Libro Nº 8 - La edad de las sombras breves [Alef Guimel]

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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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La edad
de las
sombras breves
Álef Guímel
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La edad de las sombras breves
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Primera edición: 1992
(Portada Original remasterizada)
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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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Álef Guímel
2012
Publicado por:
Escritores Teocráticos Ediciones
www.alefguimel.net
Primera edición: 1992
Clasificación: Cuentos, Prosas, Poemas
Contenido: 14 obras.
“Estás en esa edad en que la sombra es breve,
es juguetona y ágil, a veces invisible,
te persigue traviesa, ligera, inquieta y leve,
porque ella te conoce veloz, imprevisible.”
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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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MONTEVIDEO
1992
INDICE
1. La edad de las sombras breves.
2. Una aventura imprevista con la hormiga periodista.
3. El Doctor Bigoteli
4. El valor de la esperanza.
5. Descubre tus dotes.
6. La insólita asamblea de Encareani.
7. La paloma mensajera.
8. Carta a una muchachita abochornada.
9. Las vacas han seguido adelgazando.
10. El toque final.
11. ¡Con la vida no se juega!
12. Dios nos entiende a todos.
13. El más deseado encuentro.
14. Herencia feliz.
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—La Edad de las Sombras Breves—
No hay familia completa sin niños. No hay país que perdure sin ellos. Son y han sido
siempre el móvil indirecto de las grandes obras, que casi no tendrían razón de ser si no
supiéramos que nacerán y crecerán otros que las disfruten.
Mientras la muerte exista, la posteridad será la inspiradora de todo lo que se proyecta
hacia el futuro.
Por eso, es importante que hayas nacido tú, el pequeño lector o lectora que sostiene
este libro entre sus manos. Tu vida nueva tiene un gran valor, aunque tal vez no lo hayas
descubierto todavía.
La Biblia nos dice que Dios puede leer el registro que contiene el embrión, el paquetito
milagroso en que comienza la vida de cada niño. Es un código secreto que solo Él puede
descifrar. Allí hay valores que deben cultivarse y cualidades que pueden ser la base de
grandes logros.
Cada niño que se forma y nace es una promesa, y Dios quiere verla totalmente
realizada. No olvides que tu vida es tu más valiosa posesión. Cúidala, obedeciendo a los
que te cuidan. Úsala sabiamente, con un noble propósito, porque sería muy triste
descubrir un día que has vivido en vano.
¡Cómo nos gusta verte, en las calles, en las plazas, seguido por tu sombra inquieta y
breve, jugando, riendo, como un afiche viviente del gozo de existir!
Junto a ti pasan muchos que ya perdieron el deseo de correr y jugar. Se mueven con
paso lento, proyectando una sombra cansada, porque a medida que el tiempo transcurre,
la vida va poniendo sobre nosotros distintas cargas.
Cuando Dios ideó el maravilloso arreglo de la familia, se propuso que la Niñez fuese
una edad feliz y sin problemas serios. La misión de los padres sería detener y disipar las
sombras que amenazaran el bienestar del niño. Generalmente es así, en los hogares
donde el padre y la madre ocupan dignamente el lugar que Dios les asignó. Entonces, en
sentido espiritual también, esos niños disfrutan de la edad de las sombras breves.
Pero, el sistema defectuoso en que vivimos, no les paga a todos los niños las
monedas de gozo que les debe en esos años formativos. Algunos tienen que sentir la
mordedura del dolor demasiado temprano, porque uno de los padres muere, o porque uno
de ellos abandona el hogar y los priva de su amor y protección.
Donde hay lucha económica y estrecheces, siempre hay comparaciones tristes entre
la ropa de los niños pobres y la de los niños adinerados, entre los juguetes baratos y los
juguetes deslumbrantes que otros tienen y exhiben.
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Hay un pensamiento muy consolador que queremos compartir contigo. Las cosas de
enorme valor, están allí para todos: el sol, las estrellas, las flores, los árboles.
Especialmente, algo cuya cotización es imposible medir en cifras matemáticas: el amor de
Dios. En cuanto a esos bienes, no necesitamos ser más pobres que los demás. El Creador
puso todo lo invalorable y lo imperecedero en medida plena a nuestro alcance, así como
su amor y su ternura de padre. El rey David expresa muy bien esto en el Salmo 27:10: “En
caso de que mi propio padre y mi propia madre de veras me dejaran, aún Jehová mismo
me acogería”.
Acepta la ayuda y la guía de los que te hablan bien de Dios y te enseñan a
obedecerle. De ese modo, nunca perderás el beneficio de lo que aprendas en estos días,
cuando estás caminando por la tierra con tu sombra movediza y cortita.
Álef Guímel
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La edad de las sombras breves
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Una Aventura Imprevista
con la Hormiga Periodista
Fabricio era muy estudioso y le encantaban los insectos. Pasaba horas
observándolos y leía con gran placer los libros que hablaban de ellos y sus costumbres. Se
encariñaba tanto con ellos al conocerlos mejor, que sufría si alguien les hacía daño.
Cuando estaba de vacaciones de la escuela, en verano, pasaba horas en el jardín y en el
parque, localizando insectos y consultando libros acerca de ellos. Cuando el jardinero
quería matar hormigas, tenía que avisarle con anticipación a los padres del niño, para que
lo enviaran a la casa de algún familiar a pasar unas horas, de modo que él ni se enterara
de que tal trabajo había sido realizado, porque hasta lloraba de pena.
Aparte de la máquina que el jardinero usaba para introducir profundamente el
veneno cuando descubría la boca de un hormiguero, también tenía un aerosol para atacar
insectos individuales.
Una tarde, Fabricio vio que el jardinero se preparaba para fumigar una hormiga que
descendía por el tronco del rosal que estaba junto a su ventana. Movido por un
sentimiento que era más fuerte que él, corrió y cubrió con ambas manos al insecto que
descendía, arrastrando un peso de hojas que era muy superior a su cuerpo.
El jardinero se echó a reír y comentó:_ Si dependiera de ti, tu madre nunca tendría
rosas. ¡Qué sentimentalismo exagerado!
Cuando el verdugo se alejó, Fabricio contempló a la pequeña obrera y le habló
cariñosamente: - Tal vez no te imagines que ese momento de oscuridad en que te viste
atrapada te salvó de una lluvia tóxica que hubiera enfermado tu cuerpo y hubiera
apresurado tu muerte. Si pudieras entender mi cariño y mi admiración, eso te haría sentir
muy bien.
Para sorpresa suya, la hormiga lo enfrentó y extendió sus patitas, como hacen cuando se
acarician entre ellas. Una vocecita fina, como un hilo de plata, casi imperceptible, le
respondió:
- Estoy infinitamente agradecida por tu protección. Pocas veces encontramos un
amigo verdadero fuera de nuestra raza, y aún dentro de ella, tenemos que cuidarnos de
nuestros enemigos. Ese cariño de que me hablas es un aire cálido que me envuelve y me
hace sentir apreciada. Lo percibo y lo valoro grandemente. Me gustaría recompensarte por
el bien que me has hecho, haciéndote entender todo lo referente a mi pueblo, sus
costumbres y sus logros. Si quieres venir conmigo te haré conocer mi ciudad. Lo único que
necesitas es un par de pequeños prismáticos que magnifiquen las cosas insignificantes.
- Tengo unos que uso cuando voy con mis padres al teatro o a algún espectáculo
deportivo. Pero ¿cómo podría ver algo de lo que pasa en tu ciudad subterránea, si allí todo
está oscuro, y yo por mi tamaño no podré entrar?
- Yo te proporcionaré unos cristales que se adherirán a los lentes de tus prismáticos.
Es algo único en el mundo, que reaccionan en la oscuridad, revelando lo que existe donde
la luz no llega. Verás muchas cosas que la mayoría de los humanos ni siquiera imagina.
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Fabricio corrió a su casa y volvió con los prismáticos. La hormiga lo esperó en el mismo
lugar, junto a su ventana. El verdugo jardinero había dado el día por terminado y no había
peligro en esperar allí. Fabricio no se demoró, emocionado por la invitación que acababa
de recibir.
- Hace menos de media hora que nos conocemos, pero ya somos grandes amigos,
aunque no hemos sido presentados. Yo me llamo Fabricio. Quiero saber tu nombre,
porque para mí es muy importante poder nombrar o que aprecio.
- Mi nombre representa una de las cualidades más notables de mi raza. Me llamo
Clemencia. Tendrás que seguirme muy lentamente, porque hay mucha diferencia entre tu
paso y el mío.
- No importa, Clemencia. El privilegio que me has ofrecido vale la pena, aunque
tardemos horas en llegar a tu hormiguero.
Pero, no fueron horas. Pronto estaban al pie de un árbol grande en la plaza que
estaba frente a la casa de Fabricio. Entre las hojas secas que cubrían sus raíces salientes,
estaba oculta la entrada del hormiguero.
- Esta es la puerta de entrada a mi ciudad, Fabricio. Debo entrar y traerte esos
lentes especiales de que te hablé. Luego enfocarás los puntos que yo indique. Me quedaré
a tu lado para darte las explicaciones necesarias.
- ¡Gracias Clemencia! ¡Me siento tan feliz por haberte conocido! Hay algo especial en
ti. ¿Crees que cualquier hormiga podría enseñarme tanto como tú?
- Tal vez no. Entre nosotras hay muchas obreras fieles que se concentran en su
trabajo y obran sólo por instinto. Yo, en cambio, siempre tuve inclinaciones intelectuales.
Me gusta el periodismo. Pienso que es útil informarse y poder informar a los demás. La
vida tiene un sabor distinto cuando uno conoce el porqué de las cosas que suceden.
Espérame aquí por favor.
En breve tiempo Clemencia volvió cargando sobre sí algo que parecían dos
minúsculas hojuelas transparentes, como los lentes de contacto que usa la gente, pero
mucho más pequeños. Los lamió para que se adhirieran mejor y puso cada uno sobre el
lente de los prismáticos. Luego, le indicó a Fabricio que apartara la hojarasca que ocultaba
la entrada del hormiguero.
Estaba cayendo el sol, por lo tanto, su luz no interfería con el destello suave que
empezaron a emitir los misteriosos cristales que Clemencia aplicó a los prismáticos del
niño. Era algo parecido a la fosforescencia que tienen los números de algunos relojes en la
oscuridad.
- ¿Ves algo, Fabricio?
- Solamente contornos borrosos. Parece que hay paredes divisorias.
- Si, las hay. Tus ojos tienen que acostumbrarse a mirar a través de esos lentes,
para apreciar mejor los detalles. Coméntame todo lo que ves.
- Parece que no hemos elegido un buen día para investigar tu ciudad, Clemencia.
Veo un espacio amplio y una cantidad de habitantes luchando entre sí. Han formado un
gran montón. ¡Con seguridad que las que están más abajo no van a salir con vida! ¿Habrá
estallado una revolución?
- ¡Lejos de eso, Fabricio! El espacio grande es nuestra plaza de deportes. Lo que
están haciendo es un espectáculo deportivo para entretenimiento, y para estar en buena
condición física. Se suben unas sobre otras, enredan las patas y las antenas, se levantan,
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se revuelca todo el grupo junto, pero jamás se hacen daño entre sí. No usan para nada el
veneno que usan contra los adversarios. Jamás queda una compañera muerta ni herida a
causa de estas formas de diversión. Ahora, mueve tus lentes de arriba hacia abajo para
apreciar la profundidad del complejo habitacional.
- ¡Es magnífico, Clemencia! ¡Tiene varios pisos!
- Ciertamente. Fíjate en la cantidad de corredores y pasillos que unen las
ramificaciones.
- Es un verdadero laberinto. Me asombra que ustedes no se pierdan al ir de un lado
al otro.
- No, Fabricio. Eso le pasaría solamente a una obrera muy cansada, como por
ejemplo las que vuelven de un largo viaje cargando pesos superiores a los de su propio
cuerpo. Cada tanto alguna se desmaya al llegar a la puerta del hormiguero, como si
hubiera estado controlando sus fuerzas para que le alcanzaran hasta el mismo momento
de llegar y entregar su carga. En esos casos, las guardianas que están a la puerta la
limpian del polvo del camino, la cepillan, la acaricia y ellas mismas la conducen a una de
las habitaciones destinadas al descanso. Allí la dejan sola, durmiendo un profundo sueño
para que se recupere de la extenuación.
- ¡Le brindan el servicio de una clínica especializada, entonces! Ahora, permíteme
hacerte una pregunta. Antes de llegar a tu hormiguero con su entrada disimulada,
pasamos junto a varios cráteres que eran entradas a otros hormigueros. ¿Sabe cada
hormiga cuál es el que le pertenece y son independientes a pesar de estar tan cercanos
unos de otros?
- Te explicaré, Fabricio. Son barrios de la ciudad, o aldeas con organización propia.
Cada habitante conoce su barrio, y es tratada por las demás como miembro de la
comunidad. La ciudad entera puede ser muy extensa. Un humano lo entendería mejor si
dijéramos que debería caminar de sol a sol para cruzarla. Los que prefieren hacer una
cúpula en vez de esconder la entrada, tienen un propósito práctico. Esos cráteres son
incubadoras para las larvas, porque conservan el calor del sol y tienen una temperatura
más elevada que a que hay al aire libre en el exterior. Pero, hay una desventaja en esto:
los bebés están expuestos a cualquier ataque enemigo por otras castas de hormigas
delincuentes que toman por sorpresa a las aldeas con el fin de llevarse a las larvas,
terminar de criarlas, y convertirlas en esclavas que trabajan hasta la muerte para
enriquecer a sus raptores.
- No me imaginaba que las hormigas se tuvieran que enfrentar a tal piratería,
Clemencia.
- Sí, entre nosotras hay toda clase de dramas, violación de derechos, asaltos y
crimen organizado. Como sucede entre los hombres, tenemos aliados y enemigos.
Sabemos en quienes confiar y contra quienes estar en guardia. A veces se producen sitios
y bloqueos y podemos caer en emboscadas. La defensa puede ser pasiva, excepto cuando
nos encontramos ante un ataque en masa. Aunque produzca una retirada sorpresiva del
enemigo, es necesario seguir vigilando. De pronto, el peligro de invasión vuelve a
aparecer y la vigilancia se convierte en defensa heroica. No podemos tolerar que otras
colonias, a las cuales no hemos provocado, vengan a quitarnos la paz sorpresivamente. Lo
que más nos indigna son las razzias de las castas más fuertes que atacan a las
comunidades más débiles para llevarse a los bebés no nacidos, con el fin de tener
esclavos que trabajes para ellas, como ya te mencioné.
- Me has dejado asombrado, Clemencia. ¿Cómo preparan esos ataques los pueblos
más fuertes?
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- Aprovechan la naturaleza hospitalaria de los demás. Nosotros rara vez nos
inquietamos si entran dos o tres extrañas en la aldea, pretendiendo ser turistas curiosas
que andan de vacaciones. Las tratamos bien y no las atacamos. Más tarde, nos enteramos
de que eran espías, cuando vemos varios escuadrones de la misma casta sitiando nuestro
hormiguero, listos para una invasión. Entonces, organizamos urgentemente el
contraataque. Sin pérdida de tiempo, juntamos los granitos de arena que haya adentro
para tapiar la entrada. Pero, las invasoras siempre logran su objetivo. Se amotinan por
medio de señales y atacan todas juntas, haciendo ceder las barricadas, y revolcando por el
suelo a las guardianas que defienden la puerta, con el fin de pasarles por encima.
- Por lo que veo, es el mismo procedimiento que se usaba antes, en la guerra cuerpo
a cuerpo, para hacer caer los castillos y las fortalezas.
- Lo que te puedo afirmar, Fabricio, es que los resultados son siempre
desalentadores, porque las que organizan invasiones con el fin de robar, son más fuertes
y más astutas que las colonias sosegadas, que están contentas con vivir en su lugar,
cumpliendo con su trabajo y cuidando de la nueva generación sin codiciar la tierra de las
otras ni secuestrar larvas para esclavizarlas desde el nacimiento.
- ¡Me imagino, Clemencia, como se preocuparán ustedes por esas larvas cuando se
acerca una invasión!
- Es verdad. Las que estamos en pie nos apresuramos a las habitaciones de las
ninfas, las hormigas no nacidas aún, que están envueltas en los pañales blancos que
tejemos para protegerlas. Las cargamos sobre nuestra espalda y tratamos de escapar con
ellas para salvar tantas como sea posible. Ingenuamente, tratamos de burlar la vigilancia
del enemigo, apostado en las sandalias del hormiguero. Pero es un vano intento. Dejan
salir a las madres fecundadas y a las que van sin carga, pero nunca a las que cargan
ninfas para salvarlas de la esclavitud.
Es triste verlas alejarse con los bebés no
nacidos envueltos en sus telas blancas. Valiosa carga de futuras esclavas que trabajarán
para enriquecer a sus secuestradoras, trayendo alimento a la tribu delincuente con gran
esfuerzo, desde la cuna hasta la tumba.
- ¿Qué sucede con las que quedan con vida, y con esas futuras mamás que dejan
pasar sin hacerles daño?
- Las dejan tranquilas para que preparen la futura cosecha de ninfas que las
agresoras se llevarán en una próxima invasión.
- ¿Saben ellas cuidar de las ninfas de otra casta cuando las raptan?
- Las que las cuidan amorosamente hasta que nacen, son las esclavas de la misma
casta, que fueron secuestradas en una razzia anterior, cuando ellas mismas eran ninfas en
pañales. Así siguen en ese humillante sometimiento, generación tras generación.
- ¿No se rebelan contra sus opresores ni forman conspiraciones cuando son tan
numerosas dentro de una aldea enemiga?
- No, no actúan de esa manera, porque no son maltratadas y tienen libertad para
entrar y salir. Se acostumbran y no tratan de cambiar su condición. Nacieron en la
esclavitud y no conocieron el hormiguero que es su verdadera patria.
- Entonces, ¿se puede decir que son esclavas voluntarias, o conformistas que no
tienen iniciativa?
- Yo diría que no es simple conformismo o resignación ante lo inevitable, Fabricio.
Por naturaleza, las hormigas amamos nuestro hogar, sea el que nos da la vida o el que
nos adopta antes del nacimiento. Amamos la congregación donde echamos raíces, sea
uno reina, madre o esclava. Si pertenecemos a una colonia pobre, saqueada por los más
fuertes, la reconstruimos y la cuidamos aunque sepamos que la historia va a volver a
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repetirse. A pesar de vivir en peligro, las comunidades pequeñas tienen espíritu
progresista, siempre reconstruyen lo perdido.
- Cuéntame algo más de las dependencias de un hormiguero, Clemencia. Veo
muchas habitaciones al mover los prismáticos de un lado a otro.
- Es cierto. Tenemos almacenes, graneros, salas comunes, piezas para criar los
bebés y también instalaciones sanitarias. Según el tamaño de la colonia, se destinan
varios compartimientos para depositar residuos orgánicos. Se considera un pecado craso
ensuciar el hormiguero.
- Son fanáticas por la limpieza, igual que las abejas.
- También nos interesa mucho el arreglo personal. Es una forma de intercambiar
estímulo al acariciarnos cuando nos encontramos. Nos hacemos masajes y tratamientos de
belleza una a otra, varias veces por día. Todo esto nos ayuda a sobrellevar la carga del
trabajo rutinario, que no es poco. Continuamente lamemos los huevos, porque eso los
fortalece debido a las sustancias que contiene nuestra saliva. Cambiamos de lugar las
larvas para que no sufran frío y crezcan mejor. Tejemos los pañales para envolverlas
cuando se acerca el nacimiento. En cuanto a lo que viene de afuera, granos, fruta y
legumbres, es necesario prepararlo para conservarlo para el invierno. Algunas de estas
provisiones las convertimos en líquido, otras en pasta, otras en picadillo.
- Ahora, cuéntame algo sobre la preparación que hacen para la guerra, Clemencia.
¿Cuáles son las armas de tu pueblo?
- Usamos las mandíbulas para cortar el cuello de los enemigos.
Tenemos
un
aguijón para clavar y un saco lleno de veneno. Algunas castas tienen un bolsillo trasero
lleno de veneno mortal para lanzarlo al aire como vapor en los casos extremos, cuando les
va mal en un combate decisivo. Pero, no matamos por matar, o para jactarnos de las
bajas. Si ese veneno nos alcanza a nosotras mismas, también nos mata. Pero, preferimos
no llegar a los extremos. Nuestra solidaridad con nuestros congéneres siempre resurge. A
veces, en medio de un combate violento, si nos damos cuenta de que una enemiga está
hambrienta y desfalleciendo, detenemos la lucha y la alimentamos.
- Ahora entiendo mejor porqué, según dijiste, tu nombre, Clemencia, representa una
de las cualidades más notables de tu especie. Estaba pensando, ¿sucede entre ustedes
como entre las abejas, que al encontrarse dos reinas se desata un combate furioso en que
una de las dos tiene que morir?
- Eso no existe entre nosotras, Fabricio. A veces, las reinas de hormigueros vecinos
se buscan para consultarse y hacer decisiones sobre problemas que afectan al pueblo
obrero. Puede que decidan abandonar la casa paterna, o emigrar en busca de alimento.
Cualquier circunstancia adversa puede afectar a varias comunidades y la decisión final va
a surgir de una consulta entre las reinas.
Me entusiasma mucho saber todo esto, Clemencia. Quisiera hacer una pregunta
más, si no estás cansada del interrogatorio. ¿Cómo aprendieron sus técnicas de defensa?
Ustedes tienen una sabiduría que a los militares humanos les lleva años abarcar en sus
estudios.
- Las hormigas tenemos dos desventajas notables. Una, es la vista deficiente, que
es cosa natural en nuestra especie, y la otra, es la edad limitada.
- Si, eso lo sabía. Las hormigas son casi ciegas, y algunas privilegiadas, como las
reinas, pueden alcanzar una edad de quince años como máximo. Sé que las hormigas,
sean machos o hembras, conservan las alas mientras son vírgenes. En el vuelo nupcial,
como en el caso de las abejas, los machos mueren al fecundar, cuando caen a tierra al
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perder las alas. Por eso viven sólo cinco o seis semanas. De modo que, no pueden
aprender por observación ni por experiencia, como nosotros los humanos. Entonces,
debe ser por instinto.
- Si; creo que esa es la palabra con que ustedes defienden la conducta que Dios le
señaló a cada poblador del Reino Animal.
- A mí me enseñaron en la escuela que cada animal y cada insecto, tiene circuitos
mentales implantados que los hacen proceder de ciertas maneras para subsistir,
defenderse y procrear.
- Bueno, ustedes usan definiciones complicadas para lo que nosotros consideramos
simple rutina, Fabricio, está cayendo la noche. Tú ya deberías estar en tu casa. Ha sido
un placer conocerte y disfrutar de tu compañía.
- Lo mismo digo, Clemencia. Este será uno de mis días inolvidables, porque aprendí
tanto y de una manera tan grata.
Luego de la cordial despedida, Fabricio corrió la distancia que lo separaba de su hogar,
llevando los prismáticos a los cuales Clemencia había adherido los pequeños lentes que
le habían permitido ver el interior del hormiguero. Se sentía enriquecido mentalmente, y
muy privilegiado por aquella singular aventura.
Cuando iba llegando a su hogar, se encontró con sus padres que salían a buscarlo,
preocupados por su tardanza. Con entusiasmo burbujeante les contó todo lo que había
visto y oído. Cuando entraron en la casa quiso mostrarles los lentes que habían hecho
posible la minuciosa investigación. Pero con tristeza, comprobó que los había perdido al
cruzar la plaza corriendo.
Sus padres le dijeron: - Ahora es noche, y sería imposible encontrarlos. Mañana
nos levantaremos todos al amanecer y te ayudaremos a buscarlos cuidadosamente,
recorriendo de nuevo el camino hasta el hormiguero. A esa hora no hay gente en la
plaza. Difícilmente alguien nos ganará de mano en encontrarlos.
Así lo hicieron y toda la familia cooperó en la búsqueda, pero fue un intento inútil.
Aquellos minúsculos lentes, transparentes, cristalinos, no fueron hallados. ¡Y Clemencia
le había advertido que eran únicos en el mundo!
(Basado en el libro de Mauricio Maeterlinck
"La Vida De Las Hormigas")
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EL DOCTOR BIGOTELI
Las ambiciones desmedidas han sido causa de ruina para los que no supieron
mantenerlas dentro del marco que les correspondía. Las dejaron llenarse de efervescencia
y rebalsar el envase, como sucede con los vinos espumantes cuando los agitan.
El que entiende su lugar y lo conserva se ahorra grandes desilusiones. El mundo
sintetiza esto en un conocido refrán: "El que mucho abarca poco aprieta". La Biblia lo
describe con otras palabras: " Es correr tras el viento".
Y a propósito de esto, quiero contarle la historia de un gato muy ambicioso que
soñaba con fundar una república y ser presidente vitalicio, candidato único de un solo
partido político que no toleraría rivalidad, como se ve en algunos países del mundo hoy en
día.
Sabía por donde empezar, pero no sabía cómo iba a terminar, igual que aquel
aviador loco que después de las primeras lecciones de vuelo se elevó a las alturas para
sentir esa nueva emoción, y cuando estaba arriba, se acordó de que no había aprendido a
aterrizar.
Antes que nada, debía convencer a los que lo escucharan y formar un grupo de
leales seguidores. Era necesario emitir algunas promesas tentadoras, aunque no llegaran a
cumplirse. Luego, era imprescindible fijar un lugar de encuentro para que tales partidarios
disfrutaran de la encendida oratoria del candidato exclusivo.
El próximo paso sería cambiarse de nombre. Siempre le habían llamado "El
Manchado", pero no podía presentar su candidatura con un nombre tan vulgar. Ahora
estaba muy consciente de su apariencia. Se lavaba la cara con esmero y se alisaba el
bigote varias veces por día. Por eso, uno de sus admiradores sugirió que se presentara
como "El doctor Bigoteli". Después de todo, es normal en el mundo usar el título de
Doctor para actuar en política, aunque uno nunca haya completado una carrera.
Tanto el Manchado como sus seguidores se habían criado en un barrio pobre de
casas de madera y techos de cinc. Tal vez, si hubiera sido un gato fino, mimado por los
dueños de una casa lujosa, se hubiera sentido tan satisfecho de la vida, que nunca
hubiera pensado en escalar posiciones entre la sociedad gatuna.
Intentaron fijar diferentes puntos de reunión, pero los techos de cinc son por
demás sensitivos a las pisadas de cualquier intruso. Los vecinos, enojados, los corrían a
pedradas y no los dejaban organizar sus asambleas. Al fin tuvieron la felicidad de
descubrir el techo de don Raimundo. El era un hombre de edad que había quedado viudo
y vivía solo. Sus hijos ya estaban casados y cada uno tenía su propio hogar. Don
Raimundo sufría de ciática y le costaba mucho trabajo arrimar una escalera a uno de los
lados de la casa y subir para correr los gatos. Pero no dejaba de fastidiarse oyendo aquel
ir y venir sobre sus techos y los largos intercambios de opiniones y comentarios que los
gatos hacían en su idioma.
Sobre la casa de don Raimundo tuvieron tranquilidad y privacidad para realizar sus
reuniones. Las mejores ideas prosperaron y al fin dieron forma a un gran programa de
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gobierno. El entusiasmo de todos ascendió al punto máximo cuando se anunció la próxima
fundación de la R.U.A.F. (República Unida de la Asociación Felina).
Se adoptaron varios lemas:
Mejorar el suministro de leche.
Pescado irrestricto.
Remuneraciones especiales a los que más contribuyen a la propagación de la especie.
Se votó por unanimidad la fundación de S.E.G. (Servicio de Espionaje Gatuno ) que
se encargaría de localizar a las amas de casa que no tenían por costumbre cerrar las
puertas y ventanas de sus cocinas, y descubrir pistas certeras que conducen a las colonias
de ratones.
El doctor Bigoteli sentía que la respuesta de sus co-partidistas era cada vez más
cálida. Les estaba ganando el lado del corazón. El abrazaba a los bebés y les lavaba la
cara con su lengua, lo cual casi derretía el corazón de sus padres. Como conferenciante
era cada vez más hábil. Llegó a ser un orador de tres adjetivos. Por ejemplo al describir
las carencias de los gatos sin dueño, el no decía simplemente: "Esta es la pura verdad".
Sino "Esta es la pura, la amarga, la triste verdad". "Cuando triunfe nuestra causa, noble
justa y soberana, todos tendremos un físico envidiable. Hasta las más golosas, molestas e
insaciables pulgas, sentirán respecto por nuestra lustrosa, opulenta y bien plantada
presencia".
Aquellas reuniones políticas eran cada vez más emotivas y el número de los
concurrentes iba en aumento. Don Raimundo estaba llegando al punto de saturación. Un
día lo visitó uno de sus hijos y él comentó:
"Estoy cansado, aburrido y réquete harto de estos gatos que pasan, que pesan,
que pisan y posan sobre mi techo. Tengo que encontrar la forma de ponerlos en su lugar.
Estoy seguro de que el Manchado es el que los hace venir a todos acá, porque en la calle
todos lo rodean como si fuera un caudillo".
El hijo preparó una trampa y volvió al día siguiente. El mismo la colocó sobre el
techo y puso mucho pescado en ella. Casualmente, era esa la noche más esperada,
cuando iba as ser proclamada la fundación de la R.U.A.F., la nueva república. Al caer la
tarde, los concurrentes de costumbre vieron a un hombre joven sobre el techo, colocando
una caja de alambre, como una jaula grande. Desconfiaron y se mantuvieron a distancia.
El Manchado llegó cuando era noche cerrada. El siempre se demoraba a propósito.
Era más distinguido hacerse esperar, y luego sentir la emoción de estar ante un auditorio
lleno de expectativa. Esa noche especial se sorprendió al no encontrar a nadie. ¿Qué
estaba sucediendo? ¡No era posible que hubieran perdido fe en la nueva república!
De pronto, lo envolvió un irresistible olor a pescado. Posiblemente, allí estaba la
explicación. Habían preparado una fiesta sorpresa para agasajarlo, y estaban escondidos
para aparecer de golpe y rodearlo y vivarlo. Todo era un poco extraño. Parecía que se
estaban cumpliendo las promesas que él mismo había hecho con la seguridad de que sólo
por un milagro podrían lograrse. Sin embargo el pescado era real... ¿Quién lo merecía más
que él después de elevar el estado de ánimo del pueblo y revivir sus mustias esperanzas?
Entró en la trampa sin calcular que estaba cambiando su libertad por el placer
pasajero del estómago. Se sintió muy sorprendido y confundido cuando saltó el resorte y
cayó la tapa.
Al otro día, el hijo de don Raimundo entregó la trampa a un amigo que viajaba en
su camión hasta la frontera de un país lejano. Hasta allá fue el Manchado y en un campo
lo soltaron, con la esperanza de que nunca hallara el camino de vuelta.
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La edad de las sombras breves
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En el exilio, sus ambiciones se desinflaron y volvieron al tamaño normal. Más de una vez
pensó con nostalgia en sus hijos que lo estarían buscando sobre los techos de la vecindad.
Ahora no tenía nada para legarles, ni un nombre ilustre, ni fama, ni títulos. No encontró
ninguna pista que lo orientara para volver. Había querido abarcar tanto sin apretar nada.
Había corrido tras el viento para llegar adónde no quería ir.
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La edad de las sombras breves
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El valor de la esperanza
Un señor llamado Claudio pasaba caminando lentamente frente al vivero "Siempre
verde", cuando oyó la voz melodiosa de un canario. Se detuvo y entró para ver si podía
comprarlo. El vivero exhibía pequeñas jaulas entre sus impactantes plantas y flores, y
muchos clientes compraban allí esos minúsculos prisioneros nacidos y criados en
cautiverio, que cantaban por instinto, no por gozo de corazón. Cantaban para olvidar el
malestar de sus alas ansiosas del cielo, que no se movían mucho porque se herían
chocando contra los alambres que las detenían.
El señor Claudio amaba los pájaros y estaba construyendo una enorme jaula, tan
grande como el vivero mismo, para soportarlos allí y dejarlos vivir una vida más natural,
sin que se sintieran oprimidos. A la vez, no estarían solos, sería una maravillosa
congregación llena de felicidad, en que cada habitante estimularía a los demás a expresar
melodiosamente el gozo de vivir.
Claudio entendía que los habitantes del Reino Animal igual que el hombre,
necesitan la compañía de los de su propio género, y les resulta duro y difícil vivir aislados.
Con la imaginación, estaba gozando anticipadamente del éxito de su proyecto. Se veía a sí
mismo entrando y saliendo de aquella enorme jaula que ya estaban construyendo de
acuerdo a su diseño, y disfrutando de la felicidad de aquellos pájaros que vivirían
protegidos en su libertad relativa. El sería el dueño de todas aquellas almitas con alas; él
los había comprado uno por uno, por un precio convenido.
El dueño del vivero guió a Claudio hasta la morada de Noni, el canario que lo había
atraído con su canto.
-¿Por qué los tienen en jaulas tan pequeñas? Eso los hace sufrir mucho. Este tiene
un cuerpecito insignificante. Parece que no se alimenta bien.
-Noni es mañoso para comer- respondió el dueño-, por eso es tan menudito. Pero
tiene una hermosa voz para cantar. Los tenemos en jaulas chiquitas porque el comprador
ya lo tiene listo para llevárselo en ella. Este hace bastante tiempo que está aquí. Lo ven
tan flaquito que no se deciden a comprarlo. Tal vez piensen que está enfermo y no va a
vivir mucho. Pero el mal de Noni es melancolía. Si alguien lo pusiera en una jaula grande y
lo mimara un poco, su ánimo mejoraría y se alimentaría adecuadamente.
Claudio se acercó a la jaulita y le habló con dulzura al menudo prisionero. Aquella
ternura especial fue algo nuevo, que le dio al pajarillo ganas de vivir. Una esperanza
reconfortante inundó su pecho. Quizás había llegado la hora de tener un dueño amoroso
que lo liberara de aquella jaula demasiado estrecha. La esperanza le dio fuerzas para
cantar y soltó al aire sus mejores trinos.
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Claudio estaba convencido de que debía comprarlo, pero no podía ser en ese
momento. Le explicó al dueño del vivero:
-No puedo llevármelo ahora porque ando sin el auto y tardaré muchas horas en
llegar a casa. Voy a una reunión de directorio aquí cerca, y luego tengo que acompañar a
otros a ver unas tierras que queremos comprar fuera de la capita, para trasladar nuestra
fábrica. Pero mañana sin falta volveré al caer la tarde y me lo llevaré. La vida de Noni
cambiará radicalmente. A propósito, ¿por qué le pusieron ese nombre?
-En todas las jaulitas figura un nombre con la primera sílaba del mes en que
nacieron -explicó el dueño-. Este nació en noviembre. Allí hay tres que nacieron en
diciembre, Dili, Dino y Diki. Más allá están Eni y Febi.
Lamentablemente, Noni no entendía el lenguaje humano. Cuando vio que aquel
hombre de mirada tierna se alejaba sin llevarlo, su pequeño corazón se llenó de sombras.
Pensó que Claudio lo rechazaba por su físico insignificante, como los otros compradores.
La esperanza recién implantada empezó a marchitarse como una planta que no ser
riega. Cayó la noche y su pesimismo se hizo más profundo. Cuando amaneció el nuevo
día, la luz del sol y el canto de las otras aves encendió en él una chispa de ilusión. Tal vez
el hombre bueno volvería para llevarlo con él.
Pero las horas pasaban y Noni no tenía ganas de comer ni de beber. Era un día
húmedo y pesado. Escondió la cabeza debajo de una de sus alas y permitió que la
modorra de la siesta lo aplastara por completo. El agua y el alpiste estaban allí en vano.
Dejó morir la esperanza y ya no tenía motivo ni para comer ni para cantar. Cuando
Claudio vino a buscarlo ya era demasiado tarde.
El comprador, desilusionado, se lamentó contándole al dueño del vivero:
-¡Cómo me hubiera gustado sacar a Noni de aquí y verlo feliz en la jaula que estoy
construyendo! Está en el medio de la finca que heredé de mi padre, y hay varios árboles
frondosos que quedarán dentro de ella. Allí nunca faltará alimento. En el medio habrá una
fuente para beber, en que el agua será continuamente renovada. Es un lugar en que
ningún ave buscará la muerte por no poder soportar la vida.
Te he contado esta historia para dejar impresa en tu mente una ilustración muy
importante acerca del valor de la esperanza. Noni cometió dos errores muy serios que
tanto los mayores como los niños debemos aprender a evitar.
1- Menospreció el valor del alimento y se condenó a sí mismo al raquitismo. Esto es
grave, tanto en el caso del alimento material como en el alimento espiritual. Nuestra fe
necesita riego constante y cuidados sabios.
2- Dejó morir su esperanza, sin la cual nadie tiene fuerzas para seguir adelante.
Hoy, casi todos los humanos vivimos en jaulas demasiado estrechas, mirando de
lejos una cantidad de cosas hermosas que no podemos alcanzar. Casi cada viviente
suspira por una vocación frutada, por oportunidades perdidas que le tiempo en su eterno
correr hacia adelante, puede que no vuelva a poner en su camino.
La lucha inevitable por el pan de cada día causó que muchas aspiraciones
quedaran a su lado del camino, amordazadas y sin fuerzas para manifestarse.
No tendremos nunca la libertad total, absoluta, como la tiene Dios, porque no
cuadra a nuestra condición humana. Jamás podremos desafiar el fuego introduciéndonos
en él, ni bajar al fondo del mar sin un traje de buzo conectado a un tanque de oxígeno, ni
hacernos dueños del espacio sin estar dentro de un aparato volador. Esas y muchas otras
son nuestras limitaciones. Pero dentro de ellas podremos vivir una vida plena y gozosa,
como dentro de una gran jaula protectora.
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Nuestra libertad relativa tendrá sus máximas ventajas en el Nuevo Paraíso. Allí
cantaremos por gozo de corazón. Nunca nos faltará el alimento ni el agua que sostienen la
vida, ni el compañerismo saludable, como lo planeaba Claudio para sus pájaros.
Es muy importante saber esperar. El que nos compró con el valor de su sacrificio
quiere vernos luchando por la verdadera vida, aunque estemos momentáneamente con las
alas plegadas, dentro de la jaula opresiva e que tenemos que probar nuestra integridad. El
nos conoce por nombre, y nos compra por un precio de rescate convenido de antemano.
Hoy no sabemos qué se habla en el cielo acerca de nuestra redención, pero debemos
defender y conservar nuestra esperanza, porque nuestro Redentor seguramente vienen a
la hora señalada.
Álef Guímel
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Descubre tus dotes
Desde que entramos en el mundo, cada uno de nosotros es una unidad sellada,
una combinación de elementos que producen un diseño exclusivo, el cual difícilmente se
repetirá en otro cuerpo. Aun entre varios hermanos del mismo padre y de la misma
madre, es raro encontrar dos personalidades idénticas.
Dentro de ese esquema único que produce en cada uno de nosotros la ley de
herencia, están señaladas las habilidades que podremos cultivar. Millones, oprimidos por el
sistema deficiente en que vivimos, no llegan siquiera a descubrirlas. Otros, lamentan toda
la vida el no poder cultivarlas después de haberlas descubierto.
En tus años escolares, te enseñarán a apreciar una cantidad de cosas que la
humanidad ha hecho a través de los tiempos. Quizás en un momento dado, tu corazón
latirá con fuerza, con un ansia casi hiriente, por alcanzar un logro señalado. Entonces,
estarás descubriendo tu vocación. No cedas a sus demandas si no armoniza con el
propósito de Dios para la humanidad. Desde ser noble, constructiva, capaz de enriquecer
espiritualmente a otros. Eso podríamos decirlo apropiadamente de la música, la poesía, la
pintura artística, la escultura, la jardinería, la arquitectura y tantas otras ocupaciones
sanas del talento humano, que son, a su vez, idiomas que nos comunican grandes ideas y
nos inspiran para apreciar la vida y enaltecerla.
Por encima de todas las vocaciones nobles que el hombre puede cultivar, debe
estar la de servir al Dios verdadero y ayudar en su obra de salvar vidas. Las más nobles
aspiraciones humanas deben armonizar con esa vocación superior. En cambio, las que
choquen con ella, te dejarán vacío y frustrado, como un pájaro que se aparta de su
migración, igual que el pez cuando pierde su cardumen.
¿Recuerdas lo que le sucedía a los indígenas que poblaban nuestras tierras? Porque
ignoraban el valor de lo que poseían se deslumbraban con objetos insignificantes y
cambiaban el oro por espejitos y chucherías de colores que los hombres civilizados ponían
ante ellos. Es preciso aprender a cotizar, a justipreciar las oportunidades que Dios nos dio,
para no permitir que nadie nos obligue a rebajarlas. Si no es ahora, en el mundo del
futuro que ya está tomando forma entre el pueblo de Dios, tus dones naturales tendrán
aplicación junto con tantas cosas que Dios no dio para embellecer nuestra vida y la de los
demás.
Un antiguo refrán dice: "De poetas y de locos, todos tenemos un poco".
¿Te gustaría probar tu capacidad para escribir? Pídele a tus padres que te cuenten la vida
de tus abuelos y elige los rasgos más destacados, para narrarlos usando estos versos
como bosquejo.
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Mi abuelo Juan
A los 7,
mi abuelo era un simpático pebete.
A los 10,
sacaba buenas notas mes a mes.
A los 14,
Ya dominaba el alfabeto Morse.
A los 15,
cablegrafiaba en el crucero "Princess".
A los 18,
la vida para él era un bizcocho.
A los 25,
atendía su trabajo con ahínco.
A los 32,
fundó su hogar con el favor de Dios.
A los 40,
llevaba registrados varios chicos.
A los 50,
su tienda reportaba buenas ventas.
A los 61,
narraba historias de antes cual ninguno.
A los 68,
sus once nietos lo tenían chocho
A los 69,
“Quédate en casa, que hace frío y llueve”.
A los 76,
nada distinto de lo que sabéis.
A los 82,
comidas suaves, sémola y arroz.
A los 83,
entendía muchas cosas al revés.
Después de los 90,
su nombre en bronce, ¡cuánto representa!
Ya tendría más de 100…
¡Dulce recuerdo que nos hace bien!
También la vida simple y llana de las abuelas puede ser fuente de inspiración como
en el caso de ...
Mi abuela Rosa
¡Feliz quien conoció a abuela Rosa!
Su sonrisa era amplia, su mano generosa,
al repartir los frutos que producía su huerta,
al socorrer a tantos que venían a su puerta.
Fue una hija obediente y cariñosa,
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bien dispuesta y sumisa a los mayores,
y más tarde, una madre irreprochable.
En su vida, sin sombras de horas huecas,
se dedicó a sus hijos con la misma ternura
que de niña volcaba en sus muñecas.
Su imagen siempre acude a encender los recuerdos
de los días más plácidos, de los años tempranos.
¡Con qué anhelo mirábamos aquel horno de barro
en que crecían las tortas que batían sus manos!
Para cualquier dolencia conocía un remedio;
Quizá un té de hojas secas guardado en la alacena.
Para cualquier angustia tenía una palabra.
Su querida presencia era un bálsamo grato
Que disipaba sombras y evaporaba penas.
El vecindario era una casa muy amplia;
un solo hogar, colmado por los amigos fieles.
En los atardeceres llenaban las veredas,
mujeres que tejían o bordaban manteles.
Allí la abuela Rosa lucía con deleite
sus pulcros delantales con puntillas de encaje,
mientras contaba historias repletas de advertencias.
Y las diestras agujas subían y bajaban
fijando sobre telas bosquejos de paisajes.
Un día fue a reunirse con los que ya dormían
junto a las más armadas imágenes de antaño.
¡Qué desolado estaba aquel caserón viejo
donde sus manos buenas mecieron tantas cuna!
Ya el jardín no era el mismo bajo la misma luna,
pues se hicieron más serios y exigentes los años.
No necesitamos escribir literatura de alto vuelo para satisfacer una vocación que se
despierta. En las formas más simples y con las palabras más sencillas, se pueden describir
grandes hechos que la rima ayudará a recordar. Como prueba de eso quiero compartir
contigo estos versos. Mi hermano menor, que hace años está en la memoria de Dios
esperando la resurrección, los escribió para sus hijos cuando eran niños.
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Álef Guímel
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Los días de la creación
Si tú quieres recordar
que hizo Dios en la Creación,
bien te puedes ayudar
aprendiendo esta canción.
El primer día la luz,
el segundo una expansión.
El tercero tierra y mares
y también vegetación.
En el cuarto hizo lumbreras,
en el quinto peces y aves.
En el sexto hizo al hombre
y también los animales.
Y una vez que todo hecho
muy bueno, lo declaró,
cesó Dios de su trabajo,
y el séptimo descansó.
Líber
(Hermano de Álef )
Álef Guímel
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La insólita asamblea de ENCAREANI
¿Estás buscando esa palabra rara en el diccionario? No la vas a encontrar, ni
tampoco en algún mapa, porque no se refiere a una ubicación geográfica. Es una sigla
formada con las primeras letras de cuatro palabras muy abarcadoras: Encuentro Casual
Reino Animal.
¿Le has oído decir a los mayores que la adversidad une a la gente y a veces hasta
reconcilia enemigos? Así suele suceder tanto entre los humanos como entre los animales,
y eso quedó demostrado en esta ocasión. Nada había sido planeado, nadie había sido
invitado, no se había hecho publicidad, pero acudieron representantes del Reino Animal de
diferentes partes del planeta. Sin proponérselo, convirtieron la ocasión en un hecho
memorable y provechoso.
En una extensa zona de la tierra se hizo sentir un terremoto de gran intensidad, el
peor que se haya registrado en este accidentado siglo veinte. Movidos por el instinto de
preservación, que dota a los animales de un sistema interno de alarma, representantes de
casi todas las especies se habían dirigido velozmente hacia una gran llanura, abandonando
ciudades y fincas, donde los hombres afanosamente trabajaban, ajenos a la tragedia que
se avecinaba, sintiéndose tal vez decaídos, con dolor de cabeza y pesadez en las
extremidades, con la presión sanguínea un poco baja y la circulación entorpecida, sin
saber a qué atribuirlo.
Los animales en cambio, pueden descifrar ese enigma. Dios les hace sentir la
necesidad de huir del peligro, buscando refugio en zonas más seguras y poniendo su prole
a salvo cuando es posible.
Me contaron unos misioneros alemanes que años atrás, en un diario de Alemania,
se publicó la fotografía de una perra con sus cachorros. Encima de la foto había un título:
"la perra que salvó a su familia". Un breve artículo explicaba: los dueños de la perra vivían
en una zona rural y la vieron llevar sus cachorros recién nacidos, uno por uno, a terreno
descampado, lejos de la casa.
Cuando llegó la noche, quisieron hacerla volver bajo techo, pero fue imposible.
Entonces, ellos mismos sacaron algunas sillas cómodas y algunas cosas de valor que no
querían perder, y esperaron junto a la familia canina. Pocas horas después, aconteció un
terremoto que derrumbó la casa.
En memorables sismos del siglo pasado y del actual, la gente observó que gatos,
perros y caballos, huían de las casas hacia los bosques. Antes de los dos grandes
terremotos de Chile, a mediados de nuestro siglo, la gente vio un éxodo de aves marinas
volando hacia el interior del país.
Esta privilegiada llanura, donde se celebró la imprevista asamblea de Encareani,
abrió un enorme círculo hospitalario para recibir animales de varias regiones. Llegaban
abatidos, fatigados, anhelando refugio. Algunos miraban a su alrededor con insistencia,
buscando algún hijo desobediente que se había apartado de la familia.
Era la muchedumbre más variada, más colorida y multiforme que uno pudiera
imaginar, llegando desde los cuatro puntos cardinales, usando cada uno sus habilidades
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naturales para cubrir distancias. Algunos sorprendieron a los que ya estaban congregados
con saltos espectaculares, elevándose más de diez metros, como el canguro. Los ciervos,
las gacelas y las liebres también se hicieron admirar por su facilidad para saltar. La gacela
africana, con la cabeza gacha y el lomo arqueado, se lució con sus elegantes saltos de tres
metros y medio. Pero, el que más admiración recibió fue el impala, el más estilizado y
distinguido de los ciervos, con su color pardo rojizo y sus grandes ojos claros. Su ligereza
para saltar ha hecho difícil que los grandes felinos lo tengan como presa.
Una gran manada de ñúes, los que también son llamados bueyes salvajes, se
acercaba en fila india, con su apariencia especial, moviéndose perezosamente. Parecían
indiferentes a todo y sin interés en sus compañeros, empujándose, atropellándose,
pisoteando al que caía, y hasta causándole muerte, sin detenerse para condolerse por
ninguno de su especie. Sus estridentes mugidos formaban un coro impresionante que se
oía desde lejos. Su barba larga en el cuello, y su crin y cola de caballos, les daban una
apariencia singular. ¡Quién sabe cuánto hacía que venían andando! La vida de ellos es un
viaje, y cada viaje puede ser la vida, o la antesala de la muerte. Las hembras dan a luz
sus crías durante la peregrinación y el nuevo miembro de la comunidad marcha con todos,
sin conocer un lugar fijo, quizá para morir atropellado por los que se amontonan
frenéticamente para beber cuando ven un río.
A pesar de su indiferencia hacia los demás, los ñúes habían obedecido el llamado
interno del instinto de preservación, y estaban allí. Junto a ellos venían las cebras, que
siempre los acompañan en sus peregrinaciones por las llanuras africanas. Más atrás se
veían venir jirafas, búfalos y jabalíes.
También los animales que habitan en las más altas montañas, algunos de ellos
desconocidos hasta hace menos de un siglo, como el niala, sintieron el impulso de bajar
antes del cataclismo.
El niala, emparentado con los antílopes, tiene cuernos espirales que miden más de un
metro. Muchos animales de las llanuras, que nunca lo habían visto, lo observaron con
curiosidad. Junto con ellos venían vicuñas, llamas y los gigantescos gorilas, que conviven
en las cumbres con las águilas y los halcones.
Un chimpancé adolescente contemplaba fascinado a su pariente, un gorila grande de
impresionante aspecto. Con aire juguetón se acercó a él, buscando su amistad y lo saludó:
- ¡Hola, tío Gori! Me alegro de verte por aquí, porque yo no me animo a subir
donde tú vives. Cuéntame algo de tu vida, de tu comunidad. ¿Se entienden bien entre
ustedes? ¿Pueden realizar cosas en grupo?
- Si, querido Chimpi. Nos entendemos muy bien, porque tenemos mucha
comunicación. Cuando estamos contentos, con algunos gruñidos suaves contagiamos,
nuestro buen estado de ánimo a los demás. Si algunos en el grupo se hacen
desordenados, o quieren dispersarse para vivir su propia vida, los más ancianos exigimos
respeto con gruñidos severos que los hacen volver atrás y continuar con el grupo. A veces
se arma una gritería estruendosa y desagradable, si algunos de los mayores no se ponen
de acuerdo en cuanto a lo que hay que hacer, pero la pelea se disipa sin grandes
consecuencias. Nunca peleamos a muerte entre nosotros. Aún los bebés, se hacen
entender si están en peligro, o si la comunidad esté en marcha y alguno de los más
pequeños fue dejado atrás. Tienen un chillido agudo particular de ellos, que les hace
comprender a los mayores, que deben volver atrás a buscarlos. Por lo general, la madre
es la primera en reconocer el reclamo y correr a localizarlo.
Todas las conversaciones se cortaron al oír a lo lejos, la risa histérica de una hiena. Al
acercarse parecía un leopardo por sus manchas. La hiena manchada es la única que ríe, y
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su carcajada produce escalofríos. Al llegar, y ver tantas especies reunidas en paz, pidió
disculpas por haberlos inquietado y se echó sobre unas piedras como una simple
espectadora.
- De un canal cercano, salieron algunos castores y nutrias a enterarse del motivo de
tan gran reunión. Junto con ellos, un ornitorrinco australiano, asustado ante tantos
representantes del Reino Animal. Llamó mucho la atención por sus características que no
parecían armonizar entre sí. Era un bosquejo caprichoso, como dibujado por un niño.
Varios lo rodearon y le hicieron preguntas molestas:
- ¿Quiénes son tus parientes aquí? Te pareces a varios y a ninguno. Tienes pico de
pato, cola de castor, patas palmeadas y piel parecida a la de la nutria. ¡No entendemos
esta adivinanza!
- Una nutria añadió: Hay más rarezas respecto a nuestro amigo, que no se
aprecian a primera vista. Orni pone huevos como gallina, pero amamanta a sus
pequeñísimos hijuelos. Tiene espuelas como el gallo, que inyectan veneno, como los
dientes de una víbora, cuando tiene necesidad de defenderse. Crece hasta adquirir
nuestro tamaño, pero come tanto como un caballo. A él apenas le bastan 1200 lombrices
por día y 50 cangrejos, aparte de todos los renacuajos, escarabajos y larvas que pueda
conseguir.
Para escapar del grupo de curiosos que era cada vez más numeroso, el ornitorrinco
se tiró de nuevo al agua, pero como no puede vivir sin respirar oxígeno, sacaba la cabeza
del agua cada dos o tres minutos y observaba la escena.
Casi inmediatamente, una delegación de cucaburras, los alegres pájaros reidores
de Australia, irrumpieron en la improvisada asamblea. Para algunos más que risa, parece
un rebuzno lo que emiten, por eso se les llamó cucaburras que quiere decir "burros que
ríen". Otros le llaman Martín cazador, por su habilidad para cazar pollitos recién nacidos
para alimentarse, y meter el pico en las peceras para llevarse los pececitos. La gente los
critica por esas malas costumbres y también por la insistencia con que golpean las
ventanas temprano de mañana, con la esperanza de que alguien les de algo de comer.
Son sólo un poco más grandes que una paloma, pero tienen muy buen apetito.
Algunos observaban con interés al armadillo que, a pesar de su pequeñez, estaba
tan bien resguardado por su coraza dura.
Un equidna, pariente cercano del erizo, hablaba con deleite de sus banquetes de
hormigas con el oso hormiguero, que compartía sus satisfacciones.
Un cuagga, el mamífero africano tan parecido a la cebra, estaba haciendo amistad
con un Kudú, el antílope con admirables cuernos en espiral, parecido al niala que habita
en las montañas.
Varias madres marsupiales se habían agrupado para examinar las bolsas en que
llevan a sus crías. La zorra mochilera les mostraba que podía abrir y cerrar a voluntad su
bolsa. La pequeña zarigueya, parecida a la zorra, cargaba con orgullos sus hijos, y una
mamá canguro, observaba complacida.
Una mangosta estaba contando un combate encarnizado que había tenido con una
cobra. Pero, modestamente aclaró:
- No quiero decir que puedo vencer a cualquier clase de víbora ni que estoy ansiosa por
entrar en un combate así, pero, si debo enfrentarme al desafío, lo acepto.
El jerbo, distinguido pariente del ratón, consideraba algo con una liebre y una tortuga,
que había sido la última en llegar.
Buscando la forma de poner un poco de orden, para que la improvisada asamblea
tuviera un final provechoso, un león de edad madura se subió sobre un promontorio de
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rocas y rugió enérgicamente. Los corrillos se silenciaron y la atención de todos se dirigió al
rey de la selva. Su memorable discurso podría resumirse así:
Amigos: la vida está llena de acontecimientos imprevistos que pueden convertirse
en experiencias provechosas. Nosotros estamos aquí hoy, sin habernos propuesto
encontrarnos, movidos por una fuerza irresistible que nos impulsa a cuidar de nuestra
vida. Usemos esta ocasión para tener compañerismo, conocernos mejor, y compartir
nuestras preocupaciones. Me gustaría escuchar a algunos de ustedes, nuestros amigos de
lujosa piel manchada, que se agruparon como buenos parientes, a la sombra de los
arbustos.
Efectivamente, varios tigres y leopardos, estaban allí rodeando a un guepardo que
llamaba la atención por su hermosa piel amarilla con manchas negras. Este no se hizo
rogar:
-Estábamos comentando con tristeza los estragos que han hecho en nuestras
especies, los ambiciosos cazadores que buscan nuestra piel para enriquecerse con ella. En
un tiempo nos llamaban "el lujo de la India" porque nuestra presencia resplandecía en los
lugares salvajes. Hoy, hay gente en la India que nunca ha visto un guepardo.
Uno de los visones que escuchaba reafirmó su declaración:
-Nosotros también hemos sido víctimas de la codicia comercial y de la vanidad
humana. Hasta noventa compañeros tienen que morir para cubrir el cuerpo de una mujer.
Un toro, emitió un lánguido mugido pidiendo la palabra:
-Nuestro infortunio ha sido un medio de ganancia y una forma de diversión. Han
llenado enormes plazas de espectáculos para ver como hombres con trajes
resplandecientes, nos enfurecían, nos clavaban banderillas y nos obligaban a una lucha a
muerte que podía ser definitiva tanto para nosotros como para ellos.
Para no ser menos, un gallo cacareó fuerte para hacer oír su testimonio:
A nosotros nos han tratado de una manera parecida. Nos enardecen para hacernos
reñir entre nosotros, aunque no tengamos motivos personales, ni nos hayamos odiado
antes, mientras ellos apuestan su dinero al posible ganador.
- Un rinoceronte viejo, levantó una pata, pidiendo la oportunidad de expresarse y
dijo: -Mi especie está casi extinguida a causa de la superstición humana. Nos matan para
arrancarnos este pequeño cuerno en la nariz, porque hicieron correr la voz de que,
convirtiéndolo en polvo y bebiéndolo, el hombre adquiere poderes físicos más allá de lo
normal para seguir disfrutando de la vida cuando ha decrecido el vigor juvenil. Ha sido
muy doloroso ver grandes manadas de rinocerontes muertos para usar ese pequeño
cuerno, como hacen con los elefantes para vender sus colmillos de marfil.
Un oso habló por todos sus compañeros: - Nosotros somos fuertes y hemos
sobrevivido a muchos ataques despiadados de los cazadores, pero hemos vivido hasta la
muerte con balas incrustadas en nuestros cuerpos. Nos han corrido de nuestros bosques,
nos han quitado nuestros lugares naturales de habitación para convertirlos en campos de
batalla. Los odios humanos y sus despiadados ajustes de cuentas, han causado muchas
víctimas no sólo ente sus congéneres, sino también en el Reino Animal.
Sobre un montículo había una familia de conejos siguiendo atentamente el desarrollo
de la asamblea. El jefe de la familia también tenía algo que decir:
- Nosotros hemos sido víctimas del hombre en otras maneras, sirviéndoles para
experimentos médicos, como las ratas y los ratones. Nos han inyectado gérmenes
perniciosos para observar nuestras reacciones, y también hemos tenido que soportar sus
remedios y experimentar con sus vacunas. Es la vida de ellos la que importa, por eso nos
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exigen que sacrifiquemos la nuestra en esos experimentos, como si fuera algo que no
tiene valor.
Un búfalo africano hizo una aclaración interesante después del conejo:
- Si la vida no nos importara no haríamos ningún esfuerzo por curarnos cuando
estamos enfermos. Por ejemplo, cuando una manada es atacada de sarna, practicamos
una forma de ayuno, comiendo muy poco, y buscamos los pantanos lodosos para
revolcarnos en ellos porque el barro tiene poder curativo. Cuando el pelo vuelve a crecer
sobre las escaras y nos sentimos bien, salimos del barro y volvemos a comer
normalmente.
Una pareja de pavos silvestres añadió algunos detalles interesantes:
- Nosotros también tenemos nuestros baños medicinales. Para algunos el baño de
agua es una gran medicina, en cambio para los pavos, como para nuestras amigas las
codornices, el baño ideal es el del polvo. Algunos pensarán que es un placer raro y sin
sentido el revolcarnos constantemente en el polvo, pero es una manera de librarnos de
parásitos, prevenir infecciones y hacer más difícil que los insectos lleguen a nuestra carne
para picarnos. Cuando nuestros hijos son jóvenes tienen menor resistencia a la
enfermedad, por eso las madres obligan a los pequeños pavos a comer hojas de benjuí
que, aunque son amargas y les cuesta comerlas, son un tónico que los fortalece.
Un oso negro también tenía algo instructivo que agregar: - nosotros tenemos
problemas en la primavera, al despertarnos de la hibernación. Como nuestro organismo no
ha funcionado normalmente durante el largo sueño del invierno, es un momento crítico en
que necesitamos una buena limpieza intestinal para empezar otra vez la vida normal. Es
por eso que salimos a buscar moras y comemos las más posibles. Además, excavamos la
tierra en busca de bulbos de ciertas plantas que tienen propiedades laxantes.
El gibón, un mono de Indo malasia, habló después del oso, explicando como ellos
acostumbran curar cualquier herida amasando barro con hojas de plantas curativas, para
ponerlas como emplastos sobre la parte dañada.
Un perro explicó porqué los perros y los gatos lamen frecuentemente su pelaje, como
medicina preventiva. La razón es que en sus comidas no obtienen vitamina D, pero la luz
del sol la produce sobre su piel, de modo que, al lamerla, trasladan la vitamina D al
estómago.
Otros animales hablaban de cómo proceden cuando tienen fiebre, acostándose a la
sombra de los árboles, cerca de algún río, comiendo poco y bebiendo con frecuencia. En
caso de tener diarrea, buscan hojas y ramitas tiernas de roble para comer, porque éstas
tienen propiedades astringentes.
Varias especies, constantemente amenazadas de extinción, hicieron resaltar sus
protestas y afirmaron que amaban la vida y deseaban defenderla. Un zorro dijo: nosotros no somos como los lemmings, los pequeños turones de Noruega, que planean
su propia destrucción.
- ¿Cómo es eso? - preguntaron varios: - ¿Hay algún lemming aquí que pueda
explicar esta acusación?
Un grupito de lemmings que había pasado completamente inadvertido, pasó al
frente para exponer sus problemas. Uno que hacía las veces de capitán asumió la defensa
de su especie. Todos se fijaron en su cuerpo pequeño, parecido a un conejo de orejas
cortas. Su piel es parda, amarillenta a los costados, con una raya negra a lo largo del
lomo. En voz calmada explicó: - Lo que el señor zorro comentó sucede una vez
cada
tantos años, y no es un suicidio en masa, ni una protesta contra la vida. Es necesario
entender nuestra situación. Somos muy prolíficos, cada uno de nosotros se multiplica por
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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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cinco o por seis dos veces al año. Somos vegetarianos, pero no hibernamos, por lo tanto
tenemos que seguir buscando qué comer debajo de la nieve, a la vez que los halcones,
las lechuzas, los zorros y las comadrejas, nos buscan como comida deseable. Cuando
llegamos a un punto máximo de población ya no queda nada verde que comer en las
montañas, que son nuestros lugares predilectos de habitación. Entonces tenemos que
empezar a descender en busca de granjas y plantíos, para consumir nosotros y los que
van naciendo en la marcha. Entonces acontece la tragedia. Como estamos acostumbrados
a nadar en ríos y arroyos pequeños, al llegar al mar no sabemos que no hallaremos la otra
orilla y que tendremos que dejarnos hundir cuando se nos terminan las fuerzas. Tenemos
que elegir entre dos males, ser consumidos por los más fuertes que nos buscan en las
montañas, o morir por extenuación luchando contra el mar.
- ¡Qué historia triste! -comentó un uapití, el alce norteamericano, elegante, lleno de
dignidad-. - Nosotros somos de los pocos que hemos aumentado en número y no estamos
en peligro de extinción.
- Nos alegra saberlo, amigo. Necesitamos algunos informes animadores como
broche final de la asamblea - comentó el león que presidía.
- En ese momento, una pareja de halcones empezó a volar en círculo sobre la
asamblea y la paloma buscó refugio en el hombro del buey. Este la tranquilizó diciendo: No temas, hermanita. Aquí todos estamos dispuestos a portarnos como amigos, unidos
por la adversidad. El halcón no es hoy tu peor enemigo.
Un bisonte hizo una sugerencia interesante: - Que el avestruz nos cuente porqué
entierra la cabeza para huir de la realidad.
- Con mucho gusto, compañeros. Esto me da la oportunidad de aclararles que no
entierro la cabeza, simplemente la escondo, formando un montículo con mi cuerpo.
Cuando se acerca un enemigo peligroso me hago el muerto, o finjo estar rengo, andando
como si tuviera una pata lesionada. Porque no me gusta que me obliguen a pelear y me
cambien el estado de ánimo. En las ocasiones especiales, como cuando encuentro la chica
de mis sueños, bailo ante ella para expresarle mi alegría, y cuando me acepta, me pongo
de rodillas para demostrarle la sinceridad de mis sentimientos. Cualquiera puede notar que
esto es de verdad, porque hasta mi plumaje se pone más brillante y colorido cuando estoy
enamorado.
Un carpincho hizo una solicitud especial: -que un representante de las marmotas nos
cuente como busca novia y construye su hogar después de la hibernación.
Bien -dijo mister Marmota, complacido ante el privilegio de hablar sobre su
especie-. - Les diré que quizá sea gracioso para ustedes, pero es una preocupación seria
para nosotros. Uno se despierta del largo sueño invernal y recuerda inmediatamente el
sagrado deber de la continuación de la especie. Aunque el tiempo no esté muy bueno
todavía, aunque no estemos sintiendo el impuso romántico de la primavera, algo nos dice
que es necesario cumplir nuestro propósito en la vida. El primer problema es encontrar
una dama bien dispuesta que lo acepte a uno como su galán, hasta que el invierno nos
obligue a dormir de nuevo. Allí termina el idilio de ese año, y en la próxima primavera
habrá que buscar una nueva heroína, recorriendo madrigueras y olfateando, moviendo la
cola con gran alegría cuando aparece una posible compañera, y sufriendo humillaciones si
ella lo rechaza violentamente. Entonces, hay que seguir probando hasta que alguna lo
acepta a uno.
Juntos construiremos nuestra propia madriguera de tres aventuras. Está la entrada
principal señalada por un montón de tierra excavada, la salida trasera, bien disimulada,
por donde nos asomamos a vigilar si todo está normal y en calma alrededor, y un hoyo
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Álef Guímel
La edad de las sombras breves
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por donde uno puede deslizarse a unos pasadizos inferiores en caso de ser perseguido por
un enemigo, en el cual un invasor se perdería sin poder alcanzarnos.
Nuestro hogar subterráneo tiene un dormitorio principal y varios cuartos para
bebés. Los hijuelos nacen pronto, en primavera. La flamante mamá es tan celosa de su
papel, que no le permite al padre entrar en los cuartos en que se les coloca por separado.
Ella los alimenta en la oscuridad hasta el día especialmente señalado en que salen a
conocer la luz y la vegetación. A algunos les cuesta dejar de mamar la leche tibia de la
madre, pero sus dientes han crecido y ella ya no puede tolerarlos, de modo que,
enérgicamente, a empujones, los obliga a comer vegetación. Pronto, ésta les gustará más
que la leche y crecerán dejando atrás la infancia. Luego vendrá el invierno de nuevo y
ellos despertarán de su sueño, para salir a buscar novia como su padre, y excavar su
propio hogar subterráneo.
-Muy linda historia -comentó el león-. Ahora recuerdo que, al principio de nuestra
reunión, nos llamó la atención un grupo de pájaros reidores de Australia. Necesitamos una
nota alegre, optimista, para cerrar nuestra asamblea, ahora que está cayendo la noche.
Por favor, amigos, vuelvan acá, expliquen cómo se ponen de acuerdo con sus agradables
risas, si es por contagio, o por razones que los demás no entendemos.
Un cucaburra anciano, respetado por todos, tomó la palabra: -Es muy oportuno que
nos llames a esta hora para volver a escucharnos, porque el amanecer y el atardecer son
nuestras horas predilectas para reunirnos en grupos y echar la cabeza hacia tras para dar
rienda suelta a la risa, en diferentes tonos que armonizan. Eso en sí es una fiesta, y la
disfrutamos. Pero también tiene un sentido práctico. Nosotros, de común acuerdo, nos
marcamos ciertos límites territoriales, bastante extensos, como espacio vital para la
familia. Todos los que pertenecemos al grupo familiar, cooperamos para patrullar el
territorio auto asignado y hacerle saber a cualquier intruso que esa región ya tiene
dueños. La caída de la tarde es la hora en que más pájaros extraños aparecen, por eso
estamos vigilando nuestros dominios y proclamando a voz en cuello nuestros derechos.
Eso no quiere decir que no somos hospitalarios con los forasteros. Si un pájaro extraño
anda solo y no viene como enemigo, con intenciones de pelear o de atacar nuestros nidos,
le permitimos permanecer con nosotros y lo tratamos como un miembro de la familia.
Estos forasteros pueden participar en incubar huevos, cuidar de los recién nacidos, y
patrullar el territorio. Nos gusta hacer huecos en el tronco de los árboles y allí poner a
resguardo nuestros nidos. Depositamos en ellos tres o cuatro huevos, que necesitarán
alrededor de veinticinco días de incubación. Si en una familia muere el padre, uno de
estos forasteros que se han hecho querer y respetar, ocupará el lugar del progenitor.
Pero, mientras el padre vive, nadie tratará de usurpar su lugar. Todos respetamos los
arreglos sociales y sabemos quedarnos en el lugar que nos corresponde.
¡Y ahora, compañeros, con todas nuestras fuerzas, unámonos en un coro que sea un
himno a la vida, como el amigo león nos sugirió! Hoy se habló de muchas penas e
injusticias, pero todo esto tendrá un final feliz. Llegará el día en que todos gozaremos de
nuestra amada libertad, y no habrá más prisioneros en los zoológicos de mundo, porque
Dios nos dio la vida para disfrutarla plenamente y para contribuir a la felicidad de otros.
El coro de los cucaburras fue un concierto de risa gozosa, inolvidable, que levantó el
ánimo de todos, mientras las sombras de la noche se cernían sobre aquella llanura. Así
concluyó la singular asamblea de Encareani, donde nadie había sido invitado, donde nada
había sido planeado, donde la fuerza activa de Dios había movido a tantas de sus criaturas
para que huyeran de la adversidad.
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La edad de las sombras breves
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Cuando me encuentre con mis pequeños amigos, después que hayan leído esta
historia, es posible que algunos me pregunten: - ¿Fue real la asamblea de Encareani?
¿Estuviste allí o lo soñaste?
Les diré: -No lo sé, realmente. Pudo haber sucedido, o pude haberlo soñado. Cuando
uno lee sobre un tema, es natural, que la mente represente en sueños todo lo que ha
asimilado. Este pasado invierno he leído mucho sobre animales, sus angustias y las
injusticias que han soportado desde que el hombre se rebeló contra Dios. He sufrido con
ellos, anhelando su rescate. Como dice el apóstol Pablo en Romanos 8: 21, 22, la creación
entera gime, esperando ser libertada de la corrupción, para disfrutar de la gloriosa
liberación de los hijos de Dios.
Una cosa sí puedo asegurarles: -Todo lo que se dijo en la asamblea de Encareani es
verdad. Es lo que cada uno hubiera dicho acerca de sus costumbres, sus preferencias y
sus luchas, si hubiera podido hablar y estar reunido con los demás en esa memorable
ocasión, real o soñada, como ustedes quieran.
Álef Guímel
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La paloma mensajera
Desde que Gualberto era niño sintió una gran atracción por las palomas. En la
finca campestre de sus abuelos había un palomar. A el le fascinaba verlas pasearse sobre
el brocal del aljibe, en el alféizar de la ventana o en el borde de la azotea. Les arrojaba
alpiste y trigo para verlas reunirse en grupos bajo los árboles.
Consiguió toda la información posible sobre ellas. Diferentes enciclopedias y libros
consultados le dieron un cuadro completo sobre esa asombrosa avecilla y sus diferentes
clases. Las palomas podrían ilustrar muy bien el ideal del matrimonio humano. Buscan un
cónyuge cuando tienen entre cuatro y seis meses de edad, y por lo general les son fieles
de por vida. Trabajan juntos para construir su nido y se turnan para cuidarlo, la señora
paloma pone dos huevos y los incuba toda la noche hasta las primeras horas de la
mañana. El palomo completa el turno de incubación hasta las primeras horas de la tarde.
Dieciocho días después nacen los pichones, y ambos padres participan en alimentarlos con
la “leche de pichón”, que se forman en sus mismos buches, y que estos depositan en el
pico del bebe. Después de nutrirlos así por durante dos semanas, los pichones empiezan
a comer lo mismo que los padres. Son un ejemplo de cooperación como pareja, así como
de fidelidad marital.
La paloma es muy confiada y dócil, por eso es tan fácil encariñarse con ella y
disponer de sus servicios. Antes de que existiera el telégrafo había un servicio de palomas
mensajeras entre Londres y Amberes, Bélgica a través del Canal de la Mancha para
transmitir las cotizaciones de la bolsa. Durante la guerra han llevado mensajes cifrados,
planos y croquis, cruzando territorios enemigos que los humanos difícilmente hubieran
atravesado con vida para cumplir una misión igual.
En Inglaterra, actualmente usan palomas para llevar muestras de sangre y tejido
en tubitos plásticos desde el hospital Devomport al laboratorio Fridoom Fielsd de
Plymounth. Este recorrido de tres kilómetros las palomas las palomas lo hacen en cuatro
minutos, mientras que un taxi tarda doce minutos para ir del hospital al laboratorio. Sus
cónyuges las esperan en el piso superior del laboratorio, por eso jamás yerran su destino.
La “Gran enciclopedia Universal” bajo la palabra colombofilia, informa que la
paloma mensajera es un medio muy antiguo de comunicación que ha prestado grandes
servicios, tanto en tiempos de paz, en catástrofes y en operaciones de salvamento, como
en tiempos de guerra, por su fidelidad y amor al nido, que la hacen regresar a él desde
cualquier punto, por remoto que sea.
Su sentido de orientación ha sido por siglos un electrizante misterio para el
hombre. La primera noticia que se tiene de un servicio valioso prestado por una paloma,
tiene que ver con el arca de Noé, cuando la paloma
al volver con un ramito de olivo en su pico, notificó que las aguas del diluvio habían
bajado, hasta descubrir la copa de los árboles. El rey Salomón las usaba para
comunicarse con las distintas regiones de su reino. Ciro de Persia y Julio César las usaban
en operaciones bélicas, y los griegos las enviaban para trasmitir los nombres de los
vencedores en los Juegos Olímpicos.
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Aunque no se aconseja intentar que recorran más de 160 kilómetros en cada viaje,
algunas han batido records de más de 1000 kilómetros en un día, a una velocidad de 90
kilómetros por hora. Una paloma traída desde Saigon a Francia, al soltarla allí regresó a
su antiguo palomar en Saigon en 22 días, después de recorrer doce mil kilómetro sobre
terreno que no conocía. Una mensajera de las Islas Canarias cubrió 750 kilómetros sobre
el mar. Se ha descubierto que estas cualidades de heroísmo y aguante pueden ser
heredadas, por la prole, por eso algunos aficionados han pagado miles de dólares por
ejemplares campeones para tener una cría con tales virtudes.
Esta misma enciclopedia agrega que el entrenamiento paciente, comenzando con
vuelos cortos a la mañana, al medio día, y al atardecer, han logrado estos asombrosos
resultados, junto con la alimentación adecuada y el cuidado amoroso del cuidador.
Algunas palomas son entrenadas para vuelos nocturnos también, cuando tienen
experiencia, y para viajes de ida y vuelta. En las competiciones, son llevadas en jaulas a
los lugares donde serán soltadas, y se anota el minuto exacto de la suelta. Ellas describen
dos círculos en el aire y luego se dirigen velozmente al palomar, que tiene un dispositivo
automático que registra el momento exacto de la entrada, al fin de calcular el tiempo
invertido por cada paloma y la velocidad que desarrolló al cubrir esa distancia.
En un tiempo se pensó que se orientaban por la posición de las estrellas pero
pueden volar de día sin perder el rumbo.
En estudios recientes, los investigadores han hallado una pequeña masa de tejido
magnético, compuesto por hierro y, entre los ojos y los sesos de la paloma. Células
parecidas han sido halladas en ciertas clases de abejas y mariposas. Esto ha llevado a la
conclusión de que sienten el campo magnético de la tierra. ¡Tienen una brújula
intraconstruida que siempre marca el norte! Son un testimonio sin palabras de la
insondable sabiduría del Creador.
El entusiasmo de Gualberto lo llevó a concurrir a algunas reuniones de la
Asociación Colombófila y a visitar algunos grandes palomares. El dueño de uno de ellos le
preguntó sino quería trabajar allí como cuidador. Le dijo –las palomas necesitan mucho
amor y paciencia. Saben quien las quiere y responden a su cuidado. Hay gente que no las
miran bien porque ensucian las plazas las estatuas, pero toda criatura viviente produce
alguna suciedad. Dejando eso a un lado, dan muchas satisfacciones y buenos momentos.
Tú pareces ser una persona ideal para tener palomares de mensajeras a tu cargo. Si
trabajas conmigo yo te enseñaré lo que te falta saber para evitar que enfermen y para
tratar cualquier dificultad que se presente.
Gualberto aceptó con gran alegría, y se dedicó con todo corazón a sus nuevos
privilegios. Al poco tiempo nació un pichón y el dueño le dijo: --“Esta va a ser tuya, para
que la entrenes y hagas de ella una excelente mensajera”.
Fue registrada en la Asociación Colombófila, local desde donde se solicitó a la
Asociación Colombófila mundial, el número de registro que le correspondía. Este llegó de
Europa grabado en una anilla de plástico que contenía también su fecha de nacimiento, el
cual fue colocado en una de sus patitas. Ahora tenía su cédula de identidad, y un lugar
legítimo en el registro global de las palomas mensajeras. Pero a Gualberto le parecía muy
frío llamarla por un número, como hacen con los prisioneros. Le hacía falta un nombre y la
llamó Rut, esperando que su fidelidad y heroísmo la llevaran muy lejos, del lugar donde
había nacido, para cumplir misiones abnegadas. Así se parecería a la muchacha moabita
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del relato bíblico, que dejó atrás su pueblo y su parentela, para seguir a su anciana suegra
que había soportado, un periodo de intenso sufrimiento en el exilio.
Rut realizó muchos pequeños viajes de entrenamiento diurno, desde algún palomar
cercano, donde la soltaban, y siempre encontró por instinto el camino de vuelta al suyo.
Le colocaban el tubito plástico con un anillo a presión para que se acostumbrara a llevarlo,
y en él ponían cualquier mensaje sin importancia para los otros cuidadores. Le hacían
hacer viajes a distintas horas del día, y sabía que al llegar al palomar encontraría el premio
de una buena comida. Cuando tenía cinco meses, aceptó los requerimientos amorosos de
un palomo joven, y comenzó una nueva vida junto a su primero y único amos.
Para toda criatura viviente llega el momento de probar que no ha nacido en vano,
que puede ser merecedora del lugar que ocupa en el arreglo universal, por humilde que
esta parezca.
Todo lo que existe y todos los vivientes estamos relacionados en una coordinación
mundial en que hasta la más mínima pieza tiene una misión que cumplir, como en una
gran máquina, en que la ausencia de un tornillo o una tuerca podrían entorpecer el
funcionamiento general. Para Rut también llegó el día en que debía demostrar su razón de
existir.
Esto sucedió en Puerto Amparo y se acercaba el invierno. Allí solía llover
torrencialmente y se inundaban las partes más bajas. Casi todos los años había que
evacuar gente. Unos 110 kilómetros hacia el sus estaba la ciudad de Río Puma, llamada
así por estar edificada junto al río del mismo nombre, de tanto en tanto, esa pequeña
ciudad quedaba incomunicada a causa de las inundaciones, y las tormentas que dañaban
las instalaciones telefónicas y telegráficas. Alguien en las esferas del gobierno, sugirió la
conveniencia de llevar palomas mensajeras de puerto Amparo a Río Puma y viceversa, de
modo que pudieran comunicarse y pedir auxilio si se presentaba una emergencia.
El Río Puma empezó a crecer a causa de las lluvias que se producían a cientos de
kilómetros, y el mal tiempo se acercaba. Rut y otras mensajeras
fueron enjauladas para enviarlas a la zona amenazada, a la vez que las mensajeras de Río
Puma fueron llevadas a Puerto Amparo.
Aquel invierno se presentó con un rostro muy severo, en toda la región abundaban
desastres naturales. Llegaron las lluvias y las tormentas eléctricas con vientos
huracanados a Río Puma, y la ciudad quedó incomunicada. El puente que obligatoriamente
debían cruzar lo vehículos que venían del norte, había sufrido daños, y las vías del
ferrocarril que venían de la capital pasando antes por Puerto Amparo, prácticamente no
existían. Desde el amanecer habían notado que ni el teléfono ni el telégrafo funcionaban.
El tren que venía de la capital con su invalorable carga de vidas humanas, debía llegas a
Río Puma en las primeras horas de la noche. Pero había que evitar que saliera de Puerto
Amparo y llegara al tramo dañado de las vías, donde había peligro de descarrilamiento. El
estado del tiempo hacía descartar la idea de enviar algún helicóptero. En ese momento,
las palomas iban a prestar su maravillosa colaboración.
Dado que Rut era inexperta y nunca había volado más de cien kilómetros,
decidieron enviar tres palomas con el mismo mensaje, para que la integridad física de
tanta gente no dependiera de una sola.
Como sucede en todo tren de pasajeros, en él viajaba una cantidad de gente que vivía
una vida vacía, y sin propósito y algunos que perjudicaban a muchos con actividades al
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margen de la ley. Pero también viajaba una buena cantidad de gente útil que cumplía
misiones humanitarias, médicos, enfermeras, maestros industriales que habían puesto en
marcha fábricas importantes, asegurando el sustento de muchos obreros.
Viajaban niños con sus padres, que confiaban en llevar salvos a destino, y sus
vidas nuevas tenían mucho valor.
En las primeras horas de la tarde, después de comprobar que el daño hecho por el
temporal tardaría por lo menos tres días en repararse, las tres palomas fueron enviadas
con el mismo mensaje breve y al punto.
“Zona inundada. NO teléfono. NO telégrafo. Vías arruinadas. Imposible reparar antes fin
de semana. Detengan tren de la capital. Gran peligro”.
La tormenta había pasado y estaba brillando el sol. Los campos se veían
intensamente verdes después de la lluvia, aunque en los lugares más bajos, el agua
estaba estancada todavía. Algunos árboles habían sido abatidos por el temporal, otros
estaban en pie con algunas ramas quebradas. Los que habías salido ileso parecían más
hermosos que nunca. Los pájaros que habían sobrevivido en sus frágiles nidos, cantaban y
revoloteaban en grupos, mostrando su alegría de vivir. Rut no pudo resistir la tentación de
descender un poco para mirarlos y participar de su contagiosa algarabía.
Se encontraba en una casa de campo, y allí también había palomas que se
acercaron revoloteando. En su arrullador idioma la invitaron a bajar y merendar con ellas.
La guiaron hasta la puerta de un galpón donde había trigo en el suelo. Un grupo de
gallinas amigables también picoteaba. Se veía
que se llevaban bien con las palomas y estaban acostumbradas a estar juntas como
buenas vecinas.
Todo marchó muy bien por un rato, hasta que salió del galpón un gallo agresivo y
prepotente que, con aires de “aquí mando yo”, empezó a examinar el grupo y se fijó
insistentemente en Rut y su tubito plástico donde estaba colocado el mensaje. Se acercó
a ella, que descuidadamente seguía comiendo y le pisó la patita para que no pudiera huir
de él. Luego enganchó una de sus uñas en el anillo a presión que aseguraba la pata de la
paloma y tiró con fuerza, de modo que el anillo se aflojó dejando caer el mensaje. El
gallo picoteó el tubo inútilmente, pues no pudo romperlo pero se entretuvo haciéndolo
rodar de un lado al otro.
Rut quedó desconcertada y con la patita muy dolorida. No había nadie que
pudiera colocarle de nuevo el tubito para que ella cumpliera su misión. Tenía el buche
muy lleno y pesado, con aquella comida extra que no necesitaba. El viaje le había
proporcionado algunos buenos momentos, pero no la satisfacción del deber cumplido.
Tenía que presentarse en su palomar sin el mensaje, y defraudar a su dueño.
Las otras dos palomas llegaron casi una hora antes que Rut, y el comunicado fue
entregado a tiempo a las autoridades de modo que el tren de la capital terminó allí su
viaje, sin intentar acercarse a Río Puma. La gente fue informada de lo sucedido. Unos
pocos decidieron esperar allí hasta que las vías fueran reparadas. Otros se dirigieron a
lugares cercanos donde tenían amigos y parientes. Pero la mayoría prefirió tomar el
mismo tren de nuevo y volver a la capital.
Con el transcurso del tiempo, Rut recobró la confianza de Gualberto y llegó a ser
una mensajera muy confiable, que disfrutó de importantes hazañas, alegrando el corazón
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de su dueño. Hasta el fin de su vida, tuvo asegurado el amor de su fiel palomo y gozó del
apego de sus pichones.
La historia de Rut se parece a la del profeta Jonás, cuyo nombre en hebreo
significa “paloma”. Él trató con negligencia su primera comisión importante. Jonás fue
una paloma mensajera que dudo de su comisión. Le parecía que era inútil predicar en
Nínive, y tomó un barco que iba en sentido contrario. Después de un naufragio y muchas
peripecias, entendió que era preferible obedecer a Jehová y cumplió felizmente su
cometido.
Nos va hacer bien detenernos y pensar en la historia de la paloma mensajera. El
error de Rut no fue jugar, sino dedicar a la diversión un tiempo en que había deberes
ineludibles que cumplir. A todos grandes, y chicos, nos hace bien jugar un poco para
aflojar las tensiones del mundo en que vivimos, y sentirnos niños otra vez. Pero no es
bueno entretenernos con los que tienen otro propósito en la vida y no le dan valor al
mensaje de Dios. Todos necesitamos amigos, pero no debemos buscarlos entre los que
intentan desviarnos del cumplimiento de nuestros deberes. En cualquier lugar podemos
encontrarnos con los gallos agresivos de este mundo, que quieren quitarnos el mensaje
que tenemos que entregar.
La humanidad esta dentro de un tren que se encamina al desastre. Sus pasajeros deben
bajarse antes de que eso ocurra, pero no lo harán, sino saben porqué y si no creen en lo
que les espera. La vida de la gente no depende de nuestra diligencia o negligencia. Si
nosotros como palomas mensajeras de Dios, fallamos, personalmente en cumplir con
nuestra comisión, otros lo harán. Pero, ¿Quién pierde entonces? Nuestro dueño podría
arrepentirse del nombre que nos dio cuando nos llamó para ser sus testigos. El mundo
lleno de atractivos, te puede llenar el buche, como a Rut, pero no te puede dar la paz que
produce una buena relación con Dios. No te puede dar nada que se parezca al gozo de
sentirse resguardado entre las manos amorosas y firmes de tu Dueño celestial, hasta el
tiempo de recibir su aprobación final.
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Carta de una muchachita abochornada
Querido papá:
Cuando yo era pequeña esperaba ansiosamente cada visita tuya. Cuando había
un desfile militar mamá me llevaba y yo me enorgullecía. Parecía que ningún padre era
tan importante como el mío, luciendo su uniforme con botones dorados y galones. Pero,
muchos niños que conocía, tenían más felicidad que yo, porque sus padres, obreros o
campesinos, venían a su casa cada noche y les contaba como les había ido, en su trabajo.
Comían en la misma mesa y dormían pared por medio.
A medida que fui creciendo mamá añadía más colores al cuadro, aclarándome lo
que yo no entendía. Entonces supe que tenías una esposa con un apellido importante,
una señora de la alta sociedad, con la cual no eras feliz, ni te llevabas bien, pero tu
carrera y tu buen nombre exigían que siguieras a su lado. Muchas veces le aseguraste a
mamá que ibas a divorciarte para casarte luego con ella. Mamá se conformó para vivir en
un pequeño apartamento y ajustarse a una cantidad limitada de dinero todos estos años,
pero siguió siéndote fiel y criando a tus dos hijos, mi hermanito menor y yo.
Esa señora que se fotografiaba a tu lado en todos los acontecimientos sociales,
murió hace cinco años. Desde entonces cultivo la esperanza de verte un día casado con
nuestra madre, que nos des tu apellido y que tengamos el derecho de llamarte papá en
cualquier lugar y delante de quien sea.
Pero los años van pasando y tú eres solo una visita en nuestra casa; ¡la más
deseada de las visita! Yo tengo catorce años ahora. Cada vez que he tenido que usar
una partida de nacimiento, me da dolor ver en el lugar destinado a tu nombre, esas dos
palabras que detesto: “padre desconocido” ¿no merecemos tu nombre ni mi hermanito ni
yo? ¿Te hemos dado algún motivo para sentirte avergonzado de nosotros? ¿No merece
mamá tomarte del brazo y ser presentada como tu esposa?
Dentro de dos meses los Testigos de Jehová tendrán su congreso anual, te
agradezco muchísimo papá, que hayas cambiado la actitud que tenías al principio, y que
hayas llegado a comprender que necesitamos una religión y que tenemos el derecho a
elegirla. Yo estoy convencida y decidida, por eso espero bautizarme en esa asamblea.
Mamá también quisiera hacerlo pero no puede, porque no esta en limpio delante de Dios,
a menos que se case o rompa esta relación ilegítima contigo. Se que ella te lo ha
explicado todo claramente. He oído algunas discusiones amargas entre ustedes. Pero tus
respuestas son simples evasivas. Jamás hay una promesa, ni un paso adelante para
solucionar las cosas.
Tengo mucho miedo de dejar de mirarte como el padre querido de siempre y
empezar a verte como un obstáculo que separa a mi madre de Dios. Muchas veces te
hemos dicho que la ley de Dios es suprema. Sería mejor que esa ley nos uniera como una
familia legal y no nos separara como enemigos.
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Papá: le pido a Dios que te abra los ojos y el corazón. Dijiste que estamos bien
como estamos y podemos seguir así. Pero no es cierto no podremos seguir como antes,
porque la herida se hace más profunda cada día. Tu indiferencia no la va a curar.
Tampoco vas a seguir disfrutando de tu posición cómoda.
Tus acusadores han crecido, física y espiritualmente. Mi hermano y yo te estamos
pidiendo cuentas claras.
Es muy triste no poder continuar ignorando lo que pasa a nuestro alrededor.
Éramos más felices cuando no entendíamos nada. Todo tiene remedio pero esta en tus
manos. No te imaginas cuan grande será nuestro reconocimiento si te decides a
normalizar la situación de nuestra familia.
Ahora tengo una razón más para desearlo. Días pasados cuando me preguntaste
porqué era necesario que me bautizara, te expliqué que el bautismo es un pasaporte que
acredita nuestra condición de ciudadanos del nuevo mundo. Ese va a ser el día más
importante de mi vida. Me duele que en ese pasaporte simbólico, yo siga figurando como
hija de madre soltera y padre desconocido.
Perdóname si esta carta te parece dura. Tenemos que enfrentar la realidad aunque
nos duela. Dios quiere que comprendas nuestra posición y nos hagas justicia.
Tu hija
Carina
Álef Guímel
www.alefguimel.net
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Las vacas han seguido adelgazando
El Faraón de Egipto, en el tiempo de José, el hijo de Jacob, tuvo un sueño que llegó
a ser mundialmente conocido y comentado. El vio siete vacas gordas sobre la tierra, a
orillas del Nilo, y luego siete vacas flacas, feas y desnutridas. Según el relato del Faraón,
nunca había visto otras de tan mala apariencia. Estas últimas devoraron a las gordas, pero
su lastimoso aspecto no mejoró nada.
José le dio al rey de Egipto una explicación inspirada. Las vacas gordas representaban
siete años de abundancia que se aproximaban. Las flacas, eran siete años de hambre, que
arruinarían el progreso de los años buenos.
Algo muy parecido le está pasando al mundo de hoy. Sus épocas buenas y prósperas son
un lindo sueño de pasado. La inflación devora la seguridad. Hay sequías en vastas zonas
de la tierra. Hay desastres naturales que destruyen propiedades valiosas y grandes
cantidades de alimento, como sucede en los terremotos y las inundaciones. Las guerras
han empobrecido a las naciones y han retrasado el progreso. De todos modos, no
debemos añorar con dolor el tiempo de las vacas gordas, porque no se fueron para
siempre. Además, todo lo que Dios permite tiene un buen propósito, que al final resulta en
entrena miento provechoso, para ayudarnos a alcanzar experiencia útil y madurez
espiritual.
Un antiguo refrán inglés dice: ‘ mar en calma no sirve para entrenar buenos marineros”.
En español, tenernos un dicho que encierra la misma idea, al referirnos a los que no saben
actuar frente a cualquier tribulación, como “marineros de agua dulce”.
Nos hace falta cultivar el temple necesario para enfrentar nos a días difíciles. En la mayor
parte de los países ahora, la prosperidad económica y la despreocupación, han llegado a
ser una historia del tiempo en que “aire” se escribía con y griega. Ya no se habla de los
que venían aquí a “hacerse la América”, porque ahora los que nacen en América buscan la
oportunidad de emigrar a otros continentes, para hacer lo que puedan y sin muchas
ilusiones, porque las vacas han seguido adelgazando.
Quiero contarte una breve historia que muestra cómo las desventajas pueden convertirse
en ventajas, cuando uno aprende a cultivar el lado positivo de la adversidad.
La familia Brandt, que vivía en Río Riev, una pequeña ciudad en algún país de Europa,
gozaba de una posición muy desahogada. Jamás tenían que preocuparse por lo que
pondrían sobre la mesa al día siguiente, ni tampoco se detenían a pensar en los menos
agraciados que hubieran deseado recibir algo de lo que ellos tiraban cada día. Cuando les
gustaba algo, ni preguntaban el precio, y nunca calculaban el costo de la nafta que
quemaban en sus tres autos. En la casa de los Brandt todo se hacía humo, el tiempo, la
energía, el dinero y los halagos de la vida. Sin que se dieran cuenta, otras cosas se
estaban quemando en el altar de la autocomplacencia: la unión familiar, el cariño mutuo,
el compañerismo edificante. Sin advertirlo, estaban llegando a ser un grupo de
desconocidos consanguíneos, unidos por conveniencias materiales.
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En el caso de ellos, cabía muy bien la ilustración que se ha hecho de tales hogares. El de
ellos era como las estaciones de servicio automotor, donde la gente acude a llenar el
tanque para poder seguir andando. La familia Brandt usaba su casa como un paradero
para comer y dormir, pero cada uno de los cinco tenía algo más importante que hacer en
otro lugar. Edgardo, el padre, pasaba casi todo su tiempo en la fábrica de heladeras.
Nancy, la madre, tenía a su cargo muchas obras sociales y tenía puestos honorarios en
varias instituciones de beneficencia, junto a otras distinguidas damas de la región.
Joaquín, el mayor de los hijos, había emprendido la carrera de abogado, y todo su tiempo
libre lo empleaba en el club con sus amigos. Sofía, tenía muchas cosas entre manos;
estudiaba inglés y francés, era encargada de una boutique céntrica, y no perdía ninguna
fiesta social de importancia. Carolina, la menor, estaba aún en la escuela secundaria, y
pasaba muchas horas en casa de una compañera de estudios, preparando con ella las
lecciones para el día siguiente. Le atraía esa casa, porque allí no estaba sola con el
personal de servicio. La madre de Doris, su amiga, siempre estaba esperándolas cuando
llegaban, y les hacía preguntas sobre la marcha de sus estudios y los pormenores del día.
Allí había calor de hogar.
La vida de los Brandt siguió así por algún tiempo, hasta que estalló la segunda guerra
mundial.
De pronto, el panorama cambió radicalmente, porque se encontraban en una zona
estratégica, donde se suponía que podía producirse una batalla encarnizada. Ese podía ser
el punto en que chocaran dos ejércitos contrarios que serían apoyados por aviones de
combate. Se dio aviso a los civiles sobre la conveniencia de abandonar el lugar y buscar
refugio en el norte del país, a fin de alejarse lo más posible de la zona de peligro.
En momentos así, de nada valdría aferrarse a lo material ni tratar de salvar las posesiones.
Lo único sabio sería huir con lo poco que pudieran cargar. La familia se repartió en dos
autos, llevando todo el dinero que tenían a mano, las joyas, alguna ropa y algunos objetos
de arte que se podían vender bien. Se marcharon sin saber qué les deparaba el futuro.
Tenían una leve, débil esperanza de volver a encontrar en pie lo que habían dejado.
Después de mucho andar, llegaron a una pequeña villa llamada Valle Verde, que era el
lugar donde Nancy había pasado su infancia y parte de su adolescencia. Sus padres
habían muerto, pero quedaban dos tías viejitas viviendo en la antigua casa de la familia.
Allí se instalaron los Brandt, provisoriamente, esperando las noticias que decidirían su
futuro. Edgardo no albergaba ningún optimismo, ni hacía esfuerzos por ocultar su
pesimismo. Su fábrica y su hogar estaban demasiado cerca de la frontera, que sería un
punto muy vulnerable mientras durara la guerra. Aunque no sucediera nada esta vez, no
seria sabio continuar viviendo allí. Sus temores se confirmaron casi un mes m tarde,
cuando se supo que Río Riev estaba casi en ruinas después de una batalla y un intenso
bombardeo.
Todas las perspectivas y los planes de los Brandt cambiaron radicalmente. Después de
comunicarse con las autoridades de Río Riev sobre el estado de su hogar y su fábrica,
supieron con certeza que aquella vieja casa de campo, que por tantos años nadie se había
preocupado de mantener en buenas condiciones, y estaba en parte arruinada por la
humedad. La acción del tiempo y el abandono de sus herederos, era ahora el único
refugio que les quedaba. Tenían que hacer de ella su hogar, y olvidarse del confort, el
lujo, y las comodidades modernas. Las tías ancianas, conocían sólo de oídas lo que era
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una lavadora eléctrica, una aspiradora, una heladera moderna, o las docenas de ayudas
mecánicas que un ama de casa podía tener en su cocina. El lujo de ellas seguía siendo el
brasero, la cocina a leña, y lo que cosechaban en su pequeña huerta, que cultivaban tanto
como sus huesos doloridos les permitían.
Ahora, en vez de espectáculos costosos y fiestas sociales, la familia Brandt tenían la radio
para entretenerse, y los juegos de mesa, como el ludo, el dominó, y el ajedrez. Pasaban
muchas horas libres en el amplio comedor, tomando té y comiendo tortas caseras. Las
tías, María y Josefina, estaban encantadas. Hacía muchos años que no veían un grupo
reunido alrededor de aquella mesa grande. Era una parte de la casa que últimamente se
abría sólo para limpiar y ventilar. Era un lugar lleno de recuerdos, donde el pasado se
hacía real y las ausencias definitivas todavía parecían tener un lugar. La cabecera
rememoraba a los abuelos, que en días especiales gozaban tanto contemplando a la
familia reunida. Había dos sillitas altas para que los más pequeños estuvieran a la altura
de los mayores. En una de ellas se había sentado muchas veces Nancy en sus primeros
años, junto a su madre. Los antiguos muebles de roble con sus artísticas molduras,
volvían a tener razón de ser. Las paredes volvían a tener calor de hogar.
Edgardo y Joaquín buscaron trabajo en una ciudad cercana, a la vez que se empeñaban
en cuidar el huerto y plantar lo más posible, ya que era una fuente segura de sustento.
Nancy recuperó sus conocimientos de cocina junto a las tías, Sofía y Carolina aprendieron
a ordeñar la vaca y multiplicaron la cría de gallinas. Aprendieron a limpiar la casa con los
instrumentos más primitivos. Aprendieron a lavar, planchar, coser y hacer durar la ropa.
Todos dejaron de exigir y se dispusieron a cooperar.
Nunca se recuperaron totalmente de lo perdido ni volvieron a la posición de brillante
bienestar que tenían antes, pero ganaron algo de más valor. Luchando juntos,
aprendieron a pulir sus mejores cualidades, a quererse y conocerse uno a otro como
nunca antes. Disfrutaron plenamente de la unidad de familia. Ya no había discordias entre
los hijos, sacando cuentas de lo que los padres gastaban para uno y para otro, ni
discutiendo sobre quién lo merecía más. El alimento que ponían sobre la mesa
representaba el esfuerzo de todos, y lo apreciaban mucho más que antes, cuando daban
todo por sentado.
Una noche, Nancy abrió la Biblia del abuelo, un ejemplar grande, encuadernado en cuero,
donde las páginas amarillas de notaban la acción del tiempo. Había muchos versículos
prolijamente subrayados. Algunos, en el libro de Proverbios, le impactaron especialmente:
En el capítulo 23: 4 y 5, decía:
“No te afanes por obtener riquezas. Cesa de tu propio entendimiento... Porque sin falta se
hacen para sí alas como las de un águila y vuelan hacia los cielos”.
Y unas páginas más adelante, en el capítulo 28: 19:
“El que cultiva su propio terreno tendrá su suficiencia de pan, y el que sigue tras cosas
que nada valen, tendrá su suficiencia de pobreza”.
Muchos podrían reconocer la sabiduría de esos proverbios bíblicos ilustrándolos con sus
propias experiencias. Vale la pena tenerlos en cuenta, porque las vacas seguirán
adelgazando hasta que seamos introducidos en la era feliz y llena de abundancia del
Milenio.
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Puede llegar un tiempo en que ya no sea cosa de rutina comprar un helado “King Size” a
la vuelta de la esquina, o ver a papá y a los abuelos sacando tabletas de chocolate de sus
bolsillos para premiar tu buen trabajo en la escuela. De vez en cuando, las noticias nos
hacen acordar de los millones de niños en África y Asia, que apenas tienen una comida de
arroz al día. Esa es una realidad que hiere el corazón de Jehová. El nos dio una tierra
maravillosa que nos devuelve multiplicado con creces todo lo que plantamos en ella. Nos
dio el ganado, los peces y las aves como alimento, la infinita variedad de frutas, y el trigo
que podemos trabajar con nuestras manos, dándole una interminable diversidad de
formas y gustos. Ha sido la mala administración humana la que ha causado que el hambre
galope por la tierra, nunca la negligencia del Creador.
No te angusties cuando las vacas flacas anden cerca. No han venido para quedarse. Dios
no las llamó ni las quiere. Son sólo una parte del cuadro triste de los últimos días y muy
pronto se borrarán para siempre.
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El toque final
Hay dichos de la gente que a uno lo dejan pensando, y decide darles una ubicación
preferencial en la memoria. Eso me sucedió con las palabras de un anciano que de tanto
en tanto decía: —Si una cosa vale la pena hacerla, entonces vale la pena hacerla bien.
Mirándolo desde otro ángulo, podríamos expresarlo así:
—“Si no vale la pena hacerlo bien, ¿es sabio hacerlo para que salga como salga?” “Si no
vale la pena terminarlo, ¿valía la pena haberlo comenzado?”
Es cierto, a veces empezamos algo muy ilusionados, y más tarde comprendemos que le
hemos asignado un valor que no merecía y hemos esperado un resultado que no podía
producirse. Entonces es lógico decir” basta” y transferir el entusiasmo a una empresa
mejor.
Pero, lo que no nos da gozo ni provecho, ni satisfacción de conciencia, ni vindicación ante
nuestros propios ojos, es lo que uno no termina por dejarse estar, aunque valía la pena
lograrlo.
Hay una antigua ilustración muy conocida: “Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un jinete, por un jinete
se perdió una batalla, por una batalla se perdió un imperio”.
Aunque las cosas que dejemos a medio hacer, no puedan abarcar tanto en sus últimas
consecuencias como aquel clavo que no estaba en su lugar, muchas veces nos vemos
obligados a admitir el valor de los pequeños detalles. Una llave es un objeto diminuto,
pero tiene mucho que ver con la seguridad de la casa: una píldora es algo insignificante,
pero puede tener gran influencia en la salud si es el remedio acertado, o en los peores
trastornos, si es un remedio equivocado. Cosas pequeñas pueden cambiar el final de un
drama, tal como aquel clavo que faltaba en la herradura, podía haber cambiado una
página de historia.
Tu maestra se disgustó porque llevaste a la escuela un mapa sin terminar. Faltaban
algunos ríos y no habías coloreado las manchas en verde que representaban las zonas
agrícolas.
¿Te imaginas cómo afectarían nuestra vida las creaciones más importantes, si Dios las
hubiera dejado sin terminar? ¿Para qué serviríamos nosotros mismos, si no tuviéramos el
acabado perfecto?
No pude menos que hacerme estas preguntas, leyendo un artículo sobre el milagro que es
nuestro cuerpo. No habría fin de hablar de las actividades que nos permiten disfrutar
nuestros huesos y de las obras asombrosas que logran nuestras manos, jamás igualadas
por ninguna herramienta que se haya inventado. De las células se ha dicho que cada una
de ellas es más complicada que una gran ciudad. Las venas, las arterias, y la circulación
de la sangre, son maravillas que ocupan capítulos enteros en las enciclopedias. Pero, ¿qué
habría sido de toda esa obra de ingeniería, si Dios no le hubiera puesto el toque final, una
invalorable vestidura de piel, que crece de continuo para adaptarse al tamaño del cuerpo,
y ha demostrado poder durar más de cien años, si un humano alcanza a vivirlos. y podría
durar eternamente por su sistema de zurcido invisible y auto re- novación?
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La piel se clasifica como un órgano, el más grande de todos. A pesar de los admirables
logros de la industria textil, el hombre jamás ha hecho un tejido tan flexible, tan fuerte y
durable como la piel humana. Es tan importante para la vida como el cerebro, los
pulmones y el corazón. A pesar de estar perforada por millones de poros, esto, en vez de
debilitarla, resulta en que sea más fuerte. Puede resistir el frío, el calor, las inundaciones,
las sequías, los ácidos y las substancias alcalinas. Tiene la propiedad de eliminar toxinas y
desperdicios del cuerpo a través de los poros, y produce pigmento para defenderse de los
rayos solares.
Los mismos poros que se abren cautelosamente hacia afuera, para dejar salir lo que no se
necesita, se retienen cautelosamente en cuanto a lo que van a dejar entrar. No permiten
la afluencia del agua y otras substancias, porque si no. seríamos como esponjas que se
hinchan y pierden su forma y su peso normal.
Nuestra piel se compone de más de veinte capas de escamas, que son células muertas.
Las células nuevas, que se forman en la parte inferior de la epidermis, empujan hacia
afuera a las que van muriendo. Al lavar la piel, o con el roce, estas células muertas se van
desprendiendo y van siendo reemplazadas por las nuevas. Las vemos en la ropa, o
flotando en el agua del baño. A pesar de este continuo movimiento, la piel no se pone
seca y escamosa, porque hay glándulas aceiteras que la mantienen lubricada. Si en una
parte del cuerpo la piel se desgasta demasiado, esa zona delicada se llena de agua para
proteger la piel nueva que se está formando. A esto le llamamos una ampolla. Se
presentan muchas veces por el roce del zapato en los pies, o en las manos por el roce de
una herramienta que no es tamos acostumbrados a usar. Por eso, no es sabio pinchar las
ampollas. Cuando la piel nueva ya no necesita estar protegida por esa agua, la ampolla, se
abre por sí misma y la deja correr.
La piel también hace las veces de despensa de primeros auxilios, guardando una provisión
adecuada de grasa, agua, azúcares, sal y otros materiales, con el fin de descargarlos en la
sangre para que esta alimente a las células agotadas que han perdido estos elementos. La
sangre y la piel son aliadas que trabajan juntas en perfecta armonía. Cuando hace mucho
calor y los órganos internos necesitan refrescarse, envían la sangre a los vasos sanguíneos
de la piel donde se ventila y pierde temperatura. Así se normaliza la sensación térmica del
cuerpo. Si hace frío, los vasos sanguíneos se cierran para que la sangre no afluya a la
superficie y se mantenga el calor interno. Es lo mismo que hacemos nosotros en casa,
cuando hace frío, no abrimos las ventanas como en verano.
Si el Creador no nos hubiera puesto este traje perfecto y admirable, como toque final de
su obra, habríamos quedado indefensos, anulados para un sin fin de funciones. Ningún
forro de hechura humana podría sustituirlo.
El que deja las cosas sin terminar, es alguien que olvida que Dios nos hizo a su imagen y
semejanza. De acuerdo a nuestras limitaciones, a nuestra pequeñez, que desde todo
punto de vista no tiene comparación con la grandeza de El, debemos esforzarnos por
imitarlo como Modelo supremo, y grabarnos en la mente esta importante resolución:
‘Si vale la pena hacerlo, merece el toque final”.
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¡Con la vida no se juega!
Nereo era un joven soldado romano en los días del emperador Marco Aurelio. Su
padre, Claudio Tercio, era un centurión que tenía legiones a su cargo y había participado
en importantes batallas. Su más querido deseo era que su hijo, Nereo, ganara renombre
como defensor del Imperio Romano. El joven, en cambio, se recostaba sobre el prestigio
de su padre y no ponía mucho de su parte para hacer méritos y avanzar en su carrera.
Varias veces lo habían encontrado dormido dentro de alguna de las estrechas atalayas del
muro, en la cual debía haber esta do vigilando. Si la seguridad de las fortalezas hubiera
dependido solamente de él, algunas campañas militares habrían tenido un fin desastroso.
Por respeto a su padre, y para evitarle un disgusto, los superiores de Nereo se privaban
de divulgar las faltas del muchacho, pero nadie le tenía mucha confianza. Era negligente
en cuanto a su armadura, aunque continuamente se les recordaba a los soldados que
debían inspeccionarla, parte por parte, para descubrir alguna falla que pudiera resultar en
perder la vida a manos de sus enemigos. Debían revisar bien el yelmo, que resguardaba la
cabeza, y la coraza que defendía el corazón y otros órganos vitales.
Era necesario observar cuidadosamente el escudo, una gran armazón de madera forrada
por varias capas de cuero, que de tenían las flechas envenenadas, o los dardos
encendidos que llevaban un pequeño recipiente con combustible en la punta, el cual podía
iniciar un incendio cuando se atacaba una propiedad, o causar quemaduras graves en el
cuerpo de un soldado. Al chocar los dardos y las flechas con la primera capa de cuero,
perdían su fuerza y caían al suelo. Los soldados usaban estos escudos grandes y livianos
que les permitían cubrirse totalmente. Los oficiales de rango usaban los broqueles, o
pequeños escudos de metal brillante.
Tampoco debían olvidar la importancia de mantener en buen estado las sandalias, porque
un soldado descalzo no podría ir muy lejos ni hacer una campaña militar exitosa. Las
correas de cuero que aseguraban las sandalias a los tobillos, tenían que ser renovadas
cada tanto, porque se debilitaban con el uso. No debían olvidar el ancho cinturón que
ceñía las caderas y ayudaba al soldado a mantenerse en posición erguida, y a no aflojar el
cuerpo para dormir cuando era necesario vigilar.
Cada detalle de la armadura tenía razón de ser, y eso se recalcaba constantemente, pero
Nereo daba muchas cosas por sentadas y bien sabidas. Dejaba vagar su mente y la
llenaba de fantasías. Le gustaba soñar despierto y se veía a sí mismo recorriendo
hermosos lugares con figuras femeninas que le dispensaban una simpatía especial.
Un día, sonaron las trompetas con inconfundible lenguaje. Había que abordar los carros de
guerra en la plaza principal y salir sin pérdida de tiempo al encuentro de una invasión que
venía del desierto. Un correo de otro fortín del ejército llegó a caballo con la advertencia, y
dos palomas mensajeras trajeron un mensaje en clave desde otra fortificación más lejana.
Cada soldado sabía a qué carro pertenecía y debía estar en él, completamente equipado,
en tiempo record.
Nereo, lerdo y distraído como siempre, perdió minutos preciosos buscando el cinturón,
que no recordaba dónde lo había puesto. Se calzó a la ligera las sandalias, se colocó la
coraza y el yelmo y salió corriendo, espada en mano. Los de su grupo, al ver que
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demoraba, se habían marchado sin él. Menos mal que quedaba un carro grande que se
había detenido para cargar algunas bolsas de alimento. Le permitieron poner unos cojines
de cabra sobre los sacos de trigo molido, y marchó con ellos. Mientras viajaban notó que
una de las capas de cuero del escudo, que debían estar bien tirantes, se había aflojado, y
parecía que iba a desprenderse del armazón. En ese momento se dio cuenta de la poca
atención que le había estado dando a su equipo bélico.
Al fin, alcanzaron el punto en que el ejército romano había chocado con los invasores.
Nereo saltó del carro, lleno de coraje y decisión. Era muy importante que sus compañeros
lo vieran entre ellos y no pensaran que se había quedado atrás. Empezó a correr al frente
de lucha a todo lo que le daban las piernas. Pero entonces, la correa de una de sus
sandalias se partió en dos. Demasiado tarde recordó que hacía mucho tiempo que no las
cambiaba. Ahora era imposible correr. Había guijarros puntiagudos y plantas espinosas en
el camino. De pronto sintió una picadura en un tobillo, pero no vio nada. La idea de que
había sido una víbora lo llenó de pavor. La pierna empezó a hincharse y se sintió
afiebrado. No había quién lo auxiliara. El carro con los alimentos se había alejado,
confiando en que él no tendría dificultad para unirse a su escuadrón, mientras que ellos
iban a parar en un pequeño bosque a la derecha, para ocultar la carga que llevaban, a fin
de que no trataran de arrebatarla los invasores, que debían estar ansiosos por más
comida. Era imposible acercarse a la retaguardia, para que algún médico lo operara o le
amputara la pierna antes de que la sangre llevara el veneno al corazón. Se arrastró hasta
unos arbustos para poner la cabeza a la sombra, porque era mediodía y el sol estaba muy
fuerte. Solo deseaba dormir, olvidar el mundo y tal vez, no despertar. A lo lejos, se oían
los gritos de la batalla. Ese era el lugar donde él debía haber estado. Para descansar
mejor, se sacó la armadura y la echó a un lado.
Al caer la tarde, los enemigos huyeron en derrota. Los soldados romanos recibieron una
abundante comida y prepararon los carros para volver al fuerte. Uno de ellos pasó cerca
del grupo de arbustos en que yacía Nereo inconsciente. No lo hubieran descubierto al
pasar, pero vieron de lejos la armadura brillante, que captaba los últimos rayos del sol.
— ¿Cómo pudo alguien sacarse la armadura durante el combate? ¡Debe ser un desertor y
merece la muerte! -dijo uno de ellos-. ¡Sería tan fácil ejecutarlo ahora que tiene la espalda
descubierta!
—Sin duda -añadió un compañero-. —Pero a nosotros no nos está permitido matar a otro
soldado romano. Eso lo tiene que decidir el centurión, después de juzgarlo.
Al detener el carro y acercarse, reconocieron a Nereo y vieron su pierna hinchada. Al
sacudirlo para despertarlo, notaron que estaba afiebrado. Ciertamente, era una triste
estampa de soldado, sin cinturón, sin armadura, con una sola sandalia, acostado al lado
de un escudo que estaba a punto de desarmarse. Lo cargaron en el carro y lo llevaron al
fuerte, donde recibió atención médica. Cuando despertó, no recordaba nada de lo
sucedido. Para tranquilizarlo, los médicos le aseguraron que no era una víbora la que lo
había picado, sino tal vez un alacrán.
Por la misericordia de sus compañeros no perdió la vida, y por ser el hijo de Claudio
Tercio, no fue juzgado como desertor. Pero sus superiores lo despidieron del ejército con
unas palabras que le dolieron por años: —“Tú necesitas una vida suave y cómoda. El
ejército romano en cambio, necesita hombres recios, que no piensen tanto en
complacerse a sí mismos”.
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Al verlo recuperado y en pie, sin haber recibido algún castigo serio, no faltó quien dijera
con envidia: —Parece que los dioses de Roma están protegiendo a los negligentes, a los
que juegan con la vida.
Pero, a pesar de que le había ido mucho mejor de lo que merecía, nadie podía quitarle el
malestar de conciencia, y un eco terco y persistente que lo atormentaba interiormente,
repitiendo: —“No sirves como soldado”.
Habrás oído más de una vez algunas historias sobre ciudades sitiadas por ejércitos
enemigos, y los dramáticos días que tienen que vivir sus habitantes. Hay tres cosas por las
que suelen preocuparse en primer lugar para resistir el sitio: el agua, el alimento y las
líneas de comunicación. Estas tres cosas vitales son justamente lo que el agresor tiene
más interés en arruinar. Ha habido casos en que todos los caminos hacia el exterior
habían sido bloqueados y la única forma de pedir auxilio era por medio de palomas
mensajeras: algo dado por Dios que podía funcionar cuando ningún recurso humano
servía.
Nosotros como testigos de Dios, estamos desde hace seis mil años, en el lado victorioso
de una guerra contra el primer adversario de Jehová, que será también el último. Dios
cuida de que tengamos el alimento espiritual y el agua pura de la verdad. El enemigo trata
de cortar la línea de comunicación que va más lejos y puede proporcionarnos la respuesta
más completa y eficaz: la oración.
Con su habitual sutileza, tratará de hacerte creer que no funciona, que es inútil usarla
porque Dios no te escucha. A algunos les sugiere que son indignos de ser oídos, y que
están rechazados por Dios, para que no pidan auxilio del cielo, el único que él no puede
interceptar.
La oración debería ser para ti, un placer, un refugio, no una función mecánica lograda con
la mitad de la mente, y la mitad del corazón.
Alguna vez, discando el número de un amigo o un familiar querido, te sorprendiste al
escuchar un mensaje grabado en un contestador automático, pidiéndote un número para
responder y la razón de tu llamado. ¡Qué impresión fría, tan diferente de la voz cálida y
amistosa que esperabas oír! Todo lo que se hace mecánicamente es pobre, desprovisto de
emoción y sentimiento.
¿Qué pensaríamos si en una ciudad sitiada, los medios de comunicación transmitieran una
grabación anterior que no comunicara la urgencia del momento, ni la angustiosa
necesidad de ayuda? Hay cientos de millones de personas que oran así en el mundo.
Hemos visto filmaciones documentales de países del oriente, donde la gente ata a las
ramas de los árboles sus oraciones escritas, para que Dios, Buda, o Mahoma, se dignen
leerlas cuando les venga bien. En otros lugares se usa un cilindro hueco, donde se colocan
las oraciones escritas. Se las hace girar de abajo hacia arriba, por medio de una manija.
Cada vez que suben, se supone que el cielo las recibe.
Esa no es la forma de cultivar una relación con Dios, cálida y real, que es el más valioso
medio de comunicación que tenemos y nunca debemos dejar de usarlo. Tampoco
debemos abandonar el estudio de la Biblia, que es nuestro alimento espiritual, y el agua
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de vida que nos reanima. Despojarnos de estas cosas equivale a regalarle las armas al
enemigo. No debemos descuidar nuestra armadura, como hizo Nereo, ni dejarla a un lado
para dormir cómodamente. La armadura espiritual, que el apóstol Pablo describe en el
capítulo 6 de la carta a los Efesios, no tortura la carne, como lo hacían las antiguas
armaduras metálicas. Es flexible, adaptable, nos protege sin trabar nuestra libertad de
movimientos. Cuánto más tiempo la usamos, menos deseamos abandonarla, porque eso
sería jugar con la vida.
Necesitamos avivar continuamente nuestra esperanza, que es el yelmo que resguarda la
cabeza. Debemos analizar nuestro sentido de la justicia, que es la coraza que protege el
corazón, y mantener en buenas condiciones el escudo de la fe, para seguir rechazando
dardos encendidos. Es imprescindible mantener nuestros pies calzados con la disposición
de ánimo que nos mueva a compartir las Buenas Nuevas, y esgrimir con valor la espada
del espíritu, que es la Palabra de Dios, para derribar las mentiras religiosas que esclavizan
y ciegan a la gente.
Debemos conservar celosamente nuestra identidad cristiana para que todos los que nos
rodean sepan quiénes somos y hacia dónde vamos. Cada tanto vuelve a mi mente una
anécdota narrada por el hermano Macmillan, un fiel Testigo que vio el desenvolvimiento
mundial de la obra del Reino a partir de la última década del siglo diecinueve. En su libro
“La Fe en Marcha” publicado solamente en inglés, en 1957, en la página 32, el autor
cuenta algo de las primeras asambleas que se realizaron al resurgir la obra de Dios. Se
acostumbraba entonces, pedir testimonios de los que recién empezaban a asociarse. Se
estaba celebrando una gran reunión en Allegheny, Pennsylvania,con motivo del Memorial
de la muerte de Cristo. Cuando la reunión ya llevaba algún tiempo, entró un desconocido,
con ropas polvorientas. Se veía que había viajado cierta distancia. A pesar de que había
asientos libres en las últimas filas, se dirigió al frente y se sentó en la primera fila,
poniendo debajo de su asiento un fardito que traía. Carlos Russell pidió comentarios de los
presentes y después de escuchar algunos de ellos, el desconocido también pidió la palabra
para contar su propia experiencia. Venía desde New England y había tenido que cambiar
de tren y esperar cerca de una hora para el trasbordo. En esa estación, había una
plataforma rodante estacionada. Un grupo de personas la rodeaba mirando algo sobre
ella, y reían de buena gana. Se acercó a ver de qué se trataba. Dentro de un gran cajón a
manera de jaula, había una cabra. Alguien le explicó: —Se comió la etiqueta, y ahora
nadie sabe dónde tienen que mandarla.
El nuevo interesado explicó: —Yo soy diácono de la Iglesia Presbiteriana, pero desde que
adquirí el libro “El Plan Divino de las Edades”, me comí la etiqueta que tenía, y ya no sé
adónde pertenezco. Vine hasta aquí para averiguarlo. (Mientras decía todo esto, sostenía
el libro que traía en uno de sus bolsillos, delante del auditorio). Después de aquella
asamblea, el desconocido, George Kellogg, recibió una nueva etiqueta como miembro del
pueblo de Dios, y nunca volvió a perderla.
Así deben ser de firmes nuestras convicciones. Jamás debemos invertir la posición de
nuestros haberes en la tabla de valores. Ese fue el error que cometieron muchos judíos
durante el sitio de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, antes de que los romanos la
destruyeran. Se les había dicho que podían salir, sin llevarse ningún metal precioso, con la
vida como único despojo. Algunos odiaban la idea de abandonar el oro que poseían para
que los romanos se beneficiaran de él. Para retenerlo, prefirieron tragarlo, sin darse
cuenta de que estaban jugando con la vida. Cuando los soldados desconfiaron de los que
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no entregaban nada, empezaron a abrir vientres para encontrar el oro. Los que le habían
asignado más valor que a la vida, perdieron las dos cosas.
Cuando llegue el juicio decisivo, al fin del sistema, será maravilloso estar en la posición
favorecida y sentirnos aludidos por las palabras de Jeremías 39:18:
“Porque sin falta te suministraré un escape, y no caerás a espada; y ciertamente llegarás a
tener tu alma como despojo, porque has confiado en mí, dice Jehová”.
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Dios nos entiende a todos
Hace dos mil años, los primeros cristianos se sintieron forasteros y residentes
temporales sobre la tierra, como se declara en 1 Pedro 2: 11. Estamos atravesando un
mundo lleno de prejuicios, como representantes de un gobierno extranjero, con una
misión que cumplir: dar un mensaje vital de parte de Dios a sus habitantes.
Es natural que a ti, pequeño forastero, el mundo te resulte complicado y difícil de
entender. Es un laberinto más lleno de embrollos cada día. Cuando yo estaba cruzando la
edad de las sombras breves, me hacía la ilusión de encontrar a lo largo del camino, mucha
gente que pensara y sintiera como yo. La encontré entre el pueblo de Dios, pero afuera,
están todos divididos por barreras de incomprensión, traicionándose unos a otros por
intereses materiales. Cada uno acusa a su prójimo de ser medio loco, medio excéntrico o
medio raro.
En mi adolescencia me interesé mucho en leer a los poetas del siglo pasado y de
principios de este siglo. Casi todos tenían un factor común: se sentían víctimas de la
incomprensión de los demás. Se sentían muy solos, como si hablaran otro idioma. Eran
idealistas aislados en medio de una multitud que corría locamente tras logros
materialistas. Algunos se desorientaron tanto, que terminaron bruscamente su vida,
sacándosela de encima como un peso insoportable. Cometieron un pecado grave contra el
Autor de la vida, quien no nos dio autoridad para ser verdugos de nosotros mismos o de
los demás. La auto eliminación equivale a tomar uno el lugar de Dios y adelantarse a
proceder en contra de lo que El tenga dispuesto, dándole la espalda a lo que está en
reserva para nosotros en el futuro cercano.
Eso ha sucedido no sólo con poetas, sino con otros cultores de las formas más elevadas
del arte, gente que no se reconciliaba con un mundo que chocaba con su sensibilidad.
Lamentablemente, hay muchos jóvenes y aun niños, uniéndose a esa lúgubre procesión
de los que prefieren terminar con los problemas atacando mortalmente lo que tienen más
a mano: su propio ser.
Ciertamente, para la clase de mundo en que vivimos, una sensibilidad afinada no es una
ventaja. Los indolentes lo pasan mejor, pero a costa de sacrificar muchos de sus valores
como personas. Me hacen pensar en esos pianos completamente desafinados, que por
más que te esmeres, no les puedes arrancar ninguna melodía.
Te vas a encontrar con muchos que porfían lo que no saben, aseguran lo que no
entienden, y garantizan lo que no conocen. Razonar con ellos es más difícil que acariciar
un erizo. Te asombrarás de algunos que dan en la tecla con todo lo que hacen y dicen,
mientras otros suelen estar más despistados que un horóscopo.
A esta altura del tiempo, la imperfección está tan avanzada que vemos a la gente
chocando con los demás como murciélagos que han perdido el radar intraconstruido que
los guía en las tinieblas.
Durante la edad de las sombras breves, uno ignora muchas cosas del mundo y de la lucha
de la gente por subsistir. Después, al descubrirlas, se sufre para aceptarlas. La Biblia
reconoce este hecho en Eclesiastés 1: 18: “Porque en la abundancia de sabiduría hay
abundancia de irritación, de modo que el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor”.
Nos duele el pensamiento de no poder usar todo lo que aprendemos, a causa de la
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brevedad de la vida. Pero, más que nada, el enterarnos de tantas cosas que están mal, y
no poder hacer algo por arreglarlas.
Llegará el momento en que tú también te sentirás herido por la incomprensión de los
demás, y no podrás echarlo al olvido con tanta facilidad como ahora. Siempre sucedieron
tales cosas. Por ejemplo, William Harvey, un médico inglés, fue el descubridor de la
circulación de la sangre. El hecho fue rechazado y discutido por muchos, incluso por la
Universidad de París, una de las más importantes de Europa. Su descubrimiento no fue
reconocido hasta treinta años después de su muerte.
Otro caso que ilustra lo difícil que es hacer razonar a la gente es el de Galileo, físico,
matemático y astrónomo italiano. El confirmó las enseñanzas de Nicolás Copérnico, un
astrónomo polaco que había vivido en el siglo anterior, quien afirmó que los planetas
rotan sobre sí mismos y a la vez se mueven alrededor del Sol. Pero, un siglo después de
Galileo, los profesores universitarios seguían enseñando la antigua teoría de que el Sol, la
Luna y las estrellas giraban alrededor de la Tierra, porque esta era el centro del Universo.
Aunque Galileo tenía razón, fue llevado ante los tribunales de la Inquisición y encarcelado
por las autoridades eclesiásticas. Para obligarlo a retractarse, llegaron al punto de torturar
a su hija. Acusado de herejía, porque sus opositores decían que sus enseñanzas
contradecían las Sagradas Escrituras, se vio obligado a negar públicamente lo que había
afirmado, y tuvo que vivir arrestado en su propio domicilio hasta su muerte. Después de
su retractación, dijo aquellas palabras acerca de nuestro planeta, que han pasado a la
historia: “¡Y sin embargo se mueve!”.
Galileo fue el inventor del primer telescopio astronómico en 1609. Por medio de este,
descubrió que otros planetas tenían lunas, y que la vía Láctea no era una formación de
nubes, sino que estaba compuesta de estrellas. Ciertos astrónomos italianos, estaban tan
seguros de que Galileo estaba equivocado que aun rehusaron usar su telescopio para
investigar estos descubrimientos. Pasaron 150 años hasta que todo quedó confirmado,
cuando se construyeron telescopios más potentes.
Ahora, más de 350 años después, el Vaticano ha expresado su deseo de revisar el caso y
hacerle justicia a Galileo. Los que tienen la verdad no necesitan esperar a que sus
enemigos los vindiquen. La verdad misma, cuando triunfa sobre la ignorancia y la
superstición, vindica a sus defensores.
Y hablando de reivindicaciones, algunas veces, a lo largo del camino, sentirás un ardiente
deseo de que Dios le tape la boca a los enemigos casuales que te salgan al encuentro,
como lo habrá sentido Galileo, especialmente si compruebas que tu nombre está siendo
arrastrado río abajo, por las aguas turbias de la difamación. Si sabes esperar, confiando
en la justicia de Jehová, él te concederá el gozo de tu vindicación personal. La Biblia lo
menciona en Malaquías 3: 1 7 y 18. Allí Dios nos asegura que se compadecerá de sus
siervos, como un padre muestra compasión a su hijo que le sirve. Nos asegura que se
verá la distinción entre el justo y el inicuo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.
La eterna vindicación de su nombre será el acontecimiento más significativo de la historia,
después de soportar más de seis mil años de oprobio y difamación. La de El, viene
primero, y después la nuestra. Vale la pena esperar.
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El más deseado encuentro
“En la casa de Guzmán, unos vienen y otros van.”
Este era un refrán de los vecinos que describía muy bien a aquella familia. Como sucede
con las familias numerosas, al hogar de ellos siempre llegaban noticias buenas y malas. No
podía pasar mucho tiempo sin que naciera o muriera alguien, sin que algún miembro de la
familia estuviera de viaje, o vinieran parientes de lejos y de cerca a pasar algunos días con
ellos. En la casa de los Guzmán, había de todo menos monotonía y silencio.
En este momento, Ernesto, el padre de la familia, está preparando a sus tres hijos
menores para que vayan a pasar el rigor del invierno a la casa de su padre, el abuelo
Augusto. La región en que viven está amenazada por inundaciones que traerán consigo
peripecias, horas de inquietud, escasez de alimento, dificultades para alcanzar zonas más
seguras y para obtener pronta atención médica si fuera necesario.
El abuelo Augusto es rico, y muy generoso con sus hijos y sus nietos. Vive en un valle
fértil que produce una interminable variedad de frutas y vegetales, al amparo de una gran
montaña. Tiene una cantidad de fieras domesticadas que pasean mansamente por el
parque que rodea su casa. Jamás queda incomunicado con el mundo exterior porque tiene
una estación de radio que capta noticias de todas partes, y ha instalado un receptor de
mensajes vía satélite en su finca. Para el abuelo Augusto, la comunicación es la sal de la
vida, y los que se acercan a él, porque se interesan en conocerlo mejor, jamás quedan
defraudados.
Los hijos menores de Ernesto, Carlitos, Santiago y una nena muy linda a la cual llaman
Pelusita, van a viajar bajo la vigilancia de dos hermanos mayores. El padre dispuso que
fueran en un coche tirado por, porque en su opinión, son más confiables y producen
menos problemas que los automóviles.
Los vecinos se sorprendieron al ver los aprontes, y no pudieron menos que hacer
comentarios en tono de burla:— ¡Ernesto, es increíble! ¡Este va a ser un viaje del siglo
pasado, como si no hubiera medios más modernos...!
El les contestó: —Los caballos siempre llegan, aunque sea un poco más tarde. Su instinto
de preservación los hace sabios para evitar el peligro. Su fidelidad al buen amo que los
cuida y los alimenta, los hace respetuosos de la vida humana. Yo me siento más tranquilo
cuando mis hijos viajan así. Además, al pasar lentamente frente al paisaje, pueden
apreciarlo mejor.
La tan esperada hora de la partida llegó. Cargaron la canasta con alimentos que la mamá
y las tías habían preparado con cariño. Oyeron una vez más las advertencias paternas: —
¡Pórtense bien! Obedezcan en todo a sus hermanos mayores, porque ellos saben lo que
más les conviene. ¡No se olviden de lo que les hemos enseñado, para que el abuelo
Augusto esté orgulloso de ustedes!
La familia los despidió confiando en que todo saldría bien. Llevaban algunas mantas por si
cambiaba bruscamente la temperatura y suficiente alimento para dos días, aunque el
viaje, normalmente, duraría unas ocho horas. Los hermanos mayores llevaban dinero
extra por cualquier gasto imprevisto que se presentara.
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Atravesando Ciudad Niebla, los hermanos mayores, que no apartaban sus ojos del camino,
notaron antes que los niños que había policías y efectivos del ejército guardando las vías
de acceso. En cuanto avanzaron, les dieron la voz de alto. Varios soldados rodearon el
coche, lo revisaron, y luego los sometieron a un severo interrogatorio.
— ¿Por qué vienen a Ciudad Niebla?
—Simplemente queríamos cruzar para ahorrar camino. Vamos hacia las montañas, a casa
de nuestro abuelo.
— ¿Qué ideas políticas tienen? ¿Están afiliados a algún partido?
—No. señor. Nuestros padres y abuelos son fervorosos creyentes de la Biblia que esperan
un reino celestial, y siempre se mantuvieron al margen de toda actividad política.
—¿No traen ustedes algún mensaje o encargue para entregar a alguien en esta ciudad?
—No, por cierto. Sólo la hemos atravesado algunas veces. No tenemos familiares ni
amigos aquí.
Habiendo comprobado que no llevaban armas, y convencidos de la sinceridad de los
jóvenes, les explicaron que un grupo terrorista había intentado tomar la ciudad el día
anterior. Ahora estaban bajo toque de queda y cualquier extraño que intentara entrar en
ella tenía que ser investigado en cuanto a sus motivos.
El sargento que comandaba el grupo les indicó el camino que debían seguir y les aconsejó
que no se detuvieran en un bosque cercano, pues algunos subversivos podían estar
escondidos allí.
Al despedirlos comentó: —Menos mal que tienen su propio vehículo, si hubieran tomado el
tren, estarían en un serio problema, porque los terroristas colocaron una bomba cerca de
la estación, y un buen tramo de las vías fue destruido.
La noche se acercaba, y los hermanos mayores se apresuraron para llegar a un pueblo
pequeño donde se proponían pernoctar en una posada y descansar bien. Cuando llegaron,
la casa estaba a oscuras. Un pequeño cartel en la puerta decía:
“Cerrado por duelo”. Un vecino les explicó que los dueños de casa habían viajado a la
capital a causa de la muerte de un familiar.
Entonces, no quedaba más remedio que pasar la noche en la calle, ya que aquel era el
único lugar que ofrecía alojamiento para viajeros, y no conocían a nadie en el pueblo.
Arroparon a los niños después de una buena merienda, y los hicieron dormir. Los mayores
se propusieron velar y esperar el alba.
Cuando amaneció, volvieron a emprender la marcha hacia Puerto Silver, donde esperaban
tener un buen desayuno caliente. Al acercarse, se asombraron al ver grandes grupos de
personas que salían de la pequeña ciudad. Parecía que toda la población estaba en
movimiento: una ola humana llenaba la carretera. Los que tenían medios de locomoción,
camiones y autos, venían adelante, sacándole ventaja a los que viajaban a caballo o a pie.
Uno de los automóviles que marchaban cargados de colchones, ropa de abrigo y artículos
del hogar, se detuvo y el conductor les dio la inquietante noticia: Habían recibido la
advertencia de evacuar urgentemente la ciudad porque un accidente en las instalaciones
del gas, había ocasionado una gran pérdida, y la vida de la población estaba amenazada.
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Ahora, los hijos de Ernesto Guzmán tendrían que dar una larga vuelta y cruzar el Río Indio
para llegar a destino, pero sería una buena ocasión para transitar por el pintoresco puente
ancho, que había sido construido dos años atrás. Los hermanos mayores trataron de
entusiasmar a los niños con esta idea, para que no pensaran más en la promesa del
desayuno caliente, que no se había realizado. Quedaba un poco de café en los termos,
ahora casi frío, y se lo repartieron.
Al llegar al puente ancho vieron un coche patrullero de la policía atravesado, dando la
señal de que no se podía avanzar. Pronto se enteraron de los estragos hechos por las
frecuentes lluvias de días anteriores, que habían producido inundaciones. Al bajar las
aguas se pudo comprobar que el puente había sufrido daño y era intransitable por el
momento.
Uno de los oficiales les dijo: —El viajar en un coche tirado por caballos, es una gran
ventaja para ustedes en este momento, de otro modo tendrían que regresar a su casa y
abandonar la idea de llegar a la zona montañosa. Pueden seguir a la derecha hasta que
encuentren el antiguo puente angosto de madera, por el cual un coche como éste puede
pasar cómodamente y sin peligro.
Carlitos y Santiago se regocijaron al oír esto. ¡Papá siempre tenía buenas ideas! ¡El había
dicho que tenía más confianza en los caballos que en los automóviles! Pelusita había
vuelto a dormirse. Ahora estaban bastante cerca de la casa del abuelo Augusto, donde se
sentirían más que recompensados por los inconvenientes del viaje.
Ya era mediodía y sentían hambre. Cuando fueron a buscar algo para comer en la
canasta, sólo quedaban algunas bananas y unos pocos bizcochos. No habían pensado en
racionar el alimento, ya que el viaje debió haber llevado apenas unas ocho horas. De aquí
en adelante tendrían que cruzar campos desolados y no encontrarían un lugar donde
comprar algo. Los caballos comieron una buena ración de pasto y bebieron en un
arroyuelo para restaurar fuerzas.
El puente angosto los dejó pasar sin inconvenientes. Antes de que cayera la noche
estarían en la casa del abuelo, el lugar más lindo del mundo para ellos.
El cielo empezó a oscurecerse. Evidentemente se acercaba una gran tormenta. Los
animales estaban corriendo a sus guaridas. Los pájaros buscaban sus nidos, aunque no
estaba anocheciendo todavía. Cuando los niños expresaban sus temores, los hermanos
mayores les decían: —“¡No se amedrenten! Piensen que muy pronto estarán jugando en
el parque del abuelo y acariciando sus animales, comiendo sus frutas y oyendo cantar a
sus pájaros. ¡Y, lo más hermoso de todo, oyendo las palabras de aprobación de él, por
haber hecho el esfuerzo de llegar hasta su casa!”
Al fin, a la hora del crepúsculo, el coche se detuvo frente a la gran mansión iluminada, al
pie de la montaña. La figura patriarcal del abuelo se destacaba en el porche. Los recibió
con los brazos abiertos. No necesitaron contarle nada. El ya sabía qué problemas habían
encontrado en el camino y había calculado la hora exacta del arribo. Tuvo expresiones de
encomio para los hermanos mayores por haber cuidado tan bien de los niños.
¡Qué felicidad sentían porque el viaje había llegado a feliz término y podían disfrutar del
tan deseado encuentro, a pesar de arribar cansados, con hambre y con frío. A lo lejos, los
truenos eran música de fondo. Poderosos relámpagos iluminaban el horizonte. La lluvia y
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el granizo azotaban las ventanas. Adentro, había calor de hogar, alegría, manjares y
sonrisas.
¿No te hace pensar en nuestra propia situación este relato? En la tierra de hoy, llena de
penas y amenazas, unos vienen y otros van, como en la casa grande de Guzmán. La gente
nace y muere de continuo dejando atrás los mismos problemas sin solución viable. El
pueblo de Dios, está haciendo un viaje lleno de peripecias bajo el cielo de tormenta de los
últimos días.
Algunos se burlan de nuestra manera aparentemente anticuada de avanzar y lograr
nuestros fines. Pero el más augusto anciano, que es Dios, nos aprueba y nos cuida desde
su morada. También capta todos los mensajes que le enviamos en nuestras oraciones.
Nuestros hermanos mayores, los ángeles, dirigen nuestra marcha y velan aun cuando
dormimos.
La locomotora del materialismo sólo podrá avanzar hasta cierto punto. El carro de la
Teocracia llegará a destino y cumplirá sus objetivos. Más allá del hambre, el frío, el terror
o el peligro, está la morada segura que nos ha destinado el Anciano eterno, el Autor de la
vida, en un paraíso que nunca dejará de existir.
Prepara tu corazón para el más deseado encuentro. Jehová también lo ansía y lo espera.
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Llegamos al final de esta excursión literaria que nos ha
brindado un compañerismo espiritual que puede ser la base de
una amistad duradera. El dibujante, que trabajó con amor
para deleitar tus ojos, también quiere despedirse de ti con
estos versos, expresando sus mejores deseos.
Herencia Feliz
Mateo 19:14
Estás en esa edad en que la sombra es breve,
es juguetona y ágil, a veces invisible,
te persigue traviesa, ligera, inquieta y leve,
porque ella te conoce veloz, imprevisible.
Acaso en buena hora disfrutes de esos años
y suelto como el viento no detengas tu andar.
Goza esta edad bendita sin albergar engaños:
que ni sombras ni penas te puedan alcanzar.
¡Ay niñez…!
Que tus tiempos felices sean lerdos
y no se vele nunca tu mirada tan pura,
rebalsando tu copa dulzura de recuerdos.
Juega, aprende, canta, sin incubar recelos.
Jesús, el hijo amado, estableció segura
por tu herencia feliz, el Reino de los Cielos.
Walter
San Martín
Buenos Aires
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