Anexo 09

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ANEXO No. 9
(Guía No. 23)
«LECTIO DIVINA» y CONTEMPLACION IGNACIANA
La Congregación General XXXI al recomendar la «Lectio divina» -patrimonio
secular de las Órdenes monásticas y particularmente de los Benedictinos-, como fuente de
conversión y de renovación del ministerio de la Palabra y el de los Ejercicios, no está
introduciendo ningún extraño elemento monástico en la espiritualidad propia de la
Compañía de Jesús. Simplemente está acogiendo, en el espíritu de «sentir con la Iglesia»,
las recomendaciones del Concilio Vaticano II acerca de la lectura asidua de la Escritura.
En la Espiritualidad ignaciana la Lectio divina encaja suavemente como un modo
muy recomendable de oración con la Escritura, que presenta estrecha similitud con la
contemplación que indica San Ignacio en el texto de los Ejercicios. Proponerla y
estimularla como lo hace apropiadamente la Congregación General, no es otra cosa que
propiciar una oración fácil, simple y gustosa, con miras al fin que se pretende.
El Concilio Vaticano II en su Constitución Dei Verbum, da un significativo realce
a la lectura de las Escrituras cuando dice que:
«Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en
verdad la Palabra de Dios; por consiguiente, el estudio del texto sagrado ha de ser como
el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la
predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que
ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza
santamente con la misma palabra de la Escritura1.
Para la Compañía de Jesús, fundada con el fin de ayudar a las ánimas sobre todo
por el ministerio de la Palabra de Dios, como lo expresa la Fórmula del Instituto, la
recomendación del Concilio es una voz que la estimula a conocer mejor la Palabra, a
gustarla y sentirla internamente, para entregarla más fielmente al pueblo de Dios.
Concretamente la Constitución Dei Verbum propone la lectura asidua de la
Escritura en ricos textos:
- «Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los
demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la
palabra, insistan en las Escrituras con asidua lectura sagrada y con estudio diligente, para
que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la Palabra de Dios, que no
la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado,
sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.
- De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en
particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo" (Flp 3,
1
Dei Verbum, n.24.
8), con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las
Escrituras es desconocimiento de Cristo".
- Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia,
llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y
por otros medios, que con la aprobación y el cuidado de los Pastores de la Iglesia se
difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la
oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el
hombre; porque “a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras
divinas”»2.
Con el mismo espíritu la Congregación General XXXI en su decreto acerca de la
oración en la Compañía, nos dejó un texto sobre «La Sagrada Escritura y la Tradición en
nuestra oración»:
«Habiendo placido al Padre hablarnos a los hombres en su Hijo, el Verbo encarnado, como
también muchas veces en las Escrituras, este tesoro de las Escrituras, entregado por el
Esposo a la Iglesia para que rija y nutra la vida cristiana, constituye la fuente pura y
perenne de la vida espiritual, de la oración y de la renovación de la vida religiosa. Pero
además toda la Tradición de la Iglesia nos recuerda a este propósito que la Escritura no se
hace para nosotros palabra de salvación, a no ser que se la oiga en la oración y nos lleve a
la obediencia de la fe. La “lectio divina” requiere, según un uso antiquísimo en la vida
religiosa, una total disponibilidad para con el Dios que en ella nos habla, así como también
una compunción de corazón bajo la acción de la espada de doble filo de la Escritura que de
continuo nos invita a la conversión. También se puede con todo derecho esperar, de esta
lectura meditada de la Escritura, la renovación del ministerio de la palabra y el de los
Ejercicios Espirituales, ya que ambos a dos se nutren de nuestra familiaridad con el
Evangelio»3.
LOS MOMENTOS DE LA LECTIO DIVINA
Siguiendo una larga tradición la Lectio divina se compone de varios pasos o
“momentos”, que no son sucesivos -esto es, para aplicar uno después de otro-, sino
intercambiables y complementarios a lo largo de la oración. Esos momentos corresponden
con admirable afinidad a los otros tantos momentos de la contemplación ignaciana
propuesta en el texto de los Ejercicios.

LECTIO: un primer momento es el de lectura y relectura atenta de la
Palabra. Dios es quien nos habla. Durante la lectio los monjes tenían costumbre de
pronunciar la palabra en voz alta y repetidamente hasta apropiarse los textos de memoria,
que luego podían rumiar durante la jornada.
Esta lectura debe situarse en el contexto original, teniendo en cuenta lo que quiso
decir el autor humano, con su cultura, su lengua, su género literario, la circunstancia
histórica en que surgió el texto y el mensaje teológico que quería transmitir al pueblo en tal
coyuntura histórica. Así aprendemos a no separar la Palabra de la vida y de la historia del
pueblo para el que fue escrito. Para obtener una adecuada comprensión del texto y captar
2
3
Dei Verbum, n. 25.
CG 31, d.14, 6.
su sentido, el apoyo de un buen comentario de la Escritura forma parte de este paso de
apropiación de la Palabra. La Congregación General 31 recomienda apoyarnos en la
Tradición viva de la Iglesia con un renovado estudio de los Padres y de los mejores autores
sobre la vida espiritual, en especial de los escritores de la Compañía. Conviene leer
muchas veces el pasaje, hasta familiarizarnos con él, de manera que una palabra dirigida a
Israel, o a la generación de Jesús, se vuelva nuestra palabra. Es tiempo de la escucha y de
la memoria; de leer y recordar la historia-palabra que me es narrada y preguntarme: ¿qué
dice este texto al pueblo de Dios?
En la contemplación ignaciana también existe ese primer momento, en los
preámbulos que pone San Ignacio: “traer la historia” y “composición viendo el lugar”. Al
que da los Ejercicios se le indica que narre fielmente la historia de la contemplación o
meditación, discurriendo por los puntos con breve y sumaria declaración. Y el que se
ejercita procura “hacerse presente” al misterio que contempla, viendo los lugares y
personas, escuchando los diálogos, considerando el desarrollo de los acontecimientos. Así,
por ejemplo, en el ejercicio de los pecados (50-52), en la parábola del rey temporal (9293), en las contemplaciones de Encarnación y Nacimiento (102, 111).

MEDITATIO: es un momento de reflexión y trabajo discursivo sobre la
historia-palabra, para comprender qué dice Dios a su pueblo, a su Iglesia, aquí y ahora, y
¿qué me dice ese texto a mí hoy? Tiempo de la inteligencia en un esfuerzo por actualizar el
texto y traducirlo a nuestra propia vida y realidad. A pesar de haber sido elaborado para
otra época y escrito en otro contexto, ciertamente tiene algo que decirnos también ahora.
Propiamente se trata de rumiar y de masticar el pasaje sobre el que oramos hasta
descubrir el mensaje que Dios nos da. De María escribe Lucas que se admiraba y, sin
acabar de comprender lo que se decía del Niño o lo que él le conversaba «guardaba todo
esto en su corazón, y lo tenía muy presente» (cf Lc 2, 19.51). Así es la meditatio a la que
nos referimos.
A través de este “rumiar”, permitimos que la palabra nos penetre y transforme las
disposiciones, afectos e intenciones de nuestro corazón. Hay quienes acostumbran recoger
en alguna frase del mismo texto lo que han meditado, para conservarlo en el recuerdo y
masticarlo durante el día. Este momento es también el del sentido eclesial y sentido
personal de las Escrituras; sentido que mira a toda la Iglesia y a los fieles en cuya historia
se actualiza hoy y aquí el misterio de la salvación.
En la contemplación ignaciana, los Ejercicios invitan continuamente a que, después
de los puntos [ver las personas, oír lo que dicen, considerar lo que hacen], tomemos un
momento de interiorización de lo contemplado y volvamos sobre nosotros mismos:
«después, reflectir en mí mismo para sacar algún provecho». Es algo muy semejante a la
meditatio que propone la lectio divina. Dios está hablando hoy a su Iglesia, a su Compañía,
a mí. ¿Qué quiere decirme este texto?

CONTEMPLATIO: con un ejemplo muy sencillo se ha explicado cada
momento de la lectio divina: la lectura lleva la comida sólida hasta la boca, la meditación
la mastica y digiere, la contemplación prueba su gusto que alegra y recrea. La
contemplación viene a ser una sabrosa degustación de la dulzura que contiene la Palabra
de Dios. Es el «sentir y gustar de las cosas internamente», propio de la contemplación
ignaciana. O, como dice el salmo: «prueben y gusten cuán suave es el Señor» (34, 9).
Así como en la lectio escuchamos a Dios y lo que comunicó a su pueblo a través
del autor humano, y en la meditatio nos preguntamos qué nos dice a nosotros hoy, en la
contemplatio gustamos lo que nos habla el Señor; saboreamos el acontecer de Dios en
nuestra vida. Es, pues, el momento de experimentar la consolación del Espíritu y de
“sentir” y “discernir” los varios espíritus que mueven nuestro corazón: encuentro con el
mismo Criador y Señor que se comunica de forma muy personal a cada uno, «abrazándolo
en su amor» y disponiéndolo «por la vía que mejor podrá servirle adelante» (EE 15).
La contemplación es el preámbulo del discernimiento y de la deliberación [o
elección], pues es cuando experimentamos el «fruto del Espíritu» que habita en nosotros y
actúa vivificándonos (cf Gl 5, 22). El P. Francesco Rossi de Gasperis, S.J., describe la
contemplatio como un momento
«de atención y de escucha del Pneuma divino en la siquis del hombre... escucha de la
Palabra de Dios no escrita, que resuena aún hoy donde quiera en la Iglesia y en el mundo,
en cada hombre y en cada mujer y en la comunidad; y se manifiesta con una secreta
iluminación y en una solicitación de la conciencia personal. Esta palabra no se encuentra en
ningún otro que no sea aquel a quien Dios habla aquí y ahora. No se halla depositada en las
Sagradas Escrituras. No es conocida previa e indudablemente por ninguna autoridad ni
personalidad espiritual externa. Incumbe a cada hombre o mujer interesados el dulcísimo
deber de mantenerse atentos, de separar la voz auténtica de las que no lo son, de buscar a lo
largo de la noche al Amado de su corazón (Cnt 3, 1). La voz y la acción del Espíritu
resuena siempre, ya sea potente (EE 175), ya sea más discreta (EE 176-177), en la
conciencia personal. El campo de extensión de esta Palabra es la ilimitada región de lo que
es contingente en el reino del bien»4.
El tiempo de la contemplatio es muy propio especialmente en la repetición, cuando
concentramos nuestra oración en “notar” y “hacer pausa” allí donde se ha tenido
previamente «mayor sentimiento espiritual o conocimiento interior» (EE 62, 118), que
«deja el ánima en el Señor nuestro consolada».

ORATIO: en los momentos anteriores ha sido Dios quien me hablaba.
Ahora le converso yo a Dios. Es lo que en la contemplación ignaciana corresponde al
coloquio, cuando abrimos espontáneamente el corazón a Dios para responderle. Esta
oración coloquial impregna todos los Ejercicios a lo largo de los treinta días y se enseña al
ejercitante desde la primera Semana, a través de coloquios muy precisos (EE 53, 61, 63,
71, 109).
El tercero y el cuarto momento [contemplatio-oratio] son tiempo del corazón, de la
libertad que adhiere, de la voluntad que “se afecta” con el texto que ha leído y meditado y
conversa a Dios con gestos muy personales, imágenes, palabras y silencios, sentimientos y
deseos. Es lo que se llama “el texto o lenguaje alegórico” de los Ejercicios, que el
ejercitante compone para comunicarse con el Señor.
Todo esto para tomar opciones y decisiones, pues el amor debe manifestarse más
con obras que con palabras. Al gustar internamente la Palabra-acontecimiento y
complacerse en ella surge la súplica al Señor de aquello que deseo en cada circunstancia.
4
ROSSI DE GASPERIS, FRANCESCO, SJ., Ejercicios Espirituales para entrar en el itinerario de la fe
bíblica, CIS, .47, Roma, 1984.
Algunos anteponen el momento de la oratio al de la contemplatio. En realidad,
como no son momentos sucesivos, sino más bien actitudes del espíritu, se entremezclan a
lo largo de la oración, de modo que la oratio puede darse ya desde la lectio o en medio de
la meditatio y de la contemplatio.
Pero la oración ignaciana no termina en la contemplación y el coloquio. Está
orientada, dentro de una mística de servicio, a disponernos para «en todo amar y servir» a
Dios nuestro Señor; a conocer y amar a Jesús, a quien contemplamos en los misterios de su
vida, «para más le servir y seguir» (EE 130). De ahí que a los momentos clásicos de la
lectio divina: lectio-meditatio-contemplatio-oratio, nuestra espiritualidad agregue otros dos
momentos que apuntan a la praxis de la unión con Dios en la acción.

DISCRETIO: a la oración sigue siempre el momento del examen de la
oración, que es en realidad una prolongación de la misma. Por espacio de un cuarto de
hora: «miraré cómo me ha ido en la contemplación o meditación" (EE 7), ¿cómo ha
acontecido Dios en mí? El examen se convierte entonces en un momento para percibir
mociones y agitaciones de diversos espíritus causadas en la oración y para discernir entre
todas ellas la unción y consolación del Espíritu Santo. Esta tarea no se practica durante la
oración porque distraería del encuentro y del diálogo con el Señor. San Ignacio le señala
un tiempo aparte, acabada la oración y en un ambiente más relajado («quier asentado,
quier paseándome»), aunque todavía en clima de oración y conversación con Dios. Al
examinar cómo se me ha comunicado el Espíritu con su peculiar lenguaje de unción o
consolación, escruto hacia dónde me va conduciendo en el camino del servicio a Jesús
para mayor gloria del Padre, y voy aprendiendo a "reconocer” su voz, que se insinúa en mi
espíritu.

DELIBERATIO: en el lenguaje ignaciano “deliberatio” es lo mismo que
elección. Así se expresa el texto de los Ejercicios: «después que así he discurrido y
raciocinado a todas partes sobre la cosa propósita, mirar dónde más la razón se inclina; y
así... se debe hacer deliberación sobre la cosa propósita». «Hecha la tal elección o
deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho con mucha diligencia a la oración,
delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle la tal elección…» (EE 182-183). Si en el
momento de la oración me pregunto qué debo hablar a Dios, en el de la discretiodeliberatio considero qué debo hacer para que pueda poner mi amor «más en las obras
que en las palabras» (EE 230).
El Cardenal Martini resume así los diversos momentos:
«Si en la lectio, el exegeta puede todavía salir bien librado; y en la meditatio, el
hombre reflexivo, el filósofo, el sabio, puede todavía encontrarse a sus anchas; es sólo con
la contemplatio como nos volvemos capaces de hacer gustar la palabra, de comunicar la
vida, porque a nuestra vez la hemos gustado y trasladado a nuestra propia vida. El
ministerio de la palabra radica, pues, en una figura espiritual, en una actitud profunda de
aquel que la entrega.
La contemplatio es como un área inmensa, un nivel riquísimo que tiene en sí otros
niveles. Comprende, en efecto, lo que podemos llamar “consolatio”, en el sentido de
paráclesis, de presencia del Espíritu. El texto se nos convierte en fuente de gozo, en oración
auténtica, porque el mismo Espíritu de Dios que ha inspirado el texto, reza en nosotros y en
El nosotros nos dirigimos al Padre con Jesús».
Y a la “consolatio”, que nos pone al unísono con el Espíritu de Dios, sigue el
momento de la “discretio” y “deliberatio”, esto es, del discernimiento de los espíritus.
Esto significa que la deliberación sobre lo que hay que hacer, ya no es simplemente una
prudente reflexión de las cosas, sino que nace de una vibración del corazón, que hace
discernir, en la historia y en la vida, los lugares en donde el Espíritu sopla -y que por eso
son promovidos-, y los lugares donde sopla el espíritu del mal, donde está el maligno -y
que por eso deben combatirse y rechazarse.
La palabra no es simplemente una ayuda para actuar mejor y con más generosidad,
sino que es fuente de discernimiento y de atención a los signos del Espíritu. Y el proceso es
largo: antes la lectio; después la meditatio; y desde ésta a la contemplatio. La
contemplación genera la consolatio, que hace nacer el discernimiento práctico de la
presencia del Reino en la historia; y la deliberatio es la decisión práctica de promover esos
signos del Reino y de combatir los signos de la cizaña»…
En breve; a qué cosa decir, cómo explicar el texto, se contrapone la multiplicidad
de los pasajes. ¿Qué cosa dice el texto en sí (lectio)?; ¿Qué cosa me dice a mí el texto
(meditatio)?; ¿qué cosa digo yo frente a esta Palabra de Dios (contemplatio)?; y después,
¿qué cosa debo hacer o decir a partir de esta experiencia? El qué cosa decir o cómo
predicar es el término del proceso descriptivo, del que resulta precisamente un proceso de
vida»5.
5
MARTINI, CARLO MARIA S.J., La Lectio divina. Meditación al clero de Venecia, 1982.En Cuadernos de
Espiritualidad Ignaciana, 29, diciembre de 1984, Chile, pp. 2-4.
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