Florencio Galindo - Fundación Las Edades del Hombre

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Florencio Galindo
Monasterio de Santa María de Valbuena (1143)
El monasterio era, ante todo, una comunidad de congregados, que se caracterizó desde sus orígenes por el alejamiento
geográfico y sociológico de ciudades y personas. En un inicio se buscó el desierto, más tarde el campo donde construyeron
la Civitas Dei. El Cister supuso una concepción original de la vida religiosa que hundió sus raíces, al igual que los
movimientos espirituales de la época, en el deseo de retornar a las fuentes, de volver a la Regla de San Benito como fue
concebida en sus orígenes. Observancia de la regla a imitación de Cristo poniendo la mirada en la sencillez evangélica y a la
práctica de la pobreza.
La vida cotidiana estuvo marcada por la repetición diaria y horaria de los oficios designados y de la Lectio Divina, bajo el
lema del trabajo y la oración (Ora et Labora). Esta nueva espiritualidad supuso también un cambio de mentalidad incluso
en su dimensión económica, la mano de obra provenía de conversos y monjes, mientras los campesinos se convirtieron en
asalariados, incluso se produjo una especialización en determinados cultivos que, en el caso de Santa María de Valbuena,
bien podríamos hablar del cultivo de la vid.
Monasterios que eran también parroquias y escuelas, bibliotecas donde se conservaba la cultura europea y se preservaba
del olvido a escritores de la antigüedad. Verdaderos centros de saber en su época.
El paso del tiempo no borró de los muros de Santa María de Valbuena ese espíritu de observancia, tal vez custodiado por
la pequeña pero robusta espadaña traspasada por el viento. Tal vez, también por ello, se eligió este lugar como sede de
la Fundación Las Edades del Hombre, para custodiar la memoria, para actualizar un pasado en el que reconocernos, para
hundir los ojos en las raíces y abrir así una mirada de futuro. El scriptorium lo convertimos en departamentos de estudio e
investigación y la sala de trabajos, en talleres donde recobran su esplendor esculturas, tablas agrietadas y combadas, lienzos
craquelados u oscurecidos por el tiempo y el humo de las velas. Para la iglesia del monasterio todavía hoy la cura de almas.
Perdida quedó la biblioteca, los campos, como ya sucediera en el siglo XIII, viven la explotación indirecta, dejándonos el
testigo en los viñedos y el hondo deseo de ser, también hoy, centro de saber y divulgación, cuyo mejor ejemplo son todas y
cada una de las ediciones de Las Edades del Hombre.
Como decíamos, es este espíritu de vuelta a los orígenes, a los orígenes de Santa María de Valbuena, lo que nos lleva a
acoger el arte y buscar el saber, en esta ocasión con una muestra pictórica, la del artista abulense Florencio Galindo, para
quien la naturaleza, o mejor, el hombre, a modo de entender griego, forma parte de la naturaleza y vive los vaivenes del
mundo natural sometido al capricho de los dioses de turno y al incansable ritmo de vida y muerte.
Agradecemos sinceramente la colaboración del Grupo Matarromera y a la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de
Castilla y León, para llevar adelante este proyecto.
Gonzalo Jiménez Sánchez
Secretario General
Fundación Las Edades del Hombre
El monasterio vallisoletano de Santa María de Valbuena constituye uno de los conjuntos de arquitectura cisterciense
mejor conservados de Europa. Fue fundado el 15 de febrero de 1143 –a orillas del río Duero y a no mucha distancia de
Peñafiel– por Estefanía de Armengol, hija de Armengol V, conde de Urgel y nieta del conde Pedro Ansúrez. Aunque la
documentación refiere que la condesa Estefanía fundó un monasterio benedictino “facere proposui monasterium de ordine
sancti benedicti in valle Bona secus Dorum fluvium”, lo cierto es que, apenas unos años después, en 1151, el monasterio se
adhirió a la Orden del Cister y, fueron precisamente monjes cistercienses, quienes lo habitaron desde aquel momento hasta
la Desamortización.
Las partes más antiguas de la edificación corresponden a finales del siglo XII. No obstante este conjunto monástico fue
enriqueciéndose a lo largo de los siglos con nuevas edificaciones. Destaca su espléndido claustro articulado en dos cuerpos
y las dependencias en torno a él: la cocina, el refectorio y la sala de trabajos. El templo es una obra monumental que acoge
un importante número de obras artísticas entre las que destacan dos altorrelieves realizados por Gregorio Fernández y las
pinturas que decoran la capilla de San Pedro, obra de mediados del siglo XIII.
En la actualidad y tras una intensa intervención, el monasterio de Santa María de Valbuena, enclavado en una de las zonas
vitivinícolas más afamadas de España como es la Ribera del Duero, alberga la sede de la Fundación Las Edades del Hombre.
La sala de trabajos. La austeridad del Císter queda magníficamente reflejada en esta sala concebida en el preciso momento
en el que el románico entra en conexión con el primer gótico. El espacio interno se encuentra dividido en dos naves
mediante tres columnas circulares. Dichas columnas de gran grosor y escasa altura, apoyan en basas y rematan en capiteles
decorados con sencillas hojas acabadas en bolas. Sobre el capitel se dispone un cimacio del que arrancan, por un lado, los
arcos fajones de medio punto que dividen las dos naves e individualizan las bóvedas, y por otro, los nervios apuntados que
crean los ocho tramos de crucería. Junto a estas columnas actúan de elemento sustentante las ménsulas dispuestas a lo
largo del muro. Esta sólida, pero a su vez elegante y armónica sala, servía de lugar de trabajo a la comunidad monacal.
Aquí realizaban todo tipo de labores cotidianas que les servían para mantener una independencia absoluta con el exterior.
A lo largo del claustro bajo podemos apreciar vestigios de la espectacular decoración pictórica con la que se recubrieron
durante el tercer cuarto del siglo XVI, las bóvedas, los muros que delimitan las pandas y el intradós de algunos arcos.
Un rico repertorio de pinturas manieristas que responde al gusto estético italiano del momento y que pueden atribuirse
al círculo de alguno de los principales maestros palentinos.
Las bóvedas están cubiertas por una diversidad de motivos que van desde mascarones e híbridos de humanos y animales,
hasta cartelas con paisajes y suplicios extraídos de la mitología clásica, en algún caso con la presencia de un texto a modo de
lema propio de los emblemas.
Florencio Galindo
o la inquietud de la belleza
Rosales cautivos que revientan en blanco o en rojo sobre la grisura de los días cotidianos. Mujeres que manifiestan la
fantasmagoría de su belleza sobre una atmósfera turbia, opaca, de mundo que no se termina de estructurar. Vides que
buscan su propia composición en el lienzo, secretamente encuadradas por los ojos del artista en su espacio imposible.
Semilleros, guías, cuerdas, palos, alambres… que forman una geometría inquietante: la dimensión que las manos del
hombre han impuesto a la Naturaleza para domeñarla. Y, sobre todo, esos pájaros escarmentados, colgados, expuestos
públicamente como advertencia para aquellos que piensan en buscar la libertad más allá de lo establecido por la ley del
dictador.
La pintura de Florencio Galindo (Adanero, Ávila, 1947), un artista que ha encontrado un espacio y un tiempo perfectamente
propios para su creación, se mueve siempre en esa dualidad entre lo ético y lo estético, entre lo sucio y lo diáfano, entre lo
turbio y lo extraordinariamente definido. Un realismo poético que estremece en su singular concepto de la belleza, y que
le ha llevado a convertirse en uno de los pintores más destacados de la llamada segunda generación del realismo español.
Sin lugar a dudas su vivencia cotidiana en Ávila, en la pequeña localidad de Narrillos de San Leonardo, tiene mucho que
ver en esto; lo suficientemente cerca de Madrid como para no perder un solo movimiento del arte universal, pero lo
suficientemente lejos como para poder abundar cómodamente en una contemplación casi metafísica, sanjuanista, de la
Naturaleza. De esta manera el pintor abulense ha conseguido hablar de lo propio, lo cercano, lo humilde, con categoría de
gran expresión plástica; ha logrado situar al mundo rural, a la Naturaleza manipulada por las manos de los hombres, en una
magnitud plenamente artística, iluminada. Cada cuadro de Florencio Galindo es un conmovedor poema plástico donde la
sinestesia de los sentidos, lejos de confundir al espectador, le ayuda a desvelar verdades profundas.
Aunque sus cuadros se hayan ido estilizando, despojando progresivamente de sus elementos superfluos, hasta quedarse
en la pura vibración de la expresión plástica, el proceso ha sido siempre el mismo en el arte de Florencio Galindo, desde
su primera exposición individual en 1973, en la galería Egam de Madrid, hasta cualquiera de las grandes muestras que ha
protagonizado durante casi cuatro decenios en España, Europa, Iberoamérica o los Estados Unidos. Una manera de mirar el
mundo, de entender el arte, que se nos hace siempre reconocible, que nos mantiene en una permanente guardia sensorial.
¿Hay un punto de soledad que nos azora cada vez que nos confrontamos con una obra de Florencio Galindo? Es posible.
Mirando sus pájaros crucificados, sus tiestos removidos donde el presente se escapa delante mismo de los ojos del
desasosegado espectador, parece que para el artista no siempre es fácil encontrar el paraíso interior habitando el antiparaíso
en el que el ser humano ha convertido tantas veces el mundo. Sin embargo a veces contemplando sus rosas, sus lirios, esos
almendros en flor que se estrellan en blancura contra la niebla de la alucinación, nos parece también que la luz es posible.
Incluso que se puede inmortalizar en un lienzo.
Carlos Aganzo
Poeta y escritor
Viñedo
2,80 x 1,30 m
Rosales
2,80 x 1,30 m
Almendro
2,70 x 1,50 m
Semilleros del dictador
2,50 x 1,60 m
Rosal
2,50 x 1,60 m
Rosas blancas
1,80 x 1,15 m
Semilleros
2,50 x 1,60 m
Rosa en el jardín
1,80 x 1,14 m
Rosa roja
1,30 x 1,14 m
Cuadernos de Arte en Santa María de Valbuena es un diseño de Esther Martin,
utilizando para los textos las tipografías Kozuka Gothic y Century Old Style.
El papel utilizado para su impresión es Gardapat 13 Kiara de 150 g.
Se terminó de imprimir el 11 de septiembre de 2013, en los talleres de Artes Gráficas Palermo.
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