DON JUAN: EL DEMÓCRATA CONVERSO. Por RAFAEL BORRÁS Don Juan de Borbón y Batemberg, tercer hijo varón de don Alfonso XIII, es una clave de más cincuenta años de intrahistoria española. Fue sucesivamente Infante de España, desde su nacimiento en 1913 hasta 1933, cuando ya la dinastía se había visto obligada a abandonar el país como consecuencia del carácter plebiscitario que tuvieron las elecciones de abril de 1931; Príncipe de Asturias, es decir, heredero de la Corona desde 1933 hasta 1941, y, para quienes le reconocían como tal -aunque el suyo fuese un reinado en la sombra, según la expresión acuñada por Pedro Sainz Rodríguez-, Rey de España en el exilio desde 1941 hasta 1977 con la denominación de "Juan III", aunque su hijo don Juan Carlos I ocupase el trono desde noviembre de 1975, conservando hasta su muerte, en 1993, el título de soberanía de Conde de Barcelona. Para un espectador desapasionado, la vida y actuación de don Juan se encuadran entre su deseo vehemente de ser rey -"Prefiero que me llamen maricón a pretendiente", le dirá en cierta ocasión a Antonio Senillosa- y su decepción profunda por no serlo -"La política es una mierda y yo soy víctima de ella, porque no he sido rey de España por culpa de la política", según le comenta a Mario Conde-. A este propósito, ceñir la corona heredada de sus mayores, supeditó don Juan ideas y creencias, por considerar que le correspondía por derecho divino. Ello explica seguramente sus continuas contradicciones, en cuya responsabilidad pesaron un cúmulo increíble de circunstancias. Por siete veces las voces engañosas y débiles de los hombres, que don Juan confundió -en esto era más Austria que Borbón- con la voz cierta y firme de la historia, le prometieron como las brujas a Macbeth:"Un día serás rey". En 1933, al recibo del telegrama de don Alfonso XIII comunicándole que la renuncia definitiva de sus hermanos mayores le convertía en Príncipe de Asturias, en heredero del trono; en 1937, al declarar el general Franco que no había permitido que don Juan participase en la guerra de España porque el futuro rey no debía contarse entre el número de los vencedores y regresar a la patria con el carácter de pacificador; en 1941, cuando a la muerte de su augusto padre sus leales le reconocieron con el nombre de "Juan III", aunque él prefiriese usar el título de soberanía de Conde de Barcelona; en 1943, cuando un grupo de aguerridos tenientes generales y de distinguidos miembros de la clase política solicitaron al Jefe de Estado la restauración de la Monarquia en la persona de don Juan a fin de salvar la victoria militar 1 y política fraguada el 18 de julio; en 1945 cuando las potencias aliadas le impusieron la firma de un manifiesto con ribetes democráticos como condición previa para ponerlo en el trono a fin de evitar la vuelta a España de la República y, con ella, de los vencidos en la guerra civil; en 1968 cuando su hijo y heredero el Príncipe de Asturias don Juan Carlos declara que jamás aceptará reinar mientras viva su padre, que es el rey; en 1974 cuando el Partido Comunista de España le ofrece acatarle como tal si un referéndum previo decide que la forma de Estado y de Gobierno que el país quiere darse es la monárquica... Y por siete veces el desengaño fue el mísero salario que recibió en pago de su ingenua pero compresible credulidad. Don Juan de Borbón y Battemberg (1913-1993), tercer en la línea sucesoria a la Corona, no recibió jamás la preparación adecuada "Nunca se nos educó para ser príncipes"- para el cumplimiento de las graves responsabilidades a que estaba presumiblemente destinado, bien como futuro rey, bien como titular de la dinastía en el exilio (1941), aunque él parecía ignorarlo -"Yo no podía sospechar que llegara algún día a ser heredero de la Corona"- y nadie parecía querer asumirlo. Pro-dictatorial El ambiente en que don Juan creció y se formó en la Corte de España hasta los dieciocho años fue pro-dictatorial y antidemocrático "Detestaba la política por instinto"-, y su dependencia en todos los órdenes de Alfonso XIII, el rey perjuro que avaló la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) -"Mi padre era un gran hombre y fue en todo mi mejor maestro"-, no contribuyó ciertamente al arraigo verdadero de ninguna auténtica convicción liberal frente a "tanta farsa de parlamentarismo, elecciones y monsergas", según sus palabras. Su matrimonio (1935) con Doña María de las Mercedes Borbón y Orléans, nacida del segundo matrimonio de un cuñado de su padre posiblemente limitó de alguna manera -"Me quedo con la española conocida"- las posibilidades de don Juan de abrirse al entendimiento personal de otras formas de vida y otras manifestaciones culturales que pudieran enriquecer una visión sesgada en exceso por un patriotismo visceral ajeno a la reflexión crítica -"-No he encontrado tierra en la Tierra que me hable al alma como la de mi España!". La institución es consciente de que sólo un golpe de Estado militar puede lograr el regreso de la dinastía a España; la instalación de Alfonso XIII en la Roma fascista parece responder a su deseo de controlar los movimientos de los monárquicos - "alfonsinos" 2 "juanistas"- que buscan en el régimen de Mussolini las ayudas financiera y militar para un proyecto de tal naturaleza. Desde muy joven (1935) don Juan se identificó con el ideario de extrema derecha de Acción Española y de otras fuerzas fascistizantes -"Habéis mostrado como la sagrada tradición de España coordina con las más modernas doctrinas"-, e hizo suyo -"Aquí no había más solución que echarse a la calle y acabar a tiros con ellos"- el golpe de Estado que preconizaban contra el régimen republicano que los españoles habían conquistado pacíficamente el 14 de abril de 1931, noviembre de 1936 y febrero de 1936. Por tres veces -julio, agosto y diciembre de 1936- don Juan intentó luchar con el bando de los sublevados contra la legalidad republicana, y enfrentarse como un iluminado con las armas en la mano a la mitad, como mínimo, de sus compatriotas, a los que ni siquiera otorgaba la condición de ciudadanos -"Cuando se ha nacido príncipe de una nación como España el primer deber es morir por su felicidad para ser digno de sus súbditos. Y yo voy a cumplirlo gustosísimo, lleno de entusiasmo y de afán por dar ejemplo"-. Don Alfonso XIII fue desde los primeros días de la sublevación militar una pieza importante en la obtención de ayuda extranjera a los rebeldes: sus gestiones cerca de Mussolini y, según don Juan, del rey de Italia y emperador de Etiopía, decisivas para el envío de los "Savoias" que permitieron a Franco el paso de los ejércitos de áfrica a la península; durante toda la guerra siguió las vicisitudes de la misma, y a su término organizo en Roma un solemne "Te deum" para celebrar la victoria de Franco. Combatir en la cruzada Cuando don Juan apela a Franco para que le permita enrolarse en el "Baleares", el general agradece emocionado su oferta pero la declina en razón de "la seguridad de vuestra persona" y "el lugar que ocupáis en el orden dinástico". Meses después, julio de 1937, lo explicará a Juan Ignacio Luca de Tena la razón última de su negativa: "Si en el cambio de Estado volviera un rey, tendría que venir con carácter de pacificador y no podría contarse en el número de los vencedores". Participar como combatiente en el Desfile de la Victoria (mayo de 1939) habría proporcionado al Príncipe de Asturias, en su momento, una gran popularidad entre quienes ganaron la guerra, pero le hubiera impedido en el futuro, con algún viso de credibilidad ante la España vencida, afirmar que su mayor anhelo era "la paz y la concordia de todos los españoles". A lo largo de toda la guerra civil don Juan hizo patente su pesar más profundo por no poder participar en la contienda, tanto de palabra -"Me martiriza como no tienes idea el hecho de que 3 España sufra, de que están muriendo por salvarla miles y miles de españoles y de que yo, con mis veintitrés años, sano, fuerte y robusto, permanezca aquí"- como por escrito -"Siguiendo fielmente sus consejos, es por lo que, contra mi corazón, no he intentado nuevamente ir a tomar parte con mis compatriotas en la cruzada de la que V.E. es el glorioso Caudillo". El hundimiento del "Baleares" supuso para don Juan, con toda seguridad, dada la impetuosidad de su carácter, un cierto sentimiento de culpa, que sublimó con el deseo de transmitir a su hijo el Infante don Juan Carlos, de pocos meses, sus ardores belicistas:"Déjale que crezca y que le enseñe yo a sentir la rabia y desesperación que es para un príncipe español el no poderse hundir junto a sus compañeros de armas, firme y sereno, con el puente de una nave de guerra, cuando España riñe batallas decisivas". Desde el primer momento su identificación verbal y escrita con la causa militar y política liderada por el general Franco fue total "Acato, como sabes, con todo respeto y disciplina,, las órdenes del Mando que con todos acierto, dignidad e inteligencia conduce hoy a España a su salvación definitiva"-, y el reconocimiento de Franco como Jefe de Estado explícito y sin reservas -"Yo no sé, mi general, si al escribirle así infrinjo las normas con que es normal dirigirse a un Jefe del Estado"-. Servir a Franco Ante las discrepancias surgidas entre Franco y don Alfonso XIII, receloso éste de que se le aparte de una posible restauración de la dinastía a favor de su hijo don Juan, el Príncipe de Asturias se apresura a reiterarle al general que su único deseo es "obedecer las órdenes de V.E. como el mejor medio de servir a España". La idea de que por encima de la transitoriedad de las personas está el interés de la Institución, con independencia de quien encarne la dinastía en un determinado momento -tesis difundida por los "juanistas" frente a los "alfonsinos"-, parece, por esas fechas, haber hecho mella en su espíritu. Como remate de los numerosos mensajes enviados a Franco con motivo de sus diversas victorias militares, la caída de Madrid (marzo de 1939) sirve a don Juan para felicitar efusivamente al general por "la liberación capital de España. La sangre generosa derramada por su mejor juventud será prenda segura del glorioso porvenir de España. Una, Grande y Libre. -Arriba España!". Su padre, don Alfonso XIII, en carta autógrafa a Franco, se suma entusiásticamente a la iniciativa del Ayuntamiento de Madrid por la que el Gobierno concede al Generalísimo la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Al término de la contienda, ni don Alfonso XIII ni el Príncipe de Asturias, como 4 representantes máximos de la dinastía, hacen la menor manifestación, ni pública ni privada, que signifique un mínimo gesto de piedad hacia los vencidos o un intento de reconciliación entre los españoles enfrentados. En 1940, el todavía Príncipe de Asturias, ante las acusaciones de determinados elementos carlistas de un supuesto liberalismo, don Juan se reclama, frente al regente de la Comunión Tradicionalista, Javier de Borbón-Parma, como paladín de la Monarquía católica y tradicional. "No concibo para España otro Estado que un Estado Católico, ni otra forma de Gobierno que la monárquica, ni otra Monarquía que la Tradicional". Convencido finalmente Alfonso XIII por la fuerza de los hechos de que su persona era un obstáculo insalvable para una futura restauración, se decidió a abdicar (enero de 1941) cuando se sabía en la práctica desahuciado por los médicos, declarando expresamente que los derechos sucesorios correspondían a don Juan, a fin de que no hubiese discusión ninguna al respecto, pese a las posibles irregularidades de la renuncia del Infante don Jaime. La asunción de los derechos dinásticos como "Juan III" en 1941 le sorprende en circunstancias históricas difíciles -"Yo tenía 27 años. No se habían cumplido todavía dos desde la terminación de nuestra Guerra Civil y el mundo se sumergía en la mayor conflagración que ha conocido la Historia"-. Nadie cree oportuna en esos momentos la restauración de la Monarquía, y menos que nadie el régimen de Franco, cuyo régimen ha venido a sustituir a la República sin compromiso formal ninguno de restablecer el régimen cuyo titular "suspendió" sus prerrogativas en 1931 a la espera de "conocer la auténtica voluntad popular". Pero a la medida que la Segunda Guerra Mundial cambia de signo, la para algunos previsible caída de Franco como consecuencia de la derrota de las potencias totalitarias, incita a un grupo de procuradores en Cortes y a un número reducido de tenientes generales (1943) a pedir a Franco que estudie la posibilidad de una restauración para cerrar el paso a "los rojos y obliga a don Juan a un tímido giro ideológico para poder ofrecerse como alternativa frente a un posible retorno de la República y el temido Frente Popular". Temor a un plebiscito El manifiesto de Lausana (1945) le viene impuesto a don Juan por las potencias aliadas precisamente para impedir el regreso de los vencidos en la Guerra Civil y, con ellos, la caída de España en la zona de influencia de la Unión Soviética. Don Juan no es un demócrata de "toda la vida": como máximo, es un demócrata "converso" por conveniencias tácticas del momento. El "macizo de la raza" y el 5 "sindicato de intereses" -"Casi todos los monárquicos estaban, oficialmente, con el régimen"- tiene muy claro que don Juan no es una alternativa mejor que Franco para evitar la vuelta de los vencidos con garantías de que todo "siga igual". Temen, con fundamento, que si se procede a un plebiscito previo sobre las instituciones por las que España debe regirse, éste sea favorable a la República, o, incluso, en el caso de que sea la Monarquía, ésta se vea desbordada. Desde 1948 hasta 1969 don Juan siguió políticas contradictorias respecto a Franco, "porque todo le parecía accidental e instrumental al lado del imperativo dinástico", según Fernández de la Mora, pero predominó la línea de los monárquicos colaboracionistas, conscientes de que si el azar no facilitaba la vuelta de la Institución "sin" Franco mediante una situación de emergencia, ésta sólo sería posible "con" Franco, pero no ya contra Franco. "El hecho de pensar en la Monarquía como forma de sucesión y desemboque de este período excepcional" -le escribía don Juan a su hijo don Juan Carlos- "es consecuencia de la concepción clarividente del general Franco". Más de veinte años después de que se calase la boina roja de los requetés para participar en la Guerra Civil, don Juan vuelve a lucirla en Estoril (1957) donde hace aceptación explícita de los principios del Tradicionalismo. La escisión dinástica parece superada, pero a costa de que el pretendiente renuncie a los principios de la monarquía liberal y parlamentaria. Al cumplirse en 1961 los 25 años la sublevación militar que elevó a Franco a la Jefatura del Estado, don Juan ratifica su plena identificación con el Régimen -"El sistema político de constitución abierta que hoy rige y que será heredado por el régimen futuro, me permite afirmar sin hacer violencia alguna a mi pensamiento, mi adhesión a los principios y leyes fundamentales del Movimiento"-lo mismo hará al cumplirse los 25 años del final de la guerra -"La satisfacción con que veo como el Estado español se dispone a conmemorar dignamente los 25 años de paz que ha vivido gracias a la victoria militar conseguida por V.E. en nuestra guerra de Liberación"-: y en 1966 a los 30 años de mando ininterrumpido de Franco -"Su obra quedará en la Historia como ejemplo de un esfuerzo excepcional culminado con clarividencia en pacífica y evolutiva continuidad"-, a quien cinco años antes pidió permiso, sin éxito, para ofrecerle la máxima distinción con que podía distinguirle:"Tenía firmemente decidido que el primer español al que yo otorgaría el Toisón de Oro habría de ser el Generalísmo Francisco Franco". "Un calzonazos" Dada su aceptación de la Ley Orgánica del Estado de 1966, promulgada por las Cortes tras su aprobación en referéndum -"No 6 quiero que falte mi personal y muy sincera felicitación a V.E. por cuanto creo que vale y pesa el significativo "sí" de los españoles"-, es muy posible que si Franco se lo hubiese propuesto don Juan hubiese aceptado la sucesión a título de Rey, como hizo su hijo. Pero Franco no se fiaba de él y sí de su hijo. "Como no le cayó simpático el padre, llamó al niño", dirá Serrano Suñer. Don Juan, políticamente, no es un antifranquista "de siempre", aunque humanamente pudiese llegar a detestar a quien le cerraba el acceso al trono: como máximo, es un antifranquista "circunstancial", por conveniencias tácticas. Don Juan no se resignó a que se rompiese la línea sucesoria, lo que si en cualquier monárquico consecuente resulta explicable, en su caso es de una lógica aplastante - "Venga la placa, le reclamará al Príncipe de Asturias-: el Rey quería ser él, aunque fuese por veinticuatro horas; en este sentido está aún por desvelar, por completo, algún intento al que, de todas formas, parece que no se vio con ánimos de colaborar a fondo. "Don Juan era un calzonazos", sentenciará Carrillo. Según Bardavío, "Don Juan fue apartado, incluso con desdén, del lugar que la Historia le tenía reservado. Y, rota la historia, su hijo don Juan Carlos entraría a reinar como nieto, cuando debería haberlo hecho como hijo". La decisión de don Juan Carlos de no respetar el derecho sucesorio "-Hay que ver, toda una vida esperando a ser rey, y resulta que quien te lo impide es tu hijo, cuando resulta que él no puede ser rey nada más que si yo lo soy"- le afectó de manera grave. Muerto el general Franco (1975), un discreto aviso de las Fuerzas Armadas hace desistir a don Juan de levantar bandera contra su hijo, manteniéndose como una más que hipotética carta de reserva en el caso de que la izquierda desborde las reglas del juego frente al marco institucional pactado." http://www.izqrepublicana.es 7