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NÚMERO XX
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REVISTA DE LITERATURA, CIENCIA Y ARTE
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Un ano
12
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AÑO III-NÚMERO ^
M A D R I D 30 D E O C T U B R E
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DE
1899
SE PUBLICA LOS DÍAS 15 Y 3 0
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Oficinas: San Miguel, 21, duplicado,
Madrid.
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
J^QiB.
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|t, embargo á los industriales y comerciantes morosos de Cataluña ha levantado tal i:)olvaroda en la
cajíital del Principado, que sabe Dios á dónde llegaremos si no se contiene con mano de hierro á esa inquieta turba de embozados separatistas, que pretenden
con sus insensatas doctrinas divorciar al honrado y laborioso pueblo catalán del imperio del orden y de la paz
general.
Mo sorprende á nadie, por haber sucedido en mil épocas
y ser casi proverbial, el consorcio del radicalismo y el mercantilismo, pero bueno es que no se aviven las ocultadas
pasiones catalanistas calificando de locura el propósito de
cumplir las leyes tributarias, exigiendo el pago de la contribución industrial á aquellos comerciantes que ¡iredican
el sacrificio del bolsillo ageno y no quieren soportar, cuando las necesidades lo exigen, ninguna molestia que redunde en provecho del Tesoro público.
Semejante actitud, estimulada por el espíritu revolucionario, no es justa, ni patriótica, ni equitativa, y dice poco
en favor de la industriosa tierra catalana. Puesto que desgraciadamente ha llegado la época do los sacrificios, deben
hacerlos con resignación las Cámaras de Comercio, de
igual modo que se resignan los rentistas contribuyendo
con el 20 por 100; los poseedores de los billetes de Cuba,
con el 36 por 100; el clero y el ejército amortizando vacantes; las clases pasivas con sus reducciones; los que tenían
operaciones con el Tesoro, aceptando la rebaja del interés,
y otras muchas clases que esperarán con paciencia la definitiva reducción de gastos públicos.
Déjense, pues, los jaleadores de buena ó mala ley, de
pasiones irreflexivas, de disturbios que avergüenzan, de
peticiones antirracionales, de vejámenes y desafueros injustos, que no traen más que agitación de los ánimos y
desórdenes públicos de perniciosos resultados para la unidad de la patria.
Hasta la presente, mal les va saliendo la cuenta á los ambiciosos ingleses. Creyeron sin duda que llegar al Transvaal y merendarse á los boers sería cuestión de breves
semanas; y en efecto, los merendados hasta hoy son parte
de los jefes británicos que mandan la expedición.
Así lo demuestran, al menos, la grave herida que ha recibido el general inglés Symmons, la captura de patrullas
policiacas y los numerosos soldados que han regado con
su sangre los alrededores de Natal, Durban, Mafeking y
Capetown.
Dícennos además los últimos despachos que el general
en je!e Withe se ve muy comprometido en Kimberley, la
famosa ciudad de los diamantes, sin contar con que el otro
grueso de las tropas hállase incomunicado con el Cabo.
Y cuenta que éste es el lado problemático de las fuerzas
inglesas y por donde empujan con verdadero ahinco los
boers.
Mas por antipática que nos sea Inglaterra, á pesar de los
poderosos elementos con que cuentan las dos Repúblicas
africanas, tenemos la persuasión de que la guerra concluirá con la derrota de los transvalenses.
Mucho fantasea la prensa de la Europa continental sobre
la preparación militar de los boers, pero la realidad nos
hace parangonar el actual rompimiento con la infausta
guerra hispano-yanki, mostrándonos con evidencia el
triunfo de la poderosa Albión.
Con todo, la campaña por parte de las tropas regulares
no será fácil, ni quizás breve, por la impedimenta que necesitarán llevar los ingleses á causa de la dificultad de las
comunicaciones; pues el ejército invasor sólo podrá utilizar los ferrocarriles hasta las montañosas fronteras transvalenses, y desde allí á Pretoria tendrá que conducir en
acémilas todos sus pertrechos y municiones. Para comprender estas dificultades, basta con echar una ojeada al
mapa del Transvaal.
Uñase á esto la insoportable temperatura, las frecuentes
lluvias torrenciales, el flanqueo á-través de ríos y montañas y otra poi'ción de fatigosos entorpecimientos, que pueden íiasta desmoralizar á las tropas inglesas, como en 1880
y 81, y se comprenderá que Inglaterra tiene que derrochar
muchos millones y muchas vidas para lograr su apetecido
triunfo.
**
Otra cuestión de capitalísima importancia para la Gran
Bretaña es la de que pudieran surgir sublevaciones en sus
dilatados dominios.
Un levantamiento, por ejemplo, de los afridis sería para
la poderosa nación grave contrariedad, como sería igualmente de gran transcendencia cualquier movimiento que
adoptaran los agentes rusos en el Afghanistan.
Y esto último no sería difícil si la guerra africana se
prolonga.
También puede producir natural inquietud entre las
naciones continentales la tendencia á la federación imperial observada en la guerra contra el Transvaal y la alarmante solidaridad entre las tropas indias, egipcias, australianas y canadienses, cuyos hechos ostensibles dicen más
que todos los discursos imperialistas.
Finalmente, la actitud de Irlanda, siempre favorable á
todos los enemigos de Inglaterra, puede ser también una
nueva dificultad que causaría no poca inquietud al turbulento y audaz ministro Chamberlain, alma de la política
agresiva del actual Gabinete de la Reina Victoria.
Pero ni nuestros pasados desastres coloniales, ni el separatismo catalán, ni la guerra del Transvaal, ni otras muchas calamidades, tienen tanta importancia como la retirada del Guerrita.
No hay que devanarse los sesos para averiguar quién es
el caudillo y el héroe español durante el último tercio del
siglo XIX: Rafael Guerra, el más diestro torero que ha
pisado nuestros circos taurinos.
Todo palidece ante este acontecimiento. Estos días no
hablan grandes y chicos más que del infausto suceso.
Esperamos que en las próximas sesiones parlamentarias
se hable de los méi itos del gran torero, y aún habrá quien
pida la coleta del Guerra como el único trofeo de que puede envanecerse nuestra patria. No escribimos en tono irónico: pues qué, si nuestros parlamentarios discutieran acerca de la áurea coleta del califa y de su bravura como matador de toros, ¿cometerían por eso punibles actos contra los
intereses nacionales? No, porque demostrarían con esto
ser tan i)atriotas como aquellos senadores romanos que
discutían con toda seriedad el pescado que debía servirse
en la mesa del em})erador.
**
Como ya suponíamos, van siendo graves las dificultades
que encuentra el duque de los Abruzos para descubrir los
misterios impenetrables del Polo Norte.
La aventura es difícil y peligrosa, pues nadie ha podido
llegar á esas seseadas regiones de muerte y soledad, donde el sol no se pone en seis meses, donde los témpanos
forman compactas y elevadas montañas de hielo, donde ni
la vegetación ni las aves existen y los vientos tempestuosos reinan constantemente.
El descubrimiento del Polo y la dirección de los globos
son la preocupación de los hombres de saber en nuestro
tiempo.
En este combate entre la Naturaleza y la Ciencia, en la
aspiración del hombre á regir á su antojo el etéreo elemento, ¿vencerá la energía y la voluntad humana?
Problemas son estos que se resolverán si la luz Divina
inspira á las eminencias del futuro siglo xx.
M. GÓMEZ-CANO.
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•¡A noche de difuntos me despertó á no sé qué hora
el doble de las campanas; su tañido monótono
y eterno me trajo á las mientes esta tradición que oí
hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al
que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me
decidí á escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo,
cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, extremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ald va, como el caballo de
copas.
—Atad los perros; haced la señal con las trompas para
que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta á la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y
estamos en el Monte de las Ánimas.
—¡Tan pronto!
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese
rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro
de poco sonará la oración en los templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán á tañer su campana en
la capilla del monte.
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
—No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en
este país, porque aún no hace un año que has venido á
él desde muy lejos.Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dura el camino, te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus
magníficos caballos, y todos juntos siguieron á su; hijos
Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva á bastante
distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía á los templarios, cuyo convento ves allí, á la margen
del río. Los templarios eran guerreros y religiosos á la
vez. Conquistada Soria á los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio á sus
nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y
los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y
estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían
acotado ese monte, donde reservaban caza abundante
para satisfacer sus necesidades y contribuir á sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, á pesar de las severas prohibiciones de
los clérigos con ecjmehg, como llamaban á sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fué parte á detener á
los unos en su manía de cazar y á los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó á
cabo. No se acordaron de ella las Aeras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos
lutos por sus hijos. Aquello no fué una cacería, fué una
batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos á quienes se quiso exterminar tuvieron un
sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del
rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se
declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron
juntos amigos y enemigos, comenzó á arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de
difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y
que las ánimas de los muertos, envueltos en jirones de
sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por
entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aullan, las culebras dan horrorosos
silbidos, y al otro día se han visto impresas on la nieve
las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por
eso en Soria le llamamos el Monte de las ..^nÍKias, y por
eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los
dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso
á la ciudad por aquel lado. Allí esperaron el resto de
la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos
jinetes, se perdió por entre las estrechas y obscuras calles de Soria.
II
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Los servidores acababan de levantar los manteles; la
alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos
grupos de damas y caballeros que alrededor de la
lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba
los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas á la conversación
general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos,
absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en
las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, á propósito de la noche de difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas
de las iglesias doblaban á lo lejes con un tañido monótono y triste.
—Hermosa prima, exclamó al fin Alonso rompiendo
el largo silencio en que se encontraban, pronto vamos á
separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de
Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos
sencillos y pati'iarcales sé que no te gustan; te he oído
suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano;señorío. Beatriz hizo un gasto de fría indiferencia;
todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
f —Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde
hasta aquí has vivido, se apresuró á añadir el joven. De
un modo ó de otro, presiento que no tardaré en perderte... al separarnos, quisiera que llevases una memoria
mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo á dar gracias á Dios por haberte devuelto la salud que viniste á
buscar á esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de
mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu obscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló á la que
me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
— No sé en el tuyo, contestó la hermosa, pero en mi
país una prenda recibida compromete una voluntad.
Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente
de manos de un deudo... que aun puede ir á Roma sin
volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
—Lo sé, prima: pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos: hoy es día de ceremonias y
presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios, y extendió la
mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron á quedarse en silencio, y
volvióse á oir la cascada voz de las viejas que hablaban
de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía
crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo
torn'''» á anudarse de este modo:
—Y antes que concluya el día de Todos los Santos, en
que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar
tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? dijo él
clavando una mirada en la de su prima, que brilló como
un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
— ¿Porqué no? exclamó ésta llevándose la mano al
hombro derecho como para buscar alguna cosa entre
los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado
de oro...
Después, con una infantil expresión de sentimiento,
añadió:
—¿Te acuerdas de la banda azul que llevó hoy á la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
ILUSTRACIÓN CATÓLICA. DE ESPAÑA
—Si.
—Puea... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y
pensaba dejártela como un recuerdo.
—¡Se ha perdido! ¿y dónde? preguntó
Alonso incorporándose de su asiento, y con
una indescriptible expresión de temor y
esperanza.
—No sé... en el monte acaso.
—¡En el Monte de las Animas! murmuró
palideciendo y dejándose caer sobre el sitial; ¡en el Monte de las Animas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y
sorda:
—Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil
veces; en la ciudad, en toda Castilla, me
llaman el rey de los cazadores. No habiendo
aún podido probar mis fuerzas en los combates como mis ascendientes, he llevado á
esa diversión, imagen de la guerra, todos
los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan
tus pies son despojos de Aeras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y
sus costumbres; yo he combatido con ellas
de día y de noche, á pie y á caballo, solo y
en batida, y nadie dirá que me ha visto
huir el peligro en ninguna ocasión. Otra
noche volaría por esa banda y volaría gozoso como á una fiesta; y sin embargo, esta
noche... esta noche, ¿á qué ocultártelo? tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la
oración ha sonado en San Juan del Duero,
las ánimas del monte comenzarán ahora á
levantar sus amarillentos cráneos de entre
las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas! cuya sola vista puedo helar de horror
la sangre del má5 valiente, tornar sus cabellos blancos ó arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja
que arrastra el viento sin que se sepa
adonde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa
imperceptible se dibujó en los labios de
Beatriz, que cuando hubo concluido, exclamó con un tono indiferente y mientras
atizaba el fuego del hogar, donde saltaba
y crujía la leíaa, arrojando chispas de mil
colores:
— ¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura!
¡Ir ahora al monte por semejante friolera!
¡Una noche tan obscura, noche de difuntos y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase.la recargóde un
modo tan especial, que Alonso no pudo
menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso
de pie, se pasó la mano por la frente, como
para arrancarse el miedo que estaba en su
cabeza, y no en su corazón, y con voz firme
exclamó, dirigiéndose á la hermosa que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
—Adiós, Beatriz, adiós. Hasta... pronto.
—¡Alonso! ¡Alonso! dijo ésta volviéndose
con rapidez; pero cuando quiso ó aparentó
querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor
de un caballo que se alejaba al galope;
la hermosa, con una radiante expresión
de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído á aquel rumor,
que se debilitaba, que se perdía, que se
desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en
sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire
zumbaba en los vidries del balcón y las
campanas de la ciudad doblaban á lo
lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la
media noche estaba á punto de sonar,
y Beatriz se retiró á su oratorio. Alonso
no volvía, no volvía cuando en menos
de una hora pudiera haberlo hecho.
—¡Habrá tenido miedo! exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y
encaminándose á su lecho, después de
haber intentado inútilmente murmurar
alguno de los rezos que la Iglesia consagra en el día de difuntos á los que ya
no existen.
Después de haber apagado la lámpara
y cruzado las dobles cortinas de seda, se
durmió: se durmió con un sueño inquie-
MONSEÑOR RAHAMANI
NUEVO PATRIARCA DE A N T I O Q U Í A
to, ligero, nervioso. Las doce sonaron en el
reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños
las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabió los ojos. Creía
haber oído, á par de ellas, pronunciar su
nombre; pero lejos, muy lejos, y por una
voz ahogada y doliente. El viento gemía en
los vidrios de la ventana.
—Será el viento, dijo.
Y poniéndose la mano sobre el corazón,
procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia.
Las puertas de alerce del oratorio habían
crujido sobre sus goznes con un chirrido
agudo, prolongado y estridente.
Primero una, y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso á su
habitación iban sonando por su orden, éstas
con un ruido sordo y grave, aquéllas con
un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un
murmullo monótono de agua distante, lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles, ecos de pasos que van
y vienen, crujir de ropas que se arrastran,
suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos
involuntarios que anuncian la presencia de
algo que no se ve, y cuya aproximación se
nota, no obstante, en la obscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la
cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un
momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba á escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila
en las crisis nerviosas, como bultos que se
movían en todas direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, obscuridad, las sombras impenetrables.
—¡Bah! exclamó volviendo á recostar su
hermosa cabeza sobre la almohada de raso
azul del lecho; ¿soy yo tan miedosa como
esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de
terror bajo una armadura, al oir una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos, intentó dormir...
pero en vano había hecho un esfuerzo sobre
sí misma. Pronto volvió á incorporarse más
pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no
era una ilusión: las colgaduras de brocado
de la puerta habían rozado al separarse, y
unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo,
casi imperceptible, pero continuado, y á su
compás se oía crujir una cosa como madera
ó hueso. Y se acercaban, se acercaban, y
se movió el reclinatorio que estaba á la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el
agua de la fuente lejana caía, y caía con un
rumor eterno y monótono; los ladridos de
los perros se dilataban en las ráfagas del
aire, y las campanas de la ciudad de Soria,
unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna
á Beatriz. Al ñn despuntó la aurora: vuelta
de su temor, entreabrió los ojos á los primeros rayos de la luz. Después de una noche
de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa
la luz clara y blanca del día! Separó las
cortinas de seda del lecho, y ya se disponía
á reírse de sus temores pasados, cuando de
repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus
ojos se desencajaron y una palidez mortal
descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio
había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda
azul que fué á buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos á noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que á la mañana había
aparecido devorado por los lobos entre las
malezas del monte de las Animas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas
manos á una de las columnas de ébano del
lecho, desencajados los ojos, entreabierta la
boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de ocurrido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche
de difuntos sin poder salir del monte de
las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas
horribles. Entre otras, se asegura que vio á
los esqueletos de los antiguos templarios y
de los nobles de Soria enterrados en el
atrio de la capilla, levantarse al punto de la
oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como á una fiera á una mujer hermosa,
pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de
horror, daba vueltas alrededor de la tumba
de Alonso.
GUSTAVO A. BECQUEU.
¿Por qué brillan en la obscuridad
los ojos de los animales?
SIR RKl)Vi:US BULLER
GENERAL EN JEFE DE LAS TROPAS INGLESAS
Algunas personas, al ver que á los perros, y sobre todo á los gatos, les brillan los ojos en la obscuridad, creen
equivocadamente que éstos tienen una
especie de fosforescencia.
El hecho es que no existe la obscuridad absoluta. Aun en medio de la noche
más negra y de las habitaciones más
herméticamente cerradas, hay rayos de
luz que los ojos humanos no pueden recoger; pero que recogen los de los animales,y sobre todo los de los carnívoros.
El brilío ([ue vemos en ellos es, en realidad, esa luz reflejada en el fondo de
FUS pupilas. Hace aparecer mayor este
fenómeno de reflexión la facultad que
tienen los animales de dilatar grandemente las pupilas en la obscuridad, con
lo cual la claridad más débil se concentra en el fondo del ojo, y es reflejada
porla retina comopor un espejo cóncavo.
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
nadie está excluido del i eino de los cielos, sea cual fuere
su condición ó nacionalidad, si es que- en su locura no
abandona la senda que á los cielos conduce; se inflama la
caridad contemplando el amor recíproco que une aquellos
A l<ilt'yia nos pvesenta cada día el noinl)re de uno ó
espíritus y el encendido amor con que aman y amaron á
varios Santos para que continuamente tengamos deDios Nuestro Señor..
lante un modelo ([ue imitar y un glorioso protector á (i[uien
Además, vemos ([m^ allí tenemos en cada bienaventurado
acudir en los sinsabores y contrariedades de la vida. Pero
un intercesor si á ellos nos encomendamos. ¿Y quién puela falanje cíe esos bienaventurados es inmensa y los días
de calcular cuánto pueden hacer en nuestro favor? Si todel año son muy pocos en comi)aración de <aquella gran
dos sabemos por experiencia el soberano poder de alguno
nmchedumb/e que ninguno podía contar, de todas las nade ellos, ¿qué no podrán esas miríadas de fieles servidores
ciones, de todas las tribus, de todas las lenguas. > Por eso
de Dios, á cuyo frente figura como nimbo celestial la Sanla Iglesia, además de presentarnos diariamente alguno de
tísima Virgen María, la Madre de Jesús? ¡Oh, bendita mil
esos héroes cuyos triunfos son inmarcesibles para que á
veces la Iglesia que nos presenta ocasión tan propicia para
su vista nos animemos á seguir sus huellas, á fin de ser
valemos de tan poderosos intercesores, á la vez que de
coronados con los mismos laureles, ha buscado un día en
honrar á tantos hermanos, gloria de la humanidad! Es
que, abriendo de par en par las puertas de los cielos, ])one
siempre un placer i)ara todo corazón enamorado de lo
en nuestra presencia esa legión incontable de Santos que
grande honrar la memoria de cuantos se han distinguido
el inspirado autor del Apocalipsis contemplara en sus éxá su paso por el mundo con la grandeza de sus hazañas y
tasis divinos...
con el esplendor de sus virtudes, y ahí nos presenta la
Iglesia á cuantos han triunfado de los mayores enemigos,
Durante el año vemos pasar ante nuestros ojos mártires
de los enemigos implacables de nuestra felicidad. Al hon.
invencibles, intrépidos conícsores, castas vírgenes... Unos
conquistaron la feli
rarlos en este día
tributamos honor
cidad e t e r n a entre
ESI'^VÍsT-A. - A . I ^ T J S T I C - A .
las grandezas del troá héroes, tal vez
no, otros entre el frade sconocidos entre
gor estruendoso del
los hombres, pero
combate, éste en un
cuyos actos heroitaller, aquél entre los
cos están escritos
aperos de labranza.
con caracteres de
Aquí vemos una esoro en el libro de
posa del Señor que
la vida, y al mismo
conquist(') la p a l m a
tiempo conseguide la victoria entre
mos protección delas destartaladas pacidida donde más
redes de un convento,
la necesitamos. La
allí u n a v i r g e n á
Iglesia nos presenquien el estrépito del
ta esta magnífica
mu n d o interrumpió
ocasión de adelanmil veces en el sabrotar con pasos de
so arrobamiento...
jigante en la senda
de nuestra santifiSantos de todas las
cación. ¿Sal)rémos
edades, de todos los
aprovecharla para
pueblos, de todos los
que mañana seaEstados, desfilan ante
mos
nosotros honnosotros radiantes de
rados de ese modo
gloria, invitándímos
SALAMANCA—Vista general de la ciudad.
por nuestros paá que los sigamos por
rientes, por nuestros amigos, por nuestros contemporáel camino que los condujo á tanta felicidad y nos repiten
neos, y para que, cuando después de nuestra muerte,
de continuo: «Si yo recorrí ese camino, si yo llegué á la
vuelva esta festividad, no nos veamos en el lugar de perdicumbre, ¿por qué tú te has de quedar atrás? ¿Por qué no
ción
eterna, trocada nuestra esperanza en desesperación y
has de llegar hasta donde yo he llegado? Yo fui lo que tú
en odio nuestra caridad?...
ores; ¿]ior qué no has de llegar tú á ser lo que yo soy? Las
dificultades con que tropiezas también me salieron á mí al
Octubre del 99.
M- A R B O L E Y A Y MARTÍNEZ.
encuentro, yo respiré la atmósfera corrompida que tú respiras, yo ociipé un puesto igual al que tú ociipas, yo estuve rodeado de hombres iguales á los que te rodean... Si,
¿Qué población tenía Madrid
pues, yo triunfé, ¿por qué tú has de ser derrotado, si cuencuando se estableció en él la corte?
tas con las mismas fuerzas que á mí me dieron el triunfo? >
Pero la Iglesia no se cont(mta con esto; (piicu-e que en un
. Según D. Nicolás Castor de Cauvedo, al tiempo de la
día determinado veamos esa inmensa muchedumbre de estraslación de la corte había en Madrid 2.520 casas habitadas por 12.000 i)ersonas, ó sean 3.000 vecinos.
píritus felices, para que, viéndolos así agrupados, de un
Bien pronto amplióse extraordinariamente el recinto de
sólo golpe vista, se nos aumente el dest o de ir á engrosar
Madrid y creció grandemente su población. Trasladóse la
sus filas. ¡Ah! El corazón humano es muy cobarde, y sólo
inierta de Balnadú al camino de Fuencarral, la del Sol al
el ejemplo, el ver que otros lo han hecho, lo mueve á obrar
camino de Alcalá, la de Antón Martín al Arroyo de Atovaronilmente. ¿Y qué mejor acierto para nuestro corazón
cha, y la de la Latina á las inmediaciones del puente de
Toledo.
endurecido que la contemplación de ese ejército de indoMesonero Romanos dice, citando á Ca])allero, que diez
mables vencedores, cuyo número sólo al de las arenas del
años
después de establecida la corte se contaban en Mamar es compai-able? Á su vista se aviva nuestra fe, amordrid 4.000 edificios.
tiguada en el tráfico incesante con las cosas del mundo;
-K^o^
nuestra esperanza so acrecienta porque allí vemos cómo
U FIESTA m LOS GRANDES HÉROES
^-€^#^^^4^
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
II^O:RXJE^I
ARTE
cubres la tierra;
aunque tu cetro humille
al orbe inerte...
¡En tu trono sentada
está la muerte!
CRISTIANO
Niña de labios rojos
como cerezas,
que á gozar de la vida
feliz empiezas;
que inocente, sonríes,
de los amores
al sentir los efluvios
engañadores;
al mirarte al espejo
tan bella al verte...
¡Piensa que tras la vida
viene la muerte!
** *
Sabio, que con el brillo
de vana ciencia
quieres matar al astro
de la evidencia;
que con falsas teorías
buscas la palma
de tu siglo, negando
que exista el alma;
cuando tu orgullo necio
crea y despierte...
¡Verá que en la materia
vive la muerte!
* *
Joven que te desvelas
tu osbcura historia
por llenar de destellos
la humana gloria;
que sientes un coloso
allá en tu pecho,
diciendo que la fuerza
es el derecho;
has de saber que, joven,
hermoso y fuerte...'
¡En tu exceso de vida
llevas la muerte!
Pues en la ruda lucha
de aqueste suelo
que por algo refleja
la luz del cielo,
imperios, hermosura,
fuerza, experiencia,
todo expira en la nada
de la existencia:
no hay más que una esperanza
que no es mentida...
¡El beso de la muerte
que da la vida!
* *
Poderoso monarca
desvanecido,
que á subyugar aspiras
lo conocido;
que si tu medro exige
la cruda guerra,
de lágrimas y sangre
FLOBENCIO VILASECA.
Cá iiz, Octubre 99.
A P A R I C I Ó N P E J E S Ú S Á SAN ANTONIO
Cuadro de Murillo.—De la colección de R. Almela, de Sevilla.
EL CASTILLO DE LOS SIETE ESCUDOS
CUENTO
niANO el druida tenía siete hijas, á
las cuales había iniciado en los
secretos de la magia, hasta el ex^{ tremo de que podían bajar la luna
del cielo. Fué tanta la fama que adquirieron por su belleza, que siete Príncipes poderosos quisieron tener el honor de desposarse con ellas.
Los Reyes Mador y Bleys, procedentes
de Powis y de la tierra de Gales, tenían los
cabellos encrespados y su aspecto era repulsivo. Ewani, el cojo llegó de Strath,
Clueyde, y Donaldo, el
de la barba roja, de la
ciudad de Galloway.
Lot, Rey de Lodón,
estaba jorobado, y á
Dunmail de Cumbríe
le faltaban los dientes. Sólo Adolfo de. .
Bambro, Príncipe de '
Northumberlandia,
era amable, valiente, ,
joven y agraciado.
Los celos dividieron
á las hermanas, porque todas querían al
v a l i e n t e y hermoso
Príncipe Adolfo. Tras
de los celos vino el
odio, y tras el odio las
riñas. Entonces abrióse la tierra y apareció
el rey de los infiernos.
Prometióles á l a s
hijas del druida contentarlas á todas ellas,
y ellas, en cambio, le
prometieron á su enemigo obedecerle cieg a m e n t e . El ángel
proscripto les entregó una rueca y un huso
á cada una, y les dijo:
—Escuchadme. Con
estos husos hilaréis á
las doce de la noche, y en seguida se levantarán siete torres. Dentro de ellas se cumplirá el prodigio, triunfará el mal y habitaréis con el que á cada una le pertenezca.
Mientras los husos rodaban ligeramente
bajo el impulso de sus dedos, levantóse el
castillo como un sueño y las siete torres salieron de la tierra como un vapor: siete
puentes levadizos las daban acceso, siete
fosos las rodeaban. En aquel terrible castillo celebraron sus bodas los siete Monarcas; pero al día siguiente por la mañana
aparecieron seis asesinados. Las siete vírgenes, con los ojos encendidos y blandiendo
en sus manos los ensangrentados puñales,
rodearon la cama de Adolfo.
ESPAÑA
CÁDIZ.
ARTÍSTICA
VlSlA (ÍENEKAL DEL I'tTEUTO
-^•'V\r;J^ÍC^'\/\/^^-
—Acabamos de inmolar, dijéronle, á seis
esposos coronados; eres dueño de seis reinos. Comparte tu amor con las siete desposadas, ó el tálamo del séptimo se llenará de
sangre como los otros.
Por fortuna, la víspera de su himeneo el
Príncipe Adolfo había recibido la bendición
de su piadoso confesor. Así fué que, saltando de la cama, cogió la espada é inmoló á
siete hijas del druida Uriano.
Cerró el castillo, y sobre cada puerta puso
una corona y un escudo. Después encaminó los pasos al convento de San Dunstan, y
terminó sus días bajo cilicio de un santo
anacoreta.
Los tesoros de los siete Monarcas están
depositados en aquel
castillo; los demonios
lo vigilan y cierran
el paso á los que se
acercan. El que se
atreva á penetrar á la
hora del cubrefuegoy
permanezca hasta el
toque de diana será
dueño de las riquezas.
Pero á medida que
el mundo envejecn,
los hombres degeneran, y en la aetualidad
no hayen la GranBrotaña un solo caballero bastante atrevido,
b a s t a n t e valeroso y
bastante prudente para correr esta peligrosa aventura.
L a s c u m b r e s del
Cheviot se inclinarán
como la flexible espiga antes que los guerreros de Albión abandonen el Nortliumberland, y las duras
rocas de Bambró se
fundirán al sol antes
que p e r s o n a alguna
conquiste aquellos tesoros.
WALTER SCOTT-
ILUSTRACIÓN
CAT(3LICA
DE ESPAÑA
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L A CULTURA ESPAÑOLA REPIÍESENTADA P O R LOS GRANDES HOMÜRES QUE MÁS HAN CONTUIUUÍDO
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DESARROLLO
Cartón de Luis García Sampedro.
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PAISAJE
Inst. de J. Alvarez.
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ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
10
I
^A anciana marquesa del Robledal de Escuderos estaba
muy enfermiía; ella, que siempre había sido tan viA'aracha y tan inciuieta, y así por esto tan animada y parlera, llevaba ya mucho tiempo cautiva en la cama, silenciosa
por mandato del médico, y casi inmóvil por la sujeción de
finas sál)anas y calados cobertores como entre cordajes y
redes. ¡Prisionera en su alcoba, que le resultaba tétrico
calabozo! Ya hacía muchos meses que no ocupaba la presidencia de su elegante tertulia del salón amarillo, picotero corro de suave, á la vez que picante, murmuración de
hermosas jubiladas.
A veces no se sentía aburrida en la cama; poníase a orar
mirando una preciosa imagen de la Virgen que se hallaba
colocada frente á la cabecera del pomposo lecho... pero
otras veces el mundo tentador llegaba fantásticamente, por
exaltación de brillantes imaginaciones, á perturbar y distraer á la señora.
¡No tener noticias de lo que pasaba en Madrid! ¡Verse
condenada casi siempre á la soledadysiem])re al silencio!...
Aquellos nerviecillos tan tínos y sensibles, aquella ingeniosidad tan fecunda, acjuel espíritu que hal)ía aleteado
siempre en la vida expansiva y grata del más selecto trato
del gran mundo... todo se hallaba allí empaquetadito,
guardado... en el lecho como en un estuche.
Una mañana, sin embargo, recibió inesperado consuelo
para su tedio. Ya el doctor días antes la había dicho... ' Voy
á levantar á usted, querida Carolina, la incomunicación absoluta...» Y, en efecto, sin duda el doctor cumplía su palabra... En el gal)inete contiguo á la alcoba, Carolina vio á
una persona sentada y con un libro en la mano... La enferma tosió ligeramente... y la persona que se hallaba en
el gabinete se levantó y se dirigió á la alcoba y habló, habló, hizo lo que desde mucho tiemi)o tan sólo lo hacía, y
muy lacónicamente, el doctor Zarzos.
—¿Quiere algo la señora? Muy buenos días nos dé Dios
Nuestro Señor.
Era la desconocida una inonjita, cuya voz dulce y cuyo
hablar, de dicción clarísima, produjeron en la marquesa
una complacencia inefable, un gozo profundo.
—¡Ay hermana!... El mayor tormento es el que se imponen los cartujos.
—No hable mucho la señora... Ya se lo permite el doctor Zarzos, pero si la señora abusa me obligarán á salir
otra vez al saloncillo; y únicamente entrará aquí Julia, la
camarera, con los labios cosidos y con la obligación de salir en cuanto hubiere servido á la señora.
—Sí, es verdad... pero hablaremos—dijo la marquesa
con sumo contento.
- Sí, hablaremos, y con un terceroq ue nos escuche.
¿Cómo?... Otra personaV
(Jlaro; porque lo i)rimcrito que mi señora querrá hacer será que recemos las dos para dar gracias al que siempre, siempre se muestra atento á sus criaturas.
La pobre ancianita se mordió los labios; por(iue, en efecto, lo primero ([ue debía de hacer al recolDrar la libertad
de la palabra era mostrar su gratitud á Dios.
Rezaron. La anciana miraba la cara plácida, virginal,
llena de una belleza religiosa y seráfica do la pobre niña,
su liermanita; sus grandes ojos candorosos y piadosos... su
boca piu'ísima do la que, como dulce música, salían las
oraciones, y como aroma el suave suspiro de su aliento.
También la hermanita miró con simpatía y gusto la cabeza canosa y rizosa, la faz ebúrnea y la potente y bien
expresiva belleza aristocrática do noble y gracioso relieve
de aquella gran señora, que había arrastrado ricos mantos
en los ])alacios de los reyes y halua adornado su pecho
con ricas bandas, su cuello con preciosos collares y su cabeza con ostentosa corona.
Veíanse dos mujeres, cuyas almas una aún no había sentido, ni por curiosidad, deseos del mundo, y otra ni aun
por los años se había cansado de él. Una, joven y grave;
otra, anciana y alegre. Tanto aquélla, sencilla y modesta,
cuanto la otra, vanidosa y bullidora; capullo prieto, de retardado aunque hermoso brote, hallábase en su primavera
la religiosa... y en su mustioz otoñal... pero bella y ostentosa, la genial señora.
Hablaron templada, lenta, suavísimamente, según el tono y compás que á la plática daba la hermanita; ésta cuidaba de no entristecer con austeridades ol ánimo infantil
de la señora marquesa, y Carolina moderaba la viveza de
su ingenio... jíor no ofender la castísima pudibundez de
aquella «monj ita >>.
«Mi monjita, mi santita» la llamaba.
Así pasaron días... y una mañanita entró en el gabinete
Sor Clara muy contenta.
- -jAy señora, (¡^ué alegría!... yo no lo había visto... Me ha
producido un regocijo... ¡Bendito sea el Señor Nuestro
Dios...!
—¿Qué es ello? preguntó Carolina.
—Los pajaritos... Me gustan mucho... mucho... y la señora los tiene preciosos... y ahí en esa jaula tan hermosa,
grande como una catedral, están muy contentos. ¡Miren
(pié lindeza! ¿Cómo habrá quien haga daño á esas inocentes avecillas, simulacro qiu* la naturaleza terrestre tiene de
los angelitos del cielo? Bendito sea el seráfico San Francisco, ((uo tanto los amaba. Yo, señora, soy de un pueblecito
de Andalucía, y allí el señor cura tanto amonestó y predicó para que no martirizasen los muchachos á los i)aj aritos, que nadie se atrevería ni aun á cazarlos, y los que hay
cautivos son muy queridos por las jiersonas que los tienen.
Antojósele entonces á la marquesa, contagiada por la
alegría de Sor Clara, que llevasen el jaulón monumental
allí al gabinete; esta sería gran distracción que no había
sido prohibida por el rígido doctor Zarzos.
Vaya, pensaba Carolina; esta monj ita, esta monjita ya
mostró su taloncito vulnerable como el de Acjuiles, y desde entonces, con humor de dulce apicaramicnto, puso
apodo á la religiosa: llamóla Sor Pajaritos.
Pronto entraría ('arolina en convalecencia; los diabólicos nervios habían descansado, la fuerza vital do aquella
sensibilidad (exquisita vencía... qué charla tan chis])eante
fué la de la marquesa; con maUgnidad de chicuelo travieso atajaba muchas veces á aquella monjita inocentona,
simplizoncilla, que por votos temporales había dedicado
los primeros latidos de una sana y }>urísima juventud á
las rudas empresas de la caridad.
—Vea, señora, decía Sor Clara contemplando con embeleso la pajarera—parecen cuando cantan los pajaritos
coro de religiosos que entonan alabanzas al Señor... ¡(iué
primor de gracia! ¡qué vHelccitOH tan ligeros! ¡(pié ojos tan
vivos! Luego visten los pardillos un hábito, y así los jilguerillos otro y otro los canarios... Son alegres, sí, pero
como Dios manda, como Dios manda.
—No son tal, hermanita... se ven prisioneros, ellos no
hicieron voto... No digo ((ue no canten á Dios... pero pocas
veces ha de ser, y mejor lo harían si sueltos se vieran...
Ahí, son muy picaron.izos... golosotes y glotones y pendencieros... El mundo, el mundo... hija mía, que no es más (pie
una enorme pajarera... bien que, si en él entra la hermana,
cuando cumpla ius votos, si no los renueva... ya verá, ya
verá...
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
¡Ya verá! Predicción, no de profetisa, sino de brujo era
aquella, y produjo un inconsciente extremecimiento en el
corazón de Sor Clara, de Sor Pajaritos.
11
faltó quien quisiera enterrar los cadáveres... Tres días, tres
faltaban á Sor Clara para cumplir sus votos y disponerse
á renovarlos ó revocarlos... Ella había trabajado... pero
cuidaron las hermanas de no emplearla en servicios muy
duros... cuando una noche Sor Filomena, un jovencilla angelical y valerosa, llegó á la santa casa y dijo á Sor Clara:
—Hermana, hermana, venga, venga á ayudarme...
—Voy i^rontamente.
—Hay que enterrar á una pobre joven que ha muerto
esta misma tarde y no hallo quien me ayude. Pobrecita...
hiede ya; se ha puesto negra, negra como un carbón...
Y Sor Clara fué, y entre ella y Sor Filomena, en unas
angarillas, sacaron el cuerpo de la difunta de la casa en
que había muerto y salieron del pueblo... camino del cementerio, que se hallaba á tres cuartos de legua del lugar.
¡Qué horrible! ¡Qué fatigosa marcha á la indecisa luz de
la luna, velada por densos nubarrones! ¡Sudaban aquellas
dos débiles mujeres!... Tuvieron que detenerse... porque les
faltaban las fuerzas... ¡Ánimo, heroínas c r i s t i a n a s !
¡Ánimo, fé! Llegamos, se
decían... Y luego cavaron
l a b o r i o s a m e n t e la fosa,
abrazáronse al cadáver, todo hedor y podre, lo enterraron. Y luego de orar
volviéronse al pueblo.
¡Qué noche, qué noche!
¿Cómo olvidarla?
Ni alabanzas en trazos de
imprenta, ni bandas, ni
cruces... pagarían á la vanidad aquel servicio...
¡Ellas lo habían hecho
a b r a s a d a s en a m o r de
Dios!...
II
Sí, á su pueblo, á su pueblo natal, donde la Orden tenía
casa con asistencia do seis religiosas, fué mandada por la
superiora Sor Clara, poco después de haber cumplido su
misión de caridad cerca de la señora marquesa del Robledal de los Escuderos, la cual ya se hallaba bien, con batuta
ó cetro de maestra de charla y parla mordaz y jovial en su
aristocrática tertulia del salón amarillo.
La superiora no quería que Sor Clara renovase sus votos, que ya pronto iban á cumplirse, no quería que prolongase la joven su estado religioso sin que antes volviera á
ver el mundo... la casa paterna, la familia, su vida anterior...
la vida, en fin, que legítima y honestamente podía esperar.
Sor Clara obedeció.
Pocos eran los días que
para cumplir el plazo de
sus votos faltaban. El padre, la madre, los hermanos acudían á visitarla...
Por fin una mañana se la
ordenó fuese á su casa...
y fué.
¡Qué emoción! Entró allí,
allí donde se había criado;
recorrió el jardín con sus
hermanitos, fué objeto de
las caricias expansivas y
tiernísimas de su madre...
hubo de oir los suplicantes y discretos consejos de
su padre... y, en fin, fué á
su cuarto... y allí, inesperada y gozosísima sorpresa;
allí estaba el magnífico jaulón dorado de la marquesa
Días d e s p u é s todo el
del Robledal de los Escumundo esperaba' la resoderos, el mismo con sus
lución de Sor Clara... Ésta
bulliciosos y l i n d í s i m o s
fuese á su casa, ])enetró en
pajaritas... ¡Qué alegría!
ella, encerróse en su cuarto, contempló con embeleSerían suyos... la señora
so la linda pajarera... y luese los había enviado... ¿Se
go... luego abrió la ventapodrá creer que ninguna
na de la habitación y totentación del mundo tenía
das las portezuelas del jauel poder que aquella? ¡Ah,
lón... del cual, v i v o s y
que lo han de creer cuanrápidos como c e n t e l l a s ,
tos tuvieren alma límpida
huyeron al libre vuelo por
y pura como la de un niño!
el azul inmenso y brillante
¡Vacilaba! Tornar á casa...
TRISTES RECUERDOS
donde el sol difundía sus
y á la infancia... y al dulce
relumbrares y sus exi^lendores...
recreo y á poseer y á amar lo humano, lo terrenal, aunque
honestísimo... oir gorjeos en vez de ayes, piar en vez de
Sor Clara... renovó sus votos, se encarceló en religiosa,
quejumbres... ver aleteos y regocijo en vez de enfermedad
se obligó á la caridad... se hizo cautiva por los infortunay muerte...
dos, sierva de Dios...
•—¿Cómo se llamaba aquella monjita que me asistió?...
No, no volvería á la casa... no... Era soldado que pronto
—decía poco desjmés la marquesa—¡Ah! No me acuerdo,
•alcanzaría su licencia... pero aún, aún estaba obligada á la
pero yo siempre la llamaré «Sor Pajaritos.»
bandera jurada.
. Quince días después el pueblo de Sor Clara se hallaba
JOSÉ ZAHONERO.
en el más espantoso dolor; una horrible epidemia variolo20 Octubre 99.
sa lo diezmaba... Las religiosas acudían á la asistencia de
los enfermos; de Madrid habían llegado más hermanas, no
bastaban... El terror era tan grande en el vecindario, que
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III
KAMTASIAS
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LOS
IVIUERTOS
(Aguafuertes del siglo X VIII.)
12
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
Los ojos de aquel joven están fijos en la verde yerba que cubre los sepulcros, y por sus mejillas se resbalan abundantes lágrimas, nacidas en
el fondo de su corazón.
III
'El huérfano.
E'
STOY solo!... Todos
mis amigos se han
mai;chado al cementerio á hacer la visitaanual á las tumbas de
los qué fueron sus parientes. No sé si marchar yo también. ¿Pero
qué sepultura voy á visitar?... Me encontraron
en la calle; ni mi padre
ni mi madre me creyeron digno quizá de que
llevase su apellido... no
los conocí, ni sé si viven. ¡Dichoso quien los
conozca y que cuando
mueran pueda ir á rezar
al pie de su sepultura!... ¡Quién sabe si mis queridos
padres se hallarán también en la morada de los muertos y su tumba se verá solitaria, cubierta de yerba y sin
que nadie vaya á rezar una plegaria por el eterno descanso
de sus almas! Si yo supiera dónde está su fosa, si Dios me
iluminara en estos momentos de meditación á que convida
el día de Todos los Santos y me señalara con su infalible
mano el lecho donde ellos descansan, iría presuroso á postrarme de hinojos en aquella sepultura y rezaría con fervor por los qxie ni la dicha tuve de llamarlos padres.
Mas ¿á qué titubear? Seguiré la corriente que el mundo
me marca y la religión me señala; bajaré al cementerio y
rezaré, ¿dónde? no lo sé... Miraré todas las tumbas, y en
aquellas en que vea que ni una luz las alumbra, ni \in deudo las asea y las cuida, oraré fervorosamente, porque no
me cabe la menor duda, en alguna fosa solitaria, en la que
ni una Jágrima se haya vertido, se hallarán mis padres.
II
Coronas, flores, luces, suspiros, sollozos, todo se halla
confundido en el lugar donde los muertos reposan. Los
sacerdotes son llamados de una á otra tumba, para que recen por los que bajo aquella tierra se encuentran.
Muchas de las sepulturas se hallan solitarias; ni una luz,
ni una corona, ningún signo, recuerdo de los vivos, existe
en ellas que haga comprender que todavía hay personas
de la familia á que el difunto perteneció.
En un trozo del camposanto, donde existen varias tumbas de esas que nadie cuida, alumbra ni vela, se halla de
rodillas un joven de unos veinticinco años; todos se fijan
en él, sin que nadie pueda adivinar cuál sea el sitio en que
tiene enterrado algún deudo, ó persona querida, dentro
de aquel recinto abandonado.
La mayoría do aquellos sepulcros tienen cruces de madera cuyas inscripciones las ha borrado el tiempo, como se
borran en el mundo los buenos hechos.
Comienzan á caer sobre la tierra las sombras de
la noche. Aquellas tumbas, que tantas visitas han
recibido durante todo el día, quedan solitarias; ya
no hay diferencias; ya no se nota quién tiene parientes, ni quién riquezas; aquel santo lugar queda
trist9*como de ordinario. Todos son iguales; aquellos seres
que con la misma ley fueron juzgados, por más que algunos ante los ojos del mundo aparezcan como personas superiores por sus méritos, virtudes ó riquezas, que á veces
hasta en sus tumbas lo pregonan, aquello no pasa del mundo de los vivos, pues quizá aquel que por toda señal de su
tumba tiene una tosca cruz de madera, cuya i^intura haya
desaparecido por las inclemencias del tiempo, se ha presentado ante los divinos ojos del Juez Supremo con más
virtudes que el que yace en suntuoso panteó,n de marmol,
cuajado de coronas é iluminado por gruesos cirios; ante
los ojos de Dios no son los méritos mundanos los que se
respetan y premian; son los hechos de la vida, las acciones, las buenas obras que en esta corta pero escabrosa peregrinación por la tierra hemos ejecutado.
¡Cuántos de esos sepulcros que causan admiración al que
los contempla, por el asiático lujo que los decora, no habrán sido humedecidos por una lágrima ni se habrá rezado ante ellos la más insignificante oración!... ¡Y cuántos de
los que veis solitarios, serán durante el año los más visitados y en los que más se llora y se reza!...
La oración no necesita testigos, el que ora no necesita
que lo vean; lo que se debe desear os que las oraciones
lleguen hasta Dios, no hasta los hombres
IV
He rezado... he llorado..." ¡qué satisfecho estoy!... Desde
el momento en que abandoné el cementerio encuentro un
bienestar inesplicable; á mis oídos llegan voces desconocidas para mí, que me consuelan, que me dicen palabras cariñosas por mí nunca escuchadas... ¿Si serán de mis ])adres?... ¿si habré orado en su tumba?... Quién sabe; quizá
la casualidad me haya hecho encontrar la sepultura de los
que en vida no pude conocer.
Así hablaba en su cuarto el joven que en el cementerio
oraba ante las tumbas solitarias, sobre las que nadie se
acordó en poner una luz ni una corona.
Presa de profiindas meditaciones se acostó el joven, y cuando apenas había concillado el sueño, llegaron á sus oídos armoniosos sonidos de celestial
orquesta, y entre aquellas
n o t a s q u e desconocidos
instrumentos hacían brotar
á raudales, oyó una voz
clara y bien timbrada que
le decía:
«Gracias, hijo mío, tú
eres el único que en el cementerio rezaste por mí.»
Una de las tumbas donde
oró el huérfano era la de
su madre.
T. OSÁCAR.
Madrid Octubre del 99.
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
El, CAMPANERO
(Leyenda Rusa.)
A noche es muy obscura. La aldea está envuelta en el
k^ crepúsculo peculiar á las noches estrelladas de la primavera, bañada con esa niebla sutil que se levanta de la
tierra sombreando las siluetas de los árboles, y extiende
sobre los espacios descubiertos su jaula de plata y azul.
La aldea duerme tranquilamente.
Se distinguen apenas los contornos de sus humildes
chozas; algunas hogueras lanzan débiles resplandores. Por
momentos, una puerta cochera chilla y se abre; im perro
de oído fino ladra; ó bien del bosque, que suavemente murmura en las tinieblas, se destacan siluetas de peatones, un
jinete, un carro cuyas ruedas se quejan pesadamente; son
los aldeanos que regresan á su aldea para asistir á la fiesta
de la primavera.
La iglesia ocupa el alto del monte en el mismo centro de
la aldea; las ventanas reflejan las luces. El viejo campanario se esconde en el azul del cielo. Los peldaños de la escalera gimen... jMikheitch, el viejo campanero, sube, sube,
y poco después aparecen linternas como una estrella en
el cielo.
La escalera es pesada. La subida penosa para el viejo.
Sus pobres piernas rehusan servirle. Sus ojos ya no ven...
Es ya hora de que descanse, pero la muerte tarda en llegar. Ha enterrado á sus hijos y á sus nietos; ha acompañado hasta su última morada á los viejos y á los jóvenes. Él
vive aún. Esto es muy duro. ¡Ha visto tantas veces esa
fiesta de la primavera!... ¡Cuántas veces ha venido á guardar la hora en ese mismo campanario! Ya son tantos los
años, que ha olvidado su número. Pero el Señor le deja
volver nuevamente á su puesto.
Se acercó al parapeto y se apoyó en él; abajo, alrededor
de la iglesia, se destacaban, apenas visibles en la noche,
las tumbas del cementerio del pueblo; desde la tierra subía
hasta Mikheitch un olor aromático de botones próximos á
abrirse; el aliento triste y melancólico del sueño eterno.
¿Qué será de él el año próximo? ¿Subirá aún á ese vetusto campanario? ¿Se colocará otra vez bajo el bronce de
la sagrada campana? ¿Ó bien descansará acaso en aquel
rincón sombrío del cementerio bajo una cruz nueva?
T T T T T ' T T T ' T T T T i r T ' T '
(4)
BTOVELAS CORTAS
EL PüilL BE PLITl
POR
piliberto Audebrant.
(Continuación.)
—¡Silencio!—exclamó la madre;-¿habéis oído ruido de pasos?
—Será algún lobo del bosque inmediato que dé vueltas en rededor de la cabana—dijo la niña mayor abrazando á
su madre con espanto.
—No temas, Catalina, es vuestro padre, hijas mías.
En aquel instante apareció en el umbral de la puerta un hombre de unos
cuarenta años, con la frente surcada de
arrugas'y los cabellos largos y lacios
que le caían hasta los ojos. Llevaba un
vestido de algodón, cubría su cabeza
uno de esos sombreros de anchas alas
que desde tiempo inmemorial llevan los
habitantes del Borbonés: sostenía en el
brazo derecho una escopeta, y en el extremo del cañón se veía un pan de cuatro libras.
13
¡Quién sabe! El está dispuesto á morir. Sea como fuere,
Dios le ha permitido celebrar la fiesta una vez más. ¡Alabado sea Dios! balbucean sus labios, y alzando los ojos al
cielo, donde brillan millones de estrellas, hace la señal de
la cruz.
—¡Mitkheitch! ¡Mitkheitch!—gritó una vez desde abajo,
la voz temblona de un viejo. Es el sacristán, viejo también,
el cual, con la cabeza levantada hacia el campanario, trata
de ver á través de las tinieblas.
—¿Qué qiüeres? Estoy aquí,—contesta el campanero.—
¿No me ves?
—No, no te veo. ¿No es tiempo aiín de repicar? ¿En
qué estás pensando?
Los dos miran las estrellas. Los millares de focos celestes centellean. La osa mayor brilla... Mikheitch reflexiona.
—Todavía no, aguarda un poco... ya me reconozco.
En efecto; ya se reconoce. No necesita reloj.
Las estrellas de Dios le prevendrán, seguramente, cuando haya llegado la hora... La tierra y el cielo y esa nube
blanca que se desliza suavemente en el espacio, y también
el sombrío bosque que murmura sordamente á lo lejos, y
aun el susurro del río que no logra ver entre las tinieblas,
todo eso lo conoce, todo eso lo quiere... No en vano ha vivido allí toda la vida.
Vuelve á ver el pasado, hasta en sus tiempos más remotos. Recuerda el primer día que subió al campanario con
su padre. ¡Qué lejos está aquel tiempo! Era entonces un
niño; subió con ojos brillantes. Vuelve á ver aquel chicuelo. El viento hace voltear su cabellera. En la tierra,
quedo, muy quedo, se agitan los hombres muy pequeñitos; las casas del pueblo también se han vuelto muy chiquitas. El bosque se ha aleado en el horizonte, y el cerro
donde está construida la aldea parece inmenso, infinito...
—Hele ahí toda su extensión pensó el viejo campanero, sonriendo al ver el claro del bosque.
Así sucede en la vida. La juventud la cree sin límites,
sin fin... Sin embargo, está recogida ahí, debajo de él, como
en la palma de la mano, de los primeros días de su niñez
liasta aquella tumba que ha elegido en un rincón del cementerio... ¿Y qué? ¿Es tiempo ya?... ¡Alabado Dios! ¡Irá á
descansar!
XX
• T "T T T • T • T T T
^ ^ y ^ V y y r ?
Apenas entró, se dejó caer rendido de
cansancio en un banco, y dijo después
de un momento de silencio, entregando
la escopeta á su mujer:
—Toma, Mariana, este pan y comedio
entre las tres.
—¿No quieres tu parte Juan?
—No, te digo que es para vosotras.
La madre y las dos niñas se arrojaron
sobre el pan con ahinco salvaje, sin detenerse en dar gracias ni abrazar á su
bienhechor: hacía dos días qvie no habían probado alimento.
Juan Barbeau contemplaba este cuadro con mirada sombría y feroz.
No obstante, después de algunos minutos, cuando se apaciguó el primer afán
del voraz apetito, Mariana dio un paso
hacia su marido, y dijo con voz conmovida y vertiendo lágrimas:
• -Perdóname, pobre Juan; he sido
muy injusta y cruel, pues no he pensado más que en mí: el hambre me devoraba. ¡Cielos! ¿cómo no te he dado las
gracias por habernos salvado de una
muerte horrible?
Y añadió haciendo un ademán á las
niñas:
—Venid, ángeles míos, venid á abrazar y á dar gracias á vuestro padre.
f T T T T T T T T T I
—^Es cierto—exclamó Catalina llenando de besos la frente y las manos del leñador;—nos has salvado, querido padre,
y te deberemos á tí el vivir mañana.
Al oir estas palabras el leñador frunció involuntariamente el entrecejo, y
dijo con tono de voz extraño:
—¡Mañana! ¡ah, hijas mías!¿quién sabe
si habrá un mañana para vosotras? El
pan que os he traído era mi único recurso.
—¿No te han dado nada—dijo Mariana—por los troncos que debías vender
al panadero de Cerilly?
—No los ha querido, por ahora al menos, porque no necesita encender el
horno; no le venden trigo en el mercado ni harina en el molino.
—¿Y el cura?
—Se halla en la misma situación que
nosotros, y su bolsillo está tan lleno
como el mío. He salido de su casa con
tanta tristeza como cuando cerré esta
mañana la puerta de la cabana.
—Pero los señores del castillo no estarán en igual caso, y si no te han dado,
al menos te habrán prometido,
—Me han prometido llevarme á la
cárcel si continúo matando sus liebres
y perdices en las márgenes del parque.
14
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
rango de gran potencia; para ello ha de
poseer la armada más poderosa del mundo.
En el vapor brasileño Julián Sclilonsfíf,
el piloto asesina al capitán y su señora, suicidándose al apoderarse de él en Tenerife
los soldados españoles del crucero Infanta
Isabel.
Del dfa 15 a l 30.
La Unión Catalanista dirige un mensaje
Al mando del capitán Vesbitt se envían
á Mafeking pertrechos de guerra en un á la reina por haberse prohibido en el meetren blindado, que descarrila, y los boers ting de Bordils exhibir atributos de Catale destruyen con su certera artillería, reco- luña.
En Ladysmith se realiza un reñido engiendo muchos cadáveres y prisioneros.
. ^ Se retira del toreo el célebre matador cuentro entre ingleses y boers, resultando
bastantes soldados muertos por ambas
Raíael Guerra (Ouerrita).
partes.
En Barcelona se amotinan loa estudianEl Daily News dice que el campamento
tes á causa de la cesantía del alcalde señor
inglés
de Ramatlilabama ha sido tomado
Robert.
.^^En la Cámara de los lores dice lord por los boers, habiendo entrado en él á
Kimberley que Inglaterra se ha compro- saco.
.^^Despachos de la Ciudad del Cabo dimetido en una guerra que tiene el carácter
de civil, y censura á Salisbury por su polí- cen que es atacado por considerables fuertica internacional, criticando las negocia- zas boers el campamento inglés de Glenese. Los agresores disparan con cañones de
ciones anteriores á la guerra.
Contesta Salisbury que la república del grueso calibre desde una colina que domiTransvaal ha obrado de modo que ha he- na la población.
Los primeros consiguen ocupar la posicho inútil toda explicación sobre las causas
de la guerra, y que el Transvaal ha lanzado ción de Sundey. Fuerzas del regimiento
un desafío tan audaz, que no tiene Ingla- King Royal Ritíees y de los fusileros de
terra que explicar al país por qué va á la Dublín atacan la altura de Glencoe, donde
tenían montados los boers sus cañones de
lucha.
.^_^En el banquete celebrado en el Ayun- artillería gruesa. Desde Ilatingsprint avantamiento de Hamburgo con ocasión de la za un cuerpo de 9.Ü00 boers. Los burghes
botadura del acorazado Karl der Orosse, el se apoderan de un tren que conducía proemperador Guillermo pronunció un discur- visiones, entre Glencoe y Ladysmit.
Se calcula que las fuerzas británicas han
so en el que declaró que ante la rápida
transformación del mundo es indispensa- tenido 1.000 bajas, entre ellas 800 muertos.
ble que el pueblo alemán renuncie á sus
^. Madame Loubet, mujer del presidente
divisiones y secunde los esfuerzos del so- de la república, recibe un espléndido regaberano, á ñn de que Alemania conserve su lo de Su Santidad León XIII, consistente en
un magnífico rosario de ágatas engarzadas
en oro.
Entre los heridos hechos prisioneros en
el combate de Elandslaagte figuran el general Kok y Pedro Joubert, sobrino del generalísimo de las fuerzas transvaalesas. Se
calculan las bajas de los ingleses en IGO entre muertos y heridos. Entre los prisioneros hay muchos subditos alemanes, holandeses y de varias naciones europeas.
.^^Presenta la dimión en el cargo de Ministro de Gracia y Justicia de España don
Manuel Duran y Bas, reemplazándole el s e ñor conde de l'orreanaz. Es nombrado subsecretario de Hacienda D. Francisco Aparicio, D. Javier Ugarte Director de Administración local, y Gobernador del Banco de
España D. Antonio María Fabié.
Según informaciones del Ministerio de
la Guerra, el número de bajas sufridas por
los ingleses en Elandslaagte se elevó á 190,
ó sean 88 muertos, entre ellos cinco oficiales, y 152 heridos.
Según el corresponsal del Daily MaiU,
los boers tuviero 400 bajas en el combate
del sábado, muriendo el general orangés
VanVilioen.
. ^ Se suspenden en Barcelona las garantías constitucionales con el fin de cobrar
los tributos.
Los boers avanzan hacia Melmoth y atacan á Dundée.
La prensa de Rusia y la independiente
de Alemania atacan con dureza á Inglaterra.
Los despachos de toda Europa que publica
la prensa ds París, coinciden en suponer
que Inglaterra teme que Rusia, unida con
Francia y con alguna otra potencia, trata
de crearle alguna dificultad en Persia.
En Hamburgo se celebra un meeting, al
que asisten tres mil personas de las clases
acomodadas. Después de enérgicos discursos contra Inglaterra, se vota el acuerdo de
suplicar al emperador Guillermo que renuncie á su proyecsado viaje á Londres.
Nuestros apreciables lectores leerán e a
la presente edición un anuncio de la bien
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rTT'T'T-rT-"rTTTTTT'T-'T'TTT'T"TT'TT'TTTTVT"rT'T'T''T'
Así me lo ha avisado el guarda Vanier.
Los señores del castillo son ricos y tienen el corazón tan duro como las losas
de su patio.
—Juan-^respondió Mariana—haces
mal en tenerles odio; no saben cuánto
padecemos.
—¿No lo saben? Pues bien, tiempo es
ya de que lo sepan.
—Sin duda, pero con dulzura.
—¡O con violencia!
—¿Qué quieres decir, Juan? ¿Has perdido la razón? Nunca te había visto con
rostro tan feroz. La desgracia ó el infierno te inspiran tan malas ideas. Juan,
vuelve en tí; padeceremos si Dios lo
tiene así dispuesto, pero te suplico que
dejes las amenazas.
Hubo un momento de silencio.
Mariana vertía un torrente de lágrimas.
— Oye, Mariana añadió el leñador; es preciso que acabe nuestra miseria.
Siempre fui hombre honrado y respeté
lo ajeno. ¡Necio de mí! No ha mucho que
he encontrado en el camino á Santiago
Balmat, que me ha dicho al oído: «Ven
conmigo.»
—¡Virgen Santísima! Santiago Balmat,
jun ladrón!
—Será lo que quieras; pero hay dinero en su bolsillo y encuentra albergue
y comida en todas las posadas del país.
Sus hijos no lloran de hambre como los
nuestros... ¡Ah! la virtud es para mí un
peso insoportable; quiero imitar á Santiago, y hoy mismo me lanzaré á mi
nueva vida.
Mariana, que no tenía fuerza para
hablar, se arrojó á sus pies para contenerle.
—No tengo pólvora ni dinero para
comprarla, y no me serviré de la escopeta; pero en caso de necesidad luego
se encuentran armas.
—¡Juan! ¡(luerido Juan! piensa en tus
hijos, en tu mujer, en tu salvación
eterna.
Pero el leñador no la escuchaba, y salía de la cabana diciendo.
—¡Desgraciado del primero que encuentre en el camino!
H
Luego que Juan salió, su esposa tomó
á sus hijas de la mano y les mandó que
se arrodillasen delante de un crucifijo
de madera.
—Venid,—hijas mías—enjugad las lágrimas, y repetid esta oración: «Señor,
T ' - T T T ' T T T T - r T T"1
Dios mío, haced que nuestro j^adre no
se convierta en ladrón.»
Juan Barbean corría en tanto á esconderse detrás de los matorrales que forman la margen del camino, por donde
á largos intervalos pasaban algunos viajeros.
La noche empezaba á tender sus negras sombras.
—Si pasara por aquí—decía el bandido improvisado - algún príncipe ó banquero cargado de oro, me vería en el
mayor apuro. En primer lugar, soy muy
novicio en este oficio maldito, y por otra
parte, no tengo absolutamente nada para
atacar ó defenderme. ¿Qué haré? ¿Cortaré un palo en el bosque? Pero ¿de qué
me servirá un palo? Si tropiezo con algún tratante de bueyes, por ejemplo,
llevará ,también el suyo y además un
gran cuchillo. ¿Qué haré?
En el momento que acababa de pronunciar estas palabras se oyó á lo lejos
el trote de un caballo, y prestando el
oído hacia el lado donde se oía el ruido,
Juan se convenció de que se acercaba
un viajero.
—¿Cómo le atacaré?—se preguntaba
á sí mismo.
(Continuará.)
ILUSTRACIÓN CATÓLICA DE ESPAÑA
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26
10.000
5.000
56
3.000
106
2.0Ú0
206
1.000
812
400
1.518
36.952
155
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Depósito central: Jardi-ies, 15, bajos, Madrid.—Prevenirse contra anuncios de aguas LLAMADAS naturales y qae pretensión ser iguales y aun
meiores, y dicen que no irritan, y es porque carecen de íaerza: la de LA M A R G A R I T A se adapta á TODOS los estómagos, NO I R R I T A , y mezclándola con agua, resulta aún MUY superior á las similares. Aunque como purgante no tiene igaal el agaa de LA M A R G A R I T A , sus conaiiiiones terapéuticas tampoco.—Hecho el análisis por Mr. H A R D Y, químico ponente de la Academia de Medicina de París, fué declarada, esta agua la mejor de
su clase, y del minucioso reconocimiento practicado durante seis meses por el reputado químico Dr. D. Manuel Sáenz Diez, acudiendo á los copiosos
manantiales que nuevas obras han hecho aun más abundantes, resulta que LA M A R G . l R TA D E LO ECHES es, entre todas las conocidas y que se
anuncian al públii-o, Is más lica en su ía'o sódico y magnésico que son los más podero.sos pargantes, y la única que coatenga carbonato ferroso y
manganeso, agentes medicinales de gran valor como reconstituyentes. Tieif n las aguas de L\ MARGA RITA doble cantidad de gas carbónico que
las que pretenden ser similares, y es tal la proporjión y combinación eo q^e se hallan su^ componentes, que las conátituyeu en un espe'ítico irreemplazable para las enfermedades herpétieas, eseroí alosas y do la matriz, sífilis inveterada, bazo, est luago, mesenterio, llegas, t.ses rebeldes y demás
que (xprcsa la etiqueta de las botellas qae se expenden en todi s IHS farmacias y dr^^gu-rías principales de todasparces.
ILUSTRACIÓN CATuLICA D E E S P A Ñ A
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de España y demás países
católicos, se publica mensualmente bajo la dirección
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L
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