Caballeros y espejos

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Caballeros y espejos
Mara Hodler
Una de las películas que más veces vi a medida que iba creciendo fue El hombre de la mancha1.
Parecía que cada dos o tres meses algún padre, líder juvenil o profesor decidía que era hora de volverla
a ver. Yo no soy una gran aficionada a los musicales, sin embargo, tengo debilidad por esta película.
Es la historia de Alonso Quijano, un caballero un tanto chiflado que percibe la realidad de un modo
distinto a la mayoría; en su realidad alternativa se hace llamar Don Quijote. Él cree que tiene un
peligroso enemigo llamado el Encantador, quien busca derrotarlo. Don Quijote es asistido en sus
diversas y fantásticas expediciones por un regordete y pequeño escudero llamado Sancho Panza. Por
ejemplo, Don Quijote ve un molino de viento y piensa que es el Encantador transfigurado, así que
galopa hacia él para combatirlo. Don Quijote también tiene una manera asombrosa de ver lo bueno y la
belleza en los que lo rodean, y al parecer no hay nada que lo pueda desanimar.
Otro personaje importante de la historia es Aldonza Lorenzo. A los ojos de cualquiera, salvo Don
Quijote, ella era una mujer sin clase ni valor. Pero para Don Quijote ella era Dulcinea del Toboso, la más
hermosa de las doncellas. Él ve en ella belleza, dignidad, valor y fortaleza. El modo en que él la ve, con el
tiempo, termina cambiando el modo en que ella se ve a sí misma.
A lo largo de la película, Don Quijote se enfrenta a toda clase de retos, sorpresas y dificultades; sin
embargo, nada lo abate. Hay encuentros peligrosos y también momentos tristes. En una de las últimas
escenas de la película, Don Quijote se encuentra nuevamente con el Encantador. Esta vez el Encantador
trae un truco nuevo bajo la manga.
Viene contra Don Quijote como el Caballero de los Espejos con un pequeño ejército de caballeros,
cada uno portando un espejo. Al rodear a Don Quijote, apuntan sus espejos hacia él. «Mira en los
espejos», le gritan una y otra vez. Don Quijote no tiene adonde mirar sino a los espejos. Solo hacen falta
unos pocos momentos de mirarse al espejo para que Don Quijote colapse. Mirarse a sí mismo quebró su
espíritu al final.
¿Te has sentido así alguna vez? A mí me sucede. Puedo ser fuerte velando por otros, solucionando
problemas, conquistando a mis gigantes y en ocasiones encarando desafíos muy grandes. Cuando me
concentro en lo externo estoy bien, pero en el momento en que me fijo en mí misma, empiezo a perder
fuerza. Veo mis incapacidades, mis debilidades y fallos, y eso me derrota. Sé que no soy la única que ha
experimentado esto. Al Pedro de la Biblia le pasó lo mismo.
La historia en la que estoy pensando ocurrió una noche cuando a Pedro y a algunos de los otros
discípulos de Jesús los agarró una tormenta estando en una barca en el mar de Galilea2. Su bote estaba
siendo zarandeado cuando los discípulos vieron lo que según ellos era un fantasma caminando sobre las
aguas. Gritaron asustados, pero resultó que era Jesús que andaba sobre el agua.
—No teman. Soy Yo —les dijo Jesús.
Pedro siempre llevando las cosas un tanto al extremo, le dice:
—Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
Y Jesús le dijo:
—¡Ven!
Pedro desciende de la barca y se pone literalmente a andar sobre el agua. Camina de lo más bien
los primeros pasos en tanto mantiene la mirada en Jesús, pero en cuestión de unos momentos Pedro se
da cuenta que está caminando sobre el agua y entra en pánico. Comprende que lo que está haciendo
está completamente por encima del plano de sus capacidades y eso lo aterroriza. Aparta la vista de
Jesús, pierde esa mirada fija y empieza a hundirse.
En su angustia, clama:
—¡Señor, sálvame!
Por supuesto que Jesús se agacha y levanta a Pedro. Luego le dice a modo de regaño:
—¿Por qué dudaste?
Jesús y Pedro entran en la barca y el mar se calma.
Mientras Pedro tuvo la mirada puesta en Jesús, tuvo efectivamente el poder de andar sobre el
agua. Cuando se fijó en las olas y en su propia incapacidad, se empezó a hundir. Se dio cuenta de la
locura que era que él andara sobre el agua y se atemorizó. Lo hermoso del relato de Pedro es que Jesús
estaba allí para levantarlo.
Jesús promete que cuando somos débiles, Él es fuerte. Cuando nos sentimos incapaces, Él es capaz.
Mirarnos en el espejo puede ser nuestro fin, como sucedió con Don Quijote. Pero siempre tenemos la
opción de alzar la vista nuevamente. La opción de saber que Jesús siempre está presente para salvar
nuestras brechas.
Lo que hay que recordar es que es una decisión que tomamos. La decisión de aceptar la gracia,
perdón, fortaleza, misericordia o lo que sea que nos haga falta. La ayuda siempre estará presente tan
pronto como estemos dispuestos a recibirla. A menudo queremos sentirnos completos o capaces por
nuestra cuenta, pero sucede que muchos nos sentimos profundamente inseguros con respecto a
nuestras capacidades. Cuando nos ponemos a pensar en todo lo que no somos o en todo lo que nos
queda grande, podemos sentirnos bastante derrotados.
He aprendido que cuando me siento de esa manera, necesito tranquilizarme de inmediato y pedirle
a Jesús Su fortaleza. Viene cada vez que la pido. No siempre mediante una gran ráfaga de poder, sino
que obtengo la fortaleza que me hace falta para cada momento y con frecuencia momento a momento.
Don Quijote fue derrotado al mirar en su propio reflejo. Pedro comenzó a hundirse cuando se puso
a mirar las olas. Yo me hundo cada vez que me encierro demasiado en mí misma o cada vez que quiero
salir adelante sin pedirle ayuda a Jesús. Sin embargo, he aprendido que puedo evitar ese desagradable
colapso simplemente pidiendo. He aprendido que no estoy sola, que nada depende de mí y de mis
capacidades. ¡Y doy gracias a Dios por eso!
Notas a pie de página
1Dale Wasserman, Produzioni Europee Associates, 1972
2Ver Mateo 14:22-34
© La Familia Internacional, 2015
Categorías: poner los ojos en Jesús, confiar en Dios, dependencia
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