la homilía en los funerales

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MARCEL TISSIER
LA HOMILÍA EN LOS FUNERALES
L'homélie aux funérailles, La Maison-Dieu, 101 (1970) 119-126
Situación del tema
Cuando hablamos de homilía en los funerales, nos referimos a una predicación en
sentido pleno que, supuesto que está prevista aun en el caso de funerales sin misa, no se
dirige solamente a los miembros de una asamblea eucarística. La nueva problemática
trasciende la cuestión de la "oración fúnebre" y de la predicación de la muerte o
catequesis litúrgica con ocasión de los funerales.
Esta nueva manera de ver es fruto del concilio. En la instrucción Inter Oecumenici se
recomienda la homilía en los funerales y, según la línea de Gaudium et Spes, puede ésta
ser considerada como un signo de la voluntad de la Iglesia de estar presente entre los
hombres con ocasión del misterio de la muerte (GS 18) para ayudarles a darle un
sentido. El articularse con las lecturas escriturísticas de la liturgia es también una
característica de la homilía; y precisamente desde 1968 tenemos un leccionario para los
funerales, palabras de Dios sobre la muerte.
¿Cómo reaccionan los pastores?
Según los datos de nuestra diócesis, en las parroquias pequeñas la celebración de los
funerales incluye generalmente la homilía. No ocurre lo mismo en las ciudades. Parece
que allí el clero no tiene ni el tiempo ni la posibilidad de preparar y ofrecer esta
predicación. Y se añaden otras razones: muchas veces no se conoce suficientemente al
difunto y a su familia; las asambleas son, en realidad, poco numerosas o demasiado
poco receptivas. En consecuencia, en las parroquias de ciudad, aun cuando se celebre la
misa, la homilía sería más bien la excepción. Generalmente se hace una explicación
antes de las lecturas, con objeto de permitir a los oyentes una mejor inteligencia de la
Palabra que se va a leer. Finalmente, es muy raro que las mismas lecturas sean
escogidas junto con los familiares de los difuntos y pensando en todos los que estarán
presentes en los funerales.
El acontecimiento de la muerte y el acontecimiento pascual
La homilía que tiene lugar en los funerales debe surgir, ante todo, del encuentro de estos
dos acontecimientos. El acontecimiento de la muerte deberá ser reconocido y recibido
por los pastores con todo lo que lo individualiza y le da resonancia en un lugar
determinado y en medio de una comunidad, teniendo en cuenta la reacción de
solidaridad que pone en juego. En cuanto al acontecimiento pascual, se deberá
problamar no como un hecho situado únicamente en el pasado, sino como la realidad de
salvación que actúa hoy en la historia humana y, en particular, dentro del drama humano
de la muerte: el Señor resucitado no es solamente un Salvador que se ha retirado, sino
un Salvador que actúa ahora plenamente.
Sean cuales sean las lecturas escogidas, a partir de las diferentes situaciones humanas y
de la fe de las personas, es necesario siempre que la homilía proclame el carácter
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pascual de la muerte cristiana; que la presente como un misterio cristiano, como un
misterio bautismal (Rm 6, 3-5), como una comunión en la muerte y resurrección de
Cristo. Sin duda, no todas las asambleas están igualmente preparadas para escuchar este
mensaje en toda su potencia divina, pero parece que la homilía que excluyera
completamente este aspecto kerigmático fundamental, dejaría de lado lo esencial, pues
no manifestaría la presencia actual del Señor resucitado en el drama humano de la
muerte.
La esperanza cristiana ante el misterio de la muerte
Otro tema dominante es la esperanza cristiana. Se ha hecho notar que no sólo ella es
únicamente capaz de dar sentido pleno a la vida cristiana y al misterio de la muerte, sino
que debe también representar una teodicea, una visión cristiana de la escatología y de
los fines últimos digna de ser creída.
Sabemos que los hombres de nuestro tiempo, que viven profundamente la tensión entre
las llamadas del mundo y del porvenir y el sentimiento de la precaridad de la vida ("serpara-la- muerte"), tienen una necesidad particular de la luz que contiene este mensaje.
Por tanto, la homilía de los funerales deberá caracterizarse también por la preocupación
de enseñar. Y más aún actualmente en que, cuando se trata del misterio de la muerte, del
juicio y de la resurrección de los muertos, del cielo, del infierno o del purgatorio, tanto
los fieles practicantes como los otros tienen necesidad de una catequesis. Esta misma
necesidad lleva consigo dos recomendaciones importantes. Ante todo, el predicador
debe recordar que en los funerales la homilía no puede decirlo todo; que muchas veces,
por razones pastorales concretas a las que un pastor debe estar siempre atento, la
homilía no debe pretender decirlo todo. Y, en segundo lugar, el predicador recordará
que, en este momento, él no es un profesor de exégesis ni de teología, sino un pastor. Su
catequesis sobre la escatología y el fin último no deberá ser, por tanto, intelectual y
abstracto sino vital. En otros términos, deberá aportar una respuesta de vida que sea, al
mismo tiempo, una luz y una llamada para los oyentes. Finalmente, esta catequesis
deberá ser esencialmente luminosa, pues la escatología cristiana es un mensaje de
alegría: la suerte del mundo está echada desde la resurrección de Cristo. Cada uno de
nosotros, en la medida en que -conscientemente o no- existe como cristiano, es decir en
Cristo, se dirige al encuentro del cielo. Lo definitivo está obrando ya en todas las
realidades transitorias que pueblan el mundo. Ninguna búsqueda termina en el vacío:
"Nada podrá separarnos del amor de Cristo". Nada, salvo el rechazo de este amor
mismo. En un mundo así transfigurado, no hay ya mo tivo de desesperación ni de
pusilanimidad.
Un tono a la vez convencido y fraternal
El pastor que hace la homilía es, ante todo, un amigo que habla a amigos a los que
conoce y ama, con el fin de ayudarlos, iluminarlos, fortificarlos, "edificarlos" en la
Palabra de salvación que es Cristo. Para iluminar y fortalecer a sus hermanos, el
predicador deberá hablar con la humildad pero también con la confianza de la fe. De
cara al acontecimiento de la muerte, él es portador de un mensaje que se dirige a
hombres; pero, al responder a sus esperanzas más secretas, este mensaje los sobrepasa
infinitamente y se dirige directamente a su fe, como el Señor cuando dice a Marta:
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"¿Crees esto?". La palabra del predicador sea tanto más convincente cuanto más se
arraigue en lo que la fe tiene de más formal, es decir, en la confianza en la palabra de
Dios, en la adhesión y docilidad a esta palabra, en la certeza de su eficacia desplegada
ya en la persona de Cristo resucitado de entre los muertos.
Pero, como Cristo durante su vida terrestre, el pastor que hace la homilía en los
funerales, deberá mostrarse al mismo tiempo compasivo y fraternal (Hb 2, 17-18 y 5, 78). Es totalmente cierto que para encontrar la expresión exacta, el pastor tendría que
conocer la vida y la familia del difunto. Por otra parte, el conocimiento de la vida del
difunto, de su familia y de las necesidades de los oyentes, ayudará al predicador, sea o
no celebrante, a hacer de cualquier funeral una "celebración cristiana", a "suscitar" y a
"animar" una asamblea que, por razones de lugar, número y estado de ánimo, puede
parecer, a menudo, lejana y difícil.
Conclusión
Quedan tres preguntas que son, al mismo tiempo, sugerencias dirigidas a los pastores y
a los que pueden ayudarlos en el plano doctrinal y espiritual. En primer lugar, ya que en
la pastoral actual se habla mucho de prioridades de evangelización que se deben
descubrir y respetar, ¿no se puede pensar que la homilía de los funerales, predicación
total que surge del encuentro de los dos acontecimientos esenciales para los hombres - la
muerte y la pascua de Cristo-, sería precisamente una de estas prioridades? Para
responder a esta cuestión, los pastores no sólo deben conocer a su pueblo, sino también
hacer un esfuerzo de orden intelectual y doctrinal. Por una parte, la escatología es una
ciencia difícil y, por otra, las nuevas lecturas requieren reflexión y un mínimum de
competencia para poder descubrir toda su riqueza. Además, en el campo de los fines
últimos, el respetar la regla de lealtad respecto a la totalidad del mensaje es de una
importancia absoluta.
En segundo lugar, ¿cómo ayudar eficazmente a los pastores, en esta época en que la
teología de los fines últimos y la exégesis están en plena evolución, a abordar
pastoralmente los textos a partir de los cuales deben hacer la homilía?
Y, por último, supuesto que el predicador no es ni un profesor ni un exegeta, sino un
pastor, un testigo y un hermano semejante a sus hermanos en el dolor (Hb 2, 17), su
preparación no puede ser solamente intelectual. Hace fa lta "conocer" la Palabra en el
sentido joánico del término, lo que implica una comunión de amor por medio de lo que
hay de más profundo en nosotros. Pero ante esto existen dificultades especialmente
actuales. Por una parte, el tiempo de la lectio divina, de la oración que se nutre en la
meditación de la escritura, parece ir desapareciendo cada vez más de la vida de los
pastores, tanto en el plano personal como a nivel de equipo sacerdotal allí donde existe;
por otra, parece que también en el plano espiritual los pastores tienen necesidad de
ayuda para que lleguen a impregnarse de la fe en el misterio de la muerte cristiana, de
modo que los hombres puedan oír sus resonancias profundas en el ministerio de la
Palabra.
No hay que echar de menos la predicación mo ralizante de la muerte que, en otro tiempo,
se presentaba solamente como un medio para obtener buenos propósitos. Sin embargo,
tanto por nosotros como por nuestros hermanos los hombres, debemos aprender a vivir
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el misterio de la muerte cristiana como una pascua cotidiana: por medio de la caridad
fraterna y la renuncia de sí mismo, en el servicio de la Iglesia y del mundo, debemos
comprender el "muero cada día" de san Pablo. La homilía con ocasión de los funerales
es, ciertamente, un momento privilegiado para los pastores de cumplir su misión
profética en respuesta a la pregunta permanente de los hombres sobre el misterio de la
muerte y sobre la "otra vida", que será manifestada un día en la resurrección de los
muertos y en el mundo futuro.
Tradujo y extractó: HUGO FERNÁNDEZ
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