Diciembre 2009 - José Lupiáñez

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EL FARO
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Diciembre 2009
DICIEMBRE 2009
PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 10
José López Rueda: Poética de la errancia
JOSÉ
LUPIÁÑEZ
Es poco conocida en España la obra
de los que se marcharon para regresar
más tarde, o no regresar nunca. La de
esos hijos y hermanos viajeros que se
fueron a otros países y a otros continentes para enriquecer con sus visiones y experiencias el patrimonio común
de nuestra lengua y de nuestra cultura.
Me refiero a esa otra España peregrina
que nos ha representado y sigue haciéndolo, fuera de nuestras fronteras, en el
rincón a veces más remoto e insospechado; a esos otros aventureros que han
sabido añadir su aventura a la herencia
de todos, al patrimonio nuestro, allí
donde el destino llevó a cada cual. Y
sin embargo, hasta hace bien poco, no
se ha empezado a tener cumplida noticia de esa vertiente real de nuestra literatura, tan valiosa, tan imprescindible;
de ese capítulo casi secreto de nuestra
música, de nuestro cine o de nuestras
artes. Todos ellos, todos estos creadores, desde su oficio han sido, quizás, los
que más entrañaran la patria lejana y
contradictoria, los que con más convicción han abordado el tema de España,
desde la nostalgia, desde la distancia,
que no lo es nunca para ellos y para ellas,
en los asuntos del corazón y de la conciencia.
José López Rueda pertenece a esa estirpe de intelectuales de los que hablo: la
estirpe de aquellos que han trotado el
mundo y han refrescado nuestro imaginario con sus nuevos paisajes. Nacido en
Madrid en 1928, López Rueda ha sido
profesor, en lugares tan distintos y distantes como Ecuador, Venezuela, Taiwán
o Estados Unidos, y en todos ellos se ha
respetado y reconocido su labor docente. Pero me atrevería a decir que, a pesar
de la importancia de la vocación universitaria en su vida, ante todo López Rueda es esencialmente un humanista, a la
par que un viajero y, sobre todo, un poeta que concilia eficazmente tradición y
modernidad, en su poesía épica y
evocadora, nostálgica e imaginativa,
existencial y metafísica, exótica o doméstica… Doctor en Filosofía y Letras y experto en estudios clásicos, ha venido alternando su trabajo universitario (clases,
EL POETA
JOSÉ
LÓPEZ
RUEDA
ensayos de investigación, cursos, conferencias, etc.) con su entrega a la escritura; una dedicación que a mí me parece
incontaminada, verdadera, ajena a las
editoriales y corrientes de moda. La suya
ha sido, como reza el título de uno de
sus últimos libros, una pasión más íntima, un Fervor secreto. Fruto de toda esta
labor son sus ensayos: Helenistas españoles
del siglo XVI (Madrid, 1973), Rómulo Gallegos y España (Caracas, 1986) o González
de Salas, humanista barroco y editor de Quevedo,
(Madrid, 2003); sus siete libros de poemas publicados, desde Soledad y memoria
(Cuenca, Ecuador, 1958) hasta los más
recientes Cuaderno de Tamkang (Madrid,
1996) o el citado Fervor secreto (Madrid,
2002); tres novelas editadas en América:
Aldea, 1936, La flecha intempestiva e Hipoteca viviente y cinco títulos más, inéditos
por el momento.
Enrique Viloria Vera, profesor de la
Universidad Metropolitana de Caracas, ha
llevado a cabo una oportuna edición de
la obra del poeta, con motivo de su
ochenta aniversario, titulada Poética de la
errancia, en la que se incluyen textos diversos y jugosos, que nos permiten el
acercamiento al hombre y al creador, tales como la amena evocación de Medardo
Fraile, la presentación de Cristian Álvarez o el epílogo de Joaquín Marta Sosa,
aparte de una breve poética del propio
autor y otras notas bibliográficas; textos,
digo, de quienes lo conocen de cerca y
han frecuentado su amistad, que abrazan
y acompañan la amplia y literaria introducción de Enrique Viloria. En ella se nos
ofrece un singular recorrido, jalonado por
numerosas citas puntuales de versos del
poeta, a lo largo de siete etapas bien diferenciadas: desde la errancia americana
a la asiática, la íntima o la metafísica, que
le llevan (viaje interior y exterior) por distintos continentes, hasta su regreso a
Madrid, para instalarse definitivamente
con los suyos. Se trata, como vemos, de
una suerte de itinerario lírico, que se va
demorando en los diferentes periodos de
la biografía y de la obra de José López
Rueda, a la par que comenta sus temas
preferentes: el exilio, el paisaje, la memoria, el viaje, el amor, Dios, la cultura, la
familia etc., pero siempre con sus versos
de fondo, como referencia. Tras la introducción, la antología esencial, Antología
mínima, de casi medio centenar de composiciones de sus distintos libros y estilos diferentes, que nos vale muy bien de
primera aproximación a su poética.
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Cultura/Poesía
Perteneciente a la generación del 50 o
del 60, como la han rebautizado algunos de sus miembros, su obra no estaría muy lejos de la de Miguel Fernández (que, por ejemplo, también publicó su primer poemario, Credo de libertad, en 1958), Ángel García López,
Diego Jesús Jiménez, recientemente
desaparecido, Rafael Soto Vergés o Jesús Hilario Tundidor, por citar algunos
de sus nombres. Guarda en común con
la de ellos ese fuerte componente
existencial de sus inicios y, en general,
el recuerdo de la guerra civil, su compromiso con el lenguaje, el entronque
culturalista, que en su caso es de corte
más clásico, y cierta dimensión metafísica que tiende al simbolismo y explora
a veces lo visionario, si bien en López
Rueda además se añade un elemento
cosmopolita que amplía el horizonte y
alegra de países diversos los títulos de
sus poemas. Destaca de manera especial la aventura americana, que será la
aventura de su vida a lo largo de treinta
años, una experiencia que tiene forzosamente que materializarse en su escritura, como así ocurre, no sólo en lo que
hace a los temas, sino también a los
nuevos ritmos de sus versos o a sus poderosas metáforas referidas a la naturaleza o a sus cantos, entreverados de
tristezas, a pueblos y civilizaciones,
como en "Los hijos del sol":
ARRIBA IZQUIERDA: JOSÉ LÓPEZ RUEDA EN EL PARTENÓN. ABAJO: PORTADA DE POÉTICA DE LA ERRANCIA, ANTOLOGÍA RECIENTE DE SU OBRA EN EDICIÓN DE ENRIQUE
VILORIA. A LA DERECHA EL ESCRITOR Y SU ESPOSA CON ATUENDO DE BODA CHINA
EN TAIPEI
Donde esconden los cóndores sus nidos
y tiene el Absoluto firmamento
su palacio de cumbres y de viento,
donde canta el silencio en los oídos
allí cuidan los indios esparcidos,
el maíz que en su verde crecimiento
cincela ya, meticuloso y lento,
su oro pálido en oros sonreídos;
allí viven hablando escasamente
los vástagos del sol americano
que en los entierros beben aguardiente
y adoran con espíritu pagano
imágenes de un Cristo penitente
que nada tiene casi de cristiano.
Pero todo ello no impide que desaparezca la raíz profundamente hispánica
que me recuerda a Machado y a veces
al Machado más modernista. Probablemente en algo haya contribuido el que
en América se mantenga más vivo el
magisterio de Rubén y este siga produciendo una fascinación natural a los
poetas: "siento la seda suave de la brisa
rizando/en las atardecidas serenas del
verano/ el nenúfar inmenso y azul de
EL POETA Y SU ESPOSA, CON UNA ESTUDIANTE, EN LA OHIO STATE UNIVERSITY
(COLUMBUS)
la bahía/ que al oeste se pone morado
de nostalgia"… He disfrutado, en fin,
con estos poemas de López Rueda,
poemas de ausencia y de exilio, de palabra precisa y hondo calado, porque en
ellos la evocación da paso a la reflexión,
con frecuencia desesperanzada y amarga, y profundamente llena de nostalgia,
en medio de esa búsqueda de lo permanente. Aunque a decir verdad, de ese
pesimismo y de aquellos desgarros anteriores, se ha ido alejando últimamente el poeta, a través del humor y de una
escritura de lo familiar, que se ovilla en
el círculo de los afectos más próximos,
al modo unamuniano, y nos abre de par
en par su círculo de parientes y amigos.
Con todo yo prefiero al escritor de largo aliento, bíblico de melancolías en sus
inicios, épico y visionario, poco después,
y siempre viajero curioso, promiscuo y
rebelde, modernista y crítico, raro y exótico, que retiene el misterio fácilmente
en sus alejandrinos o sus endecasílabos
y que nos seduce con fulgurantes estampas andinas o misteriosas escenas
orientales, quizá porque en esa dimensión de su obra nos convence más, con
sus soliloquios salpicados de dudas y
de extrañamientos, de evocaciones de
la España lejana, de su historia, de sus
personajes, de su leyenda viva, vista
como paisaje cotidiano que entristece
y alumbra.
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Cultura/Narrativa
EL ESCRITOR
JOSÉ VICENTE
PASCUAL, QUE
FIRMA COMO
JOSÉ FERRER
SU ÚLTIMA
NOVELA HOMERO
Y LOS REINOS
DEL MAR,
PUBLICADA
RECIENTEMENTE
POR LA EDITORIAL
VIA MAGNA DE
BARCELONA
Lejos de Ítaca
ANTONIO
ENRIQUE
En el centro de mira de la presente
Homero y los reinos del mar (Vía Magna, Barcelona, 2009) está la devastación de Troya;
es su hipocentro, su estructura invisible:
Troya como uno de los referentes máximos de la civilización occidental. En una
isla cercana a Ítaca, el cataclismo que supuso aquella devastación se hace sentir
en la población y su templo dedicado a la
diosa madre Hestia, mediante el detonante
de la llegada de un náufrago. Tras la destrucción de la isla a manos de los pueblos
errantes en el mar, condenados a la depredación y extorsión, un escriba Adhnes
y una sacerdotisa Zora inician la ruta
argumental de esta extensa cuanto recia
novela, siempre bajo la piadosa mirada de
un Homero cercano y coloquial que actúa como impulsor de la leyenda que él
mismo creara casi quinientos años después de los acontecimientos. Tesis fundamental de la presente novela es la vinculación que se ofrece entre la cultura
micénica y el reino de Tartessos, a donde
conducen los desvaríos de la fortuna encarnados en los citados personajes, tras
un periplo ciertamente espectacular, muy
próximo en su técnica a las novelas
bizantinas, pródigas en movimiento
escénico y episodios insólitos. Es por lo
que José Ferrer, su autor (heterónimo de
José Vicente Pascual), ha debido conjuntar muy diferentes recursos para su artificio, recreación extraordinaria de los mundos remotos, la Antigüedad mítica, un
territorio en el que se siente firme, tras la
experiencia de novelas precedentes como
La diosa de barro (2006) o Deo Óptimo Máximo (2007). Pero, ante todo, territorio de
su predilección.
Fue, la devastación de Troya, el fin de
un mundo; un cataclismo que arrastró tras
sí una concepción cosmológica conocida
como Edad de Oro. Homero mismo la
evocó diciendo que por entonces los dioses convivían con los humanos. Tal vez
por ello, y en consonancia con un mundo
actual que se precipita hacia la incertidumbre, sea que han proliferado las novelas
sobre Troya recientemente: contabilizo,
casi al azar, El ciego de Quíos (1996) de Antonio Prieto, o Morir en Troya (2003) de
Ángela Reyes, y fuera de nuestra fronteras, La canción de Troya (1998) de Colleen
McCullough y Troya (2002) de Gisbert
Haefs. No se parecen, claro está, a la que
nos ocupa, entre otras razones porque
ninguna de las mencionadas se asienta en
el misterio de Tartessos, que al fin y a la
postre es la razón de ser de Homero y los
reinos del mar. José Ferrer, en este caso,
no se limita a contar, a narrar una historia
de naufragios y destrucciones, asedios y
violencia sobre cuyos fuegos y rescoldos
se asienta la pasión humana de dos seres
perseguidos por el destino adverso,
Adhnes y Zora. Hay un trasfondo, sin el
cual la lectura de esta novela fuera prescindible, de no tratarse de lectores
privativamente interesados por el tema.
Ello es la reflexión sobre la cultura que
renació de las cenizas de Troya siglos más
tarde, la única cultura, la griega, cuyos orígenes sagrados no se fundamentan en el
hecho religioso, y consiguientemente en
la revelación divina, sino en la fabulación
de un mundo paralelo al humano. Cabe
adscribir a esta creencia la reconstrucción
de la cultura cretense, tan ligada a la
tartésica, y la consideración del carácter
efímero de todo gran imperio, su transitoriedad y declive. El autor no se deja seducir, no obstante, por la leyenda:
Tartessos es un dominio para cuya supervivencia se incurre en la injusticia y
opresión. El poder, sobre el que implícitamente se medita a lo largo de estas quinientas páginas, implica siempre el mismo estrago para los mortales que ansían
su libertad y dignidad personales.
Mantener la cohesión de tan extenso
raudal narrativo muestra la maestría alcanzada por José Vicente Pascual (Madrid, 1956). Es una prosa tranquila, sin
sobresaltos ni efectos gratuitos. Graduando siempre, avanzando no sólo en proporción, sino en profundidad de ideas y
sensaciones: avanzando en formación, si
hubiésemos de apelar al lenguaje castrense.
La novela se ilumina, cobra matices vigorosos en Tartessos, tanto por las circunstancias novedosas a las que nos somete, como por la aparición de personajes muy bien fraguados, tal el mercenario
Galgano, que encabeza toda una galería
de sugestivos secundarios. Y novela de
mar, finalmente. Como su correlación con
la Odisea pide lo que comenzara en son
de Ilíada. Un mar donde nació la cultura,
tal como la seguimos entendiendo
milenios más tarde. El mundo, entonces,
era virgen, y la imaginación norma de vida.
Hesperia -al confín del Mediterráneo en
el extremo opuesto a Micenas y Troyados territorios enfrentados, sur y norte.
Como siempre ha sido. Un desenlace simbólico deja la novela abierta a nuevas incursiones del autor en la misma época y
territorio
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Cultura/Poesía
PENÉLOPE Y SUS
PRETENDIENTES,
ÓLEO DE
WATERHOUSE.
EROTISMO Y
ÉPICA
CONFLUYEN
EN LOS
TEXTOS,
ASOCIADOS
POR UN
SIMBOLISMO
QUE SE
SIRVE DE
UNIVERSALES
PARA
EXPRESAR
LA PROPIA
SUBJETIVIDAD
DE LA AUTORA
En la piel de Penélope
MAURICIO
GIL CANO
Julia Bellido Bello (Jerez de la Frontera, 1969) se
pone en la piel de Penélope y le dice a Ulises que la
hizo arder "entre los pétalos heridos de tus manos". Vierte la historia de un amor apasionado
reducido al olvido en textos turbulentamente sensuales donde relata las sensaciones de un alma aferrada al asombro de su deseo. Versos que describen el ascenso de esa pasión que estallará en ruptura: "Tu nombre se ha quebrado en mis labios".
Poemas que, con frescura indócil, se dirían escritos desde el corazón directamente, en los que
prioriza la autenticidad de su sentida belleza sobre
otras consideraciones de estilo. Ricos de imágenes, su oleaje rítmico va dándonos las claves de
una particular génesis juliana: "Mi boca se llena de
sal/ esa sal inacabable y prodigiosa/ que rompe
de luz los duros esteros/ y estalla en palabras y
versos/ blancos, anaranjados, de ámbar y sin color/ y se clavan como dardos diminutos/ en las
yemas vírgenes de mis dedos".
Los personajes de Homero son arquetipos que
nunca han caído en desuso, aún menos desde que
James Joyce transformara, con su Ulises, la concepción de la novela. En La decisión de Penélope, título distinguido con el XI Premio de Poesía Victoria Kent y publicado en la colección homónima
de cuadernos al cuidado de Paloma Fernández
Gomá, Penélope y Ulises discurren por un ámbito
que tiene mucho de edénico, tal si fueran la primera mujer y el primer hombre. Curiosamente, la cita
que encabeza el poemario no está sacada de ningún pasaje de la Odisea, sino del bíblico Cantar de
los Cantares. Erotismo y épica confluyen en los textos, asociados por un simbolismo que se sirve de
universales para expresar la propia subjetividad de
la autora. Abundan las alusiones a la naturaleza y,
sobre todo, relacionadas con el mar. Las metáforas
y los ritmos propagan un efectismo sinestésico, traspasado por cierto neorromanticismo vibrante que
delata la culpabilidad de Ulises: "donde has huido
siempre y a escondidas/ soslayando oblicuamente
tu pecado". La conclusión es drástica: "un día fuiste arcángel./ Ahora ya no existes".
"Desde la libertad escribo versos", dice Julia Bellido en éste su primer poemario publicado, breve
aunque de lírica intensidad. Una libertad seducida "y su luz se precipita profusa sobre tu sexo descubierto"-, pero reafirmada: "mis versos se levantan
en cenizas". La libertad del amor, pero también la
libertad del olvido. La libertad de escribir y aun la
de transgredir: "y hago de tu risa mi desorden/ mi
caos y mi pecado". Veinticuatro poemas, veinticuatro capítulos que transcurren con exultantes
crescendos hasta su desasosegado final y que muestran la delicada sensibilidad de una poeta con recursos y una gran capacidad comunicativa.
Julia Bellido Bello había publicado antes una biografía novelada sobre Pablo de Tarso (1995) y otra sobre Juan Grande (1996), además de dos libros en italiano: La grandezza di farsi piccolo e Il santo peccatore, ambos
editados por Città Nuova Editrice en 1996. Con La
decisión de Penélope, Bellido novela en verso su deambular por las afueras de sí misma en busca de su "amado
navegante". Cada poema es la secuencia de un dramático monólogo dirigido a Ulises, a quien contempla
como "faro poderoso" y herida que desangra. El conjunto constituye la primera entrega poética de una escritora con probadas posibilidades en el género.
LA ESCRITORA
JEREZANA JULIA
BELLIDO BELLO,
AUTORA DE
LA DECISIÓN
DE PENÉLOPE,
GALARDONADO CON
EL XI PREMIO DE
POESÍA VICTORIA
KENT.
POEMAS ESCRITOS
DESDE EL CORAZÓN
EN LOS QUE
PRIORIZA LA
AUTENTICIDAD DE SU
SENTIDA BELLEZA
SOBRE OTRAS
CONSIDERACIONES
DE ESTILO
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Cultura/Clásicos
Los Avisos
de Pellicer
FERNANDO
DE VILLENA
Hay libros que guardan como, un frasco o un lenzuelo, todo el aroma de una
época. Pero, contra lo que pudiera pensarse, no suelen ser los libros más sonados ni siquiera los mejor escritos de ese
periodo. El Quijote, por ejemplo, trasciende su propio tiempo y El Buscón es ante
todo un alarde impresionante de estilo,
pero para buscar lo que fueron nuestros
Siglos de Oro nada mejor que esos títulos de segunda fila pergeñados a menudo sin demasiadas pretensiones literarias,
con el deseo, ante todo, de informar o
entretener. Pienso en misceláneas como
la de Zapata, en las cartas de jesuitas que
recogió la editorial Espasa -Calpe, en las
crónicas de la conquista de América, en
algunas novelas picarescas de índole verdaderamente autobiográfica como es el
caso del Estebanillo González y en las autobiografías de soldados de fortuna como
las del capitán Contreras, la de Miguel de
Castro o la genial Memoria del desengaño de
sí mismo de Diego Duque de Estrada y,
sobre todo en los libros de anales y avisos, precursores de la futura prensa, como
los de Henríquez de Jorquera, Liñan y
Verdugo o José Pellicer.
Hoy hablaré de los Avisos históricos de
este último. Nacido en 1602, Jose Pellicer
Ossau de Salas y Tobar fue un prolífico
escritor zaragozano instalado en la corte
que llegó a escribir más de 200 títulos de
diversa índole. Conocido en las historias
literarias por sus comentarios a las obras
de Góngora, cronista real (cargo que le
disputaron, pero del que se sentía particularmente orgulloso), autor de falsos
cronicones y experto en genealogías, se
ganaba la vida redactando ejecutorias en
el tenebroso Madrid de los últimos
Austrias hasta que le alcanzó la muerte
en 1679.
Los Avisos históricos recogen noticias
y sucesos ocurridos en España en el sobrecogedor periodo histórico que va desde mayo de 1639 hasta noviembre de
1644. Son un fiel espejo de la negritud y
el caos al que había llegado nuestra nación con hostigamientos por doquier y
con amenazas de verse desmembrada por
diversos puntos: la rebelión y guerra de
Cataluña apoyada por Francia, las reiteradas derrotas en Flandes, la revuelta andaluza del duque de Medinasidonia, la
guerra de la independencia de Portugal y
sus territorios ultramarinos (Brasil,
Angola, Indias Orientales), las batallas en
Italia, el constante asalto de los holandeses a los galeones que traían a la metró-
JOSÉ PELLICER OSSAU DE SALAS Y TOBAR
polis la plata de los virreinatos americanos, y los piratas berberiscos en las costas del litoral mediterráneo. Y, en medio
de tanta tribulación, un monarca y su corte que viven completamente ajenos a todo
el horror que los rodea, dedicados por
entero al disfrute de las comedias con
costosísimas escenografías o tramoyas de
Cosme Lotti, a las naumaquias fingidas
en el estanque del Buen Retiro, a las fiestas de toros, a los autos de fe con relajamiento al brazo secular, a las procesiones solemnísimas y a las traídas y llevadas reliquias de san Isidro y otros santos
como solución única para tantos desastres.
Y, en medio de ese panorama de angustia y superstición, un sinfín de noticias o avisos particulares que nos revelan
la difícil vida cotidiana de aquellos momentos: que si se ordena prender a todos los gitanos de España para que sirvan en galeras; que si era encarcelado don
Francisco de Quevedo; que si se ajusticiaban a hombres y muchachos por realizar el "pecado nefando"; que si unas
monjas inglesas azotaron a un Niño Jesús y la imagen sangró milagrosamente;
que si en los corrales de comedias se soltaban ratones y se tiraban huevos; que si
una dama ponía carteles de desafío a otra;
que si en Cataluña "trillaron en aceite" a
algunos soldados; que si no debieran
enviarse a Roma los libros de Plomo del
Sacromonte granadino; que si un hortelano vio un demonio que lo sacó de la
cama; que si aparecieron en el cielo globos de fuego anunciando calamidades;
que si había desaparecido un niño de sesenta años; que si se vendían, sin pruebas de nobleza, los hábitos de caballeros
par aliviar las penurias económicas de la
Monarquía; que si una monja era raptada
del convento; que si a una comediante la
condenan a emparedamiento; que si un
hombre desenterraba cadáveres y luego
los daba cocidos en ollas a los soldados;
que si hubo una rebelión de galeotes; que
si un aposentador de palacio asesinó a su
esposa por celos de un enano del rey; que
si una mozuela, por colaborar con unos
ladrones, recibió 200 azotes y "después
le cortaron las orejas y la tuvieron todo
el día colgada de los cabellos a vista del
pueblo, y del castigo quedó tal que murió dentro de dos días"; que si la esposa
de Alonso Cano aparece asesinada; que
si un loco se finge hijo del infante don
Carlos, y otros muchísimos acontecimientos que podrían inspirar numerosas novelas históricas.
Aparecen en la obra personajes históricos de gran relevancia como Velázquez,
Vélez de Guevara, Ruiz de Alarcón o los
mencionados Francisco de Quevedo y
Alonso Cano.
El mismo cronista se queja a veces, no
sin cautela, de la despreocupación de la
corte, y así, en los avisos de junio de 1641,
comentando los festejos, nos dice:
"…hubo tanto concurso de gente, hermosura y gala, que parecía que en ninguna parte de España había inquietud ni
movimiento de guerra, según los trajes,
así en damas como en caballeros".
Al final, el lector queda con la impresión de haberse asomado por un ventanal a uno de esos momentos terribles que
jalonan la Historia de España y no puede menos de concluir que nuestro destino a través de los siglos ha sido el de padecer nefastos gobernantes. Bástenos recordar al anónimo poeta del Canto de Mío
Cid cuando exclama: "¡Oh Dios, y que
buen vasallo si tuviese un buen señor!".
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Diciembre 2009
Cultura/Narrativa
Barcos perdidos en nochevieja
(Suicidarse o tomar una cerveza)
ANTONIO
COSTA
GÓMEZ
Camus dijo que el único problema que
merece tratar la filosofía es el suicidio. Si
merece la pena vivir o no. También lo ha
tratado la literatura. Nick Hornby lo trae
como reflexión de Nochevieja. A Hornby le
interesa la gente de la calle y la cultura pop,
como ocurría en Alta fidelidad. Conoce la
alta literatura pero marca sus distancias con
ella, y sobre todo con la pedantería libresca.
Lo que él quiere es llegar a su gente y
emocionarla, no piensa en las academias ni
en la posteridad. Es el cometido que ha tenido la literatura oral durante siglos y lo más
eficaz de la literatura escrita. La literatura
como comunicación, resumamos.
En esta novela (En picado, Anagrama,
Barcelona, 2009) cuatro personajes deciden
tirarse de una torre de Londres el día de
Nochevieja, y coinciden allí, y acaban por
no tirarse. Se ponen a hablar y se dan distintos plazos, no saben muy bien para qué,
y se encuentran a menudo, y quieren hablar
de ello, no saben bien cómo. Los cuatro
personajes, que también son los cuatro narradores, le ofrecen a Hornby cuatro perspectivas acerca del problema: la del creyente problemático, la de la adolescente perdida, la del músico y lector de literatura, y la
del comunicador televisivo referente de masas.
Y cuatro tipos de infelicidad: la de la mujer
que tiene un hijo vegetal y casi no puede
vivir, la de la muchacha a la que le desapareció su hermana, la del músico que no ha
triunfado, y la del periodista que comete
delitos y ha ido a la cárcel.
Como se comprenderá, el lenguaje es totalmente oral y más o menos adecuado al
carácter de cada personaje. Pero lo que parece al principio superficial y pura bufonada
acaba mostrando un toque melancólico y
emotivo, los personajes van cobrando densidad humana, y tras el aparente desparpajo
aparece más o menos la metafísica. Porque
al final, como dice Sábato, toda obra genuina es metafísica. Todos intentan de manera
torpe encontrar algún motivo para vivir. Son
seres patéticos, a menudo ridículos, pero poco
a poco nos van cautivando. Más o menos, por
detrás de las gotas de espuma y la palabrería
acaba perfilándose un dibujo. Uno piensa incluso en Don Quijote, un tipo risible, un perdedor, un inadaptado a la sociedad que en el
fondo nos emociona de verdad.
Parece a menudo que lo moderno es el
miedo a hablar de sentimientos, a expresar
emociones. Yo pensaba que una novela sobre este asunto podría tener un toque poético, emocionado. Pero resulta que al final,
a través de las mil ironías y burlas, del tono
de escepticismo y patochada, acabamos emocionados. Sí, al fin y al cabo estos tipos son
algo, nos decimos. Incluso el despotricar sin
ton ni son de Jess la adolescente acaba mostrando una sensibilidad y un desgarramien-
PORTADA DE
EN PICADO,
UNA DE LAS
ÚLTIMAS
NOVELAS
DE NICK
HORNBY,
RECIENTEMENTE
REEDITADA
POR
ANAGRAMA
EN SU
COLECCIÓN
COMPACTOS
to. Un personaje confuso, desorientado, una
muchacha que no sabe qué hacer, y llora sin
saber cómo hacerlo. Todos encuentran más
o menos algo: el músico amigos que de algún modo le quieren, la mujer creyente (a la
que su fe no parece ayudar mucho) un trabajo y unas ocupaciones que la hacen vivir,
el periodista una actividad que le hace respetarse a sí mismo, ayudar a un niño, y Jess
el suponer que su hermana se ha ido porque ha querido y ella no tiene la culpa. Pero
no saben muy bien qué. Y en el fondo es
como decía Sábato: la vida debe de tener un
sentido, aunque no lo conozcamos, porque
si no todo el mundo se suicidaría. Algo
parecido a lo que decía Camus: la vida hay
que vivirla precisamente por ser absurda.
Pero Hornby lo dice a su modo: no querían matarse porque odiaran la vida, sino
porque la amaban demasiado. Los habían
apartado de ella y no podían soportarlo. De
modo que da un mensaje de esperanza para
Nochevieja. A pesar de todo estamos aquí.
No se trata de idilios ni de desgarramientos
de canción rock. Hornby quiere hablar a la
gente pop, esa que a menudo rechazan los
pedantes. Como digo, con eso vuelve la función más originaria de la literatura, que no
se hizo para los críticos ni para las tesis
doctorales. Pero alguien podría pensar que
eso lo condena a la medianía y a lo políticamente correcto. Sin embargo la novela
expresa con bastante fuerza la desazón de
una época y los personajes patalean con
indudable convicción sus problemas. Digamos que están vivos.
Además hay una serie de personajes que
son verdaderos hallazgos. Por ejemplo, el
joven al que conoce Jess que dice que no
tiene nombre porque los nombres encierran
a las personas y les impiden ser lo que quieran. Un personaje así daría él solo para una
gran novela. O el vagabundo que interviene
en la pelea entre J.J. y su amigo y que sabe
bastante de la historia del cine. O el ángel
que Jess dice a los periódicos que han visto
en la torre, y a todo el mundo le parece
penoso, y Jess ni siquiera sabe que es una
metáfora, pero en el fondo de algún modo
sí lo han visto. Todo es mentira y las mentiras son verdad, diría Pessoa.
Y luego un montón de símbolos afortunados. Empezando por el que nos acerca de
nuevo a Sábato: un personaje se siente como
si estuviera en un túnel que se fuera llenando de agua y no tuviera escapatoria. Se trata
de saber si la encontrará. Pero luego se habla
de las personas como barcos destartalados
que no saben mantenerse a flote. Ya no es
el barco ebrio de Rimbaud ni el barco pirata
de Espronceda. Y más tarde Maureen nos
dice que a la madre de Jess se le ha muerto
la cara y eso es el preludio a que se muera
el resto de su persona. Y se plantean conceptos de teología cristiana en términos de
mercado o de la cultura pop. Y en otro momento se nos habla de la ruta de van Gogh.
Es decir, la que conduce al suicidio. O de
marcharse de la vida como quien se marcha
a otro país. La actividad imaginativa resulta
muy ocurrente para expresar las inquietudes
de los personajes. Y para expresar sus distintos matices.
Tal vez lo más patético de la obra sea esa
fiesta que organiza la adolescente Jess en un
pub para que los cuatro suicidas se encuentren con sus familiares y amigos. Todo el
mundo a cometer torpezas, y la mayor la
hace la propia Jess que se marcha. Y precisamente por eso emociona tanto esa escena. Todos están metidos en la angustia y la
desfachatez. Toda esa fiesta parece absurda.
Pero de algún modo desmadejado todos acaban aprendiendo algo, acaban obteniendo
algo. Aunque sea precario.
Lo más convincente, paradójicamente, tal
vez sea lo que dice J.J. en determinado momento: no habíamos resuelto nada, pero me
apetecía una cerveza, y eso era suficiente
motivo para celebrarlo. Más o menos como
dice Abbas Kiarostami en El sabor de las cerezas, donde un tipo con un coche busca a
alguien que le ayude a suicidarse: la vida
vale la pena solo por lo bien que saben las
cerezas. Hornby rechaza todo tono trascendental, y parece que se burla de las grandes
palabras, pero al final saca todos los temas
trascendentes. Y aunque parezca que se burla
de sí mismo, al final sentimos que se acabe
el libro.
EL FARO
7
Diciembre 2009
Cultura/Narrativa
LA ESCRITORA JEREZANA MERCEDES ALONSO (FOTOGRAFÍA DE CONSUELO DE ARCO)
El secretazo de Nico
CONSUELO
DE ARCO
Su presencia todos los martes en la tertulia del Café Gijón,
así como su ternura y originalidad le han valido un puesto de
compañera maravillosa, que es escuchada siempre con verdadero interés por todos los presentes, porque cuando habla u
opina no pierde la oportunidad de dejarnos entrever el gran
amor y la sentida admiración por su esposo Juan Cano Ballesta. En su desbordante inquietud literaria, nos cuenta sus anhelos por publicar sus libros, con cariño siempre y buen humor
Nico y la meninas (Instituto Alicantino de Cultura, Colección
Quimera, Alicante, 2009), lectura para niños, no tan niños y
adultos, es un emotivo relato que viaja de la realidad a la fantasía, ilustrado espléndidamente por Ruth Bañón Méndez, y
el ingenio que contiene gusta a niños y mayores. Es un libro
sabroso, engancha al lector desde sus primeras páginas. Estoy
segura de que todas las madres nos emocionaremos con su
lectura, confieso que lo he devorado con veneración; soy madre y abuelita, cuando los padres estamos mucho tiempo fuera de casa, o le prestamos más cuidado a nuestra vida sentimental, los niños pequeños suelen sentirse solos. Esto es lo
que le pasa al protagonista de este cuento, Nico, de diez años,
amenazado en el amor maternal, escapa de casa y decide ir en
busca de Manuela, su nana, de la que guarda gratos recuerdos. Emprende la difícil búsqueda, pasando por muchos obstáculos, y lo vence el cansancio, al llegar a las puertas del Museo
del Prado.
He aquí el secretazo de Nico: vive una aventura muy divertida, a costa de las explicaciones de la profesora de un grupo
de alumnos, y él haciendo las veces de un polizón, y fascinado
por el cuadro de Las Meninas, queda atrapado en esos personajes, llegando a fantasear con ellos, contándoles sus desdichas y sus rencores. Luego de un largo sueño despierta y mira
a su alrededor: encuentra a vigilantes, y a la angustiada madre
sin dormir, acompañada del novio que sí quiere Nico.
A correr mundo (Editorial Nostrum, Madrid, 2005) es una
recopilación de quince relatos amenos y entretenidos, en los
que el hilo de los recuerdos de la autora nos sumerge en interesantes vivencias en los Estados Unidos. El cuento que da
título al libro habla del mágico recorrido de las zapatillas por
toda la casa, parecía que andaban solas, y del apego que ella
les cogió, mostrándonos el amor que uno le tiene a sus zapatos viejos (como decía el poeta colombiano Luis Carlos López). Cuando empieza la correría mágica de las zapatillas evoca su infancia y los cuentos del abuelo. En los cuentos del
abuelo casi siempre había alguien que se iba a correr mundo.
Ese correr mundo quería decir irse de aventura, salir a buscárselas fuera de su tierra. Sorprende Mercedes con su burbujeante vitalidad, en su carrera maratónica por complacer a
su madre y conseguirle unas hojas de un eucalipto macho
("Hybiscus syriacus o los caprichos de mamá") , y en convertirse en exterminadora de ratones ("Halloween"), auxiliadora
de viajeros, y dejando a Pepe, su marido, en las ascuas de
poder admirar las domingas en Ibiza ("El negoci es el negoci").
Sólida escritura la de Mercedes Alonso, perfecta conocedora
de la vida americana. Usa un lenguaje natural, palabras sencillas, nada exuberantes, tiene un estilo a veces humorístico.
Mercedes Alonso nació en Jerez, estudió en la Escuela
Oficial de Trabajadores Sociales de Madrid, vivió en Estados
Unidos treinta años, ha trabajado como entrevistadora en
España, como intérprete en el departamento de Asistencia
Social del Hospital Católico de Boston, y enseñando español
a adultos en Pittsburg y en Charlottesville. Ha publicado cuentos en revistas y publicará próximamente la novela Los árboles
de Gauguin, y trabaja en otra que se titula El corazón de la sandía.
EL FARO
8
Cultura/El canto del urogallo
Diciembre 2009
LOS POETAS
ANDALUCES
ANTONIO
MACHADO
(IZQUIERDA) Y
JUAN RAMÓN
JIMÉNEZ
(DERECHA).
AYER, LOS
SILENCIOS
CÓMPLICES Y
LOS RENIEGOS A
JUAN RAMÓN, EL
QUE SUCUMBIÓ
ANTE LA
INTERESADA
UTILIZACIÓN DE
ANTONIO
MACHADO, TAL,
COMO HOY,
ANTONIO MACHADO ES DESASISTIDO POR LOS
MISMOS QUE
ANTEMPONEN
IMPÚDICAMENTE
A JUAN RAMÓN
El silbo vulnerado
PEDRO
RODRIGUEZ
PACHECO
Aún quieres, deseas alentar la insurrección de los espíritus libres, de las "luminosas almas", de los no consignados en las nóminas correccionales de lo "municipal espeso", los listados blancos de la cultura subvencionada, a
las que se enfrentan los proscritos de los listados negros,
los que, aún conscientes de toda la peligrosidad que conlleva la condición de libertos, son como los urogallos que
cantan por amor, fidelidad y dignidad y, al cantar, se delatan,
se delatan y mueren, pero cantan… Y es este canto, conscientemente suicida, el que otorga el prestigio de la autenticidad y la razón suficiente de la existencia, la que,
paradójicamente, engendra los monstruos del sueño de la
razón que habrán de cebarse en los inmarchitables cadáveres de la autenticidad y la esencialidad: el monstruo del
estar usurpando la originalidad del ser.
Y otros monstruos… Uniformado, al caer la anochecida sobre el establo regresa el manso rebaño a los fastos
del pesebre y bala porque se le ordena balar, hoy, pero
mañana cacarea si tal se le exige o muge y, acaso, al
tiempo siguiente, inopinadamente, carraspea antes de iniciar el apencarse a trinos y flautas como asno paciente,
bucólico, atropelladamente musical. Y el sueño de esta
razón de supervivencia engendra al monstruo acomodaticio del olvido, esa capa reversible -terciopelo y espartoque, como el maná, cubrirá toda mudanza y alimentará a
la tribu famélica en sus impúdicos peregrinajes por los
oasis de las estadías: treinta monedas de plata son razón
suficiente para distinguir al Mesías de los mercaderes.
¡Grande es Dios en el Sinaí!, pero en el Sinaí de las voces
que claman en el desierto y al clamar se delatan, se delatan y mueren, como el urogallo; más hay que tirar de la
capa para descubrir la gusanera que encubre: el olvido
preservando las distintas e, incluso, antagónicas estadías
de ayer y los repudios, ahora sepultados bajo el estiércol
del establo. Ayer, los silencios cómplices y los reniegos a
Juan Ramón, el que sucumbió ante la interesada utilización de Antonio Machado, tal, como hoy, Antonio Machado es desasistido por los mismos que anteponen
impúdicamente a Juan Ramón… Ayer, cuando los dilectos
del Círculo de Barcelona despreciaban al Andaluz Universal, el hoy juanramoniano sin tacha, Caballero Bonald,
cursó su silencio gregario para que Castellet le hiciera
sitio en su nómina de legítimos de la que se excluía al
único excepcional, "al señorito de casino de pueblo"…
¿Dónde, en 1961 la gallarda renuncia del que, hoy, dice
que el de Moguer fue su gran deslumbramiento?
Olvidar. Olvido de "la camisa nueva que tú bordaste en
rojo ayer", cuando los SEU falangistas de la Universidad
de Barcelona -recordado oportunamente, hoy, por Miguel
García Posada al reseñar el ensayo, 1959: de Collioure a
Formentor- de quien excluyó a Juan Ramón, para que, el
incluido, pueda endosarse ahora la recamada chilaba de
los esplendores andalusíes, el particular prêt-à-porter de las
trasfiguraciones del Monte Tabor de las impudicias cortesanas.
Olvidar… Anteayer: el primoroso paraíso de mi Sanlúcar
la Mayor se asienta en la cornisa que precede a la depresión del río Guadiamar, el claro Guadiamar ondoso, que cantara
Francisco de Rioja; desde el borde mismo de esa cornisa,
se avizora un vasto horizonte en cuyos confines se adivina Huelva, lejana y rosa… En las riberas del río crecen
lantiscos, romeros, juncias y jaras, en apretados macizos.
En las limpias mañanas de mayo, cuando face la calor, las
tórtolas, en vuelos nupciales, se acercan a los remansos
para saciar su sed, sin advertir que entre los arbustos las
celan las escopetas asesinas, las que cercenan la gracilidad
nupcial de sus vuelos, las mismas que silencian el canto
de amor del urogallo; se enturbia el paisaje con el olor
punible de la pólvora, con el estruendo cruel de los disparos… Siguen emboscados los perpetradores, las armas
en ristre, camuflados en el paisaje de lo política,
literariamente correcto… Ah de la heterodoxia ante los
decididos autos de fe… Desde las cornisas del Aljarafe,
aún puede alguien soñar con unas pulcras mañanas de
mayo el paso impune de las tórtolas, el canto preservado
del urogallo, indemnes, libres, antes que el tiempo muera en
nuestros brazos.
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