Villa de Bilbao

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INTRODUCCIÓN
He elegido el tema de la Fundación de la Villa de Bilbao porque me parecía interesante y creía que no lo iba a
tratar mucha gente dada la dificultad para encontrar información.
Considero que tiene más relación con mi historia y la de mi familia que cualquiera de los otros dos temas
propuestos.
Con este trabajo he podido documentarme sobre la ciudad a la que acudo con frecuencia y que no imaginaba
que pudiera ser la unión de varios pueblos que en otro tiempo no se relacionaban demasiado entre sí. También
he conocido la razón de la diferencia entre los edificios de unas zonas y otras, no tiene nada que ver el Casco
Viejo con la zona del Ensanche construida en Abando, ni con Begoña o Deusto que fueron zonas agrícolas
que se han edificado en los últimos años.
En este trabajo trataré fundamentalmente de la evolución histórica desde la fundación y de lo que
económicamente han supuesto los distintos avatares políticos.
LOS ORÍGENES
La ría de Bilbao parece haber sido utilizada como puerto desde muy antiguo. Se halla en una de las salidas
naturales de Castilla al mar, por eso surgió un puerto importante que iba a ser Bermeo, la ciudad que en el
siglo XIV era considerada como cabeza de Vizcaya. Las circunstancias que determinaron el ascenso de Bilbao
fueron tanto geográficas ( existencia de un buen vado en el camino de Orduña a Bermeo ) como históricas ( la
alianza con los señores de Vizcaya y con los reyes de Castilla, más tarde, que le valieron una serie de
privilegios muy valiosos ).
El núcleo inicial de población se hallaba en la margen izquierda del Nervión, en Bilbao la Vieja, pero al
producirse su reconocimiento como villa, según documento otorgado por el señor de Vizcaya Diego López de
Haro el Intruso el 15 de Junio de 1300, se especificaba que la fundación se hacia en Bilbao, de parte de
Begoña. La población había saltado a la margen derecha, donde crecería hasta estar integrada en 1442 por las
siete calles tradicionales, ceñidas por un recinto amurallado. Sin embargo el termino jurisdiccional de la villa,
a la que se concedió el fuero de Logroño, era mucho más vasto, ya que comprendía Deusto, Begoña, Abando,
Basauri, Echévarri y parte de Zamudio, a lo que en 1375 se añadieron las anteiglesias ( concejos rurales que se
llamaban así por reunirse las juntas de vecinos ante sus iglesias ) de Zarátamo, Galdácano y parte de
Arrigorriaga.
La nueva villa prosperó rápidamente gracias al comercio bizcaron y de la lana castellana, también a una serie
de privilegios que le permitieron desbancar a Bermeo. Estas concesiones de los señores de Vizcaya, ampliadas
a partir del momento en que, con Juan I, el señorío pasó a la corona de Castilla, eran muy amplias y de diversa
naturaleza, pero hay dos que tuvieron un papel excepcional en la prosperidad de la ciudad: la que fijaba la
obligatoriedad de pasar por Bilbao para ir de Orduña a Bermeo ( 1310 ) y la prohibición de descargar en el
Nervión, desde Bilbao al mar, otras mercancías que no fueran destinadas directamente a las anteiglesias. En
estas circunstancias no es extraño que acabara por centralizar en su puerto el tráfico de la lana castellana,
enviada hacia Flandes por los mercaderes burgalese. Inicialmente tuvo que subordinarse a Burgos, de cuyo
consulado dependía, pero pronto pudo rivalizar con ella, y aún cuando los burgaleses trataron de desviar el
tráfico lanero hacia Santander, fracasaron en el empeño y Bilbao resultó vencedora de la competencia, e
incluso logró tener un consulado propio en 1511. En el siglo XVI, enriquecida por la exportación de lana a
Flandes y de hierro a Francia, era una ciudad activa y prospera, ebullía de vida
LOS CONFLICTOS ENTRE LA VILLA Y LA TIERRA LLANA
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La historia de los primeros siglos de vida de la villa no puede reducirse a la simple descripción de su ascenso
y de su enriquecimiento, sino que es preciso explicar que este crecimiento tuvo que vencer agraves
dificultades, derivadas de la oposición que enfrentó constantemente a las villas vizcaínas (amparadas por los
señores de Vizcaya, y más tarde, por los reyes de Castilla) con los hidalgos de la tierra llana (de las
anteiglesias rurales) , que pretendían imponerse a las villas por fuerza, y que obligaron a éstas a agruparse en
hermandades formadas, como dijo Pero López de Ayala por rescelo de los mayorales de la tierra, si quisiesen
facer algún daño, para non se lo consentir.
Para comprender esta oposición es preciso considerarla en dos facetas distintas. Hay que advertir en primer
lugar que los infanzones rurales, que se dedicaban a la explotación del hierro y a la construcción naval,
deseaban apoderarse de los montes de las villas, lo que, representaba disponer de mineral de hierro, carbón ,
madera y agua, necesarios para las actividades a que se dedicaban. Así fue como las villas, que teóricamente
cubrían la mayor parte de la superficie de Vizcaya con sus términos jurisdiccionales, tuvieron que encerrarse
en el estrecho refugio de sus murallas, impotentes para hacer frente a las banderías de los hijosdalgo rurales,
ligadas en ocasiones a las banderías que enfrentaron a diversos linajes dentro de su propio recinto urbano.
Pero por otro lado hay que considerar que, en medio de aquella federación de comunidades rurales que
constituían el señorío de Vizcaya, Bilbao representaba un caso aparte: una comunidad comercial que se aliaba
con el poder central de su propia conveniencia, aunque fuera a costa de perjudicar los intereses de la
población rural. De ahí que los habitantes de las anteiglesias pensasen con frecuencia que el enriquecimiento
de Bilbao se hacía a costa suya y suscitasen diversos conflictos con la villa. Así sucedió en 1631, cuando se
pretendió establecer el estanco de la sal, que los bilbaínos aceptaron, pero que en los pueblos vizcaínos
consideraron perjudicial para sus intereses, lo que les movió a lanzarse a una revuelta que tardó tres años en
calmarse. Algo parecido volvió a suceder en 1718, con los disturbios de la machinada, motivados por la orden
real que trasladaba las aduanas del País Vasco desde Orduña, Vitoria y Valmaseda, a Bilbao, San Sebastián e
Irún; en este caso los disturbios no cesaron hasta 1722, cuando se ordenó volver las aduanas a su primitivo
emplazamiento.
El ultimo episodio importante del enfrentamiento entre la villa y la tierra llana se produjo a comienzos del
siglo XIX, cuando se trató de establecer un puerto libre en Abando, independientemente de Bilbao y de su
consulado. Este puerto iba a llamarse Puerto de la Paz, en homenaje a Godoy, con cuya protección se contaba
para llevar adelante el proyecto, y su promotor aparente era el escribano Simón Bernardo de Zamácola. En
1804 se produjo un grave motín contra él, la zamacolada, que obligó a Godoy a imponer graves sanciones a
Bilbao. No fue sin embargo este motín, sino, el comienzo de la guerra de la independencia, la causa de la que
se detuviera la construcción del Puerto de la Paz.
Para ciertos autores, la escisión que hizo que Bilbao se mostrara firme defensora de la causa liberal, mientras
el campesinado vasco se sumaba al carlismo, es todavía un reflejo de las disputas entre villa y tierra llana.
Pero parece más lógico buscar la explicación en la profunda diversidad de interés, de ideario político y de
concepción del mundo que existía entre la próspera ciudad de Bilbao (cuya riqueza se había visto aumentada a
partir de 1778, al producirse la libertad de comercio con América) y unas pequeñas comunidades agrarias que
seguían ancladas en formas de vida que pertenecían al pasado y que podían encontrar una expresión adecuada
en el tradicionalismo carlista.
BILBAO EN EL SIGLO XIX
La ciudad, que ya había sido ocupada transitoriamente por los franceses en 1795, cayó en sus manos otra vez
en 1808 y no pudo ser liberada hasta 1813. Pero las guerras carlistas iban a afectarla mucho más seriamente.
Durante la primera, el pretendiente Carlos V trató a toda costa de apoderarse de ella para establecer su
capitalidad y hallarse así en situación de negociar un empréstito. El primer sitio se produjo en junio de 1835 y
terminó con la muerte de Zumalacárregui y la retirada de las fuerzas carlistas. Sin embargo, el fracaso no
sirvió de lección al pretendiente, que en octubre de 1836 volvió a intentar un segundo sitio de muy breve
duración, seguido por un tercero que se inició el 4 de noviembre del mismo año y terminó el 24 de diciembre
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con la resonante victoria de Espartero en Luchana, que significó un grave descalabro para la causa carlista.
También en la tercera guerra carlista se quiso intentar la conquista de la plaza; el cuarto sitio comenzó el 29 de
diciembre de 1873, al cerrar los carlistas el acceso por la ría y tratar de cortar el suministro de agua ala ciudad,
pero cuatro meses de asedio y de bombardeos no bastaron para doblegar a los bilbaínos que se vieron
definitivamente libres del cerco el 2 de mayo de 1874 con la llegada del Marqués de Duero.
Todos estos contratiempos no fueron bastante para impedir el progreso de Bilbao, pero es cierto, en cambio,
que el término de la tercera guerra carlista marcó el comienzo de una etapa de aceleración del crecimiento
económico de la ciudad, que vio concentrarse a su alrededor la parte más importante de la nueva siderurgia
española, financiada con los capitales obtenidos por la venta del mineral de hierro vizcaíno a Gran Bretaña.
Progreso económico y crecimiento urbano marcharon paralelamente: en 1876 se aprobó el proyecto de
Ensanche y la ciudad se dispuso a extenderse por la margen izquierda del Nervión. Una serie de anexiones
iniciadas a fines del siglo XIX y proseguidas hasta la actualidad (Abando, Begoña, Deusto) acabarían de
determinar su configuración actual y contribuirían al aumento de su población: de los 9.494 habitantes que
tenía en 1787 pasó a 17.293 en 1857, a 27.902 en 1870, a 83.306 en 1900 y sobrepasó los 200.000 después de
1940.
Por otra parte, si la derrota en la tercera guerra carlista había significado para el País Vasco la pérdida de sus
Fueros y su equiparación al resto de las provincias españolas, buena parte de las ventajas económicas se
salvaron al establecerse en 1878 el concierto económico entre el Gobierno Cánovas y las Diputaciones
Vascas, que ponía en manos de éstas el reparto interior de la tributación a cambio de que abonaran una cuota
fija a la Hacienda Central. Así las provincias concentradas se hallaban en excelente posición para evitar el
aumento de la presión tributaria, ya que les bastaba con oponerse al incremento de la cuota anual acordada.
CONCLUSIÓN
Me ha parecido un trabajo difícil debido a la escasez de información y material, pero creo que ha merecido la
pena la nueva sensación que he tenido al acudir con posterioridad a Bilbao y verlo de una manera muy distinta
a la que lo veía antes.
BIBLIOGRAFÍA
Enciclopedia Larousse. Ed. Planeta.
Enciclopedia Universal Ilustrada. Ed. Cantábrica.
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