BODAS REALES

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BODAS
REALES
(Continuación)
III
La labor que bajo este mismo título hemos desarrollado en el cuaderno precedente, se ha concretado a los preliminares del hecho infamante que nos ha de ocupar ahora: sabemos muy bien que ningún
arcano misterioso descubren estas líneas; pero amantes de la verdad
histórica hasta la idolatría: y de aquilatar las circunstancias todas
concurrentes en los acontecimientos que estudiamos; enamorados de
la justicia en que se sintetizan la rectitud y equidad, la razón, la verdad y el derecho, hemos de procurar aportar testimonios irrecusables, evidentes y autorizados, para justificar del más concluyente
modo las deducciones a obtener.
Este mismo afán noble y desinteresadamente nos ha guiado en
las páginas precedentes de este trabajo, en las cuales nos hemos concretado primero, a poner de relieve las excelencias de la justamente
calificada de Católica Reina; y segundo, a mostrar cómo se excitó
la atención de muchos príncipes tan luego fué conocida la nueva y
legítima base en que aparecían los derechos de Isabel a una Corona
que deslumbró a los aspirantes a un trono codiciable y codiciado.
Para que no se nos tache de sistemáticos, hacemos caso omiso de
ciertos graves cargos que corren por crónicas más o menos autorizados, siendo uno de ellos el que inserta el historiador Prescott (a)
en nota del cap. 3.º, al referirse al resultado del viaje de Alonso de
Coca, capellán de la Princesa D.ª Isabel y mentar las “artes seductoras de la reina de Aragón, D.ª Juana Enriquez„, con las que no
habría hecho después de todo más que ponerse a tono de identidad
conyugal, con su esposo, en la empresa financiero-matrimonial por
(a) Aunque ya hemos citado en
americano, haremos constar que el
en 1838 y ganó inmediatamente un
rio, de investigación y sano juicio;
hay páginas también notables.
alguna nota anterior a este historiador nortefamoso libro de William H. Prescott salió a luz
gran concepto en Europa por sus méritos literaen su documentación, imparcialidad y brillantez,
—102—
ambos tenazmente perseguida, contra todo género de consideraciones durante el largo período de doce años. Prescott se Sirvió en gran
parte, para los precedentes del estado de Castilia, de la obra de Fernán Pérez de Guzmán. (a)
Reanudando nuestra labor haremos constar que con tantas intromisiones, intrigas, deslealtades, emisarios, candidatos, recelos, amenazas y desconfianzas como de continuo escoltaban al seductor proyecto del rey usurpador (accidentes en los que, nun habiendo ya citado algunos, hemos hecho abstracción de otros tantos), el futuro
suegro de la Serenísima Princesa D.ª Isabel, se resolvió el año 1469,
en alas de su codicia, a adoptar una franca decision, rompiendo por
toda clase de miramientos y respetos a trueque de lograr la realización de sus planes. Imponíase a su juicio apresurar la boda, ya que
se contaba con la voluntad de la novia, la cual a pié firme resistía
tenazmente, garantía cumplida de lo que había de ser en sus manos
el cetro de Castilla; así pues sin vacilar ya más, en el verano de
aquel ,mismo año 1469 se despacharon instrucciones apremiantes a
sus adeptos en tierras de D. Enrique IV. (b)
Cooperaba a las aspiraciones del Monarca aragonés, el estado
de permanente discordia entre la nobleza castellana; el incumplimiento de pactos y promesas; el dislocamiento en los pueblos y ciudades adictos a D. Enrique IV, el inquieto y desventurado hijo de
D. Juan II de Castilla; y la propia inestabilidad de sus decisiones;
todo lo cual acarreó por fin una enérgica resolución, que fué la de
acelerar la boda. Como circunstancias favorables para ello figura-
(a) La Crónica de D. Juan II de Castilla fué escrita por Fernán Pérez de Guzmán,
pero corregida, enmendada y aumentada por Lorenzo Galíndez de Carvajal; es de
notar que, por propia confesión, este historiador se rindió a las apreciaciones de la
Reina Católica, y en su consecuencia deberán leerse con cierta prevención y compulsa los hechos que expone. En cambio la coetaneidad, no deja de aportar verosimilitud a esta Crónica. Edición de Valencia, 1779. La primera fué impresa en Logroño, por Arnaldo Guillén de Brocario, 1517 (después de ejercer éste la imprenta
en Pamplona durante el siglo XV y en Alcalá en el siglo XVI editando la famosa
Biblia poliglota o Complutense; otra edición de esa Crónica se hizo en Sevilla, 1543;
y otra en Pamplona (Tomás Porralis, 1591) autor Fr. Prudencio de Sandoval, Obispo de esta Diócesis. Finalmente existe un Compendio de la misma Crónica editado
en Madrid el año 1678.
(b) Crónica del Rey D. Enrique IV de este nombre por Diego Enríquez del
Castillo; cronista de aquel, Capellán y Embajador suyo, Madrid, 1787, 2.ª edición
corregida por Floranes. En la Historia critica de la literatura española, por Amador
de los Ríos, hay alguna censura para este cronista, pero entendemos que tal vez sea
este de los que escribiendo de hechos contemporáneos a él, menos adulación y más
prudencia desplegara en su oficio.
—103—
ban la buena disposición de la Princesa y el hecho de estar ultimadas
hacía ya medio año las capitulaciones matrimoniales, por cuya data
pasamos, renunciando a cierto reparo que la observación de los hechos nos sugiere; pero entre las adversas circunstancias figuraban
dos, una difícil de salvar en el orden material, y otra imposible en el
orden moral ..... si no se tratara de gentes tan poco delicadas de alma: era difícil, pero no imposible poner al novio en manos de la novia, porque el hermano de ésta, D. Enrique, dispuso fueran esmeradamente
custodiadas las fronteras castellano-aragonesas,
respondiendo así sus previsiones al exacto juicio que tenía de su vecino;
hago gracia al lector de pasar sin detención sobre las particularidades de este asunto y renuncio a describir aquí el accidentado viaje
carnavalesco del mercader Fernando, a través de las tierras castellanas; pero no así de la conferencia en que se acordó dicho aceleramiento, porque en caso contrario fracasaba el negocio (a)
En Valladolid, en las casas (famosas por este y otro motivo), de
Juan de Vivero, trataron seriamente del asunto tres personalidades,
el Arzobispo de Toledo D. Alonso Carrillo, el tristemente célebre
Mosen Pierres de Peralta (el fiel?) y el Almirante D. Fadrique, suegro de D. Juan II.
Antes de emprender el arriesgado viaje en el cual acompañaron
desde Zaragoza al Rey de Sicilia los comisionados castellanos Don
Gutierre de Cárdenas (b) y D. Alonso de Palencia, (c) firmó el hijo
(a) De arrojado mancebo califica a D. Fernando el Sr. D. Víctor Balaguer en
este viaje y de aventura romántica la expedición, en el tomo XXXV de sus Disquisiciones históricas, lib. 1.º, cap. X; pero está con tal idolatría por Castilla escrita esta
obra, que no resiste a la crítica en algunos pasajes de prolija enumeración, en los
cuales hay omisiones difícilmente disculpables.
(b) Fué este personaje maestresala de la Princesa D.ª Isabel, el caballero y
servidor de mayor confianza, perteneciente a noble y rancia familia castellana,
hombre de tanta serenidad y experiencia ya en esa época, como sagaz e ingenioso,
a la par que honrado y fiel.
(c) Alonso de Palencia, desempeñó el cargo de cronista de la Corte castellana,
capellán del desaprensivo Arzobispo de Toledo, pero superior a éste en honor, lealtad, sabiduria y firmeza, cualidades que le habían granjeado singulares aprecios en
Aragón y Castilla y en sus muchos viajes por el extranjero. El libro más famoso de
Palencia se titula Tres décadas de las cosas de mi tiempo; su texto es latino y de acuerdo con su título abarca la historia castellana y no poco la aragonesa de 30 años
(1454-1484). Su estilo (según moderna crítica) es afectado y premioso; mas como la
gala literaria no ha de ser la cualidad predominante en el historiador, estimamos
en Palencia el gran elogio que le rinde nuestro insuperado
polígrafo
Menéndez y
Pelayo en su Antología, tomo 4.º: «más vengador que justiciero... describía y contaba con fuerza pintoresca, con notable precisión y brío». Amador de los Ríos, en el
tomo 7.º, pág. 141, de su Historia crítica de la literatura española, dice de Palencia que
—104—
menor del Rey de Aragón, el Juramento que a continuación insertamos, cuya tendencia no fué otra que la de restar adeptos en Castilla
al Monarca D. Enrique, para sumarlos al partido de la Princesa,
alejando los temores de que el Príncipe consorte de Castilla tomara
represalias en su día para castigar a los adversarios de Dª Isabel.
Veamos ahora el histórico y diplomático juramento:
JURAMENT0 hecho en Zaragoza a 1.º de Octubre de 1469 por Don
Fernando, Rey de Sicilia, de que ni antes ni despues de su casamiento con la princesa Doña Isabel, haria merced alguna en los
Reinos de Castilla, sin consentimiento de su futura esposa. (a)
Yo D. Fernando, Rey de Sicilia, Príncipe de Aragon, por evitar
las inportunidades que algunos podrían usar o ayan usado demandándome mercedes de vasallos e de fortalezas e de oficios e rentas
de juro de heredad, o por vida o por tiempo limitado, et otros honores, dignidades e preeminencias que suelen dar e otorgar los Reyes
e principes en los reynos de Castilla e de Leon de que yo debiere e
podiere faser merced cuando Dios mediante se concluyere mi casamiento con la muy ilustre señora Doña Isabel princesa de los dichos
reynos, por la presente escriptura firmada de mi nombre e sellada
con mi sello impreso, juro por mi fe real tocando con mi mano derecha en la señal de la Crus aquí puesta e señalada, que por ninguna causa ni respecto yo non faré merced alguna de alguna qualida o
quantidad concerniente a concesion de vasallos e fortaleças e oficios
e rentas de juro e de por vida o por tiempo limitado, segund dicho
es en los Reynos de Castilla e de Leon. Salvo interviniendo el consentimiento e acuerdo e otorgamiento de la dicha princesa Doña Isabel que es unica e lejitima heredera dellos, abiendo yo por principalmente necesario el dicho consentimiento para que la merced que yo
oviere de otorgar o aya antes de agora deliberado faser de las cofué «partidario del intruso D. Alonso y uno de sus más encarnizados enemigos, ya
que no de los más austeros y terribles acusadores que tuvo aquella Corte, retratada
en las Coplas del Provincial y de Mingo Revulgo». Finalmente, otro crítico valenciano lo señala como «inexorable censor de la sociedad de su tiempo y más vengador
que justicieros. El Ms. de las Décadas de Palencia abarca de 1440 a 1477, tal vez
utilizando a su precursor Diego Valera en parte; el muy competente Sr. Paz y Meliá en la Colec. de Escr. cast. traduce las Décadas, en 6 tomos, agregando en el último la Biografía de este autor.
(a) Se halla archivado este documento, sobre el cual dejamos los comentarios al
lector, en Simancas, Grupo de Pleito-homenajes y Juramentos, Sección de Patronato Real, leg. l, doc. n.º 10.
—105—
sas susodichas e en los dichos reynos, sea valedera. Et si algunas
mercedes de la sobredicha qualidad yo toviere hasta ahora otorgadas para lo porvenir o de aqui adelante otorgare en que no haya intervenido el dicho consentimiento e concesion de la dicha señora
princesa, yo las he e habré por invalidas e ningunas et desde agora
las pronuncio de ningund valor ni eficacia. fecha en Zaragoza primero de otubre de mill e quatrocientos e sesenta e nueve años.=
Rex Ferdinnandus.„
Empezóse por hacer constar en la reunión de Valladolid que dejamos iniciada, cómo desde el 7 de Enero de aquel mismo año estaban ultimadas las capitulaciones matrimoniales que en Cervera habían sido ajustadas entre los futuros contrayentes y que en 12 del
mismo mes confirmó el Rey D. Juan de Aragón en Zaragoza (a). Las
insertaremos por apéndice y demuestran una bajeza inconcebible en
la corte aragonesa y en el futuro falsario, quien con tal de atrapar
la Corona castellana se allanó a condiciones depresivas, entre ellas
a no salir de Castilla sin permiso de su esposa; no enagenar propiedad alguna de la Corona; no hacer nombramientos militares, eclesiásticos ni civiles sin consentimiento de Isabel; no reconocer validez
a disposición alguna sin la firma de la futura Reina; respetar todas
las dignidades de la nobleza; renunciar a los dominios que Castilla
había arrebatado a Aragón; no otorgar mando de plazas y castillos
mas que a quienes la Reina designara; reconocer a la misma toda
autoridad para hacer merced de villas y lugares
etc., etc. ¡La sagacidad, la codicia vil, sin pudor ni recato, se impusieron una vez
más a la dignidad en la casa del Monarca Aragonés!
Los futuros Contrayentes no se conocían todavía.
Celebróse la entrevista de aquel triunvirato con la hermana de
D. Enrique.
"Opinaban los tres magnates que el matrimonio se celebrara al
momento, haciendo venir secretamente a Valladolid al Príncipe don
Fernando, aprovechando la estancia del Rey en Andalucía, para
precaver cualquier fracaso o nuevo entorpecimiento.—A esto objetó
la religiosa Princesa, que estando ella unida en tercer grado de consanguinidad con el Príncipe de Aragón, de ninguna manera podia
celebrarse el matrimonio sin la dispensa del Papa y en tan breve plazo imposible era pedirla a Roma y alcanzarla.—Dió entonces
(a) Por la extensión del documento no insertamos ahora dichas capitulaciones,
que quedan para figurar en el apéndice de este estudio, con otros testimonios irrecusables.
—106—
el Arzobispo una gran voz de contento (a) levantando los brazos y
riendo con aire de triunfo, y dijo que si no era más que ese inconveniente, podía celebrarse el matrimonio
aquella misma
tarde,
por que la dispensa de Roma estaba ya pedida y concedída, hacía
más de cuatro años, gracias a la previsión del Rey D. Juan II, padre del novio.—ExpIicó entonces cómo el viejo Rey de Aragón, cuyo sueño dorado fué siempre el enlace de su primogénito D. Fernando con la Princesa D.ª Isabel, había pedido cinco años antes la dispensa necesaria al Papa Pío II que a la sazón ocupaba la Cátedra
de San Pedro (b), ocultando por prudentes razones poIíticas el nombre de la princesa consanguínea en tercer grado, que contaba diez
años y medio.—A lo cual contestó el Papa, concediendo la dicha
dispensa, pero sin que fuese valedera hasta
transcurridos cuatro
años y fuesen los contrayentes hábiles para el estado del matrimonio; y como los cuatro años habían transcurrido, resultaba la dispensa perfectamente valedera y corriente sin que le faltase más requisito que el de refrendar su autenticidad el prelado competente.—
No sospechó ni por un momento la noble y leal Princesa ser todo
aquello—tan verosímil por otra parte en los usos y modo de ser de
aquellos tiempos—un maquiavélico complot del Rey de Aragón y
del Arzobispo para salvar la dificultad insuperable de pedir y alcanzar de Roma la dispensa necesaria en tan breve tiempo, y tranquila
ya su conciencia sobre la sagrada palabra del Arzobispo Primado
de España, otorgó gozosa su consentimiento para avisar al Príncipe
(a) De este personaje, descendiente del portugués Martin Vázquez de Acuña,
tan solo apuntaremos que su adhesión fué incondicional hacia D. Juan II de Aragón,
tanto como adversa fué su actuación a D. Enrique IV. De su conducta cerca de Doña Isabel dice lo bastante la reprobable falsedad que bajo su iniciativa realizóse para consumar un sacrilegio. Cuando la Reina Católica descubrió en 1471 toda la verdad de los hechos, debió sentir (y no lo ocultó) toda la a versión que este individuo la
producía, demostrándolo ostensiblemente cuando la Corte otorgó el debido valimiento al Cardenal Mendoza, con postergación del Arzobispo Carrillo, que llegó a
proferir contra su Soberana esta amenaza: Yo la saqué de hilar y la volveré a la rueca. D. Alfonso Carrillo de Acuña, obispo de Sigüenza hasta 1447, empezó pues a
purgar en vida el castigo debido a su soberbia excepcional. A su fallecimiento ocurrido en Alcalá en 1482, sobrevivieron sus hijos naturales: Froilán (generalmente
llamado Troilos), Carrillo que fué yerno del Condestable de Navarra, Pedro de Peralta; del otro llamado Lope Vázques, no más hallamos que siguió la carrera de las
armas, sin haber dejado. que sepamos, alguna memoria notable.
(b) Esta dispensa apócrifa aparece extendida en 28 de Mayo de 1464, por el Papa Pío II que fallecio poco después, sucediéndole Paulo II el cual rigió el orbe católico durante 7 años hasta 1471, en que tomó posesión de la Cátedra de San Pedro el
Pontífice Sixto IV. El instrumento para aplicación de la falsa bula fué redactado
por D. Juan Arias, Obispo de Segovia, y fechado en 4 de Enero de 1469.
—107—
D. Fernando.„—(P. Coloma, págs. 88-90. Estudio biográfico-histórico del Cardenal Cisneros).
“En consecuencia de estos arreglos, el Príncipe acompañado tan
solo de cuatro caballeros, salió de Dueñas en la tarde del día 15 de
Octubre, para la cercana ciudad de Valladolid; y en esta fué recibido por el Arzobispo de Toledo quien le condujo a la habitación de
su futura. Tenía entonces D. Fernando
18 años; blanco su color,
aunque algún tanto tostado por su continua exposición al sol; mirada viva y alegre, ancha y despejada su frente. Su constitución robusta y bien formada se había vigorizado con las fatigas de la guerra y los ejercicios de caballería a que era aficionado, siendo uno de
los mejores jinetes de su corte y sobresaliendo en ella, en los ejercicios marciales de todo género. Su voz era algún tanto aguda; pero
tenía afluencia en el decir y cuando había de tratar algún asunto, su
expresión era fina y hasta seductora. El Príncipe por último había
conservado su salud con la mucha templanza en el comer, y con una
actividad tal que se decía que hallaba descanso en los negocios., (a)
Los tres amañadores de este negocio habían puesto a servicio
del mismo la más satánica sagacidad y más diligencia y previsión
dignas de causa más limpia y más noble; mientras se inventaba la
bula con todas sus artimañas y se la adaptaba al caso como zapato
al pie, habían también hecho salir al novio y emprender el viaje en
sigilo y disfrazado hacia tierras castellanas. Los pintorescos pormenores de esta azarosa caminata, sin gran esfuerzo los hallará el lector que guste ahondar la materia, en la mayor parte de las historias
aquí citadas y por citar.
El hecho es que por fin, el 9 de Octubre, diez días antes de la sacrílega boda, llegó a Dueñas el hermanastro del Príncipe de Viana;
y el 15 del mismo mes se entrevistó con su futura por vez primera.
¿Se casó D.ª Isabel por amor o por salvar de una vez los conflictos
que en su situación la cercaban por todos lados? ¿Fué su resolución
un acto desesperado? ¿Desempeñó acaso por adelantado un papel
algo semejante al de “La loca de la casa„? Arcano es este que perteneciendo al corazón no ha de hallarse en los archivos, ni Señora
tan intachable habrá jamás traslucido en documento alguno.
Celebróse, como decimos, el 15 de Octubre en Valladolid la visita primera de Fernando a su prima: “Duró la entrevista más de dos
horas, al cabo de las cuales se retiró Fernando a su morada, en
Dueñas, con el mismo acompañamiento que había traído. Ajustáron-
(a)
Prescott.—Ibidem. Pág. 64. Me sirvo de la
edición de 1855.
—108—
se en ella los preliminares del matrimonio; pero era tal la pobreza
de los que iban a contraerle, que fué necesario tomar dinero prestado para los gastos de la boda.„ (Ibidem).
“El matrimonio de D. Fernando y D.ª Isabel se celebró públicamente la mañana del 19 de Octubre de 1469 en el palacio de Juan de
Vivero, residencia entonces de la princesa y destinado después para
Chancillería de Valladolid. Solemnizaron las nupcias con su presencia el almirante de Castilla, abuelo del Príncipe, el Arzobispo de Toledo y una multitud de personas de clase, igualmente que de condición inferior y que no bajaban de dos mil. El Arzobispo presentó una
bula pontificia de dispensa en que se absolvía a los contrayentes del
impedimento que entre ellos había, por estar dentro del grado de parentesco prohibido; pero se descubrió posteriormente que este documento apócrifo habia sido INVENCION DEL ANCIANO MONARCA ARAGONÉS, DE FERNANDO Y DEL ARZOBISPO DE TOLEDO, que no se atrevieron a pedirla a la corte de Roma, por el ardor con que ésta habia
abrazado abiertamentela causa de D. Enrique y que conocían
que nunca consentiría Isabel en una unión contraria a los cánones de la Iglesia y que llevaba en si tan graves censuras eclesiásticas. Algunos años después se impetró y obtuvo una dispensa genuina de Sixto IV; pero la princesa cuya alma honrada aborrecía
todo género de artificio, sufrió no poco disgusto y mortificación
cuando se descubrió la impostura. Consumióse la siguiente semana en las fiestas acostumbradas en tan felices momentos y concluída
que fué, los recién casados oyeron misa públicamente, según las costumbres de la época, en la Iglesia Colegiata de Santa María. Don
Fernando y D.ª Isabel despacharon entonces un mensaje al monarca
de Castilla para noticiarle lo hecho, pidiéndole su aprobación; repitiéronle nuevamente sus seguridades de leal sumisión y acompañaron al mensaje una copia de los capítulos matrimoniales, que, por su
contenido, les serían más favorables para conciliarse su buen afecto; pero Enrique contestó friamente que hablaría de ello con sus
ministros.„ (a)
IV
Mas para que no se crea hemos elegido los autores a nuestro gusto, veamos otros juicios; para vencer los obstáculos que a la realización de la boda se oponían, lo más grave era que Roma no había
(a) Prescott.—Ob.cit.
—109—
otorgado la dispensa insustituible e indispensable. Y ¿cómo había de
otorgarla? ¿La habían pedido los propios contrayentes? ¿La
había
solicitado siquiera uno de ellos? ¿No hubieron de solicitarla más tarde ellos mismos? Aun pasando por estos detalles que no son secundarios, ¿cómo conceder la dispensa, sin expresarse los nombres de ambos contrayentes?; ¿en qué cabeza cabe solicitar esa gracia sin declarar los nombres de los agraciados futuros? ¿cómo puede considerarse requisito bastante el declarar que a los incógnitos futuros cónyuges les une parentesco en tercer grado de consanguinidad? La
más rudimentaria atención obligaba a exponer con toda franqueza,
amplitud y lealtad, claramente, todas las circunstancias, sin omitir
una, las cuales, por otra parte, eran absolutamente necesarias para
la concesión. Así, pues, nada aventurado resulta reconocer que Roma no otorgó la dispensa entre otras razones porque—SI ACASO
SE HABÍA SOLICITADO—había sido en términos deficientes e inadmisibles. Nuestra opinión no vacila en declararse por reconocer
que la dispensa no fué pedida, como demostraremos más adelante,
con evidencia abrumadora.
Pero dejando de lado estos razonamientos para más adelante,
prosigamos nuestro estudio por el orden natural de los hechos y oigamos al Sr. Sitges en su magistral obra ya mencionada (a): “La
dispensa papal no se obtuvo: el Papa la negó rotundamente, tanto por complacer a Enrique IV, a quien siempre favoreció, como
por haber dado en 23 de Junio otra dispensa autorizando el matrimonio de D.ª Isabel con Su tío el Rey D. Alonso de Portugal.„ (b)
Ante tamaño conflicto y puesto que se carecía de un requisito
que D.ª Isabel había de exigir, sin transacción posible, fué necesaria inventarla, y así se hizo, insertando la falsa bula en el acta matrimonial (c) en la cual aparece un fingido proceso, formado por el
Obispo de Segovia (d); la sentencia de este proceso lleva la fecha
del 4 de Enero de 1469 (pocos días anterior a la de las capitulaciones
matrimoniales) y se inserta en ella (en la sentencia) la supuesta bula
a la cual se dió la fecha de 4 de Enero de 1464 (5 años de antelación)
atribuída al Papa Pío II, ya difunto en la fecha del casamiento.
(a) Enrique IV y la excelente Señora llamada vulgarmente D.ª Juana la Beltraneja
(1425-1530), por D. J. B. Sitges; Madrid 1912, págs. 198 y siguientes.
(b) La daremos en apéndice. Se conserva original en el Archivo de Simancas,
Patronato Real ant., leg. 4.º
(c) Aparecerá también en el apéndice: obra en el mentado Archivo, firmada y
rubricada en todas sus páginas.
(d)
D. Juan Arias Dávila. (V. Balaguer. Disquisiciones históricas.)
—110—
Agrega el Sr. Sitges que la ficción de la bula fué un partido desesperado, el cual solamente pudo adoptarse cuando no quedaba otra
solución y no había lugar a dilaciones. Demuestra que la bula era
falsa y explica los motivos que hubo para hacerla aparecer, sin hacer constar en ella el nombre de la princesa favorecida con la gracia pontificia, omisión de todo punto inconcebible en documento de
trascendencia tan capital.
A estos comentarios añadimos el parecer del Sr. Clemencin (no
tenemos inconveniente en subscribirlo, por creerle el más sensato),
que D.ª Isabel desconocía la condición de fingida de esa bula y que
ninguna intervención tuvo en la infame farsa: sencillamente engañada por los nombrados personajes.
Por nuestra parte hacemos constar después de haber leído con
muy singular atención la bula publicada en latín, que en la transcripción del texto romano, ni una sola vez aparece el nombre de la
Princesa, como podrá verse en los apéndices de este estudio; detalle que revela medió un residuo de pudor en la falaz y
vituperable
farsa llevada a cabo y que contrasta con el resto del acta (forjado
aquí), donde hasta diez veces se nombra a D.ª Isabel, la engañada
Princesa; es de notar cómo los falsificadores (que sintieron algún temor al Soberano Pontífice, cuya facultad usurparon), tomaban en
cambio un desquite en el texto de la parte cuya redacción les correspondía.
“Toda erudición
era excusada—agrega
el
Sr.
Sitges—desde
el
momento en que publicada la bula de Sixto IV (fecha 1.º de Diciembre de 1471), sucesor de Paulo II cuatro meses antes...„ etc. Resulta
en efecto de esta, literalmente analizada que ambos Príncipes sabían perfectamente la ficción de la bula atribuída a Su Santidad
Pío II, toda vez que (según expresa la del año 1471), “pedían perdón
de su culpa, no ignoraban el impedimento de su parentesco, consumaron su matrimonio y se sometían a la penalidad canónica en que
hubiesen incurrido.„ (a)
Entiendo que D.ª Isabel, al solicitar reverentemente de Roma la
legalización de su enlace, se hizo generosa y caritativamente copartícipe del pecado de su marido, sacrificando algo de su honor en
aras del lazo conyugal; y no podemos admitir que la falsificación de
la bula se llevase a realización por mayor motivo que para vencer
la segura negativa de la Princesa castellana a contraer matrimonio,
sin llenar cumplidamente este esencial requisito; del propio modo en(a) Dimos copia de esta bula, traducida al castellano en el tomo 4.º de este
el año 1913, pág. 131.
LETÍN
BO-
—111—
tendemos que D. Fernando no podía ignorar que la dispensa era indispensable y que no habiéndola él mismo solicitado y obtenido, no
podía ser legítimo su casamiento.
El historiador D. Víctor Gebhardt (a) describe ligeramente los
preliminares de este enlace y con relación al punto que nos ocupa,
estampa el siguiente comentario: “Descubrióse después que este documento apócrifo (la bula de 1464, atribuída a Pío II) HABÍA, SIDO INY
EL
ARZOBISPO
VENTADO POR EL REY DE ARAGÓN, SU HIJO FERNANDO
(DE TOLEDO), no atreviéndose a acudir a la corte de Roma, que se
había declarado abiertamente en favor de D. Enrique, y conociendo
que Isabel no consentiría en un enlace contrario a los cánones de la
Iglesia. La verdadera bula de dispensa no fué expedida hasta 1.º de
Diciembre de 1471, por el Papa Sixto IV, a petición de Isabel, que
se había llenado de disgusto y pesadumbre al descubrir el engaño
anterior.„
No podía saltar sobre este incidente sin prestarle alguna atención, a pesar de la benevolencia con que juzga al Rey “Católico„, el
historiador Lafuente, el cual al mencionar la ceremonia del casamiento, se expresa en los términos siguientes (b): “El Arzobispo (Carrillo) presentó una bula pontificia expedida anteriormente por el Papa Pío II, dispensando el parentesco de consanguinidad que había
entre los Príncipes„; no pone inmediatamente comentario alguno,
pero pocas páginas más adelante (c) leemos: “Hay un punto en la
Historia de Fernando e Isabel, de suma gravedad e importancia, sobre el cual historiadores y cronistas han guardado silencio, lo cual
en parte no extrañamos puesto que afectaba a la legitimidad o ilegitimidad del matrimonio„. Cita la falsa bula, no la copia; relata luego las manifestaciones que más adelante trascribiremos, del Cardenal de Arras; trae a plaza la calificación de nulo que D. Enrique
atribuyó fundadamente al enlace; cita a continuacíón la bula de Sixto IV, pero señalando el hecho cierto y exacto de que en ella no se
hace ni la más leve mención a la que venimos declarando falsa, mentida, supuesta; y transcribe la frase de Sixto IV “no obtenida dispensa apostólica„. Dice que parece convencer de ser apócrifa la bula
atribuída a Pío II y reconoce que ello “lastima la buena fama de los
Príncipes„.
Sin ahondar en el asunto, el historiador Mariana (d) indica ya ha(a)
(b)
(c)
(d)
Tomo 4.º, cap. LI, pág. 265, nota 2.ª
Páginas 164 y 165, tomo 6.º, edición de Barcelona, 1889.
Nota en la pág. 170 del mismo tomo.
Libro XXlII, cap. XIV.
—112—
ber sido invención del Arzobispo de Toledo la bula atribuída a Pío II;
se ocupa del estudio de Clemencin, se hace eco de la opinión de este
calificando de apócrifa aquella bula inventada y fingida, “como único medio de realizar la ansiada boda...„ etc:, y agrega de paso que
los del partido contrario se hallaban en posesión de otra bula pontificia, verdadera y auténtica (aludiendo a la de 23 de Junio de 1469);
termina exponiendo su opinión de que los Príncipes ignoraban la ficción de la bula primera y se casaron de buena fe, quedando legitimados por la última bula, el matrimonio y la progenie. No manifiesta este historiador en todas las páginas de su prolija historia igual
espíritu de tolerancia, ni aun ante sucesos menos dignos de severa
censura, tal vez conociéndolos con menos profundidad que estas reales bodas, lo cual no le impidió, sin embargo, escribir las líneas siguientes que hallamos en la edición de su propia historia (Madrid,
1852, pág. 52): “luego al día siguiente se velaron con dispensación
del Papa Pío II, en el parentesco que tenían, asi hallo que el arzobispo de Toledo dijo estaban dispensados, creo por conformarse con
el tiempo, para que no se reparase en aquel impedimento: invención
suya como se deja entender por la bula que más adelante sobre esta
dispensación expidió el Papa Sixto Cuarto„. Y nos hace sospechar
que para eximir a los contrayentes de culpa en ese sacrilegio, cargando la culpa a los personajes eclesiásticos que dieron forma a la
farsa, escribe más adelante (pág. 59): “La ignorancia se apoderara
de los eclesiásticos en España en tanto grado que muy pocos se hallaban que supiesen latín, dados de ordinario a la gula y deshonestidad y lo menos malo a las armas„.
D. Enrique IV hizo acusar ante el Pontificado al Arzobispo Carrillo y al Prelado de Segovia; resultado de esta solemne querella
fué imponerse por Su Santidad, al Arzobispo una amonestación judicial encomendada a cuatro canónigos de Toledo unidos al Consejo
Real: y al de Segovia se le ordenó su comparecencia en Roma en el
plazo de noventa días, para responder de su participación en el delito de invención de la bula y de su complicidad en el sacrilegio.
Antes había el hermano de D.ª Isabel declarado públicamente
que ésta, “contra su honestidad se había casado sin dispensa del Pa„pa; que había menospreciado las leyes del reino y que con disoluta
„voluntad, perdida la vergüenza, se ayuntó con D. Fernando, con el
„cual tan gran deudo tenía que no podían ser casados sin dispensa„ción del Papa, la cual menospreciada... contentándose tan solo con
„nombre de muger, como más verdaderamente hablando manceba
„decirse pudiera...„
Y muchísimo más enérgico y realista se expresó en público el
—113—
Cardenal de Arras; calificó de ilícito y criminal el casamiento,
no
habiendo jamás dado el Papa semejante bula, resultando nulo el matrimonio, etc. Según Enríquez del Castillo, en su ya citada Crónica
las palabras del Cardenal fueron “tales que por su desmesura son
más dignas de silencio que de escriptura„. Escritas están, pero renunciamos a copiarlas, porque sería impropio de nuestra lealtad,
ocultar que ambos personajes se hallaban poseídos de despecho y
por tanto recargaron el colorido de sus frases; pero aun así reconozcamos que no faltaban a la verdad en sus respectivos comentarios.
Según D. Víctor Balaguer (a), bien adicto a la causa de los entonces príncipes de Castilla, no dijo en este asunto cuanto podía haber declarado el Sr. Ciemencin, quizá por razones dignas de respeto
extremando su benevolencia y razonamientos para librar de responsabilidades a ciertas personas y cargarlas a otras que no
aparecían culpadas. No se precisa mucha perspicacia para señalar
quiénes fueran esas ciertas personas.
“Lo que hasta ahora parece resultar cierto es que, en efecto, debió ser fingida y falsificada la bula que suena como concedida por
Pío II en 28 de Mayo de 1464„ y para la cual expidió instrumento de
aplicación el Obispo de Segovia. (b)
Comisionado por el Papa Sixto IV había llegado a Castilla en
los comienzos del año 1472, el Obispo de Albani, Cardenal de Arras,
Rodrigo de Borja, siendo portador de la indulgencia pontificia que
tan pronto ocupó la silla de San Pedro, procuró llegar a conceder
aquél, ya que se hallaba impuesto de la tramitación que venía sufriendo la dispensa del parentesco de consanguinidad que a los futuros Reyes D.ª Isabel y D. Fernando unía al enlazarse; tampoco se
le ocultaba cuánto cuerpo había tomado en la pública opinión el calificativo de incestuoso que concurría en este matrimonio cuya legitimidad no podía reconocerse; comprendía que, secreto entre muchos, el diabólico plan iniciado por el ambicioso Arzobispo, había
pasado al dominio público; y estaba finalmente advertido de que sin
tal indulgencia se hacía imposible el reconocimiento de sucesión, por
todo lo cual se decidió a eliminar de este matrimonio su difamante
cualidad de sacrílego y los fundados conceptos abrumadores que en
las Cortes europeas venía mereciendo.
De la estancia en Castilla de Rodrigo de Borja, mas tarde Papa
(a)
(h)
Obra citada.
Ibidem.
—114—
llamado Alejandro VI, ocupose en la conocida Crónica (a) Fernando
de Pulgar, relatando otras gestiones que también motivaron el viaje
de este canciller de la Corte romana, cuales eran el poner de acuerdo la Corte con los Príncipes y afirmar los derechos de sucesión a la
Corona; pero tanto este como Enriquez del Castillo (b) eluden el tratar de la dispensa obtenida, porque el mencionarla equivaldría a vigorizar públicas censuras, robusteciendo el juicio difamante que sobre el casamiento abrigaba la opinión pública.
Mas significativa que esos silencios es la omisión del viaje de Don
Rodrigo de Borja, omisión en que incurre Alonso de Palencia (c); pero en su cándida buena fé (o tal vez egoísta precaución) se descubre
la falsedad de la bula de 1464, inserta en el acta original del matrimonio, bula de la cual no se halla la más leve mención en la que trajo el Cardenal de Arras; y es inverosímil suponer se dictase esta
segunda, la legítima, si legítima habiera sido la primera, que con
absoluta unanimidad se viene calificando de apócrifa.
La bula traída por Borja suscrita por el Papa Sixto IV, dispensan do el impedimento de parentesco, expresamente declara que el
matrimonio se había contraído sin dispensa, la cual por el hecho de
no existir previamente al enlace, imprime a este el carácter de incesto. Los Anales de Zurita, afirman que D.ª Isabel hizo intervenir en
su matrimonio (antes de realizarse) al Obispo de León (d) y supone
que probablemente este, arrastrado por la adulación o la complacencia, rebasando sus facultades, otorgó consentimiento a falta de la
autorización pontificia.
Y si bien otro historiador muy cercano,—varias veces citado
aquí,—(Alonso de Palencia), afirma que por la bula del Papa Pío II (la
falsa bula) desaparecía el impedimento de consanguinidad de los Príncipes, (antes del matrimonio lo proclamó así el Arzobispo Carrillo),
(a) Se ha publicado en el tomo 70 de la Col. de Aut. esp. Con antelación se había
editado en Valencia el año 1780.
(b) Diego Enriquez del Castillo «Memorias de D. Enrique IV» ordenadas por la
Real Academia de la Historia, Madrid 1913. Hay una edic. anterior en 8.º sin 1. ni a.
(c) Obra citada.
(d) Zurita padece aquí, —lo creemos lealmente—dos equivocaciones; la 1.ª atribuyendo al Prelado de León, la que fué obra del de Segovia; y la 2.ª dando intervención a D.ª Isabel en una gestión, exclusiva del triunvirato que antes hemos
mencionado. Este historiador en «Los cinco libros postreros de la 2.ª parte de los Anales
de Aragón,» (impresos en 1587-Portonaris, tomos 3.º y 4.º, que alcanzan al 1492) trató
prudente y cuidadosamente el reinado de los Reyes Católicos en sus relaciones con
Aragón, quiso ignorar puntos escabrosos e hizo gala de excelente criterio y veracidad
documentándose muy bien, en general. En cuanto a Navarra, no siempre nos hizo
justicia.
—115—
agrega después: “lo cual no sé como se puede afirmar, porque en la
dispensa de Sixto IV se dice que el matrimonio se había Contraído
sin preceder dispensación alguna.„
Aun hay más pruebas, si nos atenemos al testimonio de Zurita que
declara en el tomo 1.º de sus Anales, que a los pocos días de desposados los Príncipes en Valladolid, el propio Arzobispo de Toledo, de
acuerdo con los de su Consejo, convinieron en que el Rey de Aragón
enviase a Roma al Obispo de Sesa, para alcanzar del Papa la dispensación del consumado matrimonio.
Las proporciones que ha alcanzado este estudio nos obligan, teniendo en cuenta que resta mucho original disponible para el presente
número, a interrumpirle aquí con la promesa de
(Continuará)
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