Comer & Kelleher, 1999).
Las niñas son más consistentes a la hora de informar los síntomas que los niños. Asimismo, se
han asociado las somatizaciones en pediatría con un nivel socioeconómico bajo y pocos
niveles de educación parental.
Comorbilidad
Los problemas somáticos en niños y adolescentes presentan una fuerte comorbilidad
con trastornos depresivos, ansiosos, fóbicos y sintomatología psicótica; lo cual es explicado
porque muchos de los síntomas corresponden a alteraciones neuroquímicas o de sustrato
cerebral cada vez más reconocido (Florenzano, Fullerton, Acuña & Escalona, 2002). Se
destaca la ansiedad por separación y ansiedad generalizada como las comorbilidades más
prevalentes, las cuales incrementan hasta los 13 años en un 17.4%, situándose en el 12% entre
los 14 y 18 años; seguidos de los trastornos depresivos con una prevalencia de 11% en niños y
22% en niñas (López, et al., 2010).
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Por otro lado, se ha encontrado que los síntomas físicos sin explicación médica como
el dolor abdominal recurrente en niños son predictivos de trastornos emocionales en los
adultos (Campo et al., 2004).
Bass & Murphy (1995) postulan que los problemas de
somatización están muy relacionados con los trastornos de personalidad dado su curso
persistente, prolongada duración y una edad de inicio temprana.
Tratamiento de los problemas somáticos en la infancia y adolescencia
La atención primaria es la puerta de entrada al sistema sanitario y recibe gran parte de
los pacientes somatizadores, de ahí que el uso de buenas prácticas clínicas haga más efectivo
el tratamiento, frente a lo que se plantea la necesidad de propiciar en dicho sistema un
contexto comunicacional, evitar diagnósticos y tratamientos innecesarios, tranquilizar y
reasegurar y derivar adecuadamente a los servicios especializados; tales recomendaciones han
resultado efectivas y se ha demostrado un ahorro en los gastos sanitarios producidos por los
somatizadores de un 32% (Guzmán, 2011).
Adicionalmente, los casos de somatización en niños y adolescentes relativamente más
raros o extremos tienen mayor posibilidad de ser atendidos por psiquiatras, sin embargo, los
menos graves habitualmente son recibidos en el ámbito de la atención primaria. Los cuidados
médicos, la resolución terapéutica o las medidas de ayuda van a depender del grado de
entusiasmo del clínico, lo cual influye en el éxito frente a la enfermedad (Sánchez, 2013;
Garaigordobil & Maganto, 2013; Ordóñez et al., 2014). De ahí la importancia que el manejo
de estos pacientes requiera del trabajo interdisciplinar y multidimensional, con el fin de
diseñar intervenciones efectivas y aproximaciones preventivas idóneas (Florenzano, Fullerton,
acuña & Escalona, 2002).
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Igualmente, el plan de tratamiento de los problemas de somatización requiere ser
individualizado para poder abordar los problemas específicos de cada niño y adolescente, de
ahí que sea pertinente tener presente a la hora de intervenir: (1) recalcar un diagnóstico final,
focalizado en reducir la disfunción; (2) asegurar un minucioso trabajo médico (pero solo uno);
y (3) evitar contactos físicos que intensifiquen el rol de enfermo. (Silber, 2011; Raheb &
Vilaltella, 2008).
Muñoz (2009), comenta que algunas de las recomendaciones para el tratamiento
incluyen un abordaje bio-psico-socio-cultural como regla, la paciencia debe ser la aliada del
médico tratante sobre todo en la búsqueda etiológica de los síntomas ya que demanda tiempo,
la comunicación del diagnóstico al paciente y la familia se debe hacer de forma, clara, precisa,
con respeto y consideración.
Mullick (2002), afirma que los pacientes somatizadores y sus familias suelen pensar y
hablar en términos de enfermedad física, problemas médicos y disfunciones somáticas y por
tanto, se resisten activa o pasivamente, a la derivación a otros profesionales. El tratamiento de
los pacientes somatizadores y sus familias ha de ser coordinado y centrarse en reducir la
disfunción; garantizando un solo examen médico adecuado y utilizar los llamados placebos
cuando es difícil hacer el diagnóstico. En todo caso es necesario mantener una actitud de
reserva respecto a su uso y nunca utilizarlo como una manera de confrontar al paciente, ya que
puede volverse más resistente a aceptar el diagnóstico y tratamiento (Cabrera, Vallejos, Jaimes
& Ruiz, 2008)
Como es habitual que los pacientes somatizadores presenten otros trastornos
psicológicos comórbidos, es importante resaltar que éstos responden a la psicoterapia y
farmacoterapia prescritas (Ortiz & Erazo, 2005). Desde el tratamiento farmacológico Ortiz &
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Erazo (2005) aconsejan la utilización de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina
en el tratamiento de los problemas somáticos. Los fármacos coadyuvantes (medicación no
analgésica que ayuda a mitigar el dolor) pueden estar indicados cuando los narcóticos no son
efectivos o producen efectos secundarios mayores. Los antidepresivos tricíclicos, los
anticonvulsivos y los estimulantes son fármacos coadyuvantes de eficacia demostrada.
La intervención psicológica debe apuntar al uso de técnicas de modificación de conducta
en el tratamiento de los problemas somatomorfos (Cabrera, Vallejos, Jaimes & Ruiz, 2008). El
refuerzo de las conductas de afrontamiento es eficaz para reducir la ganancia secundaria
asociada al rol de enfermo y para incrementar el cumplimiento de las prescripciones
terapéuticas. Las técnicas de relajación son útiles en el tratamiento de las cefaleas, los
trastornos de conversión y los síndromes dolorosos (Raheb & Tómas, 2008).
Además, la Psicoeducación a los pacientes siempre resulta de utilidad facilitando la
comprensión y adherencia al régimen terapéutico a partir de la clarificación de cuándo
preocuparse por los síntomas, mejorando la comunicación con los profesionales;
adicionalmente es importante el uso de técnicas de solución de problemas (Guzmán, 2011).
Por último, la terapia cognitivo-conductual combinada con inhibidores selectivos de la
recaptación de serotonina ha demostrado ser efectiva con niños y adolescentes con TDC. La
terapia familiar cognitivo-conductual ha mostrado elevadas tasas de eliminación del dolor,
menor número de recaídas y un aumento de la capacidad funcional que el tratamiento
pediátrico convencional sin intervención psicológica (Raheb & Tomas, 2008; Muñoz, 2009).
Discusión
18
A pesar que algunos autores asumen los problemas somáticos bajo una mirada
multidimensional y pluridisciplinar a fin de lograr la comprensión integral del niño y
adolescente como unidad funcional, muchas investigaciones no hacen claridad ni profundizan
en torno a estas premisas y la relevancia que tienen para el tratamiento de los problemas
somáticos en dicha población; de ahí que se haga compleja la intervención de estos pacientes
al no tener claridad sobre algunos aspectos de intervención y formulación de estos casos.
Por otro lado, al ser la atención primaria la puerta de entrada al sistema sanitario, se
debe asumir con gran responsabilidad el manejo correcto de estos pacientes y las remisiones
necesarias para su efectivo tratamiento, buscando una reducción de la exposición a
procedimientos inapropiados y lograr así disminuir el sufrimiento no solo del paciente sino de
su contexto familiar.
Respecto a la somatización en niños y adolescentes como categoría diagnóstica es
importante resaltar que son varias las voces en cuanto al tema, mostrando diferencias en las
clasificaciones diagnósticas, sobre todo en la versión del DSM V. Esto permite plantear que si
se pretende que resulte útil como categoría diagnóstica, deben hacerse esfuerzos por clarificar
cuestiones que en la actualidad son controvertidas y que son de especial importancia, como
llevar a cabo una más clara delimitación de la naturaleza y características de aquellos síntomas
que son entendidos como somatizaciones, lo que evitaría la confusión. Adicionalmente, en la
actualidad los criterios diagnósticos de la etapa adulta los ajustan a la edad infanto-juvenil, lo
cual no resulta objetivo y específico para este tipo de pacientes, llegando entonces quizás a
una dificultad diagnóstica y por ende un deficiente tratamiento, dadas las diferencias entre las
condiciones evolutivas tanto de adultos como de niños y adolescentes.
19
La notable presencia de síntomas psicosomáticos en los niños y adolescentes ha
llevado a la necesidad de incorporar un modelo de abordaje bio-psico-sociocultural que lleve a
una conceptualización más amplia y compleja de éstos y su trastorno, permitiendo hacer
distinciones claras entre lo orgánico y lo mental. Es por lo anterior que los profesionales de la
salud deban propiciar espacios que permitan trasnversalizar sus conocimientos y expectativas
científicas ante las demandas de los problemas somáticos, teniendo en cuenta sus
implicaciones no sólo en lo psicológico sino en lo orgánico.
Todo lo revisado plantea un reto para las ciencias de la salud, tanto en la investigación
como en la práctica, se sugiere un mayor abordaje conceptual, empírico que flexibilice la
conceptualización y manejo interdisciplinario ya que no es posible abordar fenómenos
complejos a partir de elementos simples que ven solo una parte y que no están mostrando
todas las dimensiones que subyacen a un problema (biológicas, psicológicas, sociales,
culturales, etc.); esto posibilitaría encontrar nuevos escenarios entre disciplinas que permitan
pensar lo psicosomático desde nuevas perspectivas.
Conclusiones
A partir de la revisión bibliográfica efectuada se encuentra que las alteraciones
psicosomáticas en niños y adolescentes deben estudiarse de acuerdo a la fase de desarrollo en
la que éstos se encuentren, lo cual podría enriquecer sustancialmente el conocimiento de los
diferentes factores que favorecen la manifestación y mantenimiento de la enfermedad.
Los diferentes autores plantean que no es tarea fácil la búsqueda etiológica de los
problemas somáticos en la infancia y la adolescencia, sin embargo, muchos de ellos afirman
que la parte psíquica tiene una gran influencia en los síntomas físicos, hasta tal punto que éstos
20
últimos constituyen la manifestación principal de un trastorno mental; evidenciando también
que dichas alteraciones psicosomáticas se dan a partir de la relación madre- hijo y o figuras
significativas.
Del mismo modo, algunos autores argumentan frente al diagnóstico que se deben
descartar todas las posibles causas orgánicas sin caer en excesos y una vez se haya
determinado que la sintomatología corresponde a un proceso de somatización, el médico debe
hacérselo saber a la familia de la mejor manera. Dentro del diagnóstico es importante
reconocer los signos de alarma o manifestaciones clínicas psicosomáticas de niños y
adolescentes como, dolor abdominal, cefalea, dolor torácico, emesis (vómito) y otras quejas
físicas. Es así como todos estos síntomas interfieren en la vida cotidiana de esta población y
cuya recurrencia genera el ausentismo académico y de otras actividades.
Esta revisión muestra también que los síntomas somáticos en niños y adolescentes
tienen comorbilidad con otras problemáticas como ansiedad, depresión y trastornos de
personalidad, traducido así en síntomas internalizantes que afectan notablemente la
funcionalidad del paciente, agravando su condición y pronóstico.
Es fundamental entender el sufrimiento del paciente que padece un problema
psicosomático, sobre todo en niños y adolescentes al ser un fenómeno complejo que incluye
no solamente mecanismos psicológicos, sino una serie de patologías físicas, en cuyo caso se
hace necesario tener en cuenta aspectos fundamentales del tratamiento: 1) la Psicoeducación
sobre el problema al paciente, 2) establecer unas líneas de intervención apropiadas para el caso
y 3) asegurar un trabajo médico y psicológico idóneo. Del mismo modo, son eficaces para el
tratamiento de los problemas psicosomáticos en niños y adolescentes, las técnicas de
modificación de conducta, el refuerzo de las conductas de afrontamiento para reducir las
21
ganancias del rol de enfermo, la relajación, la combinación de terapia cognitivo conductual y
la terapia familiar.
Queda claro que tanto los niños como los adolescentes no son ajenos a experimentar
problemas de somatización, de modo que con una intervención precoz y efectiva de los
profesionales pueden mejorar la calidad de vida y su salud física.
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