La nueva ciencia forense en la novela y en el cine

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MIGUEL ORÓS MURUZÁBAL
La nueva ciencia forense en la
novela y en el cine actual
RESUMEN: La Medicina Legal y Forense es una especialidad médica dedicada a resolver los problemas médicos del Derecho. Nació en el Siglo XIX y su desarrollo ha ido
paralelo con el desarrollo de la ciencia. De forma paralela el escritor ha utilizado estos
avances en sus obras. El primero en utilizar estos avances siempre fue el más cercano al
inventor. Hoy, gracias a la globalización, llega de inmediato a todos, pero sigue siendo un
hecho que se exagere al principio su utilidad. En la práctica, a pesar de todos los avances
técnicos en Medicina, el método más útil sigue siendo el “Deductivo”. El miedo sobre el
efecto que series televisivas como el CSI pudiera tener en la Justicia se ha demostrado
exagerado. Es una necesidad urgente que el estudioso de las lenguas siga ayudando al
médico como lo hizo anteriormente.
PALABRAS CLAVE: Medicina Forense. Novela. Teatro. Cine. Técnica.
La Medicina Legal y Forense es una especialidad médica dedicada a
resolver los problemas médicos que se presentan en la práctica del Derecho, tanto
en el desarrollo de las Leyes (tarea legislativa), como en su aplicación práctica
(tarea jurídica). Se requieren de amplios conocimientos médicos, científicos de
todo tipo y jurídicos. Por una necesidad de método de estudio la dividimos en
varias partes o capítulos:
- El estudio de las lesiones en los muertos: Anatomía patológica - Autopsias.
- El estudio de las lesiones en los vivos: Patología Forense.
- El estudio de los venenos: La Toxicología.
- El estudio de las personas: La Psicología y la Psiquiatría Forense.
- El estudio de los indicios: Criminalística.
EL ORIGEN DE LA MEDICINA FORENSE
El nacimiento de la Medicina Forense puede buscarse, con mucha pedantería, como el de casi todas las ciencias basadas en el ser humano, en las etapas
más antiguas de la humanidad. Así en La Biblia hay muchos ejemplos como: El
asesinato de Urías, marido de Betsabé, al que el Rey David colocó en primera línea
InterseXiones 2: 199-218, 2011. ISSN-2171-1879.
RECIBIDO: 03/11/2010
ACEPTADO: 20/02/2011
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de batalla, hoy en día más de un abogado defensor intentaría que fuera considerado por los Tribunales de Justicia como “un Trastorno Mental Transitorio” a causa
del enamoramiento. La historia de Bel, en la que Daniel estudiando unas huellas
resolvió el que se considera por muchos como el primer caso de “homicidio en
habitación cerrada”. En “La historia de la casta Susana”, donde Daniel, con un
inteligente interrogatorio, logró desenmascarar a los dos ancianos que la acusaban
de infidelidad, los mentirosos situaban la infidelidad de Susana bajo dos árboles
distintos. Esto forma parte de lo que en medicina forense llamamos “estudio de la
fiabilidad del testimonio”.
Otras referencias antiguas a la medicina forense las encontramos en
Centroamérica en el libro que se conoce como La Biblia de los Mayas, “Popol
Vu”, escrito en lengua quiché en Guatemala y traducido al español por el padre
Ximenez pocos años después de la conquista española. Y en la China las del manuscrito anónimo que narraba las exóticas aventuras del juez chino Ti Yen-Tsie
en el siglo VII. De hecho, debió de estar presente en todos los actos en los que fue
necesario aplicar justicia con imparcialidad. Aristóteles, según Masssimo Manfredi,
debió de ser un gran forense, prueba de ello es el esfuerzo que al parecer realizó,
utilizando sus enormes conocimientos científicos, para descubrir al autor o autores
de la muerte del rey Filipo padre de Alejandro Magno.
A pesar de estas referencias estoy convencido de que el nacimiento de la
Medicina Forense como ciencia se inició a finales del siglo XVIII y principios del
siglo XIX, al darse una serie de circunstancias sociales que hicieron que se solicitara la ayuda de médicos para administrar justicia, y que se desarrolló posteriormente
gracias al avance de la mecánica, la óptica, la medicina, la biología, la química, la
física y, últimamente, de la genética.
Las circunstancias políticas y sociales derivadas de la Revolución Industrial, favorecieron el desarrollo del Derecho, tanto en su parte legislativa como en
el de su aplicación. Así cuando la sociedad reclamó el aumento demográfico, necesario para mantener el crecimiento económico, para llenar las fábricas de trabajadores y las ciudades de consumidores, los legisladores endurecieron, entre otras,
las leyes que castigaban la homosexualidad, y por supuesto el infanticidio. Bastaba
el hecho de que una mujer que se sabía que había estado embarazada, y que no pudiera presentar pasados los nueve meses un hijo vivo, fuera acusada de infanticidio,
y ante la necesidad de aplicar correctamente la justicia de acuerdo con las leyes,
los jueces reclamaron la ayuda de especialistas, en este caso de los médicos, con
ello nacía “La Medicina Forense”. Walter Scott (1771-1823) lo relató en su novela
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El corazón de Mid-Lothian (1818). Al principio estos “peritos” aplicaron lo único
que tenían entonces, uno conocimientos anatómicos, clínicos y sobre todo la lógica
(sentido común), lo que se ha venido a llamarse “el método analítico y deductivo”,
y que se basa en la observación y deducción lógica, deducción tras el análisis de la
información clínica de que se dispone, ya sea por observación directa o realizando
maniobras más o menos experimentales. Y en el caso del infanticidio utilizaron una
maniobra experimental que buscaba un dato clínico (señal de que el recién nacido
había respirado o no), maniobra que se ha denominado a partir de entonces docimasia; cuando se explora el pulmón se llama “docimasia pulmonar”, y si es el aparato
digestivo, “docimasia intestinal”, esta también conocida como “docimasia gastrointestinal de Breslau”. La Docimasia pulmonar consiste en la introducción del
pulmón del recién nacido en un recipiente con agua, si éste se hunde es prueba de
que el niño ha nacido muerto (no había respirado), si flota, como lo haría un globo
lleno de aire, indica que ha nacido vivo, y la muerte, en todo caso, se ha producido
después del parto. En este caso “sí era sospechosa de infanticidio”. La Docimasia
gastrointestinal de Breslau se basa también en el hecho clínico de que si el recién
nacido ha respirado, junto con la respiración traga aire, y éste por movimientos
de deglución, llega al estómago y a los intestinos, así el feto que no respiró tiene
el estómago y los intestinos vacíos de aire y se hunde en un recipiente lleno de
agua, y, al revés, flota si ha respirado, es decir, si ha nacido vivo.
A partir de entonces, durante todo el siglo XIX y más en el XX, es cuando
se produce el verdadero avance de la Medicina Legal y Forense, gracias al desarrollo de otras ciencias como la mecánica, la óptica, la química y por supuesto de la
medicina, en concreto de dos de sus ramas hasta entonces desconocidas: la psiquiatría y la genética.
EL DESARROLLO DE LA CIENCIA PARALELO AL DE LA MEDICINA
FORENSE Y AL DE LA NOVELA, TEATRO Y CINE NEGRO – CRIMINAL
El desarrollo posterior de la ciencia, primero de la mecánica, de la óptica,
y de la fotografía, permitió el avance en el estudio del cadáver (las autopsias), de
las huellas dactilares y de la antropología y de la criptología (identificación). El
avance de la química permitió el desarrollo de la toxicología forense. El desarrollo
de la psicología y de la psiquiatría permitió estudiar la relación entre enfermedad
y la conducta criminal y, por ello, el desarrollo de la Psiquiatría Forense. Y por último, el desarrollo de la genética ha representado, sin duda un avance espectacular
de la Medicina Forense, primero para la investigación de los indicios criminales
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(las pruebas judiciales, en la que destacan por su importancia las encontradas en la
llamada Escena del Crimen), segundo para la identificación de personas, y tercero
para la paternidad.
Y todos estos avances los ha ido utilizando de manera paralela el escritor
de novela, de teatro y de cine en la argumentación de sus obras ficticias o basadas en
hechos reales. Siempre el primero en utilizarlo fue el que conoció primero el avance
(por regla general, el más cercano al inventor, Inglaterra, Estados Unidos, Francia),
exagerando al principio su utilidad, con lo que demostraba una gran ignorancia sobre los fundamentos en que se basan dichos avances técnicos y científicos.
La mecánica, la óptica y la fotografía
Así le ocurrió al que muchos consideran el padre de la novela policíaca
Edgar Alan Poe (1809-1847) con el microscopio y su cuento “La carta robada”
(1845), posteriormente siguió con otros avances como la fotografía que es nombrada por primera vez por Wilkie Collins (1824-1889) en “La Dama de Blanco
- The Woman in White” (1861)”, como un hecho curioso, siendo posteriormente
citada a medida que se fue aplicando como técnica policial por casi todos los
grandes de la novela policíaca y en donde resultó crucial como prueba para la resolución del caso basado en hechos reales descritos magistralmente por Truman
Capote en A sangre fría (In Cold Blood 1965).
La antropología, las huellas dactilares y la criptología
Ocurrió lo mismo con los estudios antropológicos de Bertillón (18531914), considerado el fundador de la antropología y padre de la policía científica
y del que habla y lo sitúa en su época Caleb Carr en El Alienista (The Alienist,
1994), novela ambientada en 1886 en los bajos fondos de la ciudad de Nueva
York. Pues bien se equivocó Arthur Conan Doyle (1859-1930) en El sabueso de
los Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1902), cuando el doctor Mortimer –un hombre de ciencia- conoce a Holmes y le hace valer sus conocimientos en antropología pero basándose sólo en la interpretación racial que de ellos
hacía Arthur Gobineau (1816-1882) y publicadas en su libro Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas (1855), en donde intentaba demostrar que la
raza superior, la más inteligente, era la raza aria, y que los rubios y dolicocéfalos,
sólo conservaban su pureza en Gran Bretaña, Bélgica y el Norte de Francia, ideas
que posteriormente se ha demostrado que carecen de cualquier rigor científico.
Posteriormente y al conocerse más los fundamentos científicos de esta ciencia
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fue utilizada por otros novelistas como Maurice Lebranc (1864-1941) en Arsenio
Lupin, caballero ladrón (Arsène Lupin, gentleman cambrioleur 1907), en donde
hace ver su falta de utilidad hasta que no se cree un registro internacional que
centralice los datos que aporta esta ciencia, registro que posteriormente se localizó en Copenhague y que por ello le permitió a George Simenon (1903-1989)
en Pietr el Leton (Pietr-le-Letton 1931), hacer un magnífico retrato con palabras
de Pietr el Letón, tan elocuente para el comisario Maigret como una fotografía.
Ocurrió lo mismo con las huellas dactilares, según el método elaborado
por Sir Francis Galton en 1892, de tal manera que Hercules Poirot, detective protagonista de una gran parte de las novelas de Agatha Christie (1890-1970), cuando
se da a conocer por primera vez en El Misterioso caso de Styles (The Mysterious
Affari at Styles 1920), se confiesa un ignorante sobre estas y dice que lo único
que sabe es que no hay dos huellas dactilares iguales. Posteriormente cuando la
escritora tiene más conocimiento sobre sus fundamentos científicos utiliza las
huellas dactilares para resolver el enigma planteado en Cinco cerditos (Five Little
Pigs (Murder in Retrospect) (1941). Y las huellas dactilares serán definitivas para
la resolución de muchos casos, aún los más complicados como el que relata Fritz
Lang (1980-1976) en la película “M. El Vampiro de Düsseldorf - M. Mörder Unter Uns, (1931)”, cuando presenta un plano documental de la comisaría de policía
con las últimas técnicas las más avanzadas de que disponía entonces la policía
alemana en criminalística: las huellas dactilares y los estudios criptográficos.
En cuanto a la criptografía si bien era conocida como una ciencia dedicada
a la identificación de los diversos tipos de imprenta, Arthur Conan Doyle (18591930) en El sabueso de los Baskerville The Hound of the Baskervilles (1902),
destacó en la novela, teatro y cine cuando se combinó con las ideas psicoanalíticas
de Sigmud Freud (1856-1939), siendo máxima su expresión en la película El Cuervo (Le Corveau, 1943) de Henri-Georges Clouzot que se basa en unos hechos
reales en los que se utilizó una pericial grafológica con todos los habitantes del
pueblo para descubrir al culpable.
La química y la toxicología forense
Lo mismo pasó con la toxicología forense que se vio favorecida sin duda
por los grandes avances en la química. En 1789, coincidiendo con la Revolución Francesa, Antoine Lavoisier (1743-1794) publicó su Tratado Elemental de
Química en el que expuso el método cuantitativo para interpretar las reacciones
químicas, y propuso el primer sistema para nombrar los compuestos químicos,
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sistema que aún perdura. Desgraciadamente, cuatro años más tarde, Lavoisier
fue ejecutado en la guillotina, acusado de estar relacionado con los recaudadores
de impuestos, y que los revolucionarios consideraban como un instrumento de
corrupción de la odiada monarquía. A partir de entonces y durante todo el siglo
XIX, se produjeron múltiples adelantos en la investigación química, empezando
por los principios de la teoría atómica y estructural, hasta las bases de la síntesis
orgánica. Ello permitió el que floreciera una incipiente industria química y, con
ella, los primeros laboratorios de investigación y enseñanza. A mediados del siglo XIX, la química dejó de ser exclusiva de algunos médicos y aficionados con
recursos propios, y entró a formar parte de un sistema económico y universitario
con personal cualificado en las Universidades, desarrollándose las primeras industrias químicas como la de los colorantes y las farmacéuticas, y destacando,
entre los países, Alemania, líder en química hasta la I Guerra Mundial.
Los adelantos en química durante todo este siglo XIX fueron impresionantes, basta conocer el dato de que en la Antigüedad se conocían sólo siete elementos metálicos (oro, plata, hierro, cobre, estaño, plomo y mercurio), y dos no
metálicos (el carbono y el azufre), y que, tras el esfuerzo de la alquimia medieval,
se le sumaron cinco elementos (arsénico, antimonio, bismuto, zinc y fósforo).
Con el estudio de los gases en el siglo XVIII se conocieron cuatro elementos más
(hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, cloro), y nueve metales (cobalto, platino, níquel,
manganeso, tungsteno, molibdeno, uranio, titanio y plomo). En total, a las puertas del siglo XIX, eran sólo 27 los elementos químicos conocidos. Pues bien, en
sólo treinta años más, es decir, hacía 1830, se llegaron a conocer hasta cincuenta
y cinco, “se había duplicado en treinta años la cifra de elementos descubiertos
tras más seis milenios de investigación química”.
Se considera que el fundador de la Toxicología Forense fue Joseph Bonaventure Mateo Orfila (1787-1853), nacido en Mahón, Menorca, el 24 de abril
de 1787. Vio favorecida su formación gracias a que vivió sus primeros años en un
ambiente cultural muy influido por la presencia inglesa y francesa que dominaron
sucesivamente la isla de Menorca durante muchos años. A los veintiséis años sabía ya cuál era el objetivo de su vida, “crear esa Toxicología que aún no existe”,
y comenzó a trabajar en una gran obra cuyo primer fruto fueron los dos tomos de
la Toxicologie Générale aparecidos en 1814 y 1815. Esta obra tuvo un gran éxito
que podría atribuirse en parte, según comenta el mejor biógrafo catalán de Orfila,
el Sr. Sureda Blanes, “a las muchas novedades importantes que incluye... Antes
de su publicación, los venenos eran buscados en los conductos digestivos; Orfila
no se limitó a esta localización, sino que investigó su presencia en otros órganos,
como el cerebro y especialmente el hígado, donde los venenos se localizan en
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mayor proporción. Utilizó procedimientos nuevos para descubrir la presencia de
tóxicos; su uso metódico permitía revelar mínimas cantidades de veneno. Fue sin
duda el creador de la nueva toxicología forense”.
Orfila fue el primero en indicar el método químico adecuado para descubrir pequeñas cantidades de tóxicos en los cuerpos de los envenenados, entre
ellos “el arsénico”. Sin embargo, para este compuesto como para otros se impusieron posteriormente el de otros investigadores que los mejoraron. Para el
arsénico, durante unos años, se impuso el análisis de James Marsh (1794-1846),
un joven inglés siete años más joven que Orfila. Marsh ideó un aparato sencillo,
un tubo de cristal en forma de U, con un extremo abierto y en el otro una boquilla
puntiaguda en la que se colocaba un poco de zinc; por la abertura contraria se
hacía una mezcla con el supuesto veneno y un ácido. Si la mezcla contenía arsénico, cuando se calentaba el tubo y entraban en contacto sus vapores con el zinc
se liberaba una película negra y brillante que, sobre una porcelana fría, daba lugar
a un hermoso anillo negro, muy brillante al que se le dio el nombre de “espejo
de arsénico”, espejo que devolvía la imagen del asesino y también el de “anillo
acusador de James Marsh”.
Hoy en día, los avances en este campo han sido impresionantes. Basta
comentar que, si en los años ochenta era necesario recoger más de 1 gramo de
muestra para poder obtener un resultado de un tóxico, hoy son suficientes unos
nanogramos (la mil millonésima parte de un gramo) para identificar cualquier
sustancia. El veneno ha sido el arma preferida a lo largo de toda la historia por la
mayoría de los asesinos, por su facilidad de manejo, y por la dificultad que plantea el realizar un diagnóstico diferencial policial - médico legal entre accidente,
suicidio u homicidio. Se han utilizado todo tipo de venenos:
De origen animal, polvos de cucarachas, como la conocida
“mosca española” (cantáridas), venenos de serpientes, de sapo
marino, etc.
De origen vegetal, hongos de todo tipo pero, en especial, del
tipo Amanita Phalloides, plantas como la cicuta, la nuez vómica (estricnina), el hachís, el opio y sus derivados (la morfina
y la heroína), del tabaco (nicotina), del laurel, cerezo y las almendras (el ácido cianhídrico), etc.
Y de origen mineral: el cianuro potásico, el mercurio, el plomo, el fósforo, el talio, el arsénico, etc.
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Los envenenamientos de antes del siglo XIX que conocemos son los que
nos ha legado la historia escrita y, en concreto, la de los personajes más famosos
de cada época, ya fuera porque se intoxicaron de manera accidental, suicida, o intencionada. Así, quedaron recogidas en textos históricos las muertes de Sócrates
con cicuta; de Alejandro Magno aunque no se sabe con qué fue envenenado; del
general cartaginés Aníbal que se suicidó al parecer también con cicuta; de Cleopatra tras la mordedura de una serpiente; del emperador Claudio, envenenado con
un plato de setas (Amanita Phalloides) por su segunda esposa Agripina, hermana
de Calígula y madre de Nerón; de Séneca con cicuta.... Verdaderos especialistas
en la utilización de venenos fueron, Livia Drusa Augusta (58 adC — 29 d.C.),
segunda esposa de Augusto, abuela de Claudio y bisabuela de Calígula, y prácticamente todos los miembros de la familia Médicis, además de las famosas asesinas sicilianas Teofania o Toffana di Adamo (1590-1633) y la francesa Marquesa
Marie de Brinvilliers (1590-1663). En el siglo XIX aparece por primera vez el veneno en la novela. La primera novela policíaca en la que se relata un turbio caso
de envenenamiento es en “El Misterio de Notting Hill (1865)” de Charles Felix.
Sin duda, ello se debe a que es más popular, es más fácil de adquirir, se
encuentra en mayor cantidad y variedad, pues es utilizado en la agricultura, en
la industria, en la farmacia (como la estricnina), en la alimentación, e incluso, en
ocasiones, se utiliza como cosmético como es el caso de arsénico. Es fácil por lo
tanto de adquirir, y gracias al desarrollo de la toxicología se conocen sus características químicas, físicas, los efectos clínicos que produce, y además son fáciles
de detectar en el organismo con métodos de laboratorio. Todo ello facilita y da
más posibilidades de desarrollo al escritor.
Los autores de novelas góticas, el antecedente de la novela policial, género que surgió a partir de 1775, no utilizan el veneno en sus argumentos, ni
siquiera lo hace aquel que muchos especialistas consideran como el más cercano
a la novela policial, William Godwin (1756-1836), padre de Mary Shelley en Las
aventuras de Caleb Williams o las cosas como son (1794), a la que se reconoce
una estructura hoy clásica a la hora de novelar.
Wilkie Collins (1824-1889), el primer escritor que utiliza la técnica del
desafío al lector, no utiliza el veneno en sus dos novelas más conocidas y representativas del género. En La dama de Blanco (1860), intuye el poder que tendrá la
química en los próximos años y utiliza sólo un tóxico narcotizante, no dice cual,
como herramienta para secuestrar a la protagonista. En La Piedra lunar (1868),
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no hace ninguna referencia a tóxicos o venenos. Sí lo hizo más tarde en uno de
sus cuentos cortos “Por falta de pruebas” donde utiliza el arsénico como pieza
argumental. Trata esta novela de la boda de la protagonista, en este caso la detective, que se casa con un hombre que le da un nombre falso para ocultar su vida
anterior. Lo que oprime a éste, es el haber sido acusado sin pruebas del asesinato
de su primera mujer, envenenándola con arsénico. La protagonista descubre al
cabo de los años al verdadero asesino haciendo una reconstrucción de los hechos
e investigando a los sospechosos.
Conan Doyle (1859-1930) en la primera novela que escribió con Sherlock Holmes como protagonista Estudio escarlata (1887), al describir el Doctor
Watson las características de su amigo, no lo hace como un adicto a la cocaína,
pero sí sospecha que es “consumidor habitual de algún estupefaciente”. Luego,
cuando enumera sus conocimientos, dice que de botánica son “Desiguales. Al
corriente sobre la belladona, opio y venenos en general. Ignora todo lo referente
al cultivo práctico”, y, en cuanto a la química, que son “Exactos pero no sistemáticos”. Lo que no hay duda es que Conan Doyle conoce a la envenenadora siciliana Toffana y a la francesa Marquesa de Brinvilliers; además unas páginas más
adelante demuestra sus conocimientos sobre “el curare” y sus efectos. Es en su
segunda novela sobre Sherlock Holmes, El signo de los cuatro (1890), cuando reconoce por primera vez la condición de adicto a la cocaína del detective, empieza
y acaba la novela con dicha droga, y hace, además, una referencia a la estricnina
como tóxico potencialmente mortal.
A partir de entonces y durante todo el siglo XX, gracias a los grandes
avances de la química y de la toxicología forense, los venenos son utilizados
por la práctica totalidad de los escritores del género, destacando Anne Hocking
(1890-1966), escritora inglesa a quien se conoce como “la reina del veneno” porque en casi todas sus novelas recurre al empleo de los mismos y por la habilidad
como describe los efectos de los distintos tóxicos, igualando e incluso superando,
en ocasiones, a la otra reina del género, Aghatha Christie (1890-1970).
Los estudiosos, especialistas de este género no deberían desconocer la
magnífica obra publicada por la Universidad de Valladolid en 1998, Los Venenos
en la Historia de la Literatura Policíaca realizada por el Catedrático de Farmacología el Dr. Alfonso Velasco Martín, obra que debería ser revisada y ampliada
para gozo de muchos lectores y como herramienta de trabajo para todos los escritores que se dedican al género.
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La psicología y la psiquiatría forense
La psicología estudia la anatomía y la fisiología de la mente; la psiquiatría estudia sus enfermedades. Es evidentemente que no puede estudiarse la
psiquiatría sin conocer la psicología, y que conociendo la psicología se puede
entender la enfermedad mental, la psiquiatría.
La psicología, como casi todas las ciencias (la Física, las Matemáticas,
la Biología, la Lógica, la Estética, etc.) estuvo, durante muchos siglos, englobada
en la Filosofía. De esta forma, los grandes filósofos – Sócrates, Platón, Aristóteles, los Estoicos, Los Padres de la Iglesia como San Agustín, Santo Tomás, Los
Escolásticos, Bacón, Descartes, Spinoza, Malebranche, Locke, Leibniz, Berkeley, etc–, desarrollaron en sus obras numerosos estudios de pura Psicología.
La psicología era la ciencia o tratado del alma, de lo anímico. Estudiaba la vida en sus tres grados: vegetativo, sensitivo y racional, y sus principios:
remotos, próximos, (el alma y sus potencias). También estudiaba la vida a través
de “los actos y sus manifestaciones”. Hasta bien entrado el siglo XIX no se desarrollaron los primeros intentos de emancipación de la Psicología como ciencia
independiente. A ello contribuyeron en gran medida, R.H. Lotze (1871-1881)
y Mandsley con sus estudios fisiológicos, y sobre todo, Wilhelm Maximilian
Wundt (1832-1920), fisiólogo, psicólogo y filósofo alemán, creador de la psicología experimental, que incluyó definitivamente la Psicología en el grupo de
las ciencias naturales con un objeto de estudio, unos métodos y unos principios
perfectamente delimitados. La psicología pretende el estudio del hombre en una
doble perspectiva la de sus comportamientos y conductas y la de los estados de
conciencia. Intenta formular las Leyes de estos fenómenos y explicar cómo se
forman con el fin de poderlos modificar eventualmente.
La psiquiatría forense es una especialidad médica nueva, pues hasta bien
entrado el siglo XVIII todo aquel que presentara trastornos de conducta a consecuencia de una enfermedad mental era considerado un “loco” y apartado inmediatamente de la sociedad. Decía Jean Etienne Dominique Esquirol (1772-1840),
médico francés: “Hay pocas prisiones donde no encontremos locos furiosos; los
desgraciados son encadenados en los calabozos, al lado de los criminales”. No
hay ninguna duda de que la Revolución Francesa (1789) aportó una consideración y un trato más humano para el enfermo mental, y fue Philipe Pinel (17451826) quien en 1796 dijo: “Los locos son seres humanos, no animales. Nada
importa lo que la Iglesia o la ignorancia puedan decir; ellos no fueron maldecidos
por el Señor. Suavidad y dulzura con los locos. A nadie le está permitido golpear
a un hombre enfermo”.
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A partir de entonces se empezó a estudiar y a tratar la enfermedad mental. Era necesario crear un lenguaje, un método y una clasificación de enfermedades mentales. En cuanto al lenguaje, la forma de comunicarnos, de expresar los
mismos conceptos a la hora de definir la enfermedad y sus síntomas, ha sido y sigue
siendo una cuestión muy difícil de resolver, y es motivo que ha confundido y sin
duda confunde a quien debe de utilizar nuestro lenguaje sin ser médico, como es el
caso de los juristas, jueces, fiscales, abogados y, por supuesto, de los intelectuales,
escritores y artistas. En cuanto a la clasificación, fue Emil Kraepelin (1856-1926),
al que se considera “el padre de la psiquiatría”, quien publicó en 1883 el primer
Tratado de Psiquiatría, y en donde, por primera vez, hizo una clasificación de las
enfermedades mentales que, con las evidentes modificaciones, ha inspirado a las
siguientes. Diferenció tres formas de enfermar psíquicamente:
A. Los Trastornos Mentales (a los que denominó Neurosis)
Enfermedades psíquicas que todos podemos padecer a lo largo de nuestra vida, de la misma manera que padecemos un síndrome catarral o gripal. Se
trata de alteraciones de calidad (cualitativas) de las distintas capacidades psíquicas. Se han considerado desde antiguo, y más tras los trabajos de Sigmund
Freud (1856-1939) como enfermedades psiquiátricas con un fuerte componente
biográfico – ambiental más que genético. Desde el punto de vista sintomático,
se caracterizan en que el enfermo, en mayor o menor grado (dependiendo de la
gravedad de la sintomatología), mantiene siempre una capacidad de contacto con
la realidad.
B. Las Demencias - Psicosis
Es el paradigma clásico del enfermo mental, el enajenado. Lo que más
llama la atención en su pérdida de contacto con la realidad. Su sintomatología básica son los trastornos de conducta y los delirios (idea falsa y patológica), el autismo (aislamiento), las alucinaciones (percepciones visuales y auditivas irreales),
los trastornos en la memoria y, por supuesto, una mayor o menor desorganización
de la personalidad, dependiendo también de la gravedad de su sintomatología.
C. Las anomalías constitucionales - genéticas de la personalidad, los
Trastornos de la Personalidad
A diferencia de las del primer grupo, el de las enfermedades mentales,
son alteraciones en cantidad, más que de la calidad de las distintas capacidades
psíquicas. Se han considerado, desde antiguo, como un trastorno verdaderamente
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genético con un nulo componente biográfico a diferencia de las enfermedades
mentales. En este grupo se incluyen los “Trastornos de la Personalidad” y “Las
Oligofrenias”. La clasificación más importante de este grupo la realizó con posterioridad Kurt Schneider (1887-1939). Quienes lo padecen se caracterizan, desde
el punto de vista sintomático, en que sin padecer los síntomas de las psicosis,
ni una enfermedad mental estructurada (depresión, delirio, etc.), ni trastornos
en su inteligencia (excepto evidentemente los oligofrénicos), tienen una elevada
conflictividad en sus relaciones interpersonales y, en ocasiones, con un elevado
carácter antisocial por la conflictividad que generan.
Esta forma de clasificar las enfermedades mentales sigue siendo utilizada por muchos psiquiatras y es extraordinariamente útil en Psiquiatría Forense a
la hora de aplicarla en los Tribunales por su claridad y sencillez. El mismo modelo de Kraepelin lo siguen, y esto nadie lo discute, las modernas clasificaciones: la
conocida como DSM (Diagnostic Statistical Mental Disorders de la APA (American Psychiatric Association), y la de la CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades) de la OMS (Organización Mundial de la Salud), de gran utilidad para la
Psiquiatría Clínica y la Forense. Ambas son herederas de la clasificación primera
de enfermedades mentales, la de Emil Kraepelin, ampliadas tras el evidente progreso en el conocimiento de la enfermedad mental producido en este siglo.
De nuevo, los escritores de novelas, los autores de teatro y los cineastas
fueron aplicando los distintos conceptos teorías de la enfermedad mental a medida que se fue desarrollando la psiquiatría. Con relación al primer grupo, el de
las Enfermedades mentales, Emile Zola (1840-1902) destacó en toda su obra y
en especial con su primera novela importante Thérèse Raquin (1867), un estudio
detallado del asesinato asociandolo al carácter, siguiendo los trabajos del entonces famoso psiquiátra Jean Martin Charcot (1825-1893) sobre las enfermedades
mentales a las que denominaba neurosis y sobre el tratamiento que proponía la
hipnosis. Y con la llegada de las teorías psicoanalíticas de Sigmud Freud, Adler y
Jung el número de escritores que las han utilizado es impresionante, y entre los
que destacaría por supuesto a Vera Gaspary (1904-1987), la que para muchos es
la creadora de la novela psicológica. Así una confidencia hecha por ésta y citada
por Serge Radine, pone claramente de manifiesto las nuevas tendencias de este
tipo de novela policíaca: “Lo que me desagrada en general de las novelas policíacas es que al final, aunque se nos diga quién ha cometido el crimen, se queda uno
con las ganas… de saber lo que ha ocurrido en la mente del criminal”. Le siguió
Patricia Highmith (1921-1995) que se interesó siempre por temas relacionados
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con la culpa, la mentira, las conductas marginales, y las consecuencias psicológicas del crimen.
De todas las obras que hacen referencia a este tipo de enfermos destaco:
Vértigo (1958), dirigida por Alfred Alfred Hitchcock, según la
novela De entre los muertos, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac.
Obsesión (1962), dirigida por Roger Corman, según un relato
de Edgard Alan Poe.
Días sin huella (1945), dirigida por Billy Wilder (1945), basada en la novela de Charles R. Jackson.
Días de vino y rosas (1693), dirigida por Blake Edwards
(1963), basada en una novela de J.P. Miller.
Taxi Driver (1976), dirigida por Matin Scorsese, según el guión
de Paul Schader.
Mejor imposible (1997), dirigida por James L. Brooks, según
el guión de Mark Andrus y de James L. Brooks.
Y, por supuesto, toda la obra de Woody Allen.
Con relación al segundo grupo, el de las Demencias o Psicósis cabe
señalar que dadas las características de su clínica con conductas estrafalarias,
desordenadas y, sobre todo, fuera de la realidad hace que para el escritor de novela, de teatro y cine le sea muy difícil realizar argumentos coherentes dadas las
características clínicas de estas enfermedades. Por ello, las novelas y películas en
las que el protagonista es uno de estos enfermos suelen estar basadas en hechos
reales en los que el protagonista, un personaje brillante en su vida profesional ha
conseguido triunfar a pesar de las dificultades que le crea la clínica de la enfermedad. Si no es este el caso utilizan a este tipo de enfermos como telón de fondo
para dar dramatismo a las escenas, o bien de forma coral como una masa excitada
y perturbadora que pone en peligro la integridad física de los principales protagonistas. De entre este grupo destaco:
Nido de víboras (1948), dirigida por Anatole Litvak, basado en
la novela The Snake Pit de Mary Jane Ward.
Psicosis (1960), dirigida por Alfred Hitchcok, según la novela
de Robert Bloch.
Alguien voló sobre el Nido de Cuco (1975), dirigida por Milos
Forman, basada en la novela de Ken Kessey.
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La nueva ciencia forense en la novela y en el cine actual
Shine-Resplandor (1996), dirigida por Scott Hicks, según el
guión de Jan Sardi asesorado por el propio enfermo David Helfgott.
Una mente maravillosa (2001), dirigida por Ron Howard, según una biografía de John Nash bastante alejada de la realidad,
escrita por Sylvia Nasar y titulada A beautiful Mind.
Spider (2002), dirigida por David Cronenberg, basado en novela de Patrick. McGrath.
Con relación al tercer grupo el de los Trastornos de Personalidad las primeras noticias que se tienen de este grupo lo relata muy bien de nuevo Caleb Carr
en El Alienista (The Alienist, 1994). Y, posteriormente, se caracteriza por ser el
grupo que más interés ha suscitado al escritor de novelas, de teatro y de cine ya
que el Trastorno de Personalidad que padecen explica muy bien el porqué de sus
conductas, siendo el antisocial, el conocido hoy día como “psicópata”, el personaje
que más abunda en todo tipo de relato, ya sea ficticio o basado en hechos reales.
Ejemplos de ello se encuentran en:
El Halcón Maltés (1930), de Dashiell Hammet, en cuya novela
y también en la película que le dio nombre, la protagonista
Brigid O´Shaughnessy, es un personaje con muchos rasgos psicopáticos (manipuladora, mentirosa, mata sin ningún remordimiento), es descrita psicológicamente solo en un momento
determinado de la novela por otro de los personajes Casper
Gutmann “El Gordo”, como una mujer “mala”, lo que hoy diriamos “una psicópata”.
Laura (1944), dirigida por Otto Preminger, basada en la novela
de Vera Caspary.
Luz de Gas (1944), dirigida por George Cukor, basada en la
obra de teatro de Patrick Hamilton.
El Cartero Siempre Llama Dos Veces (1946), dirigida por Tay
Garnett, basada en la novela de James Cain.
El Tercer Hombre (1949), dirigida por Carol Reed, basada en la
novela de Graham Greene.
Extraños en un tren (1951), dirigida por Alfred Hichcock, basada en la novela de Patricia Higsmith.
Las Diabólicas (1955), dirigida por Henri-Georges Clouzot,
basada en la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac.
La Noche del Cazador (1955), dirigida por Charles Laughton,
basada en la novela de Davis Grubb.
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A Sangre Fría (1967), dirigida por Richard Brooks, basada en
la novela de Truman Capote.
La Naranja Mecánica (1971), dirigida por Stanley Kubrick,
basada en la novela de Anthony Burgess.
Y estos nueve títulos son sólo una pequeña muestra de lo mucho que se
ha escrito sobre este tipo de Personalidades Antisociales a las que ya por fin todos
damos el mismo nombre de “Psicópatas”.
La genética, el ADN, la Medicina Forense y la novela, el teatro y el
cine
Las técnicas de ADN han supuesto una auténtica revolución para la
práctica de la Medicina Forense en los casos que requieren una identificación de
personas, las determinación de la paternidad y la de identificación de “Indicios
biológicos” en todo tipo de delito. Estas pruebas, que hasta hace menos de diez
años eran muy laboriosas, y daban unos resultados muy pobres y poco fiables, se
han convertido en unas pruebas fáciles, rápidas y capaces de dar unos resultados
espectaculares de hasta un 100% de fiabilidad gracias, entre otros, a la máquina que permite fotocopiar pequeñas muestras de ADN, la PCR, descubierta por
Kari Mullis en 1985 y unas tijeras enzimáticas que permiten cortar el ADN en
los lugares específicos que escojamos, las llamadas “enzimas de restricción”. El
principio básico de esta técnica se basa en que toda la información necesaria
para la constitución del organismo reside en una célula inicial, la primera, la
que procede de la unión de un óvulo con un espermatozoide, información que le
ha sido transmitida por este óvulo y espermatozoide aportados por los padres, y
que la recibieron a su vez de los suyos, y así sucesivamente. Los portadores de
esta información son los cromosomas (del griego chroma,”color”, y soma, “cuerpo”), reciben este nombre por la facilidad con que absorben los colorantes que
se emplean para hacer más visibles las células al microscopio. Los cromosomas
son cuerpos que tienen la forma de filamento y que aparecen en el núcleo de las
células justo antes de que esta se divida en dos. A este ADN se le conoce por ello
como nuclear. Dentro de este filamento de ADN se encuentran los genes, factores
que controlan en última instancia la herencia de un individuo.
En realidad, no todos los genes se encuentran en el núcleo de las células,
tal como lo entendemos comúnmente. Las mitocondrias que son unas centrales
de energía para las células, contienen su propio material genético que se reproduce con independencia del nuclear y que, por ello, se conoce como ADN mito-
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La nueva ciencia forense en la novela y en el cine actual
condrial. Las células suelen tener una media de entre 250 y 1.000 mitocondrias,
según el tipo celular, las necesidades metabólicas y el momento funcionante. A
su vez, cada mitocondria posee decenas de copias de este ADNmt. Un dato de
gran interés, es que este ADNmt procede todo él de la madre, el padre no participa en nada (por ello se dice de este ADNmt que tiene un genoma haploide).
Y ello se debe a que en el espermatozoide las mitocondrias se encuentran en el
cuello, justo en la zona entre la cabeza y la cola, con el fin de aportar la energía
suficiente para que el espermatozoide pueda mover esta cola y pueda desplazarse
hasta encontrar al óvulo. Al producirse la fecundación penetra solo la cabeza en
el interior del óvulo, por ello, el padre solo aporta el ADN nuclear, quedándose
siempre fuera el ADNmt del espermatozoide.
Y como ha ocurrido con todas las técnicas nuevas, los novelistas, escritores de teatro y guionistas de cine o bien no las utilizan por desconocimiento de
sus ventajas, o si las citan, la utilizan mal y las describen peor ya que desconocen
los fundamentos técnicos de la misma.
Así, autores con éxito como Henning Mankel ni las cita en sus obras y
por ello, sitúa la mayoría de sus obras más allá de 1985 o en países en donde no
es posible esta tecnología. Otros como Patricia D. Cornwell cuando las utiliza lo
hace mal y las describe peor.
De todos los autores que conozco que han usado esta técnica sin duda
la mejor es la escritora inglesa Val MacDermid en El cuerpo tatuado (The Grave
Tattoo, 2006).
LA MEDICINA FORENSE Y EL GÉNERO NEGRO – CRIMINAL ACTUAL. LA GLOBALIZACIÓN
La Medicina Forense, la novela y el cine negro siguen un desarrollo
paralelo al avance de la ciencia, pero con el inconveniente de que con la globalización, la información sobre nuevas técnicas llega antes, es muy abundante y, por
ello, no da tiempo a filtrarla. Además resulta que la información que nos llega de
manera global por Internet, documentales, informativos de televisión, etc. suele
ser muy simple, puesto que lo que pretende es llamar la atención de quién la
recibe, y para ello exagera sus ventajas y sus resultados. Por el escaso tiempo de
que disponen no explican, no se interesan por los principios técnicos – científicos
en los que se basan. Con todo quien recibe la información, y más si es lego en la
materia no es capaz de entenderla.
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Los avances técnicos y científicos en la mecánica, la física, la química,
la medicina, la genética, etc. siguen siendo tan espectaculares como siempre y la
exageración antes aludida por los medios de comunicación global sobre sus ventajas llega a tal extremo que da la sensación de que con ellos ya no hace falta nada
más. Así es frecuente oír en radios mensajes publicitarios en los que, haciéndose
“un test genético”, se solucionarán todos los males, ya sean los del colesterol, del
cáncer de colón, e incluso, la impotencia sexual. El mensaje ha calado tan hondo
en todo el mundo que incluso afecta a ambientes que por definición son cultos.
Así, es frecuente en los Tribunales de Justicia que se soliciten pruebas y métodos
de exploración sin ningún sentido o utilidad para el caso que se juzga.
Lo que es evidente es que el escritor novelista, guionista de teatro y cine
debe de entender lo que pretende relatar, y que, si no lo entiende, es imposible
que la haga comprensible al lector – espectador. Por ello, rompe el criterio fundamental, que ha sido siempre la clave del éxito de los grandes autores del género,
“la sencillez”, aquella que al lector – espectador le hace que su obra además de
divertirle, no le angustia y si además es didáctica mejor ya que complementa lo
que dice Umberto Eco en El Nombre de la Rosa, (1980), la necesidad que todos
tenemos de saber – de aprender, lo que muy acertadamente llama “la lujuria del
saber”. Y esta sencillez básicamente se ha conseguido y se consigue siempre utilizando el llamado “Método deductivo” el método que ya explicó el filósofo medieval Guillermo de Ockam y que se conoce como “La teoría – navaja de Ockam”
según la cual la explicación correcta de cualquier problema suele ser la que usa
de manera más simple la información de que dispone, “non sunt multiplicanda
entia praeter necessitatem”, que equivale al llamado “Principio de la Sencillez”
de Feerguson: si existen dos o más teorías para explicar un misterio, la verdadera
es la más sencilla. Los mejores médicos son los que dominan este método, es el
que sigue siendo, a pesar de todos los avances en la técnica del diagnóstico y tratamiento médico, el método fundamental para un buen ejercicio de la medicina.
Es tan importante que al resto de procedimientos técnicos le seguimos y le seguiremos llamando durante muchos años “Métodos Complementarios”.
Arthur Conan Doyle, siendo estudiante de medicina en Edimburgo
aprendió mucho de su profesor, el doctor Joseph Bell, al que tomó como modelo
para idear el personaje del detective Sherlock Holmes. Joseph Bell fue, sin duda,
un gran clínico, tenía fama de adivinar la procedencia y las enfermedades de sus
pacientes por simple deducción. En la segunda novela en la que aparece Sherlock
Holmes, El signo de los cuatro (1890) nos dice que las cualidades que se requieren para ser un detective ideal son: “unos conocimientos necesarios, capacidad
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La nueva ciencia forense en la novela y en el cine actual
de observación y capacidad de deducción”. Con respecto a éstas dice en la misma
obra cuando hace referencia a un policía francés, que le consulta sobre un testamento que: “Posee dos de estas tres facultades necesarias para el detective ideal:
la capacidad de observación y la de deducción. Sólo le faltan conocimientos, y
eso se puede adquirir con el tiempo”. Pues, bien estas condiciones son y siempre
han sido las necesarias para ser un buen Médico Clínico y, por supuesto, un buen
Médico Forense. Y con relación a la Capacidad de deducción, sin duda, Arthur
Conan Doyle la puso en práctica en sus relatos con una eficacia extraordinaria.
LO QUE SE CONOCE EN EL ÁMBITO DE LA JUSTICIA COMO EFECTO CSI
Los errores judiciales, muy frecuentes a causa de la mala praxis pericial
en “la escena del crimen”, se pusieron en evidencia en Estados Unidos en uno
de los casos más mediatizados de la historia: el caso de O.J. Simpson. Tras el
fracaso judicial (se le absolvió por la vía penal y se le condenó por la vía civil) se
determinó la necesidad de crear unas unidades especializadas. Para estimular a
los profesionales de las distintas áreas que se requerían para formarlas tanto en el
campo de la física, de la química, de la medicina, de la biología o de la fotografía,
se puso en marcha, entre otras acciones, el mecanismo de propaganda del cine,
que con series centradas en este tipo de unidades, la más característica de ellas
el CSI, consiguió, con sus grandes índices de audiencia, un amplio eco popular.
El efecto, ante el éxito inesperado de estas series, hizo que se prolongaran en el tiempo. Una vez agotados los guiones muy realistas del principio, se
vieron en la necesidad de recurrir a la fantasía, con lo que si el efecto fue muy
beneficioso al principio, en la actualidad, con esta fantasía ya en exceso, se está
transmitiendo una imagen muy alejada de la realidad, entre otras, como veremos,
la de que todos los laboratorios forenses cuentan con los aparatos más avanzados
y con una gran cantidad de personal altamente cualificado al que se le proporciona unos recursos ilimitados para terminar con éxito todas sus investigaciones. La
realidad es muy distinta.
Hay abogados, jueces y fiscales que ya hablan del “efecto CSI”, en el
sentido de que tienen la impresión de que las personas que intervienen sobre todo
en los juicios con jurado, que ven sin duda estas series, empiezan a exigir en los
juicios pruebas físicas poco razonables. Por otra parte, no hay ninguna duda de
que hoy se recogen y se solicitan, por todas las partes, abogados y fiscales, muchas más pruebas físicas que antes, pruebas que saturan los laboratorios forenses,
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que en nada se parecen a los extraordinarios edificios que con toda clase de lujos
aparecen en la televisión. Es bueno, sin duda, que, todos los que participan, tanto
abogados como fiscales y miembros de los jurados, tengan conocimiento por
medio de estas series de los distintos tipos de pruebas que se pueden hacer. El
error está en que se hace una generalización y que con estas series es muy difícil
enseñar lo que se debe de hacer en un caso determinado, y en justicia todos los
casos son diferentes, son particulares. Antes de que estas series tuvieran éxito, a
los abogados y fiscales les inquietaba que los miembros del jurado no entendieran
la complejidad de las distintas pruebas, la más característica la del ADN. Ahora,
sin embargo les preocupa que no entiendan la diferencia entre la realidad y la
ficción. La afirmación por parte de algunos de que “hay un elevado número de
absoluciones gracias al efecto CSI está aumentando”, pero es un error. No hay
ninguna prueba de ello, salvo casos anecdóticos que la sostenga. Se están haciendo incluso estudios doctorales sobre la influencia de estas series en las decisiones
de los jurados: tres en Estados Unidos y dos en Inglaterra, que yo sepa.
Lo más positivo de estas series ha sido el interés despertado en la especialidad por parte de la juventud universitaria. Lo mismo ocurrió tras el éxito
de otras series televisivas dedicadas a la medicina, a la enseñanza, al derecho,
incluso tras el programa espacial “Apolo”, en donde consiguiendo una mezcla
de intriga, fascinación y ciencia, lleva al público a considerar estas profesiones
como algo importante y emocionante. En cuanto a los jóvenes interesados en las
Ciencias Forenses ha pasado la matriculación en los Cursos de Ciencias Forenses
en Estados Unidos de 4 licenciados en el 2000 a ser la especialidad más elegida
con casi cerca de 500 alumnos sólo en la Universidad de Virginia Occidental.
Con todo, la cantidad de cursos, masters, licenciaturas, doctorandos que se ofrecen ha obligado a los países más organizados como Estados Unidos, Inglaterra,
Francia y Alemania, a establecer normas de acreditación, y esperemos que algún
día se haga aquí en España en donde tenemos el mismo problema pero sin ningún control. Este serviría, junto con el interés de los jóvenes para avanzar en la
investigación básica, para validar las técnicas nuevas, estudiando los principios
básicos, la calidad y las tasas de error de los procedimientos empleados en el
Trabajo Forense.
LOS FILÓLOGOS Y LA MEDICINA
Con el lenguaje nos comunicamos, en todos los ámbitos pero sin duda,
en los médicos es fundamental que con un único término definamos una enfermedad y sus síntomas, y esto sin la ayuda del filólogo, del conocedor de las lenguas
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La nueva ciencia forense en la novela y en el cine actual
hoy es imposible. Es tan rápido el avance de la ciencia y de la medicina que no
da tiempo al investigador a crear un lenguaje adecuado – correcto, que nos permita comunicarnos entre nosotros, y si no somos capaces de entendernos entre
nosotros con términos con un significado único es imposible que nos entiendan
los demás a quienes nos dirigimos. Por ello, es una necesidad urgente que el estudioso de las lenguas, “el filólogo”, siga ayudando al médico, al investigador, como
lo hizo anteriormente. Ejemplos los tenemos y muchos, como cuando tuvieron la
necesidad de nombrar con un término que no fuera ofensivo al mentiroso patológico
y estos propusieron el término de “Síndrome de Munchausen”, o cuando se tuvo
la necesidad de explicar con claridad la agresión de tipo psicológico y propusieron
el de “Luz de Gas”. Y, sobre todo, que no se permitan barbaridades, como la que
se ha producido con el pobre Diógenes de Sínope – el cínico, el perro (400-323
a.c.). Se ha dado su nombre a un síndrome cuya clínica no tiene nada que ver con
él, todo lo contrario de lo que pretendía este gran filósofo griego, ya que no se
rodeó nunca de basura, ni pretendió nunca acaparar ningún bien material, al revés
rechazó aquellos que incluso los reyes le ofrecieron.
Médico Forense
Escuela Judicial Española
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