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LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ. ANTOLOGÍA
DEPARTAMENTO
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CASTELLANO: LENGUA Y LITERATURA / 2º Bachillerato / Curso 2013-2014
DE CASTELLANO
1. MIGUEL HERNÁNDEZ EN SU CONTEXTO LITERARIO.
1.1. Contextualización histórica y literaria.
Hablar de Miguel Hernández es hablar de una de las más importantes voces de la poesía contemporánea
en lengua castellana, y no sólo por ser uno de los poetas más populares y conocidos, sino sobre todo por ser
considerado el paradigma de comunión de vida y obra. Tanto es así, que podemos conocer perfectamente la
obra hernandiana conociendo los datos de su vida; y de igual manera, podemos conocer la vida del genial
poeta de Orihuela leyendo secuencialmente los poemas de su trayectoria literaria. Y es que no podemos
disociar, en dos realidades separadas, algo que en Miguel Hernández es inescindible: un hombre nacido
para ser poeta, y un poeta gestado para ser hombre.
Históricamente, a Miguel Hernández (1910-1942) le tocó vivir de lleno los grandes acontecimientos
políticos que envolvieron la Guerra Civil española: la Monarquía de Alfonso XIII (1902-23, 1930-31), la Dictadura
del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930), el advenimiento de la II República (1931-1939), el estallido
del conflicto armado (1936-39), el triunfo del alzamiento del general Francisco Franco (1939) y la posterior
represión hacia los partidarios del bando republicano, como fue el caso de Miguel Hernández, quien murió
encarcelado cuando aún no había cumplido los 32 años de edad (1942).
En el contexto literario, Miguel Hernández es el último representante de ese segundo auge de las
letras hispanas que se dio en llamar la Edad de Plata y que abarco desde el Modernismo y la Generación del
98 hasta el punto álgido de la Generación poética del 27, pasando por los movimientos de Vanguardia del
período de entreguerras. Fueron cuarenta años aproximadamente de una gran efervescencia literaria, sólo
truncada por la Guerra Civil.
Generacionalmente, Miguel Hernández es el puente entre dos generaciones literarias que se disputan
su afiliación: la Generación del 27 y la Generación del 36. Por edad, está más cerca de ésta que de aquélla.
Pero, por temas y estilo, por contactos y por afinidades ideológicas, Miguel Hernández es considerado el
«hermano menor del 27» o, como dijera uno de sus principales miembros (Dámaso Alonso), «el genial epígono
del 27». Recordemos que la Generación del 27 surge cuando un grupo de jóvenes poetas (Jorge Guillén,
Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti... entre otros, a los que cabría añadir
Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Emilio Prados y Manuel Altolaguuirre) se reúne en el Ateneo
de Sevilla para conmemorar el tercer centenario de la muerte del poeta barroco Luís de Góngora, reivindicando
la artificiosidad de su obra en nombre de una exaltación de la «poesía pura». El mismo Miguel Hernández se
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CURSO 2013-2014
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daría a conocer al gran público una obra de clara inspiración neogongorina, Perito en lunas (1933). No está
de más, por tanto, que recordemos los rasgos temáticos y estéticos que caracterizaron a los poetas del 27, y
que se cifran en un característica común: el eclecticismo. Efectivamente:
- se inspiran tanto en los poetas clásicos (Jorge Manrique, Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz,
Lope de Vega, Quevedo, Góngora...), como en la poesía popular antigua (el Cancionero y Romancero
tradicionales) y la poesía más inmmediata de Bécquer, Unamuno, Rubén Darío, Antonio Machado y,
sobre todo, Juan Ramón Jiménez.
- conjugan la tradición poética española antes mencionada con las nuevas corrientes llegadas de Europa
con las Vanguardias, preocupadas por la denominada «deshumanización del arte», que culmina con la
«poesía pura». A partir de 1927, sin embargo, asistiremos a un proceso de «rehumanización» de la
poesía.
- mezclan y alternan, tanto en los temas como en las formas, lo culto y lo popular, lo puro y lo humano, lo
elitista y la mayoritario, lo español y lo universal, lo individual y lo colectivo, lo sofisticado y lo comprometido.
Sin duda alguna, en la obra de Miguel Hernández se dan cita todos estos rasgos temáticos y estilísticos.
Aunque, como suele ocurrir en todos los grandes escritores, su trayectoria artística pasará por diferentes
fases, que veremos a continuación en su biografía.
1.2. Biografía.
Miguel Hernández Gilabert nace en la localidad alicantina de Orihuela (30
de octubre de 1910), en el seno de una familia humilde dedicada al pastoreo y el
negocio del ganado. Aunque cursó estudios primarios como alumno muy aplicado,
las circunstancias familiares le obligaron a abandonar la escuela para dedicarse al
cuidado del rebaño de cabras de su padre, un hombre de fuerte carácter. Su
vocación poética es temprana, y a ello contribuyen dos circunstancias: los muchos
libros que leyó de niño gracias a los préstamos del párroco Luis Almarcha, y el
mucho tiempo libre de que disponía mientras ejercía de pastor en la sierra de
Orihuela (a escondidas de su padre). Pero su verdadero mentor y gran amigo,
durante los primeros años de su juventud, sería Ramón Sijé, un brillante abogado aficionado a la poesía, que
fundó la revista literaria El Gallo Crisis, donde Miguel publicaría algunos de sus primeros poemas adolescentes.
Son años en los que lee incansablemente a los clásicos y escribe poemas de fuerte inspiración religiosa y de
exaltación de las tradiciones.
Como quiera que Miguel Hernández ya comenzaba a hacerse un nombre entre los jóvenes poetas
alicantinos (algunos diarios provinciales publican sus poemas), sus amigos le animan a hacer un viaje a
Madrid, la meca literaria de los años 30, con vistas a darse a conocer y publicar sus obras. No obstante, la
experiencia resulta frustrante, volviendo pobre e ignorado a su Orihuela natal. Corría el año 1931. Miguel,
con todo, no desiste en su empeño: centrará sus esfuerzos en la publicación de la que se considera su
primera gran obra lírica: Perito en lunas (1933) un conjunto de 42 octavas reales donde rinde homenaje al
culteranismo de Góngora.
El relativo éxito de esta obra le brinda la posibilidad de hacer un segundo viaje a la capital de España,
y esta vez sí que será reconocido gracias, sobre todo, a sus contactos con Vicente Aleixandre y el chileno
Pablo Neruda. La influencia de éstos se dejará notar no sólo en las formas (ya no tan artificiosas ni «puras»
como en la obra anterior), sino sobre todo en los temas, produciéndose un paulatino abandono de los aspectos
religiosos, en beneficio de una poesía más humana, sin tapujos, sin prejuicios de ningún tipo, exaltando el
amor, el sexo, la pasión... Es por aquel entonces cuando conoce a una modistilla, Josefina Manresa, que
acabaría siendo su novia y futura esposa; aunque, según se dice, parece haber tenido alguna aventura con
la pintora Maruja Mallo durante su estancia en Madrid. De sus experiencias con estas dos mujeres surge una
de las más hermosas obras de exaltación del amor, El rayo que no cesa (1936), compuesta fundamentalmente
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por sonetos y considerada por muchos críticos su obra de plenitud, con apenas 25 años de edad. El mismo
año de su publicación estalla la Guerra Civil española y Miguel, ideológicamente decantado hacia posturas
de izquierda, pone su voz al servicio de la causa republicana, ingresando como voluntario en el Quinto
Regimiento de Milicias Populares.
El «poeta esposo» pasa a ser ahora el «poeta soldado». Es destinado a diversos frentes y sus versos,
muchas veces recitados por él mismo en las trincheras, serán recogidos en dos poemarios de guerra: Viento
del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939). Miguel Hernández ha pasado del «yo» al «nosotros», al
componer una poesía comprometida con los más débiles y desamparados. No desatiende, sin embargo, sus
obligaciones como marido (se casaría con Josefina Manresa en 1937) ni como padre, aunque su primer hijo
moriría a los pocos meses.
Cuando la guerra toca a su fin y vence el bando nacional del general Franco, Miguel Hernández es
encarcelado irremisiblemente. Comienza entonces una peregrinación por diversas cárceles españolas (una
etapa de «turismo carcelario» como diría el propio poeta en una de sus cartas a Josefina). Sin embargo, las
precarias condiciones sanitarias en que se encontraba le provocarían una neumonía que desembocaría en
una tuberculosis terminal y que, a la postre, sería la causa de su muerte el 28 de marzo de 1942, cuando
todavía tenìa 31 años. Cuentan sus biógrafos que algunos de sus últimos poemas los escribió en papel
higiénico a falta de material más idóneo. Sus dos últimos versos todavía resuenan en nuestra memoria:
¡Adiós hermanos, camaradas, amigos,
despedidme del sol y de los trigos!
Al morir, sus amigos recopilaron sus últimos poemas, la mayoría escritos en la cárcel, y los publicaron
póstumamente bajo el título genérico de Cancionero y romancero de ausencias (1942). De este poemario
son las Nanas de la cebolla, un estremecedor poema vitalista dedicado a su segundo hijo.
1.3. Trayectoria literaria.
La trayectoria literaria de Miguel Hernández corre paralela a su trayectoria biográfica. Dotado de unas
cualidades excepcionales (pese a no tener estudios superiores), supo mejor que nadie armonizar las raíces
más populares con las técnicas más cultas. Quizás sólo García Lorca conseguiría también esta simbiosis.
La poesía de Hernández es inconfundible. Cuando uno lee uno de sus poemas, no abriga ninguna
duda respecto a su autoría. Miguel ha sabido asimilar todas las influencias (las clásicas y las contemporáneas)
para crear una voz propia e irrepetible. Impresiona, sobre todo, su tono vigoroso, viril, apasionado, presidido
por las ansias de amor y los presagios de muerte. Y, pese a ello, su poesía es de exaltación de la vida, de un
paradójico vitalismo trágico. Domina tanto las formas más tradicionales y rigorosas (soneto, octava real,
romance, tercetos...) como las más espontáneas y emotivas. Su portentoso uso de la metáfora lo convierte
en un poeta de una imaginación desbordada.
Con una producción tan breve (dada su corta vida) ha sabido hacerse un hueco en las galería de
poetas ilustres en lengua castellana. Una producción que atraviesa, como vimos en su biografía, por tres
etapas, con las que evidencia una evolución: del «yo» al «nosotros». Así es:
PRIMERA ETAPA: POEMAS DE JUVENTUD. Tras sus poemas de adolescencia, de corte católico y tradicional,
Miguel rinde tributo a los poetas clásicos, y en especial a Góngora (a la sazón el poeta reivindicado por
la Generación del 27), para publicar Perito en lunas (1933), un conjunto de 42 octavas reales que
describen objetos humildes pero con una expresión audaz cargada de barrocas metáforas. No se trata
de un poemario que se pueda leer con facilidad, contrariamente a otros poemas sueltos de la época,
como su famoso Silbo de afirmación en la aldea, escrito tras su primer frustrante viaje a Madrid.
SEGUNDA ETAPA: LA PLENITUD LÍRICA, LA EXALTACIÓN DEL «YO». En 1934, Miguel Hernández comienza la
elaboración de una serie de sonetos que inicialmente aparecerán publicados con los títulos de El silbo
vulnerado y La imagen de tu huella. Tras una serie de correciones y adiciones finales, refundirá
ambas obras en el poemario El rayo que no cesa (1936), cuyo tema principal, el amor, es visto de
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manera trágica, pero al mismo tiempo vital, tanto que sin amor le resulta
inconcebible la vida. Se trata de una colección de sonetos, donde incluye
además otras composiciones como Un carnívoro cuchillo y muy
especialmente su famosa Elegía a Ramón Sijé, su gran amigo de
juventud muerto prematuramente, a quien dedica quizá el más hermoso
poema sobre la amistad que jamás se haya escrito.
TERCERA ETAPA: EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO, LA EXALTACIÓN DEL
«NOSOTROS». Tras la publicación de El rayo que no cesa, Miguel pasa
a ser un poeta reconocido a nivel nacional y él sabe corresponder
dedicando dos hermosas odas a su amigos y mentores Aleixandre y
Neruda. Coquetea con la moda del Surrealismo, pero pronto la
abandonará cuando en julio de 1936 se produce el alzamiento del
General Franco y estalla la Guerra Civil. Como hicieran otros (caso de Rafael Alberti), Miguel pone su
poesía al servicio de la lucha; de ahí que algunos críticos la hayan denominado «poesía de combate».
Poemas como El sudor, Aceituneros, El niño yuntero... son de clara exaltación obrera contra la
explotación y el capitalismo. Particularmente emotiva resulta también su Canción del esposo soldado,
cuando ya Josefina estaba embarazada por segunda vez. Un viaje a Rusia acaba por convertirlo a la
causa comunista; pero en 1939, cuando la guera finaliza en favor de los insurrectos, Miguel es detenido
y encarcelado. Se le condena a muerte, pero ésta no llega a ejecutarse porque, entre otras razones,
enferma de tuberculosis y muere en la cárcel de Alicante. Durante tres años (de 1939 a 1942), pasará
por diversas prisiones españolas, que irán mermando su salud hasta él útimo hálito de vida. Buena
parte de sus últimos poemas los escribiría «tocado de muerte» por la enfermedad, poemas que serían
recopilados bajo el significativo título de Cancionero y romancero de ausencias (escritos sobre todo
entre 1938 y 1941), donde Miguel, con una sencillez escalofriante, nos conmueve en sus poemas como
prisionero, como esposo ausente, como padre de un hijo al que no puede abrazar.
2. LA TEMÁTICA DE LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ.
2.1. La cosmovisión hernandiana.
Ya se ha dicho hasta la saciedad que obra y vida en Miguel Hernández son una misma cosa. Y aunque
tal afirmación puede hacerse extensiva a otros muchos poetas, nadie como él puede decir que ha nacido
para ser poeta, que ha vivido permanentemente haciendo poesía y que ha muerto escribiendo versos. El
mismo Miguel bien claro dejó, en uno de sus últimos poemas, las tres famosas «heridas»:
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Vida, muerte y amor pueden entenderse, en efecto, como los tres temas clave de la poesía hernandiana.
Uno puede afirmar que no hay nada de original en temas que forman parte de la génesis y el devenir del
género lírico y que tanto y tan bien han tratado innumerables poetas. La originalidad de la poética hernandiana,
no obstante, estriba en la simbiosis de estas tres ideas, como una realidad de tres caras absolutamente
inescindibles. Bien mirado, la poesía es siempre un acto de amor: vivimos para amar, morimos amando a
alguien y siendo amados.
Pero, si la poesía de Miguel Hernández es sustancialmente amorosa, cabrá matizar en qué modo y
manera se hace notar o se deja traslucir. En la cosmovisión hernandiana convergen temas muy personales
o, si se quiere, particularmente personalizados: la naturaleza, los astros, la ansiedad amorosa, la exaltación
de lo humano, la amistad, el compromiso social y político.... Son tantos y tan variados que convendrá
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sistematizarlos en diversos bloques temáticos o ideológicos. De igual manera, son tantos y variados sus
recursos expresivos que les dedicaremos un estudio detallado: la «imaginería hernandiana» ha creado escuela.
2.2. Los temas hernandianos.
Un análisis exhaustivo de la poesía de Hernández nos permite aventurar que podemos agrupar en
cuatro bloques ideológicos sus muchos temas. Conviene matizar que no son compartimentos estancos, sino
temas distintos pero profundamente imbricados entre sí. En Miguel Hernández no hay poemas monotemáticos,
sino poemas poliédricos, que transcienden el ámbito de lo personal para convertirse en referentes universales.
En efecto, la naturaleza, el amor, la muerte y la solidaridad parecen erigirse en sus principales centros
de interés:
A) LA NATURALEZA: un poeta nacido en el campo, en un ámbito rural, orgulloso de su origen y de su
hábitat, no puede pasar por alto el entorno natural. Las referencias a animales, plantas, accidentes
geográficos y cuerpos siderales son continuas. Ahora bien, apreciamos dos tratamientos distintos del
medio natural:
A.1. La idealización del entorno rural, en la más pura línea temática del locus amoenus, exaltando
ríos, montañas, árboles, hábitos rústicos... El ejemplo más significativo lo tenemos en el Silbo de
afirmación de la aldea, escrito tras su primer viaje frustrante a Madrid:
Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas.
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
A.2. Panteismo, esto es, integración del poeta en su entorno, fusión de su alma o sus sentidos con
los elementos naturales que lo envuelven. Dicho panteismo se manifiesta en dos etapas,
diametralmente opuestas:
- la cosmovisión católica, cercana a la corriente ideológica del creacionismo (poemas como La
morada, María Santísima).
- la cosmovisión hilozoista o vitalista: «Después del amor, la tierra. / Después de la tierra, todo».
El hombre es tierra, y ser tierra (como ser vegetal, animal o mineral) es sinónimo de vida:
Me llamo barro, aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino,
que mancha con su lengua cuanto lame.
B) EL AMOR : la lírica hernandiana es radicalmente amorosa; por eso, la expresión «poesía amorosa»
sea quizá una expresión redundante, porque la poesía siempre es un acto de amor. Lo vimos cuando
exaltaba la naturaleza, pero se va a manifestar muy especialmente cuando exalta al ser amado. Me
sobra el corazón, reza una de sus poemas. Y es que el amor en Miguel Hernández no es amor: es
pasión. Nunca aparece como un sentimiento racional o comedido, sino como un torbellino que le absorbe
y le anula la razón. Nada hay tan genuino como la pasión amorosa: arrebatada, violenta, cruel, vitalista,
trágica.... Veámoslo en los siguientes temas:
B.1. Sexualidad: el despertar sexual de juventud, el sempiterno conflicto entre el deseo y la autorepresión (Primera lamentación de la carne: «oh carne de orinar, activa y mala») o la exaltación de
la anatomía femenina (labios, boca, vientre, pechos, piel, manos...). Los ejemplos son inacabables,
en poemas como Orilla de tu vientre, Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío o La boca:
Boca que arrastra mi boca.
Boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
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B.2. Eros y Thánatos, esto es, el combate alegórico entre el deseo carnal y el sino letal, que culmina
en ese «vitalismo trágico» tantas veces aludido. Así es, la Muerte (Thánatos) es infalible, pero el Amor
(Eros) aspira a postergarla luchando contra sus continuas amenazas:
Un carnívoro cuchillo,
de ala dulce y homicida,
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
Ello llevará aparejado un sentimiento de pena («Umbrío por la pena, casi bruno,/ porque la pena
tizna cuando estalla,/ donde yo no me hallo no se halla / hombre más apenado que ninguno»).
B.3. Exaltación de la maternidad y del amor conyugal: el amor a la esposa y a sus hijos (Manuel
Ramón y Manuel Miguel) se convierte para Miguel Hernández en su principal centro de interés: «No
te quiero a ti sola, te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre descenderá mañana». En los
momentos más duros, alejado de los suyos (estando en el frente) o privado de su libertad (estando en
la cárcel), los deseos y los recuerdos de la familia constituirán su única fuente de alegría y de esperanza.
Sobresalen títulos como A mi Josefina, Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío, Menos tu
vientre («Menos tu vientre / todo es futuro / fugaz, pesado, / baldío, turbio»), Hijo de la luz y de la
sombra, Besarse, la Canción del esposo soldado («He poblado tu vientre / de amor y sementera.
/ He prolongado el eco / de sangre al que respondo./ Y espero sobre el surco / como el arado espera:/
he llegado hasta el fondo») o las estremecedoras Nanas de la cebolla:
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
B.4. Amistad: Miguel Hernández es un hombre agradecido, y la prueba de ello la tenemos en los
numerosos poemas que dedicó a sus muchas amistades, fueran poetas o gente sencilla. Destacan
títulos como la Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda, la Oda entre arena y piedra a Vicente
Aleixandre, la Elegía a Federico García Lorca... pero, por encima de todos, la inigualable Elegía a
Ramón Sijé:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
C) LA MUERTE: la tercera de las «heridas» hernandianas, la Muerte, resulta omnipresente. Como entelequia
o como realidad, no es vista con temor, sino con rebelde resignación o con rabia. Para Miguel, la vida
está llena de continuos presagios que anuncian su fatal desenlace, y para una persona de tanto vitalismo
como él no deja de ser una cruel broma del destino («¡Cuánto penar para morirse uno!»). Son innumerables
los versos que aluden a la Muerte, adoptando una de estas dos posturas:
C.1. Sentimiento trágico de la vida o, si se prefiere, vitalismo trágico: «voy entre pena y pena
sonriendo». Se deja apreciar la huella filosófica de escritores y pensadores de la talla de Quevedo,
Heidegger, Unamuno... Las referencias hernandianas a la Muerte no esconden una actitud necrófila,
sino un canto a la vida: «Adiós, amor, adiós; hasta la muerte». Como quiera que intuye su muerte
inminente, se aferra a la existencia con una pasión irrefrenable y desgarradora.
Tres palabras,
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritas sobre tus labios.
C.2. La Muerte como compañera de viaje, asumida y odiada a partes iguales. Poemas como Sino
sangriento, Muerte nupcial, Canción última... son harto ilustrativos:
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Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.
D) LA SOLIDARIDAD: las convicciones sociales y políticas de Hernández, muy significativamente en los
años que transcurrieron durante la Guerra Civil, constituyen el más alto exponente de «literatura
comprometida». Comprometida con los que sufren (El niño yuntero, Las cárceles ), con los explotados
(Aceituneros), con los heridos (El tren de los heridos), con los que no se dejan subyugar (Vientos del
pueblo)... Su canto solidario toma dos direcciones:
D.1. El poeta como portavoz del pueblo, de sus anhelos de libertad, de sus preocupaciones
cotidianas:
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo,
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como una árbol carnal, generoso y cautivo
doy a los cirujanos.
D.2. El poeta como ideólogo, ya arengando a los soldados (Madre
España), ya proclamando su afiliación comunista (Rusia, Canción del
esposo soldado):
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos y garras.
3. ASPECTOS DE ESTILO DE LA POESÍA HERNANDIANA.
La técnica, el lenguaje, el estilo hernandianos son únicos, y acaso irrepetibles. Sorprende ver cómo un
poeta, al comienzo influenciado por los clásicos (con un apabullante dominio de la métrica culta), supo bien
pronto adquirir una voz propia e inconfundible. El sello de Miguel Hernández es la síntesis del trabajo y la
inspiración. Si es cierto que el poeta, ya de muy niño, devoró libros (muchas veces a escondidas de su padre)
y se empapó de toda nuestra tradición literaria, no es menos cierto que estaba dotado de una habilidad innata
para versificar, de un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y de una valentía y un coraje tan
sublimes que acabaron por mitificar su figura.
Estudiaremos el estilo de Miguel Hernández atendiendo a tres aspectos:
3.1. La métrica.
Que un poeta del pueblo cultive y domine las formas tradicionales del verso (romance, redondillas,
cuartetas...) no es algo que sorprenda. Pero que un poeta sin apenas estudios se lance al cultivo de las
formas cultas (octava real, tercetos encadenados, sonetos...) resulta más que admirable. Y es que en Miguel
Hernández tienen cabida todos los tonos y tratamientos.
Se puede apreciar, eso sí, cierta evolución en la métrica hernandiana. Así, al principio de su trayectoria,
rinde homenaje a los autores del Barroco y compone estrofas clásicas. Baste recordar que su primera gran
obra, Perito en lunas, está íntegramente escrita en octavas reales, y que el principal metro utilizado en su
obra cimera, El rayo que no cesa, es el soneto. Pero, a medida que va madurando como persona y como
poeta, Miguel va simplificando su métrica, desnudándola de adornos innecesarios. Tal es el caso de su
Cancionero y romancero de ausencias, donde la mayoría de los poemas no sólo son breves, sino que
forman composiciones originales que no responden a ningún metro catalogado o conocido:
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Déjame que me vaya,
Y después de dejarme
madre, a la guerra.
junto a las balas,
Déjame, blanca hermana,
mándame a la trinchera
novia morena...
besos y cartas.
¡Déjame!
¡Mándame!
3.2. El lenguaje.
El léxico empleado por el poeta oriolano es riquísimo y variado. Lo comprobaremos estudiándolo a dos
niveles: el registro y los campos semánticos.
A) EL REGISTRO: las distintas variedades del castellano (diacrónica, diatópica, diastrática, diafásica y
diatípica) utilizado por Miguel Hernández dan casi como resultado la creación de un idiolecto propio.
Muchas de las palabras de las que se sirve son fruto de su profundo conocimiento de los clásicos, lo que
explica la abundancia de cultimos y arcaísmos en sus primeras obras: quid, dedentro, roncero,
mejoranas, áureo, pórfido, besana, limpidez, émulos... Pero más curioso resulta el empleo de
neologismos, esto es, de términos creados por Miguel a partir de los fenómenos morfológicos de la
composición (rostriazul, agriendulzo, boquitierna, pechiabierta, tornalunada...) o la derivación ( te lunaste,
estercolas, te atortoles, desarrimo, pajareará, limonado, almenadamente, descorazonarme, carnación,
ha entenebrecido, corazonado...).
B) LOS CAMPOS SEMÁNTICOS: si tuviéramos que elegir entre los campos semánticos preferenciales dentro
del vocabulario hernandiano, no dudaríamos en señalar cuatro: la naturaleza, las fuerzas telúricas, las
armas blancas y el cuerpo humano; cuatro campos semánticos que curiosamente vemos recogidos en
en estos versos:
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catásfrofes y hambrienta.
B.1. Naturaleza: el entorno natural del poeta y muy especialmente el de su Orihuela natal está
omnipresente. En sus versos tienen cabida toda suerte de elementos vegetales (huerto, almendro,
olivo, limonero, naranjo, palmera, higuera, cerezo, rosa, clavel, jazmín, azahar, madreselva...) y
minerales (barro, tierra, montañas, ríos, piedras, mar...). Algo más sorprendentes resultan las referencias
animales, pues en su léxico no sólo aparecen animales de su entorno (toro, ruiseñor, tórtola, abeja,
perro, paloma, águila, alacrán...), sino otros más exóticos y emblemáticos (fieras, león, tigre, lobo,
leopardo, gavilán...).
No soy de un pueblo de bueyes.
Que soy de un pueblo que embarga
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas.
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
B.2. Fuerzas telúricas y siderales: todos los astros y fenómenos naturales
se dan cita en la lírica hernandiana, simbolizando la fuerza salvaje del universo
y la naturaleza: astros, sol, luna, estrellas, satélite, rayo, meteoro, eclipse,
viento, lluvia, relámpago, huracán... Unas veces, el poeta se ve subyugado a
la ira natural de su entorno; otras, sin embargo, se convierte en cómplice de
esa ira natural o incluso la genera él mismo.
Este rayo ni cesa ni se agota.
De mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
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B.3. Armas blancas: es ingente el inventario de armas blancas (afiladas, amenazantes, letales)
presentes en sus versos: cuchillos, navajas, espadas, puñales, hachas, dardos... Simbolizan, sin
duda, el trágico destino que le deparan al poeta. Eso sí, Miguel Hernández no se vale de ellas para
agredir y no son nunca, por tanto, signo de violencia.
Lo que he sufrido y nada, todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esa agonía
de andar de este cuchillo a esta espada.
B.4. El cuerpo humano: el ser humano, en toda su anatomía, tiene una
presencia muy marcada. Adquiere especial protagonismo el cuerpo de
la mujer, sin duda alguna inspirado en la contemplación de Josefina
Manresa. La trilogía de poemas Hijo de la luz y de la sombra es el
mejor muestrario de ello. Así es: las manos, los labios, los ojos, los pies,
el corazón, los cabellos... pueblan los versos hernandianos; pero
destacan sobremanera tres: los labios, el vientre y los pechos.
- los labios y sus términos afines (boca y besos) constituyen un
elemento recurrente, no sólo porque con ellos se habla, sino sobre todo porque con ellos se besa:
«Y tu implacable boca de besos indomables, / y ante mi soledad de explosiones y brechas / recorres
un camino de besos implacables»...
- el vientre es un claro eufemismo del sexo de la mujer. El poema El último rincón, en su conjunto,
es un ejemplo directo de ello; pero las referencias en otros muchos versos son interminables:
«Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro», «Menos tu vientre / todo es confuso», «Tú, tu vientre
caudaloso», «la losa que me cubra sea tu vientre leve»...
- los pechos son un símbolo de femineidad y fecundidad: «Yo no quiero más día que el que exhala
tu pecho», «Tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos / de cierva concebida», «Tus pechos
en el alba: maternos manantiales, luchan y se atropellan con blancas efusiones», «Vuela niño en la
doble / luna del pecho: / él, triste de cebolla, / tú, satisfecho»...
3.3. El lenguaje figurado.
Con los recursos técnicos aludidos con anterioridad hay elementos más que suficientes para subrayar
un estilo propio, una voz única y un referente universal. Si a ello añadimos un singular empleo del «lenguaje
figurado», se nos agotan los adjetivos para ensalzar el arte del poeta. La extensísima nómina de recursos
expresivos, tanto figuras de dicción como figuras de pensamiento, hace necesaria una selección:
A) FIGURAS DE DICCIÓN: la poesía de Hernández está escrita para ser recitada en privado y declamada
en público. Cuando uno la lee, siente la necesidad imperiosa de hacelo en voz alta. Ello explica por qué
tantos músicos y cantautores (Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Víctor Jara, Adolfo Celdrán, Nach...)
han puesto música a muchos de sus versos. Miguel es un maestro de cuantos recursos fónicos pueden
utilizarse para embellecer un poema, y no sólo en lo tocante a la métrica (con un dominio portentoso del
cómputo silábico, el ritmo y la rima), sino sobre todo en lo relativo al uso de tantas y tantas figuras de
dicción y fórmulas retóricas: anáforas, paralelismos, reduplicaciones, apóstrofes literarios, desideraciones,
imprecaciones... Sirvan estos versos de su famosa Elegía a Ramón Sijé a modo de ejemplo:
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
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CASTELLANO: LENGUA Y LITERATURA / 2º Bachillerato / Curso 2013-2014
B) FIGURAS DE PENSAMIENTO: símiles, imágenes, metáforas, metonimias, hipálages, paradojas y símbolos
son los principales recursos lógicos o tropos que conforman lo que se ha dado en llamar la «imaginería
y simbología hernandianas», esto es, la creación de un mundo poético propio y sin parangón.
Remarquemos singularmente estos cinco elementos:
B.1. La luna, que presenta una doble simbología: la de las fuerzas ancestrales y cósmicas que
determinan el ritmo de nuestras vidas («Jaén, levántate brava / sobre tus piedras lunares; / no vayas
a ser esclava / con todos tus olivares»), y la ya mencionada de la femineidad y la fecundidad como
símil de los pechos («Desde que el alba quiso ser alba, toda eres / madre. Quiso la luna profundamente
llena»).
B.2. El rayo: el que todo un poemario se titule El rayo que no cesa resulta muy significativo. El valor
simbólico del rayo viene dado por la contundencia imprevisible de sus efectos; de ahí que sea una
clara referencia al «destino trágico» que ronda al poeta («¿No cesará este rayo que me habita / el
corazón de exasperadas fieras...?).
B.3. La tierra y todos sus elementos afines (barro, polvo, piedra...), que simbolizan al mismo tiempo
el origen y el final del hombre. Su exaltación esconde un recóndito anhelo de reintegración del poeta
en su entorno: ¿Quieres bajo la tierra? / Bajo la tierra quiero / porque hacia donde corras / quiere
correr mi cuerpo. / Ardo desde allí abajo / y alumbro con tus recuerdos».
B.4. La sangre es la imagen de la pasión y del amor, más que de la muerte. La sangre es la esencia
del hombre, el impulso a perpetuarse en los hijos: «En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con
sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre, / escarchada de azúcar, / cebolla y hambre».
B.5. El toro es el animal por excelencia de la imaginería hernandiana. El toro es masculinidad y es
trágico destino: «Como el toro, he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un
hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto», «Bajo su frente trágica y tremenda
/ un toro solo en la ribera llana, olvidando que es toro y masculino».
Qué bueno sería seguir hablando largo y tendido sobre éste, al que ya consideramos todos «nuestro
poeta». Han bastado doce años intensísimos de vida enamorada, de poesía enamorada (1930-1942), para
valorar cuánto y de qué manera se puede vivir apasionadamente. Miguel Hernández no fue un hombre
nacido para hacer versos: es el verso hecho hombre. Poeta pastor, poeta esposo, poeta soldado, poeta
prisionero, poeta total. Hacemos nuestras las palabras que el gran Vicente Aleixandre le dedicara ante su
tumba en el cementerio de Alicante: «Tú, el puro y verdadero, tú, el más real de todos, tú, el no desaparecido».
Bien podemos homenajearle todos plagiando sus propios versos, compartiendo sus mismos anhelos:
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Gonçal Garcia i Ortega
València / Cullera, enero de 2014.
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