a solas “Los años me trajeron humor y calma” Es una de las actrices más prestigiosas de la Argentina. Está radicada en Francia desde hace treinta y nueve años, pero regresa cada vez que puede. Aquí, sus convicciones, su gusto por innovar, su sensibilidad afinada y sus gestos libres. Y la certeza de que el amor y la belleza pueden transformar una vida. Por Agustina Rabaini. Fotos: Sol Levinas. 1 M arilú Marini llega a la cita en un café sobre la calle Corrientes vestida con ropa cómoda pero siempre atravesada por detalles personales y extravagantes, y sus ojos celestes hablan aun detrás de grandes anteojos oscuros. Conversar con ella es encontrarse con un nombre sagrado del teatro argentino, una artista que se construyó a sí misma persiguiendo siempre lo no convencional, con gestos libres y provocadores. Desde el Di Tella, movimiento que protagonizó y revolucionó la década del sesenta, hasta París, donde reside desde su exilio voluntario en 1975, Marini llegó a ser condecorada por el gobierno francés con la Orden de las Artes y de las Letras. A la Argentina, por suerte, vuelve seguido. Solo en salas de teatro local protagonizó obras como Mortadela, La mujer sentada, Las criadas, Niní, Los días felices e Invenciones. Le puso el cuerpo a personajes de la tele, como May Lapage –una mujer que se resistía a envejecer en Tiempos compulsivos–, y acompañó en el cine a directoras francesas como Ariane Mocuhkine, Catherine Corsini y Claire Denis. En Buenos Aires, hoy protagoniza 33 variaciones, la obra de teatro de Moisés Kaufman que puede verse en el Multiteatro. ¿Su personaje? Marilú es Catalina, una musicóloga que investiga la partitura de un vals que obsesionó a Beethoven, y enfrenta una enfermedad que la lleva a revisar su relación con su hija y la necesidad de redescubrir la pasión en los pequeños placeres de la vida. Y vaya si sabe Marilú Marini de pasión. En una hora volverá a meterse en el rito sagrado de prepararse para actuar. Dos horas en las que hará ejercicios, se pondrá ruleros o compartirá con algún compañero, hasta concentrarse y entregarse por fin a lo que para ella sigue siendo la mejor fiesta: desdoblarse en la piel de otras mujeres. Dejar de ser Marilú Marini para ser Catalina. Y ya desde el trabajo, desmitificar esa grandeza que le adjudican, reírse un poco de sí misma y volver a ser aquella muchacha que una vez se enamoró del teatro. Una chica sincera, rara, divertida o frágil como se la ve en cada saludo final, al terminar la ficción. “Gené decía que uno siempre escribe sobre lo mismo, la infancia, y yo pienso mucho en eso. Escribo en el escenario, ese es mi lugar, pero cuántos recuerdos”, dice, abriendo la charla donde todo comenzó, los primeros años, el despertar de su vocación como actriz y de todo aquello que formó su mundo interior en Mar del Plata, en el jardínhuerta de su casa donde sostenía largas conversaciones con flores, hortalizas y plantas. –¿Con flores y plantas? –Sí. Cuando era chica era una niña muy secreta, tímida y ensimismada. Tenía amigas pero me gustaba jugar sola en el jardín. Mi padre era pescador y viajaba mucho al sur. También estaba mi madre, pero mi relación con el mundo era muy íntima. Como me era difícil expresarme, esos juegos eran mi manera de vehiculizar pensamientos, sentimientos y deseos: algo que no me abandonó con el correr de los años. Primero se tradujo a través de la danza y más tarde, con el teatro, pude llegar a la palabra. A veces siento que todo el camino que recorrí es el mismo que hacía cuando era una niña hasta llegar a mis juegos en el jardín. Lo recuerdo como el primer apunte o la primera explosión de mi vocación. “El arte o la belleza pueden movilizar muchas cosas. Y los buenos artistas son intensos, rompen cánones, pero no son solemnes”. –Cuando volvés ahí, a ese despertar, ¿qué te pasa? ¿Qué hay de vos allá todavía? Mucho. Esta semana estuve grabando con Claudia Lapacó para un unitario dirigido por Santiago Loza que se verá por la Televisión Pública. Fue maravilloso estar con Claudia, porque tiene la misma pasión y las mismas ganas de una actriz de 18 años. Me sentí feliz de verla porque eso mismo me pasa a mí. Cada vez que salgo al escenario, tengo una felicidad enorme. No saldría nunca del teatro. Y cómo no me voy a reír cuando salgo a saludar... imaginate el agradecimiento que tengo de poder hacer lo que me gusta. –¿Qué angustias o emociones dirías que sacás afuera o exorcisás a través del teatro? –Toda la vida fueron las mismas: las más íntimas, recónditas y prohibidas. Siempre tuve problemas con la violencia y los deseos no aceptados o encontrados hacia el otro. La furia y el deseo de destruir son pulsiones oscuras que todos tenemos y que el teatro permite expresar. No me interesan las superproducciones de películas catástrofe, donde lo único que se ven son cosas que se revientan. Pero sí encontrar la mejor forma de entablar diálogo 2 a solas con eso. No decir: de eso no se habla y taparlo. Hay pulsiones oscuras que están ahí y cada uno tiene que ver qué hace con eso. –¿Cómo fue meterte en la piel de Catalina, este personaje de 33 variaciones que enfrenta el deterioro físico y el peso del tiempo? –Encarnarla fue complicado a posteriori, porque mientras estás buscando y ensayando, no te planteás el problema. Es más, cuando me lancé a hacerla, lo hice sin ningún miedo. Fue recién más adelante, cuando empecé a interpretarla todos los días, que tuve que estar atenta para que no me erosionara y separar lo que es ella de lo que soy yo. Encarnar ese deterioro del cuerpo hace que tengas pequeñas secuelas, y aprendés a cuidarte. Me analizo desde hace muchos años, y a Catalina la trabajé también mucho en mi análisis. Mi terapeuta me cuida, a ella le debo muchas cosas, entre ellas la alegría. Para actuar y poder desentrañar las cosas, se necesita una cierta valentía y también mucha calma. –¿Qué más te trajeron los años? –Humor y esa calma de la que hablaba. Trato de organizarme lo mejor que puedo todos los días, pero también trato de no anticipar nada, de estar acá ahora. Me cuesta, porque mi mente estuvo siempre saltando en mil cosas a la vez, pero eso ahora está más controlado. En mi vida hay un cierto orden y eso me alegra. –Antes dijiste que a tu analista le debés la alegría. ¿La habías perdido alguna vez? –No, siempre fui una persona alegre, pero también puedo angustiarme mucho. Lo que mi analista me ayudó a ver es que la posibilidad de alegría y de estar bien en el ahora me era accesible. También me ayudó a valorarme, me ajustó los lentes. Hemos hecho un gran trabajo con ella, sigue siendo mi gran referente en los momentos de fisura o terremoto. 3 –¿Qué más te alegra la vida? –Muchas cosas. Me alegra la posibilidad de compartir con la gente y me alegra querer a alguien y sentirme tan confiada, tan querida, con mi marido. (N. de la R.: el argentino Rodolfo de Souza). También me alegran las obras de arte, la música, el teatro, las artes plásticas. Me alegra lo bello, pero no solamente en el sentido tradicional de belleza, sino también cuando ves una entidad o una cosa que se manifiesta como bella aunque no siga las normas clásicas. –Vos de las normas clásicas siempre te corriste deliberadamente… –Sí, siempre me sentí atraída por todo lo que estuviera en el límite de lo aceptado, o un poco corrido. Pero al mismo tiempo los clásicos son maravillas. Justamente los cuartetos de cuerda de Beethoven que aparecen en la obra son un momento de gran alegría para mí. –Muchas veces dijiste que el arte no tiene que estar alejado de la realidad y que lo bello también está en las cosas simples. De eso también habla la obra… –Sí, de eso fundamentalmente habla la obra. De no poner ni pensar al arte como algo alejado de uno. El arte está presente en nuestras vidas y los artistas se manifiestan a través de obras y situaciones muy distintas. Los buenos artistas son intensos, rompen cánones, pero no son solemnes. El arte o la belleza pueden movilizar muchas cosas. Lo que más me interesó de 33 variaciones es cómo una pasión o algo que nos mueve intensamente pueden hacer cambiar una actitud frente a una situación complicada y dolorosa. Y también esa idea de que la arrogancia no es buena para nadie y hace que uno se aleje de muchas cosas. Lo único que puede modificar una situación es el amor y el arte, dos fuerzas que pueden hacernos cambiar de punto de vista y nos abren, nos plantean, posibilidades distintas a aquellas para las que estábamos programados. “ Los grandes interrogantes del ser humano están hermanados con las palabras de los poetas. Me interesa ver cómo esos temas son expresados y cómo el arte puede provocar al otro”. –¿El arte además puede cambiar la realidad o el mundo, como creían en los sesenta? –No, yo no creo que pueda cambiar el mundo. Puede cambiar a una persona, una actitud… El contacto con una obra puede hacer que sientas un estremecimiento que no podés explicar y eso puede cambiar tu estructura y química interna. Desgraciadamente, no puede cambiar el mundo, ya que estamos en un mundo gobernado por las finanzas. Incluso ahora las grandes inversiones se hacen comprando obras de arte porque es una inversión económica, pero no por una elección artística de parte de ciertos coleccionistas. alejado de lo humano, de lo que humanamente se debe hacer. –En 2013 interpretaste un personaje en el film argentino La guayaba, que giraba en torno al tema de la trata de personas. ¿En ese caso una obra puede hacer algo más que mostrar? –Lo que una película sobre la trata puede cambiar es el punto de vista de las personas para que puedan tener una actitud más activa o determinar qué hacer y denunciar. Si bien no creo que un film pueda eliminar o combatir semejante barbaridad, sí puede ayudar a generar conciencia y hacer que estemos más alerta para que la gente no caiga en las redes y que los delitos no queden impunes. El tema de la violencia hacia las mujeres es un tema muy grande. En estos años hemos luchado mucho por tener un espacio social equiparable al de los hombres, pero nos queda un trabajo enorme por hacer. Tenemos que estar muy atentas para defender nuestra libertad y en ese sentido me indigna que el cuerpo de una mujer sea usado como vehículo comercial. Diría lo mismo si se trata del cuerpo de un hombre, porque está completamente –Viviendo a caballo entre Francia y la Argentina ¿cómo ves la evolución cultural de acá? ¿Avanzamos o retrocedimos? –Retroceder no. ¡La energía cultural que hay en la Argentina es impresionante! El potencial de artistas y de personas que están haciendo cosas es muy grande. Lo que sucede es que la gente también está en una situación de tensión, porque en este país pasaron cosas muy graves, y a veces cuando llega el momento de la expansión o el entretenimiento, la gente necesita algo muy fácil para consumir. Es algo que se nota también en Europa, donde hay productos culturales altamente sorprendentes para lo estético. Los ves y decís: “¿Cómo? ¿Pero qué es esto?”. Dicho esto, la cultura no es solo ir a escuchar un concierto sino también algo que modifica la forma en que una persona habla y todo lo que nos constituye en nuestras relaciones con la realidad. A través del arte, muchas veces nuestras sociedades intentan preservarse o sobrevivir. 4 –Una vez dijiste: “Realizarse como ser humano está siempre acompañado por un esfuerzo importante y que hay que proponérselo todos los días”… –Sí, es un trabajo consciente porque es lo que nos hace sentir vivos. Estar abiertos y en contacto con lo real o con eso que llamamos real que vaya a saber qué es… No hay nada adquirido, y nada se adquiere. En todo caso, uno tiene que estar en continuo proceso de investigación, de trabajo; estar en contacto con los deseos y ver cómo los puede concretar… Y en el medio, darse playas de tranquilidad porque, si no, te convertís en un obseso fuerte. Hay que saber mantener cierta distancia para verse con humor y cierta lucidez. Desconfío de la gente que se toma en serio y es solemne. Me da miedo por ellos y también por lo que puedan suscitar. Los seres humanos tenemos que trabajar constantemente porque somos un hervidero de cosas. Tenemos impulsos, hay lava hirviente dentro nuestro… No es que seamos seres maravillosos, apolíneos, divinamente diseñados. La barbaridad también está en nosotros y hay que ver cómo la articulamos y manejamos. 5 –¿Quién es Dios para Marilú Marini? ¿Perseguís una búsqueda espiritual? –Soy creyente, creer creo, y he tenido educación católica… Admiro profundamente a santos como Santa Teresa de Ávila, San Agustín y Santo Tomás de Aquino porque fueron seres de una fuerza espiritual y un pensamiento enormes. Como intérprete, como actriz, lo que hago con mis compañeros es un trabajo casi religioso y lo digo en el sentido de la palabra religare, que significa “volver a unir lo que está desunido”. En el teatro todas las noches encarnamos un mito, la obra de teatro, y se trata de una experiencia convocante. Me refiero a una conexión con las personas y con algo de lo sagrado. Me refiero al aliento que tenemos que tener para poder hacerlo. Para poder oficiar esa ceremonia. “Hay que saber mantener cierta distancia para verse con humor y cierta lucidez. Desconfío de la gente que se toma demasiado en serio”. –¿Qué más te inspira? –El amor con mi marido Rodolfo es algo muy fuerte para mí. Es el hombre que amo y con él me siento totalmente calma, confiada… Rodolfo tiene una hija que no es hija biológica mía, pero que me adoptó, así que es mi hija. Y la mamá de nuestro primer nieto. Entre mis amores también está mi hermano, un referente muy fuerte para mí, una persona de una integridad enorme. –Última pregunta. Más de una vez dijiste que querías interpretar a Sancho Panza. ¿Lo vas a hacer por fin? –Ay, ojalá. Todavía no se me da. Sancho me encanta porque no tiene lo épico de Don Quijote. Es un personaje bastante ignorado por el gran público, tiene un costado oscuro y a la vez es entrañable, tremendamente querible. Al principio va como escudero para ver si gana unos dinerillos. Pero cuando no consigue nada, y todas son desazones, igual lo sigue, es fiel a este hombre que está en el mundo de lo imaginario. Con su rusticidad y ese estar en el plano de la tierra que tiene, sigue los delirios imaginarios de un tipo que le dice que mire gigantes en vez de molinos. Y él se queda, no se va. Sancho persiste en la aventura y eso me conmueve mucho. nn Agradecimientos: Ropa: Ramírez. Maquillaje: Jazmín Calcarami. Pelo: Jesica Baez. –Antes decías que tu analista te ayudó a crecer y desarrollarte. ¿Quiénes más te ayudaron a crecer en el camino? –¡Los poetas! Ellos siempre me acompañaron, me cuestionaron y me alegraron la vida. Juan L. Ortiz, Silvina Ocampo, Kavafis, Beckett, René Char, Eurípides, Shakespeare, Chéjov… Los poetas me ayudaron a crecer y también la gente que trabaja para mejorar la salud –los investigadores, los científicos– y todos los que se preocupan por la educación. Aunque no tenga contacto directo con ellos, los admiro, les agradezco y me ayudan a ir hacia adelante. Ellos son los que pueden hacer que este mundo sea un poco mejor. Con la edad, pienso que hay que ser humilde y hacer lo que uno pueda para modificar algo con respecto al que está cerca de uno. Y dar gracias, dar gracias siempre por todo lo que tenemos. Cuando la gente se diluye en quejas y reclamos, eso resta mucha energía. El reclamo debe tener la función de hacer activar las cosas. De nada sirve estar reclamándole al otro todo el tiempo. Primero hay que reclamarse a uno. Pelo: Jesica Baez. Maquillaje: Jazmín Calcarani. Ropa: Pablo Ramírez. Turbante: De Porcellana. Anteojos: Carla Di Sí. a solas 6