BAREA 2 ok-4 - Clm.economía

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CLM.ECONOMÍA, Nº 5, Segundo Semestre de 2004.
Págs. 291-313
La España del Quijote
vista por los extranjeros.
Porfirio Sanz Camañes
Universidad de Castilla-La Mancha
Resumen
La España de Felipe III (1598-1621) fue objeto de numerosas descripciones por parte
de viajeros extranjeros. Las cartas, los memoriales, las crónicas y los relatos más comunes de
los viajeros extranjeros se centraron en aspectos relativos a la geografía española, las
costumbres, la administración, la religión, la educación, la historia, las artes y las ciencias. Sin
embargo, frente a esta visión del viajero ocasional se fue dibujando otra imagen, en este
caso más oficial, nacida al calor de una corriente de opinión contraria a los valores hispanos,
con participación de críticos españoles e interesada en popularizar y difundir ciertos
estereotipos que, en definitiva, han contribuido a la construcción exterior de la imagen de
España. Una imagen, por otra parte, que debe comprenderse a la luz de la política exterior
heredada en tiempos de Felipe II, como defensor de la ortodoxia católica en Europa y
forjada, de forma interesada, en el agitado triángulo entre Londres, París y La Haya.
Palabras clave: España, viajes, viajeros, imágenes, literatura, años 1598-1621.
Clasificación JEL: Z00
Abstract
During the reign of Philip III (1598-1621) Spain was described by many foreign travellers.
Letters, memoirs, chronicles and accounts of occasional travellers were focus on the
Spanish geography, customs, administration, religion, education, history, arts and sciences.
However, besides the view of the occasional traveller another image emerged, in this case
much more official, originated by a public opinion against the Spanish virtues. Spanish
critics had an important role in the building of this image, which was interested in
spreading and popularizing of certain stereotypes which have contributed to the building
of the foreign image of Spain. Nevertheless, this image must be understood in the context
of the foreign policy inherited from the time of Philip II, the defender of the Catholic
orthodoxy in Europe. Moreover, this foreign policy had been forged in a partial way, in the
turbulent triangle formed by London, Paris and The Hague.
Key words: Spain, travels, travellers, images, literature, 1598-1621 period.
JEL Classification: Z00
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1.- Introducción.
Las imágenes contadas y las vivencias de aquellos que
pasaron por España en tiempos de Felipe III (1598-1621) nos
transmiten, fundamentalmente, un interés por satisfacer su
curiosidad, por la necesidad de comunicar a los demás esa
experiencia personal y también por aleccionar a otros futuros
viajeros. Estas vivencias tendrán fiel reflejo en las crónicas,
memorias, cartas, itinerarios, relaciones o descripciones
geográficas, es decir, en todo aquello que pudiendo evocar un
recuerdo permita acompañar la imaginación a ese lugar en el que
se ha estado. También cabe hablar de los “viajes imaginarios”,
aquellos en los que está muy clara la imposibilidad de su
realización pero que, en cualquier caso, sirvieron como soporte a
posteriores reflexiones sobre la sociedad de la época.
No cabe duda que las impresiones del viajero extranjero
permitieron configurar una imagen de España y de los españoles
en el exterior. Aunque España por su situación geográfica estaba
algo alejada de las rutas viajeras más frecuentadas, es decir,
aquellas que se centran en el llamado Grand Tour, entorno a
Francia, Italia, los Países Bajos y otras zonas de Europa central, no
impidió que un gran número de diplomáticos, historiadores,
soldados y religiosos, todos ellos viajeros, bien de paso por España
hacia otros países o residentes temporales en el nuestro, ejercieran
de improvisados cronistas y llevaran a cabo, en ocasiones sin
pretenderlo, toda una literatura de viajes con sus obras históricas y
geográficas, o con otras de carácter novelesco. Cuando el famoso
género bizantino se impuso, con la acertada simbiosis de fundir
aventura sentimental y viajes o peripecias, aparecieron las plumas
de viajeros extranjeros como los ingleses James Howell, sir Richard
Wynn, Robert Bargrave, Lord Roos, William Bromley y sir Charles
Cornwallis; los franceses Bartolomé Joly, Jean-François Paul de
Gondy, Antoine de Gramont, François Bertaut y Antoine de Brunel;
los portugueses Bartolomé Pinheiro da Veiga y Joao Baptista
Lavanha; el aristócrata polaco Jacob Sobieski; el holandés Van
Aarsen; el alemán Odoardo Vehemerzio; o los literatos italianos
G. Battista, Juan Botero, Giulio Cesare Cortese y Alessandro Tassoni,
siguiendo la estela de las famosas relaciones de embajadores
venecianos, como Octaviano Bon y Simeoni Contarini.
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En este caso, las descripciones más comunes de los viajeros
digamos ocasionales se centraron en aspectos relativos a la geografía
española, las costumbres, la administración, la religión, la educación,
la historia, las artes y las ciencias. Sin embargo, frente a esta visión del
viajero extranjero se fue dibujando otra imagen, en este caso oficial,
que debe comprenderse a la luz de la política exterior llevada a cabo
por Felipe II y que permite explicar una actitud hostil hacia España,
un país que se había convertido en garante de la ortodoxia católica
en Europa. En este sentido, aspectos como la guerra de Flandes, la
Inquisición o la conquista de América, sentaron las bases para forjar
una de las imágenes más denostadas que se conocen sobre España,
en el agitado triángulo entre Londres, París y La Haya.
2.- La imagen de España
y los españoles ante el viajero
extranjero.
Durante las dos primeras décadas del siglo XVII fueron
muchos los extranjeros que viajaron por España. La etapa de
distensión política española en el exterior, tras la firma de las paces
con Francia (Verbins, 1598), Inglaterra (Londres, 1604) y los Países
Bajos (Amberes, 1609), permitió la realización de numerosos viajes,
en ocasiones, por motivos científicos y de instrucción; otras, por
asuntos diplomáticos o económicos, en todos, intentando
recordar bien aquellos aspectos que les habían llamado la
atención para su difusión posterior.
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No vamos a cuestionar aquí el valor histórico de este tipo de
crónicas o relatos, ni la trivialidad de algunas de las descripciones
recogidas que en cualquier caso llamaron la atención de un viajero
procedente de otro entorno, de otra cultura. Sin embargo, si es
interesante profundizar en el carácter y la formación del viajero, en
el conocimiento previo que tiene del país, en sus intereses
concretos, etc., porque con todo ello terminará por perfilar su
imagen de España. Por otra parte, al margen de la subjetividad que
comporta este tipo de fuentes, las referencias existentes en estos
relatos sobre un mal camino, el precio de una posada, el posible
escondite de bandidos o la incomodidad de un alojamiento, podían
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resultar consejos muy útiles para quienes decidieran emprender
algún viaje por la España del siglo XVII.
Podríamos centrarnos en una serie de descripciones realizadas
por viajeros que permiten configurar una imagen de nuestro país y
que hemos desglosado en tres ámbitos: sociedad y costumbres,
fiestas y diversiones y la administración de la Monarquía hispánica.
2.1. Sociedad y costumbres.
Las descripciones geográficas sirven a los viajeros, a modo de
introducción, para dirigirse a sus lectores. Sus primeras impresiones
sobre el paisaje quedan claramente reflejadas en los primeros
párrafos pudiendo hablar, con una validez metodológica sólo para
nosotros, de geografía física (aspectos relativos al relieve, el clima, la
red hidrográfica, la flora y la fauna), económica (desde el desarrollo
agropecuario a la minería o el comercio) y humana (la distribución
de la población, las ciudades y los nudos de comunicaciones).
En cuanto a las ciudades destacan, como parece natural, las
referencias a Madrid, como capital del país, donde se describen sus
plazas, sus palacios, la vida de sus calles, etc..; Valladolid, Salamanca,
La Coruña, Santander y Bilbao, completan el recorrido descriptivo de
la España costera del norte y del noroeste. Zaragoza, Barcelona y
Valencia, resultan de obligado recorrido para el conocimiento de la
España costera mediterránea y del noreste. Y, por último, la región
andaluza ofrece al visitante el contraste y costumbrismo del sur
en ciudades como Granada, Córdoba o Sevilla, tan ricas en
monumentos arquitectónicos, ornamentos y reliquias.
El análisis de los sectores sociales se lleva a cabo
generalmente de forma piramidal, desde la cúspide a la base. La
Corte española y su fastuosidad, con sus fiestas, procesiones festivas
y mascaradas sigue siendo objeto del ojo del forastero, mientras
la nobleza articula la columna vertebral del trono junto con
el estamento eclesiástico, el otro gran aliado de la Corona.
La burguesía ciudadana, cuya meta se cifra en el ascenso social, la
compra de títulos o cargos que le permita ennoblecerse se emerge
en un sistema de valores donde el honor, la limpieza de sangre y el
status prevalecen de forma indiscutida. En el último escalón de la
pirámide se sitúa el pueblo español que, en palabras de un Memorial
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de la época, es “inculto y despreocupado”. Las referencias a la vida
marginal se centran en los delincuentes, los menesterosos y la
prostitución.
En cuanto a las costumbres de los españoles, en opinión de los
extranjeros, se centran en cinco aspectos: su fisonomía y atuendo
(rasgos faciales, color del pelo y de la tez, etc..); su vida social; su
carácter, con sus consideraciones a favor y en contra; las alusiones a
la gastronomía española, muy alabada en Europa; la educación; y las
prácticas religiosas.
Entre las actitudes a favor de los españoles, los viajeros ingleses,
por ejemplo, destacan el carácter grave y sobrio, el patriotismo, la
fidelidad, el valor, la constancia, el humor y el ingenio. Por el
contrario, las más criticadas, según Shaw Fairman (1981, pág. 166)
son, además de la aversión de los españoles de la época hacia los
trabajos manuales, la pereza, la envidia, la arrogancia, la
ceremoniosidad, la testarudez, el fanatismo y la crueldad.
Con respecto a la gastronomía, la mayor parte de las
descripciones atribuyen a España el carácter de país vinícola.
España era exportador de vino a Inglaterra y al norte de Europa, y las
referencias al vino canario, los vinos de Málaga, el Jerez conocido en
Inglaterra como Sherry y el de Alicante son muy numerosas. Los
viajeros hacen también distintas consideraciones sobre una serie de
productos alimenticios entre los que destacan: el pan, cuya blancura
y ligereza es muy alabada y las frutas de la huerta valenciana,
especialmente naranjas, melocotones o melones. El régimen
gastronómico español, según los forasteros, está basado, en buena
parte, en carnes asadas y a la plancha y en verduras arregladas con
aceite y vinagre. Mención especial se otorga a algunos guisos
españoles como la “olla podrida” que, además de carne, tocino y
legumbres, contiene jamón, aves y embutidos, entre otros
ingredientes. También hay numerosas referencias a los huevos, el
chocolate, el jamón, el cordero, las terneras, los capones y ciertos
pescados, como el salmón y el lucio. Por último, resultan muy
populares los pasteles de hojaldre cubiertos de una “espuma blanca”,
como denominan el merengue.
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No había cambiado mucho la situación económica de
España de mediados del siglo XVII cuando el francés Antoine de
Brunel en su Voyage d’Espagne curieux, historique et politique (1665),
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describía la deficiente situación económica por la que atravesaba el
país a causa de la desidia española: “Si tuvieran un poco más de
industria y si, en lugar de alimentarse de humo en sus miserables
hogares, cultivasen un poco mejor la tierra y no despreciasen el
entregarse a las artes mecánicas, sería para ellos una madre liberal de
todo lo que es necesario para el sostenimiento de la vida, tanto por el
vestido como por el alimento..” ( Díez Borque, 1975, pág. 111).
Los aspectos más destacados en el ámbito de la educación se
refieren a: la enseñanza universitaria, desde sus medios a sus
métodos educativos; la belleza arquitectónica de algunos centros,
como los de Alcalá de Henares, Salamanca, Sevilla y Toledo; y el
carácter de la instrucción religiosa.
Por último, las prácticas religiosas también llaman
poderosamente la atención del viajero y, más aún, si éste procede
de algún país protestante. Las ceremonias litúrgicas asociadas a
determinadas festividades religiosas o días del año, la calidad de los
edificios religiosos y el tema de la superstición relacionado con el
poder del clero sobre la gente, son aspectos que aparecen con
frecuencia en las descripciones. La mayor parte de las críticas se
dirigen hacia el aparato inquisitorial, como tendremos ocasión de
ver más adelante.
2.2. Fiestas y diversiones.
Entre las formas de diversión que más llaman la atención del
viajero extranjero se encuentran las corridas de toros y el juego de
cañas, como diversiones desconocidas en sus países de origen.
También dedican algunas páginas al teatro, a los juegos de cartas,
el carnaval, las mascaradas, con su combinación de música y baile,
o a determinadas fiestas que concluían con fuegos artificiales.
Los extranjeros admiran en sus obras el valor de los que toman
parte en las corridas de toros, un espectáculo que reúne al mismo
tiempo la belleza del arte ecuestre y el colorido de la fiesta. Sin
embargo, deploran el riesgo que entraña para hombres y caballos,
como se deduce de las cifras de muertes y heridos que mencionan
algunos de los viajeros, más aún si tenemos en cuenta que se
producían en una sola corrida. Francis Willughby, un naturalista
inglés que visitó nuestro país en la segunda mitad del siglo XVII,
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señala en su Account of the Travels (1738, pág. 175) el carácter
cruento de las corridas de toros: “Y con estos espectáculos crueles y
sangrientos -dice- la gente está igual de encantada que lo estaban los
antiguos romanos en los tiempos del paganismo” (Shaw Fairman,
1981, pág. 239).
El diplomático inglés William Cecil, Lord Roos, de viaje por
España en 1610, país al que regresó como embajador
extraordinario en la Corte española en 1616, también
censuró las corridas de toros para terminar alabando las
comedias españolas: “La principal diversión popular que
tienen -se refiere a los españoles- son las comedias, que, de
todas las que he visto, en cualquier país, son las únicas que
merecen que uno pierda el tiempo con ellas, pues no son
indecentes, como las francesas e italianas, ni ridículamente
afectadas, como las inglesas, sino que son la representación
animada y natural, ingeniosa y modesta, de historias y
acciones humanas” (Shaw Fairman ,1981, pág. 244).
2.3. La Administración de la Monarquía hispánica.
En cuanto a la compleja configuración estatal hispánica, son
muchos los comentarios procedentes de los diplomáticos que nos
visitaron. Los aspectos más llamativos de la misma se refieren a: las
instituciones gubernamentales, el carácter consiliar, la administración de
justicia, el número y la calidad de las fuerzas armadas, tanto marítimas
como terrestres, las deficientes infraestructuras, la caótica situación
hacendística y, por último, la heterogénea composición de la Monarquía.
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Una de las primeras relaciones que conocemos sobre la
España de Felipe III se debe al embajador veneciano Simeone
Contarini, que permaneció en Valladolid, ciudad donde residía la
Corte, entre 1601 y 1604. A la conclusión de su embajada
compareció ante el Senado veneciano presentando una detallada
relación sobre el estado de la Monarquía española a principios del
siglo XVII. En el “Discurso” critica claramente al gobierno español y,
en particular, a la persona y gobierno del valido Duque de Lerma. El
diplomático veneciano constata la crisis demográfica, económica y
política que atraviesa España, y dedica algunas páginas a enjuiciar la
deficiente administración financiera, la corrupción del funcionariado
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y el desgobierno del país, lo que le permite concluir con una visión
un tanto pesimista del futuro de España: “El estado de las cosas de
España no es bueno, porque deseando los pueblos mejorarse del
gobierno de Phelipe segundo han alcanzado otro más desigual con
justo y de menos despacho..” (Contarini, 2001, pág. 70).
También dedica algunos comentarios a analizar la compleja
composición de la Monarquía hispánica, un aspecto que venía
deslumbrando a teóricos y politólogos desde tiempos de
Maquiavelo. En efecto, a tenor de todos los escritos y a pesar de la
crisis, la Monarquía hispánica había sabido conjugar la unidad
política y la diversidad territorial, como señalaba el inglés Anthony
Sherley 1 en un memorial dirigido al conde-duque de Olivares en el
año 1622:
“Es verdad que no es justo de diferenciar estados que tienen la
misma religión, el mismo trage, la misma lengua y las mismas
costumbres aunque tengan diversos apellidos, pues parece que tienen
vínculos naturales que los apropian y atan a un cuerpo como son
Aragón, la Andaluzía, Valencia y Cataluña en estos reynos de España,
los quales, como hablan lo mismo, parece que sería defecto el
diferenciarlos de el mismo cuerpo de España, pues que son de ella y
hacen cuerpo de ella.” (Flores, 1963, págs. 57-59).
El Peso político de todo el mundo, escrito por este viajero inglés
cuyos ideales católicos le llevaron a identificarse con España, se
enmarca en la serie de proyectos y propuestas reformistas enviadas
a la Corte durante la década de 1620, la siguiente de la muerte
de Cervantes. En el memorial se atisbaban algunos indicios
de debilidad de la Monarquía hispánica cuyas raíces para el conde
inglés estaban muy claras. En primer lugar, las deficiencias existentes
en el poder naval de un Imperio extendido por todos los
continentes. A continuación, señalaba la falta de solidaridad
territorial entre los distintos integrantes de la Monarquía hispánica,
especialmente los portugueses, más pendientes de recoger sus
frutos a nivel individual que de buscar con amplitud de miras la
resolución de los problemas de interés general.
1) El conde Sherley, del que desconocemos muchos aspectos de su vida, se afincó en España y, en razón de
sus cargos diplomáticos y de sus andanzas políticas, tuvo la oportunidad de recorrer numerosos países. Con
un gran espíritu de observador, describe una larga serie de países de todos los continentes, profundizando
en distintos aspectos geopolíticos, económicos y militares.
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Una situación que no había pasado inadvertida a Olivares,
como podía deducirse de su Gran Memorial sobre la España de
Felipe IV, al aconsejar al rey “la reducción de los reinos de que se
compone España al estilo y leyes de Castilla”. Sin embargo, como
observaba en 1623 sir Francis Bacon, el avance del poder absoluto y
la defensa de los intereses dinásticos y hegemónicos en Europa
empezaba a crear fisuras en el sistema imperial español. Cuando las
negociaciones matrimoniales hispano-inglesas estaban en punto
muerto y se atisbaba la guerra, el filósofo y estadista inglés, apeló, en
un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes, a razones
de Estado, de índole dinástico y religioso, para justificar el conflicto
con España: “Ahora existe -señalaba Bacon- una gran confederación
contra ella, por causa de todos esos conflictos y litigios; consolidada por
el temor que todas las naciones tienen a su ambición, que la
humanidad cree no tener fin y, sobre todo, por contrarrestar sus fuerzas”.
(Speeding ,1874, vol. VII. págs. 460 y ss).
Sin duda, como reflejaba Bacon, España se encontraba
involucrada en demasiados conflictos: “Merece no poca consideración
el hecho de que la grandeza de España esté fuertemente alterada y
que cada vez tenga menos fuerza; construida sobre débiles
fundamentos, a la postre no dispondrá del menor apoyo y no podrá
contar con aliados seguros y de confianza. Con Francia se halla en
disputa por Navarra, Milán, Nápoles y el Franco Condado de Borgoña.
Con la Santa Sede también por Nápoles. En Portugal, con los herederos
legítimos de aquella casa. En los Países Bajos con las Provincias Unidas.
Ahora, por Ormuz, con Persia. En Valencia con los moros expulsados y
sus aliados. En las Indias Orientales y Occidentales, con todo el mundo.”
(Speeding, 1874, vol. VII. págs. 465).
3.- La otra mirada y la otra lectura:
la creación de la imagen de España.
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Frente a la visión del viajero ocasional se fue construyendo otra
imagen, en mi opinión, intencionada sobre España. La otra mirada
de la España del Quijote se refiere, como puede pensarse, a la visión
difundida en Europa sobre distintos aspectos como la intervención
española en la rebelión holandesa, el proceso de conquista y
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colonización española en América o las prácticas inquisitoriales
del Santo Oficio. Una visión que debe comprenderse a la luz de
la guerra de opinión y propaganda forjada durante el período de la
Contrarreforma. Sea como fuere, la creación de esta Leyenda negra,
cuyos orígenes sitúan algunos durante las guerras de Italia, perfiló
una España defensora de la ortodoxia católica con un coste que tuvo
un primer reflejo en una opinión europea adversa y crítica con la
posición española en los continentes europeo y americano. Como
Diego de Saavedra Fajardo, señalaba en sus Empresas a la altura de
1640, era el dominio español en el mundo y no otras cuestiones las
que suscitaban la envidia y, en consecuencia, la falsedad por parte de
sus rivales: “Cuanto son mayores las monarquías, más sujetas están a la
mentira. La fuerza de los rayos de una forma ilustre levanta contra sí las
nieblas de la murmuración. Todo se interpreta mal y se calumnia en los
grandes imperios... ¿Qué libelos inflamatorios, qué manifiestos falsos, qué
fingidos Parnasos, qué pasquines maliciosos no se han esparcido contra
la monarquía de España?.” ( Saavedra Fajardo, 1988, pág. 90).
En la denostada imagen internacional española, según R. García
Cárcel (1992, pág. 31), intervinieron figuras como: John Foxe, un
exiliado de la Inglaterra de María I Tudor en Holanda que escribió, en
1554, su Acts and Monuments (El libro de los mártires); Reginaldo
Gonzalo Montes, un protestante español refugiado en Franckfurt, con
su Exposición de algunas mañas de la Santa Inquisición española
(Heidelberg, 1567) y pronto traducido al inglés, francés, alemán y
holandés; Antonio Pérez, el célebre ex-secretario de Felipe II, con la
publicación de sus famosas Relaciones, bajo el seudónimo de Rafael
Peregrino (Londres, 1594); y Guillermo de Orange, con su Apología
publicada a fines de 1580, poniendo una extraordinaria munición al
alcance de numerosos libelistas franceses, ingleses y alemanes. El
punto de mira de Orange cargó sobre aspectos que sensibilizaban la
opinión pública, tales como los abusos de la soldadesca, la represión
por parte del duque de Alba y el asesinato de Don Carlos, hijo de Felipe II.
Al presentar a los españoles como personajes ávidos de riqueza,
termina refiriéndose a las cruentas matanzas de indios en América. La
obra tuvo gran éxito propagandístico entre los panfletos antiespañoles
que circularon por los Países Bajos y la Inglaterra de las últimas décadas
del siglo XVI y primeras del siglo XVII. Algunos autores holandeses
contemporáneos al conflicto, como señala Wessels (1999, págs.
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157-181), continuaron con esta visión de Felipe II, de una u otra forma,
tales como: Van Meteren, Pieter Bor, Van Reyd y Franciscus Haraeus.
En suma, la leyenda negra, de tanto éxito durante los siglos XVI
y XVII, tendría su continuidad en algunas obras del siglo XIX, cuya
pervivencia pudo ser sancionada, incluso, en determinadas
creaciones literarias. Los juicios emitidos por Henry Thomas Buckle y
John William Draper, los dramas románticos de Otway, Campistron,
Alfieri o Schiller (éste último con su Don Carlos, Infant von Spanien en
1787) o las representaciones teatrales (G. Verdi, la representó en París
en 1867) se basaban en la turbia conducta de Felipe II frente a su
hijo Don Carlos y su tercera esposa, Isabel de Valois. En otras
palabras, se defendía el canto a la libertad representado por el
príncipe frente a la tiranía y despotismo del monarca. Sin embargo,
en las últimas décadas del siglo XIX se empezó a matizar la historia
personal del poderoso monarca resaltando su perfil humano, en
gran medida gracias a la publicación desde 1884 de la
correspondencia con sus hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina
Micaela. Se iniciaba una labor de recuperación historiográfica de
Felipe II que, según F. Bouza (1998, pág. 23), nos mostraría el lado
amable del rey severo. Sin duda, un buen fundamento para sostener
la leyenda rosa, en contraposición a la anterior, a través de una
denodada defensa de lo hispánico. En este sentido, aspectos como
la glosa devota a Felipe II, de la que se encargaron multitud de
historiadores (Cabrera de Córdoba, Antonio de Herrera, Van der
Hammen, Cervera de la Torre, Baltasar Porreño y Bernal Díaz del
Castillo, etc..), con la ayuda inestimable de poetas épicos (Alonso de
Ercilla o Fernando de Herrera) o la exaltación de la lengua y de la
cultura hispánica, prepararían el camino hacia un narcisismo
hispánico, claramente desatado a lo largo del siglo XVII, a través de
las plumas de Mártir Rizo, en su Norte de Príncipes (1626), de Fray
Benito Peñalosa, en su Libro de las cinco excelencias del español, que
despueblan a España para su mayor potencia y dilatación (1629), o del
padre Caramuel, en la Declaración mística de las Armas de España,
incítamente belicosas (1636). En La España defendida de Quevedo
(1609) o en El Criticón de Gracián (1651), también encontramos
junto a la decadencia y la crisis del Estado español del siglo XVII una
defensa apasionada de lo español.
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Durante los últimos veinte años hemos asistido a una auténtica
renovación de los estudios filipinos, de una forma más
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desapasionada, también en buena parte gracias a la obra de
historiadores procedentes de ámbitos culturales de influencia
protestante. Sirvan de ejemplo las biografías de algunos hispanistas
como Geoffrey Parker (1984) y Henry Kamen (1997) que tanto han
contribuido a aclarar los aspectos más oscuros del personaje entre
el gran público y comprenderlo a la luz de la mentalidad y los
valores que predominaron en su propia época, enjuiciando la visión
de Felipe II desde una óptica más tecnócrata y mucho menos
personalista. En otras palabras, anteponiendo la imagen del rey
prudente frente a la anterior del demonio del Mediodía.
3.1. La rebelión holandesa.
La imagen de una monarquía centralista como la hispana,
orientada por sus inclinaciones religiosas y su voracidad en el
terreno fiscal sirvió, sin duda, para alimentar una publicística
holandesa defensora de privilegios provinciales y locales apenas
vulnerados. La máxima de permanecer en Flandes, terminó
convirtiéndose en una forma de hacer política que iba más allá de
“defender lo poseído”para entenderse dentro de un plan estratégico
que comportaba la inalienabilidad de las tierras patrimoniales
heredadas, la defensa de determinados principios religiosoideológicos y el mantenimiento del prestigio del poder español. En
este panorama, la rebelión de los Países Bajos, o los también
conocidos Sucesos de Flandes o Guerra de los Ochenta Años (15681648), tendrían una enorme repercusión en la configuración de la
imagen exterior de la Monarquía hispana.
Desde el principio de la rebelión, se produjo un importante
aluvión de pasquines y panfletos que juzgaban los hechos tratando
de legitimar la posición de quienes habían permanecido
subordinados a la tiranía de un gobierno injusto como el español.
La oleada panfletaria resultó fundamental a la hora de crear una
serie de mitos e imágenes sobre la persona y las iniciativas políticas
de Felipe II. La imagen transmitida, en ocasiones cambiante, se
centró durante la primera generación de los historiadores
holandeses en la explicación de las causas de la revuelta aunque
autores como el notario de Utrecht, Pieter Bor (1559-1635), en su
Origen, comienzo y transcurso de las Guerras de los Países Bajos, o el
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negociante emigrado y oriundo de Amberes, Emanuel van Meteren
(1535-1612) en su Historia de Bélgica o de los Países Bajos, de nuestros
tiempos, no dudaron en recalcar el fervor religioso del monarca y su
afán de dominio.
La lucha en los Países Bajos se convirtió, al mismo tiempo, en
una guerra militar e ideológica, donde a las viejas y conocidas
técnicas de persuasión desde el púlpito, se sumaron el uso del
panfleto publicista-libelista, con un sentido propagandista donde
estaban presentes la distorsión, la exageración y la manipulación.
Sin embargo, desde España se intentó contrarrestar esta imagen
internacional desde campos como la literatura, tanto en verso como
en prosa, o el teatro. Por ejemplo, algunas piezas teatrales del Siglo
de Oro español abordan el conflicto hispano-holandés como
sucede con Los españoles en Flandes y El asalto de Mastrique por el
Príncipe de Parma, ambas comedias lopescas, donde se hace una
defensa elocuente de la permanencia española en los Países Bajos.
A la serie se podrían añadir otras piezas del teatro barroco, de
dramaturgos como fray Alonso Remón, Francisco de Rojas Zorrilla,
Pedro Calderón de la Barca, Luis Vélez y Andrés de Claramonte. La
primera, atribuida en su día a Lope, y considerada actualmente por
los especialistas obra de Alonso Remón corresponde a la comedia
titulada Don Juan de Austria en Flandes (representada en Palacio en
1628) y se centra en el gobierno del protagonista en los Países Bajos
hasta el día de su muerte. El Saco de Amberes escrita por el toledano
Rojas Zorrilla, pone énfasis en el motín de los soldados del ejército
español en Flandes en 1576 debido a la tardía recepción de su paga.
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La comedia El sitio de Bredá de Calderón de la Barca, escrita cinco
meses después de la rendición de la ciudad, tenía la intención de
unirse a la campaña propagandística impulsada por el gobierno de
Olivares para conmemorar uno de los mayores éxitos militares
obtenidos por la política exterior de la monarquía hispánica en los
Países Bajos: la toma de la plaza de Breda. Las razones del rey, de la
patria y de la religión católica por las que luchan las tropas españolas,
un tanto idealizadas, y opuesta a la visión sanguinaria que se tiene de
las mismas en las guerras de Flandes, también aparecerá en las
comedias tituladas Los amotinados de Flandes, de Luis Vélez
(representada en palacio en 1633) y en la comedia El valiente negro en
Flandes, de Andrés de Claramonte, fechada en 1622.
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En la mayor parte de estas obras se hace una defensa
apasionada de la presencia militar española en los Países Bajos,
dando verdadera importancia a su reducción al yugo político de
España y a la auténtica fe católica. Al margen de otras
consideraciones geoestratégicas, militares y económicas, que
convirtieron a estos ricos y conflictivos territorios en objetivo de otras
potencias europeas, España se interesó por su conservación, en otras
palabras, por el acatamiento del orden instituido y, en consecuencia,
de su monarca. Para el español, la palabra “holandés”, como ha
recogido el profesor M. Herrero Sánchez (1999, pág. 90) quedó como
sinónimo de rebelde, hereje y contrabandista. Una tríada de conceptos
denigratorios que aparecería de un modo recurrente y que tardaría
mucho tiempo en disiparse de la mentalidad colectiva al atacar los
tres órdenes sustanciales: el de defensa de los intereses dinásticos,
el de cohesión religiosa y el de carácter económico.
Sin embargo, desde la posición holandesa las prácticas
militares de sitio y de saqueo o las represiones españolas de Alba
tuvieron enormes repercusiones sobre la vida de la población,
configurando un determinado estereotipo sobre las tropas
españolas de ocupación que debieron doblegar la tenaz resistencia
holandesa. En efecto, la fama que se desprenderá de El saqueo de
Amberes servirá para modelar la leyenda negra española en Flandes,
sobre todo a tenor de las gacetas y folletos que circularon durante
los años siguientes. La imagen holandesa de los españoles queda
muy bien reflejada en la acotación del flamenco duque de Ariscote
en la obra Los españoles en Flandes:
“Antes que un español mi vida tase,
Antes que un español leyes me ponga,
Antes que un español mis puertas pase,
Antes que un español me descomponga,
Antes que un español mi hacienda abrase,
Antes que un español se me anteponga,
Antes que un español mi cuello oprima,
Tendré los montes de Sicilia encima”. 2
Con esta opinión, no es de extrañar que toda una generación
de holandeses se mirara en el Spieghel der Jeught of Spaanse Tyrannie
2) Segundo acto de Los españoles en Flandes. Cfr. UCLM, E-2.890 (v.6) Obras de Lope de Vega publicadas por la
Real Academia Española. Tomo XII. Crónicas y Leyenda dramáticas de España. Sexta ed. Madrid, 1901. pág. 371.
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(Espejo de Juventud o la Tiranía Española) a través del cual, como
señala S. Schama (1988, pág. 64), comprendieron que había habido
una guerra santa por la libertad en la primera mitad del siglo.
3.2. La conquista española de América.
Este particular enfoque, más ocupado en revisar de forma
crítica la destrucción de las civilizaciones americanas, que de
describir ciudades y modos de vida, sirvió para difundir la llamada
Leyenda negra antiespañola, que cargó las tintas en aspectos como
la Inquisición, la política exterior y el maltrato dado a los indígenas
en América. En su origen y difusión, fue decisiva la participación de
tres personas: el dominico español Fray Bartolomé de Las Casas,
el milanés Girolamo Benzoni y el holandés, Théodore de Bry.
El padre Bartolomé de Las Casas (1484-1566), ha sido
tradicionalmente, considerado como el creador de la leyenda negra
americana. Por encima de la visión del conquistador, ofrece la visión
jurídica, teológica y moral, teniendo como fundamento la defensa
de la libertad indígena. Las Casas trató el problema de las Indias con
el Cardenal Cisneros y con Adriano de Utrecht, a los que propuso un
Memorial de Remedios, ante los que él consideraba una serie de
abusos que generaban un clima de injusticia social, totalmente
contrario al sentido de evangelización, justicia y promoción humana
que los españoles debían llevar a América. La clave del pensamiento
lascasiano fue su insistencia sobre la libertad de los indígenas.
Desde esta base, el ejercicio de la razón era un derecho según el
Derecho natural y debería ser ilimitado. La obra de Las Casas no
pasaría desapercibida para algunas figuras ligadas al humanismo
reformista europeo. Por una u otra vía se encontró salida a la mordaz
crítica de estos protestantes, quienes centraron sus ejemplos en la
explotación indígena, la crueldad y la codicia de los españoles.
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Las Casas no se propuso tan sólo teorizar y, a pesar de sus
exageraciones, nos dejó por escrito sus reflexiones en una serie de
obras que tendrían un enorme impacto en la intelectualidad de su
época, tales como: la Historia general de las Indias (escrita entre 1527
y 1562, en respuesta a la historia de Fernández de Oviedo); la
Apologética historia (es un tratado de antropología cultural
americana); su De unico vocationis... donde aborda el problema
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teórico de las relaciones jurídicas entre españoles e indios; y la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias (escrita en 1542
aunque publicada en 1552), redactada antes del fracasado
experimento misionero de Vera Paz y de su famosa polémica jurídica
con Ginés de Sepúlveda, un historiógrafo de Carlos V.
Pocos son los datos biográficos que conocemos del cronista
milanés Girolamo Benzoni (1518?-). En 1541 se encuentra en
América aunque su nombre no figura en el catálogo de los
pasajeros a Indias publicados hasta la fecha. Su Historia del Mondo
Nuovo (Venecia, 1565), reeditada en numerosas ocasiones (1572,
1578 y 1579), parece formalmente un relato de viajes sobre el que a
modo de crónica van apareciendo sus andanzas por América. Entre
los grandes temas abordados dedica bastantes páginas a los
precedentes del descubrimiento colombino y los cuatro viajes del
Almirante, a la actuación del padre Las Casas y al desarrollo y
aplicación de las Leyes Nuevas en Indias, en 1542, entre otros
aspectos. Son especialmente significativos sus juicios sobre la
conquista a la que dedica algunos de sus dardos más hirientes. La
codicia de los gobernadores españoles de Tierra Firme, algunas
rebeliones internas y los suicidios masivos de los indios,
“liberándose” de vivir como esclavos bajo el dominio de los
españoles, encuentran también largas descripciones.
Con la llegada de los españoles y la introducción del esclavo
negro, según Benzoni, se ha pervertido la estabilidad del sistema
y se sus formas de vida, hasta entonces idílicas. Los españoles
-en opinión del milanés- eran cobardes, sucios, ingratos, traidores y
sanguinarios, al no respetar la vida humana. Sus críticas no dejan
incólumes a la Iglesia que permite la esclavitud, muerte de los indios
y violación de sus mujeres. Benzoni tampoco regatea en cifras para
ensalzar la masacre elevando a más de dos millones la aniquilación
de los indios en la isla de Santo Domingo. La conquista es valorada
como despreciable en toda su magnitud, no existe ningún atisbo
adulador que los españoles hayan aportado como positivo. En
conclusión, ni se han fundado ciudades, sino malas aldeas, ni se ha
llevado a estos pueblos la evangelización, sino el mal ejemplo de la
conducta del español que debe ser repudiada.
Por último, el editor holandés Théodore de Bry (1528-1598)
llegó a elaborar un compendio de relatos de viajes con numerosos
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grabados que publicó en varios tomos a finales del siglo XVI. De Bry,
nacido en el seno de una distinguida familia calvinista, huirá por
motivos religiosos en 1570 estableciéndose en Estrasburgo, donde
ejercerá como impresor y grabador antes de asentarse en Frankfurt,
en 1590. Este protestante, resentido hacia los españoles, no tardó en
reflejar con toda su crudeza las tropelías de los conquistadores en el
Nuevo Mundo. Su monumental colección de láminas, bajo la
denominación de Grandes Viajes, tuvo un éxito editorial sin
precedentes durante el siglo XVI. El contexto europeo en que
aparece la obra, claramente enfrentado por las guerras de religión y
las profundas divisiones entre católicos y protestantes, tuvo un
público ávido por conocer los detalles de la conquista. En 1590
presenta en Frankfurt del Main un volumen con el título Tesauro de
los Viajes a las Indias Occidentales y Orientales, dedicado a los
primeros viajes de la colonización inglesa en Virginia, con un valor
divulgativo y un impacto propagandístico extraordinario. Su claro
antihispanismo puede contemplarse en su Das Vierdte Buch Von der
newen Welt (Cuarto libro del Nuevo Mundo), publicado en Frankfurt
del Main en 1594. Cualquiera que contemple la fuerza de sus
grabados, donde se desata una violencia colonizadora desconocida,
con escenas de soldados españoles arremetiendo impunemente
contra la indefensa población civil, duda del talante civilizador
europeo. Los grabados de indios idealizados de De Bry, de acuerdo
con el gusto renacentista, contribuyeron todavía más a
la propagación de la Leyenda negra sobre las atrocidades de la
conquista. El grabador protestante imprime a sus trabajos un
carácter moralizador que rechaza la ortodoxia católica y sus
métodos de imposición. Por ello, podemos concluir que junto a
Benzoni y Las Casas, adalides de esa otra lectura, De Bry, ofrecerá al
lector europeo la otra mirada, por otra parte, presente durante
mucho tiempo en el mundo protestante.
3.3. La Inquisición.
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La religión y las formas de religiosidad en España, es uno de los
ámbitos que más llama la atención del viajero extranjero. Cuando el
viajero procede, además, del mundo protestante no escatima
críticas hacia algunas instituciones españolas, como sucede con la
compañía de Jesús y la Inquisición. Sobre esta última cargan en sus
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escritos buen número de viajeros como el francés Bourgoanne o los
ingleses John Chamberlain, William Lithgow y Peter Heylin. Sin
embargo, frente a la visión del viajero extranjero estará la imagen
oficial transmitida desde las cancillerías europeas, mucho más
severa en sus juicios hacia las prácticas del Santo Oficio.
La censura artística y literaria en España quedaría oficializada
a partir de la promulgación del edicto que indicaba la recogida de
todos aquellos libros “prohibidos”, tanto de las librerías como de los
particulares. Además de vigilarse la impresión de los libros, se
auguraban malos años para las comedias teatrales y los medios
de prensa periódica, que a partir de entonces serían objeto de
supervisión inquisitorial. Los decretos promulgados para prohibir
la importación de libros religiosos (1558) o salir a estudiar al
extranjero (1559) tuvieron un impacto contrastado sobre la
intelectualidad española.
A la llegada de Felipe II a España en 1559, existía un problema
de índole religioso, que había ido gestándose a lo largo del reinado
de su padre, Carlos V. El elevado grado de intensidad que estaba
alcanzando la tensión espiritual castellana quedará refrendado por
la aparición de dos núcleos heterodoxos en Valladolid y en Sevilla.
Entre 1556 y 1562, se persigue a los disidentes religiosos mientras
aumenta la obsesión por la limpieza de sangre, definiéndose una
actitud definitiva, inmersa en el espíritu religioso militante que se
respiraba en Europa como consecuencia del radicalismo ginebrino
y trentino. Los autos de fe celebrados en Valladolid (1559) y
en Sevilla (entre 1559 y 1562), sirvieron para desmantelar las
comunidades luteranas de Toledo, Toro y Villamediana, en Castilla, y
las de Sevilla y Llerena, en Andalucía. El auto de fe tuvo el mismo
sentido ejemplarizante con el objeto de testificar el triunfo de Dios
sobre el error de los hombres. Por ello, debe ejercerse de forma
pública y darle un sentido de edificación espiritual ante quienes lo
contemplan. Un “triunfo de la verdad” para el que se utilizará la plaza
mayor de la ciudad, testigo de las condenas públicas de los reos, las
misas solemnes y las ceremoniosas procesiones.
Con Felipe III se asiste a una debilidad en el aparato inquisitorial
debido tanto a su política de pactos y acuerdos en el exterior, que
privó a los anteriores súbditos extranjeros de pasar por los procesos
inquisitoriales, como al traslado de la Corte a Valladolid, así como el
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del Consejo de la Suprema, desarmando durante varias décadas la
capacidad de actuación del Santo Oficio. El número total de causas,
de autos de fe y de sentencias de “relaxación” disminuyeron
considerablemente. La debilidad de la institución inquisitorial juega
en contra del nuevo reparto de poderes que se dibuja en el terreno
político. De hecho, la Inquisición no reflejaba sino una serie de males
bien detectados: instrumento de poder venido a menos, escasa o
nula formación de sus cuadros burocráticos, predominio de la
política sobre la honradez y la dogmática, etc. Dejemos que nos lo
cuente, Antonie de Gramont, un diplomático francés llegado a
España en 1659, en su obra Mémoires du Marechal de Gramont, duc et
pair de France:
“El Tribunal de la Inquisición ha sido el principal fundamento sobre
el cual han pretendido elevar y sostener esa gran máquina de
dominación (...). Conoce de todas las materias de fe; está gobernado por
un ministro superior, que se llama inquisidor general, y el cual, a
menudo, es muy ignorante y nada letrado; su poder se ejerce en virtud
de bulas apostólicas, conforme al nombramiento del rey y la fundación
de dicho Tribunal..” (Díez Borque, 1975, pág. 176).
La estructura inquisitorial fue duramente criticada durante la
Ilustración. Una institución de poder como la del Santo Oficio era
capaz de entorpecer las reformas, poner trabas al utilitarismo y
pragmatismo de la moral burguesa y frenar el desarrollo de una
sociedad plural. La Inquisición seguía manteniéndose como
estandarte de la intolerancia, de la persecución ideológica, de la
injusticia de sus procedimientos, y de una serie de prácticas
arbitrarias y abusos, que no podían ser baldón alguno en la nueva
sociedad que se estaba dibujando.
4.- Imágenes, mitos y realidades.
Las visiones de España.
Comprobar la veracidad de cada relato, de cada descripción
aportada por el viajero es una tarea cuando menos complicada y que
supera con creces el objetivo de este artículo. Lo cierto es que al
viajero de a pie no le fue fácil desprenderse de la existencia de ciertos
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estereotipos y clichés ya existentes sobre la España del Quijote.
La llamada leyenda negra, según la expresión acuñada por
Juderías (1914), y cuyas raíces se hunden en la “tradición
protestante”, no sería ni mucho menos exclusiva de nuestro país,
pues a la mayor parte de los países europeos puede adjudicársele
alguna, solo que las culpas imputadas a España, según W.S. Maltby
(1982), se han exagerado. Defendamos su existencia desde la
presencia española en la Italia Renacentista, como ha sostenido
S. Arnoldsson (1960), o aparecida como reacción de los liberales del
siglo XIX ante la figura de Felipe II, según H. Kamen (1997), algunos
autores como R. García Cárcel (1992) han terminado por considerar
infundada la crítica negativa sistemática e intencionada hacia
España y los españoles.
No cabe duda, sin embargo, que es difícil eludir la existencia de
toda una corriente de opinión procedente del exterior, con una alta
participación de críticos españoles, interesada en popularizar y
difundir ciertos aspectos que han contribuido a la construcción
exterior de la imagen de España. Sin duda, la imagen heredada por
las consecuencias de la política intervencionista de Felipe II fue
forjada, en mi opinión de forma interesada, en la Europa del norte
durante la segunda mitad del siglo XVI.
Los ataques personales contra Felipe II, la denuncia de las
atrocidades cometidas por los españoles en el gobierno de los
Países Bajos y en la conquista de América, y las críticas hacia el
fanatismo y la crueldad de la Inquisición, también intentaron ser
contrarrestadas por algunos autores y libelistas franceses, ingleses o
italianos, como Pedro Cornejo (París, 1590), Thomas Stapleton, bajo
el seudónimo de Didymus Verídicus, en su Apologia pro Philipo II
(1592) o Tommasso Campanella en su De Monarchia Hispanica
(hacia 1603) defensores de los valores hispánicos y, en
consecuencia, de la imagen de la política filipina. Su Monarchia, sin
embargo, tuvo un escaso eco en España aunque paradójicamente
fue atentamente leída en Europa, una más de esas contradicciones
que no pudieron impedir la divulgación intencionada de ciertos
tópicos e imágenes sobre la España del Quijote.
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