03-29 Domingo Ordinario 10 – Año C I Rey.17.17-24 // Gal.1.11

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03-29 Domingo Ordinario 10 – Año C
I Rey.17.17-24 // Gal.1.11-19 // Lc.7.11-17
Un día en los años ’70 del siglo pasado, fui invitado a dar una conferencia de formación bíblica
para los catequistas de la parroquia de Hatillo. Al terminar la conferencia, me monté en mi pequeño
Volkswagen para regresar a Bayamón por el desvío, recién inaugurado, al sur de Arecibo. Era un día
lluvioso. En las montañas más al sur estaba relampagueando un poco, pero yo iba tranquilo y contento,
sin preocuparme. Tenía los cristales subidos por razón de la lluvia. - Pero ¿qué pasa? ¡De repente oigo el
ruido ensordecedor de un trueno como nunca había oído! ¡Al mismo momento el cristal al lado izquierdo de mi asiento de conductor, estalla en mil pedacitos que, lanzados con fuerza al interior, me cubren
todo y se esparcen por todo el vehículo! ¡El relámpago había caído sobre mi carrito, sin duda atraído por
el metal como ‘pararrayos’! ¡Al instante me di cuenta que estaba muerto, fulminado por el rayo! Y quizá
no lo vas a creer, pero mi primera reacción fue: “Ahora voy a ver qué hay más allá de la muerte: ¿cómo
será el paraíso?” Sentía una alegre curiosidad, - o mejor: un ansia esperanzada para, por fin, ver aquello
que siempre se nos había prometido. Desde luego, mi pie se deslizó del pedal de gas y mis manos se
aflojaron del volante: ¡yo totalmente pendiente de qué voy a ver ahora! Sólo la ruda sacudida que me
dio el carrito cuando se atascó en la cuneta, me despertó de mi estado de ‘embele-sado’. No te puedes
imaginar mi decepción al regresar al mundo de siempre. – Después descubrí que lo que había pasado
era: que en aquel lugar unos cables de alta tensión cruzan encima de la carretera y, probablemente, el
rayo cayó sobre esos cables, pero precisamente en el momento que yo pasaba por debajo de ellos, de
manera que el impacto del rayo cayó de manera sólo indirecta sobre mi carrito. –
Jesús Resucita a Otros, y “Se Resucita”
Quizá que esta experiencia me ayuda a imaginarme algo de lo que debe haber sentido el hijo de
la viuda de Naím. No sé si él, en el tiempo entre su muerte y el sepelio, tenía experiencias interiores, o
que la tuvo sólo en el momento cuando fue ‘despertado’ por Jesús en el féretro. Pero sin duda, al ‘despertar’, habrá sentido alivio y alegría por volver a su vida de antes. Pero yo, al ‘despertarme’, sentí cierto
desencanto, al verme defraudado en mi expectación de haber llegado a la meta. En los Evangelios encontramos tres casos de muertos, resucitados por Jesús. Además del joven
de Naím, tenemos la hija de Jairo (Lc.8.49-56), y lo de Lázaro (Jn.11.43-44). La razón por qué la liturgia
nos presenta hoy el caso de Naím, sin duda es: para proyectarlo como ‘promesa’ de la resurrección de
Jesús mismo que celebraremos en unas semanas, en Pascua. Pero hay dos diferencias muy importantes:
(1) en los tres casos señalados1 la persona resucitada vuelve a su vida de antes, con todos sus problemas, achaques, luchas y, sobre todo, al final ¡tendrá que volver a pasar por la experiencia de la muerte y
del sepulcro! mientras la resurrección de Jesús es su entrada en un estado de gozo divino, totalmente
por encima de lo que era su vida terrestre de antes. – (2) Pero sobre todo el caso de Lázaro ilustra la
diferencia esencial: en esos tres casos es que Jesús resucita a otra persona, no a sí mismo. Pero en Pascua Jesús regresa de la tumba, totalmente renovado y rebosante de vida, y esto por su propio poder
divino2: ¡se resucitó a sí mismo! Cuán ‘imposible’ sea esto lo ilustra el caso de Lázaro: que, por el poder
de Jesús, sale de la tumba, pero aún así no puede moverse por las ataduras de las vendas, que otros le
tienen que soltar (Jn.17.44). Pero Jesús se ‘desliza’ por su propia fuerza de entre las mortajas, y pliega
cuidadosamente el sudario que le cubría la cabeza (Jn.20.6-7): ¡todo por su propio poder! –
1
El hecho mismo de tener potestad de despertar a alguien de la muerte a la vida, es un poder exclusivamente
divino: “Ved ahora que Yo solo, Yo soy: junto a Mí no hay otro dios; Yo doy la muerte y Yo doy la vida, hiero Yo, y
Yo mismo sano: no hay quien libre de Mi mano” (Dt.32.39). Y en otro lugar: “El Señor es quien da muerte y vida, Él
hace bajar al sheol, y retornar” (I Sam.2.6). 2
Aunque casi todos los textos del N.T. dicen que Dios resucitó a Jesús, hay algunos que indican que Jesús, por su
propia fuerza divina, resucitó, p.ej. en I Tes.4.14 (que es el escrito más antiguo del N.T.), y Hch.10.41; 17.3, etc.
Todo por Motivo de Compasión
En los tres casos de ‘resucitación’ en los Evangelios, destaca como motivo principal de su acción,
la compasión que Jesús siente hasta físicamente, en las entrañas3, no tanto con el difunto mismo, sino
más bien con sus deudos. En el caso de la madre en Naím dice el texto: “Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y dijo: No llores” (v.13). En el caso de Jairo, cuando ve que “todos lloraban y se lamentaban,
él dijo: No lloréis, pues no ha muerto, está dormida” (Lc.8.52). Y en el caso de la hermana de Lázaro:
“Cuando Jesús la vio llorando, y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió en su
interior, se turbó, - y se echó a llorar”, y poco después “Jesús se conmovió de nuevo en su interior”
(Jn.11.33-38)4. – De hecho, la compasión es el motivo principal de toda su obra: “Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella: porque estaban prostrados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor”
(Mt.9.36). Para esto, Jesús hasta se hizo “impuro”: pues el texto dice explícitamente que “tocó” el
féretro del joven difunto (v.14) y, con esto, se hizo “impuro” él mismo (Nm.19.11). La Empatía de Dios Mismo
“Com-pasión” es una de las palabras más hermosas que tenemos: viene de ‘con-padecer’ junto
con otro. Significa compartir con el hermano sufrido su tristeza o dolor. Pero esto sólo es posible si existe un lazo real de compromiso y de amor con la otra persona: como si hubiera un ‘cordón umbilical’ entre el hermano que sufre y yo, y que por este cordón hubiera una comunicación de sangre, - es de sentímientos y de vida entre él y yo. Es la capacidad de sentir en carne propia lo que siente el otro, - es ser
capaz de ponerse en la situación emocional del otro: - con palabra moderna lo llamamos ‘empatía’.
Ahora, Dios mismo ha querido ‘sufrir’ esta experiencia humana. Desde luego, Él en sí mismo no
puede sufrir ni dolor ni tristeza. Pero cuando Él, en su Hijo, asumió la naturaleza humana y se encarnó,
se hizo ‘pasible’ en su propia Persona Divina. P.ej. cuando Cristo es flagelado, es Dios mismo que ‘siente’
y sufre esos golpes corporales: pues no es la espalda, sino la Persona la que experimenta el dolor, - igual
que nosotros: si me lastimo el pie contra una piedra, no es el pie el que sufre, sino yo como persona. –
La Vocación de Pablo desde Eterno (2ª Lect.)
Para cada uno de nosotros la Providencia de Dios tiene previsto desde eterno un camino o vocación especialísima y personal. Pero hay que esforzarse por descubrir esta vocación para, luego, poder
corresponder debidamente a ella. Así San Pablo, después de muchos errores, ahora sabe que Dios lo
“tiene separado desde el seno materno y llamado por su gracia” (v.15). Se sabe llamado al ministerio de
la Palabra, de la misma manera que fueron llamados los grandes profetas de antes: Isaías (49.1) y Jeremías (1.5). Se percató de esta vocación cuando, en el camino de Damasco, Dios “reveló en mí a su Hijo”:
una experiencia profunda y muy personal (vea Hch., 9): pues no dice “a mí” (como sería normal decir),
sino “en mí”: en el santuario íntimo de mi corazón. Así descubrió su vocación especial: “evangelizar” a
Cristo, no entre los Judíos, sino entre los Gentiles (v.16). Pero para que su predicación no desembocara
en una Iglesia paralela a la de los Apóstoles, tres años después subió a Jerusalén para “conocer a Pedro”
(v.18). Aquí Pablo es menos que ‘diáfano’: utiliza un verbo griego extremadamente raro (historèsai) que
puede significar ‘visitar’, pero también ‘consultar’ e ‘informar’. En 2.1-2 explica mejor la razón: “para saber si yo corría o había corrido en vano”, pone sus revelaciones y predicación bajo el juicio de la Iglesia
(vea I Cor.14.29-32). Pues por encima todo: “que todos sean uno en nosotros” (Jn.17.21): sin divisiones.
3
La palabra griega en los Evangelios por ‘compadecerse’ es ‘splanjnizomai’ , y ‘splanjna’ por entrañas, intestino.
Luego, es la contracción física del intestino por el golpe del sentimiento, como de un puñetazo al bajo vientre.
4
Por cierto, en el caso de Lázaro hay otro motivo más, muy característico del IV Evangelio: sirve para demostrar la
íntima conexión entre Jesús y su Padre celestial y, así, para probar su misión divina: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado; ya sabía que siempre me escuchas, pero digo esto por los que me rodean: para que crean que
tú me has enviado” (Jn.11.41-42). Además, en el IV este milagro presagia la próxima resurrección de Jesús mismo.
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