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DOLENTIUM HOMINUM
N. 37 – año XIII – N. 1, 1998
REVISTA DEL PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA PASTORAL
DE LOS AGENTES SANITARIOS
Actas de la XII
conferencia
internacional
promovida por el
Pontificio Consejo
para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios
sobre
Iglesia y salud en el mundo.
Expectativas y esperanzas
en el umbral del año 2000
6-7-8 noviembre 1997
Nueva Sala del Sínodo
Ciudad del Vaticano
DIRECCION
CORRESPONSALES
S.E. MONS. JAVIER LOZANO BARRAGÁN,
Director
P. JOSÉ L. REDRADO, O.H., Redactor Jefe
P. FELICE RUFFINI, M.I., Secretario
COMITE DE REDACCION
BENEDETTINI P. CIRO
BOLIS DRA. LILIANA
CUADRON SOR AURELIA
D’ERCOLE P. GIOVANNI
EL-HACHEM DRA. MAYA
FALLANI DR. GIOVANNI
GRIECO P. GIANFRANCO
HONINGS P. BONIFACIO
IRIGOYEN MONS. JESUS
JOBLIN P. JOSEPH
MAGNO P. VITO
NEROZZI-FRAJESE DRA. DINA
PLACIDI ING. FRANCO
SANDRIN P. LUCIANO
TADDEI MONS. ITALO
BAUTISTA P. MATEO, Argentina
CASSIDY MONS. J. JAMES, U.S.A.
DELGADO P. RUDE, España
FERRERO P. RAMON, Mozambique
GOUDOTE P. BENOIT, Costa de Marfil
LEONE PROF. SALVINO, Italia
PALENCIA P. JORGE, México
PEREIRA P. GEORGE, India
VERLINDE SRA. AN, Bélgica
WALLEY PROF. ROBERT, Canadá
TRADUCTORES
CHALON DRA. COLETTE
FARINA SRA. ANTONELLA
FORD PROF. MATTHEW
MULTIER SOR MARIE-GABRIEL
MURRAY P. DAVID
NOVELLI SRA. SIMONA
QWISTGAARD SR. GUILLERMO
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Fax: 698.83139 E-MAIL: [email protected]
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comprendido los gastos de envío
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En la cubierta: vidriera de P. Costantino Ruggeri
Spedizione in abbonamento postale - art. 2, comma 20/c, legge 662/96 - Roma
Sumario
6 Palabras de homenaje al Santo Padre
de Mons. Javier Lozano
42 Aspectos socio-políticos
y económicos de la salud
S.E. Dra. Maria de Belem Roseira
7 Promover un desarrollo sanitario
basado en la equidad,
la solidaridad y la caridad
Discurso del Santo Padre
45 Salud y sanidad
en los países industrializados
P. Pierluigi Marchesi
9 IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO.
EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS
EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
jueves
6
noviembre
10 Saludo e introducción
S.E. Mons. Javier Lozano
11 Jesús, Verbo encarnado,
salud y salvación del hombre
S.Em. Card. Pio Laghi
16 Las dimensiones antropológicas
de la salud
Prof. Corrado Viafora
48 Envejecimiento y salud
Dr. Fernando Morales Martínez
51 Afrontar la pobreza
y la vulnerabilidad
Dr. Fernando S. Antezana
53 Organización
de los sistemas sanitarios
Prof. Franco Splendori
58 Modelos éticos
para administrar la salud
Prof. W.J. Eijk
64 La distribución de los recursos
económicos y la salud
Prof. Joseph Joblin
viernes
7
noviembre
22 Historia del concepto de salud
Prof. Diego Gracia Guillén
28 La persona y el derecho a la salud
Prof. Francesco D’Agostino
69 La Iglesia, comunidad sanante
P. Luciano Sandrin, M.I.
30 Moral cristiana y salud integral
P. Bonifacio Honings, O.C.D.
75 La ciencia médica y la fe cristiana
Profra. Marie Odile Rethoré
35 El carácter de prevención y de
educación-autoeducación sanitaria
como respuesta a las expectativas
y esperanzas en la atención
a los enfermos
Prof. Achille Ardigò
79 Contribución de la vida consagrada
a la salud
Fr. Miguel Martín Rodrigo, OH
38 El agente sanitario al servicio
de la vida y de la salud
Prof. J.P.M. Lelkens
SESION DE TARDE
41 Hacia una visión unitaria
de la sanidad
S. E. Mons. Angelo Scola
85 El papel de los hospitales católicos
en el nuevo milenio
Dr. Michael F. Collins
90 Desafíos lanzados
a la Evangelización
en el mundo de la salud
P. Vitor Feytor Pinto
94 Vivir sanamente el sufrimiento
y la muerte
Prof. Rudesindo Delgado Pérez
100 Los sacramentos,
fuente de salud y salvación
S.E. Mons. Jorge Medina Estévez
105 El Gran Jubileo: año de gracia,
de salvación y de salud
S.Em. Card. Roger Etchegaray
159 La salud: impacto de la inmigración
Dr. Riccardo Colasanti
162 Nuestra responsabilidad
hacia el futuro
Prof. Walter Osswald
MESA REDONDA:
SALUD, ENFERMEDAD Y CURACION
EN LAS GRANDES RELIGIONES
sábado
8
noviembre
108 I: Budismo
P. Michael Fuss
112 II: Hinduismo
P. Mariasusai Dhavamoni, S.I.
116 III: Judaísmo
Prof. Rab. Abramo Alberto Piattelli
118 IV: Islamismo
P. Maurice Borrmans
SESION DE TARDE
165 Salud y destinación
universal de los bienes
Prof. Marie Hendrickx
MESA REDONDA:
LA COOPERACION INTERNACIONAL
CON VISTAS A LA SOLIDARIDAD
174 I: Las Organizaciones
No Gubernamentales
Dr. José A. Pujante
121 Ciencia y tecnología
al servicio de la persona
Prof. Luigi Donato
180 II: Cor Unum
S.E. Mons. Ivan Marín
125 ¿Tecnología o tecnicismo
para la sociedad del tercer milenio?
Prof. Corrado Manni
182 III: La Caritas
Dr. Luc Trouillard
131 Las “nuevas” terapias
en la medicina
Prof. Silvio Garattini
137 Potencialidades y límites
del progreso científico y tecnológico
S.E. Mons. Elio Sgreccia
145 Hacia una existencia holística
P. José Antonio Pagola
MESA REDONDA:
EL IMPACTO DEL MEDIO AMBIENTE
SOBRE LA SALUD
150 Ecología, creación, salud
P. José Antonio Merino, OFM
156 Protección de la salud
en el lugar de trabajo
Profra. Carla Giuliana Bolis
186 IV: El papel de la Cruz Roja
Ilma. Sra. Maria Pia Garavaglia
189 V: La experiencia
de Manos Unidas
Dr. Luis Arancibia
195 VI: El punto de vista de la
Federación Internacional
de Farmaceúticos Católicos (FIPC)
Dr. Alain Lejeune
199 VII: La Organización Mundial
de la Salud
Dr. Hiroshi Nakajima
Las ilustraciones de este número proceden
del volumen “L’isola della salute,
L’isola dall’antichità ai nostri giorni”
editado por la Asociación
“Amici dell’Ospedale Fatebenefratelli
dell’Isola Tiberina di Roma”, 1996
DOLENTIUM HOMINUM
6
PALABRAS DE HOMENAJE AL SANTO PADRE
DE MONS. JAVIER LOZANO
Beatísimo Padre:
El Pontificio Consejo para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios ha desarrollado su XIIª
Conferencia internacional “Iglesia y Salud en
el mundo, expectativas y esperanzas en los
umbrales del 2000 - Gratia eius salvati estis (Ef 2, 8)”.
Esto quiere ser también un grato reconocimiento al gran compromiso de mi antecesor, el
Cardenal Fiorenzo Angelini, a quien debemos
la feliz realización de las Conferencias efectuadas en los once años precedentes.
En este año de preparación al gran Jubileo
del Año 2000, conforme a las indicaciones de
Vuestra Santidad, hemos dedicado nuestra labor a Jesucristo, Verbo encarnado, manantial
de salud para todos; de este modo nuestra
Conferencia ha tenido como punto de partida
la fe en Jesucristo, en la Iglesia y se ha confrontado con la realidad de la salud en el mundo de hoy bajo múltiples aspectos, para llegar
a las orientaciones pastorales en este campo
tan importante de la vida cristiana que Vuestra
Santidad ha querido confiarnos.
De este modo, después de contemplar a Je-
sucristo, hemos tratado de la dimensión antropológica de la salud, que con todas sus problemáticas modernas pide una respuesta actual en
la Iglesia; hemos hablado de la Iglesia como
comunidad sanante y de la ciencia médica y la
fe cristiana que en esta preparación al Gran Jubileo ofrecen respuestas válidas; hemos tenido
en cuenta las grandes religiones y así, investigando las “semina Verbi” también hemos estudiado los aportes que nos ofrecen especialmente el Budismo, el Hinduísmo, el Hebraísmo y el Islamismo. Hemos considerado también las respuestas prácticas en el campo de la
Ciencia y de la Tecnología, para concluir con
el grave problema actual de la medicina y de la
economía.
Esperamos ahora la palabra de Vuestra Santidad, para que nos indique los caminos por recorrer en este ámbito tan complejo de la pastoral de los agentes sanitarios al final del segundo milenio.
Escuchamos con religiosa reverencia a
Vuestra Santidad.
S.E. Mons. JAVIER LOZANO
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral
de los Agentes Sanitarios
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
7
DISCURSO DEL PAPA
Promover un desarrollo sanitario basado
en la equidad, la solidaridad y la caridad
Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio; amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra dar una cordial bienvenida a cada
uno de vosotros, que tomáis parte en la XII Conferencia internacional organizada por el Consejo
Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios sobre el tema «Iglesia y salud en el mundo.
Expectativas y esperanzas en el umbral del año
2000». Deseo manifestar mi particular gratitud a
monseñor Javier Lozano Barragán por el esfuerzo
realizado para organizar este simposio y por las
amables palabras que me ha dirigido en nombre de
los presentes. Saludo y doy las gracias, además, a
todos sus colaboradores.
Durante estas intensas jornadas de estudio y
confrontación, las diversas relaciones han subrayado que los problemas de la salud son muy complejos y requieren intervenciones coordinadas y
armonizadas para implicar eficazmente no sólo a
los agentes sanitarios, llamados a ofrecer una respuesta terapéutica y asistencial cada vez más
«competente», sino también a cuantos trabajan en
el campo de la educación, en el mundo del trabajo,
en la defensa del ambiente, en el ámbito de la economía y de la política.
«Salvaguardar, recuperar y mejorar el estado de
salud significa servir a la vida en su totalidad»,
afirma la Carta de los agentes sanitarios, redactada por vuestro Consejo pontificio. En esta perspectiva, se delinea la alta dignidad de la actividad
médico-sanitaria, que se configura como colaboración con el Dios que en la Escritura se presenta
como «Señor que ama la vida» (Sb 11, 26). La
Iglesia os aprueba y anima en el trabajo que afrontáis con generosa disponibilidad al servicio de la
vida vulnerable, débil y enferma, dejando a veces
vuestra patria y llegando incluso a arriesgar la vida en el cumplimiento de vuestro deber.
Las riquezas, bien común de la comunidad
2. Son muchos los signos de esperanza presentes en esta última etapa del siglo. Basta recordar
«los progresos realizados por la ciencia, por la téc-
nica y sobre todo por la medicina al servicio de la
vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación con el ambiente, los esfuerzos
por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan
sido violadas, la voluntad de reconciliación y de
solidaridad entre los diversos pueblos...» (Tertio
millennio adveniente, 46).
La Iglesia se alegra por estos importantes objetivos, que han hecho aumentar las esperanzas de vida en el mundo. Sin embargo, no puede callarse
ante los 800 millones de personas obligadas a sobrevivir en condiciones de miseria, desnutrición,
hambre y salud precaria. Demasiadas personas,
sobre todo en los países pobres, sufren enfermedades que pueden prevenirse y curarse. Frente a estas
graves situaciones, las organizaciones mundiales
están realizando un notable esfuerzo por promover
un desarrollo sanitario fundado en la equidad. Están convencidas de que «la lucha contra la desigualdad es, al mismo tiempo, un imperativo ético
y una necesidad práctica, y de ella dependerá la realización de una salud para todos en el mundo entero» (Organización mundial de la salud, Projet de
document de consultation pour l’actualisation de
la strategie mondiale de la santé pour tous, 1996,
p. 8). Mientras expreso mi vivo aprecio por esta
benemérita acción en favor de nuetros hermanos
más pobres, deseo dirigir una urgente invitación a
vigilar para que los recursos humanos, económicos y tecnológicos se distribuyan cada vez más
equitativamente en las diversas partes del mundo.
Exhorto, además, a los organismos internacionales competentes a que se comprometan eficazmente en la predisposición de garantías jurídicas
adecuadas, para que también se promueva en su
totalidad la salud de cuantos no tienen voz, y para
que el mundo sanitario, no se deje arrastar por las
dinámicas del provecho, se impregne en cambio
de la lógica de la solidaridad y de la caridad. Como preparación al jubileo del año 2000, año de
gracia del Señor, la Iglesia reafirma que las riquezas tienen que considerarse un bien común de toda
la humanidad (cf. Tertio millennio adveniente,
13), que hay que utilizar para promover, sin ninguna discriminación de personas, una vida más sana y digna.
8
Valor redentor del sufrimiento
3. La salud es un bien precioso, aún hoy acechado por el pecado de muchos y puesto en peligro
por comportamientos carentes de dreferencias éticas apropiadas. El cristiano sabe que la muerte ha
entrado en el mundo con el pecado (cf. Rm 5, 12)
y que la vulnerabilidad ha marcado, ya desde los
comienzos, la historia humana. Sin embargo, la
enfermedad y el dolor, que acompañan el camino
de la vida, a menudo se convierten en ocasiones de
solidaridad fraterna e invocación conmovedora a
Dios para que asegure su consoladora presencia de
amor.
«Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede
hacerse también partícipe del sufrimiento redentor
de Cristo» (Salvifici doloris, 19) El dolor vivido en
la fe lleva al enfermo a descubrir, como Job, el auténtico rostro de Dios: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Jb 42, 5).
No sólo: a través de su testimonio paciente, el enfermo puede ayudar a las personas mismas que lo
asisten a descubrirse como imágenes de Jesús, que
pasó haciendo el bien y sanando.
A este respecto, quisiera subrayar, como recuerda la Carta de los agentes sanitarios, que la actividad médico-sanitaria es, al mismo tiempo, «ministerio terapéutico» y «servicio a la vida». Sentíos colaboradores de Dios, que en Jesús se manifestó como «médico de las almas y de los cuerpos», de modo que lleguéis a ser anunciadores
concretos del evangelio de la vida.
Respetar la dignidad de la persona humana
4. Jesucristo, único Salvador del mundo, es la
Palabra definitiva de salvación. El amor del Padre,
que Él nos dio, sana las heridas más profundas del
corazón del hombre y colma sus inquietudes. Para
los creyentes comprometidos en el ámbito sanitario el ejemplo de Jesús constituye la motivación y
el modelo del compromiso diario al servicio de
cuantos están heridos en el cuerpo y en el espíritu,
a fin de ayudarles a recuperar su salud y curarse,
en espera de la salvación definitiva.
Contemplando el misterio trinitario, el agente
sanitario, con sus opciones respetuosas del estatuto ontológico de la persona, creada a imagen de
Dios, de su dignidad y de las reglas inscritas en la
creación, sigue narrando la historia de amor de
Dios a la humanidad. De igual modo, el estudioso
creyente, obedeciendo en su investigación al proyecto divino, permite que la creación exprese gradualmente todas las potencialidades con las que
Dios la ha enriquecido. Los estudios, las investigaciones y las técnicas aplicadas a la vida y a la salud deben ser, efectivamente, factores de creci-
DOLENTIUM HOMINUM
miento de toda la humanidad, en la solidaridad y el
respeto a la dignidad de toda persona humana, sobre todo de la débil e indefensa (cf. Evangelium vitae, 81). De ningún modo pueden transformarse
en expresión del deseo de la criatura de sustituir al
Creador.
Cultivar una mirada contemplativa
5. El cuidado de la salud del cuerpo no puede
prescindir de la relación constitutiva y vivificante
con la interioridad. Por tanto, es preciso cultivar
una mirada contemplativa que «no se rinda desconfiada ante quien está enfermo, sufriendo, marginado o a las puertas de la muerte; sino que se deje interpelar por todas estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en estas circunstancias, encuentre en el rostro de cada persona una
llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la
solidaridad» (ib., 83). En la historia de la Iglesia,
la contemplación de la presencia de Dios en criaturas humanas débiles y enfermas ha suscitado
siempre personas y obras que han expresado con
inventiva emprendedora los infinitos recursos de
la caridad, como ha testimoniado en nuestro tiempo la madre Teresa de Calcuta. Ella se hizo buen
samaritano de toda persona que sufría y era despreciada y, como dije con ocasión de su despedida
de este mundo, «nos deja el testimonio de la contemplación que se hace amor y del amor que se hace contemplación» (Angelus del 7 de septiembre
de 1997: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1).
María, salud de los enfermos
6. La Virgen María, Madre de la salud e icono
de la salvación, que en la fe se abrió a la plenitud
del amor, es el ejemplo más alto de contemplación
y acogida de la vida. La Iglesia, que «por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (Lumen gentium, 64),
la mira como modelo y madre. A ella, Salus infirmorum, los enfermos se dirigen para recibir ayuda, acudiendo a sus santuarios.
Que María, seno acogedor de la vida, haga que
estéis atentos para captar en los interrogantes de
tantos enfermos y personas que sufren la necesidad de solidaridad y la «petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen» (Evangelium vitae, 67. Que
esté cerca de vosotros para hacer de cada gesto terapéutico un «signo» del Reino.
Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, a
vuestros colaboradores y a los enfermos a quienes
cuidáis amorosamente, una especial bendición
apostólica.
Iglesia y Salud
en el mundo
Expectativas y
esperanzas
en el umbral
del Año 2000
DOLENTIUM HOMINUM
10
jueves
6
noviembre
JAVIER LOZANO
Saludo e introducción
Comenzamos nuestra XII Conferencia internacional del Pontificio Consejo para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios. Proseguimos
así el flujo clásico de estas Conferencias que desde hace doce años
se han llevado a cabo.
En este inicio no podemos dejar
de mencionar con agradecimiento
al Emmo. Sr. Cardenal D. Fiorenzo Angelini, anterior presidente
del Pontificio Consejo para la pastoral de los operadores sanitarios,
a cuya dedicación y esfuerzo se
debieron todas las anteriores Conferencias y bajo cuya dirección
nació y se desarrolló este Dicasterio fundado por el Papa Juan Pablo
II. Vaya a él nuestro reconocimiento afectuoso y que Dios nuestro Señor le pague con creces todo
su trabajo en pro de la Iglesia desde su eficaz actividad al frente de
este Pontificio Consejo.
Regresamos a la aula del Sínodo
donde tuvieron inicio nuestras
Conferencias y que fue testigo durante varias de ellas de tantos trabajos y estudios. Pensamos que un
número reducido de especialistas
nos permitirá con mayor profundidad trazar las orientaciones que se
esperan de este Dicasterio y favorecerá con mayor amplitud la comunicación entre los asistentes.
Nuestra Conferencia internacional tiene un alcance general por su
temática, se trata de la Iglesia y la
Salud en el mundo y se ubica en el
contexto de la preparación al año
jubilar del 2000 desde la perspectiva de Jesucristo, de la fe en Jesucristo nuestro Señor. Desde aquí,
conscientes de haber sido salvados
por su gracia, nos adentramos a las
esperanzas y expectativas que tenemos en este campo englobante.
Entendemos la salud como algo
integral que lleva consigo a la persona entera y que desde su bienestar físico, psíquico y social se extiende necesariamente a los dominios de la espiritualidad.
Nuestro Pontificio Consejo tiene entre sus objetivos la misión de
orientar en el campo de la salud
desde las perspectivas cristianas, y
esto es precisamente lo que intentamos a través de esta XII Conferencia sobre la Iglesia y la Salud
en el mundo. Hemos escogido un
método que nos ha parecido apropiado para hacerlo; es un método
pluridisciplinar mediante el cual
deseamos profundizar y encontrar
luces que nos orienten sobre el cometido de la Iglesia en el campo
de la salud en nuestro mundo. Es
un método que parte de la contemplación para contrastar lo contemplado con la práctica concreta y
sacar conclusiones de acción para
mejorarla.
Así hemos estructurado nuestra
Conferencia: partimos de un tema
central que necesariamente debe
ser cristológico, pues Jesucristo es
el paradigma práctico de toda salud: Jesús, Verbo Encarnado, salud y salvación para el hombre;
desde este tema tendrán calidez
todos los demás que se expondrán.
En la realidad concreta nos encontramos ahora con la dimensión
antropológica de la salud, con el
concepto de la salud y su evolución histórica, con la persona y su
derecho fundamental a la vida,
con la moral cristiana y la salud,
con el papel preventivo de la educación sanitaria, con el personal
de la salud al servicio de la vida y
de la salud, con los aspectos sociopolíticos y económicos de la salud, con los problemas sanitarios
en los países industrializados, con
el envejecimiento y la salud, con
la problemática de la salud en los
países en vías de desarrollo, con la
confrontación entre pobreza y vulnerabilidad, con la organización
de los sistemas sanitarios, con los
modelos éticos de la gestión de la
salud, con la distribución de los recursos económicos y la salud.
Esta realidad exige una respuesta explícita de parte de la Iglesia
en materia de Salud, así, desde la
perspectiva de Cristo y la Salud,
ahora el tema será La Iglesia, comunidad sanante y las formas
prácticas para llevar a cabo esta
exigencia eclesial, así hablaremos
de la ciencia médica y la fe cristiana, de la contribución de la vida
consagrada a la salud, del papel
del hospital católico, del mundo
de la salud y la nueva evangelización, de la forma de vivir sanamente el sufrimiento y la muerte,
de los sacramentos, fuente de salvación y de salud, del gran Jubileo, año de gracia, de salud y de
salvación.
Buscando también las semillas
del Verbo con relación al tema de
Iglesia y Salud, nos dirigiremos a
continuación a investigar lo que
encontremos a propósito de salud,
enfermedad y curación en las
grandes religiones, especialmente
en el Budismo, en el Hinduismo,
en el Judaísmo y en el Islamismo.
Buscando ya la acción apropiada en el ámbito terapéutico, estudiaremos a continuación la Ciencia y la Tecnología al servicio de
la persona, la Tecnología o la Tecnicidad para la salud del tercer milenio, las nuevas terapias en medicina, las potencialidades y límites
del progreso científico y tecnológico, el impacto del ambiente sobre la salud, la Ecología, la crea-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
ción y la salud, la tutela de la salud
en el medio del trabajo, el impacto
de la emigración sobre la salud,
los excesos de la sociedad consumista, y las responsabilidades hacia el futuro.
Finalizamos con un tema práctico que hoy está adquiriendo mucha importancia y que ha modificado esquemas institucionales de
salud en muchos países, es el tema
económico, así estudiaremos la
salud y el destino universal de los
bienes y, desde muchos puntos de
vista, la cooperación internacional
hacia la solidaridad.
Son temas muy variados, pero
que se unifican desde el tema englobante de nuestra Conferencia,
Iglesia y Salud; o si queremos ver
las cosas con mayor profundidad,
Cristo y la Salud hoy. Esperamos
11
en esta forma situarnos completamente en la óptica de las celebraciones jubilares y cooperar desde
el tema de la salud a la celebración
del año de Jesucristo, como preparación al tercer milenio.
S.E. Mons. JAVIER LOZANO B.
Presidente del Pontificio Consejo
para la Pastoral
de los Agentes Sanitarios
PROLUSIÓN
PIO LAGHI
Jesús, Verbo encarnado,
salud y salvación del hombre
Me parece oportuno iniciar esta
XXª Conferencia Internacional,
promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, sobre el tema “Iglesia y salud en el mundo: expectativas y esperanzas en los umbrales
del 2000”, con las palabras de un
Prefacio, la oración con la cual el
sacerdote introduce en la celebración eucarística el rito de la consagración. Es un himno de alabanza
y de agradecimiento dirigido a
Dios Creador y Señor del universo:
“Es verdaderamente justo alabarte y agradecerte, Padre Santo,
Dios omnipotente y eterno, en cada momento de nuestra vida, en la
salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en la gloria, por Cristo
tu siervo y nuestro redentor.
En su vida mortal El pasó haciendo el bien y sanando a todos
los que estaban prisioneros del
mal; también hoy, como Buen Samaritano, viene a nosotros en cada
hombre herido en el cuerpo y en el
espíritu, y echa en sus heridas el
bálsamo de la consolación y el vino de la esperanza.
Por este don de tu gracia, también la noche del dolor se abre a la
luz pascual de tu Hijo crucificado
y resucitado. Y nosotros, junto con
los ángeles y los santos, cantamos
con voz unánime el himno de alabanza” (Prefacio común VIII).
Esta hermosa oración litúrgica,
además de ayudarnos para elevar
nuestro pensamiento bendiciente e
implorante a Dios omnipotente y
misericordioso, encuadra bien el
tema específico sobre el cual debo
hablar: “Jesús, Verbo encarnado,
salud y salvación del hombre”.
“Salud” y “salvación” son dos
términos que provienen de la misma palabra latina, “salus”. Están
estrechamente unidos entre sí y cada una se relaciona con los aspectos de la otra. El tema logra un particular significado si se refiere a
Jesucristo, Verbo encarnado: “salus”, salud y salvación del hombre.
Partiendo de esta puntualización
terminológica, he dado a mi reflexión la siguiente articulado:
1. Misión salvífica de Jesús,
Verbo encarnado;
2. Salvación de la enfermedad;
3. Salvación del pecado;
4. Amplitud de la salvación cristiana;
5. Acción salvífica de la Iglesia.
1. Misión salvífica de Jesús,
Verbo encarnado
Para poner nuestra reflexión en
forma adecuada, es necesario partir del designio de salvación concebido para nosotros por el Padre
desde la eternidad. Este designio
– enseña el decreto Ad gentes – dimana del “amor fontal”, es decir
de la caridad de Dios Padre que
“dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo,
enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por El a los
hombres del poder de las tinieblas
y de Satanás y en El reconciliar
consigo al mundo” (n. 3). Así, “el
Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros” (Jn 1, 14). El,
“siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de si
mismo, tomando condición de
siervo, haciéndose semejante a los
hombres” (Flp 2, 6-7).
Mediante la Encarnación el Hijo
de Dios ha entrado en la plena realidad humana y terrena y se ha unido indisolublemente con ella de
manera real y no sólo aparente. No
ha tocado a la humanidad con la
punta de los dedos, sin pasar a través de su opaco espesor de miseria
y de dolor, mas ha compartido profundamente la realidad: “trabajó
con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con
voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (GS 22); ha hecho suyos la vida y la muerte, el
gozo y el sufrimiento, la fiesta y el
trabajo, el sudor de la frente y el
alimento, el sueño y el estar despiertos; ha preferido la condición
de los más pobres y desheredados;
ha aceptado injustos suplicios y
una muerte ignominiosa. Viniendo
al mundo, el Verbo de Dios ha asumido nuestra naturaleza humana
DOLENTIUM HOMINUM
12
integral, tal como existe en nosotros miserables y pobres, pero sin
pecado (cfr. He 4, 15). Y esta naturaleza, El la ha salvado con su
muerte redentora. Los Santos Padres repetían casi como un estribillo: “Todo lo ha asumido de mí para salvarme, porque lo que no ha
sido asumido no es salvado”. Y la
Liturgia romana ha traducido en
canto: “Id quod fuit remansit et
quot non fuit assumpsit”; “permaneció lo que era – es decir Dios – y
asumió lo que no era – es decir la
naturaleza de hombre –”.
Ahora bien, Cristo ha asumido a
todo el hombre y a todos los hombres y por tanto todos han sido salvados en El. Con razón podemos
proclamar con las palabras del rito
de la bendición del cero pascual:
“Cristo ayer y hoy; El es principio
y fin, el alfa y el omega, a El pertenecen el tiempo y los siglos”. Con
razón podemos decir: El es el “salvador” del mundo.
El título de “salvador” está presente sólo en los textos tardíos del
Nuevo Testamento, que reciben la
influencia del mundo helénico, como las últimas cartas paulinas (Tt
1, 4; 2, 13; 3, 6; 2 Tm 1, 10) o la
primera carta de Juan (IJn 4, 14).
Pero su contenido está presente en
toda la Escritura y en particular en
los Evangelios. En efecto, no es un
caso que al Niño que debe nacer de
María se le ponga el nombre de Jesús: “A quien pondrás por nombre
de Jesús – dice el ángel en sueños
a José – porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).
Este es el mensaje que debemos
anunciar con “parresía” en el alba
del tercer milenio cristiano. Son
muchos los pueblos que aún esperan conocer la Buena Noticia de su
salvación; son numerosos los que
la han perdido. Nosotros debemos
sentirnos responsables para que
este anuncio continúe resonando
con fuerza hasta los extremos confines de la tierra. Pero debemos
darle a él toda la amplitud, la altura y la profundidad que le corresponden.
Para hacer esto, es necesario ante todo que comprendamos de qué
esclavitud ha venido a salvarnos el
Verbo encarnado. Si hubiese venido simplemente a liberarnos de la
ignorancia, entonces habría bastado un Cristo filósofo; si hubiese
venido a liberarnos de la pobreza,
habría bastado un Cristo economista; si hubiese venido a liberarnos de la opresión, habría bastado
un Cristo político; si hubiese venido a levantarnos de la desesperación y de la angustia, entonces habría bastado un Cristo psicoanalista (Cfr. B. MONDIN, Gesù Cristo
salvatore dell’uomo, Bologna
1993, 267).
Aquí veo yo el punto débil de algunas cristologías contemporáneas. Deteniéndose simplemente en
las necesidades de salvación de los
hombres, según las ocasiones ellas
han hecho de Cristo un filósofo, un
economista, un político, un psicoanalista. Ciertamente han presentado la excepcionalidad de la persona, pero no han captado profundamente la especificidad del misterio. Por tanto, también la salvación
de Cristo ha sido mortificada, cincunscrita en las dimensiones sociales y culturales, privada de su
alcance espiritual, trascendente y
eterna. Este es el peligroso reduccionismo estigmatizado por la Instrucción Libertatis nuntius de la
Congregación para la Doctrina de
la Fe. “Para algunos – dice el documento – incluso parece que la
lucha necesaria para la justicia y la
libertad del hombre, entendidas en
su sentido económico y político,
constituya el aspecto esencial y exclusivo de la salvación. Para ellos
el Evangelio se reduce a un Evangelio puramente terreno” (VI, 4).
Esta posición es inaceptable porque lleva a “identificar el Reino de
Dios y su devenir con el movimiento de la liberación humana,
haciendo de la historia misma el
sujeto de su propio desarrollo como proceso de auto-redención del
hombre” (Ibidem, IX, 3), ya sea
mediante la lucha de clases, o mediante el progreso científico, médico, tecnológico. “Esta identificación – conluye la Instrucción de la
Congregación para la Doctrina de
la Fe – está en oposición a la fede
de la Iglesia recordada por el Concilio Vaticano II”.
La salvación cristiana es singular. No excluye la salud física y no
ignora los diferentes tipos de liberación humana (social, política y
económica), pero no se reduce a
ellos. Juan Pablo II en “Superar el
umbral de la esperanza” lo subraya
con mucha claridad: “Salvar – afirma – significa liberar del mal. No
se trata sólo del mal social, como
la injusticia, la constricción, la explotación; tampoco sólo de la enfermedades, de las catástrofes, de
los cataclismas naturales y de todo
lo que en la historia de la humanidad es calificado como desgracia.
Salvar quiere decir liberar del mal
radical, definitivo. Este mal no es
ni siquiera la muerte... Mal mucho
más radical es el rechazo del hombre de parte de Dios, es decir la
condena eterna como consecuencia del rechazo de Dios de parte
del hombre” (p. 79).
Antepuesto lo anterior, creo que
todos nosotros nos interrogamos
sobre cuál sea la relación entre la
liberación terrena (en nuestro caso,
de la enfermedad) y la salvación
cristiana. Responderemos a este
interrogante recorriendo el modo
de proponerse de Jesús, primero
frente a la enfermedad y luego
frente al pecado. La confrontación
entre los dos nos permitirá captar
la amplitud de la salvación cristiana.
2. Salvación de la enfermedad
El evangelista Mateo resume la
actividad de Jesús diciendo: “Recorría Jesús toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino
y sanando toda enfermedad y toda
dolencia en el pueblo” (Mt 4, 23).
De lo dicho por Mateo y también
de lo que afirman los demás evangelistas, se deduce que las curaciones realizadas operadas por Jesús
no eran gestos puramente ocasionales, sino una actitud constante,
estrechamente unida al anuncio
del Evangelio. De hecho, Jesús estaba circundado continuamente
por enfermos de todo tipo: tullidos, ciegos, cojos, paralíticos, leprosos: la lista de las enfermedades que ha curado es una especie
de letanía.
En las miradas y en la invocación que los enfermos dirigen a Jesús, se capta siempre el ansia, el
fuerte deseo de ser curados. Tenemos al leproso que se acerca a El y
le dice: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme” (Mt 8, 1-4); el ciego
Bartimeo, de Jericó, que al sentir
que pasaba, grida con voz fuerte:
“Jesús, Hijo de David, apiádate de
mí” (Mc 10, 46-52); la pobre mu-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
jer que desde hacía 12 años sufría
de un flujo de sangre y piensa que
le será suficiente tocar el manto
del Maestro para ser curada (Mc 5,
25-34).
Frente a tanto sufrimiento que
encuentra en su camino, Jesús
muestra sentimientos de piedad, de
compasión, de atención, de viva
emoción; se conmueve en su íntimo y llega incluso a llorar, como
en el caso de la muerte de Lázaro
(Cfr. Jn 11, 33-35). Frente al grito
de quien le pide ayuda con confianza e insistencia, no permanece
frío, sino interviene con una generosidad sin reservas.
Pero debemos notar que durante
su vida pública Jesús hizo milagros curando a muchas personas,
pero no a todas. Por ejemplo,
cuando curó al paralítico en la piscina probática habían muchos enfermos que esperaban ser curados
pero que permanecieron con su enfermedad. ¡No sólo esto! Todas las
curaciones que hizo fueron sólo
temporáneas. Las personas curadas o resucitadas no vivieron para
siempre, a un cierto punto probablemente se enfermaron de nuevo
y sin duda murieron.
En los Evangelios, además, hay
otras afirmaciones que nos dicen
que Jesús no consideraba el bienestar corporal como algo absoluto: “Si, pues, tu ojo derecho te es
ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se
pierda uno de tus miembros, que
no que todo tu cuerpo sea arrojado
a la gehenna” (Mt 5, 29; cf. 18, 9).
Otro elemento sobre el cual debemos reflexionar es que muchos
milagros hechos por Jesús fueron a
favor de endemoniados o de enfermos cuya enfermedad la gente
consideraba como obra del demonio. Un caso emblemático es la curación de la mujer encorvada. Hacía dieciocho años, narra Lucas,
que ella era tenida enferma por un
espíritu y no podía en modo alguno enderezarse. Jesús la vio, la llamó y dijo: “Mujer, quedas libre de
tu enfermedad” (Lc 13, 12). Aquí,
según el común sentir de los contemporáneos de Jesús, se ve explícitamente la relación entre demonio y enfermedad; para mí, es difícil pensar que, al realizar el milagro, Jesús no haya tenido en cuenta dicha convicción.
Lo anterior nos lleva a interro-
garnos cuál sea el significado profundo de los milagros de sanación.
Jesús mismo nos ayuda a comprenderlo. Los milagros no están
finalizados a si mismos, sino son el
“signo” de un evento más grande,
el signo de la venida del Reino de
Dios entre los hombres. “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se
anuncia a los pobres la Buena
Nueva” (Mt 11, 4-6). Si estos signos anunciados por Isaías han llegado, ¡entonces quiere decir que el
Mesías está en medio de vosotros!
Pero, ¿por qué para anunciar la
venida del Reino, Jesús se sirve sobre todo de los gestos de curación?
Para responder a esta pregunta, es
necesario partir de la perspectiva
antropológica bíblica, que considera al hombre como a una “totalidad viviente”. Ahora bien, en esta
perspectiva, la enfermedad es el
símbolo del hombre en estado de
pecado, del hombre espiritualmente ciego, sordo, paralítico, leproso.
Por el contrario, la curación del
cuerpo es el símbolo de una curación más amplia, de la curación del
“yo” más profundo del hombre, de
la curación del alma. Este es el significado que Jesús da a los milagros que realiza. A través de ellos,
quiere manifestarnos que El ha venido para resanar al hombre de su
enfermedad más radical, de la lejanía de Dios.
En esta perspectiva, el ciego de
nacimiento que recupera la vista
indica al hombre que se abre a Jesús “luz del mundo” (Jn 9, 1-41);
el sordo que oye es signo del hombre que escucha la Palabra que salva (Mc 9, 25); el paralítico que camina es imagen del hombre vivificado por Cristo (Jn 5, 1-18).
En Jesús, por tanto, la curación
de los males físicos es un signo de
la liberación del mal espiritual.
Aquí se abre otro punto central de
nuestra reflexión.
3. Salvación del pecado
Jesús tiene la clara conciencia
que su misión fundamental es salvar al hombre del pecado. A los escribas que murmuraban porque lo
veían comer con los pecadores y
publicanos, responde: “No necesi-
13
tan médico los sanos, sino los que
están mal; no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores” (Mc 2,
17). Se reconoce, pues, como médico de los pecadores, que ha venido para tomar sobre sí sus enfermedades y cargar con sus enfermedades (cf. Mt 8, 17).
J. Leclercq ha escrito que “curar
a los enfermos y arrojar los demonios son dos formas de la misma
victoria sobre el pecado”. Son dos
formas que dicen que Satanás ha
sido vencido y que el Reino de
Dios ha sido inaugurado en la tierra. En efecto, Jesús nos hace observar “qué es más fácil, decir:
¿Tus pecados te son perdonados, o
decir: Levántate y anda? Pues para
que sepáis que el Hijo del hombre
tiene en la tierra poder de perdonar
pecados, yo te digo – dijo al paralítico –: ‘Levántate, toma tu camilla
y vete a tu casa’” (Lc 5, 23-24).
El objetivo esencial que persigue Jesús es la liberación espiritual
de la humanidad, la liberación de
sus pecados. Esto se ve claramente
en el momento solemne de la última Cena: la sangue derramada por
muchos es “para la remisión de los
pecados” (Mt 26, 28).
Este es un tema que muchos de
nuestros contemporáneos no logran comprender fácilmente porque han perdido el sentido del pecado. Hay varios factores que han
contribuido a esto. Ciertamente el
elevado nivel de bienestar, que ha
disminuido la sensibilidad hacia el
pecado. Tenemos luego un cierto
abuso de los principios de la psicología, que ha determinado una
adomesticación del concepto de
pecado. Pero sobre todo está el entibiamiento de la fe y de la referencia a Dios que ha obscurecido la
verdad del hombre y de su vocación y por tanto la conciencia del
pecado.
Frente a este clima cultural, es
urgente que la predicación ayude a
nuestros contemporáneos a darse
cuenta del abismo de muerte y de
soledad en que se encuentran y a
abrirse con confianza a la salvación de Dios.
Pero retomemos el hilo de nuestro tema. Decíamos que la salvación que nos ha traido Cristo es
fundamentalmente la salvación del
pecado. ¡Atención! Esto no significa una salvación espiritualista,
desencarnada, que no se ocupa de
DOLENTIUM HOMINUM
14
las realidades del mundo. En efecto, el hombre redimido, convertido
en hijo de Dios, hace partícipes a
las cosas materiales de su destino:
todo el universo es hecho solidario
con él, de manera que tenga cierta
participación a la vida nueva que
le ha sido concedida. Esta “nueva
creación” encontrará su cumplimiento en la resurrección final de
la humanidad. Sin embargo, en espera de esta transformación última, el universo ya comienza, al
igual que el cuerpo del hombre, a
participar de la liberación espiritual.
En este “mientras tanto”, se coloca la obra de la Iglesia, que está
llamada a dilatar la liberación espiritual de Cristo a través de la Palabra y del Sacramento y a encarnarla cada vez más a través de la
transfiguración del sufrimiento y
el compromiso para la promoción
de la salud.
Pero sobre este punto retornaré
luego. Por ahora quisiera concluir
el tema sobre la relación entre salvación de la enfermedad y salvación del pecado y considerar en su
conjunto la “salvación integral”
traida por Cristo.
rioso del Resucitado y toda la creación será liberada de la esclavitud
de la corrupción.
La contemplación del éxito final
de la historia nos ayuda a comprender una tercera dimensión de
la salvación cristiana: ser personal
y comunitaria a la vez, es decir una
salvación que salva a la persona
haciéndola salir del drama de su
soledad y poniéndola en el circuito
de la comunión trinitaria y fraterna.
La salvación cristiana es, pues,
una salvación integral que, en el
horizonte de la vida eterna, salva a
todo el hombre, en todas sus dimensiones.
Un punto importante que debemos subrayar es que el horizonte
de la salvación cristiana es la vida
eterna. Este horizonte no quita
sentido al compromiso de liberación terrena, antes bien le da espesor y significado nuevos, extraordinarios, eternos.
Es en este horizonte que se coloca el compromiso de la Iglesia en
favor de la salvación y de la salud
del hombre. Es un tema que será
objeto de reflexión en los próximos días, pero sobre el cual quisiera ofrecer algunas coordenadas generales.
4. Amplitud de la
salvación cristiana
Según la enseñanza y la obra de
Jesús, la esencia más profunda de
la salvación consiste en la liberación del pecado y de la muerte y en
la participación a la vida eterna y
al gozo infinito de la Trinidad.
Esta salvación es espiritual y
temporal al mismo tiempo. No se
opone a las liberaciones humanas
(del sufrimiento y de la injusticia),
pero tampoco se identifica con
ellas. Se caracteriza por ser fundamentalmente salvación del pecado
y sólo consiguientemente salvación de las consecuencias del pecado, pero en un horizonte que va
más allá de los umbrales de la vida
presente.
Aquí estamos frente a una segunda dimensión de la salvación
cristiana: ser histórica y escatológica al mismo tiempo. Aunque ya
es real, ella está presente solamente en la esperanza: se manifestará
plenamente en la parusía, cuando
nuestro cuerpo mortal será transformado a imagen del cuerpo glo-
5. Acción salvífica de la Iglesia
En cuanto sacramento de Cristo,
la Iglesia debe “salvar” al hombre
combatiendo desde la raíz los males que lo afligen y donándole una
vida nueva. De esto se deduce que
su acción salvífica consiste justamente en la evangelización y en la
celebración de los sacramentos.
Pero dicho empeño no deja de
tener una repercusión en la historia
porque el fragmento de mundo ya
“salvado” en el sacramento, por su
naturaleza tiende a difundirse, extendiendo el dinamismo de la encarnación que vivifica todo el creado. Por tanto, la acción salvífica
de la Iglesia se dilata también como ofrecimiento de sentido al sufrimiento y compromiso para promover la salud. Si esto no se realizara, se caería en un dualismo que
haría proceder la fe y la historia en
dos planos paralelos, sin ningún
punto de encuentro.
En cambio, existen puntos de
encuentro y son bien precisos. A
nivel amplio de la promoción humana, consisten en las mil caras
que asume la caridad cristiana: del
compromiso social y político a la
investigación científica, de la limosna a la acogida y a la comparticipación, del voluntariado a las
obras de misericordia corporal y
espiritual.
En el ámbito de la diaconía de la
salud, el primer compromiso de la
Iglesia es el de ser compañera de
camino de quienes están en el dolor, de ayudarles a dar un nuevo
sentido al sufrimiento y a transfigurarlo en el amor.
Además de esto, la Iglesia está
llamada a continuar el ministerio
de sanación de Cristo. Desde el
inicio de su historia, ella se ha
comprometido en favor de la salud, en la búsqueda de medicinales, en la construcción de hospicios y hospitales, en la asistenica
de los enfermos, en la recuperación de los minusválidos. Se ha
manifestado siempre muy sensible
frente a las nuevas y desatendidas
necesidades sociales. La institución de los diáconos primero y luego el surgimiento de numerosas
órdenes religiosas dedicadas a los
enfermos y a los que sufren, constituyen un capítulo espléndido en
la historia de la humanidad.
La Iglesia continúa hoy su ministerio de sanación a través de la
obra de los religiosos, de voluntarios, de cristianos comprometidos
en las estructuras sanitarias, deseosos de dar testimonio de un estilo
de servicio basado en valores sagrados de la vida y de la persona y
de poner en evidencia la presencia
que la Iglesia reserva a la categoría
que, en el mundo de la salud, está
formada sobre todo por los olvidados: los ancianos, los minusválidos, los enfermos terminales, los
moribundos.
Al respecto, quisiera recordar un
texto muy hermoso de Pablo VI,
que pone en evidencia con lucidez
y gratitud el compromiso de la
Iglesia hacia los enfermos y los
que sufren. Me agrada entregarles
este texto también como un gesto
de homenaje al gran Pontífice en el
primer centenario de su nacimiento. Decía, pues, Pablo VI en una
Audiencia General de hace veinte
años: “La Iglesia demuestra una
capacidad de entender las necesi-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
dades humanas, como ningún otro
organismo social ha podido hacerlo no obstante que la civilización
actual cuente con progresos maravillosos. Una inteligencia que previene: ¡cuántas instituciones benéficas han surgido justamente del
corazón de la Iglesia, cuando aún
la sociedad no pensaba darles auxilio alguno! La Iglesia tiene la
percepción del dolor del hombre,
en toda condición, en todas las
edades, en todo país, donde a ella
se le permita ejercer su misión humanitaria... No hay miseria humana que no haya tenido en la Iglesia
un propio Instituto que haya consagrado vidas enteras, especialmente de Religiosos y Religiosas
con inefable paciencia, con amor
silencioso. Aún hoy, testimonios
evangélicos como, para citar algunos famosos, del Padre Damián,
leproso con los leprosos en las Islas Malucas, de la Madre Teresa,
viviente, entre los innumerables
pobres de Calcuta, o de los Petis
Frères y de las Petites Soeurs de
Charles de Foucauld, ya esparcidos en el mundo, y las muchasmuchas Hijas y Hermanas y Damas de la Caridad de innumerables
Familias religiosas y de muchas
iniciativas de beneficencia, mani-
fiestan con el heroísmo de su inmolación lo que hace la Iglesia en
el mundo; lo confirman con admirable perseverancia, sembradas en
las grandes ciudades y en los suburbios de las periferias urbanas,
las hileras de Damas, de Compañías, de Conferencias y de grupos
derivados de San Vicente de’ Paoli, de laicos y jóvenes, que honrados de ese nombre, y de aquellos
de otros santos o santas, y de innumerables buenos cristianos en todas partes en el mundo, van buscando al Pobre, en donde esté... Es
el Cristo que inspira, guía, sostiene, transfigura, santifica el programa, en su parte más comprometedora y expresiva de su Iglesia; porque ése es su programa, ése es su
genio; amar y servir a Cristo-Dios
en el Hombre que sufre” (L’Osservatore Romano, 22 de setiembre
de 1977, p. 2).
Conclusión
¡He aquí hasta donde llega la
salvación cristiana! ¡Llega adonde
ningún otro llega; llega hasta los
últimos, hasta las almas, hasta la
eternidad!
La salvación cristiana es una
15
propuesta de “sentido”: sentido de
la vida, sentido de la existencia,
sentido de la historia. Donde muchos hombres buscan a tientas lo
que puede poner en peligro su destino individual y colectivo, y tantos renuncian o desesperan, el cristianismo propone una luz y una dirección. Decir, como él hace, que
hay una salvación, significa en realidad decir que la vida no va hacia
el absurdo ni hacia la nada.
Pero la salvación cristiana no es
sólo un problema de sentido y de
itinerario. Fundamentalmente es
una cuestión de vida: la superación
de la muerte y de la soledad y la
participación a la vida y al amor de
Dios.
Nosotros, pues, no estamos desbandados, porque tenemos el camino; no estamos engañados, porque tenemos la verdad; no estamos
muertos, porque tenemos la vida.
Cristo es nuestro camino, verdad y
vida. El, Verbo encarnado, es
nuestra salvación y salud.
Como dice el Apóstol: “Gratia
eius salvati sumus” (cf. Ef 2, 8).
S.Em. Cardenal PIO LAGHI
Prefecto de la Congregación
para la Educación Católica
Santa Sede
DOLENTIUM HOMINUM
16
CORRADO VIAFORA
Las dimensiones antropológicas de la salud
Un acercamiento filosófico
centrado en la “crisis del sujeto”
Premisa
A la pregunta sobre lo que significa para el hombre ser sano, podemos responder desde diferentes
perspectivas y según varias metodologías, como aquellas de la medicina, “científica”, en el sentido más
amplio del término, de la psicología, de la sociología, de la historia.
Pero si se desea hacer sobresalir la
experiencia humana de la salud en
su especificidad, la perspectiva más
adecuada es aquella antropológicofilosófica. A menudo el término antropología es referido a la “antropología cultural”. Se hace coincidir
con las ciencias humanas en general. Con antropología filosófica se
desea indicar expresamente el sector de la filosofía que se ocupa del
hombre y de sus dimensiones constitutivas. Diferentemente de otras
disciplinas que llevan el nombre de
antropología y que estudian al hombre desde puntos de vista sectoriales, la perspectiva de la antropología filosófica estudia al hombre en
cuanto sujeto personal en su totalidad. Se trata de una perspectiva en
el marco de la cual se coloca esta
presentación. Tiene como objetivo
proporcionar algunas indicaciones
para elaborar, frente a las provocaciones del contexto cultural actual,
una concepción integral de la salud.
El presupuesto que mancomuna a
los diferentes acercamientos a una
concepción integral de la salud es la
crítica a cada concepción que pretende reducir la salud del hombre a
un puro dato naturalista-biológico.
Sin embargo, hay que añadir que la
crítica no se refiere ante todo a lo
que dichas condiciones dicen, sino
más bien a lo que no dicen. El ocultamiento de la dimensión humana
del proceso de salud y enfermedad
que se produce de esta manera, a
menudo es el fruto de un arbitrario
deslizamiento de una reducción de
la salud-enfermedad justificada por
motivos metodológicos, aunque es
practicado en ámbitos de disciplinas
que pretenden ser rigurosamente
científicos1.
Sin embargo, es en el contexto de
las prácticas sanitarias donde el
ocultamiento de la dimensión humana del proceso de salud y enfermedad produce las consecuencias
más negativas: una práctica sanitaria incapaz de una sistemática “intención antropológica” es destinada
inevitablemente a transformarse de
práctica sanante en práctica enfermante.
El cuadro que emerge de las nuevas tendencias epidemiológicas no
hace sino confirmar la importancia
de una renovada atención a la dimensión antropológica del proceso
de salud y de enfermedad. Al respecto, por las provocaciones que dirigen al modo de concebir la salud,
son ejemplares las necesidades de
salud ligadas con el envejecimiento
de la población y con el aumento de
la incidencia de patologías crónicas
y degenerativas; la aparición de
nuevas y agresivas enfermedades
infectivas conexas con particulares
estilos de vida; la difusión de nuevos tipos de malestar social: la dependencia de la droga, del alcohol,
del humo, los nuevos disturbios relacionales como la depresión, la
anorexia, la bulimia.
Si hay un elemento que mancomuna a estas siutaciones patológicas es justamente la emergencia de
la componente específicamente humana de la salud y de la enfermedad.
¿Una cultura obsesionada
por la salud?
El punto de partida de la reflexión
que deseo desarrollar es un fenómeno que se está configurando cada
vez más como el perno alrededor
del cual se mueve el interés individual y colectivo en este final del siglo: se trata de la creciente atención
de la gente hacia la salud. Con una
precisación que muy oportunamente nos invita hacer algún importante
estudioso social: la gente en cuestión está formada por los países industriales y por quienes, en dichos
países pertenecen a los “dos tercios
de integrados”. Hecha esta puntualización, es fácil reconocer que el
fenómeno está ante los ojos de todos2.
Pero más que sobre los comportamientos que atestiguan dicha atención, es interesante detenerse en lo
que refiere aquel que, tratando de
leer la actual representación social
de la salud, no titubea en descubrir
los signos de un real vuelco cultural.
Me refiero a las conclusiones a las
que llega François Laplantine al final de su investigación sobre los diferentes modos con los que hoy los
hombres y las mujeres de nuestra
sociedad representan a la salud y a
la enfermedad3.
Según el antropólogo francés, lo
que caracteriza a nuestra cultura no
es tanto la búsqueda de la seguridad, pues esta búsqueda – según Laplantine – no es más intensa hoy
que antes y en cualquier otro lugar.
La novedad consiste más bien en la
forma sanitaria que ella tiende a
asumir en nuestra cultura. La preocupación por la salud es considerada tan importante que se transforma
en objetivo, fin y valor de la existencia. Esta preocupación, penetrante y omnipresente, corre el ries-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
go de ser vivida como una real y
verdadera obsesión. Para completar
el cuadro de esta forma sanitaria
asumida por la búsqueda de la seguridad, Laplantine indica dos factores más: la creciente medicalización
de la vida, unida a la tendencia a
construir, en el vacío dejado por el
desinterés hacia una visión religiosa
de la vida y por el descrédito frente
a las ideologías, una nueva moral
sobre base médica.
La función de la medicina actual
no es sólo la de curar la enfermedad, sino de mover lo más lejos posible el apremio de la conservación
de sí mismo. Ya no es sólo parte,
aunque importante, de nuestra cultura, sino el elemento dominante,
casi al punto de representar por sí
sola toda la cultura. “En cualquier
sociedad – concluye Laplantine –
para dar una explicación global del
individuo y de lo social se ponen en
juego representaciones, pero mientras aquellas explicaciones en su
mayoría son religiosas, a veces políticas, a veces económicas, por primera vez en la historia de la humanidad tienden a ser sanitarias y, en
especial, biomédicas”4.
De este modo, la medicina se
configura como el saber por excelencia con una tendencia hipertrófica a extender su propio dominio
más allá del ámbito puramente biológico, hasta transformarse en una
nueva moral. Sus huellas son evidentes en la imagen que nosotros tenemos de la medicina: es ella que
ordena, prescribe, notifica, es ella
que amenaza, provocando angustia
en los que se dan cuenta de no obedecer a las reglas de la salud y manipulando el terror de lo que es vivido como un flagelo que supera lo
imaginario colectivo: el cáncer.
Desde el punto de vista particular
de la historia de la medicina, es incluso más perentoria la conclusión a
la que llega Diego Gracia: “El hombre del siglo XX ha asimilado de
manera tan extrema la norma médica que vive obsesivamente su salud,
llegando a la paradoja de vivir para
la propia salud”5.
¿Cómo interpretar esta creciente
atención hacia la salud? Más precisamente, ¿cómo valorar la forma sanitaria que se quiere dar globalmente a la cultura, entendiendo con este
término el horizonte de sentido en el
que comprendemos nuestras existencias?
Considerando el alcance del fe-
nómeno, hay alguien que invita a
tomar acto de que estamos frente a
un real pasaje de civilización: mientras el siglo XIX ponía de relieve
sobre todo el derecho al trabajo,
nuestro tiempo se caracteriza por la
insistencia sobre el derecho a la salud; es así que este siglo, nacido bajo el lema de “más desarrollo industrial”, parece declinar bajo la consigna del pedido de “más garantías
para la salud de la gente”, incluso a
través de reparaciones más o menos
tardías frente a los daños provocados por el desarrollo industrial”6.
Una drástica valoración negativa
proviene de parte de quien considera a esta nueva atención a la salud
como una expresión de mediocridad, una máscara más o menos seductora del empobrecimiento del
hombre, la máscara que Nietzche
refería al “último hombre”: “Un pequeño deseo para el día, un pequeño
deseo para la noche, quedando firme la salud”. Haciendo referencia
directamente a la figura del “último
hombre” de Nietzche, Francis Fukuyama expresa un juicio muy crítico contra esta obsesión por la salud
en su discutido libro “Fin de la historia y último hombre”7. A propósito de los americanos (tomados de
cualquier manera como figura del
hombre occidental) Fukuyama dice:
“Para los americanos la salud de sus
cuerpos, es decir lo que deben comer y beber, la gimnasia que deben
hacer, los medios para estar en forma, se han convertido en una obsesión muy superior a lo que sus antepasados tenían frente a los problemas morales”.
Consciente de la deriva consumista a la que en un sistema de mercado esta creciente atención por la
salud está expuesto, expresa una valoración positiva quien ve en ella la
expresión de la búsqueda de una
nueva relación con el cuerpo, una
aptitud destinada, en el caso lograse
tomar consistencia, a marcar un
vuelco antropológico duradero. Lejos de ser índice de empobrecimiento del hombre, esta tentativa de “reapropiarse” del cuerpo se anunciaría como la promesa de un nuevo
humanismo8.
Como podemos observar, la interpretación que se tiende a dar a esta nueva cultura de la salud es diversificada. Personalmente, tiendo a
considerarla en la lógica de los “signos de los tiempos”: es decir, en la
lógica de cifras a las que hay que
17
dar particular atención por la capacidad que tienen de indicar el horizonte de sentido en el que trata de
comprenderse una determinada cultura. Los análisis presentados hasta
ahora indican claramente que el sistema simbólico asumido por nuestra
cultura está fuertemente modelado
por la referencia a la salud. Esta referencia ciertamente no es inmune a
ambigüedades, límites y distorsiones. Por tanto una actitud coherente
con la atención a los signos de los
tiempos requiere un claro discernimiento.
Esto es lo que me propongo hacer
desarrollando dos órdenes de consideraciones:
a) el primero trata de individuar y
esclarecer las ambigüedades por las
que es atravezada esta nueva cultura
de la salud;
b) el segundo, para indicar las
condiciones para dar consistencia a
las instancias positivas que se aplican en ella.
2. ¿Salud o felicidad?
La primera ambigüedad
por aclarar
La ambigüedad nace porque en
esta nueva cultura de la salud el bien
salud no coincide simplemente con
la ausencia de la enfermedad, sino
que más bien tiende a identificarse
con un estado de completo bienestar, sinónimo en sustancia de felicidad. Pero por más que sea válida la
tentativa de ver un concepto global
de salud, ¿es justo identificar la salud con la felicidad? ¿Es posible?
Los interrogantes nos remiten a la
discusión abierta a partir de 1948
con la definición propuesta por la
OMS: “La salud del hombre es una
condición de completo bienestar físico, mental y social y no significa
sólo ausencia de enfermedad”. No
obstante las innumerables discusiones, esta definición sigue siendo
confirmada. La razón de esto está
en el hecho de que dicha definición
tiene el mérito de incluir en el concepto de salud, junto a aquel físico,
también aquel mental y social, evitando poner en acto una dicotomía
entre cuerpo, mente y sociedad. De
todos modos, no han faltado ni faltan las críticas ya que el concepto de
salud que resulta está expuesto a peligrosas mistificaciones.
Entre las críticas más significativas tenemos:
DOLENTIUM HOMINUM
18
a) Algunas ven en esta definición
una fuente de mistificación ya que
no logra hacer una adecuada distinción entre campo médico (“Medical
Goals”) y campo de la salud (“Health Goals”). Una deifnición de la
salud en términos tan amplios hace
difícil determinar qué aspectos de la
salud sean estrictamente médicos y
por tanto a qué tareas debe responder una política sanitaria. En efecto,
si la finalidad de las instituciones
sanitarias es, según la concepción
idealizada por la salud propuesta
por la OMS, mantener y reintegrar
todos los aspectos de nuestro natural bienestar, nos pone en condición
de pedir demasiado a la medicina y
de sobredeterminar el derecho a la
salud9.
b) Otras críticas parten de la misma denuncia de “ecxesividad” y de
“obsesión” y acusan, como muy
grave, el hecho que enfatizando el
completo bienestar, esta definición
legitima actitudes erradas ante
aquellas condiciones humanas que
no realizan las indicaciones de dicho bienestar y, por tanto, son inevitablemente patologizadas: la vejez,
por ejemplo. Con esta definición no
es posible definir “sana” una vejez.
Asimismo, no se tienen razones
adecuadas para definir “sano” un
modo de vivir una situación de discapacidad10.
c) En fin, la crítica más pertinente
con la perspectiva antropológica en
la que se sitúa la presente reflexión:
el acercamiento a la salud como bienestar total, considerando al mismo
tiempo la salud como el medio para
alcanzar fines posteriores y como la
síntesis de estos fines, nos lleva a
confundir salud y felicidad. No se
logra salir de esta confusión sino
distinguiendo a qué nivel específico
se sitúa la salud con respecto al horizonte de sentido en su totalidad.
Esto es posbile sólo si se logra pensar en una relación entre salud y felicidad que mantenga juntos distinción y recíproca relación11.
3. Salud y medicina:
seducciones recíprocas
en la relación médico-paciente
La segunda ambigüedad por aclarar: ¿Es la medicina la que trata de
administrar en términos globalizantes las necesidades de salud de los
individuos, o son los individuos que
delegan la gestión de sus necesida-
des de salud a la institución médica?
El interrogante remite a las tesis
provocatorias de Ivan Illich y a la
ola de estupor que suscitaron a mediados de los años 7012. Illich era
claramente partidario de la primera
tesis: es la medicina la que trata de
apropiarse de la salud de los individuos, expropiándoles de sus capacidades potenciales para hacer frente
de manera personal a las propias necesidades de salud. Según Illich, la
medicina organizada profesionalmente ha tenido lugar asumiendo la
función de una empresa moral despótica totalmente tendiente a programar su expansión en nombre de
la lucha contra todo sufrimiento. En
realidad, más allá de sus proclamas
humanitarios, no ha hecho nada sino socavar la capacidad de los individuos para hacer frente a sus propias necesidades de salud y para integrar en su vida las inevitables minoraciones, la decadencia y la
muerte.
Más allá del tono provocatorio y
de la cuota de prejuicios de los que
se alimentan las tesis inspiradas en
la visión de la medicina como expropiación de la salud, existe un aspecto de estas tesis que merece ser
valuado con mucha atención. Es el
fuerte llamado a considerar la salud
como “virtud”, tarea personal que es
preciso asumir responsablemente,
más que esperarla de parte de los
médicos y de los fármacos. Este es
el aporte constructivo presente en la
denuncia de Illich, pero es justamente la consideración de este aspecto que hace evidente la superación de sus tesis sobre el “poder médico”. En efecto, análisis históricos13 y psicológicos14 han puesto cada vez más en evidencia que las resistencias para entender la salud como una tarea confiada ante todo al
sujeto no provienen solamente de
los médicos. La resistencia de los
médicos es solamente una parte de
la verdad. La otra parte de ella que
es preciso tomar en consideración
es que son los mismos pacientes que
van al médico simplemente para liberarse del síntoma, evitando ir a la
raíz de la enfermedad y asumirse la
parte de responsabilidad del proceso
que ha llevado a la enfermedad, volviéndose así sujetos protagonistas
de la propia salud. Por tanto, si es
verdad según algunos que la incapacidad de integrar la dimensión personal en la relación clínica ha debilitado la mano curante del médico,
es preciso añadir que la impersonalidad se vuelve seductora también
para el paciente, para quien una relación más personal con el médico,
con la invitación a apropiarse de la
propia enfermedad, podría comportar una insostenible confrontación
con el propio estilo de vida.
4. Salud y derecho a la salud:
Los límites de la solidaridad
institucionalizada
Otra ambigüedad que es necesario aclarar: ¿las necesidades de la
salud se dejan administrar por el
lenguaje de los derechos, o es necesario admitir que existen algunas
necesidades de salud que no logran
hacerse expresar constitutivamente
por dicho lenguaje?
La primera verificación de la relación entre salud y derecho obviamente debe concentrarse en todos
aquellos casos en los que el derecho
a la salud es efectivamente negado.
Es la situación de todos los sujetos
débiles que no tienen la fuerza para
hacer valer sus razones. Es emblemático el caso de la negación del
derecho a la salud de los ancianos
no autosuficientes. Esto es verdad y
estas negaciones deben denunciarse
enérgicamente. Sin embargo, es necesario reconocer que no se pone en
este nivel el aspecto más problemático conexo con la relación saludderecho. En efecto, podría darse
que la solidaridad institucional sea
realizada totalmente y que surgan
nuevas instituciones socio-sanitarias para acoger a los ancianos de
larga hospitalización no autosuficientes, nuevas instituciones que
funcionen perfectamente desde el
punto de vista organizativo e higiénico-sanitario, sin que por esto se
logre mellar el muro de la indiferencia que separa a los hombres y que
margina a las categorías consideradas de peso como los ancianos crónicos. Es a este punto que, una vez
asumida en toda su radicalidad, dicha perspectiva lleva a problematizar la estrategia de fondo dentro de
la cual el sujeto moderno se ha movido con respecto a la salud: la salud
como un derecho que debemos reivindicar15.
Al respeto, es preciso efectuar la
distinción hecha por el sociólogo
canadiense Michel Ignatieff en su
historia de las necesidades titulada
acertadamente: “Las necesidades de
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
los demás. Estudio sobre el arte de
ser hombres entre individualismo y
solidaridad”16. En su análisis, Ignatieff distingue entre necesidades que
se expresan en el lenguaje de los derechos (derechos políticos, derechos sociales) y otras necesidades
que en verdad no logran expresarse
con el lenguaje de los derechos.
Partiendo de esta distinción, llega a
formular la siguiente interpretación:
la modernidad que ha expresado
una concepción del sujeto modelada
sobre todo por la figura de la individualidad, ha desarrollado una respuesta imponente a las necesidades
conexas con la autonomía del sujeto, pero, por otro lado, ha olvidado
hasta anularlos aquellas necesidades que no se pueden expresar mediante el lenguaje de los derechos.
Muy equipado para expresar los requerimientos que un individuo puede hacer a la colectividad o contra
de ella, dicho lenguaje es relativamente pobre como medio para expresar las necesidades de colectividad de los mismos individuos.
Se trata de una interpretación de
la modernidad que por su amplio alcance debería verificarse aún más y
de todos modos es necesario reconocer que sobre la irreductibilidadad del problema salud la pura reivindicación de derechos aparece
particularmente convincente. Frente
al aumento de los requerimientos
terapéuticos de marcada intensidad
solidarista (ver acompañamiento de
los enfermos terminales, asistencia
a los enfermos afectos de SIDA en
fase declarada, asistencia de los ancianos no autosuficientes) y frente a
la incongruencia entre estos requerimientos dirigidos al personal curante y las actitudes de “apatía” que
dominan dentro de la sociedad de
donde provienen estos requerimientos, dicha convicción resulta cada
vez más evidente.
5. Las dimensiones
antropológicas de la salud:
un acercamiento centrado
en la “crisis del sujeto”
Si las consideraciones efectuadas
hasta ahora son válidas, nos hacen
entender que los logros de la nueva
cultura de la salud, junto con las
contradicciones de las que esta nueva cultura es atravesada, deben remitirse a una matriz unitaria, constituida por la crisis en la que se en-
cuentra implicado el sujeto moderno; por tanto, es en los acontecimientos del construirse, demolerse
y reconstruirse del sujeto que es
preciso individuar los frontes en
donde intervenir para dar consistencia a una cultura de la salud no efímera.
La hipótesis que propongo resultará más clara si se analizan más detalladamente las implicancias que
intercorren entre el problema salud
y los aspectos más salientes de dicha crisis.
5.1 La creciente convicción
de la salud como tarea y la
incertidumbre moral del sujeto
Cuanto más crece la convicción
de que la salud, más que un dato natural o un simple producto de la medicina, es una tarea de cual cada uno
está llamado a apropiarse de manera
responsable, es el sujeto el que está
en causa. Pero ¿qué es de esta tarea
si el sujeto no quiere o no puede
asumir dicha responsabilidad? Es a
este nivel que deben individuarse
honestamente los verdaderos motivos de la quiebra de muchos proyectos en el campo de la prevención. De aquí nace la exigencia de
tematizar de manera explícita esta
capacidad debilitada.
Aquí se llama directamente en
causa la competencia ética del sujeto. Me refiero no tanto al conocimiento y al respeto de reglas y normas, sino más bien a la dinámica
más radical que está como fundamento de una auténtica competencia ética, esto es, el compromiso de
apropiarse de la propia vida. Esta es
la dinámica que expresa y cumple la
dimensión ética del sujeto y abre el
horizonte de sentido que puede mover a una actitud de responsabilidad
hacia la salud. De bien absoluto,
inevitable fuente de obsesión como
lo testimonian la actual representación social, en esta perspectiva la
salud es vista como medio al servicio de la realización de los propios
proyectos de vida. Un bien fundamental, pues, pero no un bien absoluto.
Puestas en este cuadro, las dificultades para tomar la salud como
tarea se presentan como un aspecto
particular de una situación crítica
más general, la “crisis ética del sujeto moderno”. Zygmunt Bauman
uno de los más lúcidos intérpretes
de dicha crisis la describe de este
modo: “Al final del recorrido que la
19
sociedad moderna ha realizado en la
búsqueda de un código de reglas éticas válidas universalmente asimilables a Ley, está el individuo moderno bombardeado por estímulos, opciones y deseos de naturaleza moral
en conflicto entre ellos y es sobre
sus espaldas que recae la responsabilidad de las acciones que realiza”17. Ambigüedad y fragmentaridad: este es, según Bauman el punto
de llegada en campo moral en el pasaje de lo moderno a lo post-moderno. “La nuestra es una época que
nos ofrece una libertad de elección
nunca gozada antes, sino que nos
pone en un estado tan angustioso de
incertidumbre como nunca lo ha sido”18. ¿Hacen falta las reglas? No,
antes bien, hay demasiadas para que
podamos estar tranquilos. Y no es
un caso. Se trata de fenómenos conexos intrínsecamente con la condición moderna: por un lado la complejidad de los criterios de valoración y, por el otro, por la fragmentación de los roles. Las dimensiones
de la valuación se han desarrollado
en direcciones cada vez más lejanas
una de otra y lo que era el “modo
justo” unitario se ha fragmentado en
“económicamente razonable”, estéticamente agradable”, en “moralmente apropiado”. De este modo,
las acciones pueden ser justas en un
sentido y equivocadas en otro.
Cuando se añada a todo esto “la
fragmentación de la vida cada vez
más subdividida por una multiplicidad de objetivos y funciones conexos suavemente, cada uno de los
cuales se pueden alcanzar en un
contexto diferente y según una
pragmática diferente”19, podemos
entender fácilmente en qué modo
resulte mellada la proyectualidad
del sujeto, incluida su capacidad de
asumirse la tarea de salud en primera persona.
5.2 El aumento de necesidades
de salud de fuerte intensidad
solidaria y la dificultad
para integrar
polaridad profesional
y polaridad personal
Cuanto más crece la convicción
de que hay necesidades de salud no
expresables con el lenguaje de los
derechos, una vez más es llamado
en causa el sujeto. En este caso, es
directamente interpelada la pretensión tan típica en el sujeto moderno
de insertar también totalmente la salud en el lenguaje de los derechos.
DOLENTIUM HOMINUM
20
Dicha pretensión se revela cada vez
más una ilusión y esto sucede en
primer lugar no tanto por vínculos
de naturaleza económica, sino porque aquel bien subjetivo que se pensaba poder conjugar totalmente con
el lenguaje de los derechos y del
contrato, en realidad es un bien intersubjetivo que no puede ser totalmente favorecido con la categoría
de la subjetividad individual20. Pensar hacerlo es una ilusión. Esto sucede porque, mientras persiste una
concepción individualista que considera a la sociedad como a una
construcción atomista, la idea moderna del contrato, no será otra cosa
sino la ilusión de haber encontrado
la sutura entre seres desmembrados.
Toda tentativa contractualista será
solamente una frágil sutura ¡si la dimensión relacional no se situará en
el corazón mismo del sujeto, como
un momento de dilatación y de realización de la vida personal21. Si la
“perspectiva postmoderna” significa ante todo romper la máscara de
las ilusiones y reconocer ciertas pretensiones de la modernidad como
falsas y ciertos objetivos como no
alcanzables, quizás no hay otra situación en la que es posible aplicar
coherentemente dicha interpretación.
La ilusión en cuestión, mejor precisada con respecto al particular
campo de las necesidades de salud,
consiste en el hecho de que es imposible que alrededor de estas necesidades se construyan relaciones de
solidaridad, mientras persiste la
concepción individualista y atomista del sujeto moderno. Es imposible
pensar que en una sociedad, conde
las únicas relaciones que son legitimadas y reconocidas son las de tipo
utilitarista y funcional, nazcan instituciones sanitarias donde haya espacio para relaciones más humanas y
humanizantes, donde se den en particular agentes sanitarios que no viven su trabajo como simple “erogación de servicios” y donde las personas enfermas no sean reducidas a
“usuarios” y “clientes”. Lo que se
pide no es, entendámoslo bien, una
obra de tipo moralista destinada a
no tener ningún futuro. Se trata más
bien de tomar en acto límites ligados con la concepción atomista y
funcional del sujeto moderno. En
campo sanitario, dicha concepción
tiende a reconocer una verdadera
dignidad sólo a la competencia técnica de la profesión y de este modo
refuerza una construcción de la relación terapéutica, que tiene como
perno la gestión de un rol.
¿Qué es de la validez sanante de
dicha relación frente a las nuevas
necesidades de salud que no sólo piden tratamientos médicos por reivindicar, sino compartir una presencia humana?
5.3 La tendencia para hacer
de la salud
el horizonte total de sentido
y la debilitada capacidad
simbólica del sujeto
Cuanto más se afirma en la actual
cultura la tendencia para hacer de la
salud el horizonte total de sentido,
una vez más se llama en causa al sujeto. Se implica directamente su capacidad simbólica. Pero ¿qué sucede con esta capacidad simbólica en
un contexto social y comunicativo
que induce a un estado de perenne
estimulación y exitación? Es real el
riesgo que el sujeto termine siendo
bloqueado por la búsqueda obsesiva
de estímulos cada vez más nuevos.
De manera que al final, más que dilatar la capacidad de sentir y gozar,
esta dimensión estimulativo-narcisista a la que el sujeto es entregado,
no hace sino crear y reforzar nuevas
dependencias. “En los últimos decenios parece que se ha establecido un
contexto socio-cultural por lo que
cada ocasión de exitación y de placer es consumido ávida y velozmente; de este modo ella se transforma
en una fuente de insatisfacción que
lleva a una mayor y más intensa exposición al mismo tipo de estímulo.
Toda la atención del sujeto y de su
ambiente social se concentra en el
estímulo atractivo que muy pronto
se vuelve insuficiente y desgastado”22. Desde un punto de vista sociológico, las palabras de Marco Ingrosso proporcionan un sentido claro sobre la dimensión estimulativonarcisista por la cual el sujeto corre
el riesgo de ser absorbido. Se trata
de una interpretación que tiene en
cuenta la comprensión de una particular elección enfermisa, el origen
de toda dependencia. Leída desde
este particular punto de vista, la crisis del sujeto, esta interpretación de
la reproducción social de la dependencia pone de relieve un aspecto
muy importante de la crisis del sujeto, es decir, su debilitada capacidad
de remisión simbólica.
A este punto ¿qué es de la pretensión para hacer de la salud el hori-
zonte total de sentido? Lo que esta
pretensión requiere es en efecto una
fuerte capacidad simbólica que haga capaz al sujeto de ir más allá del
nivel puramente físico, para lograr
una dimensión de sentido ulterior.
Sólo a esta condición la referencia a
la salud podría constituir el símbolo
capaz de abrazar y expresar el horizonte humano en su globalidad, es
decir, capaz de expresar al mismo
tiempo un sano estilo de vida, un
modo sano de hacer frente (“coping”) al sufrimiento y a la enfermedad, un modo sano de pensar en
la muerte, un modo sano de vivir
también la minoración física. Fuera
de esta perspectiva, existe el riesgo
de que el énfasis puesto en la salud,
además de reducir el horizonte de
sentido en el que el sujeto se proyecta y se vive, lleve a legitimar un
nuevo concepto de “normalidad social” gravemente discrimnante.
Todo esto no lo decimos para demonizar el alcanze totalizador asumido por la salud en nuestra cultura,
sino más bien para proporcionar
respuestas de calidad a este interrogante.
Conclusión:
de una concepción anestética
a una concepción estética
de la salud
Si las contradicciones de las cuales la nueva demanda de salud está
atravesada se pueden remontar totalmente a la “crisis del sujeto”, una
respuesta importante a dicha solicitud deberá pasar necesariamente a
través de un real “empowerment”
del sujeto mismo capaz de reforzarlo en los frentes en los que, según
los análisis hechos, ha demostrado
ser más expuesto y más débil. Sin
embargo, la referencia a una concepción estética parecería no presagiar nada de “fuerte”. El acercamiento estético, considerado como
superación de una aproximación
ética, generalmente es presentado
como el aspecto típico del pensamiento postmoderno, un pensamiento “débil”. De aquí la urgencia
de aclarar los términos del pasaje
propuesto23.
La concepción estética que se sugiere, se entiende aquí como superación, tanto a nivel subjetivo como
a nivel intersubjetivo, de una concepción anestética de la salud, una
concepción que identifica la salud
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
como el estado del sujeto al reparo
de la exposición al sufrimiento. Por
el contrario, en una concepción estética la dimensión específicamente
humana de la salud consiste en la
disponibilidad para escuchar el lenguaje del cuerpo y decifrarlo en su
doble significado de “trámite” y de
“límite”; en la disponibilidad para
abrirse a lo nuevo y al aún-no, superando el temor de perder el control;
en la disponibilidad para aprender
incluso en los tiempos duros de la
derrota, de la disminución y de la
delimitación del espacio físico. A
partir del desarrollo de esta disponibilidad, definida globalmente estética por la ampliación del sentir que
promueve, se abre para el sujeto una
forma nueva para construirse. En
particular, la contraposición discriminante no es más entre salud y enfermedad a nivel simplemente físico, sino más bien entre una actitud
realmente productiva y una actitud
irremediablemente estéril.
Un ulterior significado del pasaje
de una concepción anestética a una
concepción estética de la salud se
sitúa a nivel intersubjetivo. En este
nivel, la alternativa entre estética y
anestética se presenta coextensiva a
la contraposición entre “empatía” y
“apatía”. La apatía indica la indisponibilidad para sentir y acoger los
señales del sufrimiento de los demás. Hay que neutralizarlo a todo
costo. Al contrario, la empatía indica la aptitud para “ponerse en la situación del otro”, lo que hace que
sienta el mundo como él lo siente.
Son evidentes las implicaciones
que esta actitud tiene en las prácticas sanitarias. A partir del desarrollo de esta disponibilidad empática
se abre un nuevo modo de estructurarse para la relación terapéutica.
Escuchar además que hablar, estar
más que hacer, sentir más que obrar:
estas son en síntesis las condiciones
que a nivel humano hacen que una
relación sanitaria sea realmente sanante. Y no sólo para el paciente.
De bien subjetivo, la salud se
vuelve un bien intersubjetivo. No
sólo el bien que tenemos más en común, sino también el bien que más
acomuna.
CORRADO VIAFORA
Profesor de Bioética,
Universidad de Estudios de Padua
Coordinador del Proyecto
Etica y Medicina
Fundación Lanza, Padua, Italia
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Notas
1
Acerca de los principios metodológicos de
la perspectiva antropológica sobre la salud,
ver: P. LAI - ENTRALGO, Antropologia medica,
Ed. Paoline, Milán 1988 y D. GRACIA, La estructura de la antropología médica, en “Realitas, Trabajos del Seminario Zavier Subiri”, 1
(1972-73), Madrid 1974, pp. 293-397: ambos
exponentes de primer plano de la tradición española de las Humanidades Médicas y H. VAN
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Weiszäcker.
2
Para una complementación sobre la “nueva demanda de salud”: cfr. A. ARDIGÒ, Salute e
diritto alla salute nella società in trasformazione, in “L’arco di Giano”, 4 (1994), pp. 111125.
3
F. LAPLANTINE, Analogia della malattia,
Sansoni, Florencia 1988.
4
Idem, p. 229.
5
D. GRACIA, La medicina en la historia de la
civilización, en “Dolentium Hominum”, 1
(1988), pp. 67-74.
6
A. ARDIGÒ, art. cit., p. 111.
7
F. FUKUYAMA, La fine della storia e l’ultimo uomo, Rizzoli, Milán 1992.
8
Cfr. S. SPINSANTI, Il corpo nella cultura
contemporanea, Queriniana, Brescia 1982.
9
Críticas en dicho sentido: D. CALLAHAN,
The WHO Definition of Health, en: “The Hastings Center Studies”, 1 (1973) pp. 77-87.
10
Críticas en dicho sentido: F. ANSCHÜTZ,
Medicina umanistica. Scienza ed etica per
guarire, Città Nuova, Roma 1991.
11
Es la tentativa de R. MORDACCI, Health as
an analgical concept, en: “The Journal of Medicine and Philosophy”, 5 (1995) pp. 475-497.
12
I. ILLICH, Nemesi medica. L’espropriazione della salute, Mondadori, Milán 1976.
13
Cfr. E. SHORTER, La tormentata storia del
rapporto medico-paciente, Feltrinelli, Milán
1996.
14
Cfr. S. SPINSANTI, Guarire tutto l’uomo. La
medicina antropologica di V. von Wiszäker,
Edizioni Paoline, Milán 1988.
15
No se quiere poner mínimamente en cuestión los logros “modernos” sobre el “derecho a
la salud”. Para focalizar los fundamentos y la
evolución de dicho derecho remite a: P. BENCIOLINI - A. APRILE, Il diritto alla salute, en: A.
MARTIN - R. NACCARATO, Diritto alla salute e
coscienza sanitaria, Cedam, Padua 1989, pp.
1-12 y más reciente, a: La salute: diritti e responsabilità, Dossier de “L’Arco di Giano”, 4
(1994). Cfr. en particular: D. GRACIA, I diritti
in sanità nella prospettiva della bioetica,
pp.29-44: F. D’AGOSTINO - L. PALAZZANI, La
dimensione internazionale del diritto alla salute, pp. 45-53; A. SANTOSUOSSO, Gli sviluppi del
diritto alla salute in Italia, pp. 53-75.
16
M. IGNATIEFF, I bisogni degli altri. Saggio
sull’essere uomini tra individualismo e solidarietà, Il Mulino.
17
Z. BAUMANN, Le sfide dell’etica, Feltrinelli, Milán 1966, p. 37.
18
Z. BAUMANN, op.cit., p. 27.
19
Z. BAUMANN, op.cit., p. 12.
20
Al respecto, ver las consideraciones de A.
Autiero.
21
Me refiero a la lección del personalismo
comunitario de E. Mounier.
22
M. INGROSSO, La nostra salute verso l’anno
2000, en AA.VV., Salute. Malattia, Cittadella
Ed., Asís 1996, p. 37.
23
Parto de M. INGROSSO, op. cit. pp. 63-70.
DOLENTIUM HOMINUM
22
DIEGO GRACIA GUILLÉN
Historia del concepto de salud
Introducción
El concepto de salud es tan inseparable del de enfermedad, que no
puede ser definido con exclusión
de éste. Los seres humanos adquieren conciencia de la salud a través
de la enfermedad. De ahí que la salud haya solido definirse de modo
negativo, como ausencia de enfermedad, silencio de los órganos, etc.
La sabiduría popular dice que la salud no se aprecia más que cuando
se pierde. Es toda una paradoja: un
valor negativo, la enfermedad, dota
de contenido positivo al de salud.
Pero además de esto, los valores
salud y enfermedad han ido cambiando de sentido, o han ido definiéndose de modo distinto a lo largo de la historia. No menos de tres
momentos distintos cabe distinguir
en el transcurso de la historia de las
civilizaciones. El primero, propio
de las culturas primitivas, interpreta la enfermedad en términos de
“des-gracia” y la salud como “gracia”; en un segundo momento, la
salud se va a ver como “orden” y la
enfermedad como “des-orden”. Finalmente, la cultura moderna entenderá la salud como “dicha” y la
enfermedad como “des-dicha”. Son
las tres partes de que va a constar
nuestra exposición. Por último, en
la conclusión, intentaremos reflexionar sobre el sentido que esos dos
conceptos, salud y enfermedad,
pueden tener a la altura de nuestra
situación, aquí y ahora.
1. La cultura primitiva:
la salud como “gracia” y el dolor como “des-gracia”.
Los relatos etiológicos de las
grandes religiones mediterráneas,
en especial la israelita, suelen atribuir al pecado la causa del dolor1.
Recordemos el relato del libro del
Génesis: Yahvéh crea al hombre a
imagen y semejanza suya y lo coloca en el paraíso terrenal. Pero el
hombre peca, y en castigo a ello
empieza a sufrir el dolor, la enfermedad, la muerte. Yahvéh dice a la
mujer:
Tantas haré tus fatigas cuantos
sean tus embarazos:
con trabajo parirás los hijos2.
Y al hombre:
Con fatiga sacarás del suelo el
alimento
todos los días de tu vida.
Espinas y abrojos te producirá,
y comerás la hierba del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan,
hasta que vuelvas al suelo,
pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo tornarás3.
Situados en su contexto, estos
párrafos demuestran bien cómo para su autor hay dos situaciones o estados básicos en la vida del hombre,
el “estado de gracia”, como el de
Adán y Eva en el paraíso terrenal, y
el “estado de desgracia” o destierro.
El primero va acompañado de salud, belleza, inmortalidad, prosperidad material, etc., en tanto que el
segundo se caracteriza por lo contrario: dolor, enfermedad, muerte,
pobreza, etc. La experiencia religiosa primaria es siempre la de lo
gratuito o gracioso, que por definición es inmerecido. De ahí la diferencia fundamental entre la experiencia religiosa y la moral, que es
precisamente la experiencia del
mérito. Lo gratuito es inmerecido.
Lo que se merece no es gratuito, pe-
ro sí es un don inmerecido el que
podamos merecer. Esto significa
que para el pensamiento religioso,
la dimensión religiosa es siempre
más profunda que la moral y fundamento suyo. Este es el sentido del
término “pecado”, el de respuesta
moral negativa al don recibido. Para los pueblos primitivos, ésta es la
raíz de todas las “desgracias”, entre
las cuales incluyen los males físicos, dolor, hambre, enfermedad,
muerte. De este modo, una característica física negativa, como el dolor, se considera debida a una falta
moral, el pecado4.
La crítica de esta teología de la
gracia y la desgracia no se encuentra claramente formulada hasta el
poema de Job. En él se nos relata la
historia de un hombre justo que, sin
embargo, se halla hundido en el sufrimiento. Job cae enfermo, pero no
encuentra en su vida pecado alguno
al que poder atribuir sus desdichas.
Como esclavo que suspira por la
sombra,
o como jornalero que espera su
salario,
así meses de desencanto son mi
herencia,
y mi suerte noches de dolor.
Al acostarme digo: ¿Cuándo llegará el día?
Al levantarme: ¿Cuándo será de
noche?
y hasta el crepúsculo estoy ahíto
de inquietudes.
Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas,
mi piel se agriega y supura5.
El autor del libro de Job es un teólogo innovador que se enfrenta
con la tesis tradicional de que el dolor y la desgracia son consecuencia
de un pecado cometido. Por eso hace que el protagonista de su poema,
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
Job, no encuentre en el pecado la
causa de tanto mal. Frente a él sitúa
a tres amigos, Bildad, Elifaz y Sofar, que son los representantes de la
teología tradicional. Por eso no cesan de recriminar a Job su impiedad, al no aceptar la doctrina tradicional de la justificación.
La última redacción del libro de
Job es muy tardía, aproximadamente del siglo III a.C. Por esas fechas parece que la consideración
del dolor y la enfermedad como
consecuencias del pecado había entrado en crisis. A ello no debió ser
ajeno el modo como otra cultura
mediterránea, la griega, venía enfocando desde hacía ya tiempo este
problema.
2. La cultura antigua:
la salud como “orden” y el dolor como “des-orden”.
La novedad originaria de la cultura griega fue la interpretación de
la realidad en términos de “naturaleza” (physis). Las cosas ya no intentan comprenderse conforme al
esquema “gracia” – ”desgracia”, sino con el de “natural” – “antinatural”. Por tanto, la salud ya no es vista – al menos de un modo tan inmediato como en las otras culturas
mediterráneas – como “don” o
“gracia”, sino como algo “natural”;
y a la enfermedad y el dolor tampoco se los interpreta ya como “deuda”, “desgracia” o “pecado”, sino
como realidades “antinaturales”.
A partir de esos conceptos fundamentales establecidos por los pensadores presocráticos, nació la medicina occidental en Grecia. La medicina hipocrática se diferenció de
las de los otros pueblos de la cuenca mediterránea, en que interpretó
la salud y enfermedad en términos
de “naturaleza”. La naturaleza es
“orden” (kósmos), y la enfermedad
y el dolor, “desorden” (khaos). Alcmeón de Crotona dirá, en el texto
fundacional de la medicina científica, que:
El mantenimiento de la salud
se debe al ‘equilibrio’ (isonomía)
de las fuerzas: lo húmedo, lo seco, lo frío, lo caliente, lo amargo,
lo dulce, etc.; y en cambio, el
“predominio” (monarkhía) de
una sola produce la enfermedad6.
La salud, como la felicidad, con-
siste en orden natural, y la enfermedad y el dolor en desorden antinatural. Un texto de Estobeo nos cuenta
que Demócrito
a la felicidad (eudaimonía) la
llamaba también euthymía (buen
ánimo), euestó (bienestar), harmonía (buen temperamento),
symmetría (proporción, equilibrio) y ataraxía7.
El orden fisiológico (harmonía,
isonomía), es decir, lo que los médicos hipocráticos denominaron salud, es algo íntimamente relacionado con la ataraxía y, en último término, con la felicidad. Puede afirmarse que la salud, el equilibrio, la
ataraxía y la felicidad son fenómenos “naturales” o “fisiológicos”, en
tanto que la enfermedad, el desequilibrio, la pasión y el dolor son
fenómenos “antinaturales” o “patológicos”. A este respecto hay un
texto en el tratado hipocrático Sobre la naturaleza del hombre muy
significativo. Dice así:
El cuerpo humano contiene
sangre, pituita, bilis amarilla y
bilis negra: estos son los elementos constitutivos de la naturaleza humana y ellos la causa
de las enfermedades y de la salud. Goza de buena salud cuando los elementos están debidamente equilibrados en lo que
respecta a su mezcla, fuerza,
cantidad, y cuando su proporción está ajustada. Por el contrario, siente dolor cuando alguno
de los elementos se halla en exceso o en defecto, o bien cuando
alguno de ellos se separa y no
está en proporcionada mezcla
con respecto a los demás. Porque, si uno de ellos se separa y
se manifiesta en su forma pura,
no sólo causa dolor y molestias
en aquella parte del cuerpo de la
que se ha separado, sino también
aquella en la que se ha localizado en forma pura y sobre la que
se ha derramado, debido al exceso de secreción8.
Este texto es interesante porque
intenta dar una explicación fisiológica del fenómeno del dolor. Las
cosas naturales o equilibradas no
padecen dolor. Este acontece cuando hay desproporción, bien por exceso, bien por defecto; es decir,
cuando se produce un “des-orden”, que implica siempre, de al-
23
gún modo, una “des-naturalización”. Hay otro texto hipocrático
que dice:
Los dolores sobrevienen siempre que hay una transformación y
corrupción de la naturaleza. Los
dolores se curan por los contrarios9.
Y Galeno añade:
Todos los hombres necesitamos de la salud para mantener
las funciones de la vida, a las
cuales las enfermedades dañan,
cortan y hacen cesar; y también
necesitamos estar libres de molestias, pues no poco nos vemos
importunados con los dolores. La
constitución sana es aquella en la
que no sentimos dolores y en la
que no están dañadas las funciones del ser vivo10.
La consecuencia de esto es que el
dolor no puede tener ni en la medicina ni en la cultura griega un sentido “natural”, ni por tanto “positivo”. El dolor es siempre negativo.
De ahí que el combatirlo tenga un
carácter casi religioso. A ello obedece el apotegma latino que dice:
Divinum opus sedare dolorem, de
origen claramente hipocrático. El
escrito Sobre el arte afirma que el
objeto de la medicina es eliminar el
sufrimiento de los enfermos11.
La cruzada hipocrática contra el
dolor tiene profundas raíces teológicas. Los griegos definieron a
Dios como naturaleza perfecta, y
por tanto también como la plenitud
del orden, de la unidad, la bondad,
la belleza y, obviamente también,
de la salud. Al Dios griego le son
consustanciales las notas de dicha,
felicidad, y por tanto salud. En él
no es posible el dolor, la enfermedad o la muerte. Si es Dios no puede padecer, y si padece no es Dios.
Los estoicos dejaron establecido el
principio de que Dios tiene que ser
por definición apathés, “impasible”. El páthos supone siempre imperfección. Dios no puede ser sujeto “paciente” de nada, porque eso
sería tanto como admitir que necesita algo externo a él, lo cual supone imperfección. Padecer es ser imperfecto. A Dios no se le puede definir mediante la categoría de pasión sino precisamente por su contraria, la de acción; por tanto, como
“acto puro”.
DOLENTIUM HOMINUM
24
El Dios “apático” no tiene afectos, precisamente porque no puede
hallarse afectado por nada externo
a sí mismo. La teología estoica
predica de Dios, por vía de eminencia, dos de las tres potencias
del psiquismo humano, la inteligencia y la voluntad, pero no los
afectos o sentimientos. Dios no
puede sentir ni padecer. Por eso carece de sentido hablar del dolor de
Dios. Y como, por otra parte, el
hombre sabio ha de ser un imitador
de Dios (esto es lo que significa el
término “filo-sofo”, imitador de la
sabiduría, es decir, de Dios), resulta que éste también debe desprenderse de todo sentimiento, tanto
positivo (sentimiento de placer)
como negativo (sentimiento de dolor). En esto consistirá la “fase purificativa” de su vida espiritual.
Tras ella, la inteligencia comprenderá mucho más fácilmente los
dictados del lógos (“fase iluminativa”), y la voluntad se unirá a él
(“fase unitiva”). En la época de las
escuelas medias, el estoicismo y el
neoplatonismo se unirían en busca
de este ideal de desprendimiento
de los sentimientos y afectos y
búsqueda de la sabiduría “pura” y
“perfecta”. El resultado era la ataraxía o “imperturbabilidad”, que
Sexto Empírico definió como “la
serenidad y la calma del alma”12.
Séneca llamó a esto tranquillitas
animi. Sabio es quien permanece
impasible aunque el mundo entero
se derrumbe ante sus pies. Aquí no
hay lugar para el “dolor”, que es
un sentimiento “impuro” e “imperfecto”.
La aparición del cristianismo supuso en parte un cambio, y en parte
una continuidad. Significó ruptura
en cuanto el Dios cristiano, Jesús,
no es un Dios “apático” sino, muy
al contrario, un Dios “patético”. La
pasión de Jesús es en este sentido
una paradoja teológica, casi una
blasfemia. Por eso se comprende
que cuando San Pablo predicó en el
Areópago a un Dios que sufrió pasión y muerte, sus oyentes estoicos
y epicúreos se burlaran de él, según
cuenta el libro de los Hechos de los
Apóstoles13. Para ellos hablar de la
muerte de Dios era lo mismo que
declararse ateo. De ahí que a los
primeros cristianos se les lanzara
esta acusación con una cierta frecuencia. Justino, en su Apología,
escribe:
De ahí que se nos dé también
el nombre de ateos; y, si de esos
supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos...14
Ahora bien, que no somos ateos, ¿quién que esté en su sano
juicio no lo confesará, cuando
nosotros damos culto al Hacedor
de este universo, que decimos,
según se nos ha enseñado, no tener necesidad ni de sangre, ni de
libaciones, ni de inciensos; a
quien alabamos, conforme a
nuestras fuerzas, con palabras de
oración y acción de gracias por
cuantas ofrendas hacemos? ... Y
luego demostraremos que con razón honramos también a Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas y que para ello
nació, el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea en tiempo
de Tiberio César, que hemos
aprendido ser el hijo del mismo
verdadero Dios y a quien tenemos en el segundo lugar, así como al Espíritu profético, a quien
ponemos en el tercero. Aquí,
efectivamente, se nos tacha de
locura diciendo que damos el segundo puesto después de Dios
inmutable, aquel que siempre es
y creó el Universo, a un hombre
crucificado; y es que ignoran el
misterio que hay en ello15.
Estos textos del apologista Justino demuestran bien la novedad que
a la altura del siglo II d.C. tenía el
mensaje de un Dios “patético”, que
había sufrido pasión y muerte. No
cabe ruptura más radical con la tradición estoica. A pesar de lo cual, la
teología especulativa no cejó hasta
hallar una explicación “natural” o
“fisiológica”, es decir, “griega”, de
la gran novedad cristiana. La vía
para ello estuvo en la distinción de
dos “naturalezas” en Cristo, la divina y la humana, de las cuales sólo
esta segunda pudo ser pasible y
mortal. Por tanto, para la primera
cabía seguir utilizando todo el legado de la teología apátiga griega. Era
posible, pues, decir que en Cristo
había dos naturalezas, una apática y
otra patética. Y a la pregunta de por
qué se encarnó Dios en esta última,
se respondió, siguiendo la tradición
del pueblo de Israel, que tras el primer pecado el hombre había caído
en “des-gracia”, y necesitaba un redentor que reparara esa situación.
Jesús sufrió pasión y muerte, y con
ello se “des-naturalizó”, para redimir al hombre de su estado de
“des-gracia”. El resultado es lo que
los teólogos medievales llamaron
status naturae lapsae et reparatae.
En tanto que estado de naturaleza
caída, el hombre, a pesar de la redención, sigue sufriendo dolor, enfermedad y muerte; pero en tanto
que naturaleza reparada, se halla
redimido del pecado y llamado a la
filiación divina. La redención que
Cristo ganó con su pasión y muerte,
dotó al dolor de una nueva dimensión, de carácter estrictamente positivo, la dimensión salvífica. El
dolor ya no tiene por qué ser sólo la
consecuencia del pecado, sino también, y principalmente, un ingrediente positivo de seguimiento e
identificación con Jesús camino del
Reino. De este modo, también en el
dolor “se manifiestan las obras de
Dios”16.
Si la teología especulativa cristiana de la Edad Media fue en muy
buena medida griega, tanto o más
se puede decir esto de la teología
práctica. El ideal neoplatónico del
desprendimiento del cuerpo mediante la negación de los afectos
sensibles ha sido la base de toda la
teología ascética. Sólo tras el logro
del estado de impasibilidad, es posible el progreso en la vida espiritual mediante la fase iluminativa,
que culmina en la unión mística. El
ideal del santo cristiano sigue conservando los principales rasgos del
ideal griego del sabio. Así se explica, por ejemplo, que San Agustín
defina la paz como tranquillitas
animi, exactamente en el mismo
sentido que Séneca o los estoicos.
Sólo en personajes particularmente
ajenos a la tradición helénica, como
Francisco de Asís, es posible percibir algo realmente alejado de estos
planteamientos, que informaron,
por ejemplo, todo el ideal benedictino y monástico.
3. La cultura moderna:
la salud como “dicha” y el
dolor como “des-dicha”.
Con la llegada de la modernidad,
se inicia la constitución de un nuevo marco interpretativo de la realidad del dolor. Los hombres modernos, a partir sobre todo del siglo
XVII, comenzaron a ser conscien-
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tes de que el dolor y la enfermedad
no podían interpretarse en términos
de “des-orden”. De hecho, comienza a pensarse entonces, el dolor es
tan “natural” como la dicha. Es una
pura teoría, y una teoría además falsa, pensar, como hicieron los griegos, que la naturaleza es por principio ordenada, y que todo desorden
es antinatural. La experiencia nos
demuestra todos los días que el desorden es natural. En el prefacio de
su libro Observaciones médicas
acerca de la historia y curación de
las enfermedades agudas, escribió
Thomas Sydenham:
Carecemos hasta el día de hoy
de una historia acabada de las enfermedades, principalmente a
consecuencia de habérselas considerado por muchos solamente
como efectos confusos y desordenados de la naturaleza, mal
cuidadora de sí propia y desviada
de su estado normal, y persuadiéndose, por tanto, de que perderían el tiempo haciendo su historia de una manera completa17.
No se ha estudiado nunca la historia natural de las enfermedades,
porque siempre han sido consideradas como desviaciones del estado
normal de la naturaleza, como alteraciones confusas y desordenadas,
anormales, es decir, como realidades preternaturales. Sólo a partir de
ahora, cuando la enfermedad empieza a considerarse tan natural como la salud, pueden aplicarse a su
estudio los métodos de las ciencias
naturales. A partir de ahora, el dolor y la enfermedad podrán ser vistos como algo “natural”.
Si el dolor es natural, entonces ya
no puede interpretarse como
“des-orden”. Pero tampoco es fácil
ya conceptuarlo en términos de
“des-gracia”. El hombre moderno
ha ido tomando paulatinamente
conciencia de su autonomía, y ha
aprendido a distinguir con toda nitidez las causas próximas de las llamadas, desde la escolástica medieval, causas últimas de las cosas. Interpretar el dolor como des-gracia
es enfocarlo sólo desde esta última
perspectiva, por referencia a las
causas últimas. Ahora bien, desde
el horizonte de las causas próximas, o dicho en otros términos, en
la perspectiva intramundana, cotidiana, terrena, el dolor no puede interpretarse como una des-gracia, si-
no como algo distinto, una “des-dicha”. No hay duda de que el dolor
es algo negativo en la existencia
humana, pero esa negatividad no
consiste primariamente en desgracia ni en desorden, sino en desdicha. Lo que el dolor hace es comprometer el bienestar y la felicidad
del hombre sobre la tierra. En el horizonte del des-orden la enfermedad se conceptúa como un “hecho”.
Ahora, en el horizonte de la des-dicha, como un “valor”. Esta es, quizá, una de las máximas creaciones
modernas, la idea de valor frente a
la idea de hecho. Presente ya en la
obra de Hume, va a tener a partir de
entonces una importancia fundamental en todo el desarrollo de la
cultura occidental. La salud no es
primariamente una cuestión de hecho sino un problema de valor.
Por dicha entendemos, como ya
hemos afirmado, el mundo del valor. Dicha es valor positivo, y desdicha valor negativo. Naturalmente, estos valores se van definiendo
individual, social e históricamente.
De ahí que en última instancia la
definición de la dicha tenga que ser
personal, y que haya muchas concepciones distintas de la dicha; en
el fondo, tantas como proyectos de
vida, como ideas de la felicidad,
como opciones de valor.
Todas esas distintas opciones de
valor pueden ser clasificadas de
muy distintos modos. Uno es diferenciar a quienes no ven en la dicha
otra cosa que el goce de la vida, de
aquellos otros que en ella – o su
contraria, la desdicha – ven o intuyen algo más profundo, que replantea el sentido de la propia vida. A la
primera la llamaremos actitud “inmanente” ante la dicha (o del valor), y la segunda actitud “transcendente”. Las dos se han dado con
profusión a lo largo de los siglos
modernos. Por lo general, la primera ha sido más frecuente de la conciencia popular, muy apegada a las
realidades terrenas, en tanto que la
segunda ha solido considerarse característica propia de espíritus selectos. En la literatura española la
primera estaría paradigmáticamente representada por Sancho Panza,
y la segunda por Don Quijote.
Estos dos tipos de mentalidades
van a interpretar el dolor de modos
radicalmente distintos, más aún,
opuestos entre sí. Para los partidarios de la actitud que hemos llama-
25
do transcendente, el dolor debe ser
visto como un constitutivo formal
de la naturaleza humana. El hombre tiene que aprender a contar con
el dolor. El hombre sin dolor no es
hombre. Por el contrario, quienes
absolutizan el concepto de dicha
sacan una consecuencia opuesta: el
dolor es lo único que enturbia nuestra dicha, razón por la cual hay que
luchar sin cuartel contra él. Como,
por otra parte, este horizonte se ha
establecido en la cultura occidental
a la vez que la ciencia moderna, fue
seguido de la creencia en que los
descubrimientos científicos nos
permitirían acabar con el dolor, y
por tanto construir un mundo sin
desdicha. Veamos más detenidamente las características de cada
una de ellas.
La actitud que absolutiza el concepto de dicha hace consistir la felicidad en la consecución del máximo bienestar, y en el logro de la total ausencia de dolor. Éste ha de ser,
por ello, el objetivo de la medicina
verdaderamente científica. En pleno siglo XVII escribió Descartes su
Proyecto de una ciencia universal
que eleve nuestra naturaleza a su
más alto grado de perfección, más
tarde publicado con el título de Discurso del Método. En él enseña
que la medicina científica debe hacernos “dueños y poseedores de la
naturaleza”. Y añade:
Lo cual es muy de desear, no
sólo por la invención de una infinidad de artificios que nos permitirían gozar sin ningún trabajo de
los frutos de la tierra y de todas
las comodidades que hay en ella,
sino también principalmente por
la conservación de la salud, que
es, sin duda, el primer bien y el
fundamento de los otros bienes
de esta vida, porque el espíritu
mismo depende tanto del temperamento y de la disposición de
los órganos del cuerpo, que, si es
posible encontrar algún medio
para hacer que los hombres sean
comúnmente más sabios y más
hábiles que han sido hasta aquí,
creo que es en la medicina en
donde hay que buscarlo18.
La medicina es la ciencia fundamental en el arte de evitar el dolor y
conseguir la perfección y la dicha
en esta vida. Descartes sabía bien lo
poco que a tal fin podía ayudar la
medicina de su tiempo, y soñaba
DOLENTIUM HOMINUM
26
con dedicarse a la tarea de fundar la
nueva ciencia médica. De ahí que
el párrafo antes transcrito continúe
así:
Verdad es que la medicina que
ahora se usa contiene pocas cosas de tan notable utilidad; pero,
sin que esto sea querer despreciarla, tengo por cierto que no
hay nadie, ni aun los que han hecho de ella su profesión, que no
confíe que cuanto se sabe, en esa
ciencia, no es casi nada comparado con lo que queda por averiguar, y que podríamos librarnos
de una infinidad de enfermedades, tanto del cuerpo como del
espíritu, y hasta quizá de la debilidad que la vejez nos trae, si tuviéramos bastante conocimiento
de sus causas y de todos los remedios, de que la naturaleza nos
ha provisto19.
Surge así la creencia en el progreso indefinido de la humanidad
por obra de la ciencia, y más concretamente la idea de que la medicina acabará en un plazo prudente
de tiempo con el dolor y la desdicha. Un siglo después de Descartes
la ideología del progreso vertebraba todos los programas ilustrados.
“Parecía acercarse el tiempo, ha escrito Paul Hazard, en que Ormuz, el
dios del bien, estaba a punto de terminar victoriosamente su lucha
contra Arimán, el dios del mal”. A
finales de siglo, en 1794, Antoine
de Condorcet afirmaba en su Esbozo de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano que “la
naturaleza no ha puesto término alguno a nuestras esperanzas”, por lo
que son pocas las cosas que el hombre no puede conseguir con el tiempo. “Sin duda que el hombre no se
hará inmortal; pero la distancia entre el momento en que comienza a
vivir y la época en que naturalmente, sin enfermedad, sin accidente,
empieza a experimentar la dificultad de ser, ¿no podrá ir creciendo
sin cesar?”.
“Hacia 1870 y 1880 – ha escrito
John Bury – la idea de progreso se
convirtió en un artículo de fe para
la humanidad”20. Una de sus manifestaciones más evidentes fue la ley
comtiana de los tres estadios. Y
cuando Comte dejó de estar de moda, ya entrado nuestro siglo, la creencia en que la medicina científica
acabará proporcionándonos la
completa y perfecta dicha, no ha
dejado de crecer. Tanto, que en
1946 la Organización Mundial de
la Salud podía definir en su carta
fundacional la salud como “un estado de perfecto bienestar físico,
mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”. La utopía de
Un mundo feliz de Aldous Huxley
parece al alcance de la mano. Hemos llegado a la “sociedad de bienestar” (Welfare State), y poco falta
ya para el logro del “perfecto bienestar”. Mientras tanto, es preciso
seguir estimulando el consumo de
salud, entendida como dicha. La
salud se ha convertido así en el criterio moral último y único: bueno
es lo que produce salud y bienestar,
es decir, dicha, y malo lo contrario.
Esto explica que desde mediados
del siglo XIX la medicina haya
considerado un imperativo moral la
“lucha sin cuartel contra el dolor”.
El dolor es malo por cuanto significa malestar y desdicha y debe exterminarse. Toda la “cultura de bienestar” se halla en esta actitud. Probablemente no hay modo de comprender el complejo hecho cultural
y humano de la drogadicción, si no
se tienen en cuenta estas características estructurales de nuestro medio. En una sociedad que absolutiza
el bienestar, y que define éste como
la ausencia de todo tipo de dolor físico, mental y social, probablemente la droga es el único vehículo idóneo para el logro de la felicidad.
Ahora bien, ella es también el
ejemplo paradigmático de las paradojas a que conducen los conceptos
de dicha y de bienestar. Cuando la
dicha se convierte en una obsesión,
se sufre la desdicha de la dicha. Del
mismo modo, la búsqueda obsesiva
de la salud es ya en sí una enfermedad, la enfermedad de la salud. Es
lo que Ivan Illich bautizó hace años
con el certero nombre de Némesis
Médica. La salud y la dicha han llegado a convertirse en una aberración, y la medicina empieza a constituir un serio peligro para la salud
de los hombres.
El mismo hecho de la droga demuestra que esa actitud está llena
de inconsecuencias y paradojas.
Eso explica que a todo lo largo del
mundo moderno surgieran voces
acusadoras, para las que el dolor
tiene un carácter altamente positivo, el de recordar al hombre su condición caduca y finita. El dolor es,
por ello, lo que le abre al horizonte
de lo infinito y transcendente. La
tesis general es que el dolor espiritualiza, eleva, nos hace ser más y
mejores hombres. El bienestar nos
hace vivir en lo cotidiano, en tanto
que el malestar obliga a relativizar
lo cotidiano, a tocar fondo, y a situarse en el horizonte de las ultimidades, es decir, de lo trascedente.
Por eso, dice Karl Jaspers, el sufrimiento es una “situación-límite”,
que hace tocar el fondo de la existencia y abre al horizonte de la trascendencia. El dolor no siempre envilece, también puede ennoblecer.
Nietzsche escribió que “sólo el
gran dolor es el último liberador del
espíritu”. Rilke, por su parte, analizó en un texto el carácter “pesado”
del dolor, y recordó cómo en alemán la palabra schwer tiene el doble sentido de lo que es “pesado” y
el “centro de gravedad”. El dolor
nos hace alcanzar nuestro centro de
gravedad. A su modo, pues, repite
el agustiniano pondus meum, amor
meus.
En la poesía española es posible
encontrar múltiples testimonios similares. Hay unos versos de Valle
Inclán que dicen:
Es la tristeza divina herencia,
corazón triste, buen corazón.
Sólo dolores labran conciencia,
dolor es ciencia de Salomón.
Y de Antonio Machado es este
impresionante poema:
Eran ayer mis dolores
como gusanos de seda
que iban labrando capullos
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas
he sacado blanca cera!
¡Oh tiempo en que mis pesares
trabajaban como abejas!
Hoy son como avenas locas,
o cizaña en sementera,
como tizón en espiga,
como carcoma en madera.
¡Oh tiempo en que mis dolores
tenían lágrimas buenas,
y eran como agua de noria
que va regando una huerta!
Hoy son agua de torrente
que arranca limo a la tierra.
Dolores que ayer hicieron
de mi corazón colmena
hoy tratan mi corazón
como a una muralla vieja:
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
quieren derribarlo, y pronto,
al golpe de la pequeta.
Este texto de Antonio Machado
demuestra bien que no todo dolor
es malo. Hay dolores que ennoblecen y dolores que envilecen, dolores asumibles y otros que no lo son.
Por eso en el tema del dolor es preciso un cierto “discernimiento”. El
antiguo tema del “discernimiento
de espíritus”, surge aquí con un
nuevo sentido. Como también cobran nuevo sentido, desde esta
perspectiva, la ascética y la ética.
Hay una ascética del dolor. Esta ya
no puede regirse por la vieja consigna estoica del sustine et abstine,
sino por el principio de que el dolor
es un elemento constitutivo de la
vida, sin el cual es imposible tener
plena conciencia de lo que significa
ser hombre.
La nueva actitud ante el dolor
conlleva también una nueva ética.
La ética de la cultura moderna se
basa en los conceptos de “autonomía” y “derecho”, del mismo modo
que la antigua echaba sus raíces en
la de “orden natural” y “virtud”.
Esto permite entender por qué en la
nueva ética del dolor es principio
fundamental el respeto, dentro de
los límites de lo posible, de la voluntad del paciente. Sólo la propia
persona puede decidir sobre su propio dolor, porque sólo ella puede
darle sentido. Hoy esto no es un
simple pium desiderium, sino un
derecho humano fundamental, que
todo el mundo tiene obligación de
respetar.
Hay que decir, finalmente, que la
nueva actitud ante el dolor conlleva
también una teología específica. En
la Edad Media el dolor se interpretó siempre desde la teología de la
“redención” de penas. Con sus sufrimientos, Jesús pagó nuestras penas, y nosotros al sufrir hacemos algo similar. El sufrimiento de acá
nos redime de las penas de allá.
Hay un “comercio” del dolor, una
“economía” del dolor. Nietzsche
cuenta en Ecce Homo cómo el cristianismo ha sido interpretado por
muchos como un problema puramente comercial: se hace todo con
vistas a un fin interesado. Así las
cosas, se comprende que la teología
actual haya realizado grandes esfuerzos por superar esos planteamientos tradicionales. Unos lo han
intentado hacer mediante la elaboración de una nueva “patética”. Tales son los casos de Kazoh Kitamori y Jürgen Moltmann. Otros, en mi
opinión con mayor éxito, se han esforzado por poner a punto lo que
podemos denominar una nueva
“noética” del problema del mal. Estas actitudes demuestran bien cómo
el problema de la teología del dolor
puede plantearse en categorías
completamente distintas a las griegas y medievales. El dolor no está
relacionado con la categoría de orden sino con la de finitud. A partir
de aquí, es posible elaborar toda
una nueva teología de la redención.
Prof. DIEGO GRACIA GUILLÉN
Profesor de Historia de la Medicina
en la Universidad Complutense, Madrid
27
Notas
Cfr. PAUL RICOEUR, Finitude et culpabilité, Paris, Seuil, 1960.
2
Gen 3, 16.
3
Gen 3, 17ss.
4
PEDRO LAIN ENTRALGO, Enfermedad y pecado, Barcelona, Toray, 1961.
5
Job 7, 2-5.
6
HERMANN DIELS e WALTHER KRANTZ, Die
Fragmente der Vorsokratiker, Berlin, Weidmann, 1972, Vol. 1, pp. 215ss: 24 B 4.
7
DIELS-KRANTZ, Die Fragmente der Vorsokratiker, Vol.2 p. 129: 68 A 167; cfr. JULIAN
MARIAS, “Ataraxia y alcionismo”, en JULIAN
MARIAS, Obras Completas, Madrid, Revista
de Occidente, 1969, Vol VI, p. 442.
8
HIPÓCRATES, Nature of Man, 4, en HIPPOCRATES, ed. WHS Jones, Cambridge, Mass,
Harvard University Press, 1979, Vol. 4, pp
11-13.
9
HIPÓCRATES, De locis in homine, 42, in
Oeuvres complètes d’Hippocrate, ed. E.Littre,
Amsterdam: Adolf M., Hakkert, 1962, Vol. 6,
p. 335.
10
GELNO, De sanitate tuenda, I, 5, en CLAUDII GALENI, Opera Omnia, ed. C.G.Kühn, Hildesheim, Georg Olms, 1965, Vol. 6, p. 18.
Cfr. R.M. MORENO, L.GARCIA BALLESTRER,
“El dolor en la teoría prática médica de Galeno dynamis 2, 1982: 18.
11
HIPÓCRATES, The art 3, in HIPPOCRATES,
ed. E.T. Wittington, Cambridge, Mass, Harvard University Press, 1968, Vol. 2, p. 193.
12
JULIAN MARIAS, Obras Completas, vol. 6,
p. 439.
13
Hechos 17, 16-32.
14
SAN JUSTINO, Apología, en Padres Apologistas, ed. Daniel Ruiz Bueno, Madrid, BAC,
1979, p. 187.
15
SAN JUSTINO, 1979, pp. 193-4.
16
Juan, 9, 3.
17
THOMAS SYDENHAM, Observationes medicae circa morborum acutorum historiam et
curationem, en Sydenham, ed.Pedro Laín Entralgo, Madrid, CSIC, 1956, p. 74.
18
DESCARTES, Discurso sobre el método,
Buenos Aires, 1938, p. 87.
19
DESCARTES, Ibid.
20
CH. BURY, La idea del progreso, Madrid,
Alianza, 1971, p. 309.
1
DOLENTIUM HOMINUM
28
FRANCESCO D’AGOSTINO
La persona y el derecho a la salud
La persona y
el derecho a la salud
1. Que el derecho a la salud debe estar comprendido entre los derechos humanos fundamentales,
no es sólo un dato de hecho (que se
puede verificar empíricamente, a
raíz de las innumerables Cartas de
los derechos que lo mencionan),
sino mucho más que un principio
interpretativo del tiempo en que
vivimos, una cifra (para usar la expresión de Jaspers) que nos permite individuar mejor no sólo la comprensión de las dinámicas jurídicosociales de la época moderna, sino
también, en forma más general,
nuestra misma autocomprensión.
Como sabemos, se trata de una
conquista sociológico-cultural (o
quizás incluso espiritual) bastante
reciente, pero que ya está radicada
profundamente en la conciencia de
la modernidad.
2. ¿Cuál es el fundamento del
derecho a la salud? No se considere ingenua una pregunta como esta, o eludible con un simple llamado al sentido común, que coloca el
“estar bien” en el ápice de cualquier posible e inimaginable jerarquía de “valores”. Se trata de un
interrogante esencial, sobre todo
porque es prioritario a cualquier
análisis de este derecho tanto de
carácter jurídico (por ejemplo, si
dicho derecho es individual o colectivo, promocional o represivo,
“justiciable”, etc.) o sociológico
(es decir, de qué modo la defensa
y/o la promoción de este derecho
posee un efectivo carácter que influye en el momento histórico actual y en qué ámbitos geopolíticos). Asimismo, hay que notar que
la misma elaboración científica de
parte de los juristas de la categoría
“derecho a la salud” a menudo carece de una plena convicción de su
específico ámbito espistemológico: un ámbito constitutivamente
relacional (expresión en la que el
acento debe caer sobre el aspecto
constitutivo). Este ámbito que podría aparecer en primer lugar como
absolutamente banal y autoevidente y, por lo mismo, podría eliminar
posibles y no auspiciables malentendidos.
En efecto, es evidente que frente
a una consideración inmediata (y
superficial), la manifestación de la
enfermedad – al menos en ciertos
niveles de importancia – abre obvias dinámicas relacionales (entre
el que tiene necesidad de curarse y
el que asume la responsabilidad de
la curación, entre el que ocasiona
un daño a la salud y el que sufre este daño, etc.), que comportan también obvios aspectos jurídicos. Pero no son dinámicas relacionales
constitutivas: antes bien, aparecen
de algún modo como derivadas y
secundarias. En efecto, no obstante las apariencias, parecen insistir
en un evanescente a priori autoreferencial: en un análisis riguroso,
el estar bien así como el estar mal,
aparecen como estados subjetivos
absolutamente personales, cuya
misma comunicabilidad interpersonal aparece muy árdua desde el
punto de vista objetivo. En otras
palabras, no existe un metro común para calificar el bienestar producido por la “salud” o el malestrar producido por la “enfermedad”. Lo que no llegamos a calificar no es el “bienestar” o el “malestar” en sí, sino el bienestar o el
malestar inducidos por dinámicas
relacionales que por cualquier motivo aparecen como sancionables.
Cuando está llamado a establecer
la indemnización en favor de un
individuo por el daño causado a su
salud, por una acción – considerada injusta – de un tercero, como
sabemos muy bien el juez está
obligado a recurrir a criterios absolutamente extrínsecos (la duración
de la hospitalización, la porcentual
de pérdida de funciones orgánicas,
etc.), y es evidente que no podría
actuar de otra manera. Cuando en
caso de controversia (pero es la hipótesis más rara) está llamado a
establecer, el justo honorario que
un médico puede pedir legítimamente al paciente que está curando, el juez adopta criterios fundamentalmente sociológico-económicos, que en la práctica no tienen
ninguna referencia con la especificidad de la diagnosis hecha por el
médico y con la relevancia existencial de la terapia indicada al paciente y por él practicada (así, por
ejemplo, una correcta diagnosis de
pulmonía y la aplicación de una
correspondiente terapia – que p.ej.
se resuelvan en un limitado número de visitas domiciliarias – por un
lado en el plano del desarrollarse
“histórico” de los hechos pueden
salvar objetivamente la vida del
paciente pero, por el otro, en el
plano estrictamente jurídico-social, pueden legitimar al médico
para pretender honorarios principescos). En fín, es como si el estar
bien y el estar mal se refiriesen en
sí o de por sí a una experiencia absolutamente privada de la persona;
a nivel social lograrían importancia no estos fenómenos en sí, sino
su reflejarse en las dinámicas relacionales. Para ser más precisos, es
como si estar bien o estar mal fuesen dinámicas estrechamente naturalistas y por tanto pre-jurídicas y
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
pre-sociales; y lograsen importancia jurídica y social sólo cuando
levantaran efectivos contenidos de
experiencias interpersonales ex
contracto o ex delicto. Este es el
paradigma que forma el cimiento
de uno de los más difundidos modelos bioéticos de nuestro tiempo,
aquel elaborado por H.T. Engelhardt Jr.1.
3. Este paradigma ya no es posible sostenerlo hoy. El carácter relacional del derecho a la salud posee
una connotación más profunda y al
mismo tiempo más radical. Y esta
es la característica que explica su
entrada en el número de los derechos humanos fundamentales y su
difusión universal. Parafraseando
Rawls2, podríamos decir que si algunos gozan de buena salud y
otros, en cambio, de mala salud
(cualquiera sea el motivo) no puede calificarse como justo ni como
injusto: son dinámicas que se relacionan con la suerte o, para usar la
expresión de Rawls, a la “lotería
natural”. En cambio, lo que puede
calificarse como justo o como injusto es el modo según el cual son
tratados estos hechos en el sistema
global de las relaciones sociales.
En efecto, independientemente de
quien o de qué cosa eventualmente
esté al inicio del malestar de una
persona, es el hecho mismo de la
existencia de este malestar que logra en la conciencia de nuestro
tiempo una nueva y absoluta importancia, como problema de justicia. La caracterización relacional
del ser del hombre – que cada vez
más parece tomarse como característica constitutiva de la antropología contemporánea – comporta
que la enfermedad, así como la salud, no pueden ser vistos más, según los casos, como desgracias o
como beneficios “privados”, de los
que los individuos serían objeto
por obra de una “naturaleza” ciega
y obtusamente activa. La salud y
las enfermedades califican a nuestro estar en el mundo como personas en relación y son índices no de
nuestra posibilidad de ponernos en
relación en el mundo (elevada en
el caso de la salud, baja o al límite
ausente en el caso de la enfermedad), sino de la misma constitución general del mundo. En otros
términos, enfermedad y salud no
se dan en el estrellarse en la esfera
personal de los individuos, sino en
el reproducir la posibilidad de que
en general hayan sujetos, como sujetos que sólo a partir de la relacionalidad (y por el grado de efecto de
esta) construyan un mundo de significados. Esto significa que la salud y la enfermedad no preceden a
la relación, sino que la constituyen; o si se prefiere, que es posible
nombrar la salud y la enfermedad,
únicamente porque existen sujetos
en relación entre sí3.
De este modo, el derecho a la salud tiende a conquistar un nuevo
espesor que quizás y probablemente de modo definitivo ha entrado en la conciencia colectiva, aunque no siempre es explicitado:
aquel por el cual entra en juego la
misma identidad de la persona.
Reivindicando la salud como derecho, en último análisis el sujeto
reivindica, el derecho a ser reconocido en la propia identidad, como
derecho que se funda no sobre la
naturaleza, sino sobre la relacionalidad; al reconocer a la salud como
derecho humano fundamental, el
odernamiento jurídico (a partir del
ordenamiento jurídico internacional) reconoce y toma seriamente la
común y equitativa subjetividad de
todos los seres humanos.
El nuevo paradigma de la subjetividad que aquí se considera, a
través de la referencia con el derecho a la salud, no tiene una valencia elemental ética, y menos aún
una valencia político-pragmática.
Tiene una valencia espitemológica. El objetivo inmediato no es
“humanizar” la medicina, sustrayéndola o reduciendo la fría imagen de un saber científico abstracto para reconducirla parenética-
29
mente en el ámbito mucho más caliente de una cultura de la acogida4: deben perseguirse este y otros
objetivos parecidos, obviamente
auspiciables, pero se podrán perseguir mucho más en la medida en
que se funden en una imagen del
hombre epistemológicamente adecuada. El paradigma del derecho a
la salud, como derecho humano
fundamental, nos ayuda a construir
correctamente esta imagen. El fundamento del derecho a la salud no
se reconduce ni al espíritu de compasión ni, más en general, a la solidaridad fraterna; a la compasión y
a la solidaridad se le proporcionan
espacios muy amplios de operatividad, pero que no coinciden tout
court con el ámbito antropológico
de lo jurídico y de lo social. Este
ámbito – el único en el que el tema
sobre los derechos posee un sentido y aparece practicable – es el
ámbito de nuestra identidad como
identidad relacional: aquella que
cada uno logra en relación con el
otro, a través del otro y con el otro,
y en la cual logra toda su valencia
antropológica nuestra historia físico-biológica personal.
Prof. FRANCESCO D’AGOSTINO
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad de Tor Vergata, Roma
Notas
1
Cfr. su conocido Manuale di bioetica, tr.
it., Milano 1991.
2
J. RAWLS, Una teoria della giustizia, tr.
it., Milano 1982, p. 99
3
Esto comporta que las mismas categorías
de “salud” y de “enfermedad” sean categorías
antropológicas, que sólo por analogía pueden
extenderse a los vivientes no humanos. No
implica alguna devaluación de la vida y de la
dignidad animal afirmar que los animales,
propiamente, no se enferman, así como propiamente no mueren, porque les falta no sólo
la posibilidad de elaborar como propia experiencia anticipada la del no-ser-más, sino más
en general la conciencia del carácter patológico (en el sentido de innatural) de su eventual
“estar mal”. El hecho es que dado que para los
animales no es cóngruo hablar de relacionalidad en sentido propio, así como no es posible
atribuirles alguna experiencia o alguna connotación que requiera justamente la relación como algo necesario a priori.
4
Sobre este punto, son importantes las consideraciones de F. BOTTURI, La medicina come prassi della cultura dell’accoglienza, en
AA.VV., Modelli di Medicina. Crisi e attualità della professione, a cargo de P. CATTORINI
y R. MORDACCI, Milano 1993, pp. 105-112.
DOLENTIUM HOMINUM
30
BONIFACIO HONINGS
Moral cristiana y salud integral
Moral cristiana y salud integral
El discurso moral sobre la salud
parece imponer cierto límite, ya
que nos obliga a una búsqueda de
la mente humana sobre lo que Dios
mismo ha querido decirnos sobre el
particular. Por tanto, no se puede
tratar de una búsqueda interdisciplinaria porque las fuentes de la revelación divina no se preocupan de
temas de la ciencia y de la técnica.
No obstante, justamente el tema
moral cristiano sobre la salud del
hombre exige ser profundizado cada vez más. En efecto, para quien
desea captar el proyecto divino con
respecto a la salud del hombre, debe conocer ante todo la voluntad de
Creador, para pasar luego a la intención del Redentor y, finalmente,
seguir la misión del Espíritu Santificador. Sólo entonces, se hace evidente que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nunca ha querido ni el
sufrimiento ni la muerte del hombre, sino solamente su salud integral. Este iter discursivo revela que
el Divino Creador concibió al hombre integralmente sano. Y cuando
el sufrimiento y la muerte se convierten en herencia del pecado cometido por los protoparientes, el
eterno Hijo de Dios se encarnó para resanar al hombre de esta herencia. Y cuando el Hijo de Dios, hecho hombre, después de haber recapitulado en sí todas las cosas, pidió al Padre que enviara al Espíritu
Santo, el Espíritu vino para dar la
vida a todos los hombres que,
muertos por el pecado, un día resucitarán en Cristo sus cuerpos mortales1.
Pongo en claro inmediatamente
con san Pablo que dicho tema trata
de exponer una sabiduría de Dios,
que ha permanecido oculta y pre-
parada por Dios antes del origen de
los tiempos para gloria nuestra2;
una gloria sobre la cual está escrito:
“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo
que Dios preparó para los que le
aman”3. Hablamos de cosas que
exigen palabras que no provienen
de la sabiduría humana, sino de la
enseñanza del Espíritu que adapta a
cosas espirituales palabras espirituales. Y el Apóstol explica: “El
hombre naturalmente no capta las
cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede entender, pues sólo el Espíritu puede
juzgarlas”4.
Lo que hemos dicho pone en evidencia por qué divido mi intervención en tres momentos: 1. La salud
integral en el proyecto creador de
Dios-Padre; 2. La re-integración de
la salud en el proyecto redentor del
Verbo Encarnado y 3. La salud reintegrada en la misión del Espíritu
Santo5.
1. La salud integral
en el proyecto creador
de Dios-Padre
El que desea entrar inmediatamente de lleno en el tema de la creación, ante todo debe tener presente que el proyecto creador “es el
fundamento de «todos los proyectos salvíficos de Dios», «el comienzo de la historia de la salvación», que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo
es la luz decisiva sobre el Misterio
de la creación; revela el fin en vista
del cual, «al principio, Dios creó el
cielo y la tierra» (Gn 1, 1): desde el
principio Dios preveía la gloria de
la nueva creación”6. Este proyecto
fundamental pensado a la luz deci-
siva de la gloria de un cielo nuevo
y de una tierra nueva, se caracteriza por una “jerarquía de las criaturas, expresada por el orden de los
«seis días», que va del menos perfecto al más perfecto”7. La narración coloca al hombre en el ápice
de la obra de la creación como lo
revela el mismo acto creador de
Dios: “Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo e
insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2, 7).
Pero, aquí se impone una constatación inconfutable, justamente de
este origen “material” del cuerpo
deriva que el hombre es, por su naturaleza, un ser pasible y dispuesto
a morir. El hecho de que debemos
entender simbólicamente la narración del origen del hombre, no disminuye la verdad de que él, connaturalmente, es un ser creatural dispuesto a padecer y morir, es decir, a
regresar al polvo. Ni siquiera la
profunda unidad del alma y del
cuerpo, como resulta de la consideración del alma como forma del
cuerpo, y por tanto ni siquiera el
hecho de que no nos encontramos
frente a dos naturalezas, sino a una
sola naturaleza, cambia de que se
trate de una naturaleza pasible y
mortal.
Pero, y es aquí que Dios revela
su proyecto de una salud integral
del hombre: este ser viviente, unidad de alma y de cuerpo, no debería ni padecer ni morir. Repito, para eliminar cualquier equívoco, esto no significa que el hombre, ideado por el Divino Creador, se había
vuelto, por naturaleza, impasible e
inmortal. Dios quería hacer mucho
más evidente que El quería crear al
hombre a su imagen y semejanza.
En efecto, el primer hombre no só-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
lo ha sido creado bueno, sino que
ha sido también constituido, enseña el CEC, “en la amistad con su
Creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él;
amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria
de la nueva creación en Cristo”8.
“La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo
Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres
Adán y Eva fueron constituidos en
un estado «de santidad y de justicia
original»9. Esto quiere decir que la
irradiación de la santidad original,
es decir, la participación a la vida
divina, fortalecía todas las dimensiones de la vida del hombre. Pero,
aquí tenemos la prueba más convincente de que el hombre creado
por Dios, es connaturalmente pasible y mortal, “mientras permaneciese en la intimidad divina, el
hombre no debía ni morir ni sufrir.
La armonía interior de la persona
humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado
llamado «justicia original»10. En
fín, “el hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia que
lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes
terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón”11.
Por tanto, la salud íntegra del hombre paradisiaco consistía en una triple armonía: aquella radical, es decir religiosa, y dos consecuenciales, esto es, intra-personal e interpersonal, una, y cósmica, la otra.
Pero, tengámoslo muy en cuenta: siempre que el hombre hubiese
permanecido en la armonía religiosa, es decir en la intimidad divina.
Ahora bien, sabemos que “por el
pecado de nuestros primeros padres se perderá toda esta armonía
de la justicia original prevista para
el hombre por designio de Dios”12.
En efecto, se ha perdido el don
“praeter naturale” de no tener que
sufrir y morir, como Dios había establecido: “Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás, porque
el día que comieres de él, morirás
sin remedio»13.
A este punto, nos interesa conocer la reacción de Dios creador
frente a la acción desintegradora de
la salud religiosa, personal, social y
cósmica.
2. La mayor re-integración
de la salud en el designio
redentor de Dios-Hijo
La reacción divina es sorprendente. Después de su diálogo con
los protagonistas de la desintegración, la serpiente, la mujer y el
hombre, el Creador promete una
re-integración crística. A los progenitores que han vivido la realidad de su auto-punición14, dirigiéndose a la serpiente Dios les
anuncia: «Enemistad pondré entre
ti y la mujer y entre tu linaje y su
linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas»15. Este pasaje del
Génesis, llamado «Protoevangelio», preanuncia al Mesías redentor, es decir, al descendiente de la
Mujer, que será vencedora final de
la lucha entre la serpiente y Ella16.
Se trata de una victoria, tengámoslo en cuenta, que reintegra la salud
del hombre de manera impensable
mediante la inefable gracia de
Cristo. San León Magno dice: «La
gracia inefable de Cristo nos ha
proporcionado bienes mejores de
los que la envidia del demonio nos
había privado»17. Y San Tomás comenta: «Nada está opuesto al hecho que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más elevado después del pecado. En efecto, Dios permite lograr de ellos un
bien más grande. De aquí el dicho
de san Pablo: “Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia”
(Rm 5, 20)». Y el canto del Exultet: «Oh feliz culpa, que ha merecido tan grande Redentor»18. Sin
temer ser desmentidos, podemos
afirmar que “los fieles cristianos
creen que el mundo ha sido «creado» y «conservado» por el amor
del Creador, «colocado» ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que
fue quebrantado el poder del Maligno...”19. Esto es verdad: El Hijo
de Dios, como indica su nombre
Jesús, se ha hecho hombre “para la
universal y definitiva Redención
de los pecados”20. En efecto, si por
un lado los espíritus malignos te-
31
men su nombre, por el otro los discípulos de Jesús realizan milagros
en su nombre21. En otras palabras,
el Padre ha enviado a su Hijo para
salvar, es decir, para resanar al
mundo enfermo, decaido y muerto. Un padre griego escribe:
“Nuestra naturaleza, enferma, requería ser curada; decaída, de ser
levantada; muerta, de ser resuscitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que
nos fuese restituido... Luego se
pregunta en forma retórica: Todas
estas razones... ¿no eran tales para
conmover a Dios hasta el punto de
hacerlo descender hasta nuestra
naturaleza humana para visitarla,
ya que la humanidad se encontraba en una condición tan miserable
e infeliz?”22.
Aquí se afirma claramente por
qué «El Verbo se hizo carne» (Jn
1, 14): para reintegrar la salud perdida a causa del pecado.
A este punto es preciso poner en
evidencia que la reintegración inicia con la asunción, de parte del
Hijo de Dios, de nuestra naturaleza humana. Siendo hombre perfecto, el Hijo de Dios, al unirse a
cada hombre, ha restituido a los
hijos de Adán la semejanza con
Dios. “En El, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido
elevada también en nosotros a dignidad sin igual”23. Derramando libremente su sangre, El “nos reconcilió consigo y con nosotros y
nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con
el Apóstol: El Hijo de Dios «me
amó y se entregó a sí mismo por
mí» (Ga 2, 20)24. Aquí es evidente
que el proyecto redentor del Hijo
de Dios, la intención primaria es
re-integrar la salud religiosa, es
decir la armonía entre Dios y el
hombre y, como consecuencia, la
re-integración social, es decir la
armonía inter-personal. Una re-integración, notemos la inefabilidad,
que ha tenido lugar a nivel de la
Unión Hypostática entre la naturaleza divina y la naturaleza humana.
De todos modos, permanece el
interrogante relacionado con la reintegración personal, es decir la
armonía intra-personal y, por tanto, referente a la disposición o no
al sufrimiento y a la muerte. Esta
es la respuesta. Conformado con
DOLENTIUM HOMINUM
32
la imagen del Hijo-primogénito
entre todos los hermanos, el hombre recibe «las primicias del Espíritu» (Rm 8, 23), en virtud de las
cuales se vuelve capaz de cumplir
la ley nueva del amor25. En efecto,
gracias a este Espíritu, «prenda de
nuestra herencia» (Ef 1, 14), todo
el hombre se restaura interiormente, hasta alcanzar la «redención
del cuerpo» (Rm 8, 23). La respuesta es clara, pero nos envía al
final y, por tanto, esto significa
que la re-integración de la no-pasibilidad y de la no-mortalidad aún
no ha tenido ni tiene lugar. Al
hombre, en efecto, aun siendo
cristiano, “urge la necesidad y el
deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte”26. De
cualquier manera, las cosas ya están radical y totalmente cambiadas, porque para “Cristo y en Cristo se ilumina aquel enigma del dolor y de la muerte, que fuera del
Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó;
con su muerte destruyó la muerte
y nos dio la vida, para que, hijos
en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!”27.
Siendo verdad que la armonía
paradisiaca del no-sufrimiento y
de la no-muerte ha sido postergada
a una armonía mucho más grande,
considero que el Hijo de Dios ha
querido darnos prueba de esta armonía cada vez que ha devuelto la
salud a los enfermos y la vida a los
muertos. Baste pensar en los numerosos milagros. Son el testimonio de que Jesús no sólo tiene la
facultad de curar, sino también de
perdonar los pecados28: ha venido
a curar al hombre total, alma y
cuerpo; es el médico del cual tienen necesidad los enfermos29. Los
enfermos lo buscan y están convencidos que basta tocarlo para
ser curados: “Toda la gente procuraba tocarle porque salía de El una
fuerza que sanaba a todos”30. Dice
Marcos: “Habiendo curado a muchos, cuantos padecían dolencias
se le echaban encima para tocarle.
Y los espíritus inmundos, al verle,
caían a sus pies y gritaban: «Tú
eres el Hijo de Dios»31. Más aún,
el discípulo médico escribe: “Terminada la travesía, llegaron a la
tierra de Genesaret y atracaron.
Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida. Recorrieron to-
da aquella región y comenzaron a
traer a los enfermos en camillas
adonde oían que El estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos,
ciudades o aldeas, colocaban a los
enfermos en las plazas y le pedían
poder tocar siquiera la orla de su
manto; y cuantos le tocaban, quedaban curados”32.
San Marcos pone de relieve
también que Jesús no ha venido
sólo para salvar a los pecadores, a
los enfermos del alma, sino también para sanar a los enfermos del
cuerpo. Jesús envía a los suyos a
predicar el Evangelio y les manda
imponer las manos en su nombre
sobre los enfermos para curarlos33.
“Y yéndose de allí, predicaron que
se convirtieran; expulsaban a muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”34. Subrayo que la Iglesia ha
cumplido siempre su mandato
«sanad a los enfermos», y trata de
“realizarlo tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña.
Cree en la presencia vivificante de
Cristo, médico de las almas y de
los cuerpos”35. En efecto, la Iglesia
cree y confiesa que existe “un sacramento especialmente destinado
a reconfortar a los atribulados por
la enfermedad: la Unción de los
enfermos”36, del cual Santiago es
el promulgador: “¿Está enfermo
alguno entre vosotros? Llame a
los presbíteros de la Iglesia, que
oren sobre él y le unjan con óleo
en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y
el Señor hará que se levante, y si
hubiera cometido pecados, le serán perdonados”37.
Jesús ha querido demostrar también que El ha venido para vencer
a la muerte. Varias veces ha hecho
regresar un muerto a la vida terrena. Pensemos a Lázaro, a la hija de
Jairo, al hijo de la viuda de Naim38.
Sin embargo, su victoria definitiva
sobre la muerte es la de la resurrección, porque el retorno a la vida de Lázaro, de la hija de Jairo y
del hijo de la viuda de Naím era
solamente un retorno temporáneo,
un retorno destinado a morir de
nuevo. La resurrección es un
acontecimiento totalmente diferente de como lo revela la misión
del Espíritu Santo.
3. La definitiva re-integración
de la salud
en el designio santificante
de Dios-Espíritu Santo
“También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha
cumplido en nosotros, los hijos, al
resucitar a Jesús”39. La importancia
de esta re-integración de la muerte
corporal de cada hombre en razón
de la resurrección de Jesús, la encontramos en el CEC: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo,
creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad
central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo
Testamento, predicada como parte
esencial del Misterio Pascual al
mismo tiempo que la cruz. Cristo
– canta la liturgia bizantina – resucitó de entre los muertos. Con su
muerte venció a la muerte. A los
muertos ha dado la vida”40.
“Jesús «Autor de la vida» (He 3,
15) aniquiló “mediante la muerte al
señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a
la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (He 2, 1415). Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del Hades” (Ap
1, 18)”41. En una antigua homilía
del Sábado Santo se dice: “Dios y
su Hijo van a liberar de los sufrimientos a Adán y a Eva, que se encuentran prisioneros... «Yo soy tu
Dios, por ti me he convertido en
hijo tuyo. ¡Despierta, tu que duermes! De hecho, no te he creado para que permanecieses prisionero en
el infierno. Resurge de los muertos.
Yo soy la Vida de los muertos»42.
Es verdad, hasta ahora no hemos
ni siquiera nombrado al Espíritu
Santo. Sin embargo, debemos atribuir a El el cumplimiento inefable
de la re-integración. “Mas lo que
ha sido predicado una vez por el
Señor – escriben los padres del Vaticano II – o lo que en El se ha obrado para salvación del género humano, debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la
tierra, comenzando por Jerusalén,
de suerte que lo que una vez se
obró para todos en orden a la salvación alcance su efecto en todos en
el curso de los tiempos”43. Ahora,
“para que esto se realizara, Cristo
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
envió de parte del Padre al Espíritu
Santo, para que llevara a cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí
misma”44. Al respecto, escribe el
Apóstol: «Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino por influjo del
Espíritu Santo»45. “Para entrar en
contacto con Cristo, es necesario
primeramente haber sido atraído
por el Espíritu Santo. El es quien
nos precede y despierta en nosotros
la fe. Mediante el Bautismo, primer
sacramento de la fe, la Vida, que
tiene su fuente en el Padre y se nos
ofrece por el Hijo, se nos comunica
íntima y personalmente por el Espíritu en la Iglesia”46. Esto es lo
que, de manera muy clara, nos enseña la Iglesia Católica. Por tanto,
incluso si cada obra “ad extra” es
común a la Trinidad, sin embargo,
en la economía divina de la salvación, el Espíritu Santo es enviado
para unir a todos a Cristo y para hacerlos vivir en Cristo.
Por tanto, El es realmente el Espíritu de la promesa. “Desfigurado
por el pecado y por la muerte, el
hombre continúa siendo «a imagen
de Dios»... pero «privado de la
Gloria de Dios» (Rm 3, 33), privado de la «semejanza». La Promesa
hecha a Abraham inaugura la Economía de la salvación, al final de la
cual el Hijo mismo asumirá «la
imagen» y la restaurará en la «semejanza» con el Padre volviéndole
a dar la Gloria, el Espíritu «que da
la vida»”47. El descendiente prometido a Abraham es Cristo, en
quien, justamente “la efusión del
Espíritu formará «la unidad de los
hijos de Dios dispersos» (Jn 11,
52). Comprometiéndose con juramento, Dios se obliga ya al don de
su Hijo Amado y al don del «Espíritu Santo de la Promesa, que es
prenda... para redención del Pueblo de su posesión» (Ef 1, 13-14)48.
La plenitud de la re-integración,
como obra del Espíritu Santo, consiste pues en re-donar, con Cristo y
en Cristo, la plena semejanza divina al hombre. Y esta re-integración
se realizará plena y definitivamente
con la participación de los cuerpos
a la resurrección de Cristo. Concluyo.
Después de haber perdido la salud íntegra a causa del pecado de
los protoparientes, el hombre, por
obra del Espíritu Santo, ha sido
nuevamente puesto en la gracia de
Dios es decir en la intimidad de vida con El, porque como Cristo fue
resucitado de entre los muertos por
medio de la gloria del Padre, del
mismo modo nosotros podamos
caminar en una vida nueva. Una vida que consiste en la victoria sobre
la muerte del pecado y en la nueva
participación a la gracia, es decir a
la Filiación de Cristo y por tanto a
la herencia de Cristo. Afirma el
CEC: “Cristo, «el primogénito de
entre los muertos» (Col 1, 18), es el
principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma, más tarde por la vivificación de nuestro
cuerpo”49. Aquí están los bienes
mejores que el pecado nos había
quitado. La pérdida de la santidad y
de la justicia originales del hombre
adamítico en el paraíso ha sido
abundantemente colmada por la
participación a la Santidad y a la
Justicia del Hijo de Dios, hecho
hombre. Sacrificándose, el Hijo de
Dios nos ha hecho partícipes de su
Vida Intertrinitaria y, resurgiendo,
El nos ha hecho herederos de su
Gloria de Resucitado. Notemos,
como prueba de los bienes mejores,
esta gracia de hijos adoptivos tiene
una tal irradiación que hace al cuerpo humano resucitado eternamente
inmortal por gracia, por irradiación pneumática. Escribe el Apóstol: “Se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza,
resucita gloria, se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra
un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo
natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice
la Escritura: Fue hecho el primer
hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida”50.
En fin. La justicia original no hacía al cuerpo humano, por naturaleza mortal, inmortal, pero Dios impedía solamente que muriese. El
hombre paradisiaco podía morir,
pero por una intervención de Dios
no debía ni sufrir ni morir. El hombre de la re-integración “redentora
y santificadora”, en cambio, se ha
vuelto un hombre que no puede ni
sufrir ni morir. Este es el hombre
“celeste” del designio re-integrante
de Dios en reacción a la acción de
la pérdida de la salud íntegra del
hombre “terrestre”. Por tanto, el
hombre “celeste” revela que el proyecto “original” de Dios no cono-
33
cía ni enfermedad ni muerte, sino
sólo una salud integral: somática,
psíquica y pneumática. Lo que el
Adán terrestre hizo perder, el Adán
celeste lo donó abundantemente.
La armonía pradisiaca, después de
haber sido perdida, es restaurada de
manera inefable por la gloria de
nueva creación en Cristo, por obra
del Espíritu Santo51.
De lo expuesto resulta evidente
la elemental y principal exigencia
de la moral cristiana en materia de
salud integral: si Dios – Creador
Redentor y Santificador – diseñaba
un hombre que no debía ni sufrir ni
morir, y re-diseñaba, y esto por toda la eternidad, un ser humano que
no puede ni sufrir ni morir, entonces es claro que el hombre tiene la
obligación de cuidar con mucha
atención su salud. Y como la salud
“penumática” es decir de la gracia,
se irradia sobre la salud corporal y
psíquica, debemos convenir que el
primero y principal compromiso
por la salud integral consiste en una
particular atención a la salud “espiritual”. Por tanto, la inefable re-integración de la perdida armonía paradiasiaca obliga a cada hombre de
buen sentido y de buena voluntad
tender al primado de la armonía o
salud “religiosa, dado que de ella
deriva también y mucho más de lo
que generalmente se considera, la
salud intra-personal, inter-personal
y cósmica.
Naturalmente, con este tema religioso-moral de la salud no se desea
eludir y minimizar la problematicidad de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte; antes bien,
deseo poner en evidencia que Cristo, mediante su pasión y su muerte
en la Cruz, ha dado un nuevo sentido al sufrimiento: ella puede configurarnos a El y unirnos a su pasión
redentora52. Según la moral cristiana, el sufrimiento y la muerte pueden ser fuente de re-integración de
la salud como lo eran el sufrimiento y la muerte del Redentor. El sufrimiento y la muerte, aun siendo
consecuencias del pecado desintegrante de la salud íntegra, se han
convertido en partícipes de la obra
salvífica de Jesús y, por tanto, fuentes de mayor participación a su glorificación. Concluyo con san Pablo: “Por eso no desfallecemos.
Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día
DOLENTIUM HOMINUM
34
en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce,
sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna... Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra habitación terrestre, se desmorona, tenemos una casa que es de
Dios: una habitación eterna, no hecha por mano humana, que está en
los cielos. Y así gemimos en este
estado, deseando ardientemente ser
revestidos de nuestra habitación
celeste; ...Y el que nos ha destinado
a eso es Dios, el cual nos ha dado
en arras el Espíritu”53.
P. BONIFACIO HONINGS, O.C.D.
Consultor de la Congregación
para la Doctrina de la Fe
y del Pontificio Consejo para la
Pastoral de los Agentes Sanitarios,
Santa Sede
Notas
Cfr. Rm 8, 10-11
1Co 2, 6-7
1Co 2, 9; cfr. Is 64, 1-3
4
1Co, 2, 14
5
Para evitar equívocos, advierto que toda
obra de Dios “ad extra” es común a la Santísima Trinidad, al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo, pero por apropiación se atribuye la creación al Padre, la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo. El Catecismo de la
Iglesia Católica (CEC) nos enseña que “aunque la obra de la creación se atribuya parti1
2
3
cularmente al Padre, es igualmente verdad de
fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son
el principio único e indivisible de la creación”
(CEC 316).
6
CEC 280
7
Cfr. CEC 342
8
CEC 374
9
CEC 375
10
CEC 376
11
CEC 377. El cursivo es mío.
12
CEC 379
13
Gn 2, 16-17. El cursivo es mío. Pero ¿que
ha sucedido concretamente? He aquí la respuesta del CEC: “La armonía en la que se encontraban, establecía gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo
se quiebra; la unión entre el hombre y la mujer
es sometida a tensiones; sus relaciones estarán
marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A
causa del hombre, la creación es sometida «a
la servidumbre de la corrupción» (Rm 8, 20).
Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia, se realizará: el hombre volverá al polvo del que fue
formado”. La muerte hace su entrada en la
historia de la humanidad (CEC 400).
17
SAN LEON MAGNO, Sermones, 73, 4: PL
54, 396
18
SAN TOMAS, Summa theologiae, III, 1, 3
ad. 3.
19
CEC 421
20
CEC 432
21
Cfr. Hechos 16, 16-18; 19, 13-16; Mc 16,
17
22
SAN GREGORIO DE NISA, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B
23
Gaudium et spes (GS), 22
24
Ibidem
25
Cfr. Rm 8, 1-11
26
GS 22
27
Ibidem
28
Cfr. Mc 2, 5-12
29
Cfr. Mc 2, 17
30
Lc 6, 19. Cfr. la narración de la curación
de un leproso en Mc 1, 40-42
31
Mc 3, 10-11
32
Mc 6, 53-56. Es interesante notar que el
manto en esa época era signo de poder y, por
tanto, para los enfermos era suficiente tocar la
orla.
33
Cfr. Mc 16, 17-18
34
Mc 6, 12-12
35
CEC 1509
36
CEC 1511
37
Jn 5, 14-15
38
Cfr. también, Jn 11, 44 y 8, 49; Lc 7, 1115
39
He 13, 32-33
40
CEC 638
41
CEC 635
42
Cfr. Liturgia de las Horas, II, Oficio de las
lecturas del Sábado Santo
43
Decreto sobre la actividad misionera de
la Iglesia (AG) 3
44
AG 4
45
1Co 12, 3
46
CEC 683
47
CEC 705, la negrilla es mía.
48
CEC 706
49
CEC, la negrilla es mía.
50
1Co 15, 42-45
51
Me complace proponer aquí lo que enseña el CEC con respecto al cuerpo glorioso de
Cristo. Este cuerpo auténtico y real, porque
tiene los signos de la pasión, “sin embargo,
posee al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado ni
en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente su voluntad donde quiere y
cuando quiere porque su humanidad ya no
puede ser retenida en la tierra y no pertenece
ya más que al dominio divino del Padre. Por
esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo
la apariencia de un jardinero o bajo otra figura
distinta de la que les era familiar a los discípulos y eso para suscitar su fe” (CEC 645).
52
CEC 1505
53
2Co 4, 16-18; 5, 1-2, 5
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
35
ACHILLE ARDIGÒ
El carácter de prevención y de
educación-autoeducación sanitaria
como respuesta a las expectativas y esperanzas
en la atención a los enfermos
Considero que en los umbrales
del 2000, las expectativas y esperanzas en el tema de “Iglesia y salud” pueden ser reunidas en dos
orientaciones prioritarias.
La primera, que se coloca en un
contexto ético-racional, es la orientación para favorecer un reequilibrio de los cuidados en favor de la
salud más hacia la prevención y la
promoción-autopromoción y menos hacia las terapias residenciales
de urgencia; más hacia un acercamiento médico-sanitario a la unidad
(alma y cuerpo) del paciente y menos hacia el acercamiento fisicalista/ciencista que hasta ahora ha dominado en la ciencia médica.
La segunda orientación en clave
religiosa es a favor de un retorno en
la Iglesia, a la enseñanza primordial
de Cristo para una evangelización
siempre asociada al cuidado de los
enfermos (y a la expulsión de los
demonios), como nos enseñan los
cuatro evangelios comenzando por
Lucas 9, 1-9, 6: “convocando a los
Doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar
las enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar...
Saliendo, pues, recorrieron los pueblos anunciando la Buena Nueva y
curando por todas partes”.
Para un creyente, las dos líneas
son un aspecto específico de la vital
ambivalencia humana confiada al
igual crecimiento positivo de dos
polos lógicamente separados entre
sí pero de alguna manera integrables para la salud humana entendida
en sentido pleno. La ambivalencia
de las dos orientaciones se vuelve
concreta en la expectativa y en la
esperanza de que es posible hacer
superar a la humanidad los límites
materiales en lo que se refiere al
cuidado de los enfermos, sin renun-
ciar a los enormes beneficios de la
ciencia médica. Más de tres siglos
de hegemonía del modelo ciencista/fisicalista, concentrado en la separación cartesiana entre res cogitans y res extensa, han llevado a la
exclusividad del estudio causal sobre el nexo entre cada enfermedad y
cada evento patógeno interno en el
organismo humano y/o provenientes de la naturaleza externa1.
Tomando como modelo las ciencias naturales, el acercamiento
ciencista de la medicina – ha observado críticamente D. von Engelhardt – “con la concepción estrecha
que ha seguido” deja caer lo que
forma parte de la dimensión no organicista de la existencia2. “En el
proceso de reducción de la enfermedad, observa F. Capra, la atención de los médicos se ha alejado
del paciente en cuanto persona total... mientras la enfermedad es una
condición del ser humano total...”3.
“En vez de preguntarse por qué se
produce una enfermedad e intentar
remover las condiciones que conducen a ella, los investigadores médicos tratan de entender los mecanismos biológicos a través de los
cuales la enfermedad se insinúa”4.
El paciente debe ser obervado como persona global – esta filosofía
que se contrapone a la primera del
modelo médico-social – en su ambiente, en la organización social en
el donde vive, con el peso (que la
sociedad industrial naciente ha engrandecido, junto con el bienestar
económico) de las desigualdades
sociales injustas, con la explotación
de los trabajadores y la marginación
de las exigencias vitales de la familia.
De los fundamentos de principio,
las críticas al modelo examinado
descienden luego incluso a los as-
pectos práctico-operativos, y conciernen sobre todo la crítica al sacrificio de la prevención, de la rehabilitación y de la dietética, para concentrar los mejores recursos humanos e instrumentales en los procedimientos médicos, de urgencia, sobre todo quirúrgicos, más espectaculares.
“Por tanto, “la dietética, la prevención y la rehabilitación – se lamenta D. von Engelhardt – retroceden hasta el fondo”. La pérdida de
la dietética está asociada a la reducción de la nutrición sólo a una dimensión física, sacrificando el carácter religioso, sagrado y ritual del
comer, beber, dormir y hacer el
amor...”5.
La primera de las dos orientaciones citadas al comienzo se presenta,
pues, como contratendencia, como
acción incluso contraria en los hechos con respecto a las hegemonías
ciencistas, asociadas a las injusticias sociales. En este sentido, la
prevención de las enfermedades y
la promoción de un desarrollo sustentable de envejecimiento no alienante concentra en el tema de la
concientización del propio cuerpo
como responsabilidad también moral, más allá del impacto cada vez
menos válido del psicoanálisis o,
peor, de determinismos psicológicos. En fin, no puede haber prevención de la enfermedad bajo el perfil
subjetivo e intersubjetivo que no
llame en causa la búsqueda del sentido de la vida, conforme al acercamiento fenomenológico introducido por E. Husserl y por su alumna
E. Stein.
En esta dirección, aunque sea importante el aporte del saber médicosanitario a la educación de la salud,
la educación impartida por el docente debe tener en cuenta cada vez
DOLENTIUM HOMINUM
36
más la participación del usuario. La
educación, en fin, no puede dejar de
comprender la autoeducación. Sobre el tema cfr. A. Ardigò, Società e
salute6.
Ciertamente, debemos tener en
consideración que entre las tareas
primarias de la prevención de las
enfermedades y de las inhabilidades
están las de la prevención ambiental
y de las demás causas conexas con
la organización de la sociedad, que
remiten a responsabilidades incluso
colectivas, de los Estados y de la sociedad civil, además de las profesiones bio-sanitarias. No por nada las
principales causas de enfermedad y
de muerte están relacionadas con la
contaminación, con los accidentes
en el tráfico, en el trabajo, en la casa
y con los stress conexos con la convulsa y competitiva organización
social moderna; pero también con
las injusticias sociales que empeoran las condiciones de pobreza,
marginalidad y miseria. Son muchas las desarmonías y desigualdades injustas que tienen lugar en el
campo de la prevención primaria
también dentro de un mismo Gobierno nacional. Aún más, según la
opinión de expertos y la participación de los usuarios y de sus portavoces, aumenta el papel de la concientización y de la responsabilización personal e interpersonal en el
cuidado de la salud, partiendo de la
corrección de estilos de consumo y
de vida insalubres, de la lucha contra el humo, el alcoholismo, la drogaddición y el desenfreno sexual.
Podemos afirmar que en estos últimos años, prevención y promoción de la salud, incluso a través de
la educación y de la autoeducación
sanitaria, están entre los objetivos
citados con mayor frecuencia en los
programas gubernamentales en Europa. Sin embargo, a las tentativas
de programar a menudo no corresponde la práctica ya que dichas tentativas implican, como se ha dicho,
un cierto dimensionamiento del
sector fuerte del gasto: aquel hospitalario. Y las urgencias de hospitalizaciones son muy inderogables ante
la carencia de recursos públicos, para poder animar revisiones fuertes,
con trasferencias de recursos a la
prevención, a la educación y autoeducación a la salud.
De todos modos, los campos de
la prevención son amplios y de relevancia, con al menos tres direcciones de intervenciones específicas,
para cada una de las cuales se deben
poner en evidencia las competencias de la educación y autoeducación a la salud. Las tres directrices
son:
a) para vacunaciones y screening
de masa y prevenciones sobre el
ambiente;
b) para afrontar los mayores daños a la salud como consecuencia
de comportamientos personales y
de grupo (consumos de tabaco, de
alcohol, de sustancias tóxicas, infecciones por SIDA);
c) para promover, en favor de
grupos de minusválidos, la educación y la auto-educación sanitaria y
medidas preventivas y promocionales.
Debemos afirmar también que
recientemente se advierte un aumento de iniciativas de coordinación de parte de la CEE (con programas ya encaminados contra el
cáncer y el SIDA).
Para concluir sobre la primera
orientación, podemos decir que en
síntesis esta se cualifica para una
apertura especial de interés:
– al tema de la organización societaria en general y de aquella de
las reformas de los servicios sanitarios y sociales en el territorio en
particular (medicina de comunidad), un tema en sentido último político, pero también
– a la prevención tanto colectiva
como personal, tanto de higiene pública como de educación y autoeducación sanitaria, en relación con
efectos iatrogénicos de la exposición a situaciones sociales y a estructuras colectivas, incluso sanitarias (sobre todo en términos de higiene pública y de educación sanitaria);
– a la humanización y a la personalización de los cuidados médicosanitarias, con especial atención a
las relaciones de manera vital que
unen al enfermo a su inmediato
contexto familiar.
Por lo demás, las medidas preventivas y promocionales no pueden circunscribirse dentro de bienes
y servicios sanitarios. El impacto de
las contaminaciones ambientales y
de sustancias alimentarias y los
efectos de stress para las personas,
donde las organizaciones sociales
son más densas de modernización y
de tráficos constituyen ámbitos cada vez de mayor relevancia en los
que la prevención y la promoción se
ejercen también fuera de las estrictas competencias sanitarias.
Para ser eficaces, prevención y
promoción llaman en causa todo el
orden de las relaciones sanitarias
entre territorio y hospital e impulsan a un cambio importante en las
mismas tareas actuales de la asistencia sanitaria de base, sobre todo
allí donde ella está presente sin relaciones orgánicas con las estructuras residenciales de atención.
Como siempre, cuando se tienen
objetivos que requieren un cambio
sustancial de estructuras y praxis
consolidadas, es necesario una cierta forma de acumulación primitiva
a cargo de los innovadores. Si se logra poner en marcha importantes
iniciativas de prevención y de promoción, ellas tendrán efectos positivos para reducir el uso impropio
de los hospitales, para evitar los excesos en los test diagnósticos y las
intervenciones quirúrgicas no necesarias. Cuanto más aumentará el rol
de la prevención y de la promoción,
más personas ampliarán sus esperanzas promedio de vida aunque no
quedan exentas de una pluralidad
de enfermedades crónico-degenerativas. La prevención y la promoción
de la salud a través de empeños
educativos y auto-educativos en los
estilos de vida, en fin, tienen que
confiarse en medida cada vez mayor a la información y a la concientización de las personas en relación
con el propio cuerpo junto con las
intervenciones colectivas, sanitarias o menos.
Bajo dicho perfil, hay que indicar
– siempre con respecto al primero
de los dos objetivos indicados al comienzo – recientes tendencias positivas dentro de la organización socio-sanitaria y exactamente:
a) la formación de asociaciones
de personas ya afectas por enfermedades que implican también comportamientos personales (alcoholismo, drogaddicción, exceso o carencia graves de alimentación, etc.)
junto con enfermos actuales, para
grupos de autoterapia y coeducación comunitaria;
b) el uso de las telecomunicaciones, a partir de la teleasistencia para
llegar a la telemedicina, con el fin
de combatir la soledad involuntaria
especialmente de ancianos y de minusválidos que todavía pueden ser
asistidos en casa. Dichos experimentos, con desarrollos positivos
recientes también en nuestro país,
permiten encanalar informaciones y
comunicaciones a través de iniciativas de carácter privado-social creando puentes entre familias e insti-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
tuciones socio-sanitarias residenciales;
c) la educación al cuidado de la
salud incluso a través de la participación voluntaria y mixta dentro de
las estructuras hospitalarias y, en
otras residencias socio-sanitarias,
con comités consultivos para favorecer la información de los usuarios
y de las personas que los cuidan.
Esto para hacer crecer en ellos el
consentimiento informado en caso
de elecciones terapéuticas riesgosas
y para promover, con la colaboración también de los agentes sanitarios internos (médicos, enfermeras,
ténicos de laboratorio, personal de
apoyo) la personalización y la humanización de los cuidados. En dicho campo, la Italia del 1992 cuenta con importantes experiencias
normativas y prácticas. El Instituto
ortopédico “Rizzoli” de Bolonia, un
centro de investigación y tratamientos de importancia internacional,
desde 1992 ha encaminado una experiencia de primer orden de un comité consultivo mixto para el control de las curas desde el punto de
vista de los pacientes.
Para pasar a la segunda orientación incialmente propuesta, aquella
religiosa, me limitaré a una breve
información de una experiencia de
primer plano puesta en marcha en el
mismo Instituto ortopédico Rizzoli.
En 1995, gracias a una convención
entre el Instituto Rizzoli y la diócesis de Bolonia, se ha abierto una
nueva estructura eclesiástica, ya
que el Instituto Rizzoli comprende
históricamente también una de las
más importantes iglesias de Bolonia: la de San Michele in Bosco.
Con la aprobación del Cardenal
Biffi, Obispo de la diócesis de Bolonia, la mencionada convención ha
formalizado la introducción de una
nueva institución religiosa, la Capellanía de San Michele in Bosco,
con la explícita intención, de parte
de los padres camilianos que desde
1995 tienen a su cargo la parroquia,
cuidada durante siglos por los monjes olivetanos, de programar la asistencia religiosa a los enfermos justamente partiendo de la recuperación del primordial mensaje evangélico: una evangelización que al
mismo tiempo sea atención a los
enfermos.
ACHILLE ARDIGÒ
Profesor de Sociología Sanitaria
en la Universidad de Bolonia, Italia
Notas
1
Al respecto cfr. ACHILLE ARDIGÒ: Società
e salute. Lineamenti di sociologia sanitaria,
Ed. F. Angeli, Milán, 1997; en especial ver
cap. 2º, “Los modelos del saber biomédico,
etc.”.
2
DIETRICH VON ENGELHARDT, La medicina
di fronte alla sfida antropologica en “L’arco
di Giano”. F. Angeli ed., n. 1, 1993, p. 127.
3
FRITJOF CAPRA, Il punto di svolta. Scienza, società e cultura emergente. G. Feltrinelli
37
ed., Milán, 1984. Cfr. el cap. 5. El modelo biomédico, pp. 104-136, v. p. 104.
4
DIETRICH VON ENGELHARDT, o.c., p. 126.
5
D. VON ENGELHARDT, o.c. p. 30.
6
A. ARDIGÒ, o.c., ver sobre todo el cap. 7º.
Bibliografia
Società e salute. Lineamenti di sociologia
sanitaria, ed F. Angeli, Milán 1997.
A. ARDIGÒ & G. SCIORTINO (a cargo de),
Una svolta per la salute degli anziani. Ed. Istituto Trentino di Cultura, Trento, 1994.
A. ARDIGÒ Y F. GARELLI, Valori, scienza e
trascendenza. Vol I, Una ricerca empirica sulla dimensione etica e religiosa tra gli scienziati italiani, Ed. de la Fundación Giovanni
Agnelli, Turín, 1989.
Estudios del autor:
A. ARDIGÒ, Dall’ospedale al territorio:
tendenze emergenti, en Odilia D’Avella (a
cargo de), Un infermiere per il terzo millennio; ed I Percorsi infermieristici, Roma, 1994;
ver. pp. 74-79;
Il controllo di qualità delle cure sanitarie
dal lato del paziente anziano, en “Gior. Geront.”, vol,. 431, 1995, pp. 167-171;
La qualità del servizio sanitario come percepita dall’utente, en M. Trabucchi, a cargo
de, Fundación Smith Kline, Informe Sanidad
1997. Los nudos del cambio. Ed. Il Mulino,
Bolonia, 1997, pp. 315-339;
La sanità italiana in mezzo al guado, in
“L’arco di Giano”, F. Angeli ed., Milán
1997; n. 13, enero-abril 1997; pp. 27-36;
Le cure domiciliari / secondo la / sociologia della salute, en “L’arco di Giano”, n. 2,
1993, pp. 70-79;
Salute e diritto alla salute nella società in
trasformazione, en “L’arco di Giano”, n. 4,
1994, pp. 111-125;
Sedentary Life and Nutrition. A sociologist’s Point of view, en F. Fabris & L. Pernigotti, Sedentary Life and Nutrition, Raven
Press ltd., New York, 1990; pp. 1-7;
Sociologia della salute, en “L’arco di Giano”, n. 2, mayo-agosto 1993, pp. 70-80; (está
dedicado al home care).
DOLENTIUM HOMINUM
38
J.P.M. LELKENS
El agente sanitario al servicio
de la vida y de la salud
Recurre al médico...
Hay momentos en que en su
mano está la solución,
pues ellos también al Señor
suplicarán,
que les ponga en buen camino
hacia el alivio
y hacia la curación para salvar
tu vida.
Sirácida, 38, 13-14
Quisiera hablar de la finalidad y
de la tarea de los agentes sanitarios, teniendo como referencia estas palabras del Sirácida en el libro
del Eclesiástico (V.T.).
Ante todo quisiera hacerles notar que cuando hablo de los médicos, me refiero también a los demás agentes sanitarios como los
enfermeros, el personal de laboratorio, de la secretaría, etc. También
ellos están implicados en el servicio al paciente, ya sea a distancia o
mediante una cercanía directa.
Como dice la Carta de los Agentes Sanitarios1, la finalidad del
agente sanitario es salvaguardar,
recuperar y mejorar el estado de
salud; significa servir a la vida en
su totalidad.
¿Qué entendemos por salud?
Desde un punto de vista puramente biológico, podemos decir
que la persona sana es una entidad
coordinada con una circulación
sanguínea, un sistema respiratorio
y un sistema nervioso central intactos. Pero esto no es el hombre
global.
Tal como ha sido definida por la
Organización Mundial de la Salud
(OMS), la salud es un estado de
bienestar físico, psíquico y social y
no sólo la ausencia de enfermedad
o de achaques. Pero esta definición
es imcompleta y vaga, porque el
“bienestar” es un factor quizás
subjetivo que no puede ser explicitado de manera neta.
Esta definición es incompleta
porque no tiene en cuenta el hecho
que ser hombre significa existir en
el mundo como entidad espiritual
y física2. El primer polo es el ser
humano individual, el resto contiene las diferentes situaciones en las
que vive el hombre:
– la situación material: vivir bajo las influencias físicas, químicas
y ambientales e ir encuentro a sus
exigencias para mantener las propias posiciones;
– la situación personal: vivir relaciones personales;
– la situación socio-económica;
– la situación espiritual y religiosa: vivir según una filosofía de
vida y una convicción religiosa.
De esto se deduce que debemos
concebir la noción de “sano” en
una perspectiva tan amplia, porque
la medicina se debe ocupar de todas estas situaciones que pueden
hacer enfermar a un hombre o ser
dañinas a su salud.
No ser capaz de enfrentar la enfermedad, causa sufrimiento. Podemos decir que solamente el
hombre que se ha adaptado a todos
estos aspectos de manera armoniosa, es una persona sana.
Esto lleva a la siguiente descripción de la finalidad del agente sanitario: salvaguardar, recuperar y
mejorar una condición de adaptación optimal de un paciente a la todalidad de la propia situación existencial, aplicando los métodos emprendidos por la ciencia médica.
La consecuencia, pero al mismo
tiempo la ventaja de usar la noción
“adaptación”, es que una persona
puede ser enferma en el sentido estricto del término, pero no obstante esto ser “sana”, como es en el
caso de cierto número de santos
que han mostrado una actitud realmente sana con respecto al propio
sufrimiento somático. Por otro lado, el hecho de tratar de adaptarse
no solivia la tarea del médico de
remover la anormalidad, si esta
puede ser tratada terapéuticamente
sin afectar a la persona.
La salud es pues una de las nociones fundamentales que tienen
un importantísimo papel en la
existencia humana. Por tanto no es
una coincidencia el hecho que en
cada cultura, aunque primitiva, se
busque a una persona especial, ya
sea un brujo, un sacerdote templar
o un médico, para que se dedique
al servicio de la salud.
Sabemos que las curas médicas
probablemente ya eran usadas por
las primeras generaciones3. Los
primeros datos sobre los cuidados
de la salud en los tiempos antiguos
se remontan a los escritos de Hipócrates (Corpus Hippocraticum),
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
que vivió en Grecia del 460 a.C. al
370 d.C. El famoso Juramento de
Hipócrates es importante para todo
médico ya que se refiere a sus deberes para con el paciente. Hipócrates fue un humanista con una
religiosidad pagana que unió el arte de la medicina a sus propios dioses.
En lo que se refiere a la práctica
de la medicina, no es importante si
el médico tiene o no una particular
filosofía de vida. El médico es un
ministro particular de la salud y,
como hemos visto, la salud contiene un elemento normativo y por
esto se vuelve un tema filosófico.
Un médico católico aspira a algo
más con respecto a un médico que
tiene una actitud positivista-materialista, porque tiene una visión diferente sobre la jerarquía de los valores en los diferentes niveles de la
existencia. Sabe que el paciente,
así como él, tiene el deber de vivir
su vida en un determinado modo,
incluso cuando su cuerpo no está
bien. Al mismo tiempo – y esto es
importante hoy – el médico sabe
que un paciente debe permanecer
fuera de su vida y que su tarea como médico es auxiliar a una persona que está muriendo y nunca tomar su vida, porque ésta es santa y
por tanto sana y todo lo que es sano no tiene necesidad del médico.
El primero que puso en relación
la finalidad y la tarea del médico
con Dios fue Jesús, hijo de Sirá, de
quien deriva el patronímico Sirácida, ya citado al inicio de esta ponencia. Si consideramos el Antiguo Testamento y sobre todo el
discurso del Sirácida en el libro del
Eclesiástico, encontramos en el capítulo 38, versículos 1-154, una
descripción bastante detallada del
médico y de sus pacientes. El autor
se presenta como Jesús, hijo de
Eleazar, hijo de Sirá5.
Se trata de un escrito interesante, porque llama la atención sobre
un importante elemento religioso,
esto es, la relación entre el médico
y Dios: “... pues el Señor le creó
también a él. Pues del Altísimo
viene la curación...”, en el versículo 14: “Pues ellos también al Señor
suplicarán...” (cfr. Addendum).
De este modo el Sirácida tiene
en cuenta a un médico judío, religioso y de gran fe, capaz de servir
a la salud empleando medicamentos que “... el Señor puso en la tie-
rra medicinas” (versículo 4) – de
manera que – “... de El viene la paz
sobre la haz de la tierra” (versículo
8).
Dios dio no sólo a los médicos
sino también a los demás seres humanos la capacidad de glorificarlo
en sus maravillosas obras (v, 6).
Esto significa que cada hombre
tiene la tarea de utilizar la creación
de manera optimal y de manera tal
que “¡nunca se acaben sus obras!”
(v.8), no debe dejar de cultivarla.
De este modo el Sirácida ha desarrollado una nueva visión aventurosa6 acerca del hombre en general
y del médico en particular, viéndolo no en competición con Dios sino como co-creador en el sentido
de que completa y, si es necesario,
renueva sus obras y su creación,
mediante la capacidad y la sabiduría que le han sido dadas. El médico debe emplear la ciencia y la fe
si su intención es cumplir esta tarea. “Completar sus obras” significa que Dios quiere que su creación
sea completa, total y que el hombre ha sido colocado como coronación de ella. Para lograr esta finalidad Dios se sirve del servicio del
médico.
Entre las demás cosas, “servir”
significa ayudar, ser útil a otra persona. En el ámbito de la sanidad, el
concepto ‘servir’ contiene también
el de amor, de la caridad: la ley
fundamental de la comunidad. En
su esencia, la caridad cristiana significa querer al otro, querer que el
otro exista y, en lo posible, de manera total. Un ser humano es com-
39
pleto si es sano, en buena salud o si
la ha recuperado. El médico da su
aporte en favor de un mundo sano
y saludable, tal como lo ha querido
Dios7. Quizás por esto hay una afinidad lingüística entre las palabras
‘sano’ y ‘santo’.
Poniéndose al servicio de la
existencia de otra persona el médico se convierte en un compañero,
como el Buen Samaritano. Como
los demás hombres, el médico trata de desarrollar las capacidades de
sus compañeros especializándose
en el cuidado de una determinada
parte del hombre. No es más uno
que proporciona sólo un tratamiento médico como hacen hoy
algunos de sus colegas, en una era
en que se da cada vez menos atención a la persona humana.
Cada médico sabe que la diagnosis es el inicio de su tratamiento.
Debemos aprender a comprender
el contenido, el significado original de la palabra griega “dia-gnosis”: ver a través de las cosas, los
síntomas, el proceso de una enfermedad y a través de este proceso a
un ser humano que experimenta
una crisis8.
Por esta razón, según el Sirácida, el médico ora al Señor – y El le
garantiza el éxito en la diagnosis y
en las curas, en la intención de preservar la vida (v. 14) y nosotros podemos añadir: no sólo para el éxito
de la diagnosis médica, sino sobre
todo para que pueda ayudar al paciente teniendo en cuenta la diagnosis humana. De este modo, lo
que el Sirácida ha escrito pone un
puente, por así decir, entre la visión helenista de la medicina y la
antropología cristiana del Nuevo
testamento.
Addendum
El testimonio del Sirácida 38, 115:
(1) Da al médico, por sus servicios, los honores que merece,
que también a él le creó el Señor.
(2) Pues del Altísimo viene la
curación,
como una dádiva que del rey se
recibe.
(3) La ciencia del médico realza
su cabeza,
y ante los grandes se le admira.
(4) El Señor puso en la tierra
medicinas,
DOLENTIUM HOMINUM
40
el varón prudente no las desdeña.
(5) ¿No fue el agua endulzada
con un leño
para que se conociera su virtud?
(6) El mismo dio a los hombres
la ciencia
para que se gloriaran en sus maravillas.
(7) Con ellas cura él y quita el
sufrimiento,
con ellas el farmacéutico hace
mixturas.
(8) Así nunca se acaban sus
obras,
y de él viene la paz sobre la haz
de la tierra.
(9) Hijo, en tu enfermedad, no
seas negligente,
sino ruega al Señor, que El te curará.
(10) Aparta las faltas, endereza
tus manos
y de todo pecado purifica el corazón.
(11) Ofrece incienso y memorial
de flor de harina,
haz pingües ofrendas según tus
medios.
(12) Recurre luego al médico,
pues el Señor le creó también a él,
que no se aparte de tu lado, pues
de él has menester.
(13) Hay momentos en que en
su mano está la solución,
(14) pues ellos también al Señor
suplicarán
que les ponga en buen camino
hacia el alivio
y hacia la curación para salvar tu
vida.
(15) El que peca delante de su
Hacedor
¡caiga en manos de médico!
J.P.M. LELKENS
Profesor emérito de Anestesiología
en la Facultad de Medicina
Universidad de Maastricht, Holanda
Notas
1
Carta de los Agentes Sanitarios (1994),
Introducción n. 3, publicada por el Pontificio
Consejo de la Pastoral para los Agentes Sanitarios, Ciudad del Vaticano.
2
KORTBEEK L.H.TH.S. De singeving van
het medisch handelen (1954), R.K. Artsenblad, 33, 1, p. 238.
3
LYONS A.S. Y PETRUCELLI R.J.: Medicine; An Illustrated History (1978), H.N.
Abrams Inc., New York, U.S.A.
4
De Heilige Schrift, Apologetische Vereniging ‘Petrus Canisius’ (1973), Het Spectrum
N.V., Utrech p. 803.
5
Ibid. p. 762.
6
BEENTJES P. Een gedurfde visie op de geneeskunst (1979) Schrift, Katjolieke Bijbelstichting, Nijmegen 65:5, pp. 178-183.
7
Ibid. p. 183.
8
KORTBEEK L.H. TH. S. p. o.c. p. 245.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
41
SESION DE TARDE
ANGELO SCOLA
Hacia una visión unitaria de la sanidad
El problema de la salud influye
más que otros y esencialmente en
la existencia humana, posee estructuralmente una dimensión social y,
por tanto, una consecuencia económica. Como ha puesto en evidencia S.E. Mons. Lozano Barragán
en la presentación a la prensa de
este Congreso, no podemos pensar
que los aspectos socio-económicos
de la salud, aspectos considerados
generalmente bajo el título de “sanidad”, son independientes del
profundo significado antropológico y en fin de cuentas cristológico
que revela la necesidad de salud en
el hombre.
En efecto, en la autocomprensión de que es capaz, el hombre
percibe en sí la existencia de una
dimensión dramática. Este drama
consiste en la imposibilidad de evitar el límite por el cual está constituido. Es capaz de Infinito, pero en
fin de cuentas no puede disponer,
está limitado. Siguiendo el Magisterio de Juan Pablo II, podemos decir que esta condición del hombre
tiene lugar en su misma experiencia elemental. Es uno, pero con una
unidad dual. Existen dos polaridades constitutivas en él: alma-cuerpo, hombre-mujer, individuo-comunidad. Hablar de algo constitutivo quiere decir hablar de algo
“necesario”, dado que la libertad
del hombre debe tenerlo en cuenta
en cada acto y en cada momento.
Ninguno puede decidir por él. La
afirmación del drama, sin embargo, no comporta que el hombre,
como afirma Sartre, sea una “pasión inútil”. Por el contrario, el
hombre gracias a su libertad es capaz de percibir las dimensiones reales del drama del cual está constituido, pero debe ser claro que nada
y ninguno puede decidir anticipa-
damente sobre el drama de cada
hombre.
Este carácter dramático de la
existencia del hombre es puesto en
evidencia con particular intensidad
en la experiencia de la enfermedad
y la consiguiente necesidad de salud. Cuando el hombre está herido
en su integridad física no se detiene
simplemente a la pregunta ¿cuál es
la terapia adecuada para mi caso?
sino que, especialmente cuando la
enfermedad es de una cierta gravedad, añade la pregunta ¿por qué estoy enfermo? En este sentido la experiencia de la falta de salud revela
la necesidad intrínseca de salvación que caracteriza al corazón del
hombre, revela por tanto el carácter
dramático de la existencia humana,
en cierto sentido su estar como
“herida”. Cada demanda de salud
comporta también una demanda de
salvación. De este modo se reconoce la unidad del Yo contra toda exclusión del sujeto que afronta también las prácticas médicas.
Nos hemos detenido en esta dimensión antropológica de la salud
porque al considerar las problemá-
ticas sociales y económicas ligadas
a ella no podemos olvidar metodológicamente, dando por descontado, la necesidad de salvación que
hemos mencionado. Las respuestas
que la sociedad puede ofrecer al
problema de la sanidad (seguros
obligatorios, servicios públicos...),
con los consiguientes aspectos económicos (recursos del Estado dedicados a la sanidad pública), deben
contemplar la problemática según
la globalidad de los factores. Problemas candentes como, por ejemplo, el lugar que ocupa la iniciativa
pública y aquella privada en campo
sanitario, deberían afrontarse teniendo en cuenta tanto el principio
di subsidiaridad (clara aplicación
de una adecuada antropología que
considera a la persona con su componente social original frente al
Estado), como las necesidades
concretas sobre todo de las fajas
más pobres de la población (solidaridad).
Las intervenciones de los relatores de esta sesión afrontarán, en
primer lugar, una panorámica general de los aspectos socio-políticos y económicos de la sanidad
acompañada por una reflexión sobre la situación y las problemáticas
de la sanidad en los países industrializados y en aquellos en proceso de desarrollo. Posteriormente se
afrontarán los problemas de la organización, de la gestión y de los
modelos éticos de los sistemas sanitarios.
Mi deseo es que la reflexión de
esta tarde contribuya para lograr
una visión unitaria de la sanidad
cuyo interlocutor sea el hombre
anima et corpore unus.
S.E. Mons. ANGELO SCOLA
Rector Magnífico de la Pontificia
Universidad Lateranense
DOLENTIUM HOMINUM
42
MARIA DE BELEM ROSEIRA
Aspectos socio-políticos y económicos
de la salud
1. Introducción
En los umbrales del tercer milenio, el hombre y la dignidad que
deriva de su naturaleza se están imponiendo cada vez más como valores primarios de la sociedad global.
Por lo demás, con satisfacción
hemos asistido a una creciente consagración de nuevas especificaciones de los derechos del hombre, así
como el reconocimiento de estos
últimos en la esfera internacional
por medio de diferentes mecanismos.
Hemos querido colocar nuestra
intervención en el cuadro de valores que nacen de la dignidad del ser
humano. El título es “Aspectos socio-políticos y económicos de la
salud” y, por invitación del Pontificio Consejo de la Pastoral para los
Agentes Sanitarios, tengo hoy el
placer de compartir con vosotros.
El título nos permite afirmar que
en el campo de la salud, el sentido
de la dignidad humana tiene un peso muy particular así como, según
mi parecer, a ella deben subordinarse los aspectos políticos, sociales y económicos, como ha recordado con acierto la Gaudium et
spes: “El hombre es el autor, el
centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 63).
2. El derecho a la salud
En el ámbito de su proyecto ‘Salud para todos en el año 2000’, la
Organización Mundial de la Salud
ha marcado la importancia de sistemas sanitarios que traten de instaurar la equidad con el fin de reducir
las desigualdales de los niveles sanitarios entre los países, las regiones y las poblaciones, es decir la
equidad desde un triple punto de
vista:
– equidad geográfica entre los
varios países;
– equidad socio-económica entre los diferentes grupos sociales;
– equidad necesaria entre los diferentes grupos-riesgo.
El derecho a la salud es reconocido por la mayoría de los textos
fundamentales de los países desarrollados. Sin embargo, no es posible este derecho si el Estado no garantiza el mismo acceso a todos los
ciudadanos, independientemente
de su condición económica, de su
educación, de su situación geográfica, etc.
Asimismo, somos conscientes
del hecho que los factores que determinan los niveles de salud en
una comunidad son múltiples: los
que están en relación directa con la
salud (recursos técnicos y humanos) y los que contribuyen para
asentar las condiciones que llevan
a los habitantes de un país a gozar
mejores niveles de salud (educación, desarrollo e integración social y económica).
Si estos recursos no son distribuidos equitativamente, se niega el
acceso al derecho a la salud. Es por
esto que consideramos que un sistema sanitario es equitativo sólo
cuando permite el mismo acceso a
la asistencia y ofrece los mismos
recursos a personas iguales. Para
que este mismo sistema sea equitativo, es necesario que permita también un tratamiento desigual para
quienes se encuentran en condiciones diferentes. En fin, un tratamiento igual para iguales y un tratamiento desigual para desiguales.
Además, como afirma la Organización Mundial de la Salud, “la
nueva política de salud para todos
muestra la necesidad de construir
un mundo en el que exista una verdadera ‘cultura de la salud’ y en el
que la salud sea el centro del desarrollo humano. Las políticas y las
estrategias que guiarán esta transición serán definidas y aceptadas
rápidamente con el fin de mantener
la cohesión y la coherencia de los
esfuerzos durante los próximos decenios” (OMS, p. 6).
3. Principios para una reforma
En julio de 1996 tuve el placer,
en calidad de Ministro de Salud de
Portugal, de participar en la aprobación de un documento de considerable importancia que se inserta en este espíritu: la Carta de Ljubljana,
que establece un conjunto de principios fundamentales que hemos tratado de poner en práctica en el ámbito de la reforma del Servicio Nacional Sanitario en Portugal.
Deseamos someter a la consideración de los participantes a esta
Conferencia algunos conceptos
que fueron defendidos en esa ocasión y que apreciamos mucho:
1. “La reforma de los sistemas
sanitarios debe guiarse por los valores fundamentales que son la dignidad humana, la equidad, la solidaridad y la ética profesional.
2. “Toda reforma que quiera ser
importante debe tener como objetivo definitivo la mejora de los cuidados sanitarios. La prevención y
la promoción de la salud deben
constituir las preocupaciones fundamentales de la sociedad y de los
ciudadanos”.
3. “Las reformas de los sistemas
sanitarios deben corresponder a las
necesidades de los ciudadanos y a
sus expectativas en materia de sa-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
lud y de curas, en el marco de un
proceso democrático. La opinión y
la elección de los ciudadanos deben tener a su alcance una influencia decisiva sobre el modo como
son concebidos los servicios sanitarios y el funcionamiento de los
mismos. Los ciudadanos deben ser
corresponsables en materia de sanidad”.
4. “Cada reforma debe tener en
cuenta la mejora continua y constante de la calidad de los cuidados
sanitarios, sin omitir la relación
costo/eficacia”.
5. “La financiación de los sistemas sanitarios debe permitir que se
proporcionen los servicios a todos
de modo vital. Para cada individuo,
esto significa el derecho al pago de
los servicios y a la equidad en materia de acceso a las curas, de lo
que deriva la necesidad del uso racional de los recursos. Los gobiernos deben ser capaces de garantizar la solidaridad y participar activamente en la reglamentación de la
financiación de los sistemas sanitarios”.
alcance, es decir aquellos en relación con la calidad y la seguridad
de los productos de la cadena alimenticia y de todos los demás relacionados con el ambiente, en particular los que se refieren al aire y al
agua.
Estos problemas, así como los
referentes a la conservación del
ambiente, deben constituir un mensaje claro para las futuras generaciones, mensaje cuyo vehículo
esencial debe ser la educación.
También la investigación clínica
y científica, con todas sus implicaciones de orden moral, político y
religioso, representa para nosotros,
al mismo tiempo, un desafío prometedor e inquietante.
Todo esto contribuye a aumentar
los costos sanitarios. Como contrapartida, si se tiene en cuenta la
enormidad de la tarea, los recursos
financieros son claramente insuficientes; por esto deben ser administrados y orientados de tal manera que todos los ciudadanos logren
beneficiarse.
4. Los retos del futuro
5. Portugal
y su sistema sanitario
Los sistemas sanitarios de las sociedades modernas, complejas y
pluralistas, han evolucionado gracias al efecto de un conjunto de
múltiples influencias que se hacen
concretas con un proceso de reforma distribuido en el tiempo.
Las transformaciones sociales
que se producen actualmente con
un ritmo acelerado, exigen una
adaptación permanente de todos
los sistemas de ayuda y una respuesta constante a los varios problemas provocados por la emergencia de nuevas situaciones como: envejecimiento progresivo de
la población, nuevas formas de exclusión social y nuevas enfermedades asociadas a los modos de vida
que derivan del desarrollo económico.
La reaparición del algunas enfermedades infectivas que se consideraban desaparecidas, así como la
aparición de patologías nuevas y
desconocidas tanto en el campo de
las enfermedades infectivas como
en el de la inmunología, constituyen desafíos importantes.
Sin contar con los problemas
que consideramos también de gran
En lo que respecta al sistema sanitario portugués, el cambio ha sido puesto en marcha por el Gobierno actual que ha definido claramente las líneas evolutivas del sistema, colocando al ciudadano como centro del proceso decisional,
dinamizando una estrategia de
cambio indispensable para la preparación de toda reforma profunda.
De este modo se han definido los
principios esenciales de este proceso de cambio, que enuncio a continuación:
Primer principio: Invertir en las
capacidades del Servicio Sanitario
Nacional asegurando el respeto del
principio de la universalidad del
acceso; mejorando la amplitud de
la red de infraestructuras de los
centros sanitarios y hospitalarios
que cubran razonablemente todo el
país; dando valor a sus cuadros
profesionales; empleando en forma
optimal la posibilidad ofrecida por
su estatuto de introducir modificaciones y mejoras en modo articulado, referentes a la financiación del
sistema, al ejercicio de las funciones de la salud pública, a la configuración de los servicios dispensa-
43
torios de curas sanitarias.
Segundo principio. Vigilar también para que la reforma del sistema sanitario se realice partiendo de
un análisis riguroso de los factores
que han influido en su evolución y
una reflexión profunda y amplia en
los escenarios de su desarrollo futuro.
Tercer principio. Ir más allá de
los modos mecánicos, unidimensionales y voluntaristas, comprender el cambio de los sistemas sociales y adoptar una concepción dinámica e interactiva.
Cuarto principio. Apropiarse de
la idea que un cambio del sistema
debe fundarse en el ciudadano y
debe garantizar un verdadero compromiso de los diferentes actores
empeñados en su puesta en marcha.
Quinto principio. Adoptar formas de desarrollo equilibrado cuya
finalidad es tratar de aprovechar al
máximo los esfuerzos de concentración, preparando y creando así
el cuadro de una evolución gradual
de mediano y largo plazo, sin dejar
de lado los aspectos de rigor y de
oportunidad de acción de breve
plazo.
Luego del proceso de participación de la sociedad civil que se ha
hecho concreto con la intervención
del Consejo de Reflexión sobre la
Salud, creado con la intención de
llevar a buen fin una tarea específica, en un futuro próximo contaremos con propuestas de reforma que
se discutirán a nivel político en el
Parlamento.
Sin embargo, estamos convencidos de que el problema de la financiación sigue siendo fundamental
para el sistema. Debemos valorar si
la financiación pública será suficiente para continuar a asegurar un
cierto nivel de servicio de curas
con una equidad relativa o si conviene hacer un llamado a la financiación privada.
Como pueblo europeo, que persigue los valores ligados a la solidaridad, no estamos dispuestos a
abdicar al principio según el cual el
acceso a los cuidados sanitarios debe ser garantizado a todos.
Asimismo, auspiciamos que la
calidad técnica de los cuidados dispensados no sea diferente para el
rico o para el pobre.
En el contexto internacional para
contener el crecimiento de los gas-
DOLENTIUM HOMINUM
44
tos públicos, deberíamos ser capaces desde ahora de encontrar lo que
constituirá para nosotros el punto
de equilibrio como país y sociedad.
6. Conclusión
En un mundo que tiende hacia
un progresivo envejecimiento,
conforme las curas sanitarias se
vuelven más eficaces, en el que el
número de las personas socialmente desventajadas y abiertamente incapaces para reivindicar está aumentando, la solidaridad se impone como un principio operativo de
la vida en la sociedad.
La enorme presión ejercida por
estos factores sobre el sistema sanitario, exige una filosofía del sistema totalmente innovadora. Una
gestión dotada de una fuerte dimensión ética.
“Las cuestiones éticas que surgen en materia de distribución y de
empleo de los recursos destinados
a la salud se refieren a cada sociedad así como todos los individuos
que la componen, se refieren también al Estado a través de sus varias instituciones y de todos los
grupos profesionales que intervienen en los cuidados, particularmente los médicos y los enfermeros. De la acción conjunta de todos
estos actores sociales puede nacer
un uso más universal y más equitativo de los recursos atribuidos a la
salud” (CNECV, p. 81).
A la evolución técnica y científica en el campo sanitario debe seguir un doble punto de vista: por un
lado, nuestras tecnologías permiten
que los agentes sanitarios intervengan de manera rápida y más eficazmente en el tratamiento y en la curación de las enfermedades pero,
por el otro, presentan el peligro de
que se deje de lado la relación médico/paciente.
Por esto, si la enorme diversidad
de los medios y de los recursos “no
se rige por un entendimiento moral
y por una orientación hacia el bien
verdadero del género humano, se
retuerce fácilmente contra él para
oprimirlo” (SRS, 28).
Por esta razón, las reformas del
Servicio Sanitario Nacional apuntan a esta “nueva cultura de la salud” en la que el desarrollo comporta, inevitablemente, una dimensión económica tendiente a asegurar a la persona humana la calidad
de vida y el bienestar, pero que sobre todo comporta otra dimensión
mucho más profunda que le permite ser más conforme con la esencia
del Hombre mismo en el que el “tener” se limita a servir a la verdad
del “ser”.
En efecto, es así que lo interpreta la Salvifici doloris, cuando recuerda que “el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa
otro mundo: el del amor humano; y
aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el
hombre lo debe de algún modo al
sufrimiento” (SD 29).
Para concluir, os diré que confrontada de este modo la profundidad del hombre y la esencia del
concepto de humanidad, me siento
absolutamente pequeña frente al
valor ancestral de la lección y de la
práctica de la Institución bimilenaria – la Iglesia – que, justamente, se
puede definir como “experta en
humanidad”.
Pero, mientras nos acercamos al
nuevo siglo, la Iglesia debe asumir
de manera cada vez más manifiesta
y activa un papel de animadora de
las conciencias que obliga a los poderes políticos a tomar decisiones
conformes con la altura de la nobleza de los objetivos en juego.
S.E. Dra. MARIA DE BELEM
ROSEIRA
Ministro de Salud de Portugal
Bibliografía
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(CRP)
Gaudium et spes (GS)
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para as Ciência da Vida (CNEV), 1997.
Salvifici Doloris (SD), Juan Pablo II
Saúde em Portugal, uma estratégia para o
virar do Século, 1997.
Sollicitudo Rei Socialis, Juan Pablo II
(SRS)
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
45
PIERLUIGI MARCHESI
Salud y sanidad en los países industrializados
En la variedad de las competencias representadas alrededor de esta mesa, podemos notar la complejidad de los problemas que implican a todo el mundo de la sanidad.
Para mi breve intervención he
elegido poner a la atención de los
ilustres profesionales presentes la
opinión de que cuando se trata sobre la sanidad es necesario confluir, quizás, a la fase de los análisis detallados.
Sabemos todo acerca de los costos de sanitarios, sobre su impacto
ante el estado social y las dificultades de los ciudadanos del mundo
entero. Por esto es necesario tener
ahora una visión de conjunto y
plantear estrategias locales para
pasar de las teorías analíticas abstractas a las realizaciones concretas que mejoren la sanidad en favor de las personas enfermas.
Según mi parecer, el binomio
salud y sanidad representa el nexo
entre las necesidades concretas de
las personas enfermas y los problemas estructurales de los sistemas
sanitarios. En efecto, no puede faltar en nuestras reflexiones la referencia sustancial a la necesidad de
salud que fundamenta e invoca el
recurrir a las estructuras y al servicio sanitario.
De todas partes nos dicen que el
servicio sanitario, y no sólo en los
países industrializados, ha comenzado a confrontarse con los varios
sistemas económicos sociales
existentes. En particular, en vista
del freno de los costos y del afán
de incrementar la eficiencia del estado social, nos encontramos frente a un replanteamiento de toda la
organización sanitaria.
Del Norte al Sur de la Tierra hay
una sola palabra de orden: “racionalizar el gasto social”. Esto signi-
fica, sin medios términos: cambio
radical de la gestión administrativa, de la organización y de la erogación de los servicios, de la distribución de los recursos humanos y
financieros.
De aquí nacen algunos problemas que someto rápidamente a
vuestra consideración:
1. medir los costos y respetar la
justicia;
2. replantear la calidad de la vida
como criterio de bioética;
3. garantizar la accesibilidad de
los servicios a todos los ciudadanos.
1. Medir los costos
y respetar la justicia
No consideren excesivo en este
encuentro recordar en materia económica la enseñanza del Papa Juan
Pablo II. En la Encíclica “Centesimus annus” de 1991, el Santo Padre reafirma la importancia de la
internacionalidad en la economía
de mercado. A través del acceso al
mercado internacional es posible
permitir el desarrollo a las economías nacionales, sobre todo concediendo el valor que corresponde a
los recursos humanos y naturales.
El Papa no ve como contrario a
la enseñanza tradicional de la Iglesia el reconocimiento del libre
mercado como el instrumento más
eficaz para colocar los recursos y
para responder eficazmente a las
necesidades. Teniendo en cuenta
este pensamiento en nuestras problemáticas, reconocemos que la
entrada del mercado en la sanidad
puede ser una válida ayuda para
evitar despilfarros y orientar mejor
el gasto. Pero justo para la sanidad
hay que hacer un planteamiento
complementario que debe unir las
exigencias de control del gasto con
el respeto de las necesidades de todas las personas enfermas.
En efecto, el S. Padre distingue
oportunamente el papel del libre
mercado con respecto a las diferentes necesidades y dice: “Sin
embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son solventables, con poder adquisitivo y para
aquellos recursos que son vendibles, esto es, capaces de alcanzar
un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades
humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por
ellas” (CA 34).
La necesidad de salud, que se
configura en ciertas Constituciones incluso como ambiguo derecho a la salud, es claramente una
necesidad no monetizable. Por esta razón sería hora de separar el
costo real por los servicios del
plusvalor de la asistencia al enfer-
DOLENTIUM HOMINUM
46
mo que se mediría y valoraría en
términos de calidad global y, porque no, también contabilizada y
pagada en añadidura.
La empresa sanitaria, en efecto,
no puede reducirse a una simple
empresa basada en el beneficio,
aunque este provecho indique una
buena marca de una empresa sanitaria.
En el caso específico el beneficio, nos sugiere el Papa, no puede
ser el único índice para juzgar la
eficiencia de una empresa. “En
efecto, finalidad de la empresa, no
es simplemente la producción de
beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como
comunidad de hombres que, de varios modos, buscan la satisfacción
de sus necesidades fundamentales
y constituyen un grupo particular
al servicio de la sociedad entera”
(CA 35).
En otros términos, la contabilización de los costos debe incluir el
costo de aquel bien incalculable
que es la dedicación de los profesionales. Repito, debe ser pagada
como un servicio de calidad que
no sería tal sin la dedicación de los
agentes sanitarios independientemente de la pertenencia religiosa
que de por sí ayuda como motivación para mejorar.
2. Replantear la calidad de vida
como criterio de bioética
En todos los países del mundo
los problemas sanitarios han puesto en el centro el problema de como medir la calidad de vida.
En efecto, para los economistas
también el gasto sanitario debe
adecuarse a criterios de eficienciaeficacia, típicos del sistema productivo industrial.
Esto presupone que hayan hombres cuya vida valga más y otros
cuya vida valga menos y por tanto
personas a las que hay que curar y
otras que se dejan de lado.
Esto es inaceptable para los cristianos, justamente porque para nosotros, el fundamento de la ética
consiste en considerar como importantes a todos los seres humanos cuya vida e intereses deben ser
tratados con equidad sin ninguna
distinción. Pensemos en las desastrosas consecuencias a las que nos
enfrentaríamos si considerásemos,
como lo proponen algunos legisladores, menos importante la calidad
de la vida de un anciano o de un
minusválido psíquico o redujésemos al utilitarismo los criterios para atribuir las ayudas a los pueblos
en vías de desarrollo.
No es posible, por simples razones económicas, excluir de los criterios decisionales aquellos que se
refieren:
– al valor de la vida,
– al principio de la equidad en
los cuidados,
– el respeto de los derechos civiles.
Tratando de aplicar a la sanidad
el concepto de calidad de vida de
A. Sen, aquí podemos mencionar
sólo la complejidad de conceptos
que este agudo economista de origen hindú pone en juego al hablar
de la atención que el gobierno colectivo debería poner justamente
sobre el nivel de bienestar y la calidad de vida a la que aspiran los
ciudadanos.
Tratando de entender a fondo la
razones por las que una persona
puede estar satisfecha del propio
estado, A. Sen afirma: “Existen
muchos modos fundamentalmente
diferentes de considerar la calidad
de la vida y un cierto número de
ellos posee una determinada plausibilidad inmediata. Se podría ser
ricos sin estar bien. Se podría estar bien sin ser capaces de conducir la vida que uno deseaba. Se podría tener la vida que se deseaba
sin ser felices. Se podría ser felices
sin tener mucha libertad. Se podría tener mucha libertad sin poseer mucho. Y así en adelante” (A.
Sen, Il terrore di vita tra benessere
e libertà, Venezia, 1993).
Vemos que de esta perspectiva
podemos oponer al utilitarismo ingenuo una concepción mucho más
articulada. En esta, la autodeterminación individual, que pasa también a través del juego de las preferencias, se convierte en un recorrido constelado de obstáculos. Dicho recorrido se vuelve un hecho
cultural complejo con el que pueden interferir una serie de condiciones inhabilitantes, a menudo
sólo parcialmente superables (se
piense en la enfermedad grave, en
el handicap físico y mental, en la
vejez).
A la confortante perspectiva utilitarista, según la cual el hombre es
tal como es, se opone una idea inquietante: “el hombre es lo que le
es permitido ser”.
El problema éticamente importante de la justicia social así como
interesa a la bioética, no es sólo
asegurar a todos una cantidad de
recursos suficiente para satisfacer
determinadas preferencias y aspiraciones propias, sino más bien,
asegurar a todos oportunidades
suficientes para realizar un pleno
y completo proyecto de desarrollo
de las propias aspiraciones y capacidades.
El recurso realmente escaso es
el que podría definirse oportunidad de desarrollo humano, es la
falta de respeto del desarrollo del
hombre que crea las condiciones
materiales para la injusticia.
La injusticia de quien sufre la
privación de bienes o de la salud
no constituye para la bioética una
razón para verse privado de los necesarios cuidados para tener su
propia oportunidad de vivir.
No parece que sea de gran ayuda
el Indicador de Desarrollo Humano elaborado por el programa para
el desarrollo de la ONU, porque
los valores que en él se consideran
no nos parecen suficientes para garantizar el respeto de la persona
humana en las diferentes situaciones existenciales y condiciones de
vida.
Para la ONU el desarrollo de
una población resulta de la valoración de cuatro factores: producto
interno bruto pro-capita, tasa de alfabetización y escolarización promedio, esperanza de vida.
El término esperanza de vida no
es sinónimo de calidad de vida, pero tiende a introducir una cierta dependencia material/que puede medirse entre la espera de vida, las
condiciones de salud, la dependencia permanente de ayudas externas. En esta perspectiva resultaría
un peso mantener aquellas personas minusválidas que por varias
razones no están en grado de producir una renta.
Desde un punto de vista personalista, el cuidado global de la persona humana no reconoce como
valor la parcialidad del cálculo
económico basado en el análisis de
la relación costo-eficacia y propone recuperar el papel del investigador bio-médico de parte del médico y del enfermero como defenso-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
res de la vida y garantes de los derechos de toda persona humana.
3. Garantizar la accesibilidad
de los servicios
a todos los ciudadanos:
la información y el nuevo
papel del voluntariado
No quisiera que mis palabras
fueran interpretadas como un ataque a la sanidad del mundo industrializado. Pero tengo que decir
francamente que tal como se ha reducido el sistema sanitario mundial se ha convertido en un problema. Ante todo porque se ha ido
aislando cada vez más del resto de
la sociedad habiendo confiado su
éxito a las prestaciones espectaculares de ilustres médicos y cerrándose en una especie de laberinto
donde pueden entrar solamente los
iniciados. Contra este cierre debe
intervenir una nueva cultura humanizante de la medicina y una
nueva formación de los profesionales.
La empresa sanitaria debe volverse creíble a los ojos de todos, ya
no como una empresa de los sanitarios sino como un instrumento
decisivo para la promoción de la
salud a través de programas de
educación y prevención sanitaria,
mejora de la calidad en los servicios, atención a las personas más
débiles.
Todo esto comporta un nuevo
modelo informativo que comprometa a las instituciones sanitarias a
acercarse más a la gente, a todos
los potenciales usuarios. Es preciso acercar la sanidad a los ciudadanos explicándoles con un lenguaje
accesible lo que se puede esperar y
lo que se debe obtener del servicio
sanitario del propio país.
La accesibilidad de los servicios
sanitarios no es solamente un problema de barreras arquitectónicas,
sino sobre todo de cultura del servicio. Si las personas no son ayudadas a reconocer cuáles son y cómo funcionan las instituciones sanitarias, ni siquiera pueden orientar su demanda y obtener las adecuadas respuestas.
En este delicado pasaje interviene el papel que puede y debe desarrollar el voluntario católico hospitalario.
La timidez que ha animado los
primeros pasos de dicho movimiento debe ponerse de lado para
dar lugar más bien a una actividad
programática de conexión en el
doble sentido entre ciudadanos e
instituciones sanitarias.
Saliendo de la formación de suplencia que a menudo ha recortado
para sí, el voluntariado debe dirigir
sus pasos hacia la construcción de
una sociedad civil más equitativa y
solidaria, garantizando a los ciudadanos la posibilidad de encontrar
satisfacciones a las propias necesidades como ejercicio de un derecho.
Profesionales sanitarios y voluntarios hospitalarios católicos
deben asumir la tarea de replantear
un mundo hecho de solidaridad
entre las instituciones y ciudadanos, si no se quiere correr el riesgo
de desintegrar la misma unidad de
convivencia humana en cada continente.
Concluyendo, no puedo dejar de
mencionar lo que debe ser en el
próximo futuro el papel de los hospitales católicos. Católicos, es decir universales por vocación, nuestras instituciones sanitarias deben
encontrar el modo de expresar la
unicidad y la originaldiad de su
misión.
Un hospital católico, que realmente se inspira en la Caridad de
Dios hacia el hombre, busca e imprime un estilo de comunión que
curando los cuerpos se preocupa
de la salvación de personas que
forman la comunidad de los salvados. Signo de esperanza y de promesa de salvación para el mundo
herido por la enfermedad.
De aquí nace la tentativa de encontrar líneas de acción que retomando algunas reflexiones desarrolladas en otros contextos, deseo
sintetizar a continuación:
a) la calidad de la asistencia médica proporcionada en las estructuras católicas no puede ser inferior
a la asistencia proporcionada por
las instituciones sanitarias no católicas o laicas. Sin embargo, una estructura católica asiste a toda la
persona – cuerpo, mente y espíritu.
Dicha asistencia sanitaria global
requiere que se dedique no sólo a
la calidad científica de la asistencia médica prestada, sino al modo
como es proporcionada.
Aunque no haya nada exclusivamente católico en la calidad de
47
atención, una opinión difundida
distingue las estructuras cristianas
de aquellas seculares en virtud de
esta connotación personal.
b) La credibilidad de la proclamación del Evangelio de parte de
la Iglesia es socavada en su raíz
cuando su vida interna, que incluye aquella de sus estructuras de
asistencia sanitaria, no refleja la
justicia que predica. Es necesario
que las estructuras católicas estén
atentas a las demandas de justicia
social cuando toman decisiones
sobre servicios por ofrecer y sobre
la asignación de los recursos. Estas
decisiones deberían tomarse a la
luz de las reales necesidades de
asistencia sanitaria de las comunidades asistidas por las estructuras
católicas, más que a la luz de consideraciones simplemente financieras. La enseñanza social de la
Iglesia debe considerar también en
estas estructuras las relaciones de
trabajo entre empleados y empleadores.
c) En el próximo futuro las presiones del mercado podrán impedir a las estructuras católicas incrementar sustancialmente la cuota de
asistencia para proporcionarla a
los indigentes. Sin embargo, ellas
pueden respetar la dignidad de los
pacientes pobres que asistirán, reservándoles la misma calidad de
curación y la misma atención personal que ofrecen a los más ricos.
También pueden invocar, con fuerza, políticas públicas que aseguren
equidad en el acceso de los pobres
al sistema de la asistencia sanitaria
siguiendo las urgentes invitaciones
del Santo Padre. Las decisiones
sobre las localizaciones de las estructuras, sobre los tipos de servicio para proporcionar o suspender,
y sobre el género de equipos por
comprar, deberían ser tomadas teniendo en cuenta el impacto de las
mismas sobre los pobres (cfr. al
respepto J. Beal, Ospedali cattolici, en “Concilium” n. 5/1994, pp.
115-129).
Quizás no es una receta, pero sí
un modo importante de plantear el
problema de la coherencia moral
que el Evangelio pide a todos los
agentes sanitarios.
P. PIERLUGI MARCHESI
Miembro del Pontificio Consejo
para la Pastoral
de los Agentes Sanitarios, Italia
DOLENTIUM HOMINUM
48
FERNANDO MORALES MARTÍNEZ
Envejecimiento y Salud
El fenómeno del envejecimiento en Latinoamérica es una nueva
experiencia, que se produce aceleradamente y para el que nos estamos preparando muy lentamente.
Por lo tanto, existe una necesidad
urgente de crear conciencia hacia
una cultura de respeto a la dignidad, a los derechos y a la atención
integral de las personas mayores.
En esta parte del mundo se está
produciendo un aumento sostenido y explosivo de este grupo poblacional que componen las personas de 60 años y más.
El envejecimiento de la población se refiere al aumento cada
vez mayor de la proporción de
personas de edad dentro de la estructura de la población general.
Este proceso se determina en
primer lugar por las tasas de fecundidad (nacimiento) y en segundo lugar, por las tasas de mortalidad (defunción) de modo que
las poblaciones con fecundidad
elevada tienden a tener proporciones bajas de personas mayores
y viceversa. El término transición demográfica es el proceso
gradual mediante el cual una sociedad pasa de una situación de
fecundidad alta / mortalidad alta a
una situación de fecundidad baja /
mortalidad baja. Esta transición
se caracteriza principalmente por
disminuciones en la mortalidad
infantil y de la niñez a medida que
se erradican las principales enfermedades infecciosas y parasitarias.
La mejor resultante de la esperanza de vida al nacer ocurre
mientras la fecundidad tiende a
seguir siempre alta, produciendo
de este modo grandes cohortes de
nacimiento y una proporción de
niños en relación con adultos.
Cuando desciende la fecundidad y las tasas de mortalidad continuan mejorando la población
empieza a envejecer.
Tabla 1 - Estructura de edad de la población
de América Latina y el Caribe - 1950-2020
75+
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
1950
hombres
30
75+
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
20
15
10
5
0
5
10
15
20
25
30
1985
hombres
30
75+
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
25
mujeres
25
20
mujeres
15
10
5
0
5
10
15
20
25
30
2020
hombres
30
25
20
mujeres
15
10
5
0
5
10
15
20
25
30
Esta figura ilustra la transición
histórica reciente y proyectada de
la estructura por edad de la población de América Latina y El Caribe.
En 1950 la situación general se
caracterizaba por un descenso de
la mortalidad a las edades más jóvenes mientras que la fecundidad
era todavía alta (en promedio, las
mujeres tenían unos 6 hijos), dando lugar a grandes aumentos en la
base de la pirámide de población.
La pirámide había pérdido su for-
ma triangular y la porción de ancianos de la población total había
aumentado ligeramente. Para el
año 2020 la base de la piramide
será rectangular y habrá tantas
personas de 30 años como las hay
de menos edad. Se proyecta que
en el año 2020 la población anciana constituirá del 12% al 13% del
total en contraste con 5.5% encontrado en 1950.
Dentro de la cifras globales para América Latina y el Caribe hay
una variedad amplia que refleja
las diferencias demográficas y
socio-económicas en diversos países. Se encuentran personas ancianas en condiciones difíciles de
vivienda, con poca protección social y un bajo poder adquisitivo.
Algunas naciones como Costa
Rica (1er lugar en esperanza de
vida al nacer en Latinoamérica),
Uruguay, Cuba y Argentina, han
avanzado en el proceso de envejecimiento en comparación con
otras como: Haití, Bolivia, Guatemala y Nicaragua, que continúan
teniendo niveles altos de fecundidad.
Mediante el siguiente cuadro se
muestra claramente, la esperanza
de vida en Latinoamérica.
Tabla 2 - Esperanza de vida de hombres
y mujeres en 25 países, 1991
hombres
mujeres
Haití
Bolivia
Nicaragua
Guatemala
México
Chile
Venezuela
Cuba
Costa Rica
0
10
20
30
40
50
60
70
Costa Rica como un país pequeño ubicado en latinoaméricana
presenta la siguiente estructura poblacional histórica.
80
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
Tabla 3 - Estructuras de la población
por sexo y edades - Costa Rica 1950-2025
80+
75-79
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
1950
hombres
20
80+
75-79
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
10
5
0
5
10
15
20
1980
mujeres
15
10
5
0
5
10
15
20
1995
hombres
20
80+
75-79
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
15
hombres
20
80+
75-79
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
mujeres
mujeres
15
10
5
0
5
10
15
20
2025
hombres
15
mujeres
10
5
0
5
10
15
En un estudio realizado en Costa Rica por medio de la Encuesta
de Propósitos Múltiples en Junio
de 1994, se documentó claramente
que el grupo poblacional de 60
años y más representa el 8% de la
población general y su proyección
determina una contundente elevación sostenida y explosiva hasta
ubicarse en el año 2020 con un
14%, además la cantidad de personas de 75 años y más se triplicará
en muchos países de la región.
Las proyecciones sugieren que
las mujeres constituirán la mayoría
de la población de mayor edad de
todas las regiones del mundo en
desarrollo. Si la brecha entre la supervivencia femenina y masculina
en Latinoamérica aumenta con el
transcurso del tiempo, como sucede en Europa y Norteamérica, podemos esperar un desajuste en
cuanto al género aún mayor en
años venideros, especialmente entre los segmentos de ancianos más
ancianos de las poblaciones nacionales.
En los estudios realizados en
América Latina sobre la composición familiar, la mayoría de las
personas de 60 años y más viven
en unidades familiares extendidas
y complejas que constan de los
miembros que pertenecen a más de
una unidad conyugal (por ejemplo
una pareja más vieja, un hijo casado y nietos). Aproximadamente
un 25% de las personas mayores
viven en unidades familiares simples, una pareja casada, o una persona soltera viviendo con hijos
solteros y entre el 7 y el16% viven
solos. Esto apoya la afirmación de
que tradicionalmente la familia (en
sus diversas formas) ha sido y es la
principal proveedora del apoyo social y económico requerido por sus
miembros ancianos.
Existe una fuerte tendencia en
Latinoamérica hacia la participación de la fuerza laboral femenina
como producto de la industrialización, y por tanto, reduce el potencial de prestar el debido cuidado,
con su consiguiente posible “desamparo de los ancianos”. Todos
estos fenómenos convierten el fortalecimiento de la estructura familiar y el mejoramiento de la calidad de vida de las personas mayores, en necesidades prioritarias e
imperantes.
La proporción de la mortalidad
en América Latina, como se puede apreciar, la ocupa en primer lugar las enfermedades cardiovasculares, similar a los países industrializados , así como también la presencia de multipatología.
dades crónicas y degenerativas. En
general la transición epidemiológica acompaña la transición demográfica, aunque los efectos de la
primera aparecen más tarde.
La situación económica actual y
futura, disminuye los beneficios
que los ancianos necesitan y que
han venido merecida y justamente
esperando. El número creciente de
ancianos que han llegado a percibir
pensiones ha llevado a un grave
deterioro económico y afectación
del nivel de vida de muchas personas mayores.
La verdadera prueba del programa social en Latinoamérica va a
ocurrir en el sector salud, sin duda
alguna.
En el marco de la prestación de
los servicios de salud ocurre un fenómeno adicional que es la preparación incompleta de los profesionales del equipo de salud en la
atención de los ancianos, y que se
refleja claramente en un estudio
efectuado en Escocia (año 1964),
el cual es conocido como las enfermedades no reportadas por los
profesionales del equipo de salud.
En el mismo queda bien demostrado este vacío que se puede apreciar
a continuación.
Tabla 5 - El grado de asociación de
Enfermedades no Reportadas
10
70
Enf. cardiovascouares
20
25
30
La transición epidemiológica es
el cambio a largo plazo en los patrones de morbilidad en las que
promediaban las enfermedades infecciosas y agudas, con respecto a
las que promediaban las enferme-
sistema
nervioso
depresión
50
Tumores
malignos
15
cardiacas
demencia
30
Enf. cerebrovascular
10
piel
urinarios
10
Accidentes
5
respiratorias
locomoción
30
1985
1975
0
enfermedades reportadas
50
Tabla 4 - Proporción de la mortalidad por grupos
de causas en las Américas, 1975-1985
Homicidios
49
35
enfermedades no reportadas
Ante esta situación, en Latinoamérica se ha venido haciendo
grandes esfuerzos para promover
la enseñanza de la Geriatría y la
Gerontología. En países como
Costa Rica, Cuba, México, Argentina, Uruguay, Chile, Brasil y otros
se trabaja arduamente en multiplicar el conocimiento y exigir su
aplicabilidad en la prestación de
los servicios en beneficio de los
ancianos.
En Costa Rica se ha avanzado
en la educación formal e informal.
En el Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología “Dr. Raúl
Blanco Cervantes” de la Caja Costarricense de Seguro Social, único
en Latinoamérica con nivel uni-
DOLENTIUM HOMINUM
50
versitario en el campo de la Geriatría y la Gerontología se ofrece la
Especialidad por un período de 4
años dentro del Sistema de Estudios de Posgrado de la Universidad de Costa Rica. Además, la Seguridad Social ofrece atención integral a las personas mayores con
programas preventivos y de recreación. Adicionalmente, existe un
número importante de instituciones estatales y privadas que velan
por el bienestar de los ancianos,
ofreciéndoles calidad de vida pero
insuficientes.
Estimados participantes, antes
de finalizar quisiera que reflexionáramos brevemente sobre lo que
significa envejecer.
Sí, envejecer, en un mundo donde afortunadamente la ciencia y la
medicina han avanzado enormemente, pero que contrasta con envejecer en un mundo donde la moral, los principios y la espiritualidad se deterioran diariamente, lo
cual es indigno de una sociedad
cristiana.
¿Qué vamos a hacer? Bueno,
pues creo que está muy claro... Por
más grandes que sean los avances
de la ciencia y la medicina, si no
asuminos cada uno de nosotros
hoy un compromiso serio y sólido
para fortalecer las estructuras familiares y mejorar sustancialmente
la calidad de vida de las personas
mayores, será difícil que podamos
llegar a tener una vejez digna.
En diciembre de 1996 las Naciones Unidas realizó un estudio
en Centroamérica en el cual el
81% de la población de Costa Rica, manifestó ser católico y cuyas
cifras son similares no sólo en
América Central sino en casi toda
Latinoamérica. Sin embargo, curiosamente, esta gran mayoría católica practicante, muchas veces
inmersa en las presiones cotidianas olvida, tiende a posponer su
compromiso y deber para con los
ancianos.
Creo que la oportunidad de renovar y fortalecer estos compromisos se avecina al haber sido declarado por las Naciones Unidas
(Resolución A/50/114) el año
1999 como el “Año Internacional
del Anciano”. Es por ello que me
permito hacer frente a ustedes, un
humilde pero vehemente llamado
para solicitar el valioso e indispensable apoyo de la Iglesia Católica
en esta ardua pero significativa tarea: la de poder crear conciencia
en nuestras sociedades, amparando a nuestros ancianos por medio
de la solidaridad, respeto y amor al
prójimo, y que, unidas en nuestra
Fe, podamos lograr la proclamación preferiblemente de una Encíclica, Exhortación Apostólica u
otro documento del Vaticano para
1999 “Año Internacional del Anciano”.
Sí, estimados participantes, dedicado a ellos, nuestros queridos ancianos, a quienes tanto les debemos.
Dr. FERNANDO MORALES
MARTÍNEZ,
Director General Hospital Nacional
de Geriatría y Gerontología
San José, Costa Rica
Bibliografía
1
DAVID GALINSKY, FERNANDO MORALES
MARTINEZ, AQUILES SALAS, MELBA SANCHEZ.
La Atención de los Ancianos: Un desafío para
los años noventa. Edit. Elías Anzola Pérez;
Publicación científica No. 546, pp 3-18. Organización Panamericana de la Salud (OPS),
Washington, D.C. 1994 - USA.
2
DR. FERNANDO MORALES MARTINEZ,
¿Qué es la Geriatría?. Revista Gerontología
en Acción, Caja Costarricense de Seguro Social, Vol I, Año I, 1987, San José-Costa Rica.
3
J. WILLIAMSON ET AL, Primary care of the
elderly a pratical approach. Wright, Bristol,
Gran Bretaña, 1987. Pp 146-148.
4
MSC. JORGE A. BARQUERO B.; LICDA. ELIZABETH SOLANO S., La población de 60 años y
más en Costa Rica. Dinámica demográfica y
situación actual. (Este trabajo se realizó por
iniciativa del equipo de salud del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología “Dr. Raúl
Blanco Cervantes”, con el apoyo financiero
de la Junta de Protección Social de San José).
San José - Costa Rica, Enero 1995.
5
Barómetro Centroamericano - Extracto
Costa Rica Publicación de Naciones Unidas Programa para el Desarrollo - Proyecto CAM
96-001 - dic. 1996
6
Dinámica de los servicios de Geriatría en
Costa Rica Próximo a publicarse en el Libro
“Elementos Práticos para la Atención de los
Ancianos”, Dr. Knut Laake, Dr. Fernando
Morales Martínez, Editorial Nacional en Salud y Seguridad Social de la Caja Costarricense de Seguro Social, San José - Costa Rica
(EDNASSS-CCSS) 1997.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
51
FERNANDO S. ANTEZANA
Afrontar la pobreza y la vulnerabilidad
El mundo corre el riesgo de perder
considerables beneficios para la salud logrados en los últimos 40 años.
Fuertes amenazas están aumentando
la pobreza y las desigualdades.
Desde inicios de los años ’50, la
expectativa promedio de vida en los
países en vías de desarrollo ha ido
aumentando de 40 a 64 años, aproximadamente, y el número de niños
que mueren antes de haber logrado
el primer año de edad, ha disminuido
casi del 10% al 60% por 1000 niños
nacidos vivos. Si comparamos estas
cifras con las que se refieren a las poblaciones de los países industrializados, vemos que estas últimas tienen
una expectativa de vida que alcanza
los 75 años y que la mortalidad infantil es siete veces más baja.
Sin embargo, a partir de los años
’80, ha aumentado el número de personas que viven en condiciones de
extrema pobreza con una renta inferior a 1$ por día, alcanzando la cifra
de 1,3 mil millones de personas en
1993. Esto se debe a varias razones
entre las cuales el declino económico que ha tenido lugar en los países
en vías de desarrollo durante los
años ’80 – el “decenio perdido” para
el desarrollo – así como en Europa
del Este y en los países de la ex
Unión Soviética a comienzos de los
años ’90; además, la tasa de crecimiento económico sigue siendo la
más baja con respecto al aumento de
la población. Pero la causa principal
sigue siendo la desigualdad en la distribución de los recursos, lo cual significa que los beneficios de un crecimiento en vías de aceleración favorecen a una pequeña parte de la población.
En todos los países encontramos
una neta correlación entre pobreza y
enfermedad. Las personas pobres soportan de manera desproporcionada
el peso total de la enfermedad, lo
cual refleja la persistente iniquidad
en el acceso a los recursos, incluida
la atención sanitaria. En los países en
vías de desarrollo, la pobreza es la
causa principal de los 11,2 millones
de muertes por año de niños con menos de cinco años, a causa de la desnutrición y por enfermedades como
la diarrea, disentería e infecciones
respiratorias agudas. En los adultos,
la tuberlucosis y la malaria son los
responsables de gran parte de los
cinco millones de muertos por año.
Si es verdad que en los países industrializados pocas personas se encuentran en el mismo nivel de pobreza absoluta con respecto a las numerosas personas presentes en los países menos adelantados, sin embargo
existen también minorías importantes que no disponen de recursos materiales para participar de manera
plena en la vida de la sociedad. Dicha pobreza es considerada como relativa, ya que es comparada con los
standars de vida de los demás ciudadanos del mismo país. La encuestas
indican también que la pobreza es
una de las causas que llevan a un estado de enfermedad y a la mortalidad
prematura.
Generalmente, la pobreza es entendida como niveles de renta y de
consumos muy bajos. Como lo
anunciara el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en su
reciente informe, “la pobreza tiene
muchas caras. Es mucho más que
una renta baja. Es también sinónimo
de escasez de salud e instrucción, de
privación del conocimiento y de la
dignidad, de la confianza y del respeto de sí”. Factores como un alojamiento insalubre y agolpado, un ambiente de trabajo inseguro, una dieta
alimentaria escasa, y costumbres de
vida dañinas, afectan a la salud, destruyen la autoestima de vivir una vida plena y productiva. En las categorías de personas más vulnerables están los niños y los ancianos, los nú-
cleos que tienen una mujer sola como jefe de familia, los refugiados y
los emigrantes, además de los minusválidos y enfermos crónicos.
La concepción limitada de la pobreza ha dificultado definir amplias
políticas necesarias para reducirla y
ha dado lugar a programas anti-probreza que han demostrado ser ineficaces. Las desigualdades y la creciente separación entre ricos y pobres en muchos países y comunidades, amenazan la cohesión social y
están estrechamente vinculadas con
un exceso de mortalidad, de violencia y de stress psicológico y social.
Cada vez más se reconoce que la paz
y la seguridad, columnas fundamentales del crecimiento económico, son
incompatibles con la presencia de
enormes desniveles en el aspecto
equitativo y con multitudes que viven en la pobreza.
Para la mayoría de los países, los
vaivenes políticos y económicos del
decenio pasado han tenido un amplio influjo en el sector de la salud.
Las políticas han llevado a una mejora de la salud pero han disminuido
las medidas para adaptar las medidas
económicas e incluso se han efectuado reducciones en los balances públicos. Los países, incluso aquellos
pobres, tratan de hacer pesar sobre
las familias gran parte de los gastos
para la sanidad. El sostén y la financiación privada de las curas se han
vuelto una realidad, sin ninguna relación con la política sanitaria. La
creciente influencia de las economías libres de mercado aumenta a causa de la globalización y de la creciente integración de la economía
mundial a través del libre movimiento del comercio y de la finanza.
En estas circunstancias, es muy
urgente introducir medidas capaces
de reducir la pobreza y poner redes
de seguridad social de manera que se
evite una posterior marginación de
DOLENTIUM HOMINUM
52
los pobres. Se deben enfrentar interrogantes difíciles. Por ejemplo, ¿cómo podemos instaurar un equilibrio
entre las necesidades individuales y
aquellas sociales? ¿Cómo podemos
asegurar que la calidad de las curas
esté de acuerdo con la equidad y no
sólo sea usada como pretexto para
servir los intereses de pocos? ¿Cómo
asegurar que el desarrollo de la tecnología requerido por el mercado
tenga en cuenta las necesidades de
los pobres?
Nuestras respuestas deben ser honestas y humanas. Deben aplicarse a
las circunstancias de las personas y
deben tener un significado para
ellas. Deben respetar los derechos de
la gente, su dignidad y sus valores,
tal como son vividos en las comunidades. En otras palabras, se deben
elaborar tratando de adecuarlas a las
personas interesadas.
La respuesta tradicional de los
agentes sanitarios – al igual de aquella dada por la Iglesia a lo largo de
los siglos – ha sido ofrecer cuidados
y compasión. Curar significa proporcionar una amplia gama de servicios,
técnicos y humanos, como el alivio
al dolor y el acompañamiento para
tener una muerte dignitosa. La acción de las organizaciones no gubernamentales y de los miembros de las
familias que asisten a los enfermos
terminales de SIDA en Africa nos
recuerda que los cuidados no son un
lujo, sino una necesidad básica y
universal. Pero la inmensidad de la
pobreza y de la desigualdad en el
campo sanitario plantea la cuestión
si los cuidados y la compasión sean
o no suficientes.
En los umbrales del siglo XXI, el
reto de los sistemas sanitarios es
continuar mejorando el estado de salud no obstante el contexto prevaleciente. De esto dependerá la eliminación de las desventajas de los pobres en el campo sanitario. La OMS
se ha compormetido para proporcionar a todos un acceso equitativo a
los servicios sanitarios – gracias a su
política “la salud para todos”. El
concepto de equidad se refiere a la
imparcialidad y a la justicia, pero reconoce que las personas tienen múltiples necesidades. Cada persona tiene el derecho – y debería ser también la oportunidad – de estar en
buena salud. Esto requiere mucho
más que el acceso igual a las curas
sanitarias. Los servicios sanitarios
deben tener en consideración los diferentes modos por los cuales las necesidades se pueden diferenciar se-
gún las personas y las comunidades.
El compromiso de la OMS se basa
en la comprensión que para todos
los países la equidad y la justicia social no son sólo imperativos éticos,
sino que son la base de un desarrollo
humano y de un crecimiento económico a largo plazo.
¿Cuáles deberían ser las características fundamentales de un sistema
sanitario capaz de afrontar este desafío? Ante todo, debería ser capaz de
proporcionar el acceso equitativo a
las curas de acuerdo a las necesidades. Debe dirigirse a los problemas
sanitarios de la comunidad, mediante el tratamiento, la prevención y el
control de las enfermedades, la inmunización, proporcionando las medicinas esenciales, el cuidado de las
madres y de los niños, el abastecimiento de agua potable y de condiciones higiénicas elementales, la
promoción de una alimentación adecuada y de la educación sanitaria.
Asimismo, las autoridades sanitarias deben ser capaces de dirigir partnerships con todos los que proporcionan cuidados sanitarios e influir
las políticas y las acciones de otros
sectores. Deben ser capaces también
de inspirar, apoyar y colaborar con
las organizaciones comunitarias, con
los medios de comunicación y los leaders en el campo de negocios, de
manera que se cree un ambiente informado, sano y que sea capaz de
proporcionar un apoyo adecuado.
Hemos llegado a un punto crucial
en el que debemos escoger el modo
mejor para realizar estas tareas. Sabemos adónde llevan los diferentes
caminos, aunque dudamos sobre
cuál de ellos escoger. Un camino lleva a subordinar la salud a los temas
económicos de corto plazo, donde se
pone mayor énfasis sobre el papel de
las fuerzas de mercado en la financiación y en la producción de los servicios sanitarios.
El segundo camino lleva a los gobiernos a concentrar sus esfuerzos en
las necesidades sanitarias de las personas más pobres, mientras la sanidad privada provee a la gente rica.
Pero la experiencia ha demostrado
que la elección puede llevar a dos
sistemas sanitarios con dos niveles
de calidad, que deben estar contrabalanceados por elevados niveles de
gasto público para asegurar que los
más necesitados tengan acceso a los
cuidados que requieran.
El tercer camino conduce a asegurar los servicios sanitarios para todos. Se concentra en el estado de sa-
lud de toda la población y se basa en
una amplia visión de la financiación
y del abastecimiento de servicios de
parte del sector público y privado al
mismo tiempo, en los que los recursos son distribuidos conforme a la
equidad. Es esta la directriz contenida en la política de la OMS para proporcionar la salud a todos.
La OMS cree que los principios
de la salud para todos tienen necesidad de ser traducidos en una nueva
ética de la sanidad pública, diferente,
pero complementaria, de la ética médica que estaba detenida por mucho
tiempo. Esto proporcionaría la base
para el análisis y la respuesta a las
constantes sociales y económicas de
la enfermedad, en que se da prioridad a las necesidades de los pobres y
de los grupos más vulnerables.
Sin embargo, los valores no pueden imponerse desde fuera; tenemos
necesidad de encontrar una convergencia de valores que guíe nuestras
políticas y nuestra acción en el campo sanitario. Para favorecer el desarrollo y la actividad sanitaria internacionales en un espíritu de respeto,
solidaridad y equidad, la primera
responsabilidad de la OMS debe ser
la de promover un diálogo realmente
abierto que en lo relacionado con la
salud abrace a todas las personas,
culturas y etnias.
Solamente una clara política llevará al sector sanitario a lo largo de
un camino de equidad. La OMS
proporcionará un considerable apoyo, pero también necesita una mayor partnership y una mayor coordinación entre todas las entidades implicadas en el campo de la salud y
del desarrollo: agencias internacionales, organizaciones no gubernamentales, asociaciones de agentes
sanitarios, iglesias y grupos religiosos. Solamente los esfuerzos conjuntos pueden influir en los gobiernos y serán capaces de aportar mayores financiaciones a las instituciones, de manera que se emprenda una
acción eficaz con el fin de reducir la
pobreza y sus consecuencias sobre
la salud, además de lograr una mayor equidad en el campo de la salud.
Debemos trabajar juntos para lograr
este objetivo común sin cambios
sustanciales en la política y en la
práctica, la pobreza seguirá exigiendo un precio muy elevado a la salud
humana.
Dr. FERNANDO S. ANTEZANA
Asistente Director General
Sustituto Director General a.i.
Organización Mundial de la Salud
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
53
FRANCO SPLENDORI
Organización de los sistemas sanitarios
1. Introducción
Para una confrontación sobre los
modelos de gestión de los sistemas
sanitarios, es preciso tener en
cuenta una metodología de confrontación que busque elementos
de referencia comparativos entre sí
homogéneos.
Al respecto, hay que considerar:
1) la población y sus necesitades
sanitarias;
2) el ofrecimiento global de
prestaciones y servicios;
3) el mecanismo de financiación.
Los modelos administrativos se
identifican de conformidad con los
efectos concretos que se logran realizar en estos tres aspectos que
son cosiderados también respectivamente como indicadores para:
a) determinar el resultado de satisfacción de la necesidad, de la
cantidad de los recursos empleados, de la equidad de los beneficios y de los costos que caracterizan el funcionamiento del sistema;
b) efectuar una correlación entre
distribución de los recursos a las
diferentes funciones y estructuras
de servicio y las prestaciones proporcionadas por las mismas;
c) cualificación jurídico-administrativa del sistema institucional.
2. Las finalidades del modelo
Cualquiera sea el modelo converge de manera casi generalizada
en la realización de tres tareas institucionales:
a) eficiencia en la utilización de
los recursos;
b) realización de niveles de eficacia en la tutela de la salud;
c) definición de las condiciones
para disfrutar de los servicios en
términos de equidad en el acceso y
de igualdad en los contenidos de
las prestaciones.
2.1 Las referencias
y los indicadores
El gasto sanitario global corresponde al monto de todos los recursos utilizados para el funcionamiento del sector sanitario.
En vista de posibles valuaciones
y comparaciones el gasto sanitario
es utilizado en términos de: a) gasto pro-capite; b) relación entre gasto sanitario y producto interno bruto.
En lo que se refiere a la definición de dichos algoritmos se ponen de relieve algunas observaciones sobre la falta de aclaración administrativa y la determinación taxonómica, entre el gasto social y el
gasto sanitario; sobre los costos
ocultos de las servicios impuestos
a los ciudados que se expresan en
términos de espera y por los costos
complementarios sostenidos por el
ciudadano como integración para
obtener los servicios (reservaciones, transportes, tiempos burocráticos), dificultades para reducir a
una unidad común de costo los diferentes valores monetarios.
El empleo de los recursos y la
declaración de equidad del sistema, puede ser determinado en algoritmos numéricos a través de indicadores referentes: 1) a la relación gasto sanitario-PIB; 2) a la
dotación estructural del sistema; 3)
a la situación socio-económica
(composición demográfica, renta
pro-capite...) de la población.
La relación gasto sanitario-PIB,
a su vez, es analizada separadamente en sus seis compentes: crecimiento del gasto, crecimiento del
PIB, tasa de crecimiento de la población, tasa de crecimiento de los
factores de referencia del gasto sanitario en los componentes, de la
variación de volumen e intensidad
tecnológica (la tasa de crecimiento
de los servicios pro-capite) y una
variación de precio del sector sanitario con respecto a la variación de
la tasa general de inflación.
Con respecto a los indicadores
de dotación estructural se ponen en
primera plana los puestos cama totales y para agudos; el número de
médicos, el grado de difusión de
tecnologías adelantadas. Entre los
indicadores relacionados con la situación socio-económica, se consideran especialmente el producto
interno bruto pro-capite y la porcentual de población anciana.
2.2 Eficacia sanitaria
Ante todo, es preciso decir que
el impacto del sistema sanitario sobre varios niveles de necesidad no
es directamente individuable en
razón de un complejo de factores
sociales, económico-culturales,
geográficos y demográficos. Por
tanto, se consideran índices no totalmente confiables en la valoración comparada de los sistemas.
De todos modos los más utilizados son la tasa de mortalidad infantil y la esperanza de vida cuando se nace; a su vez, estos se descompen en la tasa de mortalidad
perinatal y en la esperanza de vida
hasta la edad de ochenta años (que
indirectamente pone de relieve la
disponibilidad y el empleo de tecnologías diagnósticas y terapéuticas adelantadas).
2.3 Equidad
El concepto da lugar a varias definiciones. Se refiere necesaria-
DOLENTIUM HOMINUM
54
mente a la percepción del individuo en la distribución de beneficios y de costos. El indicador principal, pero también el menos refinado, es el que expresa el nivel de
protección social, es decir, la fracción de población cubierta por los
sistemas públicos obligatorios.
Define implícitamente la posibilidad de acceso a los servicios esenciales al menos de parte de las fajas más débiles, erogadas por estructuras financiadas a través de
necanismos de cobro que se fundan en el principio de la obligatoriedad contributiva o fiscalizada.
2.4 Los recursos
Según la metodología más común, los recursos se definen a través de los servicios que ellos financian. Dicho análisis desarrolla
una descomposición en el gasto
sanitario en cuatro grandes agregados funcionales: la asistencia hospitalaria, aquella ambulatorial, la
farmacéutica y la asistencia a los
pacientes de larga permanencia,
incluida aquella domiciliaria.
3. Los modelos organizativos
de los servicios sanitarios
La preocupación de los Gobiernos está orientada a encontrar soluciones a la creciente expansión
del gasto sanitario – incluso privado – que pone en marcha impulsos
inflacionarios en la economía y genera tensiones sociales.
Los modelos originales, clasificados según una repartición que
adoptaba el criterio de financiación de la organización o de la naturaleza jurídica, a lo largo de los
años han sido adpatados por exigencias específicas nacionales
dando lugar a una serie de sistemas
mixtos, híbridos, esto es, formados
por medidas comunes a otros modelos.
3.1 Sistemas mutualistas de
inspiración bismarckiana
Articulados originalmente en
mutuales por categoría y profesión, que asistían a los trabajadores
asociados a la misma, hoy, después
de un gradual proceso de transformación, ven extenderse sus funciones de seguro a toda la población.
El Estado garantiza el servicio
público. El seguro contra las enfermedades es el actor-administrador
de los recursos financieros para la
compra de prestaciones erogadas
por los profesionales sanitarios.
El esquema se realiza concretamente de diferentes formas.
a) Sistemas rígidos: en los que la
mutual de pertenencia le asigna al
asegurado un médico nombrado
directamente por la Entidad (Alemania).
b) Sistemas flexibles: en los que
el seguro mutual interviene después de la visita, remunerando al
sanitario libremente elegido por el
asegurado (Francia, Bélgica, Luxemburgo).
c) Sistemas mixtos: en los que el
seguro sanitario es público y asiste
a los ciudadanos por debajo de una
cierta renta y les atribuye un sanitario elegido según una relación
asistencial bastante rígida. Por encima de una cierta renta (54 millones) los ciudadanos se inscriben a
un seguro privado (Holanda).
Mientras la multiplicidad y la
variabilidad de las características
obliga a una clasificación necesariamente aproximativa de los sistemas, sin embargo se confirma la
presencia en ellos del común y determinante papel de las partes sociales empresariales y sindicales.
3.2 Sistemas sanitarios
inspirados en los principios
de Lord Beveridge
En estos sistemas se garantiza el
acceso universal a los servicios financieros a través de los impuestos
recogidos y administrados por un
órgano administrativo público. Dicho modelo nació después de la
guerra en Inglaterra y posteriormente en los países guiados por
gobiernos social-demócratas (Dinamarca, Suecia, Finlandia). Las
articulaciones del sistema generalmente adhieren al esquema de los
niveles institucionales nacionales
centrales y periféricos (Regiones,
Provincias, Consorcios municipales).
3.3 Sistemas mixtos
En estos sistemas, la reciente
institución de los servicios sanitarios nacionales con sus principios
de universalidad e igualdad convive con elementos de los sistemas
mutualistas preexistentes, creados
por elección ideológica al final de
los años setenta y a mitad de los
años ochenta, impulsan la mutualidad hacia sistemas fundados en la
solidaridad nacional (Italia).
3.4 Sistema individualista
de tipo privado
El modelo estaounidense es el
prototipo de este sistema. El objetivo que ha guiado su creación y
perfeccionamiento ha sido contener los costos. El sistema tiene como base organizativo-ideológica
un planteamiento de tipo concurrente. Existe una pluralidad de
agentes, de financiadores (seguros
privados y entidades públicas) y de
estructuras: todos se hacen la competencia.
El ciudadano es responsable de
la tutela de la propia salud decidiendo libremente la cuota de renta que desea gastar para curarse y
eligiendo el agente y la estructura
para que ser curado.
Por otro lado, a los agentes se les
da la responsabilidad y la autonomía de determinar los modos de
gestión y los planes de inversión
para la prevención sanitaria.
El sistema público fija algunas
reglas generales y garantiza la
asistencia a los ancianos, a los discapacitados, a las patologías protegidas (Medicar) y a los indigentes
(Medicaid).
El modelo privato, aunque eficiente, revela graves aspectos por
el elevado costo que genera
(14,5% del PIB) y el número de los
excluidos de la tutela de seguro
(aproximadamente 40 millones de
ciudadanos).
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
4. Convergencia
hacia dos modelos
Más allá de las diferencias determinadas por las particularidades
de las necesidades y de los sistemas asistenciales establecidos para
encargarse de la tutela, teniendo en
cuenta la financiación del sistema
surgen dos modelos:
a) el modelo indivualista americano en el que una plurarlidad de
sujetos aseguradores, generalmente privatistas, contratan prestaciones sanitarias a través de estructuras autónomas;
b) el modelo solidarista europeo
en el que existe un organismo único que “trata” de proporcionar los
servicios sanitarios a toda la población.
Del modelo europeo existe la
variante bismarckiana: contribuciones específicas son cobradas
por un sistema de mutuales obligatorias); la variante beveridgiana en
la que es la taxación general que
alimenta la financiación; la variante mixta “italiana” que se caracteriza por un sistema institucional territorial y empresarial de tipo inglés, mitad del gasto originado es
alimentada mediante aportes de
los trabajadores (45%) y cuentan
con hospitales, una parte de ellos
son autónomos, mientras la otra se
integra en el contexto sanitario,
donde coincide el sujeto pagante
con la erogación del servicio.
El objetivo de una más determinada realización en los varios sistemas ha sido contener los gastos
ya que a través del reconocimiento
de los sistemas no es posible lograr
una indicación preferencial por un
modelo ideal.
Esta es una conclusión que contradice la tradicional ética médica
que impone al médico todo esfuerzo para restituir al paciente su estado de salud. Pero la no disponibilidad de recursos impone al final la
racionalidad en su gestión.
El proceso continuo de búsqueda de la racionalización mueve a
comportamientos eficientes poniendo de nuevo condiciones de
separación y de competencia, como ocurre para los modelos de publicidad entre los sujetos que administran las estructuras y sus financiadores.
En fin, se trata de conjugar las
características de equidad y solida-
ridad de los sistemas europeos con
las de eficacia y eficiencia de los
sistemas privados.
5. Modelo solidarista
británico reformado
El National Healt Service
(N.H.S.) durante años ha sido el
punto de referencia en las políticas
del Welfare State y ha influido en
la misma reforma italiana de 1978.
El planteamiento original, solidarista por excelencia, ha sido revisionado con la reforma de 1990
teniendo en cuenta el objetivo de
disminuir el gasto.
Gran Bretaña es el país donde se
gasta menos (datos de 1996 fuente
OCSE) (1019 dólares pro capite),
le siguen Portugal (594$), España
(790$), Irlanda (912$), pero dicho
gasto es menor que en Italia
(1101$).
Se han decentrado las decisiones
y las responsabilidades a Entidades sanitarias locales guiados por
managers con contrato a tiempo
determinado. Los responsables podrán proporcionar directamente
los servicios u obtenerlos en los
hospitales públicos o privados más
eficientes.
La financiación tiene lugar a través de la fiscalización general
(82$) y una modesta alícuota contributiva (15%) con la comparticipación en el pago de algunos servicios (ticket para los fármacos,
dientes y oculista).
El sistema es sobre todo público
y en 1990 ha sido introducida una
55
modesta privatización en algunos
sectores.
El sector de seguros interviene
en un 11% de la población, lo cual
no exonera de la obligatoriedad del
pago de los impuestos en favor de
la Sanidad.
Al médico de familia se le confía
un budget por cada asistido, haciéndolo responsable del gasto sanitario generado por él e incentivándolo para que prescriba a sus
pacientes solamente las prestaciones necesarias.
6. El modelo alemán reformado
El sistema sanitario alemán desciende del sistema mutualista introducido por Bismarck en el imperio
hasburgo. El gasto para su financiación (7,1% del PIB) proviene de
dos tercios de las contribuciones
sociales pagadas por los empleadores y por los trabajadores (60%). El
21% proviene de la entrada fiscal,
el 7% de los seguros privados y el
11% sostenido integralmente por
los pacientes.
El seguro de enfermedad obligatorio cubre el 88% de la población.
A los seguros privados recurre el
10% exentado del aporte al sistema
público. El sistema característico
mixto público-privado vigente en
la República Federal de Alemania
poco a poco es integrado por intervenciones de naturaleza estatal.
Los hospitales públicos son el
38%, los privados convencionados
con el público el 35%, mientras el
27% son exclusivamente privados.
7. El sistema sanitario
estadounidense
Es el sistema privado por excelencia y también el más costoso
del mundo (gasto sanitario público
pro capite 1559$, gasto sanitario
total (3516$) equivalente al 14,3%
del PIB); el gasto sanitario total en
los Estados Unidos (público+privado) es tan elevado que el gasto
sanitario público en términos porcentuales resulta ser superior del
42-50% con respecto al gasto total
italiano.
Aún más, el gasto sanitario público americano (44,3% del total)
aun porcentualmente inferior al
gasto público italiano (equivalente
DOLENTIUM HOMINUM
56
al 70% del total) es superior en términos absolutos.
Sustancialmente, los 30 millones
de ciudadanos asistidos por el Medicare (Asistencia pública para los
ancianos y minusválidos y patologías protegidas), los 30 millones de
asistidos por programas del Medicaid (Asistencia para los indigentes) y 40 millones de ciudadanos
sin asistencia, ya sea pública o privada, reducen el gasto sanitario privado a sólo el 56% del gasto total
(público+privado) en el más importante sistema sanitario privado.
Las razones de lo gravoso del
sistema estadounidense hay que encontrarlas en el elevado gasto para
la investigación científica, en la
elevada calidad de los cuidados y,
sobre todo, en el particular funcionamiento del sistema americano.
Concurren tres factores que, sumándose entre sí a nivel macroeconómico, hacen aumentar la colocación de recursos en el sector sanitario en detrimento de otros sectores
sociales.
En efecto, se puede pensar que el
pago por servicios, la menor capacidad de programación y de coordinación de los sistemas sanitarios
basados en sistemas de seguros, la
presencia de una sanidad privada
administrada como empresa, son
los elementos que hacen aumentar
el gasto sanitario.
8. Italia, un modelo público
de “tipo mixto”
En Italia está en vigor un modelo sanitario con SSN (Servicio Sanitario Nacional) de tipo público
donde prevalece un “modelo público integrado” sometido a los importantes cambios en acto dispuestos por los decretos de reordenamiento 502 y 517.
8.1 Las correcciones aportadas
por los dos decretos
se refieren a:
– la adopción de una cuota pro
capite indiferenciada a nivel nacional para la distribución entre las
Regiones del Fondo Sanitario Nacional;
– la responsabilización de las
Regiones en los niveles de gasto;
– la activación en perspectiva de
Fondos Sanitarios Integrativos;
– la superación de las convencio-
nes con las estructuras privadas encaminando un sistema de competencia entre las estructuras públicas
y privadas pero salvando el principio de la absoluta libertad de elección del ciudadano, con la adopción de la financiación por servicio;
– la transformación de las Unidades Sanitarias Locales en Entidades públicas de servicios;
– la adopción sistemática de instrumentos clásicos de regulación
económica de la administración
empresarial (contabilidad analítica,
budget, sistema de reporting);
– la responsabilización de la dirección sobre los resultados globales de la administración introduciendo, de inmediato para el Director General y para los Directores
Sanitario y Administrativo, y en
perspectiva para toda la gerencia,
la temporaneidad de la relación de
trabajo o del cargo directivo.
8.2 Necesidades sanitarias
y consumos sanitarios
El proceso de programación
tiende hoy a reorientar el sistema
de los servicios no tanto en términos de equilibrio jurídico-administrativo e institucional, sino en términos de equidad distributiva de
los recursos técnicos y financieros.
El análisis de las experiencias de
programación ha puesto en evidencia una preocupante ausencia de
conexión entre datos de carácter
epidemiológico, necesidades expresadas e identificación de la respuesta.
La re-orientación en curso se basa en un reconocimiento científico
fundado sobre bases significativas
desde el punto de vista empírico de
los niveles de congruidad entre demanda satisfecha (prestaciones
erogadas) y necesidad sanitaria
(condiciones de salud) y una reformulación de hipótesis de reequilibrio territoriales de dotaciones de
servicios y centros.
9. La evolución
en los años futuros
Del rápido examen de las tipologías de los modelos organizativos
más recurrentes en la sanidad pública, se capta la progresiva expansión de los sistemas en relación con
la creciente difusión del derecho de
los ciudadanos para ser tutelados en
su estado de salud y de bienestar.
El extraordinario desarrollo económico de los últimos cincuenta
años en los países occidentales ha
hecho surgir un nuevo dato social,
y por lo mismo político, de la expectativa de salud y de protección
sanitaria a nivel de masa.
La cobertura asistencial sanitaria
ya es una conquista social irreversible que, por un lado asegura a
cuantos ven en el proceso de emancipación de la necesidad física y
existencial de protección de las enfermedades, un hecho de civilización y modernización, pero, por
otro lado, abre también una larga
serie de problemas inéditos económicos, éticos y organizativos, que
requieren y sugieren cambios profundos en los estilos de vida.
El costo de funcionamiento de
los actuales aparatos asistenciales,
tan extendidos y solidarios, es elevado y desafía a los equilibrios financieros de los balances estatales,
en el caso de servicios sanitarios
públicos, y la congruidad de las
cuotas de contribución personal en
los sistemas, públicos y privados,
fundados en los seguros o en la mutual de categoría.
Ya desde ahora podemos notar
que estos sistemas sufren de una
creciente desproporción financiera
y organizativa para hacer frente a la
expansión y a la fuerza de la demanda de salud en las formas originales propias de la igualdad de los
servicios y de su amplia gratuidad
y universalidad.
Los mecanismos selectivos activados por el acceso gratuito – o de
cualquier modo de menor aporte de
parte del ciudadano a los servicios
teniendo en cuenta el criterio de
renta, edad, patología, composición
del núcleo familiar... – en el futuro
verán acrecentar su alcance, hasta
tender a un necesario equilibrio de
equidad y solidaridad, importante
para una sanidad que necesariamente querrá (deberá) seguir siendo pública, porque ya es percibida
y vivida como un irrenunciable
bien social, de masa e invididual –.
No es temerario imaginar, en
efecto, que alrededor del valor salud y a la organización sanitaria se
constituirán los modelos sociales
de vida y de producción y sobre la
eficiencia para realizar sus objetivos se definirán los programas políticos de los gobiernos.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
En efecto, la importancia de la
salud y de la calidad de la vida está
destinada a definirse en los países
económicamente más adelantados
como un real y verdadero bien de
consumo, como el desahogo de un
neohumanismo sanitario, que traduce en la vivencia algunas reflexiones sobre el valor de los contenidos, incluso físicos y biológicos,
de la vida humana.
El aprecio creciente del bien-salud, llevará inevitablemente a una
convergencia uniforme de varios
modelos sanitarios iguales, en razón sobre todo de su correspondiente gravosidad y de la homologación cultural y social de la sanidad.
La emancipación de la cultura de
la salud de la ideología privatista
del individuo o de aquella mística
de la producción condicionará a los
gobiernos para que modelen los
programas sociales de organización de la convivencia y la compatibilidad de los usos de las tecnologías, sobre todo en vista de la optimación de las condiciones relacionadas con la calidad de la vida.
El derecho a la salud, desde el
punto de vista político, no solamente será valorado como contenido ético de una democracia en
progreso en el camino de la realización de sus principios, ni será
confinado al hecho técnico, reservado a los agentes, sino constituirá
poco a poco un derecho social, un
interés legítimo reivindicado por
las comunidades civiles.
En este contexto de principios
éticos y civiles, la carga de contaminación ambiental, o el uso de
tecnologías sucias o las iniciativas
adoptadas para disminuir la inercia
en la prevención de algunas graves
patologías difundidas, no sólo serán las concesiones de una iluminada y moderna inteligencia política
pasajera, sino una permanente y
consciente demanda de programa
político del ciudadano frente a los
administradores públicos.
Los derechos de reivindicación
tendrán un costo que el ciudadano
aceptará soportar para ser curado
de acuerdo a la forma indirecta – a
través del fisco – o de manera directa, pagando el seguro para acceder al médico y a los centros sanitarios públicos o privados.
La metamorfosis actual de la naturaleza de los ticket – de instrumentos para contener el abuso, a
medios de logros financieros; la racionalización en el uso de los recursos, de dato variable programático, se convertirán en contenido de
una demanda civil de lucha contra
la disipación para que sean colocados eficientemente, evitando costos crecientes de una medicalización de hegemonía y fuera de lo
normal.
Estas son las señales de una auténtica democratización de la sanidad, finalmente considerada como
una cuestión social.
La evolución hacia formas de
57
mercado, parcialmente liberalizado, llevará a la reducción de las
prerrogativas del médico – la laicización creciente de los procesos
científicos y del empleo de sus descubrimientos – promoverá una
transformación profunda de las necesidades y una radical modificación de los comportamientos sociales y de los modelos de respuesta
política a la nueva cultura sanitaria.
Desde ahora se hace evidente la
evolución en acto – tanto en el modelo privado americano como en
aquel “solidarista” europeo – la
restricción de la intervención pública a condiciones socio-sanitarias
de particular peligrosidad o penosidad social.
El proceso, hoy apenas a sus inicios, revela tanto la insoportabilidad de los costos de parte de los seguros como la incontenibilidad de
los déficit de los sistemas públicos,
oprimidos por la burocratización
de los modelos directivos.
La reducción de la política como
programa, juicio y verificación de
los resultados obtenidos, impulsarán pues a la sanidad pública para
que se concentre en áreas y sectores de intervención limitados pero
políticamente significativos en lo
que se refiere a calidad e importancia de los servicios.
Prof. FRANCO SPLENDORI
Catedrático de Programación
y Organización Sanitaria,
Universidad de Roma, Tor Vergata
DOLENTIUM HOMINUM
58
W.J. EIJK
Modelos éticos para administrar la salud
La gestión de la salud comprende la organización, la financiación
y las políticas sanitarias. Los varios temas que entran directamente
en estas materias, como la organización social de la asistencia sanitaria, según el modelo del libre
mercado o aquel estatal y la destinación de los recursos, serán objeto de otras conferencias de esta sesión plenaria de la tarde. La finalidad de este artículo es crear una
conexión entre la gestión de la cultura de la salud y las propias convicciones éticas fundamentales.
Además, en último análisis, las
elecciones hechas para organizar y
financiar las curas médicas dependen del concepto que se tiene de
salud, que depende de la idea que
se tiene del hombre, lo cual constituye la base de las convicciones
éticas de cada uno. De esta perspectiva quisiera presentar tres modelos éticos para la gestión de la
salud.
1. Curar la salud
como “servicio técnico”
La actual cura de la salud manifiesta una marcada tendencia a desarrollarse en un “servicio técnico”
no sólo para el enfermo, sino también para las personas sanas que
no están satisfechas del propio
cuerpo. Cirugía plástica, body
building con hormonas, modificaciones del sexo y dietas están a disposición para “perfeccionar” el
cuerpo humano de por sí sano. Y la
procreación, aunque no complicada en sí misma, no es abandonada
al “caso”.
La autora danesa Renate Dorrestein ha manifestado todo esto de
manera sorprendente en su novela
Dit is mijn lichaam (Esto es mi
cuerpo). Cas, uno de los principales personajes, mientras prepara el
desayuno para su esposa encinta,
Xandra, en el día de su cumpleaños, sueña a ojos abiertos al niño
que deberá nacer. El habría sido:
“al cien por ciento un hombre, como había asegurado la clínica del
sexo al inicio del costoso tratamiento. Ellos deseaban tener después una niña, y luego un nuevo
seno para Xandra...”1.
El regalo para el cumpleaños
consiste en una nueva nariz para
Xandra. Mientras tanto él – consciente de tener que afrontar otra
jornada sin alimentos – observa
con ojos claramente codiciosos
que la mujer come sus croissants,
ella lo animaba: “Esta tarde tendrás seicientas calorías... Cuando
era niño su madre lo había hecho
engordar y, con sus tortillas y sus
pasteles, lo había convertido en un
goloso... En la cocina, en la que
siempre había olor de manteca, nada lo había preprado para el hecho
de que en el mundo real cada cosa
se resuelve con la perfección física”2.
Esto es una consecuencia de
considerar al cuerpo como un objeto de prestigio o como el medio
más importante para impresionar a
los demás seres humanos. Según el
prevaleciente concepto neokantiano de hombre, que en fin de cuentas se basa en el dualismo cartesiano, el cuerpo es visto como un objeto que se puede manipular, como
si fuera algo opuesto a la persona
humana. Kant definía a la persona
como un ser que puede decir “Yo”,
que posee conciencia de sí y tiene
una conciencia moral3. Partiendo
de esta definición, los neokantianos reducen la esencia de ser una
persona a la manifestación de funciones específicamente humanas
del cerebro: actividad racional y
capacidad de comunicación social4. Según esta visión del hombre, los fetos humanos y los recién
nacidos5, así como los pacientes
con daños cerebrales irreversibles6, serían considerados sólo “seres humanos”, pero no personas
humanas, con derecho a la autonomía y a la vida. Los que son calificados como personas humanas podrían ejercer su autonomía incluso
hasta el límite de disponer de sus
cuerpos y de sus vidas, porque la
naturaleza biológica es vista como
extrínseca a la persona humana y,
por tanto, un bien simplemente
instrumental.
El cuidado de la salud se ha convertido así en un “servicio técnico”
que permite no sólo curar las enfermedades, sino también perfeccionar un cuerpo sano o incluso
una simple procreación. Se prevé
que esta tendencia se acentuará en
el próximo futuro. Por medio de
exámenes y de diagnosis genéticas, las faltas de perfección, los
llamados defectos, pueden ser descubiertos antes que se manifiesten.
Al ofrecer el camino al aborto selectivo, la diagnosis prenatal previene el nacimiento de seres humanos considerados “imperfectos”.
“Dado que la cura de la salud
concebida como un “servicio técnico” da la impresión de que el
cuerpo y por tanto la futura vida se
puede “construir” a través de la
manipulación y la reproducción
técnica de seres humanos, los enfermos no raramente se crean ilusiones sobre resultados que la medicina y la cirugía moderna pueden
lograr. La respuesta “no, yo no
puedo harcer nada más por usted”
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
será difícilmente aceptada por muchos pacientes. Job Olson, el abuelo de Cas en la novela apenas citada, considera la hipertrofia de su
próstata como “una verdadera burla de la dignidad humana”. Sin
embargo, aquel tosco babuino que
pretende ser un especialista, mientras lavaba sus sutiles manos blancas, había dicho sin pestañear:
“Usted simplemente debe aprender a convencerse”... El había
pensado que lo habrían operado,
que le habrían hecho algo con el
laser, o por lo menos un eficaz tratamiento con píldoras. Se podían
separar gemelos siameses, trasplantar corazones, agrandar senos
pequeños, reducir aquellos grandes; se congelaban esperma y óvulos fertilizados fuera del seno materno. Cada pedacito y fragmento
de hombre podía ser corregido,
arreglado, perfeccionado. Partes
nuevas o muy mejoradas eran disponibles para todo el kit; sólo Job
Olson perdía el tren”7.
Estas expectativas lanzadas demasiado en alto pueden llevar, por
un lado a tratar de prolongar la vida con fútiles tratamientos y, por la
otra, a mirar la eutanasia como a la
última solución “técnica” para todos los sufrimientos. Ambas posiciones denotan la misma actitud de
no aceptar la vida como un don y a
rechazar la disposición de ponerse
en las manos de Dios, el Creador
de la vida.
A raíz de estos desarrollos, las
estructuras sanitarias en los países
occidentales se han convertido en
institutos altamente técnicos, administrados como industrias. Los
elevados requerimientos de los pacientes y los costos de las nuevas
tecnologías, sumados a la carencia
de recursos, estimulan a los dirigentes de la salud a organizar el
ofrecimiento de sus servicios de
manera burocrática. Protocolos,
llenados por agencias gubernamentales y a menudo también por
aseguradores sanitarios, prescriben la duración calculada de los
contactos entre médicos y pacientes, la duración de la hospitalización para los diferentes tratamientos médicos y el modo exacto como proceder según los diferentes
casos. Este concepto de “cura directa” tiene sus orígenes en los Estados Unidos de América, pero encuentra hoy un creciente apoyo
también en los países de Europa
occidental8.
Generalmente, los protocolos se
basan en el cálculo del posible resultado de la intervención médica
y quirúrgica en ciertas categorías
de pacientes, según la edad, la tasa
de éxito y la calidad de la vida que
se puede esperar después del tratamiento. Un criterio importante en
este análisis costo-eficacia es el
número de “Quality-Adjusted Life
Years” (Años de vida de calidad
mejorada), cuya abreviación es
“QALY’s”. Por ejemplo, al decidir
de aplicar un tratamiento salva-vida, como el trasplante de un órgano, al paciente A o al paciente B, la
teoría QALY ofrece la posibilidad
de calcular el número de años de
vida logrados, aplicando una adecuada tasa de descuento para los
períodos en los que la calidad de la
vida habría sido pobre por razones
de una enfermedad o de invalidez.
Supongamos que esperamos que
los pacientes A y B vivan todavía
dos años después de la operación y
que A tenga un estado de salud
normal mientras B esté obligado a
guardar cama, entonces la tasa de
descuento sería del 0,5% para el
paciente B. El acercamiento
QALY puede servir para colocar
recursos curativos en micro o macro niveles. Por la primera vez ha
sido usado en larga escala en el estado de Oregón, con el fin de redactar una lista de las prioridades
de los servicios sanitarios9.
Si bien aparentemente la teoría
es muy racional, en verdad ella
plantea el problema de cómo evitar
el subjetivismo y encontrar criterios objetivos para comparar los
años de vida de salud normal con
los años de enfermedad o de invalidez. Contra un grupo de defensores de la teoría QALY, entre los
cuales Peter Singer10, Harris argumenta, según mi parecer justamente, que ella comporta un “doble
riesgo” para quienes ya sufren enfermedades. El primer riesgo consistiría en su enfermedad por la
cual, como segundo riesgo, serían
“castigados” al no ser admitidos al
necesario tratamiento médico, con
ventaja de algún otro que goza ya
desde el inicio de mejor salud y,
por tanto, tiene un número más
elevado de Años de vida de calidad mejorada11. Esto constituirá
ciertamente una desventaja para
59
los más ancianos y comportará que
el gasto por los paliativos a usarse
en la enfermedad terminal tienda
automáticamente hacia cero. De
este modo, las políticas sanitarias a
menudo dejan de lado la situación
particular, sobre todo las necesidades humanas de los pacientes, haciendo difícil para ellos soportar e
integrar emotiva y espiritualmente
su sufrimiento. Todo esto – considerado junto con la opinión que la
vida corporal posea solamente un
valor extrínseco y con la desilusión que se prueba en casos en los
que ilusorias esperanzas no pueden ser satisfechas – ejerce una
presión en los responsables de la
sanidad en el mundo occidental
para permitir actos que pongan fin
a la vida, en la forma de la eutanasia o del suicidio asistido, como
respuesta técnica última al sufrimiento si ya no se tiene más a disposición algún tratamiento eficaz.
2. Cura de la salud
sin tecnología médica
La posición opuesta es el rechazo de la moderna tecnología médica. Por razones religiosas, algunos
miembros de denominaciones ortodoxo-protestantes en Holanda se
oponen, por ejemplo, a la inmunización. En el pasaje de Mateo 9,
12: “No necesitan médico los sanos, sino los que están mal”, y en
la definición de la Providencia según el domingo X del Catecismo
de Heidelberg, ellos ven una prohibición de la vacuna. Si es sano, el
hombre no debería tomar medidas
precaucionales contra eventuales
enfermedades futuras, porque esto
implicaría que él no reconoce a
Dios, quien todo tiene en sus manos, incluso el virus de la poliomielitis. Al hombre, por tanto, no
le es consentido armarse de medios “no ordinarios”, como la vacunación, contra los juicios de
Dios; puede hacerlo, pero con medicinas contra las enfermedades
que – según el citado texto de Mateo – son consideradas pruebas
propiciadas por sus juicios. A lo
más, le sería permitido usar medios “ordinarios” (naturales), como los cuidados contra las futuras
enfermedades. Esto fue fuertemente criticado durante las epidemias de poliomielitis que se verifi-
DOLENTIUM HOMINUM
60
caron en algunos pueblos holandeses en 1971 y en 1978. Durante esta última, resultaron infectadas 110
personas – todas ortodoxo-protestantes; una de ellas murió, mientras pocas de ellas fueron afectadas
por parálisis prolongadas o permanentes12.
Un credo parecido existe entre
los miembros de la Iglesia Ciencista, fundada por Mary Baker Eddy
en la segunda mitad del siglo pasado. No sólo rechazan las medidas
preventivas como la vacunación,
sino también los tratamientos médicos y quirúrgicos, incluso en situaciones de peligro de muerte.
Consideran a la enfermedad como
una ilusión que desaparecerá apenas el paciente dejará de creer en
su enfermedad. Puede lograr dicha
“cura” colocándose en un sólo plano con la “Mente Divina”, a través
de la oración para liberarse del engaño de la realidad material. Prescindiendo del aislamiento en el caso de enfermedades contagiosas,
es difícil obligar a los pacientes para que se vacunen o sean sometidos a tratamientos médico- quirúrgicos. De todos modos, los problemas surgen cuando esto toca a sus
propios hijos. En los Estados Unidos, por ejemplo, varias veces los
tribunales estatales han tomado
decisiones en favor de los niños
cuyos parientes o tutores rechazaban autorizar tratamientos médicoquirúrgicos, aplicando la doctrina
del “parens patriae”, el derecho
del Estado de intervenir en favor
de los niños en el caso de que las
acciones o las decisiones de sus
parientes o tutores amenacen su
salud”13.
En los últimos decenios hemos
visto un considerable repunte del
interés por las “terapias alternativas”. Se diferencian de la medicina
convencional, porque no se concentran simplemente en el cuerpo
aplicando una elevada tecnología
desde el punto de vista mecanicista, sino “tienden a mirar a los individuos en términos holistas. Son
considerados como individuos íntegros y como partes que componen una realidad más amplia”14.
Por tanto, estas terapias son algo
que se define vagamente como
“medicina holísta”. El “movimiento a favor de la cura holística” ha
logrado una gran influencia al
mostrar mucho interés tratando a
los pacientes como personas integrales y educando a la gente a la
responsabilidad en lo que se refiere
a su salud física y mental y aplican
terapias “naturales” o alternativas.
Estas terapias – denominadas también no-ortodoxas, complementarias o no-convencionales – comprenden varias categorías como
aquella espiritual (cura de la fe y
cura paranormal), la categoría psicológica (representación mental,
hipnósis y terapia de la sonrisa), la
categoría nutricional (integradores
herboristas, vitamínicos y minerales y dietas macrobióticas), la categoría de las sustancias medicinales
(sueros, homeopatía, inyecciones
de células vivas de fetos y animales) y una categoría que implica
fuerzas físicas (quiropráctica, masaje, digitoterapia, agopuntura y
electroterapia). Un método alternativo para diagnosticar las enfermedades internas es la iridologia15,
mediante la cual se examina el iris
del ojo.
En 1981, los grupos de profesionales que practican un cierto tipo
de medicina alternativa en Gran
Bretaña, contaban globalmente
con más de 11,000 miembros, lo
cual representaba el 41% de los
médicos genéricos. Fulder habla
de un incremento del 10% por año
a partir de esa fecha. El 8% de los
médicos generales en Gran Bretaña pertenecía a cuerpos médicos
profesionales complementarios16.
Ese mismo año el 7% de la población danesa consultaba cada año a
un profesional de la medicina no
convencional17. Una ley cuadro,
cuyos detalles todavía deben ser
redactados, la “Wet op de beroepen
in de individuele gezondheiszorg”
(profesiones en actividades sanitarias individuales) promulgada en
noviembre de 1993, establece que
con excepción de los llamados actos reservados, personas diferentes
de los médicos están autorizados
da manera formal para realizar actividades en el ámbito de la cura
sanitaria individual. Esto dará mayores posibilidades a los terapeutas alternativos18. En 1990, una encuesta realizada en los Estados
Unidos reveló que el 34% de los
entrevistados el año anterior había
efectuado al menos una vez una terapia no convencional y que un
tercio de estos se dirigía a expertos
de este tipo de tratamiento19. Gene-
ralmente se trataba de personas
instruidas y con elevados ingresos.
A menudo los médicos desconocen el uso difundido de terapias alternativas. El 72% de las personas
que han respondido y buscan ayuda, se abstienen de informar a sus
médicos.
Si bien, de manera especial en el
círculos New Age, se haya vuelto
bastante popular el uso de los cristales, del toque terapéutico y de
curas psíquicas basadas en una
cierta explicación metafísica del
hombre, la mayor parte de los secuaces de esta corriente emplea
también la medicina occidental
“ortodoxa”. Solamente el 4% de
los entrevistados que declaraba
una condición médica prevaleciente, consultaba a un terapeuta alternativo sin recurrir también a un
médico20. Esto puede ser dañino.
Conozco el caso de la doméstica
de un párroco que había sufrido en
tres ocasiones de una enfermedad
parecida a la gripe y por lo cual había consultado sin resultados positivos a un profesional genérico que
emplea la medicina homeopática.
Después que finalmente fue aceptada en el hospital, se le encontró
una granulomatosis de Wegener,
una rara enfermedad que se caracteriza por una vasculitis de las vías
respiratorias superiores e inferiores junto con una gliomerulonefritis. Inmediatamente después, una
crisis a los riñones causó su muerte no obstante que la prognosis de
la enfermedad habría sido buena si
se hubiese iniciado en el momento
oportuno una terapia con ciclofosfamide (al inicio junto con el prednisone). Se han hecho ver otros
casos de este tipo, como el fatal retraso de la intervención del médico
en enfermos de cáncer, porque antes de ello se había intentado un
tratamiento alternativo, y una sordera surgida a causa de un largo
tratamiento a una inflamación del
oído medio con granos Weleda21.
El problema clave es el por qué
en nuestros días tantas personas
hacen un creciente uso de la medicina no convencional. Prescindiendo de otras razones, como las
desilusiones de los resultados de
tratamientos tradicionales o las
convicciones New Age, resulta ser
una razón importante el hecho de
que la medicina moderna tecnificada no está dirigida a la persona
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
considerada de manera integral22.
Según Frohock, “la medicina parece ocupar una posición entre la
ciencia y aquellos temas espirituales y a veces místicos de los cuales
deriva históricamente la medicina
moderna. Una creciente confianza
en la teoría y en los datos clínicos
hace que la medicina se parezca
más a la ciencia que a la cura popular; por esto la práctica médica
actual resiente mucho la influencia
de la separación cartesiana entre
mente y cuerpo, y por los resplandecientes progresos tecnológicos
de la investigación científica moderna. Por contraste, el razonamiento espiritual ve a los seres humanos en una perspectiva holística
que incluye espíritu y cuerpo y a
menudo acepta realidades que no
están al alcance de la investigación
científica”23.
En cierto sentido, rechazar toda
tecnología médica y encontrar el
proprio refugio en la homeopatía y
en otras formas alternativas de medicina podría ser una comprensible
reacción al carácter excesivamente
tecnificado e impersonal de la cura
de la salud convencional. Dado
que se concentran en la persona
humana considerada integralmente, ellas ejercen una gran atractiva
en un considerable número de pacientes y no solamente en aquellos
que están desilusionados de lo que
la medicina convencional les puede ofrecer.
La razón de la atracción de las
prácticas alternativas debería representar un reto para quienes son
responsables de la gestión de la cura de la salud: se debería dar mayor
atención a lo que la medicina burocrática y tecnificada puede ofrecer
a los pacientes como personas consideradas en todos sus aspectos y
con relación a sus necesidades específicamente humanas. Por otro
lado, aceptar también tratamientos
alternativos en sí plantea otros problemas. Al colocar los limitados
recursos en los servicios sanitarios, las agencias gubernamentales
y las compañías de seguros deben
tener en cuenta la eficacia de estos
tratamientos contra sus posibles
efectos dañinos y comparar ambos
factores con los de las terapias
standard. De todos modos, esto es
difícil porque los pro y los contra
de la mayor parte de las terapias alternativas no han sido verificados
de manera experimental, por lo
menos con procedimientos que satisfagan los criterios científicos de
la medicina convencional. Esto hace particularmente difícil distinguir una genuina terapia alternativa de las fraudes24. Sin tener la intención de expresar una opinión
sobre los tratamientos alternativos,
se puede temer que en ciertos casos usar solamente este tipo de cura comporte el riesgo de abandonar
los medios apropiados para preservar la vida a disposición en las estructuras sanitarias convencionales25.
3. Curación de la salud basada
en el personalismo prudencial
Una vía intermedia es la cura de
la salud basada en el personalismo
prudencial, un término que he tomado prestado de Ashley y
O’Rourke26. La visión personalista
del hombre, en el que se funda esta forma de cura de la salud, considera al cuerpo como una parte intrínseca de la persona humana que
participa en su dignidad como un
fin en sí mismo, rechazando de este modo todo dualismo entre algunas funciones espirituales del cerebro que por un lado constituyen la
personalidad y, por el otro, la naturaleza biológica del hombre. Esto
está confirmado por la Carta encíclica Veritatis splendor:
“El alma espiritual e inmortal es
el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste
existe como un todo – ‘corpore et
anima unus’ – (Gaudium et spes,
14) en cuanto persona. Estas definiciones no indican solamente que
el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará
también de la gloria; recuerdan
igualmente el vínculo de la razón y
de la libre voluntad con todas las
facultades corpóreas y sensibles”.
La persona – incluido el cuerpo –
está confiada enteramente a sí
misma y es en la unidad de alma y
cuerpo donde ella es el sujeto de
sus propios actos morales (n. 48)...
Una doctrina que separe el acto
moral de las dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a
las enseñanzas de la sagrada Escritura y de la Tradición. Dicha
doctrina hace revivir, bajo nuevas
formas, algunos viejos errores
61
combatidos siempre por la Iglesia,
porque reducen a la persona humana a una libertad ‘espiritual’, puramente formal. Esta reducción ignora el significado moral del cuerpo y de sus comportamientos (Cf.
1Co 6, 19) (n. 49)”27.
Este personalismo no admite
manipular el cuerpo, porque esto
equivaldría a manipular a la persona. Por el contrario, el cuerpo es
considerado aquella parte de la
persona que sufre, en la que se encuentra él o ella. Lo que a menudo
es visto como la última solución
técnica para todos los sufrimientos, la activa interrupción de la vida del cuerpo en sus varias formas,
no es una respuesta al sufrimiento
del hombre, sino simplemente la
eliminación del sujeto que sufre.
La única respuesta fructuosa frente
al sufrimiento de la persona humana como un fin en sí mismo es el
afecto y el amor al que se añade la
experiencia profesional médica y
de enfermería.
El personalismo descrito de este
modo no rechaza la tecnología, sino que la acepta plenamente y de
este modo muestra una apertura
plena a la cirugía plástica si es necesario por razones humanas, a la
ingeniería genética en lo que concierne a la terapia somática del gene, o a la procreación asistida
siempre que el acto conyugal no
sea sustituido por uno técnico. De
todos modos, esto excluye que el
hombre sea controlado por la técnica. El “auriga virtutum” (auriga
de la virtud), la prudencia, le mostrará lo que es apropiado para preservar la salud y la vida o – si esto
no es posible – para aliviar el sufrimiento con curas paliativas. De este modo, la cura de la salud no es
regulada solamente por la virtud
de la maestría (“ars” en latín), que
enseña como hacer o como producir cosas buenas (“recta ratio factibilum”), sino también, e incluso en
primer lugar, por la virtud de la
prudencia, haciéndolo capaz de actuar moralmente bien cuando toma
decisiones concretas (“recta ratio
agibilium”)28. El personalismo
prudencial, que conduce a una armonía entre cura y solicitud, garantiza una buena técnica y al mismo tiempo una cura auténticamente humana.
Respondiendo a preguntas de
elevada tecnología unidas a las de
DOLENTIUM HOMINUM
62
un acercamiento personalista, la
gestión de la salud comporta que la
cura de la salud se vuelva costosa.
Se debería ser conscientes del hecho que las estructuras sanitarias
no pueden contar con escaso personal, como las modernas industrias en las que una sola persona es
capaz de hacer funcionar toda una
serie de máquinas controladas por
el computer. Justamente porque las
necesidades humanas son el fundamento de todo desorden, físico y
mental, la mayor parte de las actividades sanitarias no puede ser automatizada, y este problema no se
resolverá protocolando el tiempo
dedicado personalmente a los pacientes. Si faltan los recursos económicos para emplear personal suficiente, se podría implicar en la
cura del enfermo a voluntarios
bien instruidos y organizados, así
como a miembros de la familia de
los pacientes.
Esto no excluye que protocolos
puedan ser útiles y necesarios para
una adecuada colocación de los recursos para la cura de la salud.
Ciertamente se trata de medios eficaces para hacer que las decisiones
médicas sean más objetivas y estén
orientadas al fin. De todos modos,
el punto es que el acercamiento
QALY, prescindiendo de las objeciones arriba mencionadas, puede
conducir fácilmente a un serio problema ético. Cuando se niega el
valor intrínseco de la vida de la
persona humana, la noción “calidad de la vida” es concebida fácilmente como un juicio sobre las razones para la ulterior existencia de
una persona concreta o de una categoría de personas. Perrett escribe: “...La santidad de la doctrina
de la vida se limita generalmente a
cubrir sólo las vidas humanas, hasta que el concepto de ser humano
es definido en términos de pertenencia a la especie biológica Homo sapiens, la doctrina es insatisfactoriamente especista en un
mundo en el que disminuye el valor de algunos seres en la simple
base moralmente sin importancia
de pertenencia a la especie. Además, es inaceptable suponer que el
sólo hecho de estar vivos sea intrínsecamente válido. La mayor
parte de nosotros es indiferente ante las perspectivas de extinción o
de coma irreversible... Personalmente, yo no atribuyo ningún va-
lor intrínseco al simple hecho de
ser vivos, sino más bien a aquellas
cosas que, siendo vivas, me habilitan a la experiencia. (Es por esto
que soy indiferente a las perspectivas de extinción y de coma irreversible). Mi vida parece tener valor
solamente por las válidas cualidades de experiencia que ella hace
accesibles y por las que son las
cualidades intrínsecamente válidas”29.
Al aplicar el acercamiento
QALY, la vida de la persona debería ser valorizada, según Perrett,
teniendo en cuenta dos componentes estrínsecas: “Ante todo está su
valor personal, es decir su valor
para la persona que vive. Pero,
también está su valor social, es decir, su valor para los demás. De este modo, el valor global de la vida
de una persona es la suma de su
valor personal y social”30.
Que una “calidad de vida pobre”, tomada como un bien extrínseco, sea concebida como un argumento para justificar la eutanasia y
otros actos intencionales de interrupción de la vida, es mostrado en
un informe de la Commissie Aanvaardbaarheid Levensbeëindigend
handelen (Comisión sobre la
Aceptabilidad de Acciones que Interrumpen la Vida, abreviada
CAL) de la Koninklijke Nederlandsche Maatschappij tot bevordering der Geneeskunst (Sociedad
Real Holandesa para la Promoción
de la Medicina, abreviada
KNMG). Dicha asociación afirma
que si la calidad humana de las vidas de pacientes en coma prolongado ha llegado por debajo de
“cierto mínimo”, desórdenes intercurrentes no deberían ser curados
y tratamientos de prolongación de
la vida deberían ser abandonados;
ya que de este modo se acepta la
muerte, es permitido suministrar
medicamentos en dosis letal con la
finalidad de interrumpir sus vidas31.
Dado que la expresión “Calidad
de vida” implica, aunque no necesariamente, este riesgo, deberíamos evitarla. Quizás podemos preferir el término “condición del paciente” en los análisis costo-beneficio y costo-eficacia. Este término, que generalmente se usa en la
medicina, es neutral y no sugiere
en sí una relación con la más “fundamental” calidad de vida.
En el caso de que sean inevitables los protocolos, las autoridades
sanitarias deberían impedir una
burocracia sofocante, dejando al
médico el espacio de tomar prudentes decisiones personales que
se alejen de la letra del protocolo
frente a situaciones concretas, de
conformidad con el principio de la
subsidiaridad.
Conclusión
Muchos empleados en las estructuras sanitarias, pensando tener necesidad de consultar a un eticista solamente en casos difíciles,
generalmente se interesan muy poco de las cuestiones éticas fundamentales. Espero que este artículo,
aunque breve, ponga en claro que
el concepto de hombre y las convicciones éticas que derivan de
ello, determinan al final las opciones hechas en la gestión de la cura
de la salud.
W.J. EIJK, M.D., STL
Profesor de Teología moral
en la Facultad
Teológica de Lugano (Suiza)
y en el Seminario Mayor
de la diócesis de Roermond (Holanda)
Notas
1
R. DORRESTEIN, Want dit is mijn lichaam,
Uitgeverij Contact/Stichting Collectieve Propaganda van het Nederlandse Boek, 1997, p.
27.
2
Ibid p. 30.
3
I. KANT, Die Metaphysik der Sitten, Einleitung IV, in: I. KANT, Schriften zur Ethik
und Religionsphilosophie, ed. W. Weischedel, Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1975, vol. IV, pp. 329-330, and I.
KANT, Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, . Teil, I. Buch, Paragraph 1, in: I. KANT,
Schriften zur Anthropologie. Geschichtsphilosophie. Politik und Pädagogik, Darmstadt:
Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1975,
Vol. IV, p. 407.
4
H.T. ENGELHGARDT, The Foundations of
Bioethics, New York/Oxford: Oxford University Press, 1986, pp. 104-109.
5
Ibid, pp. 228-236.
6
R.M. VEATCH, “The impending Collapse
of the Whole-Brain Definition of Death”,
Hastings Center Report 23 (1993), n. 4, pp.
18-24.
7
R. DORRESESTEIN, Want dit is mijn lichaam, o. cit., pp. 51-52.
8
W. VAN DER WERF, “Managed care. Een
nadere nuancering vanuit zorgaanbiedersperspectief”, Medisch Contact 52 (1997), n.
16, pp. 511-513.
9
D.C. HADORN, “The Oregon priority-setting exercise: quality of life and public policy”, Hasting Center Report 21 (1991), n.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
3/Supplement, pp. 11-16.
10
P. SINGER, J. MCKIE, H. KUHSE, J. RICHARDSON, “Double jeopardy and the use of
QALYs in health care allocation”, Journal of
Medical Ethics 21 (1995), pp. 144-150; idem
“Double jeopardy, the equal value of lives
and the veil of ignorance: a rejoinder of Harris”, Journal of Medical Ethics 22 (1996),
pp. 204-208.
11
J. HARRIS, “Double jeopardy and the veil
of ignorance – a reply”, Journal of Medical
Ethics 21 (1995), pp. 151-157; idem, “Would
Aristotle have played Russian Roulette?”,
Journal of Medical Etichs 22 (1996), pp.
209-215.
12
J. DOUMA, W.H. VELEMA, Polio, Afwachten of afweren?, Amsterdam: Ton Bolland, 1979 (=Ethisch Kommentaar 5), p. 9;
los argumentos éticos contra la vacunación
son discutidos en las pp. 43-62; los autores
no concuerdan con ellas, pero las exponen de
manera muy prudente en las pp. 63-80.
13
N. GEVITZ, “Christian Science healing
and the health care of children”, Perspectives
in Biology and Medicine 34 (1991), pp. 421438.
14
F.M. FRHOCK, Healing powers. Alternative medicine, spiritual communities, and the
State, Chicago/London: The University of
Chicago Press, 1992, pp. 173-174.
15
R.H. MURRAY, A.J. RUBEL, “Physicians
and healers – unwitting partners in health care”, The New England Journal of Medicine
326 (1992), p. 61.
16
S. FULDER, “Alternative therapists in Britain”, in: M. Saks (ed:9, Alternative medicine
in Britain, Oxford: Clarendon Press, 1992,
pp. 167-169.
17
Alternative medicine in the Netherlands:
summary of the report of the Commission for
Alternative System of Medicine, Leidschendam: Ministry of Health and Environmental
Protection of the Netherlands, 1981.
18
P. LENS, “Regulier en alternatief, een
LAT-relatie”, Medisch Contact 52 (1997), n.
39, p. 1221). Algunos temen que la nueva ley
haga más difícil instituir procedimientos contra terapias alternativas en mala fe, porque
esto será posible solamente en el caso de que
se pruebe daño o posibilidad de daño, lo que
no siempre es fácil; cf. Wet op de beroepen in
de individuele gezondheidszorg art. 96-98,
Wetgeving Gezondheidszorg (1994), febrero,
Suplemento 132, pp. 112-113.
19
D.M. EISENBERG, R.C. KESSLER, C. FOSTER, F.E. NORLOCK, D.R. CALKINS, TH. L.
DELBANCO, “Unconventional medicine in the
United States, Prevalence, costs, and patterns
of use”, The New England Journal of Medicine 328 (1993), pp. 246-252.
20
Ibid, p. 249.
21
El profesional genérico (antroposófico)
que había prescrito los granos Weleda, fue
censurado por el Tribunal Médico Disciplinario Central en La Haya, porque se había
desviado del modelo general de la medicina
convencional (1997/38, Tijdschrift woor gezondheidsrecht (1997), n. 5, pp. 294-297).
22
R.H. MURRAY, A.J. RUBEL, “Physician
and healers – unwitting partners in health care”, o. cit. p. 62.
23
F.M. FROHOCK, Healing Powers..., o.
cit., pp. 5-6.
24
J.F. DRANE, “Alternative therapies: ethical and legal issues”, in: Encyclopedia of bioethics, W.T. Reich (ed.), New York: Simon
& Schuster Macmillan. 1995 (revised ed.),
pp. 141-142; E. ERNST, “The ethics of com-
63
plementary medicine”, Journal of Medical
Ethics 22 (1996), pp. 197-198.
25
En el pasado, los moralistas católicos hablaban de distinción entre medios ‘ordinarios’ y ‘extraordinarios’. Los términos ‘proporcionado’ y ‘no-proporcionado’ expresan
mejor el hecho de que esta distinción se refiere a la relación entre ventajas y desventajas
del tratamiento. Cf. S. Congregatio pro Doctrina Fidei, “Declaratio de euthanasia”, AAS
72 (1980), pp. 549-550; Pontificio Consejo
para la Pastoral de los Agentes Sanitarios,
Carta de los Agentes Sanitarios, Ciudad del
Vaticano: Librería Editrice Vaticana, 1995
(4ª ed.) n. 120.
26
B.M. ASHLEY, K.D. O’ROURKE, Healthcare ethics. A theological analysis, St. Louis:
The Catholic Health Association of the United States, 1989 (3 ed.9), pp. 159-172.
27
Citado por Juan Pablo II, Carta encíclica
Veritatis Splendor, Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 1993.
28
S. Tomás de Aquino, Summa Theologica
II-II, 47, 5.
29
R.W. PERRETT, “Valuing lives”, Bioethics 6 (1992), pp. 186 e 198.
30
Ibid. P. 187.
31
CAL, Discussienota inzake levensbeëindigend handelen bij wilsonbekwame patiënten. Deel II: Langdurig comateuze patiënten,
Utrech: KNMG, 1991, pp. 30-35; cfr. Doen
of laten? Grenzen aan het medisch handelen
in de neonatologie, Utrech: Nederlandse Vereniging voor Kindergeneeskunde, 1992: la
interrupción activa de la vida de un recién nacido con defectos genéticos o congénitos sería aceptable, si la calidad de su vida se hubiese vuelto pobre y, por tanto, su vida ya no
sería ‘vivible’.
DOLENTIUM HOMINUM
64
JOSEPH JOBLIN
La distribución de los recursos económicos
y la salud
Algunas épocas como la nuestra
se encuentran en ruptura con las
que le han precedido. Esto se nota
sobre todo en algunos campos como aquel relacionado con la salud.
El movimiento para lograr la igualdad, que inició en los Estados Unidos en el siglo XVIII y se propagó
gracias a la Revolución Francesa,
ya no tolera desigualdades en este
campo. La salud es considerada cada vez más como un bien al cual todos deberíamos acceder; pero la
distribución de los recursos económicos entre los países y dentro de
una misma nación es tan desigual
que los cuidados sanitarios son un
privilegio de una minoría. La situación denunciada por la Gaudium et
spes (§§9, 88.1) sobre el contraste
entre la “opulencia” de pocos privilegiados y la miseria de grandes
poblaciones, se verifica en materia
sanitaria en todas las sociedades.
Frente a este “escándalo”, el cristiano debe preguntarse cómo hacer
para que los recursos de la tierra estén al servicio de todos. Mi intervención quiere contribuir para
aclarar esta cuestión.
1. La actualidad del problema
Los moralistas cristianos han
enseñado siempre que la madre
que roba el pan para nutrir a sus hijos y para mantenerlos en vida no
comete ningún robo si es que no
quita lo necesario a aquel que lo
posee, porque los bienes de la tierra han sido proporcionados para
ser usados por todos y apropiarse
de ellos es un medio para lograr este fin: “la creación entera es para el
hombre... cada hombre tiene el derecho de encontrar allí lo que necesita... nadie está autorizado a reservar exclusivamente para sí lo que
supera su necesidad”1.
Aún manteniendo una cierta relación con el clásico caso que hemos recordado, el problema que
nos interesa es de otra naturaleza.
Aquí se manifiesta la ruptura entre
nuestra época y las que la han precedido. No se trata ya de la madre
que toma el pan para nutrir a sus hijos; la atención se coloca aquí en
las poblaciones marginales y minoritarias cuyas capacidades físicas y
psíquicas han disminuido por falta
de cuidado. Nos preguntamos entonces si ellas tienen derecho a pedir a quienes disponen de abundantes recursos económicos una mejor
distribución de los bienes de la tierra, que les permitan efectivamente
“crecer en humanidad”2 y contribuir en el desarrollo del planeta. La
salud ya no es considerada como
ausencia de enfermedad sino como
un bien en sí del cual es legítimo y
profundamente justo beneficiar
movilizando los recursos económicos disponibles en cualquier parte
se encuentren.
El cambio de perspectiva hecho
en nuestra época constituye el primer reto que debemos captar: ¿pesa una “hipoteca social”3 sobre los
bienes de la tierra, especialmente si
se quiere asegurar la salud a todos
sus habitantes? Si la respuesta es sí,
¿qué debemos entender por salud?
¿Cómo inscribir esta exigencia en
la realidad? ¿Existe un nexo entre
derecho a la salud y derecho al desarrollo? ¿Cómo destinar de manera justa esos recursos económicos a
esta finalidad? Es claro que en un
determinado momento los recursos
económicos serán limitados y se
tendrán que hacer determinadas
elecciones. Se trata sólo de algunas
cuestiones planteadas por el ejercicio del derecho a la salud: este derecho no puede separarse de la idea
del desarrollo y de la justa distribución de los recursos de la tierra
que, aunque destinados a todos,
son insuficientes si se tienen en
cuenta las necesidades4.
2. Derecho a la salud y desarrollo
solidario de la humanidad
La expresión “derecho a la salud” se ha vuelto hoy una expresión corriente; en efecto, es reciente; su contenido se ha ido delineando en el curso de estos últimos cincuenta años durante los cuales ha
sido progresivamente asociado a la
idea del desarrollo.
Los primeros hombres políticos
que pusieron en marcha la doctrina
de los derechos del hombre, propusieron controlar la organización social con el fin de asegurar a todos
satisfacer las propias necesidades
esenciales; entre ellas la salud apenas fue mencionada. Roosevelt
consideró la salud como una simple liberación de la enfermedad. En
su discurso de las Cuatro libertades (6 de enero de 1941), enuncia
aquellas libertades que deberían
asegurarse prioritariamente a todos
los hombres al finalizar la guerra;
se trata de la libertad de palabra, de
la libertad religiosa, de la liberación de la necesidad para asegurar
a los habitantes de cada nación “a
healthy peace time” y de la liberación del temor y de la guerra. Contemporáneamente, Pío XII dedicó
su Mensaje de Navidad de 1942 a
la reorganización interna de los Estados, pidiendo promover la dignidad de la persona humana, es decir
“el derecho a realizar y a desarrollar la vida corporal, intelectual y
moral, especialmente el derecho a
una formación y a una educación
religiosa”. La Declaración univer-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
sal de los derechos del hombre, publicada en 1948, no menciona directamente el derecho a la salud sino más bien dedica algunos artículos al derecho al trabajo, a las libertades fundamentales, a las nacionalidades, etc...; entre los elementos
del nivel de vida al que todos deberían acceder el art. 25 recita: “Cada
persona, tiene derecho a un nivel
de vida suficiente para asegurar la
salud, su bienestar y el de su familia...”. Estos textos muestran que al
inicio de esta última mitad del siglo, los espíritus más iluminados y,
a fortiori, la opinión pública, seguían considerando la salud como
una situación ciertamente invidiable, pero que derivaba ante todo de
la ausencia de enfermedad.
El primer camino trazado en la
concepción tradicional de la salud
fue obra de quienes pusieron las
bases de la Organización Mundial
de la Salud, cuya constitución,
adoptada en 1946 y que entró en
vigor en 1948, otorga un contenido
positivo a la salud; en efecto, afirma que la salud debe ser considerada como “a state of complete physical, mental and social wellbeing
and not merely the absence of desease or infection”; pero sólo en
1978, durante la Conferencia de
Alma-Ata (URSS), se adoptará oficialmente un concepto dinámico de
la salud, vista como una condición
sine qua non del desarrollo. Este
punto de vista fue asumido por la
Asamblea General de las Naciones
Unidas a partir de 1979.
a) El desarrollo permite la mejora de los cuidados sanitarios y depende ampliamente de ellos. La
Declaración de Alma-Ata (1978),
obra de la OMS reviste aquí una
importancia particular. Presentamos a continuación tres afirmaciones:
* la salud debe ser objeto de una
política voluntarista de parte de
los gobiernos. Después de haber
proclamado que la salud es “a fundamental human right”, el Principio I de la declaración añade: “The
attainment of the highest possible
level of health is a world-wide social goal whose realization requires the action of many other social
and economic sectors in addition
to the health sector”. De este modo
el objetivo de una política sanitaria
no se reduce ya a la simple defensa
de los miembros de una comunidad
contra la enfermedad, sino que es
el resultado de una política voluntarista que resulta de la movilización de los recursos económicos y
otros de parte de los Estados.
* La satisfacción del derecho a
la salud depende de la realización
de un desarrollo económico y social en beneficio de todos; permite
asegurar un desarrollo económico
y social fuerte y contribuir a mejorar la calidad de la vida y de la paz
(Principio II).
* Un nivel de salud aceptable en
el mundo no puede lograrse sin
una reorientación del empleo de
los recursos económicos: “An accetable level of health for all the
people of the world by the year
2000 can be attained through a fuller and better use of the world’s resources, a considerable part of it is
now spent on armaments and military conflicts. A genuine policy of
independence, peace, detente and
disarmament could and should release additional ressources that
can well be devoted to development of which human health is an
essential part...” (Principio X).
La importancia de estos textos
no deja de llamar la atención:
– siguen considerando a la salud
como un bien en sí para el individuo
– afirman que su realización depende de la reunión de un cierto
número de factores de orden social
y económico
– particularmente por una mejor
distribución de los recursos económicos
– no creen que el desarrollo sea
posible sin una mejora de la salud
de las poblaciones.
Alma-Ata fue solamente una
etapa. La relación que la Declaración afirma que existe entre la salud y el desarollo se profundizará
luego: el desarrollo no tenderá solamente a una reorientación de los
recursos en beneficio de la salud
(Principio X) sino a difundir los
cuidados sanitarios como condición de un desarrollo equilibrado;
pero, ¿porqué preferir esto último a
un desarrollo desigual que asegure
la felicidad exclusiva de una minoría?
b) El desarrollo solidario de la
humanidad postulado por la antropología cristiana, implica el reconocimiento y la satisfacción del derecho a la salud de parte de todos.
Las Naciones Unidas y la Iglesia
hablan con insistencia de la necesi-
65
dad de una justa redistribución de
los bienes de la tierra. Esta afirmación ha sido uno de los leitmotiv de
la Gaudium et spes (1965): “Mientras inmensas multitudes no cuentan aún con lo necesario... el lujo
está acompañado por la miseria”5.
Pero, mientras los textos de las Naciones Unidas se introducen en las
razones por las que estos desequilibrios no son aceptables en la sociedad, los del Magisterio son más
claros al respecto. Se inspiran en
una antropología social que, fundamentalmente, ve en el hombre al
“artífice de su destino”6 o, como
decía León XIII en la Rerum novarum, el hombre debe encontrar en
la tierra, en los recursos económicos, los medios para realizar su
propia vocación sobrenatural7.
La antropología cristiana insiste
sobre la persona humana y no sobre el individuo como los filósofos
del siglo XVIII; por esto puede hacer a la colectividad solidariamente
responsable de utilizar los recursos
a su disposición para asegurar a cada uno los medios de crecimiento.
Según el cristianismo, la persona
es un sujeto autónomo de decisión
moral que construye el orden social a través de esta decisión; de este modo se distingue del socialismo y del liberalismo8. Por un lado,
el socialismo considera al ser humano como una molécula o un
“engranaje”9 del organismo social,
de manera que el bien del individuo es asegurado por el Estado
prescindiendo de su elección autónoma y de su decisión responsable.
El liberalismo, a su vez, ve en la organización social una creación del
hombre y no un hecho de la naturaleza que depende de determinadas
leyes.
El fundamento de la visión cristiana se encuentra en el “precepto
natural de amor recíproco y de mutua misericordia” que los seres humanos se deben unos a otros; esto
no puede realizarse sin la existencia de una “unidad política y moral” entre ellos “aunque sean extraños y pertenezcan a cualquier categoría”10; en una palabra, son las
instituciones que permiten al hombre ejercer su sociabilidad y poner
los recursos de la tierra a disposición de todos, lo cual no puede tener lugar cuando las estructuras societarias marginan a enteras poblaciones privándolas, entre otros, de
los cuidados sanitarios elementa-
DOLENTIUM HOMINUM
66
les. Es necesario, decía Pablo VI,
“poner en común los recursos disponibiles y de este modo realizar
una verdadera comunión entre todas las naciones”11.
De este modo, el derecho individual a la salud logra para el cristiano una dimensión colectiva. Está
ordenado al desarrollo y al progreso de la comunidad, para que los
hombres sean solidarios entre sí.
Su empeño en los asuntos de la ciudad es un medio para practicar la
caridad hacia los demás liberándoles de un obstáculo (en este caso de
la ausencia de salud) que los tenía
separados12.
Queda un punto por resolver: el
modo como asegurar una justa distribución de los recursos económicos. ¿Cómo pueden satisfacer concretamente los funcionarios de un
país este derecho a la salud cuando
los recursos disponibles son limitados y se quiere destinarlos a empleos diferentes? ¿Qué “principio directivo” permite arbitrar entre estos
diferentes requerimientos que cada
uno de los actores considera justos?
3. Realización del derecho
a la salud
La afirmación de un derecho a la
salud para los individuos y los pueblos choca diariamente con los requerimientos de satisfacer los demás derechos esenciales: ¿en qué
principios debemos basarnos para
resolver estos conflictos? ¿Qué sugerencias prácticas se pueden obtener del estudio de casos concretos?
3.1. Principios de solución
a) La distribución de los recursos debe realizarse según el principio de la justicia social. Esta es la
doctrina constante de la Iglesia
desde hace un siglo. Para la Iglesia
es una cuestión de justicia que los
recursos económicos estén a disposición de todos para permitirles satisfacer su derecho a la salud. Pero
se dirá que liberalismo y socialismo hablan ambos de justicia: ¿cuál
es entonces la especificidad de la
Iglesia? ¿Cuál es el contenido de la
expresión “justicia social” que se
ha vuelto tan corriente que ni siquiera se busca profundizar el sentido que tiene?
Como hemos dicho, la antropología cristiana se opone al indivi-
dualismo liberal. Para ella, entre
los seres humanos existe una solidaridad por la naturaleza que es el
fundamento de obligaciones recíprocas. Para quienes sostienen las
doctrinas liberales, no existe destinación universal de los bienes, son
una res nullius de los que cada uno
puede apropiarse legítimamente;
ninguna solidaridad natural obliga
a subvencionar a las necesidades
esenciales de los demás; solamente
las convenciones que los hombres
establecerán entre sí pueden crear
un derecho para beneficiar justamente de dicho servicio de la sociedad.
La visión cristiana de la justicia
social es también incompatible con
aquella de ciertos socialismos. Para
estos, existe una solidaridad natural entre los hombres pero su actuación es dejada al Estado. Los cuerpos intermedios no administran directamente la cosa pública, mas
son los instrumentos de la voluntad
del poder. El horizonte de esta justicia social es de orden puramente
terreno.
En la perspectiva cristiana, la
disposición del espíritu para vivir
conforme a las exigencias de la solidaridad natural permite hablar
de justicia social en dos sentidos:
reconociendo que existe un orden
de las cosas querido por el Creador,
el ser humano se siente responsable de conformarse con la realidad.
El Estado tiene un papel ciertamente necesario pero sólo subsidiario.
La participación de los individuos
a los cuerpos intermedios es para
ellos el medio para tomar una parte
activa en este esfuerzo, en unión
con los demás y con el Estado, con
la finalidad de lograr este fin.
b) Definición del concepto de
justicia social. Aunque el concepto
de justicia social sea la norma clave de las relaciones sociales, sólo
recientemente ha aparecido ya que
la intervención humana en la economía no tenía ningún sentido antes de la era industrial. Ciertamente
podemos constatar el creciente uso
de la expresión a partir de la mitad
del siglo XVIII, pero su naturaleza
y su papel guía sin duda han sido
expresados por primera vez por Pío
XI, especialmente en la Quadragesimo anno (§95) y en la Divini Redemptoris (§51). En ambos casos,
se trata de la presentación del principio directivo que debe conformar
toda la vida económica.
Ante todo recordemos que no se
trata de un modelo o de “un sistema técnico determinado”13 que sería suficiente reproducir, sino de
una disposición permanente de la
voluntad que impulsa a investigar
y a elegir en cada circunstancia lo
que pone a disposición de los
“miembros de una comunidad”
“todo lo necesario para el desarrollo de sus funciones sociales”14.
La enseñanza de Pío XI sobre la
justicia social se coloca en el centro de la cuestión “salud y distribución de los recursos económicos”.
Comprende dos niveles: sociológico y doctrinal. Sociológico: ya que
compara las relaciones sociales a
las de un “inmenso cuerpo viviente
(en el cual) cada órgano desarrolla
un determinado papel que condiciona al mismo tiempo el propio
desarrollo y sus relaciones con los
demás”15 (lo que supone que todos
los miembros de la sociedad gocen
del mejor estado de salud posible);
doctrinal, ya que ve en la justicia
social el “principio regulador” que
asegura de manera eficaz una “actividad intensa de toda la vida económica en la paz y en el orden”16.
c) evolución de la enseñanza de
la Iglesia sobre la doctrina social.
La promoción del derecho a la salud nunca ha ocupado un puesto
central en la enseñanza social de la
Iglesia. Sin embargo ha asumido
un puesto importante bajo el empuje del Pontificio Consejo para la
Pastoral de los Agentes Sanitarios,
que no sólo afirma que los enfermos y los minusválidos son miembros con pleno título de la comunidad humana, sino que subraya su
parte específica en una perspectiva
cristiana para la edificación de un
mundo más humano; el Pontificio
Consejo no solamente ha recordado la aproximación cristiana a los
problemas de enfermedad y de salud, sino ha examinado como promover la salud gracias a las 12
Conferencias Internacionales que
se han realizado en Vaticano o a los
trabajos de la Pontificia Academia
para la Vida.
La profundización del concepto
de salud ha sido realizada en tres
direcciones: a) como factor a integrarse en las teorías del desarrollo;
b) como campo de investigación
que debe movilizar todas las disciplinas científicas cuyos trabajos inciden en la salud; c) como realidad
humana y por tanto moral dado que
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
todas las pistas de investigación
deben tener como fin el bien del
hombre tomando como criterio la
vida, en su origen, desarrollo y término.
Estos aspectos diferentes ponen
en relación el uso de los recursos
económicos y la realización del derecho a la salud; esta es una condición indispensable en la participación de cada individuo o comunidad al desarrollo de la sociedad y al
crecimiento de cada persona en su
humanidad.
Penetramos aquí en un nuevo terreno. El derecho a la salud ya no
es sólo el derecho individual que
confiere a cada ser humano, a cualquier comunidad, pueblo, raza o religión pertenezca, de acceder a los
recursos económicos de la tierra
con la finalidad de lograr el mejor
estado físico o psíquico (OMS). Se
ha convertido en un derecho colectivo, en el sentido que la difusión
de la salud en beneficio de todos
condiciona el pleno desarrollo de la
vida económica y social de una comunidad. La salud ya no es más el
residuo de una política de desarrollo, sino una de las condiciones sine qua non para su logro. En esta
perspectiva, la responsabilidad del
Estado cambia; no se limita sólo a
una justa distribución de los cuidados sanitarios sino que presupone
de su parte una política activa para
valorar la incidencia de todos los
factores de la vida colectiva en el
estado de salud de todos y de cada
uno de los ciudadanos. La sana
gestión de las políticas sanitarias
no sólo debe refererirse a la disponibilidad de servicios sanitarios
hasta los lugares más distantes del
país, sino debe considerar los efectos que pueden tener en el nivel de
salud las políticas en materia agrícola, escolar, comercial, industrial
etc.17.
De este modo se ponen en evidencia tres principios que muestran
el nexo entre salud, desarrollo y recursos económicos:
* el hombre es un ser social que
tiene necesidad de la cooperación
de los demás en razón de la exigüidad de sus fuerzas18; tiene derecho a formar comunidades políticas con el fin de “lograr los recursos necesarios para su (desarrollo)”19. Vemos que este principio
tiene una contrapartida: “los hombres no pueden perseguir sus intereses con el precio de una injustica
para los demás” (dº);
* individuos y comunidad deben
cooperar por encima de cualquier
espíritu de dominación económica
y política para que el mayor número de individuos forme parte del
proceso de desarrollo;
* esta cooperación debe ser
práctica y debe tener como objetivo la reforma “de las disposiciones
legales en vigor cuando no tengan
en debida cuenta la igual distribución de las ventajas y de las obligaciones de la vida social”20; al
respecto, Juan Pablo II puntualiza
este principio en la Sollicitudo rei
socialis cuando habla de las responsabilidades de los individuos y
de las comunidades frente a las
“estructuras de pecado”21. Existe,
pues, un doble aspecto en la relación salud/recursos económicos:
por un lado la destinación universal
de los bienes exige que los recursos
económicos sean administrados
por la sociedad de manera que permita a cada uno gozar en lo posible
el mejor estado de salud con el fin
de participar en el desarrollo humano de su comunidad; por otro lado,
este objetivo no puede ser logrado
sin una política activa que trate de
reformar las estructuras de la sociedad que frenan su realización.
3.2. Aplicación de la doctrina:
estudio de casos concretos
Existe una distancia entre los
principios y la doctrina que hemos
explicado y la realidad. En efecto,
todos los actores sociales no comparten el mismo punto de vista sobre las prioridades que es oportuno
adoptar para acercarse al ideal de
justicia que se ha delineado. Algunos ejemplos tomados de recientes
publicaciones permiten tener una
idea de las dificultades prácticas
que encuentra quien desea poner
los recursos económicos al servicio
del común derecho de todos a la salud y podrían ser desanimadores.
* Lo primero que hay que considerar es la desproporción de los
presupuestos sanitarios entre los
países industrializados y aquellos
en vías de desarrollo. Las poblaciones ricas de los países occidentales
disponen de abundancia de medicinas sofisticadas, mientras aquellas
más pobres no cuentan con los remedios elementales que les permitirían acceder al agua potable o eliminar algunas enfermedades parasitarias que afectan especialmente
67
a los niños. Pero ¿dónde y cómo fijar los límites a los cuidados médicos y a la investigación en los países ricos? Se pasa insensiblemente
de curas costosas a otras que se
muestran como extravagantes. El
Prof. Salvatore Rubino22 hace notar
que de los cuidados necesarios para mejorar la masticación se pasa al
requerimiento de correcciones estéticas del rostro a costo de la colectividad, poniendo como argumento el prejuicio psicológico que
se prueba; y, completando su observación sobre la tendencia del requerimiento de cuidados, añade
que “debemos recordar las listas
de espera en los hospitales para
cambiar de sexo”. Ciertamente
quienes tienen tareas directivas deben tener en consideración la opinión pública y el hecho que la investigación médica, aunque muy
costosa, es una etapa necesaria para poner remedios simples y eficaces a disposición de todos; pero no
pueden olvidar que algunos de estos se vuelven supérfluos cuando
se piensa en la situación de miseria
de muchas poblaciones.
* Los que dirigen algunos países
pobres consideran un afirmarse de
la dignidad de su pueblo si disponen de cuidados de calidad semejantes a los que se ofrecen en Estados Unidos o en Europa. Se ha indicado el caso de un funcionario
que, para ser curado en su país, ha
logrado destinar la mayor parte del
presupuesto sanitario para instalar
una unidad de diables en detrimento del desarrollo de los dispensarios sanitarios de las zonas rurales23. Para él, este funcionario no
había hecho sino ejercer su derecho
a la salud, pero no sentía ninguna
obligación de combinarlo con el de
los demás; quizás consideraba que
su persona y los servicios prestados
por él a su país justificasen este tratamiento exepcional. Si este ejemplo es particularmente elocuente
sobre la diferencia en el acceso a
los tratamientos sanitarios entre las
poblaciones pobres y los que dirigen un país, es preciso no hacerse
ilusiones; dicha situación se reproduce en todos los países en los que
las poblaciones de las ciudades que
tienen acceso al poder reservan para ellas posibilidades de cuidados
de los que disponen los habitantes
de las zonas menos favorecidas. En
este caso ¿cómo encontrar el justo
equilibrio?
DOLENTIUM HOMINUM
68
* En los países industrializados
se plantean problemas de elecciones particulares ya sea para establecer, por ejemplo, el monto del
presupuesto sanitario, o para la
gestión de las instalaciones hospitalarias. Aquí podemos presentar
como ejemplo tres situaciones:
– cierto número de actividades
sanitarias son cuestionadas desde
el punto de vista moral: en esta categoría entra todo lo que se refiere
al aborto pero también un conjunto
de prácticas médicas que se difunden en una sociedad sin religión:
eutanasia, experimentos de bioética, intervenciones sobre el hombre,
conservación y destrucción de los
embriones excedentes, etc. Entramos aquí en una atmósfera en la
que los medios para obtener lo que
se califica como salud son puestos
fuera de toda consideración moral.
De aquí el problema que se plantea
al legislador o al católico en una
sociedad pluralista cuando su actividad profesional se encuentra con
estas prácticas nuevas24. Para ellos,
el derecho a la salud de los individuos no puede ir contra las exigencias fundamentales de la vida. A
menudo se encuentran con lo que
Pío XII llamaba “cuestiones de hecho”25 que deben resolver en conciencia en unión con la Iglesia.
– Los gastos de gestión de una
clínica o de un hospital se han vuelto tan elevados que sus administradores deben afrontar problemas de
elección: la compra de nuevos instrumentos puede aparecer como un
lujo, dado que su amortización será
difícil; por otro lado, renunciar a
ellos significa aceptar disminuir la
categoría del establecimiento y llevarlo a una muerte lenta ya que será abandonado por no ofrecer los
servicios de primera que solicita la
sociedad que lo rodea26.
– Las instituciones sanitarias dirigidas por la Iglesia católica conocen problemas particulares. El
empeño de la Iglesia en las actividades sanitarias proviene de la preocupación de proporcionar a las
poblaciones más pobres la ayuda
que necesitan. La calificación técnica requerida hoy por los centros
hospitalarios en lo que se refiere
tanto a los instrumentos como al
personal sanitario, a menudo va
contra esta vocación de dar testimonio del amor de Cristo hacia los
más pobres. La necesidad de conciliar rentabilidad, uso de los recur-
sos económicos y derecho a la salud, plantean problemas cuya solución requiere tener presente muchos puntos de vista.
Conclusión: la justicia a través
del diálogo y la negociación
Los conflictos de derecho que
hemos citado no logran resolverse
con la plena satisfacción de todos.
El ideal de justicia social nos invita
a tener un mayor respeto de las aspiraciones de cada uno de modo
continuado. Al respecto, Pío XI decía que la justicia es al mismo tiempo individual y colectiva: individual, en el sentido de que presupone la voluntad de cada uno para
practicarla; colectiva, ya que debe
apoyarse en instituciones27 que permitan un acercamiento de los puntos de vista y “llevar la distribución
de los recursos” a un orden más
equitativo28.
Con estas observaciones, Pío XI
abrió el camino a la solución de los
problemas sociales a través del diálogo, método que habría sido valorado por el Concilio Vaticano II y
por los Papas que siguieron. Para
ellos, el hombre debe dejarse guiar
por “una concepción moral (...); la
justicia social debe instaurarse cada día y de común acuerdo” y establecer progresivamente “nuevas
reglas de comportamiento social
que se implanten como normas de
derecho”29. Sólo este camino permite cancelar las injusticias presentes en cada sociedad y claman
venganza, en particular en la relación entre derecho a la salud y destinación universal de los recursos
económicos. La falta de instituciones de concertación y de una conciencia del deber de solidaridad de
parte de los privilegiados. Lo anterior se puede resumir en las fuertes
palabras de Pablo VI: “Se trata de
construir un mundo en el que cada
hombre, sin exclusión por raza, religión o nacionalidad, pueda vivir
una vida plenamente humana... por
tanto, es necesario implantar una
colaboración voluntaria, una comparticipación eficaz de unos con
otros, en un clima de igual dignidad, para la construcción de un
mundo más humano”30.
P. JOSEPH JOBLIN
Profesor de Doctrina social de la Iglesia
Pontificia Universidad Gregoriana, Roma
Notas
1
Populorum progressio §§ 22, 23; cf. PIO
XII, Al. El Evangelio, 24 de noviembre de
1940: Radiomensaje para Pentecostés, 1941;
Mater et magistra § 41; Sollecitudo rei socialis § 27; Centesimus annus cap. 4 “La propiedad privada y la destinación universal de los
bienes”.
2
Populorum progressio § 15.
3
JUAN PABLO II, Discurso a los obispos latinoamericanos, Puebla 28 de enero de 1979;
Sollicitudo rei socialis § 42.
4
Pontificia Comisión (Consejo) Justicia y
Paz, La Conferencia del derecho del mar.
Destinación universal de los bienes. 1977, p.
12.
5
Gaudium et spes § 63.3
6
Populorum progressio § 15.
7
Rerum novarum §§ 8; 32. 3
8
Centesimus annus §13.
9
Divini Redemptoris § 10.
10
SUAREZ, De legibus II 19.9.
11
Populorum progressio § 43.
12
PIO XI, Alocución a los jefes de la FUCI
(Federación universitaria católica italiana) 8
de diciembre de 1927, en Discorsi, vol. 1 SEI,
Turín, 1960, p. 45.
13
Divini Redemptoris § 34.
14
Divini Redemptoris § 51.
15
J. VILLAIN, Ponencia en la semana social
de Muhlose, 1931, p. 269.
16
Divini Redemptoris § 51.
17
L. MUCHIRI, Faire des choix ou laisser
mourir? En Contact, 1997/11, p. 4.
18
JUAN PABLO II, Angelus del 20 de febrero
de 1991.
19
Pacem in terris III
20
Rerum novarum § 3.
21
Sollicitudo rei socialis §§ 9, 36.
22
S. RUBINO, Salud: definición, obras, contradicciones, lectura política, política sanitaria en L’Operatore sanitario (ACOS),
1997/1, p. 10.
23
Contact, o. c. p. 3, muestra también los
tratamientos de los que se benefician los jefes
de Estado y los demás funcionarios africanos
(pero igual cosa acontece en Occidente) y los
califica como “privilegios exclusivos”. “Según un informe proveniente de Kenya, el 40%
del presupuesto sanitario nacional ha sido destinado a gastos de equipamiento del hospital
nacional Kenyatta, mientras que la parte de dicho presupuesto destinada a los dispensarios
en las zonas rurales alcanzaba apenas el 1,4%
(ibidem).
24
J.JOBLIN & R. TREMBLAY (a cargo de), Los
católicos y la sociedad pluralista. El caso de
las leyes imperfectas, ESD Bolonia 1996, p.
284.
25
Pio XII Alocución a la Unión de Juristas
católicos italianos, 6 de diciembre de 1953.
26
J. HUG, Dimensión of the Healing Ministry, Catholic association of Health Association of the United States, St. Louis (Mo) &
Center of Concern (Washington), 1989, p.
222.
27
La justicia social “puede ser observada
por todos sólo si todos se ponen de acuerdo
para practicarla conjuntamente a través de las
instituciones”, Divini Redemptoris § 53.
28
Quadrasegimo anno § 64.
29
PABLO VI Alocución. En ocasión del 50º
aniversario de la Organización Internacional
del Trabajo, Ginebra 10 de junio de 1969.
30
Populorum Progressio §§ 37 & 54.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
69
viernes
7
noviembre
LUCIANO SANDRIN
La Iglesia, comunidad sanante
1. El ejemplo de Jesús
y su mandamiento
1.1 El jemplo de Jesús
Los Evangelios sinópticos narran la curación realizada por Jesús
a un leproso. Leamos Mateo:
“Cuando Jesús bajó del monte, le
fue siguiendo una gran muchedumbre. En esto, un leproso se le acerca
y se postra ante El, diciendo: Señor,
si quieres puedes limpiarme. El extendió la mano, le tocó y dijo:
¡Quiero, queda limpio! Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,
1-3)1.
En una miniatura que un monje
hizo hace aproximadamente mil
años, las personas representadas
están implicadas en una escena en
movimiento: Jesús que desciende
del monte, de arriba; detrás de El
hay dos hombres que, al ver a Jesús
realizar una curación, se miran las
manos, como preguntándose qué es
lo que ellos pueden hacer, y en el
fondo hay otros individuos que, por
sus vestiduras, se distinguen de los
personajes bíblicos y ciertamente
son contemporáneos del artista.
Frente a ellos un leproso. El artista
ha traducido en una imagen una acción de Jesús, su modo de tratar
con el leproso, es decir su praxis, su
pastoral2.
El leproso es un enfermo, pero
también es un enfermo marginado,
puesto de lado por la comunidad civil, aislado, excomunicado, socialmente muerto. No sólo le falta la
salud del cuerpo sino también algunos elementos fundamentales para
que su salud sea plenamente humana y, en particular, la posibilidad
de crecer como persona en la interacción con los demás. Vive como
extranjero en su misma patria. Mas
todavía hay en él una fuerte espe-
ranza de ser curado, y pide ayuda a
Aquel que (es su neta percepción)
puede ayudarle.
Jesús es el salvador. Su encuentro con el leproso es sanante y saludable. Al leproso se le restituye el
espacio de vida que había perdido,
la relación que hace que se sienta
persona. Saludable es la acogida
que Jesús hace al leproso. Con este gesto Jesús infringe la ley humana pero “cumple la ley de Dios” para quien la persona humana tiene
precedencia absoluta. Jesús extiende la mano y entra en contacto con
el leproso, pero a este contacto se
une la palabra eficaz, que crea lo
que proclama. Curándolo físicamente, Jesús le devuelve también
la vida social, sus espacios relacionales. El leproso pasa de la zona de
la muerte a la vida, resucita. La curación del leproso es una narración
pascual, narra un retorno a la plenitud de vida en el plano físico y social pero también, y sobre todo, un
encuentro con el Dios que en Jesús
expresa su definitiva Palabra de
salvación. La obra de Jesús tiene su
origen desde lo alto, del monte como dicen los sinópticos, expresa
las intenciones de Dios y realiza su
proyecto de salvación para su pueblo.
Los dos hombres que en la miniatura se encuentran detrás de Jesús, se confrontan con su modo de
actuar. Se miran las manos y se preguntan qué pueden hacer para que
ese modo de actuar de Dios, que se
ha encarnado en la acción de Jesús, sea también el criterio de su acción personal. En estos testigos directos podemos ver a la primera comunidad de los secuaces de Jesús, a
su Iglesia que se interroga cómo
puede hacer para que su acción
pastoral prosiga la obra de Dios en
la historia y dé credibilidad a su
amor. La pregunta si nuestra praxis
es conforme a Jesús y a su obra y,
por tanto, conforme a la obra de
Dios, es, como expresa la teología
pastoral, el interrogante criteriológico más importante. La praxis de
Jesús es el criterio para nuestra praxis, para nuestra acción como cristianos, como Iglesia de Cristo, y el
interrogante es sí y de qué modo
nuestra pastoral toma como propio
parámetro la praxis de Jesús.
Al representar en la miniatura
también a sus contemporáneos, el
artista ha querido hacer notar que
tener en cuenta el ejemplo de Jesús
deve implicar no sólo a los testigos
directos sino que, a lo largo de la
historia, deve llegar hasta nosotros.
1.2 Anunciad y sanad
En realidad, en lo que se refiere
al compromiso en el campo de la
salud y de la sanación, los discípulos de Cristo recibieron de El no sólo un ejemplo sino también un cabal mandamiento-misión en el que
el anuncio del Reino está fuertemente unido a la acción sanante:
“Id proclamando que el Reino de
los Cielos está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios” (Mt
10, 7). También Lucas subraya que
Jesús “convocando a los Doce, les
dio poder y autoridad sobre todos
los demonios, y para curar enfermedades; los envió a proclamar el
Reino de Dios y a curar” (Lc 9, 12.6) y que, obedientes a este mandato “saliendo, recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva y
curando por todas partes” (Lc 6,
13). Y es interesante notar que este
mandato, que describe la misión
dada por Jesús a sus discípulos, es
puesto en el Evangelio de Mateo
DOLENTIUM HOMINUM
70
después de una larga narración de
curaciones hechas por Jesús, a las
que los discípulos han asistido haciendo casi una especie de práctica
bajo la guía de un maestro tan especial.
Desde el inicio la Iglesia ha sido
bien consciente de su misión sanante. Es emblemática en este sentido la narración de la curación de
un tullido hecha por Pedro y narrada en los Hechos de los Apóstoles:
“Pedro y Juan subían al Templo
para la oración de la hora nona.
Había un hombre, tullido desde su
nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa
para que pidiera limosna a los que
entraban en el Templo. Este, al ver
a Pedro y a Juan que iban a entrar
en el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: Míranos. El les miró con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le
dijo: No tengo plata ni oro; pero lo
que tengo, te doy; en nombre de
Jesucristo Nazareno, ponte a andar. Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de
un salto se puso en pie y andaba.
Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a
Dios” (He 3, 1-8).
Siguiendo el ejemplo de Jesús y
obediente a su mandato, la comunidad apostólica reserva un puesto
particular a los enfermos y repite
en ellos las palabras y los gestos realizados por Jesús. Esto es posible
en virtud de la comunión con El en
la fe. Es la fe en la Pascua que impulsa a la Iglesia a realizar las acciones de Jesús y a realizarlas en su
nombre. “Curando al tullido en la
puerta Hermosa, los Apóstoles no
hacen sino obedecer al mandato del
Señor: anunciad la Buena Nueva y
sanad a los enfermos. Su viva comunión con el Resucitado se traduce en el memorial activo de su presencia sanante. Mientras celebran
el memorial de su Pascua en el misterio eucarístico, ellos celebran el
memorial realizando sus gestos
mesiánicos. En la expresión: No
tengo ni plata ni oro, pero lo que
tengo te doy. En el nombre de Jesucristo Nazareno, ¡levántate y camina! Pedro profesa su fe en el Señor
que está vivo, presente y que realiza la curación”3.
El ejemplo y el mandato de Jesús, realizado por Pedro, ha atravezado toda la historia de la Iglesia,
ha llegado hasta nosotros y se
transforma en interrogante que nos
implica y nos involucra: ¿cuál es el
tipo de acción y, por consiguiente,
de pastoral que nosotros-Iglesia de
Cristo debemos desarrollar hoy para responder de manera sanante al
pedido de salud o de curación que
explícita o implícitamente, proviene de quienes viven en nuestra sociedad?
2. Petición de salud,
nostalgia de salvación
2.1 El hoy y las
invitaciones de Dios
Existe una estrecha relación entre el texto bíblico (la Palabraevento) y el con-texto en el que la
Palabra resuena hoy y se expresa.
Desde el punto de vista teológico,
el contexto es el tiempo en el que
Dios obra, especialmente, a través
de su Iglesia. La Biblia llama
kairòs a este tiempo salvífico. Momento karirológico es pues la reflexión teológica pastoral, el decifrar,
a la luz de la fe, los signos de los
tiempos para captar las provocaciones y las invitaciones de Dios (Lc
12, 54-57). El Concilio Vaticano II
nos recuerda en la Gaudium et spes
que “el Pueblo de Dios, movido
por la fe, que le impulsa a creer que
quien lo conduce es el Espíritu del
Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos,
exigencias y deseos, de los cuales
participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes
de Dios” (n. 11).
A quien le preguntaba si El era
aquel que debía venir o si tenían
que esperar a otro, Jesús presenta
sus credenciales, los signos que lo
distinguen como el Mesías, el Enviado por el Padre, y entre estos las
curaciones y el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Mt 11, 1-6).
También la Iglesia debe exhibir
hoy estas credenciales y para hacerlo debe responder a algunos interrogantes esenciales (momento
kairológico): ¿Quién es el leproso
hoy, quiénes son hoy los enfermos,
los ciegos, los discapacitados?
¿Cómo pronunciar la Palabra que
le ha sido confiada a la Iglesia para
que realmente se convierta en feliz
anuncio de shalom, de salvación
ingegral? ¿Cuál es la salud a cuya
petición los cristianos deben responder siguiendo el ejemplo de Jesús? En este sentido el modo de actuar de Jesús será iluminante y normativo (momento criteriológico) y
nuestra práxis recibirá de El las justas directrices para un cambio adecuado a la situación (momento de
la praxis)4.
La teología pastoral, incluso en
el ámbito sanitario, debe explorar
pues la situación con el ojo de la fe
(kairología), aclarar los fines y los
modelos de referencia (criteriología) y promover una acción eclesial, la pastoral de toda la Iglesia,
que exprese en el hoy la plenitud
del modelo (praxología). Hay que
recordar que es la comunidad eclesial el sujeto de la pastoral, así como toda la Iglesia es objeto de reflexión de la teología pastoral.
“Hay lugar en la teología – afirma
René Latourelle – para un estudio
metódico y cientítico de la Iglesia
como fenómeno contemporáneo en
el momento decisivo de su presencia actual en el mundo. Este estudio de la Iglesia-en-situación-histórica pertenece a la inteligencia de
la Iglesia. (...) Así, mientras la teología dogmática trata de la Iglesia
en su ser esencial, es decir como
misterio e institución, humana y divina al mismo tiempo, visible e invisible, la teología pastoral es una
reflexión metódica sobre su ser
mutable, es decir sobre el misterio
de la edificación del cuerpo de
Cristo que es la Iglesia en su actuación presente y concreta y sobre las
condiciones de dicho obrar, en el
modo a través de cual la situación
contemporánea reacciona al cumplimiento actual de la misión salvífica de la Iglesia. Por situación contemporánea entendemos los cambios culturales y sociales de cada
época. En cada situación histórica
nueva existe una indicación de
Dios, una invitación a nuevas tareas, o por lo menos a una continua
actualización”5. Dios ha elegido un
modo específico para realizar la
salvación de la humanidad: la economía de la Encarnación. Y este
modo elegido por El tiene consencuencias precisas para la actividad
pastoral y salvífica de la Iglesia y
para la reflexión teológica sobre esta acción.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
2.2 La petición de salud
y sus implicaciones
La Organización Mundial de la
Salud nos ayuda a leer la situación
sanitaria mundial. Sus últimos boletines nos dicen que las enfermedades infectivas matan aún a 17
millones de personas al año y afectan a 100 millones más, especialmente en los países en vías de desarrollo, mientras en los demás países
son la enfermedades crónicas las
que constituyen la amenaza principal a la salud. Pero, como la esperanza de vida se está elevando también en los países en vías de desarrollo y en ellos se están implantando los modelos de vida “occidentales”, también estos países estarán
expuestos cada vez más a una “doble carga” porque estos nuevos
problemas se añaden al peso de las
enfermedades infectivas endémicas, justo cuando se está abriendo
el abismo entre los países ricos y
países pobres en lo que se refiere a
los recursos disponibles. A nivel
mundial está aumentado la esperanza de vida pero no siempre puede expresarse plenamente como esperanza de salud, esto es, como
“esperanza de vida en buena salud”6.
En los países más ricos la búsqueda de la salud se está convirtiendo en la instancia más importante. Por un lado, ella tiende a ser
cada vez más proyecto de vida,
considerada de modo dinámico y
relacional, armonía (o mejor, continua armonización) entre las varias
dimensiones en las que la vida de
cada hombre se realiza: corpórea,
psico-social y espiritual7. Mas, por
otro lado, la búsqueda de la salud y,
por tanto, de ser sanos a menudo es
entendida como estar de lo mejor,
y se reduce a la dimensión corporal, tensión espasmódica que corresponde a un deseo de identificación con modelos que sobresalen
socialmente. En este tipo de sociedad, que tiene como ideal el ser
fuertes, sanos, jóvenes y bellos, la
enfermedad a menudo es una tragedia como lo son el dolor, la discapacidad y la vejez: realidad a la que
no se logra dar un significado y por
tanto no son soportables. La salud
es cada vez más un valor-símbolo,
a veces el único al cual tender. “En
tiempos de crisis y de pérdida de
horizonte de sentido parece que el
único valor que queda sea refugiar-
se en la búsqueda de la salud; en el
deseo de estar bien y, así, en la
perspectiva de un estado de buena
salud se piensa resolver también
todos los demás problemas que
permanecen sin solución. Cuando
no hay valores, queda un único medio valor, débil, sin impulsos, sin
ilusiones, queda un ideal pobre, pero sincero. Consiste en poder vivir
una vida sin lágrimas, sin dificultades materiales, sin malestares y enfermedades físicas y sin disturbios
psicológicos”8.
La búsqueda de salud como proyecto de vida y como armonía entre
las varias dimensiones de la persona en la que la dimensión espiritual
juega un importante papel, reconocido hoy también por la ciencia
médica, debe convertirse siempre
más el terreno de reflexión teológica, lugar en donde la inteligencia
de la fe capta las invitaciones actuales de Dios. Mientras la experiencia de la enfermedad desde
siempre ha sido objeto de reflexión
teológica y lugar de fidelidad al
mandato evangélico de curar y predicar, “la salud, en cambio, por
cuando paradójico pueda parecer,
hasta tiempos recientes no se ha
considerado como un problema teológico y menos aún como un lugar
teológico esencial como la enfermedad y el sufrimiento”. El nuevo
espesor antropológico que se reconoce a la experiencia-salud abre el
camino a una reflexión teológica
más profunda en la que no nos reduzcamos a tomar acto y a reflexionar sobre lo que acontece en el
hombre (la salud no es sólo un
acontecimiento), sino que nos interroguemos sobre lo que es el hombre en la salud y para que ha sido
llamado (la salud como vocación,
como historia y como empeño).
Hay un espacio para una reflexión
teológica sobre la salud y, por tanto, para una teología de la salud,
porque la experiencia-salud llama
en causa una visión antropológica
que el cristiano deduce del designio
de salvación de Dios sobre el hombre y sobre la humanidad9.
Pero, para que su acción sea continuadora de aquella de su Fundador y sea pastoralmente eficaz, la
comunidad eclesial debe ser capaz
hoy de captar en la solicitud del enfermo, además de un pedido de cura y de sanación a la cual se debe
responder, también un deseo “de
71
compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba” y, esto es – como
nos recuerda Pablo II en la Evangelium vitae – un pedido de ayuda para continuar a esperar, cuando todas las esperanzas humanas disminuyen” (n. 67). Pero la Iglesia debe
saber leer también el deseo de salvación implícito en el tipo de búsqueda de salud hoy socialmente en
boga (deseo de estar bien, bienestar, estar de lo mejor), comprendiendo “el raro juego de las sustituciones que intervienen: la salud está en el lugar de la salvación y la
salvación se convierte en espejo de
una salud como un carpe diem sin
fin. Es como conducir un interminable juego a ping pong, pero que
al final de los rebotes no se puede
evitar de afrontar el dilema de fondo: el hombre ¿no se dirige quizás
hacia una salvación que incluye la
salud y que remite hacia una polaridad trascendental que escapa a los
proyectos humanos y que sólo puede ser invocada de profundis? En
este contexto nace, pues, casi espontáneamente una reflexión sobre
la salud que tiene como término último y como su consecuencia más
auténtica la búsqueda de la salvación”10.
La misión sanante de la Iglesia,
mandato recibido del Fundador,
implica ciertamente atender a los
enfermos (empeñándose en todos
los niveles para su curación) e interesarse de quienes de diferentes
modos comparten la experiencia y
lo asisten, pero también (y sobre todo hoy) debe expresarse en la promoción de una salud integral (corpórea, relacional y espiritual) en la
que la salvación recibida y donada
forma parte integrante y significativa. Si la pastoral sanitaria de la
Iglesia tiene como “centro de atención” al enfermo y ciertamente algunos ámbitos privilegiados de expresión, como acción sanante (salvífica-saludable) debe ser cada vez
más una dimensión presente en todo su actuar.
3. La respuesta sanante
de la Iglesia
3.1 Una salvación saludable
El Concilio Vaticano II, nos recuerda en la Lumen gentium que
“la Iglesia está en Cristo como un
sacramento o signo e instrumento
DOLENTIUM HOMINUM
72
de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano”
(n. 1). Ella “por la notable analogía,
al misterio del Verbo encarnado,
pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de
instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo
semejante la articulación social de
la Iglesia sirve al Espíritu Santo,
que la vivifica, para el crecimiento
de su cuerpo (Cfr. Ef 4, 16)” (n. 8).
La eclesiología sacramental
ofrece “las justas coordenadas para
afrontar en la perspectiva no parcial de la salvación cristiana el tema sobre la salud, sobre el enfermo
y sobre la esperanza de la curación”. En la Escritura, la idea de sacramento de salvación se encuentra frecuentemente aplicada a Cristo e implícitamente se refiere a la
Iglesia en todos aquellos países que
la presentan como el sacramento de
comunicación del Cristo, con estructura análoga a aquella de la Encarnación. La Iglesia tiene como
fin llevar a los hombres la salvación donada por el Padre por medio
de Cristo en el Espíritu, aquella salvación que consiste, en el fondo, en
la liberación del pecado y de la
muerte y en la participación a la vida eterna y al gozo infinito de la
Trinidad. Ella es salvación personal
y al mismo tiempo comunitaria, espiritual y al mismo tiempo temporal, histórica y escatológica juntos,
una salvación integral que, en el
horizonte de la vida eterna, salva a
toda la persona humana en todas
sus dimensiones. Siendo sacramento radical, la Iglesia es manantial de
innumerables expresiones sacramentales de salvación, y entre estas
las más significativas son “la comunidad de los creyentes, que manifiesta y realiza en el mundo la comunión trinitaria; los carismas y
los ministerios, que ofrecen a la comunidad la palabra de Dios, que
anuncia la salvación; los sacramentos, que realizan la salvación anunciada”11.
Los gestos sacramentales de la
Iglesia manifiestan en sí mismos el
carácter de totalidad de la salvación
de Cristo, actualizan esta salvación
y, dentro de la unidad real que subsiste entre orden creatural y orden
histórico-salvífico, remiten a la realidad de la salud en una relación
de interacción profunda y recíproca
con la realidad de la salvación. Hay
una especie de vacío de la reflexión
teológica en lo que se refiere a la
relación salud-salvación-sacramentos (mientras se ha desarrollado bastante la relación enfermedad
-salvación-sacramentos).
Según Carlo Rocchetta, la salud
puede ser un lugar teológico igualmente esencial como la enfermedad para una conceptualización integral del acontecimiento cristiano
de la salvación y de los sacramentos que la actualizan en el templo
de la Iglesia”. En Jesús la salvación
es ofrecida como salud y la salud
como salvación y su buena noticia
es el proclama de una salud-salvada y de una salvación-saludable
para el hombre, para todo el hombre y para todos los hombres. En
los gestos sacramentales, colocados en los puntos centrales de la
existencia humana, la relación salud-salvación se actúa en términos
de correspondencia real, histórica,
existencial y eclesial. En ellos “el
creyente es hecho capaz de hacer
uso del sentido más elevado de su
vida y de su actuar – como dón – la
espera de aquella salvación plena
que lleva en sí mismo como una
nostalgia profunda que no es posible cancelar”. El acontecimiento de
la salvación-sanante es entendido
en los gestos sacramentales como
una nueva condición de existencia
que, liberando al hombre del pecado y colmándolo con la plenitud
del don del Espíritu, lo transforma
comprometiéndolo para su plena
realización. “En este sentido, se
puede hablar de la gracia sacramental como de una gracia de sanación integral”. La pastoral sanitaria pertenece, pues, de manera inseparable, a la misión salvífica de
la Iglesia y los sacramentos manifiestan de hecho esta misión12.
En la celebración de los sacramentos y en el anuncio de la Palabra la Iglesia prosigue la obra salvífica de Cristo. El Catecismo de la
Iglesia Católica nos recuerda que
“el Señor Jesucristo, médico de
nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del
cuerpo, quiso que su Iglesia continuase con la fuerza del Espíritu
Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios
miembros” (n. 1421). Como los sacramentos actualizan la salvación
traida por Cristo así la evangeliza-
ción promovida por la Iglesia es
encarnación y prolongación de la
acción evangelizadora de Cristo, y
debe encontrar su fundamento y su
inspiración en su acción salvífica.
“Esta fidelidad a su Señor debe llevar a la Iglesia a ofrecer y comunicar la salvación de Jesús como
fuerza sanante que es posible experimentar desde ahora, en el sufrimiento y en la debilidad de la condición humana presente, como anticipación y esperanza de vida eterna”13.
Y para hacer esto ella debe empeñarse con el fin de hacer penetrar
la fuerza salvífica del Evangelio en
la cultura actual de la salud, poniéndose también como voz crítica
de una cultura que enfatiza la dimensión corporal de la salud olvidando, y hasta censurando, su dimensión espiritual y trascendente.
Evangelizar la cultura en el ámbito
sanitario significa para la comunidad cristiana llevar la Palabra que
cura y dar testimonio a través de los
gestos que sanan el sentido profundo de la vida y la multidimensionalidad de la salud. Haciendo aún posible el encuentro, esto es, la encarnación, entre lo divino y lo humano, de modo que lo humano sea
signo cada vez más expresivo de lo
divino y la salud sea el signo de un
Reino de Dios ya presente entre nosotros pero aún no completamente
expresado.
3.2 Evangelizar sanando
La Iglesia, sacramento de salvación, expresa la acción salvífica
que le ha sido confiada como don y
como tarea, propiamente en la
evangelización y en la celebración
de los sacramentos. “Sin embargo,
el fragmento del mundo ya salvado
en el sacramento, por su naturaleza
tiende a difundirse, extendiendo a
todo el creado el dinamismo de la
encarnación que lo vivifica. Por
tanto, la obra salvífica de la Iglesia
se dilata también en promoción humana”14, en el compromiso de todos los cristianos para hacer presente en la sociedad las energías de
salvación que la Iglesia, bajo la
guía del Espíritu Santo, recibe de
su Fundador para salvar a la persona humana en su integralidad (GS
3).
Cristo ha venido al mundo para
que los hombres “tengan la vida y
la tengan en abundancia” (Jn 10,
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
10) y la Iglesia, en todo su obrar, no
hace sino continuar su acción salvífica. La vida que la Iglesia está llamada a anunciar “es la plenitud del
don de gracia que llena la vivencia
total del hombre, asumiendo su vocación a la salud para transfigurarla
en vocación a la salvación y asumiendo su vocación a a la salvación para transformarla en servicio
de amor a la salud del hombre, de
todo el hombre y de todos los hombres”. Como toda teología sacramental es teología de la caridad y
conduce a la caridad (y por tanto al
servicio y a la curación) como a su
forma propia de manifestación y de
realización, de manera que también
el anuncio del Evangelio de la salvación y su acogida es inseparable
en la enseñanza de Jesús del servicio hacia los últimos, los enfermos,
los marginados, hasta el punto de
identificarse El mismo con ellos15.
Jesús no separa nunca su actividad terapéutica de la proclamación
del Reino. La curaciones que El realiza están al servicio de la evangelización. Son el signo más evidente
de la salvación que El ofrece, la experiencia que hace entender, o por
lo menos intuir, el sentido de su acción evangelizadora. Esto significa
que la evangelización del mundo
de la salud de parte de la comunidad eclesial no debe ser algo añadido a la acción terapéutica de sus
miembros, sino debe integrarse en
los gestos de atención y de curación de parte de los varios agentes
sanitarios, hasta el punto que estos
mismos gestos se conviertan en
evangelio, anuncio feliz que Dios
es un Dios presente, que ama, que
cura y que consuela, “signo de un
Dios Amigo y salvador e invitación
para acoger su salvación”16.
El servicio a los enfermos, que a
veces se expresa también en gestos
de curación extraordinarios, forma
parte de la misión misma de la Iglesia, de su acción pastoral y evangelizante, momento de su ministerialidad. Y los varios agentes sanitarios están llamados a ser la imagen
viva de Cristo y de su Iglesia en el
amor hacia los enfermos y los que
sufren. Son los agentes sanitarios
que, de diferentes modos, actualizan, revelan y comunican al enfermo no sólo “el amor de curación y
de consolación de Jesucristo”17, sino expresan, en forma continua y a
menudo silenciosa, los milagros de
sanación que la Iglesia tiene el poder, recibido de Cristo, de realizar.
En sus gestos terapéuticos y en la
credibilidad de su empeño, la Iglesia juega en el campo sanitario
– como afirmó Mons. Tettamanzi –
su misma credibilidad, “los cristianos que trabajan en el campo sanitario, trabajan a título personal; pero, si son cristianos, también trabajan siempre, inevitablemente, a título eclesial. La credibilidad o no
de la Iglesia pasa a través de la credibilidad o no credibilidad de cada
una de las personas de la Iglesia”18.
Los agentes sanitarios están llamados a escribir de nuevo cada día
la parábola del Buen Samaritano
que se hace prójimo de quien sufre,
actualizando continuamente en su
relación terapéutica la “caridad terapéutica de Cristo” en favor del
mismo Cristo presente en el enfermo. En su actividad profesional al
servicio de la vida expresan un real
y verdadero ministerio terapéutico,
convirtiéndose en colaboradores de
Dios “devolviendo la salud al cuerpo enfermo y dando alabanza y
gloria a Dios en la acogida amorosa de la vida, sobre todo si es débil
y enferma”19. Vocación cristiana y
compromiso profesional no están
en conflicto. Ser buenos cristianos,
en el complicado mundo de la salud, no exime de una preparación
profesional (técnica o relacional)
en los niveles más elevados, antes
bien la exige: sólo manos competentes logran expresar el amor terapéutico del cual tiene necesidad
el enfermo. Pero sólo trabajando
juntos (como piezas de un acabado
y significativo mosaico) los varios
agentes sanitarios pueden realizar
una verdadera terapia, que se haga
cargo de la riqueza de las dimensiones en las que la salud se expresa y
cuya armonía entra en crisis en el
enfermo. La enfermedad al igual
que la salud interesan a la persona
en su globalidad y por tanto remiten a una gran alianza de factores.
También la terapia es fruto de un
logrado mosaico de competencias
profesionales. Sólo juntos los agentes sanitarios “pueden escribir de
nuevo la riqueza, la profundidad y
la plenitud de la aproximación terapéutica del Buen Samaritano que
mientras cura anuncia la feliz noticia del amor del Padre”20.
Esta es una tarea confiada por
Cristo y por su Iglesia en modo par-
73
ticular a los varios profesionales
que trabajan en el mundo de la salud, pero es también un “compromiso no delegable” para todos los
que, siendo miembros de la Iglesia
de Cristo, participan de su misión
sanante: una misión para todo el
pueblo de Dios, para la comunidad
que Cristo ha elegido para sí.
3.3 Comunidad sanada y sanante
Es justamente en su ser comunidad salvada y sanada que la Iglesia
puede expresarse, tanto a nivel universal como particular, como comunidad sanante. Es en su ser comunidad que la Iglesia expresa de
manera cargada su sacramentalidad, revelando y comunicando la
salvación de la Trinidad (del Padre
Amante, del Hijo Amado y del Espíritu Santo Amor) a través de nuevas relaciones interpersonales, que
sean signos cada vez más expresivos.
El modelo de servicio, esto es de
diaconía, que la Iglesia está llamada a expresar hoy en el mundo de la
salud, como signo del Reino, es el
modelo de la comunión eclesial: es
el modelo que busca la plena insersión en la comunidad del enfermo,
del minusválido, de la persona débil y vulnerable. Es el modelo que
se propone la construcción de comunidad de vida nuevas, en donde
el otro es acogido no por lo que tiene, sino por lo que es, sin barreras y
prejuicios, valorizando el aporte de
cada persona. Es el modelo trinitario de la reciprocidad, en el que cada uno es partner de una relación en
la que da y recibe, en la que es sanante y sanado, es modelo del Cristo-samaritano y del Cristo-enfermo.
En su dimensión comunitaria se
funda una dimensión importante
del papel sanante de la Iglesia. Ella,
pueblo reunido por el Dios trinitario, lugar de comunión de los hombres con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se transforma en lugar
en el que la salud experimentada
como armonía del individuo consigo mismo, con los demás y con
Dios, encuentra un importante espacio curativo, preventivo y promocional y se convierte en un ya de
salvación de un aún no que tendrá
su plena realización en el escathon
de Dios.
Pero la Iglesia tiene una importante función sanante también co-
DOLENTIUM HOMINUM
74
mo lugar de significado. Una visión del mundo – escribe el Cardenal Ratzinger – que no da un sentido también al dolor y lo hace precioso, no sirve para nada. Ella termina justo donde aparece el problema decisivo de la existencia. Los
que en el dolor no tienen nada que
decir sino que es necesario combatirlo, nos engañan. Ciertamente es
necesario hacer de todo para aliviar
el dolor de tantos inocentes y para
limitar el sufrimiento. Pero no existe una vida humana sin dolor y
quien no es capaz de aceptar el dolor, se substrae a aquellas purificaciones que nos hacen madurar”21.
Para la persona que cree, nada, ni
siquiera la experiencia del dolor,
puede separarla de Cristo. Antes
bien, justo el momento del sufrimiento puede ser, como para Job,
“experiencia” de la presencia de
Dios, sanante y redentora no sólo
para sí sino también – como nos recuerda S. Pablo – para toda la Iglesia (Col 1, 24)22.
En la comunión con Cristo muerto y resucitado, con Aquel que ha
vivido significativamente el dolor y
la muerte, la Iglesia se convierte en
posada acogedora, “lugar de esperanza”, donde cualquier peregrino
cansado o enfermo, “buscador del
sentido” de lo que está viviendo,
puede vivir de modo saludable y
salvífico su sufrir y su morir, y escribir un capítulo significativo de
su historia de alianza con los demás
y con Dios23.
Al expresarse como comunidad
sanante, continuadora de la Palabra
que salva y del gesto que sana, comunidad en la que la relación entre
las personas es, por obra del Espíritu, recíprocamente sanante y redentora, la Iglesia obedece al mandamiento de su Señor realizando plenamente a sí misma. Su actividad
sanante, por tanto, va más alla de
determinados lugares específicos y
se convierte en dimensión sanante
que caracteriza y actualiza su identidad y puede experimentarse en toda su acción pastoral.
P. LUCIANO SANDRIN, M.I.
Rector del “Camillianum”
Profesor de Psicología
y de Pastoral Sanitaria
Notas
1
Citas de “La Sacra Bibbia” de la Conferencia Episcopal Italiana
2
ZULEHNER P.M., Teologia Pastorale. 1.
Pastoral fundamental. La Iglesia entre tarea y
espera, Queriniana, Brescia 1992 (or. ted.
1989-1990), 13 y ss. Ver este texto también para las anotaciones que siguen. Interesante también el volumen 2. Pasajes. Pastoral de las fases de la vida.
3
BRESSANIN E., Unción de los enfermos, en
Dizionario di teologia pastorale sanitaria, Ed.
Camilliane, Turín 1997, 1344. Ver también
LAMBOURNE R.A., Le Christ et la santé. La
Mission de l’Eglise pour les guerisons et la salut des hommes, Le centurion, París 1972.
4
ZULEHNER P.M., Teologia pastorale. Pastorale fondamentale. 1. La Iglesia... o.c., 1921.
5
LATOURELLE R., La teologia scienza della
salvezza, Cittadella, Assisi 1992, 141-142 (or.
fr. s.d.).
6
OMS, Informe sobre la salud en el mundo
1997. Vencer el sufrimiento, enriquecer a la
humanidad.
7
Ver BRESCIANI C., Salud. Aproximación
histórico-cultural, en Dizionario di teologia...,
o.c. 1073-1079.
8
TERRIN A.N., Il sacro off limits. L’esperienza religiosa e il suo travaglio, EDB, Bologna 1995, 251.
9
ALVAREZ F. Salud. Aproximación teológica, en Dizionario di teologia..., o.c. 1079 y
1082.
10
TERRIN A.N., Il sacro... o.c., 253.
11
PANIZZOLO S., Iglesia sacramento de salvación, en Dizionario di teologia..., o.c., 189 y
ss. Ver también THOMAS L., ALKIRE J., Healing
as a parish ministry. Mending body, mind and
spirit, Ave Maria Press, Notre Dame (Indiana)
1992.
12
ROCCHETTA C., Sacramentos, en Dizionario di teología..., o.c., 1063-1073. IDEM, Salud y salvación en los gestos sacramentales, en
“Camillianum” 4 (1993) 9-27. Ver también
CASTELLANO CERVERA J., Los sacramentos de
sanación: la dimensión sanante de la penitencia de la unción de los efermos a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica, en “Camillianum” 6 (1995) 209-229.
13
PAGOLA J.A., Evangelización y mundo de
la salud, en Dizionario di teologia...,o.c., 427.
IDEM, Acción pastoral para una nueva evangelización, Sal Terrae, Santander, 135 y ss.
Ver también HÄRING B., Proclamar la salvación y sanar a los enfermos. Hacia una visión
más clara de una síntesis entre evangelización
y diakonía sanante, Ospedale Miulli, Quarderni 1, Acquaviva delle Fonti (Ba) 1984 (or. ted.
1984). CONFERENCIA ESPICOPAL ESPAÑOLA,
Congreso Iglesia y Salud (26-30 setiembre
1994), Editorial de la Conferencia Episcopal
Española, Madrid 1995.
14
PANIZZOLO S., Chiesa sacrmaento... o.c.,
201.
15
ROCCHETTA C., Sacramentos, en Dizionario di teologia..., o.c., 1073 y 1070.
16
PAGOLA J. A., Evangelización... o.c., 428.
17
JUAN PABLO II, Christifideles laici, n. 53.
18
TETTAMANZI D., Chiesa e salute, en AA.
VV., Progettualità ecclesiale nel mondo della
salute. Actas del 3º Congreso de la Consulta
Nacional de la Pastoral de la Salud de la C.E.I.,
23-25 de abril de 1995, Salcom, Brezzo di Bedero (VA), 87.
19
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE
LOS AGENTES SANITARIOS, Carta de los Agentes Sanitarios, Ciudad del Vaticano 1995, nn. 4
y 5.
20
CONSULTA NACIONAL CEI PARA LA PASTORAL DE LA SALUD, Il moasico terapéutico, Ed.
Camilliane, Turín 1997, 13 y 14.
21
RATZINGER J., La Chiesa. Una comunità
sempre in cammino, Paoline, Cinisello B.
(MI), 1992 (or. ted. 1991), 111.
22
Sobre este tema ver JUAN PABLO II, Salvifici doloris, 1984.
23
Ver, para algunas interesantes reflexiones,
MOHRMANN M.E., Medicine as Ministry, The
Pilgrim Press, Cleveland (Ohio) 1995, 75-88.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
75
MARIE-ODILE RETHORÉ
La ciencia médica y la fe cristiana
A fines de este siglo, en los umbrales del Tercer Milenio, el desarrollo científico y técnico es tan veloz que la expectativas más fuertes
superan a los hombres y muy pronto se transforman en necesidades
que es preciso satisfacer a cualquier costa.
Al mismo tiempo, la sabiduría y
la virtud no aumentan... aunque
tampoco retroceden conforme los
medios de comunicación se colocan como “guías intelectuales”,
conforme la instrucción degrada y
la familia se desmorona, y según
como la fe y la religión, cuando no
son directamente atacadas o ridiculizadas, son presentadas como valores arcaicos, que no corresponden más al hombre moderno.
Ya sería bastante si los médicos
lograsen cumplir las obligaciones
que se han propuesto con el Juramento de Hipócrates: aliviar los sufrimientos, curar lo que es posible,
asistir, acompañar siempre, dar testimonio de una verdadera compasión frente a un destino adverso.
Pero a las sociedades consideradas
“adelantadas” se les pide algo muy
diferente...
No se trata ya, por ejemplo, de
aliviar los males debidos a la edad.
Es necesario conservar la juventud,
impedir el envejecimiento, eliminar sus efectos. Se quiere permanecer o se quiere retornar a ser jóvenes, bellos, con buen físico, sin
aceptar el mínimo esfuerzo que
ello comporta, mediante tratamientos médicos o quirúrgicos siempre
costosos y a menudo peligrosos.
Con el mismo espíritu, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte,
son ocultadas por nuestras sociedades de personas “sanas”. “¡Si no
saben curarlo, tenedlo con vosotros, es decir, matadlo... pero no lo
quiero conmigo!”. Todo esto, se
entiende, en nombre de grandes
principios y de buenos sentimientos.
Es en esta filosofía que se inserta
la diagnosis pre-implante en las fecundaciones in vitro, la solicitud de
la diagnosis prenatal, el consejo de
abortar si hay una anomalía, así como también el consejo de abandonar al niño si nace con una malformación o una enfermedad que podía preverse.
Para reflexionar sobre este problema vital para la familia humana,
se han creado comités de ética, cuyo objetivo es estudiar nuevas leyes que, una vez aprobadas, influirán en las costumbres que, a su vez,
influirán en las leyes. Con un poco
de “apertura”, bajo la apariencia de
la “buena conciencia”, el bien y el
mal ya no serán enunciados de la
conciencia recta iluminada, sino el
mutuo consentimiento de una ética
de Estado.
Por temor de reabrir el debate sobre el aborto, el vocero designado
por el Gobierno ha considerado
que “no era posible pronunciarse,
mediante la ley, sobre el estado del
embrión”. El Senado y el Parlamento lo han seguido.
Entonces, los peticionarios insisten, los proyectos de ley se acumulan y los comités de ética reflexionan por largo tiempo...
La verdadera razón de estas demandas... apenas logramos formularla, su realismo es tan sórdido...
un embrión de chimpancé, un criadero de ratones cuestan mucho...
¡La vida humana no tiene precio!
También ella ha perdido todo valor
después que algunas naciones, con
una larga civilización, han renegado con un voto lo que por más de
2000 años habían juramentado to-
dos los maestros de la medicina.
¡Las conquistas de la medicina
existen y son maravillosas! La investigación, aquella verdadera prosigue, y no tiene ninguna intención
de detenerse... Puede ser perfectamente realizada sin que se juegue
con la vida de un sólo hombre...
Como acostumbraba decir el Profesor Lejeune, ¡no nos desanimaremos nunca!
Existen las posibilidades de intervenir de manera eficaz en el niño
gracias a la diagnosis prenatal. Espero que se multipliquen. Como
médicos e investigadores tenemos
el deber de hacer todo lo posible
para llegar a esto. Es una cuestión
de vida y muerte para los niños enfermos, razón por la cual la diagnosis prenatal es cada vez más requerida; se vuelve cada vez más precisa y se hace más precoz. De aquí
también que la anomalía – aunque
mínima – descubierta después del
nacimiento del niño, es menos
aceptada.
Los medios técnicos de observación del niño durante la vida intrauterina son cada vez más sofisticados: la ecografía (imagen del niño
en relieve y a colores) y la amniocéntesis permiten a las personas
expertas y sobre todo muy habituadas, “ver” aunque sea la más mínima malformación, pero es necesario recordar también que a menudo
se encuentra sólo lo que se busca.
Algunas imágenes son difíciles de
interpretar. Hay algunos falsos negativos que equivocadamente dan
una seguridad y falsos positivos
que llevan al aborto niños perfectamente formados.
El examen de los cromosomas
del niño puede efectuarse por vía
vaginal a partir de la 7ª semana de
vida intra-uterina, con una biopsia
DOLENTIUM HOMINUM
76
de la placenta o, más tarde, en la
16ª de vida mediante una muestra
del líquido amniótico que contiene
células de exfoliación del feto. El
análisis del cariotipo permite conocer el sexo del niño (lo cual es determinante en las enfermedades relacionadas con el sexo) y si es afectado por una enfermedad por aberración cromosómica.
Estas enfermedades son frecuentes: es afectado un concebido de
cada 100. Una de las más frecuentes es la trisomía 21: 1 niño de cada 650. En el 98% de los casos, esto tiene lugar en familias sin antecedentes particulares. La frecuencia de estas enfermedades aumenta
con la edad de la madre y comportan en el niño malformaciones viscerales más o menos graves pero
sobre todo un retraso en el desarrollo psicomotorio más o menos importante según una anomalía cromosónica u otra y, en el caso de la
misma anomalía, es diferente en un
niño o en otro.
Las técnicas de la biología molecular se mutiplican con mucha velocidad. Permiten analizar en el
útero el código genético del niño
con una representación muy parecida a la de los códigos/barra que
se utilizan para las grandes superficies. Si falta una de las barras o si
ella es de doble ejemplar, se sabe
que el niño tendrá una enfermedad
génica constitucional y definitiva.
En estos casos la ley francesa autoriza el aborto sin límites de tiempo.
Podeis imaginar que ésto constituye una terrible tentación para las
familias y para los médicos: estas
enfermedades son graves; la mayor
parte de ellas aún no tienen una solución terapéutica... todos lo hacen
y lo aconsejan... de parte de algunos no hacerlo es considerado también como una falta profesional...
si el niño nace una de estas enfermedad algunas familias emprenden
una causa legal porque no fue efectuado el aborto... muchos médicos,
como para hacerse perdonar la nodiagnosis prenatal, proponen y hasta aconsejan el abandono... actualmente en París, 1 niño de cada 4
nacidos con la trisomía 21 es abandonado en el momento de nacer.
El descubrimiento, durante la vida intra-uterina, de una enfermedad grave e incurable para el niño
lo cataloga como un “condenado a
muerte por ignorancia de la medicina”.
La tradición cristiana considera
este aborto deliberado un “delito
abominable” y Juan Pablo II ha hablado recientemente acerca de él en
la Evangelium vitae: “El ser humano debe ser respetado y tratado como una persona desde su concepción. Cualquier razón, por grave y
dramática que sea, nunca podrá
justificar la supresión deliberada de
un ser humano inocente... La práctica del aborto selectivo para impedir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías
es ignominiosa porque pretende
medir el valor de una vida humana
sólo según parámetros de “normalidad” y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación
incluso del infanticidio y de la eutanasia”.
Ultimamente, el Gobierno ha autorizado el reembolso de parte del
Servicio Sanitario Nacional del
análisis de los cromosomas del niño durante su vida intra-uterina, sin
tener en cuenta la edad de la madre,
si la dosificación de los marcadores
suéricos maternos indica que el niño será portador de la trisomía 21
de aquel conexo sólo con la edad
de la madre. Esta propuesta será
verificada después de dos años. Se
calcula que el costo total de la operación será de 500 millones de
francos franceses en los dos años.
Ya no se trata de responder a la demanda de una pareja, sino de una
acción colectiva que tiende a individuar sistemáticamente a los trisómicos 21 con la evidente intención
de eliminarlos. Esta estrategia de
eugenismo negativo lleva a suprimir los sujetos que no corresponden a criterios requeridos para encontrar un puesto en nuestra sociedad.
Esta tendencia es muy grave ya
que, partiendo de la trisomía 21, se
extiende rápidamente a otras enfermedades, agravándose cuando interesa la diagnosis pre-implante y
la genética predictiva.
La diagnosis pre-implante se refiere al conjunto de las técnicas que
tienden a identificar una anomalía
genética en el embrión fecundado
in vitro. Tres días después de la fecundación in vitro, cuando los embriones se encuentran en el estadio
de 4 u 8 células, mediante micromanipulación se separan 1 ó 2 célu-
las. Se extrae el DNA y se amplifican las secuencias específicas referentes a la enfermedad temida o se
examinan los cromosomas a través
de sondas específicas mediante hibridación in situ. Si se encuentra la
anomalía buscada, las células sobrantes del embrión no serán trasladadas en el útero materno, sino
simplemente eliminadas. Se transferirán solamente los embriones reconocidos sin la enfermedad.
Evidentemente, surgen varios interrogantes. Ante todo, el acto regresivo que constituye la obtención
y la sustracción de una o dos células que constituyen el embrión, ¿no
podría ser perjudicial para el desarrollo posterior de células sobrantes que serán implantadas en el útero? La embriología experimental
da una respuesta confortante en el
animal, pero ¿podemos experimentarlo en el hombre? De 31 niños nacidos luego de una diagnosis preimplante, no se han observado malformaciones pero el problema permanece. Por otro lado, podríamos
razonablemente enunciar una diagnosis de una enfermedad partiendo
del estudio de una sola célula y antes de la diferenciación celular, sabiendo que no se puede sacar otra
vez una muestra y, por consiguiente, analizarla.
La diagnosis pre-implante está
autorizada por la ley de julio de
1994 sólo bajo el aspecto excepcional y puede efectuarse sólo en centros autorizados. Podemos imaginar los riesgos de una tendencia
que se agraban por la ausencia de
una definición del estado del embrión que hace temer una menor
protección del embrión con respecto al feto. La desdramatización del
gesto efectuado fuera del organismo materno puede llevar a considerarlo insignificante y por lo tanto
a extender la práctica a una medicina predictiva de límites muy vagos.
Hay que temer pedidos de pura
conveniencia que no tienen nada
que ver con el campo de la patología, como por ejemplo la elección
del sexo o incluso la presión social.
La situación se complica mucho
más con la medicina predictiva.
Aquí, cada semana el genetista
identifica nuevos genes y actualmente es capaz de reconocerlos
muy a menudo y predecir su efectos futuros. Asimismo, ¡puede prevenir el porvenir de cada uno de
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
nosotros y de nuestros hijos!
Evidentemente, se trata de un
progreso extraordinario si el descubrimiento de un gene deletéreo,
gracias a un atento control, permite
intervenir rápidamente en el momento oportuno o, mejor aún, de
instaurar una conducta preventiva
eficaz para impedir que se presente
una enfermedad. Por ejemplo, es el
caso de la localización del gene que
favorece la diabetes; en este caso,
un regimen alimenticio y un control clínico permitirán evitar la enfermedad. Del mismo modo, se
comprende el interés de este tipo de
posibilidad en la orientación profesional: el descubrimiento en un joven de una retinitis pigmentaria
que lo llevará a la ceguedad a los
cuarenta años, impone aprender el
método Braille y una orientación
profesional adecuada a la situación.
Pero, ¿qué sucede cuando no hay
nada que hacer sino esperar el propio ineluctable destino? ¿Qué sucede cuando se trata de un gene por
predisposición o por susceptibilidad y que el riesgo anunciado puede comprometer la libertad o modificar la vida del interesado sólo por
el peso de la revelación de la cual
debe hacerse cargo? ¿Tenemos el
derecho de decir a un hombre de 30
años, en perfecta salud, que posee
el gene de la corea de Huntington
que ha sido apenas individuado en
su padre que se ha vuelto loco... decirle que tiene el 50% de probabilidad de transmitir el gene a sus hijos... que esta enfermedad no puede
ser curada y que lleva inevitablemente a la demencia hacia los cincuenta años...?
Cada uno tiene un peso que debe
llevar a lo largo de la vida, que deriva de su propia historia y de su
propia familia, pero el papel del
médico es llevar pues a un conocimiento no siempre deseado y generalmente inútil. Algunos protocolos de diagnosis familiar en materia
de cáncer hacen estremercerse y
conducen a interrogantes para saber hasta qué punto se puede llegar
cuando la medicina está tentada de
irruir en la vida de las personas. Esto supone un extremo control en
términos de respeto de la persona,
del derecho de cada uno de aceptar
o no el examen, de la voluntad de
cada uno para tener o no tener conocimiento.
Cada vez que se hace una aplica-
ción individual de carácter médico,
parece que la medicina predictiva
puede proporcionar un aporte inestimable. Como se aleja del campo
médico, se convierte en un obstáculo a la libertad del hombre. Peor
sería si tuviese que ser un instrumento empleado con finalidades
colectivas, para un grupo u otro de
aseguradores, de empleados o de
administraciones, con el fin de seleccionar hombres y mujeres en
función de sus respectivas fuerzas
y debilidades genéticas. Entonces
la genética permitiría llevar de nuevo a nuestra sociedad hacia caminos que le hacen perder su propia
humanidad.
Todos los médicos y en especial
los genetistas, antes o después se
encuentran frente a este terrible dilema: ¿cómo decir la verdad respetando el secreto médico? Decir la
verdad siempre, pero no necesariamente toda la verdad de golpe. Me
parece que se trata de hacer ver las
cosas tal como son, tomando todo
el tiempo que es necesario y decirlas con palabras sencillas, Decir lo
que se conoce sin dejar de hacerlo
presente cuando no se sabe, de responder a las preguntas incluso
cuando son apenas formuladas, pero sin ir más allá de lo que ha sido
pedido. Permanecer en escucha y
animar a los parientes o a los pacientes a pronunciar ellos mismos
las palabras que temen escuchar.
De este modo la verdad no caerá
como una guillotina que corta definitivamente toda esperanza y no
será recibida como si fuera una
condena. Dicha en el momento justo y con palabras adecuadas, liberará de la angustia de la incertidumbre, de la espera de la diagnosis.
Pero esta confianza, con ocasión
de un coloquio individual y protegida por el secreto entre el médico
y el paciente, se vuelve diferente si
frente al médico se encuentra ya no
un paciente sino una pareja y quizás toda una familia. Su preocupación común se refiere a su descendencia. La diagnosis, las explicaciones, las consecuencias, pertenecen obviamente a los dos miembros de la pareja pero también a los
abuelos y a los hijos. En la genética
médica, la referencia ya no es más
el individuo sino la pareja. Por esto
mismo, ¿es de conformidad con la
idea del secreto que se debe a toda
persona, respetando su intimidad,
77
revelar, aunque sea al otro cónyuge, las eventuales debilidades inscritas en lo más profundo de su código genético?
Cuando después de la diagnosis
de la miopatía de Duchenne y el
balance familiar en genética molecular, es necesario explicar que es
la madre la portadora, que en ella
está el origen de la enfermedad del
hijo y que, en cada embarazo, independientemente del partner, ella
tiene el 50% de probabilidad de
transmitir el gene patológico... ¡he
aquí que esta madre ha sido responsabilizada! Corre el riesgo de encontrarse en una situación de fragilidad, de culpabilidad, quizás también de ser acusada en el marco de
la familia. ¿Cuál será la actitud de
la pareja después de esta revelación? ¿De qué manera esta mujer
pedirá a su madre y a sus hermanas
que se sometan también a un examen porque podrían ser portadoras? ¿Qué debe hacer la genética si
esta mujer rechaza hablar de esto
con sus hermanas? ¿Hay que respetar el secreto en relación con esta
mujer y esta pareja y callar la verdad a las hermanas que, si son portadoras, tienen el 50% de probabilidades de transmitir el gene a sus hijos?
Frente a otras enfermedades nos
encontramos en una situación parecida, ya sea que se trate de enfermedades dominantes o de otras relacionadas con el cromosoma X.
Para las enfermedades recesivas el
problema tiene una naturaleza diferente pero también en este caso es
difícil. Por ejemplo, después del
nacimiento de un niño afecto de
mucoviscidosis es necesario decir
que el gene responsable de la enfermedad ha sido transmitido al niño
por el padre y por la madre y, por
tanto, por la pareja. Este hombre
con otra mujer y esta mujer con
otro hombre prácticamente no habrían corrido ningún riesgo de tener un niño con esta enfermedad,
mientras en cada embarazo esta enfermedad tiene una probabilidad de
cuatro de dar la vida a un hijo enfermo.
Informaciones de este tipo ponen
a la prueba a la pareja y en un determinado momento el genetista se
encuentra directamente implicado
en la vida de la pareja.
En la actualidad, la genética está
implicada directamente en la asis-
DOLENTIUM HOMINUM
78
tencia médica a la procreación. La
inseminación con esperma de donador, por ejemplo, ha abierto nuevas posibilidades a algunas parejas
expuestas a un determinado riesgo
genético. Es el caso de un hombre
afecto de una enfermedad dominante que rechaza transmitir su enfermedad a los hijos. Asimismo, es
el caso de las parejas que han procreado un niño portador de una enfermedad de receso: cambiando de
partner, la mujer prácticamente no
corre ningún riesgo de tener un niño afecto por dicha enfermedad.
Bien podemos delinear el camino emprendido y hasta qué punto
se puede llegar en el campo del eugenismo. Sobre todo porque el genetista está impulsado a asegurarse
de la calidad genética de los potenciales donadores. Evidentemente,
esta orientación hacia un papel de
selección cualitativa se aleja de los
tradicionales comportamientos médicos y corre el riesgo de dar lugar
a un eugenismo positivo tendiente
a seleccionar a los mejores padres y
a proponer esterilizar a los que no
son tan buenos.
Mientras que se respeta al otro
(aunque sea diferente) y la protección de los más débiles, las técnicas más elaboradas no son por nada
temibles. Solamente si el deseo de
potencia desvía al corazón del
hombre se podrá temer lo peor.
Para terminar, quisiera leerles
dos textos. El primero es de Michel
Serres y ha sido tomado de la prefación del libro de Testard “L’oeuf
transparent”: “Debemos hacer el
inventario del jardín de Voltaire o
de aquel de Adán pero estas imágenes nos engañan; existen mil jardines posibles. Nuestros progenitores
llamaban por su nombre a cada
bestia y a cada planta. Nosotros debemos codificar las posibilidades.
Debemos hacer una especie de inventario infinito, el de los posibles
mundos que duermen en el entendimiento divino según Leibniz...
Ya tenemos la responsabilidad de
administrar el cono infinito de
aquellos posibles. Al parecer, el inventario no plantea ningún problema ético; la elección, por el contrario, plantea uno serio. Una vez que
ha sido combinado por muchas veces, es preciso elegir lo que pasará
de lo posible a lo actual. Este gesto
que Leibniz reservaba a Dios, desde hace algún tiempo, y cada vez
con mayor insistencia, lo podemos
hacer en reemplazo de El”.
El segundo texto está tomado del
discurso del Santo Padre del 21 de
noviembre de 1993, con ocasión de
la sesión que cerraba la reunión de
la Academia de las Ciencias en el
Vaticano.
“La profundización permanente
de los conocimientos sobre el ser
viviente es de por sí un bien ya que
la búsqueda de la verdad forma
parte de la vocación primordial del
hombre y constituye la alabanza
principal a los ojos de Aquel que ha
hecho el género humano y que está
como origen de toda cosa. La ciencia es seductora y fascinante, pero
ella no sabe enunciar por sí sola la
verdad última y proponer la felicidad que el hombre desea lograr, ni
dictar criterios morales para lograr
el bien. Es importante medir los
problemas morales que llevan no al
conocimiento mismo sino a sus
medios de adquisición del saber así
como a sus posibles y previsibles
aplicaciones. No corresponde a la
Iglesia fijar los criterios científicos
y técnicos de la investigación médica. Pero es su deber recordar, en
virtud de su misión y de su tradición secular, los límites dentro de
los cuales toda acción emprendida
constituye un bien para el hombre”.
Y añade: “El criterio moral de la
investigación es siempre el hombre
en su ser físico y espiritual”.
Profra. MARIE-ODILE RETHORÉ
Miembro de la Academia de Medicina
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
79
MIGUEL MARTÍN RODRIGO
Contribución de la vida consagrada a la salud
Introducción
Tengo el íntimo convencimiento
de que la Iglesia no es plenamente
consciente de la gran aportación
que ha venido realizando a lo largo
de la historia en los diferentes campos en los que ha articulado su misión. Y uno de esos desconocimientos afecta, sin lugar a dudas, al
mundo de la acción sanitaria. Se
cumple, a pesar de nuestras evidentes limitaciones, la recomendación
de Jesús: “Que tu mano derecha no
sepa lo que hace tu izquierda”.
Y en este marco de parcial desconocimiento, se aprecia con mayor fuerza la falta de datos concretos y precisos sobre la presencia
real de los consagrados cuya misión es la atención al mundo de la
salud. El INDEX elaborado y publicado – en 1986 en su primera
edición y en 1994 en una revisada
y ampliada segunda edición –, por
el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, no
hace sino constatar la dificultad de
concretar dicha presencia. Dificultad referente tanto a las instituciones sanitarias católicas como, consecuentemente, a la presencia de
los religiosos en las mismas.
La edición de 1994 habla de
21.757 estructuras sanitarias en el
mundo propiedad de la Iglesia o
donde ésta se halla presente; pero
ya advierte el Secretario de dicho
Pontificio Consejo que se estima
que faltan por ser censadas unas
8.000 más. El 43,5 % de ellas están
en Europa, en América el 20 %, el
17 % en Africa, y el 1,5 % en Oceanía. Sor Teresa Beorlegui, Superiora General de las Hermanas
Hospitalarias del Sagrado Corazón, inspirada en los datos de este
mismo INDEX, apunta la cifra de
350.139 religiosas sanitarias en el
mundo1 a las que habría que sumar
las todavía no censadas de esas
8.000 estructuras que faltan, así como un buen puñado de religiosos
que, si bien en mucho menor número que las religiosas, constituyen un grupo nada desdeñable. Todo un ejército, ciertamente.
1. Un poco de historia
La relación entre la Iglesia y el
mundo de la salud – y dentro de
ella de la vida religiosa –, es antigua y amplia. El papel de los monasterios en la asistencia y en la enseñanza de las ciencias médicas y
de la enfermería, resulta muy relevante. El nacimiento de las grandes
congregaciones cuya misión se dirigía a la asistencia de “pobres y
enfermos”, en el siglo XVI y muy
especialmente en el XIX, constituye un gran hito en la presencia de la
Iglesia en este campo. Y de tal importancia que cabe pensar si la misma Iglesia no creyó legítimamente
delegada en tales grupos religiosos
una tarea sustancial en su identidad. Para una mayor profundización en este estudio histórico les
remito a un buen artículo escrito
por Jesús Conde Herranz2, así como a un libro dedicado íntegramente a ello3.
La historia más cercana a nuestros días, y de la que a buen seguro
hemos sido protagonistas muchos
de cuantos nos hemos movido en el
mundo de la salud en los últimos
treinta años, resulta especialmente
clarificadora. Y ello en función de
que si el fenómeno de la aceleración de la historia es palpable en
todos los órdenes, resulta más relevante en este campo, el de la salud.
Todos recordamos la existencia
de grandes instituciones hospitalarias propietarias de centros sanitarios en nuestras ciudades. Centros
dirigidos por los religiosos de dichas congregaciones, y llevados
adelante por religiosos de las mismas. Un exiguo número de laicos
colaboraba con ellos, generalmente
en tareas domésticas que no exigían mayor complejidad.
Quedan en nuestra memoria, asimismo, comunidades de religiosas
insertas como tales en los grandes
hospitales públicos que el desarrollo había ido creando. Comunidades numerosas que tenían un gran
peso en la dinámica de la vida del
centro: por su número y por la importancia de los cargos que muchas
de ellas detentaban en el mismo.
Poco a poco una serie de fenómenos comenzaron a cambiar el
panorama que acabamos de describir. El gran número de abandonos
de la vida religiosa que, lógicamente, también afectaba a las congregaciones dedicadas al mundo
de la salud, hacía que paulatina, pero constantemente, decreciera el
número de las personas disponibles para la tarea, al tiempo que se
iba incrementando la edad media
de las mismas. En el decenio 19701980, se ha dado un descenso del
60 % en el número de religiosas sanitario-asistenciales en EEUU; por
otro lado, la edad media de las que
aún trabajan en dicho sector es superior a los 65 años4. No más esperanzador es en su análisis el Hno.
Pierluigi Marchesi:
“Por lo que la ciencia estadística nos dice acerca del desarrollo
de las Ordenes religiosas, dejando
al Señor la bondad del milagro, las
previsiones no son halagüeñas:
dentro de diez años muchas de
DOLENTIUM HOMINUM
80
ellas ya no existirán, y dentro de
veinte habrá desaparecido la mitad de las familias religiosas femeninas”5.
Pero, por otro lado, estábamos
asistiendo a un proceso generalizado de secularización que afectaba
por igual a todos los campos de la
vida y del que no podía escapar
aquel que constituye nuestra misión. El hospital también va asumiendo su legítima autonomía, y
se va configurando como una empresa con sus propias leyes en lo
referente a la economía, la organización, etc.
La creciente universalización del
derecho a la salud y su consiguiente cobertura pública, va cuestionando, por otro lado, a muchos
centros propiedad de religiosos.
El desarrollo incuestionable de
la medicina y la tecnología correspondiente implica una formación
específica que sorprende a la vida
religiosa, como hemos indicado
anteriormente, con un colectivo en
regresión numérica y en progresión de edad. Nos pilla a contrapié.
Hasta aquí un brevísimo esbozo
del marco. A partir de aquí, una
personal reflexión sobre qué papel
nos toca jugar en el mismo a quienes hoy queremos ser fieles a
nuestro carisma fundacional – es
decir, al Espíritu –, y a nuestro
tiempo. Y esta fidelidad no puede
pasar por falsas nostalgias de un
pasado – ninguna fidelidad puede
pasar por ahí –, sino por un serio
discernimiento de qué nos pide hoy
el Señor para construir su Reino en
este mundo, no en el mundo que
nosotros quisiéramos que fuera.
2. Nuevo concepto de salud
Quienes nos movemos en este
campo conocemos el concepto de
salud con la misma firmeza que
cualquier otro concepto teológico
de los que machaconamente nos
enseñaron en nuestra formación, o
quizá mejor. Según la OMS, la
“salud es un estado de bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la
ausencia de enfermedad”. Tomen
nota porque pocas veces un concepto tendrá más repercusiones
que en este caso. De todas ellas, yo
solamente tomaré en consideración
las que nos afectan a la vida religiosa. Me parece muy clarificador
en este campo el artículo de Diego
Gracia Guillén6.
Si entendemos por salud “la ausencia de enfermedad”, la misión
de la vida religiosa respecto a la
misma estaría llamada a ir poco a
poco perdiendo su sentido. El desarrollo de los derechos humanos
– entre los que sobresale el derecho
a la salud – es de esperar, y de desear fervientemente, que sea paulatinamente asumido por los Estados
que se dicen de carácter “social, democrático y de derecho”. Es a ellos
a quienes corresponde tutelar y promover los recursos necesarios para
llevar a efecto el derecho a la salud.
Los religiosos tendrán un puesto en
ese marco, bien a título individual
en la medida en que como un ciudadano más ejerza su profesión correctamente, bien a título colectivo
en la medida en que se integren en
una red asistencial pública. En todo
caso, una sociedad democrática no
podrá impedirles el ofrecer sus servicios dentro del marco de la actividad privada. Pero mucho me temo
que no es éste el “locus” más adecuado para nuestra presencia.
Ahora bien, si lo que entendemos por salud es “el estado de bienestar físico, psíquico y social” – y
muchos entre los que yo me encuentro, creemos que va aquí incluído el “bienestar espiritual”,
ampliamente entendido –, la situación cambia radicalmente.
Y aquí vuelvo a citar a Diego
Gracia Guillén, quien en su ponencia desarrollada en el Congreso
“IGLESIA Y SALUD”, celebrado
en Madrid en septiembre de 1994,
afirmaba lo siguiente:
“Nuestro diagnóstico es que la
salud no es un hecho, sino un valor,
y que por tanto no puede ser definida nunca de un modo absolutamente objetivo e intemporal, sino
en el interior del sistema de valores de cada grupo social y en cada
momento histórico. Esto hace que
la causa de todos nuestros males
haya que buscarla, en última instancia, en el sistema de valores de
nuestra sociedad”7.
Es aquí donde la Iglesia como
tal, y la vida religiosa de manera
muy específica, tiene su campo privilegiado. Ya no son servicios los
que aquí se nos solicitan, son valores, criterios, luces, presencias. Y
ello es lo más propio de la Iglesia,
ello es lo más genuino de la vida
religiosa: ser testigos, ser punto de
referencia, ser luz, ser sal.
Acostumbro a indicar gráficamente en mis exposiciones que en
el primero de los casos se nos ofrece “un contrato de suplencias”,
mientras que en el segundo es un
“contrato indefinido”.
3. Hacia un nuevo planteamiento
de la presencia
Comenzaré por tranquilizar a
quienes me escuchan: desgraciadamente, siempre tendremos “suplencias”. La sociedad moderna resulta experta en generar nuevas
marginaciones que no siempre, y
menos en un primer momento, los
Estados se disponen a atender, bien
por falta de conciencia o bien por
falta, según dicen, de medios. Ahí
tenemos hoy los enfermos terminales de SIDA, los ancianos inválidos, los enfermos mentales crónicos, los tóxicodependientes... Es
más, la crisis en que actualmente
parece entrar en el mundo desarrollado el Estado del bienestar nos
está presagiando – Dios no lo quiera – que quizá la Iglesia deba hacer
frente de nuevo a campos que,
afortunadamente, habían ya pasado a la asistencia pública derivada
del derecho de todo ciudadano.
Y ahí tendrá que estar la Iglesia.
Si en ella su opción por los pobres
es inherente a su identidad, nunca
podrá dejar de atender en la medida de sus posibilidades a quienes la
maquinaria sofisticada de la modernidad va escupiendo a las cunetas de la vida. Y ahí la vida religiosa está llamada a ejercer un papel
relevante como históricamente lo
ha venido haciendo.
Pero tampoco podrá evadirse la
Iglesia del papel que le atañe en ese
otro contexto en el que hoy se entiende el nuevo concepto de salud.
Un concepto de salud que ha de ser
matizado, profundizado, iluminado. Hoy la salud es un valor primordial, el primero para muchos
de nuestros conciudadanos. Y en
su consecución no se repara en medios, esfuerzos y sacrificios. Lo
triste es que es concebido en la
práctica como un pseudovalor. Es
la fortaleza muscular admirada en
el deportista, la belleza estética de
nuestras y nuestros modelos, es el
peso ideal que nos capacite para
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
vestirnos la ropa de moda, es la
“integralidad” de los productos lo
que se persigue con el fin de obtener el elixir de la inmortalidad. Es
una salud estética, individualista,
narcisista, en el fondo y en la forma, egoísta.
Alguien tendrá que orientar una
nueva concepción práctica de lo
que es estar verdaderamente sano,
o mejor ser sano. Alguien que sea
testigo de otra fortaleza, de otras
estéticas, de otras “integralidades”
u honradeces. Alguien que incluya
en su dieta personal la solidaridad,
la paz interior, la conciencia tranquila, la alegría y el humor nacidos
desde la sencillez, la aceptación de
uno mismo y de sus propios límites. Son necesarios en nuestra salud los especialistas en dietética, en
dermatología, en cirugía – también
estética – ...pero resultan imprescindibles los hombres y las mujeres sanos. Y éstos no se graduan,
por principio, en Universidad alguna a no ser en la de la vida.
Un concepto de salud que implica la gestión de inmensos presupuestos económicos que gravan seriamente los recursos de los Estados. ¿Cómo se distribuyen los mismos? ¿Qué uso de hace de ellos?
¿En función de qué y de quiénes se
distribuyen? No pocas veces son
los verdaderamente necesitados
quienes se sitúan como convidados
de piedra en el festín en el que
otros intereses copan los primeros
puestos. Alguien tendrá que decir
algo sobre todo ello, alguien tendrá
que romper una lanza por quienes
no la tienen porque son débiles, alguien deberá ser conciencia crítica.
Un concepto de salud que constantemente aflora serios y complejos dilemas éticos. La ciencia y la
técnica pueden y quieren hoy ser
“señores de la vida”. De ahí que el
debate actual no sea “qué es lo que
se puede hacer”, sino en la mayoría de los casos “qué es lo que se
debe hacer”. Nuevas técnicas de
reproducción, manipulación genética, aborto, eugenesia, trasplantes,
eutanasia...son aspectos del horizonte tantas veces problemático en
el que se sitúa al hombre. Y alguien debe haber aquí que, junto
con otros hombres de buena voluntad, ofrezca luz, criterios, valores sobre la vida y el respeto que
merece la misma. Se trata en defi-
nitiva de generar cultura en torno
al concepto de salud. Desde una
antropología cristiana, articulada
con una visión humanista del propio hombre, hay que apostar por
una seria reflexión y por la creación de respuestas prácticas, signos de una cultura de la vida frente
a la tantas veces asfixiante cultura
de la muerte en la que nos hallamos inmersos como dice Juan Pablo II y que tan certeramente desarrolla en su encíclica “Evangelium
Vitae”.
4. “Odres nuevos
para el vino nuevo”
Estoy convencido que el concepto de salud que sitúa a la misma como “un estado de bienestar físico,
psíquico y social” es el que más se
adecúa a la auténtica misión de la
Iglesia, “sacramento de salvación
en el mundo” según el Concilio
Vaticano II. Y no es éste un convencimiento caprichoso, sino bajo
mi punto de vista asentado en la
propia realidad de Jesús.
Jesús de Nazaret no vino a curar
las enfermedades. Vino a anunciar
la salvación, y tal anuncio suponía
en determinados casos – abundantes por otro lado – curar a los enfermos. Pero tal curación no era sino un “signo”, una señal anticipatoria de la plena terapéutica de la
que sólo El era el auténtico terapeuta: la salvación.
Es cierto que curó a muchos enfermos. Prescindir de las curaciones de Jesús, sería prescindir de
una gran parte del Evangelio. Pero
también lo es que no curó a todos
los enfermos entonces existentes
en Israel. Fueron muchos más los
que no quedaron curados que los
que sí lo fueron.
Jesús anunció la salvación, la salud. Una salud que implicaba salir
del círculo cerrado en el que el
hombre se batía y abrirle la posibilidad de encontrarse en el Amor.
Acabar con el egoísmo, y brindar
la posibilidad de vencerlo con el
amor. Dicho proceso comportaba
una gran curación capaz de intervenir quirúrgicamente en lo más
profundo de las entrañas humanas:
el corazón. En él está el auténtico
virus que enferma de verdad al
hombre. Y ahí ha de llegar el remedio curativo.
81
En consecuencia, la Iglesia ha de
continuar con esta línea de anunciar la salvación, que ha de ser concreta para hombres concretos en situaciones concretas. Por ello, hay
que decir bien claramente que toda
la acción de la misma ha de ser sanadora: la predicación, la catequesis, la liturgia, la actuación de la jerarquía, la administración de los
sacramentos....
Y dentro de esa acción sanadora,
ha de serlo de forma muy prioritaria la acción asistencial de la misma. Todavía más: la vida religiosa
está llamada a ser signo profético
de salud en un mundo enfermo en
gran medida, en un sistema sanitario muchas veces patógeno, en
unas instituciones que quizá emiten recetas de “emplastes sanitarios” pero que están muy alejadas
de ofrecer auténtica salud.
Lógicamente ello conlleva la
exigencia de que los religiosos dedicados a la salud, y la propia vida
religiosa por ellos conformada, ha
de ser el primer referente de salud.
Una salud situada en el marco de
la contingencia humana, de sus límites, de sus enfermedades normales, pero también en el de un
cuidado – que no obsesión – por el
propio cuerpo, en unos ritmos vitales equilibrados en los que exista tiempo para el diálogo, el descanso, la oración, en el de la solidaridad, el equilibrio emocional,
la capacidad para hacer silencio en
el que encontrarse consigo mismo,
etc.
En definitiva, la primera exigencia que se le plantea al religioso en
el mundo de la salud es la de ser un
hombre sano. Caso contrario tropezará con una intrínseca incoherencia desde el principio. Parodiando
el dicho castellano: “Salud vendo
que para mí no tengo”, o si prefieren, las propias palabras de Jesús
en la sinagoga: “Médico, cúrate a tí
mismo” (Lc 4). Su exigencia profética apela en primer lugar a su propia identidad. Y eso mismo afecta
también a las comunidades religiosas de los consagrados cuya misión
se dirige al mundo de la salud: han
de ser grupos humanos sanos, en
los que se desarrolle una sana convivencia, un capacidad real de diálogo, una disposición al perdón ...
Religioso y comunidad religiosa
son, en definitiva, llamados a convertirse en referentes de salud.
DOLENTIUM HOMINUM
82
5. La misión de los consagrados
en el mundo de la salud
Retomando el hilo conductor
que nos había marcado el concepto
de salud desarrollado por la OMS,
y habiendo apelado sucintamente a
la identidad sana de los religiosos a
ella dedicada, me atrevo a diseñar
un marco en el que considero honestamente que ha de ubicarse su
misión.
Insistiré, no obstante, en dos
principios:
a) Teológicamente creo que el
paradigma fundamental de toda
presencia de la vida consagrada en
el mundo de la salud ha de ser el de
presencia iluminadora, alentadora,
crítica, profética... La labor asistencial – que siempre ha existido y
existirá – debe entenderse como
parte de un proceso que camina hacia aquélla. Sólo quiero situar, desde el punto de vista teológico, el
marco de referencia en la misión.
Creo que no cabe duda alguna que
la gran importancia de la acción de
Jesús no radica en que curase diez
leprosos, ni a la hemorroísa, ni tan
siquiera que resucitase al hijo de la
viuda de Naím o a su amigo Lázaro. Lo importante es que Jesús nos
anunció y ofreció la salvación, la
sanación integral.
b) Por ello, el talante con el que
todo religioso ha de posicionarse
en su misión, no puede ser otro que
éste: anunciar salvación, anunciar
salud auténtica frente a las muchas
ofertas de otros tipos de salud bien
parcial que el mundo nos ofrece.
Sentadas ambas premisas, me
atrevo a esbozar el marco en el que
creo que nos tenemos que situar
quienes nos hallamos, desde la
consagración religiosa, en el mundo de la salud.
1. Labor asistencial
Como ya he advertido con anterioridad es éste un campo que nunca podremos abandonar. Desgraciadamente. “Siempre tendréis pobres entre vosotros”. El desarrollo
científico, tecnológico, político y
social hace que cada vez más, en la
teoría y en la realidad, los ciudadanos tengan más y mejor atendidas
sus necesidades de salud.
Pero también la realidad es terca
en demostrarnos que siempre ha
habido, hay y habrá colectivos que
quedan desenganchados de esa
pretendida universalización asistencial. No hace falta castigar mucho nuestro cerebro para descubrir
hoy mismo, en nuestro primer
mundo, un generoso elenco de tales afectados: deficientes, enfermos mentales crónicos, ancianos
pobres, ancianos enfermos, paralíticos cerebrales, SIDA, enfermos
terminales... A veces es la propia
tecnología la que “engendra” muchos de estos desheredados: grandes neonatos con severas afectaciones neurológicas, enfermedades
propias de la edad que la ciencia ha
hecho crecer espectacularmente,
etc. Y, como ya hemos indicado anteriormente, la crisis del Estado de
bienestar que parece ser que es una
auténtica realidad, presagia que esta pinza de “excluídos” se verá notablemente incrementada.
Aquí tiene un lugar privilegiado
la vida religiosa. Sabiéndose detener en esta autopista de la vida, en
la que todos corren a velocidades
vertiginosas, para atender a los que
quedan en las cunetas de la misma,
sin nadie que los atienda porque no
son interesantes, ni rentables, ni
dan prestigio.
Una vida religiosa que sepa
comprometerse ahí, procurando
una atención integral, humanizadora, dignificadora. Y que, desde
ella, se erija en grito profético frente a toda una sociedad que los margina y, consecuentemente, unos
poderes públicos que los relegan
en el ámbito de sus preocupaciones
y de sus presupuestos.
Una labor asistencial en nuestro
primer mundo carece de sentido
evangélico si, desde ella, no se
ejerce un profetismo real y comprometido – en primer lugar con la
propia asistencia – en defensa de
esos colectivos. Mal síntoma cuando nos hacemos un hueco en este
“mercado” para montarnos una vida apacible y tranquila; mal síntoma cuando hacemos la misión a
imagen de nuestras necesidades y
no orientamos nuestra misión a la
realidad de las necesidades.
En todo momento ha de prevalecer en esta labor asistencial nuestra
machaconamente proclamada “opción por los más pobres”. En tiempos difíciles como los que vivimos,
no es pequeña la tentación de acomodarnos en tipos de asistencia
privada a clases que se la pueden
costear y a la que la vida religiosa
le supone un buen reclamo. El sostenimiento económico de tal asistencia ha de buscarse en la inclusión en las redes públicas de sanidad y asistencia social – en la medida en que hayamos podido concientizar de su obligación a los poderes públicos –; en su defecto en
la lucha por conseguir subvención
pública; en tal vez mínimas aportaciones factibles en los propios asistidos; y, por qué no, en la búsqueda
de la limosna, auténtico ejercicio
evangélico de la caridad.
Nunca debieron existir, pero hoy
resultaría más ridículo que escandaloso – y lo sería seriamente –
mantener los tiempos en que una
congregación religiosa peleara con
otra en la lucha por llenar sus centros asistenciales con el fin de dotarlos de rentabilidad. Si nos orientamos a quienes de verdad nos necesitan, hay para todos. Desgraciadamente, insisto.
Puede resultar aquí importante
subrayar los rasgos de identidad
que José Ant. Pagola subrayaba en
su ponencia en el ya mencionado
Congreso cuando se refería a los
hospitales católicos en uno de sus
apartados:
“Señalamos algunos rasgos que
han de caracterizar hoy al hospital
católico: servicio a la vida desde
su concepción hasta su término natural; atención preferente a las clases menos favorecidas excluyendo
intereses puramente lucrativos;
asistencia integral a la persona del
enfermo en todas sus necesidades,
sin discriminaciones de ninguna
clase; profesionalidad ejemplar;
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
humanización de las condiciones
de trabajo y promoción de una verdadera cooperación entre profesionales; formación ética del personal; actuación eficaz de un comité de ética que se preocupe de
salvaguardar la identidad católica
del hospital y de estudiar los problemas éticos”8.
Es evidente que esta labor asistencial tiene un puesto relevante en
el Tercer Mundo. Allí donde no
hay casi nada, nosotros estamos
llamados a hacerlo todo. Es una auténtica labor de “suplencia” en la
espera de “una nueva tierra” en la
que la solidaridad internacional
consiga compartir entre todos los
pueblos las conquistas del desarrollo en la atención de los derechos
humanos más elementales.
Conviene aclarar, no obstante,
que desde las instancias sanitarias
e incluso eclesiales se nos invita en
nuestras “inversiones” en el Tercer
Mundo a no trasladar nuestros criterios asistenciales europeos a realidades tan distintas: no se trata de
transportar nuestro más o menos
sofisticado hospital de aquí al poblado indígena señalado. Se nos invita sobre todo a una labor que,
partiendo de un pequeño centro de
referencia, se oriente con fuerza a
la labor de prevención de la enfermedad, de promoción de la salud,
de formación sanitaria.
Quisiera recoger aquí a modo de
hermosa síntesis las palabras que la
propia FERS (Federación Española de Religiosos Sanitarios) pronunciaba en el mismo Congreso,
en su Comunicación presentada al
mismo:
– “en la periferia, donde no hay
poder-salud
– en el desierto, donde nadie va
– en la frontera, donde se marcan los límites”9.
5.2 Labor Profética
Quede claro que no es éste el título que me gusta. Porque también
profética – ¡y de qué modo! – ha de
ser la labor asistencial previamente
descrita. Pero lo cierto es que no he
encontrado otro mejor.
Quiero incluir aquí la presencia
de la vida religiosa, bien individual
bien colectivamente, en lugares de
salud en los que su presencia no sería necesaria para el desarrollo de
la labor. Todos esos lugares ocupa-
dos hoy por la asistencia pública y
desempeñados por una ingente
multitud de profesionales perfectamente preparados y con una gran
reserva en el paro esperando su
oportunidad laboral. Lugares que
van desde la cúpula de la Organización Mundial de la Salud hasta
cualquier puesto de simple enfermero o auxiliar sanitario en cualquier gran hospital de nuestras ciudades o en cualquier centro de salud de nuestros barrios o pueblos.
Aquí no se nos necesita. Pero según cómo nos situemos podemos
ser muy importantes, casi imprescindibles.
Luchar honestamente por una
humanización de la asistencia, promover valores que apuntan hacia
un concepto de salud integral, humanizar y evangelizar los ambientes profesionales sanitarios – tan
propensos al desaliento, la rutina,
el desencanto – velar por la defensa de los derechos de los enfermos,
aportar lúcidos análisis de valoración ética de los múltiples conflictos bioéticos que emergen de la
asistencia, etc. son labores que un
religioso puede aportar honestamente al mundo de la salud. Y no
de forma exclusiva; también los
laicos que trabajan en ese campo
deberían hacerlo. Precisamente en
la integración en nuestros centros
de los laicos cristianos, con todos
sus derechos y de acuerdo a su formación, es hoy uno de los retos importantes de la vida religiosa. Y no
menos importante la integración de
ese gran ejército solidario que hoy
conforma el voluntariado cristiano
83
y que tanta calidad humana puede
suponer en orden a la asistencia.
Quizá tengamos que ir pensando
ya en el Hospital de la comunidad
católica de un determinado lugar
que, integrado por profesionales
cristianos, se halla animado por el
carisma de determinado fundador
bajo el estímulo de unos pocos religiosos por él fundados.
Precisamente ello nos obliga a
introducirnos en el vasto, y a veces
excesivamente espeso, tejido del
mundo de la salud y, de rebote, en
la política – ampliamnente entendida –, en los medios de comunicación social, en el mundo de la Universidad y la enseñanza, etc. Y ello
es duro, muy duro. La propia Comunicación de la FERS al Congreso antes señalado lo indica bien
claramente:
“La actividad sanitaria conlleva
en la realidad histórica de nuestra
vida diaria convivir con la racionalidad técnica, las exigencias de
la organización, los criterios de
eficacia, en lugares de trabajo que
son empresa donde se da el trabajo tecnificado, etc. De ello se han
derivado consecuencias inmediatas para nuestra Vida Religiosa:
debilitamiento de la dimensión
pastoral, ciertas dicotomías o crisis de identidad, tentaciones de
claudicación, dispersión, individualismos...(sic) pero también signos positivos: repensamiento y renovación de la fraternidad y de la
vida comunitaria...renovación desde dentro volviendo a las fuentes...muchos religiosos hemos hecho verdadera opción por los pobres...”10.
Creo, honestamente, que la ubicación de la vida religiosa dedicada al mundo de la salud no ofrece
más variantes que las propias de toda vida religiosa en el primer mundo. Un mundo en el que hay inflación de casi todo, pero en donde
existen urgencias de “referentes de
trascendencia”, de alguien que señale, desde su propia identidad el
marco de los valores, de los ideales, de la trascendencia. En un
mundo más propenso a ahogarse
por la vacuidad de sus planteamientos, hacen falta faros, signos,
señales, que desde la debilidad, basados únicamente en la fortaleza de
su fe, indiquen rumbos, horizontes.
Un mundo en el que sobran camas
sanitarias, quizá profesionales, pe-
DOLENTIUM HOMINUM
84
ro anda ayuno de valores auténticos que orienten hacia la salud.
Así situados, los religiosos tienen todo el derecho que quieran a
reclamar su puesto en el sistema
sanitario, bien individual, bien colectivamente. En cualquier sitio,
bajo cualquier título profesional
que, lógicamente, deberá legitimar
externamente su presencia. Sea en
el Ministerio de Sanidad, la Universidad, la gestión hospitalaria, la
atención directa al enfermo en sus
diferentes posibilidades... Todas
esas situaciones no serán sino las
diferentes formas en las que se diversifica la evangelización en el
mundo de la salud ampliamente
entendido.
Permítanme finalizar esta breve
exposición transmitiéndoles una
imagen de quien fuese nuestro Superior General, Hno. Pierluigi
Marchesi, y que nos transmitía en
un documento elaborado para el
interno de la institución – La hospitalidad de los Hermanos de S.
Juan de Dios hacia el año 2.000”.
Reflexionando sobre el papel del
Hermano en la nueva situación socio-sanitaria, él señalaba el ejemplo basado en la historia de las torres de los templos que hay en cada pueblo. En su momento, dice él,
y dado que era el edificio más alto
que existía en el mismo, se pensó
en adosarles un reloj que – unido a
las campanas – señalaba a todos
los pobladores la hora concreta del
día. Hoy han cambiado las cosas:
todos los ciudadanos llevan su reloj de pulsera. Y se pregunta:
“¿Debemos derribar las torres?
¿Debemos tirar los relojes de pulsera?....No es ésta la pregunta que
debemos hacernos. Preguntémonos, más bien, cuál es la función
auténtica de la torre, aquella para
la cual el hombre de fe la ha levantado junto a la Iglesia: hacerse
ver desde lejos, más que hacerse
sentir.
La torre expresa el deseo del
hombre de unir la tierra al cielo, el
hombre a Dios, la naturaleza a su
Creador. Es para el hombre la
atracción más primaria a su origen, a su destino, a Aquel que está
en los cielos. Aun cuando ya no es
el edificio más alto, sobrepasada
tantas veces por orgullosos rascacielos, permanece y permanecerá
siempre como símbolo de un anuncio, de una presencia que remite a
la “Presencia”11.
El peligro no está, indudablemente, en que los ciudadanos tengan reloj de pulsera. Eso es un éxito. Tampoco lo está en que hayan
emergido orgullosos rascacielos.
En todo caso se podría cuestionar
en función de su integración o no
en el contexto urbanístico. El verdadero peligro está en que se olvide el genuino sentido por el que se
hicieron las torres.
El peligro, y a su vez el reto, de
la vida religiosa dedicada al mundo
de la salud no está en el mundo de
la salud. Está dentro de la propia
vida religiosa.
Fr. MIGUEL MARTÍN RODRIGO,
O.H.
Hospital St. Joan De Deu, Barcelona
Director de “Labor Hospitalaria”
Notas
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE
AGENTES SANITARIOS, “Curate Infirmos”
y la Vida Consagrada, Ciudad del Vaticano,
1994, pp. 97.
2
JESUS CONDE HERRANZ, “La aportación
de la Iglesia a la sanidad”, rev. LABOR
HOSPITALARIA, num. 223 (1992), pp. 6978.
3
JESUS ALVAREZ GOMEZ, “...Y El los curó.
Mt. 15, 30. Historia e identidad evangélica de
la acción sanitaria de la Iglesia”, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1996.
4
JAMES CASSIDY, “Hospitales católicos en
el Mundo”, en la rev. Dolentium Hominum, nº
14 (1990), Roma.
5
PIERLUIGI MARCHESI, “Religiosos al servicio de los enfermos y agentes sanitarios: hacia
nuevos objetivos”, en la rev. DOLENTIUM
HOMINUM, nº 14 (1990), Roma.
6
DIEGO GRACIA GUILLÉN, “Modelos actuales de salud. Aproximación al concepto de salud”, rev. LABOR HOSPITALARIA, num.
219 (1991), pp.11-15.
7
DIEGO GRACIA GUILLÉN, “El mundo de la
salud y de la enfermedad a examen”, en CONGRESO “IGLESIA Y SALUD”, Edice, Madrid, 1995, pp. 99.
8
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, “Para que tengan
vida: la Iglesia en el mundo de la salud y de la
enfermedad”, en CONGRESO “IGLESIA Y
SALUD”, o.c.,pp. 167.
9
FERS, “Los religiosos sanitarios en el
mundo de la salud. Presencia actual y perspectivas de futuro”, en CONGRESO “IGLESIA Y SALUD”, o.c. pp. 201.
10
FERS, o.c. pp. 197-198
11
PIERLUIGI MARCHESI O.H., “La Hospitalidad de los Hermanos de S. Juan de Dios hacia
el año 2,000”, Editorial Hospitalaria, Roma,
1986, pp. 20
1
LOS
Otros libros consultados:
* Pontificia Comisión para la Pastoral de
los Agentes Sanitarios, “Religiosos en el mundo del sufrimiento y de la salud”, Roma, 1987.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
85
MICHAEL F. COLLINS
El papel de los hospitales católicos
en el nuevo milenio
Nos estamos acercando al nuevo
milenio y son grandes nuestras esperanzas y expectativas sobre el
papel que puede desarrollar la
Iglesia para promover la dignidad
humana a través de los servicios
sanitarios.
Visto que no conozco bien la actividad de los hospitales católicos
fuera de los Estados Unidos, me limitaré al conocimiento que tengo
sobre los cuidados sanitarios que
ofrecen las estructuras católicas en
este país, para reflexionar sobre el
papel de los hospitales católicos en
la definición de las esperanzas y
las expectativas para el nuevo milenio.
Quisiera poner en este contexto
la importancia del empeño de la
obra sanitaria católica en los Estados Unidos. Tenemos más de 1300
instituciones sanitarias católicas
presentes en 48 estados; 625 hospitales católicos en el 95% de todas las diócesis católicas y 713 estructuras para permanencias de
largo plazo en el 85% de ellas. Las
instituciones sanitarias católicas
proporcionan más del 16% de las
hospitalizaciones y de las visitas
ambulatoriales. Los hospitales católicos tienen una entrada de más
de 44 mil millones de dólares por
año y un activo que supera los 50
mil millones. Existe un enorme
empeño de parte de 242 institutos
religiosos, congregaciones femeninas y masculinas y de 42 diócesis, que administran las entidades
que trabajan en el campo sanitario
y quieren curar y defender a los
pobres1. Un ejemplo de este compromiso es el vigoroso ministerio
que desarrollan las Hermanas de la
Caridad en campo sanitario, brindando excelentes curas médicas y
manteniendo al mismo tiempo una
fuerte determinación para asistir a
los pobres2.
Actualmente, existe en América
un gran reto en el ámbito del sistema sanitario. Los fondos son cada
vez menores ya que el Gobierno
quiere reducir el déficit federal. La
gestión de la sanidad, concepto en
el que las partes controlan el dinero del campo sanitario y el empleo
de los fondos, controla casi un
cuarto del gasto sanitario actual
para las pólizas sanitarias de seguro3. En todo el país los hospitales
se están uniendo para formar sistemas sanitarios, con el fin de optimizar la propia eficiencia, asegurar curas a la comunidad de manera continuada, y racionalizar el uso
de la tecnología médica. Está en
marcha una verdadera restructuración de la oferta en campo sanitario.
Los hospitales católicos deben
enfrentar los retos “económicos”
como todas las demás entidades
que no tienen finalidades de lucro.
Mientras enfrentan presiones cada
vez mayores e intensas relacionadas con el aspecto económico de
nuestro ministerio, la tradición del
no-provecho que ha sido el signo
que ha distinguido a los hospitales
en América recibe hoy ataques de
parte de las grandes corporaciones
que han decidido entrar en el “negocio sanidad”. Estas compañías,
propias de los inversionistas, tienden a optimizar el retorno de las
inversiones de los propios accionistas y se guían por el beneficio.
Su perspectiva en los negocios ha
obligado a las instituciones sin finalidad de lucro, incluidas aquellas católicas y sostenidas por la
Iglesia, a poner cada vez mayor
énfasis en los aspectos financieros
de nuestro ministerio. De este mo-
do, al unirse diferentes hospitales,
se han formado sistemas sanitarios
católicos en América.
En Boston, S.E. el Cardenal
Bernard Law reunió ya en 1985 a
las instituciones sanitarias católicas apoyadas por la Arquidiócesis,
mucho tiempo antes de que la tendencia para formar sistemas sanitarios se volviese popular y necesaria. La Caritas Christi, nuestro
sistema sanitario Arquidiocesano,
está formado por 12 instituciones
sanitarias: cinco hospitales, una
estructura para enfermos crónicos,
dos casas de cura, dos escuelas para enfermeros, una casa de asistencia para enfermos terminales y una
casa para mujeres víctimas de violencias domésticas, sin techo, drogadictas o embarazadas. Aunque
pudiera parecer pequeña en comparación con algunos sistemas sanitarios que se han formado a nivel
nacional, la Caritas Crhisti tiene
una entrada de base de 500 millones de dólares, 7,000 empleados y
atiende a 500,000 personas por
año4. Todos los equipos de nuestro
sistema se guían por la enseñanza
de nuestra Iglesia y por las Directrices éticas y religiosas para los
servicios sanitarios católicos promulgados por los obispos estadounidenses5.
Quisiera proponerles tres puntos-base característicos de la sanidad católica en los Estados Unidos, que deberían formar parte de
la identidad de las entidades sanitarias católicas en todo el mundo:
– Los hospitales católicos en el
mundo forman parte integrante del
ministerio de la Iglesia.
– Los hospitales católicos tienen
un papel específico, esto es, ser
testigos de la promoción de la dignidad humana.
DOLENTIUM HOMINUM
86
– Los hospitales católicos deben
ser regulados en lo que concierne
la gestión de sus asuntos económicos.
Si lo anterior es correcto, puedo
concluir que los hospitales católicos son antorchas de esperanza para las expectativas que acompañarán al nuevo milenio.
Los hospitales católicos
como parte integrante del
ministerio de la Iglesia Católica
En el Evangelio tenemos muchas referencias al apostolado de
curación de Jesús. Conocemos las
narraciones sobre Jesús que devuelve la vista al ciego, que hace
hablar a los mudos y oir a los sordos, que limpia a los leprosos y sana a la homorroísa6 y hace caminar
a los paralíticos. Una parte integrante del ministerio de Jesús en
esta tierra fue la profunda curación
de los enfermos. No obstante los
tormentos que encontró, Jesús demostró que el ministerio hacia los
enfermos era total en su vida cotidiana. Las curaciones que hizo se
dirigían a las enfermedades. Curando a los enfermos, curaba a toda la persona. Cuerpo, alma y espíritu. Jesús nos enseña que debemos ofrecer las mismas curas a todos los que vienen a nosotros
cuando tienen necesidad.
Enriquecida por esta enseñanza,
la Iglesia católica sigue comprometida con los enfermos durante
estos dos milenios. La historia está
llena de ejemplos en los que se hace cargo del pobre y del marginado
enfermos, perpetuando el ejemplo
de Jesús en nuestros días.
Las religiosas tienen una rica
tradición en el campo del apostolado con los enfermos. No hay ninguna duda de que la atención a los
enfermos haya sido parte integrante de su ministerio. El ejemplo de
Santa Catalina Labouré y de las
Hermanas de la Caridad es sólo
uno de los numerosos ejemplos de
esta verdad7.
A lo largo de la amplia historia
sanitaria, los que están comprometidos en el ministerio de la salud
católica han sido guiados por las
enseñanzas de la Iglesia y por su
clara tradición moral. La Iglesia
católica no es nueva a este empeño
hacia los enfermos o al desarrollo
de sus enseñanzas. Estas últimas,
junto con la tradición moral, cuyas
raíces se remontan al tiempo de Jesús, son los principios que han edificado una sólida fundación, de la
cual los que han sido comprometidos con los enfermos reciben su
inspiración para desarrollar su ministerio. Los hospitales católicos y
la actividad de quienes trabajan en
estas instituciones, representan la
personificación actual del ministerio de sanación de Jesús.
Mientras nos acercamos al nuevo milenio, reconocemos la forma
realmente católica con la que la
Iglesia realiza su misión en el
mundo. Sin embargo, la Iglesia
une estas energías a todos los demás ministerios que forman la
misma Iglesia, respondiendo a las
necesidades de la gente en todo el
mundo. Un testimonio es dado por
el ejemplo de la Madre Teresa y
como ella ha maravillado al mundo. Asimismo, pensamos en las
instituciones para la instrucción, a
las múltiples iniciativas culturales,
a la entrega a los pobres, y a las
numerosas formas en las que la
Iglesia está presente en cada sociedad y en cada cultura en favor de
todos. Esta colaboración reune a
nuestros varios y extradordinarios
ministerios en forma tal que funde
y emplea las varias actividades de
la Iglesia en beneficio de quienes
servimos.
La sanidad católica pertenece,
como parte integrante, a esta unidad de esfuerzos. El ejemplo de Jesús, el constante testimonio de la
Iglesia y la experiencia de los últimos siglos, demuestran que la sanidad católica al servicio del Evangelio sirve a los pobres, a los enfermos y a los necesitados.
Sin embargo, a menudo los servicios sanitarios no son vistos como un ministerio integrante de la
Iglesia. Los medios de las instituciones católicas pueden ser muy
amplios, pero cuando se trata de
proporcionar cuidados sanitarios,
a menudo están separados de la
Iglesia. Puede suceder que los
equipos sanitarios católicos no son
sostenidos por los fieles porque,
contrariamente a los demás ministerios de la Iglesia, no son vistos
como intrínsecamente vinculados
con ella. De manera que, los esfuerzos de estas personas realmente comprometidas en este ámbito
no son coordinados directamente o
apoyados por las entidades de la
diócesis. Asimismo, algunas entidades sanitarias católicas desearían obrar en la tradición católica
pero no en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, ya que sus intereses económicos se verían afectados al adherir a nuestros principios morales. En estos casos, que a
menudo tienen lugar, la sanidad
católica no es considerada como
parte integrante del ministerio de
la Iglesia. Sus esfuerzos son puestos de lado y la ruptura que resulta
provoca un daño a la Iglesia y a los
que se encuentran en una situación
de necesidad.
En los umbrales del tercer milenio, afirmo que los hospitales católicos han sido y siguen siendo parte integrante de la vida y del ministerio de la Iglesia. Deben adherir
espontáneamente a las enseñanzas
de la Iglesia y abrazar los principios morales. Los que se encuentran dentro de la Iglesia deben reconocer las prerrogativas claramente católicas de estas instituciones y trabajar efectivamente para
servir a los enfermos y marginados. En los Estados Unidos tenemos la fortuna de estar guiados por
las Directivas Eticas y Religiosas y
por la Declaración de la Conferencia Católica de Estados Unidos sobre la salud y los cuidados sanitarios: la Carta Pastoral de los Obispos Católicos Americanos8.
Los hospitales católicos
como testigos de la promoción
de la dignidad humana
Al comienzo de esta intervención he dicho que, en lo que se refiere a las instituciones católicas,
los hospitales católicos trabajan de
conformidad con el ejemplo del
ministerio de sanación de Jesús.
Siguiendo este ejemplo, los hospitales católicos afrontan el reto de
defender la misión de la Iglesia,
inspirándose en sus enseñanzas.
Desde este punto de vista los hospitales católicos deben reconocer y
aceptar la libertad y la obligación
de promover la dignidad humana
de cada individuo, defender al pobre y llevar adelante los propios
planteamientos con un firme compromiso por la justicia. Esta verdad se basa en la enseñanza social
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
de la Iglesia en lo que se refiere al
igual valor y dignidad de cada ser
humano creado a imagen de Dios y
redimido por Jesucristo.
Los hospitales católicos son conocidos por su compromiso en favor de la vida, desde su concepción hasta su término natural. Esta
es la regla en todos los hospitales
católicos. Esta actitud permite a
nuestras instituciones exigir de
quienes se ocupan de los pacientes
en la estructura católica que curen
primero y ante todo la dignidad
humana de cada persona enferma.
Las enseñanzas de nuestra Iglesia
inspiran a los agentes sanitarios
para que extiendan sus manos para
curar y proteger a las personas con
quienes entran en contacto. Los
pacientes que llegan a nuestras estructuras para ser curados, esperan
encontrar a personas que se ocupen de ellos en un ambiente que
promueve la vida y preserva la
dignidad del individuo. Dicho empeño hacia la dignidad humana requiere que ofrezcamos cuidados
de calidad, y también nos protege
de comparar estas últimas sólo con
las medidas tecnológicas y científicas que consideran a la persona
como un objetivo o incluso como
un trabajo, en vez de verla como
persona con una propia dignidad.
También los pobres tienen el
mismo derecho a la dignidad. Los
hospitales católicos curan y defienden a todos los que se encuentran en la necesidad, independientemente de sus posibilidades de
pago. Los recursos de las instituciones católicas, aunque limitados,
deben ser distribuidos de manera
que sea bienvenida también la persona pobre y menos afortunada
que toca a nuestra puerta. Nuestra
defensa a los necesitados va más
allá de nuestros recursos sanitarios, para llegar a las comunidades
que servimos. Nosotros defendemos las exigencias de los niños, incitamos para que los leaders de las
comunidades promuevan programas que se ocupen de las necesidades de las personas menos afortunadas e insistimos sobre el desarrollo de programas y políticas que
proporcionen cuidados sanitarios
universalmente accesibles en su
aplicación y en la práctica.
Honestamente, nuestro país tiene aún mucho camino por hacer al
respecto. La sanidad católica pue-
de representar un testimonio en la
cultura americana, en oposición al
individualismo emergente de nuestra sociedad, poniendo el valor del
paciente como la consideración
primaria. Curando a la persona en
su totalidad, debemos usar todos
nuestros medios para promover el
verdadero bien de cada persona
que curamos.
Los hospitales católicos y quienes trabajan en nuestras estructuras, deberían aceptar el reto de curar a cada paciente como si esa persona fuese Jesús. Qué estupendo
resultado sería si aceptásemos la
noción de que cada paciente, hecho
a imagen y semejanza de Dios, merece los mismos cuidados que reservaríamos a nuestro Señor. La calidad de los cuidados proporcionados serían irrepresensibles, el cuidado pastoral tendría la prioridad.
Curaríamos al paciente en forma
adecuada en vista de su dignidad.
Dado que en las instituciones sanitarias católicas buscamos promover la dignidad humana de todos los pacientes, es para nosotros
un privilegio curar a estas personas. En pocos puestos como este
se permite a seres humanos conocer particulares y preocupaciones
tan íntimos referentes a la vida de
otra persona. Raramente una persona recibe la responsabilidad de
emitir diagnosis y prognosis que
serán determinantes para la salud y
el bienestar de otra persona. Si tomamos seriamente nuestro compromiso de preservar la dignidad
humana de cada paciente, daremos
a cada oportunidad de sanación
una importancia particular por el
privilegio que ello representa.
El compromiso para promover
la dignidad humana requiere de
parte de los hospitales católicos la
responsabilidad de constituir centros de enseñanza y de investigación. Como centros vitales de
aprendizaje, es justo que persigamos oportunidades para educar a
las futuras generaciones de agentes sanitarios. No debemos subestimar la importancia de este empeño ante los objetivos educativos de
nuestras instituciones. Sumergidos
en nuestros ambientes de cura, los
futuros profesionales tendrán la
oportunidad de experimentar personalmente nuestro empeño con
toda persona a través de nuestro
modo de enseñanza y de la investi-
87
gación que llevamos adelante.
Para hacer un ejemplo, en una
de nuestras instituciones algunos
investigadores clínicos están trabajando para establecer nuevas
metodologías de tratamiento de los
vasos sanguíneos obstruidos; dichas tecnologías podrían revolucionar los tratamientos y mejorar
la condición de los pacientes. Esta
investigación, la primera en el
mundo, ha sido conducida en un
hospital católico9. Esta escuela será para nosotros la seguridad de
que no seremos marginados de
parte de quienes proclaman que la
salud es solamente un “business” y
que su misión imperiosa, si la tiene, es insignificante.
Nuestro papel en la educación y
en la investigación en el campo de
la ciencia médica debería estar
vinculado al estudio de la moral y
de la ética. Las enseñanzas de la
Iglesia y la tradición moral nos
proporcionan las directrices para
interpretar cuestiones médico/morales. En el nuevo milenio, en el
mundo tan complejo de la medicina nos encontraremos frente al reto de problemas éticos tan complicados que desafiarán las perspectivas actuales10. Sin embargo, las
instituciones católicas afrontarán
estas cuestiones a través de un estudio metódico y de una atenta pedagogía, usando los principios de
la teología moral católica. Tendremos que acoger positivamente esta
responsabilidad, para la cual estamos preparados especialmente y a
la que podemos dar mucha luz.
Los hospitales católicos
como empresas
Hasta este momento he cuantificado los numerosos bienes de los
hospitales católicos en los Estados
Unidos. No hay duda de que dichos hospitales constituyen importantes empresas de negocios y que
por lo mismo sean importantes
bienes para la Iglesia. Pero no obstante estas características financieras impresionantes, son muchos
los retos que el “business” de la sanidad católica debe afrontar.
Las instituciones sanitarias católicas consideran a la salud como
un bien y no como producto que
puede ser comprado o vendido11.
Existe una diferencia fundamental
DOLENTIUM HOMINUM
88
entre proporcionar un bien y administrar una entidad para producir
un producto.
Al proporcionar curas sanitarias,
las instituciones sanitarias católicas deben actuar como empresas
diligentes. Deben perseguir principios sanos y poner en marcha sanas
prácticas financieras. Si existe un
exceso de entradas con respecto a
las salidas, estos fondos deben
reinvertirse en cuidados a los pacientes y en tecnologías e infraestructuras adecuadas, para que la sanidad católica continúe proporcionando servicios sanitarios de elevada calidad incluso en el futuro.
Viceversa, en una empresa que
pertenece a un grupo de inversionistas, una tercera parte desinteresada hace una inversión en un negocio que casualmente proporciona curas sanitarias. Este negocio
tendrá en los intereses de los pacientes uno de los factores, pero
que no será el principal como en el
caso de una entidad sin finalidad
de lucro. Los equipos de propiedad
de los inversionistas tienen una
obligación primaria, esto es, demostrar un retorno en las inversiones de los accionistas. De este modo, los accionistas son los beneficiarios principales de dicha empresa. En este caso el capitalismo toma el lugar de la pastoral12.
Las instituciones sanitarias católicas se encontrarán frente a desafíos que derivan del aumento de
las estructuras sanitarias de propiedad de un grupo de inversionistas.
No debemos olvidar que los pacientes merecen recibir los cuidados como si se tratara de un bien
que promueve su dignidad humana. No debemos llegar al punto de
ser obligados a poner la salud en
un nivel de mercadería para “llegar” a ser empresas de negocios
que se ocupan de las necesidades
colectivas aún antes de aquellas de
los pacientes.
De igual modo, las entidades sanitarias católicas deben continuar
a reconocer la importancia de
quienes trabajan en estas estructuras. Mientras las entidades sanitarias corporativas a menudo cuantifican su patrimonio en términos de
entradas y salidas, aquellas católicas deben reconocer que el patrimonio más importante son sus
propios empleados. Estos últimos
deben recibir su justa retribución y
ser verdaderos colaboradores en la
empresa sanitaria, coherentemente
con los principios sociales católicos. Los empleados deben ser tratados lealmente en todos los niveles de la organización. Deben presentarse plataformas adecuadas
para la indemnización y la pensión
de los empleados y de quienes
prestan su obra de apoyo al ministerio sanitario católico.
Surge un particular desafío
cuando, por razones del aumento
de las presiones económicas, son
necesarios nuevos partners. Ante
todo, las estructuras sanitarias católicas deberían asociarse con
otras entidades católicas, cuando
quieran ampliar su propia partenership a nivel financiero. Si las
entidades católicas son ante todo
católicas y secundariamente entidades financieras, buscarán oportunidades de colaboración con
otras instituciones católicas para
llegar cada vez más y de manera
conjunta a los que tienen necesidad de cuidados médicos.
Existe un desafío serio y a menudo difícil de afrontar. Las entidades católicas tienen una larga
tradición, sostenida por varios carismas de los Institutos religiosos,
y guiada por diferentes estructuras,
todas válidas a los ojos de la Iglesia. Siguiendo nuestro deseo de
servir a las necesidades de quienes
eligen nuestras estructuras para curarse, debemos poner de lado
nuestras tradiciones peculiares y la
necesidad, advertidas por nosotros, de dar una respuesta a las
condiciones de mercado para asegurar una continua presencia católica en este campo.
En síntesis, la sanidad católica
es un bien, no una mercadería. Los
imperativos pastorales de la sanidad católica deberían ser dominantes con respecto a todo posible imperativo de negocios.
Los hospitales católicos
como faros de esperanza
para el Nuevo Milenio
En las puertas de nuevo milenio,
se advierte una brillante promesa
para el papel que pueden desarrollar los hospitales católicos para
asegurar el bienestar de los enfermos.
Los hospitales católicos han de-
sarrollado instrumentos extraordinarios, han llevado adelante una
investigación a nivel mundial y
son lugares donde se realizan prácticas. Asimismo, los hospitales católicos han recibido la herencia de
servir a la persona marginada en el
marco de la propia comunidad y
fuera de ella. Los centros para los
enfermos de SIDA, los alojamientos para los que no tienen casa, las
estructuras de cura para los drogadictos, los centros para la infancia
pobre y aquellos para las mujeres
embarazadas, sin casa o drogadictas, son la prueba del empeño de
los hospitales católicos para mejorar el estado de salud de la propia
comunidad.
Se trata de una medicina basada
en los valores, que puede ser un luminoso faro de esperanza para el
nuevo milenio.
La tradición de los hospitales
católicos, que se basa en la fe, es
nuestra característica más conocida. Nuestra convicción para promover la vida y para enfrentar las
necesidades de la familia y de los
pobres es conocida en todo el
mundo. La dimensión de los hospitales católicos, basada en la fe,
siempre ha tenido como resultado
la creación de estructuras sanitarias que se han ocupado de las necesidades espirituales de nuestros
pacientes.
Recibir cuidados es una intensa
experiencia religiosa. El hecho que
los hospitales católicos hagan suyo
dicho compromiso ante las necesidades espirituales de los pacientes,
es algo consolador para el enfermo
que atendemos. ¡Imaginen como
sería la realidad si la fuerza y el
compromiso de nuestros programas de pastoral sanitaria se extendiesen más allá de los confines de
nuestros hospitales católicos y llegasen a las casas de los enfermos!
Los programas de pastoral sanitaria a nivel parroquial pueden unir
la dimensión espiritual de la sanidad con las necesidades somáticas
de nuestros pacientes.
En su mensaje con ocasión de la
sexta Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Loreto,
Italia, el 11 de febrero de 1998, el
Santo Padre Juan Pablo II ha escrito: “Dirijo un pensamiento especial a los agentes sanitarios y de la
pastoral sanitaria, a los profesionales y voluntarios, que viven con-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
tinuamente al lado de las necesidades de los enfermos. Deseo animaros para que mantengáis siempre un elevado concepto de la tarea que os ha sido confiada y nunca os dejéis abrumar por las dificultades y las incomprensiones.
Estar comprometidos en el mundo
sanitario no sólo quiere decir
combatir el mal, sino sobre todo
promover la calidad de la vida humana. Asimismo, el cristiano,
consciente de que la ‘gloria de
Dios es el hombre viente’, honra a
Dios en el cuerpo humano tanto en
sus aspectos exaltantes de fuerza,
de vitalidad y belleza como en
aquellos de fragilidad y de desmoronamiento. Proclama siempre el
valor trascendente de la persona
humana, cuya dignidad permanece intacta no obstante la experiencia del dolor, de la enfermedad y
del avanzar de los años. Gracias a
la fe en la victoria de Cristo sobre
la muerte, espera con confianza en
el momento en que el Señor ‘transfigurará ese miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que
tiene de someter a sí todas las cosas’ (Fil 3, 21).
Contrariamente a los que ‘no
tienen esperanza’ (Cfr. 1 Ts 4, 13),
el creyente sabe que la estación
del sufrir representa una ocasión
de vida nueva, de gracia y de resurrección. Expresa esta certeza por
medio del compromiso terapéutico, la capacidad de acogida y de
seguimiento, la participación a la
vida de Cristo comunicada en la
oración y en los sacramentos.
Ocuparse del enfermo y del mori-
bundo, ayudar al hombre exterior
que se va desmoronando, para que
el hombre interior se renueve cada
día (cfr. 2Co 4, 16), ¿no es quizás
cooperar en el proceso de resurrección que el Señor ha puesto en
la historia de los hombres con el
misterio pascual y que encontrará
su plena realización al final de los
tiempos? ¿No es dar razón de la
esperanza (cfr. 1P 3, 15) que nos
ha sido dada? en cada lágrima enjugada está presente el anuncio de
los tiempos últimos, un anticipo de
la plenitud final (cfr. Ap 21, 4 e Is
25, 8)”13.
Imaginen cómo sería la realidad,
en el tercer milenio, si los hospitales católicos fueran considerados
como parte integrante del ministerio de la Iglesia. Imaginen si se
mantuvieran orgullosamente como
testigos de la promoción de la dignidad humana para todos los pacientes, sin distinción de enfermedad o de condición social. Imaginen si trabajaran como empresas
basadas en principios según los
cuales la justicia diese razón de la
fuerza trabajo y las condiciones de
mercado. Imaginen si continuaran
nuestra herencia y fueran como faro de esperanza para promover una
medicina basada en los valores de
una cultura de asistencia que anime la colaboración en la Iglesia y
una mayor conciencia de las necesidades espirituales de nuestros
pacientes.
Cuando el milenio será realidad,
estas características de los hospitales católicos serán también una realidad. Junto con toda la Iglesia los
hospitales pueden caminar con Je-
89
sús en su ministerio en favor de los
necesitados.
MICHAEL F. COLLINS, M.D.
Presidente y Director Ejecutivo
Responsable Caritas Christi
Health Care System
Boston, Massachussets, EE.UU.
Notas
THE CATHOLIC HEALTH ASSOCIATION OF
UNITED STATES. Profile of Catholic Healthcare. 1996.
2
Renewing the Vision: Building healthier
Communities in Today’s America. Daughters
of Charity National Health System; Informe
anual 1996.
3
HMO Market Penetration. HMO-PPO
Digest 1996.
4
On the Move. The Caritas Christi Health
Care System. Informe Anual 1996.
5
NATIONAL CONFERENCE OF CATHOLIC BISHOPS, Ethical and Religious Directive for Catholic Health Care Services. Marzo, 1995
(Reimpresión).
6
Lucas 5, 12; 5, 17.
7
KAUFMAN, CHRISTOPHER J.; Ministry &
Meaning: A Religoius History of Catholic Health Care in the United States. Crossroads Publishing 1995, New York.
8
UNITED STATES CATHOLIC CONFERENCE.
Health and Health Care: A Pastoral Letter of
the American Catholic Bishops. 19 de noviembre de 1981. Impreso 1992. Conferencia
Católica de Estados Unidos.
9
ISNER, JEFFREY, M.D. The Lancet. 8 de
agosto1996; 348: 9024.
10
COLLINS, MICHAEL F., M.D. Ethical Issues on Managed Care: A Syztem Administrator’s Perspective. (Presentado en el Saint Anne’s Ethics Symposiun, 7 de abril de 1995).
11
BERNARDIN, JOSEPH L., Making the Case
for Not-for-Profit Healthcare. (Presentado en
el Harvard Business School of Chicago, 12 de
enero de 1995).
12
COLLINS, MICHAEL F., M.D., Preserving
the Catholic Vision of Care: Ministry Leaders
Mus Not Be Intimidated by Managed Care or
Market Pressures. Health progress, JulioAgosto 1997; 14.
13
PAPA JUAN PABLO II, Mensaje del Santo
Padre con ocasión de la Jornada Mundial del
Enfermo (11 de febrero de 1998)
1
THE
DOLENTIUM HOMINUM
90
VITOR FEYTOR PINTO
Desafíos lanzados a la Evangelización
en el mundo de la salud
Introducción
1. Es para mí un honor participar
una vez más a una Conferencia Internacional organizada por el Vaticano sobre el problema de la salud.
Esta XIª Conferencia tiene dos originalidades que no puedo pasar por
alto: la primera es la presidencia de
S.E. Monseñor Javier Lozano, en
calidad de Presidente del Pontificio
Consejo para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios y la segunda es
el hecho que nos encontramos juntos para reflexionar sobre las responsabilidades de la Pastoral de la
Salud y por tanto de la Iglesia en
sus varias obras en favor de la salud
de los pueblos hoy, tan sensibles a
una cada vez mejor calidad de la vida.
2. La salud tiene una importancia
extraordinaria en el mundo contemporáneo. Ya en 1977 la OMS
anunció un programa al que dio como lema “Salud para todos, en el
año 2000”. En dicho programa se
pedía más años de vida, más vida a
los años, más calidad de vida para
todos. La salud ocupa el primer
puesto en las preocupaciones de los
ciudadanos, en los programas políticos de los Estados y en la organización de la misma sociedad; así lo
revela la constante intervención de
la Organización Mundial de la Salud, mediante recomendaciones
concretas, tanto en relación con las
necesidades elementales de prevención, como en lo que atañe a las
atenciones secundarias y el tratamiento. No es casual que la salud
sea “el bienestar bío-písquico-social y cultural”, es decir, la realización integral de la persona, de todas
las personas.
3. La Iglesia no puede permanecer al margen de este movimiento
mundial que busca una mayor salud para los pueblos.
Jesucristo se detenía con los más
pobres, conducían a El todos los
enfermos y El los “curaba a todos”
(Mt 4, 22). Las primeras comunidades cristianas reservaban una atención privilegiada a los pobres y a
los enfermos.
Pedro y Juan supieron responder
al hombre que pedía limosna en la
puerta del Templo: “No tenemos ni
oro ni plata, pero en el nombre de
Jesucristo, levántate y camina” (cf.
Hch 3).
A través de los siglos, la Iglesia
se ha preocupado de los enfermos,
especialmente de aquellos que eran
despreciados por todos, por esto ha
fundado hospitales al lado de los
Monasterios, ha apoyado a las órdenes religiosas que se dedicaban a
los enfermos, y ha desarrollado
programas de ayuda para los enfermos más difíciles. Todos recordamos a Juan de Dios, un santo portugués, y a San Camilo de Lellis, que
se han convertido en modelos de
quienes en la Iglesia se dedican a
los enfermos, sobre todo de los más
pobres y abandonados.
En este fin del milenio, la Pastoral de la Salud está en los primeros
lugares en la obra evangelizadora
de la Iglesia. A través de la Pastoral
de la Salud “anunciamos la Buena
Nueva a los pobres, la libertad a los
oprimidos y el gozo a los que sufren” (cf. Lc 4, 16-19). Por esto
aceptamos los retos que se plantean
a la evangelización en este campo
tan delicado, retos que es importante conocer y promover.
1. Evangelizar hoy
1.1 La evangelización tiene siem-
pre un carácter de Buena Nueva.
No es un anuncio de principios, de
reglas de comportamiento o de preceptos litúrgicos
Es la buena noticia para los pobres, para los oprimidos, para los
enfermos, para quienes sufren.
Por esto el Señor Jesús recomienda a los 72 discípulos que “en
cualquier casa donde entraran, dieran la Paz, curasen a los enfermos
que hubieran en ella y a todos
anunciasen que el Reino de Dios
estaba cercano” (cf. Lc 10, 7/11).
Anunciamos siempre a Cristo
Resucitado, a Cristo Salvador.
1.2 Muchos de nuestros conciudadanos han perdido la fe y, sedientos
de Dios, lo buscan de muchas maneras
Tenemos el deber de ir hacia
ellos, de “dar testimonio de Cristo
Resucitado en todas partes y a quienes lo pidan, dar también razón de
la esperanza de la vida eterna que
hay en ellos” (LG 10).
Esta es nuestra responsabilidad
en la segunda evangelización,
conscientes que el mundo entero es
tierra de misión y que, en diversos
modos, todos buscan al Señor. La
misión no termina en tierras lejanas
de Africa o de Asia, también Europa y el Nuevo Mundo tienen necesidad de ser evangelizados.
Se trata de recristianizar a las
personas y a las estructuras que han
sido cristianas pero que por la cultura o por una nueva forma de organización, se han alejado de Cristo y
de la Iglesia.
Cada persona debe ser evangelizada y, por tanto, un enfermo al
igual que un profesional de la salud, un niño en la edad del catecismo o un anciano ya adelantado en
los años, una persona con amplia
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
cultura o una persona simple que
fácilmente abre su corazón a Dios.
Todos pueden y deben ser evangelizados.
Asimismo, todos somos evangelizadores. San Pablo decía: “¡Ay de
mí si no evangelizase!” Mediante
el testimonio, con la palabra adecuada y con la presencia continua
somos evangelizadores de la palabra que convierte y salva. Anunciamos a Jesucristo.
1.3 Queda claro que en este tiempo
y en el mundo de la salud, la preeminencia evangelizadora se deja
sentir mucho más. Justamente por
esto el Papa Juan Pablo II ha hecho un llamado a la Nueva Evangelización
La Nueva Evangelización no es
una reevangelización, sino el anuncio del mismo Evangelio, con nuevo impulso, con nuevos métodos y
nuevas expresiones. Pero es preciso
poner una mayor atención en los
nuevos destinatarios y en los nuevos espacios, incluso con nuevos
agentes. Es aquí que aparece la originalidad de la Pastoral de la Salud;
tenemos el deber de evangelizar al
mundo del sufrimiento humano,
anunciando que “en ningún otro
hay salvación sino en Jesucristo”
(Hech 4, 20); tenemos el deber de
evangelizar al mundo de la ciencia
y de la técnica, para que estén al
servicio del hombre como instrumento de salvación; tenemos el deber de evangelizar el mundo de la
exclusión y de la marginación, ya
que la Iglesia hace expresamente
suya la opción por los más pobres y
los más abandonados; tenemos el
deber de evangelizar, anunciar la
Buena Nueva a los enfermos y a los
sanos en procesos complementarios de educación a la salud, de
apoyo en la enfermedad y de seguimiento eficaz en las situaciones
más difíciles de la vida.
El profesional cristiano de la salud y el voluntario debe ser un
agente de la nueva evangelización,
pero también cada enfermo en su
relación con los demás enfermos o
con los técnicos puede ser instrumento del Señor en la transmisión
del gozo y de la paz. La enfermedad no es un castigo o una prueba,
es siempre un límite humano que se
deja sentir para invocar al Señor
que da la vida y la da abundantemente.
2. Los grandes retos
a la Evangelización
en la Pastoral de la Salud
Vale la pena enumerar los retos
que considero son esenciales si deseamos evangelizar este momento
tan difícil: la humanización, la ética, la organización, las situaciones
más difíciles, la intervención pastoral, la presencia eficaz, el anuncio
explícito de Jesucristo resucitado.
Estos son los desafíos que quiero
presentar para la consideración de
todos.
2.1 La humanización de la salud
Viviendo en un mundo profundamente deshumanizado en el que el
valor del éxito, del poder y del dinero domina todos los comportamientos humanos, es casi normal
que también el universo de la salud
esté marcado por esta escala de valores. De aquí a la deshumanización de la salud hay sólo un paso.
La Pastoral de la Salud acepta el
desafío de la humanización en la
salud:
– No es suficiente la ciencia y la
técnica, no son suficientes la investigación y la eficacia; se necesita
mucho más para servir a la persona
humana y para salvarla.
– Es urgente hoy la acogida y el
seguimiento de todos los enfermos
y de sus familias. Es un problema
de relación humana indispensable,
de apoyo esencial a la colaboración
que el enfermo debe dar a toda la
terapia suministrada.
– Aún más, se impone la calidad
global que, además de ser científica
y técnica, debe ser humana, es decir, debe tener presente a la persona
humana en sí, con proyectos, con
capacidad de decidir, con formas
concretas de expresarse, con necesidades que requieren respuestas.
– Hablar de humanización en salud supone humanizar las terapias,
los espacios, las relaciones, las estructuras y los mismos equipos, sin
que por esto la persona esté fatalmente comprometida.
– En este contexto y por medio
de la Pastoral de la Salud, a la Iglesia le compete todo lo que es agresivo para la persona humana y, al
mismo tiempo, proponer de manera
clara y comprometedora nuevas actitudes que, atentas a las personas,
contribuyan para que se recuperen
integralmente.
91
2.2 La ética en la salud
Actualmente, se habla mucho de
ética en cuanto respeto para el ser
humano, de este modo se superan
las normas simples, las leyes o reglamentos en las relaciones interpersonales en la sociedad.
Pero la ética no es una palabra
vacía, que está de moda, o que se
considera una panacea para frenar
los comportamientos y reprimir a
las personas. ¡No! La ética es una
constante:
– Desafía el respeto y la promoción de la persona humana en todas sus circunstancias;
– desafía la afirmación y la práctica de todos los derechos humanos, yendo más alla de la simple
visión teórica de la Carta de las
Naciones y exigiendo que se haga
concreta en los derechos de los enfermos y en los derechos de los
profesionales, en la garantía de
asistencia y en las condiciones de
trabajo, en la igualdad de tratamientos y en la atención específica
en cada caso;
– desafía la constitución de una
sociedad justa y fraterna con estructuras de salud que sirvan totalmente a las personas sin excepción, con instituciones públicas y
privadas que están al servicio de la
persona y no al interés de grupo;
– desafía el ejercicio de terapias
que curen, que hagan prevención
para la educación de los pueblos a
la salud, que realicen un tratamiento eficaz para la recuperación de
las personas en crisis, que hagan
seguimiento terapéutico incluso en
los casos de diagnósticos cerrados,
que en toda circunstancia promuevan la calidad de la vida.
A través de la Pastoral de la Salud, la Iglesia tiene la obligación
de evangelizar proponiendo los
valores éticos fundamentales,
siempre en defensa y promoción
de la vida, en el acompañamiento
de las personas en la verdad posible para un consentimiento responsable, en la tarea de proporcionar a todos, en términos de justicia, los bienes de la asistencia a la
que tienen derecho. La Pastoral de
la Salud anuncia la justicia y sus
agentes ponen en práctica esta
misma justicia acogiendo y comprendiendo a todos, siendo solidarios con los más pobres, ejercitando con todos la tolerancia, la convivencia fraterna, el diálogo y la
DOLENTIUM HOMINUM
92
solidaridad para la ciudadanía que
debe ofrecerse a todos.
2.3 La Evangelización organizada
El mundo de hoy ha perdido las
referencias de una cultura cristiana
y el mundo de la ciencia y de la
técnica, en salud, se ha olvidado
completamente de la presencia de
Dios en todos y en todas las cosas.
Muchos piensan que el arte médico es supremo, sin iguales.
Es urgente evangelizar la salud.
Quizás se tratará del reto más
grande:
– No es suficiente una obra de la
Iglesia concentrada en los capellanes de hospital con un cúmulo de
buenas palabras y los ritos sacramentales. Todos los que aceptan
ser cristianos tienen el deber de ser
evangelizadores: los profesionales
como enfermos, los laicos al igual
que los sacerdotes o los religiosos,
y los practicantes como los que sólo ahora en tiempo de sufrimiento,
se acercan a Dios y a su Hijo Jesucristo.
– La presencia de la Iglesia en
los centros de salud o a domicilio
no se puede reducir sólo al momento de la muerte o en proximidad a ella. Cristo ha venido para
que tengamos la vida y la tengamos en abundancia. La Iglesia debe estar permanentemente cerca al
enfermo para reinterpretar el sufrimiento y el dolor y darles un sentido. También debe estar cercano a
los profesionales de salud para dar
una nueva razón a su trabajo. Es el
catecismo de los enfermos y de los
adultos que ayuda a los unos y a
los otros a “iniciarse” y a “reiniciarse” constantemente en la vida
cristiana. En el tiempo de la enfermedad, no hay mucho que aprender, pero hay mucho que amar.
– Otro desafío de evangelización lo tenemos en la animación
profética. Con la lectura evangélica de los acontecimientos personales, profesionales y sociales, también en tiempos difíciles llegaremos a vivir con aquella serenidad
que ve lo invisible y encuentra en
Dios una nueva fuerza para descubrir la vida, incluso cuando está en
peligro.
– En este contexto, la organización de la acción evangelizadora
permite constituir grupos de encuentro, de oración y de comparticipación, haciendo nacer en el
mundo de la salud comunidades
vivas, en donde todos juntos son
capaces de poner en común sus
bienes, particularmente los bienes
espirituales y sobrenaturales, que
dan un nuevo sentido a la vida.
2.4 La acción pastoral en las situaciones difíciles
El mundo actual tiende a marginar a los más pobres y a los que
más sufren. Es el fenómeno de la
exclusión social que provoca la soledad más cruel. La Iglesia, por el
contrario, se preocupa de los que
están en los márgenes de la sociedad. Así ha sido con Jesucristo,
que ha acogido a los leprosos y
convivía con los pecadores. La originalidad de la Iglesia siempre se
ha ocupado de los más pobres. Así
lo ha hecho con Juan de Dios, con
Camilo de Lellis, con Federico
Osanan, con la Madre Teresa de
Calcuta, con el Abbè Pierre y muchos otros:
– El gran reto está en crear unidades específicas para el tratamiento y la recuperación de los enfermos más difíciles, los drogadictos, los enfermos de SIDA, los enfermos psíquicos, sin miedo de seguir a los que no tienen un techo, a
los homosexuales, a las prostitutas
y a otros.
– Otro desafío está justamente
en el apoyo concreto a los enfermos terminales. Los moribundos
son hoy un grupo abandonado en
las Unidades de Terapia Intensiva.
Es urgente resocializar la fase terminal de la vida y esto requiere un
serio trabajo para aliviar el sufrimiento y para acompañar al enfermo hasta el tiempo del grande encuentro.
– En la lucha contra el aborto y
contra la eutanasia, para promover
la vida, la Pastoral de la Salud tiene el deber de invertir en iniciativas innovadoras de acogida y de
apoyo a las madres y a las embarazadas con problemas, al niño víctima, a la mujer que se prostituye, a
la joven que huye de casa, a la persona que no tiene a nadie y que tiene necesidad de personas.
2.5 La intervención pastoral
La Iglesia se ha preocupado vivamente del universo de la salud.
A partir del 1985, mediante el Pontificio Consejo y las numerosas
Comisiones Nacionales y Dioce-
sanas, la Iglesia ha creado una Pastoral activa. El desafío, por tanto,
en proximidad del tercer milenio
es aún más fuerte. Estamos invitados a organizar:
– El voluntariado social en la salud, en la gratuidad, en la opción
cristiana de la vida, en la atención
a los que más sufren y están más
solos;
– Las asociaciones profesionales católicas de médicos, de enfermeros, de psicólogos, de asistentes
sociales, asociaciones que preparan a los profesionales a una obra
valiente y cristiana en su mundo de
trabajo;
– Los núcleos parroquiales de
Pastoral de la Salud, grupos de
cristianos que intervienen en forma específica: en la educación por
un estilo saludable de vida, en la
solidaridad fraterna con los enfermos y los minusválidos domiciliados en la parroquia, en la generosidad pastoral que permite considerar a los sufren como miembros
más amados de nuestras comunidades cristianas;
– Los movimientos de pastoral
social en los que, además de compartir los bienes, se comparte también la fe y la vida, ayudan para
que todos crezcan como cristianos;
– La presencia de la Iglesia en
los hospitales y en las clínicas a
través de la acción organizada de
las capellanías, de los grupos de
presencia cristiana (profesionales
y voluntarios), de los grupos de visitadores, de los ministros de la visita y de otras formas de actividad
pastoral.
2.6 El anuncio explícito de Jesucristo
Si es verdad que el mundo contemporáneo ha perdido el sentido
de Dios, en el materialismo y en el
ateismo, en el individualismo y en
el hedonismo permisivo, en la concepción reductora de la vida y de
las relaciones, el anuncio explícito
de Jesucristo es una necesidad y
constituye el desafío más urgente:
– En esta situación, mucho depende del testimonio creíble del
Evangelio en el anuncio y en la vida. Debemos anunciar nuevamente a los hombres y a las mujeres el
mensaje liberador de Jesucristo.
– Es necesario redescubrir las
propias raíces e instaurar una civilización más profunda, realmente
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
cristiana y, por tanto, más plenamente humana. En el centro de cada anuncio está presente esta certeza: “Dios te ama, Cristo ha venido
para tí”.
– Por otro lado, sin la esperanza
de la vida eterna, en la que todos
los dolores y los males serán superados, la persona humana permanece gravemente mutilada. Por esto, debemos hablar claramente de
la inmortalidad del alma y de la resurrección de la carne. Es un anuncio de gozo que dá sentido a todo.
– No es suficiente difundir los
valores evangélicos como la justicia y la paz. Debemos anunciar explícitamente a Jesucristo, su persona, como único Salvador.
Son desafíos muy fuertes que se
plantean a la Pastoral de la salud
en tiempos de nueva Evangelización.
3. El mundo de la salud
es un campo privilegiado
de la Nueva Evangelización
3.1 El mundo de la salud es universal, es de todos y para todos:
– Todos deben ser educados a la
salud
– Todos recurren a los cuidados
en favor de la salud
– Todos quieren tener una salud
integral
3.1 La obra de la Iglesia es original e innovadora, tiene tres dimensiones esenciales:
– Humanización para todos
– Evangelización para los que se
consideran cristianos
– Sacramentos para los que los
solicitan, por lo menos implícitamente
3.3 La Iglesia promueve la salud
de todos a través de su acción original, organizada, en la Pastoral
de la Salud:
– La salud global para los enfermos y para los profesionales, que
son los normales destinatarios de
la misma
– La salud del cuerpo y del Espíritu, con una calidad de vida que
está atenta a las relaciones interpersonales espirituales sobrenaturales
– La salud de las instituciones
con mayor calidad científica y técnica y mejor relación humana, relación salvífica.
Para concluir:
La Pastoral de la Salud es ella
misma uno de los grandes retos de
la Iglesia en este tiempo de nueva
evangelización.
– No todas las personas van a la
93
Iglesia, pero todas pasan por los
hospitales.
– Los enfermos y los profesionales de salud que son destinatarios de la pastoral son también
agentes de la pastoral de la salud,
mediante la palabra, el testimonio
y la actividad organizada.
– La obra de la Iglesia prepara a
la vida y a la vida de calidad.
– La terapia de seguimiento, sobre todo en los casos más difíciles,
es una maravillosa forma de evangelización.
María que nos has dado a Cristo
en la anunciación, que has acompañado a una persona en crisis en la
visitación, y has continuado, firme,
bajo la cruz, que has participado en
el nacimiento de la primera comunidad cristiana, ayúdanos, con la
fuerza del Espíritu, a revelar a Cristo a los demás, por medio de nuestro testimonio de competencia y
humanización, con nuestra palabra
adecuada e iluminadora de decisiones y actitudes, con nuestra caridad
generosa, signo privilegiado del
amor redentor que llega siempre a
nosotros de tu Hijo Jesucristo.
Padre VITOR FEYTOR PINTO
Director dela Comisión Nacional
para la Pastoral Sanitaria, Portugal
DOLENTIUM HOMINUM
94
RUDESINDO DELGADO PÉREZ
Vivir sanamente el sufrimiento y la muerte
Introducción
El sufrimiento que acompaña a
la enfermedad, y la muerte, son
dos realidades duras, impactantes, ineludibles que a todos, antes
o después, nos toca afrontar y vivir. ¿Es posible vivirlas de manera sana, fecunda, constructiva?
¿Cómo conseguirlo? ¿Qué claves
nos pueden ayudar? He aquí las
cuestiones que me propongo iluminar.
Sin olvidar la realidad del morir, me voy a centrar en la del sufrimiento que provoca la enfermedad. Lo hago con humildad y
respeto, con pudor y temblor,
pues “el sufrimiento – como decía
el sacerdote, poeta y enfermo José Luis Martín Descalzo – es un
misterio y hay que acercarse a él
como uno se acerca a la zarza ardiente: con los pies descalzos, no
con bonitas teorías que intenten
aclarar lo inaclarable ni bellas
consideraciones poéticas que impidan ver su tremenda realidad”.
No he pasado personalmente
por la enfermedad ni he visto de
cerca mi muerte. Pero, en mis
años de capellán de hospital, el
Señor me regaló la oportunidad
de poder acompañar a enfermos y
moribundos en su proceso. Y además he conocido las experiencias
de numerosos enfermos, que hemos ido recopilando en el Departamento de Pastoral de la Salud
de la Conferencia Episcopal Española. En mi exposición voy a
dar un lugar relevante al testimonio de los enfermos cristianos.
Ellos nos muestran que es posible
vivir sanamente el sufrimiento y
nos indican las claves para lograrlo.
1. El sufrimiento, experiencia
personal ambivalente
El sufrimiento físico y psíquico,
moral y espiritual que ocasiona la
enfermedad, constituye para el ser
humano una experiencia personal
y singular. Nadie puede sufrir por
nosotros.
Es una experiencia honda y
compleja que afecta a lo más íntimo y sagrado de la persona.
Es una experiencia fuerte y penosa. “Es duro – le decía una enferma joven al Santo Padre en Santiago de Compostela – ver cómo se
vienen abajo tus proyectos e ilusiones, sentirte débil y limitada,
depender de los demás y hacer
frente a la soledad”.
Es una de las experiencias límite
de la vida que nos lleva a tocar
fondo, a encontrarnos con la verdad de nosotros mismos, de los demás y de Dios.
Es una experiencia ambivalente
que puede destruirnos o ayudarnos
a crecer y madurar, encerrarnos en
nosotros mismos o abrirnos más
en profundidad a los demás, alejarnos de Dios o acercarnos más a El.
Es una experiencia que desafía
nuestra libertad. El sufrimiento no
tiene la última palabra. En nuestras
manos está el don y la tarea de vivirlo bien o mal, convertirlo en vino generoso y no en vinagre, de
sacar – como dice el poeta Antonio
Machado – de sus flores amargas
blanca cera como las abejas, de
que sea agua de noria que va regando la huerta y no agua de torrente que arranca el limo a la tierra.
Nunca podrás, dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos
hacia el llanto,
secar mi lengua,
amordarzar mi canto,
sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme,
destruir los castillos que levanto,
ungir todas mis horas
con tu espanto.
Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura.
Puedo reír cosido por tus lanzas.
Puedo ver en la oscura
noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú
no alcanzas.
Yo decido mi sangre y su espesura.
Yo soy el dueño de mis esperanzas.
J.L. Martín Descalzo1
2. Claves para vivir
de manera sana, fecunda
y salvífica el sufrimiento
Es posible vivir sanamente el
sufrimiento; pero no es fácil, pues
no se deja domesticar. Hay que recorrer un camino largo con fases
de avance y retroceso, vaivenes y
altibajos. Se requiere tiempo, coraje y ayuda. He aquí algunas claves
que pueden orientar y servir para
andar el camino.
a) Combatirlo
Dedicarse a combatir el dolor es
más importante que dedicarse a
hacer teorías y responder a los porqués. El sufrimiento está no para
ser explicado sino para ser combatido y vivido. El sufrimiento es y
seguirá siendo un misterio.
Jesús adopta ante el sufrimiento
una actitud práctica. No hace discursos, no lo ama ni lo busca. Ve
un mal del que sufren los hombres.
Por eso, pasa curando (Hch 10,38).
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
Manifiesta así cuál es la voluntad
de Dios frente al dolor y la enfermedad.
Frente a la resignación pasiva,
un sano realismo conduce a afrontar el dolor, luchar contra él, poner
los medios oportunos, abandonar
interrogantes que no conducen a
nada y adoptar una actitud constructiva: ¿qué puedo hacer en estas
circunstancias?
“El ángel del dolor visitó
(en noviembre) mi casa.
Era hermoso y radiante.
Era hijo de Dios.
Era, aunque no lo creáis,
el más alegre de cuantos conocí.
Entró por mis jardines
y acarició mi sangre.
Riéndose cortó una de mis alas
de trabajo y de prisa
pero dejó intactas las de la ilusión
y el coraje.
Me dijo: Ahora empieza
la segunda parte de tu vida
gemela de la otra,
aunque algo tartamuda.
Vive. No gastes tus horas
en hacerte preguntas.
Reordena tu escala de valores.
Pon en primera fila la amistad
(tras de la fe, se entiende)
y recuerda que Dios es bueno,
que el hombre es mucho mejor
de lo que él cree
que el mundo está bien hecho
y que vas a vivir hasta los topes
el gozo mientras vivas
porque resulta que el ángel
del dolor
y el de Belén son el mismo.
J.L. Martín Descalzo2
b)Adoptar ante él actitudes y
comportamientos positivos
El enfermo puede adoptar ante
el sufrimiento que le aqueja actitudes y comportamientos positivos y
fecundos o negativos y estériles.
Unos le permitirán vivirlo de forma constructiva; otros, por el contrario, lo harán más insoportable y
destructivo. Es sano mantener una
actitud vital, confiar y colaborar
activamente con el personal sanitario, asumir la propia debilidad, la
paciencia activa, no volverse mimoso, exigente o acaparador, sentirse útil, preocuparse por los
otros, no abusar de los que le cuidan, ser agradecido e indulgente
con los otros.
“Mi experiencia de Dios me ha
llevado en el transcurso de mi enfermedad:
– A confiar en mí mismo: a tomar conciencia de mis propias
fuerzas, a solidarizarme con mis
resortes más profundos, a conectar
con mis energías desconocidas, a
luchar contra la enfermedad sin
desfallecer, a mantener el buen
ánimo, a valorar el don de la vida y
recibirlo como una tarea.
– A intensificar la orientación
fundamental de la vida como
amor, entrega, donación. La enfermedad también ha sido la ocasión
para olvidarme de mí mismo, para
no estar pendiente de mí, para descentrarme.
– A asumir la debilidad sin miedo, sin traumas, sin angustias pusilánimes. ¡Somos así: somos también enfermos!
– A vivir la enfermedad con normalidad, procurando no crear más
situaciones excepcionales que las
necesarias. No volverse mimoso, ni
impertinente, ni acaparador. Si he
tenido, sin embargo, la disposición
de dejarme cuidar con sencillez;
suerte que he tenido al ser atendido
sencillamente por los míos.
– A liberar a los demás de estar
pendientes de mí, en cuanto a la
preocupación, atención, visitas o
teléfono. He aprendido a vivir la
presencia solidaria de los otros a
distancia, sabiendo que la enfermedad, como todo el camino de la
vida, lo hace cada uno solo y desde
dentro, aunque en relación.
– A superar el espíritu burgués y
elitista de que, cuando se trata de
uno mismo, hay que buscar lo mejor: el mejor médico -donde sea-,
la mejor atención, la máxima seguridad. He elegido aceptar el médico que me tocaba, como le ocurre a
todo el mundo. Si ha resultado ser
bueno, ¡suerte!
– A confiar en los médicos. Me
he puesto en sus manos sin dudar,
con docilidad, en silencio, sin preguntar ni incordiar, dejando hacer
y haciendo lo que me decían. He
procurado que su labor fuera más
fácil.
– A tener para con los demás un
sentimiento de misericordia, poniéndome en su lugar y tratando de
comprender su situación. Sobre todo en relación con el personal sanitario que me atendía: Renunciando a una hipersensibilidad por
95
los propios derechos (por éstos hay
que luchar sobre todo antes y después de estar enfermo). Teniendo
una relación de gratuidad, recibiendo cada servicio como un favor. No siendo cargante ni exigente. Colaborando activamente. Creando un clima de distensión y acogida. Comprendiendo su situación
laboral sobrecargada de horas, responsabilidad, fatiga y hasta de incomprensión. Perdonando los fallos, cuando los he padecido, aunque se hayan debido a la incompetencia o a la desidia; aunque esos
fallos comportaran serios riesgos.
Perdonando desde dentro.
Y, ante todo, a lo largo de mi enfermedad, he procurado mantener
una actitud vital, aun en los momentos más difíciles. La enfermedad ha sido una etapa de mi vida
que merecía la pena vivirla con intensidad, profundidad, radicalidad,
cierto entusiasmo y alegría...
¿Quién me podría asegurar que ése
no iba a ser el último tramo de mi
vida? Y ¿cómo no me iba a apresurar a vivirlo a tope?”. Jesús Burgaleta3.
c) No encerrarnos en él
A Jesús la experiencia del sufrimiento no le endurece ni le encierra en sí mismo; antes bien le hace
sensible al dolor ajeno y capaz de
“auxiliar a los que se ven probados” (Hb 2,18) y de identificarse
con los hermanos que sufren: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt
25,36).
Ante el riesgo de quedarnos totalmente absortos en nuestros dolores, como si nada más existiera,
un modo eficaz de superar o aliviar
nuestro sufrimiento es romper el
círculo en el que pretende encerrarnos. La realidad no se agota en
el sufrimiento. Puede ser ocasión
de conocer a otros y de ver su bondad y de abrirse en profundidad a
los demás, especialmente a los que
sufren. Nada ni nadie nos puede
quitar el poder amar a los demás,
el ser solidarios.
“Le doy gracias a Dios porque
me ha dado la fuerza de ver mi realidad, pero me ha dado la gracia
de ver la de los demás; de detectar
el sufrimiento de todos, de no pensar que el mío es el peor, sino sólo
el mío, y que el de los otros es
fuerte, punzante, angustioso.. porque es el suyo... He descubierto
DOLENTIUM HOMINUM
96
que se puede dar amor y hacer felices a los demás con muy poco: recordar su nombre, una sonrisa, una
palmada, un ¿cómo estás?, un
chiste, una expresión de comprensión... una escucha”. María Dolores Jimenez Lozano4.
“Superé bastante bien las 35 radiaciones, porque no me concentré
en mí mismo sino en los demás.
Teníamos que esperar mucho en el
sótano del hospital. Poco a poco
fuimos trabando una auténtica
amistad. La mayor parte estaba en
silencio, como yo. Fuimos desplegando el lenguaje del cuerpo, las
sonrisas, los gestos de ánimo. Un
hombre de mi edad que tenía cáncer en la lengua me dio a entender
que pensaba suicidarse. Comencé
a escribir una nota para cada uno
de los que esperaban. Vi que mis
breves escritos se recibían con interés, que incluso se esperaban. Un
día apareció en el sótano una mujer en silla de ruedas. Dirigió una
sonrisa amorosa y estimulante a
cada uno de los que allí estábamos.
Le escribí también una nota: “Su
sonrisa llena de amor aquí en el sótano vale más que un millón de
marcos”. Considero mi experiencia en el sótano del hospital como
uno de los mayores enriquecimientos de mi vida”. B. Häring5.
d) Darle la palabra
El corazón, cuando siente la
amargura del dolor, no puede ser
sellado ni obligado a callarse. El
dolor mudo es inhumano, embrutece y aisla. La palabra puede humanizar el sufrimiento abriéndolo, por
una parte, hacia el Misterio trascendente, Dios; y por otro, también hacia los demás. Jesús, en Getsemaní,
ante el sufrimiento que le invade y
la muerte que ve próxima, no reprime sus sentimientos. Se desahoga y
necesita que alguien le acompañe.
“Me muero de tristeza” (Mc 13,
14). Y en la Cruz exclama: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? (Mt 27, 46).
El que sufre necesita desahogarse, dejar que afloren sus sentimientos y expresarlos ante alguien
que le escuche y, si es creyente, ante Dios.
“En la mañana del 1º de enero,
después de la crisis desesperada de
la Nochevieja, me senté junto al
sagrario, en una iglesia casi vacía y
volqué todo mi dolor con absoluta
sinceridad. Me dirigí a Dios y le
dije algo así: – Te estás pasando
conmigo, ¿sabes? Amé a un hombre encantador, me casé con él y
resultó ser un farsante que me destrozó la vida. Dejé mi trabajo para
cuidarle en su enfermedad y su depresión y tan bien lo hice que volvió a ser el de siempre y tuvimos
que separarnos. Recibí una sola
transfusión y me metieron en la
sangre la enfermedad más terrorífica del siglo. En menos de un año
he perdido el trabajo, el marido, la
estabilidad económica, la salud y
hasta la esperanza de una muerte
digna. ¿Por qué me haces esto?
¿Qué clase de heroína crees que
soy?
Después de este estallido, me
sentí casi blasfema, quise pedir
perdón, pero me di cuenta de lo absurdo de mi actitud. Si Dios me conocía hasta el fondo de mi alma,
¿de qué sirve que le diga que lo
acepto todo cuando estoy sintiendo lo contrario? ¿Puede alguien
mentir a Dios como se miente a los
hombres? Creo en Dios, no puedo
evitarlo. Y creo que es mi Padre y
que me ama, aunque no soluciona
mis problemas... porque quizá, si
lo hiciera, Él sería un mago y esta
vida una historia de ciencia-ficción. Creo que Dios estará junto a
mí, sufriendo o gozando conmigo
tanto en la oscuridad como en el
resplandor”. María José6.
e) Buscar su sentido
Como dice V. Frankl, “la sanación se produce mediante el hallazgo de sentido de la salud, de la
enfermedad, de la vida misma”. La
búsqueda seria de sentido, la voluntad de dar con el sentido, mantienen al hombre en el camino que
conduce a una salud auténticamente humana.
“Yo no he encontrado en el dolor
ningún placer, ni me agrada; lo
acepto porque está ahí. Miro al
Crucificado, y la cruz se me hace
camino hacia la vida plena porque
El está ahí. En El encuentro la paz
y la serenidad para sufrir con alegría. Es mi esperanza porque no vivo sola el dolor, sino en comunión
con El. Nuestro Dios no es un Dios
de muertos sino de vivos. El quiere la Vida, la felicidad del hombre.
El dolor no le hace feliz; por eso el
dolor no puede tener la última palabra, y yo experimento que en mí no
la tiene. Hay Alguien que en ti acoge ese dolor haciéndose dolor contigo para hacer brotar la vida aun
en medio de una “aparente muerte”. Su presencia no explica mi dolor ni lo disminuye: le da sentido y
me ayuda a vivirlo con entereza y
alegría, esperando que un día se
rompa del todo mi cuerpo y pueda
gozar totalmente de su Presencia,
cara a cara”. Cecilia7.
f) Descubrir y agradecer
lo que nos va enseñando
El sufrimiento en sí es un mal;
pero no un mal que debe evitarse
siempre y de cualquier modo. Puede ser un factor de sabio aprendizaje y de crecimiento. Dice León
Bloy que en el corazón del hombre
hay muchas cavidades que desconocemos hasta que viene el dolor a
descubrírnoslas.
“El otro día leía un caso de eutanasia en Estados Unidos. Una mujer con 45 años que eligió morir
antes que someterse a una quimioterapia. Respeté su opción. Pero
levanté los ojos al cielo y le dije a
Jesús: “Gracias por tu ayuda, gracias por mi opción, gracias porque
mi vida ha visto su sentido en estos
dos años, gracias por todo el amor
y bondad que he conocido, por los
amigos de siempre, por los nuevos, por descubrir tu Reino, por
dejarme transformar, por mi nuevo
corazón, por mis nuevos valores,
por los fallos que con tanta paz he
aceptado, por cada amanecer que
me regalas, por los dos años y medio de vida en familia, por mantener mi alegría, mi lucha, mis ilusiones, por sostenerme en los momentos más bajos, por valorar las
cosas pequeñas, por todo lo que he
podido hacer bien y mal, y por dejarme entrar a compartir tu Getsemaní. ¡Gracias!”. María Dolores
Jimenez Lozano8.
“Puedo decir que, por desgracia,
he tenido la suerte de estar enfermo
y poder así vivir facetas de la vida
que, mientras estaba sano, habían
pasado casi desapercibidas: la debilidad, la limitación, lo irremediable,
lo profundo radical, el dolor, la relatividad, lo importante y accidental, lo necesario y lo accesorio, lo
superfluo y la densidad, lo que vale
y lo inútil, el asumir la propia histo-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
ria, el aceptarte como eres, la capacidad de autocrítica, la perspectiva
del cambio, el asumir la muerte, el
abrirte al futuro, la esperanza desesperada...”. Jesús Burgaleta9.
g)Llenarlo y trascenderlo
con el amor
Solamente el amor salva de la
destrucción a que puede llevar el
dolor. El amor hace posible que el
dolor no nos queme. El amor libra
en muchos casos de la desesperación. Lo que da vida, sostiene, cura, hace crecer y capacita para poder perder la vida y entregarla es el
amor. Sólo el amor, la donación,
puede transformar la muerte en el
“acto vital por excelencia”. El designio de Dios para el hombre es el
amor: el que permanece amando
aún en el sufrimiento y la muerte,
sigue construyéndose como persona y creciendo a pesar de que disminuyan las fuerzas físicas y se
apague la vida biológica. Llenar y
trascender el dolor y la muerte con
el amor es el milagro más bello de
la fe cristiana.
Jesús acepta el sufrimiento,
cuando lo encuentra en su vida, y
lo asume activamente como ocasión de mostrar su amor y confianza total en el Padre y su amor a los
hermanos. En medio de su dolor,
se preocupa de su madre – “Hijo
ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26) –,
perdona a los que le matan – “Padre, perdónales porque no saben lo
que hacen” (Lc 23,34) – y atiende
la súplica del buen ladrón “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc
23,43). En Cristo el sufrimiento
“ha sido unido al amor” (SD 18).
“En el amor recibido y dado, incluso el sufrimiento y la muerte tienen sentido y, aún permaneciendo
en el misterio que los envuelve,
pueden llegar a ser acontecimiento
de salvación” (EV 81).
“La eficacia de una vida está encerrada en la verdad de su amor; y
ninguna calamidad nos puede arrebatar el poder de seguir amando.
Podré perder mi actividad, mis planes de futuro, la vista, la salud... Pero ninguna de esas pérdidas, ni todas ellas juntas, tienen el poder de
despojarme de la capacidad de
amar, de recibir y dar el amor.
Mientras ame – me decía a mí mismo – soy invencible. El Espíritu fecunda el sinsentido de nuestras vi-
das, y lo convierte en mil posibilidades de comunión. Aunque yo
ahora no vea – estuve sin ver varios
meses, con cada uno de los ojos por
separado – soy feliz porque otros
muchos ven y saben disfrutar del
don de la vista. Si no soy capaz de
compartir la dicha de cuantos pueden utilizar su vista, sólo porque yo
no poseo la misma dicha, será porque he dejado que el egoísmo se
apodere de mí. ¡Y esto sí que es una
verdadera desgracia! Si me abro a
compartir la felicidad del otro, descubriré que también en mí hay otros
motivos, otras fuentes de felicidad,
a compartir con todos”. Antonio10.
h) Orar
Jesús encuentra en la oración la
fuerza que necesita. En el monte
de los Olivos ora con insistencia:
“Padre, si es posible, pase de mí
este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). Y
en la cruz se pone en las manos de
Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
Para el creyente, la oración es un
medio que le permite vivir el misterio de la debilidad. Orar es entrar
en lo más íntimo de nosotros mismos y descubrir allí el lugar donde
nos ponemos en contacto con Dios
y con su fuerza salvadora.
“Orar a partir de lo que estaba
viviendo, fue convirtiendo la enfermedad en un tiempo de gracia.
Una gracia que el Señor me concedió fue comprender que el favor
que yo le pedía, y El deseaba concederme, consistía, sobre todo, en
aceptar el resultado de aquel proceso, fuere cual fuere, como lo
más conveniente para mí... Encontrarle a la vida el mismo sentido o
más que antes, pese a la pérdida de
facultades; saber que puedo seguir
siendo útil y trabajando por los demás; aceptar los cambios de sentido a que me obligaban los resultados y aceptarlos sin hacer de ello
un drama que amargara mi existencia y la de quienes me rodeaban..., ése era el más valioso milagro que el Señor nos quería conceder, o mejor, que ya se había operado en mi interior”. Antonio11.
“Durante la tarde de hoy, en la
oración, se nos ha invitado a que
pidiéramos la curación al Señor y a
dejarnos curar por El. Ha sido una
oración, una contemplación dolo-
97
rosa. Las lágrimas asomaban continuamente por mis ojos. Quería
pedirle al Señor que me curara, pero mi petición era imposible desde
el corazón, porque curarme sería
aceptar mi cojera. Más que curarme, lo que le he suplicado es que
haga conmigo el camino, que me
conceda su Espíritu y su fuerza para ser capaz de dar nombre a lo que
me pasa y para asumir mi situación. No ha sido nada fácil, pero
me siento en paz...”. Viky12.
i) Vivirlo en la esperanza
El dolor no tiene la última palabra. El sufrimiento pasa, la vida
no. La fe en Cristo misericordioso
y resucitado nos lleva a creer que
el sufrimiento no tiene la última
palabra, que puede ser vivido como experiencia salvífica y como
una constante oportunidad para el
amor, el único capaz de vencer a la
misma muerte.
“A pesar de la oscuridad y el vacío, me preguntaba cómo podía
anular el dolor mi esperanza. No
era posible, a no ser que yo me
convirtiera en centro, haciéndome
“gruñona”, exigente, transmitiendo
amargura a los demás... Sentía el
dolor como una experiencia de
“muerte” y surgían un montón de
interrogantes. Entre ellos me preguntaba: ¿cómo en un creyente
puede ser más fuerte la muerte que
la vida? Si Jesús resucitó, hay vida
y vida en plenitud; ¿por qué va a
ahogar mi esperanza la “muerte”?
En lo más hondo brota un gozo insostenible: ¡Es Dios! En la medida
en que se “muere” se vive; se vive
de otra manera, pero se vive; tocas
la “otra” realidad”. Cecilia13.
Sé que voy a perder mi vida. Pero
no importa, seguiré, sigo jugando.
Y, aunque sé que me estoy
desmoronando,
voy a esperar, sigo esperando,
espero.
¿Dónde quedó mi corazón
primero?
¿Dónde el amor que amaneció
silbando?
¿Dónde el alegre adolescente?
¿Cuándo
mi alma cambié por este
vertedero?
Pero voy a seguir en esta noria
de la esperanza, terco, testarudo.
¡Levantad acta a mi requisitoria!
DOLENTIUM HOMINUM
98
Tal vez un día se deshaga el nudo.
Y, si no puede ser, dirán:
“No pudo.
Pero murió a las puertas de la
gloria”.
JL. Martín Descalzo14
j) Mantener en él una relación
sana con Dios
La relación sana con Dios, especialmente en el sufrimiento, requiere una purificación constante.
Al final de la noche oscura del sufrimiento experimentamos, como
Job, el misterio vivo de Dios, fuerte en la debilidad, presente en la
ausencia, elocuente en medio del
silencio. Un Dios que busca al
hombre para salvarle, liberarle y
potenciarle. Un Dios escondido y
humilde que no se impone con su
poder ni nos ciega con su gloria,
cuya presencia es discreta y no
abruma, como lo es siempre la presencia de la amistad y del amor
verdadero. Un Dios que sufre con
nosotros para que nosotros aprendamos a amar con El y como El.
Un Dios, futuro del hombre, que
no permitirá que una vida termine
en la destrucción de la muerte.
“El rostro de Dios en el que creo,
y que de un modo escandaloso pero
real se me ha revelado en esta experiencia, es el que me han mostrado
mis padres y tantos otros que luchan contra el dolor y sus causas
con todas sus fuerzas; que muestran
su inmenso amor padeciendo el dolor de los hijos en su propia carne y
que, al fin, aceptan impotentes y silenciosos un amor que no podrá librar al hijo de la muerte, pero sí del
abandono definitivo. Quizá por
ello, ahora mi fe alcanza a barruntar
que Dios estaba presente en la cruz
del Hijo, amando impotentemente.
Nada hay más inerme que el amor.
Tampoco Él “pudo” librar de la
muerte al Hijo amado; pero no lo
abandonó definitivamente al poder
de ésta, sino que lo resucitó de entre
los muertos. Y con ello no sólo nos
capacita para esperar la vida definitiva, sino que nos muestra que hay
ya una manera de vivir que es germen de resurrección. Esta es la esperanza que nos alienta... En una
conversación que tuve con mi hermano (enfermo terminal de SIDA),
me arriesgué a preguntarle cómo se
sentía ante un final que se prevé
cercano, cómo veía ahora su vida,
si creía que había o no otra vida, si
creía en Dios... Su respuesta fue la
siguiente: “Ahora, a mis treinta y
siete años, descubro que he perdido
la vida porque no he aprendido a
amar. Sólo he sabido utilizarla, y lo
de aprender a amar no se improvisa... No sé si hay otra vida. Si no la
hay, al fin se ha terminado para mí y
para todos vosotros este infierno. Si
la hay, y en ella me aguarda Dios,
después de la experiencia familiar
vivida no puedo tener miedo a encontrarme con Él”. Enma Martínez
Ocaña15.
k) Ser y sentirse acompañado
en el camino
Poder mirar con serenidad, con
alegría, con paz interior la enfermedad, el sufrimiento, la muerte,
llegar a ese momento existencial
definitivo así, es posible por la solidaridad, la compañía, el amor, la
amistad, el servicio de los demás.
Sólo podemos asumir esta situación y aceptarla cuando no nos
sentimos solos, cuando sentimos la
presencia de los otros.
“Sólo la gracia de Dios ha podido
mantenerme alegre en estos últimos
años. Sé que no es nada agradable
estar en el Huerto de los Olivos, pero tampoco a mí me han faltado
“ángeles que me consolasen” como
al Señor. Angeles que a veces se expresaban simplemente a través de la
paz interior y que en otras ocasiones – muchas – se vestían de la gente que en estos años me ha querido
y ayudado tanto. Mis hermanos,
mis amigos, tanta gente misteriosa
y desconocida ha ido sosteniéndome y yo llamaría milagro al hecho
de que en casi todas las horas oscuras siempre llegaba una carta, una
llamada telefónica, un encuentro
casual en una calle, que me ayudaba a recuperar la calma. Tengo que
confesar con gozo que nunca me
sentí tan querido como en estos
años. Y subrayo esto porque sé
muy bien que muchos otros enfermos no han tenido ni tienen en esto
la suerte que yo tengo. La familia,
una hermana a tu lado que sufra
junto a ti, son regalos que a mí me
ha dado la Providencia, pero que –
¡ay! – no todos los enfermos encuentran”. JL. Martín Descalzo16.
“Qué alivio produce sentir que
alguien se hace cargo de tu situa-
ción y no intenta ofrecerte un consuelo barato, ni te aleja de la verdad
de la realidad, por muy dura que
sea, ni camufla tus verdaderos sentimientos. Es la hora de reconocer y
agradecer a los “ángeles” que, a lo
largo del camino, te permiten, nos
han permitido, levantarnos, alimentarnos con el pan de la solidaridad,
de la cercanía, de la gratuidad, de la
lucha, para poder seguir caminando”. Enma Martínez Ocaña17.
Vivir sanamente el sufrimiento y
la muerte no es fácil, pero es posible. Este es un don y una tarea para cada uno. Termino con las palabras del Mensaje final de los participantes en el Congreso Nacional
Iglesia y Salud, celebrado en España el año 1994: “Creer en Cristo y
seguirle, experimentar la fuerza
sanante y salvadora de su vida, de
su muerte y resurrección, es una de
las maneras más sanas y gratificantes de vivir la vida entera, la salud, la enfermedad y la misma
muerte”18.
l) Prepararnos y educarnos para
vivirlo
Afrontar la realidad del sufrimiento y de la muerte con madurez
no se improvisa, requiere una preparación previa. Es preciso tomar
conciencia de que forman parte de
la condición humana, se puede ser
feliz a pesar del dolor, pero que es
imposible vivir toda la vida sin dolor; será bueno vivir los valores
que la enfermedad y la muerte ponen a prueba (la solidaridad, la
unión, el servicio mutuo, la generosidad, el aguante...) y cultivar
aquellas actitudes que facilitarán
en su momento la vivencia de esas
realidades (aceptación de nuestros
límites, entereza en las pruebas, el
amor, la confianza radical en
Dios...); conviene estar abierto a
las mismas ya desde niño; hay que
aprovechar la enfermedad de los
que están con nosotros como una
ocasión de enriquecimiento y de
aprendizaje, etc.
La Conferencia Episcopal Española ha difundido un “Testamento
Vital”. Invita a los fieles a reflexionar sobre la vida, el sufrimiento, el
morir y el más allá. Es una profesión de fe en la vida como don de
Dios, y en la muerte como acontecimiento final de la existencia terrena y como paso que abre el camino a la vida que no se acaba jun-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
to a Dios. En él se manifiesta cómo
desea uno morir, se pide ayuda para asumir humana y cristianamente
la propia muerte y se expresa el deseo de prepararse para vivirla en
paz, con la compañía de los seres
queridos y el consuelo de la fe cristiana.
RUDESINDO DELGADO PÉREZ,
Asistente Eclesiástico de la Asociación
de Profesionales Sanitarios Cristianos,
España
Notas
1
J.L. MARTIN DESCALZO, Testamento del
pájaro solitario, Ed. Verbo Divino, 68.
2
J.L. MARTIN DESCALZO, La visita del angel del dolor, Revista Vida Nueva n. 1581.
3
AUTORES VARIOS, Vivir sanamente el sufrimiento, Edice, 153-154.
4
J.M. MARTIN MORENO, Vivir a tope, Murcia, 15.
6
B. HÄRING, Esperienze di fede nella malattia, Borla, 42-43.
6
AUTORES VARIOS, Vivir sanamente el sufrimento, Edice, 156.
7
CECILIA PUERTAS, El dolor a la luz de la
fe: un misterio de amor, Revista Teología y catequesis n. 28 (1989), 123.
8
J.M. MARTIN MORENO, Vivir a tope, Murcia, 16-17.
9
AUTORES VARIOS, Vivir sanamente el sufrimiento, Edice, 154.
10
LOPEZ BAEZA A., Experiencia con la soledad, Narcea, 74
11
LOPEZ BAEZA A., Experiencia con la soledad, Narcea, 76
12
AUTORES VARIOS, Vivir sanamente el sufrimiento, Edice, 118.
13
CECILIA PUERTAS, El dolor a la luz de la
fe: un misterio de amor, Revista Teología y catequesis n. 28 (1989), 120.
14
J.L. MARTIN DESCALZO, Testamento del
pájaro solitario, Ed. Verbo Divino, 26.
15
ENMA MARTINEZ OCAÑA, La droga en
nuestra casa. Bajar a los infiernos, Revista Sal
Terrae n. 1003 Julio-Agosto (1997), 605-607.
16
J.L. MARTIN DESCALZO, Reflexiones de un
enfermo en torno al dolor y la enfermedad.
17
ENMA MARTINEZ OCAÑA, La droga en
nuestra casa. Bajar a los infiernos, Revista Sal
Terrae n. 1003 Julio-Agosto (1997), 602.
18
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE LA SALUD, Congreso Iglesia y Salud, Edice 1995,
447-448.
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99
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE LA SALUD,
Congreso Iglesia y Salud, Edice 1995.
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1987.
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Teología y catequesis n. 28 (1989): Vivir la
fe desde el dolor.
Pastoral Misionera n. 148 (1986), La enfermedad y la muerte, Tabù del siglo XX.
DOLENTIUM HOMINUM
100
JORGE MEDINA ESTÉVEZ
Los Sacramentos, fuente de salud
y salvación
1. Sobre la enfermedad
No es del caso hacer aquí una definición médica acerca de qué es la
enfermedad: basta para nuestro
propósito expresar una aproximación basada en la experiencia común. Desde luego decir “enfermedad” es evocar una situación que es
contraria a la salud. Parecería que
puede hacerse una distinción válida
entre una “enfermedad” y un “defecto”. Un defecto, que puede ser
congénito o ser secuela de una enfermedad, es una realidad estable
no de suyo incompatible con el estado de salud. Una persona que ha
sufrido la amputación de un miembro tiene un defecto, pero no puede
decirse que sea propiamente un enfermo. En casos más graves se puede hablar de “invalidez”.
La enfermedad es una realidad
en movimiento, con frecuencia
progresiva, cuya característica más
general y constante es la de provocar un desequilibrio en las funciones del organismo, de modo que se
ve comprometida la armonía que
caracteriza el estado de salud.
Cuando el desequilibrio es tal que
llega a comprometer funciones vitales esenciales, se puede hablar de
una enfermedad grave que constituye una amenaza o peligro de
muerte. La muerte puede describirse como la cesación de la vida precisamente porque se llegó a un tal
estado de desequilibrio entre las diversas funciones vitales esenciales
o su cesación, que en definitiva se
ha destruido irreversiblemente la
unidad del organismo. La pervivencia de algunas células o grupos
de células de un organismo no
constituye “vida” del conjunto al
que pertenecen, sino que son procesos vegetativos más o menos
breves o incluso mantenidos artificialmente.
Lo que parece interesante es considerar que el proceso fisiológico
que llamamos “enfermedad” es un
momento, inicial o avanzado, de
desequilibrio de las funciones vitales que no llega aún a causar la
muerte, pero que tiene alguna relación con ella.
Experimentar la enfermedad es
encontrarse en una situación en que
el ser humano percibe su mortalidad y, consiguientemente, su finitud, su impotencia, su fragilidad, su
contingencia.
Puesto que el hombre tiene una
vocación de eternidad, la experiencia de la enfermedad debiera ser un
llamado a su juicio de Dios y el
destino eterno, feliz o desgraciado.
Como todas las circunstancias de la
vida, la enfermedad invita, aunque
en forma muy especial, a recordar
la afirmación programática de San
Pablo, válida para todo cristiano:
nosotros para Dios vivimos; nosotros para Dios morimos: sea que
vivamos, sea que muramos, somos
del Señor” (Rom 14, 8).
Dicho lo anterior, es justo agregar que la vejez es un estado similar a la enfermedad: en la ancianidad se van desarrollando diversos
desequilibrios que van comprometido la armonía y unidad del organismo viviente y ese proceso conduce, inevitablemente, a la muerte.
Es, pues, completamente natural,
que el cristiano perciba la enfermedad como aviso de su finitud y como una invitación a prepararse al
advenimiento de la vida eterna, es
decir de la etapa definitiva de la
única existencia humana, porque
nuestro ser estará, si nuestra vida
terrena ha sido coherente con el
querer de Dios, para siempre cen-
trado en El, sin posibilidad alguna
de separarnos de El, y alcanzará su
plenitud en el día de la resurreción.
La enfermedad suele estar marcada por el dolor y por la aflicción,
que son situaciones inherentes a esta vida pero que desaparecerán en
la Jerusalén celestial: “esta es la
morada de Dios con los hombres.
Pondrá su morada entre ellos y
ellos serán su pueblo y El, Dioscon-ellos, será su Dios. Y enjugará
toda lágrima de sus ojos, y no habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”
(Apoc 21, 3s). El Apóstol San Pablo asocia la vida temporal a la corruptibilidad (cfr. 1Cor 15, 43ss) y
ve la corporeidad de los resucitados bajo el signo de lo “espiritual”
que es en cierta forma sinónimo de
inmortalidad. Quizás por eso sostiene que “el último enemigo en ser
destruido será la muerte” (1Cor
15, 26). El dolor tiene, pues, una
necesaria referencia al no-dolor, y
éste es una expresión válida, aunque literariamente negativa, de vida, de armonía, de felicidad.
Cuando empleamos las palabras
“dolor” o “enfermedad”, solemos
referirnos, en primer lugar, a dolores físicos o corporales. Pero todos
sabemos que hay dolores y enfermedades que podemos calificar de
“espirituales”, que no son exactamente lo mismo que la categoría
de las dolencias psíquicas. En todo
caso la unidad del ser humano hace que una aflicción espiritual pueda tener consecuencias somáticas
y viceversa. Por eso la felicidad de
los bienaventurados en la gloria,
que consiste ante todo y principalmente en la visión gozosa de Dios,
de su ser inefable y de sus obras,
incluye también la plena armonía
corporal, la imposibilidad de la co-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
rrupción y del sufrimiento. Al contrario, la situación de los réprobros
es la de un dolor sin fin, una especie de desgarramiento interior, un
desequilibrio torturante que procede de la clara conciencia de haber
rechazado el único bien absolutamente apetecible y único objeto realmente beatificante, y de no poder
revocar ese rechazo. Así como la
bienaventuranza recibe la calificación de “vida eterna”, la condenación es llamada “muerte eterna” y
la Sagrada Escritura la asocia a diversas imágenes de sufrimiento:
“fuego” (Mt 3, 12; 18, 8; 25, 41);
“gusanos” (Mc 9, 43-47); “rechinar de dientes” (Lc 13, 28; Mt 24,
51); “tinieblas” (Mt 8, 12; 22, 12),
etc.
2. Sobre la vida
En el horizonte de muchos hombres de hoy, la palabra “vida” no
evoca sino la dimensión corporal y
temporal de la existencia. El mundo contemporáneo ha adquirido
una vivísima sensibilidad con respecto a los derechos de la persona
humana, y ante todo hacia su vida
corporal. Se la protege legalmente
y se la defiende de las agresiones
injustas. Se desarrollan complejos
y costosos sistemas de asistencia
social para ir en ayuda de las personas enfermas o física o psíquicamente limitadas. Curiosamente,
por no decir escandalosamente,
muchas legislaciones admiten como algo legítimo el atentado contra la vida de la criatura que está
aún en el seno de su madre, eliminando el aborto – incluso en sus
formas más atroces y expresivas
de una suma decadencia del sentido moral – del catálogo de los crímenes y delitos punibles por la sociedad. Luego de la ligitimación
del aborto ha venido la de la eutanasia, y no se puede negar que
existe entre ambas una lógica ineludible. A continuación se ha llegado a las manipulaciones genéticas, cuyas proyecciones son insospechables. No cabe sino felicitarse
ante la creciente sensibilidad frente al respeto por la vida, pero no es
posible retener un sentimiento de
estupor e indignación ante las diversas formas de atentados contra
la vida de inocentes.
Sin embargo, a la luz de la fe, la
vida en su sentido pleno y más profundo, es la vida en Cristo y para
Dios. “Para mí, la vida es Cristo y
la muerte (=corporal) es una ganancia” (Flp 1, 21) decía San Pablo, y explicaba su pensamiento
expresando que “yo vivo, pero no
soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
Que la vida lejos de Dios no merezca en nombre tal, sino que sea en
realidad miseria y muerte, es una
de las enseñanzas nítidas de la parábola llamada “del hijo pródigo”
(cfr. Lc 15, 11-32). El muchacho
perdulario que vuelve a la casa paterna, al decir de su padre “estaba
muerto y ha resucitado” (Ib. v.
32). La misión de Jesús se puede
resumir en sus propias palabras
“he venido para que tengan vida y
la tengan en abundancia” (Jn 10,
10), y Él mismo se proclama “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6).
Cuando el Apóstol San Pablo afirma con extraordinaria fuerza y crudeza que “todo lo he tenido por estiércol con tal de ganar a Cristo”
(Flp 3, 8), no hace sino expresar su
convicción de que nada tiene valor
si significa una contraposición con
el Señor. Los mártires, puestos en
la disyuntiva de perder la vida corporal o la eterna, optaron con sabiduría por la muerte corporal: prefirieron perder esta vida para ganar
la Vida.
Todo cristiano tiene que permanecer siempre en la perspectiva de
la vida eterna y en esa perspectiva
debe juzgar y valorar los objetos
que se le presentan y las opciones
que constituyen la trama de su existencia en libertad. El recuerdo de la
muerte no es, pues, una memoria
trágica, sino la conciencia de un
hecho normal – aunque no por ello
menos doloroso – que constituye el
paso a la vida eterna, supuesto que
la existencia en este mundo haya
sido conforme con la ley Dios. El
recuerdo de la muerte es una invitación a valorar los objetos y opciones desde la única perspectiva valedera, es decir la de su coherencia
o incoherencia con la voluntad de
Dios. La vida temporal no es sino
la preparación o antesala de la vida
eterna: Dios nos concede la vida
temporal para que merezcamos la
eterna que es nuestra verdadera finalidad, la única finalidad definitiva (ver GS 22) y en razón de la cual
debe ponderarse todo lo demás.
101
La vida eterna no es la sola immortalidad del alma, sino, en definitiva, la vida en plenitud de todo el
ser humano, alma y cuerpo, luego
de la resurrección en el día de la
Parusía del Señor. Esa vida en plenitud será la expresión de la perfecta armonía entre el hombre y Dios,
armonía que es el resultado de la
justificación y de la gracia que son
exactamente lo opuesto al pecado,
cuya consecuencia es la muerte
(cfr. Gn 3, 19; Rom 5, 12-21). Así
es no sólo legítimo sino también lógico afirmar que toda opción de rechazo del pecado es una opción de
vida, como cualquier opción de pecado es, en el sentido más auténtico, una opción de muerte.
3. Los sacramentos,
signos de vida
Es conocida la enseñanza de
Santo Tomás de Aquino que afirma
que los sacramentos son signos rememorativos de la Pasión de Cristo, demostrativos de la gracia y
prognósticos de la gloria futura. Todo ello tiene íntima relación con la
vida, pues la muerte de Cristo constituye la victoria sobre el poder del
pecado y de la muerte, la gracia es
la vida verdadera ya en este mundo
y la gloria es la plenitud definitiva
de la vida. Estas tres dimensiones
corresponden a todo sacramento,
aunque con el matiz propio de la
gracia de cada uno de ellos.
Los tres sacramentos de la iniciación cristiana, “el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía” vienen a ser el inicio, la madurez y el
alimento de la vida nueva. Son, por
así decirlo, la re-creación del hombre (Ef 4, 24; Col 3, 10; 2Cor 3, 17;
Gal 6, 15), el don de la adopción
divina y de la participación en la
naturaleza de Dios (2Pd 1, 4; Jn 6,
53-57; 15, 4-8), el inicio en la tierra
de la vocación a la santidad y la
alabanza de la gloria de la gracia de
Dios (Ef 1, 3-14). Conviene tener
presente que estos tres sacramentos
que introducen en la vida de la gracia apuntan ya al destino final y total del hombre íntegro, en su alma
y en su cuerpo, destino que es de
vida eterna y gloriosa, no sólo de
inmortalidad del alma, sino de resurrección corporal. No se puede
minimizar el alcance de las expresiones tan concretas de San Pablo:
DOLENTIUM HOMINUM
102
“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor” (1Cor 6,
13); “¿no sabéis que vuestros
cuerpos son miembros de Cristo?”
(v. 15); “¿no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?” (v. 19); “¡Glorificad, por
tanto, a Dios en vuestro cuerpo!”
(v. 20). El Apóstol relaciona toda
esta argumentación referida a la
castidad cristiana, con nuestro destino de resurrección que es la proyección de la resurrección de Jesucristo (v. 14).
Los sacramentos de la Reconciliación o Penitencia y de la Unción
de los enfermos constituyen el grupo de los así llamados “sacramentos de la salud”, “sanación” o “curación” (ver CEC 1420ss.), porque
suponen un grave quebrantamiento, ocurrido después del bautismo,
sea de la salud espiritual, sea de la
salud corporal de un cristiano.
La Penitencia mira a la recuperación de la gracia, a la justificación “segunda”, con vistas a destruir el pecado cuyo efecto es la
“muerte” o sea la privación de la
vida en Cristo en esta tierra, de la
“deificación” y, en definitiva, de la
posibilidad de acceso a la plenitud
de la Vida en la eternidad. El estado de “muerte” en virtud del pecado desemboca, si no hay conversión ni reconciliación con Dios, en
la muerte eterna que afecta al hombre en su integridad. El pecado está relacionado, pues, con un desastre, incluso físico, de la persona y
por lo mismo es justo reconocer
que la reconciliación, aunque se refiera en forma directa a la “vida espiritual”, tiene, no obstante, un
efecto corporal, diríamos “somático”, y que consiste en devolver la
posibilidad concreta de acceder a
la vida en Cristo, cuya consumación es la vida eterna y la gloria de
la resurrección.
La Unción de los enfermos presupone que se trata de un cristiano
ya bautizado, con uso de razón (lo
que implica con capacidad para haber podido pecar, siquiera venialmente), y afectado por una enfermedad que pone en peligro su vida,
aunque no sea en forma inminente.
Llegamos aquí a un punto de especial importancia en la relación salud – gracia – vida. Queda ahora
enunciado para volver más adelan-
te sobre él, pues merece una más
detenida consideración.
Los dos sacramentos del Orden y
del Matrimonio son caracterizados
como sacramentos que miran en
forma especial al orden social de la
comunidad cristiana (ver CEC n.
1534ss). No es que los demás sacramentos tengan solamente una
dimensión personal: afirmarlo sería prescindir de la enseñanza de
San Pablo que ve a la Iglesia como
“Cuerpo de Cristo” (Rm 12, 5;
1Cor 10, 17; 12, 12; Ef 4, 16; Col 2,
19), y por lo tanto como una realidad comunitaria en la que existe
una solidaridad que va mucho más
allá de una simple membresía jurídica (ver LG 8 y 9). Todos y cada
uno de los sacramentos comunican
gracias que benefician no sólo a
quien los recibe, sino que enriquecen y afirman los vínculos del Pueblo de Dios que son, ante todo, del
orden de la vida en Cristo. Si se califican los dos Sacramentos del Orden y del Matrimonio como referidos a la vida social de la Iglesia,
ello no es para excluir la dimensión
social de los demás sacramentos,
sino para afirmar que éstos dos juegan un papel especial en la estructura sacramental de la Iglesia.
El Orden comunica la sucesión
en el ministerio apostólico, el cual
asegura una cierta forma de presencia de Cristo en la comunidad a través del ejercicio, en su nombre y no
por decisiones humanas, del ministerio tripartito del anuncio auténtico de la palabra de Dios, de la presidencia “in persona Christi” del
culto litúrgico, y de la conducción,
en nombre de Cristo, de la comunidad eclesial. Ahora bien, como la
Iglesia peregrina hacia el Reino de
los cielos, que es su plenitud, y como esa peregrinación no consiste
en otra cosa que en el seguimiento
de Cristo y en su crecimiento en cada cristiano (Ef 3, 19; 4, 13), el ministerio ordenado es un ministerio
de vida y de salvación en el que se
entrelazan inseparablemente la dispensación de los misterios de Dios
(1Cor 1, 1; 2Cor 6, 2) y el poder de
expulsar los espíritus inmundos
(Mc 3, 15), cuva acción es la raíz de
la muerte corporal y de la eterna
(Gent 3, 16-19; Sb 2, 24). No hay
quel olvidar que la Iglesia ha confiado desde antiguo, a ministros ordenados, el poder de expulsar al
demonio de aquellos fieles que han
caído en su poder: es la actividad litúrgica llamada “exorcismo”. Y
hay que tener presente que en la acción apostólica con respecto a los
enfermos, en la que los laicos pueden y deben asumir variadas responsabilidades, corresponde precisa y exclusivamente a los sacerdotes la administración del Sacramento de la Unción de los enfermos, así como ellos y los diáconos
son los ministros ordinarios del
Viático para los que están prontos a
partir de este mundo.
También del sacramento del Matrimonio puede decirse que es “estructurante” de la Iglesia, en el sentido de que la comunidad conyugal
refleja la relación esponsal entre
Cristo y su Iglesia. El matrimonio
cristiano es un sacramento, es decir
una realidad de gracia y por lo tanto de vida en Cristo.
Tarea principalísima de los esposos cristianos es la de prestarse mutua y amorosa ayuda en su peregrinación hacia el Señor, apoyándose
en forma permanente en la prosecución del ideal de la santidad, que
para los casados debe realizarse necesariamente en el marco de la condición conyugal. Y puesto que la
santidad es sinónimo de la vida en
Cristo en plenitud, es perfectamente lógico afirmar que el matrimonio
es sacramento de vida, y que apunta no sólo a un mutuo apoyo en clave temporal, afectiva y física, sino
que su fruto de gracia debe percibirse necesariamente en un horizonte de vida eterna, precisamente
allí y cuando se realizan las “bodas
del Cordero” de que habla el último
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
de los libros de la Biblia (Apoc 21,
9). Lo anterior se deduce de la hermosa enseñanza de San Pablo en su
carta a los Efesios (ver Ef 5, 21-33),
y varias expresiones de ese texto
permiten afirmar que el Apóstol
mira a la Iglesia como a una esposa
fecunda que por la gracia de Cristo
engendra hijos y ciertamente no sólo con vistas a su realización en este mundo, sino para que respondan
a una vocación de santidad y de
eternidad. El papel de los esposos
cristianos incluye su responsabilidad, que es propiamente “apostólica”, hacia los hijos. Se engendran
hijos para que lo sean de Dios,
miembros de Cristo y de su Iglesia,
templos del Espíritu Santo y herederos del Reino de los cielos, es decir, para que tengan vida, no sólo
vida corporal o intramundana, sino
la vida verdadera que no puede ser
tal sino en Cristo. Así pues, es justo afirmar que el matrimonio es el
Sacramento del crecimiento de la
Iglesia por la vía de la fecundidad
natural y sobrenatural de los esposos. Es el sacramento que trae a la
existencia nuevos miembros de la
comunidad de salvación, llamados
a la gracia y a la gloria.
4. El sacramento de la Unción
de los enfermos
Como se dijo antes, el beneficiario directo de este sacramento es un
cristiano, por lo tanto un bautizado,
que ha llegado al uso de razón y
que padece una dolencia que amenaza su vida, aunque no sea en forma inminente. La tradición de la
Iglesia considera que la vejez, ancianidad o senectud, se equiparan a
la enfermedad. El tiempo para administrar este sacramento comienza cuando ya está presente una dolencia que constituye una amenaza
para la vida corporal, aunque el desenlace no sea inminente o inevitable. Es un error pastoral y una falta
de caridad postergar la administración de la Santa Unción hasta que
el enfermo esté agónico, o poco
menos, y quizás ya privado de conocimiento. Error pastoral, porque
el sacramento da gracias para asumir la cruz de la enfermedad, la que
se hace presente desde mucho antes de la inminencia de la muerte.
El error pastoral se funda, pues, en
una concepción equivocada acerca
del fruto y de la gracia propia de este sacramento. También hay una
falta de caridad, que puede llegar a
ser objetivamente grave porque se
priva a un cristiano de las gracias
sacramentales que tienen precisamente como fruto el de ayudarlo a
asumir, como una forma de su vida
en Cristo, la realidad de la enfermedad o de la ancianidad.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la gracia especial
del sacramento de la Unción de los
enfermos tiene como efectos:
– la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de
toda la Iglesia;
– el consuelo, la paz y el ánimo
para soportar cristianamente los
sufrimientos de la enfermedad o de
la vejez;
– el perdón de los pecados si el
enfermo no ha podido obtenerlo
por el sacramento de la Penitencia;
– el restablecimiento de la salud
corporal, si conviene a la salud espiritual;
– la preparación para el paso a
la vida eterna” (CEC n. 1532).
La enfermedad es una realidad
que resulta ambivalente en orden a
la salvación. Puede vivirse en íntima unión con Cristo en su dolorosa
Pasión, en espíritu de penitencia y
de ofrenda, con paciencia y serenidad. Pero puede también vivirse,
desgraciadamente, con rebeldía hacia Dios e incluso con desesperación, con impaciencia, sin pensar
en la Pasión de Cristo, con dudas
de fe o con desconfianza en la misericordia de Dios. El primero de
103
los modos descritos de vivir la enfermedad es precisamente “vivirla
en Cristo”, vivirla como una situación, vivir la cercanía del término
de la peregrinación terrenal con los
ojos de la fe puestos en la bienaventuranza y en la Casa del Padre.
Esa vivencia supone vencer la innata dificultad y repugnancia a
aceptar el dolor y la muerte, dificultad que no sólo radica en nosotros mismos, sino que puede ser
acrecentada por la acción de Satanás, interesado en conseguir que el
hombre cristiano termine su existencia terrenal desconfiando del
amor de Dios, rechazándolo o sintiéndose rechazado por El. Tal victoria non puede ser sino el fruto de
la gracia de Dios, cuyo canal ordinario en la economía cristiana y para las circunstancias de la enfermedad es el sacramento de la Unción
de los enfermos.
La experiencia de la enfermedad
o de la senectud hace recordar la
realidad que asumió Jesús que,
siendo Hijo de Dios, se anonadó y
tomó una naturaleza humana en todo semejante a la nuestra, menos
en el pecado, y se humilló hasta sufrir la muerte, y muerte de cruz, y
por eso e Padre lo glorificó y le dió
un nombre sobre todo nombre (ver
Flp 2, 6-9). La enfermedad y la vejez son humillaciones que ponen al
hombre ante lo vano del sentimiento de autosuficiencia y lo invitan a
poner su confianza sólo en Dios. Es
una purificación dolorosa que
constituye una pedagogía de humildad que se inscribe en la basilar
doctrina cristiana de la insuficiencia de las fuerzas puramente humanas para alcanzar la salvación, así
como en la de la fuerza victoriosa
de la gracia, “capaz de hacer de las
mismas piedras hijos de Abraham”
(Mt 3, 9; Lc 3, 8), “porque para
Dios nada hay imposible” (Lc 1,
37; 18, 27).
La doctrina de la Iglesia señala
como uno de los frutos de la Unción de los enfermos una profunda
“purificación” del alma de quien
recibe este sacramento (ver DS
1696). ¿Cómo entender esta “purificación”? Quizás pueda servir la
comparación con las cicatrices que
dejan las heridas corporales. La cicatriz no es de suyo una enfermedad, no es dolorosa, ni suele desarrollarse en forma que amenace la
salud. Pero no es bella, afea, es una
DOLENTIUM HOMINUM
104
falta de armonía que da testimonio
de un “desorden” pasado. Sería ingenuidad creer que los pecados
personales, sobre todo aquellos que
constituyeron “hábitos”, pasan sin
dejar rastro. Es posible que una
conversión vivísima, dolorosamente amorosa, pueda extirpar totalmente las secuelas del pecado. Pero
los arrepentimientos no suelen ser
tan vivos, ni tan dolorosos, ni tan
amorosos y por eso se hace necesario un nuevo don de Dios, un don
de gracia que venga a remediar la
debilidad o la imperfección de la
conversión: es el don que llega a
través del sacramento de la Unción
de los enfermos que produce su
fruto según la disposición de quien
lo recibe.
El sacramento de la Unción de
los enfermos produce algunos de
sus efectos en relación con el estado presente de enfermedad que se
sufre y para sufrirlo cristianamente.
Otros de sus efectos miran a obtener la justificación si no se pudo
obtener por el sacramento de la Penitencia. Finalmente hay efectos
que miran principalmente a adquirir la necesaria disposición para poder entrar en la bienaventuranza
eterna y contemplar cara a cara la
belleza inefable de Dios.
Como la enfermedad muchas veces cede y el hombre recobra la salud, puede suceder que se reciba la
Unción más de una vez en la vida,
en el supuesto que vuelva a aparecer una enfermedad, o que la que
existía se agrave.
Así, la Santa Unción es también
un sacramento de vida: para vivir
en Cristo la situación de la vida corporal amenazada, para hacer partícipe a todo el Cuerpo de Cristo del
fruto de la personal vivencia de la
Pasión, y para introducir, a través
de la humillación y de la provisoria
destruccón corporal asumidas con
realismo de fe, en la vida eterna y
en la gloria de la resurrección.
El cristiano gravemente enfermo
debe recibir los sacramentos de la
Penitencia, de la Unción de los enfermos y de la Eucaristía como
Viático. El Cuerpo de Cristo resucitado y glorioso recibido en esa
circunstancia es precisamente la
prenda y garantía de la resurrección que aguarda al cristiano en el
día de la Parusía, cuando será destruido el último enemigo, que es la
muerte (1Cor 15,26).
“Es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido devorada en
la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte! tu victoria? ¿Dónde está ¡oh
muerte! tu aguijón?». El aguijón de
la muerte es el pecado y la fuerza
del pecado, la ley. Pero, ¡gracias
sean dadas a Dios, que nos ha dado
la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15, 53-57).
S.E. Mons JORGE
MEDINA ESTÉVEZ
Arzobispo-Obispo emérito de Valparaíso
Pro-Prefecto de la Congregación
para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
105
ROGER ETCHEGARAY
El Gran Jubileo: año de gracia,
de salvación y de salud
Esta XIIª Conferencia Internacional sobre “Iglesia y Salud en el
Mundo”, se coloca totalmente en
la perspectiva del Año 2000 con
sus “expectativas y esperanzas”.
El discurso de apertura que ha
pronunciado ayer el Cardenal
Laghi, realmente ha abierto el camino al Jubileo – de manera amplia y profunda – presentando a
Jesús, Verbo Encarnado, como
“salud y salvación del hombre”.
¿Qué podría añadir yo? En el fondo, la gracia de un Jubileo no es
tan original: simplemente aprovecha un año excepcional – el pasaje
de un milenio a otro – para poner
en evidencia un acontecimiento
divino de por sí muy grande, pero
que la costumbre humana lo ha reducido también a otro hecho: el
nacimiento de Cristo salvador,
hasta el punto que algunos – en el
ápice de la inconciencia – en previsión del Año 2000 ¡sólo se han
preocupado de reservar una mesa
para festejar la vigilia de esta fecha fascinante!
Es positivo que vuestra Conferencia subraye de qué modo, en la
economía de la Redención, la salud y la salvación se relacionan entre sí como significante y significado y que, por tanto, Cristo quiere conferirlos al mismo tiempo.
Llegará un día en que coincidirán
cuando será vencida la muerte, último enemigo por eliminar. El
hombre glorificado gozará entonces de una felicidad perfecta, un
Jubileo total, porque será salvado
integralmente.
Pienso en el paralítico de Trastevere (durante el Jubileo de 1975)
que el Santo Padre Pablo VI, afligido él mismo por los reumatismos, tomó un día entre sus brazos
y estrechándolo por largo tiempo
le prometió que un día, después de
la resurrección, habría danzado
con él delante del Señor. Los dos
estarán esperando con impaciencia aquel día en que sus huesos serán más fuertes que nunca ¡para
danzar con gozo juntos ante los
ojos atónitos de la corte celestial!
“Iglesia y salud en el mundo”.
Es curiosa nuestra época en la que
la expresión “mundo de la salud”
aparece como irrisorio porque se
refiere a la enfermedad, a su ambiente o a la prevención de la misma. Salvo que el Dr. Knock haya
tenido razón para decir que cada
persona sana es un enfermo que
ignora ser tal. De todos modos, las
personas sanas ya no osan hablar
más de los enfermos, ya no saben
hablar a los enfermos. Es como si
viviésemos en dos planetas diferentes.
¿Qué debemos hacer, pues, en
vista del Jubileo del Año 2000, para que sanos y enfermos se encuentren cada vez más entre sí, en
una comundiad de destino en la
que el hombre pasa paulatinamente de un estado a otro? Simplemente, vivir juntos lo más posible,
unos para otros, unos por medio de
otros.
Visto de parte del sano, el enfermo aparece como anormal. Baste
pensar en la expresión corriente
“caer enfermo”; a través de la imagen de la caída, la sabiduría popular remarca que la enfermedad a
menudo es un obstáculo para adelantar a lo largo del camino de la
vida debido a su dependencia, a su
soledad.
Visto de parte del enfermo, el
sano aparece como fútil, con sus
ambiciones, con sus quimeras que
persigue ansiosamente: nos ve al
contrario y es un llamado a la profundización para quien vive la vida superficialmente, un llamado a
la oración para quien se atolondra
en los quehaceres.
El Gran Jubileo debe constituir
una ocasión para colocar bien el
papel del sufrimiento en la vida de
los hombres y de los cristianos. La
Iglesia no canoniza el sufrimiento:
luchar contra el sufrimiento es
también un deber y debemos alabar a los hombres de ciencia que
contribuyen para aliviarlo sin alterar la lucidez de los enfermos. La
única razón por la que el discípulo
carga su sufrimiento es que el ma-
DOLENTIUM HOMINUM
106
estro lo ha cargado en primera persona. “Cristo no ha venido para
explicar el sufrimiento, lo ha llenado con su presencia”, dice Paul
Claudel. Sólo El puede comunicar
realmente con los que sufren; nosotros no podemos hacer nada más
sino callar o simplemente indicar
con el dedo el “Santo Rostro” del
Crucificado: todo lo demás es indecencia e insolencia. En este primer año de preparación al Jubileo,
concentrado en la persona de Cristo, ¿cuántas veces hemos realizado el gesto de la Santa Verónica?
El Gran Jubileo debe ser también una ocasión para que el
“mundo de la salud” se convierta
en un lugar fundamentalmente misionero, un terreno privilegiado de
evangelización, para que nosotros
logremos aquí, y de manera esencial, el misterio del hombre en su
condición más precaria, quizás la
más escandalosa: el sufrimiento.
Es un lugar en el que los hombres se movilizan para luchar contra la enfermedad, el malestar, con
algunos éxitos impresionantes
aunque no se logre eliminar la muralla de la muerte.
Es un lugar de complicidad en el
que los hombres (pacientes y dispensadores de curas) con un horizonte cultural y religioso, se unen
en esta lucha cuerpo-a-cuerpo
contra el mal. Pero, al mismo
tiempo, es un lugar donde los conflictos sociales se revelan de manera exacerbada.
También es un lugar en el que se
plantea de modo más claro el pro-
blema del verdadero sentido de la
vida y de su no rentabilidad material. Pienso en aquel papá marsellés que, montrándome con ternura
a su hijo down me dijo: “Para Dios
no existen personas de serie B...”.
Sí, el “mundo de la salud” es realmente un terreno de elección para prepararse a celebrar el Gran Jubileo, ya que en él resuenan con
fuerza todas las expectativas y las
esperanzas de una humanidad en
estado de fibrilación y en búsqueda de la salud en el horizonte del
Año 2000. Agradezco de corazón
a S.E. Mons. Lozano y a sus colaboradores.
S.Em. Card. ROGER ETCHEGARAY
Presidente del Gran Jubileo del Año 2000
(Santa Sede)
Mesa
Redonda
Salud, enfermedad
y curación
en las grandes religiones
DOLENTIUM HOMINUM
108
MICHAEL FUSS
I: Budismo
Probablemente ninguna de las
grandes religiones se ha ocupado
tanto de la salud como el budismo.
El concepto médico de la dukkha,
del dolor, sirve como punto de partida para efectuar un análisis meticuloso de la existencia humana
que había inspirado a sus contemporáneos llamar a Buda “médico
supremo”. Sin la salud mental y
del cuerpo, no se puede conducir
una vida correcta. No obstante que
cada cuerpo sano está necesariamente destinado a enfermarse y a
envejecerse, sin el valor positivo
de la salud no es posible vencer la
presente condición de fragilidad y
sufrimiento. Se obtiene una salud
genuina físico-mental a través de
la práctica continua de la moralidad (sîla), en la que el cuerpo y la
mente actúan de manera armoniosa. Como la moralidad budista no
hace diferencia entre “bien” y
“mal”, sino más bien acentúa el
comportamiento saludable (sappâyakiriyâ) en vista de la neutralización del karma (“lo que (no) ayuda
a la salvación”), la salud en sentido
holista figura entre los valores
inestimables: “La salud es el máximo de los bienes” (ârogyaparamâ
lâbhâ)1. Un observador moderno
ha podido colocar esta afirmación
junto a la Declaración universal de
los derechos humanos de 19482
con relación al reconocimiento de
un “standard de vida adecuado a la
salud y al bienestar del hombre y
de su familia”.
Una de las condiciones esenciales para obtener la iluminación era
el principio del “mens sana in corpore sano”. A causa de una vida
ascética demasiado exigente junto
a los maestros de la floresta, Gautama Sakyamuni se había reducido
físicamente y se había debilitado
de manera tal que no era capaz de
lograr la serenidad mental. Separándose luego del ascetismo extremo, como lo hiciera antes de la vida de lujo, proclamó “la vía intermedia” como condición natural
para una vida espiritual, porque el
camino de la salvación presupone
un físico robusto. Recuperó sus
fuerzas físicas comiendo arroz con
leche y miel, un alimento que en
adelante se recomendó a los monjes por sus cualidades terapéuticas:
“(El arroz con leche y miel) produce diez cosas en el monje:
Vida y belleza, equilibrio y fuerza;
hace surgir la inteligencia,
elimina hambre, sed y flatulencias,
purifica la vegija, ayuda a digerir
el alimento;
esta medicina es elogiada por el
benefactor”3.
Uno de los temas del anguttaraNikâya (II, 143)4 afirma que existen dos tipos de enfermedad, corporal y espiritual. Mientras el
hombre podría gozar de salud física incluso durante cien años, será
difícil encontrar una persona sin
enfermedad espiritual incluso durante un solo momento. Buda ofrece una lista de cuatro enfermedades espirituales principales de los
monjes, es decir la avidez, vejación, descontento con las actuales
condiciones de vida que llevan a
deseos de ser considerado, de ganancia, de honores y fama. El
monje, pues, se vanagloriaría, tratando de obtener estas cosas, y con
dichas intenciones impuras quisiera acercarse a visitar a las familias
y predicarles el dharma. El camino
budista, basado en el análisis de
los “alimentos” (âsava) que sostienen el origen de las enfermedades,
mediante la destrucción de los
mismos, conduce a una vida sana y
serena:
“Habiendo reconocido esta miseria: ‘nace el dolor que depende de los alimentos’, a través de
la clara comprensión de todos
los alimentos, liberado de todos
los alimentos, el sabio que bien
ha comprendido que la salud depende de la disolución de los
âsava, que se ejercita diligentemente firme en la Doctrina, no
puede ser definido a través de un
nombre”5.
Para Buda, la enfermedad se
presenta en una dimensión psicosomática como fruto del karma anterior, cuando el hombre era prisionero del apego a las ilusiones.
Siendo el cuerpo un “karma caogulado”, el cuidado médico no sólo elimina la enfermedad sino crea
las disposiciones necesarias para
progresar en el camino que conduce a la iluminación. El problema
de la salud física, pues, no puede
ser afrontado sino en un marco holista.
La curación, la analogía
de la salvación
En su grande compasión hacia
los sufrimientos de los seres, Buda
presenta su verdad como terapia
que implica todo el conjunto físico-mental de los discípulos, y su
análisis de la condición existencial
del hombre en las Cuatro Nobles
Verdades sigue el método de un
preciso análisis médico. La diagnosis de la enfermedad “Todo es
dukka” en la primera verdad prosigue con el análisis de sus orígenes,
individuados en la “sed (tanha) de
deseos (segunda verdad); entonces
se toma en cuenta la curación (ter-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
cera verdad), para recomendar finalmente la terapia que consiste en
la práctica del “óctuplo sendero”
(cuarta verdad):
“Es necesario considerar la verdad del dolor como una enfermedad, la verdad del origen del
dolor como causa de la enfermedad, la verdad de la extinción
del dolor como curación de la
enfermedad y la verdad del sendero como medicina”6.
Algunos autores incluso emplean la analogía entre este análisis de
la vida y la antigua ciencia médica
del Ayurveda con sus cuatro divisiones: enfermedad (roga), causa
de la enfermedad (roganidâna),
curación de la enfermedad (roganivârana), administración de las
medicinas (tikicchâ)7. En la grandiosa utopía del Milindapañha8 sobre la Ciudad de la Ley se habla de
la farmacia del Iluminado, que
ofrece las medicinas amargas para
la liberación del ciclo del samsâra.
Generalmente la árdua transformación espiritual es comparada con la
curación de la enfermedad:
“Así como un hombre afectado por la enfermedad fuese dolido, abatido, no probase placer
en el alimento, su cuerpo no tuviese más fuerza; una vez curado de la enfermedad, tendrá nuevamente placer de tomar los alimentos y el cuerpo comenzará a
recuperar la fuerza... Por todo
esto, él logrará alegría, tendrá
placer”9.
Buda explica el proceso del despertar en la parábola de un hombre
herido por una flecha envenenada,
que debe sufrir una dolorosa operación quirúrgica, comparando la
herida al campo de las pasiones, el
veneno a la ignorancia, su bisturí a
la noble sabiduría, mientras Buda
mismo asume el papel del médico
y del cirujano10.
Mientras Buda permite el uso de
muchos medicinales y terapias tradicionales (una larga lista se encuentra en Mahavâgga, VI), la
asistencia médica ha sido siempre
subordinada a los ejercicios espirituales. La elevación del monje requiere el cuidado de la salud; al
igual que esta ha sido considerada
también un testimonio de la compasión y de la beneficencia de la
comunidad budista. Los monjes
pueden ofrecer consejos a los laicos; pero el cuidado sanitario no
podría ser el medio principal para
obtener limosnas o bien una distracción de la vida espiritual. Generalmente, la curación específica
de las enfermedades, así como la
construcción y el mantenimiento
de los hospitales, ambulatorios,
clínicas, es confiada a la magnanimidad de los laicos o de las autoridades políticas; los monjes se dedican a la asistencia espiritual. En
períodos posteriores, el uso de las
ciencias médicas se convirtió en
un medio válido para la propagación del dharma budista11, especialmente en el ambiente del taoísmo chino con sus prácticas de alquimia, así como también una ocasión para difundir los principios de
la medicina hindú en las diferentes
culturas. Entre los gobernadores
budistas, el emperador Aśoka (siglo III a.C.)12 prescribe, en su segundo edicto, el cuidado médico
de los hombres y de los animales
domésticos junto con el cultivo de
las respectivas plantas medicinales. Durante el curso de la historia
muchos reyes budistas en los países del Theravâda y del Mahâyâna
siguieron su ejemplo, obedeciendo
todos a la exhortación del Nâgârjuna a su rey de “curar a los ciegos, a
los enfermos, a los últimos, a los
que no tienen protección, a los necesitados y a los minusválidos y,
asimismo, de obtener alimento y
bebidas sin interrupción”13.
Paritta, la práctica
del pensamiento positivo
En el budismo popular aún es
usual el frecuente rezo del paritta
(en cingalés: pirit)14, de una colección de 24 textos canónicos que
alejan enfermedades mentales y
corporales. Confiando en la fuerza
inherente del crecimiento melodioso de fórmulas sagradas se trata
de desblocar todo cierre mental del
paciente, activando las fuerzas sanantes del subconsciente. Concentrarse en valores positivos no sólo
lleva a dichos sentimientos, sino
también elimina la actitud contraria. Pero no se trata de un automatismo mágico, sino de una apertura
confiada en la verdad de las palabras de Buda:
“Los paritta protegen a unos pero no a otros. Hay tres circunstancias en las que los paritta no
109
ofrecen protección: impedimento a causa de acciones no-salvíficas (kamma), impedimento a
causa de ofuscamiento mental
(kilesa), falta de confianza. Los
paritta, siendo una protección
de los seres, pierden su acción
protectiva a causa de las acciones de los mismos seres”15.
Dejar obrar confiadamente a las
realidades positivas, en última instancia significa abrirse a la incondicionada compasión del dharma
del cual Buda se ha hecho portador.
La convicción de una mutua interdependencia (pratîtya-samutpâda)
permite al individuo dejarse penetrar y curarse hasta el fondo por la
alegría espiritual. En esta perspectiva de la irradiación de la compasión universal se debe entender la
frecuente invocación de los fieles,
tomada dal Metta-sutta (Sûtra del
amor): “¡Que todos los seres sean
felices y de ánimo alegre!”.
La compasión en el Mahâyâna
En el Mahâyâna se presentan
dos aspectos de salud en la figura
del bodhisattva “rey de los médicos” (bhaisajya-râja) y de la hipótesis de la compasión universal en
la divinidad femenina Kuan-yin.
El bodhisattva que ofrece a sí mismo para la salvación de todos, es
delineado en el Sûtra del Loto
(Saddharmapundarîka-Sûtra) como el vaso que contiene la medicina del dharma para la curación de
muchos. Así aparece el modelo del
maestro religioso que desaparece
detrás de su tarea:
“Si una persona quisiera predicar esta escritura, debe entrar en
la habitación del Tathagatha,
vestirse con el manto del Tathagatha y sentarse en el trono del
Tathagata... La gran compasión
es la habitación; tierna armonía
y tolerancia frente a los insultos
es el manto; mientras el vacío de
los dharmas es el trono: fijando
aquí su habitación, le predique
el dharma”16.
En la parábola del médico, el
Sûtra del Loto expresa el rol de
Buda como medio útil (upâya) de
la salvación. Como portavoz del
dharma, Buda mismo se considera
como el médico universal tratando
de curar a sus hijos con todos los
medios posibles, incluso con la
DOLENTIUM HOMINUM
110
ilusión de la propia muerte. El gradual despertar de los hombres es
comparado con el proceso de curación, la adecuada medicina corresponde a sus varias disposiciones:
“Viendo la precariedad de las agonías de sus hijos, el padre buscaba
en sus manuales varias hierbas medicinales, ricas de colores, fragrancias y gustos, perfectas en sus formas, junto con las prescripciones”17. El hecho histórico de Buda,
su iluminación, predicación y
muerte, son la medicina para curar
al mundo. Médico y medicina
coinciden en la mediación de la
salvación.
La figura del bodhisattva Avalokitesvara, “aquel que escucha el
grito del mundo”, se ha vuelto en
toda Asia una hipóstasis de la infinita compasión y consolación de
Buda y es intensamente venerado
por el pueblo como socorro en toda aflicción. Figurada iconográficamente como Kuan-yin (Kwannon) con características femeninas, sus miles brazos y miles ojos
expresan su disponibilidad para
ver y alejar todo mal: “Los dolores
del nacimiento, de la vejez, de la
enfermedad y de la muerte serán
atenuadas progresivamente”18.
En el Viamlakîrtinirde´sa-sûtra
el sabio Vimalakîrti coge la ocasión de una enfermedad simulada
para predicar sobre la precariedad
del cuerpo humano:
“El cuerpo, no pudiendo ser agarrado, es igual a un globo de espuma. El cuerpo, no teniendo
duración en el tiempo, es igual a
un globo de agua. El cuerpo, generado por la sed de las pasiones, es igual a un espejismo... El
cuerpo que, inestable, muere de
instante en instante, es igual al
relámpago. El cuerpo, que nace
de múltiples condiciones, no tiene patrón”19.
Su enfermedad simulada revela
la naturaleza frágil de la existencia
terrena, y él la soporta en la actitud
de salvar a todos los hombres. En
la persona de este laico iluminado
aparece la noble figura del bodhisattva, que en su altruismo asume
sobre sí el sufrimiento de los demás como medio para lograr la salvación colectiva:
“Mientras los seres estarán enfermos, también lo estaré yo;
cuando los seres se sanarán,
también yo sanaré. ¿Por qué?
Para los bodhisattva la esfera de
la trasmigración (samsâra) son
los seres y la enfermedad descansa en esta transmigración.
Cuando todos los seres escaparán a los dolores de esta enfermedad, entonces los bodhisattva
también se sanarán. Por ejemplo, si el hijo de un banquero cae
enfermo, su padre y su madre
también caen enfermos. Mientras este único hijo no sanará, su
padre y su madre seguirán sufriendo. Del mismo modo, el
bodhisattva aficionado a los seres como a un hijo único, está
enfermo cuando los seres están
enfermos y es liberado de la enfermedad cuando los seres están
sin enfermedad. ¿De dónde proviene esta enfermedad? En un
bodhisattva la enfermedad proviene de la gran compasión
(mahâkarunây)”20.
Con la experiencia de las propias enfermedades los enfermeros
deben tender a un cambio del punto de vista de sus asistidos. La enfermedad ya no es considerada como un feo destino sino como una
posibilidad positiva de lograr la
salvación. La enfermedad no debería estimular el deseo del nirvâna, sino más bien la solidaridad entre los hombres que sufren. Dicha
convicción del dolor universal debería causar la activa disponibilidad de la compasión. Por tanto Vimalakîrti recomienda una asistencia espiritual del agente sanitario:
“Exhortándolo a emplear su propia enfermedad para tener piedad de los seres enfermos y alejar sus enfermedades; exhortándolo a recordarse de los sufrimientos sufridos anteriormente
haciendo el bien a los seres; exhortándolo a recordarse de las
innumerables raíces del bien ya
cultivadas para practicar el camino puro; exhortándolo a no
temer, sino a dedicarse a la energía: exhortándolo a pronunciar
el gran voto de ser el gran rey
médico que cura a todos los seres y elimina definitivamente las
enfermedades del cuerpo y del
pensamiento”21.
El budismo contemporáneo
El budismo contemporáneo trata
de traducir estas consideraciones
doctrinales en acciones concretas
de asistencia médico-espiritual para curar al hombre. En los últimos
años se ha constituido el eficiente
network de los “budistas comprometidos” (Engaged buddhists)22,
presentes en varios movimientos
laicales en los puntos neurálgicos
de Asia y en el mundo. Aplicando
el espíritu de sabiduría y compasión a las estructuras socio-políticas, cuyas alienaciones e injusticias forman parte de los condicionamientos del karma, por un lado
tiene el compromiso de aliviar las
aflicciones físico-mentales de los
pobres y marginados y, por otro, de
ofrecer una terapia alternativa al
rico Occidente que sufre de anemia de valores espirituales. Una de
las intenciones (y viceversa, la
atractividad) de la misión silenciosa del budismo hacia el Occidente
es justamente la creación de las
condiciones ambientales para la
salud de nuestro mundo. “Ser
paz”23 es, pues, el compromiso exigente de obrar en favor de la salud
eco-físico-espiritual.
Como el joven príncipe Gautama, el futuro Buda, cuando afrontó
el mundo en sus legendarias “Cuatro salidas” del palacio real encontrando a un enfermo, a un anciano,
a un muerto, desarrolló la profunda vocación hacia la vida religiosa,
así también en la actualidad los budistas perciben el desafío de compenetrar el inmenso océano de sufrimientos con el sabor de la caridad activa como camino hacia la
iluminación.
En India, se nota un inmenso
despertar del budismo desde cuando el Dr. B.R. Ambedkar inició su
movimiento social, teniendo en
cuenta las obras caritativas cristianas y las de la Ramakrishna Mission hinduista. No sólo la lucha
por los derechos humanos, sino especialmente la atención médica y
los programas educativos a nivel
local forman parte del SEM (=Self
Education Movement), fundado en
Thailandia por el laico budista Sulak Sivaraksa:
“Los sufrimientos de nuestros
días, como los causados por
Bhopal y Chernobyl, deberían
hacernos pensar y actuar para
superar esta muerte y destrucción, para llevar adelante el despertar de la humanidad”24.
Con un sistema capilar de núcle-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
os familiares, el movimiento laico
de la Risshô Kosei-kai del Japón
practica la asistencia sanitaria y
social entre sus miembros. De manera parecida, obra en Corea el
Won Bulgyo con una red de estructuras sanitarias. Sin duda, la
coherencia del testimonio espiritual ejerce una grande atracción en
las sociedades industrializadas.
Además de la cooperación activa entre cristianos y budistas en
muchas áreas de sufrimiento, estos
nuevos movimientos de liberación
en el budismo contemporáneo han
descubierto una nueva llave hermenéutica para traducir la tradición doctrinal en compromiso caritativo. Cuando se identifican los
fundadores de las respectivas tradiciones con el sufrimiento de la
humanidad (cfr. Mt 25, 31-46, y
Vin. I. 301: “El que desee interesarse de mí, debería curar a los enfermos”25), como en el siguiente
poema de la literatura de los Dalit
budistas hindúes, aparece sin duda
el fundamento de una responsabilidad religiosa común frente a los
sufrimientos de nuestro tiempo:
“Siddharta, no te veo nunca en
el Jetavana sentado en posición
del loto... Te veo conversando y
caminando entre los humildes y
débiles, consolando la angustia
en la oscuridad que amenaza la
vida... Hoy has escrito una nueva página del Tripitaka. Tú has
revelado el nuevo significado
del sufrimiento que como una
epidemia devora la sangre de la
vida”26.
P. MICHAEL FUSS
Profesor de budismo
Pontificia Universidad Gregoriana,
Roma
Bibliografía
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Notas
1
Dhammapada, 204; cfr. Majjhima-nikâya, I? 508ss.
2
Articolo 25; L.P.N. PERERA, Buddhism
and Huuman Rights. Colombo: Karunaratne
1991, 101.
3
The Book of Discipline (Vinayapitaka),
vol. IV (Mahâvagga), traducción de I.B. Horner, London 1951, 302: “[Conjey] confers ten
things on the monk: Life and beauty, ease and
strenght; For him intelligence arises from it. It
dispels hunger, thirst and wind, it cleanses the
bladder, it digests food; This medicine is praised by the well-farer”.
4
“Monks, there are four diseases of one
who has gone forth (from the worldly life).
Here, monks, we may have a greedy one, full
of vexation, discontent with this or that
supply of robe and alms-food, lodging, seat,
medicines and requisites for sickness. He,
being greedy…, conceived an evil longing for
consideration, for gain, honorous and fame”.
5
Suttanipâta, 748s: Raccolta di aforismi,
traducido por V. Talamo, Torino: Boringhieri
1979. [“Who knows this bane: ‘Ill’s caused
by sustenance’, perceiving sustenance, with
trust in none, with cankers quenched, health
by right knowledge won, discerning follower
in Dharma poised, that lore-adept goes to
what none can sum”.].
6
BUDDHAGHOSA, Visuddhimagga, XVI,
aquí citado por Nyanatiloka, Der Weg zur
Reinheit, Konstanz 1985, 596.
7
Ch. ELIOT, Hinduism an Buddhism, I.
London 1921, 100.
8
Milindapañha. Die Fragen des Königs
Milinda. (traducido por Nyanaponika). Interlaken 1985, 300.
9
Sâmañña Phala Sutta 70; traducido por
E. Frola, Canone Buddhista. Discorsi lunghi,
Torino: UTET 1967, 86. [T.W.RHYS DAVIDS
(tr.). Dialogues of the Buddha, vol. 1 London:
PTS 1977, 83: “As if a man were a prey to disease, in pain, and very ill, and his food would
not digest, and there were no strenght left in
him; and after a time he were to recover from
that disease, and his food should digest, and
his strenght come back to him; then, …he
would be of good cheer at that, he would be
glad of heart at that”.].
10
Majjhima-nikâya, II, 216s; II. 260; in I.B.
Horner (tr.), The Middle Lenght Sayings, vol.
III. London: PTS 1977, 5; 44.
11
E. ZÜRCHER, The Buddhist Conquest of
China, Leiden 1972.
12
M. FUSS, A–oka, in: Id. et al, Le grandi figure del buddhismo, Assisi: Cittadella 1995,
112.
13
NAGARJUNA, La ghirlanda dei gioielli
[Ratnâvalî]; aquí citado por R.A.F. Thurman,
Nagarjuna’s Guidelines for Buddhist Social
Action, in F. EPPSTEINER (a cura di), The Path
od Compassion? Writings on Socially Engaged Buddhists, Berkeley CA: Parallax 1988,
139: “Cause the blind, the sick, the humble,
the unprotected, the destitute, and crippled,
all equally to attain food and drink without
omissions”.
14
PIYADASSI THERA, The Book of Protection, Kandy: BPS 1975.
15
Milindapañha, IV, 2., op.cit., 169.
111
16
Lotus Sûtra X, 10 G 23s; L. Hurvitz (tr.).
Scripture of the Lotus Blossom of the Fine
Dharma. New York 1976, 181: “If a man is to
preach this scripture, he should enter the room of the Thus Come One, don the cloak of
the Thus Come One, and sit onthe throne of
the Thus Come One… Great compassion is
the room, tender harmony and endurance oof
insult the cloak, while emptiness of the dharmas is the throne: making these his home, he
preaches to the multitude”; Cfr M.FUSS,
Buddhavacana and Dei Verbum, Leiden: E.J.
Brill 1991.
17
Ibid., XVI, 5.10.
18
Ibid., XXV. 20 G 19.
19
Vimalakîrtinirdeśa, II 9; traducción de R.
Gnoli, Testi Buddhisti in sanscrito, Torino:
UTET 1983, 189s. [S. Boin (tr.), The Teaching of Vimalakîrti. london: PTS 1976, 34:
“The body, which cannot be grasped, is like a
ball of foam. The body, which does not last
for long, is like a bubble of water. The body,
arise, from the thirdt of the passions, is like a
mirage. …The body, which perishes instantaneously and is unstable, is like a flash of lightning. The bosy, born of multiple conditions,
has no master”.].
20
Ibid., IV 6-7. [“As long as beings are
sick, I myself will also be sick; when beings
recover, I also shall recover. And why? For
Bodhisattvas, the realm of the round of rebirth, this is beings, and sickness rests on this
round of rebirth. When all beings have escaped the pains of this sickness, then Bodhisattvas also will be free of sickness. For example,
if the only son of a guildsman falls sick, his
father and mother would also both fall sick.
As long as this only son does not recover, his
father and mother wll also both continue suffering. Equally, a Bodhisattva who cherishes
beings a his only son is sick when beings are
sick, and is free of sickness when they are free
of sickness. You asked me where my sickness
comes from: in a Bodhisattva sickness arises
from great compassion”].
21
Ibid., IV, 10. [“He exhorts him to use his
own sickness to have pityon sick beings and
drive away their sickness. He exhorts him to
recall sufferings previously undergone to promote the welfare of beings. He exhorts him to
recall the countless good roots already nurtured for practising apure life. He exhorts him
not to fear, but to give himself over to vigour.
He exhorts him to pronounce the great vow t
become the great king-physician who heals
all beings and definitively appeases the sickness of body and mind”.].
22
Cfr. C.S.QUEEN, S.B. KING (a cura di),
Engaged Buddhism, Albany NY: SUNY
1996.
23
THICH NHAT HANH, Essere pace, Roma:
Ubaldini 1989. El autor forma parte de los
“budistas comprometidos”.
24
SULAK SIVARAKSA, Buddhism in a World
of Change, in: F. EPPSTEINER, op. cit., 9: “The
suffering of the present day, such as that
brought about at Bhopal and Chernobyl,
should move many of us to think together and
act together to overcome such death and destruction, to bring about the awakening of human kind”.
25
“Whoever wishes to take care of me
should take care of the sick”; VINAYA PITAKA
I. 301f. I.B. Horner (tr.), The Book of Discipline, 6 vols. London: PTS 1938-1966.
26
Como citado en A. PIERIS, Love Meets
Wisdom, Maryknoll NY: Orbis 1988, 129:
“Siddharta never do I see you in the Jetavana
sitting inthe Lotus positions… I see you speaking and walking amongst the humble and the
weak soothing away grief in the life-threatening darkness…Today you wrote a new page
of the Tripitaka. You have revealed the new
meaning of suffering which like an epidemic
swallows life’s blood”.
DOLENTIUM HOMINUM
112
MARIASUSAI DHAVAMONI
II: Induismo
Introducción
La medicina ha sido la ciencia
más importante entre todas las
ciencias físicas practicadas en la
antigua India. La literatura sobre la
medicina contiene muchas enseñanzas éticas interesantes y revela
una visión de la vida que se diferencia considerablemente de aquellas que están contenidas en las
obras filosóficas. Asimismo, quienes se interesan en el Hatha Yoga1
o en la fisiología Tantra o en la
anatomía2 en relación con algunas
prácticas del yoga, encontrará de
gran utilidad las hipótesis de las
escuelas médicas sobre estos argumentos. Sus hipótesis sobre la embriología, sobre la hereditaridad y
sobre otros argumentos de este género realmente interesan a quien se
ocupa de medicina y de curación.
Medicina Yajur-Védica3
El Yajur Veda4 es la ciencia de la
vida en la antigua India. Es considerada una ciencia antigua porque
siempre han habido personas que
se han interesado a la vida y siempre han habido médicos que se han
ocupado del cuerpo humano según
los principios establecidos en el Yajur Veda. El Yajur Veda es considerado también superior a otras Veda
porque nos da la vida, que es el fundamento de todos los demás beneficios5. Tanto el Atharua Veda que
el Yajur Veda se ocupan de la curación de las enfermedades y del logro de una larga vida: el primero,
sobre todo por medio de hechizos y
fórmulas mágicas, mientras el segundo con las medicinas. El Yajur
Veda se ocupa de ocho sujetos: cirugía, tratamiento de las enferme-
dades de la cabeza, tratamiento de
las enfermedades ordinarias, combatir contra las influencias negativas de los espíritus malignos, tratamientos de las enfermedades de la
infancia, antídotos para los velenos, ciencia del rejuvenecimiento
del cuerpo y ciencia que se ocupa
del vigor sexual. Según una teoría,
el cuerpo nos sostiene con el respiro, con la bilis y con la mucosidad y
cuando estos declinan, también el
cuerpo cae en decadencia.
Caraka divide la vida en cuatro
tipos: feliz, infeliz, buena y mala.
La vida feliz es la que no está afectada por enfermedades mentales o
del cuerpo, está dotada de vigor,
fuerza, energía, vitalidad, actividad y está llena de todo tipo de gozo y de éxito. Su opuesto es la vida
infeliz. La vida buena es aquella de
una persona que siempre ha querido hacer obras de bien para todos,
que no ha robado la propiedad de
los demás, que es sincera, autocontrolada, medida y que obra con
atenta consideración, que no transgrede mandamientos morales, que
persigue con el celo la virtud y el
gozo, que honra a las personas respetadas, es caritativa y hace lo que
conlleva el bien de este mundo y
para los demás. Su opuesto es la
vida mala. El campo de la ciencia
de la vida es enseñar lo que conduce a estos cuatro tipos de vida y determinar la duración de vida misma6. El Atharaua Veda se ocupa
del tratamiento de las enfermedades aconsejando ritos propiciatorios, ofertas, oblaciones de buen
auspicio, penitencias, ritos purificadores, ayunos y hechizos. De este modo podemos ver la diferencia
entre Atharua Veda y Yajur Veda.
Es interesante notar que los médicos de la antigua India iban de un
lugar a otro (karana-vaidya) y que
los enfermos, al escuchar que llegaban, se acercaban a ellos solicitando su ayuda. En tiempos de Atharua Veda la práctica de la medicina real y propia hizo progresos.
El Dios Prajapati parece ser el primer maestro de la ciencia de la vida (Yajur Veda); había recibido esta ciencia de Brahma el Creador.
Las enfermedades y sus síntomas
eran curados con diferentes tipos
de medicinas. Atharua Veda menciona sólo algunos que deben usarse como amuletos para proteger no
sólo de algunas enfermedades, sino también de las brujerías de los
enemigos. El efecto de las hierbas
médicas tenían la misma naturaleza milagrosa de las magias y de los
hechizos. Ellas no obraban como
medicinas prescritas en la literatura médica ordinaria, sino de modo
sobrenatural.
Análisis del cuerpo humano
El cuerpo humano es la modificación de los cinco elementos, es
decir, eter, aire, fuego, agua y tierra y es la sede de la conciencia
(cetana). El feto no puede ser producido solamente por la unión del
semen paterno con la sangre de la
madre. Dicha unión puede producir el feto sólo cuando el atman
con su cuerpo sutil, constituido por
aire, fuego, agua y tierra y el manas (mente, el órgano de la percepción y del pensamiento) se unen a
él por medio de su karma. Las características mentales del individuo son determinadas por el estado de la mente del individuo en su
nacimiento anterior.
Si un hombre sano desea mantener su salud a niveles normales,
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
debe comer cosas de diferente gusto pero sin exceder con algún particular tipo de sustancia en el cuerpo. Las enfermedades son causadas por una excesiva, escasa o
errada gestión de los sentidos, del
calor y del frío, y por el mal uso de
la inteligencia. La visión de las cosas con una luz demasiado fuerte,
la escucha de sonidos muy altos, la
percepción de olores muy fuertes,
el comer demasiado, el tocar cosas
demasiado frías o demasiado calientes, hacer demasiados baños o
masajes, son ejemplos de asociaciones excesivas con órganos del
sentido. Viceversa, pueden ser
también asociaciones insuficientes. El principio del crecimiento y
de la decadencia está encerrado en
la máxima que los varios elementos del cuerpo crecen cuando se
asumen alimentos que tienen constituyentes semejantes y decaen
cuando se asumen alimentos que
tienen cualidades opuestas.
Las cualidades del cuerpo son
de dos tipos: las que sostienen y
purifican al cuerpo (prasada) y
aquellas que lo hacen decaer y lo
contaminan (mala). El aire (vayu),
la bilis (pitta) y la mucosidad (kapha) pueden aumentar o disminuir
con respecto a su medida normal;
tienden a debilitar o a destruir al
cuerpo. Además, son responsables
de todos los tipos de enfermedades
del cuerpo. Los centros más vitales
del cuerpo son la cabeza, el corazón y la pelvis. Se considera que
las corrientes vitales y todos los
sentidos dependen de la cabeza. La
diferencia entre la cabeza y el cerebro ya era conocida en el Atharua
Veda7. El corazón es el centro vital
del pranas (respiro vital) y del manas (mente).
La teoría de los justos (rasa) tiene un papel importante en el Yajur
Veda, en la selección de las medicinas y en la dieta, además que en
la diagnosis de las enfermedades y
en la preparación de las respectivas curaciones. El gusto es lo que
se puede percibir por el órgano de
la lengua. Los gustos son clasificados en dulce, áspero, salado, caliente, amargo, picante, alcalino,
etc. El agua es el origen de todos
los gustos (rasa). Todas las sustancias, animadas o inanimadas, deben ser consideradas como medicinas, si son aplicadas de manera
apropiada y para fines específicos.
Una vida buena
Una vida buena no significa solamente una vida virtuosa desde el
punto de vista ético, sino una vida
que es libre de enfermedades y
que permanece tal hasta el término del normal período de vida. Se
trata de una vida sabia y prudente.
La falta de sentido común y de
prudencia es la causa de todos los
males físicos, sociales, fisiológicos, morales y espirituales. Las
enfermedades físicas deben ser
curadas con medicinales y aquellas mentales deben ser curadas
con un justo y adecuado conocimiento de las cosas, el auto-control y la auto-concentración. Existe una estrecha interconexión entre el cuerpo y la mente. Fuera del
cuerpo surgen las enfermedades
mentales y fuera de la mente surgen las del cuerpo8. El médico debería tratar de curar no sólo las enfermedades del cuerpo sino también aquellas mentales.
Cuando los tres elementos presentes en el cuerpo: calor, frío y
aire, se encuentran en un estado
de equilibrio, el cuerpo está sano:
cuando uno de ellos predomina,
se presenta la enfermedad. La
mente está constituida por sattva
(bondad), rajas (actividad) y tamas (pasividad); cuando se encuentran en un estado de equilibrio, la mente está en el orden justo; cuando uno de ellos es predominante, la mente se enferma. El
médico se ocupa del bienestar de
ambos (cuerpo y mente).
El Yajur Veda habla sobre todo
de los modos con los cuales la vida humana puede ser buena (hita),
mala (ahita), feliz (sukha) o infeliz (asukha). Una vida feliz tiene
lugar cuando uno no está disturbado por enfermedades mentales o
del cuerpo, cuando se está en el
pleno de la juventud y de la justa
fuerza, vitalidad y energía, cuando se hacen nuevos esfuerzos sostenidos por la sabiduría, por el conocimiento y por eficientes órganos de sentido. Lo opuesto es una
vida infeliz. La idea básica de la
vida buena es que la vida debería
estar regulada de manera que el
cuerpo y la mente estén libres de
enfermedades, no debería chocarse con riesgos no necesarios por
falta de curas, debería ser virtuosa, pura y moral. Debería tender a
113
lo bueno de la vida, del cuerpo, de
la mente, y del espíritu.
Yoga Médico9
La más popular de todas las formas tradicionales del yoga es el
Hata Yoga, cuyo objetivo es lograr
el control completo del organismo
físico. Originalmente el Hata Yoga
significaba preparar el cuerpo para
el desarrollo espiritual. El valor del
yoga físico está en sus efectos físicos inmediatos: un aumento de las
buenas condiciones del cuerpo, de
la agilidad y del relajamiento. Los
beneficios físicos del yoga son:
sentirse físicamente más esbeltos y
sanos; perder el peso excesivo, lograr agilidad; sentirse más relajado; aprender a controlar la respiración y respirar mejor; probar alivio
de varios fastidios, de la indigestión, del mal de estómago, del resfriado, etc., dormir mejor reposando mejor. El yoga mental tiene como beneficios: un modo de ver
más calmo, el relajamiento mental,
un mejor poder de concentración y
de control mental, mayor confianza en sí mismos, mayor alegría y
más eficiencia en el trabajo físico
y en aquel mental.
Muchos disturbios físicos provienen de la actividad y de la tensión del subconsciente. El miedo o
la tensión se apoderan de la mente
de manera dinámica, desencadenando irritaciones que se manifiestan como enfermedades. La medicina moderna acepta este hecho.
Las enfermedades graves pueden
ser estimuladas por la sugestión
mental y por la tensión interna.
Los médicos pueden iniciar la actividad de cura pero el paciente debe
cooperar y entender que la cura debe tener lugar dentro de él. La concentración yoga es una medicina
que se debe suministrar por sí solos. Esto requiere algunos esfuerzos a nivel personal. El enfermo
debe “concentrarse” en algo que es
precedente a la enfermedad, en un
período en el que esta última era
una cosa que absorbía interés. La
concentración yoga significa regular nuestras costumbres de pensamiento; por medio de ella podemos hacer algo nuevo en nuestra
vida actual y algo diferente con
respecto a nuestras perspectivas
futuras. Alterando nuestras actitu-
DOLENTIUM HOMINUM
114
des, podemos ejercer también una
influencia directa sobre nuestro futuro. Podemos practicar esta concentración dirigiendo nuestro pensamiento en un punto, en un objeto
bien definido. Cuando aplicamos
la concentración fijando nuestra
atención en un objeto significativo, durante ese tiempo desarrollamos el control mental de un nuevo
orden. Esto favorece el pensar positivamente y una visión saludable
en nuestra vida. Un hombre es tal
como él lo piensa en su corazón.
Yoga y larga vida
Es natural que con el tiempo las
paredes arteriosas se endurezcan.
Sin embargo se puede reducir la
velocidad. Los ejercicios de respiración de Yoga pueden ayudar a la
sangre a oxigenarse de manera
adecuada. El crecimiento de las
células en el cuerpo disminuye con
el pasar de los años. La respiración, el relajamiento y los ejercicios ayudan mucho al anciano. La
armonía del cuerpo y de la mente
pueden mantenerse con los ejercicios Yoga. Aparte la edad, el mantenimiento de un bienestar general
de vida se debe al Hatha Yoga. El
Hatha Yoga es una forma de Yoga
que consiste en la regulación del
respiro y en otras disciplinas relacionadas con el cuerpo. El Hatha
Yoga es un preludio necesario a la
disciplina de la mente (Raja Yoga).
Su objetivo es lograr el control
completo del organismo físico.
Laya Yoga es aquel sistema del
Yoga en el que se da mayor énfasis
al despertar y al dirigir la fuerza latente del Kundalini10, que normalmente duerme en la base de la espina dorsal. Esta fuerza es descrita
alargada y envuelta como una serpiente (en tres espirales) en una cavidad cerca de la base de la espina
dorsal. Su cabeza bloquea un sutil
canal que va derecho hacia la espina dorsal y es llamado Sushumma.
Con el Laya Yoga el Kundalini
es despertado y camina por el canal en el que están introducidos
seis Chakras. Los seis chakras
son: muladhara, en la base de la
espira dorsal, cerca del ano; Swadhisthana, a nivel de los órganos
genitales; Manipuraka, a la altura
del ombligo; Anahata, a nivel del
corazón: Vishuddi, a nivel de la
garganta; Ajna, a nivel de los ojos.
Algunos estudiosos modernos han
asociado estos chakras a importantes grupos nerviosos en el cuerpo. Generalmente una cierta fuerza
de Kundalini sube siempre por el
canal, pero cuanto más se despierta, y los chakras son estimulados,
podría haber un aumento de la sensitividad de los sentidos y de la
fuerza de las acciones, equivalente
por ejemplo a la clarividencia, etc.
Las sustancias y las sensaciones
características son: tierra y olfato;
agua y gusto; luz y vista; aire y tacto; eter y oído; y para terminar, la
mente.
Podemos hacer una comparación con los respectivos principios
de la actividad humana del modo
siguiente: cuerpo, deseos y emociones, inteligencia reducida u objetiva; naturaleza moral y ética;
voluntad e inteligencia elevada.
Desde el punto de vista médico,
mucho más importantes son los
“verdaderos” poderes logrados por
los yoghi, de manera especial su
estupefaciente habilidad para controlar el sistema neurovegetativo y
la influencia que ejercen sobre sus
propios ritmos cardiaco y respiratorio. En el caso de las pulsaciones
y de la expulsión de líquidos de la
uretra, se cree que el fenómeno
puede explicarse por la inhalación
de aire en la vejiga. Si bien los hindús tienen un sistema elaborado de
medicina científica, también han
desarrollado teorías de fisiología
mística dependiente de su medicina objetiva y utilitarista, o por lo
menos en conexión con ella. Probablemente una misteriosa fisiología se desarrolló teniendo en cuenta las experiencias ascéticas, estáticas y meditativas manifestadas
en el mismo lenguaje simbólico de
la cosmología tradicional y ritual.
En la descripción de India, AlBiruni hace mención de las conexiones de la alquimia con una larga vida y la restitución de la juventud. “Ellos (los hindús) tienen una
ciencia semejante a la alquimia
que es justamente una connotación
propia. La llaman Rasayana, una
palabra formada por rasa, es decir
oro, que significa un arte referido a
ciertas operaciones, a drogas y a
medicinas compuestas, la mayor
parte de las cuales son tomadas de
las plantas. Sus principios restituyen la salud a quienes estaban en-
fermos sin esperanza y la juventud
a cuantos están apagados por la vejez, de manera que regresan como
eran en el período de la pubertad;
los cabellos se vuelven negros, retorna la agudez de los sentidos, así
como la agilidad juvenil e incluso
la vida de las personas se extiende
por un largo período en este mundo. ¿Por qué no? Teniendo en
cuenta la autoridad de Patanjali
¿no hemos dicho que uno de los
métodos que llevan a la liberación
es el Rasayana?
Enfermedades y medicinas
Desde los tiempos del Atharaua
Veda se conocían varios tipos de
enfermedades y se habían sugerido
varias curas. Se citan la fiebre, la
diarrea, el diabetis, las inflamaciones glandulares. Es necesario ligar
un lazo hecho de hierba ‘munja’;
tomar el fango de un campo o de
un hormiguero; es necesario aplicar mantequilla diluida y la boca
de las úlceras debe ser aireada con
una vegija de piel. Para la hidropesía, se debe esparcir en el cuerpo
del paciente un jarro de agua con
hierbas. Para todas las enfermedades que derivan de disturbios del
respiro (vata), de la bilis (pitta) o
de la mucosidad (slesman), es necesario beber grasa, miel, mantequilla derretida o aceite. En caso
de heridas, debe echarse en la herida un puño de polvo tomada de la
calle o apretar un bendaje hecho
con fango húmedo.
Contra las enfermedades del corazón y la ictericia, es necesario
beber los pelos de una vaca roja
puestos en el agua y debe anudarse
como un amuleto un pedazo de la
piel de la misma vaca.
En general, se mencionan varios
tipos de enfermedades: las de la
cabeza, del abdomen, del ombligo,
del corazón, de la espina dorsal, de
las costillas, de los ojos, de los intestinos, enfermedades de las piernas, de la rodilla, de la pelvis y de
las venas. Las enfermedades están
divididas en tres clases: producidas por el agua, por el aire y por el
fuego (son definidas secas). Algunas de las curas propuestas son encantos con valor curativo. Además
de estos hechizos y los amuletos y
las hierbas que deben ser tomadas
por vía interna, se consideraba que
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
el agua poseyese grandes propiedades médicas y que pudiese ofrecer la vida. A menudo se consideraba que las propiedades medicinales de las hierbas provenían del
agua que formaba su esencia.
Todas las sustancias se componen de cinco elementos: tierra, aire, agua, fuego y eter. Todas las
sustancias, sean inanimadas o animadas, deben ser consideradas como medicinales si son aplicadas de
manera justa, o para finalidades
específicas. La influencia medicinal es ejercida tanto en virtud del
agente específico de una sustancia
como por el agente específico de
sus cualidades y también por su influencia conjunta.
Prácticas de los hindús
para lograr la salud
Prevenir es mejor que curar. Es
por esto que los hindús toman muchas precauciones para conservar
una buena salud y el bienestar físico. Los principios saludables ya
descritos en el Manu Sastras son
instructivos. 1) Un paseo diario de
cierta duración en la atmósfera tonificante de la primera mañana da
mucho vigor, estimula el apetito y
asegura un cierto descanso y relajamiento y hace que la persona se
prepare mejor para el trabajo de la
jornada. 2) Una regular atención a
los estímulos de la naturaleza en la
mañana ayuda a prevenir el resfriado y otros disturbios como la
hemorroides, la disentería, disturbios al hígado, etc. El cuerpo humano está predispuesto a todas las
enfermedades y a los gérmenes
que las causan. Es necesario cuidar
al propio cuerpo para estar libres
de ese tipo de gérmenes. Se sabe
que las epidemias como el cólera,
el tifo, la fiebre, la disentería, se difunden a través del agua y de los
alimentos. Las epidemias se manifiestan cuando cambia el carácter
de las estaciones y las hierbas medicinales y el agua se vuelven impuras. Es por esto que debemos
usar solamente el agua y las hierbas puras. El agua fresca refuerza
la salud y favorece una larga vida.
La fumigación con el incienso
contribuye mucho para una desinfectación general. Sólo después de
dicha purificación se puede reunir
para comer y para estar juntos.
Hay dos tipos de contaminación:
una en caso de muerte y la otra en
el acto del nacimiento. En estas
ocasiones pueden estar presentes
enfermedades o gérmenes que
pueden causar infecciones.
El hinduismo da gran importancia a la limpieza, tanto física como
moral. El puesto de importancia
dado por el hinduismo al baño ha
hecho que la limpieza sea un factor
importante de la vida. La limpieza
es una protección sanitaria; ser
limpios significa ampliamente ser
libres de enfermedades infectivas,
esto se aplica no sólo a las personas sino que se extiende al ambiente personal.
La conservación de la salud en
un organismo normal está determinada sobre todo por la justa relación de dos grandes factores: la actividad y el descanso. Es necesario
un ejercicio moderado si el cuerpo
quiere desarrollarse adecuadamente y mantenerse bien durante toda
la vida. El ejercicio muscular es
esencial para la salud. El ejercicio
requiere un aumento de la respiración y el resultado es una mayor
eficacia en la oxigenación de la
sangre. El alimento es fuente de
salud, pero también es causa de enfermedad cuando es asumido de
manera poco juiciosa.
La importancia de una dieta saludable en el tratamiento de las enfermedades es muy reconocida. El
dicho común es: cuando el paciente sigue una dieta adecuada, ¿qué
necesidad hay de las medicinas?
La mejor dieta: cereales, trigo, raíces comestibles, nueces, fruta, verduras, leche, aceite, cuajo, mantequilla, suero lácteo, en cantidades
adecuadas.
Cuando la mantequilla se vuelve
cuajo (dahi), el lactosio se vuelve
ácido láctico. Las propiedades medicinales del ácido láctico, así como las bacterias contenidas en el
cuajo, para el tratamiento de algunos disturbios intestinales como
las colitis, las disenterías, la enteritis, son conocidos desde hace mucho tiempo a los hindús, dado que
el cuajo del suero lácteo formaba
la dieta esencial en estos disturbios. “Así como el néctar es indispensable para los dioses en el cielo, así lo es el suero lácteo para los
seres humanos en la tierra. Ninguna enfermedad bajo los fuertes
efectos del suero lácteo puede au-
115
mentar o empeorar; ninguna persona que usa cada día el suero lácteo puede sufrir de enfermedad alguna” (Yajur Veda).
Los hindús sabían por experiencia que existían elementos fundamentales del alimento (parecidos a
las modernas vitaminas) y la importancia que tienen para la buena
salud y el vigor, pero no estaban en
grado de demostrar la naturaleza
química, que ahora tenemos gracias a los modernos medios. Los
médicos prescribían al enfermo
una dieta sobre todo a base de verduras y de agua; los tipos más ligeros de carne animal, como el pescado, la paloma y la carne de cabra
podían ser asumidos sólo en cantidad moderada. La clasificación
hindú del alimento desde el punto
de vista de la práctica espiritual se
funda en la teoría de tres gunas:
bondad (sattva), pasión y actividad
(rajas) y pasividad, estupidez (tamas); la fe religiosa de cada hombre está en armonía con su disposición natural que depende de las
costumbres alimenticias.
P. MARIASUSAI DHAVAMONI,
S.I.
Profesor Emérito de Fenomenología
y Teología de la Religión (India)
Notas
1
El Hatha Yoga tiende a dominar al cuerpo
para transformarlo en un cuerpo divino.
2
El Tantra otorga importancia a la experiencia integral de la vida en cuanto forma
parte integral del sadhana (significa lograr el
estado de salud del cuerpo).
3
Sobre la exposición de la antigua medicina hindú, cf. las siguientes obras: S.N DASGUPTA, A history of Indian Philosophy, vol II,
c. XIII, Cambridge University press, 1932; L.
RENOU Y JEAN FILLIOZAT, L’Inde Classique,
Tomo II, Hanoi, 1953, Ch. IX.2.
4
El Yajur Veda se remonta aproximadamenta al 900 a.C.
5
Caraka Samhita 1.1.42.
6
Caraka Samhita 1.1.40; 1.30.20-23.
7
Cf. Athatva Veda 10.2.6 y 8.
8
Mahabharata 12. 16.
9
Sobre los aspectos médicos del Yoga, ver
MIRCEA ELIADE, Yoga. Immortality and Freedom, Routledge and Kegan Paul, London,
1958, ch. VII on Yoga and Alchemy; ERNEST
E. WOOD, Practical Yoga Anciente and Modem, E.P. Dutton & Co., London, 1948.
10
Sobre el Yoga Kundalini, ver EVELON,
The Serpent Power, Adyar, 1940.
11
EDWARD C. SACHAU, Alberuni’s India,
Vol I, pp. 188-189.
12
Cf. M.A. KAMATH, Hinduism and Modern Science, The Sharada press, Mangalore,
1956.
DOLENTIUM HOMINUM
116
ABRAMO ALBERTO PIATTELLI
III: Judaísmo
La concepción fundamental que
distingue la posición del judaísmo
con relación a los argumentos que
deseamos profundizar, es decir, la
consideración de la salud, de la
enfermedad y de la curación del
individuo, concepción que la encontramos en primer lugar en la
Escritura y luego en los textos rabínicos, es aquella según la cual la
Divinidad constituye la fuente primaria de la que dependen ya sea el
bienestar físico como las enfermedades que afectan al hombre, tal
como está escrito: “Yo doy la
muerte y doy la vida, hiero yo, y
sano yo mismo” (Dt 32, 39).
La experiencia nos enseña que
el término salud se refiere a múltiples aspectos que condicionan la
existencia del hombre. La condición de estar bien no es exclusiva
solamente de la sanidad y de la cabalidad física, sino a la intervención de múltiples factores como,
por ejemplo, la armoniosa relación con el prójimo, el bienestar
económico y profesional, etc. La
falta de satisfacción de uno de estos aspectos determina sufrimiento físico y disturbios en el plano
espiritual y sobre todo psicológico.
A menudo estamos llamados a
ocuparnos de una condición bastante natural en la existencia del
individuo, es decir, del pasaje de
una condición de normalidad como es la salud, a aquella también
normal, vista la fragilidad del
hombre, de la enfermedad y luego,
si todo va bien, de la curación.
¿Se trata de procesos naturales
que tocan indiscriminadamente a
cada individuo o bien de hechos
que pueden insertarse en una lógica particular que explique la necesidad y refuerce la esperanza?
En primer lugar, es necesario recordarse que el hebraísmo subraya
el interés y la preocupación continua de la Divinidad para con el
hombre. En la economía de la Escritura el hombre es colaborador
con Dios en la obra de la creación.
De esto deriva la absoluta necesidad del desinterés divino para una
sana e íntegral actividad del hombre en favor de la creación.
“Si Yahvéh no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Yahvéh no guarda la
ciudad, en vano vigila la guardia”
(S 127, 1).
La salud física del hombre no
constituye una condición descontada por la que no se debe pagar
algún precio. Al respecto, la Torá,
la ley moral, prevé algo que, para
usar un término moderno, se podría denominar como medicina
preventiva.
“Si de veras escuchas la voz de
Yahvéh, tu Dios – se afirma en el
Exodo 15, 26 – no traeré sobre ti
ninguna de las plagas que envié
sobre los egipcios”; o bien: “Apartaré de ti las enfermedades” (Exodo 23, 25). En otras palabras, el
texto bíblico anuncia que la salud
es el resultado de la atención que
se da al llamado divino y a lo que
El quiere.
En el conjunto de sus mandamientos y admoniciones, aunque
de por sí no constituya un texto de
medicina o de higiene, la Torá está empapada de misericordia y de
amor: es “el árbol de vida para los
que a ella están asidos” (Pr 3, 18),
dispensadora de vida, de salud y
de bienestar tanto para el espíritu
como para el cuerpo.
Pasando de lo general a lo particular, hay que decir que destacadas personalidades han valuado el
alcance de varias normas de la Escritura que tendrían un válido significado propio para la salud del
hombre. Por ejemplo, toda la normativa que se refiere a la alimentación, a través de la distinción entre animales permitidos y prohibidos, la prohibición de alimentarse
de la sangre o de la grasa del animal, el precepto de la circuncisión,
las normas referentes a las condiciones de pureza o de impureza
(sobre todo en lo relacionado con
la mujer) y, por qué no, también el
reposo sabático, tendrían un valor
saludable para el individuo.
La literatura rabínica post bíblica ofrece una cantidad de consejos
que tienen un valor de medicina
preventiva para el individuo como
tal y la colectividad que se refieren
sobre todo a la alimentación, como los tiempos de los alimentos,
la cantidad, el tipo de alimentos, la
higiene, etc.; para la colectividad
proporciona consejos sobre todo
en materia de ecología.
Maimonides, famoso rabino y
médico del siglo XII, dedica un
entero capítulo de su obra Mishnè
Torà, a los modos para preservar
la salud y sobre todo el modo más
idóneo para conducir la propia
existencia. Como conclusión del
capítulo afirma: “A quien se comportará de conformidad con los
modos que he indicado, le garantizo que nunca caerá en la enfermedad, hasta que no se volverá
muy viejo no tendrá necesidad de
médico alguno; su cuerpo será íntegro y sano todos sus días. Salvo
que su cuerpo haya estado en malas condiciones desde el momento
de su creación o se haya entretenido en conductas nocivas desde su
nacimiento, o haya caído en la
peste o en la sequía que han teni-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
do lugar en el mundo” (M.T. Deot.
4, 1-19).
Es deber del hombre preservar
la propia salud y protegerla alejándose y evitando cualquier peligro;
en esta dirección se interpretan
pues los textos: “Ten cuidado y
atiende bien – a tu persona -” (Dt
4, 9) y “pondrás un pretil a tu azotea; así tu casa no incurrirá en la
venganza de sangre” (Dt 22, 8).
Algunos teólogos hebreos consideran que la razón por la cual el
individuo debe tutelar su salud se
remonta al designio divino que
quiere que el hombre sea sano e
íntegro justamente para respetar y
seguir su Ley: “Es necesario que
el hombre someta todas las facultades de su alma a la razón – escribe Maimonides – como hemos
explicado en el capítulo anterior, y
ponga delante de sí un solo fin, el
de acercarse a Dios Bendito para
conocerlo, en lo que es posible al
hombre. Debe dirigir todos sus actos, su actividad y su descanso y
todas sus palabras hacia dicho fin
hasta el punto que entre sus acciones no haya ninguna inútil, es decir, que no esté dirigida a ese fin.
Ya sea en el comer, en el beber, en
el dormir, en la sexualidad, en la
vigilia, en la actividad, él no perseguirá sólo la salud del cuerpo,
pues la finalidad de la salud corporal es para que el alma disponga de instrumentos sanos y perfectos, de manera que sirviéndose de
ellos logre la ciencia, las virtudes
morales e intelectuales y alcance
el fin mencionado” (Ocho capítulos, 5).
El problema del por qué Dios
omnipotente, bueno y misericordioso, permite la existencia de las
enfermedades y del mal en el mundo, es tratado por la Biblia de manera bastante amplia. Todo el libro
de Job, parte del Eclesiastés y numerosos salmos dedican especial
atención al problema del por qué
del sufrimiento. Para el creyente
se trata de un problema agudo sobre el cual siempre ha buscado una
respuesta.
Ghershom Scholem escribe: “El
problema del mal es uno de aquellos problemas que cuando se
afrontan hacen particularmente
clara la diferencia entre la actitud
puramente especulativa y aquella
religiosa. La primera tiende a relativizar el mal, a reducirlo a una
apariencia y hecho esto procede
tranquila por su camino, convencida de haberlo eliminado del
mundo, es decir, del verdadero ser.
La conciencia religiosa, en
cambio, exige la real superación
del mal; parte de la profunda convicción del poder real del mal y no
puede tranquilizarse con la admisión de que el mal – reconocido
como realidad – puede ser eliminado a través de artificios dialécticos, aunque fueran muy agudos”
(Las grandes corrientes de la mística hebrea, Milano, 1965, p. 317).
El Talmud (Berachot, 5a) propone una primera tentativa de superación: “Cuando el hombre es
afectado por el mal haga un cuidadoso examen de conciencia... si
concluye que el mal no puede ser
consecuencia de culpas, lo atribuya a la dejadez en el estudio del
Torà... pero si, aun así, no aparece
justificado, entonces necesariamente se debe tratar de un signo
del amor de Dios, según lo que está escrito: ‘Dios castiga al que
ama’” (Pr 3, 12).
Los místicos del Zohar sostienen que “las fuerzas divinas en su
conjunto forman un todo armónico”. Pero, escribe Scholem, “Cada
una de estas fuerzas o cualidades
es santa y buena mientras permanece unida a las demás y en viva
relación con ellas. Esto vale sobre
todo para la calidad de la justicia
en sentido estricto, por el juicio y
por la severidad – en Dios y de
Dios – que es la causa profunda
del mal. La cólera de Dios así como su misericordia, está íntimamente relacionada con la calidad
de la gracia y del amor – su mano
derecha. Esta Sefirà de la severidad y por tanto el gran fuego de la
ira que arde en Dios, pero ciertamente es endulzada y frenada por
la gracia. Pero si en un desarrollo
abnorme, hipertrófico, prorrumpe
hacia fuera, rompe su unión con la
gracia, entonces escapa con violencia del mundo de la divnidad y
se convierte en un mal radical, el
mundo de Satanás opuesto a aquel
divino” (o.c. pag. 318).
El creyente hebreo acepta el mal
con fe pero no lo ama, lo teme en
cuanto no se siente nunca seguro
de superar las pruebas y mantener
íntegra la propia fidelidad, y ve en
el mal un impedimento para actuar. El Rabbi Jochanan, enfermo,
117
a quien se le pregunta si ama el
mal, responde: “No amo ni el mal
ni la recompensa que lleva consigo” (Berachot, 5a).
El enfermo ruega a Dios para
que lo libere del mal: “¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a
la fosa? ¿Puede alabarte el polvo,
anunciar tu verdad? (S 30, 10).
Sin embargo la fe en la posibilidad de ver escuchada la oración
está implícita en la fe en la Providencia de Dios. “Se debe bendecir
a Dios por el mal, así como es
bendecido por el bien” (Berachot
54/a), afirma un conocido verso
del Talmud.
El sufrimiento y el dolor urgen
al hombre para mirar dentro de sí y
lo acompañan también para que
busque la cercanía de Dios y una
relación intensa a través de la oración. “Cualquier oración que, en
un sentido más o menos definido
puede esperar ser escuchada, subyace a esta eterna paradoja que,
con ella, el hombre espera influir
en las imperscrutables vías divinas y en la eterna decisión de la
Providencia” (Scholem, o.c., p.
373).
En la visión judía la vida es algo
de valor infinito, una experiencia
no destinada a repetirse en el arco
de la eternidad. El alivio de la enfermedad y del sufrimiento exalta
el valor de la vida y la sacralidad
de la misma: “Me castigó, me castigó Yahvéh, pero a la muerte no
me entregó” (S 118, 8), clama el
hombre curado y sanado.
De esta experiencia nace entonces la enseñanza que nada en la vida es nuestro; lo que poseemos, la
vida entre otras cosas, es una prenda que nos puede ser quitada al
improviso, cuando menos lo esperamos. La prenda debe ser restituida cuando vence el contrato y debe
ser restituida en buenas condiciones a Aquel que nos la ha dado.
Pero, mientras que la prenda está
en nuestras manos, somos responsables de ese sentimiento de misión que debemos tener y del buen
uso que hagamos conforme a las
palabras: Chai Chai Hu Yoducha
Kamoni Hayom – El viviente, el
viviente te alabará como lo hago
hoy (Isaías, 38, 39).
Prof. Rab. ABRAMO ALBERTO
PIATTELLI
Catedrático en el Instituto Superior
de Estudios Hebreos
DOLENTIUM HOMINUM
118
MAURICE BORRMANS
IV: Islamismo
Desde hace mucho tiempo los
hospitales en los países musulmanes son uno de los lugares más propicios para el diálogo entre el Islam
y el Cristianismo. En efecto, son
numerosos los religiosos católicos
que acuden a los enfermos o que
acompañan a los moribundos,
mientras en otros países algunos de
ellos se han puesto al servicio de
las mujeres que dan a luz en los
pueblos o de los enfermeros a quienes es necesario proporcionar una
“formación” para su futura misión
“hospitalaria”.
Es verdad que la vida, la salud y
las curas que se realizan, son valores fundamentales a los que también los musulmanes son sensibles,
así como los demás creyentes y sus
hermanos en humanidad. El Islam
siempre ha afirmado su carácter sagrado y ha promovido instituciones
necesarias para su protección en el
ámbito de las diferentes sociedades
que ha inspirado o modelado.
Si en los primeros siglos del Islam, en Damasco y Bagdad, a menudo los médicos seguían siendo
cristianos, formados en la escuela
de medicina de Gondêshâpûr1, muy
pronto los musulmanes sobresalieron en la investigación médica y en
la cura de los enfermos, después de
haber sido admitidos a su escuela2.
¿Es oportuno recordar los grandes
nombres y las mejores obras? Fue
gracias a la intermediación de los
sirios y de los persas que pudieron
heredar la ciencia griega en la materia. Hipócrates y Galeno han tenido como traductores en árabe Hunayn b. Ishâq, Qustâ b. Lûqâ, (Isâ
b. Iahyâ y (Abd al-Rahmân b. (Alî.
Médicos cristianos y zoroastrianos, luego musulmanes, se pusieron en evidencia ante la corte del
califa (absâside Hârûn al-Rashîd
en Bagdad y tomaron los hospitales, los famosos bîmâristân3, donde
se organizaron y desarrollaron.
Abû Bakr Muhammad al-Râzî
(250/854-323/935), el Rhazès de
los Latinos4, se distinguió particularmente aquí después de haber
servido en el hospital de Rayy:
¿acaso sus dos tratados al-Hâwî fî
l-tibb y al-Mansûrî no se han convertido en clásicos?
Más tarde, los grandes filósofos
de la escuela helénica, tanto en
Oriente como en Occidente, fueron
al mismo tiempo médicos y practicantes. Debemos a Avicena el Canon sobre la medicina, al-Qânûn fî
l-ribb5. Del mismo modo, se debe a
Averroes el Kulliyyât, que seguía
Ibn Bâjja6 e Ibn Tufayl7, antes que
lo siguieran a España la familia de
Ibn Zuhr, los Abenzoar de la latinidad8. Todos saben cuan grande fue
la influencia de la ciencia médica
de los árabes en el mundo occidental. Pensemos en las traducciones
de Gerardo de Cremona, de Andrea
Alpagus de Belluno y de muchos
más. ¡Y qué podemos decir de la
farmacopea y del conocimiento de
los “simples”! E Italia, ¿acaso no
ha conocido la famosa Escuela de
Salerno, con la importante obra de
Constantino el Africano?9.
Todo esto explica como, en los
umbrales de los tiempos modernos,
hospitales y servicios sanitarios se
multiplicasen en algunos países
musulmanes decididamente comprometidos en procesos de reforma
modernizante (los tanzîmât otomanos, por ejemplo) o embarcados
ineluctablemente en una evolución
semejante a la época colonial. En la
actualidad, todos estos países musulmanes tienen un ministerio de
salud, y gracias a estos ministerios
los Estados quieren dar una respuesta a la expectativa de las poblaciones en lo que se refiere a las curas necesarias, mediante una red de
hospitales, de dispensarios y de
centros para la protección de la maternidad y de la infancia. A menudo se añade a esto la actividad multiforme de asociaciones privadas o
públicas en favor de los minusválidos físicos o mentales. La Declaración Universal de los Derechos del
Hombre en el Islam, propuesta en
la sede de París de la UNESCO por
el Consejo Islámico de Europa, en
setiembre de 198110, después del
primer artículo que proclamaba el
derecho a la vida, anunciaba: “Cada individuo tiene el derecho de tener la parte de bienes necesarios
para vivir: alimento, bebida, vestidos, alojamiento, y todos los cuidados que requieren su salud física,
moral e intelectual” (art. 18).
Y el tercer y último proyecto de
la Declaración de los Derechos del
Hombre en el Islam de la Organización de la Conferencia Islámica,
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
formulada en El Cairo en agosto de
199011, afirma a su vez que “cada
persona tiene derecho a las curas
médicas y a la asistencia social y a
todas las facilidades públicas proporcionadas por la sociedad y por
el Estado de conformidad con sus
recursos disponibles” (art. 17, enciso b). En varias ocasiones, congresos y declaraciones de médicos y
teólogos musulmanes han afirmado
que el Islam rechaza y condena el
aborto, la esterilización, la eutanasia, así como la fecundación artificial heteróloga.
La salud es, pues, uno de los valores esenciales que los musulmanes quieren servir y proteger. Pero,
¿cuáles son las actitudes del creyente en el Islam, frente a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte? “Islâm” quiere decir “sometimiento confiado” a la voluntad del
Creador que es también Providencia antes der ser un Juez que perdona y recompensa o que castiga. Pero frente a esta grandiosidad majestuosa de AllâH, cuya trascendencia
confirma al creyente su pequeñez,
el musulmán ordinario no expresa
ningún reproche y no toma en consideración rebelión alguna cuando
sufre una enfermedad crónica o ve
acercarse la hora de la muerte.
Sometimiento, paciencia y resignación son las virtudes que han
sido inculcadas y son confirmadas
por la enseñanza del Corán que dice “Todo aquel que está sobre la
tierra es mortal, mientras que la
faz de tu Señor, majestuosa y noble, es eterna” (55,26-27). También dice: ¡Competid en busca del
perdón de vuestro Señor, en busca
del Paraíso cuya anchura es como
la del cielo y de la tierra! se le ha
preparado para quienes creen en
Dios y en sus enviados. Este es el
favor de Dios: lo da a quien quiere, pues Dios es el Dueño del gran
Favor” (57, 21-21).
Dios hace lo que desea, es El que
puede dar salud o enfermedad, es
El que decide si nuestras vidas deben ser largas o breves, según su
decreto eterno. “Luego, apartándose de ellos, exclamó: ‘¡Qué pena
siento por José!’, y sus ojos quedaron ciegos por la tristeza, pues él
estaba desconsolado” (12, 84).
El puede hacer suya también la
oración de Abraham que el Corán
lo riporta: “El Señor de los mundos
que me ha creado, pues El me diri-
ge; (es quien me alimenta y escancia; cuando me pongo enfermo me
cura)” ¡Dame una lengua verídica
ante las generaciones postreras!”
(26, 78, 84). Esta es la gran verdad:
Dios es Aquel que dá la vida (alMuhyî) y Aquel que hace morir (alMumît). Se trata, pues, para el creyente que se encuentra frente a las
vicisitudes de la vida, de entrar en
la paciencia de Dios (¿no es quizás
la única Sabûr?) y de adaptar las
connotaciones a la dimensión humana siendo un buen sâbir?
¿Cuántas veces el Corán insiste en
esta virtud de la paciencia! “¡Oh,
los que creéis! ¡Creed! ¡Tened paciencia! ¡Comptetid en paciencia!
¡Sed firmes! ¡Temed a Dios! Tal vez
estéis entre los bienaventurados”
(3, 200) “El beneficio que tenéis
procede de Dios. Cuando os toca
una calamidad, a El imploráis”
(16, 53). “Pedid auxilio a la paciencia y a la oración. Esto es exesivo, excepto para los humildes” (2,
45). ¡Oh los que creéis! ¡Pedid auxilio a la paciencia y a la oración!
Dios está al lado de los constantes”
(Inn’ Allâh ma(a I-sâbirîn) (2,
153). Es así que el creyente repetirá
a menudo que “la paciencia es bella” y que debe ser acomunada al
reconocimiento (shukr), como el
Corán repite aún (sabbâr shakûr)
“¡Recuérdales los días de Dios! En
aquello hay aleyas para todo hombre paciente, agradecido” (14, 5)
“¿No has visto que el bajel corre en
el mar por el beneficio de Dios, que
así os enseña parte de sus aleyas?
En eso hay aleyas para todo constante, agradecido” (31, 31) “En eso
119
hay aleyas para todo constante,
agradecido” (34, 19) “Si quiere,
apacigua el viento y permanecen
inmóviles en la superficie del agua.
En eso hay aleyas para todo constante, reconocido” (42, 33). Son estos los sentimientos profundos que
inspiran a cada musulmán auténtico durante los períodos difíciles de
la propia vida. Y antes de morir, el
último gesto que él desea poner y
las últimas palabras que él desea
pronunciar remiten a la profesión
de fe musulmana ben conocida:
“no existe otro dios sino Allâh y
Mahoma es su Profeta”.
Sin duda, en el curso de la historia y aún hoy, los musulmanes de
los ambientes populares han recurrido a varias prácticas ortodoxas y
heterodoxas. Las mismas dos últimas azoras del Corán (al-mu(awwadhatâni) son ejemplos de invocaciones “Me refugio en el Señor
del alba ante el daño de lo que
creó, ante el daño de la oscuridad,
cuando se extiende el daño de las
que soplan en los nudos y el daño
de un envidioso cuando envidia”
“Me refugio en el Señor del hombre, el Rey de los hombres, el Dios
de los hombres, ante el daño del
murmurador furtivo que murmura
en los pechos de los hombres, salido de entre los genios y los hombres”.
La devoción de los Shîitas ha
constituido manuales de invocaciones particulares para todos los momentos difíciles de la vida, para las
enfermedades, los sufrimientos o el
exilio, como el que es atribuido a
Zayn al-(Abidîn, la Sahîfa sajjâdiyya”12. Los hadîths del Profeta del
Islam son otra fuente de aclamaciones propiciatorias en este campo.
También es verdad que algunas
prácticas mágicas no han dejado de
infiltrarse en la mentalidad de los
simples creyentes poco o mal catequizados: los mismos textos del
Corán se convertían entonces en
medios profilácticos para protegerse contra enfermedades y epidemias: la magia no es extraña a ciertos ambientes tradicionales13. Pero
esto no puede oscurecer la acostumbrada actitud del creyente que
es tal con su propia fe. Es por esto
que cristianos y musulmanes, en
los hospitales y en los dispensarios,
pueden ayudarse recíproca y generosamente para intercambiar curas
e incitaciones para que los creyen-
DOLENTIUM HOMINUM
120
tes hagan de sus pruebas un acto de
sometimiento y de donación, a imitación de Job a quien también el
Corán cita como ejemplo14.
No podemos dejar de concluir
estas breves reflexiones sobre las
perspectivas del diálogo sin citar el
famoso hadîth al-Ruqyâ, fórmula
que los médicos cristianos utilizaban a favor de sus pacientes musulmanes durante los primeros siglos
de esplendor de Bagdad y que retoma el “Padre Nuestro” adaptándolo
a la circunstancia15: “Señor, nuestro
Dios, que estás en el cielo – Santificado sea tu nombre – Se haga tu voluntad en el cielo como en la tierra
– Así como tu misericordia reina en
el cielo, haz que reine también en la
tierra – Perdona nuestros pecados y
nuestras culpas – Tú eres el Señor
de los Buenos – Haz que tu misericordia y la curación descienda sobre este sufrimiento y será sanado”.
Los cristianos y los musulmanes
se ayuden, junto con los demás creyentes y con los hombres de buena
voluntad, para aliviar el sufrimeinto humano, restituyendo a la salud
de los enfermos su significado “divino”, al final de una paciencia que
también sabe ser reconociente.
P. MAURICE BORRMANS
Profesor en el Instituto de
Estudios Islámicos, P.I.S.A.I. de Roma
Notas
1
Cfr. el artículo Gondêshâpûr, en Enciclopédie de l’Islam, segunda edición, Leiden,
1963, vol II, p. 1146.
2
Cfr. el artículo Tibb, en Enciclopédie de
l’Islam, primera edición, ed. Leiden, 19 , vol
IV, pp. 779-780.
3
Cfr. el artículo Bîmâristân, Enciclopédie
de l’Islam, segunda edición, Leiden, 1963,
vol. I, pp. 1259-1262.
4
Cfr. el artículo al-Râzî, Enciclopédie de
l’Islam, segunda edición, Leiden, 1994, vol.
VIII, pp. 490-493.
5
Cfr. el artículo Ibn Sînâ, Enciclopédie de
l’Islam, segunda edición, Leiden, 1971, vol
III, pp. 965-972.
6
Ibidem, el artículo Ibn Bâdjdja, pp. 750752.
7
Ibidem, el artículo Ibn Tufayl, pp. 981982.
8
Ibidem, el artículo Ibn Zuhr, pp. 10011003.
9
Cfr. el artículo Constantin l’Africain, en
Encicloplédie de l’Islam, segunda edición,
Leiden, 1965, vol. II, pp. 60-61.
10
Sobre este texto árabe y las traducciones
en francés e inglés de esta Declaración, cfr. Islamochristiana (PISAI, Roma), nº 9 (1983),
pp. 1-16, 121-140 y 103-120, respectivamente.
11
Para la traducción francesa de esta Declaración, cfr. Conscience et liberté (Berna), n.
41, 1º sem. 1991, pp. 110-115.
12
Cfr. en Etudes Arabes-Dossiers, Textes sur
le Shî(isme, nº 84-85, 1993/1-2, pp. 220-230.
13
Cfr. Michel Lagarde, La magie arabe,
Roma, PISAI, 1981, textos árabes y traducción francesa, 112 p.
14
Cfr. el artículo Ayyûb, en Encyclopédie de
l’Islam, segunda edición, Leiden, 1960, p.
819, y sobre todo Jean-Louis Déclais, Les premiers musulmans face à la tradition biblique:
Trois récits sur Job, Paris, L’Harmattan,
1996, 318 p.
15
Cfr. la colección de Sunan d’Abû Dâwûd,
t. 2, bâb 19: al-Ray y el estudio de Louis Massignon sobre el particular en Opera minora,
Beyrouth, 1963, Dar al Maaref, vol. I, pp. 9296.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
121
SESION DE TARDE
LUIGI DONATO
Ciencia y tecnología al servicio de la persona
Está por terminar un siglo durante el cual los conocimientos y
las tecnologías han crecido con
una velocidad y una intensidad
que ciertamente no podían hipotizarse hace cien años. Del conocimiento del universo, del macrocosmos y del microcosmos, al conocimiento de los fenómenos fundamentales de vida; de los medios
de comunicación y de información, a la energía y a los nuevos
materiales, el salto lo vemos continuamente en nuestra experiencia
cotidiana.
Este proceso ha cambiado también de manera profunda los conocimientos y los instrumentos para
conservar la salud y curar las enfermedades. El que ha tenido la
fortuna como yo de vivir, asistir y
participar en el progreso de la medicina a lo largo de la segunda mitad del Novecientos, cuando regresa a ver los libros en los que ha
estudiado tiene la impresión de retroceder de algún siglo. “Lana, leche y lecho” era el tratamiento
aconsejado para las enfermedades
de los riñones; para el tifo, según
lo que recitaba mi tratado de medicina interna, “ayudará un baño caliente y un vasito de marsala”; los
únicos diuréticos eran los “mercuriales”, de los que es difícil decir si
era mayor el daño o el beneficio
que provocaban; la tuberculosis
ocupaba amplios capítulos de los
tratados y hacía construir sanatorios en todos los lugares de montaña; para la descompensación del
corazón lo mejor era la infusión de
hojas de digitalis purpurea – que
un médico inglés había sonsacado
hacia fines del Setecientos de los
secretos de una hechicera galés – y
la nitroglicerina que había sido inventada para otros fines. La ciru-
gía, llamada castamente “explorativa” o brutalmente “abre y cierra”, a menudo constituía el único
modo cruento para ver “desde
adentro” lo que los sentidos del
médico, no obstante los honrados
procedimientos de la inspección,
auscultación, percusión y palpación, no habían logrado percibir
“desde fuera”.
Hoy, los confines de lo posible
parecen moverse continuamente.
Con el término “metabiología” se
describe la posibilidad de superar
los mismos límites biológicos de
la vida, por un lado manipulando
con las biotecnologías el bagaje
genético para curar las enfermedades congénitas y, por el otro, con
trasplantes y los órganos artificiales, que permiten seguir viviendo
más allá de la supervivencia de los
órganos vitales.
De esta continua evolución, parece que algunos logran la convicción de que para nuestro conocimiento, acompañado y sostenido
por el “poder ilimitado” de dar vida a una nueva tecnología, no
existan confines insuperables.
Frente a tanto exasperado optimismo, otros se preguntan sí y de qué
modo el hombre logrará manejar
el progreso y sus consecuencias,
evitando el riesgo del aprendista
brujo. Otros, en fin, con pesimismo y desenvoltura de intensidad
equivalente al optimismo de los
primeros, rechazan el progreso
científico y tecnológico como enemigo del hombre, refugiándose a
menudo en el retorno a las prácticas mágicas y a pseudomedicinas
alternativas.
Más adelante retornaremos sobre este punto, bastante crítico;
por el momento, limitémonos a
constatar que, mientras con bande-
ras desplegadas y creciente velocidad la ciencia y la tecnología proceden hacia el tercer milenio, el
contraste entre lo insuprimible y
orgulloso empuje hacia el conocimiento y el interrogante sobre los
efectos del uso de los instrumentos
que derivan del conocimiento permanece abierto, continuo e irresuelto.
¿Se puede aplicar o no a la ciencia la frase de Oracio est modus in
rebus, sun certi denique fines,
quos ultra citraque nequit consistere rectum? Al parecer la medicina se sustrae al conflicto entre la
ciencia y el empleo de la misma: el
uso de la ciencia para combatir el
mal por definición parecería un
bien. Pero esta conclusión consolatoria es demasiado fácil y demasiado simplicista.
Podemos alegrarnos y ser orgullosos por el hecho que hoy sabemos curar a un considerable número de enfermedades que eran
incurables, que en algunas partes
del mundo casi no se muere más
de parto y la mortalidad infantil se
ha reducido a menos de un décimo
de aquella de la primera edad de
este siglo, que se sobreviva al infarto de corazón y a la insuficiencia del riñón, que se comiencen a
curar algunos tumores, y que hayamos aprendido también una serie de reglas para prevenir algunas
enfermedades. Sin embargo, muchos de estos progresos plantean
imperiosamente el problema del
“uso adecuado” de los nuevos medios a disposición y de la distinción entre lo que es factible, lo que
es útil y lo que es oportuno para el
individuo paciente en un determinado contexto.
En efecto, el tema que me ha sido asignado no se refiere sólo a la
DOLENTIUM HOMINUM
122
ciencia y a la tecnología en sí, ni
creo que se espere de parte mía
una reseña sobre el presente y sobre el futuro probable del progreso
científico. Creo más bien que es
preciso interrogarnos específica y
esencialmente sobre el empleo que
se hace de la ciencia y de la tecnología – como recita el título – “al
servicio de la persona”. Entonces
el problema se vuelve mucho más
complicado: no es suficiente interrogarse qué cosa puede hacer y
hará la medicina para el hombre de
hoy, sino que debemos confrontarnos con la realidad e interrogarnos
por qué, para qué, cómo y cuándo
puede o debe hacerlo.
El tema se vuelve difícil para mí
desde el inicio, comenzando por la
lectura en clave del tema que me
ha sido asignado: ¿qué significa la
expresión “al servicio de la persona”? ¿Se trata de una simplificación verbal, o en verdad se desea
representar una especie de Norte
magnético de la moral para orientar la brújula de nuestros comportamientos? Estoy convencido que
la tentativa de esta conferencia sea
más bien lo segundo, es decir la
búsqueda de una dirección, de un
rrecorrido ideal de una regla al
mismo tiempo práctica y moral en
el uso de los medios que la ciencia
y la tecnología nos ponen a disposición.
Pero, ¿cómo debemos entender
a la “persona” de quien se habla?
¿Es la persona individual, o son
las personas? Y, en este caso, ¿hablamos del consorcio social del
cual cada uno de nosotros forma
parte, o del consorcio de las naciones, del consorcio humano? Todos
están formados por personas, pero
el servicio a la persona individual
no necesariamente coincide – o
mejor, no es automáticamente
compatible – con el servicio en los
varios niveles de agregación de cada una de las personas.
Un segundo ámbito de incertidumbre se refiere al contexto en el
que se coloca “la persona” a cuyo
servicio queremos proponer nuestra ciencia y nuestra tecnología: no
es la misma cosa si hablamos de
nuestra exigente sociedad occidental o de las paupérrimas sociedades del Sur del mundo. En una
región de Italia, la Toscana por
ejemplo, la disponibilidad de algunos centenares de instrumentos
muy sofisticados para efectuar
ecografías puede ser considerada
insuficiente con respecto a la demanda de diagnosis, mientras conozco misiones de religiosas franciscanas en Africa Central para
quienes, en una región más grande
que la Toscana, un viejo ecógrafo
representa la única y más adelantada punta de civilización tecnológica, muy útil para diferenciar un abdomen hinchado por la desnutrición, de un embarazo en acto. Entonces, ¿de qué hablamos: del primer contexto, del segundo, o de
ambos? Evidentemente no es la
misma cosa y, como es obvio, el
abanico de situaciones entre estos
dos extremos es muy amplio.
Finalmente, estas diferencias
nos llevan a un tercer nivel problemático: la limitación de los recursos disponibles que, inevitablemente, en todas las sociedades e
incluso en los contextos homogéneos, con diferentes intensidades,
pone el problema de los criterios
de dirección de la intervención,
entre los extremos de la desigualdad incontrolada y de la plena solidaridad social, objetivo por ahora
lejano incluso en las sociedades
más desarrolladas. ¿Mucho para
pocos? ¿Un poco para todos? Es
claro que quisiéramos mucho para
todos, pero esto no es posible en
ningún contexto. ¿Entonces?
¿Cuál es el criterio optimal y qué
quiere decir optimal? ¿Se trata de
una medida ética o de una medida
económica, habla la lengua de la
relación costos/beneficios o de
aquella de la “compasión”?
Amartya Sen, gran estudioso de la
economía del desarrollo, dice: “un
compromiso igual para todos comporta un tratamiento muy desigual
para los más desventajados”.
He tratado de elaborar una respuesta, pero no se si ésta ha captado y corresponde al espíritu que ha
inspirado la elección de este tema.
Mi respuesta es que “la persona”
de la que se habla no es sólo el paciente individual al que el médico
aplica un proceso de diagnosis y
curación de acuerdo a sus conocimientos y a los medios disponibiles, ni siquiera un número anónimo en una ascética y rigurosa experimentación clínica en una población de pacientes. En un caso y
en otro, y en todos aquellos en los
que la ciencia y la tencología tien-
den a mejorar el bienestar o a suavizar los sufrimientos de alguien,
pequeño o grande, rico o pobre,
pigmeo o escandinavo, ellas encuentran siempre a un Hombre,
para el cual los sufrimientos producidos por la enfermedad son
modulados por la afectividad y por
la cultura: un bagaje de costumbres, temores, esperanzas, tradiciones, obligaciones y responsabilidades, dignidad y pudores, que
constituyen el contexto existencial, del cual la ciencia y la tecnología médica nunca deberían prescindir y siempre deben respetar.
Me encuentro entonces con las
palabras de Séneca: “Si el médico
no hace sino tocarme el pulso y
considerarme como a uno de los
muchos pacientes, prescribiéndome fríamente lo que debo hacer o
evitar, yo no le debo nada, porque
él no ve en mí a un amigo, sino a
un cliente”.
Con esta llave de interpretación
trataré ahora de proyectar algunas
reflexiones sobre el tema que me
ha sido asignado, tratando de focalizar las características de los extremos, el de los países pobres del
Sur del mundo, y el de los ricos
países industrializados. Esta reducción a dos polos representa una
simplificación dialéctica, siendo
claro, como diré nuevamente dentro poco, que riqueza y pobreza se
mezclan en un abanico de situaciones intermedias, incluso si se
trata del mismo contexto geográfico y social.
La primera consideración: la salud no es sólo y ante todo un problema médico. A bello, fame et
peste libera nos Domine: han pasado pocos siglos desde cuando,
también nuestro continente, la demanda de salud y de seguridad social se expresaba en estos términos. Hoy, los horrores del hambre,
de las guerras y de las pestilencias,
a menudo encuentran el filtro de la
indiferencia frente a algo que en el
fondo no nos pertenece: esta indiferencia es apenas mellada por los
crudos reportajes televisivos, pero
el efecto es en cierto sentido amortiguado por la costumbre al espectáculo de la violencia, real o de fiction, a los que cine y televisión nos
exponen diariamente, atenuando
así nuestra capacidad de compasión y de indignación: en todo caso, de todo esto podemos liberar-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
nos simplemente usando el telecomando.
Salud es ante todo incolumidad
física (pienso en los horrores de
las guerras tribales o del fanatismo
religioso), nutrición, alimento y
agua; por tanto agricultura, irrigación, higiene ambiental, eliminación de las infecciones endémicas.
Esto ha sido verdad hasta hace poco, incluso en nuestros países: han
pasado apenas cien años o algo
más, del descubrimiento de las
bacterias y desde cuando Ernst
Semmelweiss reveló la influencia
de las malas condiciones higiénicas en la mortalidad hospitalaria,
premisa fundamental de los desarrollos y posteriores éxitos de la
sanidad. Etapas posteriores son la
educación y la promoción de los
primeros fundamentos de la autosuficiencia económica: sólo a partir de estos se puede comenzar a
hablar seriamente de medicina y
de sanidad según cánones más cercanos a nosotros.
Afortunadamente, hoy no son
pocos los estudiosos que, con gran
seriedad, se dedican con la necesaria aproximación global al estudio
del desarrollo de los países del Sur
del mundo: entre estos, deseo recordar para Italia el trabajo desarrollado por el “Centro Estudios
Luca D’Agliano” de Turín.
En estos países, pues, ciencia y
técnica para la salud son un problema médico sólo en segunda
instancia. A menudo las clases dominantes de estos países ven el
crecimiento sanitario según una
óptica desviada: se desea crear
centros de especialización muy
elevada, para satisfacer el orgullo
de bandera, con tentativas de imitar frente a los países industrializados: se desea un centro de cardiología, p. ej., donde el problema de
las infecciones endémicas aún está
lejos de ser resuelto y continúan
dramáticos problemas de nutrición. Desde este punto de vista, la
cooperación Norte-Sur no debe repetir los errores del pasado: ninguno puede negar las buenas intenciones de la Organización Mundial de la Salud y del slogan “Health for All in Year 2000” que ha
inspirado la acción en los últimos
veinte años: este espejismo, sin
embargo, en su tradición práctica,
ha sido también generador de atrasos, de falsas esperanzas y de
aproximaciones erradas. Es necesario afrontar el problema con gradualidad pragmática: la nutrición,
la educación de las poblaciones, la
formación de cuadros sanitarios de
primera intervención. Esto no significa impedir que en el futuro se
logren objetivos más adelantados,
sino sólo remarcar que esto podrá
realizarse sólo si se funda en un
crecimiento global. Conforme se
acerca y arranca la autosuficiencia, se vuelve importante formar
cuadros sanitarios de nivel más
elevado, asegurándose contemporáneamente que se creen las estructuras en las que este personal
pueda aplicar lo que ha aprendido.
Naturalmente, son una excepción
las intervenciones de emergencia
en las que se distinguen los Médicos Sin Frontera, donde y cuando
la demencia de los hombres pone
en causa no el bienestar sino la supervivencia misma.
Para regresar al “servicio de la
persona”, como lo hemos definido
antes, yo creo que servir a la familia en estos países significa también evitar bruscos cambios con
respecto a las tradiciones y a los
valores propios de la sociedad en
la que se trabaja, sin pretender imponer modelos estraños sólo porque funcionan en diferentes contextos y comprometerse a fondo
en los procesos educativos, sin
pretender la homologación con los
modelos occidentales.
En fín, no puedo callar sobre un
problema que considero dramáticamente importante. Hablo del
control de los nacimientos, de la
anticoncepción, o de todos modos,
de la “procreación responsable”.
Para mi cultura y mi ética como
médico es inaceptable que una joven mujer muera de parto, quizás
después de haber dado a la luz
diez criaturas de las cuales solamente tres han sobrevivido, como
sucede a menudo en Africa Central. Conozco bien la admirable labor desarrollada por las misiones.
Considero que la humanidad debe
mucho a estos hombres y a estas
mujeres que se han entregado a
una empresa que diaria y silenciosamente arriesga su propia vida
para aliviar y mejorar las condiciones de supervivencia de sus
hermanos tan desafortunados.
Respeto a la vida; considero inaceptable que en algunos países an-
123
glosajones, por ejemplo, se clasifiquen a ciertos pacientes como
NTBR (que quiere decir “Para no
reanimar”); rechazo la eutanasia,
periódicamente puesta en discusión, como práctica inaceptable;
rechazo tratar con ligereza el problema de la interrupción de embarazo: pero honestamente debo decir que no entiendo, no entiendo,
no entiendo delante de qué juez,
divino o terreno, se justifican las
muertes que podían evitarse, sobre
las que he hablado, y no puedo dejar de pensar que hubiera sido incluso mejor que esas criaturas no
hubiesen sido concebidas. Tampoco me parece que el concepto mismo de “procreación responsable”
se pueda aplicar con las mismas
reglas en todos los contextos. Me
doy cuenta de las dificultades que
esta posición encuentra en esta sede, pero he considerado un deber
declararla, por honestidad intelectual; callar sobre ella habría sido
onfensivo de parte mía hacia
quien me ha hecho el honor de invitarme, pensando que mis ideas y
experiencias pudieran ser de cierta
utilidad e interés.
Quisiera referime ahora al otro
extremo, el de los países industrializados. El envejecimiento de la
población, el permanecer de enfermedades o hechos que en el pasado eran mortales, el crecimiento
de las tecnologías de diagnosis y
de curación disponibiles, ha hecho
que se asista al continuo aumento
de oferta y demanda de salud: este
círculo que teóricamente podría
definirse virtuoso, se vuelve perjudicial por el aumento de los costos
que induce, reclamando continuamente nuevas intervenciones financieras, organizativas y operativas, corriendo el riesgo de generar
una parálisis de todo el sistema.
El creciente bienestar representa
además un elemento de aceleración del proceso que acabo de describir, ya que las necesidades que
hace pocos decenios habrían aparecido como impropias, marginales o incluso absurdas, hoy son
consideradas esenciales: pienso en
la excesiva “psiquiatrización” de
la discapacidad social o de las
adaptaciones individuales, así como a la explosión de los “cuidados
estéticos”, ejemplo de medicalización de los problemas de la percepción de sí. Esto hace que tam-
DOLENTIUM HOMINUM
124
bién en los sistemas sanitarios tendencialmente solidaristas como el
nuestro, progresivamente se introduzcan gastos a cargo del paciente
que, no obstante todas las modulaciones posibles, terminan haciendo más pesado el acceso al sistema
sanitario de parte de las fajas de
población con menor renta. Todos
los países occidentales tienen este
problema, incluso porque la aumentada disponibilidad de los medios diagnósticos induce a una
multiplicación a menudo justificada de los exámenes clínicos e instrumentales, y la forma de remuneración, basada en el número de
prestaciones y de hospitalizaciones, tiende a multiplicar unas y
otros. En nuestros países, se ha dado vida a un real y verdadero consumismo sanitario, que genera
considerables despilfarros y, al determinar la introducción de mecanismo de co-pago de parte del paciente, hace inevitablemente más
difícil el acceso a los cuidados de
parte de las categorías más débiles, incluso para servicios esenciales. Se trata de un escenario mucho más grave si se considera que
hoy, todos los países industrializados tienen su parte de “Sur del
mundo”, es decir de sujetos que
viven por debajo del límite de pobreza y a menudo ni siquiera acceden al sistema sanitario salvo en
caso de emergencias extremas.
Nuevamente, pues, aunque por
razones diferentes con respecto a
los países pobres del mundo, también en los países ricos la sanidad
choca con la economía: esto significa que ya hoy la gestión y el uso
del recurso sanitario, incluso en
nuestros países, está condicionada
por factores económicos y lo será
cada vez más en el futuro. Para obviar a esta deriva, entre otros será
indispensable superar los egoísmos de algunas categorías del personal encargado: los que en Italia,
por ejemplo, han llevado a una renovación del contrato de los médicos hospitalarios, extremamente
pesado para la sociedad. Es verdad, como todos dicen, que la organización del sistema sanitario
debe tender a la reducción de las
hospitalizaciones, a impulsar la
diagnóstica pre-hospitalaria y el
tratamiento post-hospitalario domiciliario o en residencias sanitarias; pero también los modos de
empleo del recurso humano y tecnológico deben ser revisados de
manera radical.
Pero este objetivo requiere la
solución de un problema aún más
profundo: en la medicina hiperespecializada e hipertecnológica actual está desapareciendo y se trata
de una grave pérdida, el médico
genérico, el médico de la persona,
y aún no se ha inventado nada serio para contrarrestar esta tendencia. La verdad es que también en el
actual (excesivo) despertar de la
medicina instrumental, la verdadera calidad de la medicina está
siempre condicionada por las formas con las que tiene lugar y se
mantiene el encuentro entre el paciente y el médico, dos personas,
cada una con la propia cultura,
personalidad, contingencias, problemas, ansias y expectativas.
En los últimos decenios se ha
disminuido la importancia de la
confrontación médico-paciente,
como si se tratase de moneda devaluada, y hasta fuera de curso: se
habla con nostalgia, pero no como
de un bien precioso que se va perdiendo, sino más bien como de las
buenas cosas del tiempo pasado,
como de los encajes de la abuela.
Obviamente el encuentro todavía
tiene lugar hoy: pero uno y otro a
menudo tienden a vivirlo como
una formalidad burocrática introductiva a los reinos donde vive lo
que es considerada la verdadera
medicina, donde los análisis instrumentales marcan sus esquemáticos, despiadados y categóricos
juicios de normalidad y anormalidad. De este modo los dos momentos, humano y tecnológico,
tienden cada vez más a separarse:
uno de los mayores desafíos que
tiene hoy delante de sí la medicina,
es justamente la reconciliación entre dimensión humana y dimensión tecnológica. Sin el hilo de
Ariadna de la relación con el médico, que sabe valuar, juzgar y decidir teniendo en cuenta su conocimiento personal del paciente, este
último corre el riesgo de perderse
en el laberinto de las tecnologías,
de reducirse a un acervo de números, trazados e imágenes demasiado desconexos entre sí, de seguir
ya no un bienestar subjetivamente
perceptible, sino la normalización
de uno o de otro parámetro. Sin esta relación, la percepción de la di-
ferencia entre lo posible, lo útil y
lo oportuno para cada paciente, en
su particular contexto, con sus expectativas – personales, familiares, sociales – podrá conducir y lamentablemente a menudo conduce
a poner en marcha intervenciones
inadecuadas, sólo porque posibles.
También en nuestra sociedad
occidental de hoy subsiste y tiene
una elevada importancia el problema de reconducir la medicina “al
servicio de la persona”.
Para concluir, deseo regresar
brevemente a los juicios de valor
sobre el progreso científico y tecnológico, sobre todo en la medicina.
Mi opinión – la opinión de uno
que ya ha perdido medio siglo entre investigación científica y atención a los pacientes – es muy simple: no se puede y no se debe frenar de ningún modo la insuprimible vocación del hombre a perseguir “virtud y conocimiento”. Pero
cuando el desarrollo de los conocimientos o los instrumentos que derivan de ello, son susceptibles de
forzar “metabiológicamente” el
sistema hombre; cuando las implicaciones económicas de nuevos
procedimientos ponen en riesgo el
complejo de los recursos financieros globalmente disponibiles para
la salud; cuando los resultados esperados en términos de calidad de
vida son dudosos, o el costo de los
sufrimientos que la intervención
requiere no esté conforme con los
posibles beneficios, entonces, más
allá de toda sugestiva evidencia
experimental y de toda hipótesis
teórica, el análisis de las implicaciones, de toda naturaleza, de la
ciencia y de la tecnología, debe ser
extremamente severa.
Deseo cerrar mi presentación
agradeciendo una vez más por la
invitación, ya que esto me ha obligado también, como no siempre
sucede porque nos dejamos llevar
por el convulso empeño cotidiano,
a echar una mirada a los medios,
los fines y los valores de nuestro
trabajo como médicos y hombres
de ciencia.
LUIGI DONATO
Profesor de Enfermedades
Cardiovasculares
Escuela Superior de Estudios
y Perfeccionamiento S. Ana
Director del Instituto de Fisiología
Clínica del CNR, Pisa
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
125
CORRADO MANNI
¿Tecnología o tecnicismo para la sociedad
del tercer milenio?
Introducción
Al final de este segundo milenio
la medicina se encuentra frente a
un cambio radical. Nunca como en
estos últimos cien años la ciencia
médica se ha encontrado tan cercana a la enfermedad y tan lejana del
enfermo.
Los progresos de la medicina
clínica, por un lado, han llevado a
una serie de éxitos terapéuticos que
no se habían visto antes: muchas
enfermedades, que tiempo atrás
eran consideradas como inevitables flagelos, han sido eliminadas,
llevando sobre todo en los países
occidentales, a un bienestar y a una
prolongación de la vida que la humanidad no había conocido. Al
mismo tiempo, las disciplinas de
base, como la biología y la genética, nos han conducido muy cerca
de las raíces de la vida, hasta el
punto de plantear a veces inquietantes interrogantes filosóficos, jurídicos y morales; nos baste pensar
en los problemas planteados por la
procreación asistida y por la manipulación genética.
Pero en evidente contraste con
los triunfos de la ciencia médica,
asistimos también a una creciente
insatisfacción, tanto de parte del
enfermo como del médico: el primero se siente sometido a una asistencia sanitaria alienante que, por
un lado cura con eficiencia creciente la enfermedad física, mientras que por el otro, acentúa en
igual medida la sensación de aislamiento y dependencia psicológica
que se asocia a la enfermedad; el
segundo, preocupado por mantener su propia actualización profesional al paso con los tiempos,
ocupado en los cada vez más complejos algoritmos diagnóstico-te-
rapéuticos de las modernas disciplinas clínicas, siente que se le escapa el contacto con el enfermo,
con la verdadera naturaleza humana de este último, para convertirse
en el engranaje de un mecanismo
impersonal que proporciona a la
salud como si se tratara de cualquier servicio público, anulando la
delicada dialéctica de la relación
médico-paciente.
Las razones de esta situación son
fundamentalmente cuatro y pueden
resumirse de la siguiente manera:
1. la radical transformación espitemológica sufrida por la medicina
moderna y el influjo de las disciplinas de base, protagonistas del progreso de la medicina;
2. los problemas didácticos actuales del área médica;
3. la masificación y burocratización de la asistencia médica;
4. la pérdida del significado trascendente de la existencia.
El nacimiento como ciencia
de la medicina moderna
La edad moderna ha asistido a
una evolución sin precedentes de
los conocimientos médicos; esta
evolución, que inició lentamente
en el siglo XVII con los primeros
descubrimientos de la fisiología y
que ha poseguido luego con mayor
rapidez en la mitad del siglo XIX,
ha logrado un ritmo vertiginoso en
el siglo XX.
Esta evolución no podría explicarse ante la ausencia de la radical
modificación en sentido metodológico sufrida por la medicina en el
curso de los siglos XVII y XVIII,
que la han llevado a asumir un riguroso planteamiento científico,
aunque con retraso frente a otras
diciplinas. En efecto, mientras las
bases científicas de las matemáticas y de la geometría ya habían sido cimentadas en los tiempos de la
antigua Grecia, en los umbrales del
Evo moderno la medicina tardaba
para afirmarse como verdadera
ciencia; era considerada aún como
un arte (ars medica), a veces como
una materia filosófica porque derivaba de la fisiología, que entonces
era considerada como un ramo de
la fisiología.
Es muy significativo observar
que justamente uno de los padres
de la revolución científica del siglo
XVII, René Descartes, escribiese
en su Discurso sobre el Método
que, después de haber descubierto
su propensión por las ciencias
exactas descartó la idea de dedicarse a las “demás ciencias... que reciben de la filosofía sus principios”
(la medicina y la jurisprudencia,
que en ese entonces eran consideradas afines); y proseguía diciendo: “considero pues que sobre cimientos tan débiles no se pudiese
construir nada de sólido... y, por
otro lado, aún no demostrando desprecio por la gloria, no tenía ninguna consideración de aquella que
sólo con falsos títulos se puede lograr”1. Este juicio severo refleja la
aureola de escasa confianza, de difidencia y hasta de chalatanería,
que rodeaba a la categoría de los
médicos; esto hace perfectamente
comprensible la efectiva escasez
de medios diagnóstico-terapéuticos entonces a disposición, cuya
eficacia no era nunca sometida a
una seria verificación.
Pero en los dos siglos siguientes,
las cosas cambiaron radicalmente:
la introducción del método experimental en la observación de los fenómenos, su cuantificación y co-
DOLENTIUM HOMINUM
126
rrecta interpretación han permitido
los progresos que todos conocemos. Las anticipaciones fragmetarias de millares de predecesores de
la medicina científica al improviso
se han colocado en su lugar como
piezas de un mosaico y, contemporáneamente, los innumerables errores a los que estaban mezclados
han aparecido en toda su evidencia.
A partir de aquí se ha originado un
conocimiento clínico que nunca
antes había estado presente sobre
las formas, las manifestaciones, los
procesos de las enfermedades y la
comprensión verificable, anatómica y fisiológica, de los acontecimientos patológicos. Gracias al
contemporáneo progreso tecnológico, la medicina se ha encontrado
finalmente a disposición de los instrumentos terapéuticos capaces de
controlar con eficacia el proceso de
la mayor parte de las enfermedades.
Todo esto no dejó de tener efectos en la formación mental del médico: del médico “humanista” y
“filósofo” se ha pasado a la figura
del médico “tecnicista”, “organicista”, hijo de la mentalidad positivista que logra su apogeo en el siglo XIX. Su cultura es rigurosamente científica e inmanente: el
acercamiento al problema clínico
es analítico y finalizado a la reconstrucción del proceso patológico responsable del cuadro objetivo
que tiene delante, para identificar
la causa y por tanto la terapia más
eficaz. En dicha perspectiva todo
lo que no se refiere al proceso diagnóstico-terapéutico no tiene relevancia, incluida la participación
emotiva en los acontecimientos
humanos del paciente de parte del
médico, que bien podría alterar
gravemente la serena objetividad
de juicio.
De este modo, la racionalización
naturalista lleva a desconocer en la
enfermedad cualquier carácter histórico y personal; ella es significativa para el médico solamente en
cuanto “caso clínico”, sin ninguna
dimensión antropológica.
Pero esta concepción lleva a la
negación de uno de los caracteres
más evidentes de la enfermedad: es
decir, la de ser al mismo tiempo enfermedad del cuerpo y de la psique
y que sin curar ambos aspectos no
se puede restituir la salud al paciente, porque en el concepto de
“salud” está incluido el bienestar
físico y psíquico.
Tratar de aliviar los sufrimientos
físicos de un paciente negándole la
comprensión de su acontecer humano significa acentuar los sufrimientos espirituales y se corre el
riesgo de fallar el objetivo de una
verdadera curación.
Por otro lado, a comienzos del
último siglo de este milenio, la llegada del psicoanálisis ha dado una
nueva luz sobre la interdependencia entre psique y soma. El descubrimiento de la parte psicomática
de muchas enfermedades y, sobre
todo, la constatación de la eficacia
terapéutica de la voluntad del enfermo de curarse han contribuido
bastante a la revisión de los excesos positivistas del siglo pasado.
Estos descubrimientos, sin embargo, no obstante estuviesen amparados por sólidas demostraciones
científicas y éxitos terapéuticos,
vacilan para traducirse en reales innovaciones en la metalidad y en la
práctica médica cotidiana; el médico actual sigue aún con su tendencia de mantenerse rígidamente “somacéntrico”, negando los aspectos
psicológicos de la enfermedad o, si
ellos se vuelven tan evidentes que
es imposible negarlos, los pone en
manos de un especialista. Si por un
lado dicha actitud frente al problema demuestra la incapacidad para
enfrentarlo, por el otro, acentúa el
dualismo conceptual entre psique y
soma, reduciendo a lo más la dificultad espiritual del paciente a un
problema técnico como los otros,
que es preciso afrontar con terapias
adecuadas.
Las raíces didácticas del
tecnicismo en el campo médico
No podemos maravillarnos del
retraso cultural del médico actual
si consideramos que la dimensión
antropológico-ética está casi ausente de su formación; los programas universitarios de la Facultad
de Medicina esperan ser actualizados desde hace más de medio siglo
y la reforma de la llamada “Tabla
XVIII” no ha comportado significativas modificaciones desde este
punto de vista.
El curso de Doctorado en Medicina sigue siendo el más largo de
todo el ordenamiento escolar y es
uno de los más difíciles: las nociones, ya numerosísimas, aumentan
cada año bajo la presión de la investigación científica, y la necesidad de actualizarlas a veces no deja al docente la posibilidad de realizar una indispensable síntesis y la
introducción de los nuevos datos
en un modelo teórico orgánico; los
textos en los cuales ha estudiado el
futuro doctor fácilmente resultan
ya obsoletos para la “matrícula” de
su mismo curso; la mente del estudiante está tan ocupada por el estudio mneumónico y su tiempo está
tan ocupado por los horarios de las
clases que le falta el tiempo para
una reflexión más profunda sobre
el verdadero objeto de su estudio:
el hombre. La misma capacidad
crítica en sentido estrictamente clínico es puesta en peligro por esta
enorme masa de nociones y por la
crisis de la didáctica.
El corpus de las nociones médicas es tal que de por sí hace indispensable la especialización. Prácticamente ha desaparecido la figura
del médico genérico. Las mismas
enseñanzas fundamentales del curso de doctorado a menudo están divididas en cuerpos paralelos y son
proporcionadas por varios especialistas; en cada disciplina coexisten
varias especialidades y, en los cursos de especialidad, varias direcciones.
Esta subdivisión acentúa el carácter organicista de la medicina
actual: cada especialista se concentra en su propia área de competencia y los médicos tienden a ser progresivamente sobre todo curadores
de órganos. Y es doblemente difícil
captar al hombre-paciente en su integridad si es visto simplemente
como un conjunto de órganos.
El problema se ve posteriormente sin duda agravado por el enorme
número de inscritos en la facultades de medicina hasta el punto que
se ha llegado a obstaculizar la asistencia a las clases y hace más difícil instaurar en las salas una correcta relación con el enfermo. La capacidad de relacionarse correctamente con el paciente es reconocida de manera unanime, en vía teórica, como una prerrogativa fundamental del médico; pero para ser
expresada requiere ya sea del cotidiano contacto con el enfermo como de la frecuencia de un tutor que
con el ejemplo trasmita al discípu-
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lo la propia capacidad crítica y la
actitud ética. Para decirlo con las
palabras de Jaspers, “la humanidad
del médico se transmite gracias a
su personalidad, imperceptiblemente, a cada instante, a través de
su modo de actuar y de hablar, a
través del espíritu que reina en una
sala”2.
Pero esta humanidad, fruto de la
sensibilidad ética y de un juicio
maduro de la experiencia, no se
puede encuadrar en los programas
de examen, en las directrivas ministeriales; no se puede cuantificar
en un resultado numérico; por lo
tanto difícilmente encuentra su lugar en la valoración de un candidato en el ejercicio de la profesión
médica.
La modificación de la relación
social médico-paciente
Estas tendencias a la escolarización y a la hiperespecialidad son,
además, las tendencias generales
de nuestra época, que se basa en la
organización colectiva y en la exaltación del resultado. Estos principios no han dejado de modificar radicalmente también la organización de la asistencia sanitaria y la
relación médico-paciente. En el
pasado, en efecto, dicha relación
era estrictamente individual: el médico curaba a un número limitado
de pacientes que podían asegurar
sus servicios y conocía a fondo su
historia clínica y personal; la figura
del médico era la del consejero privado o familiar más que la de distribuidor de servicios. Las modificaciones de orden social y económico que han tenido lugar en este
siglo, como la extensión de la asistencia sanitaria a toda la población,
han tenido como consecuencia una
alteración radical del modo con el
cual esta asistencia se realiza. Para
decirlo también con Jaspers: “Con
la separación de los instrumentos
médicos de la propiedad privada y
su libre colocación a disposición
del individuo, la acción del médico
es organizada como lo hace una
empresa. Entre el médico y el enfermo están las clínicas, las mutuales y los laboratorios. Surge un
mundo que hace posible una práctica médica que ha crecido inmensamente en su eficacia, pero que
contrasta luego con la condición
misma del médico. Los médicos se
vuelven funciones... entre el médico y el enfermo se introducen poderes a cuyas reglas ambos deben
someterse”3.
Sin embargo, esta asistencia planificada – que, repetimos, es algo
en sí positivo por la posibilidad de
optimizar los recursos, mejorar los
resultados y facilitar el intercambio
de las informaciones – deja poco
espacio a la relación personal entre
paciente y curante: comenzando de
los agolpados estudios médicos de
base hasta los hospitales, donde se
dice que “...las enfermedades son
subdivididas por sectores como la
mercadería de un supermercado; y
los médicos, pasando de cama en
cama como si fuera una cadena de
montaje, se dedican a descubrir las
causas del daño para reparar el órgano enfermo”4.
Esta medicina organizada emplea cada vez más ampliamente los
instrumentos diagnósticos, que corren el riesgo de opacar la capacidad de análisis crítico del caso. Por
un lado, la escasa experiencia clínica de algunos médicos, causada
por los problemas didácticos que
hemos enumerado antes; por el
otro, la presión de las industrias,
cuyo poder económico se entrecruza cada vez más con aquel político
y cultural, hacen que aumente la
tendencia a la prescripción de búsquedas diagnósticas y presidios terapéuticos a veces inútiles y a menudo incluso costosos o rebuscados. En el usuario desanimado del
ambulatorio médico esto incrementa más una sobresaliente tendencia a la autodiagnosis y a la autoterapia. No es raro que el paciente vaya al médico mutualista para
pedirle simplemente que le prescriba un examen, sin darle otras explicaciones. En el paciente hospitalizado este proceso se traduce en una
serie de procedimientos y de análisis que no comprende y que lo desorientan, si es que a veces no le
procuran sufrimientos que, ante la
falta de una adecuada motivación,
ciertamente pueden aparecerle sin
ninguna finalidad.
Pero incluso si esta tendencia es
fruto de sufrimientos para el enfermo, lo es también para el médico,
que se siente privado de su verdadero papel de artífice de la salud
del paciente, de intermediario entre
él y su enfermedad. La negación de
127
la esfera humana del paciente también niega al médico las gratificaciones que el contacto con ella
comporta; prisionero de un mecanismo impersonal, limitado en sus
competencias de curante por las
exigencias de superespecialidad y
por la interdisciplinaridad, casi
despodestado de sus posibilidades
diagnósticas y críticas por el abuso
de exámenes instrumentales, y, en
fín, limitado en sus contactos con
el paciente por el intenso turnover
de las salas y por el ritmo de trabajo estresante al que es sometido, el
médico puede llegar a sentirse
frustrado e incluso supérfluo. Estos
son los peligros de la “mutilación
antropológica” de la medicina.
Lamentablemente, el abuso de
los medios tecnológicos es una de
las causas que en los últimos años
ha llevado a un aumento preocupante del gasto sanitario. En estos
tiempos de crisis del modelo económico occidental, las instancias
de la reforma tendientes a la reducción del déficit público ven en los
gastos sanitarios uno de los principales elementos de acusa; mas, por
las presiones económicas que hemos mencionado el riesgo mayor
es que, en vez de racionalizar el
uso de las tecnologías, dichas instancias se traduzcan en una reducción de la asistencia sanitaria en favor de la parte más débil de la sociedad, los enfermos crónicos, terminales, o que no cuentan con recursos económicos. Involuntariamente, el tecnicismo proporciona
al mismo tiempo la justificación teórica de esta actitud: medida con
los parámetros de la simple eficiencia, la asistencia sanitaria a los
enfermos sin la posibilidad de curación o sometidos a factores de dificultad socio-económica que empeoren la prognosis de sus enfermedades, puede aparecer como un
desperdicio de los recursos; el reduccionismo en clave puramente
corpórea del enfermo atenúa las reservas de orden ético5.
El rechazo de la moral
en la sociedad moderna
Pero hay otro aspecto del tecnicismo cuyos presupuestos no son
tanto de naturaleza científica sino
social y cultural: representa la fachada detrás de la cual se esconde
DOLENTIUM HOMINUM
128
el rechazo de la muerte de la sociedad moderna.
La gran cofianza en el progreso
científico ha producido en muchos
de nosotros la ilusión de que las
posibilidades del saber humano sean ilimitadas. Se han realizado muchos sueños de la antigüedad, que
una vez estaban reservados al espacio restringido de la invención poética: el hombre ha logrado volar, ha
conquistado la Luna, trasmite sonidos e imágenes a grandes distancias, resuelve los más complejos
problemas científicos gracias a la
ayuda de elaboradores electrónicos. Uno solo, un antiguo mito permanece inviolado: la inmortalidad.
Aunque la medicina haya logrado
prolongar la supervivencia promedio de la especie humana, el presunto objetivo final aún escapa y,
por el momento, no parecere posible ni, quizás deseable, prolongar
indefinidamente nuestra existencia
terrena. Sin embargo, el psicoanálisis nos dice que en lo profundo de
nuestro inconsciente nosotros nos
consideramos inmortales; nuestro
convencimiento sobre el final de la
propia vida, aun aflorando a nuestra conciencia como una certeza
inopugnable, tiene dificultad para
ser plenamente aceptado y sólo la
ignorancia del momento exacto en
el que ella tendrá lugar nos permite
soportar la existencia.
Por lo demás, numerosas razones de carácter sociológico tienden
a hacer cada vez más inaceptable
para el hombre de hoy el pensamiento de la muerte. En efecto, en
una sociedad opulenta y productivista como aquella occidental,
donde el bienestar material muy a
menudo es exaltado como único
bien posible, y donde los medios
de comunicación de masa tienden a
construir una imagen de la existencia hecha sólo de belleza, riqueza y
éxito, los lados oscuros de la vida,
el sufrimiento, la vejez y la muerte,
son cada vez más marginados, como si se quisiera removerlos de la
conciencia común. En una perspectiva hecha sólo de bienes terrenos, la dimensión dolorosa de la
existencia no puede aparecer sino
como un vacío inconcebible e
inexplicable que es preciso exorcisar. Es inevitable que la pérdida del
significado trascendente de la vida
prive de significado también su natural conclusión, la muerte.
Detrás de la tendencia de hospitalizar a la enfermedad se esconde
a menudo la tentativa de esconder
esta dimensión dolorosa a los ojos
de la sociedad, así como en ciertos
idílicos cementerios americanos se
trata de esconder, detrás de prados
en flor alegrados por música clásica, la dramática realidad de la
muerte6.
Pero la no aceptación de dicha
realidad, su marginación o su enmascararse detrás de un tecnicismo
exasperado, detrás de la “medicalización”, mientras por un lado no
impide que esta realidad se verifique, por el otro, ha hecho al hombre actual cada vez más imprepado
para enfrentarla y ha acentuado los
sufrimientos del moribundo, que
debe soportar las consecuencias
morales y materiales del aislamiento del cual muy a menudo es objeto7.
En cada uno de nosotros el espectáculo de la muerte de los otros
suscita incomodidad porque nos
recuerda también nuestro destino.
En el médico, a todo esto se añade
un sentido personal de derrota a sus
propias capacidades; esto es perfectamente comprensible, aunque
todos los médicos sean conscientes
desde el inicio que no siempre es
posible salvar la vida de los pacientes que se les ha confiado. Sin embargo, justo la tendencia a considerar la muerte de los propios pacien-
tes como expresión de una falta de
éxito terapéutico constituye una de
las razones principales para retrasar, con todos los medios posibles,
la hora de la muerte. Entonces el
tecnicismo se convierte para el médico en la pantalla para enmascarar
su insuceso terapéutico – verdadero o presunto – su frustración: se
combate la insuficiencia de cada
uno de los órganos olvidándose
que muere todo el cuerpo.
También el organicismo alimenta esta concepción desvirtuada, ya
que comporta la pérdida de identidad del paciente, que es identificado y confundido con su enfermedad; en esta perspectiva la muerte
es considerada, sin razón, como la
complicación final de una patología y el natural término de la vida.
Veamos, pues, de qué manera los
factores descritos antes estén estrechamente relacionados entre sí: el
tecnicismo y el organicismo a primera vista pueden ser considerados solamente como “deformaciones profesionales” de la clase médica; en realidad, un análisis más
atento nos revela que ellos constituyen al mismo tiempo la justificación y el instrumento de un rechazo cultural más generalizado de la
muerte, que involucra no sólo al
médico sino a toda la sociedad.
Problemáticas específicas
en el ámbito de la reanimación
Estrechamente vinculado con el
tecnicismo tenemos el problema
del ensañamiento terapéutico, especialmente en el campo de la terapia intensiva, por la subsistencia de
condiciones particulares.
En primer lugar, la misma forma
mentis del médico anestesista-reanimador hace que él difícilmente
se rinda; está acostumbrado a defender la vida incluso en las condiciones más contrarias. Naturalmente, a la agresión diagnósticoterapéutica del intensivista debe
dársele su justo significado: se hace necesario por la gravedad y por
el carácter rápidamente evolutivo
de los cuadros clínicos que debe
tratar y su objetivo es una rápida
diagnosis para una terapia puntual
y eficaz.
Por otro lado, el progreso técnico-científico conocido en estos últimos años por la terapia intensiva
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
ha puesto a disposición del médico
reanimador, más que de otro especialista, instrumentos de sostén
mecánico y farmacológico que
permiten sostener de manera cada
vez más eficaz y duradera las funciones vitales del organismo humano una vez que estas hayan disminuido.
Hoy es posible mantener íntegras incluso las funciones somáticas extracerebrales – aunque por
períodos limitados – también en
pacientes que se encuentran en
“muerte encefálica”. Esta asistencia intensivista a un paciente para
todos los efectos muerto – es bueno recordarlo – no puede tener como fin sino la exportación de los
órganos, siendo injustificada en el
plano ético cualquier otra finalidad. Antes bien, podemos decir
que el paciente en situación de
muerte encefálica representa la
personificación más extrema de la
deformación organicista y tecnicista de la medicina: un soma totalmente dependiente de la terapia en
la que una malentendida tecnología puede mantener un cierto tipo
de vida cuando ésta ha cesado.
Esta es la condición que más
claramente caracteriza el ensañamiento terapéutico que – lo recordamos – puede definirse como “un
tratamiento de documentada ineficacia con respecto al objetivo; a
esto se añada la presencia de un
riesgo elevado y/o una particular
gravedad para el paciente con un
sufrimiento posterior en el que la
excepcionalidad de los medios utilizados resulta claramente desproporcionada con los objetivos de la
condición específica”8.
Por tanto, el primer criterio es el
de la documentada ineficia y, por
lo mismo, la inutilidad de la terapia. Se basa en la evidente contradicción in fieri de una semejante
conducta de parte del curante: el
“ensañamiento”, es decir la obstinada continuación y sin finalidad
de un tratamiento que resulte inútil
para el paciente, anula el valor “terapéutico” y por consiguiente la
naturaleza misma del tratamiento
que, en cuanto tal, debería tener como finalidad el bienestar del paciente. Este concepto es expresado
también en el Nuevo Código Italiano de Deontología Médica9, en cuyo Art. 13 se define al ensañamiento diagnóstico-terapéutico como
“...osbtinación en tratamientos de
los que no se puede fundadamente
esperar un beneficio para el paciente o una mejora de la calidad
de la vida”.
Es evidente, asimismo, que una
terapia útil, cualquiera sea su complejidad, nunca podrá configurarse
en una actitud de ensañamiento terapéutico. El empleo de recursos
diagnósticos y terapéuticos adelantados de elevado grado de tecnología está plenamente justiciado si se
realiza para el exclusivo beneficio
del paciente.
El segundo criterio, no explícitamente contenido en la definición
del Código Deontológico, es el de
la pesadez del tratamiento que corre el riesgo de ocasionar ulteriores
y nuevos sufrimientos, físicos y
morales, hasta el punto de delinearse una actitud de “violencia terapéutica”.
El tercer criterio es el de la excepcionalidad de los medios terapéuticos que no deben ser desproporcionados con los objetivos que
el médico desea lograr.
Es evidente que este último criterio está sujeto a la continua evolución de la ciencia médica. Medios que un tiempo estaban considerados como desproporcionados
hoy son de cotidiana y rutinaria
aplicación. Baste pensar en la ventilación mecánica y en la hemodiálisis que hoy se pratican también a
129
domicilio. El juicio de proporcionalidad debe ser aplicado más bien
teniendo en cuenta un conocimiento adecuado de las condiciones clínicas del enfermo y del concreto
beneficio aportado por la intervención terapéutica.
Para concluir, así como no es la
complejidad o la agresividad de la
terapia la que configura el ensañamiento terapéutico, sino su proporcionalidad con las efectivas condiciones del paciente, del mismo modo no es el elevado empleo de la
tecnología el que configura el tecnicismo, sino la finalidad a la que
ella tiende: el médico “...debe mirar con desapego a todas las tecnologías, como a simples medios que
es oportuno elegir cuando sirven
para un fin específico”10. Dicha finalidad, repetimos, debe ser curar
al enfermo y no la enfermedad.
Retorno a la visión hipocrática
y cristiana
La revisión crítica del tecnicismo ha llevado a descubrir el antiguo acercamiento hipocrático de la
medicina: en esta perspectiva holista, la enfermedad no es un simple fenómeno orgánico, sino que
traduce el desequilibrio del hombre
con su cuerpo y no con el ambiente
que lo rodea, y el médico debe curar al paciente en su globalidad,
con la colaboración del paciente
mismo: a la relación paternalista y
positivista de dependencia se contrapone el de interdependencia en
la dialéctica médico-paciente.
La contraposición entre estos
dos modos de practicar la medicina
se muestra clara ya desde el período de los antiguos griegos: en la
obra Leyes, Platón distingue entre
el médico esclavo para los esclavos
y el médico libre para los libres. El
primero examina a sus enfermos
esclavos en los lugares de cura; no
indica nunca la razón de alguna enfermedad ni se deja instruir al respecto por el enfermo; prescribe rápidamente lo que considera oportuno y luego corre a otro esclavo
enfermo. El segundo se ocupa de
las personas libres; analiza sus enfermedades partiendo de sus causas a través del coloquio con el enfermo así como con los que le están
más cercanos. Instruye al paciente
sobre su enfermedad en los límites
DOLENTIUM HOMINUM
130
en que pueda entenderlo y no prescribe remedios antes de que el paciente comparta su eficacia. El enfermo quiere saber para poder decidir autónomamente. Su confianza es importante, pero no es ciega.
Narra una antigua anécdota que
Aristóteles enfermo se dirigió al
médico que le prescribía una terapia diciéndole: “Díme las razones
de tu actuar y, si me persuadirán,
las seguiré”.
Dicha recuperación de una dimensión más “humana” de la relación médico/paciente, naturalmente asume un significado nuevo en
la perspectiva cristiana de la caridad: curar la enfermedad representa una ocasión para donar al prójimo uno de los bienes más grandes,
la salud, entendida como bienestar
físico y moral, restituyendo al
hombre enfermo su dignidad. “El
acercamiento pleno de humanidad
y de amor al enfermo, solicitado
por una visión integralmente humana de la enfermedad y refrendado por la fe, se inserta en esta eficacia terapéutica de la relación médico/enfermo”11. El agente sanitario debe cuidar las relaciones con
el paciente de manera que el sentido humanitario refuerce la profesionalidad y la competencia se
vuelva más eficaz por la capacidad
de comprender al enfermo.
Las posibilidades técnicas deben
medirse con la liceidad ética, que
establece la compatibilidad humana, es decir su efectivo empleo en
tutela y respeto de la dignidad de la
persona humana. La ciencia y la
técnica “no pueden por sí solas indicar el sentido de la existencia y
del progreso humano. Al estar ordenadas por el hombre del cual logran su origen e incremento, reciben de la persona y de sus valores
morales la indicación de sus finalidades y la convicción de sus límites”12.
Es por esto que “la ciencia debe
aliarse con la sabiduría. La ciencia
y la técnica son oltrancistas, es decir, cada día adelantan sus fronteras. La sabiduría y la conciencia
trazan para ellas los límites invalicables de lo humano”13. “Nuestra
época, más aún que en los siglos
pasados, tiene necesidad de esta sabiduría, para que se vuelvan más
humanos todos los nuevos descubrimientos”14. Hipócrates afirmaba
que el médico debe amar a la sabiduría: iatros philosophos isotheos,
el médico que es también filósofo
es igual a un dios. Como médico,
en efecto, se vale del saber científico, no con la actitud de quien se
cree omnipotente, de quien se profesa sophos, el sabio, sino del filosophos, de aquel que ama cada forma del saber porque conoce los límites del propio saber y no se cansa de aumentarlo.
Prof. CORRADO MANNI
Director del Instituto
de Anestesiología y Reanimación
Universidad Católica
del Sagrado Corazón, Roma
Notas
1
DESCARTES R.: Discurso sobre el método.
Laterza Bari, 1976, p. 59.
2
JASPERS K.: Die Idee des Arztes. Scheitzerische Arztzeitung, 1953, 27. Conferencia realizada en la ceremonia para la celebración de
la Jornada Suiza del Médico, Basilea, 6 de junio de 1953.
3
JASPERS K.: Der Arzt im technischen Zeitalter, ed. it.: Il Medico nell’età della tecnica.
Raffaello Cortina Editore, Milano, 1991, p.
43.
4
SPINSANTI S.: Antropología cristiana.
EOU Universidad Católica del Sagrado Corazón, Roma, 1981, p. 17.
5
SGRECCIA E.: Manuale di Bioetica, vol. 1.
Fundamentos y ética biomédica. Vida y pensamiento, Milano, 1988, p. 208.
6
WAUCH E.: The loved One. Londres,
1948.
7
PETRINI M.: Accanto al morente. Ed. Vita
e Pensiero, Milán, 1990.
8
MANNI C.: Accanimento terapeutico: definizione e aspetti scientifici. Actas del Congreso AMCI-ACOS “Ensañamiento terapéutico: un concepto que debe ser aclarado”, Roma 1990.
9
Federación Nacional de Médicos Cirujanos y de los Odontoiatras. Código de Deontología Médica. Boletín del Orden Provincial de
Roma de los Médicos Cirujanos y Odontoiatras, 7/8 Supl. 1995.
10
REISER S.J.: La medicina y el reino de la
tecnología, Milán, 1983, p. 316.
11
Pontificio Consejo para la Pastoral de los
Agentes Sanitarios: Carta de los Agentes Sanitarios. Ciudad del Vaticano, 1994, p. 77.
Cfr. JUAN PABLO II, Motu proprio Dolentium
hominum, 11 de febrero de 1988, en Enseñanzas VIII/1, p. 474.
12
Sagrada Congregación para la Doctrina
de la Fe. Instrucción Donum vitae, 22 de febrero 1987, en AAS 80 (1988), p. 73.
13
Pontificio Consejo de la Pastoral para los
Agentes Sanitarios. Ciudad del Vaticano,
1994, p. 41-42.
14
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 15.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
131
SILVIO GARATTINI
Las “nuevas” terapias en la medicina
Los progresos de la medicina en
el campo terapéutico en los últimos
decenios ciertamente han sido mucho más significativos a los logrados en los milenios anteriores gracias al afirmarse de la investigación
científica que ha permitido desarrollar los conocimientos básicos y, al
mismo tiempo, aplicar estos conocimientos al desarrollo de terapias
farmacológicas y a la demostración
de su eficacia a través de estudios
clínicos controlados. Una larga lista
de enfermedades, que en buena porcentual hoy pueden ser curadas, es
el resultado de este esfuerzo conducido de modo sinérgico por laboratorios experimentales y centros de
investigación clínica de todos los
países industrializados. Muchas esperanzas provienen hoy gracias al
desarrollo de la biología molecular
que a través de la identificación de
estructuras génicas y protéicas ofre-
ce a la farmacología moderna nuevos targets para activar o para refrenar con la certidumbre de que, en
tiempos difíciles de prever, esto se
traducirá en la disponibilidad de
nuevas formas terapéuticas. La Tabla 1, resume de manera esquemática algunas formas más salientes de
intervención, advirtiendo que todo
esto está destinado a modificarse
velozmente.
De todos modos, esta ponencia
desea evitar cualquier triunfalismo
o listas de posibles descrubrimientos próximos para concentrarse – de
manera más adecuada en esta sede –
en una serie de consideraciones que
quieren poner en evidencia de qué
manera las nuevas terapias no siempre satisfacen las exigencias de todos los enfermos, sino más bien
– con las debidas excepciones – los
intereses de las grandes multinacionales industriales farmacéuticas.
Tabla 1 - Líneas de desarrollo de la biotecnología moderna
y ejemplos de nuevos productos 3
• Nuevos agentes terapéuticos de naturaleza protéica (productos recombinantes).
• Nuevas estrategias y nuevos productos capaces de modular la acción de genes específicos
(terapia génica, oligonucleótidos antisentido).
• Nuevas estrategias y nuevos compuestos capaces de bloquear la actividad de peptidos y
proteínas de actividad biológica (anticuerpos monoclonales, receptores solubles, selex).
• Nuevos acercamientos para el screening de moléculas derivadas de la química orgánica
de síntesis (combinatorial chemistry).
• Nuevas metodologías para el desarrollo racional de moléculas de tipo clásico derivadas de
la química orgánica de síntesis (rational drug design).
Productos clínicamente disponibles
Insulina, hormona del crecimiento (hGH), eritropietina (EPO), granulocyte-macrophage-colony-simulating factor (GM-CSF), granulocyte-colony-stimulating factor (GCSF), interferone α, interferone β, interferone γ, Follicular Stimulating Hormone
(FSH), interleuchina-2.
A nivel experimental
Citochine anti-inflamatorias: antagonista receptorial de la interleuchina-1 (IL-ra), interleuchina-4, interleuchina-6, interleuchina-10, interleuchina-13.
Factores de crecimiento: factor del crecimiento neuronal (NGF), trombopoietina
(TPO), basic fibroblast growth factor (bFGF), acidic fibroblast growth factor (aFGF),
platelet derived growth factor (PDGF).
En lo que se refiere al nivel innovativo, una reciente investigación1
demuestra que sobre 1000 productos farmacéuticos registrados en
Italia durante el período 19841992, menos del 2% de dichos productos tenía la característica de representar una mejora con respecto
a las terapias ya disponibles. Si se
analizan en estos últimos años los
productos registrados con procedimiento centralizado europeo en el
período enero 1995 – mayo 1997,
se llega a la conclusión de que sólo
6 principios activos con respecto a
31 productos farmacéuticos autorizados para la comercialización,
presentan un real progreso documentable de algún modo ventajoso
para el enfermo.
Existe también una grande diferencia entre lo que es producido en
términos de investigación por la industria farmacéutica (que tradicionalmente se ocupa del desarrollo de
nuevos fármacos) con respecto a
las necesidades terapéuticas del enfermo y de alguna manera de los intereses del Servicio Sanitario Nacional que administra las terapias
pagándolas en beneficio de los pacientes.
Enfermedades raras
Existen aproximadamente 5000
enfermedades que podemos considerar raras porque aparecen con baja frecuencia, aunque el hecho de
que una enfermedad es rara en cierta área geográfica puede ser relativamente frecuente en otra área. Estados Unidos y Japón han empleado parámetros diferentes para definir las enfermedades raras (uno sobre mil y uno sobre diez mil, respectivamente), mientras en Europa
DOLENTIUM HOMINUM
132
se ha preferido evitar una referencia numérica. Las enfermedades raras en buena parte tienen origen genético y se pueden identificar en todas las especialidades médicas. Los
conocimientos sobre estas enfermedades son relativamente escasos
aunque recientemente, gracias a
proyectos como Telethon, se han
hecho muchos progresos para identificar carencias o modificaciones
génicas. Las enfermedades raras
también pueden ser de origen ambiental, relacionadas con particulares situaciones de contaminación
local. En general, existen pocas terapias para las enfermedades raras
y a menudo se trata de terapias no
confirmadas; por ejemplo la Tabla
2 contiene todas las terapias que se
utilizan cada vez en el tratamiento
de la uremia hemolítica. En realidad es muy difícil que se desarrollen terapias específicas ya que el
know-how para estas actividades
existe fundamentalmente sólo en la
industria farmacéutica y la industria no tiene interés alguno para poner a disposición importantes recursos que no den retornos económicos adecuados. En este sentido,
las enfermedades raras han sido definidas “antieconómicas” y a los
fármacos para las enfermedades raras generalmente se les denomina
“huérfanos”2.
Tabla 2 - Tentativas
terapéuticas para el sindrome
urémico hemolítico y la
botic trhombocytopenic purpura
• Esplenoctomia
• Glucocorticoide
• Intercambio de la sangre
• Heparin
1960 15
• Agentes antiplaquetas
• Intercambio del plasma
• Infusiones de plasma
• Prostacyclin
• Vincristine
• Inmunoglobulina
1936 12
1959 13
1959 14
1972 16
1976 17
1977 18
1979 19
1979 20
1985 21
Dado que se calcula que todas las
enfermedades raras representan al
menos el 10% de todas las patologías, no se puede aceptar que los
enfermos de enfermedades raras
sean condenados a no mantener la
esperanza que puede nacer sólo
gracias a la existencia de una investigación para nuevos fármacos.
Además, es necesario subrayar que
las enfermedades raras representan
un aporte también para la comprensión de enfermedades más comunes; por ejemplo, sin las enfermedades raras de la coagulación hemática, la comprensión de los procesos hemorrágicos o de trombosis
ciertamente sería menos adelantada. La investigación sobre las enfermedades raras no se debe concentrar obviamente en la farmacología o en la terapia génica; son importantes también las intervenciones preventivas de asesoría genética o, en el futuro, de modificaciones génicas introducidas en relación con las técnicas de fecundación asisitida.
Enfermedades tropicales,
infectivas y parasitarias
Por razones opuestas, también
las enfermedades presentes, sobre
todo en los países en vías de desarrollo, deben considerarse antieconómicas. En efecto, aun si se descubrieran nuevos fármacos para la
malaria, la lepra, la tuberculosis, la
shistosomiasis, tripanosomiasis, filariosis, los pacientes que podrían
beneficiarse de ellos, no tendrían
los recursos para poderlos comprar.
Sin embargo, estas enfermedades
afectan a un número elevado de
personas, como se puede observar
en la Tabla 3.
Tabla 3 - Algunos datos sobre
las enfermedades tropicales
más difundidas
rrollo de fármacos, pero sus recursos son muy limitados (20 millones
de dólares, aproximadamente), para poderla considerar de grande significado. Además, los aportes de
los países industrializados para este
programa han disminuido de manera escandalosa, así como son inadecuados también los programas de
investigación de la UE para los países en vías de desarrollo.
Es oportuno subrayar que nunca
como en este momento, la moderna
investigación ha ofrecido indicaciones importantes sobre receptores, encimas y genes de microbios
y parásitos que pueden prometer
targets para desarrollar nuevos fármacos. Del mismo modo, es posible pensar justamente a raíz de los
nuevos conocimientos, en el proceso de nuevas vacunas. Sin embargo, faltan absolutamente recursos
económicos adecuados y esto pone
límites a la posibilidad de que se
constituyan grupos de investigación dedicados a la medicina tropical.
Fármacos para no-responders
Las terapias consideradas eficaces, incluso para enfermedades
más comunes, no son eficaces para
todos los pacientes que son tratados. Estos pacientes – definidos resistentes o no responders – tienen
necesidad de encontrar terapias eficaces. Para poner ejemplos se puede recordar que aproximadamente
Enfermedad
N. de enfermos
Notas
Malaria
300-500 millones
Chagas
Esquistosomias
Oncocerchiasis
Filariosis
Leismaniosis
Tripanosomiasis
18 millones
200 millones
17,6 millones
100 millones
12 millones
300.000
1,5-2,7 millones de muertos por
año (incluidos cerca de 1 millón
de niños < 5 años).
45,000 muertos por año
-
Fuente: WHO; 31/7/1995
La investigación para estas enfermedades es muy escasa y se limita a exigencias de protección de
los militares de los Estados Unidos
que obran o podrían obrar en regiones riegosas. La Organización
Mundial de la Salud tiene hasta
ahora un programa (TDR – Tropical diseare research) para el desa-
el 30% de los pacientes con grave
depresión tiene una respuesta insuficiente a los comunes fármacos
antidepresivos (tricíclicos o inhibidores del uptake de la serotonina);
el 10-20% de los pacientes afectos
de helicobacter pylori (un microorganismo considerado responsable
de la úlcera duodenal) no responde
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
de manera significativa a las terapias corrientes (antibióticos + inhibidores de los receptores H2 o inhibidores de la bomba protónica);
aproximadamente el 7 por ciento
de los pacientes que sufren un infarto miocardiaco mueren no obstante el tratamiento con los fármacos fibrinolíticos.
Los no-responders están en la situación de no tener terapias adecuadas cuando representen una pequeña porcentual de los pacientes y,
por tanto, estén incluidos en situaciones asimilables a las de las enfermedades raras. También en este
caso el escaso número de pacientes
que pueden gozar de una nueva terapia determina la imposibilidad de
procesarla por razones fundamentalmente económicas. Desde el
punto de vista industrial es preferible dirigirse al desarrollo de fármacos que tegan un amplio mercado.
Es diferente, en cambio, el caso
de enfermedades, como los tumores, en los cuales la resistencia se
refiere a la mayoría de los pacientes: en este caso, la incentivación a
desarrollar fármacos activos en tumores resistentes a los fármacos
comunes antitumorales sigue siendo significativo porque el mercado
es apetecible.
Necesidad de estudios
comparativos para fármacos
pertenecientes al mismo
tipo terapéutico
Contrariamente a lo que generalmente se considera, como ya hemos recordado, las efectivas “novedades” en el campo farmacéutico
son relativamente raras. En efecto,
el mercado está dominado por copias de los mismos principios activos, presentados bajo diferentes
nombres, o por análogos que no
ofrecen ventajas sustanciales con
respecto a los prototipos. La Tabla
4 resume el número de análogos
disponibles para los 23 principios
activos que pueden considerarse
“prototipos” portadores de una real
innovación. Se trata de 199 análogos y de más de seicientos productos que se hacen competencia en el
mercado para obtener la prescripción de los médicos. La Tabla 5 nos
ofrece un ejemplo de la redundancia de fármacos existentes en el
sector cardiovascular.
133
Tabla 4 – Algunas clases de fármacos “me-too” en Italia (1994)
no.
Clase
Principios activos
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
Cephalosporins
NSAID
Benzodiazepines
Heparins
Tricyclic antidepressants
Beta-adrenoceptor blockers
Iron salts
Glucocorticoids
Beta-adrenoceptor agonists (aerosol)
ACE inhibitors
Sulphonamide antidiabetics
Ca++ antagonists (dihydropyridines)
Prokinetics
Urinary antiseptics
H2 antagonists
Nitrates
Fibrates
Fibrates (selective)
Benzamides
Bile acids
Anthracyclones
Serotonin uptake inhibitors
5-HT3 antagonists
28
23
17
15
14
13
13
12
11
11
11
10
8
8
7
7
6
6
6
5
5
5
4
Productos farmaceúticos
122
109
36
25
18
14
42
34
20
26
17
36
24
40
39
23
19
12
15
24
4
8
9
Tabla 5 – Algunas clases de principios activos y productos
distribuidos gratuitamente por el Servicio Sanitario Nacional
para la terapia cardiovascular.
Clase Farmacológica
N. principios
activos
N. productos
(confecciones)
Glicosidos cardiacos
Diuréticos
Antiarítmicos
Blocantes β-adrenérgicos
Antihipertensivos
ACE inhibitores
Blocantes α-adrenérgicos
Inhibidores receptores - angiotensina II
Nitratos
Calcio antagonistas
Simpatominéticos
Heparin
Anticoagulantes orales
Antiplanquetas
Hipolipemizantes
Hipocolesterolenizantes
1
15
7
16
3
18
2
1
4
10
1
2
3
2
4
4
8
38
17
53
12
70
15
3
51
99
1
35
5
14
21
16
Total
93
458
En realidad, el desarrollo de muchos análogos no corresponde a necesidades terapéuticas de los pacientes, sino a exigencias de carácter comercial para conquistar una
parte del mercado; en este sentido,
los análogos de fármacos existentes
son conocidos también como fármacos “me-too”. Aunque no se
puede negar que en casos relativamente raros algún “me-too” tenga
una mayor eficacia terapéutica o un
mejor perfil en lo referente a efectos colaterales, en la mayoría de los
casos los me-too no ofrecen ventajas particulares, a menudo ni siquiera bajo el perfil económico. Por
ejemplo: 8 análogos del captopril
DOLENTIUM HOMINUM
134
(el primer inhibidor del encima de
conversión de la angiotensina II, de
acción antihipertensiva) como los
innumerables fármacos pertenecientes a los anfiinflamatorios no
esteroideos (NSAID) o bien los 12
análogos del diazepam, de acción
ansiolítica son esencialmente indiferenciables salvo por menores diferencias que no tienen mayor importancia desde el punto de vista terapéutico4. Sin embargo, se debe
añadir que su equivalencia no es totalmente probada porque los estudios clínicos conducidos, no permiten excluir que algunos de ellos tengan en realidad una actividad inferior. De hecho, lo que generalmente
interesa a las industrias, en ausencia
de reglas que pidan una real comparación, es la demostración de una
eficacia análoga a los productos ya
existentes (equivalencia) de manera
que pueda acceder al mercado. Nos
encontramos, pues, ante la falta de
un buen número de serios estudios
clínicos controlados para establecer
cuál sea la real equivalencia de los
análogos. Por otro lado, no podemos pensar que la industria farmacéutica realice estas averiguaciones
considerando el riesgo de perder el
mercado, en el caso de que su fármaco sea de inferior eficacia que
los demás.
Mientras en el pasado se buscaba
a todo coste desarrollar análogos
que tuvieran cierta característica de
innovación, no obstante que luego
la experimentación clínica no demostrara ventajas particulares, para
muchos estudios para los que se requeriría hoy una considerable numerosidad, se inicia una experimentación clínica con el único objetivo de demostrar su equivalencia
con respecto a un fármaco de referencia (ver el ejemplo mostrado en
la Tabla 6). Sin querer entrar en los
detalles estadísticos para lo cual se
remite a la literatura especializada5,6, el estudio de la equivalencia
plantea problemas de naturaleza
ética. En efecto, para que una experimentación clínica responda a las
exigencias éticas debe ser diseñada
de manera tal que se dé una respuesta cierta y debe probar una hipótesis que sea ventajosa para el
enfermo. Exponer, pues, a muchos
enfermos a una experimentación
sabiendo con anterioridad que el
nuevo fármaco no puede sino ser
igual a los ya existentes, sin poder
Tabla 6 - El problema de la equivalencia 3
La relación costo/eficacia permite a los servicios de salud pública escoger el tratamiento
más económico entre varias alternativas de igual eficacia y seguridad. Es importante, pues,
establecer si un tratamiento es igualmente eficaz (sin ser necesariamente superior) con respecto a un tratamiento que, en base a los resultados de estudios clínicos controlados, representa la mejor terapia posible para una determinada patología. Pero documentar la equivalencia de un fármaco con respecto a otro no es una cosa simple. La metodología de los clinical trial de eficacia no es aplicable tout court al problema de la equivalencia: el trial es útil
para individuar diferencias entre tratamientos; pero si dos tratamientos no resultan diferentes
entre sí en términos de eficacia clínica, no necesariamente deben ser considerados equivalentes. Algunas ideas-guía, como las que sugiere la autoridad reguladora europea (CPMP
Working Party on Efficacy of Medicinal Products5, al que se remite para los detalles técnicos), tienden a prevenir errores metodológicos que comporten una lectura no crítica de los
resultados de un trial en términos de “equivalencia” en vez de “no diferencia”. No obstante
estas cautelas la interpretación de los resultados de un trial de equivalencia a menudo deja
cierta perplejidad.
Un ejemplo
El INJEC trial6 pone en comparación dos estrategias trombolíticas en el tratamiento del
infarto miocárdico agudo. Se considera que un nuevo activador del tejido del plasminógeno
(tPA) tenga la capacidad de reducir del 1% la mortalidad que generalmente se registra en los
pacientes tratados con streptokinase (SK) después del infarto. Pero, en vista de la dificultad
para demostrar dicha ventaja teórica, se desea verificar si el tratamiento experimental es por
lo menos equivalente a aquel standard.
La mortalidad en el primer mes después del infarto resulta equivalente al 9.5% en el grupo SK y al 9.0% en el grupo tPA: una reducción del 0.5%, que los intervalos de confianza
describen como comprendida entre una posible reducción del 1.98% y un posible aumento
del 0.96%. El peor resultado que uno puede esperar, pues, es inferior al 1% de aumento de la
mortalidad adoptado como criterio de equivalencia en el protocolo del trial. Si se tiene en
consideración solamente a los pacientes que efectivamente han recibido el tratamiento y si
se aplica un test estadístico menos conservativo tiene una prosecución, dicho resultado se
aleja aún más del límite determinado con anterioridad del 1% de exceso de mortalidad: en el
grupo tPA con respecto al grupo SK es solamente del 0.7%. La conclusión está por la equivalencia de los dos tratamientos.
Permanece el hecho que un potencial riesgo añadido del 1% (o del 0.7%, si se quiere) es
desproporcionado y, por lo mismo, difícilmente aceptable, si es aplicado a un evento que tiene una incidencia del 9% y a una patología que tiene una amplia prevalencia en la población
general. Traducido en cifras significa considerar equivalente al tratamiento standard actual
aquel que, aplicado a 500,000 pacientes afectos cada año por infarto en Italia, se podría ahorrar casi 900 vidas, pero sacrificando casi más de 400. Las perplejidades aumentan si se considera la seguridad de cada tratamiento: por ejemplo, más de 6000 pacientes en el grupo tPA,
con respecto a los 5000 del grupo SK, podrían correr el riesgo de ictus cerebral en el inmediato post-infarto.
En conclusión: aunque puede aparecer sorprendente, un juicio de equivalencia requiere
una mayor cautela y no un juicio de eficacia. La documentación científica de la equivalencia
de los tratamientos, además, requiere un afinamiento de la metodología de los trial, que también ha dado resultados tan importantes en la definición referente a la eficacia de los fármacos.
excluir que pueda ser también inferior, es algo inaceptable. En este
sentido, es necesario profundizar el
problema implicando comités éticos y grupos de pacientes para que
se modifique la legislación actual
evitando que intereses de puro mercado pasen por encima de los pacientes. Se podrá objetar que de este modo se bloquea el progreso médico; pero esto es muy errado porque conceder demasiado espacio a
productos destinados a aumentar el
mercado significa disminuir los re-
cursos y el esfuerzo para encontrar
nuevos fármacos; en este sentido,
el análisis de las características preclínicas de un nuevo principio activo debería encontrar mayor atención sobre todo cuando es posible
demostrar que el nuevo producto
actúa con un mecanismo de acción
diferente de aquellos ya existentes.
Se puede objetar también que esta
actitud restrictiva no permitiría desarrollar fármacos genéricos (aquellos fármacos que son copias de
principios activos que han pasado
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
el período del brevete y que son
vendidos con el nombre genérico
en sustitución de productos con
nombre comercial); sin embargo,
en este caso la razón por la cual se
estudia la equivalencia de los fármacos genéricos con respecto a los
originales es la de disminuir el precio, por tanto de obtener una ventaja en favor de quien – público o privado – debe comprar los fármacos.
Tabla 7 – Fármacos hipocolesterolemizantes:
¿cuáles son las ventajas que presentan? 11
Un recorrido modelo: el caso de las statina
efecto farmacológico:
• bioquímico inhibiendo el hidrosimetilglutaril coenzima A (HMG-CoA), las statine
reducen la síntesis de colesterol y la producción de LDL de parte del hígado: de este modo reducen los niveles de colesterol en la sangre del 2025%
• biológico
reducen las membranas arterioescleróticas
eficacia clínica
Reducir el número de pacientes
tratados inútilmente
El empleo de muchos fármacos
determina resultados favorables solamente para una pequeña porcentual de pacientes que reciben un
tratamiento. En general, se trata de
fármacos empleados en prevención
primaria o secundaria que deben
ser suministrados durante muchos
años o incluso de por vida. Por
ejemplo, el empleo de la aspirina
en el paciente que haya superado
un infarto miocardio reduce la mortalidad del 4% por cada año. Por
tanto, si se trata de un millón de pacientes se ahorrarán 40,000 muertos por año: una cifra importante
que justifica ampliamente el uso de
la aspirina. Sin embargo, si se considera el otro aspecto del problema,
se puede observar que 960,000 pacientes son expuestos al uso de un
fármaco sin tener ninguna ventaja
con respecto a la mortalidad debiendo obtener, en cambio, efectos
colaterales graves (úlcera gástrica)
aunque en una pequeña porcentual
de casos.
El estudio “Woskop”7,8 empleando la pravaestatina (un fármaco
que disminuye la hipercolesterolemia) en un estudio de prevención
primaria ha demostrado una disminución de la mortalidad del 2%; esto significa que tratando a un millón de personas se podía ahorrar
aproximadamente 20,000 muertos
por año; pero también en este caso
980,000 personas eran tratadas sin
ventajas específicas en lo que se refiere a la mortalidad, siendo expuestas en cambio a un posible
riesgo de cancerogénesis9. En lo
que se refiere a los problemas que
se plantean en el uso de las statina
en el tratamiento de la hipercolesteromia, ver la Tabla 7.
Es claro que estudios ad hoc podrían dirigirse a entender cuáles
135
reducen del 1/3 los eventos coronáricos
- del 8.5 al 5.0% en prevención secundaria
- del 7.9 al 5.5% en prevención primaria
reducen del 1/3 la mortalidad general
- del 11.5 al 8.2% en prevención secundaria
- del 4.1 al 3.2% en prevención primaria
eficacia epidemiológica (effectiveness)
- aumentan de aproximadamente 4 meses la espera de vida (74.5 años) de
un hombre de 59 con niveles mediano-altos de colesterol (260 mg/dL)
- deben suministrarse a 30 pacientes por 5 años para evitar
. un evento coronárico
. un deceso en prevención secundaria
- deben suministrarse a 110 pacientes durante 5 años para evitar
. un deceso en prevención primaria
cost/effectiveness en un hombre de 59 años con niveles mediano-altos de colesterol, un
año de vida añadido cuesta 5400$, es decir, poco menos de 9 millones
de liras.
Nota: El perfil de beneficio/riesgo y de costo/beneficio de un tratamiento nunca es suficientemente claro. Aun siendo rico en valuaciones e informaciones, el ejemplo de las statine - tomado aquí como modelo - reserva aún muchos aspectos poco definidos. Por ejemplo, el hecho
de que la curva de supervivencia de los pacientes tratados con statine en los trial citados tienda a diferenciarse de manera progresiva de aquella del grupo de control, deja suponer que un
tratamiento seguido indefinidamente en el tiempo puede garantizar una eficacia superior a la
observada durante el período de la experimentación. En realidad, aún no conocemos los riesgos a los que expone el tratamiento a los pacientes a largo plazo. Lo único que sabemos es que
estos ciertamente son mayores cuanto más amplio sea el uso del fármaco en la población. Si se
confirmase en el hombre la sospecha de cancerogenicidad de las statine que ha surgido en modelos experimentales animales, ¿cuál sería la relación beneficio/riesgo de un tratamiento a largo plazo? y - admitido que aún sea oportuno valuarlo - ¿cuál sería la relación costo/beneficio?
son las características de los pacientes que responden positivvamente al tratamiento con respecto a
los que no son sensibles. Estos estudios permitirían identificar a las
poblaciones sensibles y, por tanto,
disminuir el número de pacientes
tratados inútilmente. Sin embargo,
es difícil que esto tenga lugar por
iniciativa directa de la industria farmacéutica porque se traduciría para
ella en una considerable reducción
del mercado.
Observaciones finales
Los ejemplos arriba mencionados indican claramente la existen-
cia de amplios sectores de la terapia
que son muy carentes o que son administrados de modo no optimal.
Todo ello depende del hecho que
nuestra sociedad ha delegado a la
industria farmacéutica la mayor
parte de las actividades que tienen
que ver con el descubrimiento de
nuevos fármacos. Es claro que no
se puede pedir y ni siquiera obligar
a quien debe sacar provecho, que
renuncie voluntariamente a esta finalidad. El desarrollo de los conocimientos y de las posibilidades terapéuticas, así como una mayor
convicción de los derechos de los
enfermos a la equidad, requiere que
el problema sea planteado de manera diferente para responder a las
DOLENTIUM HOMINUM
136
nuevas exigencias. No se trata,
pues, de penalizar de alguna forma
la actividad de la industria farmacéutica que antes bien debe ser integrada de manera que el descubrimiento y el empleo de nuevos fármacos no esten condicionados por
factores puramente económicos10.
Es pues urgente que se creen nuevas formas para incentivar las nuevas terapias – entendidas en el más
amplio sentido del término – que
no son de interés industrial. Este
objetivo puede ser logrado a través
de una pluralidad de intervenciones. Ante todo es preciso que de algún modo se movilicen nuevos recursos para la investigación haciendo más difícil la aprobación de fármacos copia análogos a los ya existentes. Esto se puede obtener limitando el número de registraciones
con respecto a la difusión de la patología o requiriendo comparaciones más profundas con los fármacos que ya existen. Es urgente realizar también para Europa, como ya
ha ocurrido en los Estados Unidos
y en Japón, una legislación que facilite, a través de una exclusividad
de la comercialización y de una serie de incentivaciones, la investigación clínica de disponibilidad de
fármacos huérfanos para las enfermedades raras y para las enfermedades tropicales. En segundo lugar,
es preciso poner a disposición adecuadas incentivaciones fiscales a
través de una norma a nivel europeo para los que realizan investigaciones de interés no-industrial; las
incentivaciones pueden ser contribuciones, préstamos sin intereses,
disminución de impuestos, fiscalización de las cargas sociales u otro.
En tercer lugar, es necesario predisponer una serie de proyectos finalizados tanto a nivel nacional como
internacional. En Italia, la creación
de un Consejo Nacional de Investigaciones Médicas para responder a
las exigencias del Servicio Sanitario Nacional, podría representar un
organismo útil a través del cual
promover la investigación terapéutica de interés público. A nivel europeo el 5º programa cuadro de la
EU puede representar una gran
oportunidad sobre todo para las enfermedades raras y los fármacos
huérfanos que son un problema supranacional. En fin, se puede plantear la posibilidad de realizar una
Agencia a nivel europeo para promover y financiar a través de
grants y contratos toda la investigación terapéutica que sea necesaria
para la sanidad pública.
Para concluir, existen hoy posibilidades concretas para realizar nuevas terapias; sin embargo es necesario tener presente que no todas
las nuevas terapias son de interés
industrial y que por lo tanto hay que
desarrollar estrategias alternativas
a las que hoy son dominantes.
Prof. SILVIO GARATTINI
Director del Instituto de Investigación
Farmacológica “Mario Negri” - Milán
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IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
137
ELIO SGRECCIA
Potencialidades y límites del progreso científico
y tecnológico
La ciencia experimental
y el apoyo técnico
El título, tan general, requiere
algunas puntualizaciones: ante todo nos ocupamos aquí del progreso científico-tecnológico en el ámbito biomédico, aunque sabemos
que este tipo de progreso se enmarca y está conexo con el desarrollo de la ciencia moderna con
otros factores en evolución, de orden cultural y social1.
Asimismo, me parece claro que
se desea reflexionar especialmente sobre las posibilidades y los límites de naturaleza ética2.
Sabemos que pueden haber
otros límites que se imponen al
progreso científico y tecnológico,
por ej. la falta de fondo, la falta de
libertad o de instrucción suficiente, pero aquí se desea hablar de límites éticos.
Una última precisación hay que
hacerla con relación al significado
de la expresión “progreso científico y tecnológico” que une al mismo tiempo ciencia y tecnología y
su recíproco nexo3. En el contexto
de nuestra exposición, con la palabra ciencia entendemos la ciencia
experimental, es decir la que a partir de Galileo y Bacon y de C. Bernard para la medicina, ha asumido
el método experimental.
Por ciencia se entiende el proceso de adquisición del saber a través de la observación de los objetos, de los hechos y de los fenómenos naturales con método sistemático y racionalmente verificado, de
tipo inductivo guiado por la racionalidad que trata de individuar las
causas. La aplicación del método
experimental a la ciencia ha proporcionado al proceso de investigación un modelo racional típico
que busca las causas de los hechos
y de los fenómenos a través de la
reproducción de los procesos con
la finalidad de descubrir las leyes
que gobiernan los fenómenos. El
método experimental se caracteriza por una propia estructura lógica
que arranca de la observación de
los hechos enriquecida por la adquisición de los conocimientos ya
obtenidos, pone una hipótesis interpretativa del proceso causal,
procede a la repetición del proceso
en el laboratorio o en vivo, y se
concluye con la verificación de los
resultados y las conclusiones. Hay
que subrayar que dicho proceso
racional no es de naturaleza puramente técnica y casi matemática,
porque especialmente en la formulación de las hipótesis, interviene
la genialidad o intuición, la creatividad y, a veces, el favor de la casualidad (se buscaba un resultado
y accidentalmente se descubre una
conexión causal no perseguida en
ese momento).
Por tecnología se entiende el
momento aplicativo del descubrimiento científico, pero hoy es evidente que la tecnología está ligada
también al momento de la investigación observacional-instrumental, porque existen tecnologías de
investigación conoscitiva y por
tanto contribuye a elaborar un propio sistema de conocimientos; por
tanto, sería simplicista imaginar
una división neta entre ciencia y
tecnología, entre progreso científico y progreso tecnológico.
Hechas estas necesarias y elementales premisas, creo que las líneas de reflexión ética sobre los
valores orientativos y los límites
que se se imponen al progreso
científico y tecnológico en el ámbito biomédico deben poner en claro
hoy dos puntos ligados entre sí:
a) ¿Cuál es el fundamento epistemológico de la relación entre
ciencia experimental y tecnología,
por un lado, y la ética, por el otro?
Es decir, nos preguntamos si hay
una razón racionalmente justificante para que la ética intervenga
en la elaboración y en la aplicación del progreso científico y tecnológico o si se trata de una intrusión; y, supuesto que subsista tal
motivo, ¿cuál es el espacio que
compete a la ética en el ámbito de
búsqueda científica y en su fases
de aplicación? Es el problema que
generalmente definimos de “justificación epistemológica”.
b) El otro tema, conexo con el
anterior, sobre el que hoy la opinión pública es sensible, es el de la
autonomía de la ciencia y, por tanto, el problema de los límites impuestos al progreso científico-tecnológico por las exigenicas éticas.
Sobre estos dos puntos nos detendremos sistemáticamente, teniendo en cuenta el tiempo que
nos ha sido asignado.
Como marco al tratado de estos
puntos focales, sin embargo, debemos recordar el hecho que todos
admiten que el progreso científico-tecnológico en el ámbito biomédico ha registrado una aceleración excepcional en los últimos
cincuenta años. J. Bernard afirma
que a partir de los años 1937 se
han verificado dos revoluciones:
ante todo el descubrimiento de los
sulfamídicos que tuvo lugar ese
año, que “después de milenios de
impotencia, dio al hombre la capacidad de triunfar sobre enfermedades que por mucho tiempo habían
sido letales: la tuberculosis, la sífilis, las grandes seticemias, las
afecciones de las glándulas endo-
DOLENTIUM HOMINUM
138
crinas, los desórdenes de la química de los humores”5. Al descubrimiento de los sulfamídicos hay
que agregar el de la penicilina.
Esta primera revolución ha sido
sostenida y convalidada por la experimentación clínica a la que el
famoso C. Bernard dio las reglas y
el espíritu racional.
La otra fase revolucionaria se
caracteriza por los descubrimientos en la genética y en la biología
molecular a partir de G. Mendel,
hasta los recientes logros de la ingeniería genética y de la geneterapia.
E método experimental ciertamente ha sido un factor de aceleración. Pero un ulterior aporte a dicha aceleración se puede atribuir
justamente a la unión entre ciencia
y tecnología biomédica en un estrecho vínculo de interdependencia. Por ej. no se puede pensar en
la ejecución de la diagnosis genética sin la preparación y el uso de
técnicas que hagan posible la ejecución, si no hubiera sido posible
el descubrimiento de la estructura
de los genes y la misma lectura del
código genético.
El método experimental y el uso
de tecnologías cada vez más refinadas han provocado esta ulterior
aceleración en el ámbito biomédico. La unión entre saber científico
y tecnológico ha comportado también otro efecto, esto es, la posibilidad no solamente de conocer sino también de manipular, de ingenierizar y de producir cambios en
el nexo de las causas y de las estructuras naturales.
El sueño de la primera época experimental era el de individuar el
secreto de la naturaleza, de descubrir las leyes de la naturaleza, la
idea del investigador actual, que es
apoyado por la del tecnólogo, es
intervenir y cambiar, para obtener
resultados que no se podrían conseguir de manera natural. Diría
que en el investigador del pasado
estaba presente el espíritu de Ulises, mientras en el investigador actual a menudo está presente el ímpetu y el ybris de Prometeo. Es conocido el pensamiento de K. Popper para quien la unión entre ciencia y técnica ha producido el
“Mundo 3”6, es decir, el mundo de
la cultura y de la productividad
que se coloca en la sociedad como
éxito y resultado de la intervención
del hombre sobre la naturaleza.
Un ulterior factor de incentivación ha sido puesto en evidencia
por los sociólogos y el impulso social y económico. Constatamos
cada vez más el afirmarse de una
depedencia de la ciencia y de la investigación de los requerimientos
de la sociedad tanto de naturaleza
cultural como de naturaleza económica7. No es necesario poner
ejemplos para poner en evidencia
el nexo entre políticas de la investigación, financiaciones y progreso scientífico-tecnológico: esto no
sólo con referencia a la investigación bélica o de competencia entre
los Estados, sino también en el
campo médico. El nexo entre ciencia y economía de por sí negativo
si está finalizado al respeto de la
vida y a la promoción de auténticos valores humanos, a la salvaguarda de la salud y a superar las
enfermedades; pero a menudo las
finalidades son de otro tipo; ver el
caso de la investigación en el campo de la contracepción-contragestación y control de los nacimientos, o en el campo militar.
Pero afrontemos ahora los dos
puntos que nos hemos propuesto
en esta reflexión ética.
Relación entre progreso
científico-tecnológico y la ética:
la justificación
Según algunas encuestas parece
que no sea muy difundida entre los
hombres de ciencia la admisión de
límites éticos de la investigación.
Una encuesta de hace algunos
años sobre los intereses de los
hombres de ciencia8 proporcionaba estos resultados:
Autonomía de la
investigación
90%
Problemas cognoscitivos
80%
Funciones y responsabilidad
de los que escriben
50%
Gestión de la investigación
e intereses políticos
40%
Problemas éticos
25%
Ciencia y fe
5%
Ciertamente es provocatoria la
afirmación de Robert Nozick para
quien “los microscopios y los telescopios no revelan partes éticas”9, y Renato Dulbecco recuerda
que “durante siglos los hombres
de ciencia se han puesto de lado
frente a las tragedias de la historia,
defendiendo la autonomía y la
neutralidad de su papel en la sociedad. Con orgullo baconiano y
cartesiano han rechazado toda pretensión de control y de interferencia de cualquier parte proviniesen:
gobierno, iglesias y autoridades”10.
Por otro lado, sabemos - y prueba de ello es el surgimiento mismo
de la bioética - que la incentivación a la reflexión ética a menudo
ha venido de los hombres de ciencia aún antes que de los filósofos:
Potter era un investigador que
planteó a sí mismo interrogantes
éticos; frente a los descubrimientos referentes al DNA recombinante, fueron los investigadores y
los descubridores mismos que se
impusieron una moratoria después
de la Gordon Conference de 1973
y la primera formulación de reglas
éticas para la ingeniería genética
fue el ofrecimiento de la Conferencia de Assilomar en 1975,
constituida por los mayores expertos en el ámbito mundial de manipulaciones genéticas in vitro11.
Muchos han dado una respuesta
que aparece como la más obvia: la
exigencia de la reflexión bioética
se pone en el momento de su aplicación; es decir, se supone que la
investigación experimental sea de
por sí neutra, mientras las aplicaciones exigirían un previo examen
bioético sobre las consecuencias y
sus riesgos12. Esta afirmación es
verdadera, porque ninguno puede
negar que, antes de proceder a
aplicar un descubrimiento científico en ámbito biomédico, por ej. de
la tecnología del DNA recombi-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
nante, es necesario plantearse una
serie de interrogantes bioéticos sobre el fin, las consecuencias, los
riesgos, etc. Sin embargo, reconocer el papel de la bioética y su justificación únicamente en el momento de su aplicación sería insuficiente y limitativo, tal como lo
veremos más adelante. La ética y
la bioética está interesada también
a la fase de investigación experimental por ej. está presente hasta
en el momento del proyecto.
Otros estudios admiten en general una ética intrínseca a la investigación científica, pero sólo en el
sentido de la fidelidad a los cánones de la investigación. Por tanto,
dicha ética se volvería concreta en
el escrúpulo metodológico, en la
exactitud de la comunicación de
los resultados, en la transparencia
de los procedimientos de manera
que sean susceptibles de control
de parte del mundo científico. Esta “ética intrínseca” a la investigación representa una exigencia deontológica válida para todo tipo de
ciencia y, por tanto, también para
la bioética que tiene como referencia la investigación biomédica.
Según afirman algunos autores,
esta ética intrínseca comprendería
algunas notas esenciales que califican la investigación en sí. Merton las ha resumido en lo que llamamos el “paradigma de Merton”: el Comunismo (poner los resultados para favorecer a todos), el
Universalismo (valuar los resultados de cualquier parte provengan),
el Desinterés, el Escepticismo organizado (duda sistemática). Se ha
construido el acrónimo CUDOS;
otros han añadido la Originalidad
y otros aún la Humildad y la capacidad del Reconocimiento de los
méritos de los demás13.
No ha faltado quien ha puesto
una nota de escepticismo sobre estos códigos, que siempre implican
una verdad moral de fondo, compartida, observando que hoy con
el prevalecer de los intereses económicos, la investigación se ha
vuelto PLACE, es dercir: privada,
local, autorizada, comisionada,
experta14.
Pero dejando de lado el excepticismo, la ética propia de la investigación científica en el ámbito de
las ciencias experimentales - y, en
particular, la Bioética en el ámbito
de las ciencias biomédicas - no se
puede limitar a estos códigos de
lealtad. En efecto, debemos aprender a distinguir la categoría de lo
que necesariamente es requerido
por la eticidad de una acción de lo
que es suficiente para un juicio de
plena eticidad.
Por ejemplo, que un cirujano sepa afrontar bien una intervención
y efectuar perfectamente las técnicas operatorias, es un requisito necesario de eticidad profesional,
pero no es suficiente para decir
que su intervención es ética en todo y por todo (validez de las indicaciones, adquisición del consentimiento, respeto de los bienes superiores de la persona como ocurriría, por ej. en un trasplante de
órgano, en el que son múltiples las
condiciones de eticidad para efectuarlo.
Por tanto, además de estos dos
nexos que indudablemente subsisten entre investigación científica y
ética (el nexo en el plano de la
aplicación y aquel referente a la
deontología del investigador en el
respeto de los procedimientos metodológicos de la investigación
misma) hay otros no menos importantes. Ante todo, con respecto
a la intencionalidad del investigador.
Tanto el investigador como los
organizadores y los financiadores
de la investigación son personas
humanas y pueden tener intenciones buenas o perversas o simplemente utilitaristas. El planteamiento de la investigación siempre es un proyecto y revela o esconde una finalidad estratégica
139
que podría dirigirse a la terapia de
una enfermedad o al incremento
de la producción agrícola, industrial o farmacológica, o podría tener también una finalidad de manipulación o de alteración de los
procesos biológicos, como en el
caso de una tentativa experimental
de procreación interespecie o de
alteración del patrimonio genético
del sujeto. Para hablar con verdad
y sinceridad, la investigación neutra no existe.
Este tipo de eticidad o no eticidad proyectual, además de tener
una relevancia en sí y por sí, tiene
implicancias considerables para
quien colaboran a nivel subalterno: estos tienen derecho de conocer las finalidades del proyecto y
tienen el derecho-deber de proponer objeciones de conciencia
cuando en conciencia no desean
colaborar estrechamente en un
proyecto que consideran ilícito. Ni
el secreto científico ni aquel industrial podrían eliminar este derecho a quien coopera de manera
estrecha en un proyecto que de por
sí es malo o intencionalmente aberrante. En el campo bioético se
pueden hipotizar muchas situaciones de este tipo: por ejemplo, poner en acto la búsqueda de un fármaco abortivo, tipo la píldora RU
486.
Otro nexo entre investigación y
ética se refiere a los procedimientos experimentales: es la ética o
más bien la bioética de la experimentación biomédica, con todas
las problemáticas referentes a la
experimentación sobre el hombre
(consentimiento, riesgos, experimentación en niños, enfermos
mentales, en coma, fetos, etc.) e
incluso en el animal.
En efecto, no es suficiente que
exista una ética de los fines, sino
que se requiere en sentido coherente una eticidad de los medios y
de los métodos: incluso cuando los
fines son buenos - por ejemplo dar
un hijo a una pareja estéril - no
siempre pueden ser lícitos los procedimientos elegidos; podrían ser
ofensivos a la vida y a la dignidad
humana (pérdida de los embriones
fecundados supranumerarios). Es
conocido el principio “non sunt
facienda mala ut veniant bona”.
Pero según nuestro parecer, el
nexo más profundo que comprende todos los anteriores, que siem-
DOLENTIUM HOMINUM
140
pre tienen que ver con el aspecto
operativo (fines, procedimientos,
métodos, riesgos), consiste en una
exigencia de carácter integrativo.
En efecto, no debemos olvidar
que por su naturaleza el método
experimental es “reductivo” de lo
real, ya que considera solamente
el aspecto experimental, cuantitativo, mientras el aspecto más profundo y comprensivo, la naturaleza ontológica y el valor axiológico
de lo real, escapan a los procedimientos del método experimental15.
Si el hombre de ciencia, por ej.,
realiza una investigación sobre el
embrión humano, no se puede limitar a observar los resultados y
los aspectos éticos de procedimiento sobre la lealtad metodológica o plantearse el interrogante
sobre la aplicación de los resultados, sino que debe interrogarse sobre lo que es el embrión humano,
si es un ser humano, si tiene el valor de persona humana o no.
Según la respuesta a este interrogante se aclaran todas las demás respuestas bioéticas: cuando
se ha valuado todo el espesor de lo
real, entonces se comprenden las
exigencias éticas sobre los fines,
los medios, los riesgos, etc. Este
aspecto ha sido captado de manera
eficaz por K. Jaspers, científico y
filósofo, cuando afirmaba que la
ciencia experimental no está en
grado por sí sola de conocer y advertir el aspecto cualitativo de la
realidad, ni su naturaleza en su valor profundo, así como tampoco
puede por sí sola aclarar con su
método los fines mismos de la
ciencia y de la investigación científica, porque todo esto requeriría
fijar los fines de la actividad humana y de la vida misma del hombre16.
También los epistemólogos más
recientes, como Popper y Eccles,
han subrayado esta limitación de
la ciencia experimental incluso
con respecto a los propios procedimientos metodológicos además
de lo relacionado con la observación más global de lo real17. Por
tanto el nexo ciencia-ética o, mejor, investigación científica e investigación ética no es un problema de opcionalidad o una moda
reciente, sino que es una exigencia
múltiple que nace dentro del mismo procedimiento científico.
Como hemos mencionado, naturalmente si la pregunta nace
dentro de la investigación, la respuesta exige una interacción del
aspecto experimental con la realidad integral, esto es, en la óptica
ontológica y axiológica del viviente en el que se realiza la investigación; y, por tanto, es necesaria
la elaboración de criterios de juicio que no pueden ser acabados
por la misma investigación científica, sino que deberán lograrse
gracias a la visión última y al sentido global de la realidad tomada
en consideración.
Para retomar el ejemplo anterior: si la experimentación se realiza en el embrión, por una finalidad
terapéutica o menos, ante todo debemos preguntarnos sobre cuál es
la realidad global del embrión humano (ontología) y cuál es su valor (axiología); una vez que se
concluye, por ej., con la convicción de que se trata de un ser humano, de un individuo humano,
entonces nos debemos interrogarnos sobre el significado de la experimentación en el ser humano
individual y se deberá precisar el
deber del investigador como cuando se trata de un menor de edad.
Para decidir con esta criteriología es preciso aclarar, pues, quién
es el hombre, cuál es su valor y
cuál es su destino. Y cuando hablamos del hombre en cuanto
hombre, de su origen y de su destino, vamos en búsqueda de lo que
acomuna a todo hombre: su dignidad y su trascendencia18.
En conclusión, aplicando lo que
hemos dicho con respecto a la relación entre ciencia y ética, y por
tanto a la relación entre ciencias
biomédicas y bioética, podemos
afirmar que la justificación bioética no se refiere solamente al momento mismo de la investigación
y el método de la investigación, sino en definitiva, la bioética se coloca frente a la investigación biomédica como visión integrativa.
Si seguidamente consideramos
a la medicina bajo el perfil de la
asistencia y de la organización sanitaria, el factor ético se vuelve
aún más relievante y la integración entre saber científico y norma
ética de comportamiento se vuelve
muy evidente. Los estudios efectuados en los últimos años en el
campo de la antropología médica19
han puesto en evidencia la radical
insuficiencia de la consideración
científica unilateral en el acercamiento al concepto mismo de enfermedad, de salud, de prevención, etc. La incidencia del factor
“personal”, psicológico y espiritual en todo el ámbito de la asistencia es el elemento decisivo no
solamente en la valoración del
bienestar del enfermo, sino también en la valoración del agente
sanitario.
En lo que se refiere a la organización sanitaria ya es bien conocido que ella presupone la educación sanitaria, la colaboración de
los ciudadanos y exige como criterio-guía para la autoridad el concepto de justicia en la asignación
de los recursos y en la oferta de las
estructuras y servicios. Etica de la
economía y ética sanitaria se encuentran en el plano social en uno
de los capítulos más importantes
del gasto público en las democracias adelantadas.
El concepto de integración que
invocamos aquí como método de
encuentro entre varios saberes y
diferentes disciplinas ha sido bien
elaborado por el teólogo Lonergan
con respecto a la relación entre la
teología y otras ciencias20.
La autonomía de la ciencia
y su significado
La autonomía de la ciencia puede ser entendida en varios grados
y puede considerarse más o menos
conexa con el factor ético de la
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
responsabilidad. Para responder a
este interrogante sobre la existencia o menos de la autonomía del
hombre de ciencia debemos considerar a las ciencias en relación con
varios criterios.
Se puede considerar a las ciencias experimentales en relación
con el propio proyecto y entonces
vemos que en este primer nivel:
a) cada una de ellas tiene un ámbito de reflexión y, por tanto, considera la realidad desde una precisa angulación: el objeto propio de
la física no es el de la química ni el
de la biología, etc.;
b) Cada ciencia tiene una metodología de investigación, fruto de
la propia reflexión y de la propia
historia de búsqueda;
c) cada una de estas ciencias, en
fin, tiene criterios propios de juicio para verificar y confirmar los
propios resultados.
Al respecto, afirma Agazzi:
“Una decisión puede juzgarse políticamente sostenible no obstante
sea desventajosa desde el punto de
vista económico”21. En esta óptica,
cada ciencia tiene su propia autonomía.
Este primer nivel de autonomía
es considerado legítimo por todos.
Incluso el Concilio Vaticano II, en
la Constitución Gaudium et spes,
prescribe el respeto de la legítima
autonomía de la ciencia: “El Sagrado Concilio, recordando lo que
enseñó el Concilio Vaticano I, declara que existen dos órdenes de
conocimiento distintos, el de la fe
y el de la razón; y que la Iglesia no
prohibe que las artes y las disciplinas humanas gocen de sus propios
principios y de su propio método;
por lo cual, reconociendo esta justa libertad, la Iglesia afirma la autonomía legítima de la cultura humana y especialmente el de las
ciencias”22.
Existe, además, el segundo nivel, en el que se concibe la autonomía de la ciencia como indepedencia de los valores (values-free),
como independencia de los controles externos y, finalmente, como independencia en la acción de
investigación y de aplicación. Para hacer un ejemplo histórico: el
que decidió construir una bomba
atómica, tomó una decisión independientemente del examen de los
valores morales.
Es necesario precisar que este
segundo nivel a menudo es asumido en bloque en las tres “libertades” especialmente en la concesión radical de la autonomía de la
ciencia: sin embargo hay algunos
que declarando legítima la autonomía de los valores y de los controles, admiten sin embargo que,
cuando se trata de la acción, la
elección corresponde a las sociedades23. Otros admiten los controles, pero solamente para tutelar la
salud pública.
Debemos valorar un tercer nivel
en el que se subraya ante todo la
responsabilidad del hombre de
ciencia y, por tanto, la autonomía
es limitada y orientada. Dicha responsabilidad es subrayada en dos
ámbitos de la literatura24: en el ámbito de la investigación pura y en
el de la investigación aplicada.
a. En el ámbito de la ciencia pura, la responsabilidad del hombre
de ciencia ciertamente tiene relación con la deontología o ética interna (rigor, veridicidad, objetividad, etc.), pero requiere también el
examen y el juicio sobre los medios de investigación, las condiciones en las que se realiza la investigación misma e incluso sobre
los efectos que puede producir la
comunicación de los resultados.
Obviamente, todo esto vale también en la hipótesis de que la investigación pura está orientada ya
desde su inicio sólo al conocimiento de la verdad y no a otros fines discutibles, en cuyo caso el fin
no bueno puede dañar incluso un
procedimiento bueno en sí. Un
ejemplo de este tipo lo encontra-
141
mos en la investigación en campo
genético que tiende a reconocer
los mapas y las secuencias de algunos genes o de todo el genoma
humano: en este proyecto hay que
considerar también los medios y
las condiciones de dicha investigación.
b. Pero también se deberá considerar el ámbito de la ciencia aplicada donde se señalan varios momentos de ulterior responsabilidad. Ante todo, H. Jonas advierte
que la investigación científica
aplicada hoy a menudo comporta
la expropiación del resultado que
es comunicado y aplicado por
otros. El autor hace la comparación del tren y del pasajero: el pasajero escoge el tren para ir hacia
una dirección, pero luego no puede determinar la velocidad o las
etapas o el detenimiento del tren.
Del mismo modo el hombre de
ciencia puede elegir, por ejemplo,
si comunicar o no un resultado referente a un determinado descubrimiento científico, pero luego
no puede determinar más la concatenación de las aplicaciones.
Este hecho se debe a la organización de nuestra sociedad en la
que la industria se apropia de los
brevetes y los aplica en los procesos productivos. Por tanto, como
es obvio, desde el inicio de la investigación se debe tener en consideración en esta óptica las posibles consecuencias de sus aplicaciones25.
En esta situación y bajo este aspecto, la responsabilidad del investigador se concentra en el momento del proyecto y en el momento de comunicar los resultados
sobre todo cuando se trata de investigación aplicada. En consecuencia, los equipos de los científicos que reciben una compensación con financiaciones públicas,
corren el riesgo de perder su autonomía y de encontrarse en la condición de no poder hacer nada en
lo que se refiere al control de las
aplicaciones; peor aún, existe el
riesgo de que el momento de la investigación se convierta en un anillo en el proceso de producción incluso de medios y tecnologías bélicas y letales.
Reflexionando sobre el empleo
reciente de medios letales en la
guerra contra Irak, nos damos
cuenta que ha sido elevado el
DOLENTIUM HOMINUM
142
aporte de la ciencia en la construcción, por ambos lados, de los medios de destrucción sin que los
hombres de ciencia pudieran decir
una sola palabra.
Autonomía y responsabilidad:
recomposición de una armonía
Para llegar a una armonía de la
autonomía y de la responsabilidad
es necesario buscar el punto de encuentro no tanto en una mediación
pragmática sino en una integración antropológica. La ciencia experimental y la tecnología, que se
relaciona con la ciencia experimental, nacen del hombre y están
llamadas, al igual que todas las actividades humanas, a obrar positivamente para el bien integral de
cada hombre y de todos los hombres. Por esto la ética conexa con
la autonomía y con la responsabilidad no puede ser sino una ética
con un fundamento antropológico
y personalista26.
Esta integración en la persona
es mucho más necesaria en cuanto
la ciencia experimental, en virtud
de su peculiar planteamiento epistemológico, no considera toda la
realidad humana, sino solamente
su aspecto cuantitativo, que se
puede verificar y experimentar,
por lo que su conocimiento se refiere a una dimensión de lo real
que no puede representar toda la
realidad. Por tanto la autonomía
de los procedimientos y del propio
objeto de todos modos debe suponer una referencia a la totalidad de
la realidad de la cual lo que es experimental simplemente representa una fachada. Esto es tan verdadero cuando la realidad observada
experimentalmente no es la realidad material sino el reino de la vida o el mismo sujeto humano, como ocurre en la biología y en la
medicina. Nunca se podrá hablar
de autonomía absoluta cuando el
campo de investigación experimental se refiere solamente a una
dimensión de una realidad más
grande. Por tanto, desde el interno
de los procedimientos autónomos
de la ciencia, y según el grado del
que hemos hablado más arriba,
procede la exigencia de la integración antropológica. La ciencia debe referirse al hombre como tal y a
la sociedad, porque es el hombre
que pone en acto la investigación,
porque el bien del hombre es el fin
de la investigación científica y experimental y porque el campo
mismo explorado por las ciencias
experimentales representa una dimensión verdadera pero sectorial
de la realidad27.
Para ser objetivos y claros, debemos añadir que el valor de la
ciencia y los valores intrínsecos en
la investigación científica, aun representando un conjunto de importantes valores porque han sido
capaces de promover incalculables beneficios a la humanidad,
sin embargo no representan el bien
sumo y último de la vida humana,
que no puede ser puesta en peligro
en nombre de la ciencia y de la
tecnología. La persona humana
puede y debe ser enriquecida y
perfeccionada por un complejo de
valores individuales, sociales, morales y también religiosos y trascendentes. Entre estos existen los
valores promovidos por la ciencia,
pero que no son los únicos ni pueden ser antepuestos a otros que
son más fundamentales como el
respeto de la vida o superiores como el bien moral del individuo y
de la sociedad. En efecto, para que
los valores se armonicen dentro de
la persona es preciso que se consideren de manera jerárquica.
Por tanto, se trata de corregir en
esta concepción personalista e integrada de los valores de la ciencia, la que Husserl llamó la “ceguedad subjetiva” del hombre de
ciencia y H. Jonas llama la “abstinencia o finción” para indicar y
denunciar aquella actitud de forzada neutralidad por lo que a veces
el hombre de ciencia, para permanecer fiel al propio objeto de su especulación, voluntariamente ignora el sujeto al cual por su fin se une
la especulación científica28 y por
tanto voluntariamente se “abstiene” de tomar en consideración los
problemas antropológicos y morales que se plantean dentro de su
trabajo de investigación.
Para que sea más concreta esta
armonía entre valores de las ciencias experimentales y valores más
ampliamente antropológicos, entre autonomía y responsabilidad
del hombre de ciencia, se puede
concluir, pues, con las siguientes
líneas de orientación:
1. Se debe respetar la autonomía
de la ciencia descrita en el primer
nivel: la autonomía del propio ámbito, del método específico y de
los criterios de juicio que son propios de cada ciencia. Esta legítima
autonomía se enriquece también
por los valores internos propios de
la ciencia en cuanto tal. Estos valores inmanentes en la ciencia en
quanto tal han sido recordados por
Pellegrino29: perseguir el aumento
del conocimiento, la libertad de la
investigación (en el sentido explicado antes), la universalidad de
los resultados, la verificabilidad y
la falsificabilidad de los resultados
logrados, el rigor metodológico, el
cuidado en la documentación y en
las observaciones, la objetividad
de las interpretaciones, la honestidad en la publicación, la comunicación de los resultados, la admisión de la supervisión y de la crítica.
Esta legítima autonomía y estos
valores internos a la investigación
deben ser reconocidos, defendidos
y promovidos. En este sentido, es
preciso reconocer, pues, la autonomía de la ciencia y de la investigación científica.
2. Debemos excluir el nivel de
autonomía que comporte la pretensión de la independencia de los
valores, de los controles y en la acción. Esto equivaldría a desconocer la naturaleza y la función antropológica de la ciencia y de la investigación científica para hacer
un absoluto. Por otro lado, en los
problemas médicos y de bioética
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
en general, en los que la investigación y su metodología tienen una
inmediata aplicación en el hombre
y en la sociedad, esta autonomía
sería un absurdo. Pensemos en una
autonomía de este género en la investigación genética.
3. Con respecto a los controles
de parte de la sociedad, estos deben referirse solamente a los aspectos de seguridad y, por consiguiente, al bien común; por lo
mismo, el Estado no debe mellar
el nivel precedente de autonomía,
el del primer nivel.
Para garantizar esto a menudo
hoy se sugiere la mediación y asociación entre las formas de autocontrol de los mismos hombres de
ciencia y el control público.
El problema de las financiaciones es también un problema delicado que, de cualquier manera,
condiciona la justa autonomía de
la investigación. La investigación
financiada por el Estado y por las
industrias puede resentir condicionamientos que no siempre son ilícitos por su naturaleza siempre
que los fines y los medios sean lícitos, se respeten las condiciones y
se controlen sus aplicaciones: mas
todo esto exige que el hombre de
ciencia no se considere un asalariado y un empleado sino que, tanto individualmente que como categoría, sepa defender el fin de las
investigaciones y de los resultados
para que se garanticen los derechos humanos y los valores imprescindibles de la moral, así como se defiende el brevete y la propiedad científica de un descubrimiento.
Debemos afirmar que a menudo
este tipo de autonomía no es defendida suficientemente incluso
por quien rechaza el legítimo control del Estado para tutelar el bien
común. Pero con estas reflexiones
estamos entrando en la cuarta conclusión:
4. La toma del carácter de responsabilidad del hombre de ciencia, expuesto en el punto tercero.
La responsabilidad del hombre
de ciencia en asuntos de investigación no se refiere solamente al respeto de la deontología intrínseca
de la que hemos hablado, ni se debe ver la exigencia sólo en el momento de su aplicación, como si se
tratase de una investigación neutra
o solamente de una tecnología
moralmente comprometedora30.
El aspecto ético y por tanto el
carácter de responsabilidad se refiere tanto a la investigación pura
como a aquella aplicada; se refiere
al fin y a los objetivos de la investigación, a su justificación incluso
con respecto al bien común, a los
recursos y a las urgencias; se refiere a los métodos - sobre todo a la
metodología experimental - y se
refiere a las condiciones con las
que se realiza, por ejemplo, el consentimiento de los sujetos interesados y la comunicación de los resultados.
Dicha responsabilidad nace
principalmente de la constante necesidad de integrar la mirada justamente de la investigación experimental que necesariamente es de
naturaleza cuantitativa y limitada
a los aspectos experimentales, con
una atención integrativa y antropológica que debe tener en cuenta
los aspectos y las implicaciones de
los sujetos. Además, en el ejercicio de la autonomía y de la responsabilidad del hombre de ciencia, el
orden moral representa no una detención o una coartación, sino una
ampliación de óptica y una ulterior valoración del significado
global de la investigación científica.
Justamente en el momento en
que la dimensión experimental se
completa e integra en los valores
personalistas y subjetivos, la instancia ética aumenta de peso y de
importancia.
143
Obviamente, para conjugar en
la investigación científica el sentido de la autonomía y el de la responsabilidad, es necesario que
nuestra cultura no privilegie solamente la “razón instrumental”, sino que, respetando su propia fisonomía, sepa enfocar las metodologías de investigación con el pensamiento especulativo y contemplativo, que es propio de la filosofía y
también de la teología en la investigación de una integración más
amplia que procede del “esplendor
de la verdad”31.
S.E. Mons. ELIO SGRECCIA,
Vice-Presidente de la Pontificia
Academia para la Vida - Santa Sede
Notas
1
En lo que se refiere al nacimiento y al desarrollo de la ciencia moderna, ver: P. ROSSI,
La nascita della scienza moderna in Europa,
Ed. Laterza, 1997. Sobre la relación entre
progreso científico y evolución social ver: G.
STATERA, Manuale di sociologia scientifica,
Ed. SEAN, Roma 1996 y también G. STATERA - L. CANNAVÒ (por) Sociologia della
scienza e politiche della ricerca, Sociologia e
ricerca sociale VIII/24, Ed. F. Angeli, Milán
1987.
2
J. BERNARD, La révolution thérapeutique,
Institut des sciences de la santé, Paris 1989;
E. CIARAFANTI, L’evoluzione della medicina
ed i problemi che ne derivano, “Federazione
medica” 1982, XXXV, 4 pp. 292 s.; R. DULBECCO, Ingegneri della vita, Sperling-Kupfer,
Milán 1988; A. FRANCHINI, Le grandi scoperte della medicina en E. AGAZZI, Storia della
scienza, II, Roma 1984; pp. 184s.; J.CH.
SOURNIA, Storia della medicina, Ed. Dedalo,
Bari 1994.
3
E. AGAZZI, Il concetto di progresso della
scienza, Ed. Feltrinelli, Milán 1976; Idem, Filosofia della natura: scienza e cosmologia;
Ed. Piemme, 1997; C. MITCHAM, Philosophy
of tecnology, Encyclopedia of Bioethics (sigue nota 3), New York 1995 vol. 5 pp. 24772483; STANLEY J. REISER, History of Medical
Tecnology, Encyclopedia of Bioethics, new
York 1995, vol. 5 pp. 2472-2476; A. BOMPIANI, L’ethos del ricercatore, contribución al
vol. AA.VV. Principios éticos y deontológicos en la investigación biomédica en los umbrales del tercer milenio: aspectos jurídiconormativos (en curso de publicación).
4
E. SGRECCIA, Manuale di bioetica, Ed.
Vita e pensiero, 1994 vol. I, pp. 65-101;
Idem, Autonomia e responsabilità della
scienza, nel vol. di A.G. SPAGNOLO - E.
SGRECCIA (por), Ed. Vita e Pensiero, Milán
1994; pp. 39-49. I.IACOBELLI (por) Scienza ed
etica: quali limiti?, Ed. Laterza, Roma-Bari
1990; E. AGAZZI, Il bene, il male e la scienza:
le dimensioni etiche dell’impresa scientificotecnologica, Ed Rusconi, Milán 1992. G.
COTTIER, Criteri di giudizio etico sulla tecnologia, nel vol. AA.VV. Etica e trasformazioni tecnologiche, Ed. Vita e Pensiero, Milán
1989, pp. 65-84.
DOLENTIUM HOMINUM
144
5
J. BERNARD, De la biologie á l’ethique,
o.c. p. 22.
6
K. POPPER - J. ECCLES, L’io e il suo cervello, Roma 1982.
7
G. STATERA - L. CANNAVÒ, Sociologia
della scienza e politiche della ricerca, F. Angeli, Milán 1987.
8
A. ARDIGÒ - F. GARELLI, Valori, scienza e
trascendenza. Ed. Fondazione Giovanni Agnelli, Turín 1989, p. 33.
9
R. NOSICK, Spiegazioni filosofiche, Milán
1987, p. 447.
10
R. DULBECCO, Ingegneri della vita, o.c.
pp. 13-14.
11
National Institut of Health (NIH), Guidelines for research involging DNA molecules,
1977. Ver E. SGRECCIA, Manuale di Bioetica
I, Vita e Pensiero 1994, pp. 234-236.
12
E. SGRECCIA, La respuesta en la trascendencia, en J. JACOBELLI (por), Scienza ed etica; quali limiti? Roma 1990, pp. 163-173.
13
R.K. MERTON, Priorities in Scientific
Discovery, American Sociological Rewiew,
22 (1966); p. 635-659; cfr. A. BOMPIANI, L’ethos del ricercatore, en curso de publicación a
cargo de la Oficina Pastoral Universitaria del
Vicariato de Roma.
14
Ver A. BOMPIANI, o.c.
15
J. LADRIERE, I rischi della razionalità,
Turín 1978; E. AGAZZI, Il bene, il male e la
scienza, Milán 1992; E. SGRECCIA, Il progresso scientifico..., Bompiani, Bioetica in
Italia, pp. 187-220.
16
K. JASPERS, Der Arzt im tecnischen Zeitalter, München 1986 (trad. it. Il medico
nell’età tecnologica, Milán 1991); REALE.
ANTISERI, Il pensiero occidentale..., III, pp.
457-462.
17
Idem, pp. 707-779.
18
S. VANNI ROVIGHI, Elementi di filosofia,
III, Brescia 1963, pp. 189-269.
19
L. DELGADO, Antropologia medica, Milán 1991; JASPERS, Der Arszt...; J. VEDRINE,
Ethique et professions de santé, “Médecine et
Hygiène”, 1984, 11, pp. 1171-1173; M. VIDAL, Etica de la actividad científico-técnica
“Moralia” 1983, 4, pp. 419-443; L. VILLA,
Medicina oggi. Aspetti di ordine scientifico,
filosofico, etico-sociale, Padua 1980.
20
B.J.LONERGAN, Insight. A study of human
understanding, London-New York (Lomngmans-Philosophical Library) 1957, trad. it.
L’intelligenza, Ed. Paoline.
21
AGAZZI, Il bene, il male e...,o.c. p. 12
22
CONCILIO VATICANO II, Constitución
Gaudium et spes, n. 59; E. AGAZZI, Autonomia e responsabilità della scienza, en CATTORINI, Scienza ed etica..., pp. 135-147: E. PELLEGRINO, Autonomia scientifica e responsabilità morale, ibi. pp. 173-188.
23
R. DULBECCO, Ingegneri della vita, Mondadori, Milán 1989.
24
Nos referimos a las obras ya citadas de E.
AGAZZI, pero sobre este tema en particular no
se puede ignorar H. JONAS, Il principio di responsabilità, Einaudi, Turín 1990.
25
E. MORIN, Tesi sulla scienza e l’etica, en
CATTORINI, Scienza ed etica..., pp. 165-172.
26
E. SGRECCIA, La risposta della trascendenza, en J. JACOBELLI (por), Scienza ed etica.
Quali limiti?, Laterza, Roma - Bari 1990, pp.
163-167.
27
Este importante planteamiento surge ya
en el pensamiento de Jaspers y de los más recientes epistemólogos como K. Popper y J.
Eccles y ha sido elaborada por filósofos de la
ciencia como J. Ladriere, I rischi della razionalità, SEI, Turín 1978 y en los ya citados
trabajos de Agazzi.
28
E. HUSSERL, La fenomenologia trascendental (por A. Marini), La Nuova Italia, Florencia 1974. Es sabido que Husserl pone en
discusión la misma objetividad de los conocimientos científicos incluso matemáticos justamente porque implican al sujeto. Además
de la tesis fenomenologista, es necesario distinguir con Agazzi la verdad de la objetividad.
29
E. PELLEGRINO, Autonomia scientifica e
responsabilità..., o.c.
30
He tenido ocasión de recordar estas reflexiones en el breve escrito citado antes:
SGRECCIA, La risposta nella trasparenza...,
pp. 163-168.
31
G. GISMONDI, Etica fondamentale della
scienza, Cittadella Editrice, Asís 1997.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
145
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Hacia una existencia holística
En una Conferencia que se celebra en los umbrales del año 2.000
y que se centra en las expectativas
y esperanzas para la salud del
mundo, no podía faltar la preocupación por caminar hacia una asistencia más holística. Esta modesta
aportación sólo pretende recordar
algunos presupuestos y sugerir líneas concretas de acción.
En el trasfondo de mi comunicación subyace una convicción: desde su concepción cristiana del
hombre, la Iglesia ha de colaborar
decididamente en la búsqueda de
una salud más total e integral para
todo ser humano. Este puede ser su
gran servicio a la salud del hombre
en los próximos años.
1. Algunos presupuestos
1.1 La recuperación del sujeto
“Las enfermedades como tales
no existen; nosotros sólo conocemos hombres enfermos”1. La afirmación es de Ludolf von Krehl, pero recoge una toma de conciencia
cada vez más generalizada y de la
que es necesario extraer importantes consecuencias. La “enfermedad” es un concepto abstracto que
sólo tiene existencia en el hombre
concreto. Lo real es la persona enferma.
Por ello, cuando la medicina se
estructura como una “ciencia de la
naturaleza” que trata técnicamente
la enfermedad como un proceso
objetivo, sin tener en cuenta a la
persona enferma que está viviendo
ese proceso desde su propia originalidad única e irrepetible, la enfermedad humana queda despojada de su carácter personal e histórico, el sujeto humano queda reducido a organismo y se produce así
una grave mutilación antropológica en el tratamiento médico.
Como ha recordado el eminente
profesor Pedro Lain Entralgo, “la
biología humana... es una disciplina esencialmente distinta de la biología animal... El hombre no es un
organismo; tiene un organismo
que pertenece a su ser. Es su organismo, pero también es ‘algo más’
que su organismo, de tal modo que
todas las realizaciones de su ser
corresponden a algunas de sus dimensiones entitativas pero requieren de la participación de su ser entero”2.
Cuando la medicina pretende
llegar a la esencia de la enfermedad con objetividad pura analizando los síntomas, detectando las
causas o estudiando las consecuencias, no ha de olvidar que esos
síntomas se están produciendo en
un momento concreto de la historia de un sujeto humano, que el pasado de esa persona ha tenido alguna intervención en la génesis de
su enfermar y que las consecuencias de su enfermedad tendrán una
repercusión en su proyecto de vida.
Como es obvio, no se trata de
negar los grandes progresos que la
medicina, entendida como ciencia
de la naturaleza, ha traído consigo
a lo largo de este siglo ni ignorar su
eficacia en la curación del organismo, sino recordar que la seducción
por la objetividad científica y la
eficacia técnica no ha de conducir
al olvido del sujeto humano. La
asistencia médica ha de ocuparse
no sólo de la enfermedad sino del
enfermo.
1.2 Visión integral
del enfermar humano
Por otra parte, la enfermedad no
es sólo un problema bioquímico o
una alteración de la biología de
ese sujeto, sino una experiencia
que afecta al ser humano en su totalidad. El enfermo no es un mero
“cuerpo”. No es siquiera un simple “ser viviente”. Es una persona,
es decir, un ser dotado de inteligencia y libertad, portador de valores, relacionado con otros seres
humanos, con una concepción de
sí mismo y del mundo, con un
proyecto de vida y con una responsabilidad ante su propio destino.
Como decía el gran pionero de
la medicina antropológica, Viktor
von Weizsäcker, “la enfermedad
del hombre no es la avería de una
máquina sino que la enfermedad
no es sino él mismo”3. De ahí la
necesidad de atender a las diversas dimensiones del enfermar humano, es decir, no sólo la dimensión biológica, sino también la dimensión sicológica, la dimensión
espiritual, la dimensión familiar y
social.
La progresiva especialización
de la medicina ha traído sin duda
avances muy positivos en el conocimiento y tratamiento del organismo enfermo, pero puede conducir a una asistencia unilateral y
fragmentaria que olvida la totalidad del sujeto humano. La medicina tecnificada y ultraespecializada de fines del siglo veinte está
necesitada de una profunda revisión inspirada en una concepción
antropológica del ser humano
considerado como “totalidad integrada”. Como dice el prestigioso
profesor Sandro Spinsanti, “para
recuperar la visión de la totalidad,
es necesario caminar contracorriente respecto de la medicina
contemporánea, que ha tomado el
DOLENTIUM HOMINUM
146
camino de la fragmentación y de
la especialización. El terapeuta ha
perdido de vista el hecho de que
detrás de cada órgano enfermo está la totalidad del sujeto”4.
1.3 Colaboración interdisciplinar
No basta hoy hablar de “humanizar la medicina”. Es necesario
precisar que esta humanización no
se producirá si no se promueve
una colaboración interdisciplinar
que atienda al enfermo en su totalidad de ser humano. Al hablar de
la necesidad de encontrar un nuevo paradigma que libere a la asistencia médica de su actual reduccionismo biotécnico, el doctor G.
Acevedo ha recordado recientemente con vigor ese diálogo que
V. Frankl propone entre las diversas disciplinas para que, actuando
de forma centrípeta apunten al
hombre en su totalidad y se pongan al servicio de su salud integral5.
No se trata de ignorar la importancia de la ciencia biomédica y de
su aportación a la salud humana,
sino de complementar y de enriquecer esa asistencia técnica desde otras disciplinas y ciencias humanas como la antropología, la sicología, la ética, la teología o la
sociología. Dice P. Lain Entralgo
que, en realidad, “no debe haber
necesidad y dolor a donde el médico no llegue; y, por lo menos en
espíritu, debe educarse respecto a
tan inmenso ámbito, y ejercitar sus
ojos frente a la totalidad de cuanto
en el hombre requiera ayuda”6.
La colaboración interdisciplinar
exige reconocer el carácter multidimensional de la asistencia al enfermo asumiendo desde cada disciplina los propios límites y la
propia responsabilidad en su atención integral. Ningún reduccionismo es legítimo en la asistencia al
ser humano enfermo. Como dice
el doctor Acevedo, al elaborar y
precisar el quehacer ante el hombre enfermo, “ninguna disciplina
científica puede limitarse a tal o
cual sector del todo, pretendiendo
inferir de ello resultados totales”7.
El reduccionismo en la asistencia
al enfermo (biologismo, sicologismo, espiritualismo) es, en el fondo, un procedimiento pseudocientífico que no atiende a las necesidades del ser humano en su totalidad.
2. Hacia una asistencia holística
2.1 El acto médico
al servicio del enfermo
Los avances científicos y tecnológicos no han de oscurecer el objetivo básico del acto médico que
no es otro sino el de “ayudar siempre, curar cuando es posible”.
Cuanto más complejo y sofisticado sea el desarrollo de la técnica
sanitaria más se ha de reafirmar el
rol de “homo adjuvans” propio
del profesional de la salud. Este no
es sólo un hábil manipulador de la
técnica médica; no es sólo un observador de lo que se está produciendo en el paciente. Es un “terapeuta”, es decir, un hombre al servicio del enfermo, según el significado etimológico original del verbo “therapeuein” que es “servir”.
Esto no significa de ninguna
manera adoptar una posición negativa frente a la medicina tecnológica ni minusvalorar el quehacer
profesional. Al contrario, se trata
de elevar esa labor a su nivel más
humano poniéndola al servicio humilde pero al mismo tiempo más
real de ese “ser doliente” que es el
enfermo.
Sería un error seguir desarrollando la tecnología médica sin
preguntarse por el hombre en su
totalidad, sin reflexionar más sobre el “por qué” y el “para qué” de
esa tecnología o dejando sin respuesta tantas necesidades de ese
enfermo que pide ser atendido, tratado, cuidado y curado, no como
una cosa o un órgano, sino como
un ser humano necesitado de ayu-
da sanadora. Es habitual en el lenguaje médico contemporáneo utilizar una terminología de claro
contenido bélico donde la medicina es equiparada a un combate
contra la enfermedad (lucha contra
el cáncer o el SIDA, victoria sobre
enfermedades en otro tiempo insuperables, derrota ante la muerte,
etc.). Tal vez, un lenguaje humilde
y responsable de servicio al enfermo, ser frágil y doliente, pero
siempre en busca de vida y salvación, expresaría mejor la verdadera naturaleza del acto médico.
2.2 La asistencia a las diversas
necesidades del enfermo
Hacia la asistencia holística sólo
se podrá avanzar de manera eficaz
promoviendo los servicios adecuados que respondan a las diversas necesidades del enfermo desde
una perspectiva de atención a la
integralidad del sujeto. Esto significa no sólo desarrollar el encuentro y la colaboración junto al médico de otras figuras profesionales
(sicólogo, capellán, asistente social), de familiares y amigos del
enfermo, de un voluntariado especializado, etc, sino también establecer, coordinar e integrar dentro
de la estructura sanitaria servicios
de asistencia sicológica, espiritual,
social, familiar.
Este planteamiento interdisciplinar se hace todavía más urgente
en la asistencia al enfermo terminal, cuando no se trata ya de restaurar la salud del organismo sino
de atender a las diversas necesidades que la proximidad de la muerte provoca en el ser humano. Ante
la muerte inevitable y cercana, lo
importante no es curar, sino cuidar, aliviar, acompañar. Es sobre
todo entonces cuando se ha de
prestar al enfermo la debida asistencia a sus necesidades no sólo de
tipo físico sino también de orden
afectivo, familiar, espiritual y religioso8.
2.2.1 Asistencia sicológica.
Aunque todavía es fácil constatar una cierta desconfianza y recelo ante la presencia del sicólogo
junto al enfermo, es evidente que
la asistencia sicológica puede y
debe completar la actuación biomédica sobre todo en enfermos
que experimentan necesidades especiales de tipo psico-emotivo
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
(piénsese por ejemplo en intervenciones quirúrgicas invalidantes,
mastectomías, amputaciones que
provocarán un deterioro de la propia imagen, etc.)
Por otra parte, problemas tan
importantes como el alivio del dolor exigen no sólo el tratamiento
del dolor físico, sino también la
atención al sufrimiento moral o a
las reacciones emocionales de la
persona ante la incertidumbre de
un pronóstico infausto, la posible
separación de sus seres queridos,
el miedo a la muerte, etc.
Esta atención a los aspectos
emotivos y sicológicos del enfermo por parte de un servicio especializado no ha de desresponsabilizar al resto de profesionales ni
empobrecer su relación con el enfermo, que ha de estar siempre
atenta a sus reacciones y sufrimientos a lo largo del proceso de
la enfermedad. Al contrario, ha de
ser entendida en el marco de una
estrecha colaboración y ha de servir para sensibilizar a todo el personal sanitario enriqueciendo la
relación terapéutica médico-enfermo.
2.2.2 Asistencia social. Es necesario también pensar en la asistencia social, sobre todo, a enfermos que, por la naturaleza misma
de su enfermedad o por diversos
factores de orden social y familiar,
se encuentran más necesitados de
ayuda: minusválidos o enfermos
crónicos con mala calidad de vida,
pacientes con un entorno familiar
o social conflictivo y deteriorado,
ancianos sumidos en la soledad y
el aislamiento, jóvenes minados
por la drogadicción o el SIDA, enfermos psíquicos marginados...
Esta asistencia puede abarcar un
campo muy amplio de ayuda social tanto al enfermo hospitalizado
como al enfermo crónico o convaleciente en su domicilio: resolución de problemas de tipo familiar
y laboral, orientación y acompañamiento en gestiones burocráticas
(pensión, reconocimiento de invalidez...), ayuda económica para resolver necesidades de orden material, etc.
Esta asistencia social ha de ser
expresión de la atención que toda
sociedad debe prestar a sus miembros más necesitados e indefensos.
Integrada de forma adecuada en la
estructura sanitaria, enriquecería
de forma significativa la asistencia
a los enfermos más pobres y marginados de la sociedad. No hemos
de olvidar, por otra parte, la acertada observación de S. Spinsanti
quien indica que “en la perspectiva
de una población hospitalaria
constituida en medida creciente
por enfermos crónicos y ancianos,
la intervención ‘sanante’ de la
asistencia social se hace indispensable”9.
2.2.3 La colaboración familiar.
No hemos de olvidar que la enfermedad puede generar múltiples
necesidades que, sin caer bajo la
responsabilidad directa del profesional sanitario, requieren sin embargo ser atendidas de forma adecuada. Hay enfermos necesitados
de seguridad, amor y autoestima;
pacientes que necesitan aliento y
fortaleza en momentos de abatimiento; otros buscan compañía
para afrontar su soledad o esperanza para asumir su enfermedad o su
muerte. Se trata de necesidades
que han de ser atendidas más desde la cercanía amistosa, el afecto y
la gratuidad que desde el quehacer
profesional.
La familia puede cumplir en no
pocos casos un papel fundamental,
sobre todo, en el acompañamiento
al enfermo terminal. Es cierto que
las familias no están con frecuencia preparadas ni capacitadas para
este acompañamiento “sanante”.
De ahí la necesidad de cuidar desde la estructura sanitaria no sólo la
adecuada presencia de los familia-
147
res junto al enfermo, sino también
el asesoramiento y el debido discernimiento en cada caso.
2.2.4 Diferentes formas de voluntariado. Desde esta misma
perspectiva, no se ha de excluir
tampoco la colaboración de diferentes formas de voluntariado especializado, capaz de acercarse al
enfermo desde la amistad y la solidaridad gratuita. Su presencia puede ser en algunos casos de gran importancia para liberar al enfermo
del aislamiento hospitalario, para
expresarle la cercanía de la comunidad humana o religiosa a la que
pertenece y para ayudarle, en definitiva, a vivir su enfermedad más
vinculado a los valores, símbolos y
creencias que dan sentido a su vida.
No se nos ocultan las dificultades que encierra la articulación de
este voluntariado en la estructura
sanitaria, la necesidad de evitar
abusos e interferencias dañosos, la
preparación de estos voluntarios,
etc; pero es necesario seguir alentando las experiencias existentes
buscando fórmulas cada vez más
adecuadas10. En este sentido nos
parece que la Iglesia ha de seguir
promoviendo la colaboración de
los seglares en la Pastoral de la Salud, asegurando mejor la cercanía y
la atención de la comunidad cristiana a los enfermos.
2.3 La asistencia espiritual
y religiosa
Sin ser negada por principio, la
atención religiosa es a menudo
marginada o desacreditada como
algo de importancia secundaria. La
asistencia médica se ocupa exclusivamente de la atención al organismo enfermo. La asistencia sicológica ignora con frecuencia la dimensión espiritual y transcendente
de la persona limitándose a recomponer el psiquismo humano como
un proceso cerrado en sí mismo. La
asistencia religiosa es vista entonces como una intervención innecesaria e incluso inoportuna. De esta
forma, profesionales sanitarios y
capellanes o asistentes religiosos
actúan ignorándose mutuamente,
sin descubrir la complementariedad de sus servicios y sin encontrar
cauces de colaboración para una
asistencia integral al enfermo.
Sin embargo, todo enfermo,
DOLENTIUM HOMINUM
148
cualquiera que sea su visión religiosa, su fe o su actitud existencial
ante la vida, tiene derecho a ser respetado y atendido en sus demandas
y necesidades de orden espiritual.
La enfermedad grave y la proximidad de la muerte son experiencias
densas que tocan a la persona en su
ser más íntimo. El enfermo puede
necesitar curar heridas que arrastra
del pasado, descubrir un sentido a
su experiencia dolorosa, enfrentarse a sentimientos de culpabilidad,
abrirse confiadamente al misterio,
reconciliarse consigo mismo y con
Dios, pedir perdón, sentirse aceptado, despedirse de esta vida con esperanza y paz... No habrá verdadera asistencia holística sin atender a
esta dimensión espiritual, transcendente y religiosa del enfermo. De
ahí la necesidad de revalorizar la
asistencia religiosa, no como una
intromisión desconectada de los
demás cuidados sanitarios sino como un servicio integrado en la
atención a la totalidad del ser humano enfermo.
Esta asistencia espiritual y religiosa tiene una importancia espe-
cial en la atención al enfermo terminal. La Iglesia ha de trabajar para que ningún enfermo quede
abandonado a su destino, a la espera de una muerte más o menos presentida, como si ya no fuera necesaria ninguna otra ayuda ni acompañamiento, excepto el control eficaz de los aparatos de asistencia.
Alguien se ha de ocupar de él como persona con un destino transcendente y ha de ofrecerle la ayuda
necesaria para vivir su muerte de
forma digna, responsable y esperanzada.
Es en este contexto de asistencia
integral donde encuentra su verdadero sentido el acompañamiento
cristiano al enfermo, la oración
con él y por él, la celebración del
sacramento de la reconciliación, la
participación en la eucaristía, y el
sacramento de la unción en el que
la Iglesia pide y busca para el enfermo la salud total ofreciéndole la
gracia salvadora de Cristo11.
JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Vicario General de San Sebastián,
España
Notas
1
L. VON KREHL, Krankheitsform und
Persönlischkeit, Leipzig 1929, p. 17. Citado
por S. SPINSANTI, Guarire tutto l’uomo. La
medicina antropologica di Viktor von
Weizsäcker. Milán 1988, p. 107.
2
P. LAIN ENTRALGO, La Historia Clínica,
37-38. Citado por G. ACEVEDO, El modo humano de enfermar, Buenos Aires, 1996, p. 54.
3
V. von WEIZSÄCKER, Wege psychophysischer Forschung, en Artzt und Kranker, I, p.
198.
4
S. SPINSANTI, o.c., p. 111.
5
G. Acevedo, El modo humano de enfermar, Buenos Aires, 1996, p. 83.
6
P. LAIN ENTRALGO, La historia clínica.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, p. 643.
7
G. ACEVEDO, o.c. p. 93.
8
Puede verse el Directorio Pastoral de la
diócesis de San Sebastián (España) Hacia una
muerte más humana y más cristiana (Edit.
Idatz, 1996).
9
S. SPINSANTI, L’alleanza terapéutica. Le
dimensioni della salute (Roma, 1988), p. 124.
10
S. SPINSANTI aporta algunas de las normas que rigen la Asociación de Voluntarios
Hospitalarios Fatebenefratelli que actúan en el
Hospital de la Isola Tiberina (Roma), o.c., p.
134, nota 36.
11
J.A. PAGOLA, Acción pastoral para una
nueva evangelización (Santander, 1991), sobre todo p. 163-179.
Mesa
Redonda
El impacto
del medio ambiente
sobre la salud
DOLENTIUM HOMINUM
150
JOSÉ ANTONIO MERINO
Ecología, creación, salud
En las tres últimas décadas el
movimiento ecológico se ha caracterizado por su vigencia, concurrencia y militancia, promoviendo
una nueva conciencia ecológica generalizada. Los temas como: mejora del medio ambiente, calidad de
vida, contaminación, tecnologías
blandas, reciclaje, etc. se repiten en
todos los medios sociales, como
expresión de una nueva sensibilidad por la preocupación del deterioro de la naturaleza, de los campos, de los mares, de los ríos, de los
bosques, de la ciudad, de la alimentación, etc.
La ecología, en cuanto ciencia,
no ha sido la creadora ni promotora
del movimiento ecologista en sus
diversas manifestaciones y expresiones. Pero sí ha proporcionado la
necesaria información sobre la naturaleza y el medio ambiente capaz
de despertar y estimular una fuerte
y generalizada inquietud ante el deterioro del mundo natural. La ecología ha recordado un hecho evidente: que el hombre no puede actuar ilimitadamente y sin control
sobre la naturaleza sin sufrir las
consecuencias, a corto o largo plazo, de la transgresión de ciertos límites. La especie humana forma
parte de la naturaleza. Y ante los
analistas de la naturaleza, el hombre, con su comportamiento descontrolado, está serrando la rama
sobre la que está apoyado.
De la ecología, en cuanto rama
de la biología, surgió la noción de
protección de la naturaleza. Y de la
conciencia ecológica de las ciencias biológicas se dio el salto a
otras ciencias, que también acusaban las transgresiones del hombre
en el mundo natural. La demografía
se enfrentó al galopante crecimiento de la población mundial y a las
superpoblaciones; la etnología de-
nunció los ataques contra las etnias
y las culturas minoritarias por parte
de sociedades y culturas más fuertes y avanzadas tecnológicamente;
la sociología hizo una apología del
hombre natural y acusó al hombre
occidental de ser un ser domesticado. Todo ello ha incidido inevitablemente en la ciencia económica,
en la ciencia política y en la misma
sociedad industrial, con sus repercusiones inmediatas en la psicología, en la filosofía y en la teología.
La ecología, vista en perspectiva
interdisciplinar, ve al hombre en radical inherencia en el mundo natural; y cuando éste viene transgredido, aquél necesariamente se resiente. La ecología se presenta de este
modo como “vínculo entre las ciencias naturales y las sociales”, según
el subtítulo que E. Odum pone a su
Tratado de ecología. Es decir, los
problemas sociales y económicos,
que se acusan en la desigualdad y
en la injusticia, están íntimamente
condicionados por la visión y el trato que se tenga y que se dé a los
ecosistemas.
La conciencia ecológica, como
subraya Edgar Morin, nos plantea
serios problemas y nos obliga a revisar los presupuestos de la civilización industrial como son: la separación cartesiana del hombre-sujeto
frente al mundo como objeto manipulable; la ciencia concebida como
conocimiento objetivo y como instrumento omnipotente de experimentación y de transformación; la
idea triunfante y operativa, tanto en
el mundo capitalista como marxista, del hombre conquistador de la
naturaleza. Actualmente hay un
sentido vivo por la ecología porque
la naturaleza es un mundo que hemos perdido, y al que no podemos
renunciar porque es nuestra patria
natural, en la que todos los seres es-
tamos, nos movemos y existimos.
Bastantes expositores de la ecología hablan de una ecología planetaria o englobante en cuanto tratan
de involucrar en un sistema integrante los componentes naturales,
técnicos y culturales. La naturaleza
es el horizonte adecuado de la sociedad; pero la sociedad no puede
ser hostil a la naturaleza sino que
debe integrarse en ella. Ya no es posible una naturaleza pura como
tampoco una sociedad pura. La coordenada naturaleza-hombre-sociedad-técnica debe ser iluminada
por principios orientativos, es decir, culturales, que superando la
dialéctica del antagonismo irreductible, desemboque en una unidad de
comunión y de solidaridad.
Los sistemas complejos del mundo real (mundo natural, mundo técnico, mundo humano) no debieran
desarrollar sus íntimas posibilidades concretas en actitudes antagónicas sino en dimensiones integradoras e interrelacionadas. “Nuestro
universo pluri-ecológico, como escribe Morin, es un universo en el
que todo se organiza a partir de innumerables interacciones entre los
componentes físicos, químicos, climáticos, vegetales, animales, sociales, económicos, tecnológicos,
ideológicos”1. Hay una mutua relación e interdependencia entre ecología, sociología, economía, política e ideología.
La nueva ciencia ecológica trata
de poner de relieve problemas fundamentales y urgentes que se refieren a la vida de la naturaleza, a la
vida de las sociedades vivientes y a
la vida de las sociedades humanas;
es decir, la relación del hombre con
la naturaleza en toda su amplitud y
problematicidad. Para Morin, “la
ecología general es la primera ciencia que, precisamente en su calidad
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
de ciencia (y no como resultado de
las consecuencias trágicas de sus
aplicaciones, como ha sido el caso
de la física nuclear y como será
pronto el caso de la genética y de la
ciencia del cerebro), exige una toma de conciencia casi directa. Y es
la primera vez que una ciencia, y no
la filosofía, nos pone el problema
de la relación entre la humanidad y
la naturaleza viviente”2.
En el trascurso de la historia la
especie humana ha modificado profundamente los ecosistemas. Hasta
tal punto que ciertas modificaciones han resultado ya irreversibles,
como es el caso de la deforestación
y la excesiva conversión del territorio en pastos. La industrialización,
la urbanización, el desarrollo de
tecnologías aplicadas, el enorme
aumento demográfico, la automación y la racionalización han causado una seria y profunda desestabilización de ciertos ecosistemas que
eran estables en sí. En Europa y en
América este proceso se ha desarrollado desmensuradamente desde
hace siglo y medio; en tanto que en
los millones de años precedentes
los daños contra el ambiente eran
mucho menores porque el hombre
se limitaba a una economía de tipo
forestal y rural.
La destrucción del ambiente que
se perpetra actualmente a través de
la actual economía mundial y de las
tecnologías prepotentes pondrá en
serio peligro la sobrevivencia de la
humanidad en el siglo futuro. Los
científicos repiten y demuestran
que la combustión de carburantes
fósiles y la contaminación del suelo, del agua y del aire mediante
agentes contaminantes y fertilizantes químicos conducirán a la destrucción de la flora y de la fauna, a
un cambio profundo del clima y a
un estado de amenaza para la misma vida humana. La sociedad industrial avanzada ha roto el equilibrio orgánico de la tierra y se encamina, si no hay cambio de rumbo,
hacia la muerte ecológica universal, de la que hablan ecólogos y
ecologistas. Se habla incluso de un
“gigantesco desmontaje de nuestro
ambiente”3.
Se anuncia que el peligro de un
colapso ecológico de la tierra es
mayor que el peligro de una catástrofe nuclear, pues esta última es
sólo posible en tanto que la catástrofe ecológica será el destino seguro de la humanidad, si no se cambia
en la política económica y en el
proyecto de desarrollo incontrolado
e irracional.
Los analistas del medio ambiente
suelen ofrecer un panorama casi
dantesco del deterioro de la naturaleza. Nos dicen que estamos viviendo límites insoportables de
contaminación y que estamos amenazados por una eco-catástrofe.
Ahí están como pruebas las nubes
tóxicas, la lluvia ácida, la destrucción progresiva de los litorales, los
vertederos químicos, el efecto invernadero, el desgaste de la capa de
ozono, la destrucción de la ionosfera, etc. Todo ello es efecto de una
serie de causas que inciden y concurren en la crisis ecológica. Pero
los factores principales que se suelen nombrar como los más incisivos son: la contaminación, la disminución de recursos naturales, el
armamentismo y la superpoblación, que conviene analizar por separado.
Tanto en América como en Europa ya ha entrado pacíficamente en
el universo del discurso social esa
palabra alucinante: el terricidio. La
era de la técnica está revelando el
sentido profundamente ontológico
de las categorías del poseer y del tener. Nos encontramos ya no sólo
ante la pérdida de unos bienes que
poseíamos, sino ante algo más radical, la pérdida de aquello que somos. Con gran acierto decía G.
Marcel que “la contaminación aparece como una consecuencia inevitable y materializada de un error específicamente metafísico”4. Con la
pretensión de conquistar la naturaleza, el hombre la ha desfigurado.
La prodigiosa técnica ha ofrecido
grandes avances para el hombre y
para su bienestar, aunque no a todos del mismo modo, pero ha producido también un mundo roto y ha
desnaturalizado la hermana-madre
tierra, que diría Francisco de Asís.
El problema ecológico tiene tales
proporciones que ya no es reducible a las ciencias biológicas y físicas, como fue en sus orígenes, sino
que pertenece al discurso interdisciplinar.
El acercamiento del hombre a la
naturaleza está condicionado por
una filosofía previa, que se practica
de un modo consciente o inconsciente. Desde los orígenes del pensar filosófico, al menos occidental,
nos encontramos con la contraposición y dualidad entre el hombre y la
151
naturaleza. Tanto la filosofía como
las ciencias modernas han acentuado este dualismo. Las tradicionales
divisiones entre Yo y no yo, sujeto
y objeto, cuerpo y alma, pensamiento y materia, mundo interior y
mundo exterior expresan reiteradamente la dualidad hombre-mundo;
y todo ello depende de la cosmovisión que el hombre se ha forjado.
La modernidad se caracteriza por
el enorme predominio de la subjetividad, por la imposición de la inteligencia, de la voluntad e, incluso,
de la propia imagen del hombre. La
subjetividad desencadenada se ha
manifestado principalmente en el
dominio del hombre sobre la naturaleza a través de la ciencia y de la
técnica. El proyecto del dominio en
la edad tecnológica no se ha parado
ni limitado en el campo de las cosas
y de los seres irracionales, sino que
se ha pasado a experimentar audazmente incluso la misma naturaleza
del hombre a través de intervenciones bioquímicas, invasiones psíquicas y experimentos de la ingeniería
genética. El avasallamiento de la
subjetividad, parece apoyarse y justificarse en el dominio incontrolado
humano sobre la naturaleza.
La contaminación y el deterioro
de la naturaleza tienen raíces antropológicas y metafísicas, que se deben revisar para entablar un nuevo
diálogo vital y constructivo entre el
hombre y la naturaleza. La madre
tierra no puede considerarse como
una simple posibilidad técnica y
como una mina inagotable ni como
un almacén de fácil recurso, sino
como el horizonte vital y necesario
de nuestro ser en el mundo. El
hombre necesita de la naturaleza
como la naturaleza necesita del espíritu. La relación hombre-naturaleza sólo se recompondrá con una
metafísica del amor y con una ontología de la participación respetuosa.
No obstante la afirmación filosófica de que el hombre y el mundo
constituyen un sistema y están llamados a compartir una misma
aventura humana y mundana, el desarrollo de la realidad concreta e
histórica del hombre-mundo o naturaleza no convence y provoca no
pocas veces un sentimiento de
abandono, de hostilidad o de exilio.
Heidegger, en Carta sobre el humanismo5, habla de la apatridad del
hombre moderno, no sólo en cuanto se haya dado el olvido del ser, si-
DOLENTIUM HOMINUM
152
no en cuanto no se siente acogido y
protegido en el horizonte mundo.
De ello es testigo Nietzsche, que
tan enérgicamente describió esa
apatridad. Anteriormente Hegel lo
había expresado en su concepto de
extrañamiento, y más tarde Marx lo
recogerá en la reiterada palabra
alienación. El sentimiento de exilio, de desplazamiento y desarraigo
está tan fuertemente acentuado en
nuestra época que “la apatridad se
convierte en destino del mundo”6,
creando en no pocos modernos una
actitud de agresividad permanente
y de violencia contenida o desencadenada.
La armonía o desarmonía entre
el hombre y la naturaleza depende
de que el hombre trate a la naturaleza como un objeto útil o la interprete como un espacio vital y no reducible a utensilio ni manejable a capricho, pues la naturaleza no está ni
ahí, ni en mí, ni contra mí, sino
conmigo. Y tanto la naturaleza como cada cosa natural tiene su propio valor y significación, y “desconocer que cada cosa tiene su propia
condición y no la que nosotros queremos exigirle es, según Ortega, el
verdadero pecado capital, que yo
llamo pecado cordial, por tomar su
oriundez de la falta de amor. Nada
hay tan ilícito, como empequeñecer
el mundo por medio de nuestras
manías y cegueras, disminuir la realidad, suprimir imaginativamente
pedazos de lo que es”7. Es necesario percatarse de que las cosas naturales tienen también su profundidad, su interioridad y su dimensión
peculiar que se escapan fácilmente
a la fiscalización humana.
La racionalidad moderna lleva
en sí misma un fuerte impulso de
subjetividad y de autoconciencia.
El sujeto que se autoafirma lo hace
a expensas de la objetivación de la
naturaleza tanto externa como interna. El sujeto que se autocrece,
cuando se dirige a sus respectivos
objetos en el conocer y en el obrar,
se hace autónomo, independiente e
impenetrable. Y de un modo inconsciente acentúa la tendencia a
autoensaltarse y a absolutizar los
actos concernientes a la reflexión y
a la emancipación. La racionalidad
del pensamiento que se convierte
en absoluta tiende a manifestarse
en formas de dominio y avasallamiento de todo aquello que depende o de lo que es condicionada. La
razón absoluta se transforma en vo-
luntad absoluta y en voluntad de
poder aunque se enmascare con
formas civilizadas. Cuando el yo
pienso, el yo quiero, el yo siento y
el yo valoro son expresiones programáticas de una subjetividad descontrolada se cae en el mito del Yo
absoluto para el que el otro, lo otro
y la naturaleza solo son considerados como medios o instrumentos,
llegando con ello a una subversión
de las auténticas relaciones humanas con la naturaleza y mutilando
realidades complementarias del ser
humano. El proceso de racionalización que se inició con la modernidad y se acentuó a partir de la Ilustración ha logrado la autonomía del
hombre ciertamente, pero ha conllevado también una deshumanización de la naturaleza y una desnaturalización del mundo humano. Con
Piaget puede decirse que tal proceso viene entendido como un descentramiento de la imagen del
mundo, con inevitables repercusiones en las relaciones hombre-naturaleza.
El hombre se polariza hacia el
mundo por un movimiento espontáneo y natural; y a través de su
comportamiento se abre al mundo
y a las cosas con las que comparte
su existencia, que se define por su
vinculación al mundo y al que trata
de comprender a través de la afinidad ontológica. Debido a la intencionalidad del pensamiento y al
movimiento centrífugo del Yo nos
vemos arrojados más allá de nuestra propia subjetividad que nos instala en un mundo que es anterior al
yo y al que le envuelve en una serie
de relaciones reales y posibles. El
mundo es un ingrediente de la existencia humana, la circunstancia de
mi Yo, en el sentido que Ortega da
al concepto de circunstancia, y pertenece a la analítica y a la estructura de la vida del hombre, pues la vida humana es esencialmente mundana en cuanto que la propia corporeidad es intrínseca y constitutivamente inseparable de la mundanidad. Estar en el mundo es hacer necesariamente algo con lo que hay
en el mundo; y este hacer algo es
vivir, que implica un ir haciendo y
un ir haciéndose, un mundanizar y
un mundanizarse. Vivir no es sólo
expresar ese lazo vinculante entre
el Yo y el mundo; implica además
descubrir la conexión existencial y
dinámica que existe en el mundo
entero y que por estar presente el
hombre es ya mundo humano. De
este modo la subjetividad y la objetividad aparecen como dos polos
necesarios e imprescindibles del
sistema yo-mundo.
Estructuralmente el hombre es
un ser relacionado y vinculante. Pero no es fácil relacionarse porque
estamos condicionados y mediatizados por los propios esquemas
culturales y por los prejuicios ambientales y vigentes que forjan en la
mente humana diversas visiones y
diferentes lecturas de la realidad.
Se ha perdido la ingenuidad natural
de los presocráticos y vivimos con
una voluntad de sospecha y de recelo que nos distancian de la realidad. “El mundo lo llevamos dentro”, decía Unamuno comentando
la vida de don Quijote y de Sancho8. Lo que está exigiendo una revisión y purificación del propio interior. Cada visión engendra su propia experiencia y ésta se articula en
una actitud concreta ante la vida y
ante la naturaleza.
Para una comprensión integrada
e integradora del mundo real, que
es natural y técnico al mismo tiempo, hay que superar los sistemas
excluyentes: positivismo-idealismo, cientismo-voluntarismo, objetivismo-subjetivismo, etc. Es necesario llegar a la más amplia y profunda relación con toda la realidad
envolvente a través de todos los saberes. Para ello no basta la simple
razón comunicativa, sino que hay
que llegar a la existencia comunicativa, basada en una ontología de la
presencialidad constitutiva, que
comporta un nuevo modo de habitar en el mundo y de tratar las cosas, como asimismo supone un
nuevo mirar la naturaleza y un
aprender a escuchar y a respetar a
todos los seres.
En una visión humanizada de la
naturaleza lo científico-técnico no
tiene por qué oponerse a los valores
del espíritu ni al mismo espíritu,
como tampoco la máquina a la mística. Pues como acertadamente escribía Bergson, el cuerpo técnico
“espera un suplemento de alma y la
mecánica exigiría una mística”9.
De este modo, la mecánica, que
ha encorvado a muchos hombres
hacia la tierra, les ayudaría a levantarse y a mirar hacia arriba. A través de una profunda humanización
de la naturaleza y de las cosas, el
hombre logrará una nueva forma de
existencia en el mundo y colabora-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
rá en la construcción de un entorno
más habitable y acogedor.
El mensaje del Antiguo Testamento ofrece una teología de la creación en donde la relación hombrenaturaleza se entiende desde la relación Creador-creatura. Esto queda perfectamente subrayado en la
profesión de fe del primer capítulo
del Génesis como igualmente en la
literatura sapiencial y en los profetas. El hombre es un ser creado y la
naturaleza, con todos los demás seres y cosas que hay en ella, son
también creados. Dios aparece como el gran Señor, libremente creador del ser humano y de los demás
seres mundanos. Toda la creación
es radicalmente distinta de Dios y,
por tanto, queda excluido el panteísmo. Como asimismo toda la realidad creada es buena. No sólo el
hombre es bueno sino que todas las
demás criaturas son también buenas. Por consiguiente, no cabe una
actitud maniquea. La bondad de la
naturaleza, y de lo que hay en ella,
es una propiedad que viene de su
creador. Pero el ser humano se describe como realidad distinta de las
demás realidades naturales aunque
nunca pierde su categoría de ser
creatural. Se le hace rey de la creación para que use de ella no para
que abuse.
El “someted la tierra” no es un
salvoconducto para explotar y destruir, sino el imperativo divino para
que el hombre humanice la naturaleza y se vincule a ella fecunda y
gozosamente. La constitución Gaudium et spes (n. 34) escribe a este
propósito: “Creado el hombre a
imagen de Dios, recibió el mandato
de gobernar el mundo en justicia y
santidad, sometiendo así la tierra y
cuanto en ella se contiene, y de
orientar a Dios la propia personalidad y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo. De modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre
sea admirable el nombre de Dios en
el mundo”. Por tanto, la explotación incontrolada de la naturaleza o
su deterioro voluntario por parte
del hombre va contra el designio
del Dios de la Biblia.
La naturaleza y la historia se implican y condicionan mutuamente
en la Biblia ya que Dios realiza su
misterio de salvación a través de
mediaciones históricas y cósmicas.
El mensaje del Génesis sobre la
creación tiene no sólo un significa-
do protológico, en cuanto referencia a la primera creación, sino que
contiene también otro escatológico,
en cuanto ya se mueve hacia la
nueva creación compuesta de naturaleza y de historia. En el libro bíblico del Origen no predomina la
pasividad primordial sino la acción
fundante y transformadora de todos
los componentes del universo. El
hombre, miembro colegial de ese
cosmos, no goza de una subjetividad prometeica sino de una subjetividad orientadora y solidaria. Su
acción sobre la naturaleza debe ser
un acto culto o de cultura ya que su
cometido está en cultivar y cuidar
su hábitat. El antropocentrismo de
la Biblia dista mucho del antropocentrismo que predomina en la cultura occidental desde el Renacimiento, pues mientras en éste campea la subjetividad autosuficiente y
prepotente, en aquél subyace la alteridad y la solidaridad en cuanto se
presenta como imago Dei. El hombre bíblico no puede desentenderse
del otro ni de lo otro. Resuena sin
cesar en su conciencia la voz que le
pregunta por el otro hermano y lo
otro mundano.
Todo el Nuevo Testamento resalta la acción mediadora y ejemplificante de Cristo, Verbo encarnado,
creador y reformador de todas las
categorías existenciales y de los diversos órdenes del mundo real. Si
Cristo es el único Salvador y la creación es un acto de salvación, significa que la creación y el Cristo están íntimamente vinculados. Así lo
proclama S. Pablo para quien Cristo es la clave interpretativa, explicativa y aplicativa de la historia de
la salvación y del mundo natural. Si
todo gira en torno a Cristo, mediador y cabeza de la creación, en
quien todo está recapitulado (Ef 1,
3-10), se debe concluir que todo el
universo está transido de referencias crísticas.
El mundo entero debe ser visto e
interpretado a la luz de un cristocentrismo universal, en la perspectiva que ya hace siete siglos presentó Juan Duns Escoto y que Teilhard
de Chardin ha delineado en este siglo. Quien desee mirar e interpretar
en profundidad la creación entera
en clave cristiana se encontrará inevitablemente con una urgencia cristológica. Si se reaviva el cristocentrismo cósmico de inspiración paulina, todas las realidades terrenas se
percibirán desde una óptica singu-
153
lar, llena de sentido y de mensaje.
El cristianismo ve la naturaleza
entera en la perspectiva del Cristo
resucitado que es el verdadero punto de convergencia de la naturaleza
y de la historia. Por tanto, la contaminación de la naturaleza, la explotación del campo por pura especulación egoística, el despilfarro de
los recursos naturales, el consumismo irracional e incontrolado, como
todas aquellas formas de agresividad a la naturaleza o a parte de ella
son un ataque al plan divino de la
creación y es provocar un desorden
en el mundo de imprevisibles consecuencias, que incidirán inevitablemente en el mismo hombre10.
La creación no es simplemente
una vaga imagen de Dios, es un
don de Dios y parte de su autorevelación. Por tanto, es lenguaje y manifestación de su autor. En esta línea me parece oportuno ofrecer
aquí la visión sintética de una teología ecológica en clave bonaventuriana, profunda en su contenido y
bella en su expresión. El mundo para S. Buenaventura es un sacramento de alusividad y de referencias
porque todo él está transido de presencias que remiten a la gran Presencia, que es Dios.
La cosmovisión bonaventuriana
se basa en la filosofía ejemplarista,
que consiste en subrayar la semejanza y la relación que se dan entre
las criaturas y el Creador. Dios, que
es amor y sumo bien, es diffusivum
sui, es expansivo y comunicativo a
través de su dinamismo creador.
Siendo Dios la infinita bondad, comunica esa bondad que se convierte en la causa fontal de todos los seres. De tal modo que la misma estructura cósmica lleva en sí esa impronta de comunicación y una exigencia de expresión de que toda la
creación refleja su origen, su estructura y su fin11.
La estructura metafísica del ser
connota tres verdades fundamentales: originación o ser recibido, intimidad o ser en sí mismo y comunicación o estar en comunión; es decir, toda la realidad creada es dependiente, es consistente y es referente, de tal modo que el cosmos es
una sintaxis óntica en donde se entremezclan y se manifiestan la
unión, la semejanza y la relación.
Dios ha creado este mundo en el
que de algún modo está presente,
puesto que el mundo, los seres y los
hombres son expresiones de las in-
DOLENTIUM HOMINUM
154
visibles ideas divinas, que han servido de modelo. El Creador ha dejado su rastro en las cosas y en los
demás seres creados12. Todos los
seres creados son sombra o vestigio
o imagen de Dios. Pero esta semejanza, clara o confusa, lejana o cercana de lo divino, no es una categoría poética y romántica, sino una realidad óntica, no es algo accidental,
sino sustancial y una propiedad
esencial de los seres13. El mundo
entero es un libro en el que está impresa la Trinidad creadora con caracteres legibles14. Toda la semejanza expresiva14 de las ideas divinas
fundamenta una ontología de la expresión, que contiene verdades ideales, que distan tanto de las verdades fácticas de la epistemología
moderna y son incomprensibles para la mentalidad positivista. El discurso científico actual, basado en el
conocimiento empírico y experimental, difícilmente puede comprender la verdad de las metáforas
de las cosas tal y como las presenta
Buenaventura. Pero solamente superando las verdades factuales se
alcanzará el profundo sentido de la
existencia del hombre y el valor
profundo y significativo de la naturaleza.
Si cada ser es palabra (logos impreso), debe ser también memoria
(recuerdo de su autor), como asimismo es comunión y vinculación
(todos pertenecen a la misma estirpe) y es celebración (porque expresa la gloria divina). El puro idealismo, pues, es una desconsideración
hacia la realidad; y el puro positivismo es falta de visión de esa misma realidad. La visión bonaventuriana es un realismo-simbólico-participativo, que al mismo tiempo
que revaloriza el concreto lo hace
lenguaje y lo relaciona en una comunión universal.
El pensamiento bonaventuriano,
en relación a la naturaleza y a los
seres naturales, exige un comportamiento humano y una actitud existencial de respeto, de comunión y
de confraternización con todos
ellos porque se apoya y se fundamenta en una ontología del amor,
que lleva más que a conocer las cosas a un saber viviendo con ellas; y
ese conocimiento se llama sabiduría. El hombre no está frente a la
naturaleza, sino que con-vive en la
naturaleza y con la naturaleza. En
el ser humano se encuentran y se
consuman los movimientos y las
aspiraciones más ocultas de la creación. El hombre es una medietas
entre la naturaleza y el espíritu, lo
finito y lo infinito; es un microcosmos en donde la materia y el espíritu se armonizan en una síntesis perfecta, pero no acabada. El hombre
no domina ni manipula la creación,
sino que la preside y le da sentido
explícito porque todo ha sido creado con miras a él. Todo ha sido creado con vistas al hombre, por eso
éste ha sido creado el último16. Por
tanto, el hombre y la naturaleza se
armonizan en un mismo proyecto
teológico, cosmológico y hermenéutico.
En el libro de la creación, san
Buenaventura descubre y describe
todo un universo de belleza y de armonía, pues cada cosa natural, aunque sea la más ínfima en la escala
del ser, reverbera un destello de la
luz divina. Es asombrosa la penetración de la inteligencia amante de
Buenaventura para descubrir en el
secreto de la creación las infinitas
analogías, metáforas e imágenes
que revelan, de un modo u otro, las
huellas y los vestigios divinos impresos en ella por el acto creador.
Todo el universo es un mundo de
clamor y de manifestación divina.
Y para descubrirlo sólo basta poner
los sentidos en actitud operativa.
Por tanto, “el que con tantos esplendores de las cosas creadas no
se ilustra, está ciego; el que con
tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos
efectos no alaba a Dios, ése está
mudo; el que con tantos indicios no
advierte el primer principio, ese tal
es necio. Abre, pues, los ojos, acerca los oídos espirituales, despliega
los labios y aplica tu corazón para
en todas las cosas ver, oír, alabar,
amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que todo el
mundo se levante contra ti”17.
La naturaleza, Dios y el hombre
están profundamente vinculados e
interrelacionados por motivos teológicos, pero también por parentesco ontológico y por principios epistemológicos y hermenéuticos. Pero
a veces resulta que el hombre es sapientísimo en ciencia y analfabeto
en sabiduría; un gran conocedor de
leyes y un cualificado ignorante en
principios sapienciales.
La naturaleza para san Buenaventura está muy lejos de ser inhóspita, hosca y hostil al hombre. Se
presenta y se interpreta como casa,
como morada y como habitación en
donde el ser humano se siente como en su propio recinto hogareño.
El hombre no es un gitano sin posada ni un ciudadano incómodo, ni un
inquilino que tuviera el sentimiento
de estar de más y de sobra en el
propio hábitat, como lo propone
con incontenible pesimismo J. Monod en su libro El azar y la necesidad. Todo lo contrario, hay una íntima relación entre el hombre y la
naturaleza. Y en esta dinámica vital
de la coexistencia no hay espacio
para aquellas formas de agresión,
de violencia o de destrucción contra el mundo natural, ya que es
nuestro complemento necesario.
Todo el universo bonaventuriano, interpretado desde la experiencia religiosa y desde una teología
experiencial, tiene una gran armonía y belleza. Pero es, al mismo
tiempo, un mundo natural-práctico
porque en él vivimos, nos movemos y existimos. San Buenaventura propondría una ecología de ilimitados horizontes que desembocara en una estética vivida de toda
la creación y en una confraternización entre todos los seres de la naturaleza, en donde impere no la
agresividad ni la explotación sino
la armonía, el servicio y la simpatía
en una actitud de solidaridad y de
subsidiaridad.
Comportamiento existencial paradigmático, que merece una detenida reflexión en cuanto que creó
un importante movimiento espiritual y cultural, es el de S. Francisco
de Asís, que se sentía íntimamente
vinculado no sólo con todos los
hombres sino con todos los seres de
la creación, a los que daba el dulce
nombre de hermano o hermana. Jamás hizo él una teoría de la unidad
ontológica de lo real, pero vivió tan
intensamente la armonía cósmica
que ha podido crear una teoría y
una visión singular del hombre como ser en el mundo. En su universo
no había espacio para una contaminación posible, pues todo en él era
armonía y transparencia, respeto y
cortesía. El que canta y celebra sinceramente no contamina ni deteriora la naturaleza, sino que ofrece a
los otros un modo nuevo de habitar,
de ser, de vincularse y de vivir, y
con ello pone los presupuestos antropológicos más eficaces para establecer sanas y saludables relaciones entre el hombre, sus acciones y
la naturaleza.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
La pobreza en Francisco tenía raíces evangélicas ciertamente, pero
tenía también raíces ontológicas y
cosmológicas. Quien posee, domina; y quien domina, destruye. Francisco amaba la vida y todo lo que
hay en la vida con infinita ternura.
Por eso no podía corroer ni destruir
ni deteriorar el maravilloso don de
la creación. Sólo la ternura y la
simpatía podrán contrarrestar eficazmente la peste del deterioro y de
las relaciones mortíferas.
Francisco fue un santo, no un
científico; un práctico y un practicante, no un teórico ni un teorizante. Pero su experiencia vivida es expresión de su propia arqueología
interior y de sus vigencias religiosas que pueden ayudar a crear un tipo de hombre que sepa habitar en el
mundo de un modo diverso al que
estamos acostumbrados. Francisco
no es una teoría sobre el mundo, es
una utopía en el mundo. No es un
simple recuerdo, es una provocación que pone en crisis la conciencia que vive según los imperativos
habituales de una ética del consumo. Su arte de vivir y de estar en el
mundo y con las cosas es la invitación a crear un diálogo universal
más allá de los presupuestos científicos y ontológicos de la subjetividad y de la objetividad, del externalismo y del internalismo, del materialismo y del espiritualismo.
El Poverello no poseía un espíritu temeroso ante la naturaleza, como si las cosas estuvieran habitadas
por espíritus peligrosos que habría
que aplacar y obedecer. Eso corresponde a espíritus excesivamente arcaicos que aún no han superado el
animismo primitivo temor. Tampoco poseía un espíritu romántico en
cuanto proyección de los propios
sentimientos sobre el mundo. El romanticismo es característica de la
subjetividad moderna, que se sirve
de la naturaleza para profundizar
más en la propia conciencia y en
los propios sentimientos. Pero tanto
el arcaico, en su temor, como el romántico, en su afectividad tumultuosa, no escuchan la voz de la naturaleza, sino que proyectan sobre
ella sus temores o sus sentimientos.
Sin embargo, en Francisco se da
una verdadera voluntad de escucha
en la creación entera, en donde percibía la voz callada y el silencio sonoro del Dios creador, Padre de todos los seres; y en ese silencio fecundo y participado él pudo cantar
en, desde y con todos los seres al
Autor de la creación.
En su Cántico del hermano sol se
entremezclan existencialmente las
experiencias religiosa, estética y
poética. En el santo de Asís sintonizaba perfectamente la arqueología
interna con la ecología externa. Si
este Cántico brotó desde las profundidades de su existencia, quiere
decir que su autor logró la fraternización cósmica y participó de su
fuerza y mensaje porque él previamente había hecho un gran vacío en
su interioridad. Gracias a su pobreza radical se capacitó para poder vivir y percibir el don natural de todos los seres que componen el misterio de la creación. La naturaleza
se abre y se da sólo a aquellos que
previamente se han despojado de sí
y han eliminado resistencias y opacidades. Francisco antes de acercarse fraternalmente a todos los seres se liberó del peso del propio
egoísmo. Unicamente el hombre libre y liberado es capaz de descubrir, participar y cantar la vitalidad
irresistible de la creación. Sólo
hombres así atraen al mundo una
nueva existencia completa y una
nueva fraternidad cósmica. Max
Scheler dice de Francisco de Asís
“que es uno de los mayores escultores del alma y del espíritu en la historia europea”18 porque logró vivir
en su persona, en una síntesis difícilmente igualada, el amor de Dios,
de los hombres y de todos los seres
de la naturaleza. De este modo se
logró la utopía real y el modelo de
una existencia completa que puede
servir de paradigma para aprender
a habitar en el mundo y cohabitar
pacíficamente con los otros y con
lo otro.
El hombre encontrará y mantendrá su salud normal, su equilibrio
humano y su armonía completa
cuando logre vivir una integración
equilibrada entre su interior y su
exterior, entre su propia individualidad y la necesaria biodiversidad y
en comunión con todos los seres de
la naturaleza. La calidad de vida
implica un proceso de humanización y un hombre de calidad. Tanto
desde el punto vista biológico como desde el punto de vista psicológico y afectivo la salud del hombre
depende no sólo de lo que come,
bebe, toca y respira sino también de
todo aquello que le complementa
como ser religado y vinculado a
una naturaleza concreta con todos
155
los seres y cosas que hay en ella.
Pero esta dimensión de comunión
con la naturaleza está exigiendo al
hombre actual no sólo una nueva
pedagogía planetaria y una ética
ambiental sino también un aprender a habitar en el mundo y a tratar
fraternalmente la naturaleza y todos los seres que hay en ella como
asimismo un respetar y un salvaguardar tanto los micro como los
macroecosistemas.
P. JOSÉ ANTONIO MERINO OFM
Rector del Pontificio Ateneo
Antonianum (Roma)
Notas
1
E. MORIN, Il pensiero ecologico (Florencia 1988), p. 102.
2
Ibid., p. 127
3
G. PICHT, “Umweltschutz und Politik” en
Humanökologie und Umweltschutz, edit. por
E. von Weizsäcker (Stuttgart-Munich 1973),
pp. 80-94.
4
The philosophy of Gabriel Marcel. Marcel’s Autobiography en “The library of living
philosophers”, dirig. por P. A. SCHILPP Y
L.E.HAHN (Illinois 1984), p. 240. G. Marcel
habla de la contaminación del ambiente como
de “una degradación infinitamente más esencial y que afecta al modo mismo en el que el
hombre, creyendo tomar sobre sus espaldas el
propio destino, se ha desvinculado de aquello
que podría ser llamado sus raíces ontológicas”. G. MARCEL, En chemin, vers quel éveil?
(Paris 1971), p. 202.
5
M. HEIDEGGER, Carta sobre el humanismo (Madrid 1970), pp. 35-39
6
Ibid. p.37
7
ORTEGA Y GASSET, Meditaciones del Quijote (El Arquero, Madrid 1970), p. 45
8
M. DE UNAMUNO, Vida de don Quijote y
Sancho (Col. Austral, Madrid 1981), p. 176
9
H. BERGSON, Les deux sources de la moral et de la religion (Oeuv. Compl., ed. du
Centenaire, Paris 1963), p. 1239
10
De la abundante literatura sobre este tema, señalo sólo lo siguiente: J.B. COBB, Is too
late? A theology of ecology (Beverly Hills
1972); G. LIEDKE, Im Bauch des Fisches. Oekologische Theologie (Kreuz Verlag 1979); J.
L. RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación
(Santander 1986); J. MOLTMANN, Dios en la
creación. Doctrina ecológica de la creación
(Salamanca 1987); AA.VV., Questione ecologica e coscienza cristiana (Brescia 1988);
AA.VV., Ecología y creación. Fe cristiana y
defensa del planeta (Salamanca 1991); J.A.
MERINO, De la crisis ecológica a la paz con la
naturaleza (Madrid 1994); Revista Biblia y fe
47 (mayo-agosto 1990); Concilium 237 (julio
1991), pp. 139-153.
11
S. BUENAVENTURA, II Sentent., d. 1, p. 2,
a. 1, q.1
12
I Sentent. d. 3, p. 1, a. 1, q. 2, fund. 4
13
II Sentent., d. 16, a.1, q. 2, fund. 4
14
Hexaémeron, col. 2, n. 12
15
Ibid. col. 12, n. 4.
16
II Sentent., d. 25, p. 2, a. 1, concl.
17
Itinerarium mentis in Deum, c. 1, n. 15
18
MAX SCHELER, Esencia y formas de la
simpatía (Buenos Aires 1950), p. 121
DOLENTIUM HOMINUM
156
CARLA GIULIANA BOLIS
Protección de la salud en el lugar de trabajo
Aproximadamente el 45% de la
población mundial y una considerable porcentual de los niños sobre
los 10 años de edad, especialmente
en los países en vías de desarrollo,
constituyen la fuerza laboral en el
mundo. El trabajo es fundamental
para el hombre porque permite la
producción de alimentos, bienes y
servicios y el desarrollo socio-económico de toda la sociedad. Asimismo, el trabajo es una solución
frente al problema de la pobreza.
Por tanto, es necesario invertir el
capital humano mediante una mejor educación y preparación de los
trabajadores y a través de una mayor tutela de su salud.
El capital humano y la inversión
en capital humano son, pues, de
gran importancia en todo nivel para
mejorar la calidad del trabajo y para promover socialmente al trabajador y económicamente al país. Hay
que tener en cuenta también que la
tecnología y la inversión en capital
humano en muchos casos suplen la
falta de recursos naturales y de esto
son un ejemplo las economías de
algunos países del sureste asiático.
No es suficiente la disponibilidad
de instalaciones productivas modernas si no se dispone de una fuerza-trabajo preparada y tutelada
adecuadamente desde el punto de
vista de la calidad de la vida y de la
salud en el lugar de trabajo. La eficacia de las inversiones en capital
humano mejora el nivel de la riqueza y de la salud.
Es muy importante la interacción
entre el trabajador y el lugar de trabajo, tanto desde el punto de vista
físico como psicológico. Un ambiente de trabajo adecuado promueve el bienestar y la salud del
trabajador. Por el contrario, un lugar de trabajo no apropiado puede
producir alteraciones físicas y
mentales y representar una carga de
sufrimiento para el individuo, para
su familia y para la sociedad.
Es interesante ver que desde el
punto de vista histórico el trabajo y
el lugar del trabajo han cambiado
progresivamente adaptándose a las
nuevas exigencias. Se ha pasado
así del duro trabajo agrícola, incluida la adomesticación y la crianza
de animales, a la revolución urbana
e industrial, que en su fases iniciales todavía se basaba mucho en el
trabajo físico, hasta llegar a la revolución tecnológica actual. En el
mundo occidental, hoy, el trabajo
ya no requiere un grande esfuerzo
físico, pero ha aumentado la demanda de requisitos relacionados
con la competencia técnica e intelectual del trabajador. Estos mayores requisitos de competencia han
hecho aumentar también el stress
social y psicológico conexo con el
trabajo. El stress en el lugar de trabajo puede depender no sólo de las
tareas que se deben absolver o de
los factores ambientales, sino también de la organización misma de
los servicios y de las jerarquías empresariales. Entre los factores psicológicamente stressantes podemos recordar la carga de trabajo, el
respeto de los vencimientos, la responsabilidad, la conflictualidad.
Todo esto no sólo se repercute en
las relaciones entre los colegas de
trabajo, sino también en la estructura familiar y a menudo se traduce
en la aparición de una sintomatología clínica orgánica. Observemos
algunos ejemplos de patologías relacionadas con el stress en la tabla
siguiente:
Tabla 1. Posibles efectos
negativos del stress
en la salud psicofísica
Efectos físicos
Alergias
Aritmias
Dolores articulares y musculares
Disturbios gastrointestinales
Cefaleas
Disturbios del sueño
Alteraciones neurovegetativas
Efectos psicológicos
Ansia
Depresión
Disturbios del apetito
Incapacidad de concentración
Irritabilidad
Fobias
Efectos sociales
Apatía
Problemas en las relaciones familiares e
interpersonales
Efectos en el trabajo
Ausentismo
Aumento de los comportamientos
de riesgo
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
La revolución de las actividades
de producción no han tenido lugar
al mismo tiempo en todas partes
del mundo, por lo que nos referimos sobre todo al mundo desarrollado. En el mundo en vías de desarrollo, el trabajo manual sigue
siendo muy difundido. Por estos
motivos las estrategias de tutela y
de atención al mundo del trabajo
deben ser diferentes según las distintas partes del mundo.
Se pueden individuar algunos
objetivos y estrategias elementales
para mejorar la salud en el lugar
del trabajo; en este ámbito se ocupan muy eficazmente la Organización Mundial de la Salud y la International Labour Organization.
En la tabla siguiente se pueden observar algunos ejemplos de objetivos prioritarios en este contexto.
Tabla 2. Objetivos prioritarios
para tutelar la salud
en el lugar del trabajo
– Reforzar las políticas nacionales e internacionales
– Desarrollar cada vez más el control de
lugar de trabajo y de la salud de los trabajadores
– Reforzar los servicios de Medicina del
Trabajo
– Desarrollar standards de referencia basados en la valoración del riesgo documentada científicamente
– Identificar índices biológicos de exposición a sustancias tóxicas
– Desarrollar networks de información
y de datos de referencia; reforzar los programas de investigación
– Desarrollar programas de formación
continua de los trabajadores en el campo
profesional
– Desarrollar programas informativos
sobre los riesgos para la salud de las diferentes actividades laborales, con el fin de
obtener una óptima prevención
En la evaluación de los riesgos
del trabajo es necesario tener en
cuenta que hoy ha aumentado la
duración de la vida laboral activa
y, por tanto, la edad de los trabajadores; por otro lado, ha aumentado
también la porcentual de mujeres
que trabajan. Por consiguiente, la
tutela de la salud en el lugar de trabajo debe tener en cuenta dichas
diferencias y, como toda la medicina moderna, debe clasificar y comprender los riesgos y las patologías
por clases de edad de los sujetos
expuestos y por sexo.
Mención a parte se debe hacer
en lo que respecta el trabajo de los
menores. El trabajo de los niños
escapa a la reglamentación, a la tutela y al análisis porque no existen
datos concretos y la situación del
trabajo de menores a menudo es
adecuadamente enmascarada o ignorada. Sería muy importante tutelar la salud del organismo en desarrollo justamente porque, por razones biológicas, en muchos casos el
niño no está preparado para reaccionar contra el stress, contra las
sustancias tóxicas, los riesgos de
infección u otros. Por esta razón se
debería actuar un mayor control
del trabajo de los menores.
En una visión holística de la salud en el mundo del trabajo, es necesario tener en cuenta también
otros factores como el clima, ya
que la presencia de condiciones de
calor o frío o de humedad excesivos pueden constituir una situación
de grave dificultad física, sobre todo en el momento en que se requiere el desarrollo de una actividad laboral particularmente intensa.
En los países en vías de desarrollo, en muchos casos es necesario
aumentar los controles de la presencia de vectores de graves enfermedades parasitarias o infectivas.
Dicha preocupación no se limita a
los países en vías de desarrollo;
pensemos en los riesgos a los que
se expone el personal sanitario o al
peligro, identificado desde hace
poco, de los trabajadores en los
mataderos que pueden caer en el
riesgo de encefalopatías esponji-
157
formes transmisibles, raras, pero
de efectos devastadores.
Uno de los riesgos más temidos
por el trabajador en el lugar del trabajo es representado por la presencia de sustancias tóxicas. Muchas
de ellas pueden ser cancerosas y
otras pueden influir en el sistema
nervioso. Si no existen medidas de
higiene adecuadas, además de estar expuesto directamente, el trabajador puede ser vehículo de dichas sustancias en el ambiente doméstico a través de sus indumentos. Un buen programa de prevención o de monitoreo debería prever: a) medidas de higiene personal en el lugar de trabajo, b) eventuales controles en el domicilio del
trabajador. Es necesario identificar
también índices biológicos apropiados de exposición inmediata y
continuada.
Especial preocupación se dirige
a las sustancias cancerosas sobre
todo a causa de sus efectos a distancia de tiempo y por la no clara
relación dosis-efecto. Ya en la primera mitad del siglo XVIIIº se había puesto cierta atención en la posibilidad de que algunas enfermedades se debiesen al trabajo o a
sustancias tóxicas presentes en el
lugar de trabajo. Sobre dichos argumentos escribió en Italia Bernardino Ramazzini en su Tratado
de Medicina del Trabajo, en 1705.
Percival Pott, médico inglés, descubrió y describió en 1775 el cáncer del escroto en los deshollinadores de Londres y lo puso en relación a la exposición a los productos de combustión del carbón presentes en la hollín.
Otro aspecto importante de la
salud en el lugar de trabajo es la toxicidad de las sustancias usadas en
la agricultura. Con respecto a los
trabajadores en ambiente urbano
los trabajadores agrícolas frecuentemente no tienen servicios de
asistencia sanitaria. El acceso se limita a veces a las distancias sobre
todo en los países en vías de desarrollo. Es importante también revelar que muchas de las innovaciones técnicas y el uso de fertilizantes químicos y de fitofármacos, introducidos para mejorar la productividad agrícola, no ha sido acompañado por un paralelo progreso
en la instrucción de los trabajadores sobre los riesgos que comporta
el trabajo que realizan. De dichos
DOLENTIUM HOMINUM
158
riesgos no están exentos los países
industrializados, por ejemplo, se
piense en la correlación epidemiológica entre morbo de Parkinson y
el uso de deshierbantes en algunas
zonas rurales de Canadá. En este
caso se piensa que algunos deshierbantes son neurotóxicos para
el sistema dopaminérgico.
Además, existen importantes interacciones entre las costumbres
de vida del trabajador y factores
ambientales en el lugar del trabajo.
Por ejemplo, un trabajador que
consume bebidas alcohólicas excesivamente, estará más expuesto
a riesgos por accidentes si desarrolla una actividad manual compleja
y con maquinarias peligrosas o si
debe conducir un vehículo motorizado. Los fumadores están expuestos mayormente a interacciones con sustancias tóxicas de la atmósfera, en especial a sustancias
que comportan el riesgo de desarrollar tumores. Por tanto, es necesario que en el ámbito del desarrollo de programas para la tutela de
la salud en el lugar de trabajo se
tenga en cuenta estos factores y se
realicen controles adecuados sobre
el trabajador.
Otro aspecto importante de la salud del trabajador que se refleja
tanto en el trabajo como en la vida
cotidiana es el de una correcta nutrición. Mientras en muchos lugares de trabajo de los países industrializados existen comedores que
ofrecen una dieta balanceada a un
precio bastante accesible, en muchos tipos de trabajo y en muchos
países en vías de desarrollo no
siempre se ofrece esta oportunidad.
La revolución tecnológica e industrial, además de plantear las
problemáticas arriba mencionadas,
también ha tenido un gran impacto
en el ambiente general, contribuyendo a la contaminación del aire
y del agua, poniendo en riesgo no
sólo la salud de trabajador sino de
toda la población. Dichas consideraciones sugieren que la tutela de
la salud en el lugar de trabajo y el
de toda la sociedad están vinculados estrechamente. Actuamente,
cualquier adelanto de la ciencia y
de la tecnología puede tener un
gran impacto en el trabajo, en los
trabajadores, en el puesto de trabajo y en el ambiente.
Esta observación pone de relieve la responsabilidad de la ciencia
y de la tecnología, así como la de
las entidades reguladoras nacionales e internacionales, en relación
con la salud del hombre.
CARLA GIULIANA BOLIS
Profesora de Biología Comparada
Universidad de Milán, Italia
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
159
RICCARDO COLASANTI
La salud: impacto de la inmigración
La medicina de las migraciones,
o bien de los emigrantes en el país
de llegada, es un tema de gran importancia en el ámbito de la sanidad
mundial: son más de 100 millones
los emigrantes en el mundo, a veces
con derechos sanitarios inexistentes
según las naciones de llegada, a veces muy frágiles y a veces no pueden gozar de ellos porque no los
comprenden o porque no los conocen.
Nuestra experiencia se funda en
la asistencia a 30,000 emigrantes
presentes en Roma desde el 1983,
es la experiencia de la Iglesia de
Roma y en particular de la Caritas
que desde siempre ha estado muy
atenta y en la mayor parte de casos
constituye la única tutela para los
emigrantes.
La emigración es una de las experiencias más traumáticas. Es una
herida porque no sólo se trata de un
cambio de cultura, de amistades, de
climas y horizontes, sino sobre todo
porque es preciso superar una barrera de pobreza que se espera eliminar en el momento de la inmigración. Sin embargo, aún siendo fácilmente imaginable y dura la condición del emigrante, a menudo éste
es visto en el país de aceptación con
sentimientos hostiles.
Deseo citar el artículo de un diario: “Llegan como langostas... Son
sucios, tristes habladores; tribus enteras que emigran hacia el Norte,
donde los campos no son desvastados, donde se come, donde se beve;
se instalan junto a sus parientes, o
entre ellos, permaneciendo estraños
al pueblo que los acoge, trabajando
a bajo costo, divertiéndose una vez
con el cuchillo y otras con la armónica”1.
Este párrafo de prensa que podría
adaptarse perfectamente a las polémicas de nuestros días, como he-
mos escuchado por la televisión sobre todo frente a las recientes emigraciones de Albania hacia Italia,
en realidad es el diario francés La
Patrie y apareció en un número de
1896. Se refiere no a inmigrados
africanos y asiáticos, sino a los italianos o mejor, a los romañoles, sicilianos y napolitanos.
Se vuelve a crear así esta pareja
relacional, donde aquel que recibe
siente adversión y temor y aquel
que llega prueba desconfianza y sobre todo la ruptura de un sueño: el
de la Tierra prometida del Edén occidental que en realidad se revela
una tierra de sangre y de dolor.
Esta actitud de hostilidad, de control, de policía, aparece también en
el sector de la salud. El inmigrante a
menudo es visto como un peligro
sanitario. Como un portador de enfermedades de interés epidemiológico. En fin, como un untador.
Prevalece la idea del control epidemiológico en las fronteras. Esto
sería científicamente válido si no
tuviera características de prejuicio
social. Ninguno piensa controlar en
las fronteras a un americano incluso
si proviene de una región endémica
para el SIDA. Pero surge espontánea a la mente la necesidad de control si el paciente es de piel negra y
proviene de Kinshasa. Se repite la
historia. El que es pobre primero,
italianos y españoles en el ejemplo
mencionado, ahora son los africanos, los albaneses y siempre es visto de manera diferente.
Más allá de los prejuicios comunes – presentes también en ambiente
académico e institucional público –
en general el emigrante no está afectado por enfermedades tropicales de
importación y fundamentalmente
está en buena salud a la llegada a
nuestro país, aun proveniendo de
naciones a veces endémicas debido
a graves patologías infecciosas y
donde casi siempre es muy bajo el
nivel de tutela de la salud.
La razón de este efecto paradójico depende del hecho que la población migrante no es representativa
de la que está presente en el territorio del estado de pertenencia. Abandonan su país los más jóvenes (de
veinte a treinta años), los más fuertes y sanos (los enfermos y más débiles se quedan en el país) y para algunas naciones (ej. Etiopia), aquellos de nivel intelectual y social más
elevado. Asimismo, para muchas
naciones africanas no se trata de
una emigración de los ambientes
rurales africanos donde son más
frecuentes las enfermedades tropicales (ej. Esquistosomiasis, Tripanosomiasis, etc.).
Los emigrantes parten de las capitales. El movimiento tiene lugar
de las ciudades del Tercer Mundo
hacia aquellas occidentales prosiguiendo la primera oleada migratoria de abandono de los campos para
dirigirse a las grandes ciudades.
Las premisas mencionadas determinan por efecto de una especie de
desnatado social, de selección en la
partida, el llamado efecto “emigrante sano”. Es decir la observación que la población del Tercer
Mundo inmigrada está fundamentalmente en buena salud, en condiciones ciertamente mejores de lo
que estaríamos tentados de pensar.
Lamentablemente la tendencia de
las estructuras y de los agentes sanitarios europeos, consiste más bien
en considerar a los emigrantes como afligidos por patologías tropicales, transmisibles y muy raras en
nuestros países.
Creo que es posible resumir en
tres las barreras que debe superar el
emigrante y que corresponden a tres
problemáticas sanitarias.
DOLENTIUM HOMINUM
160
1. Barreras económicas
La situación de pobreza en la
que vive el emigrante genera patologías de empobrecimiento psicofísico a la llegada debido a las graves condiciones de vida y de alimentación. Un proceso de catabolismo energético que se pueden advertir después de un período de
tiempo variable (uno-dos años). En
la práctica, el sujeto emigrante llega en buenas condiciones de salud
pero por la dificultad de integración social y pobreza económica
comienza a manifestar señales de
degradación física que a lo largo
pueden dar lugar a enfermedades
por empobrecimiento. Se trata de
un problema social central en la
medicina de los emigrantes y un
auténtico factor etiológico de gran
parte de los procesos patológicos
que podemos observar.
Por tanto, es evidente que cualquier intervención sanitaria no
puede prescindir de una mejora de
las condiciones habitativas, laborales y alimenticias de los inmigrados. No es suficiente predisponer
instrumentos sanitarios refinados
sin preocuparse en primer lugar de
la pobreza de los emigrantes: se enferman porque la pobreza consuma
sus energías psicofísicas. Evidentemente se trata de soluciones sociales y no sanitarias. Pero nos parece obligatorio que la higiene pública en el ámbito de la prevención
y de profilaxis de su competencia,
desarrola un análisis adecuado sobre la realidad de las condiciones
elementales de vida de los emigrantes proporcionando datos estadísticamente válidos.
2. Barreras culturales
Se pueden comparar a las barreras arquitectónicas para los minuválidos. Ninguno de nosotros da
importancia a una grada o a una
puerta con la manija muy alta. No
nos parece un gran problema. Pero
si por desgracia nos toca vivir un
handicap físico y tenemos que vivir en una silla de ruedas, entonces
esa grada se convierte en una barrera insuperable, esa manija se
vuelve un problema insidioso. Lo
mismo sucede con las barreras culturales. No queremos entender que
es difícil acceder a los servicios sanitarios de parte de las personas
que no entienden bien la lengua y
las costumbres. Mientras no veamos a un padre que acompaña a su
niño cardiopata grave y trata de explicar los gravísismos problemas
de su hijo, a través de gestos con
todo un patrimonio de diversidad
cultural, no podremos captar el
sentido de impotencia comparable,
repito, a la persona con handicap.
Notamos que lo que nos une es
su dolor que consideramos igual al
nuestro, pero ¡qué dificultad para
entenderlo y dejarnos entender! No
se trata solamente de un problema
de lengua, es la cultura, las religiones, sobre todo porque la salud se
refiere al cuerpo en el que el pudor
se mezcla a la ignorancia, a las opiniones populares y a las leyendas.
Existe un auténtico problema de
medicina transcultural. Se note que
no es suficiente un conocimiento
de la etnología y de la antopología
cultural del país de proveniencia.
En efecto, cuando el paciente emigrante deja su país en búsqueda de
una nueva dimensión socio-cultural con gravísimas dificultades de
integración y con la presencia de
un background que no es posible
eliminar, destuerce su expresividad
natural, deseando adherir a un nuevo modelo cultural que no es aquel
real que había soñado con expectativas proporcionadas casi siempre
por los massmedia.
Se determinan planos de confusión y por tanto de necesidad de interpretación. Dichos planos son:
a) la incomprensión lingüística,
que es aumentada por el frecuente
uso de una lengua intermedia para
expresarse con el mundo italiano, a
menudo origen de graves confusiones (por ejemplo, un paciente etiópico que habla amarico y explica
sus problemas sanitarios al médico
italiano empleando el poco inglés
que conoce y que el médico logra
entender);
b) la incomprensión lingüística
por la arbitrariedad de los valores
semánticos en las varias lenguas.
Por ejemplo la palabra “riñón” se
refiere a conceptos ligeramente diferentes en las varias culturas (en
sómalo indica también la región lateral del abdomen) que comportan
errores diagnósticos frecuentes en
la anamnesis;
c) la incomprensión por la arbitrariedad de los valores de los símbolos. La imagen del cáncer por
ejemplo no tiene el mismo conteni-
do de ansia y de temor social en
Italia y en Etiopia;
d) la incomprensión por la discordancia de las costumbres culturales. En Etiopia p. ej. un médico
que hace muchas preguntas en la
anamnesis es considerado ignorante
pues el que sabe no tiene por qué
hacer muchas preguntas, exactamente lo opuesto de lo que sucede
en el mundo occidental;
e) la incomprensión por las diferencias en las creencias filosóficas,
religiosas y morales. Es evidente
que nuestra cultura juzga positivamente a un tipo standard de paciente modelo que por la paciencia, la
capacidad de resistir al dolor, la
obediencia a los médicos, recuerda
el tipo del hombre religioso cristiano.
En todos estos niveles se está presente la posibilidad de malentendidos en la relación médico-paciente
y en cada uno de dichos niveles se
debe obrar para mejorar la interpretación, disminuir los roces y las
fricciones, con la conciencia de que
no es suficiente ofrecer el derecho a
la asistencia sanitaria si éste desemboca en una ambigüedad de la relación a causa de las distancias culturales entre institución sanitaria y
población eterocultural.
3. Barreras administrativas
En esto hay una danza infinita.
Derechos, concesiones, que aparecen y desaparecen. En cada nación
existen situaciones absurdas, complicaciones infinitas. En la práctica
el status sanitario no es reconocido,
sobre todo porque más allá de las
posibilidades económicas no hay
una clara conciencia del problema.
Existe, además, una serie de problemas especiales que podemos citar remitiendo a otro lugar un examen y son los problemas especiales.
3.1 Problemas sanitarios de la
mujer y del niño en migración
En la práctica el momento de
embarazo de la mujer emigrante es
de gran soledad y dificultad y debe
ser acompañado con particular
atención y apoyo socio-sanitario.
Lo mismo se diga del niño que nace
de la emigración que, aún siendo
dotado de la capacidad típicamente
infantil de integración cultural, a
menudo sufre a causa del desapego
y del abandono de los padres.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
3.2 El problema de las enfermedades de importación
a) las enfermedades tropicales
Como hemos dicho antes, incluso si parecería lógico estar atentos a
todas aquellas estrategias que se
fundan en la expansión de los sectores de medicina tropicalista tanto
en lo que se refiere a los fondos como a las estructuras diagnósticas,
es necesario reafirmar que se trata
de una problemática marginal.
Además, la importancia epidemiológica de las enfermedades tropicales de importación ha disminuido, pues muchas de ellas no
obstante haber sido importadas no
se transmiten a nuestros climas por
la falta de condiciones de propagación de la infección (ausencia del
vector intermedio, escasa sedimentación del ambiente, etc.).
b) Las enfermedades infectivas
no-tropicales
En lo que se refiere a este capítulo, es necesario considerar únicamente las patologías que tengan una
incubación tan lenta que haga posible la emigración del sujeto en un
estado de aparente salud. Enfermedades como la lepra, la tuberculosis,
la infecciones por HIV, la Lues, etc.
Dado que la infección por HIV ya se
ha difundido en todo el mundo, hay
que decir que para la tuberculosis
juegan un papel muy importante las
condiciones de vida difíciles en Italia que constituyen un auténtico cofactor de primera plana para que
surja este tipo de enfermedad.
3.3 El problema de las enfermedades psiquiátricas
La frecuencia de patologías psiquiátricas graves no ha aumentado
en los emigrantes. Antes bien, son
más probables diagnosis erradas
por el hecho que se confunde la incapacidad de expresarse con un
profundo disturbio mental.
3.4 El problema de las enfermedades fruto de traumas y violencias
Dentro del grupo migratorio hay
una parte emigrada por razones políticas o que ha sufrido la experiencia de la guerra y de las violencias.
No es raro observar manifestaciones patológicas sobre todo de tipo
ortopédico que comportan un grave
peso de carácter operativo o de prótesis. Hay que decir que la patología ortopédica en general es frecuente también por los traumas debidos a la vida en la calles en Italia
y a los resultados de patologías hoy
desaparecidas en nuestro país (p.e.
poliomielitis).
3.5 Problema de la orientación
sanitaria a la sanidad pública.
Es absolutamente necesario que
el impacto con la estructura sanitaria pública sea mediado a través de
instrumentos interpretativos que
hagan comprender el mecanismo
de la sanidad pública, tanto en lo
que se refiere a filosofía del sistema
como a la calidad de las respuestas.
Si esta orientación es útil también
para la población italiana que a menudo no logra entender la fisiología
del SSN (Servicio Sanitario Nacional), asume el carácter de formación indispensable, si es hecho con
instrumentos simples y adecuados
para el ciudadano emigrante que
tiene expectativas incróngruas con
la realidad italiana y no logra desenvolverse en el salvaje administrativismo burocrático italiano.
En vista de la difusión mundial
de esta enfermedad se deben realizar campañas de formación y de
prevención para las poblaciones de
emigrantes que provienen de zonas
todavía relativamente indemnes de
la enfermedad.
Para terminar, me permitan hacer
algunas reflexiones.
A menudo se habla de la vida.
Del que va a nacer, del embrión, del
moribundo. Pero yo considero que
también negar la asistencia o proporcionarla de manera superficial o
incomprensible es un problema bioético. Si la ética de la medicina es el
estudio de los comportamientos correctos e incorrectos, entonces considero que el primer comportamiento equivocado es negar la asistencia, pecado por abandono sanitario.
Creo que el campo de la pastoral
sanitaria y de la bioética debe extenderse no sólo a las batallas que en
parte han constituido el origen, esto
es, la lucha contra el aborto, la eutanasia y ahora la clonación, sino también contra la dejadez médica y contra el desinterés de los gobernantes.
En fin, donde hay un hombre que
sufre de alguna patología, allí sufre
Cristo y un día se nos pedirá cuenta
de por qué no lo asistimos.
No se trata de un tema de técnica
o de política sanitaria y me doy
cuenta que puede parecer ridículo
para quienes se ocupan de problemas internacionales mezclar la caridad con balances, a Cristo con la
161
diplomacia y con las políticas internacionales.
Pero donde ahora nos encontramos, en el lugar sagrado de la Tumba de Pedro, debemos recordar que
nuestra historia persiste y ha sido
construida sobre esto. Por esta razón, no prevalecerán contra ella.
Como el Apóstol Pedro, sepultado en la tierra que estamos pisando,
y que dijo al tullido: “no tengo ni
plata ni oro, pero lo que tengo te lo
doy, en el nombre de Cristo Nazareno, ¡levántate y camina!”; del mismo modo nosotros, como médicos,
como católicos, como discípulos de
Cristo, debemos realizar el mismo
milagro para decir a todas las poblaciones que viven en la desesperación y en el dolor: ¡en el nombre de
Cristo “levántate y camina!”
El emigrante no tiene una patria.
Este es el dolor de Cristo cuando dice: era forastero y me acojisteis; por
el mismo hecho de haber nacido como Cristo, emigrante en tierra extranjera. Belén no es Nazaret. Ninguno conoce a José y a María. El hijo nace como un emigrado de hoy.
Es Egipto la meta de los refugiados.
La medicina católica no es la de
los hospitales bien limpios o aquella de la presencia más elevada del
pensamiento católico. Está donde
dicho pensamiento se hace realidad
y se encarna. En estos últimos años
se ha creado la especialidad de la
economía sanitaria, de la sanidad
vista como una empresa. No quisiera que transformando al hospital en
una empresa, se transformen a los
pacientes en clientes. Cristo como
un cliente: ¡qué deformación!
La llama que debe arder es la más
profunda: aquella por el Cristo pobre y enfermo en todos nosotros pobres y enfermos. Para el milenio
que está acercándose es necesaria
una medicina católica que se comprometa a nivel local y global en favor de la salvación física y psíquica
de los que sufren en el nombre de
Cristo, sin ambigüedad y sin enturbiamiento.
Dr. RICCARDO COLASANTI,
Secretario Científico del Instituto
de Estudios de Ciencias Biomédicas
“Fernando Rielo”, Roma
1
Citado por Franco Foschi. Medicina e Migrazioni. Actas del Iº Congreso Internacional
Medicina y Migraciones, Problemas de salud
física y mental de los inmigrados de países en
vías de desarrollo. A cargo de Frighi, Urrechua, Cuzzolaro, Colasanti. Roma 1988.
DOLENTIUM HOMINUM
162
WALTER OSSWALD
Nuestra responsabilidad hacia el futuro
Dado que con apuro he aceptado
la invitación para tratar un tema
tan amplio en un tiempo tan reducido, creo que lo mínimo que esperan de parte mía es definir qué tipos de problemas examinaré y en
qué modo.
Aunque modesto, mi aporte se
coloca en el ámbito general de esta
Conferencia; es decir, hablaré de
las expectativas y de las esperanzas que nutre la Iglesia católica en
los umbrales del nuevo milenio
con relación al mundo de la salud
y a la salud del mundo. Por tanto,
consideraré los siguientes puntos:
la responsabilidad frente a las futuras generaciones; las principales
áreas de intervención médica y su
probable influencia; los aspectos
prácticos.
1. En primer lugar consideremos
el problema de las responsabilidades del hombre actual frente al mañana. Ha habido una animada discusión en el campo de la ética sobre eventuales derechos de las generaciones futuras, y se parte de la
firme posición sobre la existencia
de los derechos actuales, que es
preciso tener en cuenta, a la tajante
negación de los mismos. Obviamente, la base lógica de esta última
posición es que todos los derechos
se atribuyen a las personas y que
los individuos aún no existentes,
como los miembros de las generaciones futuras, no pueden reclamarlos porque aún no tienen la capacidad de sostenerlos o de defenderlos, así como no están sujetos a
deberes que inexorablemente estarían ligados a sus presuntos derechos. Aunque haya una cierta exageración cuando se evocan los derechos de las generaciones que
vendrán, esto no nos permite alejar
el problema de la discusión bioética contemporánea. Antes bien, se
podría decir que la visión general,
compartida por la mayor parte de
los expertos es que, aunque las generaciones futuras, estrictamente
hablando, no tengan derechos, desde un punto de vista moral los actuales habitantes del mundo tenemos responsabilidades y serios deberes para con nuestros sucesores.
Moralmente somos responsables de nuestras acciones y podemos ser considerados responsables
incluso civilmente; si esto sucederá antes o después en nuestra vida
o incluso cuando ya no estemos
más en la tierra, no es importante
para nuestro problema. El credo
cristiano es que nosotros, siendo
criaturas, no somos los dueños sino los administradores de los bienes que se nos ha confiado y por
tanto tenemos la tarea de pasar a
las generaciones futuras estos bienes terrenos en buenas y posiblemente en mejores condiciones: son
tesoros que debemos conservar y
acrecentar, como dice la parábola
de los talentos (Mt 25, 14-30). No
nos encontramos frente a ninguna
discrepancia con las tendencias intelectuales de los no creyentes, que
por diferentes razones llegan a la
misma conclusión, es decir, que tenemos responsabilidades frente a
las futuras generaciones (para una
exposición detallada sobre el particular, ver Agius, Hottois, Jonas,
Renaud).
Además, es opinión corriente
que nuestros hijos y sus descendientes deberían tener una vida
más bella y un mundo mejor que el
nuestro. Por tanto (sin ignorar las
dificultades prácticas, ¿cómo
“abstenernos de la calefacción
centralizada de manera que con-
servemos el carbón para quienes
vivirán en el 2050? o “¿es obligatorio rechazar todas las construcciones de madera para detener la
destrucción de las florestas o la futura desertificación?”) concluimos
que la enseñanza de la Iglesia, la
opinión dominante en la bioética y
la creencia popular subrayan a todos la obligación moral que tiene
el hombre contemporáneo para
con las futuras generaciones.
¿Qué obligaciones se imponen?
Ante todo, conservar las especies
humanas de la extinción. Podría
parecer una eventualidad forzada
considerar la posibilidad de una
amenaza de extinción del género
humano y es verdad que nuestra
especie no está en la lista de aquellas por exinguirse. Pero no debemos recurrrir al empleo de la ciencia para individuar potenciales peligros para la especie humana. El
ejemplo extremo podría ser una
guerra mundial con armas atómicas y sabemos que en el pasado hemos estado muy cercanos a un
acontecimiento de ese tipo y nadie
puede excluir totalmente esta eventualidad para nuestra historia futura. Factores menos dramáticos pero más insidiosos que actúan muy
lentamente ya están presentes y se
revelarán fatales para la especie
humana si aumentarán de manera
incontrolada y exponencial, si no
serán utilizados de manera positiva. Me refiero a la contaminación
química, al recalentamiento del
globo, a la disminución de la capa
de ozono, a los riesgos de radiaciones conexas con las estaciones
energéticas y a las escorias atómicas, a las guerras, al rígido control
de la fertilidad, a las alteraciones
del patrimonio genético debidas a
la intervención de la ciencia bio-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
mética, al agotamiento de la energía y de la reservas alimentarias.
La implosión demográfica que
se observa en el llamado mundo
occidental y la disminución general en el número y en la movilidad
de los espermatozoos, ciertamente
no permiten dar mucho énfasis a
este problema, pero ciertamente
representan una realidad, cuyo significado no puede ignorarse. No
tenemos el derecho de dejar a
nuestros descendientes un mundo
en el que no vivan con dignidad y,
peor aún, un mundo que podría
matarlos. Como decía Paul Ricoeur, cuando comentaba la formulación neokantiana de Hans Jonas
“Actuad siempre de manera que
vuestras acciones sean compatibles con la existencia de la vida
humana en la tierra”, el ser humano es un valor en sí mismo y el ser
tiene un valor superior al no-ser
que no es ni tiene un no-valor. Por
tanto, la vida es aceptada como un
valor, aunque no como valor supremo.
2. La segunda parte de mi intervención tiene como finalidad examinar, aunque imperfecta y rápidamente las actuales intervenciones
médicas, que ejercerán una profunda influencia en las futuras generaciones. En efecto, la biología y la
rama de esta ciencia que llamamos
medicina (y que se ocupa también
ella de importantes factores nobiológicos), han experimentado
progresos en el conocimiento y pasos hacia adelante en la tecnología
hasta el punto que las aplicaciones
de los nuevos métodos ciertamente
influirán sobre nuestros descendientes. Esto debería tenerse muy
en cuenta ya que representa una
novedad absoluta y da origen a
nuevos retos; contrariamente a lo
que ocurría (por lo menos hasta la
revolución industrial y/o aquella
biológica), nuestras acciones no
tienen límites geográficos ni límites de tiempo. Lo que hacemos hoy
puede referirse a la “cuidadela global” y a quienes, no teniendo algún
recuerdo de quienes han vivido antes, habitarán este planeta dentro
de 50 ó 100 años.
La primera cosa que llega a
nuestra mente sin duda es la “ingeniería genética”, es decir, los cambios inducidos por el hombre en el
genoma. Si la línea germinal es
obstaculizada, las peculiaridades
modificadas se transmitirán a los
descendientes. Obviamente esta es
la razón la por cual generalmente
ese tipo de ingeniería genética está
prohibido, por lo menos en los países donde existe una legislación al
respecto. Sin embargo, permanece
el hecho que la terapia génica representa una gran esperanza y probablemente será un procedimiento
de routine en el próximo siglo, y
que la terapia sobre el gene destinado a la línea germinal será el
progreso más importante por obtener. En efecto, si y cuando la pondremos en práctica sin el peligro
de alterar partes del genoma diferentes de aquellas patológicas, se
podrá curar al individuo enfermo y
a su descendencia, llegando incluso a desradicar la enfermedad.
La ingeniería genética ha sido
propuesta también con la finalidad
de “mejorar” a los seres humanos.
Se trata obviamente de una propuesta insostenible, que no resiste
ni siquiera a una revisión ética superficial. Se podrían invocar muchas razones por las que sería ilegítimo recurrir a esta medida eugénica: ¿quién podría definir cuáles
son las características “mejores”
(personas más inteligentes, más
fuertes, más hábiles en algunas cosas, estéticamente más agradables), que seleccionarían a los “reproductores” para mejorarlas,
quién sería el responsable, etc.?
Afortunadamente las perspectivas
de una factibilidad técnica de esta
empresa son muy remotas, pero el
problema teórico nos recuerda
también que no todo lo que puede
ser hecho es éticamente aceptable.
Una aproximación más realista sobre las intervenciones en campo
sanitario que podrían referirse a las
generaciones futuras, nos permite
individuar un cierto número de intervenciones médicas ya existentes, como por ejemplo las medidas
tomadas en el campo de la fertilidad humana y de la reproducción
(anticoncepción, procreación asistida, aborto, esterilización), la inmunización en larga escala, la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares y
malignas, los progresos en la curación y tratamiento de las enfermedades durante el embarazo y neonatales, un mejor control de las enfermedades infectivas (incluidas
163
aquellas virales), etc.
Aunque el impacto de estos factores y su desarrollo futuro sean
difíciles de verificar, parece prudente concluir que por lo menos
nuestros hijos experimentarán una
ulterior reducción de la mortalidad
pre-natal, un aumento de la vida
promedio (con una consiguiente
sociedad que envejece y una sociedad de ancianos), y un cambio de
las enfermedades transmisibles en
no transmisibles. Las condiciones
degenerativas y la demencia, típicas de la edad anciana, probablemente contribuirán ampliamente
para formar la lista de las enfermedades del futuro.
3. En lo que se refiere a los aspectos prácticos que están implícitos en dichas consideraciones, parece que nuestras responsabilidades hacia las generaciones futuras
sean múltiples, incluso cuando son
limitadas al mundo de la salud.
Primero, porque no podemos
separar las medidas tendientes a la
conservación y a la mejora del estado de salud de decisiones sociales, políticas y económicas, tomadas globalmente. Por ejemplo, el
abastecimiento de agua potable y
la distribución de alimentos son
absolutamente esenciales para la
salud, pero su disponibilidad para
todos los seres humanos depende
del modo como se toman y se ponen en práctica decisiones que están fuera del sistema sanitario.
Segundo, porque es evidente
que la educación sanitaria debe reforzarse, promoviendo un estilo de
vida sano y haciendo que las personas sean conscientes de su responsabilidad para mantener su salud y adoptando tipos de vida que
excluyan causas de auto-destrucción (alcohol, humo, otras drogas,
HIV). Los agentes sanitarios tienen un papel importante en la educación a la salud y tenemos la necesidad del concurso de otros profesionales para lograr los objetivos
de la educación sanitaria (maestros
en todos los niveles, periodistas y
expertos de comunicación, autoridades, ministros religiosos, etc.).
Tercero, los agentes sanitarios
deben participar en acciones concertadas con quienes están implicados en los problemas ambientales, para mantener y mejorar lo que
aún puede ser salvado y evitar el
DOLENTIUM HOMINUM
164
dejar como herencia un mundo devastado y deprimente.
Cuarto, deben realizarse todos
los esfuerzos posibles para garantizar que cada persona acceda a los
medios de prevención y de cura ya
disponibiles. Esto es de extrema
importancia, así como piden justicia (o equidad) y la caridad.
Quinto, los que tienen una capacidad limitada, o no la tienen, de
defender sus derechos, deben ser
protegidos de manera especial y
sus presuntos intereses deben ser
tratados por alguien que los defienda; es el caso de los niños que
se encuentran aún en el seno de la
madre, de los minusválidos mentales o físicos y de los ancianos. En
una perspectiva futura, esto significa que cuanto hoy se garantiza
para defender la vida y la salud del
embrión y del feto, para individuar
las causas de las enfermedades
mentales y encontrar métodos para
prevenir y tratar las condiciones
que afligen a los ancianos, ciertamente dará resultados para el bienestar de la futura humanidad.
La Iglesia católica (me refiero
obviamente a toda la comunidad
de los fieles) es consciente del reto
que plantea esta situación. Dando
una mirada hacia atrás a una larga
tradición de servicio hacia los necesitados y enfermos, vemos que
muchos de sus santos han dedicado su vida a este glorioso servicio.
El impresionante número de órde-
nes e instituciones han basado su
actividad en el cuidado de la salud
y, a través de muchos hospitales,
casas, facultades de medicina, instituciones de caridad, la Iglesia sigue esta actividad con un profundo
impacto en la salud global: en
efecto, proporciona atención médica más que cualquier otra institución en el mundo. Nosotros de la
Federación Internacional de las
Asociaciones Médicas Católicas,
tenemos la confianza de que la
Iglesia católica será capaz de responder a este desafío y contribuir a
mejorar las perspectivas de las generaciones futuras a nivel global,
animando su desarrollo físico y espiritual, mejorando la salud y el
bienestar de todas las personas, estimulando la solidaridad y la ayuda
recíproca, dando nuevo impulso a
la investigación, promoviendo los
valores fundamentales y curando
con pasión a los enfermos y a los
pobres. En su ambicioso programa
para el siglo venturo (hablamos del
proyecto “Salud para todos en el
siglo XXI”), la Organización
Mundial de la Salud expresa sus
preocupaciones sobre las perspectivas de la salud para la actual generación y para aquellas futuras,
subrayando la necesidad de una
alianza global que se ocupe de este
tema.
Concluyo afirmando mi convicción de que los agentes sanitarios
católicos y las instituciones, así co-
mo toda la comunidad, están preparados para contribuir en esta
alianza, sin renunciar a sus principios y reconociendo que la propia
experiencia, el propio empeño y la
propia influencia pueden contribuir de manera importante en ese
“cambio recíprocamente benéfico” que la OMS espera de esta
partnership.
Prof. WALTER OSSWALD
Presidente de la International
Federation of Catholic Medical
Associations (FIAMC)
Bibliografía
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IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
165
sábado
8
noviembre
MARIE HENDRICKX
Salud y destinación universal de los bienes
“Haz como la tierra, oh tú que
me escuchas. Produce frutos como
ella, nunca te muestres inferior a la
naturaleza inanimada. Ella no nutre sus frutos para gozar, sino para
brindar un servicio. Tú, por el contrario (...), eres tosco e intratable,
evitas los encuentros para no estar
obligado a dar la más mínima limosna. Tú conoces solamente una
palabra: ‘no tengo nada, no daré
nada, porque soy pobre’. Sí, tú
eres pobre, no posees ningún bien.
Eres pobre de amor, pobre de bondad, pobre de fe en Dios, pobre de
esperanza eterna”1. Esta es la famosa página de Basilio el Grande
sobre la riqueza. Podríamos citar
otras frases suyas, de Gregorio Nacianceno, Gregorio de Niza, Juan
Crisóstomo, Ambrosio o Agustín2.
Si he citado esta frase es porque
expresa claramente la concepción
cristiana sobre la posesión material. La tradición de la Iglesia
siempre ha interpretado el orden
del Creador “Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 28), como una indicación de que los bienes de la
tierra están destinados para todos,
para la comunidad humana en su
conjunto3. El Nuevo Testamento
condena con severidad la riqueza
buscada en cuanto tal. Tiene valor
sólo como instrumento para vivir
mejor la lógica del reino, la lógica
de la gratuidad y de la acogida desinteresada. La frase de Lucas sobre este particular (Lc 16, 9-13) es
la imposición: “Hacéos amigos
con las riquezas injustas”, se puede interpretar de este modo: “Usad
lo que poseéis para restablecer una
verdadera solidaridad entre los
hombres”.
Esta visión la encontramos también en el siglo XIII con San Tomás4. Para él, el fundamento del
derecho de propiedad es su objetivo: se hace un uso más racional de
lo que se posee para sí. Lo aprovechamos mejor para el bien de todos. Esta doctrina nunca será puesta en discusión, pero poco a poco
casi caerá en el olvido. A partir del
siglo XVII, los manuales de moral
tienden a perder de vista la función
social de la propiedad. Los que
presentan la vida cristiana teniendo en cuenta los preceptos (ej. H.
Noldin), juntan toda la enseñanza
sobre la economía entorno al séptimo mandamiento: “no robar”, y
los que quieren estructurar la existencia según las virtudes (ej. D.M.
Prummer), lo reconducen a la justicia entendida como “dar a cada
uno lo que le corresponde”. En
ambos casos, se comienza definiendo la noción de propiedad y, a
partir de esto, se desarrolla la reflexión sobre los deberes de cada uno
ante los bienes de los demás. Casi
se deja de lado la responsabilidad
frente a lo que se posee. La justicia
conmutativa toma la delantera sobre la justicia distributiva5. Se trata
de una tendencia general de la sociedad y para oponerse a ella se requiere mucha virtud e independencia de espíritu... ser santo, en efecto, según la vocación de cada cristiano... que ha sido siempre in cotra corriente.
Individualismo y materialismo
La razón profunda de este cambio de óptica es el surgimiento del
materialismo y del individualismo
que caraterizan a la modernidad
occidental. Si nuestra civilización
está marcada por estos dos aspectos culturales ciertamente no se
trata de una idea muy original. Lo
es, en cambio, el subrayar que estas dos tendencias están unidas intrínsecamente entre sí y que se han
desarrollado prácticamente al mismo tiempo al final del Medio Evo
y sólo podrán ser superadas por el
mismo movimiento.
Quisisera hacer notar que estas
etapas han procurado elementos
positivos en la búsqueda de la verdad. Era indispensable una toma
de conciencia de la realidad individual y del carácter fundamental de
la realidad material. El problema
está en poner estas experiencias en
un ámbito más preciso en cuanto
es más claro.
– Ante todo hablamos del individualismo: mientras la sociedad
medioeval era considerada espontáneamente como un conjunto
frente al cual el individuo no se soñaba reivindicar una propia originalidad y distancia, la cultura del
Renacimiento ve extenderse los
vínculos interpersonales institucionalizados. A nivel intelectual
este fenómeno se traduce con un
problema epistemológico planteado con renovada intensidad: ¿qué
alcance de realidad podemos acordar a la forma común que permite
dar el mismo nombre a los individuos de la misma especie? Se trata
del problema de los universales.
Para resolverlo, en el siglo V Guillermo de Okham desarrolla decididamente un sistema nominalista
que se basa en un empirismo absoluto, según el cual lo real está formado por individuos netamente
aislados unos de otros. El concepto de naturaleza humana aparece
como desprovisto de valor en el
ámbito de la realidad.
– El empirismo y el nominalismo llevarán rápidamente a la idea
de que todo es materia o que nace
DOLENTIUM HOMINUM
166
de la materia. Parece que ésta puede explicar todos los fenómenos
físicos o vitales. Es el materialismo del cual encontrarmos ya una
tendencia en Gassendi (15481655) y que se expresa claramente
en Hobbes (1588-1679).
El materialismo y el individualismo están vinculados y convergen en una visión de la sociedad en
la que cada uno se cierra en sí mismo. De hecho, si los bienes materiales son los únicos que tienen un
peso de realidad, su posesión aparecerá muy pronto como un medio
para aumentar la realidad propia,
mientras la comparticipación será
considerada como una disminución del ser. Habrá la tendencia de
confundir el ser con el tener y dado
que lo que es material no puede ser
dividido sin que la parte de cada
uno disminuya, el otro hombre será visto fácilmente como un adversario, es decir como un enemigo.
Lo que él posee, yo no lo tengo.
Esto aumenta su ser y al mismo
tiempo se ve disminuido el mío6.
Frente a un rival, la reacción espontánea siempre será de desconfianza: de defensa si soy más débil
que él y de agresividad si soy más
fuerte. No estamos lejos de la idea
de la lucha por la vida, en la que
vence el más fuerte.
En la sociedad moderna, esto se
traducirá con la noción más civilizada, pero en el fondo parecida, de
una competencia sin exclusión de
golpes. Competencia, beneficio,
rendimiento... Las dos revoluciones industriales, la primera que
inició en la primera mitad del siglo
dieciseis y caracterizada por el dominio de la energía, y la segunda
que podemos hacerla comenzar alrededor de 1880 y que proprociona
los primeros usos sistemáticos de
la información en la industria7, son
como los frutos lejanos, pero necesarios, de esta nueva relación con
el mundo y con los demás. En
efecto, los demás tienen como corolario inevitable, la exaltación de
la eficacia combinada con la aspiración materialista a la comodidad, focalizada en el gozo de los
bienes de consumo, y exaltada sobremanera por la publicidad, para
hacer caminar la máquina económica en la que todos los que tienen
voz en capítulo tienen su propia
ganancia.
¿Es necesario insistir en el he-
cho de que una mentalidad como
esta desanima la comparticipación? Hay quien se pregunta: ¿Por
qué debemos preocuparnos de los
pobres? En el mundo de la eficacia, no hay espacio para la caridad
y además es improductiva. Conocemos el sofisma clásico para lavarse las manos: “cuanto más se
dé a los mendigos más mendigos
habrán y cuanto menos se incitará
a los mendigos para producir menos dinero habrá para ayudar a los
mendigos”. Se dice que un jefe de
una empresa caritativa metería en
peligro la vida de la propia empresa y a partir de ese momento se
comportaría como un mal jefe de
empresa8.
Parece que la mayor parte de las
voces que cuentan en nuestra cultura redescubren el concepto mismo de una solidaridad que no se
basa en el interés. Para la opinión
general está lejos de ser la comunidad natural y jerárquicamente ordenada que se proponía la cultura
cristiana del Medio Evo, pero que
el hombre medieval no tenía a su
alcance los medios para realizarla.
En efecto, habría podido lograr estos medios solamente a través de la
experiencia de la democracia: son
la responsabilidad compartida y el
diálogo en la autonomía los que
orientan el destino común. Hoy
nos toca profundizar la finalidad
de la democracia porque, si hemos
progresado en la forma de realizar
una verdadera comunidad humana, casi hemos perdido el ideal.
Nociones como “bien común” o
“destinación universal de los bie-
nes” debemos profundizarlas y replantearlas para el mundo contemporáneo. Esto constituirá todo el
esfuerzo de la “doctrina social”
que se desarrolla a partir del Papa
León XIII.
Cuerpo y salud
A todo costo se debe evitar una
cultura que pierda de vista el hecho
de que, por lo menos idealmente,
debemos emplear los recursos materiales disponibles para el beneficio de todos, porque desarrollaría
una concepción del cuerpo como
objeto de gozo más o menos egoísta y reduciría la salud al bienestar.
El sufrimiento y también el simple
dolor, aparecerían como el mal absoluto, sin ningún sentido. El desarrollo físico, psicológico, es decir
“espiritual”, será presentado con la
New Age como un subrogado del
paraíso al que todos aspiran y que
se puede lograr con las propias
fuerzas accediendo a una especie
de gnosis9.
La medicina pensará más al individuo que a la persona. Oscilará
entre la pura preocupación de eficacia y la de una satisfacción inmediata del cliente. El cuerpo será parecido a un instrumento, a una máquina de la cual tratamos de mantener los varios elementos en buen
estado y si uno no lo logra, los sustituye, según la expresión de Jacques Attali, con piezas de repuesto10. Se trata de una concepción caníbal ya que muy pronto el cuerpo
de los pobres será utilizado como
una reserva de piezas para trasplante en el cuerpo de los ricos11.
Otra forma de canibalismo, esta
vez de toda la sociedad contra algunos de sus miembros indefensos,
será la investigación sobre los embriones humanos, eliminados a
centenares, a veces con la justificación de que los resultados experimentales son fiables solamente
cuando se realizan en el material
humano, a veces simplemente porque los animales de laboratorio
cuestan mucho más.
Frente a un paciente moribundo,
a menudo el médico dejará que
triunfe el propio deseo de eficacia,
querrá mantener este cuerpo en vida lo más posible, porque la muerte aparece a sus ojos como una derrota absoluta a su competencia y
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
hará todo lo posible para prolongar
el ensañamiento terapéutico. Salvo
que deje prevalecer el deseo del enfermo de huir del sufrimiento y
practique la eutanasia. En ambos
casos, se cuidará de ayudar a su paciente y de asumir su prueba y, a
través de ella, ser lo que aspira en
su realidad más profunda: enriquecer la dimensión trascendente que
es el fundamento de la propia dignidad como persona.
Pero no es sólo en la actitud del
médico que se revela el desprecio o
la ignorancia de lo que propiamente constituye la dignidad humana12.
Esta ignorancia o este desprecio se
manifiestan en dos expresiones a
menudo empleadas en nuestros días para caracterizar la relación con
el cuerpo: “el cuerpo es mío” y “yo
soy mi cuerpo”. En realidad, como
muestra Rémi Brague13, ninguna de
estas dos expresiones es suficiente
para explicar por qué este cuerpo
que es humano debería ser respetado más que el de cualquier mamífero superior. En efecto, el hecho
de que sea “mío” no le confiere
ninguna dignidad particular. Además, si es verdad que “yo soy mi
cuerpo”, yo soy infinitamente más
que él y olvidar esto en verdad que
permite que yo sea tratado como
un número.
Lo que da dignidad a mi cuerpo,
es justamente el hecho de que el
cuerpo es el sostén concreto e indispensable de una infinidad de posibilidades y en particular de la posibilidad de que yo, como ser humano, no me deje condicionar enteramente por él sino lo supere y lo
utilice al servicio de otro fin que no
sea él mismo. Es la posibilidad que
me permite relacionarme con los
demás, ponerme a su servicio y hacer pasar gratuitamente el bien de
los demás antes que el mío. Este
punto lo profundizaremos más
adelante. Por el momento, hablando de salud y de destinación universal de los bienes, me parece útil
una breve presentación de lo que
trata de hacer en este campo la Organización Mundial de la Salud
(OMS) con el denominado Nuevo
Paradigma de la Salud. Veremos
que este esfuerzo, ciertamente fruto de mucha buena voluntad y generosidad, en realidad no logra superar los condicionamientos y los
límites de la mentalidad materialista-individualista contemporánea.
El “Nuevo Paradigma
de la Salud” de la OMS
Ante todo, es necesario preguntarse qué cosa es un paradigma. El
término pradigma forma parte del
vocabulario de las sectas de la
“New Age”. En el léxico corriente,
indica un ejemplo, un modelo. En
el empleo hecho por la Organización Mundial de la Salud, aparece
como un modo para comprender y
percibir todo lo que nos circunda,
un nuevo modo de colocarse ante
la realidad. Según el Dr. Hiroshi
Nakajima, Director General de la
OMS, el paradigma consiste en
“una visión mundial en la que la
salud es el centro del desarrollo y
de la calidad de la vida”14 y, más
precisamente, un conjunto de criterios para establecer y efectuar una
jerarquía de las prioridades en materia de políticas sanitarias.
La definición de salud propuesta
por la OMS como “un estado completo de bienestar físico, mental y
social”, se inserta muy bien en la línea obsesiva de nuestra época de
los conforts, pero desgraciadamente aparece que, al hacerla propia,
dicha instancia internacional se
propone como un fin imposible, un
horizonte que retrocede continuamente, sobre todo porque un estado de completo bienestar “social”
es evidentemente imposible en el
contexto de la rivalidad generalizada que es provocada por el individualismo.
Esta ambición aparece mucho
más utópica cuando se piensa que
el Dr. Halfdan Mahler, predecesor
167
del Dr. Hiroshi Nakajima, y Director General de la OMS de 1973 a
1988, había asignado como objetivo de la Organización la “Salud para todos en el año 2000”.
Es verdad que este objetivo ha
sido muy matizado particularmente por la idea de “curas sanitarias
primarias”. Es verdad tambien que,
en esta tensión hacia “lo mejor”, la
OMS ha hecho retroceder realmente la plaga endémica de poblaciones enteras y ha hecho progresar
sus condiciones de vida, de lo cual
la Iglesia se congratula y a lo que
ha de colaborar con todas sus fuerzas. Pero, aun así, la realización de
este obietivo resulta, desgraciadamente, lejana. Los responsables de
la OMS se encuentran frente a dificultades financieras inextricables:
faltan fondos para la salud. Los recursos económicos disponibiles, de
dice, son los que son. No es posible
hacer que aumenten, al menos en
su valor real.
No parece quedar sino una posibilidad: cambiar el significado de
los términos. ¿El de salud? No, es
imposible, forma parte de la sustancia misma de la OMS. Entonces
el de la palabra “todos”. Pero no es
posible cambiarla sin transformar
la misma ética... y esto es lo que algunos temen, que la OMS tienda
cada vez más a configurarse y a
presentarse como una instancia
normativa de la ética. Y justamente a esto tendería el planteamiento
del “Nuevo Paradigma de la Salud” cuyo acercamiento ya no se
funda en la salud del individuo, sino en aquella de la colectividad15.
La OMS considera que hay necesidad de encontrar un equilibrio
entre el juramento de Hipócrates
(que determina las reglas de la ética médica en función de cada paciente) y los derechos de la sanidad
pública, es decir, de la colectividad. De esto podría deducirse, como se dice, casi necesariamente
que algunas enfermedades serían
menos curadas, y lo mismo sucedería con algunos estratos de la población.
Esto parece quizás justificado a
partir del momento en el que, para
distribuir las curas sanitarias, ha sido introducido el criterio de “esperanza de vida sin handicap”. Dicho
criterio sirve para determinar las
prioridades sanitarias y, por tanto, a
lo que deben servir las ayudas en
DOLENTIUM HOMINUM
168
materia de salud para cada país. Esto se basa en el concepto de “año de
vida corregido del factor de invalidez”, es decir, el número de años
que una persona puede esperar vivir
sin handicap en esta o en aquella región del globo. En un contexto utilitarista, en el que se consideran las
enfermedades en términos de costo/beneficio, si no estamos atentos
se podría llegar así a una terrible
consecuencia: sería inútil curar a
quienes están afectados por enfermedades que, una vez curadas, dejarán póstumos de discapacitación
porque de este modo se prolongarían existencias inútiles y también
costosas para la sociedad. Sería necesario curar ante todo aquellas enfermedades que es posible curar
con poco gasto y que se espera proporcionarán una buena salud al trabajador: estas son las que habría
que ayudar con prioridad.
Por tanto, no obstante afirmaciones de principio contrarias, la salud
corre el riesgo de no aparecer más
como un derecho del hombre en el
sentido del “derecho para todos”.
Efectivamente, todos tienen el mismo derecho, pero en un cuadro que
está determinado por la “esperanza
de vida sin handicap”, lo que se diferencia por ejemplo según la edad
y la región en la que se encuentran.
Por tanto, un congolés no tendría
necesariamente el mismo derecho
de ser curado que un europeo o que
un americano, y lo mismo se diga
entre una persona anciana y una joven.
Además, la definición global de
salud ha permitido considerar como objetivos sanitarios aquellos fines que antes eran considerados
fuera de su ámbito (salud reproductiva o genética) y de establecer
una nueva jerarquía entre los objetivos sanitarios. De hecho, los objetivos se traducen en términos de
nuevos derechos del hombre, vagos, vacíos, en espera de contenido. Es lo que piensa, por ejemplo,
Marguerite Peeters16. Según declara, se crearían pseudo-derechos del
hombre (el derecho de la mujer a la
salud genética para poner en discusión los auténticos derechos del
hombre, el derecho del niño a la vida).
El lema “Salud para todos en el
año 2000” siempre sería válido, pero hay quien teme que esté dirigido
sólo para una población que será
diezmada mucho antes por las enfermedades de la pobreza y será
drásticamente ‘controlada’ por la
contracepción, por el aborto17 y por
la eutanasia. El ideal, que por ahora no se osaría confesar de manera
abierta, pero que según algunos parece estar ya bien presente es: “¡Vivamos menos numerosos, pero
más sanos y más ricos!”.
De un paradigma a otro...
Nos encontramos encerrados en
un sistema de pensamiento y de
economía que, de grado o a la fuerza, nos conduce al utilitarismo y, si
no resistimos con todas nuestras
fuerzas, nos lleva al desprecio del
hombre, por lo menos del hombre
pobre, débil y dependiente. ¿Cómo
combatir todo esto? Se dice que estamos viviendo un momento de
transformación cultural. ¿Existe un
modo de aprovechar para tratar de
divulgar una visión más sana del
hombre, de su relación con su cuerpo y con sus bienes? El increíble
entusiasmo que suscita la persona
y el mensaje del Papa, de modo especial entre los jóvenes, quizás es
el signo de una esperanza, de un
momento propicio que deberíamos
aprovechar para ayudar a las personas a descubrir valores que nuestra
civilización materialista e individualista ha ocultado de manera sistematizada.
Ante todo, preguntémonos en
qué consiste este cambio cultural
que podría ofrecernos la ocasión
para promover un humanismo que,
además de favorecer una vida en
común más justa y armoniosa, sería un verdadero “prensado” para
anunciar a Cristo. Para hacerlo, nos
serviremos de una pequeña obra titulada “Humanisme et technique”,
escrita por Bruno Jarrosson, francés, profesor de una Escuela de
electricidad. Lleva como subtítulo
“L’humanisme entre économie,
philosophie et science”. El volumen forma parte de la colección
Que sais-je? de noviembre de
1996. No creo que sea muy original, pero tiene el mérito de presentar de manera clara un aspecto del
problema, sobre todo en la descripción que propone del pasaje de lo
que es llamado “paradigma mecanicista”, a la nueva figura de un
“paradigma complejo”, que sería el
de nuestro tiempo, a partir de los
años sesenta.
El paradigma mecanicista
y el hombre conquistador
Bruno Jarrosson describe el paradigma mecanicista, en cuyo ámbito se ha formado la mayoría de
nosotros, como una representación
del mundo que, en su origen, ha roto con la visión aristotélica. En
efecto, hizo su aparición en el siglo
XVII y se basa en tres axiomas filosóficos: absolutismo de la razón,
cuantificación del mundo y normalización del tiempo.
Dicho sistema desarrolla la idea
de determinismo y, por tanto, de
control del porvenir. El hombre
piensa que puede construir el porvenir según sus deseos, de dominar
el propio destino. Esto lo lleva a un
desarrollo de la técnica sin precedentes, a un salto hacia adelante en
la producción. El paradigma mecanicista aplicado al sistema económico, ha hecho posible los rendimientos más espectaculares en la
producción que la humanidad haya
conocido. A partir de la primera revolución industrial, alrededor del
1750, la productividad global en
Occidente ha aumentado de aproximadamente el tres por ciento por
año18, lo que es absolutamente
enorme.
El paradigma mecanicista ha
puesto al mundo a disposición del
hombre, al que ha dado los medios
para dominarlo. Pero esta dominación, dado que se ha hecho concre-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
ta en un contexto individual-materialista, ha puesto el provecho como motor de la sociedad y esto se
ha traducido en catástrofes humanas. Catástrofes que poco a poco
serán superadas, es verdad, pero
sin salir del ámbito que las han provocado: la mentalidad que disuelve
los vínculos humanos y concede un
super valor a las ganancias materiales, que impulsa a quien tiene la
fuerza para que se enriquezca lo
más posible y a dominar al que no
lo tiene, a condenarlo a la pobreza,
es decir a la miseria. Los obreros
lograrán mejorar su condición solamente si se unen para cambiar las
relaciones de fuerza. Resultará quizás una sociedad tranquila, en la
que las fuentes principales de conflicto serán apagadas, en que todo
el mundo tendrá interés para mantener el orden. No resultará nunca
una sociedad armoniosa, una sociedad que, como auspiciaban
Aristóteles y sus discípulos, favorezca la amistad entre sus miembros. Ya lo hemos hecho notar: la
sociedad ya no tiende hacia la comunidad como a su ideal.
El paradigma complejo
y el hombre desconcertado
A partir de 1900, el hermoso edificio de líneas regulares de la ciencia moderna es sacudido y luego
totalmente remodelado ampliándose a la física cuantista e integrando
la teoría de la relatividad.
La física cuantista pone en obra,
desde sus fundamentos, toda la física newtoniana y la armazón filosófica correspondiente:
– ante todo el determinismo: la
teoría cuantista no permite una visión determinista de la realidad. La
única representación posible del
porvenir se vuelve la de la probabilidad que una determinada situación se desarrolle de un determinado modo;
– seguidamente, la separación
sujeto-objeto: toda medida constituye una interacción entre el sujeto
y el objeto, modifica a ambos; ya
no es posible concebir la observación neutra del objeto, a distancia.
Por otro lado, el mismo objeto
cuantista está mal delineado en el
espacio.
Por tanto, la materia no puede ser
concebida como exclusivamente
material. Aparece como interacción. El todo ya no puede reducirse
a la suma de las partes, las causalidades se entrecruzan, el orden es
inestable, continuamente puede nacer del desorden y regresar a él...
En lo que se refiere a la teoría de
la relatividad, ella nos hace comprender que el tiempo y el espacio
se complementan para formar la
trama del universo19.
El paradigma complejo ciertamente ha provocado un cambio en
nuestra relación con el mundo. El
hombre de la precedente generación tenía la impresión de tener el
universo a su disposición y, del
mismo modo, el hombre actual
descubre que ha sido superado por
su ambiente y por las consecuencias de sus actos. Nuestro contemporáneo se siente vulnerable e impotente. Se encuentra frente a problemas increíblemente temibles. El
Cardenal Lustiger20 enumera dos:
– el excesivo armamento ha dotado a las grandes naciones industrializadas de una fuerza de choque
tal que se puede configurar la autodestrucción de toda la humanidad
entre los riesgos calculables. A este
punto el hombre se vuelve responsable de la propia historia y le compete decidirse si continuarla o no.
– El compromiso ecológico representa una tarea prioritaria de la
humanidad. En efecto, la explotación técnica y económica de la naturaleza ya no se limita a valorarla
y a desarrollarla para mejorar la vida de los hombres, pero corre el
riesgo de destruir equilibrios naturales esenciales, de terminar las re-
169
servas no renovables, de hacer raros y moderadamente calculables
los ‘elementos’ naturales originales, es decir, de suprimir las defensas inmunológicas del planeta21.
Quizás podemos ver en estos tormentos la raíz de la aspiración para
superar la superficialidad de los
“golden sixties” por valores más
sólidos, capaces de constituir el
fundamento de la existencia. Para
que esto represente realmente una
oportunidad, sería necesario que
fuese posible ir más allá del materialismo individualista que corre el
riesgo de cerrar nuestra generación
como ha cerrado cada vez más la
civilización occidental desde hace
cuatrocientos años. Es necesario
trabajar en nuestra cultura para superar lo que la detiene; debemos
esforzarnos para profundizar nuestra realidad y valorar mejor los recursos que nos ofrece.
Una oportunidad y un riesgo
Debemos redescubrir nuestra
verdad sobre el hombre. El hombre
del paradigma complejo, mucho
más que el hombre del paradigma
mecanicista, es un gran enigma para él mismo. El otro hombre se le
presenta irreductiblemente distante, cerrado también él en su historia
personal, en su interpretación de la
vida y de los acontecimientos.
Dos grandes peligros pesan sobre la reorganización de los valores
en los que debemos trabajar: el primero es la abstracción de la riqueza
y el segundo el relativismo moral.
– El carácter abstracto de la riqueza
Después de 1973, aproximadamente, hemos entrado en la tercera
revolución industrial22, caracterizada por la preeminencia absoluta de
la información que se vuelve más
importante que la misma materia.
El que controla la información es
rico o puede ser tal en algunos segundos. El que queda fuera de los
circuitos, se pone fuera de juego y
es condenado a sufrir la ley de los
demás.
Esto va de igual paso con una internacionalización creciente del
mundo de los negocios (globalización). Ya no son los Estados los
maestros del juego económico, sino las grandes multinacionales, cu-
DOLENTIUM HOMINUM
170
yos movimientos tienen repercusiones a menudo dramáticas para
enteras poblaciones. La política es
dominada por la economía y cada
vez más tiene dificultad para tener
en cuenta la dimensión humana de
los problemas, mientras están en
juego intereses financieros.
La fortuna ya no es representada
mentalmente con el poseer terrenos
o casas, sino como una masa financiera cuya finalidad principal es
multiplicarse produciendo beneficios. El deseo de riqueza se vuelve
abstracto, si así se puede decir, pero
de este modo pierde todo límite23.
– El relativismo moral
El segundo peligro es el relativismo moral y parece nacer del hecho que la vida en común ya no tiene un ideal, una finalidad. Los individuos simplemente se yuxtaponen
y cada uno habla su propia lengua y
parte desde su propio punto de vista. La solución más fácil para cualquier problema, es el compromiso:
no vale la pena pelear, negociamos,
peor aún si en esto cada uno sacrifica un poco de su visión de hombre. Es el precio que se paga para
que la ciencia y la técnica sigan
asegurándonos un mayor confort...
Que la pereza intelectual sea dominada por el indiferentismo o por
una ideología cualquiera, el resultado es el mismo; nos encontramos
ante el tercer drama que el Cardenal Lustiger denuncia como connotación de nuestra época: el hombre
se arroga el derecho de distinguir,
en los seres humanos, entre aquel
que debe ser definido y tratado como una persona y aquel que puede
no serlo. La fraternidad humana
universal, fundada en un origen común (que la Biblia llama Adán y
Eva) fue negada hace medio siglo y
ello desembocó en los genocidios.
Este peligro no ha sido eliminado,
puede presentarse de nuevo. Sabemos que amenaza propio por el hecho del progreso de la biología y de
la medicina24.
Por una visión más justa
del hombre
La lógica del provecho condena
a la muerte al hombre débil y priva
al hombre fuerte del sentido de la
vida. Por tanto, debemos luchar
contra esta lógica con todas nues-
tras fuerzas. Pero no es suficiente.
Es necesario llevar a nuestros contemporáneos a otra visión de sí
mismos, es necesario hacerles encontrar el gozo de vivir, porque ella
está vinculada íntimamente con el
gozo del dar. ¿De qué modo? Quisiera proponer aquí dos caminos: el
primero es el descubrimiento de
nuestras aspiraciones comunitarias,
que corresponde a la superación
del individualismo. La segunda,
consiste en volver a dar valor a la
dimensión social de la propiedad:
mis bienes son “para los demás” y
contemporáneamente “para mí”,
sirven para la comunicación con
los demás. Esto corresponde a la
superación del materialismo.
El instinto social
Parece que el primer problema
por plantear es el de la felicidad.
¿Qué hace feliz al hombre?
Ante todo, podemos constatar la
existencia en el hombre de instintos fundamentales, de tendencias
primarias, el no apagamiento (o la
no sublimación) de lo que en todo
caso lo hace desafortunado. Entre
estos, los manuales clásicos de antropología distinguían junto a una
“inclinación natural” a la conservación de sí, una “inclinación natural” a la vida en sociedad.
Es verdad que siempre se podrá
presentar el instinto social como un
derivado del instinto de conservación, decir que lo primero en nosotros es un egocentrismo radical y
que el deseo de vivir con otros no
traduce sino la voluntad de emplearlos para nuestro servicio. Pero un
pesimismo tan radical no puede basarse en alguna prueba convincente
y solamente puede demostrar el sacrificio de sí y la devolución a
aquel que sufre y el altruismo en
todas sus formas se reduce siempre
a un cierto egoísmo ampliado. Por
otro lado, si nuestro apego a nosotros mismos tiene influencia también fuera de nosotros, se destruye
como egocentrismo. El que da su
vida por otro, lo prefiere necesariamente a sí, aunque goza pensando
que su gesto será reconocido como
heorico.
El libro de Jarrosson termina con
un interrogante sobre la relación
existente entre comfort y felicidad.
Aun sin criticar la mentalidad he-
donista y consumista de nuestra
época, él no puede hacer otra cosa
sino constatar que la opulencia material no es suficiente. Solamente el
amor, afirma, puede darnos una razón para vivir. “Debemos amar,
amar...”25. André Maurois puntualiza en sus memorias que la felicidad
más grande de su vida, “los raros
momentos de éxtasis” han sido
aquellos en los que él “ha sido liberado por el amor y por la caridad”
de la vana preocupación hacia su
persona (Mémoires, I, 335). Los
médicos lo saben: hay personas
que mueren felices, incluso si han
sido oprimidas por un mal doloroso, simplemente porque la felicidad depende más de la presencia
amorosa de otros que del propio estado físico.
De este modo, nos arriesgamos a
hacer una definición; para confirmarla tendríamos necesidad de volúmenes de referencias bibliográficas y para defenderla, de volúmenes de reflexiones filosóficas. Pero
les pido aceptarla como tal teniendo en cuenta vuestra experiencia de
vida: la felicidad está en una relación positiva con el otro.
Como afirma Emmanuel Mounier, las perspectivas de la persona
están abiertas: si el cuerpo puede
ser descrito como un “agujero
abierto en el mundo y sobre mí
mismo (...), la persona aparece a
nosotros también como una presencia directa hacia el mundo y hacia los demás, sin límites, mezclada a ellos en una perspectiva de
universalidad. Las demás personas
no la limitan, sino la hacen ser y
crecer. La persona existe solamente
cuando tiende hacia los demás, se
conoce sólo a través de los demás,
se encuentra sólo en los otros”26.
El ser humano es capaz de gratuidad y de acogida desinteresada y
aquí está todo el pensamiento de
Juan Pablo II que sería necesario
exponer. Simplemente remarcamos que en esta capacidad de gratuidad, realizada o no, reside la libertad humana auténtica y la trascendencia con respecto a cualquier
animal superior.
La destinación universal
de los bienes
La doctrina social de la Iglesia
nunca ha entendido la destinación
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
común de los bienes como opuesta
al derecho de propiedad privada.
En la Rerum novarum León XIII
afirma: “Si decimos que Dios la ha
concedido (la tierra) en común a los
hombres, esto no significa que ellos
deben poseerla de manera confusa,
sino que Dios no la ha asignado a
ningún hombre en particular; ha
dejado la delimitación de las propiedades a la sabiduría de los hombres y a las instituciones de los pueblos” (RN, 727).
La propiedad privada es un derecho natural. El hombre ha sido
creado cuerpo y alma, no puede
vivir sin los recursos de la tierra.
Ha sido creado también inteligente, capaz de subvencionar a sus
propias necesidades, de ser providente. Sólo la propiedad le puede
dar realmente los medios. Sin embargo, en la visión cristiana, nosotros no somos maestros absolutos
de lo que poseemos sino, como dice Michel Schooyans, sólo “administradores de un mundo puesto a
nuestra disposición, de los demás,
de las generaciones futuras”28 y
nosotros estamos llamados a hacer
un uso social de lo que poseemos.
A partir de 1891 la doctrina social de la Iglesia siempre se esforzó para hacer entrar en las conciencias la responsabilidad de cada uno con respecto a los propios
bienes frente a quien se encuentra
en la pobreza o en la miseria. De
este modo ha dado una forma más
solemne a una enseñanza constante desde los orígenes. Pero será en
el Concilio Vaticano II, con la
Constitución pastoral Gaudium et
spes (69-71), que expresará claramente lo que se estaba tratando de
hacer desde hacía un siglo: la propiedad privada es un instrumento
para realizar mejor la destinación
universal de los bienes29.
Los bienes que poseo no tienen
como finalidad principal mi satisfacción personal, sino el servicio
para todos. En la medida en que
los utilizaré para ayudar a los demás para crecer en humanidad,
ellos también me harán crecer.
Otra definición de la salud
La relación con el mundo aparece como una prolongación de la relación con el propio cuerpo. Mi actitud frente a los bienes recalca mi
actitud para con mi cuerpo y las
dos están unidas intrínsecamente.
Si la Iglesia me dice que los bienes
de la tierra deben ser colocados al
servicio de todos, al mismo tiempo
me dice también que debo poner
mi cuerpo y mi persona al servicio
de los demás. La expresión “el
cuerpo es mío” es verdadera si significa que ningún otro fuera de mí
tiene el derecho de hacer de mi
cuerpo un objeto para servirse de
él. Pero no puede significar que yo
tenga este derecho. Mi cuerpo no
es un objeto, que yo poseo o que
otros pueden poseerlo. Mi cuerpo,
mi vida física, son para mí como
una apertura. Mi cuerpo es la forma concreta de todas mis relaciones con el mundo y con los demás.
Mi cuerpo es la expresión misma
de mi persona, su expresión material, ya que mi naturaleza es tal que
no hay nada mío que no pase a través de la materia. Yo soy infinitamente más que la materia, pero estoy como anclado en lo real a través de mi dimensión corporal.
¿Cómo definir, pues, la salud?
Estar en buena salud no puede significar solamente “estar bien en mi
cuerpo”, “sentirme bien”. Curar a
alquien no significa llevarlo a un
estado de satisfacción beata en la
que no tenga más necesidad de nada y menos aún a un estado de gozo en el que pueda “aprovechar de
la vida”, como se dice vulgarmente, atrayendo para sí a personas y
bienes.
Por el contrario, curar a alquien
quiere decir restablecer y mantener
lo más posible su capacidad de intercambio con el mundo y con los
demás. Quiere decir luchar con él y
por él para que permanezca libre y
capaz de encontrar al otro. Quiere
decir ayudarlo a elegir mientras
pueda la acogida desinteresada y el
don gratuito.
Por tanto, debemos encontrar un
criterio objetivo de salud. Con esta
finalidad podemos inspirarnos en
lo que dice S. E. Mons. Sgreccia en
su “Manual de Bioética”30: “La salud es un estado de equilibrio biológico dinámico, un estado de armonía entre las diferentes partes
del organismo”. Este equilibrio dinámico tiene como finalidad realizar la vida física que podemos describirla sencillamente como una
energía, una fuerza activa que hace
capaces de relacionarse, de inter-
171
cambiar con el mundo y con los demás. Como es obvio, para los creyentes esta fuerza es un don de
Dios.
Definiéndola como un equilibrio, se da a la salud un criterio objetivo, se hace más fácil el discernimiento entre lo que es ensañamiento terapéutico y lo que es curación
necesaria. Nos ayuda también a
discernir mejor entre “medicina de
lujo” y “medicina de base”, lo que
permite una reforma de los sistemas de asistencia social fundada en
una mayor justicia. En fin, se da a
las personas de buena voluntad la
base para entablar una relación
más apropiada con su estado físico.
El objetivo “Salud para todos en
el año 2000” ciertamente sigue
siendo una utopía, pero al mismo
tiempo aparece como una finalidad
a la que efectivamente es posible
acercarse y por la cual vale la pena
luchar. El “derecho a la salud” de la
que habla la OMS se vuelve un derecho real: yo tengo derecho de ser
ayudado para mantener y restablecer el máximo equilibrio biológico
del que soy capaz. Este derecho lo
poseen de igual manera todos los
seres humanos.
Conclusión
De nuestra reflexión sobresalen
dos ideas-fuerza:
– El materialismo y el individualismo están unidos, conducen a una
percepción instintiva del otro como
rival, como adversario y destruyen
el ideal de la sociedad como comunidad.
– La relación con el mundo y
con los bienes es la prolongación
de la relación con el propio cuerpo.
Del mismo modo como se considera al propio cuerpo como un instrumento de placer, así se ponen egoísticamente a los demás al propio
servicio y se realiza una explotación excesiva del ambiente.
De esto resulta que tenemos urgente necesidad de una visión del
hombre más justa, de un redescubrimiento del hecho que realmente
somos libres sólo en la gratuidad y
en la acogida desinteresada. Por lo
demás, de aquí surgen las fuentes
del gozo.
El papel profético de los cristianos para una distribución más
equitativa de los bienes de este
DOLENTIUM HOMINUM
172
mundo consiste ante todo, paradójicamente, en la apertura a todo ser
humano y en la afirmación que cada uno, cualquiera sea su edad o su
estado, tiene algo insustituible para
aportar a toda la humanidad, aunque a un nivel muy misterioso. Si
es en la familia que se aprende el
respeto hacia los demás, la gratuidad y la comparticipación, la Iglesia no insistirá nunca lo suficiente
sobre la necesidad de proteger a la
familia y de ayudarla para ejercer
su misión con mayor generosidad.
Pero quizás el anuncio del misterio de la persona lleva al anuncio
del misterio de Dios y quizás es solamente el amor del cual el hombre-Dios nos ha amado hasta la
muerte que nos permite amar al
otro hasta la muerte...
MARIE HENDRICKX
Profesor en el Instituto Juan Pablo II
para la Familia (Roma)
Notas
1
BASILIO DE CESAREA, Homélie sur la richesse (Lc 12, 18), 6, 3.6, París 1935, 21.33.
2
Estos textos han sido recogidos por F.
QUERE-JAUMES y A. HAMMAN, Riches et pauvres dans l’Eglise ancienne, París 1962.
3
Cf. PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”,
La destinación universal de los bienes, Roma
1992.
4
TOMAS DE AQUINIO, Summa theologica IIII, qu.66.
5
E. CHIAVACCI, art. Propiedad, en Nuovo
Dizionario di teologia morale, Roma 1990,
1030-1040. 1034-1036.
6
Cf. THOMAS HOBBES, Léviathan, éd. F. Tricaud, París, 121-127.
7
B. JARROSSON, Humanisme et technique,
París 1996, 59.
8
B. JARROSSON, o.c. 90.
9
Ch. SCHONBORN, La vie éternelle, París
1992, 46-50.
10
J. ATTALI, L’ordre cannibale. Vie et mort
de la médecine, París 1979.
11
En 1995, la prensa divulgó los resultados
terribles de una investigación realizada por la
“Comisión de la ONU contra la discriminación
y para la protección de las minorías”: el descubrimiento de un verdadero tráfico de órganos
entre los países del Norte y los del Sur, con horribles detalles en lo que se refiere a los niños
de la calle en Brasil, Honduras, etc. Cf. Avvenire, 25 de agosto de 1995, 1.9.
12
J.P., Fin de la “dignité humaine” en ethíque? En Concilium 223 (1989), 51-57.
13
R. BRAGUE, Le corps est pour le Seigneur,
en Communio V, 6 (nov. 1980), 4-19. 5-6.
14
H. NAKAJIMA, Alocución en la 44ª Asamblea Mundial de la Salud, 7 de mayo de 1991.
15
Discurso del Dr. Nakajima al Consejo Ejecutivo de la OMS, 12 de enero de 1992.
16
Es posible obtener los informes redactados
por Marguerite Peeters en el “Centre for the
New Europe”, Research Park, De Kaak, B1731 Zellik, Bélgica; cf. en particular los informes 7 de octubre de 1995, y 16-21 de diciembre de 1995 a marzo de 1996.
17
Lo que aparece como prioridad de las prioridades es la “salud genética” (o reproductiva)
de lo que el Dr. Hiroshi Nakajima ha referido
explícitamente en la Conferencia de El Cairo
(discurso al Consejo Ejecutivo de la OMS, 3 de
mayo de 1994 y 16 de enero de 1995). Ella implica, como medio indispensable, la regulación
de la fertilidad que, según la Conferencia, comporta la interrupción de embarazos no deseados. El compromiso de la OMS en favor del
aborto está confirmado, por ejemplo, por la
brochure “Women’s experiences of abortion in
the Westerns Pacific Region” (Women Health
Series, vol. 4), publicada por la sección local
de la Organización. Una información divulgada por la prensa en abril de 1995 sigue la misma dirección: una campaña de vacunación antitetánica, patrocinada por la OMS, ha resultado ser en la práctica un programa de aborto de
masa: con la excusa de una vacuna, a centenares de mujeres se les ha practicado una inyección de productos químicos que reaccionan
contra las hormonas producidos por la madre al
inicio del embarazo, causando así la muerte del
niño. Estas mujeres se han quedado estériles:
todos sus futuros embarazos se concluirán con
un aborto espontáneo. La OMS ha negado los
hechos, pero, después de una encuesta, la Cruz
Suprema de Manila ha detenido el programa de
vacunación. Varios documentos de la OMS reconocen su participación activa en las políticas
antidemográficas de la ONU.
18
B. JARROSSON, o.c. 35.
19
Sobre esto, cf. B. JARROSSON, o.c. 41-42.
20
J-M. CARD. LUSTIGER, La nouveauté du
Christ et la Post-modernité, en Communio 15
(1990), 2, 12-23.
21
J-M. CARD. LUSTIGER, o.c. 18.
22
B. JAROSSON, o.c., 62-66.
23
E. CHIAVACCI, o.c. 1037-1039.
24
J-M. CARD. LUSTIGER, o.c. 15.
25
B. JAROSSON, o.c. 118.
26
E. MOUNIER, Le Personnalisme, París
1949, 38.
27
Cf. la edición del Pontificio Consejo Justicia y Paz, De ‘Rerum novarum’ a ‘Centesimus
annus’, Roma 1991.
28
M. SCHOOYANS , Discurso en la apertura de
la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, 25 noviembre 1994.
29
E. CHIAVACCI, o.c. 1037.
30
Cf. ELIO SGRECCIA, Manuale di Bioetica, I.
Fondamenti ed etica biomedica, Milán 1988.
Mesa
Redonda
La cooperación
internacional con vistas
a la solidaridad
DOLENTIUM HOMINUM
174
JOSÉ A. PUJANTE
I: Las Organizaciones No Gubernamentales
Muchas veces nos preguntamos
si realmente los pueblos de la Tierra
se comportan como hermanos y la
respuesta puede inducir a pensar
que la Humanidad está deshumanizada. Con amargo escepticismo debemos admitir que la relación entre
ellos, en ocasiones, ni tan solo alcanza la categoría de amistad, buena vecindad o respeto mutuo; valores, todos ellos, fundamentales para
la concordia.
La convivencia ha sido difícil
desde la noche de los tiempos, y la
tolerancia no siempre ha presidido
el trato entre tribus, etnias y naciones limítrofes. Esta insuficiente fraternidad es la base, tristemente realista, de la escasa solidaridad ejercida a lo largo del curso de la Historia
y la causa de la precariedad de los
escasos períodos de paz en la existencia de la Humanidad.
El egoísmo del mundo desarrollado ha sido frecuentemente el motivo de una injusta distribución de
los bienes. Tal vez ese proceder, esa
actitud, debe ser consustancial a la
naturaleza humana, pues es sencillo
observar, tanto a nivel individual
como colectivo, que la evolución
de la conducta ontofilogenética de
las personas se manifiesta en una
tendencia a ignorar a los menos favorecidos. Por eso es tan importante inculcar en los más jóvenes la
bondad, para que pueda manifestarse en el futuro la vertiente generosa
y cordial de la especie y las generaciones venideras disfruten de un
mundo más justo, armónico y equilibrado.
Actualmente, como en el pasado,
unos tienen mucho y otros poco
(aunque con el paso de los siglos se
han ido alternando las situaciones,
pues civilizaciones que conocieron
la prosperidad luego se arruinaron
y viceversa), de manera que de ese
desequilibrio – y de un cierto res-
coldo de piedad – tuvo que surgir la
necesidad de la Cooperación. La
Cooperación como acto de amor
fraterno, de filantropía, de caridad
hacia el prójimo; la cooperación
como expresión de solidaridad, con
fines puramente humanitarios, alejada de los propósitos comerciales
o especulativos.
La cooperación, en definitiva, no
es otra cosa que el triunfo de la voluntad de aplicar la mejor y más noble faceta de la persona, del ser humano: ayudar a quien lo necesita,
como nos recuerdan las Sagradas
Escrituras, como predicaba con el
ejemplo Jesús en su magisterio.
No cabe duda de que, en los últimos años, numerosas organizaciones de muy diversa ideología y estructura han ido asumiendo esa ingente tarea de servir a nuestros semejantes aún en las situaciones más
difíciles, en los escenarios más hostiles, en las condiciones más adversas. Paulatinamente, esos colectivos fueron aglutinando a personas
de muy variada procedencia, y
prestaron sus servicios en los rincones más necesitados del mundo,
gracias a algunos logistas y planificadores, pero sobre todo merced a
una fuerza capaz de superar las mayores dificultades: los innumerables voluntarios, que con su entusiasmo y tenacidad logran realizar
el milagro cotidiano de devolver la
salud a aquellas personas que creyeron perderla para siempre. Y se
realizan consuetudinariamente esas
duras tareas sin distinción de razas
o credos. Ahí está el verdadero patrimonio de las organizaciones humanitarias: en su gente. Y todos lo
sabemos.
Pero sería ocioso recordar ahora
la evolución reciente de tales entidades en los últimos decenios. Casi
todas se han configurado o redefinido bajo los estandartes de la coo-
peración no gubernamental; unas
como complemento “rebelde” de
las acciones de los gobiernos de diferentes países; otras como “alter
ego” de los gobiernos, en una cierta
connivencia con estos, para implulsar planes que difícilmente serían
admisibles con cargo al erario público en sociedades democráticas; y
otras, simplemente independientes.
Mas, tales afirmaciones no desvelan ningún secreto, sino que son
moneda común en el entramado de
acciones y subvenciones que mueven cifras astronómicas y convierten los recursos económicos en un
preciado tesoro para ser administrado en el nombre de la solidaridad.
No obstante, mucho antes de estos tiempos actuales, en que diversos sectores de la sociedad civil
moderna, dinámica y participativa
se sienten especialmente motivados
para ayudar a los hermanos que sufren en los países del Tercer Mundo, hubo ya hombres y mujeres que
consagraron su vida a estar al lado
de los necesitados, a dar lo mejor de
sus existencias para salvar espiritual y físicamente a los enfermos
– sin importarles el riesgo de contagio de patologías gravísimas o las
reacciones de los hechiceros de la
tribu ante las complicaciones y
agravamientos –. Algunos fueron
laicos, y otros, queridos amigos, y
ustedes lo saben bien, fueron religiosos.
No puede escribirse la historia de
la Humanidad sin citar a los misioneros. Ni puede hablarse, por tanto,
de cooperación humanitaria sin
mencionar a estas personas que,
desde hace muchos siglos, recorren
el planeta de extremo a extremo, siguiendo indicaciones de sus órdenes y Congregaciones, y se instalan
allí donde más se les necesita.
Ellos, en nombre de la Iglesia, están
realizando esta ardua labor evange-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
lizadora con casi dos mil años de
antigüedad. No sólo para salvar las
almas, sino tambien para sanar los
cuerpos. Esta experiencia bimilenaria es bagaje suficientemente rico
como para poder sentirnos todos
orgullosos de su espíritu de sacrificio, de su abnegación y de las vidas
que han podido recuperarse así como de las esperanzas recobradas
por tantos y tantos millones de desheredados de la fortuna.
A propósito de esta afirmación,
recuerdo haber presenciado recientemente escenas en Rwanda que resumen claramente el riesgo de que
hechos puntuales, circunstanciales,
puedan arrastrar como una riada todos los esfuerzos realizados durante generaciones. Tras los enfrentamientos entre Hutus y Tutsis, unos
y otros sufrían lesiones y enfermedades derivadas del conflicto armado y, en los maltrechos hospitales y
centros de salud, los misioneros y
misioneras que los curaban – a unos
y otros, sin distinción – oían exclamar con frecuencia: “este Dios en
el que me enseñáis a creer no es tan
poderoso como decís si no puede
evitar que mi enfermedad acabe
con mi vida, ni es tan bueno puesto
que ha permitido que mis hijos y toda mi familia mueran injustamente.
Este Dios no nos quiere. Eran mejores los dioses de mis antepasados,
que nos protegían. Voy a dejar de
rezar...” Aunque se trate de razonamientos propios de la naturaleza
humana, comprensibles en momentos de desesperación, máxime
cuando existe un sustrato religioso
animista y una cultura ancestral con
profundas raíces en atavismos de
muchas generaciones, son un exponente de cuán delicada es la construcción pieza a pieza que tienen
como tarea los misioneros.
Estos misioneros de hoy y de
siempre, son, sin lugar a dudas, los
pilares de la cooperación contemporánea, y desde luego, la semilla
de las organizaciones no gubernamentales (ONGs) – tan sofisticadas
unas, tan sencillas otras – que realizan muy loables acciones en un
mundo tremendamende complejo y
sometido los polimorfos dictados y
vaivenes de los intereses políticos y
económicos, del poder de la información, de la buena voluntad de las
gentes, de la hipocresía y también,
por que no, de la inocencia.
Dicho, pues, que el origen de la
cooperación sanitaria se remonta a
las acciones de los misioneros, es
preciso apresurarse a constatar que
no solamente se trata de una visión
pretérita, nostálgica, sino que en la
actualidad son miles los hombres y
mujeres que en nombre de la Iglesia
Católica trabajan en tierra de misión, lejos de sus casas. Como
ejemplo resulta inmejorable el de
Italia, que en su territorio cuenta
con 50.000 religiosos entre sacerdotes diocesanos y sacerdotes regulares, al tiempo que mantiene otros
16.000 como misioneros en países
lejanos. Y la mayor parte de ellos,
además de su empeño de apostolado de la fe, realizan sobre todo misiones de carácter sanitario. Incluso
en esta actividad pastoral, la Iglesia
puede demostrar su fuerza ya sea
como capacidad de proclamar el
Evangelio, ya sea como momento
ecuménico en el seno de las diversas confesiones cristianas, el protestantismo, la ortodoxia, etc, y como momento de encuentro inter-religioso con las más diversas doctrinas y credos: Islam, Judaísmo, Budismo, Hinduismo, etc.
La historia de las misiones, especialmente bajo la perspectiva de la
pastoral sanitaria, es ciertamente la
parte más rica de la historia de la
Iglesia en la Edad Moderna y Contemporánea, pero tal hecho no
siempre ha sido puesto de manifiesto en sentido pleno. La Iglesia, haciéndose misionera, consigue además de una evangelización, dirigirse, como Jesús, a los sufrientes y a
los enfermos de todo el mundo,
conviviendo con ellos, incluso con
los moribundos, acompañándolos
hasta los últimos estertores, en la
proximidad de la muerte. ¿En cuantas ocasiones la acción de los misioneros está actuando como substitución vicariante de las carencias
de los sistemas públicos de salud
desestructurados de los países del
Tercer Mundo, los cuales tienen como víctimas a la población inocente, tras guerras o catástrofes naturales? Queda en el aire la respuesta...
Pero, como decía, la Iglesia, con su
deber y mandato, no podía más que
situarse, como Cristo, con y entre
los enfermos, verdadero espacio físico, metafísico y bíblico en el cual
se refleja la reconciliación humana;
pues no se reconcilia el hombre ni
consigo mismo ni con los demás,
sin responder a su demanda de salud física y espiritual.
En las palabras de nuestro querido y admirado Cardenal Fiorenzo
Angelini, que cito textualmente,
175
queda plasmada la evolución esencial de cuanto describía anteriormente: “Casi un estereotipo designa a San Juan de Dios, a San Camilo de Lellis y a sus seguidores como
los apóstoles de los enfermos. El
apóstol es aquel que es mandado a
evangelizar. El apostolado entre los
enfermos comporta la superación
de una concepción restrictiva de la
pastoral sanitaria. Y las misiones
que, sobre todo a partir de la época
de los dos santos, han experimentado un creciente desarrollo, han tenido en la pastoral sanitaria su momento más cualificado y gratificante, gracias, particularmente al surgir
en la Iglesia de múltiples institutos
religiosos masculinos y femeninos,
muchos de los cuales lo han hecho
para la misión ad gentes.
Resulta obvio que después del
ejemplo dado por las misiones religiosas, la sociedad ha ido generando sus propias misiones de carácter
laico. Conscientes de que el Estado
no podía atender las múltiples demandas urgentes de países en vías
de desarrollo, fueron articulándose
las primeras asociaciones, fruto de
encomiables ideales, y embrión de
las actuales Organizaciones No Gubernamentales. Hace veinte años,
apenas un puñado de soñadores hacían frente a proyectos de ayuda a
zonas deprimidas del planeta sin
más apoyo que el de las campañas
populares, que conseguían una tímida, o a veces entusiasta, colaboración social, y alguna subvención
de particulares y empresas privadas. En casos muy afortunados se
podía lograr una simbólica participación económica o logística de las
administraciones públicas. Pero
paulatinamente se fueron organizando en estructuras más complejas. Los gobiernos, que ya destinaban sus partidas presupuestarias a
la cooperación con diversos países
por motivos humanitarios, políticos
y comerciales, no prestaban demasiada atención a esos lobbys en potencia, todo un cambio cultural en
ciernes. Pocos podían imaginar entonces el rol que iban a desempeñar
las ONGs en un futuro no lejano.
Las ONGs han proliferado de
una manera ciertamente espectacular. Unas son religiosas, confesionales, y otras no; unas son manifiestamente políticas, otras no lo
son; algunas tienen claramente definido su ideario, otras no tanto; algunas aspiran a trabajar en determinados países y tienen tan sólo una
DOLENTIUM HOMINUM
176
sede central, mientras otras se han
convertido en auténticas multinacionales, en máquinas verdaderamente poderosas, y a su alrededor
giran empresas e instituciones, voluntarios y asalariados con sueldos
de ejecutivo de compañías privadas. Incluso, ¿por qué negarlo?, en
algunas de estas organizaciones,
donde algunos obscuros personajes
han tenido las manos libres para actuar y la facilidad de enternecer a la
sociedad con imágenes sobrecogedoras de negritos en campañas publicitarias a través de los mass media, ha anidado la corrupción. El
manejar “productos humanitarios”,
“material altamente sensible” no ha
impedido que la vileza del ser humano muestre su más miserable faceta explotando las escenas de sufrimiento, el dolor de otros seres,
para beneficiarse jugando con algo
tan serio como los sentimientos de
las personas, su bondad y su capacidad de reacción emocional.
Pero, afortunadamente, como en
cualquier comunidad, finalmente la
lucha contra el fraude y las acciones ilícitas permite extirpar la masa
podrida y se restituye así el buen
nombre y el respetable funcionamiento de estas admirables organizaciones. Mas, no puede recaer todo el peso de las actuaciones de solidaridad sobre las ONGs, ni éstas
pueden por sí mismas generar los
fondos económicos necesarios para
financiar sus costosos proyectos.
Es preciso que los recursos estatales, el dinero público de todos los
contribuyentes, sea sabiamente distribuido entre las ONGs que presentan iniciativas coherentes y adecuadamente planteadas.
En España, desde que se detectó
la necesidad de crear un marco legal para las múltiples actividades
relacionadas con la cooperación internacional, en 1992, se ha recorrido un largo camino hasta que, hace
escasamente cuatro meses, en julio
de 1997, el Consejo de Ministros
aprobó el proyecto de Ley que, tras
arduos debates parlamentarios,
ahora será sometido al Congreso y
al Senado. De una manera muy resumida, la nueva ley se ordena alrededor de seis ejes o capítulos fundamentales. El primero se dedica a
la política española de cooperación,
definiendo su régimen jurídico, así
como el objeto, ámbito de aplicación, principios y prioridades. El
segundo capítulo se refiere a la planificación, modalidades y vías de
cooperación pública bilateral o
multilateral. El tercero atribuye
competencias a los órganos operativos de la cooperación. En el cuarto
se recogen los datos sobre los recursos materiales asignados a esta
política. El quinto se ocupa del personal al servicio de la Administración del Estado en el ámbito de la
Cooperación, y el sexto capítulo se
refiere a la cooperación no gubernamental, definiendo las organizaciones privadas de cooperación para el desarrollo y su registro público, los sistemas de ayudas y subvenciones, y el establecimiento de
incentivos fiscales.
Aunque parezca obvio, la ley refleja el objetivo fundamental de la
cooperación española para el desarrollo: la lucha contra la pobreza en
los países en vías de desarrollo. Y
para evitar no pocas ambigüedades,
clarifica las definiciones de Organizaciones no Gubernamentales y el
Estatuto del Cooperante. En conjunto se pretende contribuir a una
mejora cualitativa y cuantitativa de
la política de cooperación. Y se creará, a tal efecto, el Consejo Interterritorial de Cooperación, destinado
a armonizar las actuaciones de los
organismos públicos (nacionales,
autonómicos y municipales) o privados, así como a intercambiar información sobre asuntos relativos a
los proyectos de cooperación.
Es un paso importante en el proceso de incorporación de España al
escenario de los países europeos
que destinan partidas de su presupuesto para la ayuda humanitaria.
No alcanza casi ninguno el 0.7%
del PIB, que diversos sectores de la
sociedad exigen con una cierta presión, pero es relevante el esfuerzo
que cada año se va haciendo en este sentido. Hay que considerar, en
un ejercicio de realismo y de memoria histórica, que España ha pasado en pocos años de ser un país
receptor de ayudas a ser un país donante. Hace casi un lustro, cuando
las aportaciones de España empezaron a ser algo más consistentes, el
Comité de Ayuda al Desarrollo
(CAD) de la OCDE, recomendó a
las autoridades contar con una legislación que permitiera una mayor
coordinación en las ayudas y una
mejor planificación a largo plazo;
es decir: la elaboración de una Ley
de Cooperación.
Tras ese largo camino, una de las
novedades de esta ley es la creación
de los Fondos de Cooperación al
Desarrollo, gestionados por el Ministerio de Asuntos Exteriores, con
destino a los países más pobres. Estos recursos son distintos de los
Fondos de Ayuda al Desarrollo
(FAD) distribuidos por el Ministerio de Economía y que están ligados a contrapartidas obligatorias
por parte de los países receptores.
(El Ministerio de AAEE gestiona el
38% del dinero destinado a cooperación y el Ministerio de Economía
el 62%).
En conjunto, el gobierno tiene
previsto destinar en 1998, unos
190.000 millones de pesetas para
Cooperación, de los cuales alrededor de 8.000 millones se concederán a las diversas ONGs, para realizar 252 proyectos. La cantidad que
las ONGs solicitaban para la totalidad de los proyectos presentados,
484, ascendía a 18.000 millones.
Pero existen múltiples fórmulas
para contribuir a la mejora de la cooperación. En el seno de la pluralidad de España, la Comunidad Autónoma de Cataluña dispone ya
desde hace algún tiempo de diversos mecanismos que permiten canalizar las ayudas de diversa procedencia para materializar proyectos
humanitarios en los más variados
países de la Tierra. Un sólido tejido
social muy motivado y proclive al
asociacionismo y la solidaridad, ha
hecho que este pueblo proverbialmente generoso haya puesto en
marcha iniciativas en las que, una
vez más, la sociedad civil se ha adelantado a las administraciones públicas.
No obstante, además de la actuación privada y popular, en 1997 el
Gobierno de Cataluña ha concedido ayudas a la cooperación para los
países en vías de desarrollo por valor de 1.450 millones de pesetas,
una cifra que supera a la de ejercicios anteriores, ya que desde 1994
se viene practicando esta política de
ayuda a las naciones menos favorecidas, a través del Comisionado de
Actuaciones Exteriores, asesorado
por el Consejo Catalán de Cooperación, que aglutina representantes de
los más variados sectores de la sociedad y de diversas ONGs. La mayoría de los aprobados eran proyectos y programas de índole sanitaria.
El enunciado de la propia convocatoria de subvenciones económicas es por sí mismo una expresión
de la filosofía inspiradora: “La cooperación al desarrollo constituye un
deber ético de toda sociedad demo-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
crática y de todo pueblo que, como
el catalán, proclama como valores
superiores de su vida colectiva la libertad, la justicia y la igualdad. Estrechamente vinculado con estos
valores está el de la solidaridad que
tiene que existir entre los ciudadanos de nuestro país, pero también
para con las personas más necesitadas de los países en vías de desarrollo. Ante un mundo en el que crece
la globalización y la interdependencia socio-económica, los problemas
del subdesarrollo adquieren un relieve destacado. Por eso es preciso
impulsar en la sociedad el valor de
la solidaridad internacional que significa interesarse, conocer y actuar
individual y colectivamente para
cooperar con otros pueblos y encontrar las vías que conduzcan a la
mejora de sus condiciones de vida y
al desarrollo democrático, económico y social. A fin de dar respuesta a la creciente sensibilización y
concienciación de la población en
la cual ha habido siempre y tradicionalmente sensibilidad por los
problemas del Tercer Mundo, el
Gobierno de Cataluña impulsa y
coordina una política de cooperación dando apoyo a las iniciativas
de la sociedad civil, que en buena
medida se canalizan a través de las
ONGs y otras instituciones y entidades sin afán de lucro que actúan
en el ámbito de la cooperación y la
solidaridad”.
Sin lugar a dudas, el mayor porcentaje de proyectos son los de cooperación sanitaria, elaborados libremente y de motu proprio por las
ONGs y respaldados por las estructuras gubernamentales, destinados,
básicamente a disminuir o eliminar
las causas de la pobreza y a elevar
el nivel de higiene y de salud en las
poblaciones diana.
Pero, además de esta política de
cooperación adoptada por el Departamento de Presidencia, en el entorno del Departamento de Sanidad, el
Institut Catalá de la Salut (ICS),
también impulsó imaginativos procedimientos para contribuir a mejorar las acciones de cooperación específicamente sanitaria, de manera
complementaria, sin que supusiera
una nueva aportación económica
en dinero, en cash, sino en especias, en forma de recursos humanos
y materiales.
Esta institución, entidad gestora
de la Sanidad Pública, en transición
para ser convertida en una corporación sanitaria, agrupa 32.000 em-
pleados y está considerada la mayor empresa, el mayor empleador,
de Cataluña. En 1995 se creó la
Oficina de Cooperación Sanitaria
Internacional, con sede en su Centro Corporativo.
Desde esta nueva unidad se pretendía propiciar las medidas oportunas para que los profesionales:
médicos, enfermeras, y personal no
sanitario de hospitales y centros de
asistencia primaria de la amplia red
del ICS pudieran incorporarse a los
proyectos de cooperación diseñados por las diversas ONGs. Evidentemente, se trataba de evitar que el
Instituto, como ente de Sanidad Pública se comportase como una macro-ONG, elaborando sus propios
programas, lo que hubiera sido una
competencia desleal desde la Administración, una intromisión de
dudosa moralidad en terreno ajeno,
y una usurpación de funciones a todas luces ilegítima. De manera que
parecía más sensato dotar de mecanismos a la siempre anquilosada
Administración para que los funcionarios y personal estatutario pudieran gozar de facilidades para
abandonar temporalmente su puesto de trabajo en la sanidad pública y
conservar la plaza y, en muchos de
los casos, su retribución íntegra,
cuando se incorporaran a proyectos
de cooperación, tras solicitar un
permiso especial.
Para una Institución de tal complejidad, era muy importante no caer en la burocratización, antes bien,
era preciso agilizar los trámites, y
resultar altamente operativa en la
gestión de los permisos para que el
personal quedara en situación de
ponerse a disposición de la ONG
que le requería – en ocasiones, con
urgencia – e incorporarse inmediatamente a proyectos en países de
Africa, Asia o América Central y
del Sur.
Se elaboró y se publicó el conveniente corpus legal y normativo
que contemplaba tales procedimientos y circunstancias, de manera que ese gran colectivo de profesionales al servicio de la administración pública pudiera acceder a
cumplir sus deseos de ser útil, de
ayudar a sus semejantes, a la porción de la humanidad sumida en el
sufrimiento, dando así un nuevo
sentido a sus vidas, en ocasiones
grises por la cotidianidad y la rutina
del trabajo en centros sanitarios urbanos, en ciudades donde la salud
está ya garantizada. Como se ha se-
177
ñalado, conservando el derecho a la
percepción de emolumentos, sin
perjuicio de que la ONG pudiese
establecer remuneración, a menos
que se acordara expresa renuncia.
Esta re-motivación de los agentes
sanitarios, este re-ilusionarse con el
ejercicio de su vocación y al mismo
tiempo ofrecer lo mejor de su experiencia a enfermos muy necesitados
es, sin duda, un adecuado complemento a la labor que, como se ha dicho anteriormente, realizan infatigablemente los misioneros e innumerables religiosos en nombre de
la Iglesia.
Sin duda alguna, el Hombre, es el
mejor activo de las empresas. Dicho
de otro modo, con lenguaje más finisecular: los recursos humanos son el
más preciado patrimonio vivo de las
organizaciones, su más preciado valor. Y las instituciones no iban a ser
una excepción; bien sabido es que su
gente es su fuerza, y en base a este
espíritu de servicio a la colectividad,
a la sociedad – tanto dentro como
fuera de las propias fronteras – se
deben articular las más diversas políticas de estado.
Esta gratificante iniciativa llevada a cabo por el Institut Catalá de la
Salut, ha permitido devolver la esperanza de ser cooperante a muchos agentes sanitarios, médicos,
enfermeras, psicólogos, asistentes
sociales, camilleros, técnicos, mecánicos, y también la esperanza de
la vida a muchos anónimos destinatarios de la buena voluntad y las acciones de los sujetos citados. El trabajo de estos profesionales en esos
lejanos rincones del planeta no será
estéril.
Básicamente, para ahorrarles a
ustedes una descripción pormenorizada, resumiré muy brevemente,
casi telegráficamente, las cuatro
grandes líneas a modo de objetivos
conceptuales que se contemplan
para desarrollar en la práctica la filosofía inspiradora que les he expuesto.
Sin entrar en detalles, el primer
gran bloque está constituido por los
principios que regulan como facilitar las ayudas para que el personal
propio pueda abandonar temporalmente el puesto de trabajo a fin de
incorporarse a proyectos de cooperación coordinados por las diversas
ONGs nacionales e internacionales.
El segundo consiste en determinar los canales y circuitos adecuados para que, a través de diferentes
ONGs, pueda atenderse en los hos-
DOLENTIUM HOMINUM
178
pitales y centros de asistencia primaria de la red del Institut Catalá de
la Salut, e incluso de otros establecimientos concertados, a los pacientes de países del Tercer Mundo
que no pueden recibir tratamientos
médicos o quirúrgicos en sus lugares de origen. Generalmente las
ONGs asumen el coste del traslado
del enfermo y la Sanidad Pública
los gastos de asistencia, que en ocasiones ascienden a cifras muy elevadas. Es preciso, claro está, un depurado proceso de selección.
El tercero de estos bloques de
ayuda a la cooperación es el que
configura un gran almacen – virtual, por listados informáticos – en
el que se pueda inventariar y clasificar todo el material, el instrumental y los equipamientos sanitarios
no utilizados, para que estén a disposición de las ONGs que lo soliciten a fin de enviarlos a países del
Tercer Mundo. La mayoría de aparatos y artículos que están en desuso en los hospitales de los países
desarrollados por haber quedado
obsoletos, funcionan y son de gran
ayuda en los centros mal dotados
de los más pobres, donde pueden
considerarse tecnología de vanguardia.
El cuarto y último apartado viene
referido a la definición de procedimientos para permitir que agentes
sanitarios de estos países que han
visto desestructurarse sus precarios
sistemas de salud: médicos, enfermeras o directivos, que han perdido
el hábito de operar y atender en
condiciones normales, alejados de
las nuevas técnicas o de los más
elementales avances, puedan reciclarse. Unas semanas de stage, de
permanencia entre colegas de centros sanitarios modernos, conviviendo con instrumentos apropiados y la práctica diaria con sesiones
clínicas, permitirán actualizar conocimientos, intercambiar culturas
y aprender nuevas fórmulas en el
arte de curar que, sin duda, serán de
gran utilidad – en la medida que
puedan ser aplicables – a sus compatriotas enfermos.
Planteamientos de este estilo, de
complicidad y verdadera colaboración entre estructuras gubernamentales y ONGS, se están produciendo en la mayoría de países desarrollados. La vieja Europa, mientras
construye su edificio común, con
materiales de diversa procedencia
y discrepancias arquitectónicas, no
ha olvidado aunar sus esfuerzos
para destinar cuantiosos fondos
económicos para la cooperación. Y
también los países de América y
Asia que están en disposición de
hacerlo, han arbitrado medidas para ayudar a las naciones menos favorecidas. Probablemente, estas
actuaciones siempre podrían ser
mejorables, como casi todo en la
vida; pero, en cierto modo, son de
agradecer, pues podía haber sido
peor. Demuestran una tímida e incipiente sensibilidad política hacia
los necesitados y los enfermos sin
recursos abandonados a su suerte,
que en otros momentos de la Historia – como argumentaba al iniciar
este parlamento – no hubiera sido
posible.
Por cierto, permítanme añadir
que expreso mi más firme convicción de que los fondos destinados
por unos y otros llegan a su destino
humanitario, fraternal, al tiempo
que hago esfuerzos por rechazar las
tentaciones de creer, pese a algunas
informaciones contundentes, que
hay quien se lucra con estos dineros. Quiero conceder un voto de
confianza a la bondad de la naturaleza humana, aunque a veces resulta un difícil empeño...
El Pontificio Consejo para la
Pastoral de los Agentes Sanitarios
tiene un importante rol a desempeñar en esta apasionante Cruzada, en
esta noble lucha para combatir la
injusticia y para lograr un mundo
más justo y donde la piedad resplandezca entre los pueblos hermanos. Su posición es privilegiada para liderar esa campaña cuya finalidad es de una grandeza incuestionable: por una parte, la obvia ascendencia sobre los religiosos y religiosas en tierra de misión; por otra,
la posibilidad de influir en gobiernos de los más diversos países del
mundo; la capacidad de actuar a nivel de las altas instancias de los organismos internacionales (ONU,
OMS, UNICEF, y diversas ONGs
de implantación mundial); y la facilidad para abordar a nivel ecuménico la problemática de la cooperación sanitaria internacional desde la
óptica inter-religiosa.
Desde su creación, el Pontificio
Consejo ha evidenciado el gran potencial que alberga y cuán beneficiosa puede ser su actividad para la
doliente humanidad, la que sufre en
silencio y muere tras enfermedades
que en occidente se pueden curar
por unos pocos centavos. La Institución no olvida a todos esos seres
humanos y su recuerdo permanente
ha sido ampliamente evocado por
el Cardenal Fiorenzo Angelini, tan
querido en nuestro corazón, que fue
impulsor, “alma mater” y presidente del Pontificio Consejo para la
Pastoral de los Agentes Sanitarios.
No cabe la menor duda de que tras
once ediciones de la Conferencia
Internacional bien consolidada ha
conseguido, junto con su equipo,
transmitir al mundo la estrecha y
significativa unión entre Iglesia y
Salud en el Mundo, especialmente
en el umbral del Tercer Milenio.
Llegado el momento del relevo, es
justo añorar a Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Angelini y
desde la nostalgia, pero con la determinación de continuar firmemente la tarea, hay que consagrar
todos los esfuerzos para que el nuevo presidente, Monseñor Javier Lozano, prosiga con el peregrinaje –
real y virtual – a fin de difundir el
mensaje y los hechos de la acción
pastoral para ayudar a los enfermos.
Las iniciativas del Pontificio
Consejo bajo una y otra presidencia
han contado siempre con la bendición y el apoyo de Su Santidad Juan
Pablo II. El Papa ha mostrado siempre su vocación y decidida voluntad de estar al lado de los enfermos,
esa parte de la población que se ha
visto desposeída del don divino de
la salud y que precisa de toda nuestra cooperación más generosa y desinteresada. El Santo Padre ha convertido en prioridad de su apostolado crear una conciencia mundial
sobre la atención sanitaria de los
más desvalidos, de los más pobres
y moribundos. Y el Pontificio Consejo es el mejor instrumento para
llevar las coordenadas de este camino de salvación a todos los lugares del Globo.
El pontificado de Juan Pablo II
maravilla a la opinión pública por
su dinamismo. Es un Papa viajero
(en casi 20 años ha recorrido tres
veces la distancia entre la Tierra y
la Luna); es un Papa montañero (y
yo, que comparto humildemente
con Su Santidad tal pasión, conozco cuán útil es la soledad de las cimas, como escuela de vida, para
meditar sobre la existencia, la mística y la metafísica); es un Papa misionero (pues ha dedicado gran parte de su periplo a los países del Tercer Mundo, compartiendo el dolor
y el sufrimiento con los enfermos
más deshauciados). Y, además, se
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
tiende la mano a otras confesiones,
en el más abierto ecumenismo, para
que los creyentes hebreos o los musulmanes, por poner dos ejemplos,
puedan llevar el discurso de la cooperación sanitaria a las sinagogas y
a las mezquitas, y entre todos contribuir a mejorar la convivencia.
Incluso Indro Montanelli, intelectual y veterano filósofo camuflado de periodista, reconoce la ingente labor llevada a cabo y manifiesta
públicamente que se confiesa “agnóstico y admirador de Juan Pablo
II, a quien considera una de las
grandes figuras de este final de siglo”. Es indudable que la siembra
de valores espirituales y morales
que realiza el Sumo Pontífice ha de
redundar en un estímulo para todos
los que en el Tercer Milenio hemos
de seguir ayudando a los que más lo
precisan.
Pero, la vida no sólo consiste en
realizar trabajos variados, sino en
tratar de aprender de las más diversas vivencias para poder ser mejor,
más completo. Permítanme que les
explique que, además de las actividades profesionales y académicas,
he tenido la fortuna de conocer personalmente bastantes países muchos de ellos subdesarrollados,
donde las condiciones de vida son
verdaderamente angustiosas. En
unos he estado por motivos de cooperación, en misiones humanitarias, y en otros para subir a las montañas y conocer otras culturas, como antropólogo dilettante. En calidad de montañero, después de 26
años de experiencia, tuve el privilegio de coronar un día, un feliz 16 de
mayo de 1993, la cima más alta del
Planeta, el Monte Everest, en el Himalaya. Tras tres meses de expedición, muchos esfuerzos y un grave
accidente una semana antes de la
victoria, por fin lo había conseguido: estaba allí arriba, donde acababa la Tierra, a las puertas del cielo.
La convivencia con los sherpas, devotos budistas – la he descrito en
varios de mis libros, pues siento un
gran respeto por sus concepciones
religiosas, así como por las doctrinas de los porteadores nepalíes hinduístas – ampliaba nuestros horizontes espirituales. Y allí, en el vértice supremo del mundo, a más de
40 grados bajo cero y sacudido por
gélidos vientos huracanados, uno
tiene la sensación de hallarse en un
templo sin muros donde tienen cabida todas las divinidades, todos los
credos. No ve a Dios, pero lo pre-
siente; no divisa otras deidades, pero las intuye. Allí en aquel sencillo
pináculo de hielo hostil, entre Nepal y Tibet, por encima de las nubes
que cubren China y la India, el ser
humano se siente pequeño y recupera la humildad perdida. Y se
arrodilla. Nada le hace pensar que
ha realizado una gesta, pues tan
grande es la majestuosidad de la
Creación que se manifiesta exhuberante bajo sus pies, que eclipsa su
hazaña. Nada hay en la Tierra más
alto en aquel momento solemne, y
la grandiosidad de la Naturaleza
preside la visión del hombre que
piensa, buscando el recogimiento,
en sus seres queridos, en los que viven y en los que han muerto. Y
siente muy cerca una inmensa presencia que lo llena todo. ¡Sí! Allí,
en la cima del mundo, uno se sabe
más cerca de Dios que de los hombres. Y la curiosidad le apremia y
querría quedarse en aquel lugar para ver si consigue entrar más allá
del firmamento, que a casi 9.000
metros es de un azul casi negro, por
la ausencia de oxígeno. Pero no le
es dado. El ser humano, debe regresar a los prados físicos y a los valles
materiales a los que pertenece, donde es posible respirar, para seguir
viviendo su existencia terrenal. Y
mientras desciende del Everest tras
la impactante experiencia mística,
uno sueña con encontrar un mundo
mejor, anhela secretamente que algo haya cambiado mientras él se
hallaba por encima de las nubes.
Pero, lamentablemente, al llegar a
la civilización recibe noticias y se
informa de que las guerras continúan, que la pobreza, el hambre y las
miserias asolan a las poblaciones
más desprotegidas; que las epidemias ocasionan millares de enfermos errantes y víctimas de la violencia; que los niños mueren al poco de nacer debido a insuficientes
medios higiénicos, que las madres
padecen patologías por escasas
atenciones clínicas; que las mujeres
son violadas u obligadas a abortar;
que se acumulan donaciones de vacunas y fármacos en almacenes militares mientras los pacientes fallecen a causa de patologías controlables; que se tortura; que se experimenta con seres humanos... mientras otra parte de los habitantes de
la misma aldea global, un 20 %,
atesora el 80% de los recursos y los
gasta en frivolidades o lujos superfluos.
Como decía al inicio, de este de-
179
sequilibrio nació probablemente la
necesidad de la Cooperación. Este
desequilibrio duele. Y si le duele,
como imagino, al Creador, ¿no debería también dolerle a la conciencia humana...?
Con estas palabras he pretendido
ilustrar solamente una parte de la
cruda realidad que nos ocupa. Señoras y señores, todos los humanos
tienen derecho a la felicidad; Dios
no la acotó a meridianos y paralelos
cartográficos. Todas las personas,
por el mero hecho de serlo, son
acreedoras de dignidad, respeto y
salud, pero no será fácil acabar con
la distribución nociva y con la injusticia. Si de veras todos somos
iguales, a veces pienso que unos
son más iguales que otros...
Constituye un honor exponer tales razonamientos ante tan selecto
auditorio, que conoce bien la trascendencia de las adecuadas campañas de profilaxis y las arriesgadas
misiones de cooperación sanitaria
con fines terapéuticos, ya sean médicos o quirúrgicos, o simplemente
docentes. Cuando al ser clausurada
esta Conferencia Internacional por
el Santo Padre regresemos a nuestros países, deberíamos llevar en
nuestro corazón el convencimiento
de que todos podemos hacer algo
más por nuestros semejantes enfermos; no solamente en nuestros lugares de trabajo cotidiano, sino
allende las fronteras, más allá de la
confortabilidad de nuestras tareas
urbanas y monótonas. Hay un universo lleno de trabajos a realizar
que están esperando manos dispuestas a ello – aunque es cierto
que frecuentemente la necesidad se
halla en la ciudad, al lado de casa –.
Y si la caridad es, como creo, la
esencia de la cooperación, cualquier persona de buena voluntad
puede ser útil. Sea a través de
ONGs o de otras instituciones, lo
importante es que los resultados sean fruto de la honestidad, de la honradez, de la ética y de una deontología inmaculada.
Aunque no se pueda conseguir
un mundo perfecto hay que emprender acciones para conseguir, al
menos, un mundo mejor, ayudando
a los que lo necesitan; aspirando a
legar a las generaciones futuras un
mundo más justo y en paz.
Doctor JOSÉ A. PUJANTE
Director de la Oficina de
Cooperación Sanitaria Internacional
(I.C.S). Barcelona. España.
DOLENTIUM HOMINUM
180
IVAN MARÍN
II: Cor Unum
Me uno a las felicitaciones que
todos hacen al “Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes
Sanitarios” por esta XII edición
de la Conferencia Internacional,
que quiere también subrayar que
Jesucristo es la salud y la salvación del mundo.
Se me ha pedido una reflexión
sobre “La Cooperación Internacional y la Solidaridad desde mi
experiencia en Cor Unum”.
El tema es de grande actualidad, ya sea porque todo el mundo
habla de solidaridad y porque tantos males que sufre la humanidad
provienen precisamente a causa
de la insolidaridad entre los hombres y los pueblos, ya sea porque
la Iglesia tiene en su Dicasterio
Cor Unum un verdadero promotor, orientador y guía de la cooperación y la solidaridad entre los
pueblos.
Mi exposición la dividiré en
tres puntos:
Primero: Cor Unum animador
de la solidaridad universal entre
los pueblos para promover el desarollo integral, según Pablo VI.
Segundo: Cor Unum y la solidaridad como virtud, según Juan
Pablo II.
Tercero. Pistas de acción.
1. Cor Unum animador
de la solidaridad universal
para promover el desarrollo
integral, según Pablo VI
El Papa Pablo VI, después del
Concilio Vaticano II, comenzó a
darle aplicación concreta también
en la Curia Romana.
El 15 julio de 1971 creó el Dicasterio Cor Unum “movido por
el deber de caridad de animar a la
familia humana universal por las
sendas de la recíproca y sincera
solidaridad” (cfr. Carta de Institución de Cor Unum). El Papa era
consciente del inmenso número
de obras e instituciones que viviendo y ejercitando, de varias
maneras, la virtud de la caridad
promueven la cooperación y la
ayuda nacional e internacional. Y
precisamente, quiso darles un Dicasterio que sirviera de estímulo,
animación y guía para intensificar
la solidaridad inspirada desde la
caridad.
Ya Pablo VI había dado carta de
ciudadanía en el lenguaje pastoral
de la Iglesia al término solidaridad. En efecto, dice que la creación de Cor Unum “es un proyecto que viene meditando desde hace tiempo – quizás desde el momento en que promulgóse la encíclica Populorum Progressio –
porque quiere “procurar que, en
el vastíssimo campo de la solidaridad cristiana entre los pueblos y
del progreso humano inspirado
en la verdadera caridad, adquieran una mayor vinculación las
energías e iniciativas que florencen dentro de la Iglesia”. (cfr.
Carta de Institución de Cor
Unum).
El Papa quiere, pues, abrir el
horizonte de la universalidad a todas las obras ya existentes al interior de la Iglesia, nacidas ciertamente del impulso creador de la
caridad evangélica; el Papa quiere que sea visible y concreto todo
el espíritu y la letra de la Constitución Conciliar, Gaudium et
Spes, sobre la Iglesia en el mundo
actual.
La solidaridad universal no es
exclusivamente para las obras e
instituciones. Pablo VI invita a
los Obispos de todo el mundo y a
todos los fieles, “por tanto, nos
ha parecido oportuno crear un
Consejo especial que ofrezca,
por así decirlo, la posibilidad de
un encuentro común a todo el
pueblo de Dios para tratar los
problemas más arriba mencionados sobre la solidaridad y la promoción humana siguiendo los
principios inmutables del Evangelio” (cfr. Carta de Institución
de Cor Unum).
Aunque las múltiples necesidades de los pueblos y ampliamente
expuestas por Pablo VI en la Carta Apostólica “Octogésima Adveniens” le hacen sentir al Papa la
urgencia de crear el Dicasterio
Cor Unum, esto no quiere decir
que la Iglesia va a iniciar un trabajo nuevo. “Como en siglos
atrás, dice Paolo VI, también en
nuestro tiempo, la Iglesia considera como deber suyo el servir a
los hombres con diligente empeño y con auténtico espíritu humanitario, habiendo sido fundada
por el Hijo de Dios que “no vino a
ser servido sino a servir” (Mt
20,2). (cfr. carta citada).
La solidaridad cristiana que Pablo VI recuerda a todos los miembros de la Iglesia, fieles y pastores, la aplica a las naciones: “Es
incumbencia nuestra, dice, recordar a todas las naciones que, por
lo que a ellas se refiere, también
se impone el deber de solidaridad, con la misma validez que para los individuos” y citando su
propria Encíclica Populorum
Progressio les recuerda que “los
bienes superfluos de los países ricos, deben servir a los países pobres” (cfr. carta citada). Para buscar estos grandes objetivos Pablo
VI crea el Pontificio Consejo Cor
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
Unum para la promoción humana
y cristiana de los pueblos.
2. Cor Unum y la solidaridad
como virtud,
según Juan Pablo II
En la solemne conmemoración
del 20° aniversario de la Encíclica
Populorum Progressio, Juan Pablo II quiso mostrar la perenne
validez de la Doctrina Social de la
Iglesia y enriquecerla con nuevos
elementos publicando su Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”
(SRS).
Es importante examinar el concepto de solidaridad con todo el
enriquecimiento que le da Juan
Pablo II, para aplicarlo con coherente continuidad en la acción
pastoral.
Conviene recordar que en el
campo social, a mediados del Siglo XIX se había iniciado el desarrollo de dos posiciones antagónicas: por una parte la ideología del
individualismo que estableció un
sistema capitalista de explotación
del hombre por el hombre y por
otra el colectivismo para implantar un sistema de explotación del
hombre al servicio del totalitarismo estatal, ante este problema social la Iglesia trató el problema en
términos de “sociabilidad”, y últimamente la Iglesia afronta el problema desde la perspectiva de la
“solidaridad”, exactamente desde
1963 con la Encíclica Social “Pacem in Terris”.
Es el Vaticano II en su Constitución pastoral de la Iglesia en el
mundo “Gaudium et Spes” que
señala el fundamento teológico
de la solidaridad. Juan Pablo II dice que su Encíclica Sollicitudo
Rei Socialis es aplicación del documento conciliar (SRS, 7).
La solidaridad aparece desarrollada en el magisterio de Juan Pablo II en sus intervenciones en
América Latina bien 29 veces.
En su discurso a la FAO en
1987 insiste en la solidaridad como apertura, responsabilidad e interdependencia.
Juan Pablo II recuerda que Populorum Progressio concreta la
voz de denuncia del Concilio ante
la situación de miseria y señala la
dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social; además
181
añade que la novedad es la valoración moral de esta situación y
que esta obligación moral se traduce como deber de solidaridad
(SRS 7, 8, 9).
Juan Pablo II ha denunciado en
múltiples ocasiones y en casi todos los escenarios del mundo el
cresciente abismo entre los países
desarrollados y los países en vías
de desarrollo. Denuncia la insolidaridad de los que crean e impulsan mecanismos financieros y
económicos que aumentan la riqueza de unos pocos y mantienen
la miseria de muchos.
Hoy sigue siendo válido el
diagnóstico que en SRS hacía
Juan Pablo II, diciendo que la raíz
del problema social mundial es la
conflictiva insolidaridad.
reconocimiento de la dignidad
humana. Esa conciencia de comunión desde donde se dinamiza
la solidaridad humana exige que
los intereses particulares se sometan al bien común, es decir, al interés general y facilitan la renuncia al egoísmo y a toda forma de
explotación y manipulación.
3. Pistas de acción
d. La Iglesia animadora
y promotora de la cooperación
y la solidaridad.
La Iglesia continuadora de la
obra salvadora de Cristo, “actúa
para restablecer y reforzar la unidad en la raíces mismas del género humano” (Dominum et vivificantem); es decir, promueve la reconciliación que se debe traducir
en obras nuevas que se van creando desde dentro y fuera de la Iglesia, como expresiones del espíritu
de fraternidad, de equidad, de justicia que se ha de propagar en el
mundo entero.
Finalmente, quisiera dar testimonio de lo que un grandísimo
número de organizaciones católicas que trabajan en el campo socio-caritativo están haciendo; por
muchos medios buscan enseñar y
poner en práctica la solidaridad
entre los pueblos; atienden las situaciones críticas creadas por los
desastres naturales y por el hombre, y cubren los diversos sectores de desarrollo integral de hombre. Estos organismos, algunos
como miembros de Cor Unum,
colaboran eficazmente para que
este importante Dicasterio del
Papa sea realmente el CORAZON del servicio de la caridad,
punto de comunión de las innumerables obras de la Iglesia que
animan la cooperación y la solidaridad.
A modo de conclusión, con el
ánimo de mantener viva la esperanza de los pueblos más necesitados y de estimular la buena voluntad de muchos que trabajan
para promover la cooperación y la
solidaridad en el mundo, me permito enumerar algunos puntos.
a) El amor redentor de Cristo
es un amor solidario.
“CARITAS CHRISTI
URGET NOS” (II Cor. 5,14).
El amor de Cristo, hoy como
ayer, seguirá inspirando nuevas
formas para vivir la fraternidad
humana ampliando los horizontes
hasta que sea realmente universal.
La dinámica del amor solidario de
Cristo, comprende con preferencia a los pobres y marginados y a
los que sufren el hambre, la enfermedad y todo tipo de carencias.
b. Desarrollo de una nueva
solidaridad
La solidaridad y la coooperación no son acontecimientos de la
moda. Es un nuevo espiritu que
está desarrollando y ensanchando
el corazón del hombre. Se debe
entender como vocación y tarea
inscrita en el corazón del hombre,
inscrita allí en lo más íntimo donde tiene sede el amor. Tiene como
meta la realización del Bien Común. La solidaridad se mueve teniendo como centro la comunión,
sin la cual no habría un verdadero
c. El destino universal
de los bienes.
La solidaridad que se dinamiza
desde el amor solidario de Cristo,
tiene como fundamento la fraternidad humana y sobrenatural, tiene como alma el amor y la caridad, predispone al sacrificio y a la
renuncia y ayuda a comprender
como exigencia de justicia la destinación de los bienes al servicio
universal de todos los hombres.
S.E. Mons. IVAN MARÍN
Arzobispo de Popayán (Colombia)
DOLENTIUM HOMINUM
182
LUC TROUILLARD
III: La Caritas
Caritas y
“Actividad de Advocacy”
Durante de la Asamblea general
de mayo de 1995, la “familia” Caritas se pronunció de manera clara
sobre cierto número de prioridades
en el trabajo para el período 19951999. Entre ellas figura en primer
lugar la dimensión política de la
actividad de Caritas.
1. Esta toma de conciencia de
Caritas radica ciertamente en una
comprensión más profunda de la
propia misión. Pero ella se explica
también con la evolución del ambiente internacional que, por varias razones, ha descubierto recientemente la importancia de la
“sociedad civil”. Se convierte en
algo habitual invitar las ONGs para “proporcionar su aporte”, “expresar recomendaciones”, “participar en el proceso de puesta en marcha”, en un número cada vez mayor de comisiones, conferencias,
grupos de trabajo... Está cambiando la “cultura” de las relaciones
entre las organizaciones internacionales y los representantes de la
sociedad civil”. De cualquier modo se mire a esta evolución (del entusiasmo al excepticismo, pasando
por el temor de ser “recuperado”),
la tendencia está lejos de sufrir una
inversión: en efecto, ante la ausencia de gobierno mundial, y frente a
las resistencias de las soberanías
nacionales, la sociedad civil aparece como un aliado objetivo para
promover los ideales “sin fronteras”.
Por tanto, para Caritas el reto ya
no parece ser ante todo la toma de
conciencia de parte de los responsables de las organizaciones
miembros: está claramente afirma-
da la voluntad de obrar. Ni siquiera es el reconocimiento de su derecho a la palabra: en efecto, Caritas
tiene un puesto bien merecido en
seno a la sociedad civil (¡cuando
logra desarrollarse!). El desafío se
coloca más bien a nivel de los mecanismos prácticos a fin de que esta voluntad de actuar desemboque
en propuestas concretas, capaces
de alimentar la acción de las Organizaciones Miembros.
2. La “ventaja comparativa” de
Caritas se apoya en el arraigo local, en la universalidad y en la
continuidad de su red. Su “capital
de influencia” se construye ante
todo a nivel nacional, antes de que
pueda entreverse a nivel internacional.
Cada líder político, incluso internacional, es ante todo el ciudadano de un país, que radica en una
nación, que depende de un sistema
político nacional. El hecho que
participe en decisiones internacionales o intergubernamentales se
inserta en este dato de base.
De esto se deduce que una opinión expresada en un contexto nacional tiene mayores oportunidades para ser escuchada que aquella
expresada (por las mismas personas) en un contexto internacional.
Ejemplo: durante el primer semestre de 1996, Italia ha presidido
la realización de la Conferencia Intergubernamental de la Unión Europea. En esta ocasión, las Caritas
europeas han preparado “posiciones comunes” sobre algunos puntos que, según su parecer, eran
esenciales. Era claro que dichas
“posiciones comunes”, presentadas por la Caritas Italiana a los líderes italianos, habrían sido mejor
acogidas si hubiesen sido presen-
tadas a los mismos líderes de la
Caritas Europa (o Internationalis).
Para las personas interesadas, es la
Caritas Italiana la que tiene peso y
no las estructuras internacionales
de Caritas, percibidas más o menos como “desencarnadas”, sin influencia en lo real.
Las mismas constataciones se
aplican a los líderes de opinión, a
los medios de comunicación, a las
opiniones públicas en general. En
otros términos, la eficacia de cada
trabajo internacional de influencia (o “político”) depende esencialmente del modo como ha sido
difundido a nivel nacional.
Nuestras estructuras y nuestros
métodos de trabajo deben tener en
consideración todo lo anterior.
3. Palabra pública y creíbilidad
de Caritas
En la cacofonía de la “ciudadela
global”, Caritas puede dejarse escuchar solamente en los ámbitos
en los que goza de cierta creíbilidad en la opinión pública. Estos
ámbitos no son necesariamente
aquellos en los que nosotros consideramos tener algo que decir.
Por ejemplo, una palabra pública fuerte de Caritas será mucho
más creíble en materia de lucha
contra la pobreza que en el campo
de la defensa del ambiente (aunque
la defensa del ambiente es un elemento de la lucha contra la pobreza). Asimismo, Caritas será mejor
escuchada como defensora de las
personas desarraigadas que como
abogado de los derechos de la mujer y del niño en general (aunque
las mujeres y los niños forman la
inmensa mayoría de los prófugos).
En otros términos, cualquiera
sea la riqueza de nuestras convicciones, debemos organizar nuestra
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
“palabra” en torno a temas en los
cuales, a los ojos de la opinión pública, la Caritas es en comparación
más creíble que otros.
Por otra parte, cada organización miembro tiene sus puntos
fuertes y los campos en los que la
Caritas es “creíble” pueden variar
de un país a otro. Su creíbilidad no
se apoya en las mismas bases en
Sudán o en Polonia: las prioridades “políticas” locales varían de
un país a otro y no siempre se
prestan a una acción a nivel internacional.
La opción propuesta aquí es la
siguiente. En el plano internacional, la acción “política” de Caritas debería construirse ante todo
en los ámbitos en los que su creíbilidad es generalmente la más reconocida. Considerar esta opción
significa facilitar también, a nivel
nacional, la conexión del trabajo
efectuado a nivel internacional.
Mirar a la sinergia entre los niveles internacional y nacional,
concentrar su “capital de influencia” en los campos de una creíbilidad más amplia: estas son las dos
opciones en las que debería desarrolarse la acción política internacional de Caritas.
“Acción de advocacy”
y agenda de la
comunidad internacional
En 1995, la Asamblea General
aprobó un plan de trabajo que da
la prioridad absoluta a la acción
de “advocacy” como la pobreza y
la exclusión. El parágrafo aprobado fue redactado en los siguientes
términos:
La mundialización de la economía y las causas de la pobreza y de
la injusticia: “Estudio de las causas
de los fenómenos de exclusión y/o
de marginación (causas morales,
culturales, políticas). Este estudio... debe desembocar en “instrumentos” que puedan utilizarse por
las Caritas en su trabajo de educación y de lobbying. Probablemente, dicho trabajo será realizado a
nivel regional y los resultados del
Summit de Copenhagen podrían
ofrecer el cuadro práctico”.
Este esfuerzo debería basarse en
los resultados de las cumbres organizadas por las Naciones Unidas
durante el último decenio.
183
1. Contexto general
2. El papel crítico de Caritas
1.1 Durante los últimos seis
años, Naciones Unidas ha organizado nueve conferencias mundiales: Summit de la Infancia, Summit de la Educación, Conferencia
sobre el Ambiente y el Desarrollo,
Conferencia Mundial sobre los
Derechos del Hombre, Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, Summit Mundial para el Desarrollo Social,
Cuarta Conferencia Mundial de la
Mujer, Habitat II y Summit Mundial de la Alimentación. Gracias a
estos acontecimientos, la comunidad mundial ha identificado los
problemas más importantes referentes al desarrollo duradero y ha
definido también las prioridades y
los objetivos, recomendando los
medios para lograrlos.
2.1 Es cada vez más evidente
que las Naciones Unidas y las demás organizaciones internacionales están interesadas en cooperar
con Caritas y viceversa.
Los recientes debates con PAM,
UNESCO, HGR, UNAIDS y Banco Mundial, han confirmado el deseo de una cooperación más estrecha con Caritas, vista la extensión
de su red. El cambio que se ha producido en el curso de estos últimos
años se ha debido a los siguientes
motivos:
– la creciente toma de conciencia de que el desarrollo no se asegura solamente con el dinero. La
participación de la gente y la seguridad de los proyectos de parte de
los actores principales son de vital
importancia para un desarrollo duradero;
– el reconocimiento del hecho
que el mercado no genera automáticamente la justicia social. Por el
contrario, el liberalismo extremo
se puede revelar nocivo para las
poblaciones y los países “más pobres”. De aquí la necesidad de una
sociedad civil sana y justa que
pueda servir como catalizador y
asegurar una vida económica basada en los principios morales. Como han escrito recientemente los
obispos norteamericanos, las elecciones y las instituciones económicas deben ser juzgadas según su
modo de proteger o damnificar la
vida y la dignidad del ser humano,
según como apoyen a la familia y
contribuyan al bien común2.
Como organización basada en la
Iglesia, Caritas puede contribuir a
iluminar las conciencias de los responsables gracias a una sólida acción socio-pastoral a nivel de base.
1.2 Los países que han participado en estas conferencias son los
principales responsables de la ejecución de los programas de acción
aprobados, como sucede en las
convenciones internacionales. No
obstante la firma de los representantes de los gobiernos, estos textos no presentan ninguna obligación jurídica. Cada Gobierno decide sobre su real aplicación.
1.3 Por tanto, las conferencias
proyectan un esfuerzo importante
de colaboración efectiva de parte
de Naciones Unidas, de las demás
organizaciones multilaterales y no
gubernamentales, así como del
sector privado. El nacimiento de
asociaciones creativas y fructíferas
entre los principales actores de los
ámbitos nacionales e internacionales, públicos y privados, que comprenden la sociedad civil, probablemente constituye el desafío más
imponente del que en gran parte
dependerá el éxito del esfuerzo para el desarrollo duradero en los
años futuros1. Todo está preparado
para desarrollar una nueva cultura.
Probablemente, la finalidad de
nuestra acción debería pasar de la
teoría y de los documentos con alcance mundial a la práctica aplicada a nivel local (nacional), teniendo en cuenta las recomendaciones
y las convenciones existentes, incluidas aquellas emitidas por los
grupos y por las organizaciones de
base.
2.2 Los documentos de las Naciones Unidas representan un fundamento sólido para un trabajo de
apoyo que tiende a mejorar la vida
de millones de personas. Estos textos firmados por la mayor parte de
los gobiernos, son instrumentos
perfectos para un trabajo de apoyo
a escala nacional (lo mismo ocurre
para las convenciones internacionales).
Es tiempo que Caritas ponga en
acto sus experiencias y sus competencias con el fin de obtener un
mayor provecho de estas materias
DOLENTIUM HOMINUM
184
primarias y transformarlas en instrumentos prácticos de apoyo, susceptibles de ser utilizados a escala
nacional. La urgencia de mejorar
la acción de apoyo de Caritas a nivel de las naciones es reconocida
desde hace tiempo y recientemente
ha sido confirmada en el marco del
proceso estratégico de planificación en el que cada miembro, respondiendo a la guía de orientación
de los debates, ha afirmado que la
“advocacy” es de importancia vital, pero que debería ser acompañada también por una formación
adecuada de los mismos miembros.
El Summit de Copenhagen:
un cuadro posible para la
acción de “advocacy”
de las organizaciones católicas
“We know how to reduce poverty.
Our weakness is follow-up
and implementation”3.
(M. Sandstrom, Banco Mundial)
1. Este Summit ha marcado para la comunidad de las naciones,
un vuelco en su modo de comprender el “Global Village”, “la
ciudadela global”. Un vuelco discreto, velado ciertamente por numerosas carencias de las decisiones tomadas, pero un vuelco real:
el mundo acepta reconocer que la
salud económica ya no es una garantía suficiente contra el crecimiento de las exclusiones. Se trata
de una confesión impensable hace
diez años, cuando el debate se habría detenido por una guerra ideológica.
Los compromisos tomados y
las intenciones anunciadas durante el Summit abren nuevas perspectivas: el Summit se ha dotado
de una “visión”... aunque no de
los medios para conseguirla.
Los Estados no han querido tomar decisiones realmente valientes. Pero el resultado de Copenhagen no ha sido nulo: ofrece un
nuevo consensus en el que la “sociedad civil” puede construir una
acción de mediano y largo plazo.
El resultado del Summit se presenta bajo forma de dos textos: la
“Declaración” (que incluye diez
“compromisos” o, como dirán algunos, los “diez nuevos mandamientos”) y el “Plan de Acción”
que quiere darles un contenido
concreto.
2. Algunos ejemplos de compromisos asumidos, sacados del programa de Acción.
“Reforzar los mecanismos de
aplicación y de follow-up, particularmente las disposiciones referentes a la participación de la sociedad civil en su elección y en la
aplicación de las políticas y la colaboración con las organizaciones
internacionales” (83,i).
“Para que la Declaración y el
Programa de Acción del Summit
sean aplicados eficazmente, es necesario reforzar las organizaciones
comunitarias y las organizaciones
no gubernamentales con fines no
lucrativos que obran en el campo
de la educación, de la salud, de la
lucha contra la pobreza, de la integración social, de los derechos del
hombre, de la mejora de la calidad
de la vida, de la ayuda y de la reeducación, para que puedan participar de manera constructiva en la
asunción y en la aplicación de las
decisiones. Con este fin deberá:
“Crear cuadros jurídicos y reglamentos, disposiciones institucionales y mecanismos de consultación para hacer participar a dichas
organizaciones en la elaboración,
en la aplicación y en la valoración
de las estrategias y de los programas de desarrollo social” (85, b).
“Permitir que los organismos de
la sociedad civil y en particular los
que representan a grupos vulnerables y menos favorecidos, participen a título consultivo en la elaboración, en la aplicación y en valuación de las medidas referentes al
desarrollo social” (72, b).
“Asegurar a las jóvenes el mismo acceso en todos los niveles de
la enseñanza, incluida la formación no tradicional y profesional;
vigilar para que se tomen las medidas para eliminar los diferentes
obstáculos de orden cultural y
práctico que les impiden acceder a
la instrucción, como el reclutamiento de mujeres maestras, la
instauración de horarios flexibles
y la puesta en marcha de servicios
para las personas a cargo y los hermanos y hermanas, así como de
estructuras adecuadas” (74, 1).
“Fijar fechas precisas para eliminar todas las formas de trabajo
de los niños, que son contrarias a
las normas aceptadas en el plano
internacional y asegurar la plena
aplicación de las leyes pertinentes
y, si es necesario, promulgar las leyes necesarias para la aplicación
de la Convención referente a los
derechos del niño y de las normas
de la OIL y asegurar la protección
de los niños que trabajan, en particular de los niños de la calle, proporcionándoles servicios sanitarios, educativos y otros servicios
sociales adecuados” (55, d).
“Proyectar seriamente la ratificación y la plena aplicación de las
convenciones de la OIL en estos
campos así como aquellas referentes a los derechos al empleo de los
menores, de las mujeres, de los jóvenes, de los minusválidos y de los
autóctonos” (54, c).
“Elaborar a nivel nacional las
medidas, los criterios y los indicadores que permitan determinar la
extensión y la distribución de la
pobreza absoluta. Cada país debería proceder a una definición precisa y a una valoración de la pobreza absoluta, preferentemente
en 1996, año internacional para la
eliminación de la pobreza” (26, d).
“Individuar indicadores cuantitativos y cualitativos del desarrollo
social, distribuidos en lo posible
por sexo, para valorar la pobreza,
el empleo, la integración social y
otros factores sociales, controlar
los efectos de las políticas y de los
programas y encontrar los medios
para mejorar la eficcia de las políticas y de los programas y para introducir otros nuevos” (83, h).
3. ¿Qué seguirá a todo esto?
El proceso iniciado en Copenhagen coincide con un particular momento de la vida de la familia Caritas: la toma de conciencia del necesario compromiso “institucional” (“político”), comprendido como parte integrante de la misión de
Caritas. El tema de la Asamblea
General de Caritas Italiana es una
manifestación de esta toma de conciencia, así como la serie de seminarios sobre el tema de la economía global que se ha tenido recientemente en varias regiones (Africa,
América Latina, Asia).
Tratemos de imaginar la forma
que podría asumir una continuación de Copenhagen de parte de
Caritas.
Objetivo: hacer que los firmata-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
rios de Copenhagen mantengan su
palabra. El “después de Copenhagen” ofrece a Caritas un terreno
concreto en el que podrían fácilmente fijarse objetivos a su alcance, a partir de intenciones/compromisos firmados en Copenhagen.
Dichos objetivos, que pueden
variar de una región o de un país a
otro, podrían resumirse sólo en
uno: recordar a los responsables
políticos sus compromisos, pedirles que respeten lo que han firmado, vigilar para que mantengan su
palabra. No se trataría, pues, de
rehacer análisis ya efectuados sobre el estado del mundo, o de dibujar nuevamente un amplio fresco
del “Mundo-según-la-Caritas”. Se
trataría de organizar una “vigilancia” alrededor de un pequeño número de objetivos concretos que
han sido objeto de promesas (incluso tímidas) o de compromisos
(también débiles) en Copenhagen.
Organizado alrededor de un pequeño número de objetivos y se-
gún pautas precisas, el trabajo sobre el “post Copenhagen” podría
transformarse en lugar de fructífera cooperación con otras ONGs,
comenzando por aquellas eclesiales.
Los summits mundiales se multiplican. Su utilidad no puede medirse con la visibilidad de sus “resultados” a corto plazo (el concepto de “Derechos del Hombre” ausente de la conciencia colectiva
antes de 1948, ¿no ha empleado
varios decenios para imponerse?
Por sus efectos, la “globalización”
de la economía comporta la aparición de una globalización del pensamiento social: ¿podemos permanecer indiferentes (exageradamente modestos) frente a esta evolución?
Concluyamos, en el plano práctico, con el Parlamento Europeo,
que “considera que para garantizar
el éxito de dichos summits, incluido el Summit Mundial de Copenhagen para el desarrollo social, de-
185
ben permitirse esfuerzos apoyados
por las Naciones Unidas, con la
plena colaboración de los Estados
miembros, con el fin de hacer que
los empeños firmados por los gobiernos nacionales se hagan concretos rápidamente y sean objeto
de un regular control”4.
Dr. LUC TROUILLARD
Secretario General
de Caritas Internationalis
Notas
1
Proyecto del Staff College de Naciones
Unidas (Turín).
2
A Catholic Framework for Economic Life, 1996
3
“Sabemos como reducir la pobreza. Nuestra debilidad es el follow-up y la aplicación de
las decisiones”.
4
Resolución B4-0367/95-L.1-
DOLENTIUM HOMINUM
186
MARIA PIA GARAVAGLIA
IV: El papel de la Cruz Roja
El abismo entre los pueblos y
particularmente el desarrollo impar de los diferentes países es algo
que implica a todo el planeta. En
especial, la contraposición de los
niveles de desarrollo entre el Norte
y el Sur en el mundo es un problema que los estudiosos y los políticos lo consideran ya en el marco de
la misma realidad política y económica mundial y es examinado y estudiado, desde casi un siglo, tratando de encontrar una solución radical y definitiva.
Pero si por un lado el Sur paga
las consecuencias de dicha divergencia, por el otro, el Norte no está
inmune de responsabilidades de
explotación en el pasado y de una
creada y querida dependencia de
dichos países hoy; esto es evidente
según los dramáticos datos que resultan examinando dicha situación.
El hambre, la desnutrición crónica, las enfermedades y la superpoblación diseñan un cuadro mundial dramático y quizás catastrófico, en el que se inserta la cooperación realizada en muchas formas y
en las acciones de parte de la comunidad internacional.
Hoy, la comunidad internacional
en su conjunto tiene como objetivo
para la cooperación al desarrollo
procurar condiciones de vida que
permitan la afirmación de la dignidad de cada persona.
Decimos “hoy” porque hasta los
años 50 con el término “desarrollo” se entendía exclusivamente la
actividad económica considerada
como provecho.
Mediante la descolonización y la
conquista de la independencia, la
mayoría de los países no es capaz
de realizar una independencia incluso económica, ya sea por la ex-
plotación total del propio territorio
de parte de los colonizadores, como por la costumbre psicológica
frente a una relación de dependencia de otro país.
La inexistencia de una precedente actividad económica autónoma
no ha permitido un adecuado repunte y un rápido desarrollo.
Hasta los años 60 la relación de
dependencia colonial había sido
sustituida por una relación de dependencia asistencial legitimada
por el derecho internacional; en los
años 70, en cambio, la cooperación
internacional tiende a la determinación en primera persona de los
proyectos de desarrollo de parte de
los países emergentes, a la posibilidad de comercio directo, para convertirse en protagonistas del propio
futuro; dicha estrategia ha sido sintetizada por los estudiosos y por
los agentes internacionales como
“trade not aid” (comercio, no ayuda).
Llegamos así a los años 90 en
los que se abre camino el nuevo
concepto de cooperación para un
“desarrollo sustentable a largo plazo”, con el fin de eliminar en el
mundo toda forma de pobreza.
Aplicado al plan de cooperación
para el desarrollo, este concepto
fue adoptado por la ONU en diciembre de 1991 mediante una resolución de la Asamblea General.
Este nuevo tipo de proceso de
desarrollo a largo plazo prevé la
cooperación de los países más pobres con los países más desarrollados y no viceversa.
En el llamado “Tercer Mundo”,
mil quinientos millones de personas sufren de hambre crónico, de
pobreza y analfabetismo. Sus gobiernos son cada vez más inestables; golpes de Estado, guerras ci-
viles y revoluciones son el espejo
de la gravedad del subdesarrollo de
muchas naciones pobres de América Latina, de Africa y de Asia.
La instrucción, la urbanización
y la industrialización son las condiciones elementales para resolver
los problemas de estos países que
deben reforzar ante todo su know
how económico-industrial y no
– repetimos – su dependencia de
los países más industrializados.
Desde hace años también la
Iglesia ha ampliado y modernizado
el concepto de solidaridad y de cooperación.
En la encíclica Sollicitudo rei
socialis, Juan Pablo II ha reafirmado que es deber de todos empeñarse para resolver los problemas de
marginación de estos países en
donde la pobreza supera toda posible soportación y no sólo para
ellos: “Todos estamos llamados,
más aún obligados, – escribe el Papa en esta encíclica, en la que la solidaridad es justamente tomada por
muchos como leit-motiv de la misma – a afrontar este tremendo desafío de la última década del segundo milenio... Porque unos peligros ineludibles nos amenazan a
todos: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin
vencedores ni vencidos. Ante semejante amenaza, la distinción entre personas y países ricos, entre
personas y países pobres, contará
poco, salvo por la mayor responsabilidad de los que tienen más y
pueden más”.
Este mismo concepto es puesto
de relieve por el Papa en la Centesimus annus en la que afirma la
responsabilidad colectiva de promover el desarrollo, invitando a todos a cooperar y a dar la propia
contribución.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
Se afirman así las organizaciones internacionales gubernamentales con el objetivo primario de crear una red de solidaridad institucional pan-humana.
Sin embargo, dichas organizaciones no siempre logran actuar
plenamente o desinteresadamente
los planes de cooperación y sobre
todo no logran enfrentar las necesidades de los países subdesarrollados porque a menudo no pueden
desligarse de los intereses políticos
y económicos de los Estados más
fuertes.
Pero el concepto de solidaridad,
como hemos dicho, debe superar
aquel concepto de interés de los
Estados y el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Medialuna Roja realiza dicha independencia de los objetivos políticos de los Gobiernos gracias a su
papel de organización humanitaria
institucionalmente apolítica.
La Cruz Roja, en efecto, es una
organización internacional no gubernamental, es decir una asociación internacional de derecho interno, que tiene como objetivo coordinar, a escala mundial, aquel
amplio movimiento de ayuda humanitaria que se mueve, justamente, bajo el símbolo de una cruz
roja.
El Movimiento de la Cruz Roja
está formado por una serie de entidades – constituidas teniendo en
cuenta diferentes ordenamientos
estatales – que trabajan en el campo de la ayuda humanitaria: 171
Sociedades Nacionales, cada una
de las cuales representa en sus países a la Cruz Roja o a la Medialuna
Roja. Estas cooperan a nivel transnacional coordinadas por dos grandes organismos: el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Federación Internacional de la Cruz Roja
y de la Medialuna Roja.
Con referencia a las intervenciones de cooperación internacional
es necesario poner en evidencia
una diferencia sustancial de campos de acción entre el Comité y la
Federación.
Mientras el Comité Internacional de la cruz Roja desarrolla sus
tareas sobre todo en tiempos y en
perspectiva de conflictos armados,
como aquellas relacionadas con el
perfeccionamiento, el desarrollo y
la difusión del derecho internacional humanitario y la concreta pro-
tección de las víctimas de las guerras; la Federación Internacional,
en cambio, ha nacido explícitamente para coordinar y favorecer
la actividad de auxilio humanitario
de las Sociedades Nacionales de la
Cruz Roja y de la Medialuna Roja
en tiempo de paz, en especial animando las actividades que generalmente tienden a salvaguardar la salud de los pueblos y la promoción
del bienestar social, ya sea predisponiendo o poniendo en acto los
planes de ayuda en vista de calamidades naturales, así como llevando
auxilio con todos los medios posibles a las víctimas de desastres, organizando y coordinando las acciones internacionales de ayuda
puestas en acto de parte de las Sociedades Nacionales de la Cruz
Roja y de la Medialuna Roja.
A nivel internacional, la Cruz
Roja es un organismo que posee en
el mundo una red única en su género, ya que dispone de un inmenso
potencial con la capacidad de hacer un llamado a sus Sociedades
Nacionales para mobilitar agentes
de solidaridad en todas partes: en
1996, 122 millones de voluntarios
y 284 mil empleados han asistido a
20,600 millones de personas.
Como siempre, también el año
pasado la Cruz Roja ha visto colocarse en el primer puesto su plan
de actividades frente a casos de catástrofes.
Factores económicos, ecológicos y políticos han incrementado el
número de las acciones de ayuda:
innundaciones sin precedentes en
Asia, repercusiones de las numerosas muertes políticas en Africa y
las luchas raciales en la región de
los Grandes Lagos, tanto para citar
alguno. Una vez más se han puesto
en acto las imponentes operaciones de ayuda en favor de los refugiados que huyen ante la violencia
de la guerra y, sólo de Rwanda, han
sido centenares de millares.
El Movimiento de la Cruz Roja
trabaja en el campo de la ayuda humanitaria teniendo en cuenta los
siete principios fundamentales comunes, adoptados por la XXª Conferencia Internacional de la Cruz
Roja de Viena de 1965; dichos
principios constituyen el espíritu y
la ética de la Cruz Roja y de ella
son sus garantes y guía. Sintetizan
los fines del Movimiento y los medios con los cuales realizarlos.
187
Me complace recordar aquí algunos de ellos que son los más cercanos al tema que tratamos hoy.
El principio primero y fundamental es la HUMANIDAD: “Nacida de la preocupación de ofrecer
ayuda sin ninguna discriminación
a los heridos en los campos de batalla, la Cruz Roja, bajo su aspecto internacional y nacional, se esfuerza por prevenir y aliviar en cada circunstancia los sufrimientos
de los hombres. Trata de proteger
la vida y la salud y hacer respetar
a la persona humana. Favorece la
comprensión recíproca, la amistad
y una paz duradera entre los pueblos”.
Por tanto, no es solamente la
ayuda en sentido estricto la preocupación primera de la Cruz Roja;
nuestro Movimiento tiene también
como objetivo elemental de sus intervenciones la prevención frente
al sufrimiento y es por esto que todos los agentes de la Cruz Roja en
el mundo se preocupan para difundir la educación a la salud, el conocimiento de los principios fundamentales del Derecho Internacional Humanitario y de los principios
de la Cruz Roja que de cualquier
manera creemos deben constituir
la base de la conciencia de cada
hombre.
La acción que el Comité Internacional pone en acto para el desarrollo, el control y la difusión del
Derecho Internacional Humanitario es la base fundamental de la paz
entre los hombres. Visto, en efecto,
que es imposible que las guerras
sean abolidas, es importante que
en cada hombre tenga una consciencia fundada en el derecho, un
derecho que el mismo nombre lo
define “humanitario”, para que el
Hombre y su dignidad siempre sean respetados .
Pero la Cruz Roja no considera
la paz exclusivamente como simple ausencia de guerra, sino más
bien como un proceso dinámico de
cooperación entre todos los Estados y los pueblos, fundado en el
respeto de la libertad, de la indipendencia, de la soberanía nacional, de la igualdad, de los derechos
del hombre, así como en una justa
y equitativa distribución de los recursos destinados para satisfacer
las necesidades de los pueblos.
Para respetar a la persona humana es necesario respetar su vida, la
DOLENTIUM HOMINUM
188
libertad, la salud física, sus ideas y
sus costumbres. Para que esto suceda, la Cruz Roja se ha dado un
segundo principio: la imparcialidad
La cruz Roja “no hace ninguna
distinción de nacionalidad, de raza, de religión, de condición social
y de pertenencia política. Se esmera únicamente para socorrer a los
individuos según sus sufrimientos
dando precedencia a las intervenciones más urgentes”. De este modo se eliminan los conceptos de superioridad e inferioridad, concediendo a cada hombre la misma
dignidad.
Un tercer principio garantiza la
acción concreta de la Curz Roja: la
neutralidad. “Con el fin de conservar la confianza de todos, se abstiene de tomar parte en las hostilidades y, en todo tiempo, a las controversias de orden político, racial, religioso y filosófico”.
Dado que, como hemos visto, la
Cruz Roja actúa incluso en tiempo
de conflicto armado, ella pone su
estructura al servicio de la colectividad sin apoyar o favorecer los intereses de algún Estado en particular. Esta es la garantía para que ella
logre la confianza de parte de todos.
Pero también es garante otro
principio: la independencia “La
Cruz Roja es independiente. Las
Sociedades nacionales, auxiliarias
de los poderes públicos en sus actividades humanitarias y sometidas
a las leyes que rigen en sus respectivos países, deben conservar sin
embargo una autonomía que les
permita obrar siempre según los
principios de la Cruz Roja”.
Si bien cada Sociedad Nacional
es subvencionada sobre todo por el
Estado al cual pertenence, de todos
modos debe mantener una autonomía propia frente a las ingerencias
políticas, teniendo como objetivo
la única y exlusiva actividad humanitaria para con los más débiles.
También la universalidad constituye uno de los principios fundamentales de la Cruz Roja y, en un
mundo cada vez más interdependiente, es muy actual la voluntad
de cooperar para salvar al Hombre.
Cada acción de solidaridad, cada
programa de desarrollo de la Cruz
Roja se funda en la visión global
de las necesidades y, en base a esto, ella forja estructuras y respuestas adecuadas. Se supera el aislamiento y ningún individuo, ningún
país, aunque podría hacerlo, actúa
por sí solo.
Todos los programas de desarrollo y de ayuda tienen como objetivo la afirmación de las capacidades
de las poblaciones para enfrentar
situaciones de crisis; nuestra ayuda
tiende a reforzar sus capacidades y
a darles los medios y la fuerza para
ser protagonistas de su futuro.
Contribuir en la mejora de las
condiciones de vida y reducir así la
vulnerabilidad de los individuos
gracias también a proyectos de desarrollo asociados a programas de
prevención de las catástrofes son el
objetivo que la Cruz Roja quiere
perseguir para fines del Milenio.
“Dignidad para todos” es lo que el
Movimiento de la cruz Roja desea
realizar en el 2000.
Cuidado de los heridos de guerra, asistencia de los minusválidos,
visitas a los detenidos y a los prisioneros de guerra, ayuda a las víctimas de un terromoto, transmisión
de noticias a los familiares lejanos,
ayuda a los refugiados, cursos de
higiene, donación de sangre, protección de las poblaciones en los
territorios ocupados, proyectos de
desarrollo en el Tercer Mundo,
abolición de las minas antihombre... todas estas actividades son el
fruto de una sola idea: ayudar al
Hombre que sufre, sin ninguna discriminación.
Ilma. Sra. MARIA PIA
GARAVAGLIA
Comisario Extraordinario
de la Cruz Roja Italiana
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
189
LUIS ARANCIBIA
V: La experiencia de Manos Unidas
En el año 1960 un grupo de mujeres laicas iniciaba el trabajo de lo
que hoy constituye Manos Unidas.
Respondiendo al llamamiento realizado por la FAO, en la persona de
su presidente el Dr. Sen, y recogido por la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas
(UMOFC), un grupo de mujeres de
Acción Católica ponía en marcha la
primera campaña contra el hambre
en España. Era el inicio de lo que
en el año 78 pasaría a ser Manos
Unidas, una organización que en la
actualidad apoya cada año cerca de
1.000 proyectos de desarrollo sostenible en más de 60 países de Africa, Asia y América y que desarrolla
un amplio trabajo de educación y
sensibilización de la población española y de las instituciones a través de una red de 71 oficinas diocesanas que cuentan con el trabajo
constante de más de 7.000 voluntarios. Han sido, por la tanto unos
años de notable crecimiento y desarrollo institucional, sin embargo las
razones que llevaron a la FAO a realizar un llamamiento internacional
contra el hambre, la pobreza y el
subdesarrollo siguen hoy, desgraciadamente, vigentes en nuestro
mundo. Por suerte, el espíritu y el
compromiso de tantos católicos y
católicas (y todas aquellas personas
de buena voluntad, que creó organizaciones como Manos Unidas sigue siendo una profética y esperanzadora realidad en nuestro mundo.
La pobreza y la desigualidad
dos realidades de nuestro mundo
en este fin del milenio
De los cerca de 5.600 millones
de habitantes del plantea, un tercio
vive en un estado de pobreza absoluto, con niveles de ingreso y con-
sumo por debajo de los mínimos
establecidos (360 dólares USA por
persona y año). Una quinta parte de
la población del planeta sufre hambre, una cuarta parte carece de acceso a agua potable y hay 800 millones de personas sin empleo.
La pobreza a nivel mundial constituye todavía el fenómeno más significativo, el dato más relevante de
este mundo de finales de siglo.
Cuando hablamos de pobreza aún
hoy nos estamos refiriendo a la realidad cotidiana en la mayor parte de
nuestro planeta.
Esta pobreza hay que entenderla
como una realidad amplia y compleja que excede la simple carencia
de recursos económicos y afecta a
la totalidad de la persona y la comunidad desde distintas perspectivas. Es por lo tanto una realidad
que comprende muchos más, y más
variados, aspectos de lo que habitualmente se nos presenta. En primer lugar hablar de pobreza es hablar de personas concretas, de pobres, de excluidos. La pobreza no
es una realidad abstracta, descarnada, teórica, sino que nos remite a
historias personales, trayectorias
frustradas y expectativas incumplidas de hombres y mujeres concretos que poseen un rostro, un nombre y una vida para ser plenificada.
La generalización y la abstracción
son imprescindibles a la hora de realizar análisis sociales, pero debemos evitar la perdida de referencia
con las realidades concretas y cotidianas que estos conceptos y cifras
representan.
Por otro lado, la pobreza, como
decíamos arriba, en una realidad
mucho más compleja que la escasez de recursos económicos, aunque está íntimamente vinculada
con el desigual reparto de los bienes. La pobreza se manifiesta en
múltiples aspectos: malnutrición,
analfabetismo, alta mortalidad infantil, entorno insalubre, desempleo,... y su erradicación exige una
acción integrada desde distintos ángulos. Junto con ello, suele darse
un fenómeno de baja autoestima
personal, escasa dignidad individual y colectiva, reducido nivel de
organización comunitaria, pérdida
de los valores e identidad cultural,
bajo conocimiento de los derechos
y obligaciones individuales y colectivos,... También la pobreza suele venir acompañada de deterioro
medioambiental, conflictos bélicos
o falta de respeto a los derechos humanos, fenómenos que se dan con
más facilidad en un contexto de pobreza generalizada y que, a su vez,
provocan la reproducción de la
misma. De lo que se carece, por
tanto, no es solo de recursos económicos sino, en sentido más global,
de muchos recursos personales y
colectivos que permiten una vida
digna y otorgan el espacio social
necesario para participar en las dimensiones política, socioeconómica y cultural. La pobreza, en definitiva, puede identificarse con la falta
de salud, entendiendo esta como
propone la Organización Mundial
de la Salud: bienestar físico, mental
y social.
La pobreza en mundo
de desigualdades
A lo largo de los últimos cuarenta años la humanidad ha experimentado progresos inimaginables
en los terrenos científico, tecnológico e incluso social y político,
pues nunca ha existido tanta conciencia sobre los derechos y la dignidad de los seres humanos. Los
beneficios de este progreso se han
concentrado en un número relativamente reducido de países y de per-
DOLENTIUM HOMINUM
190
sonas. Un gran porcentaje de los
pueblos de nuestro mundo solamente han recibido de manera muy
indirecta los beneficios de un progreso que tiende por su propia naturaleza a generar exclusión y desigualdad. Los indicadores de satisfacción de necesidades básicas,
aunque se mantienen aún en niveles que sólo pueden calificarse de
escandalosos, han mejorado en las
últimas décadas en casi todo el
mundo. Sin embargo, el reparto del
bienestar no ha ido más lejos y la
injusticia crece de manera alarmante. El Informe del PNUD señala
que el crecimiento económico “ha
fracasado para la cuarta parte de la
población mundial, en términos absolutos y relativos, de modo que 89
países están en peor situación económica que hace 10 años”. La polarización económica se ha agudizado tanto entre los países como en el
interior de éstos, de modo que “si
se mantienen las tendencias actuales – avisa el PNUD – la disparidad
económica entre países industrializados y en desarrollo pasará de lo
injusto a lo inhumano”. Un dato estremecedor abona esta visión: la riqueza de 358 multimillonarios es
superior a los ingresos anuales de
los países donde vive casi la mitad
de la población mundial (45%). El
hambre y la pobreza han existido
siempre como fenómeno colectivo,
lo peculiar de nuestro tiempo es
que, por primera vez, son evitables.
El fenómeno de la pobreza aparece íntimamente vinculado con la
creciente desigualdad entre el Norte y el Sur. En los últimos treinta
años las diferencias entre las países
ricos y pobres se han duplicado1.
Son muchas las voces que han señalado la íntima vinculación que
existe entre la pobreza persistente y
la desigualdad creciente de nuestro
mundo. El Papa Pablo VI lo decía
con gran claridad al denunciar que
los “ricos son cada vez más pobres”. Desde muchas perspectivas
se ha puesto de manifiesto esta relación señalando que la pobreza y
la riqueza son “dos caras de la misma moneda” y no fenómenos independientes y aislados.
La pobreza y el subdesarrollo
son realidades complejas, con múltiples causas, el infortunio y, menos
aún, los designios divinos. No es
casualidad la existencia de desigualdades e injusticias en nuestro
mundo, hay causas concretas.
Tampoco la pobreza es fruto,
fundamentalmente, de las situaciones o actitudes individuales. No
son, sobre todo, los elementos personales (carácter, aptitudes, personalidad...) los que determinan la
pobreza de los individuos; aunque
muchas veces la pobreza incapacita
a las personas para sacar lo mejor
de sí mismas. La pobreza y el subdesarrollo tienen causas estructurales e individuales.
– Unas relaciones internacionales injustas, tanto políticas, como
comerciales, financieras, culturales, tecnológicas..., marcadas por el
dominio de unos sobre otros, la dependencia de estos últimos, el predominio de la competencia sobre la
colaboración. Como dicen los obispos españoles “es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales que maniobrados por los países más desarrollados de modo directo e indirecto, favorecen, a causa
de su mismo funcionamiento, los
intereses de los que los maniobran
y terminan por sofocar o condicionar las economías de los países meno desarrollados”.
– Unas estructuras sociales, políticas y económicas en el interior de
los propios países del Sur, que reproducen, incluso con mayor virulencia, las desigualdades e injusticias que se dan a nivel mundial.
Cada uno de los individuos, en la
medida en que somos seres sociales, somos cómplices con nuestra
indiferencia, nuestros comportamientos, hábitos, conductas y valores, de la injusticia y desigualdad,
pues, como señalan los obispos españoles, “en esas estructuras operan e influyen personas individuales con su propia responsabilidad”.
Creemos que “en sus decisiones
personales o públicas todos deben
tener en cuenta esta relación de alcance planetario, esta interdependencia entre sus comportamientos
y la miseria y el subdesarrollo de
tantos hombres y mujeres” (Solicitudo rei socialis).
Las acciones emprendidas
para modificar esta situación
Frente a esta realidad (que como
hemos visto tiene causas identificables) los gobiernos e instituciones
internacionales han presentado la
cooperación al desarrollo como el
instrumento que puede favorecer la
erradicación de la pobreza y el desarrollo armónico de los países del
Sur. La cooperación para el desarrollo, como política oficial institucionalizada, se consolidó tras la II
Guerra Mundial en la mayoría de
los estados europeos y de América
del Norte, aunque se puede encontrar precedentes en siglos pasados.
La cooperación oficial para el desarrollo nació por la combinación
de varios factores: el impulso que
las Naciones Unidas intentaron dar
al desarrollo humano a través de los
sucesivos decenios para el desarrollo que se iniciaron en los años 60;
el interés de las antiguas metrópolis
por mantener unas relaciones estrechas y privilegiadas con las colonias y la traumática experiencia dejada por la Guerra Mundial y la viva conciencia de que la paz se construye con justicia. A lo largo de los
años se han ido modificando las
motivaciones de la ayuda al desarrollo, reivindicada por los nuevos
países del Sur a lo largo de los años
70, con la petición de un nuevo Orden Económico Internacional y la
aprobación del 0,7%; utilizada como herramienta estratégica en el
contexto de la guerra fría y, ya más
recientemente, marcada por el proceso de internacionalización de la
economía y la aparición de problemas de orden global como el medio
ambiente, las migraciones, la droga
o la seguridad. En el contexto de las
complejas relaciones entre el Norte
y el Sur, la cooperación para el desarrollo es un concepto amplio que
abarca un conjunto muy variado de
acciones cuyo objetivo principal es
favorecer el desarollo de los pueblos del Sur. La experiencia histórica muestra, como hemos podido ver
en este muy breve repaso, que el
ejercicio práctico de la ayuda al desarrollo está muy condicionado por
los propios intereses del país donante.
La cooperación se presenta en la
actualidad como un sector en crisis,
en el sentido etimológico del término:
– Los fondos son cada vez más
escasos. En 1994, el total de países
de OCDE dedicaron como ayuda
oficial al desarrollo 57.737 millones de dólares, equivalentes al
0,30% del PIB. Esa cantidad, inferior a la mitad del compromiso asumido por Naciones Unidas es la
menor de los últimos 20 años.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
– Son muchas las voces que
cuestionan su utilidad, puesto que,
tras 50 años de funcionamiento, se
constata que muchos pueblos del
Sur apenas han mejorado sus condiciones de vida;
– Los gobiernos de los países donantes tienen un interés menor cada
vez sobre lo que sucede en estas
áreas (y en especial a la gente más
pobre);
– Se constata una desviación creciente entre los objetivos originarios de la cooperación (la erradicación de la pobreza) y la práctica actual, que la convierte sobre todo en
un instrumento al servicio de los intereses del donante.
La valoración de estas cuatro décadas de ayuda oficial al desarrollo
no resulta excesivamente alentadora. No debemos, sin embargo, perder de vista que la ayuda al desarrollo es una parte, muy pequeña en
términos relativos, de un conjunto
de relaciones mucho más amplio
entre el Norte y el Sur. No puede
ser por tanto la solución a frente a
la realidad que antes hemos presentado (lo cual exige transformaciones mucho más profundas), ni tampoco debe constituir el problema en
el que nos centremos (que es la promoción de un desarrollo humano y
sostenible). La ayuda oficial para el
desarrollo debe ser, sin embrago,
una aportación decisiva y directa
para transformar las condiciones de
vida de muchas personas, comunidades y poblaciones del Sur.
Las iniciativas privadas
Mucho antes de que los gobiernos impulsaran políticas de cooperación, muchos grupos y organizaciones sociales habían iniciado esta tarea. Eran por lo general personas que con motivaciones religiosas y evangelizadoras habían sido
enviadas a los países en vías de desarrollo y que además de su acción
misionera confesional, se involucraban en el desarrollo social y en
el bienestar material de las problaciones entre las que ejercían su trabajo.
Ya hemos dicho anteriormente,
que a partir de 1960 y con ocasión
del lanzamiento de la primera
Campaña Mundial contra el Hambre, muchas organizaciones privadas que ya existían entonces se
unieron a esa llamada y otras muchas se crearon para este fin específico. Desde entonces su número no
ha dejado de crecer ni los recursos
manejados, tanto por instituciones
religiosas como por otras organizaciones sociales, gestionando en la
actualidad cerca del 10% de los recursos totales para cooperación.
Vamos a estudiar su funcionamiento a partir de una experiencia concreta, la de Manos Unidas.
La experiencia de Manos Unidas
Manos Unidas es una organización de la Iglesia que recoge el fundamento de su acción del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. Parte de la consideración de
que cada persona posee unos derechos y una dignidad inviolables y
que, como dice el Documento de
Puebla, “toda vida humana merece
por sí misma su dignificación y toda convivencia debe basarse en el
bien común”. Tenemos la conciencia de que vivimos en un mundo injusto, en el que la mayoría de las
personas no tienen acceso a unas
condiciones de vida dignas, como
hemos visto al inicio.
Tenemos, sin embargo, la certeza
de que esta realidad puede y debe
ser transformada, que estamos llamados a vivir de una forma distinta, en la que libertad e igualdad no
sean sólo conceptos utópicos, que
la llegada del Reino de Dios exige
de nuestro compromiso y tarea. Somos conscientes de que todos tenemos un papel que jugar en la transformación de nuestro mundo, que
todos participamos de las injusticias con nuestros comportamientos
individuales y sociales y que todos
podemos, de igual manera, participar en las soluciones.
El objetivo de nuestro tabajo
El fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la mala nutrición, la miseria, la enfermedad, el
subdesarrollo y la falta de instrucción y “contra sus causas: la injusticia, el desigual reparto de los bienes y las oportunidades entre las
personas y los pueblos, la ignorancia, los prejuicios, la insolidaridad
y la insensibilidad”.
El trabajo de Manos Unidas tiene como objetivo contribuir al desarrollo integral de los países del
Sur, tomar parte activa en la lucha
contra el hambre y la desigualdad y
apoyarlos en su proceso de liberación de la miseria y la dependencia.
191
El desarrollo por el que
apuesta Manos Unidas
Asumimos la visión del desarrollo que recoge la encíclica de Pablo
VI “Populorum Progressio”, que lo
entiende “como el paso de unas
condiciones menos humanas a otras
más humanas”. En la misma línea,
el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD) habla
del desarrollo humano como “el
proceso de ampliación de la gama
de opciones de las personas, abarcando desde un entorno físico en
buenas condiciones hasta las libertades económicas y políticas”.
Entendemos que el desarrollo es
un proceso inacabado en el que todos somos responsables y estamos
implicados, que exige transformaciones y cambios sociales e individuales que debe garantizar condiciones de vida dignas para todos.
Este tipo de desarrollo se caracteriza por ser:
– Integral. Entendemos que el desarrollo no es sólo mejora económica, sino que debe incluir los distintos aspectos del individuo y la sociedad. “El desarrollo económico y
el progreso social deben ir juntos y
acomodarse mutuamente, de forma
que todas las categorías sociales
tengan participación adecuada en el
aumento de la riqueza” (MM 73)
– Humano. El centro, el objetivo
del desarrollo deben ser el hombre y
la mujer, desde una concepción integrada de ambos. El objetivo del
desarrollo debe “hacer al hombre
capaz de ser por sí mismo agente
responsable de su mejora material,
de su progreso moral y de su desarrollo espiritual”. (PP y E)
– Sostenible. Un desarrollo respetuoso con el medio ambiente y
que no hipoteque las condiciones de
vida de las generaciones futuras.
– Participativo y comunitario. El
desarrollo debe construirse desde la
participación de todos y para todos.
– Para ser. Si el desarrollo por el
que apostamos quiere ser integrado
y tener como centro al ser humano,
su objetivo será, fundamentalmente, no el tener más sino el ser más.
Sin embargo, reconocemos la imperiosa necesidad de asegurar unas
condiciones de vida dignas como un
aspecto imprescindible para garantizar la capacidad de desarrollo de
las personas.
– Protagonizado por los pueblos
del Sur. El desarrollo no puede venir impuesto, regalado o condicio-
DOLENTIUM HOMINUM
192
nado desde fuera. Es necesario que
los beneficiarios sean sujetos activos y no sólo objetos de su propio
desarrollo. Que ellos definan sus
prioridades (que no siempre coinciden con las nuestras); sus ritmos y
sus necesidades.
Criterios de acción
Nuestra acción debe favorecer la
transformación y el cambio de
nuestro mundo, tanto en el Norte
como en el Sur. En este sentido, optamos por el anuncio esperanzador
y por la denuncia constructiva y
propositiva y no pretendemos hacer
un simple ejercicio de asistencia o
beneficencia.
Queremos ser una institución de
la solidaridad que, desde la gratuidad y la generosidad, impulse relaciones de igualdad y fraternidad con
los pueblos del Sur. Entendiendo la
solidaridad según la define la Sollicutido rei socialis “la solidaridad no
es un sentimiento superficial y vago
por los males que sufren las personas cercanas y lejanas. Al contrario,
es la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y
cada uno porque todos somos de
verdad responsables de todos”.
Entendemos que nuestro papel no
es tanto sacar a los pobres de la pobreza, sino facilitar las condiciones
y proporcionar medios para que
ellos mismos sean capaces de vencer la pobreza y tomar las riendas de
su propio destino. Los proyectos y
las actividades de educación son, a
corto plazo, respuestas útiles frente
a necesidades reales; a medio plazo,
quieren ir dirigidas hacia un cambio
estructural: permitir que los pobres
puedan presentar cuáles son sus necesidades y sus puntos de vista con
peso significativo en su sociedad.
Una acción basada en la mutua
colaboración y el diálogo con las
iglesias locales y las organizaciones
del Sur sin pretender reproducir
nuestro modelo. La experiencia de
años de trabajo nos manifiesta que
nuestra acción no puede partir jamás de la superioridad o de la imposición de nuestro modelo de sociedad. Los pueblos del Sur nos complementan y ponen de manifiesto
nuestras carencias y limitaciones.
Líneas de trabajo
Para llevar a cabo nuestra acción,
Manos Unidas se fija dos líneas
prioritarias de trabajo:
– Sensibilización a la población
y a las instituciones españolas sobre los problemas del Sur, mediante la educación para el desarrollo.
– Colaboración con los pueblos
del Sur para tomar las riendas de su
propio destino en la realización de
proyectos de desarrollo, mediante
un apoyo de tipo financiero, técnico y humano.
Educación para el desarrollo
Manos Unidas realiza en España, y en ocasiones en el ámbito europeo, una tarea de educación para
el desarrollo. La necesidad de este
trabajo parte del reconocimiento de
la responsabilidad del Norte en el
subdesarrollo del Sur, del reconocimiento de la interdependencia como un elemento crucial en nuestro
mundo, de la experiencia del trabajo en el campo de proyectos que
muestra las posibilidades, pero
también las limitaciones de éstos y
de la constatación de la incidencia
y el papel que debemos tener en
nuestra sociedad.
Los objetivos fundamentales de
la educación para el desarrollo son:
– Sensibilizar e informar a la
opinión pública sobre la realidad de
los pueblos del Sur, analizar las
causas de su empobrecimiento e
impulsar cambios en los valores,
actitudes y conductas de los ciudadanos.
– La educación para el desarrollo
pretende también denunciar e influir en los grupos de poder y las
instituciones con el fin de impulsar
cambios estructurales que promuevan la justicia. “Es vital que ejerzamos presiones sobre quienes tienen
poder político en relación a los
cambios que liberarán a los pobres
de estas opresiones”2.
La educación para el desarrollo
es, por consiguiente, mucho más
que información: se propone fomentar la participación, despertar
la conciencia crítica, favorecer el
cambio individual y social, entusiasmar.... Es una invitación a una
forma distinta de ver el mundo y de
situarse frente a él.
Las actitudes individuales y las
estructuras sociales que queremos
cambiar son todas aquellas que, directa o indirectamente, afectan a
los pueblos más empobrecidos. En
particular, ponemos el acento en la
promoción de la tolerancia, la pluralidad, la interculturalidad y el
apoyo a las culturas indígenas, el
reparto justo de los bienes, la austeridad y las relaciones económicas
entre el Norte y el Sur, el respeto al
medio ambiente y el no-consumismo, el fomento de la libertad, la
participación y la lucha contra cualquier forma de esclavitud o de violación de los derechos humanos; la
denuncia del hambre, la falta de salud, bienestar e instrucción y sus
causas, el trabajo en favor de la paz
y la crítica al armamentismo y la
violencia.
Campos en los que se desarrolla
la educación para el desarrollo
Los modos de sentir, pensar y actuar, los comportamientos y valores
individuales y colectivos se fraguan en múltiples ámbitos en los
que vamos aprendiendo a ser como
somos: medios de comunicación,
diferentes niveles de la educación
formal, asociaciones y organizaciones sociales (parroquias, clubes juveniles, asociaciones), e incluso un
ámbito menos definible, pero muy
influyente: la calle, las imágenes y
los mensajes que percibimos en los
espacios públicos. Por eso la educación para el desarrollo que Manos Unidas impulsa tiene diversas
concreciones:
– Educación en el ámbito formal.
– Publicaciones y materiales audiovisuales para parroquias, asociaciones,... y también para personas concretas.
– Medios de comunicación y publicidad.
– Actividades de sensibilización.
– Interlocución con las administraciones públicas.
– Campañas de denuncia.
– Coordinación con otras organizaciones de la Iglesia y ONGD.
Criterios para nuestro trabajo
de educación para el desarrollo
Todas las acciones de captación
de fondos, deben tener un componente significativo de educación
para el desarrollo y sensibilización.
En este sentido no queremos promover acciones que, aunque sirvan
para incrementar fondos, induzcan
a la gente a adoptar o mantener
comportamientos y valores contra
los que luchamos: consumismo,
materialismo, destrucción ambiental, violencia, discriminación...
Nuestras imágenes y nuestro discurso deben ser coherentes con lo
suscrito en el Código de Conducta
sobre imágenes y mensajes a pro-
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
pósito del Sur. Evitaremos lo que
pueda reflejar exclusivamente:
– generalizaciones que esconden
la diversidad
– imágenes idílicas o exóticas
– imágenes acusadoras
– imágenes patéticas y catastrofistas
– todo aquello que tienda a subrayar el paternalismo y el sentimiento de superioridad del Norte.
Pretendemos que, más que convertirnos en la voz de los que no
tienen voz, nuestro trabajo influya
en devolver la voz a aquellos que
no la tienen, favorecer el conocimiento directo, apoyar la participación de los pobres y excluidos en
sus sociedades y en el mundo, ayudar a crear las condiciones para que
puedan decir la palabra que les corresponde.
Optamos por un trabajo de educación para el desarrollo que da
frutos a medio y largo plazo. En la
medida en que intentamos influir
en la escala de valores individual y
social, transformar las instituciones
y grupos de poder, somos conscientes que apostamos por una línea cuyos resultados son dificíles de evaluar. Nuestro primer objetivo no
son los resultados inmediatos.
Proyectos de desarrollo
en países del Sur
El apoyo a la realización de proyectos en países del Sur es la otra
tarea prioritaria de las ONGD. En
este terreno existen grandes diferencias de unas ONGD a otras. Vamos a presentar la visión de Manos
Unidas, haciendo referencias a
prácticas distintas cuando sea necesario.
La colaboración en la realización
de proyectos tiene el objetivo de
apoyar a los pobres para que puedan tomar las riendas de su propio
destino. Los proyectos son herramientas, instrumentos que sirven
para impulsar el desarrollo y la mejora de condiciones de vida de la
gente. Son, por lo tanto, etapas, eslabones de una cadena más larga y
compleja.
Existen diferentes tipos y clasificaciones de proyectos. Una de las
más habituales distingue entre:
– Ayuda de emergencia ante catástrofes naturales o conflictos bélicos. Consiste fundamentalmente en
la atención de algunas necesidades
básicas mediante el envío y distribución de alimentos, medicinas, ropa...
En general son acciones urgentes y
puntuales en el tiempo, aunque en
ocasiones (por ejemplo, con los refugiados) se prolongan en períodos
dilatados.
– Rehabilitación. Es inmediatamente posterior a la ayuda humanitaria, una vez que se dan las condiciones externas que permiten la reconstrucción básica de las infraestructuras.
– Ayuda y seguridad alimentaria. Tiene el objetivo de garantizar
el acceso a la alimentación a una
población que posee déficit estructural de alimentos. Tradicionalmente se limitaba al envío de alimentos (encubriendo en ocasiones
colocación9 de excedentes); en la
actualidad incluye otros aspectos:
compra de semillas, herramientas,
infraestructuras de almacenamiento, sistemas de distribución...
– Proyectos de desarrollo. Con
un horizonte temporal más amplio,
son acciones planificadas que surgen como iniciativa de la propia
población beneficiada para mejorar
una situación de carencia.
Dentro de los proyectos de desarrollo, Manos Unidas distingue distintos sectores de trabajo:
– Sociales: viviendas, abastecimientos de agua, derechos humanos, organización, medios de comunicación, infraestructuras sociales,...
– Agrícolas: herramientas y maquinaria, formación, sistemas de
riego, silos, comercialización, ganado,...
– Promoción de la mujer: capacitación, cooperativas, organización,
formación profesional, autoempleo,...
– Educativos: escuelas, alfabetización, formación de maestros,
educación no formal, educación bilingue, elaboración de materiales,...
– Sanitario: infraestructuras sanitarias, equipos, formación promotores, nutrición y vacunación,...
Muchos proyectos tienen componentes de distintos sectores, ya
que se valoran especialmente los
que tienen un enfoque integrado.
Los proyectos que apoya Manos
Unidas y en general casi todas las
organizaciones, suelen tener una
serie de características:
– Son siempre iniciativa de un
grupo local. Los proyectos siempre
se identifican y ejecutan por una
contraparte local.
– Son proyectos de desarrollo,
193
de carácter duradero que intentan
contribuir a eliminar las causas de
la pobreza. No apoyamos, por tanto, proyectos exclusivamente asistenciales o de emergencia.
– Son proyectos no gubernamentales y, por tanto, sólo excepcionalmente puede haber participación
del Estado.
En coherencia de todo lo señalado, en el proceso de estudio para la
aprobación de proyectos algunos
de los criterios utilizados son:
– El grado de participación de la
población beneficiaria en las distintas fases del proyecto.
– La situación socioeconómica
de la población beneficiaria.
– El fortalecimiento que para la
comunidad puede derivarse del
proyecto y el refuerzo de la conciencia crítica y la autoestima que
puede derivarse del mismo.
– La solidez, la madurez y el rigor del proyecto.
– La inserción del proyecto en
una estrategia de desarrollo a más
largo plazo.
– La viabilidad futura de los proyectos una vez haya concluido
nuestro apoyo.
– La austeridad y el aprovechamiento de los recursos.
– La utilización de tecnologías
apropiadas para las características
del lugar.
En cuanto al papel de la ONGD
del Norte en los proyectos, existe
también una gran variedad, desde
las organizaciones en las que todo
el proceso (desde la identificación
a la evaluación) es realizado por
ella misma (o su representante local), hasta las que se limitan a ser
oficinas de captación y envío de
fondos.
Manos Unidas no desea efectuar
directamente medidas de desarrollo; por eso no identifica, ni planifica, ni ejecuta los proyectos, sino
que todo eso la realizan organizaciones locales. Valoramos especialmente el contacto directo con las
contrapartes y los beneficiarios mediante los viajes y otros encuentros;
la presentación de informes; la realización de evaluaciones,...
Alcunas propuestas
para una cooperación
más solidaria y eficaz
Una vez que hemos visto la realidad, hemos presentado muy breve-
DOLENTIUM HOMINUM
194
mente donde se sitúan las causas de
la pobreza y hemos analizado las
respuestas que se han dado para
afrontar el problema de la pobreza,
queremos presentar algunas propuestas y pistas que orienten el trabajo futuro en favor de la erradicación de la pobreza y sus causas.
El cambio individual
en el principio de todo
Si todos somos responsables de
la pobreza creciente en este mundo
globalizado e interdependiente; todos podemos ser parte de la solución. El cambio personal, la modificación de nuestros valores y principios; de nuestros pensamientos y
convicciones y, sobre todo, de
nuestros compartomientos, hábitos
y conductas constituyen elementos
mucho más decisivos de lo que a
veces creemos en la lucha contra
toda forma de pobreza.
El primer paso suele ser romper
la indiferencia, abrir los ojos y contemplar el sufrimiento de tantos
hombres y mujeres como algo propio, no ajeno. Nuestra acción surge
del convencimiento de que no podemos permanecer indiferentes
frente al sufrimiento de tantos
hombres y mujeres y queremos hacer nuestros “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres” (Gaudium et Spes2). Después aparecen
las preguntas, el análisis y el pensamiento que nos obligan a salir de
los sentimentalismos y la reacción
inmediata pero poco duradera. Por
último aparece la acción, el compromiso, la transformación individual como consecuencia de lo anterior y como aliento para nuevas
acciones.
Construir entre todos una auténtica
cultura de la solidaridad.
Probablemente, la tarea más urgente a la que tenemos que enfrentarnos las ONGD, las instituciones
católicas de cooperación y todos
los ciudadanos que hemos sido “tocados” por el Sur, es la extensión en
nuestro primer mundo de una auténtica cultura de la solidaridad.
La interdependencia creciente de
nuestro planeta, el reconocimiento
de nuestra participación en las causas (y también en las soluciones) de
la desigualdad mundial y la insatisfacción que proporciona la cultura
consumista y materialista de nues-
tras sociedades son factores que
nos deben empujar en la promoción
y de nuevos valores sociales.
Una cultura de la solidaridad
que, en relación a los pueblos del
Sur, promueva, entre otros:
– La dignidad del hombre y la
mujer como criterios de valoración
de todas las cosas
– La conciencia universal, la cuidadanía mundial, la participación
en la famiglia humana.
– El disfrute de la diferencia, de
la riqueza del mestizaje, la interculturalidad.
– La austeridad y la sencillez,
frente al consumismo y el despilfarro.
– El respecto a la naturaleza, la
relación armónica con el medio
ambiente.
– La construcción de la paz justa
y duradera, la reconciliación y el
diálogo, la resolución no violenta
de los conflictos
Las transformaciones
en el ámbito estructural
Hemos visto como las causas
más profundas de la pobreza radican en las estructuras que dominan
nuestro mundo y que conforman
unas relaciones a nivel internacional y nacional marcadas por la dominación de unos sobre otros. La
erradicación de la probeza exige la
transformación también en el ámbito de las instituciones, las legislaciones, las políticas,... tanto a nivel
supranacional como al interior de
cada Estado. Esta tarea exige incrementar nuestra capacidad de análisis de la realidad y sobre todos nos
obliga a elaborar propuestas alternativas reales que impliquen mejoras en las condiciones de vida de
los pobres y faciliten su trabajo para salir de su situación. Sólo en la
medida en que seamos capaces de
presentar diagnósticos y propuestas
lúcidas y rigurosas tendremos una
capacidad de influir en los foros y
espacios donde se definen algunas
de estas políticas.
Son las propias del Sur quienes,
cada vez con más fuerza, nos solicitan un papel activo en este campo. La invitación de la Iglesia para
celebrar el fin de milenio con un jubileo, constituye una excelente
oportunidad en este sentido para
“perdonar las deudas, liberar a los
esclavos y devolver las tierras”. Algunas de las tareas que tenemos por
delante son:
– La revisión del problema de la
deuda externa que hipoteca el futuro de muchos países.
– La búsqueda de unas relaciones comerciales más justas que faciliten el desarrollo de los pueblos
más pobres.
– La reorientación de la ayuda
oficial al desarrollo para que tenga
por objetivo real la erradicación de
la pobreza.
– La transformación de algunas
instituciones internacionales para
que apliquen las necesarias políticas de desarrollo a escala mundial.
– La aprobación de una legislación internacional severa del comercio de armas, junto con su estricta aplicación.
Apoyar las iniciativas que son
semilla de utopía y esperanza
Frente a la resignación o la costumbre a la que se nos invita, estamos llamados a ser constructores
de esperana, especialmente para los
pobres y desheredados de nuestro
mundo. Para ello, entre otras cosas,
debemos apoyar las iniciativas que,
surgidas de la propia gente, constituyen pequeños pasos para alcanzar
la dignidad y la autoestima personal, la organización comunitaria y
la afirmación cultural de un pueblo.
Así entendidos los proyectos que
apoyamos son acciones que no sólo
mejoran las condiciones de vida de
la gente, sino que nos animan a seguir caminando porque permiten
tomar conciencia de que las cosas
pueden cambiar.
Nuestro trabajo de cooperación
está llamado a ser, en última instancia, un trabajo de reconstrucción de
esperanzas, de siembra de utopía y
de anticipo del Reino de Dios.
Dr. LUIS ARANCIBIA
Coordinador del área de educación
para el desarrollo de Manos Unidas
España
Notas
1
El PNUD señaló en su famoso informe
del año 92 que la diferencia entre el 20% de
población más rica y el 2% más pobre había
pasado de 30 a 1 en el año 1960 a 60 a 1 treinta años despues.
2
Boletín Extraordinario del 30 aniversario
de Manos Unidas.
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
195
ALAIN LEJEUNE
VI: El punto de vista de la Federación
Internacional de Farmaceúticos Católicos
(FIPC)
La búsqueda de la salud física y
psíquica, de ese estado de bienestar, aspiración de todos los hombres que sufren, en el fondo constituye uno de los debates más antiguos.
Ya en Eclesiástico, Ben Sirá el
Sabio, citaba no sólo el papel del
médico, sino también el del farmacéutico, que describía así: “El (el
farmacéutico) prepara remedios
agradables y ungüentos aromáticos”. Esto demuestra que desde
entonces había la necesidad de
contar con remedios adecuados y
aceptados por los pacientes, así como una especificidad y una complementaridad de las profesiones
médicas y farmacéuticas.
Todas las civilizaciones, desde
las más primitivas a las más modernas, han tratado de dar una respuesta al sufrimiento y al malestar
de los individuos afectados por
ellos.
En los países de reciente constitución, la salud tiene un puesto
preponderante; el desarrollo de las
poblaciones pasa a través de una
doble línea de acción: la educación
y la salud.
Por salud entendemos ya sea el
progreso de la higiene general
(agua potable, alcantarillado, problemas sanitarios...) como el progreso en las terapias de prevención
(educación a la salud, vacunas) y
de curación.
El espíritu con el cual actúa la
cooperación de la FIPC es el resultado de un trabajo lento que fue
iniciado por las asociaciones de los
farmacéuticos católicos mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.
Dicha cooperación tuvo inicio
con la recolección, la división y el
acondicionamiento de los fármacos no utilizados y de aquellos ya
vencidos pero aún válidos, para
enviarlos a los misioneros de los
dispensarios lejanos.
A veces, la cooperación estaba
dirigida por la presencia de un farmacéutico que dedicaba algunos
años de su vida al servicio en el lugar, en un hospital, en una maternidad, en una escuela de sanidad,
etc., como dispensador de cuidados médicos o como formador.
Algunas asociaciones nuestras
pratican incluso hoy la recolección
de medicamentos para enviarlos a
centros que tienen necesidad, o para ponerlos a disposición en caso
de catástrofes. Puedo citar AFPCSolidarité en Francia y Orbi-Pharma en Bélgica (centro de distribución de medicinas para dispensarios, misiones, etc.).
Otras asociaciones, de acuerdo
con la industria farmacéutica, toman aquellas medicinas que caducarán en los próximos seis meses y
los preparan para expedirlos a lugares que tienen necesidad.
Desde hace algunos años, sin
embargo, la situación geopolítica
requiere un estudio más profundizado de nuestro concepto de cooperación internacional.
El resultado de nuestra reflexión
se interroga sobre el mejor modo
para afrontar este problema fundamental, a menudo vital, para muchas poblaciones.
¿Qué significa cooperar?
Significa obrar conjuntamente
con alguien.
La cooperación es la acción de
cooperar, una colaboración (cum
labore = trabajar juntos) nos recuerda el diccionario, y nos dice
también que la cooperación es una
política de ayuda económica, técnica y financiera hacia algunos países en vías de desarrollo.
De esta definición podemos obtener otra pregunta:
¿Tiene un lugar la salud en el
campo de técnica, de la economía,
de la finanza o de los derechos del
hombre?
Naturalmente, nuestra visión
como farmacéuticos católicos nos
coloca en la óptica de los derechos
del hombre, gracias a nuestra concepción humana de la dignidad
del hombre, basada en los valores
evangélicos y en la caridad cristiana.
En particular, en la Declaración
Universal de los derechos del
Hombre, nos sentimos interrogados por los siguientes artículos:
– art. 1 y art. 7: igualdad de los
individuos (en las necesidades
fundamentales, en la educación)
– art. 2 y art. 3: derecho a la vida, a la libertad
– art. 5: dignidad humana
– art. 12: respeto de la vida privada
– art. 16: derecho al matrimonio,
a la familia
– art. 18 y art. 19: libertades fundamentales (religiosa, filosófica,
sindical, política)
– art. 25: salud y curas médicas
– art. 27: progreso científico
y, naturalmente, “amaos los
unos a los otros”, que es la base de
la caridad según Jesucristo.
El campo de acción definido de
este modo nos aleja de todo riesgo
de charity business, de relaciones
dominantes/dominados o del mercenariado humanitario, es decir del
money back system...
El hombre-paciente es el centro
de nuestras preocupaciones.
La cooperación internacional ha
DOLENTIUM HOMINUM
196
sido para nosotros un campo de reflexión profunda bien definido geográfica y cualitativamente.
En efecto, dimos preferencia sobre todo al eje Este-Oeste cuando
el Muro de Berlín aún no había
caido. Nuestra acción fue estrictamente humanitaria para tratar de
llevar ayuda a través de nuestra
Asociación austriaca a los cohermanos más allá de la Cortina de
Hierro. Ante todo se trataba de hacer llegar medicinas de las que no
disponían. Para lograr esto nuestros cohermanos autríacos se valieron del apoyo de la Asociación
alemana.
Todo esto ha tenido un nuevo
desarrollo con la caída del muro,
aunque ya ayudábamos a un embrión de asociación polaca cuando
la corriente Solidarnosc comenzó
a ser conocida.
El eje Este-Oeste comprende
hoy numerosos contactos en Rumanía, en los Países Bálticos, en
Ucrania, en Rusia (de la que recibimos representantes en Bélgica
durante una reunión internacional
dedicada a las cuestiones éticas),
en la República Checa, etc.
No debemos olvidar dos asociaciones ya en actividad: en Polonia
y en Eslovaquia, donde hemos realizado reuniones internacionales.
La cooperación con estos nuevos cohermanos se refiere sobre
todo a intercambios y conocimiento de la práctica farmacéutica occidental como ejercicio de la profesión liberal. Se está estudiando
cómo desarrollar estas corrientes.
En un eje Este-Oeste menos tradicional, no puedo dejar de recordar las actividades desarrolladas
en el Cercano Oriente, por las
Asociaciones de Bélgica e Italia.
La primera envió durante varios
años a una farmacéutica para que
trabajara en un hospital de Jordania, mientras Italia desarrolló una
red de relaciones con farmacéuticos de Jerusalén, Israel y Palestina,
cristianos y palestinos. La Asociación francesa estuvo muy presente
en el Líbano brindando su apoyo a
la Orden de Malta.
El eje Norte-Sur se ha referido
sobre todo a la asistencia rápida al
personal curante residente en Africa.
El programa africano que adoptamos en París en 1993 era muy
ambicioso. Estaba dirigido sobre
todo a un país para luego desarrollarse en círculos concéntricos y se
eligió Camerún donde fuimos bien
acogidos. Ahora funciona la Asociación de Farmacéuticos Católicos del Camerún.
Este programa de solidaridad se
basa en tres puntos:
– farmacéutico: accesibilidad a
los fármacos;
– cristiano: valor de la dignidad
del hombre: bioético, según la espiritualidad del Evangelio y del
Magisterio de la Iglesia;
– católico: aspecto universal:
formación, para desarrollar mejor
tanto el aspecto técnico como el de
los valores.
1. Accesibilidad
a los fármacos
– Esto requiere una reflexión sobre las infraestructuras, sobre todo
para ayudar a crear cooperativas
de compra de medicinas para
nuestros cohermanos, depósitos de
medicinales adecuados, etc.
– Dado que el medicamento representa un costo no insignificante
para el enfermo, nos parece necesario hacer conocer los medicamentos esenciales, menos costosos
y promoverlos ante las autoridades
así como también ante los farmacéuticos y los enfermos.
– Es necesario tener en cuenta
que una lista bien redactada de menos de treinta productos permite
aliviar y tratar el ochenta por ciento de las enfermedades prevalecientes.
Pero estos fármacos son combatidos por una serie de motivos: menor rentabilidad para los farmacéuticos, menor margen para los
importadores, menores posibilidades de “reducción” en todos los niveles, sospecha con relación a la
calidad, etc.
Por tanto, de conformidad con
las recomendaciones de la OMS
sobre los medicamentos esenciales, nuestra acción consiste en promover estos últimos y garantizar
las fuentes confiables en lo que
respecta a la calidad.
No obstante las medicinas esenciales cuesten menos con relación
a las especialidades, dicho costo
permanece siempre elevado para
numerosos africanos.
Desarrollamos también el con-
cepto de creación de pequeñas sociedades de seguros recíprocos de
solidaridad para permitir el acceso
a las curas y a las medicinas. Con
esta finalidad, pedimos el apoyo
de sociedades especializadas en
este campo en Europa.
Nuestras actividades actuales
para proporcionar las medicinas
continúan gracias a la ayuda de los
cohermanos que voluntariamente
dedican mucho tiempo a esta actividad, enviando los medicamentos
recolectados y divididos, así como
aquellos recibidos de parte de la
industria farmacéutica.
Naturalmente, en esto seguimos
los consejos de la OMS que, en
una Directiva de mayo de 1996
(Guidelines for Drug Donations
WHO/DAP/96.2) afirma que las
medicinas constituyen un elemento esencial en la ayuda humanitaria
internacional, pero que requiere
ciertas reglas (análisis de las necesidades, calidad, información, denominación científica común internacional DCI o INN, etc.).
Asimismo, tenemos en cuenta
las observaciones del Ministerio
de Salud de Bélgica sobre la validez del vencimiento de las medicinas. En efecto, en el Folia Pharmacotherapeutica (abril 1997, vol.
24, n.4, p. 29), analiza el uso de las
medicinas después de la fecha de
vencimiento. Dicho artículo se inspira en otros dos publicados recientemente en el The Medical
Letter (38, 65-66 y 90, 1996).
Muchos fármacos sólidos (pastillas y cápsulas) si son bien conservados en su embalaje original,
mantienen la mayor parte de su
eficacia uno o dos años después de
la fecha de vencimiento. No se
puede decir la misma cosa para las
formas líquidas.
Sin embargo, algunas medicinas
requieren precauciones, dada la toxicidad que pueden desarrollar con
el tiempo: toca al farmacéutico
preocuparse de este aspecto en las
donaciones de dichas medicinas.
2. Respeto de la
dignidad humana
Los progresos de las biociencias
médicas son fuente de gran esperanza para numerosas enfermedades, pero también plantean interrogantes, en particular en la situación
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
del hombre sometido a la experimentación médica humana.
Las degeneraciones producidas
en los Estados Unidos al final de
los años sesenta (para no recordar
los experimentos nazis y su conclusión en el tribunal de Norimberga que nos proporcionó el primer
código de ética biomédica – el Código de Norimberga – después del
Juramento de Hipócrates) habían
provocado escándalos (células
cancerosas inyectadas a personas
ancianas, hepatitis inyectada a niños debilitados, sifílides a poblaciones negras pobres) conocidos
con los nombres de las ciudades en
las que se habían efectuado: Brooklyn, Tuskege, Willowbridge.
Estos escándalos han constituido la base de la bioética, en particular gracias a las obras de Van
Potter “Bioethics, the Science of
survival” y “Bioethics, a bridge to
the future” (1970). El término bioética y el concepto que encierra,
han sido inventados por estas
obras.
El Congreso de Estados Unidos,
luego del Informe Belmont
(1975), decidió la creación de dos
Centros de Reflexión de Bioética.
Se trata del Hastings Center y del
Kennedy Center, los más famosos
del mundo, que se encuentran en
Washington y en New York, respectivamente.
Las reglamentaciones sobre la
experimentación clínica en el
hombre han visto movilizarse los
centros de estudios clínicos hacia
Europa que, a su vez, ha iniciado a
crear Comités de Etica (el CCNE
francés se remonta a 1984).
En Bélgica, una famosa degeneración provocó el proceso de Charleroi sobre las biopsias cereblares
(1985).
Las reglamentaciones cada vez
más estrechas en Occidente, tienden a movilizar los experimentos
clínicos hacia los países en vías de
desarrollo. Por esta razón, la FIPC
decidió introducir las nociones de
bioética en Africa, teniendo en
cuenta los valores cristianos y
aquellos que forman la base ancestral de la moral: las prohibiciones
del asesinato, de la mentira y del
rapto.
De la primera conferencia de
Yaoundé en 1994, a los debates radio-televisuales, y de la gran curiosidad de los mass-media han naci-
do interrogantes profundos. Han
surgido Comités de Etica Médica o
Sociedades de Bioética en Camerún, Túnez, Argelia, etc.
La Sociedad de Bioética del Camerún, junto con la FIPC ha podido organizar otras conferencias internacionales pluralistas y multidisciplinarias (Yaoundé 1996) que
han llevado a las autoridades africanas a proclamar unánimemente
una Resolución sobre la Biotética
en Africa, en julio de 1996 en Yaoundé, durante la Conferencia de
los Jefes de Estado y de Gobierno
del OUA.
Pero el progreso de las ciencias
no debe dejar sin actividad a nuestros amigos africanos. En 1995 en
Camerún, durante las Jornadas Internacionales de Bioética, se discutió sobre el “proyecto de declaración sobre el genoma humano
de la UNESCO”. Los numerosos
enmendamientos, observaciones y
comentarios fueron apreciados durante las discusiones que siguieron
en el Comité Internacional de Bioética de la Unesco.
Esta colaboración en el campo
de la bioética es un aspecto jurídico-científico y humano particularmente válido. De este modo participamos en el desarrollo de un sector de primera en biomedicina y en
ética. Conducimos nuestra actividad en colaboración con todas las
confesiones africanas: animistas,
mahometanas, protestantes y católicos. Del mismo modo, invitamos
siempre a los expertos de todas las
disciplinas interesadas. (La FIPC
está en contacto con S.E. el Cardenal Francis Arinze, Presidente del
Pontificio Consejo para el Diálogo
Interreligioso).
3. La formación
La formación de los hombres de
ciencia y de los farmacéuticos en
particular, es costosa. Asimismo,
es larga y exige, de parte de quienes se comprometen, alejarse del
país por varios años, lo cual a menudo significa también alejarse de
las raíces y del desarrollo de la
propia región.
Cuando, provistos de sus diplomas, nuestros farmacéuticos regresan a su país de origen, a menudo
están occidentalizados.
Este esfuerzo para ellos y el es-
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fuerzo financiero para todos, puede ser más valorizado a través de
una formación en el lugar. Ya no
serían los estudiantes que deben
movilizarse sino los profesores
que llegan de visita y permanecerían en el país por algunas semanas
para enseñar, en espera de que hayan personas locales capaces para
que un día puedan tomar su puesto.
Tratamos de promover la enseñanza de la farmacia allí donde no
existe: esto tendrá lugar muy pronto en Camerún, teniendo en cuenta
una experiencia ya realizada en
Rwanda. (Al respecto, el FIPC coopera con la Congregación para la
Educación Católica, presidida por
S.E. el Cardenal Pío Laghi).
En espera de realizar este proyecto, nuestras Asociaciones Nacionales ya están financiando mini-proyectos, que a menudo son
puestos en marcha por cohermanos jóvenes. La lista de los países a
los que se presta ayuda es larga y
abraza a todos los continentes: de
Rumanía a la ex-Yugoslavia, del
Congo al Burkina Faso, del Líbano
a Palestina.
Con nuestros amigos españoles
estamos comenzando un proyecto
en América del Sur y en el Caribe,
para desarrollar nuestros ya numerosos contactos.
Un medio para el desarrollo está
constituido por el “Manifiesto de
los Farmacéuticos católicos” que
define el ejercicio de la farmacia
en una perspectiva independiente,
ética, solidaria y traza, en función
de las medicinas del futuro, líneas
de acercamiento para ser siempre
servidores y no comerciantes de
los pacientes.
Ahora más que nunca consideramos que no puede existir dispensación de medicinales sin los farmacéuticos porque, a causa de su
curriculum científico, el farmacéutico es el especialista del fármaco.
En un mundo en plena evolución, comenzamos a ver farmacéuticos que se interesan (ya que su
curriculum lo permite) de la alimentación y del ambiente, factores
muy importantes en la higiene de
la vida y de la salud.
Su competencia hace que sean
un anillo esencial en la prevención
de las enfermedades y en la educación a la salud. Tienen un papel
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por desarrollar en la lucha contra
los modernos flagelos que son las
fármaco y las tóxicomanías.
En su papel como actor de la salud pública, el farmacéutico es un
agente de primera línea: ¿no es
quizás verdad que decenas de personas entran cada día donde él para perdirle un consejo? Es un agente sanitario promotor del medicamento del consejo, un agente que,
según la gravedad de la enfermedad, envia también al paciente al
médico o a un centro sanitario. El
farmacéutico es un consejero de la
salud, gratuito.
Es también un agente sanitario
de última línea en la salud públi-
ca: garantiza la calidad de la medicina que entrega, es la última barrera de seguridad del paciente en
caso de error de prescripción y
también aquel que indica el empleo adecuado del producto.
Nosotros desarrollamos también
el concepto de pharmaceutical care, por el cual el farmacéutico, en
equipo sanitario, representa un elemento importante de las curas que
requieren acercamiento. Esto vale
sobre todo para las curas vinculadas con el envejecimiento de las
poblaciones y el desarrollo de las
curas paliativas.
De este modo, para la FIPC la
cooperación internacional en vista
de la solidaridad, se basa ya sea en
el desarrollo de la competencia
profesional de sus miembros farmacéuticos, garantía para los pacientes, así como en el progreso de
la ética, base del respeto de los derechos del hombre, en el sentido
del Buen Samaritano, en la promoción de la accesibilidad a los tratamientos y en particular a los fármacos, teniendo como fundamento la solidaridad recíproca, elemento esencial para lograr el objetivo de la salud para todos.
DR. ALAIN LEJEUNE
Farmacéutico de Industria
Presidente de la FIPC
IGLESIA Y SALUD EN EL MUNDO. EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS EN EL UMBRAL DEL AÑO 2000
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HIROSHI NAKAJIMA
VII: La Organización Mundial de la Salud
Existe una cierta paradoja cuando se quiere planificar e institucionalizar la solidaridad, ya que esta
última aparece más bien como un
movimiento del corazón que surge
y encuentra fuerza en una dimensión relacional personalizada. Al
hacer de esto una obligación formal, al inscribirla como objeto de
una política o de una estructura administrativa, ¿no significa quizás
hacerla rígida, correr el riesgo de
desnaturalizarla e incluso de desviarla?
El riesgo existe, pero está presente también en una visión que se
limite únicamente a las virtudes de
la espontaneidad y de la cercanía.
La exigencia de la solidaridad de la
cual hemos hablado esta mañana
responde a una ética de la responsabilidad que quiere ir más allá de
la emoción, de las solidaridades de
los grupos o de los usuarios utilitaristas. Esta ética define una responsabilidad entre las personas, entre
las naciones y entre las generaciones, fundada en la afirmación de
una comunidad de destino de todos
los seres humanos, en el ámbito de
su misma sociedad, en el conjunto
del planeta y en el tiempo de la historia. Es esta noción de solidaridad
– descubierta y radicada en las relaciones individuales humanas, pero extendida al universo – que la
Organización Mundial de la Salud
busca mientras difunde y pone en
práctica su obra de cooperación internacional.
En el alba del siglo XXI, en este
estadio de la evolución, de nuestra
erudición, de nuestras técnicas y
de nuestras sociedades, creo que la
salud es quizás el campo más representativo de los progresos, de
las esperanzas y de las contradicciones de nuestro mundo en evo-
lución. Se han realizado progresos
considerables, y se siguen realizando en el campo de las ciencias
del mundo viviente, ya sea que se
trate de biología molecular y de
genética, de inmunología, de diagnóstica por imágenes, o de técnicas quirúrgicas. Las investigaciones y las mejoras prosiguen en lo
que se refiere a los fármacos, las
vacunas, los equipos para diagnósticos y otros productos biológicos. Se han hecho progresos importantes en las neurociencias. La
revolución que se realiza en los
medios de comunicación promete
importantes beneficios para el estudio y la práctica en el campo
médico.
Pero cada progreso potencial
comporta también riesgos potenciales. Las técnicas son sólo medios. El uso que se hace de ellas
implica elecciones de civilización
que nos involucran a todos. La
OMS está particularmente atenta a
esta dimensión ética y social del
desarrollo de la ciencia y de la técnica.
La cooperación internacional es
esencial para permitir la circulación de la información, el progreso
del saber y el diálogo intercultural
en las orientaciones de este progreso. La OMS es un lugar de relieve
para organizar estos encuentros e
intercambios. Desempeña un papel determinante para favorecer la
adecuación de la investigación
– fundamental y operativa – a las
necesidades reales de la salud pública. Está en la posición de hacer
llegar las informaciones a los laboratorios, a las universidades y a los
centros decisionales políticos. De
rebote, ella debe velar para que los
resultados de la investigación sean
conocidos por los potenciales
usuarios y para que se encuentren
aplicaciones prácticas.
La principal preocupación de la
OMS, que constituye la dinámica
de toda su acción desde hace cinquenta años, es hacer que todos accedan a la sanidad y principalmente a las curas sanitarias elementales y a las medicinas esenciales.
En este sentido, ofrece un contenido concreto a la Declaración de
Viena (1993) sobre el derecho de
cada persona “a gozar de los frutos
del progreso científico y de sus
aplicaciones”, que ella espera desarrollar en el interés de la paz y en
beneficio de toda la humanidad.
La OMS trabaja en contacto con
los servicios sanitarios nacionales
de 91 Estados Miembros. La principal enseñanza que podemos lograr de esta experiencia directa es
la necesidad de una cooperación
pluridisciplinaria e intersectorial
para asegurar la coherencia y la
eficacia de las intervenciones sanitarias. En efecto, también en esto
consiste la solidaridad: una generosidad de espíritu, que sepa ir más
allá de los sectores intelectuales y
de las rivalidades profesionales
para compartir los conocimientos
y las competencias.
Teniendo en cuenta objetivos específicos que se refieren a la salud,
debemos asumir la responsabilidad de otros sectores como la instrucción, la vivienda, el trabajo, la
agricultura, los seguros. Por ejemplo, la lucha contra las enfermedades infectivas como la malaria, la
fiebre hemorrágica, el cólera, o la
tuberculosis, pasa por el desarrollo
de las infraestructuras sanitarias,
pero también a través del resaneamiento del ambiente, la educación
de las familias y de los escolares.
Requiere una coordinación entre
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las personas a nivel nacional, entre
los laboratorios de referencia y las
redes de control epidemiológico
internacionales, sin olvidar a las
autoridades de control de la calidad de los productos farmacéuticos, o de los víveres alimenticios,
en el mercado nacional e internacional. En otras palabras, la aparente sencillez de las necesidades
básicas implica imperativos técnicos, logísticos, económicos y humanos a menudo complejos. En la
actualidad, para todos los países,
incluso aquellos industrializados,
la mundialización de los movimientos de bienes, de ideas, de capitales y de personas, hace que la
cooperación internacional sea una
necesidad. En este contexto, también la solidaridad debe organizarse para ser eficaz.
Pero la cooperación y la solidaridad deben tener como objetivo
estimular la autonomía y no el instaurarse de la dependencia. La noción de respecto alcanza aquí toda
su fuerza. Ella inspira la propuesta
de la OMS para construir nuevas
colaboraciones en el ámbito de la
salud.
Anclada en situaciones humanas
concretas, la cooperación debe realizarse en el respeto de las personas y de las culturas, de sus libertades, de sus conocimientos y de sus
capacidades. Es necesario sostener
las dinámicas locales y no sustituirse a ellas.
La emancipación de las mujeres,
su acceso a los servicios sanitarios,
a una buena nutrición y a la instrucción, es un factor importante
para el desarrollo de la salud de la
población en su conjunto.
En sociedades desnaturalizadas
por las migraciones, por los conflictos armados y por la urbanización acelerada, es esencial reforzar
o reconstruir la solidaridad humana y social, en las familias, entre
las generaciones, entre ricos y pobres. Esto es indispensable para intervenir y prevenir de manera eficaz los problemas de la salud vinculados con la pobreza, la marginación o los estilos de vida y comportamientos individuales de riesgo. Pero las solidaridades personales y de cercanía no son suficientes. Como expresa su mismo nombre, la salud pública compromete
en primer lugar la responsabilidad
de los poderes públicos que deben
protegerla y promoverla, ciertamente con medidas políticas, económicas y legislativas.
De este modo, las drogadicciones o la violencia piden respuestas
a nivel médico, pero también y, sobre todo, medidas sociales de tratamiento o de prevención. Asimismo, también las enfermedades conexas con los riesgos profesionales o ambientales obligan a una reconsideración de las elecciones industriales y tecnológicas en función de sus costos humanos y sanitarios, de este y de otro lado de las
fronteras, quizás también para las
futuras generaciones.
En fin, en este siglo que está por
abrirse, el envejecimiento generalizado de la población del planeta
dará importancia particular a la solidaridad entre las generaciones.
Más que por sus progresos técnicos, el logro de nuestra civilización se verá en las formas de integración social que pondrá en acto
o en la calidad de las relaciones
humanas que sabrá conservar para
las personas ancianas.
En numerosas culturas, el cuerpo físico sirve como metáfora para
indicar el cuerpo social y político,
para ser símbolo de la unicidad en
la diversidad y hacer percibir el carácter tanto natural como necesario de la solidaridad. La política de
la OMS desarrolla esta misma lógica de interdependencia. Pero,
más allá de una solidaridad de tipo
orgánico, la OMS basa su acción
de cooperación internacional en la
afirmación de los valores y ante todo en la igualdad en la dignidad y
en el derecho de todos los seres humanos y de todos los pueblos. Es
por esto que en mayo de 1998,
adoptando una política de la salud
actualizada para todos, para responder a los imperativos concretos
del siglo XXI, reafirmaremos también con los Estados Miembros
nuestro apego a aquellos valores
fundamentales que son la equidad,
la solidaridad y el respeto, valores
a los que queremos dar un alcance
universal en nuestra actividad.
Sabemos que, tal como en el pasado, esta acción y estos valores
gozarán del apoyo infinitamente
precioso de los agentes sanitarios
de las aproximadamente veintidos
mil instituciones sanitarias de la
Iglesia católica, distribuidas en todo el mundo y que trabajan en condiciones a veces difíciles junto a
los más pobres y vulnerables.
A todos expreso mi gratitud y la
de la OMS.
Dr. HIROSHI NAKAJIMA
Director General de la
Organización Mundial de la Salud
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