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Nancy Morejón
no. 6: 4-7, abril-junio, 1996.
Lengua, cultura
y transculturación
en el Caribe:
unidad y diversidad
Nancy Morejón
Escritora. Teatro Nacional de Cuba.
¿
en llamar balcanización. El pretexto ideal para la ideología
de las clases dominantes en el poder fue precisamente crear
la conciencia de que la existencia misma de las llamadas
lenguas metropolitanas, en esta parte del hemisferio
occidental era un hecho a su favor, pues aportaba la arcilla
privilegiada para construir barreras lingüísticas. El hecho
lingüístico era entonces considerado como un hecho
autónomo, interesadamente despojado de su contexto
histórico y, más aún, de su extracción eminentemente
sociocultural.
Traduciendo estas realidades a un lenguaje sencillo, al
alcance de todos, habría que decir que esta trampa
ideológica del colonizador intentaba entronizar un
lenguaje de mudos, cuyos patrones tenían que establecerse
desde el centro mismo de la lengua y de la cultura
metropolitanas eurocentristas, vinieran de la latitud que
vinieran. Un ciudadano de María Galante, en cualquier
tiempo de la era contemporánea, debía conocer primero
la producción literaria francesa. París era su referencia
cultural. Todo producto que naciera, contrariamente, en
ultramar, tenía que estar en dependencia de su homólogo
francés.
En pleno siglo XX , una buena parte de la creación
artística y literaria de nuestra América padeció un feroz
mimetismo que no hizo sino convertirla en una fofa
Qué es nuestra región sino una Babel de contrastes, de
complicados procesos de transculturación que albergan
en su seno antiguas y nuevas civilizaciones? No es posible
hablar del Caribe —bien sea de sus islas o de las costas de
los países de América Central y Sudamérica ancladas en
Tierra Firme— sin hablar de sus lenguas, porque ellas
expresan mejor que todo nuestra cultura, nuestro mundo
cambiante y, lo que es más importante, nuestra experiencia
histórica común.
¿Somos una unidad? Por supuesto que sí, pero esa
unidad se afinca en una diversidad que se expresa en varias
culturas. Esas culturas se expresan a su vez en complejos
lingüísticos de infinita originalidad. Esta es una de las
características más interesantes de estas tierras.
Siempre que se habla del Caribe —que es una acepción,
sobre todo, válida desde mediados del presente siglo—, se
piensa en un universo heterogéneo. A pesar de la
certidumbre que esa heterogeneidad encierra, lo
fundamental es que siendo tangible, verdadera, no nos
obliga a creer que no haya engendrado un sustrato sui
generis más o menos homogéneo. No me asustan ni la
palabra heterogeneidad ni su concepto. Me han inquietado
mucho más la incomunicación, los puentes volados, en
fin, eso que, a lo largo de estos años y sobre todo en los
albores de los estudios caribeños entre nosotros, se dio
4
Lengua, cultura y transculturación en el Caribe: unidad y diversidad
caricatura de valores coloniales. Junto a ese espíritu
imitativo fue coexistiendo, para apuntalarlo, una
verdadera
y
apoteósica
desvinculación
intercontinental. ¿Quién iba a imaginar, desde La
Habana, un poeta en Barbados? ¿O un dramaturgo en
Aruba? ¿Un ensayista en Guadalupe? Era
prácticamente imposible. Y si sumamos a esto la
imposibilidad de poder expresar el alma nacional de
cada una de estas islas mediante la lengua criolla, es
decir, los créoles, eran pocos los bienaventurados
capaces de imaginar un futuro de libertad e
independencia cultural. Para nosotros, habitantes del
Caribe, estaban vedados esos sueños de encontrar
nuestra propia imagen, nuestro ser, sin desvirtuación
y sin maltrato. La diversidad y heterogeneidad, en
nuestro caso, se volvían nada al tener, como fijo
recuerdo común, la pesadilla de la trata, la esclavitud
y la entrega total de nuestra mano de obra y nuestra
riqueza natural a los monopolios internacionales.
Damos por sentado que Europa —el espíritu de la
Europa del ideal de un Paul Valéry— y su cultura,
existen de manera tan rotunda que no necesitan
siquiera que se reflexione al respecto. Ya los europeos
apenas hablan de su ser, sublimado hasta la más pura
de las ficciones. Difícil es encontrar eventos donde se
exponga lo europeo; o donde se entre a distinguir la
Babel de lenguas que allí se hablan. ¿Podríamos hablar
allí también de creoles? ¿Lo son el celta, el gallego, el
catalán? Me parece que solo la imaginación cándida
de algún extraterrestre podría aceptar esa posibilidad.
George Lamming ha contribuido a esclarecer estos
criterios cuando afirmaba que «Europa y sus sucesores,
los Estados Unidos, han sido atrapados en el engañoso
hábito de verse a sí mismos no como una parte de la
humanidad, sino como los custodios del destino de
toda la humanidad». 1 Parecerá esta una afirmación de
Pero Grullo, pero ocurre que, a veces, al emplear el
más común de los sentidos alcanzamos las más
concretas y precisas nociones de la verdad que hemos
querido defender.
Con esto quiero dejar sentado que vivo
absolutamente convencida de que nuestro mundo
caribe —insular, costeño, marítimo y telúrico— posee
una esencia que lo caracteriza y lo define: su historia
invariablemente común, su heterogeneidad, su diversa
homogeneidad y hasta su propia inaprehensión, tanto
por nosotros mismos como por el resto de las culturas
europeas, africanas y orientales que hubiesen
participado en la gestación de nuestra imagen factual.
Entre ninguno de los apasionados de esa imagen se
desconoce el hecho de que un perenne proceso de
transculturación ha calado en nuestras más vivas
entrañas. El resultado de ese proceso, en mayor o
menor medida, no ha tocado a su fin; los factores que
componen la conquista en América aún perviven; por
tanto, no hay un resultado definitivo, estático. Aún
somos un crisol que se empaña, se lustra, vuelve sobre
sí mismo, se achica y se acrecienta, a pesar de cuanta
teoría a ultranza quiera crear un esquema artificioso o
una nomenclatura rígida.
¿Cómo es la cultura del Caribe o, mejor, cómo son
sus culturas? No podríamos entrar en materia sin,
quizás, volver a introducir las narices en ese ajiaco que
tanto amó Fernando Ortiz. Al Caribe llegaron las
culturas madres que no son más que aquellas que
entraron a estas tierras, por la vía de la conquista y la
colonización, provenientes de España, Francia,
Portugal, Gran Bretaña y Holanda. Junto a ellas, casi
parejamente —aunque por razones opuestas por
completo— aparecieron diversas culturas africanas. Y,
aun en holocausto delirante, los despojos de las
culturas precolombinas arrasadas por la conquista y
la colonización europeas en uno de los más patéticos
etnocidios registrados por la historia de la humanidad.
El Caribe es, pues, mestizo. Ningún rasgo nuestro
puede ya aislarse de la aglutinación de etnias, razas y
culturas. Nuestra cultura y nuestra biología han vivido,
y casi viven, bajo el signo de la inmigración desde sus
más remotos orígenes. Pensemos en los movimientos
migratorios que trajeron aquí a numerosas olas de
asiáticos cuya presencia es, hoy por hoy, más que
firme. De modo similar, las distintas etnias de la India
asentadas en todo el Caribe, particularmente en la zona
oriental de las Antillas menores, conforman asimismo
el perfil definitivo de nuestra área. La historia del
Caribe es una historia de migraciones.
Aquí me gustaría aplicar la teoría que, para toda
América, esbozó el antropólogo Darcy Ribeiro y que
tiene, según creo, plena vigencia para el área del Caribe,
en esa dimensión heterogénea a la que me referí
anteriormente.
La América nuestra es sin duda una unidad, pero una
unidad dramática y amenazada; y una unidad, también,
integrada por partes que se articulan dialécticamente.
Cualquier observador atento distingue en ella tres zonas
mayores, que esquemáticamente pueden ser llamadas
Indoamérica, Afroamérica y Euroamérica: zonas que se
corresponden, en nuestra América, con las que el
antropólogo brasileño Darcy Ribeiro ha llamado
Pueblos Testimonios, Pueblos Nuevos, y Pueblos
Trasplantados. Todos tienen en común ser pueblos
colonizados primero y neocolonizados después, uncidos,
como tierras de explotación, al mercado capitalista
mundial. Todos tienen en común, también, numerosos
rasgos de muy distinta naturaleza. Por eso constituyen
una unidad. Pero esa unidad no es uniformidad ni
monotonía: ni excusa de señalar las características específicas
de cada zona.2
El Caribe es una combustión de esas tres Américas de
las que habla Ribeiro. Por ello su heterogeneidad culmina
en una complejidad homogénea. En una conferencia
pronunciada en La Habana en vísperas de Carifesta’79,
Alejo Carpentier, refiriéndose a las culturas de los pueblos
que habitan la cuenca, señalaba que luego del
Descubrimiento, solo en tierras del Caribe se produce la
primera cita, la primera conjunción de las tres razas que
hasta el momento poblaban Occidente: la india, la blanca
y la africana.3
Cualquier ojeada a un mapa de la zona, nos indicaría
ahora mismo que este mar Caribe toca también las costas
5
Nancy Morejón
Nuestro mundo caribe posee una esencia que lo caracteriza y lo
define: su historia invariablemente común, su heterogeneidad,
su diversa homogeneidad y hasta su propia inaprehensión, tanto
por nosotros mismos como por el resto de las culturas europeas,
africanas y orientales que hubiesen participado en la gestación
de nuestra imagen factual.
de países de América Central, e incluso de los Estados
Unidos, cuyas culturas se asientan, fundamentalmente,
en las llamadas autóctonas o indígenas y que, a mi juicio,
deben llamarse indias. De Chichén Itzá a Bluefields en la
costa atlántica, que pertenecen a México y Nicaragua
respectivamente, se extiende de igual modo una infinidad
de elementos integrantes del mundo caribe. Buena parte
de esa cultura nuestra, se asienta en esa latitud frondosa
donde podemos cobijarnos, según el genio poético de
Carlos Pellicer (1897-1977), bajo el amparo de verdes hojas
«de un metro de diámetro».4
El trópico es una de las constantes de nuestra expresión
cultural y es, por ende, uno de los principales mitos de la
región. De un constante choque de culturas, en ese trópico
nació la cultura caribeña, hija de gallegos, mayas, catalanes,
taínos, andaluces, bretones, celtas, germanos, galos, íberos,
yorubas, congos, ararás y yolofes y, hasta con envidiable
discreción, chinos e indios orientales. Lo cierto es que a
una expresión caribeña debe corresponder un altísimo
grado de mestizaje, sin desmitificar la referencia de las
culturas madres. No obstante esa tridimensional torre de
Babel, nos caracterizamos por tener pieles oscuras, en
todas las tonalidades. La presencia de Africa es «múltiple
y una», como pedía el gran poeta martiniqueño Aimée
Césaire. La vocación antillana de Nicolás Guillén —el
poeta nacional de Cuba— precursora y zahorí, se entronca
justamente con ese pasado de servidumbre africana,
porque aquí somos más Africa que Europa, como previó
en su momento histórico Simón Bolívar y como lo ha
asentado en nuestros días Fidel Castro. En su «Carta de
Jamaica» (1815), Bolívar llega a cuestionar «a qué familia
humana pertenecemos». 5 Africa transculturada nos
identifica en el Caribe.
Los valores prelógicos que caracterizan el trasplante
de las culturas africanas, nutren y enriquecen la mitología
caribeña de hoy. La cuestión lingüística viene a adquirir
aquí una gran importancia. Si atendemos al precepto de
Edward Sapir de que «toda lengua es en sí misma un arte
colectivo de la expresión»,6 tenemos que convenir en que
el Caribe es un surtidor de esta problemática y un
verdadero crisol de sus potencialidades. Un ejemplo de
ello son los mitos, que se conservaron con la pujanza con
que llegaron a las islas desde los inicios del siglo XVI, o
bien que —al transculturarse— partieron de sus morfemas
originales (lengua), juntándolos, mezclándolos con la
sintaxis de las lenguas indoeuropeas aportadas por los
conquistadores y colonizadores. El créole, tanto en el
Caribe anglófono como francófono —por llamarlos de
alguna manera en el marco de su signo lingüístico—
expresa también una zona de esos mitos. El hungán del
vodú haitiano dice los parlamentos de sus ritos en créole,
y la sabiduría que sus mitos irradian se expresa en esa
misma lengua, amoldada por el pueblo entre vocablos e
interjecciones africanos y franceses. Porque no hay que
olvidar que la tradición oral —explícita como vehículo
esencial de comunicación entre enormes masas de
analfabetos—, tan cara a la cultura de los pueblos del Tercer
mundo, de hecho propone y dispone de toda una riqueza
de signos, leyendas, fábulas y folklore que ayudan no solo
a concretar una imagen legítima de nosotros mismos, sino
que tienden a ser un puente de salvación ante el empuje
asimilador y enajenante de las culturas metropolitanas,
desde la llegada del almirante Cristóbal Colón.
El acervo cultural del Caribe puede registrarse, de
manera dinámica, a través de estas manifestaciones,
escamoteadas incluso por la Academia y por los altos
centros docentes, cuyos conceptos de la cultura, en la
práctica, excluyen todo lo que cae en el campo de la
llamada cultura popular. Todo objeto de arte nacido de
los recursos populares se llama folklore, subcultura, camp
o kitsch, según convenga. La tradición oral, que es
principalmente anónima, se depositó en las capas más
humildes de nuestra población; fue trasmitida de padres
a hijos, de generación en generación, hasta crear un
inexpugnable sustrato de propiedad colectiva.
Afortunadamente, oímos cada vez menos el término
dialecto para denominar las lenguas populares caribeñas.
Alguien en un simposio me hizo recordar una agudísima
frase de uno de los fundadores de la lingüística, que hoy
apreciamos en su justo valor. El decía: «Piensen siempre,
cuando escuchen a un colonizador hablar de lengua y de
dialecto, que un dialecto no es otra cosa que una lengua
con un ejército a sus espaldas.»
La vigencia de los créoles en el panorama —no solo
lingüístico, sino también literario— de la región es una
realidad latente y hermosa que nos proporciona una de
las más conmovedoras lecciones de sociología
contemporánea. Como creemos en el pozo infranqueable
que destinó Charles Bally para distinguir la lengua escrita
de la lengua hablada, debemos elogiar esta experiencia
de Martinica, Guadalupe, Haití y Guyana, en donde la
explosión del habla popular se ha convertido en una
categoría estética, marcada por la insurrección en el plano
del arte y en el de la ideología. No obstante respetar y
admirar el fenómeno que se produce allí alrededor de la
revista Antilla, es innegable la validez y la eficacia del
6
Lengua, cultura y transculturación en el Caribe: unidad y diversidad
discurso antillano que protagoniza Edouard Glissant
quien, heredero de la experiencia literaria de nuestros
clásicos, aún cree válido expresar los valores de nuestra
identidad a través del francés. 7 De forma maravillosa,
como hubiera soñado Jacques Stephen Alexis, Glissant
se acerca a los postulados que para la lengua española
formuló Nicolás Guillén y, por qué no, el infortunado
poeta jamaicano Claude McKay, así como los poetas dub
del Caribe anglófono o figuras tales como Edouard K.
Brathwaite, Lorna Goodison o Mutabaruka. Glissant,
como ellos, ha sabido virar sus valores; tomar por las
bridas su lengua y tornarla en algo nuevo, original,
contestatario y fundador.
Recuerdo, en este sentido, que don Ezequiel Martínez
Estrada había calificado a Guillén como un mambí de
las letras.8 Martínez Estrada propone: «La presencia de
Guillén en las letras castellanas es la de un americano
insurrecto que desprecia las armas de fuego y vuelve a
usar el arco y la lanza del siboney».9 Escribir en español
no es abogar por una esencia colonial. Ya lo había hecho
José Martí con su magnánima obra; en el español más
rico y potente de su época creó uno de los monumentos
literarios que cuestionaran con mayor rigor los sustratos
del régimen colonial español. Y Martí supo salvar
distancias.
Si hay un aspecto preponderante en el fenómeno
colonial, cualquiera que fuera su base, es la cuestión
lingüística. Este es uno (o el mayor) de los factores que
hacen sui generis la situación cultural de Puerto Rico en
el plano de la lengua; como lo es para las Antillas
holandesas o para el Caribe anglófono. El drama de
Calibán es nuestro, y como afirma en su brillante ensayo
el poeta Roberto Fernández Retamar:
Yoruba soy,
cantando voy,
llorando estoy,
y cuando no soy yoruba,
soy congo, mandinga, carabalí.
..................................................
Estamos juntos desde muy lejos,
jóvenes, viejos,
negros y blancos, todo mezclado. 11
La lengua transculturada de Guillén, por voluntad de
estilo y justa visión de lo que sería nuestra identidad, se
muestra aquí en uno de sus momentos más radiantes. Esta
voz mayor de nuestras letras, al igual que sus epígonos de
la región, deben continuar inspirando la indagación y la
reflexión —eso espero— de los que, cada vez más, centran
su atención en el estudio de las lenguas y las culturas del
Caribe.
Notas
1. George Lamming, «Discurso en la inauguración del IV Carifesta», Casa
de las Américas, La Habana, 22(130), enero-febrero, 1982: 47.
2. «El arte y la literatura cubanas como integrantes de la cultura de la
América Latina y del Caribe» [ponencia], La Habana: II Congreso de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), 1977: 4.
3. Alejo Carpentier, «La cultura de los pueblos que habitan en las tierras
del mar Caribe», Anales del Caribe, La Habana, (1), 1981: 197-206.
4. Carlos Pellicer, «Esquema para una oda tropical», en Hora de junio,
México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1979: 14.
5. Simón Bolívar. Citado por Roberto Fernández Retamar en Calibán y
otros ensayos, La Habana: Arte y Literatura, 1979: 12.
6. Edward Sapir, El lenguaje, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,
1974: 254.
Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino
Calibán. Esto es algo que vemos con particular nitidez los
mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió
Calibán: Próspero invadió las islas, mató a nuestros
antepasados, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para
poder entenderse con él: ¿qué otra cosa puede hacer Calibán
sino utilizar ese mismo idioma —hoy no tiene otro— para
maldecirlo, para desear que caiga sobre él la «roja plaga».10
7. Véase el excelente estudio de Silvia García Sierra «La problemática
lingüística en la literatura del Caribe», en Temas [primera época], La
Habana, (20), 1990: 129-56.
8. Ezequiel Martínez Estrada. Citado por Nancy Morejón en Nación y
mestizaje en Nicolás Guillén, La Habana: Ediciones UNION, 1982: 268.
Ese drama nos concierne también como moradores
del mar Caribe que somos. La lengua del español —desde
el Diario de navegación de Cristóbal Colón hasta El diario
que a diario (1972) de Nicolás Guillén, pasando por los
Diarios de José Martí—, bien puede calificarse como un
dechado reverdecido de lo que nunca imaginó Próspero
que fuera.
9. Ezequiel Martínez Estrada, «La poesía afrocubana de Nicolás Guillén»,
en Nancy Morejón, comp., Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén,
La Habana: Casa de las Américas, 1974: 79.
10. Roberto Fernández Retamar, ob. cit.: 32.
11. Nicolás Guillén, «Son número 6», Obra poética (1920-1972), La Habana:
Ediciones UNION, 1974; t.1: 271-2.
Yoruba soy, lloro en yoruba
lucumí.
Como soy un yoruba de Cuba,
quiero que hasta Cuba suba mi llanto yoruba,
que suba el alegre llanto yoruba
que sale de mí.
©
7
, 1996.
no. 6: 8-22, abril-junio, 1996.
Emilio Hernández Valdés
El Caribe
en la cultura cubana:
un balance de la literatura
francoantillana
Emilio Hernández V
Valdés
aldés
Editor. Revista Temas.
R
a lo largo del tiempo, aunque en repetidas ocasiones se
vieron interrumpidos transitoriamente por los
enfrentamientos frecuentes de las potencias coloniales
asentadas en la región. Además, el comercio intérlope
fue una práctica común entre territorios dominados por
distintas potencias.
Con el decursar del actual siglo el flujo de inmigrantes
y el intercambio comercial entre los territorios del
Caribe se redujeron paulatinamente. Pero los vínculos
históricos que durante largo tiempo se anudaron,
principalmente entre los pueblos de las Antillas Mayores
y los del Caribe continental, no desaparecieron; aunque,
al disminuir los contactos e intercambios, se debilitó el
conocimiento mutuo.
Este distanciamiento fue la consecuencia de una
política de aislamiento calculada por las metrópolis
europeas —y estimulada por los Estados Unidos— para
dividir a los pueblos de estas naciones, algunas de ellas
aún en formación. Su interés en desvincularlas tenía
como objetivo mantenerlas bajo su tutela y conservarlas
como preciados remanentes de sus otrora poderosos
imperios coloniales, ahora más por intereses políticos
que económicos. 1
Mucho se ha hablado y escrito acerca de la llamada
«balcanización» de los países caribeños y uno de los
ecuerdo haberle escuchado en más de una ocasión a
José Luciano Franco —el más acucioso y constante
entre los iniciadores de los estudios del Caribe en Cuba—
que la incomunicación entre las islas antillanas podía
considerarse un fenómeno de nuestro siglo, acentuado
después de la II Guerra Mundial. Según Franco, durante
los siglos XVIII y XIX, el comercio de cabotaje era muy
activo en la región y la marinería antillana trasladaba de
un puerto a otro las noticias sobre los acontecimientos
y novedades, por lo que estas se difundían con relativa
rapidez para la época, e incluso se conocían en los más
distantes puntos de la geografía caribeña, antes que en
las propias metrópolis. Y ponía de ejemplo cómo las
noticias sobre las rebeliones de esclavos, los
acontecimientos de la Revolución en Francia, las
informaciones acerca del movimiento independentista
en el Caribe continental o sobre las medidas
abolicionistas, eran en breve tiempo del dominio de las
autoridades coloniales, de la población de las islas en
general, e incluso hasta de los esclavos.
Una de las razones para que ello ocurriera era el hecho
de que las migraciones internas habían sido una constante
en la historia del Caribe, originadas por motivos
políticos o económicos. Esos contactos crearon estrechos
nexos entre los habitantes de las poblaciones caribeñas
8
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
argumentos más socorridos para explicarla ha sido el de
la incomunicación lingüística originada por las diferentes
metrópolis que se disputaron el dominio de la subregión.
También se han tomado muy en cuenta la insularidad y
los disímiles avatares por los que debieron transitar los
países del área para acceder a la independencia, hecho
—al igual que la pluralidad lingüística— muy
estrechamente vinculado con la filiación colonial de cada
una de estas naciones. Ejemplos muy particulares en este
sentido lo constituyen los llamados Departamentos
Franceses de Ultramar, cuya «historia ha estado marcada
por una realidad social, política, económica y cultural
sin equivalentes en sus vecinas anglófonas e
hispanoparlantes»,2 y la controversial situación de Estado
Libre Asociado de Puerto Rico, territorios aún
sometidos a una condición colonial que por astucias y
rejuegos político-semánticos, han visto birladas sus
independencias hasta hoy.
Puede añadirse otra razón. El incremento de la
dependencia y el creciente empobrecimiento de la región
han estimulado el interés de sus pobladores por emigrar
a países desarrollados, en especial a las antiguas
metrópolis y muy particularmente a los Estados Unidos.
Esta tendencia, que ya había comenzado a manifestarse
en la pasada centuria, cobra auge principalmente en los
últimos cincuenta años y adquiere tintes de tragedia en
este fin de siglo, principalmente en el caso de los
emigrantes haitianos.
En un trabajo reciente, Paul Estrade derrumba el
carácter absoluto que habitualmente se le ha otorgado a
la argumentación de la barrera idiomática.3 El reconocido
hispanista e historiador francés demuestra que incluso
entre las que él propone designar como Antillas
Hispánicas (Cuba, República Dominicana y Puerto
Rico), pese a los numerosos factores y potenciales
intereses económicos y comerciales similares y de
comunidad histórica, en la actualidad —por razones
principalmente políticas— los vínculos no son tan
estrechos como correspondería, por lo que parece «como
si las Antillas ex españolas hubieran estallado y fueran
divergentes para siempre». 4
La conciencia del carácter aberrante de la
desvinculación de las naciones caribeñas y de la necesidad
de establecer vínculos estrechos entre sí, ha retomado
fuerza progresivamente a partir de la década del 60. Pero
debe recordarse que no es un fenómeno nuevo. Tuvo su
antecedente en los reclamos visionarios que a fines del
pasado siglo sustentaron al respecto Martí, Hostos,
Betances y el haitiano Antenor Firmin. Los cuatro, casi
al unísono, coincidieron en la necesidad vital de que
nuestros pueblos forjaran una unidad que les permitiera
enfrentarse a los peligros que para ellos constituían la
desunión y la desmembración.
No fue hasta el triunfo de la Revolución cubana en
1959 que se recolocó al Caribe en el mapa político
internacional, cuando emergió de nuevo y con vigor
creciente; aunque paulatinamente, la conciencia de la
imprescindible unidad caribeña. La independencia de los
territorios británicos del Caribe —iniciada en 1961 con
la de Jamaica y varios años después con las de Trinidad
y Tobago, Barbados, Guyana, Granada y otros
territorios—, a pesar de su inestabilidad política y los
serios problemas sociales que debían afrontar,
contribuyó aún más a movilizar al Caribe en pro de su
unidad.
Enmarcar brevemente el contexto político-social
caribeño en el que triunfa la Revolución cubana resulta
imprescindible para poder valorar la trascendencia que
aquella tuvo para la región en aquel momento, cuando
los dictadores emplazados y sostenidos por los Estados
Unidos y el control metropolitano de los territorios
dependientes garantizaban las maniobras y el dominio
imperialista en la zona.
La repercusión inmediata de la victoria
revolucionaria cubana avivó el espíritu de lucha en los
países del Caribe sometidos por regímenes dictatoriales;
también contribuyó a reforzar la lucha independentista
puertorriqueña. Poco después, las aparentemente
apacibles y dóciles poblaciones de las colonias francesas
se vieron envueltas en disturbios allí nunca antes vistos,
que incluso antecedieron al fin de la guerra de Argelia y
a la descolonización masiva de los países africanos.
En cuanto a Cuba y su revolución, la historia que
siguió es de todos conocida: agresiones económicas,
bloqueo, intentos de desestabilización, agresión de
Girón, Crisis de Octubre, expulsión de la OEA,
aislamiento diplomático y ruptura masiva de relaciones
con la Isla. Durante dos décadas, con la excepción de
México y Canadá, los vínculos con las naciones del
continente se limitaron —por todas las dificultades y
los impedimentos que una situación tan anómala
comportaba—, a las relaciones que se establecieron con
los movimientos revolucionarios y los contactos con
los sectores y personalidades más progresistas de la
intelectualidad latinoamericana que visitaban la Isla,
incluidas las de los Estados Unidos. La cultura se
convirtió en puente para el entendimiento entre Cuba
y la América Latina y el Caribe.
La cultura revolucionaria cubana y el Caribe
Entre los objetivos de la política cultural de la
Revolución cubana estuvo, desde bien temprano,
fortalecer las relaciones con Latinoamérica y muy
especialmente con el espacio caribeño. Algunas
instituciones desempeñarían un papel sustancial en ese
propósito.
La Casa de las Américas
Cupo a la Casa de las Américas, creada en 1959, 5
canalizar el intercambio de la Revolución y de los
intelectuales cubanos con sus colegas, principalmente
los latinoamericanos, asumir, desde los tiempos de su
más temprana existencia, el papel de difusora de las
9
Emilio Hernández Valdés
La conciencia del carácter aberrante de la desvinculación de las
naciones caribeñas y de la necesidad de establecer vínculos
estrechos entre sí, ha retomado fuerza progresivamente a partir
de la década del 60. Pero debe recordarse que no es un fenómeno
nuevo. Tuvo su antecedente en los reclamos visionarios que a
fines del pasado siglo sustentaron al respecto Martí, Hostos,
Betances y el haitiano Antenor Firmin.
conquistas de la Revolución y quebrantar el cerco
tendido a la Isla.
Su labor por más de 35 años en favor del desarrollo
del arte y la cultura continentales es ampliamente
conocida. Asimismo, la tarea fundadora de Haydée
Santamaría, su sensibilidad y capacidad para rodearse
de eficaces colaboradores que han sabido continuarla y
expandirla, ha sido resaltada a lo largo y ancho del
continente.
Me limitaré a puntualizar aquellas actividades de la
Casa de las Américas que han sido decisivas para el
acercamiento de nuestro país a las naciones del Caribe
francófono y la difusión de su producción literaria, a
mostrar los valores artísticos y sociales de sus obras, en
y desde Cuba, y —quizás la mayor aportación cubana
en el terreno cultural a esas pequeñas naciones
hermanas— a reinsertarlas y reafirmar su pertenencia,
con sus especificidades y circunstancias muy propias,
en el contexto continental latinoamericano y
específicamente caribeño.
La convocatoria, desde 1960, de su Premio Literario
y la fundación de la revista Casa de las Américas
constituyeron dos importantes contribuciones de la
institución al desarrollo de la cultura cubana en beneficio
propio y de todos los países del continente.
De la significación y reconocimiento internacional
alcanzado por el Premio Casa de las Américas, a lo largo
de sus treinta y seis años ininterrumpidos, hablan por sí
solas las obras que han sido galardonadas. Baste apuntar
que el Premio, desde su primera edición, ha tenido
características sui generis. A diferencia de otros
certámenes literarios, este cónclave anual no se limita a
premiar las mejores obras concursantes en los géneros
que se convocan, sino que de hecho ha devenido un
evento «multipropósito». No está dotado de una bolsa
tentadora para los ganadores; pero el conseguirlo ha
catapultado a más de un escritor a posiciones destacadas
en las letras del continente. Para los miembros de los
jurados, además de constituir un reconocimiento a sus
méritos como creadores, críticos e investigadores, ha
significado la oportunidad de entrar en contacto con
figuras establecidas o de reciente incursión en la creación
literaria latinoamericana. Estos intercambios, sin dudas,
han contribuido al desarrollo y la difusión de la literatura
de la región en otras latitudes, especialmente en el caso
de los escritores anglo y francocaribeños.
Otro tanto han logrado sus publicaciones,
particularmente la revista Casa de las Américas. 6 Desde
sus primeros números, el tema del Caribe insular y
algunos ejemplos de su producción literaria
—principalmente la de Puerto Rico— tuvieron cabida
en sus páginas. Pero hasta 1966 las referencias al Caribe
francófono se limitaron a Haití. A partir de esa fecha,
coincidiendo con el interés que desde entonces despertó
en Cuba la literatura de las islas del Caribe, esta
publicación la reflejó con relativa regularidad.
Una somera revisión de los más de 200 números ya
publicados —cifra pocas veces alcanzada por
publicaciones literarias de América Latina y significativa
en cualquier latitud— permite comprobar de manera
fehaciente que la revista Casa de las Américas es una
obligada fuente de consulta para todos los investigadores
de las letras y las ciencias sociales latinoamericanas; una
verdadera antología de nuestras letras en constante
actualización; una imprescindible base de datos que
permite recorrer el desarrollo de la actividad cultural y
política del continente americano en las últimas cuatro
décadas y obtener una visión contemporánea del legado
latinoamericano, de su inserción en el panorama
universal de la creación artístico-literaria, así como de
la sociedad y la política de este convulso, complejo y
cambiante fin de siglo, signado por la globalización y el
poderío unipolar capitalista.
Por su parte, la labor editorial de la institución
comenzó en 1961 con la publicación de los libros que
recibieron el primer Premio Casa de las Américas en
1960 y ha continuado hasta hoy.
En 1963 inició el más relevante de sus proyectos
editoriales: la Colección Literatura Latinoamericana. 7
En sus treinta y tres años de existencia, han sido
publicados unos ciento cincuenta títulos de autores
clásicos y contemporáneos de todos los países
latinoamericanos, incluidas las islas del Caribe anglófono
y francófono, así como textos fundamentales de la
literatura precolombina.
Progresivamente, a la revista Casa de las Américas y a
las colecciones Premio y Literatura Latinoamericana se
sumaron otros empeños editoriales de la institución,
como la serie Nuestros Países, en la que los temas
caribeños han tenido un espacio. En este aspecto
sobresale Anales del Caribe, especializada en la subregión,
que se publica desde 1981.
10
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
más reciente, en la preuniversitaria, como parte de los
programas de literatura latinoamericana y del Caribe. 9
En el Instituto de Literatura y Lingüística, los
investigadores Isabel Martínez Gordo y Sergio Valdés
Bernal han realizado indagaciones sobre aspectos
lingüísticos del área caribeña. La primera, se ha dedicado
principalmente al estudio del creole haitiano y su
influencia en Cuba, 10 y Valdés Bernal, con una
proyección más amplia, aborda tanto los problemas
lingüísticos de la zona en su conjunto o en el contexto
continental, como el aporte lingüístico subsahariano y
del español en Cuba, ya en aspectos puntuales, ya como
parte de la comunidad lingüística hispánica del Caribe.11
También la Casa del Caribe, de Santiago de Cuba,
realiza investigaciones sobre el creole haitiano y su
presencia en Cuba, los sistemas mágico-religiosos del
área, además de indagaciones literarias, históricas,
arqueológicas, etcétera. Su órgano, la revista Del Caribe,
ha publicado desde 1984 artículos de sus investigadores
y contribuciones de otros especialistas e investigadores
—cubanos y extranjeros— acerca de los temas caribeños.
Esta institución también auspicia anualmente el Festival
de la Cultura Caribeña, que ya ha conocido su 16ª
edición. Este encuentro de intelectuales y artistas mucho
ha contribuido a estrechar los vínculos entre los pueblos
de la zona y a profundizar en su conocimiento mutuo.
En tal sentido, la participación de delegaciones de
artistas cubanos en los Festivales de las Artes Creativas
del Caribe (CARIFESTA), con el apoyo del Ministerio
de Cultura, ha sido un marco muy propicio para el
intercambio.
Por otra parte, el tema caribeño ha estado presente,
en los últimos treinta años, con relativa regularidad, en
otras publicaciones cubanas. La Gaceta de Cuba y la
revista Unión, ambas de la Unión de Escritores y Artistas
de Cuba, Santiago, editada por la Universidad de Oriente
y Revolución y Cultura han publicado trabajos sobre la
literatura, las artes y la cultura caribeñas. La revista
Cuadernos de Nuestra América, del Centro de Estudios
sobre América (CEA), publica desde 1981 artículos sobre
política, integración regional, defensa y otros temas,
abordados desde el punto de vista de la politología y las
ciencias sociales. Las editoriales Arte y Literatura, José
Martí, Ciencias Sociales y Pueblo y Educación también
han difundido textos literarios y estudios críticos e
históricos sobre el Caribe.
Pudieran añadirse otras instituciones culturales y
académicas —como el capítulo cubano de la Asociación
de Historiadores del Caribe— pero su inclusión haría
aún más extensa esta relación.
Entre otros proyectos diseñados y ejecutados por la
Casa de las Américas que han contribuido a la
divulgación de la literatura y el arte caribeños, deben
mencionarse, en primer lugar, el Centro de
Investigaciones Literarias (1967) y el Centro de Estudios
del Caribe (c1980), así como la celebración de diferentes
reuniones de intelectuales, por ejemplo los Encuentros
de Escritores de América Latina y el Caribe, de
Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra
América y el Simposio sobre la Identidad Cultural
Caribeña.
Contribución
publicaciones
de
otras
instituciones
y
De la difusión de la cultura y la realidad del Caribe
—aunque, hasta el presente, algunas solo lo han hecho
en una escala modesta—, se ocupan también otras
instituciones y publicaciones cubanas.
El primer centro universitario cubano que introdujo
el tema del Caribe en sus planes de estudio fue la Escuela
de Letras y Artes de la Universidad de La Habana, por
iniciativa de la doctora Graziella Pogolotti. En 1968, el
profesor norteamericano Samuel Goldberg comenzó a
impartir la asignatura Literatura Africana y Antillana
(en lengua inglesa y francesa, según la especialidad).8 Poco
después, las literaturas de Africa y del Caribe se
estudiaron en asignaturas independientes.
En cuanto a los estudios sobre la historia del Caribe,
estos se iniciaron en el Instituto Superior Pedagógico
«Enrique J. Varona» en cursos de posgrado impartidos
por José Luciano Franco, desde el inicio de los años 70.
Aquellos esfuerzos iniciales permitieron que en la
actualidad los estudios caribeñistas ocupen un lugar
destacado en los planes de estudio en las facultades de
Lenguas Extranjeras, Artes y Letras y Filosofía e
Historia, de la U.H., tanto en el nivel de pregrado como
en el de posgrado. En los tres últimos lustros varios
profesores de dichas facultades han realizado tesis
doctorales sobre diferentes aspectos de la cultura del
Caribe: literario (Margarita Mateo Palmer e Ileana Sanz),
histórico (Digna Castañeda y Josefina Castro) y de las
artes plásticas (Yolanda Wood). El tema caribeño es una
tarea en las líneas de investigación de esos centros, que
mantienen un importante intercambio de profesores con
universidades del área, quienes participan con
regularidad en actividades académicas caribeñistas, tanto
en Cuba como en otros países.
Otro centro docente universitario que dedica gran
atención a los estudios caribeños es la Universidad de
Oriente. En su sede de Santiago de Cuba, se imparten
cursos sobre el Caribe y se mantiene un activo
intercambio con profesores e investigadores de los países
de la subregión.
Ya en la década del 70, el Ministerio de Educación
introdujo en sus planes de estudios el tema caribeño,
primero en la enseñanza secundaria básica y en fecha
Las naciones francocaribeñas y su literatura.
Una ojeada desde Cuba
Por razones obvias, la nación francocaribeña con la
cual Cuba tradicionalmente tuvo más contactos hasta
1959 fue Haití. Ya desde principios del pasado siglo la
emigración de colonos franceses —muchos de ellos
11
Emilio Hernández Valdés
acompañados por sus esclavos— que se asentaron
fundamentalmente en la región oriental de Cuba, al
producirse la Revolución y posterior independencia
haitiana, sentó las bases del intercambio cultural entre
ambas naciones.
Ese movimiento libertario, cuya trascendencia
traspasó los límites del vecino país y sus consecuencias
repercutieron no solo en el Caribe, sino también en los
planos continental y universal, influyó de manera
especial en el destino de Cuba. Baste recordar que fue
decisivo para que la sacarocracia cubana se alzara al
primer plano en la producción y comercialización del
azúcar. Otros productos cubanos, como el café, gracias
a la desestabilización de la producción agrícola haitiana,
lograron ocupar posiciones privilegiadas en el mercado
internacional. Tampoco puede soslayarse que también
favoreció el incremento de la introducción de mano de
obra esclava, y que durante décadas se esgrimiera el
ejemplo de lo que allí había ocurrido como pretexto
para postergar la abolición, dos factores que influyeron,
tanto interna como externamente, en que se retrasara la
independencia de la Isla. Además, la turbulencia de la
historia haitiana y la continua amenaza y
desestabilización de la colonia española de Santo
Domingo por parte de los ejércitos haitianos propició
también una emigración masiva de familias dominicanas
y francesas hacia Cuba que contribuyó notablemente al
desarrollo experimentado por la Isla en el siglo XIX ,
principalmente en el campo de la cultura.
Ya a fines de ese siglo, en la medida de sus magros
recursos, Haití cooperó con los revolucionarios cubanos
que preparaban la Guerra del 95, y en su territorio tuvo
Martí una cálida acogida, incluyendo el apoyo del
presidente Florvil Hypolitte.
Tampoco es posible olvidar que durante las primeras
décadas de la actual centuria, miles de braceros haitianos,
—así como de Jamaica y en menor proporción de otras
islas del Caribe— fueron traídos para cortar caña en
nuestro país. Este movimiento migratorio, generalmente
eventual, si bien disminuyó posteriormente, se mantuvo
hasta los años 50. Muchos de aquellos peones se
instalaron definitivamente en Cuba, donde
constituyeron un núcleo poblacional importante, cuyos
descendientes forman hoy parte integrante de nuestra
nación.
En cuanto al contacto con los otros territorios
caribeños colonizados por Francia, fue mínimo en los
casos de Martinica y Guadalupe, y casi nulo en lo que se
refiere a la Guayana, hasta fecha reciente. Solo después
del triunfo revolucionario se produjo un acercamiento,
pero aún hoy resulta muy limitado.
económicas— los colonizadores franceses contribuyeron
a que comenzaran a sentarse las bases de nuevas
sociedades que lentamente, a lo largo de los años, en
razón de las diversidades contextuales en las que se
manifestaría su tortuosa y castrada evolución, se
diferenciarían esencialmente de Francia.
A lo largo de los siglos XVI y XVII, las condiciones de
vida de las nuevas colonias y las características de sus
pobladores impiden el surgimiento en ellas de una rica
actividad cultural y, por consiguiente, de la escritura
literaria. Las crónicas de los misioneros y los diarios de
los colonos se ocupan ante todo de establecer el «registro»
de la vida en las colonias, y el factor humano, subjetivo,
esencial a la creación literaria —salvo contadísimos
ejemplos llegados hasta nuestros días—, queda excluido
de esos primeros documentos. 12 Paralelamente, en el
inevitable intercambio que hubo de producirse entre los
grupos poblacionales que integraron la sociedad colonial,
surgió la contradictoria dicotomía lingüística que ha
caracterizado la vida de estos territorios: la convivencia
discrepante entre el francés y el creole, que desde
entonces y hasta hoy ha constituido un problema central
de la creación literaria francoantillana, y que en las
últimas décadas ha cobrado palpitante actualidad.
Empleado por los descendientes de los colonos franceses
para expresarse literariamente y por los esclavos para la
creación artística oral, en las noches de la plantación, ya
desde entonces comenzó el creole a labrar su senda como
instrumento para la creación literaria. 13
Se acostumbra situar el origen de la literatura haitiana
en el período posterior a la independencia nacional,
conquistada en 1804 —la primera de un país
latinoamericano. Pero cabe suponer, como afirma Pradel
Pompilus,14 que al menos entre el sector de los libertos
—constituido por ricos propietarios mulatos del sur del
Santo Domingo francés, algunos de los cuales habían
estudiado en el extranjero— existiera ya una intención
de describir la vida en esa colonia, su naturaleza, su
historia, además de redactar documentos en los que
justificaran sus demandas de reivindicaciones como
grupo preterido por la supremacía de los colonos
blancos, de quienes sí se conservan algunos textos. Sus
primeras manifestaciones 15 —poemas, generalmente de
corte patriótico; piezas teatrales sobre la vida y las
costumbres del país y ensayos en los que se defiende a la
joven República de los ataques provenientes del exterior
o que abordan los agudos enfrentamientos entre los
diferentes caudillos del país después de la
independencia— carecen de valores literarios. Son, por
ejemplo, versos balbucientes, altisonantes, una imitación
de los modelos neoclásicos franceses, escritos las más de
las veces en un francés arcaico, en ocasiones incorrecto.
Pese a ello, es en Haití donde a partir de 1860 se produce
la obra más significativa —principalmente en la poesía y
el ensayo histórico— en el terreno de la literatura y el
pensamiento —con un marcado interés por demostrar
la capacidad creadora del hombre negro instruido— en
el Caribe francófono del siglo XIX.
La creación literaria francocaribeña
Desde su instalación en los territorios del Caribe,
pese a su rechazo al medio y sus nostalgias de la vida
metropolitana, —la que muchos se vieron obligados a
abandonar por diversas razones, en primer lugar las
12
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
Cupo a la Casa de las Américas, creada en 1959, canalizar el
intercambio de la Revolución y de los intelectuales cubanos con
sus colegas, principalmente los latinoamericanos, asumir, desde
los tiempos de su más temprana existencia, el papel de difusora
de las conquistas de la Revolución y quebrantar el cerco tendido
a la Isla.
conocer el drama del pueblo haitiano y la explotación a
la que este estaba sujeto por parte de la burguesía
nacional, reducidos sus representantes al papel de
testaferros del imperialismo norteamericano.
El regreso de Roumain a Haití no solo contribuyó a
la renovación literaria del país. Este aprovechó el clima
favorable creado por la ocupación, y la prédica en favor
de los valores autóctonos desarrollada a lo ancho y largo
del país unos años antes por Jean Price-Mars, para
radicalizar a los jóvenes intelectuales del momento e
incorporarlos a las luchas populares y al enfrentamiento
directo a la ocupación extranjera; movimiento que
alcanzó su punto más alto cuando fundó el Partido
Comunista Haitiano al concluir la ocupación
norteamericana en 1934.
En cuanto al resto de las Antillas francesas, estas se
mantenían en el mayor estancamiento político y social,
con la diferencia, respecto a Haití, de que el régimen
colonial permitió, después de abolido el Código negro,
en alguna medida, el acceso a la instrucción pública;
aunque el número de analfabetos, principalmente en las
regiones rurales, era muy elevado. Una rígida estructura
clasista, basada también en el color de la piel, sostenía
casi inalterable el orden social establecido luego de
haberse abolido la esclavitud en esos territorios (1848).
Propietarios blancos y funcionarios coloniales se
esforzaban por mantener sus privilegios frente a una
mayoría de negros y mestizos que poco podían hacer
para mejorar su situación. Este estado de cosas se refleja
en la creación intelectual de los antillanos asimilados,
más ocupados en mantenerse al tanto de la política y la
vida cultural metropolitana que de los problemas
locales. 17 Avanzado el período de entreguerras,
comienzan a manifestarse signos de una naciente
reacción, en cuanto a poner de relieve los valores propios
de esa sociedad, principalmente en Martinica, isla que
tradicionalmente marca el paso a estos territorios hasta
el presente. Se atribuye este cambio al surgimiento de
una nueva generación de intelectuales que, formados en
Francia, se habían puesto en contacto con el pensamiento
progresista de la época —algunos con las ideas marxistas—
y habían recibido la influencia del surrealismo, en el
que apreciaron su interés por la revalorización de las
artes y las sociedades negras.
La presencia de esta nueva proyección del
pensamiento social en el panorama político-cultural
antillano, se pronunciará con un tono más radical entre
los jóvenes estudiantes martiniqueños radicados en París,
En esa época, en Martinica y Guadalupe
—particularmente en la segunda— la producción literaria
es muy escasa, y en la Guayana, prácticamente
inexistente.
El fenómeno de la confrontación lingüística hace que
en todo el Caribe francófono surjan escritores que ya en
el siglo XIX tratan de escribir simultáneamente en francés
y en creole, aunque casi siempre sin grandes méritos.
Este hecho indica la aparición de un sentimiento de
diferenciación, germen primero de la expresión de la
evolución hacia una conciencia nacional que en
Martinica y Guadalupe, y mucho más tarde en la
Guayana,16 va a desarrollarse con extrema lentitud.
No es hasta el presente siglo que comienza a
modificarse esa actitud mimética en la literatura
francocaribeña. Primero, tímidamente, en Haití, y a
finales de la década de los años 20 en los territorios
coloniales de Francia, aunque con marcadas
peculiaridades en cada caso.
En Haití, el rechazo a la humillación sufrida por la
ocupación norteamericana reavivó los sentimientos
nacionalistas. Ya desde principios de siglo, los escritores,
principalmente los narradores, habían comenzado a
mirar hacia adentro; a resaltar los valores y defectos de
una nación que en un solo siglo, y en medio de continuos
y sangrientos conflictos internos, debió transitar —en
un casi total aislamiento la mayor parte de ese tiempo—
de la esclavitud a la consolidación de la nacionalidad.
La presencia norteamericana exacerbó los agudos
problemas de aquella sociedad. La elite haitiana se dividió
entre los que cooperaron con el ocupante y los que
rechazaron su presencia. Pero fueron las clases más
humildes las que se rebelaron y enfrentaron al invasor.
El movimiento de los cacos, guerrilleros campesinos
comandados por Charlemagne Peralte, aunque fracasó,
firmó una página heroica en la historia haitiana. Un vivo
sentimiento nacionalista predominó en todo el país. Pero
su reflejo en las letras y en las luchas sociales debió
esperar al surgimiento de la llamada Escuela indigenista,
fundada hacia 1926 y comandada por Jacques Roumain,
a partir de su regreso de Europa un año más tarde. Este
grupo de jóvenes escritores buscó salir del
pintoresquismo y la imitación de los modelos franceses
en lo formal, y de la evasión temática de la realidad que
aún persistía en la mayor parte de los creadores,
principalmente en la poesía. Para lograrlo profundizaron
en el estudio de las raíces propias, adoptaron una nueva
forma de decir y abordar sus circunstancias. Dieron a
13
Emilio Hernández Valdés
En Haití, el rechazo a la humillación sufrida por la ocupación
norteamericana reavivó los sentimientos nacionalistas. Ya desde
principios de siglo, los escritores, principalmente los
narradores, habían comenzado a mirar hacia adentro; a resaltar
los valores y defectos de una nación que en un solo siglo debió
transitar de la esclavitud a la consolidación de la nacionalidad.
departamentalización, cuya ley fue propuesta e
impulsada por Césaire. Con su promulgación, Francia
logró, no sin esfuerzo, recuperar su hegemonía en estos
territorios, que durante la ocupación alemana de la
metrópoli habían permanecido fuera del control del
gobierno de Vichy.
Convertido en líder político, Césaire desempeñó un
papel de suma importancia, pero muchas veces
contradictorio. Militante del Partido Comunista
Martiniqueño, alcalde de Fort-de-France, diputado a la
Asamblea Nacional, luego de renunciar a su militancia
comunista en 1956, fundó su propia organización, el
Partido Progresista Martiniqueño y adoptó posiciones
más bien conservadoras en el plano político práctico, al
tiempo que continuaba desarrollando una obra literaria
que le propició una merecida fama internacional.
Pero su proyección ideológica muchas veces se
contrapuso a su ejecutoria política. Aunque no rompe
con Senghor, se distancia de las posiciones abiertamente
reaccionarias y neocolonialistas de este, que sí son
coherentes con su pasado, tanto en el plano estético como
en el político-ideológico. Su antiguo compañero de lides
en los días fundacionales del movimiento de la negritud,
el gran poeta Léopold Sédar Senghor, es también ahora
dirigente político —primer Presidente de Senegal al
recibir su país la independencia en 1960—, y pretendiente
a convertirse en el hombre fuerte de Africa y en Papa de
la literatura y las artes negroafricanas y, por extensión,
de todo el mundo negro.
Varios acontecimientos, tanto políticos, como
sociales y culturales, ocurridos a finales de los años 50,
prepararon el panorama que habría de observarse en el
contexto internacional. El acelerado descalabro del
antiguo imperio colonial francés, con la derrota
experimentada por sus tropas en Indochina y el
comienzo de la impopular Guerra de Argelia, también
abocada al fracaso, y que pondría en crisis toda la
estructura de la dominación colonial a escala global; la
estructuración de un amplio movimiento anticolonialista
de los pueblos de Asia y Africa, que cobra fuerzas a
partir de la victoria de la Revolución china, los
acontecimientos en Egipto e Indonesia, y la Conferencia
de Bandung, en 1955; las revelaciones hechas durante el
XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética sobre los excesos cometidos durante el período
estalinista, que motivaron la salida del Partido
Comunista Francés de Césaire y otros escritores franceses
y antillanos; la asunción de la presidencia de Haití —en
agrupados en torno a la efímera revista Légitime Défense
(1932). En su único número, estos reclamaban, mediante
un manifiesto de denuncia que allí publicaron, los
derechos que les negaba el régimen colonial a sus pueblos
y expresaban la impostergable necesidad del rescate de
sus valores.
Dos años más tarde se publicó, también en París, la
revista L’Etudiant Noir, en la que se daban a conocer
tres jóvenes poetas: Aimé Césaire (Martinica), Léon
Damas (Guayana), y Léopold S. Senghor (Senegal),
quienes constituirán el núcleo central del más tarde
llamado Movimiento de la Negritud, que marcará un
punto de giro en el desarrollo de la cultura antillana y
africana, principalmente en las naciones colonizadas por
Francia.
Los años finales de la década del 40 se caracterizan,
en Haití, por una intensa lucha política, que se recrudece
con la caída del presidente Elie Lescot en 1946,
propiciada por una huelga iniciada por jóvenes escritores
y estudiantes, que fue apoyada por los intelectuales más
progresistas y secundada por la población, pero que
abortó por la falta de un movimiento organizado y de
una dirección que le diera coherencia.18 La amenaza de
una nueva intervención norteamericana y la cooperación
brindada por el ejército al Departamento de Estado
Norteamericano, con el beneplácito de la burguesía
comerciante haitiana, frustró el movimiento. Muchos
de los jóvenes intelectuales que participaron en él o que
lo apoyaron se vieron obligados a abandonar el país,
entre ellos Jacques Stephen Alexis y René Depestre.
A partir de entonces se sucedieron una tras otra las
crisis políticas en Haití. Los gobiernos represivos que
detentaron el poder durante una década crearon las
condiciones para la instauración de la dinastía de los
Duvalier. Puede decirse que desde 1946, y sobre todo
hasta el derrocamiento del sucesor de Papa Doc, la mejor
literatura haitiana se hizo en el exilio: en Montreal, París,
México, Nueva York o La Habana. Los escritores que
permanecieron en el país, si no cooperaron
espontáneamente o cedieron a las presiones recibidas
para que colaboraran con el dictador, debieron cuidarse
de no irritar al más grotesco y delirante ejemplar de la
nutrida galería de dictadores que ha conocido América
Latina. Quienes no tuvieron esa cautela debieron
exiliarse o perecieron en sus mazmorras.
En las colonias francesas el lento proceso de
evolución de su condición colonial se modificó con la
instauración
de
la
llamada
política
de
14
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
el caso específico de esa nación— por François Duvalier
en 1957, y el triunfo de la Revolución cubana en 1959,
repercutieron con mayor o menor intensidad en la región
del Caribe.
En el plano de la cultura tuvieron lugar dos eventos,
en los que intervinieron numerosos creadores
francoantillanos: en 1956, en París, el primer Congreso
de Escritores y Artistas Negros, en el que tuvieron una
participación destacada Jean Price-Mars, Jacques Stephen
Alexis, Aimé Césaire, Frantz Fanon y otros intelectuales
francocaribeños, y su segunda edición, efectuada en
Roma en 1959.19
A partir de 1960, la literatura francocaribeña
experimentará un desarrollo sostenido, cuya resonancia
no se ha apagado, y alcanza hoy un gran reconocimiento
por sus altos valores formales y sus experimentaciones
en el plano lingüístico, al incorporar el creole —en tanto
lengua para la creación literaria— como parte de la
incesante búsqueda de la identidad que durante las
últimas décadas ha obsesionado y ocupado a los
escritores y artistas de las naciones francocaribeñas y de
toda la región.
Escrita, la mayoría de las veces, en el exilio —forzoso
o voluntario—, denotadora de un esfuerzo sobrehumano
de la nostalgia y del afán a ultranza por no olvidar lo
propio, y de un ejercicio de profundización en la
búsqueda y defensa de los valores de esas culturas
nacionales preteridas y subestimadas; obligada a
imponerse desde las diásporas y a vencer la resistencia
de los medios intelectuales no progresistas y de los
círculos editoriales a reconocer sus valores; casi
desconocida en su propio espacio por razones objetivas
—la mayoría de las veces, como ocurre principalmente
en Haití, por su elevado número de analfabetos— o
subjetivas, por los prejuicios y la subestimación de lo
autóctono por parte de las clases privilegiadas
detentadoras del poder y con un alto grado de
asimilación a los patrones neocoloniales, la literatura
francocaribeña ha logrado imponer sus méritos en estas
dos décadas finiseculares, como lo demuestra la existencia
de una nutrida nueva generación de escritores y un
número considerable de obras con un alto nivel de
realización que permiten afirmar que ya existe una
novelística francocaribeña. Casi puede hablarse de boom,
provocado por el reconocimiento alcanzado en recientes
ediciones de certámenes literarios, que hasta entonces
habían sido renuentes a galardonar a los autores
caribeños.20
de Edmond Héraux (Haití, 1858-1920). En apretada
síntesis caracteriza los valores de la producción
intelectual haitiana, criterio muy coincidente con el
juicio de valor que la posteridad se encargó de establecer:
Haití tiene más de un poeta, y muchos buenos en verdad,
así como sendos libros de singular pericia en política y
hacienda [...]. De los poetas, por abundoso, y a veces
gigantesco, por pujante y nómada, tiene fama europea y
americana Oswald Durand, que escribió a Cuba una
verdadera oda [...]. 22
Este texto constituye una muestra más de la
sensibilidad y la información de Martí como crítico
literario, pues de la abundante producción poética
haitiana del pasado siglo, en su mayor parte dispersa en
revistas y periódicos de esa nación, y de la que —como
ocurre con la generalidad de la producción de sus
creadores, tanto en prosa como en verso— solo tenemos
un conocimiento fragmentario, los poemas de Durand
son los que, como conjunto, en alguna medida aún hoy
pueden leerse con agrado.23
Aunque no abordó directamente aspectos de la
literatura francocaribeña, la segunda personalidad de
nuestra cultura que se interesó por los estudios antillanos
fue, por supuesto, Fernando Ortiz. Ya desde principios
de la década del 30 comienza a dar a conocer sus primeros
estudios antillanos. 24 Al regresar a Cuba —en 1934—
publica reseñas de obras sobre las religiones, la música
y el folklore antillano, así como sobre la llamada poesía
mulata —de la que ya se había ocupado en 1930 con
motivo de la publicación de los Motivos de son de
Guillén—, específicamente de la obra del puertorriqueño
Luis Palés Matos, además de un trabajo titulado «La
religión en la poesía mulata», de 1937. De esa época datan
sus relaciones con Jean Price-Mars, el eminente
sociólogo, etnólogo y folklorista haitiano quien
desarrolló en su país una obra paralela y muy similar a
la llevada a cabo por Ortiz en Cuba. La labor iniciada
por Don Fernando, reconocida desde muy temprano
en el plano internacional, permitió profundizar en el
carácter mestizo y transculturado de Cuba y los pueblos
del Caribe, y abrió el camino de las investigaciones
afrocaribeñas tanto a sus coetáneos —algunos de ellos
convertidos en sus discípulos, en primer lugar José
Luciano Franco—, como a otros intelectuales más
jóvenes, pero ya en plena madurez creadora; tales son
los casos de Lydia Cabrera o Alejo Carpentier.
Fueron este último y Nicolás Guillén quienes, junto
con el pintor Wifredo Lam, estuvieron en más estrecho
contacto con la cultura y la literatura haitianas en aquel
momento, tanto por sus visitas a Haití en los primeros
años de la década del 40, como por la íntima amistad
que se estableció entre Guillén y Jacques Roumain desde
1937, cuando se conocieron en París. Su relación se
reforzó durante el tiempo que Roumain vivió como
exiliado en La Habana en 1939, y perduró hasta la muerte
de este. Para Carpentier y Guillén el contacto con Haití
tuvo una gran significación y trascendió a sus obras.
Visión cubana de la literatura francocaribeña
La primera referencia a la literatura francocaribeña,
desde una visión cubana, que he podido rastrear
corresponde a José Martí. 21 Se trata de un breve
comentario —publicado el 19 de enero de 1895,
exactamente cuatro meses antes de su caída en combate—
dedicada al poemario Fleurs des mornes (Flores de los cerros)
15
Emilio Hernández Valdés
La primera referencia a la literatura francocaribeña, desde una
visión cubana,corresponde a José Martí. En apretada síntesis
caracteriza los valores de la producción intelectual haitiana,
criterio muy coincidente con el juicio de valor que la posteridad
se encargó de establecer.
En 1947 aparece en nuestras librerías un poemario
de un importante poeta haitiano, Black soul (Alma negra),
de Jean Fernand Brierre (1909), libro influido por la
poesía de Césaire —con la que los poetas haitianos se
pusieron en contacto directo cuando este visitó ese país
en 1945— y la literatura negra norteamericana. 34
En cuanto a Carpentier, recuérdese que su estancia
en Haití en 1945 significó la revelación de lo que él llamó
«lo real maravilloso americano» y dio origen a su primera
gran novela, El reino de este mundo, que constituyó su
lanzamiento como gran novelista de las letras del
continente.25 Puede afirmarse que superar esta novela
constituye aún un desafío para quienes —incluyendo a
los novelistas haitianos— intenten calar profundo en las
esencias de ese pueblo caribeño.26
El viaje de Guillén a Port-au-Prince en 1942, invitado
por Roumain, y a donde acudió en misión oficial,
contribuyó a estrechar los vínculos entre las dos
naciones, principalmente en el campo de la cultura, y a
la creación del Movimiento de Cooperación Intelectual
Haitiano-Cubano, encabezado por el notable poeta
Roussan Camille (1915), muy vinculado, por su vida y
obra, a Roumain. La significación otorgada a la presencia
de Guillén en Haití fue plasmada en el artículo «Una
embajada histórica», publicado entonces por Roumain
y reproducido de inmediato en Cuba, en el periódico
Hoy. 27
En marzo de 1944, en el primer número de la Gaceta
del Caribe, revista de la cual Guillén fue uno de los
editores, se publicó el artículo de Roumain «La poesía
como arma», en el que sintetiza su credo poético.28 Otro
escritor haitiano que publicó en la Gaceta del Caribe fue
el poeta y novelista Anthony Lespès. 29 La muerte de
Roumain, reseñada por esa publicación solo unos meses
más tarde, «fue un duro golpe [para Guillén], que habría
de resonar más adelante, alto y perdurable, en su
poesía». 30
También en ese primer lustro de la década del 40, se
produjo el primer contacto de los lectores cubanos con
uno —hasta hoy el mayor—, de los grandes poetas de la
literatura francocaribeña, entonces prácticamente
desconocido: el martiniqueño Aimé Césaire. Traducido
por Lydia Cabrera —con prefacio del poeta surrealista
francés Benjamin Péret (1899-1959), e ilustrado por
Wifredo Lam—, se publica en La Habana, muy
probablemente en su primera versión a otra lengua, el
libro capital de la negritud: Cahier d’un retour au pays
natal,31 obra que tan solo unos años después, concluida
la II Guerra Mundial, situaría a su autor en la cúspide de
la creación poética francesa, para satisfacción de André
Breton, su «descubridor», y con el reconocimiento
expreso de Jean P. Sartre.32 En el verano de 1945, Césaire
vuelve a ser publicado en Cuba, ahora en Orígenes,
traducido por Helena de Lam, una alemana entonces
esposa del pintor cubano.33
La literatura francocaribeña desde Cuba en
Revolución
Al producirse en 1959 el triunfo revolucionario
«exiliados provenientes de todos los rincones de América
se dirigieron a Cuba, nuevo hogar de la libertad, con el
fin de recabar el concurso moral y material que les
permitiría librar a su patria del yugo de la opresión». 35
Entre esos exiliados llegó a Cuba un escritor
revolucionario haitiano que contribuiría decisivamente
con su obra y esfuerzo a divulgar entre nosotros no solo
la literatura de su país, sino la de todo el Caribe
francófono: René Depestre. Su residencia de casi tres
décadas en Cuba, en cuya vida intelectual participó
activamente, como un cubano más, la compartió entre
su labor política —desarrollada principalmente a través
de sus mensajes en creole trasmitidos por Radio Habana
Cuba, destinados a combatir al régimen haitiano e
informar a la opinión pública de su país sobre el
desarrollo de la Revolución cubana y los
acontecimientos internacionales— y la continuación de
su obra creadora como escritor y periodista. Fue un
asiduo colaborador en las actividades de la Casa de las
Américas y de su revista, de cuyo Comité de
Colaboración fue miembro durante varios años, y en la
que publicó con regularidad sus poemas y varios de sus
ensayos más importantes.
Fue precisamente un libro de René Depestre uno de
los primeros de la literatura francocaribeña que se
publicó en Cuba en el período revolucionario: Mineral
negro (Minerai noir) (1962). Traducido por Virgilio
Piñera, incluye algunos de los poemas reunidos en el
libro de igual título, publicado en París en 1956. 36 La
mayor parte de los poemas incluidos en la edición cubana
fueron escritos con posterioridad a la edición francesa
y, según parece, muchos los concibió aquí. Esta muestra
de su poesía, de la que ya había dado antecedentes en
periódicos y revistas desde los primeros días de su
estancia en Cuba, presenta los grandes temas de la poesía
de Depestre: Haití, su pueblo, su cultura, su identidad,
sus luchas revolucionarias; la explotación de los
16
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
Fanon (Martinica, 1925-1961) fue recibido con júbilo por
lo oportuna que fue su aparición. Suscitó numerosos
debates y abrió una senda muy productiva en el
desarrollo y análisis de la teoría y la práctica
revolucionaria en nuestro medio. La publicación casi
inmediata de sus dos obras anteriores, Por la revolución
africana, y Piel negra, máscaras blancas, en 1966 y 1968,
respectivamente, permitieron al lector cubano conocer
mejor a Fanon.46
El reencuentro del lector cubano con la obra de
Césaire, ya consagrada internacionalmente, se produjo
en 1966. Esta vez en la revista Casa de las Américas, en
un memorable número monográfico dedicado al tema
Africa en América. Allí se incluyeron, aunque solo
fragmentariamente, dos textos relevantes del
martiniqueño: Discurso sobre el colonialismo —texto
publicado en 1950 y revisado en 1958—, y su segunda
gran pieza teatral, Lumumba o una temporada en el Congo,
publicada en Francia tan solo unos meses antes. 47 La
tragedia del Rey Cristóbal, su obra teatral anterior, se
estrenó el 1º de diciembre de ese mismo año, en el marco
del VI Festival de Teatro Latinoamericano, cuya
polémica versión constituyó uno de los grandes
espectáculos del rico movimiento teatral cubano de la
época. Un año después sería publicada en la revista
Conjunto. 48 También en 1967, apareció en nuestras
librerías otra obra de Césaire: Toussaint Louverture. La
Revolución francesa y el problema colonial, 49 obra de
interpretación histórica que, según su presentador, «no
pretende renovar la biografía del Precursor. Da por
sabidos los hechos. Lo que retiene su atención “son las
relaciones que los unen, la ley que los rige, la dialéctica
que los suscita”». Por último, para culminar el jubileo
cubano por Césaire desarrollado en los años 60, se
publica el volumen Poesías, 50 en 1969, que incluye una
representativa selección de su obra poética —desde el
Cuaderno de un retorno al país natal, ahora supuestamente
completo,51 ejemplos de sus libros posteriores, así como
su poema dramático Y los perros callan (Et les chiens se
taisaient, 1956), texto que inicia su tránsito de la poesía
al teatro, y un fragmento de Discurso sobre el colonialismo.
La publicación de estos libros, los fundamentales del
autor más importante del Caribe francófono, demostró
el alto nivel estético alcanzado por esta literatura, lo que
contribuyó a despejar en nuestro medio las dudas y
prejuicios en cuento a sus valores.
No se puede cerrar el balance de la divulgación en
nuestro país de la literatura francocaribeña en la década
del 60, sin tomar en cuenta la publicación, en 1968, de
Así habló el tío, del haitiano Jean Price-Mars (1876). En
primer lugar, fue la primera obra francocaribeña incluida
en la Colección Literatura Latinoamericana de la Casa
de las Américas. Prologada por René Depestre, la
publicación de esta obra, superada en buena medida por
el desarrollo experimentado por los estudios sociológicos
en las cuatro décadas transcurridas entre su aparición
(1928) y su publicación en Cuba, permite conocer un
libro que abrió caminos a los estudios sobre el vodú y el
folklore haitianos, y contribuyó a despejar el rechazo
desposeídos, en particular del negro, a escala universal,
que constituyen en realidad dos vertientes de su poesía
político-social, y el amor por la mujer, aspecto de su
obra poética que lo emparienta con la tradición de la
poesía de amor francesa de nuestro siglo (Aragón, Eluard)
y que lo convierte en un caso singular en el panorama
de la poesía francocaribeña.37 Depestre publicó en Cuba
otros dos textos poéticos. En 1967, Un arcoiris para el
occidente cristiano (Un arc-en-ciel pour l’occident chrétien),
primera mención del Premio Casa de las Américas de
ese año, considerado su mejor libro, el más orgánico; 38
y un año más tarde Cantata de Octubre a la vida y la
muerte del Comandante Ernesto Che Guevara, un extenso
poema dramático, probablemente el primero de su tipo
inspirado por la muerte del Che.39 Ya desde su juventud
había ejercido el periodismo, pero todo parece indicar
que su obra ensayística la inició en Cuba. En Por la
revolución, por la poesía (1969) y en Buenos días y adiós a
la negritud (1980) reunió ensayos escritos en distintas
circunstancias (prólogos, artículos, conferencias 40 ),
dedicados a diversos temas: la lucha anticolonialista, la
literatura francocaribeña, la negritud, el negro
norteamericano, la poesía francesa, la identidad
latinoamericana y caribeña, y otros que al releerlos hoy
mantienen su vigencia. 41 Su novela, El palo ensebado (Le
mât de cocagne) 42 muestra la delirante atmósfera del
duvalierismo y se inscribe en uno de los temas
recurrentes en la novelística latinoamericana, el del
dictador. Lamentablemente nuestra crítica nunca la ha
tenido en cuenta.
En 1961 se publicó para el lector cubano la novela
haitiana hasta ese entonces internacionalmente más
conocida: Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain.
Obra póstuma —la había concluido en México el 7 de
julio y murió en Port-au-Prince el 18 de agosto de
1944—, consagró a Roumain como novelista y difundió
por todo el mundo el drama del pueblo haitiano,
especialmente el del campesino, a la vez que señalaba la
necesidad de la lucha y el optimismo en la victoria del
pueblo. La bella historia de amor de Manuel y Anaís,
pese al trágico final de la obra, el lenguaje empleado y
otros valores formales, la convirtieron en la primera gran
novela de Haití. 43 La producción poética conocida de
Roumain es reducida, pero de indudable calidad. Una
muestra de ella, los poemas de Madera de ébano (Bois
d’ébène) (1945), reunidos y publicados póstumamente
por su esposa, fueron reeditados por la editorial Casa de
las Américas en 1974.44
En 1965, Cuba se preparaba para celebrar en La
Habana, al romper 1966 —proclamado Año de la
Solidaridad—, la Primera Conferencia de Solidaridad de
los Pueblos de Asia, Africa y América Latina, más
conocida después como Conferencia Tricontinental, el
primero de los grandes eventos antimperialistas que se
celebraron por aquel entonces en nuestro país. Fue
cuando se dio a conocer entre nosotros un autor cuyas
ideas nos aclararían muchos conceptos sobre la cuestión
colonial y la cultura nacional. Publicado en Cuba por
sugerencia del Che,45 Los condenados de la tierra, de Frantz
17
Emilio Hernández Valdés
que existía, en los sectores más cultos de Haití, hacia
esas manifestaciones de la cultura y a elevar el orgullo
nacional. Price-Mars fue una figura de la intelectualidad
de esa isla que prácticamente cubrió un siglo de su vida
cultural y política, tan contradictoria y a veces tortuosa
como lo fue la trayectoria de la vida de este autor.
Entre 1968 y 1969, el Centro de Documentación de
la Casa de las Américas publicó en dos volúmenes un
estudio del académico polaco Tadeuz Lepkowski,
considerado el decano de los latinoamericanistas polacos
en aquel momento. Esta obra, titulada Haití que ya había
sido publicada en su país en 1964, interesa, además de
por su enfoque no tradicional y su información valiosa,
por la concepción metodológica que empleó en la
investigación del tema.
Los primeros años de la década de los 70 también
estamparon sus grisuras en la publicación de la literatura
francocaribeña en Cuba. Salvo tres novelas haitianas que
permiten tener una visión panorámica del desarrollo de
la literatura de ficción en esa isla, el libro de la ensayista
e historiadora Suzy Castor La ocupación norteamericana
de Haití y sus consecuencias (1915-1934), (1978) —mención
de ensayo en un Premio Casa de varios años atrás—, y la
inclusión de una pieza del martiniqueño Daniel
Boukman en la revista Conjunto, no se le prestó la misma
atención editorial que antes a esta literatura.
La primera de aquellas novelas, El compadre general
sol (Compère général soleil, 1955), fue escrita por el hasta
hoy más importante novelista haitiano, Jacques Stephen
Alexis (1922-1961). Continuador de la tempranamente
interrumpida novelística de Roumain, en solo poco más
de un lustro da a conocer cuatro obras que lo colocan al
frente de la narrativa francocaribeña.
Creador de la teoría del «realismo maravilloso», en
sus obras penetró hondo en la realidad haitiana y la
expresó con un lenguaje y colorido que no han podido
igualar sus continuadores. Médico de profesión, líder
político que sobrepasó las fronteras de su país, murió
asesinado por la dictadura duvalierista, en circunstancias
aún no esclarecidas, cuando se proponía iniciar un
movimiento de liberación en tierras haitianas. Aunque
por su belleza poética algunos críticos consideran que
Les arbres musiciens (Los árboles músicos) (1957) es su mejor
novela, El compadre general sol debe ser reconocida como
una de las grandes novelas del continente.52
Después de la publicación de la novela de Depestre a
la que con anterioridad me referí (El palo ensebado, 1975),
en 1977 se publicó Sena, 53 de Fernand Hibbert (18731928), el primer novelista haitiano con una obra
significativa. Con este texto, aparecido en 1905, se brindó
al lector cubano la oportunidad de completar su visión
de los cuatro grandes momentos de la novelística
haitiana. Obra realista, en la que con gran ironía se
resaltan los defectos del hombre haitiano y la frustración
a que lo lleva su complejo de inferioridad, es un cuadro
fiel de la sociedad de su época, a la que critica, y muestra
la necesidad de abandonar las falsas posturas, el
bovarismo que desgasta la personalidad de muchos
haitianos, y seguir una conducta basada en el desarrollo
de los valores propios, en el logro de la autoestimación
como ciudadanos y como pueblo.
En esta década se prestó más atención a la literatura
anglocaribeña, la primera del área incluida en el Premio
Casa de las Américas (1976), pues no fue hasta 1980
cuando se convocó a los autores francocaribeños. Sin
embargo, un año antes, el poeta haitiano Paul Laraque
(1920) había obtenido el Premio de Poesía de esa
institución con un volumen en el que reunía dos libros:
Les armes quotidiennes y Poésies quotidiennes. 54
Puede considerarse que en la década del 80 la difusión
de la literatura francocaribeña en Cuba recobró el nivel
que había alcanzado en los años 60. El Premio Casa de
las Américas contribuyó a ese propósito. La intención
que ha predominado es la de dar a conocer
preferentemente a los nuevos autores, aunque buena
parte de los premiados hasta el momento son autores ya
conocidos y algunos con una obra valiosa.
Entre 1980 y 1993 fueron premiados el haitiano
Gérard Pierre-Charles, ensayo, en 1980, por El Caribe a
la hora de Cuba, y también el poeta y novelista Anthony
Phelps (Haití, 1928), por La balière caraïbe (poesía). Tres
calibanes, de Roger Touson, de Martinica, recibió el
premio de ensayo en 1982. También de Martinica, el
poeta y ensayista Vincent Placoly fue premiado en 1983
por Dessalines ou la passion de l’indépendance. Dos años
más tarde el premio recayó nuevamente en Phelps por
su poemario Orchidée nègre. El poeta, ensayista y crítico
martiniqueño Alfred Melon (1932-1990), investigador de
la poesía cubana y un estudioso de la obra de Nicolás
Guillén, fue premiado en 1987 por De la identidad
nacional como ideología: investigaciones sobre la producción
poética y la crítica cubanas de la era republicana (1902-1959).
Otro ensayo premiado, en 1989, fue Savalou É, de Rachel
Beauvoir y Didier Dominique, de Haití. El poeta y
novelista Ernest Pépin, con su libro de versos Boucan de
mots libres (Remolino de palabras libres), insertó a
Guadalupe en la lista de los premiados en 1991. La novela
Ravines du devant jour (Barrancas del alba), del también
ensayista martiniqueño Raphaël Confiant, fue premiada
en 1993. Por último, en 1996 la poetisa Nicole Cage
Florentiny, resultó premiada con su poemario Arc-enciel, l’espoir (El arcoiris, la esperanza). La gran mayoría de
estos autores (Pierre-Charles, Laraque, Phelps, Melon)
tenían una obra hecha y reconocida antes de obtener
estos premios. Otros, como Placoly, Confiant y Pépin,
se han situado en pocos años entre los más importantes
creadores de la literatura francocaribeña que se hace en
la actualidad. Es fácil sacar la conclusión del prestigio
ganado por este Premio, al que los concursantes con su
participación también dotan de una mayor
representatividad.
Además de estos libros premiados, debe mencionarse
la publicación en 1986 de los dos tomos de la Anthologie
de littérature caribéenne d’expression française, de Silvia
García Sierra, obra destinada a la docencia, pero de
mucha utilidad para todos los estudiosos e investigadores
interesados en estos temas.
18
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
Puede considerarse que en la década del 80 la difusión de la
literatura francocaribeña en Cuba recobró el nivel que había
alcanzado en los años 60. El Premio Casa de las Américas
contribuyó a ese propósito. La intención que ha predominado
es la de dar a conocer preferentemente a los nuevos autores,
aunque buena parte de los premiados hasta el momento son
autores ya conocidos y algunos con una obra valiosa.
Más recientemente, en 1989, apareció el libro
Literatura caribeña. Bojeo y cuaderno de bitácora, de
Emilio Jorge Rodríguez, editor de Anales del Caribe,
publicación que también contribuye a divulgar la crítica
de la producción literaria caribeña. En ella se han
publicado importantes trabajos de Nara Araújo, Silvia
García Sierra, Margarita Mateo Palmer y otros críticos
que se han dedicado al estudio de la literatura caribeña.
Debo añadir un factor que ha sido decisivo para que
la literatura francocaribeña sea conocida en Cuba y, con
sus ediciones, más allá de nuestras costas: la calidad de
las traducciones. He mencionado a los traductores de la
mayor parte de los textos caribeños publicados para que
se compruebe cómo esta tarea, muy difícil —por el alto
nivel poético de los textos, y las diferencias contextuales,
el empleo del creole y la imposibilidad de consultar con
los autores—, la han asumido casi siempre poetas —entre
los mejores— y escritores cubanos con una obra
reconocida nacional e internacionalmente. Ello garantiza
la fidelidad y creatividad, requisitos indispensables en
la traducción literaria, sobre todo cuando se trata de
obras poéticas. Muchas de estas traducciones hubieran
sido acreedoras de premios si tal galardón existiera en
nuestro país.
Cuando en 1980 Julio Cortázar inauguraba el Premio
Casa de las Américas de ese año, fecha de inicio del
premio a la producción francocaribeña, expresó
claridad la situación a la que se debían enfrentar los
escritores francocaribeños, sobre todo aquellos que
buscaban publicar sus primeros libros.
Con anterioridad habían existido otros premios
literarios en las Antillas francófonas, como el llamado
Premio de las Antillas, que otorgaba el Gobierno
francés. Desde 1990 existe un premio para los escritores
del área, el premio Carbet, 56 auspiciado en Martinica
por la revista del mismo nombre y otras instituciones.
En todo balance, para que sea completo, es necesario
tener en cuenta el debe y el haber; a lo que se ha hecho,
que es bastante en mi opinión, se debe contraponer lo
que faltó.
Personalmente me gustaría que se facilitara el acceso
del lector cubano a autores como Damas —de quien
solo se han publicado algunos poemas—; valdría la pena
que leyera alguna novela de los martiniqueños Raphaël
Tardon y Joseph Zobel, así como de los haitianos
Anthony Lespès y Anthony Phelps; que conociera a
escritoras como Marie Chauvet, Simone Schwartz-Barr
y Maryse Condé; que se enfrentara a una muestra,
también, de la poesía de Edouard Glissant —autor en
extremo difícil de traducir— y, al menos, a otra de sus
novelas; 57 ¿por qué no algunas piezas teatrales?, y,
particularmente, las novelas de Constant, Placoly, Pépin
y Chamoiseau, entre otros. Por supuesto que una lista
de autores como esta constituiría un verdadero reto para
cualquier editorial; pero los lectores lo agradecerían.
El jurado del primer Premio Carbet de 1990 —entre
cuyos miembros se encontraba la poeta y escritora
cubana Nancy Morejón—, al concluir el certamen, por
boca del escritor guadalupano Ernest Pépin, expresó su
reconocimiento a la «obra inmensa asegurada desde hace
treinta años por el Premio Casa de las Américas,
discernido en La Habana, en favor de la afirmación y
del desarrollo de las culturas del Caribe y de las
Américas, de su comunicación y de su enriquecimiento
mutuo». También su convicción de la «necesidad
imperiosa de mantener este premio [...] en todas sus
dimensiones, como una herramienta común de creación
y de intercambio cultural en nuestra región caribe». 58
Tal reconocimiento de los autores francocaribeños
por la labor realizada desde Cuba en la divulgación de
su obra, llevada a cabo especialmente por la Casa de las
Américas y su Premio Literario, resulta en mi opinión,
que las literaturas de los países del Caribe [...] jamás habían
recibido el menor estímulo, [...] jamás habían visto sus
escasos libros distribuidos más allá de sus fronteras, Gracias
a la decisión de la Casa [de las Américas] de abrir el ámbito
del Premio a los escritores caribeños de lengua inglesa o
francesa [...] el público no solo cubano sino internacional
empezará a conocer a autores de valía cuyo destino hubiera
sido el anonimato casi total. En Europa, la poco frecuente
publicación de estas literaturas consideradas como
marginales o exóticas, se ve siempre acompañada de un
paternalismo tras del cual se agita todavía la sombra del
colonialismo; y otra cosa importante, y es que los editores
extranjeros van siempre al seguro, a nombres ya
consagrados después de infinitas dificultades y obstáculos,
mientras que el Premio de la Casa abre grandes las puertas
a jóvenes creadores del Caribe [...] que se impondrán o no,
que serán apreciados u olvidados según los casos, pero [...]
que [...] tendrán ahora el beneficio de una distribución
internacional que hace años hubiera sido imposible. 55
Algo han cambiado las cosas en los tres lustros
transcurridos desde que Cortázar planteó con toda
19
Emilio Hernández Valdés
la mejor valoración posible de este esfuerzo editorial
cubano de tantos años y de la significación que para la
obra de estos autores ha tenido el contacto con Cuba.
contribuyeron a la difusión de los estudios caribeños y africanos en
nuestro medio.
9. Véase «Jacques Roumain y la novela haitiana» y «Literatura del
Caribe», en Delia E. Rivero Casteleiro, Georgina Arias Leyva, Noemí
Gayoso Suárez, et al., Literatura latinoamericana y del Caribe. Octavo
grado, La Habana: Pueblo y Educación, 1979: 186-91; 256-66; y «Una
muestra de la literatura caribeña. El valor de su expresión en lengua
española», en Delia E. Rivero Casteleiro, Carmen Hernández Novo,
Martha Batista Ramírez, et al. Español y literatura. 12º grado, La Habana:
Pueblo y Educación, 1994: 54-95.
Notas
1. Un ejemplo muy claro fue lo que ocurrió en las colonias francesas
del Caribe:
La balcanización de las Antillas [francesas], y la diferencia de los
regímenes políticos, el desfase entre los desarrollos económicos y
los niveles de vida de las distintas islas fueron, durante largo tiempo,
obstáculos que impidieron la concreción de [una] toma de conciencia
antillana. Por ser divergentes los intereses de la potencias coloniales,
se les hacía creer a los pueblos antillanos que sus propios intereses
eran divergentes.
10. Isabel Martínez Gordo, «Sobre la hipótesis de un patois cubano»,
Anuario L/L, La Habana, (14), 1983: 161-70; «Situaciones de bilingüismo
en Cuba», Anuario L/L, (16) 1985: 334-44; Algunas consideraciones sobre
Patois cubain de F. Boytel Jambú, La Habana: Editorial Academia, 1989.
11. Véase Sergio Valdés Bernal «En torno a la diversidad idiomática de
los países latinoamericanos y caribeños y la problemática cultural y
política que ello implica», Anuario L/L, (10-11), 1979-1980:135-9;
«Dificultades para la identificación de los grupos etnolingüísticos
subsaharianos introducidos en Cuba durante la esclavitud», Anales del
Caribe, La Habana, (16), 1985: 345-56; «Visión lingüística del Caribe»,
La Habana, Anales del Caribe, La Habana, (9), 1989: 269-78; «El español
en Cuba como parte del español del Caribe», en Jens Lüdtke y Matthias
Perl, eds., Lengua y cultura en el Caribe hispánico, Tübingen: Max
Niemeyer Verlag, 1995: 1-15.
Véase «De la réalité coloniale à la réalité nationale aux Antilles», AntillesGuyane, Présence Africaine, (43), 3 r trimestre, 1962: 245.
2. Ricardo López Muñoz, «Henri Bangou: Aliénation et sociétés postesclavagistes aux Antilles», Anales del Caribe, La Habana, (4-5),
1984-1985: 429.
3. Paul Estrade, «Las Antillas Hispánicas: defensa de un concepto
inusitado», Contracorriente, La Habana, 2(3), enero-marzo, 1996: 1630.
4. Ibíd.: 18.
12. Véase Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, Lettres créoles. Tracées
antillaises et continentales de la littérature, 1635-1975, París: Hatier, 1991:
25.
5. En la contrasolapa de Cuba, transformación del Hombre (La Habana:
Casa de las Américas, 1961), se plasmaban ya los objetivos que se
proponía la nueva institución:
13. Véase al respecto Jean Bernabé, Raphaël Confiant y Patrick
Chamoiseau, Eloge de la créolité, París/Fort-de-France: Gallimard/
Presses Universitaires de France, 1989.
La Casa de las Américas es una institución cultural creada para
servir a todos los pueblos americanos, a la América que está
luchando en este momento por su liberación del colonialismo.
Como quiera que la Cultura debe ocupar su puesto de combate,
esta institución trata, en la medida de sus fuerzas, de situar la Cultura
junto al pueblo, junto a los que luchan.
14. Pradel Pompilus, Pages de littérature haitienne, Port-au-Prince:
Imprimerie Théodore, 1955: 13. Esta conjetura puede apoyarse en la
comparación entre la evolución de las sociedades coloniales de las antillas
españolas, específicamente de Santo Domingo y Cuba, y la de Saint
Domingue. En las dos primeras se conservan ejemplos de la afición
literaria de sus habitantes cuya antigüedad se remonta al último cuarto
del siglo XVI y los inicios del XVII, respectivamente, y referencias a textos
anteriores. Aunque en Saint Domingue nunca llegaron a fundarse centros
educacionales importantes, la riqueza acumulada por esa colonia permite
suponer que los ricos colonos blancos enviaran a sus hijos mestizos
—a los que muchos de ellos legaron valiosas propiedades— a cultivarse
en Francia.
6. Su primer número correspondió a los meses de junio y julio de 1960.
Acerca de esta publicación, Graziella Pogolotti ha dicho:
La revista Casa de las Américas nace de la Revolución cubana y del
impulso que, desde los primeros momentos, la llevó a volverse
hacia el continente.[...] // Con su edad madura, la revista encuentra
una forma y un estilo. // Testimonio de las nuevas inquietudes de
la hora, es a la vez una expresión de las nuevas corrientes literarias
de la América Latina. (Graziella Pogolotti, «Introducción», en Indice
de la revista Casa de las Américas, 1960-1967, La Habana: Biblioteca
Nacional «José Martí», 1969.)
15. Los historiadores consideran el texto de la Proclamación de la
Independencia (redactado por Boisrond Tonnerre, secretario de
Dessalines) el primer documento de la literatura haitiana.
16. Un curiosísimo caso de excepción en ambos sentidos —el literario
y el ideológico—, en la literatura francocaribeña creole de finales del
siglo XIX lo constituye la novela Atipa, del guayanés Alfred Parépou
(seudónimo), «el primer libro digno de ese nombre escrito en este idioma
[...].» (P. Chamoiseau y Raphaël Confiant, ob. cit.: 100-4.)
7. Al decir de Camila Henríquez Ureña, «quizás la más ambiciosa de
sus colecciones, por su carácter histórico-literario de proyección
continental» y la que ha cumplido la función de «ayudar a combatir el
mal antiguo y grave que es el desconocimiento de los valores literarios
de la América Latina, mal que aqueja no solo a los países de otros
continentes sino a los propios americanos.» (Camila Henríquez Ureña,
«Sobre la Colección Literatura Latinoamericana», Casa de las Américas,
8(45), noviembre-diciembre, 1967: 159-62.)
17. Michel Leiris, Contacts de civilisations en Martinique et en Guadeloupe,
París: UNESCO/Gallimard, 1955: 106.
18. Véase René Depestre, «Para Jacques Stephen Alexis», en: Por la
Revolución. Por la poesía, La Habana: Instituto del Libro, 1969: 165-74.
8. Con posterioridad colaboraron con él la profesora inglesa Jacqueline
Kaye y más tarde la francesa Colette Fayole, bajo la dirección de Graziella
Pogolotti. Cabe a los tres, especialmente a Goldberg, el reconocimiento
de haber sido los primeros en contribuir al desarrollo estos estudios en
nuestro medio académico; además de sus cursos, también fueron los
tutores de las primeras tesis de grado sobre estos temas, y formaron a
los futuros profesores, investigadores y traductores, que más tarde
19. Las intervenciones de los intelectuales francocaribeños en el Congreso
de París fueron las más radicales. En Roma el peso de la balanza fue
alterado en favor de las teorías de Senghor y sus seguidores. El escritor
cubano Walterio Carbonell, que residía entonces en Europa, asistió a
las dos convocatorias.
20
El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana
30. Como se sabe, en 1948, Guillén publicó el segundo de sus grandes
poemas elegíacos, «Elegía a Jacques Roumain en el cielo de Haití».
Cuando lo publica nuevamente (La paloma de vuelo popular. Elegías,
Buenos Aires: Losada, 1958), como ocurrió con la «Elegía antillana»
(1944) —finalmente identificada solo como «Elegía» en El son entero,
(1947)— su título definitivo fue «Elegía a Jacques Roumain». Ya con
anterioridad el tema antillano había tenido una significativa presencia
en la obra de Guillén. En el poema homónimo que da título a su libro
West Indies Ltd., publicado en 1934, y que marcó el tránsito de Guillén
a una poesía donde lo social cobraba una mayor peso que en sus
cuadernos anteriores, refleja, sin haberlas visitado aún, «la pobreza
sustancial de las Antillas, [...] su desamparo económico y político, [...]
su mimetismo con el norteamericano, vecino poderoso». (Roberto
Fernández Retamar, «Guillén en la poesía contemporánea cubana», en:
El son de vuelo popular, La Habana, UNEAC, 1972: 25.) Cuatro años
más tarde, a su regreso de Europa, una breve estancia en Guadalupe,
donde puede palpar la realidad que había vislumbrado, le inspira un
breve poema que incorporaría en posteriores ediciones de su libro del
34, «Guadalupe W.I.». Prueba de esta «conciencia antillana» —al decir
de Keith Ellis—, mantenida hasta el final de sus días, serán sus poemas
«Canción puertorriqueña» (La paloma de vuelo popular, 1958), «El
Caribe», y «Tonton macoute» (El gran zoo, 1967).
20. La atribución a Patrick Chamoiseau del exclusivo Premio Goncourt
en 1992 por su novela Texaco, aunque no es la primera vez que recae en
un autor de esa nacionalidad —en 1922 le fue otorgado a René Maran
por la novela Batouala, de tema negro, pero que se desarrolla en
Africa—, abre grandes perspectivas a la producción de otros autores.
Esperemos que estas expectativas se cumplan, pues en 1958, cuando el
también martiniqueño Edouard Glissant recibió el Premio Renaudot
—por su novela La Lézarde—, se concibieron similares esperanzas que
no llegaron a hacerse realidad. Es posible que entonces influyeran razones
extraliterarias, principalmente relacionadas con la política francesa
trazada para sus territorios caribeños. Pero hoy las circunstancias son
otras. La política asimilacionista y el nivel indiscutible alcanzado por la
producción de los escritores de las más recientes promociones,
principalmente en Martinica y Guadalupe, permiten prever un desenlace
diferente.
21. En cuanto a los estudios historiográficos cubanos sobre la región el
mérito corresponde a José A. Saco, quien escribió una Historia de la
esclavitud en las Antillas francesas, obra que permanece inédita, cuyo
manuscrito fue hallado en los fondos del archivo Fernando Ortiz. Véase
Orestes Gárciga Gárciga, «La Historia de la esclavitud en las Antillas
francesas, de José Antonio Saco», Anuario L/L, La Habana, (12-13),
1981-1982: 152-5.
31. Césaire lo dio a conocer en 1939 en la revista francesa Volontés,
poco antes de regresar a Martinica. Allí apareció solo una parte del
texto. Fue esa la edición con la que trabajó Lydia Cabrera. La segunda
edición apareció en París en 1947, prologada por André Breton. La
edición de Présence Africaine (París, 1956) es la que puede considerarse
definitiva. En mi opinión, las modificaciones sufridas por el texto en
sus sucesivas versiones responden más a la evolución ideológica de
Césaire que a razones de orden estético.
22. José Martí, «Fleurs des mornes», en: Obras completas, La Habana:
Editorial Nacional de Cuba, 1963; t. 5: 466. Es muy probable que Martí
conociera personalmente a Durand, En 1892 y 1893, Martí, en tránsito
hacia Santo Domingo para visitar a Gómez, o de regreso, estuvo en
Haití y de allí saldría en 1895 para integrarse a la guerra en Cuba. En
septiembre-octubre de 1892 permaneció unos diez días en Port-au-Prince
y un año después, en junio de 1993, se instaló algunos días en esa ciudad.
En esa época, Durand era Diputado a la Cámara de Representantes y
posiblemente aún su Presidente, cargo para el que había sido elegido en
1888. Teniendo en cuenta los contactos que Martí sostuvo con el
entonces presidente, Florvil Hyppolite (1889-1896), es muy probable
que se estableciera una relación amistosa entre ambos poetas, como la
que existió entre Martí y el también escritor y político haitiano Antenor
Firmin. Además, Durand patentizó su apoyo a la lucha cubana en su
poema «Aux cubains» («A los cubanos»), en el cual alienta a nuestros
mambises a no desmayar hasta conseguir la victoria.
32. El libro de Césaire fue la primera obra de estos poetas que alcanzó
gran reconocimiento. Con anterioridad, el guayanés Léon Damas había
publicado Pigments (1937). Senghor presentó Chants d’ombre en 1945 y
Hosties noires en 1948. La publicación por Damas de la antología Poetas
de expresión francesa (1947), y de la Antología de la poesía negra y malgache
(1948) seleccionada por Senghor, con el prólogo de Sartre titulado «Orfeo
negro», consolidaron la aceptación de esta doctrina literaria.
33. Aimé Césaire, «Batouc», Orígenes, 2(6), verano, 1945: 22-6.
23. René Depestre, refiriéndose a Durand, expresa: «Hubo en la segunda
mitad del siglo pasado una reacción saludable por parte de un gran
poeta, Osvaldo (sic) Durand [...]. Por la audacia de su imaginación, es el
padre del lirismo en nuestro país, y ha dejado, tanto en francés como
en creole, poemas que resisten el tiempo. (René Depestre, «Breve
introducción a la literatura haitiana», en Panorama de la actual literatura
latinoamericana, La Habana: Casa de las Américas, 1969: 242.)
34. Jean F. Brierre, Black soul, La Habana: Lex, 1947.
35. Daniel Arty, «La Revolución cubana y Haití», en Cuba,
transformación del hombre, La Habana: Casa de las Américas, 1961:
191.
36. René Depestre, Minerai noir, París: Présence Africaine, 1956; Mineral
negro, La Habana: Ediciones R, 1962. Con anterioridad había publicado
Etincelles (Chispas), Port-au-Prince: Imprimerie Nationale, 1945; Gerbes
de sang (Flores de sangre), Port-au-Prince: Imprimerie Nationale, 1946;
Végétation de clarté (Vegetación de claridad), París: Pierre Seghers, 1951;
Traduit du grand large (Traducido de la alta mar), París, Pierre Seghers,
1952.
24. Al revisar la Bio-bibliografía de don Fernando Ortiz, (La Habana:
Biblioteca Nacional, 1970), puede encontrarse que la primera referencia
directa al tema antillano es una breve nota titulada «La muerte de un
antillanista» (Surco, La Habana, 1(3), octubre, 1930: 12), dedicado al
arqueólogo y etnólogo norteamericano Jesse Walter Fewkes. Un año
más tarde, Ortiz publica un estudio geográfico titulado «Antillas»
(Geografía universal, Barcelona: Instituto Gallach, 1931; t. 5: 139-221).
37. Véase René Depestre, Journal d’un animal marin, París: Pierre
Seghers, 1964. De los libros publicados por Depestre durante su estancia
en Cuba es en este donde incluye sus mejores poemas de amor.
25. Este texto fue considerado de inmediato por el crítico y escritor
surrealista francés Raymond Queneau «uno de los libros más hermosos
que nos hayan llegado del Nuevo Continente en los últimos años».
38. René Depestre, Un arcoiris para el occidente cristiano. Poema-misteriovodú, La Habana: Casa de las Américas, 1967. Fue traducido por Heberto
Padilla, pero Roberto Fernández Retamar tradujo el Canto V.
26. Su visita circunstancial a Guadalupe en 1955 le inspiró otra de sus
grandes novelas, El siglo de las luces, a cuyos personajes desplaza por
todo el Caribe.
39. ——, Cantata de Octubre a la vida y la muerte del Comandante Ernesto
Che Guevara, La Habana: Instituto del Libro, 1968. La traducción es de
Max Figueroa Esteva.
27. Angel Augier, Nicolás Guillén, La Habana: UNEAC, 1971: 218-9.
28. Jacques Roumain, «La poesía como arma», Gaceta del Caribe, La
Habana, 1(1), marzo, 1944.
40. Con motivo de la celebración del Congreso Cultural de La Habana
y del noveno Premio Casa de las Américas, el recién fundado Centro
de Investigaciones Literarias de esa institución efectuó un ciclo de
conferencias sobre la literatura latinoamericana. Allí Depestre presentó
29. Anthony Lespès, «El drama de los escritores haitianos», Gaceta del
Caribe, La Habana, 1(9-10), noviembre-diciembre, 1944: 15.
21
Emilio Hernández Valdés
49. ——, Toussaint Louverture. La Revolución francesa y el problema
colonial, La Habana: Instituto del Libro, 1967.
dos conferencias sobre la literatura del Caribe francófono. Véase «Breve
introducción a la literatura haitiana»; «Literatura antillana de expresión
francesa», en Panorama de la actual literatura latinoamericana, ob. cit.:
241-50; 264-80.
50. ——, Poesías, La Habana, Casa de las Américas, 1969. Con
posterioridad a Ferrements (Herrajes), aparecido en 1961, Césaire no
volvió a publicar otro libro de poesía hasta que dio a conocer Moi,
laminaire... poèmes (París: Editions du Seuil, 1981).
41. ——, Por la revolución, por la poesía, ob. cit.; Buenos días y adiós a la
negritud, La Habana, Casa de las Américas, 1985.
51. En otro lugar he señalado las deficiencias de esta edición,
principalmente relacionadas con irregularidades en la traducción del
Cahier...(Emilio Hernández Valdés, «¿Dos traducciones de Cahier d’un
retour au pays natal? [ponencia]. IV Simposio de Traducción Literaria.
La Habana, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 16-17 de abril de
1996).
42. René Depestre, El palo ensebado, La Habana: Instituto del Libro,
1975. La traducción es de Pedro de Arce.
43. Gobernadores del rocío, es la obra francoantillana más difundida en
Cuba. Sumadas sus ediciones sobrepasan los ciento veinte mil ejemplares;
además, ha sido transmitida por radio y llevada al cine por Tomás
Gutiérrez Alea con el título de Cumbite (1964. Con anterioridad
Roumain había escrito otras obras de ficción que anunciaban al gran
novelista que se iba a revelar en Gobernadores del rocío. En su primera
juventud escribió dos noveletas que apoyan este criterio: La presa y la
sombra (La proie et l’ombre), (1930) y Los fantoches (Les fantoches) (1931),
así como un relato campesino «La montaña embrujada» («La montagne
ensorcelée) (1931). Dedicado fundamentalmente a la política durante
los años finales de la ocupación norteamericana, escribe, en colaboración
con Christian Beaulieu, un documento de sumo interés: «Análisis
esquemático 1932-1934» («L’analyse schématique»), que constituye el
primer ensayo de interpretación marxista de la realidad haitiana, y tiene
una significativa concordancia, no solo temporal, sino también de
contenido con un texto fundamental del pensamiento político cubano
de la época: «Las contradicciones internas del imperialismo yanki en
Cuba y el alza del movimiento revolucionario», (1933) de Rubén
Martínez Villena.
52. Alexis escribió además L’espace d’un cillement (En un abrir y cerrar
de ojos) (1959), publicada en México en traducción del escritor
colombiano Jorge Zalamea. En esta novela, aunque su trama se desarrolla
en Puerto Príncipe, sus protagonistas son cubanos y Jesús Menéndez es
un personaje referido, un tanto a la manera balzaciana. Su último libro,
Romancero aux étoiles (Romancero a las estrellas), publicado en 1960,
reúne cinco noveletas que deben mucho a la literatura oral haitiana y a
la mitología de ese país.
53. Fernand Hibbert, Sena, La Habana: Casa de las Américas, 1977.
54. Paul Laraque, Les armes quotidiennes. Poésies quotidiennes, La Habana:
Casa de las Américas, 1979. Fue traducido por Nancy Morejón.
55. Julio Cortázar, «Discurso en la constitución del Premio Literario
Casa de las Américas 1980», Casa de las Américas, 20(119), marzo-abril,
1980: 3-8.
44. Véase Jacques Roumain, Pedro Mir y Jacques Viau, Poemas de una
isla y dos pueblos, La Habana: Casa de las Américas, 1974: 11-33. Estos
poemas fueron traducidos por el poeta catalán Agustí Bartra, Nicolás
Guillén, Fayad Jamís y Roberto Fernández Retamar, a quien pertenece
la selección.
56. Carbet es el nombre de la playa por la que desembarcó Colón cuando
descubrió la isla de Martinica en su último viaje a América. La elección
del nombre del concurso parece expresar su objetivo: descubrir nuevos
talentos. En su primera edición resultó premiado el narrador de
Martinica Patrick Chamoiseau por su novela Antan d’enfance (1990).
Autor, junto con el lingüista Jean Bernabé y el novelista Raphaël
Confiant del ensayo Eloge de la créolité (1989), de gran resonancia, al
igual que sus novelas Chronique des sept misères (1988) y Solibo Magnifique
(1991).
45. Roberto Fernández Retamar, «Fanon y la América Latina», en:
Ensayo de otro mundo, La Habana: Instituto del Libro, 1965: 124.
46. Frantz Fanon, Por la revolución africana. Escritos políticos, La Habana:
Edición Revolucionaria, 1966; Piel negra, máscaras blancas, La Habana:
Instituto del Libro, 1968.
57. La editorial Arte y Literatura publicó en 1980 su novela La Lézarde
(1958), con el título El lagarto. Es uno de los autores más importantes
de Martinica. Poeta, novelista, ensayista, publicó también una obra de
teatro que tiene como protagonista a Toussaint Louverture (Monsieur
Toussaint). Autor de otras novelas, como Le quatrième siècle, Malmort,
y Mahagony.
47. Aimé Césaire, «De Lumumba o una temporada en el Congo»; «De
Discurso sobre el colonialismo», Casa de las Américas, 6(36-37), mayoagosto, 1966: 81-90, 154-67. Las traducciones son de Roberto Fernández
Retamar y Magaly Muguercia, respectivamente. El estreno mundial de
Lumumba..., se produjo en septiembre de 1967 en el XXVI Festival
Internacional de Teatro efectuado en Venecia, dirigida por Jean-Marie
Serrau. En 1969 se estrenó en La Habana, en una puesta de Roberto
Blanco y la traducción de Nancy Morejón y Juan Larco. Próximamente
el grupo Teatro Popular estrenará en La Habana una nueva versión.
58. Casa de las Américas, 31(182), enero-marzo, 1991: 165.
48. Aimé Césaire, «La tragedia del rey Cristóbal», Conjunto, La Habana,
2(4), agosto-septiembre, 1967: 15-62. Véanse en ese mismo número las
opiniones de varios teatristas sobre la polémica puesta en escena de
Nelson Dorr.
©
22
, 1996.
La literatura
cierre del 1996.
siglo
no.caribeña
6: 23-34,alabril-junio,
La literatura caribeña
al cierre del siglo
Mar
garita Mateo P
almer
Margarita
Palmer
Profesora. Universidad de La Habana.
bien el primer contacto cultural Europa-América se
produjo precisamente en el Caribe en 1492, medio
milenio después, paradójicamente, la literatura caribeña,
en tanto sistema regional de valores y direcciones
estéticas, sigue siendo un mundo por descubrir.
Pero en el cierre del siglo XX , el más elemental
examen evidencia un importante cambio cuantitativo
y cualitativo frente a los primeros tanteos y la
fragmentación cultural observables, digamos, hace un
siglo. De hecho, la literatura caribeña exhibe
actualmente una madurez y una vitalidad tales, que más
parecería obcecación que simple ignorancia o desinterés
seguir desconociendo sus realizaciones. Puede resultar
asombroso, por ejemplo, para quienes no han estado al
tanto de la evolución literaria del área, el hecho de que
el Caribe de colonización inglesa o francesa —para
excluir, con toda intención, la literatura del Caribe
español, que en general ha contado con una mejor
difusión y recepción críticas— haya recibido varios
galardones de los más prestigiados en el mundo
intelectual: Dereck Walcott, de Santa Lucía, el Premio
Nobel; Raphäel Confiant, de Martinica, un Premio
Noviembre de la prensa de París; y Patrick Chamoiseau,
también de Martinica, el Premio Goncourt 1992. 1 Por
otra parte, no debe olvidarse el hecho poco comentado
It is not pressure of the past which torments great
poets, but the weight of the present.
Dereck Walcott
«The Muse of History»
E
l Caribe ha producido, sin la menor duda posible,
una literatura regional marcada por una singular
complejidad en su orientación y desarrollo, que ha
incidido —muy a menudo negativamente— en la
valoración crítica de sus realizaciones. Entre los factores
que han marcado la evolución literaria de este espacio
sociocultural hay algunos que mantienen todavía, en esta
última década del siglo XX , un peso importante, que
obliga a tenerlos siempre en cuenta. Son, por ejemplo,
la pluralidad lingüística; la convergencia de diferentes
etnias, y el consiguiente y variadísimo proceso de
transculturación; el desfase cronológico en la evolución
literaria de las distintas áreas culturales del Caribe, y,
por este y otros factores, la no sincronía del discurso
literario caribeño; el hecho de la muy escalonada
obtención de la independencia política, que se vincula,
además, con importantes diferencias en las
interrelaciones metrópoli-colonia o excolonia. Si a eso
se añaden las limitaciones en cuanto a valoraciones
histórico-literarias de conjunto, podría decirse que, si
23
Margarita Mateo Palmer
En el cierre del siglo XX, el más elemental examen evidencia un
importante cambio cuantitativo y cualitativo frente a los
primeros tanteos y la fragmentación cultural observables,
digamos, hace un siglo. De hecho, la literatura caribeña exhibe
actualmente una madurez y una vitalidad tales, que más
parecería obcecación que simple ignorancia o desinterés seguir
desconociendo sus realizaciones.
de que en los últimos treinta años esta área insular del
Caribe ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nobel
y en dos de ellas ha sido otorgado a intelectuales de la
pequeña isla de Santa Lucía, cuya población es solo de
alrededor de 130 000 habitantes. Como ha afirmado el
crítico dominicano Pablo A. Maríñez:
Dos Premios Nobel para un mismo país del Caribe en
apenas algo más que una década, es mérito suficiente como
para cuestionar los prejuicios eurocentristas que tratan de
negar toda importancia a la región, ni siquiera para que
merezca ser estudiada. 2
Las reflexiones que seguirán a continuación no
aspiran a realizar un balance de exhaustiva valoración
académica. Sentado ya el hecho de que el Caribe ha
venido proyectándose —sobre sí mismo y sobre el
mundo— como concierto de voces de suficiente estatura
literaria y cultural, conviene asumir una perspectiva
crítica que sea, en su actitud, radicalmente distinta al
vacío y desinterés con que se han enfrentado las voces
regionales. En efecto, cien años atrás el Caribe no existía
como valor literario. Entiéndase: hubo grandes figuras,
bien que poco numerosas; pero no eran vistas en el
trasfondo de la región sociocultural a que pertenecían,
sino, todo lo más, enmarcadas rígidamente —y a veces
todavía lo son— en el ámbito de sus naciones respectivas.
Pero en el cierre de este siglo el Caribe existe y una de
las modalidades más vitales de esa existencia es la creación
literaria.
Es verdad que, desde el punto de vista del estudio de
la literatura, no se ha logrado un verdadero enfoque que
abarque la región en sus más claras esencias de
personalidad, de indagación temática y estilística, de
difusión dinámica entre el artista y su público. 3 Sin
embargo, no sería atinado seguir aguardando la aparición
de estudios definitivos sobre el decursar de la literatura
caribeña hasta el momento. Se impone, cada vez con
más fuerza, la consideración prospectiva acerca de las
direcciones artístico-estilísticas que en esta literatura
—cuya evolución ha sido notablemente acelerada en los
últimos cincuenta años—, vienen cobrando fuerza y
hacen sentir su impronta desde la década del 60. Así pues,
la proposición que aquí se presenta es la de examinar
siquiera algunas de esas vertientes ya advertibles en la
fase final del presente siglo.
Pero el Caribe, en la relativamente limitada extensión
de sus islas —marinas y continentales— se despliega en
una enorme variedad y riqueza cultural. Es por ello que
se impone una selección de esferas, de manera que se
pueda ensayar consideraciones del mayor peso posible.
Si de lo que se trata es de enfrentar la energía ascendente
de la región en las décadas señaladas, resulta más
elocuente, por paradójico que ello pueda parecer, el
centrar la atención, no en el Caribe de habla española,
donde existen literaturas nacionales tiempo ha
consolidadas para sí y para el ámbito continental. Por el
contrario, la producción literaria de Barbados,
Guadalupe, Surinam, Trinidad y Tobago, Curazao,
Guayana francesa, Santa Lucía, Martinica, Guyana,
etcétera, puede ser un apoyo inestimable en el trazado
de las coordenadas literarias de los 70 y los 80, sin que
ello implique —al menos en los puntos de vista que aquí
se sustentarán—, que el Caribe de habla hispana esté
excluido de los fenómenos que ahora serán comentados
en términos de tónicas generales de la región.
Hay que partir de una observación obvia, pero
imprescindible: los 70 y los 80 no constituyen un período
autónomo; antes bien, son el resultado de un largo
proceso evolutivo. Perfilar sus características entraña
tomar en cuenta constantes literarias del resto del siglo
XX. En el Caribe, durante las décadas precedentes a 1970
puede identificarse un rasgo —de actitud artística,
temático y aun estilístico— dominante en buena parte
de la creación literaria: el problema de la identidad
sociocultural, proyectada también sobre el plano
individual. 4 La presencia sostenida de la identidad, ya
sea como tema, ya como polémica explícita o implícita,
respondía no solamente a la voluntad artística de los
escritores, sino también, desde luego, a una problemática
de hondas, complejas y torturadas raíces históricosociológicas. Es importante, pues, tener sabido que la
literatura caribeña, desde muy temprano, concedió vital
importancia a un qué somos, pregunta que se ramificó
en variantes sutiles: cómo ser, dónde serlo, por qué
medios, con qué finalidad, con quiénes integrar la
búsqueda socio-ontológica de la región. Es en esta línea
donde se inscribieron, en su día, obras aparentemente
tan disímiles como Banana Bottom (1933), Tuntún de pasa
y grifería (1937), Cahier d’un retour au pays natal (1939),
Hay un país en el mundo (1949), Compère Général Soleil
(1955) o Wide Sargasso Sea (1966), por solo mencionar
algunas.
La primera variación de importancia fundamental
que se advierte como tónica en los 70 y los 80 consiste
24
La literatura caribeña al cierre del siglo
como sustratos importantes de la representación
histórica. En esa ficcionalización se tiende ya a
conformar arquetipos regionales, lo cual representa un
movimiento definido hacia la aprehensión de una
esencia que rebase los marcos nacionales en busca de
una mayor universalidad.
A partir de los 70 se produce una indagación más
firme en este rumbo. Por una parte, se advierte un
mayor interés, no solo por temáticas y problemas de
alcance más general, sino además, el ámbito mismo de
la indagación histórica —sus coordenadas espaciales—
tiende a expandirse en un movimiento que abarca ahora
las más diversas latitudes. No solo Africa, zona
tradicionalmente privilegiada por el artista caribeño,
como se verá más adelante, sino otras regiones de Europa,
Asia, el resto de América Latina o los Estados Unidos,
pasan a ser el escenario donde se despliega, en muchas
ocasiones, el mundo ficcional del escritor.5 Es decir, no
solo desde el punto de vista de la problemática ideoestética que se debate en los textos, sino también desde
la más elemental perspectiva de su ubicación espacial, la
literatura caribeña de las dos últimas décadas, aun cuando
aparentemente retorna a un plano de mayor
particularidad, debido al nivel de concentración del
plano espacial —en un movimiento que parece
contradictorio con los arquetipos cronotópicos de los
60— alcanza una universalidad mayor a través de esta
peculiar focalización que amplía sus fronteras.
El escritor jamaicano John Hearne, por ejemplo,
cuyo interés por la historia es notable en su amplia obra
narrativa —«History is the angel with whom all we
Caribbeans Jacobs have to wrestle sooner or later if we
hope for a blessing» [«la historia es el ángel con el cual
todos los jacobos caribeños, tarde o temprano, tenemos
que luchar, si aspiramos a una bendición»], afirmó
decididamente el autor en 19766— abandona en The Sure
Salvation (1981) el espacio inventado de Cayuna, la isla
que fue escenario de varios de sus textos anteriores, para
en un gesto que lo acerca a otra temática reiterada en la
literatura caribeña —el viaje—, situar la acción a fines
del siglo XIX en un barco inglés que transporta
ilegalmente esclavos a América.
En una dirección similar a la universalidad de los
temas abordados, a través de la indagación histórica se
mueven las novelas de la guadalupeña Maryse Condé, y
en particular, Moi, Tituba, sorcière noire de Salem (1986),
un texto en el que la protagonista, una esclava ya
conocida como hechicera en las islas del Caribe, es
acusada y perseguida por participar en algunos de los
hechos ocurridos durante la cacería de brujas de Salem
en 1692.7
No obstante, más significativa —y me animaría a
afirmar que más representativa como tendencia de las
nuevas búsquedas ideo-estéticas de la región— resulta la
reafirmación, cada vez más perceptible, de aquellas
estrategias en las que la historia se deconstruye para ser
reconfigurada en una modelación muy especial, donde
se dinamitan las fronteras, ya confundidas en la década
del 60, entre historia y ficción. Esta tendencia se verifica
a través de la pulsación de un espectro de posibilidades
en que el tema de la identidad, que sigue siendo de suma
importancia en la producción literaria de estos años, ya
no se enfoca desde la perspectiva del autodescubrimiento
o del reconocimiento —inmediato, deslumbrado,
sorprendido, pero también en ocasiones, agónicamente
asumido— de las esencias caribeñas. Por el contrario, en
la medida en que el creador alcanza, a través de una
angustiosa etapa de búsqueda precedente, una mayor
integración de los fragmentos que componen su entorno
cultural e histórico, asume arduamente su otredad, ya
no para lamentar la diferencia o detenerse estérilmente
ante ella, sino para afirmarse en esa conciencia de que
se es distinto. De este modo la literatura caribeña de las
últimas décadas ha convertido su alteridad en un gesto
creador y fecundo que se vuelca, enriquecido, hacia el
universo. Para estas fechas, aunque no todo el camino
ha sido andado en profundidad, existe ya una conciencia
más sosegada y segura de los perfiles propios. En efecto,
estas dos décadas propician una literatura que está
bregando menos con el color local, el costumbrismo,
la asunción inmediata del folklore y las peculiaridades
lingüísticas, y, en fin, con el arsenal pintoresquista que
también utilizó con fuerza la literatura latinoamericana
continental en el siglo XIX y en las cuatro primeras
décadas del XX. Mas debe advertirse que, en lo esencial,
los escritores no se apartan de sus fuentes culturales; lo
que ocurre es una decantación de superfluidades a nivel
temático y estilístico. Pudiera decirse que, en términos
de composición del discurso, se atenúa el descriptivismo
precedente, la organización «sociologizante» de la
materia literaria, de manera que el texto no es organizado
solo con la finalidad de elaborar una modelación literaria
de la identidad, sino que la necesidad de reflejar la
identidad propia, no solo coexiste, además dinamiza las
finalidades artísticas de la obra.
La indagación en la historia, ya como trasfondo o
como arista temática central del mundo representado,
fue una de las modalidades que con mayor frecuencia
adoptó la búsqueda de identidad en la primera mitad
de este siglo. En la medida en que las huellas del pasado
parecían haber sido borradas por el largo olvido de la
sociedad colonial o por un conocimiento histórico que
respondía a intereses ajenos y aun hostiles, el artista
caribeño volcó su atención sobre aquellos eventos de
ayer que le permitían asumir más diáfanamente un
presente en el que las resonancias de la tradición se
mantenían vivas. Clásicos de la literatura caribeña como
El negrero (1933) de Lino Novás Calvo, New Day (1949)
de Vic Reid, o más recientemente, Land of the Living
(1961) de John Hearne y Le Quatrième Siècle (1964) de
Edouard Glissant son momentos importantes de este
reconocimiento del devenir histórico que se orienta
hacia una imagen abarcadora del mismo.
Es precisamente la década del 60 la que permite una
transición en la que la historia comienza a ser
remodelada con más libertad. Los creadores, antes
detenidos ante el dato histórico —la fecha, el evento, la
fuente bibliográfica— se orientan hacia una mayor
ficcionalización, que incorpora el mito y la tradición
25
Margarita Mateo Palmer
En la medida en que el creador alcanza, a través de una
angustiosa etapa de búsqueda precedente, una mayor
integración de los fragmentos que componen su entorno
cultural e histórico, asume arduamente su otredad, ya no para
lamentar la diferencia o detenerse estérilmente ante ella, sino
para afirmarse en esa conciencia de que se es distinto.
formales mucho más amplio que, sin duda alguna, se
integra al conjunto de rasgos que hoy la crítica literaria
considera caracterizadores del posmodernismo. Piénsese
por ejemplo, en procedimientos como la reevaluación
de formas no canónicas del discurso, la problematización
de la historia, la recuperación de lo ex-céntrico y lo
fragmentario, la reivindicación de las voces de los
vencidos o la inclinación a la autorreflexión, por solo
mencionar algunos rasgos.8
Sin embargo, no debe olvidarse que en el Caribe
—un espacio marginal dentro de la marginalidad,
periférico en el borde mismo de la periferia y, por así
decirlo, una de las últimas fronteras de un mundo
subalterno— la relación con el devenir histórico a través
del discurso literario siempre ha sido una relación tensa
y problematizada, marcada por el cuestionamiento. El
contrapunteo entre la historia oficial y la historia real,
aquella cuyo rostro fue desdibujándose en el transcurso
de un tiempo suspendido en un entorno colonial que
perdía la memoria, y con ella, la posibilidad de fijar
algunos hechos trascendentes, fue una de las formas
presentes desde los inicios mismos de esta literatura,
inclinada entonces a la reconstrucción fidedigna de los
hechos históricos, escamoteados o tergiversados por la
historiografía oficial. De este modo, no resulta extraño
para aquellos que conocen la literatura del área, la
presencia en ella de algunos de los códigos privilegiados
ahora por la posmodernidad, aunque, desde luego, sea
más notable y artísticamente depurada su resonancia
en las letras de las dos últimas décadas.
Aunque, como se ha dicho, no se analizarán aquí
los textos del Caribe español, no pueden dejar de
mencionarse brevemente obras como El arpa y la sombra
(1979), la última novela del cubano Alejo Carpentier,
La biografía difusa de Sombra Castañeda (1980) del
dominicano Marcio Veloz Maggiolo o La noche oscura
del Niño Avilés (1984) del puertorriqueño Edgardo
Rodríguez Juliá, en las cuales la presencia de la
metaficción historiográfica, el amplio uso de la
intertextualidad y la autorreflexión podrían ilustrar
cabalmente esta orientación. En textos como Mère
Solitude (1983) del haitiano Emille Olivier, quien desde
fines de la década del 70 había mostrado su interés por
la indagación de tema histórico, 9 puede advertirse una
orientación similar.
El narrador James Carnegie, quien también había
incursionado en el ensayo histórico, 10 recupera una
imagen del pasado jamaicano a través de una elaboración
anecdótica cuyos propios fundamentos tienden a quebrar
las claves tradicionales de la representación histórica.
En esta novela, cuya técnica narrativa actualizada se
apoya en la fragmentación del texto y en los cambios
del punto de vista, se recrea la sociedad esclavista a partir
de una perspectiva que resulta inesperada y novedosa:
la dinámica del intercambio sexual en la plantación de
Bonavist, un motivo que oblicuamente reproduce la
estructura de dominación y poder que predominó en el
Caribe del siglo XIX . Al privilegiar una óptica
tradicionalmente omitida en la representación de la
historia y centrar su atención en hechos aparentemente
intrascendentes —subestimados, considerados no dignos
de ser registrados por la Historia— Wages Paid propone
un modo diferente de recuperar el pasado, a través de
las voces silenciadas, y de estructuras que, como la sexual,
han sido discriminadas por el discurso y las fuentes
historiográficas.
Igualmente en Natives of my Person (1972) George
Lamming había asumido la historia —en este caso la
prestigiosa historia de una metrópoli europea
colonizadora—, con un desenfado y una ironía notables.
Todos estos textos, a los que me he referido muy
rápidamente, parecen responder a una concepción
general de la historia que no desconoce el poder de la
representación en la legitimación de algunas perspectivas
ideológicas, y por ello mismo, no solo tiende a privilegiar
un nuevo conocimiento, contestatario y en pugna con
los intereses coloniales y neocoloniales, sino que, a partir
de una autoconciencia de la ficcionalidad en la recreación
histórica, se mueve con mayor soltura y creatividad en
el plano estético.
En Segou, la gran saga histórica sobre el pasado
africano, Maryse Condé lleva a cabo una ruptura con el
Africa mítica, a la vez que recupera, como una de las
coordenadas básicas de la elaboración del texto, algunas
formas tradicionales de la narración oral —cantos,
leyendas, proverbios— y estructura su mundo ficcional
sobre antiguas tradiciones, como la creencia en la
predestinación, la adivinación del futuro o la presencia
del espíritu de los muertos en el presente.
Una de las formas que adoptó la búsqueda de
identidad en la literatura caribeña de la primera mitad
de este siglo fue la indagación en las raíces étnicas de los
pueblos del Caribe y, principalmente, la representación
de los conflictos del hombre negro, cuya presencia,
amplia y marginada, es un denominador común en el
variadísimo espectro de razas que integran la región. 11
26
La literatura caribeña al cierre del siglo
(1981) de Maryse Condé, por ejemplo, puede advertirse
cómo la visión utópica del espacio africano cede paso a
una imagen desmitificada de ese continente.
La obra de René Depestre, Bonjour et adieu à la
négritude (1980) representa un ajuste de cuentas con las
disímiles tendencias que había promovido en el Caribe
la búsqueda de reafirmaciones raciales. Este texto sella
una polémica que, en sus anteriores formulaciones,
parece ya clausurada a partir de los 70: en la medida en
que el hombre negro, a través de un arduo período de
luchas anteriores, ha logrado una mayor reafirmación
de sí mismo, está en condiciones de abandonar también
el lastre que los prejuicios y odios raciales le habían
impuesto. Depestre, luego de un agudo balance crítico
de los valores y desaciertos de la negritud, proclama una
identidad «panhumana» que permita al hombre caribeño
proyectarse más allá del estrecho cerco del castillo de su
piel.
Es posible advertir, en la obra de este y otros
intelectuales caribeños, que las preocupaciones
estrictamente raciales tienden a diluirse en líneas de
pensamiento más generales que, como la antillanidad,
un concepto largamente elaborado por Edouard
Glissant, 13 la insularidad, que tiene una larga tradición
regional —recuérdese, por ejemplo, el diálogo de José
Lezama Lima y Juan Ramón Jiménez— 14, la creolidad 15
o la caribeñidad tienden a afianzar una apertura en la
sensibilidad de la región. Un diapasón más amplio, que
se proyecta hacia la síntesis de diversos legados
—anunciada ya en «Balada de los dos abuelos» de Nicolás
Guillén— va ganando fuerza, como tónica dominante,
en el quehacer literario. Es en este sentido que debe
entenderse el rechazo de Dereck Walcott a un pasado
histórico que deja como herencia «a literature of revenge,
written by the descendant of slaves, and a literature of
remorse, written by the descendants of the master» (una
literatura de venganza, escrita por los descendientes de
los esclavos, y una literatura de remordimiento, escrita
por los descendientes del amo).16
Mas es necesario advertir que no se trata del abandono
de una temática que —en su doble vertiente, estética e
ideológica— mantiene su vigencia en tanto no han
desaparecido las condiciones económico-sociales que la
originan. Por el contrario, poetas como Christian Rollé17
o Ellie Stephenson 18 de Guayana francesa, han sido
considerados, en esta dirección, seguidores de la obra de
Léon Damas,19 aunque más inclinados hacia la guyanité
ya proclamada por el viejo poeta de la negritud. Lasana
Sekou,20 nacido en Aruba, pero esencialmente vinculado
a la isla de San Martín, se acerca reiteradamente en sus
obras a la temática negra desde una perspectiva que hurga
en sus tradiciones culturales —música, religiones de
origen afro (entre ellas el rastafarianismo), ritmos,
danzas—, pero a la vez insiste en la búsqueda de una
identidad regional que también se proyecte hacia
América Latina y la lucha de otros pueblos.
El martiniqueño Vincent Placoly, autor de La vie et
la mort de Marcel Gonstran (1971) y L’eau-de-mort guildive
(1973), es considerado un écrivain-charnière que, en estos
Amplios movimientos de reivindicación de los
descendientes de esclavos africanos y de sus tradiciones
culturales dejaron su huella en la literatura de la primera
mitad del siglo XX . Trátese de la obra de autores como
el jamaicano Claude McKay, que se afirma en su lema
«Black is beautiful», al calor de la lucha ideológica
impulsada por el garveísmo; la del martiniqueño René
Maran, que obtiene con su novela Batouala el Premio
Goncourt de 1922; de movimientos más extendidos
como la escuela indigenista haitiana —que recibe el
legado de las investigaciones de Jean Price-Mars sobre el
vodú—; del negrismo, que cuenta en el Caribe de habla
hispana con autores de la talla de Luis Palés Matos, Alejo
Carpentier, Manuel del Cabral o Nicolás Guillén; de
los poetas de la negritud, entre cuyos gestores se
encuentran el guayanés Léon Damas y el martiniqueño
Aimé Césaire; lo cierto es que en esta diversidad de
textos, escritos en distintas lenguas, puede apreciarse un
mismo afán común: el de reivindicar la imagen del
hombre negro y sus tradiciones como parte integral de
un Caribe que no puede llegar a realizarse cabalmente
sin asumir esa importante herencia. No es superfluo
recordar —pues muy a menudo se olvida este aspecto y
se tiende a valorar estos movimientos solamente desde
una perspectiva ideológica— que estas expresiones
literarias implicaron también, desde el punto de vista
estrictamente formal, la incorporación de nuevas técnicas
y procedimientos estilísticos que contribuyeron
decisivamente al desarrollo de las vanguardias artísticas
en la región.
En la década del 60 la literatura sobre el tema negro
mantiene su vigencia. Incluso podría hablarse de una
intensificación de esta temática al calor de los
movimientos raciales que tienen lugar, digamos, en los
Estados Unidos —Black Power, Black Panthers,
etcétera—, o de la mayor difusión del movimiento
Rastafari en Jamaica. Africa continúa siendo una región
mítica, añorada, una suerte de espacio abierto a la utopía
sobre el que algunos artistas vuelcan su mirada. No
obstante, ya desde entonces, aparecen algunas tendencias
que serán dominantes en las décadas posteriores. Por
una parte, el énfasis en el aspecto racial comienza a
diluirse en una concepción más amplia que abarca a otros
grupos marginados, a la vez que hay un mayor interés
por incorporar estéticamente la herencia cultural de
origen africano. Obras como Other Leopards (1963), del
guyanés Denis Williams, y más adelante The Children of
Sisyphus (1964), del jamaicano Orlando Patterson, pueden
ser consideradas representativas del vuelco que comienza
a tener lugar en esa orientación a partir del agotamiento
de una búsqueda, llevada hasta sus máximas
consecuencias en ambos textos.12
Africa, aunque sigue siendo un polo de interés en
los 70 y los 80, es abordada ahora desde una perspectiva
que indaga más en su problemática actual, ya sea en las
luchas sociales y políticas, o en los diversos conflictos
surgidos después de la independencia. En novelas tan
disímiles como A Bend in the River (1979) de V.S.
Naipaul, Un homme en trois morceaux (1975) de Roger
Dorsinville o Heremakhonon (1976) y Une saison a Rihata
27
Margarita Mateo Palmer
Muy vinculado a la temática más general de la identidad aparece
desde muy temprano en la literatura caribeña el tema del exilio,
motivado principalmente por la experiencia, intensa y real, de
la emigración económica, política o de búsqueda intelectual y
artística.
textos, «va en quelque sorte clôturer les élans et les
dérades de la Négritude. Dans le même temps, et d’une
certaine manière, il va annoncer, invoquer le
bouillonnement d’émergence d’une autre époque» [«va
de algún modo a cerrar los impulsos y las escaramuzas
de la negritud. Al mismo tiempo, y de cierto modo, va
a anunciar, a invocar la efervescencia del surgimiento de
otra época»].21 Más recientemente Dany Laferrière, en
Comment faire l’amour à un nègre sans se fatiguer (1985),
con un fuerte apoyo intertextual en autores como Miller
y Bukowski, aborda el problema de las relaciones
sexuales interraciales desde una perspectiva que resulta
polémica. 22
Un ejemplo de la universalidad alcanzada por la
literatura de la región —que lejos de abandonar las
tradiciones de origen africano, las incorpora a una cultura
universal de la cual también es heredero el hombre
caribeño— puede encontrarse en X/Self (1987), de
Edward Kamau Brathwaite. 23
Muy vinculado a la temática más general de la
identidad aparece desde muy temprano en la literatura
caribeña el tema del exilio, motivado principalmente
por la experiencia, intensa y real, de la emigración
económica, política o de búsqueda intelectual y artística
—realizar estudios superiores, entrar en contacto con
casas editoriales o grandes centros de cultura, etcétera.
Asociado con el motivo del viaje —pero con aristas ideoestéticas peculiares, que se acuñan a partir de las vivencias
prolongadas en un nuevo espacio—, el exilio ha sido
expresado de muy variadas formas. Como experiencia
de conocimiento, este viajar a tierras extranjeras está
vinculado al cronotopo del camino que, a su vez, guarda
una estrecha relación con motivos literarios de muy
antigua tradición, tales como la separación, la huida, el
encuentro, el hallazgo, el descubrimiento, la búsqueda,
etcétera. 24 Estos motivos, que por su naturaleza son
cronotópicos, suelen estar definidos a partir del cambio
del eje espacial, que a su vez se concreta en la oposición
fundamental espacio conocido/espacio desconocido, que
es importante en la imagen literaria que se ofrece del
exilio.
En la primera mitad del siglo XX la experiencia de
los escritores ante un nuevo entorno propició,
principalmente, una nueva mirada sobre el espacio ya
conocido y asumido hasta entonces como propio. La
nostalgia, la recreación del paisaje añorado, la alienación
del destierro, surgida del choque a veces brutal25 con las
viejas metrópolis, condujo al escritor caribeño a otras
definiciones sobre sí mismo —«El viaje es apenas un
movimiento de la imaginación. El viaje es reconocer,
reconocerse», había afirmado Lezama26—, y acentuó la
búsqueda de una identidad que se veía amenazada. Tanto
la obra de Claude McKay 27 —recuérdense los poemas
«The Tropics in New York», «I Shall Return», o el relato
«Truant»—, como Cahier d’un retour au pays natal (1939)
de Aimé Césaire —ubicado en el umbral mismo de los
dos planos espaciales contrapuestos—, pueden ser
considerados textos representativos, en sus diversas
elaboraciones formales, de esa mirada nostálgica sobre
la región propia desde la perspectiva de un país ajeno.
En las décadas del 50 y del 60 el tratamiento de esta
problemática se ve impulsado por el exilio, cada vez más
común, de los escritores del área. 28 En el quehacer
literario de estos años otros motivos van desplazando la
añoranza y atenúan el tono nostálgico. Tiende a
imponerse entonces, sobre esa rememoración, la ardua
confrontación con el nuevo contexto, que demanda una
dinámica de adecuaciones: de pérdidas, pero también de
hallazgos, aunque estos aún estén privados de una
perspectiva de futuro. Y es precisamente la ausencia de
esa mirada prospectiva la que convierte la literatura de
estos años en una verdadera literatura del desarraigo,
situada entre dos aguas.
En la literatura de los 70 y los 80 la experiencia de
aprendizaje que implica el exilio va conduciendo no
solamente a un reajuste de valores, sino a una
metamorfosis ineludible que, poco a poco, pone su
énfasis en la apertura hacia el nuevo espacio cultural y
humano. Si la nostalgia, la remembranza de la región
natal, la despedida y el regreso, habían caracterizado esta
temática en las décadas precedentes, ahora el énfasis recae
en la dinámica de inserción en un nuevo contexto. En la
medida en que el escritor se va integrando al nuevo
espacio sociocultural que lo ha acogido, comienza a tener
lugar un proceso de reajuste de los puntos de referencia
que hasta entonces habían orientado su escritura. Si en
las manifestaciones literarias del exilio de las décadas
anteriores el mundo representado se había modelado
principalmente sobre un centro básico —la patria
real—, a partir del cual se definían los enfoques, las escalas
de valores y los puntos de vista que permitían organizar
la visión de países y culturas extrañas, ahora ese centro
comienza a desplazarse hacia un nuevo registro que surge
de la integración al espacio ajeno.29
Desde esta perspectiva analiza Jean Joinaissant 30 la
novelística de la diáspora haitiana, realizada en cuatro
centros principales: Africa (Dakar), Canadá (Montreal),
Estados Unidos (Nueva York), y Francia (París). Un
ejemplo de la nueva problemática que enfrentan estos
28
La literatura caribeña al cierre del siglo
escritores es la del narrador Gérard Etienne, quien siente
que pertenece tanto a la comunidad haitiana como a la
francocanadiense, y acoge en su obra múltiples lenguajes:
el haitiano y el francés, pero también el québecois, en un
intento por alcanzar al público lector de la comunidad
donde vive actualmente. En su novela Un ambassadeur
macoute à Montréal (1979), la sátira, el humor y la
carnavalización —ejes centrales en la elaboración del
texto— se asientan, en buena medida, sobre esa
perspectiva otra que surge del desplazamiento de los
puntos de referencia en el nuevo espacio del exilio.
Igualmente no parece casual que Marlene Nourbesse
Philip en «And Over Every Land and Sea» —primera
parte de su poemario She Tries Her Tongue; Her Silence
Softly Breaks (1988)—, asocie explícitamente la idea de la
transformación a la búsqueda determinada por el
peregrinaje en nuevos territorios. Las referencias al mito
griego de Proserpina, basadas en un directo juego
intertextual con la Metamorfosis de Ovidio, brindan un
sugerente punto de apoyo para la expresión del
sentimiento de pérdida y de identidad amenazada por la
ausencia del país propio, a la vez que alude a la inevitable
transformación del sujeto que participa de esa búsqueda.
Según Bajtín «sobre la base de la metamorfosis se crea el
tipo de representación de la totalidad de la vida humana
en sus momentos cruciales y de crisis más importantes,
cuando el hombre se hace diferente». 31 Hacia la
representación de esa diferencia y de la transformación
inevitable del sujeto en un nuevo entorno, se mueven
las expresiones literarias caribeñas asociadas al exilio,
en los últimos años, sobre todo cuando la permanencia
fuera del país natal —Cuba, Haití, Puerto Rico, por
ejemplo— se convierte en una experiencia cotidiana y
prolongada indefinidamente.
Sumamente complejo ha sido, a lo largo de la historia
de la literatura caribeña, la elección de una lengua que
permita al escritor expresarse en la medida de su vocación
e inclinaciones estéticas. No se trata solamente del dilema
general de todo creador en busca de un lenguaje artístico.
En el caso del Caribe, la pluralidad lingüística de una
región donde coexisten diferentes lenguas metropolitanas
con aquellas que fueron surgiendo del intercambio con
la palabra del conquistador,32 pone al escritor en contacto
con una complejísima problemática que a veces se
concreta en el más primario y elemental dilema sobre
en qué lengua escribir. 33 No es superfluo recordar que
esta opción está íntimamente vinculada con otros
problemas de recepción de la obra literaria —el público
al cual va dirigido el texto, la accesibilidad del lector a
una u otra lengua, etcétera—, pero también a la no menos
importante cuestión de la universalidad y las
potencialidades estéticas de cada lenguaje. Ante esta
extraordinaria gama de posibilidades, las preferencias de
los creadores han sido, desde luego, diversas. Así, hay
escritores como Dereck Walcott o Jacques Stephen
Alexis que se expresan principalmente en las lenguas de
origen europeo; otros, como Claude McKay o Félix
Morisseau-Leroy, escribieron tanto en las lenguas
créoles 34 como en las metropolitanas; algunos, como
Emile Roumer o Louise Bennet, asumen principalmente
el créole, y aun aquellos como Pierre Lauffer o Elis
Juliana, que adoptan el bilingüismo y escriben tanto en
papiamento como en holandés. Pero el espectro de
posibilidades es mucho más amplio. Como expresa R.B.
Le Page, en una afirmación que es igualmente válida para
el Caribe anglófono:
The writer in the West Indies today similarly has to
decide whether he is going to use dialect consistently
througout his book, or just for parts of it, and whether
he is going to adopt every feature of the dialect or just
some features in any particular sentence. There is range
of options open to him.35
(El escritor caribeño de hoy, asimismo, tiene que decidir
si va a utilizar el dialecto consistentemente a través de
todo su libro o si lo empleará solamente en algunas partes
de este, y si va a incorporar cada rasgo del dialecto o solo
algunas de sus características en una oración particular.
Hay un amplio rango de opciones que se le ofrecen.)
De hecho, en la primera mitad del siglo XX estas
posibilidades fueron tanteadas por los escritores de la
región. En un afán por asumir las raíces más populares
de su cultura, con una orientación que no difiere
básicamente de las tendencias predominantes en el resto
de la literatura latinoamericana de entonces, el escritor
caribeño trató de incorporar a su escritura el habla
coloquial de su nación. Desde el punto de vista
estilístico este intento condujo, primeramente, a
contradicciones y rupturas en el seno de la propia
escritura, que ya han sido ampliamente estudiadas. Es
a partir de los años 50 y 60 —motivada por esa necesidad
de incorporar las lenguas créoles, no como simples
trasposiciones directas al texto, sino a partir de una
ardua reelaboración estética de las mismas— que la
literatura caribeña tienta un amplio espectro de
posibilidades desde el punto de vista formal. Es esta
una época de intensa experimentación, que se nutre
ampliamente de los logros de las vanguardias artísticas,
y produce hallazgos de gran importancia, por ejemplo,
en la obra de Edouard Glissant. Este autor, a partir de
los presupuestos de la «poética de la oralidad»
enunciada por él, aprovecha creadoramente las
posibilidades lingüísticas de su área para la modelación
de su escritura. En L’intention poétique (1969) el escritor
martiniqueño establece una clara diferenciación entre
lengua y lenguaje, que valida implícitamente las diversas
alternativas que en el plano de la expresión lingüística
pueda hacer el artista, pues es este a quien se considera
el verdadero creador de un lenguaje, más allá de la
lengua en que se exprese.
No obstante, todavía en las décadas del 70 y del 80,
se desarrollan intensas polémicas en torno al problema
de la lengua. Incluso algunos autores, como el mismo
Edouard Glissant, se pronuncian contra lo que entonces
se denominó «el imperialismo lingüístico del creole»:
Si je m’élève contre l’impérialisme créolistique, c’est
precisément
au
nom
d’une
disponibilité
multilinguistique, qui me parait être une des marques
essentielles des civilisations à venir, et oú toutes les langues
et par conséquent, les créoles, auraient loisir de s’exercer. 36
29
Margarita Mateo Palmer
[Si yo me pronuncio contra el imperialismo del creole es
precisamente en nombre de una disponibilidad
multilingüística, que parece ser una de las marcas
esenciales de las generaciones por venir, y donde todas
las lenguas y, por consiguiente, los creoles, tendrían la
oportunidad de ejercitarse.]
Debe recordarse que en algunos países como Haití,
estos debates sobre las alternativas lingüísticas de la
escritura no pueden desvincularse del llamado «mal
disglósico», que adopta caracteres particularmente
dramáticos en una nación donde apenas el 5 % de la
población habla francés, mientras que el 95 % restante,
creolófono, no puede leer ni escribir en su lengua
materna pues no está alfabetizado.37 Esta problemática,
desde luego, genera intensos dilemas de recepción del
texto literario que pesan profundamente sobre las
elecciones creativas del escritor.
No obstante, en los últimos años se advierte, en la
literatura caribeña, una mayor madurez ante la gama de
posibilidades, ciertamente compleja, que ofrece la
pluralidad lingüística. Por una parte, hay escritores que
continúan perfilando su propio lenguaje a través del
creole, contribuyendo con ello a la dignidad literaria de
una lengua que sigue siendo subestimada. A esta
marginación debe añadirse el hecho, no menos
importante, de que una de las principales vías de difusión
de la literatura del área se realiza a través de casas editoras
europeas, interesadas en mantener determinadas normas
lingüísticas. Un ejemplo reciente de la problemática
generada por estos mecanismos de difusión es la
experiencia del escritor martiniqueño Patrick
Chamoiseau, quien tuvo que traducir del creole al francés
cuarenta y siete expresiones de su novela Chronique des
sept misères (1988) a instancias de la editora Gallimard.38
Un acontecimiento de la mayor importancia para la
literatura en creole tiene lugar en 1975 cuando se publica
la primera novela escrita en lengua haitiana: Dezafi, del
narrador Frankétienne. Solo después de casi cien años
de haberse escrito en Haití el primer poema en creole
—el difundido texto de Oswald Durand, Choucoune
(1884)— un escritor accede a ese género de madurez que
es la novelística a través de esa lengua. Y no se trata de
un hecho que solamente tenga importancia desde el
punto de vista de la evolución histórico-genética de la
literatura del área. Por el contrario, Dezafi, más allá del
indiscutible mérito que pueda poseer en tanto texto
fundador de un género en creole, es ante todo una
excelente novela que utiliza audazmente técnicas
narrativas complejas y actualizadas, a la vez que lleva a
cabo una ardua renovación, desde el punto de vista de
las posibilidades del creole como lengua literaria escrita.39
Paralelamente, en el resto del Caribe, continúan las
búsquedas directamente relacionadas con las tesituras
lingüísticas, en una marcada tendencia a la reconciliación
de lenguas tantas veces contrapuestas por razones de tipo
ideológico. De esta difícil batalla que, desde luego, se
desarrolla básicamente en el nivel de la escritura misma,
pero no solo en ese plano, surgen importantes textos
que enriquecen el acervo de posibilidades formales de la
literatura del área. Uno de los ejemplos más
sobresalientes de este afán de conciliación de la dicotomía
lenguas europeas/lenguas creoles es la fecunda obra de
la escritora guadalupeña Simone Schwarz-Bart quien, en
Pluie et vent sur Télumée Miracle (1972), y más adelante
en Ti-Jean l’horizon (1979) realiza una profunda
renovación en el nivel linguo-estilístico de su escritura,
al incorporar al francés la originalidad y riqueza propias
del creole.
A través de estas nuevas estrategias ante el problema
de la lengua, que no olvidan el diálogo con las tradiciones
ni el deseo de renovación, van surgiendo nuevas
expresiones que más allá del modo en que puedan ser
nombradas —literatura en «francés creolizado», en
«francole» o «freole», o literatura en «spanglish» o en
«nuyorican», por ejemplo—, son testimonio de una
voluntad estética que tiende a la integración de lenguas
y culturas: a la síntesis y fusión de lo diverso, que es, en
última instancia, una de las mayores fuentes de
originalidad de la cultura caribeña, consolidada a partir
de intensos y sucesivos procesos de transculturación.
La presencia de los distintos creoles en la literatura
de la región se vincula también a una problemática que
cada vez adquiere mayor repercusión: la oralidad, forma
tradicional de expresarse estos pueblos, y construir sus
imaginarios culturales. No es casual, por ejemplo, que
en el Caribe francófono Ernst Mirville haya acuñado el
término oraliture, o que en el Caribe anglófono sea ya
común la referencia a la orature, denominaciones que se
diferencian del concepto tradicional de literatura oral.
Como expresa el crítico haitiano Maximilien Laroche,
estos nuevos vocablos no responden a un problema de
simple terminología, sino a la necesidad de reformular,
desde nuevas perspectivas, las expresiones artísticas
vinculadas a la oralidad.
No debe perderse de vista que las distintas
manifestaciones de la oralidad también ofrecen una
amplia gama de posibilidades al escritor desde el punto
de vista de su creatividad. Una de las formas que ha
nutrido fuertemente la literatura caribeña, ha sido la
música, expresión de extraordinaria vigencia y difusión
en el área. En el Caribe español, por ejemplo, ya Nicolás
Guillén había logrado en Motivos de son una apropiación
y reelaboración estética de algunas de las características
de este ritmo tradicional cubano en el plano de la
escritura.40 Más recientemente —piénsese en textos como
De dónde son los cantantes (1967) de Severo Sarduy, La
guaracha del Macho Camacho (1976) o La importancia de
llamarse Daniel Santos (1988) de Luis Rafael Sánchez y
Solo cenizas hallarás (1980) de Pedro Vergés— se hace
evidente esa intención de recuperar las fuentes musicales
caribeñas, a través de una compleja y ardua elaboración
intertextual sobre géneros y formas diferentes de
expresión artística.
Este fenómeno —que es general para toda la
región 41— se ha desarrollado recientemente con mucha
vitalidad en el Caribe anglófono. La gran creatividad
musical de esta área —por ejemplo el reggae o el calypso,
por solo mencionar dos ritmos que han alcanzado una
30
La literatura caribeña al cierre del siglo
mayor difusión internacional— ha tenido una influencia
directa sobre algunos autores.
En las dos últimas décadas el espectro de posibilidades
formales en que se incursiona a través de la música ha
extendido su rango. Predomina en estos textos un amplio
nivel de experimentación, desde el punto de vista
estético, que tiene como base la difuminación de las
fronteras entre los géneros y entre la «alta» y la «baja»
culturas. Expresiones como los Sound Poets de Trinidad
—Brother Resistance y el grupo Network, por
ejemplo—, o el dub poetry —surgido en Jamaica, pero ya
difundido en otras islas—, pueden dar una idea del
extraordinario movimiento de renovación que está
teniendo lugar actualmente en la poesía de la región a
partir de este fecundo contacto con la música popular.
Michael Smith, Abdul Malik, Linton Kwesi Johnson y
otros dub poets han explorado ampliamente las
posibilidades de obtener un apoyo peculiar para su
poesía en algunas sonoridades musicales, a través de un
gesto —muy cercano a los deejay performers—, que
remeda viejas tradiciones afrocaribeñas. Que la vocación
por la palabra es el afán principal de estos artistas se
advierte claramente cuando Linton Kwesi Johnson —el
poeta que acuña el término dub poetry— expresa en una
entrevista:
integran creadoramente a la escritura, son una muestra
representativa de cómo el artista del área incorpora a
su quehacer intelectual las expresiones populares del
imaginario colectivo.
De que este no es un fenómeno exclusivo del ámbito
de la poesía dan fe otros textos como The Dragon Can’t
Dance (1979), la conocida novela del narrador trinitario
Earl Lovelace, que recrea toda una tradición carnavalesca
y musical como punto de partida para penetrar el vasto
mundo social de su país. En su obra Lovelace pone en
juego diversos procedimientos vinculados a la tradición
popular: el baile de enmascarados, la representación de
personajes mitológicos en las fiestas, el sentido de
subversión y de «mundo al revés» que permite el
carnaval.
En general, los escritores caribeños de los 70 y los 80
han continuado recreando en su escritura la fuerte
tradición mitológica característica del área, a través de
muy disímiles modalidades. En décadas anteriores la
incorporación del mito al texto literario se tradujo en
verdaderas adquisiciones estéticas en obras como
Compère Général Soleil (1955), Palace of the Peacock (1960)
o Paradiso (1966). No es casual, de otro lado, que aparte
del papel privilegiado que, en sus textos, concedieron al
plano mítico dos escritores caribeños —Alejo Carpentier
y Jacques Stephen Alexis— igualmente llevaran a cabo
una teorización acerca de nuevos métodos de
configuración artística donde la recreación mitológica
y el elemento maravilloso desempeñaban un papel
importantísimo. 44 Como continuadores de esta
tradición, los escritores de las últimas décadas integran
a sus textos, con toda naturalidad, algunas de las muestras
y procedimientos propios de una visión mágico-religiosa
del mundo, que aún mantiene una inusitada vigencia.
No obstante, si en años anteriores era necesario legitimar
estos esfuerzos haciendo explícita la poética que los
sustentaba, en la actualidad el escritor maneja con mayor
confianza estos elementos, cada vez más difundidos y
reivindicados como parte importante de su cultura. Este
último proceso de difusión abarca también al receptor
de la obra literaria, lo cual permite al escritor prescindir
de algunas referencias que antes contribuían a la
legibilidad del texto, e influye notablemente en el
desenfado con que estos elementos son manejados en la
actualidad. A su vez, la mayor familiaridad —del lector
y el artista— con manifestaciones que habían sido
severamente reprimidas, contribuye a la liberación del
signo mítico, antes subordinado a un referente más
restringido y ahora utilizado, cada vez más
frecuentemente, en función de nuevas significaciones, e
insertado muchas veces en una peculiar dinámica de
desmitificación.45 Esta última tendencia, si bien no había
sido ajena a la literatura anterior, se perfila con mayor
nitidez en las últimas décadas y está integrada a una
orientación más general de la escritura a la difuminación
del aura y la desacralización de algunos mitos
contemporáneos.
Como se ha tratado de ir mostrando hasta ahora, los
70 y los 80, aunque no son períodos autónomos, sino
que responden a un complejo proceso evolutivo
if I am performing in a musical context [...] I always do a
couple of poems, two or three poems always, without
musical accompaniment, to remind my audience that that
is what I am about: poetry. [...] I think people should
remember that poetry is much wider than dub poetry.
To talk dub poetry alone or to call yourself a dub poet is
a limitation [...] I think when asked how would you
describe yourself you should say that you are a poet [...]42
[si yo estoy haciendo un performance en un contexto
musical [...], siempre hago un par de poemas, dos o tres
poemas siempre, sin acompañamiento de música, para
recordarle a mi auditorio que eso es justamente lo que yo
hago: poesía [...] Yo creo que la gente debe recordar que
la poesía es mucho más amplia que el dub poetry. Hablar
del dub poetry o llamarte a tí mismo dub poet es una
limitación [...] Yo creo que lo que uno debe responder
cuando le preguntan cómo se describiría a sí mismo, es
afirmar que uno es un poeta...]
Un ejemplo de la depurada elaboración estética que
es posible alcanzar a partir de los diversos contactos
entre música y poesía puede hallarse en Man to Pan
(1982), del guyanés John Agard, un texto concebido para
ser ejecutado directamente ante el público. A partir de
una poderosa imagen central que alude a la unidad y
diversidad de los pueblos del Caribe —las islas como
fragmentos del pan del steelband—, se modelan otras
metáforas. Las asociaciones que se establecen a través
de los atributos de algunos orishas como Shangó y
Oggún —el rayo, el hierro; «and the only gun/ah
carrying/is O/gun/dream of iron/on new ground» [«y
la única pistola/ que estoy cargando/ es O/ gun/ sueño
de hierro/ en una nueva tierra»] 43 —; la presencia de
Anancy —el hombre araña, figura del trickster
caribeño—; los diversos ritmos y lenguajes que se
31
Margarita Mateo Palmer
La pluralidad lingüística de una región donde coexisten
diferentes lenguas metropolitanas con aquellas que fueron
surgiendo del intercambio con la palabra del conquistador, pone
al escritor en contacto con una complejísima problemática que
a veces se concreta en el más primario y elemental dilema sobre
en qué lengua escribir.
imposible de obviar, presentan una especificidad que,
en más de un sentido, los distingue claramente del
quehacer literario anterior. Si bien la literatura caribeña
de las décadas precedentes había dado muestras
importantes de una calidad estética que se iba haciendo
cada vez más extendida entre los escritores del área, ya
la indiscutible madurez de muchos de los textos
publicados en las últimas décadas —cuyo valor sobresale
no solo en el ámbito regional o continental, sino en
esferas más amplias de confrontación literaria— es un
testimonio convincente de la fuerza y originalidad de
esta literatura.
En estos años, escritores cuya obra ya había alcanzado
un reconocimiento anterior —Martin Carter, Wilson
Harris, V.S. Naipaul, Dereck Walcot, Jan Carew,
Edward Brathwaite, Edouard Glissant, René Depestre,
Jean Métellus, Paul Laraque, Anthony Phelps, Robin
Dobrú, entre otros— han continuado su labor de
creación, en la mayor parte de los casos a través de una
línea ascendente y sumamente fecunda. Por otra parte,
un nutrido grupo de escritores se ha sumado con una
creciente fuerza al quehacer literario del área. Algunos
de ellos, como Mervyn Morris, Dennis Scott, Garth St.
Omor, Alfred Melon, Simone Schwarz-Bart, Michael
Slory, aunque ya eran conocidos en años anteriores,
realizan su obra principal en las últimas décadas. Otros,
como Kendel Hippolyte, Lorna Goodison, John Robert
Lee, David Dabydeen, Maryse Condé, Henri Corbin,
Raphaël Confiant, Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau,
Jean Claude Charles o Ernest Pépin, irrumpen
repentinamente en el panorama literario reciente.
El surgimiento de una importante literatura escrita
por mujeres es otro de los fenómenos que se advierte
últimamente con mayor nitidez. Como se ha podido
apreciar aquí, no es posible estudiar la literatura caribeña
actual sin tomar en consideración textos que, más allá
de la marca genérica que pueda distinguirlos, sobresalen
por su propio valor estético y su universalidad. No
obstante, sería injusto dejar de mencionar que una de
las líneas que se perfilan con fuerza en las últimas décadas
es la de una escritura femenina que denuncia las falsas
hegemonías y tiende a socavar —a partir de entronizar
como sujeto de la representación voces tradicionalmente
subordinadas—, los códigos literarios que responden a
una estructura de poder patriarcal, centrada en lo
masculino. Esta perspectiva, sin embargo, no se
circunscribe únicamente al problema de lo femenino,
sino que —como había sucedido anteriormente con la
excelente escritura de Jean Rhys—, se proyecta hacia
otras esferas culturales y sociales que tradicionalmente
han recabado la atención del artista caribeño. Las nuevas
estrategias de estos textos —que de hecho implican una
recuperación de las voces ex-céntricas— van dirigidas,
en última instancia, contra un sistema de poder que ha
legitimado ciertos tipos de representación, a la vez que
subestima otros.
Entre las voces que se han hecho sentir en los últimos
años pueden ser mencionadas, entre otras, Erna Brodber,
(Jamaica), Jamaica Kincaid (Antigua), Zee Edgell (Belice),
Pamela Mordecai (Jamaica), Myriam Viera (Guadalupe),
Jacqueline Manicom (Guadalupe), Liliane Dévieux
(Haití), Marie Chauvet (Haití), Astrid Kroemer
(Surinam), Nidia Ecury (Aruba), Jocelyne Clemencia
(Curazao) y otras.
Paralelamente, en los 70 y los 80 se advierte una
mayor madurez ante el hecho artístico, un mayor oficio
y decantación estética: algunas expresiones que habían
tenido un peso desmesurado se equilibran y hallan cauces
artísticamente más depurados para su expresión. No se
trata, sin embargo, de que algunas de las orientaciones
básicas de la literatura regional —su vocación social, por
ejemplo— hayan perdido vigencia. Por el contrario, una
comprensión más cabal y lúcida del entorno colonial o
neocolonial —surgida de la sostenida confrontación con
los graves problemas sociales y políticos del área— parece
regir soterradamente la más serena expresión de estas
inquietudes en el texto literario. Un ejemplo de ello es
el modo en que han sido tratados, como tónica general,
los problemas raciales: expandiendo su resonancia hacia
otras manifestaciones de desigualdad social, que
trascienden el color de la piel y abarcan otros sectores,
para reclamar un ideal de justicia y delinear un
humanismo más completo y esencial.
La realización de una nueva poética, madura,
multifacética, que en muchos casos ya venía
anunciándose desde antes, es otro de los rasgos que se
advierte con más claridad cuando se lanza una mirada
abarcadora sobre el quehacer literario más reciente.
Algunos de los dilemas que debía enfrentar el escritor
para la realización de su obra —y no solo dilemas, incluso
serios obstáculos, como los analizados en torno a la
lengua—, se han venido sorteando, y además es posible
afirmar que en el enfrentamiento audaz y creativo a la
compleja problemática cultural de la región, ha hallado
la literatura caribeña de las dos últimas décadas una de
las mayores fuentes de originalidad y riqueza que la
caracterizan actualmente.
32
La literatura caribeña al cierre del siglo
significado de la identidad cultural», Unión, La Habana, (8), octubrediciembre, 1989.
Sumamente amplio es el espectro de posibilidades
formales que se han venido tanteando a través de una
búsqueda que, lejos de desconocer las tradiciones
esenciales de los pueblos del Caribe, las integra
eficazmente a su escritura. Trátese de los paradigmas
propios de la oralidad, de ritmos y gestualidades
expandidos por la música o la danza, de los mitos de
orishas desangrados de amor y de celos, o de esa larga
vocación para la parodia, la burla camuflada y mordaz
del original, la simulación o el encubrimiento tras la
mascarada y el carnaval de un mundo que siempre ha
parecido estar al revés; lo cierto es que la literatura
caribeña, en su largo devenir, ha venido integrando
fecundamente a su quehacer las resonancias de una
tradición viva, que hoy constituye una de sus más
preciosas fuentes de originalidad. Como se ha podido
apreciar aquí, muy diversa ha sido la respuesta de los
escritores a estos retos y motivaciones, tan diversa y
abigarrada como la propia cultura de una de las regiones
del mundo donde más intenso ha sido el proceso de
transculturación.
Cabría preguntarse, por último, hasta qué punto la
perspectiva crítico-valorativa que ha primado en este
acercamiento a la literatura caribeña de los 70 y los 80
responde aún, en alguna medida, a las coordenadas que
en el plano de la exégesis fue modelando una praxis
literaria anterior. De cualquier modo, el ajuste de cuentas
con viejos tópicos y modalidades de la literatura regional
—que, en muchos casos, mantienen su vigencia bajo
formas y apariencias diferentes—, es una de las tantas
maneras de acercarse a lo nuevo a través del necesario
deslinde de un pasado que, sin embargo, también está
contenido en el presente.
5. No debe olvidarse que a ello ha contribuido decisivamente la
experiencia del exilio.
6. John Hearne: Carifesta Forum: An Anthology of Twenty Caribbean
Voices, Kingston: Institute of Jamaica, 1976: vii.
7. En esta novela Maryse Condé parte de la verdadera historia de este
singular personaje, tomada de los archivos del condado de Essex.
Sumamente interesante resulta el análisis de esta obra desde el punto de
vista de la triple subalternidad (clase, raza, género) de la protagonista.
(Nara Araújo, «La otra bruja de Salem», Revolución y Cultura, La
Habana, (6), noviembre-diciembre, 1992.
8. Linda Hutcheon, The Politic of posmodernism, Londres/Nueva York:
Routledge, 1989.
9. Recuérdese, por ejemplo, su ensayo Haiti, quel développement (1975),
escrito en colaboración con Charles Manigat y Claude Mose, o su novela,
Paysage de l’aveugle (1977), de tema histórico.
10. James Carnegie, Some Aspects of Jamaica’s Politics. 1918-1938,
Kingston: Institute of Jamaica, 1973.
11. Entre los grupos étnicos más sobresalientes del área pueden
identificarse blancos, negros, aborígenes, indios, chinos, javaneses, y
desde luego, mestizos de los más variados tipos y procedencias. En la
literatura caribeña también se ha hecho sentir la presencia de estos grupos
aunque en menor medida.
12. En el Caribe francófono este proceso es más demorado, ya que, a
pesar de haber sido enunciada en el período de entreguerras, no es hasta
la década del 60 que la negritud alcanza mayor difusión al calor de los
movimientos africanos de liberación. Sobre esta temática se publican
durante esta década, entre otros: Balles d’or (1961) de Guy Tirolien; A
seuil d’un nouveau cri (1963) de Bertène Juminer; Les nègres servent
d’exemple (1964) y Le Monde tel qu’il est (1967) de Salvat Etchard, por
no mencionar la obra, más conocida, de Aimé Césaire en estos años.
Véase Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, «Le miroir noir brisé»,
Lettres créoles. Tracées antillaises et continentales de la littérature 16351975, París: Hatier, 1991.
13. Edouard Glissant, Le discours antillais, París, Editions du Seuil, 1981.
Notas
14. José Lezama Lima, «Coloquio con Juan Ramón Jiménez», en
Analecta del reloj, La Habana: Orígenes, 1953: 40-61. Es interesante
advertir cómo en estos momentos el poeta cubano considera que «las
exigencias de una sensibilidad insular no tienen tangencias posibles con
una solución de mestizaje artístico» y rechaza la poesía «cuyo principal
hallazgo ha sido la incorporación de la sensibilidad negra y más
frecuentemente la incorporación del vocablo onomatopéyico».
1. Pedro Ureñarib, «Hijos de la violación y el miedo reinventaron el
francés», El Gallo Ilustrado, México, D.F.: domingo 6 de diciembre de
1992.
2. Pablo Maríñez, «Piel negra, máscara blanca», El Gallo Ilustrado.
3. Se han venido dando pasos de importancia para alcanzar una
ponderación integradora, tanto desde el punto de vista literario como
histórico-cultural, entre otros: Henry Bangou, «Ensayo de definición
de las culturas caribeñas», Anales del Caribe, La Habana, (1), 1981: 23446; Ileana Rodríguez y Marc Zimmerman, eds., Process of Unity in
Caribbean Society, Minnesota, 1983; Ana Pizarro, «La noción de la
literatura latinoamericana y del Caribe como problema historiográfico»;
y Angel Rama, «Algunas sugerencias para una aventura intelectual de
integración», ambos en La literatura latinoamericana como proceso,
Buenos Aires: 1985; Edward Brathwaite: Roots La Habana, 1986; y
Emilio Jorge Rodríguez, Literatura caribeña. Bojeo y cuaderno de bitácora,
La Habana, 1989.
15. Raphaël Confiant y Patrick Chamoiseau (en colaboración con Jean
Bernabé), Eloge de la créolité, Gallimard/Presses Universitaires Créoles,
1989.
4. Sobre este concepto pueden consultarse, entre otros: Fernando Ainsa,
«Universalidad de la identidad cultural latinoamericana», en Culturas,
diálogo entre los pueblos, París: 1986; Jacques Lafaye, «¿Identidad literaria
o alteridad cultural?»; y Raúl Dorra, «Identidad y literatura. Notas para
un examen crítico», ambos en Identidad cultural de Iberoamérica en su
literatura, Madrid: 1986; Nara Araújo, «Apuntes sobre el valor y
20. For the Mighty Gods, 1982; Marrons Lives; for Granadian Freedom
Fighters, 1983; o Born Here, 1986.
16. Dereck Walcott, «The Muse of History», Carifesta, 11.
17. Le Négoce, París: Ed. Saint-Germain-des-Près, 1975 o Saignote ma
vie, París: Debresse, 1982.
18. Une flèche pour le pays à l’encan, París: P.J. Oswald, 1975.
19. Maryse Condé, La poésie antillaise, Nancy: Fernand Nathan, 1977.
21. Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, Lettres créoles. Tracés
antillaises et continentales de la littérature. 1635-1975, París: Hatier, 1991:
153-4.
33
Margarita Mateo Palmer
22. Maximilien Laroche, «Dany Laferrière: Comment faire l’amour à un
nègre sans se fatiguer», Anales del Caribe, La Habana, (7-8), 1987-1988:
436-43.
23. Edward Kamau Brathwaite, X/Self (Oxford-New York, Oxford
University Press, 1987). Este es el último libro de una trilogía iniciada
con Mother Poem (1977) y Sun Poem (1982).
24. Mijail M. Bajtín, «Formas del tiempo y del cronotopo en la novela
(ensayos sobre poética histórica)», en Problemas literarios y estéticos, La
Habana: Editorial de Arte y Literatura, 1986.
25. Recuérdese, por ejemplo, las experiencias narradas por Frantz Fanon
en Peau noire. Masques blancs, 1952.
26. José Lezama Lima, Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, La
Habana: Casa de las Américas, 1970: 30.
27. No debe olvidarse que, según Kenneth Ramchand, McKay «fue el
primer novelista negro del Caribe anglófono y el primero de los
exiliados; aunque la dirección escogida por los últimos escritores
emigrados fue Inglaterra y no los Estados Unidos, McKay fue el primero
de una larga fila». Kenneth Ramchand, The West Indian Novel and Its
Background, Londres: Faber and Faber, 1970: 241.
descolonizadora era utilizando la lengua del oprimido, el créole, y por
ello reclamaban a los escritores esa presencia en su obra. Si bien es
cierto que algunas de estas tendencias se basaron en posiciones extremas
y poco flexibles en torno a un problema tan delicado como el lenguaje
del artista, no es menos cierto que hubo una subestimación bastante
generalizada de las lenguas créoles. Un caso ilustrativo de este rechazo
es el de Louise Bennet, cuya obra permaneció inédita durante años y
solo a finales de la década del 60 comenzó a ser oficialmente aceptada.
Mervyn Morris, «The Dialect Poetry of Louise Bennet», en Edward
Baugh, Critics on Caribbean Literature, Londres: George Allen and
Unwin, 1978.
34. En este trabajo se utilizará la denominación genérica de créole/créoles
para hacer referencia a las diversas lenguas surgidas en el Caribe a partir
del proceso de transculturación iniciado con la dominación europea.
35. R.B. Le Page, «Dialect in West Indian Literature», en Edward Baugh,
Critics on Caribbean Literature, ob. cit.
36. Edouard Glissant, «Entrevista al Consejo de Redacción de CARE»
en Silvia García-Sierra, «La problemática “lingüística” en la literatura
del Caribe», Temas [primera época], La Habana, (20), 1990:145.
37. Jean Bernabé, Fondal Natal, París: L’Harmattan, 1983.
28. A partir de la Segunda Guerra Mundial, tanto en el Caribe anglófono
como en otras áreas —por ejemplo, Puerto Rico— se produce un boom
migratorio que dejará sus huellas en la literatura.
38. Silvia García-Sierra, ob. cit.: 129-56.
29. Este fenómeno, desde luego, es particularmente notable entre los
escritores que pertenecen a una segunda o tercera generación de
emigrados. Un caso especialmente interesante es el de la literatura
puertorriqueña en los Estados Unidos, que ha sido objeto de diversas
aproximaciones y muestras. Véanse entre otros, Alfredo Matilla e Iván
Silén, eds., The Puerto Rican Poets/los poetas puertorriqueños, Nueva York:
Bantam Books, 1972; Efraín Barradas y Rafael Rodríguez, eds., Herejes
y mitificadores: muestra de la poesía puertorriqueña en los Estados Unidos,
Río Piedras: Ediciones Huracán, 1980; Miguel Algaraín y Miguel Piñero,
eds., Nuyorican Poetry: An Anthology of Puerto Rican Words and Feelings,
Nueva York: Willian Morrow, 1975; Nina Menéndez, «En-clave
cultural: la comunidad puertorriqueña en los Estados Unidos y su
expresión poética», Anales del Caribe, La Habana, (3), 1983:187-228.
40. Cintio Vitier, «Hallazgo del son», en Recopilación de textos sobre
Nicolás Guillén, La Habana: Casa de las Américas, 1974: 147-58.
30. Jean Joinaissant, Le Pouvoir des mots, les maux du pouvoir. Des
romanciers haïtiens de l’exil, París/Montréal: Ed. de l’Arcantère/Les
Presses de l’Université de Montréal, 1986.
31. Mijail Bajtín, ob. cit.: 305.
32. El créole en el Caribe francófono, el dialect o nation language
—como le denomina Edward Brathwaite— en el Caribe de habla inglesa,
o el sranantongo y el papiamento en el Caribe holandés. Debe advertirse,
por otra parte, que hay zonas de una extrema pluralidad lingüística,
como Surinam, donde se hablan actualmente dieciséis lenguas. Esta
complejísima problemática ha llevado al surgimiento de una literatura
multilingüe en países tan pequeños como Curazao; para no hablar de la
problemática literaria del bilingüismo en zonas como Puerto Rico, o
de la disglosia en países como Haití, donde hay críticos que consideran
la existencia de dos literaturas diferentes, una en créole (o lengua haitiana)
y otra en francés.
33. No debe olvidarse que hubo quienes consideraron que el único
modo de afirmar una identidad nacional y mantener una postura
39. Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, 173-82.
41. Para el estudio de esta problemática en el Caribe francófono puede
consultarse «Musique, Dance, Réligion», en Maximilien Laroche, La
double scène.
42. Esta entrevista fue publicada en Jamaica Journal: «Linton Kwesi
Johnson Interviewed by Mervyn Morrys». No puedo proporcionar
más datos bibliográficos por no tener al alcance esa serie de revistas.
43. John Agard, Man to Pan, La Habana: Casa de las Américas,
1982: 62. Aquí el autor crea un juego de sentidos entre la palabra inglesa
gun (pistola) y Oggún, deidad guerrera, dueña del hierro.
44. Me refiero a la teoría de lo «real maravilloso», formulada por Alejo
Carpentier en 1949, y al «realismo maravilloso», fundamentado por
Jacques Stephen Alexis en la ponencia presentada al Congreso de
Escritores y Artistas Negros de 1956.
45. Maximilien Laroche ha estudiado este proceso en relación con el
zombi, un mito de amplia significación en la cultura haitiana, a través
del análisis comparatístico del texto «Mó vivan» (1978) de Fritz
Champagne. Maximilien Laroche, L’Avènement de la littérature haïtienne,
Québec: GRELCA, 1987.
©
34
, 1996.
6: 35-39, abril-junio,
1996.
Plástica del Caribe actual:no.
encuentros
y desencuentros
Plástica del Caribe actual:
encuentros
y desencuentros
Yolanda W
ood
Wood
Profesora. Universidad de La Habana.
E
l siglo XX se abrió paso en el Caribe con un signo: el
de la autorreflexividad y la autodefinición, en una
evidente voluntad desalienadora que ha significado
asumir el sentido de lo propio en su condición de
diferente a lo metropolitano, en un proceso más o menos
profundo de autopenetración para, en la larga historia
de encuentros y desencuentros, avanzar hacia el
reencuentro con la personalidad cultural caribeña.
La secuencia de acontecimientos históricos en el
Caribe fue generadora de un proceso de mestizaje
cultural, no solo en el plano etno-racial sino también
temporal-social. Las diversas culturas que se mezclarían
en el crisol de la región, vivían en tiempos históricamente
diferenciados y las condiciones coloniales las colocaron
en relaciones de polarización social, tendientes a la
desvirtuación de sus propias características históricas
originales. El primer planteamiento reconoce que en
nuestra condición integrativa y transcultural se
mezclaron distintos tipos de cultura con diferentes
niveles de desarrollo histórico-social, sometidos a
procesos deculturativos que fragmentaron e hicieron
discontinuas las cadenas culturales originales.
Ninguna de esas cadenas se reprodujo íntegramente
en el Caribe y todas han participado en la definición de
nuestra identidad cultural, en proporciones diversas,
pero siempre, de un modo u otro, presentes. De tal
manera que, en una visión histórica retrospectiva, los
encuentros sucesivos de las culturas participantes en
nuestro devenir social revelan el modo en que se
producen también, en simultaneidad, sucesivos procesos
de desencuentros. En ellos ha intervenido el tipo de
relaciones comunicativas creadas por las condiciones
coloniales.
Los diversos tiempos históricos encontrados en la
sincronía natural-real y la dominación colonial,
generaron la incomunicación y la incomprensión
—también el menosprecio— ante expresiones culturales
y artísticas que, por desconocidas o subestimadas,
quedaron desvalorizadas por los sistemas orientadores
de la norma axiológica. Del mismo modo, en la dirección
opuesta, los sistemas hegemónicos fueron validados
como permanentes e inmutables.
Esos tiempos en simultaneidad y convergencia —a la
manera de decir de Alejo Carpentier— que coexisten en
nuestra realidad son, ellos mismos, generadores de
marcos de visualidad de una gran diversidad iconográfica,
que se presentan ante el creador como un universo de
imágenes que convive con él en su inmediatez o en su
memoria, y que participa de diverso modo en sus
operaciones de modelación artística.
3 5
Yolanda Wood
Los diversos tiempos históricos encontrados en la sincronía
natural-real y la dominación colonial, generaron la
incomunicación y la incomprensión —también el menosprecio—
ante expresiones culturales y artísticas que, por desconocidas
o subestimadas, quedaron desvalorizadas por los sistemas
orientadores de la norma axiológica.
Así, en el arte del Caribe se produjo primero la
asunción, para su quiebra después, del modelo
paradigmático original europeo. En el proceso de
apropiación y reproducción esto pareció una especie de
camino necesario para integrarse a la expresión del arte
autónomo. Con los desfases característicos generados por
la condición colonial, y de manera asincrónica en el
Caribe, estos modelos intervinieron en la activación de
un concepto de arte y un tipo de recepción que no fueron
homogéneos en la región, pues al iniciarse el siglo XX no
todos los países habían alcanzado un nivel de desarrollo
similar en lo artístico.
Con las apuntadas disimilitudes en un momento
inicial, hacia la segunda mitad del siglo XX, y en particular
desde los años 60, se observa una mayor fuerza y
coherencia del proceso plástico regional. La tónica que
engarza sus propósitos es la penetración indagatoria en
nuestra mismidad y la versatilidad liberadora ante los
textos icónicos cargados con el peso de la autoridad
histórica o con su evocación centrista. De ello ha
resultado una práctica de descentramiento, pues en la
propia voluntad del reencuentro estaba implícita una
acción liberadora, toda vez que implicaba una intención
intelectual y consciente de relectura de la propia historia,
observada ahora en un doble sentido de introspecciónretrospección.
El artista, en el Caribe reciente, ha transitado, en la
conformación de su imagen visual, por varios procesos
mezclados discursivamente de distinta manera. En ello
ha influido su propia formación profesional, los altibajos
de la circulación y el consumo —cuando entren en juego
como factor estimulador-desestimulador—, el papel de
la crítica en su rol orientador-desorientador y sobre todo
una voluntad indagatoria para establecer nuevos engarces
y nexos históricos con el contexto original. La plástica
caribeña no revela en su diacronía contemporánea
filiaciones estilísticas definidas. Su campo de
posibilidades expresivas y vías de experimentación se
ha desligado intensamente de los recursos tradicionales
e incursiona en nuevas versiones integrativas de formas
y medios. La proliferación y mezcla de tendencias en el
ámbito del arte internacional y la ampliación de sus
circuitos de circulación pública con el desarrollo de los
medios masivos, han propiciado una extensión e
intensificación de la diversidad en el proceso plástico
caribeño.
Esta libertad en el uso de los estilos internacionales
—donde no han faltado en ocasiones la parodia y los
procesos de simulación—, suele mostrar en el Caribe
dos modos de comportamiento en el análisis visual: la
abstracción y la figuración, dos grandes modos de ver el
mundo en imágenes que denotan, en gran medida, la
inutilidad de aplicar clasificaciones estilísticas precisas.
En ocasiones se distingue el predominio de una
tendencia, dado esencialmente no por la definición de
sus postulados estéticos, sino por filiaciones formales o
conceptuales que nunca se rigen por los estatutos
artísticos de manera sistémica.
Por el contrario, determinados modos de hacer han
resultado clasificados, apriorística o exteriormente, con
manifiestas expresiones reduccionistas de su
condicionalidad real, como ha ocurrido en el caso de la
pintura popular haitiana.
El artista opera con una gran heterodoxia en la
selección de sus enunciados artísticos, lo cual lo libera
de ataduras formales; aunque en ese trayecto selectivo
se verifiquen preferencias que, sin embargo, no pueden
resultar modelos clasificatorios.
En esa posibilidad de activar con libertad electiva e
indiscriminada los textos visuales de los denominados
centros emisores, el Caribe recompone su propia historia
original y la recupera en imágenes alusivas a ese arsenal
de posibilidades expresivas, que funciona más como
campo de indagación que como proveedor de motivos.
La tradición aborigen constituye en nuestros países un
ingrediente referativo más, pero no el que distingue
esencialmente su personalidad cultural. Por eso participa
y se integra al universo visual contemporáneo por
intenciones sociocomunicativas del creador, pues su
verificación en la inmediatez y cotidianidad es limitada,
así como la persistencia de sus formas de vida y
pensamiento original.
La tradición visual africana lega, sin embargo, una
perspectiva de otra escala y dimensión. Siendo los
africanos participantes activos de nuestro proceso social,
sus expresiones visuales no siempre tuvieron la misma
suerte. La acción deculturadora de los colonizadores no
permitió la continuidad de muchas de sus formas
escultóricas y pictóricas; sí persistieron con mayor
intensidad sus leyendas, mitos y ritos vinculados a
deidades de los panteones africanos, mediante los cultos
sincréticos transculturados en tierras del Caribe.
A estos referentes se añaden los oriundos de otras
zonas de influencia, como la India y China, y lo que
resulta esencial: el color local, que también deja una
sensible huella en la plástica caribeña. De tal modo que
3 6
Plástica del Caribe actual: encuentros y desencuentros
La operatoria discursiva de la plástica caribeña en los últimos
años anuncia su capacidad para actuar en la orientación de los
redescubrimientos y para catalizar la perspectiva de los
encuentros y desencuentros de nuestro devenir histórico en su
interpretación sincrética y transcultural.
paisaje, hombre y ambiente, inquietudes sociales y
conflictos raciales, participan en el andamiaje
estructurador del texto artístico, a partir de una
multiplicidad de recursos que denotan una capacidad
regeneradora de los sistemas visuales de que se sirve el
artista, de acuerdo con sus intenciones estético-artísticas.
La plástica del Caribe en los últimos años supera cada
vez más, aunque quizás no lo suficiente, la escala y los
formatos tradicionales del arte. La propia persistencia
de los modelos europeos derivó hacia una permanencia
de determinados géneros en la pintura, asociados a
funciones contemplativas o de servicio a determinados
sectores sociales, en su función decorativista o
apologética.
La plástica no solo superó el estatuto artístico que
sustentaba la condición de validez perdurable de esos
géneros artísticos, sino que, además, ha regenerado su
sentido en nuevas interpretaciones y reelaboraciones que,
si bien hacen persistir el enunciado retórico de su peso
histórico o su representación formal, han implicado una
nueva perspectiva de lectura que de hecho coloca al
artista en una propuesta indagatoria, crítica en ese
sentido.
Lo más interesante resulta de la apropiación libre de
esos recursos, y del modo de integrarlos en una obra
reivindicadora de la personalidad cultural caribeña. En
ese sentido me parece esencial el espacio de este campo
exploratorio en el proceso de la enseñanza del arte, donde
se afina la mirada y se desenvuelve el oficio. El desarrollo
y ampliación de esta esfera del arte en la región,
constituye una de las más preciadas urgencias. Observar
el entorno y saberse valer, con libertad, de los medios
para expresarse, hace más intenso el camino de la
autopenetración. En ello pueden intervenir desde los
recursos naturales más diversos hasta los medios técnicos
más sofisticados; aunque la propia trascendencia de
nuestra historia, pasada y actual, la tradición artesanal y
manual —no necesariamente primitivista o naif—,
verifican una presencia cualificadora de nuestra plástica
más reciente como tendencia.
Se hace necesario, cada vez con mayor intensidad,
extender los márgenes de consumo de la obra e insertarla
en contextos de más amplias posibilidades de difundirla
socialmente, a partir de procesos de reproducción
múltiple, medios de comunicación masiva, soportes
educativos o de una visualización más abierta, que
sobrepasen los marcos de las galerías, para integrarse en
proyectos ambientales o muralistas. Ello se demuestra
en la experiencia, en ocasiones tan interesante, de
proyectos interdisciplinarios en los que el artista plástico
interviene para desarrollar un trabajo en equipo con la
participación de otras especialidades afines. La
experiencia serigráfica ha constituido una vía de gran
utilidad para dinamizar la obra de arte, así como la
incursión de los artistas plásticos en el diseño gráfico.
Como en otros espacios, en el proceso de
construcción de la imagen la plástica reciente del Caribe
opera por integración y síntesis, y al hacerlo reelabora
los referentes a partir de una lectura crítica en la cual la
poética histórica se asume disociativamente para
integrarse en una autodefinición del arte, a partir de la
subjetividad del artista. De ahí la disimilitud en el Caribe
de las poéticas sobre un estatuto de modernidadidentidad que resulta cohesionador de su sensibilidad
plástica.
Pero ese propio estatuto predispone la búsqueda,
pues una realidad múltiple y compleja como la caribeña,
solo parece poder penetrarse a partir de convenciones
culturales que por su valor sígnico funcionan más como
unidades de sentido que como verificación de
contenidos. De ahí la importancia sintagmática en las
operaciones discursivas; de ahí la propia capacidad de la
imagen de funcionar por imbricaciones en la sintaxis
textual. Cuando la pintura, en las primeras décadas de
este siglo, pretendió penetrar en nuestro entorno y lo
hizo mediante relaciones asociativas simples,
cumpliendo una especie de ciclo imagen-idea-objeto, el
efecto de composición en el espacio pictórico resultó
convencional y poco convincente, aunque reconozcamos
que se trató de un momento esencial y hasta necesario
en la diacronía del proceso plástico caribeño para
alcanzar sus rasgos de madurez actual.
El referente real limitó en ocasiones la capacidad
funcional de la obra para revelar la condicionalidad
integrativa de la personalidad cultural caribeña. No
bastaba ser modernos, no bastaba asumir temas de la
inmediatez para colocarse en las coordenadas del arte
deseado. Para penetrar la realidad del Caribe se necesitaba
algo más, una voluntad de penetración al objeto y su
apropiación por procesos más intelectuales, más
sintéticos que descriptivos. Esto colocó al artista ante
un nuevo problema: su preparación conceptual para
componer el discurso, su conocimiento de nuestra
realidad.
Las condiciones históricas en que se desenvuelve la
plástica del Caribe reciente no han permitido al arte
evadirse de sus circunstancias. En su manipulación de
estos elementos, el artista tiene en sus manos la historia
3 7
Yolanda Wood
La plástica no solo superó el estatuto artístico que sustentaba
la condición de validez perdurable de esos géneros artísticos,
sino que, además, ha regenerado su sentido en nuevas
interpretaciones y reelaboraciones que, si bien hacen persistir
el enunciado retórico de su peso histórico o su representación
formal, han implicado una nueva perspectiva de lectura que de
hecho coloca al artista en una propuesta indagatoria, crítica
en ese sentido.
pasada y presente, pero historia al fin. La conciencia de
que esa es también su propia historia resulta el factor
esencial en el modo de comportamiento textual y es en
esta dirección donde se verifica la tendencia más
interesante del momento.
El modo de operar en este campo se orienta hacia la
historicidad del propio concepto de identidad, que no
resulta una esencia inmutable, sustancialista, ontológica;
sino un proceso cambiante, vinculado a los propios
mecanismos de metabolismo cultural. Con estas
indagaciones penetran en la plástica las perspectivas
antropológicas y etnológicas, para establecer una nueva
relación dialógica del creador con la cultura.
Ese autorreconocimiento étnico se elabora por los
más diversos caminos formales y sin simplismos
facilistas cuando se indaga con profundidad y el proceso
de autopercepción persigue un fin descontaminante.
Para ello resulta imprescindible el conocimiento del
medio, de los contextos. Alcanzar al hombre en su
realidad significa distinguir una vivencialidad. Al
respecto decía Luis Camnitzer que «un arte de
resistencia, por lo tanto, no es más que un texto ubicado
en nuestro propio contexto, nutriéndolo y
fortaleciéndolo». Y comentaba al respecto que ello
significaba el rompimiento con una manera de actuación
de la hegemonía que «opera dentro de contextos
unificados», por lo que «toda resistencia a la hegemonía
se tiene que basar en el rescate del contexto propio». 1
Al penetrar en el contexto, el artista comienza a
dirigir un tráfico constante de metáforas, según palabras
de Ticio Escobar. En ellas se descubren la matrices de
la identidad cultural y el archivo de la propia sociedad.
En ese comportamiento, el artista enfrenta una doble
complejidad relacionada con la memoria y la actualidad.
Con la primera se penetra en los mensajes ancestrales
de codificación visual diversa, por haber intervenido
en ellos procesos combinatorios que, en su devenir
histórico, pueden derivar hacia modelos iconográficos
transculturados y mestizos. En su propio contexto
significante ese arsenal verifica su función como
contenedor infinito de variables referenciales.
Las condiciones sociales epocales, la inmediatez y
la trascendentalidad de la historia cotidiana emergen con
fuerza decisiva, así como los complejos momentos de
nuestras sociedades en sus propios conflictos.
La operatoria discursiva de la plástica caribeña en
los últimos años anuncia su capacidad para actuar en
la orientación de los redescubrimientos y para catalizar
la perspectiva de los encuentros y desencuentros de
nuestro devenir histórico en su interpretación sincrética
y transcultural. Con sus instrumentos operacionales
el artista caribeño ha logrado elevar la capacidad
funcional del texto visual en relación con el sistema de
la cultura, y al resultar actuante su obra en este sentido,
se amplían extraordinariamente sus capacidades
denotativas y connotativas, sobre todo cuando su vía
de apropiación es sígnica-simbólica.
Ello es la revelación de un camino transitado que
admite una línea de continuidad y permanencia, en los
extensos márgenes de unidad y diversidad del Caribe
contemporáneo. Pierre Gaudibert, refiriéndose al arte
africano, señala cinco facetas de lo que llama el «reto
africano a la colonización». La última de ellas, después
de transitar por el dominio técnico, el rechazo, la
reconquista y la creación, es la de «dar a conocer», poner
en evidencia los resultados de su producción artística
con sus aciertos y desaciertos. 2
En su caso, la plástica del Caribe adquiere su
momento de mayor coherencia precisamente en los
años en que los centros emisores comienzan a referir
el agotamiento de la modernidad y el ordenamiento
del pensamiento posmoderno, con sus claves de nueva
sensibilidad. Ello puede significar un nuevo desfase si
pretendemos entrar en el juego. Los presupuestos
posmodernos parecen comenzar a indicar una nueva
variación de sentido para el arte. Como en otras
oportunidades, sabremos emplear una vez más los
prefijos para refuncionalizar, redescubrir y
reinterpretar a nuestra manera. Cada artista entonces
construirá su modo personal de operar, con lo que
nuevamente la diversidad marcará con su sello el
devenir de nuestras artes plásticas. La unidad,
contrapartida infatigable de todo lo diverso, resultará
de la comprensión no de un estilo, no de un modo de
hacer; sino de una operatoria discursiva en la que se
descubre un rasgo de originalidad inmanente y una
voluntad modernizadora.
Participamos de un mundo que parece
hipotéticamente común, pero que, en verdad, es
históricamente diferenciado dentro del mismo espacio
humano que habitamos; de lo que resulta su
3 8
Plástica del Caribe actual: encuentros y desencuentros
compartimentación en zonas también diferenciadas a
las que convencionalmente denominamos con rangos
ordinales (Primer mundo, Tercer mundo) o también por
razón de cardinalidad (Norte, Sur).
En una nueva lectura, los centros emisores hablan
de descentramiento, lo que parece indicar una especie
de perspectiva para las denominadas periferias. En el
Caribe, coincide un proceso orgánico y coherente en
sus artes plásticas, con esa orientación de las teorías
posmodernas, y lo mismo ocurre en otras latitudes del
Sur. La meditación del centro no es la causa, sino el
efecto de una circunstancia que marcaba una nueva
confrontación a partir del modo en que resaltaban las
propias diferencias. De ellas, en mayor o menor grado
fueron conscientes los intelectuales y artistas de la región,
quienes las han expresado —en distintos niveles— en su
producción artística desde hace más de cincuenta años,
cuando nuestra realidad comenzó a protagonizarse, en
la plástica, con un reordenamiento crítico de los
presupuestos formales de la modernidad. Al hacerlo los
artistas asumieron con desenfado el reto: «las parodias y
los reciclajes como estrategias descolonizadoras», según
Nelly Richard. 3
El Caribe comenzó tempranamente los procesos de
revertimiento, de desobediencia a la normativa que, por
demás, satisfacía los intereses de un sector dominante y
actuante socialmente. El modelo tuvo un momento de
mimesis inicial, pero —como parte de los procesos de
autoconciencia— la búsqueda de la originalidad comenzó
a actuar alternativamente con la marca culturológica de
nuestra personalidad. En ello desempeñaron un papel
esencial la procedencia de los artistas, su filiación a
determinados sectores sociales, el compromiso del
movimiento intelectual con las ideas de renovación y
cambio, y el modo en que se revalorizó la cultura popular
como ingrediente esencial de nuestra formación nacional.
En el Caribe contemporáneo este proceso se
desenvuelve simultáneamente con los movimientos
sociales por la reivindicación política del negro y sus
derechos en las sociedades aún coloniales, en los marcos
de la agudización de una crisis económica de la que no
logramos salir, y de la aglutinación de fuerzas por la
autodeterminación. Son años de desafío al colonialismo
y de descolonización, que han hecho más aguda la visión
de los problemas. Años también de victorias comunes
como la de Playa Girón y de glorias compartidas como
el triunfo de la Revolución cubana.
Con nuestra producción artística será necesario
desarrollar un intenso programa. Se requiere conocer la
plástica caribeña, divulgarla más ampliamente y
estudiarla con mayor sistematicidad. Los centros, en
realidad, no están dando cabida a las periferias, porque
solo lo fueron como categoría ordenadora del centro en
cuestiones de arte. Al desvalorizar nuestras producciones
auténticas y nuestros modos discursivos, tergiversarlos
o convertirlos en productos exóticos de mercados y
aeropuertos, se desvalorizó un potencial que no dejaron
de integrar y valorar Nicolás Guillén, Jacques Stephen
Alexis, Aimé Césaire, Edna Manley, Alejo Carpentier,
Wifredo Lam, entre otros.
El mundo actual sigue ordenado por los centros de
poder, de modo que se desenvuelve dentro de los
márgenes de las disyuntivas hegemónicas. De ahí la
enorme significación de la Bienal de Pintura del Caribe
y Centroamérica inaugurada en 1992 en la República
Dominicana, así como también de la Bienal de La
Habana, el Carib Art en Curazao, la Bienal de Grabado
de San Juan de Puerto Rico y el Festival de Artes Plásticas
de Guadalupe, al intentar significar el valor de nuestra
producción artística en su propio contexto, evaluarla
con él, y contribuir a dinamizar los sistemas de
circulación y divulgación de la obra de arte en el Caribe
y en el mundo.
Notas
1. Luis Camnitzer, «El arte, la política y el mal de ojo», en Dominación
cultural y alternativas ante la colonización, La Habana: IV Bienal de La
Habana, 1991: 4.
2. Paul Gaudibert, «El reto africano a la colonización», ob. cit.: 19.
3. Nelly Richard, «Periferias culturales y descentramiento», ob. cit.: 7.
©
3 9
, 1996.
no. 6: 40-48, abril-junio, 1996.
Mayra Pastrana y Rufo Caballero
Cine caribeño,
una utopía tan paradójica
como inspirada
Mayra Pastrana
Profesora y crítica de cine. Centro Provincial del Cine de Ciudad de La Habana.
Rufo Caballero
Crítico de cine. Miembro del Consejo Editorial de Temas.
E
afrocaribeño, a diferencia del credo que profesa el
hombre de algunas culturas prehispánicas del
subcontinente, las figuras son imágenes de dioses y no
los dioses mismos; esto es que, con todo, el afrocaribeño
no pierde de vista el carácter icónico de la imagen en el
sentido representacional, adquirido a partir de la
preeminencia en estas sociedades del proceso de
nombramiento y señalización. Es así que la indexación
llega a prevalecer sobre la continencia misma o la
descripción de atributos analógicos, lo cual se explica
para más de un estudioso en los principios de la
iconoclastia africana, en que la imagen adopta un
carácter virtual y lo decisivo está entonces en la palabra,
que al indexar y conferir un nombre, aporta asimismo
un sentido, fragua una realidad.1 Ava será adorada como
santa porque ella fue aludida como la Virgen, y no
importa tanto si de un modo temporal o de préstamo
instrumental.
Así, Ava y Gabriel participa con madurez de una
medular reflexión sobre las complejas y múltiples
transferencias entre el referente, el modelo y otras
mediaciones, y la concreción icónica en medio de una
dinámica virtualidad que caracteriza a la axiología
litúrgica afrocaribeña, para la cual el realismo reviste
un profundo alcance conceptual que puede llegar a
n la impresionante película antillana Ava y Gabriel,
una historia de amor (Félix de Rooy, Curazao, 1989),
una preciosa mulata, maestra de escuela, es seleccionada
por cierto artista local para servir de modelo a la pintura
de la Virgen María que habría de iluminar la iglesia Santa
Ana de Surinam. Una vez concluido el modelaje, la vida
de la mulata se verá definitivamente desordenada,
porque en lo sucesivo, el pueblo, que aparentemente
no puede distinguir entre la santa y su «referente
modélico», la adorará, le rogará milagros, la convertirá
en fetiche, en un talismán.
La crítica del área —valdría decir, la críptica—, de
común tan entusiasta con la visibilidad del iceberg, ha
insistido en el costumbrismo folklorista, las calidades
fotográficas o lo bien urdido del argumento de Ava y
Gabriel, pero ha soslayado las densas revelaciones
socioculturales de la película, que pudieran
perfectamente ejemplarizar la consistencia a que ha
arribado el exiguo cine caribeño y el modo cada vez
más profundo en que dialoga con su realidad.
Desde los años 60, los más avanzados estudios
culturológicos vienen insistiendo en que para el feligrés
Este ensayo, hasta hoy inédito, recibió en 1995 el Premio de la crítica
cinematográfica cubana «Eduardo López Morales in Memoriam».
40
Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada
inmensa mayoría de obras que a lo sumo sirven como
experiencias de comunicación o vivenciación estética.
Por supuesto que la jerarquía de lo estético sobre lo
artístico en el espacio Caribe obedece a otras muchas
razones, entre ellas la inexorable contextualidad ritual
de la experiencia cultural o la cierta iconoclastia heredada
con el legado africano. Pero el principio común y
desacralizado de lo artístico en pos de una experiencia
estética que puede contenerlo, pero que en cualquier
caso lo trasciende, nos conduce a reparar en las analogías
entre el comportamiento del diseño sociocultural
caribeño y las especificidades del cine, respaldadas
además por el hecho de que en el cine, si bien no se
puede renunciar a la objetivación o a los
condicionamientos materiales del soporte, a menudo el
acto de recepción valoriza mucho más la
referenciabilidad del argumento, el «embrujo» de la
historia, las coordenadas del relato que los principios
de su articulación en la pantalla, lo cual viene dado
también por la celeridad con que se suceden las acciones
a los efectos de la percepción de un receptor medio. De
esta manera, el común de los mortales se apropia de las
películas con un sentido pragmático vital en el que el
referente llega a importar tanto o más que las
elaboraciones personales a que es sometido. A la salida
del cine, la valoración ejercida suele tener el carácter de
«no me gustó porque la muchacha no se queda con el
muchacho», a diferencia de los mecanismos de
apreciación de una pintura, por ejemplo, aun por parte
de un receptor ingenuo que, como mínimo, si no se
referirá a la perspectiva sí ponderará «lo bonito del
color». Ello es que, mientras ante otras artes el receptor
—aun de modo subconsciente— no pierde de vista lo
definitorio de la convención artística —un poco sabiendo
que no de otra forma es posible la existencia misma de
la manifestación—, el cine suele ser recibido en cambio,
con mucho más arreglo a los ideales de la vida y las
expectativas de comportamiento del perceptor, por
aquello de que la narración de una historia funciona
como otro fragmento de vida, contado con la naturalidad
o las elipsis de la vida misma. Es por ello que a menudo
el cine se vivencia como una experiencia estética donde
lo artístico no desaparece del todo en la modelación del
argumento, pero es recibido por el espectador de una
manera, si se quiere, subliminal.
Si el cine llega a ser una mitología cultural que endiosa
a sus artífices —básicamente a sus intérpretes— y se
ritualiza en su dinámica, el Caribe lo es por naturaleza,
sin necesidad de una industria de la cultura. Por otro
lado, así como el cine constituye un idioma universal
—según la esencialidad humanista de sus argumentos—,
las disímiles transculturaciones caribeñas redundan en
una cultura inclusiva y abierta, resultado de las diversas
colonizaciones, fluctuaciones migratorias, alteraciones
de la composición demográfica, superposición de
tiempos históricos y fuentes culturales muy variopintas.
Pero sin apartarnos del idioma y la lengua, se aprecia
—o más bien se precisa— una convergencia menos
especulativa: el cine, junto a otros medios como la
permitirse la transferencia interna de sus medios de
expresión o representación.
De ese modo vista, la película deviene el pináculo
de una cinematografía que, aunque desigual y
fragmentaria —o a ratos inexistente—, no ha dejado de
producir obras de altísima elaboración estética que sin
embargo no cuentan con los estudios necesarios, en
tanto críticos y teóricos suelen impresionarse con las
dificultades geográficas y etnoculturales del área —no
pocas ciertamente. Pero de seguir postergando la
meditación seria y abarcadora sobre el cine y la cultura
del Caribe, vamos a sucumbir a la falacia de que nuestros
pueblos son tan «prelógicos» que el mareo de las mulatas
y los cocoteros nos sustrae del más mínimo intento de
pensamiento racional.
Antes bien, y tomando como motivación el desafío
en que nos deja pensando Ava y Gabriel, ¿determinados
perfiles de la cultura caribeña no son acaso curiosamente
proclives a la discursividad cinematográfica?, ¿no podría
atisbarse la correspondencia —extraña pero
enjundiosa—, entre la morfología canónica del cine y el
diseño de la lógica sociocultural caribeña en más de un
rubro?, ¿el cine en el Caribe no será acaso la posibilidad
—antes escurridiza— de conciliar virtualidad y realidad?
Y tal convergencia idónea, ¿no sería la mayor sorpresa
que pudiera regalarse el cine en ocasión de su centenario?
Nacido con el siglo, el cine podría venir —entre otras
cosas— a legitimar la expresión de culturas erróneamente
tenidas hasta ayer como periféricas, adolescentes
e irracionales.
El cine y el Caribe: una proclividad en el
sendero de los caminos que se entrecruzan
De inicio, se observa como una paridad sospechosa
entre la naturaleza sociocultural del gesto y el objeto
estético en el Caribe, y la decidida remisión del discurso
audiovisual al acontecer consuetudinario y los rituales
del hombre común. En los contextos caribeños lo
estético predomina sobre lo artístico, lo espiritual sobre
lo material, la vivencia y la experiencia por sobre la
objetivación definitiva; y, por paradójico que parezca
al caso, la condición del cine, bien apreciada, no se
distancia mucho de tales correlaciones. Así, por ejemplo,
la mediación industrial, la estrategia de producción y
las condicionantes de la recepción impiden que el
discurso fílmico se consagre a una protagónica
artisticidad, al punto de que muchos teóricos hablan
hoy del cine como de una experiencia estética
enriquecedora que no incluye necesariamente en su
naturaleza la cualidad de lo artístico exclusivo. Al
contrario: en la medida en que el cine no siempre se
proponga ser arte, podrá consolidarse como
manifestación estética; y en la medida en que la industria
estandarice un lenguaje, serán menos, pero más
inspiradas, las obras maestras. La excepción existe
porque existe la regla, y muchos clásicos del cine lo son
en tanto subvierten la gramática establecida por una
41
Mayra Pastrana y Rufo Caballero
televisión o el video, tiende a ser idóneo en el contexto
de unas sociedades con tasas considerables de
analfabetismo, en las cuales el acceso a la comunicación
audiovisual suele ser el principal canal de conocimiento.
Pulsando otras equivalencias de interés, tenemos que
la contextualización ritual de la experiencia estética en
el Caribe, donde se desdibuja la autonomía de la imagen,
de hecho debe potenciar una cierta proclividad al carácter
narrativo del cine, cuya morfología opera como una
metaimagen de muy escasos sintagmas autónomos: por
lo general, la estructura fílmica se define más por el
diálogo enfebrecido de los sintagmas entre sí (montaje)
y de ellos con los ideales y modelos vitales que les
sobrepone el receptor (nociones de verosimilitud,
realismo, transparencia, evasión, tropología, etc.), que
por la independencia autotélica de la imagen y su
discursividad en planos, secuencias o unidades mayores.
Más aún, el arte en el Caribe tiende a no desprenderse
de eso que James Clifford llama «el aura de la producción
cultural» y que determina una preeminencia de lo
genérico en menoscabo de la individualidad, que no es
anulada sino «abstraída». Clifford ha reparado en que la
pintura «primitiva» haitiana es valorada, más que como
el trabajo de artistas individuales, como pintura
los intervalos y la cadencia del tempo en el cine, así mismo
el Caribe parece existir, entre otras muchas portentosas
cosas, para ser contado por el cine.
¿Cine caribeño o cine en el Caribe?
Presunciones y denuestos
Si ya lo es para la plástica o la literatura, el problema
de una definición certera se hará especialmente sensible
a los efectos de la noción de un cine caribeño, por razones
obvias. Para recordar polémicas recientes, pudiéramos
evocar los famosos cinco requisitos que hacia 1982
demandó el realizador guadalupeño Christian Lara,
quien en una interesante y controvertida entrevista
propusiera que una película podría considerarse caribeña
en la medida que lo fueran su director, el asunto, la actriz
o el intérprete principal y la producción, y siempre que
usara el creole. 5 No muy distantes se colocan los
requerimientos planteados por Keith Q. Warner, a la
luz de los cuales un filme sería aceptado como caribeño
si lo fuera la mayoría del personal que en él interviene
(ya no solo el director o los protagonistas), la producción
y otros rubros tan subjetivos como la «concepción,
realización y gusto». 6 Incluso la misma Euzhan Palcy
—virtualmente tan lúcida en torno a los procesos
culturales del área— a menudo se ha mostrado fatalista a
fuer de exigente: para ella, puede hablarse de cineastas
caribeños pero no de cine caribeño, en tanto es demasiada
la dependencia de las metrópolis para la producción,
posproducción y distribución de las obras. Euzhan Palcy
llega a ser francamente determinista y reductora cuando
ironiza con la posibilidad lógica de que algún extranjero
quiera hacer cine sobre el Caribe:
de haitianos. La pintura haitiana está rodeada por
asociaciones especiales con la tierra del vodú, la magia y la
negritud. Aunque artistas específicos han llegado a ser
conocidos y premiados, el aura de la producción «cultural»
los acompaña mucho más que, digamos, a Picasso, que no
es valorado de ninguna manera esencial como un «artista
español». 2
No sería ocioso percibir que, paralelamente, el cine,
en su protagónica condición de mass media, asola la
individualidad, la dificulta y la absorbe, la evita o la
anula. No por gusto el cine serio, aspirante a la
dimensión artística, acomete la ilusión de la autoría, una
estrategia reactiva contra la medianía del «cine de género»
y las homogeneizaciones del encargo industrial. Y este
punto reviste un particular interés a nuestros fines, no
solo porque incrementa este preámbulo lúdicro
—irónicamente paradójico— sobre las posibles
equivalencias de un medio y otro, sino porque nos
adelanta un rasgo hasta hoy distintivo del cine en el
Caribe: la subordinación del principio de la autoría a la
ambición de lo genérico; pero no ya por la virtual
carencia de poéticas personales, sino, en muchos casos,
incluso por el elemental desinterés ante el crédito. 3 En
su momento veremos la explicación racional de por qué
la autoría se hace muy difícil y tampoco interese mucho;
sin embargo, desde ya habría que aclarar que, estén
conscientes ellos o no, se les respete o no como tales, el
cine del Caribe cuenta hoy con verdaderos autores;
contados, excepcionales, pero muy intensos autores. 4
Por último —de momento—, en este seductor asunto
de las afinidades, valdría subrayar que así como en la
santería o el vodú el sonido y la acción corporal
conducen a un cinetismo sonoro de peculiar relieve, o
así como en todo el ritual la danza, la música y el canto
coadyuvan a una idea de ritmo no precisamente ajena a
nunca podrán hacerlo como nosotros, así que déjenlos que
traten. ¿Por qué no? Podrán sentir como nosotros, mas no
hacerlo como nosotros. Un blanco no hubiera podido
realizar Rue Cases-Nègres [una de sus valiosas películas, del
año 1983]; no hubiera llegado a la gente igualmente porque
hay ciertos aspectos de la cultura, los no verbales, que solo
personas de esa cultura pueden entender. 7
Unos y otros reduccionismos excluyentes han sido
—por fortuna— muy pronto contradichos por
importantes artistas y teóricos de la zona. Alan Ménil y
Daniel Boukman refutan la peregrina idea de los cinco
requisitos, tomando como muestra la propia producción
de Christian Lara, cuyas películas «de Caribe en el
Caribe» son sin embargo tremendamente limitadas en
su «caribeñidad», por cuanto padecen su afán imitativo,
su exotismo externo y simplificador y «subvierten
inconscientemente sus pretensiones militantes». 8 Para
estos autores otras obras filmadas fuera del Caribe y por
no caribeños, hacen mucha más justicia a nuestra
condición.
Es evidente que aquellos reclamos son insostenibles.
Barroco y Latino bar, dos piezas del mexicano Paul Leduc
—no precisamente caribeño— que deben su motivación
y parte sustancial de su excelencia a las recreaciones de
42
Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada
se está haciendo una película, todo debe lucir brillante y
perfecto. He tratado de usar la presencia de la naturaleza,
animales gritando y otros sonidos naturales que quedan
intactos porque todos forman parte de la vida allí. Si estoy
luchando con niños, niños que juegan y saltan, tengo que
usar la cámara a su nivel; es decir, una cámara en mano y
no otra firme que se mueva suavemente en un dolly.11
los perfiles culturales del Caribe, tendrían que
considerarse ajenas. El criterio de pertenencia debe
operar de un modo abierto, porque el espacio Caribe
sería hoy impensable sin la integración, digamos, de sus
prolongaciones en las diásporas del éxodo o el exilio,
donde se desarrolla una experiencia de vida que es otra
y es la misma. Por el carácter mutable de su población,
los flujos continuos de las migraciones o los múltiples
procesos transculturales, el Caribe tiene cada vez más el
carácter de un espacio tan inclusivo como centrífugo.
Por otro lado, con todo y el magnífico «elogio de la
creolidad» martiniqueño, la diversidad idiomática del
área no puede reducirse al creole, ni al papiamento ni a
ningún «esperanto insular» pretendidamente
predominante o absolutizado por una cierta imposición
de nobles, pero imposibles vocaciones integradoras. El
caso de la producción y las figuras es, en especial,
cuestionable. De ser tan «puristas», o sea tan aldeanos,
no tendría lugar una película tan atendible como Una
árida estación blanca, de la misma Euzhan Palcy, que
contó con capital hollywoodense y un divísimo Marlon
Brando de segundos, además de no acontecer
propiamente en el Caribe, aun cuando su denuncia es a
todas luces coincidente. O habría que sospechar del
admirable Félix de Rooy —que trabaja en Holanda y
tiene allí su productora— solo porque busca relacionarse
«con el mundo occidental para lograr que el Caribe pueda
expresarse con suficiente nivel profesional». 9 Solo un
extremista no entendería la estrategia de Rooy que apela
a la otredad en pos de la cualificación de lo propio. La
misma Elsie Haas reside en París; pero únicamente desde
allí ha podido concretar sus muy agudos documentales
y cortos de ficción, donde confirma la dramática
situación antillana, en los entretelones de los sutiles
salones parisinos. 10
Todo este debate viene conduciendo a la certeza de
que la dimensión de lo caribeño debe examinarse de un
modo casuístico, sin demasiados preconceptos ni
restricciones que atenten contra la multiplicidad de
aristas que reviste el complejo proceso de la identidad
en el Caribe. En ese sentido, hoy se ensayan algunas
nociones que apuestan a lo caribeño ya no en la dirección
de una «dignificación conceptual», sino incluso de una
cierta estética fílmica que pudiera ser ejemplar como
nueva búsqueda lingüística de lo definitorio, siempre
que no aspire a convertirse en una —¡otra!— normativa
didascálica. Así, la propia Euzhan Palcy —cuyas películas
están curiosamente plagadas de fórmulas dramatúrgicas
del cine hollywoodense o por lo menos del comercial
estándar— ha develado su ánimo de que el cine pueda
hablar a mucha gente diferente de distintas partes del
mundo, pero al mismo tiempo deba ser
De modo que, sumergidos en el proyecto de una
gramática más funcional y propia, los realizadores
caribeños festejarán (¿festejarán?) los primeros cien años
del cine. Y no es casual que la centuria sorprenda a
nuestros creadores abocados a su primera madurez,
porque justo cuando el cine llega a longevo en otras
muchas latitudes, en el Caribe apenas si cumple sus
primeros treinta años.
Calidez y aridez de la estación
Aunque el llamado séptimo arte, en tanto aparato o
invento tecnológico, llegó bien temprano a la cuenca, y
no obstante advertirse antecedentes de gran interés en
los años 50 ó 60 o aun antes, es en la década del 70 que
puede hablarse de un cine caribeño avalado por una
producción mínimamente respetable y un cuerpo de
ideas y experimentos formales relativamente orgánico.
Esto es que, cuando en el mundo ya el cine había sido
moderno y se cansaba de ello experimentando la nueva
lógica posmoderna, entonces emerge con alguna
coherencia y sistematicidad el cine en el Caribe.12 Cierto,
no es un desfase para menospreciar, pero tampoco para
arrastrar como un estigma fatídico de por vida.
Y está claro que el atraso obedece, en primera
instancia, a una paradoja irresuelta aún hoy: siendo la
infraestructura industrial una condición sine qua non de
cualquier intento de cinematografía nacional o regional,
todavía hoy no puede hablarse de una verdadera
industria, ni siquiera incipiente, en el espacio Caribe.
No solo por los condicionamientos de la herencia
africana y otros factores ya suficientemente estudiados,
la música y la danza son las expresiones más generalizadas
en nuestras culturas; lo son también, y no en poca
medida, por su carácter de manifestaciones espontáneas
que pueden prescindir de las exigencias materiales y
tecnológicas; lo son, asimismo, porque otros géneros,
como los relativos al discurso audiovisual, vienen
padeciendo una muy conflictuada historia, en medio de
países tan dependientes en lo económico y lo técnico.
El arte audiovisual caribeño es a ratos un discursofantasma que vive en su ilusión y que existe por su coraje,
como un desafío a su improbabilidad histórica. El hecho
de que la industria de la cultura esté controlada por los
países ricos no solo aplaza y desplaza los proyectos
propios, sino que también —lo que no es menos
pernicioso—, establece un grupo de valores «modélicos»
que atrofian y desvirtúan la percepción autóctona
—o cuando menos la debilitan, la fragmentan, la
incapacitan en sus búsquedas de identidad.
Ya en el decenio de los 60, evidenciada la falacia de
los modelos desarrollistas, se hace obvia la ineptitud de
muy específico en términos de movimientos de cámara,
iluminación, elección de tomas, encuadre, ritmo de la gente
y la manera en que caminan y se comportan. Estas cosas
vienen naturalmente primero y luego uno se refleja en ellas.
En Rue Cases-Nègres, por ejemplo, si uno está en una casucha
la luz debe ser natural. No se puede jugar con la luz o
tratar de diseñarla como Hollywood, pensando que como
43
Mayra Pastrana y Rufo Caballero
El cine caribeño —el genuino, no el que se prostituye y subordina
sus historias al anuncio de automóviles o casas cerveceras— es
por naturaleza un cine independiente, lo cual lo abandona a no
pocas carencias, pero le permite también ciertos experimentos
y licencias creativas que no penden necesariamente de una
normatividad tiránica.
los gobiernos «nacionales» para financiar el discurso
audiovisual, en parte por desdén y concentración en
otros renglones considerados acuciantes y, más que todo,
por la atrofia y la inopia de una economía dependiente,
hipotecada. Sin embargo, la historia del Caribe en estos
años desacredita las tesis del causalismo y el
determinismo tecnológico, pues la irrupción de una
escuálida pero continente cinematografía aparece justo
en uno de los momentos de mayor penuria económica
y social. 13
El despegue se asocia, por el contrario, a una etapa
de marcado fervor ético cultural, que sabrá del auge y
consolidación de un pensamiento caribeño; de prácticas
sociopolíticas radicales con paradigmas en los
movimientos independentistas que sacuden el área; el
desarrollo de géneros musicales como el reggae y el
calypso, decididamente identificados con las ansias de
emancipación y dignidad cívica; efervescencia ideológica
de los años 70 a la que se integra la expresión fílmica
con una voluntad participativa y de aporte a la
afirmación cultural del Caribe. La, hasta ese momento,
balbuciente creación cinematográfica se crece y
consolida, estimulada por los legítimos vectores de la
época y una involucradora necesidad histórica. «El cine
haitiano nació como cine político», 14 ha dicho Arnold
Antonin, y es esa una premisa válida para el surgimiento
del cine caribeño como sistema, que así como le permite
ser, lo lastra a partir de determinado momento, con una
cierta retórica, según veremos después.
Pero es preciso comprender las circunstancias tan
orgánicas en que brota este cine para cuidarnos, incluso,
del acechante ahistoricismo que descalifica hasta los
mejor intencionados ideales de cierta izquierda. En ese
sentido, hay quien persiste en rehusar la categoría de
cine caribeño con el argumento de que nuestro cine no
expresa aún los signos de una identidad cristalizada y
sus hallazgos son muchas veces parciales, coyunturales,
periodísticos. En cualquier caso, una entidad no existe a
partir de los sueños o las esperanzas, sino de esos estadios
graduales que van delineando la vida de los pueblos. El
cine que hacemos hoy es un cine caribeño que marcha
de acuerdo con el grado de desarrollo de la conciencia
social y hasta con las disímiles fragmentaciones de
nuestro ser, y ello no es fundamento para que se
desconozca o invalide tras la demanda romántica de lo
que debe ser. Un cine con otro alcance, con otro
desarrollo, vuelo y poder integrador sería ciertamente
muy tentador, pero sería hoy, también, la peligrosa
ilusión de una falsa conciencia. Esa primacía de la
aspiración por sobre la realidad, esa anteposición del
ideal a la vida, fue la responsable de que durante muchos
años ciertos sectores de la intelectualidad cubana
divulgaran un denodado rechazo al cine cubano anterior
a la Revolución, precisamente porque ese cine nuestro
era visto desde la Revolución, desde su perspectiva ética,
y no teniendo en cuenta los irrecusables
condicionamientos de aquella otra realidad; cuando si
de algo pecaba aquel cine era de su desmesurado afán de
identidad, su excesivo subrayado de lo tenido por
cubano, que terminó siendo —incluso en los cauces del
cine revolucionario— un vulgar cubaneo.
Pero tales desvaríos e inflexibilidades son
comprensibles si estudiamos las condiciones en que el
cine caribeño existe —valga decir, subsiste—, tan
alarmantes como para desanimar o despistar a cualquier
espíritu romántico. Mientras los gobiernos locales
favorecen las inversiones de las industrias extranjeras
interesadas en el Caribe como un paraíso de cocoteros y
sensuales turgencias, la producción cinematográfica
caribeña muchas veces tiene lugar en las metrópolis, en
un cine que no siempre logra despojarse de nuevos
intentos colonizadores más o menos conscientes, o de
una cierta visión despectiva, cuando menos externa y
turística; bien que en otros casos, cada vez más
numerosos, ese cine, realizado por descendientes de
caribeños, caribeños mismos o sencillamente otros
autores, sitúa su presupuesto al servicio de una expresión
perfectamente identificable como caribeña. En cuanto a
las películas filmadas en nuestros territorios, la mayoría
de ellas son el resultado de una iniciativa eventual de un
grupo de interesados, sin continuidad ni inserción
orgánica en una producción contigua. En ocasiones una
empresa se ha instituido para financiar un determinado
proyecto, y luego desaparece una vez consumados sus
circunstanciales intereses. Y es curioso cómo esa
inseguridad económica influye en los signos imaginales
de muchos «frescos» históricos y políticos que revelan
la ansiedad de quien no solo lo quiere decir todo, sino
que siente que lo debe decir todo por esa vez, pues le
amenaza la incertidumbre del futuro. El mismo Arnold
Antonin caracterizó su legendaria película Haití, el
camino de la libertad como «una obra de lucha inmediata
y al mismo tiempo con una gran ambición de decirlo
todo como si fuera la primera y la última película del
autor»,15 y aunque él se explique esa grave «espacialidad»
a partir de la necesidad de abarcadoras parábolas que
44
Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada
Jacques Arcelin en 1983, se filmó clandestinamente
durante seis años; y así tantos otros materiales se
producen y circulan en las sombras, bajo el peligro de
la persecución y el encarcelamiento, al punto de que el
caro Antonin llegara a preguntarse: «¿La esclavitud, el
exilio o la prisión serán eternamente el precio de la
actividad artística en Haití?.»16
Todos estos frenos y desgarramientos laceran
sensiblemente al artista caribeño y le impiden una
producción sostenida. Al respecto el libro Diez años del
nuevo cine latinoamericano, 17 que recoge la participación
de nuestros países en el importante festival habanero
de 1979 a 1988, nos permite extraer un par de elocuentes
estadísticas, siempre con un carácter aproximado, puesto
que por abarcador y representativo que se proyecte el
festival, la producción de cine caribeño en modo alguno
se reduce a su nómina. En cualquier caso, no deja de ser
locuaz el hecho de que el promedio de participación de
los países caribeños a lo largo de diez años de experiencia
fílmica sea de siete películas. ¡Siete películas en diez años!
Aunque hay países con una cifra mínimamente
reverenciable —digamos Puerto Rico con veinte y por
supuesto, volviendo a salvar la peculiaridad de Cuba,
que llega a 335, la mayor producción de
Latinoamérica—, el balance no puede ser más
preocupante. Otro indicador poco favorecido es el que
se refiere a los formatos, dado que continúa
prevaleciendo el de 16 mm, que alcanza a doblar el
número de películas en el internacionalmente
generalizado de 35 mm —por descartar otros cada vez
menos exclusivos en el mundo tecnológico
contemporáneo, como el panorámico de 70 mm,
pongamos por caso. Y vale la observación porque el
uso casi aficionado del formato de 16 mm no responde,
en la inmensa mayoría de las obras, a una voluntad de
factura underground, textura «vanguardista» o aridez
opositora al lustre de la industria —como curiosamente
se aprecia en ciertos creadores jóvenes cubanos—, sino
a una obligada necesidad. Sin embargo, la duración se
comporta equilibrada, con especial tendencia a los
largometrajes en la ficción y a los medio y cortometrajes
en el documental, como suele ser propio de ambos
géneros. Del mismo modo, abunda el color con
naturalidad y, por lo general, cuando no se lo usa es
por deliberados propósitos expresivos. Las dificultades
de posproducción y trabajo de laboratorio sí los azotan
tremendamente, al punto de que terminan realizándose
en las metrópolis o diásporas.
Un intento de índice temático arrojaría un nítido
repertorio engrosado en primera instancia por aquellos
asuntos que apuntan a los enunciados de «libertad,
emancipación, soberanía, independencia»; para
concentrarse luego en los temas relativos a la penetración
de las metrópolis en la economía, la sociedad y la cultura
—particularmente los mecanismos manipuladores de los
mass media— o decenas de fenómenos en torno a las
migraciones, el éxodo por causas económicas y políticas,
y las experiencias de vida, prolongaciones culturales,
frustraciones y conflictos internos en el exterior. Otras
divulguen la verdad y esclarezcan la historia, es muy
posible también que subconscientemente lo asedie el
temor al silencio.
De cualquier manera, dichas iniciativas temporales
o individuales vienen aportando mucho. En Martinica,
por ejemplo, habría que destacar el papel de la APDCC
(Asociación para la Promoción y Desarrollo del Cine
Caribeño), fundada en 1985 por el entusiasmo de Susy
Landau y Viviane Duvigneau, que cuenta ya entre sus
logros la celebración bianual de un importante festival;
o el auspicio de la misma SERMAC (Servicio Municipal
de Acción Cultural) a las primeras obras de varios
artistas. Otros comitentes encauzan su dinero, sin
embargo, a los dudosos placeres del video comercial.
Así las cosas, no tendría sentido hablar en el Caribe
de un «cine independiente» que en otros contextos existe
precisamente como reacción o alternativa ante la
supremacía de una producción hegemónica más o menos
estándar. El cine caribeño —el genuino, no el que se
prostituye y subordina sus historias al anuncio de
automóviles o casas cerveceras— es por naturaleza un
cine independiente, lo cual lo abandona a no pocas
carencias, pero le permite también ciertos experimentos
y licencias creativas que no penden necesariamente de
una normatividad tiránica.
Aunque esta independencia pronto se hace muy
relativa por otras razones: no son pocos los autores que
prefieren satelizarse a las formas de decir ya
convencionalizadas por patrones cinematográficos que
saturan el mercado; en esos casos, por muy personal que
sea el esfuerzo de producción o el enfoque de los
contenidos, se trata de un cine estéticamente
dependiente, y un cine estéticamente sumiso jamás será
un cine independiente. Luego está la problemática de la
distribución y la relación con el público, una de las zonas
más accidentadas del cine caribeño, que la mayor parte
de las veces es desconocido por su primer destinatario,
destinado a restringidos círculos fílmicos en las capitales
metropolitanas, o confinado a fugaces festivales y a saciar
la curiosidad de coleccionistas adictos a «rarezas
periféricas». Es común el hecho de que luego de
insufribles malabares y prestidigitaciones, el creador
consigue realizar su película para extraviarla más tarde
entre los intereses de las compañías distribuidoras.
No menos crucial resulta el problema de la
legitimidad de los filmes para circular en los mismos
países de origen. En la medida en que se oponen a un
estado de cosas vigente, decenas de películas no existen
sino en las condiciones de cimarronaje cultural; han sido
filmadas y conocidas en los márgenes de la
clandestinidad. Si ahora tomamos por muestra a Haití,
tenemos que muchas de las cintas realizadas durante el
gobierno de la dictadura duvalierista tuvieron que
articularse sobre la conjunción de grabados, imágenes
de archivo, fotos fijas, recortes de revistas y periódicos,
y solo un mínimo de filmaciones directas,
imposibilitadas por la furia de la represión. Es el caso de
la antes aludida Haití, el camino de la libertad. El
interesante documental Caña amarga, rubricado por
45
Mayra Pastrana y Rufo Caballero
temáticas recurrentes son el movimiento hacia las
ciudades, sobre todo con la abolición de la esclavitud; la
negritud y la imagen de Africa como rescate, homenaje
o nostalgia; índices del desarrollo socioeconómico, el
ferrocarril, la industria cafetalera, etc.; los desalojos y el
cimarronaje. Al lado de cuestiones políticas específicas,
pero agobiantes en todas las latitudes, como el circo
electoral, su demagogia y el ascenso al poder de los
diversos partidos, abundan los tratamientos artísticos
de las religiones, en especial del vodú y la santería; el
mito, la tradición oral y las cosmovisiones múltiples a
partir de leyendas y nociones religiosas heredadas en el
rito; como también las reflexiones estéticas alrededor
del idioma, la cultura y la autoctonía.
Dentro del reflejo por el cine de expresiones artísticas
hermanas en el contexto del Caribe, se percibe un
histórico maridaje con la música, tanto en su protagónica
utilización como recurso cinematográfico fuertemente
expresivo, como en el homenaje a disímiles géneros y
músicos del área. La poesía y la pintura son otras
manifestaciones particularmente destacadas, de las que
se resaltan los elementos que apuntalan la identidad y
problemáticas candentes en el discurso sociocultural, a
la manera del llamado «arte ingenuo» y sus
mistificaciones o manipulaciones comerciales y políticas.
O sea, el discurrir fílmico en el Caribe es, sobre todas
las cosas del mundo, un acto de responsabilidad con su
historia y su cultura.
La gravedad expositiva hace prevalecer el drama
histórico o sociológico —a menudo el docudrama—, en
detrimento de los géneros psicológico, de comedia,
musical o fantástico, por citar solo estos. El cine
esencialmente sustantivo del Caribe mostrará asimismo
una fundada vocación por el registro documental, ya no
como género independiente, sino incluso como
impronta de los códigos y estilos en la ficción.
genérico de su actitud en la vida y de su proyección
consciente, urgido como está de vislumbrar su identidad
como ser social, desde la elucidación de los más
compactos e inextricables procesos transculturales hasta
la elemental delimitación del verdadero idioma. No
olvidar que muchos caribeños pertenecen a un
subcontinente que, desde su mismo nombre, los excluye,
porque como han alertado los más progresistas de
nuestros intelectuales, de José Martí a Fernández
Retamar, eso de «América Latina» deja fuera la sustancial
historia y cultura de los caribeños de lengua no española
o portuguesa. El retardado acrisolamiento de las
nacionalidades, las fragmentaciones naturales y
artificiales de toda suerte, y el espíritu defensivo de las
poblaciones emigrantes para con la preservación de sus
tradiciones y costumbres, explican en conjunto esas
«urgencias de identidad», el inaplazable esfuerzo de
afianzamiento, la alta referenciabilidad del cine caribeño.
Es históricamente lógico que prevalezcan lo
reporteril y el testimonio, incluso el «manifiesto
filmado» que conscientemente avasalla el medio al fin y
acentúa la función del discurso audiovisual como medio
de difusión de ideas en un cine que condensa sus esfuerzos
de densidad estética en la alusión, la descripción y la
indexación referencial, del mismo modo sustantivo en
que la plástica, ocupada en el registro de paisajes y tipos
populares, modela un «acercamiento al entorno visual
en términos de objetivación». 19
Las películas caribeñas asumen hoy el desafío de
congeniar la respuesta a tal necesidad histórica con el
principio de una, tampoco aplazable, creatividad artística
más incisiva en indagaciones personales y exploraciones
psicológicas universales, consustanciales al hombre
mismo, porque sucede acaso que el proyecto sociológico
constriñe la búsqueda ontológica y estética o retarda no
pocas posibilidades de renovación cultural. No se trata,
obviamente, de un reclamo que intenta «occidentalizar»
la operatoria de una dispar identidad genérica, de una
creatividad otra, sino de, acaso, enriquecerla con
alumbramientos de la subjetividad que no tienen por
qué excluírselos, serles ajenos. Pues, ciertamente, el
didactismo y la gravedad trascendentalista de parte
importante de este cine ha redundado en un dudoso
discurso de preconceptos que provoca un cierto rechazo
del público. Se ha suscitado una retórica en la que el
afán de esclarecer ideas sobre la vida, determina que el
cine a menudo verse sobre las ideas y no sobre la vida. Y
está claro que si algo no puede permitirse el cine caribeño
es contribuir a incrementar la ya desconsoladora
distancia de su público.
Pero los años 80 nos alentaron con novedosas
vertientes de elaboración imaginal que ya trascienden el
mero proceso de connotación y el diálogo cerrado o
estrecho con la realidad: una película como la
puertorriqueña Lo que le pasó a Santiago revela un
conveniente mundo de introspección e indagación
existencial; la trilogía de Félix de Rooy sobre el mito en
el Caribe es de un complejo simbolismo que requiere
de los más exigentes estudios semióticos y tropológicos;
Universo y circunstancia, escaramuzas de la
historia
Y es que en países donde la cultura espiritual
permanece ocupada en la formación y desarrollo de la
conciencia, en el autoconocimiento, el arte se genera
como proceso de afirmación colectiva y exploración
intersticial. De común sucede que el argumento,
motivación primera del discurso fílmico, pasa a ser
secundario, puesto que la Historia importa más que la
historia. Si la vida apremia, el arte no ha de entretener.
Por eso Antonin ha confesado, con total sinceridad, lo
siguiente: «algunas veces los compañeros extranjeros se
ríen con esto, porque cuando me preguntan qué película
estoy haciendo, respondo sencillamente que una película
sobre Haití».18 Por ello también ese carácter contingente
que si en otros lugares es síntoma de cine pedestre, de
una crisis de talento y de imaginación, en el Caribe ha
correspondido a una insoslayable necesidad histórica de
reconocimiento.
El artista caribeño muchas veces relega la
individualidad, habida cuenta del trabado diseño
46
Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada
conceptual, los peligros del abaratamiento mercantilista
y las concesiones al turismo acechan de un modo más
físico, al presentarse en muchas ocasiones como el más
rápido y cómodo medio de vida. Y no solo ocurre con
la pintura «primitiva» o la futilización de los géneros
musicales: en particular el cine es bien dable a la
exaltación de ese engendro degenerador que Alan Ménil
llama «síntesis periodística de las tres S: sex, sea and sun».20
Bajo aquel pretexto cínico de que «la razón es helénica
y la emoción, negra», incontables epígonos y
subproductos de la creación caribeña se hacen eco de la
imagen de la insularidad como fondo exótico y
estereotípico propicio al lujo, la calma y la sensualidad,
un paraíso enardecido solo de salvajismos interesantes y
encantamientos fugaces, sin lugar para la razón y el
pensamiento.
Afortunadamente, contra los desvaríos de todas las
lujurias, cada vez más autores dignifican la imagen del
cine caribeño con poéticas verdaderamente personales
que contienen y rebasan lo genérico, que nos cuentan
de nuevo la historia, pero sin el prisma de un par de
relatos tan axiomáticos como empobrecedores; ahora
con el poder clarificador de sus fabulaciones y
reelaboraciones estéticas. Los haitianos Raoul Peck y
Elsie Haas, los ya emblemáticos Félix de Rooy y Euzhan
Palcy, los puertorriqueños Jacobo Morales y Marcos
Zurinaga, los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y
Humberto Solás, solo a la luz de sus propias realidades
fílmicas engrosan el proyecto cultural del Caribe. Y no
es que la espesura del cine caribeño dependa exactamente
de una «política de autores» que responde a cierta lógica
moderna algo desfasada ya, pero los creadores tampoco
parecen proseguir aquel estadio primario y necesario en
que el cine era la realidad, como en Ava y Gabriel la
virgen morena era la Virgen María. Como si el Caribe
se cansara, de una vez, de todas las malas hierbas: los
los filmes de Paul Leduc blasonan de su estilizada y
lucubrada parábola cultural. Aun más, el inquietante
grupo de cintas que emerge en Martinica a finales de la
década —las llamadas «películas de sueños», que
contienen peculiares premoniciones, alucinaciones y
ensueños—, significan un síntoma notorio de esos otros
predios de la individualidad y la psicología social que
en mucho pueden enriquecer los derroteros del cine
caribeño.
También inmerso en la ineludible descolonización
de la conciencia y el comportamiento, en el dibujo de
una cultura de resistencia que haga frente a la franca
amenaza deculturadora de la metrópoli y el gobierno
títere, nuestro cine ha debido participar de una actitud
contracultural —cuya estrategia más conocida es el
fenómeno de la negritud— que se desgasta ante la otredad,
que se debilita en la lucha contra el otro. Si bien, como
planteara Moreno Fraginals, la colisión entre las culturas
dominada y dominante de hecho ha proporcionado
inagotables nuevas fuentes culturales, llega un momento
en que la obsesión de rechazo a la otredad desvirtúa el
asentamiento de lo propio, toda vez que el proceso de
identidad no parte de raseros establecidos por la cultura
interesada en definirse, sino de los rubros impuestos por
una otredad que aun para ser negada condiciona el
sentido y el rumbo de los comportamientos.
Ahora, si la desalienación respecto al «complejo del
otro» constituye un reto poco menos que imposible en
el contexto de unos pueblos tan distantes de su verdadera
independencia, donde el sojuzgamiento del otro es una
carga demasiado pesada, no menos embarazoso resulta
para el artista caribeño desentenderse de las mil
tentaciones del mercado y el turismo, que tratan
constantemente de banalizar la obra de arte hasta tornarla
en un mero y trivial objeto comerciable. Si la cuestión
de la otredad requiere de una profunda madurez
Veinte películas imprescindibles21
The Harder They Come
(Perry Henzell, Jamaica, 1972)
Haití, el camino de la libertad
(Arnold Antonin, Haití, 1974)
Destino manifiesto
(José García, Puerto Rico, 1975)
Puerto Rico: paraíso invadido
(Alfonso Beato, Puerto Rico, 1976)
Dios los cría
(Jacobo Morales, Puerto Rico, 1980)
Anita
(Rassoul Labuchin, Haití, 1980)
¿Puede un Tonton Macoute ser poeta?
(Arnold Antonin, Haití, 1980)
La operación
(Ana María García, Puerto Rico, 1981)
Rue Cases-Nègres
(Euzhan Palcy, Martinica, 1983)
Caña amarga
(Jacques Arcelin, Haití, 1983)
Almacita di desolato
(Félix de Rooy, Curazao, 1986)
La gran fiesta
(Marcos Zurinaga, Puerto Rico, 1986)
La ronde des vaudous
(Elsie Haas, Haití, 1986)
Haitian Corner
(Raoul Peck, Haití, 1987)
Un pasaje de ida
(Agliberto Meléndez, República Dominicana, 1988)
Krik? Krak! Tales of a Nightmare
(Jac Avila y Vanyöska Gee, Haití-EUA-Canadá, 1988)
Ava y Gabriel, una historia de amor
(Félix de Rooy, Curazao, 1989)
Lo que le pasó a Santiago
(Jacobo Morales, Puerto Rico, 1989)
Barroco
(Paul Leduc, México, 1989)
Latino bar
(Paul Leduc, México, 1991)
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Mayra Pastrana y Rufo Caballero
prostíbulos paradisíacos, las adoraciones acríticas, los
fanatismos políticos. Así, desprovisto de prelogicismos
y folklorismos ideológicos, el sentido de la
responsabilidad histórica y las distancias propias del arte
parecen urdirse en el difícil arcano de la lucidez. La
madurez asoma justo cuando la realidad fílmica deja de
proponerse como análoga virtualidad de la realidad real:
eso que ayer fue espejo orgulloso, hoy es muchas veces
coartada de la mediocridad. Al trenzarse con los
alumbramientos del arte, lejos de desaparecer, el mito
de Narciso se complejiza extraordinariamente. En efecto,
Ava podrá ser la santa, pero solo si así lo desea el
temperamento del pintor.
Y de este modo orquestado el instinto genérico
proveniente de Africa con el aura de la originalidad
emblematizada por la tradición de Occidente, podrá
realizarse el Caribe en su última y verdadera hibridez.
Porque además, caribeño o de todos los mundos
probables, el hombre es uno solo, y en definitiva se
debate entre similares coordenadas. ¿Un Caribe
metafísico no será acaso un Caribe mejor dotado para
responder a su fortísimo cometido histórico? ¿Sería ese
el colmo de las paradojas, salvadoras y desconcertantes,
que alimentan la utopía? En la confluencia de los tiempos
no existe el presente sino sometido a los
vislumbramientos que el futuro le arrebata a la historia.
del Caribe. De cualquier modo, insistimos en que todos estos «cortes»
son premisas de método en un acercamiento preliminar al tema; futuras
aproximaciones alcanzarán, posiblemente, otras precisiones e integrarán
zonas de producción en este primer momento aplazadas.
5. Véase el ensayo de Mbye Cham, «Introduction: Shape and Shaping
of Caribbean Cinema», en Ex-Iles. Essays on Caribbean Cinema, Nueva
Jersey: Africa World Press, 1992.
6. Véase el ensayo de Keith Q. Warner, «Cine, literatura e identidad en
el Caribe», en Ex-Iles. Essays on Caribbean Cinema, ob. cit.
7. Véase la entrevista de June Givanni a Euzhan Palcy, en Londres,
1988, mientras la cineasta hacía la postproducción de Dry White Season,
ibíd.
8. Ver nota 5, y consultar además el ensayo de Alan Ménil «Rue CasesNègres or the Antilles from the Inside», ibíd.: 155.
9. Véase la entrevista de Karen Martínez a Félix de Rooy durante el
Festival de Martinica en 1988, ibíd.
10. Al respecto, consúltese en especial su trabajo Les saints et les anges,
de 1985.
11. Ver nota 7.
12. Para un estudio de los llamados «pioneros» del cine en el Caribe,
habría que revisar cuidadosamente las obras fundacionales de creadores
como Gabriel Glissant, Perry Henzell, Raphaël Stines, Bob Lemoine,
Rassoul Labuchin, Christian Lara, et al.
13. Otra constatación del fracaso determinista se experimenta al
comprobar que algunas de las plazas más fuertes de la cinematografía
caribeña —el cine haitiano, por ejemplo— acontecen justo en el contexto
de los países más desvalidos, de escuálida economía e hipertrofiada vida
social. En dicho sentido, pudiera ser elocuente la relación de 20 títulos
imprescindibles en el cine caribeño, con la que concluye este ensayo.
Notas
1. Para un análisis detenido de estos tópicos se recomienda, en particular,
el ensayo de Juan Acha «Reafirmación caribeña y sus requerimientos
estéticos y artísticos», en Plástica del Caribe, La Habana: Letras Cubanas,
1989: 7-28.
14. Arnold Antonin, «Panorama del cine en Haití», Cine Cubano, (110):
60.
2. Véase James Clifford, «Sobre el coleccionismo de arte y cultura»,
Criterios, cuarta época, (31), enero-junio, 1994: 142.
15. Ibíd.: 50.
3. En algunos libros y artículos consultados, con desconcierto
advertimos que decenas de películas son presentadas no ya sin un «autor»,
sino incluso sin un responsable cualquiera de la producción, como si
ello nada cambiara, o se aspirara a que la película brotase del
«subconsciente colectivo».
16. Ibíd.: 55.
4. A esta altura del texto, el lector echará de menos las referencias a los
autores cubanos, algunos de ellos con vasto reconocimiento
internacional. Preciso es aclarar desde ya que este ensayo excluye el
caso de la cinematografía cubana, que por sus acentuadas peculiaridades,
desde la existencia de una historia continua y una infraestructura
industrial mínima hasta otros derroteros del discurso ético, requiere
un estudio independiente o un análisis comparado que excede los
intereses de nuestras reflexiones. Asimismo se han minimizado las
alusiones a Puerto Rico, cuyas especificidades históricas, sociopolíticas
y culturales también se apartan un tanto de la lógica general que en esta
ocasión intentamos desentrañar. Como parte de la referida licencia de
método, habría que entender también la temporal exclusión de los
espacios continentales que engrosan el concepto sociocultural de lo
caribeño y la cuenca misma, en razón esta vez de la dificultad que entraña
el deslinde de lo propio y específicamente caribeño en el contexto de
producciones nacionales que en modo alguno se limitan a la lógica
socioestética que rige nuestro objeto de estudio, y son incluso generadas
en centros proindustriales la mayoría de las veces enrumbados a
presupuestos de identidad de otro alcance, que insertan lo caribeño de
manera orgánica mas no se agotan en ello. Un caso bien diferente muestra
la cinematografía mexicana, donde varias cintas sí revelan una pertenencia
raigal, tanto en los signos sociolingüísticos como en lo ético, al designio
18. Véase «Haití: el camino de la libertad», entrevista de Vivian Argilagos
a Arnold Antonin, Cine Cubano, (97): 89.
17. Teresa Toledo, Diez años del nuevo cine latinoamericano, La Habana:
Verdoux/Sociedad Estatal Quinto Centenario/Cinemateca de Cuba,
1990: 725.
19. Yolanda Wood, «La pintura contemporánea en el Caribe», en su De
la plástica cubana y caribeña, La Habana: Letras Cubanas, 1990: 155.
Aunque la frase citada alude en este ensayo a la pintura guyanesa de la
primera mitad del siglo, en modo alguno la precisión conceptual de
la investigadora cubana se reduce a ese espacio ni a ese tiempo.
20. Ver nota 8.
21. Esta lista de hitos fílmicos caribeños se conforma sin distinción de
géneros, y atendiendo no únicamente a virtudes estéticas, sino también
a poderosas razones de índole histórica o sociológica. Por demás, es
evidente que no se manejaron las películas cubanas, que solo ellas
requerirían una lista de veinte títulos significativos. Tampoco se incluyen
las obras de los «pioneros», merecedoras de otras consideraciones.
©
48
, 1996.
La integración en la cuenca del Caribe.no.Institucionalidad
y realidad
6: 49-56, abril-junio,
1996.
La integración
en la cuenca del Caribe.
Institucionalidad
y realidad
Tania Gar
cía Lor
enzo
García
Lorenzo
Investigadora. Centro de Estudios sobre América.
Entorno internacional
Se ha abierto un nuevo ciclo de expansión económica y
de conquista de mercados, que es de la mayor importancia.
Hay una necesidad de Tratados Comerciales ventajosos
tan intensa como la hubo hace algunos años de concesiones
de canales y de Enmiendas Platt. Los «Guantánamos»
económicos y las «Zonas del canal» mercantiles son de
tanta urgencia, en estos tiempos de depresión y desempleo
en los Estados Unidos, como lo fueron las posiciones
estratégicas y las vías interoceánicas en otras épocas.
No es objetivo de este trabajo hacer una evaluación
detallada de los elementos que caracterizan las corrientes
económicas mundiales contemporáneas. No obstante,
comoquiera que la participación en un esquema
integracionista es parte esencial del diseño de inserción
externa de cualquier país, resulta imprescindible para
el análisis partir de la aceptación de que el
recrudecimiento de la vocación universal del capital,
expresado en niveles mayores de transnacionalización,
ha marcado de forma sustancial la recomposición del
sistema de relaciones internacionales, tanto económicas
como políticas y de seguridad del Hemisferio, que a su
vez imprime un particular sello al desenvolvimiento
de la cuenca del Caribe.
En nombre del objetivo y contradictorio proceso
globalizador, pretende consagrarse un sistema de
relaciones políticas, económicas, culturales y sociales
que al propio tiempo que integra y concentra capitales,
produce un efecto marginalizador y excluyente a
hombres, pueblos y regiones que no le resulten
funcionales. De hecho, lo que se intenta es hacer
prevalecer una nueva dimensión del concepto «espacio
Ramiro Guerra
(1934)
L
a cuenca del Caribe tiene una trayectoria discursiva
integracionista de larga data. Sin embargo, existe una
corriente de intercambio económico que, aunque
muestra una relación comercial tendencialmente
creciente, poco responde a la magnitud de la voluntad
institucional expresada. 1
En el diagnóstico de las instituciones multilaterales
generalmente se aprecia una evaluación positiva hacia la
tendencia creciente de esa relación de intercambio. 2 No
obstante, resulta interesante llevar a cabo un
acercamiento a otros elementos causales que se
encuentran presentes en este comportamiento y que son
poco tratados en la literatura.
49
Tania García Lorenzo
económico» que cuestiona el Estado-nación y las
nociones de soberanía e independencia a él asociadas.
Se perfila en la actualidad una nueva forma de
expresar la política históricamente expansionista del
capital norteamericano, pero adaptada a las condiciones
de acumulación contemporáneas y a los condicionamientos
que la ideología neoliberal ha impuesto al propio
funcionamiento económico de los estados.
Así, los programas de estabilización primero y de
ajuste estructural después, han producido profundos
cambios en las funciones de los estados
latinoamericanos, pasando de un llamado «Estado
benefactor» a un Estado «facilitador del proceso de
acumulación de los capitales», lo que inhibe su función
empresarial y reguladora, con lo que se crean
disfuncionalidades contradictorias.
Un ejemplo evidente de la incoherencia de las
políticas económicas se puede apreciar en la utilización
de los instrumentos fundamentales de la política
monetaria y crediticia. 3 Resultado: el crecimiento de la
economía está atrapado en esas contradicciones.
No obstante, en la aplicación de los preceptos
tecnoideológicos del modelo neoliberal, se aprecian
evidentes diferencias cuando analizamos su forma de
operar en los países desarrollados.
Los acuerdos intergubernamentales adoptados en la
Ronda Uruguay del GATT consagraron los principios
de política comercial basados en la disminución
sistemática de los aranceles, con lo cual se desprotegen
las vías fundamentales de obtención de recursos en
divisas. La industria latinoamericana sufre un alto nivel
de exposición en el comercio internacional, al participar
en igualdad de condiciones a las del mundo desarrollado,
cuando no existe igualdad de posibilidades, dados los
niveles de subdesarrollo que hoy tipifican a las
economías del continente. Vale recordar que los países
desarrollados maduraron las condiciones
tecnoproductivas de su planta industrial bajo un férreo
proteccionismo, y no impusieron, con su fuerza
económica, los renovados criterios del «libre cambio»
en los foros internacionales, hasta que le resultó
necesario al desarrollo del capital.
También ha quedado consagrada —vía
privatización— la desregulación estatal de la economía
y la desintermediación financiera, lo que, unido a la
globalización de los flujos de capital y monetarios
—por la supremacía del capital financiero sobre el
productivo—, cierra el cuadro por el cual, entre otros
múltiples factores, los estados latinoamericanos han ido
perdiendo soberanía económica y, con ello,
instrumentos de conducción efectiva de sus economías.
Esto ha generado un estado creciente de polarización
de los ingresos, y desempleo y pobreza estructurales de
dramáticas dimensiones.
Los modelos económicos aplicados mayoritariamente
en América Latina han producido un giro en los
referentes de acumulación hacia el sector externo. En
nombre de la llamada «modernización», se aplican
criterios de desenfrenado aperturismo, bajo el
argumento de que la mayor liberalización compulsa a
niveles crecientes de competitividad, sin reconocer el
papel que en este contexto tiene la evidente incapacidad
demostrada para generar valor agregado con mayor
componente tecnológico, que es el elemento principal
que marca la dinámica del mercado mundial
contemporáneo.
Una política exportadora basada en el abaratamiento
de la moneda y no en los parámetros contemporáneos
de los mercados dinámicos, o una política captadora de
recursos a partir de la elevación indiscriminada de las
tasas de interés y no por la solidez de su economía,
constituyen instrumentos que están condenados al
fracaso porque no basan su perspectiva en la creación
de riqueza, sino en la obtención de ganancias. Es
extrapolar mecanismos cortoplacistas, de una deficiente
conducción microeconómica, a la conducción
macroeconómica, con las consecuencias que ello
conlleva para cualquier país.
Y es que los modelos económicos latinoamericanos
no parten de un proyecto de desarrollo nacional que
otorgue al mercado interno el verdadero papel que le
correspondería, tanto por la sociedad que ampara como
por el poder que emergería de una verdadera integración
nacional.
La cuenca del Caribe. Su historia y posición
La cuenca del Caribe es un entorno internacional
heterogéneo, con dimensiones de profundas diferencias,
con raíces etnohistóricas diferentes, con características
e intereses políticos generales similares, pero no
congruentes, carentes de interdependencia, y cuya
historia ha estado marcada por las conveniencias o
inconveniencias de los centros hegemónicos de poder.
Los Estados Unidos consideran a la cuenca del
Caribe su traspatio natural, entendiéndose por ello su
área de influencia, en la que tiene, bajo su peculiar
concepto de jurisdiccionalidad, el «derecho» a
intervenir. El auto-otorgado «destino manifiesto»,
enraizado, en su concepción hegemónica, en el
hemisferio, e impuesto con toda su intensidad desde
hace siglo y medio, se mantiene inalterable en su
percepción del papel a desempeñar en las relaciones
interamericanas contemporáneas, aunque bajo nuevas
modalidades. La historia de las intervenciones militares
en el continente lo hace evidente.
Así, como dijera Andrés Serbin, las consecuencias
de la Guerra fría, la consolidación de la Revolución
cubana y su inserción en el entonces existente campo
socialista; la descolonización del Caribe no hispánico y
el desencadenamiento de la crisis centroamericana,
dieron lugar, en términos geoestratégicos, a una marcada
relevancia de la cuenca del Caribe en la política exterior
norteamericana en la década de los 70 y 80. Ello llevó a
la puesta en práctica, en enero de 1984, de la Iniciativa
para la cuenca del Caribe, como una forma de rediseñar
el sistema de relaciones imperante en el subcontinente.
50
La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad
referentes importantes de complementación en México,
salvo en el caso de dos o tres países.
Ese gran entramado institucional de acuerdos
demorará en poder impulsar un marco de acciones
concretas que incremente el nivel de intercambio. Sin
embargo, se despliega un creciente proceso de consultas
políticas y diplomáticas en la búsqueda de estabilidad
para la región y tratando de consolidar alianzas y
vínculos regionales frente a las transformaciones
hemisféricas y globales. Es en ese contexto que se crea
la Asociación de Estados del Caribe en julio de 1994,
aún en fase de organización de su aparato secretarial,
definiciones presupuestarias, etc. La Cumbre de agosto
de 1995, dedicada al comercio, turismo y transportes,
constituye un primer paso en la dirección de impulsar
una nueva relación de intercambio al interior de la
cuenca del Caribe. Los hechos dirán la última palabra. 4
La ampliación de los acuerdos fraccionados entre
grupos de países dentro de la Asociación, complejiza
aún más la ya ardua labor que espera a ese incipiente
mecanismo de cooperación si pretende comenzar un
proceso de armonización de los acuerdos preexistentes.
Hay que resaltar, sin embargo, que los conductores
de estos procesos no ocultan su intención de verse
subsumidos en la llamada integración hemisférica.
Aunque se declaró en Miami (1994) y se reafirmó en
Denver (1995) que ese proceso se iría produciendo
cohesionando los esquemas subregionales existentes,
comoquiera que los Estados Unidos siguen siendo un
jugador internacional de primera línea, solo irá
articulando países al TLCNA en la medida en que sean
funcionales a sus necesidades domésticas y de
supremacía hegemónica. No olvidemos que la capacidad
para decidir sobre la elegibilidad de nuevos aspirantes
es una prerrogativa unilateral de los Estados Unidos. 5
Tal y como, hasta ahora, están definidas las cosas,
no se trata de una integración hemisférica. Antes bien
sería una absorción por los Estados Unidos de las
economías latinoamericanas, sin tener que pagar el costo
de las sociedades. Como hace siglo y medio, los Estados
Unidos no desean absorber nuevos territorios, sino que
estos resulten manejables como «posesiones». Adquiere
las capacidades productivas y de servicios instaladas,
abaratadas por la depreciación de las monedas, y el costo
social lo asumen los gobiernos, que han perdido
soberanía y capacidad de actuación, pero pueden
cumplir las funciones que les asigna el capital.
John Saxe-Fernández ha señalado que la llamada
integración hemisférica constituye una versión
actualizada de la Enmienda Platt, 6 denunciada
abrumadoramente por la práctica económica de los
propios Estados Unidos y sometida a los avatares de la
política doméstica norteamericana, que se litigia entre
republicanos y demócratas. Hay una continuidad
histórica en los objetivos de la política hemisférica de
los Estados Unidos, al propio tiempo que, en su
actuación, el capital norteamericano modifica sus
mecanismos e instrumentos de acuerdo con los
Sin embargo, los cambios en esos contextos han
determinado una pérdida de su relevancia estratégica,
tradicionalmente asociada con la Guerra fría, y están
siendo remplazados por temas de diferente alcance
estratégico global: narcotráfico, flujos migratorios y
amenazas ambientales.
En consecuencia con las tendencias mundiales
descritas, se va expresando un marcado desinterés de
los Estados Unidos por sus vínculos económicos
tradicionales de carácter preferencial. La eventual
desaparición de los márgenes de preferencialidad que
disfruta la mayoría de los países de la cuenca del Caribe
amenaza la supervivencia de un grupo de estados
predominantemente vulnerables y de economías
frágiles, altamente dependientes de sus vínculos
externos.
No obstante, los Estados Unidos siguen
considerando al Caribe su área de influencia y, por lo
tanto, los pasos que realiza no son ignorados por ellos.
La gran dependencia de los Estados Unidos que afrontan
los países que afloran a la cuenca del Caribe, y que tiene
una expresión múltiple (económica, militar), convierte
a este país en un actor presente en la realidad económica
de la cuenca, incluso con una fuerza renovada en los
últimos años, a partir de sus propias necesidades,
afectados por su relación-competencia con los países
europeos y asiáticos, pero con diferencias sustanciales
según los países. No estamos hablando, sin embargo,
de una relación interdependiente, sino de una relación
de subordinación.
Si bien los gobiernos de la mayoría de los países de
la cuenca del Caribe comprenden la necesidad de
reconformar una agenda regional, y reconocen la
importancia que en ese entorno tiene la consolidación
de los vínculos económicos recíprocos, no se aprecia
una voluntad de erigirse en espacio económico propio,
sino la intención de prepararse para subsumirse en una
supuesta y esperada integración hemisférica. Y esa
agenda regional tiene hoy, como soporte un complicado
entramado de acuerdos bilaterales y multilaterales
institucionales, pero una casi inexistente relación
económica, salvo en el caso de los países
centroamericanos, cuyos vínculos económicos reales
son significativos en el contexto subregional.
La CARICOM, después de 20 años de constituida,
y adoptada una Unión Aduanera, alcanza un comercio
recíproco del 10,2 %. El llamado Grupo de los Tres
(México, Venezuela y Colombia) es, en la práctica, un
acuerdo marco tripartito, que se refleja después
bilateralmente, pero con una desproporcionada
composición del comercio recíproco, determinado por
la influencia de terceros en sus proyecciones principales.
Las relaciones de México con el Caribe insular están
determinadas por otras dinámicas. La firma del Tratado
de Libre Comercio de Norteamérica (TLCNA) ha
desbalanceado el acceso a los mercados y capitales
estadounidenses y la terciarización dependiente que han
producido las economías caribeñas no ha encontrado
51
Tania García Lorenzo
líneas generales comunes en el diseño económico
latinoamericano, no hay realmente un modelo de
aplicación homogéneo. Sí se aprecian diferencias
sustanciales en distintos componentes de los procesos
de reforma, tanto por su intensidad, profundidad y
frecuencia como por sus características técnicas. 8 No
obstante, se desconoce el hecho de que, incluso, políticas
similares aplicadas a realidades concretas diferentes,
ofrecen resultados contrapuestos y en ocasiones
contradictorios. Esta realidad también provoca que los
países participantes de un mismo esquema integracionista
presenten, en el desarrollo de sus economías, importantes
divergencias y asincronías en el comportamiento de sus
ciclos económicos.
No se trata solo de la heterogeneidad múltiple que
se presenta entre los países miembros de los esquemas
de integración, referidos a dimensiones, interdependencias,
carácter competitivo y no complementario de sus
producciones, etc. 9 Estas divergencias presentan
correlaciones de poder, por lo tanto influirían en las
relaciones de costo/beneficio entre los miembros de los
esquemas, pero no tendrían que limitar el incremento
del intercambio recíproco.
Se trata de que los ciclos productivos y las
manifestaciones estructurales y funcionales de estos, tales
como el comportamiento de la tasa de inflación, nivel
de déficit público, estructura de las balanzas de pagos y
la evolución del tipo de cambio nominal de las monedas
de los países participantes, entre otras, son distintos y,
en consecuencia, las políticas que están obligados a
aplicar los gobiernos tienen que ser sustancialmente
diferentes, lo que afecta las relaciones entre las partes.
La evolución del producto interno bruto (PBI) de
los países miembros de los distintos esquemas
integracionistas, entre 1989 y 1995, presentan
comportamientos extremadamente asimétricos y
asincrónicos de sus tasas anuales de variación. El caso
del Grupo de los Tres, que tiene firmado un Tratado de
Libre Comercio, es, tal vez, de los más evidentes.
Mientras que Venezuela pasó de -7,8 %, en 1989 a 6,8 %
en 1990, y continuó con un comportamiento
completamente errático provocado por la crisis que
atraviesa esa economía, México presentaba su propio
comportamiento de crisis, pero en años contrapuestos,
mientras que el de Colombia fue el más estable. En esas
condiciones, comoquiera que las crisis financieras que
padecen tienen naturaleza y raíces distintas, las vías de
salida no son coincidentes, por lo que en su conjunto,
las políticas económicas que deberá aplicar cada uno de
ellos resultarán contrapuestas y afectarán las relaciones
de intercambio entre los tres países. Los datos
demuestran que la firma del Tratado de Libre Comercio,
cuando menos, no ha sido suficiente para obtener
resultados relevantes en el comportamiento de los flujos
comerciales de estos países.
Aunque con niveles diferentes de dispersión, se puede
apreciar un semejante grado de asincronía en los restantes
grupos de integración existentes. Obviamente, la
circunstancia de crisis por la que han atravesado dos de
requerimientos del patrón de acumulación
contemporáneo.
Los programas continentales desplegados por los
Estados Unidos, solo han dejado como resultado más
dependencia. Un ejemplo de ello es que la Iniciativa
para la cuenca del Caribe provocó que por cada dólar
exportado por el Caribe al mundo, se le compraran a
los Estados Unidos 75 centavos.
Al nuevo diseño hemisférico del capital —y en este
continente al capital norteamericano— no le resulta
funcional la preferencialidad sino la reciprocidad; en
lugar de la protección, la liberalización; y en nombre
de la competitividad, la desregulación. El peligro de
fraccionamiento nacional y regional es cada vez más
evidente.
Hoy no se trata de la integración para el desarrollo,
ni del ideario integracionista de nuestros próceres. El
dilema está en que ningún país puede, por una parte,
enfrentar un programa nacional de desarrollo de forma
aislada en las condiciones actuales de acumulación y,
por otra, defender a ultranza los esquemas actuales.
Defender un marco institucional que permita enmarcar
la acción irrestricta del capital en cierto contexto
ordenador, resulta cuestionable, porque algunos
esquemas de integración han sido remodelados y otros
estructurados con mecanismos funcionales al modelo
neoliberal de acumulación.
El marco institucional
Al margen de las divergencias que en el orden
conceptual existen alrededor de la categoría integración,
hoy bajo ese rubro se hace necesario analizar una doble
dinámica: la acción institucional que se estructura en
los esquemas gubernamentales constituidos y la acción
práctica de los capitales en el proceso de privatizaciones,
fusiones y adquisiciones, y que en ausencia de un
programa de verdadero desarrollo nacional producen,
en la mayoría de los casos, una amplia concentración
de los capitales y una articulación dependiente y
desnacionalizada.
Es prolija la información disponible sobre el estado
de los esquemas de integración existentes. En 1995, los
de mayor comercio intrarregional fueron el Mercado
Común Centroamericano (MCCA) y el MERCOSUR;
estos alcanzaron solo el 24,1 % y 22,0 % en relación
con su comercio total, respectivamente; la Comunidad
Andina alcanzó el 11,7 % y la CARICOM el 10,2 %.
El conjunto de la región alcanzó apenas el 19,2 %. 7
Problemas de carácter estructural en el
funcionamiento de estas economías pueden estar
impidiendo en algunos casos y condicionando en otros,
los resultados prácticos de los esquemas de integración
actualmente vigentes.
En múltiples ocasiones se ha argumentado que la
homogeneización de las políticas económicas de los
países latinoamericanos propende y es, a su vez, garantía
del éxito del proceso integracionista. Aunque existen
52
La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad
fundamentales no respondan inclinando sus
preferencias.
Siendo las políticas monetarias parte esencial de los
instrumentos de control y conducción de la economía,
presentan en su aplicación resultados contradictorios.
Los requerimientos contrapuestos del crecimiento y el
control de la inflación han estado presentes en el diseño
de las políticas económicas. En consecuencia, el auge
de crecimiento del continente se ha desacelerado, y
tiende a presentar una nueva fase de precrisis.
Y es que aun existiendo niveles de intercambio
relativamente altos, como es el caso de Centroamérica,
el diseño de las políticas económicas está principalmente
determinado por el impacto que tiene, en los países, el
peso relativo de sus vínculos con la economía
norteamericana. Tanto por su cercanía como por el nivel
de dependencia que han consagrado los esquemas
preferenciales que existen entre los países de la cuenca
del Caribe y los Estados Unidos y Canadá, el manejo
instrumental y el diseño mismo de las políticas
económicas latinoamericanas tienen como prioridad las
necesidades derivadas de sus vínculos con los Estados
Unidos.
En ninguno de los esquemas integracionistas que
afloran en la cuenca del Caribe, existe al menos un país
que sirva de polo de atracción en sí mismo. El papel
que a esos efectos hubiera podido tener México quedó
transformado por su reconversión hacia la economía
norteamericana, que se consolidó y se ha acrecentado
con el TCLNA. Cifras recientes del Instituto Nacional
de Estadísticas, Geografía e Informática de México
indican que entre enero y marzo del presente año los
Estados Unidos y Canadá recibieron el 85,9 % de las
exportaciones y suministraron el 77,6 % de las
importaciones de este país. Sin embargo —aunque tiene
firmado acuerdos de libre comercio con Bolivia,
Colombia, Costa Rica, Chile y Venezuela—, en el
primer trimestre de 1996, México colocó en América
Latina menos del 8 % de sus exportaciones totales y
solo adquirió en la región el 5 % de sus importaciones.12
Estos son elementos que no pueden evadirse cuando
se trata de medir la eficiencia de los proyectos de
integración. Los esfuerzos integracionistas del
continente, el andamiaje institucional establecido y la
larga lista de declaraciones anunciando una voluntad
política de integrarse, no se han visto compensados
suficientemente por los volátiles niveles de crecimiento
del comercio recíproco.
Es que la integración económica nunca ha sido, y
mucho menos en las condiciones actuales de inserción
externa, un fenómeno esencialmente comercial. La
participación en el mercado mundial contemporáneo
y, más bien, el posicionamiento de rubros dinámicos
de exportación en determinados mercados, no pueden
ser logrados sin determinadas condiciones económicas
internas, que atañen a todo su funcionamiento
estructural, incluso en los vínculos intrarregionales.
Esta nueva percepción de la integración ha estado
presente en la reformulación de los esquemas de
los tres países del G-3 incluyen elementos de significación
en este análisis, que reclaman consideraciones en extenso.
Cada uno de los restantes esquemas integracionistas
presenta características causales específicas que reclaman
su tratamiento individual. El objetivo que se persigue
ahora es la identificación del hecho como similitud y
necesario objeto de análisis en cualquier labor
prospectiva al respecto.
En el caso de la CARICOM, las diferencias son
significativas, particularmente en los de Trinidad y
Tobago, Guyana, Jamaica y Surinam. Niveles altos de
inflación plantean una disyuntiva inmediata entre el
control de la inflación y el crecimiento del PBI. 10 El
control de la inflación y del desequilibrio fiscal casi
siempre compele a implantar políticas contractivas,
mientras que los países que no tienen esos problemas
difícilmente puedan someterse a esos requerimientos en
virtud de sus relaciones recíprocas.
Aunque con menores niveles de dispersión —al
menos aparentemente—, el esquema centroamericano de
integración no es ajeno a este comportamiento. Habría
que destacar, sin embargo, que es, de todos los esquemas
integracionistas, el que menos disgregación tiene en sus
indicadores macroeconómicos analizados, lo que resulta
significativo si apreciamos que el de Centroamérica es,
de hecho, el que más relación de intercambio comercial
recíproco tiene, y que ha producido un importante nivel
de elaboración de políticas conjuntas.
No se trata, sin embargo, de un fenómeno
instrumental de las economías, ni se resuelve con intentos
de la llamada «armonización de las políticas». Es un
problema de naturaleza estructural, donde el nivel de
apertura de las economías de nuestro continente, unido
a la ausencia de verdaderos proyectos nacionales, entre
otras causas, ha motivado que las políticas no se diseñen
con carácter preventivo, sino que se adopten a partir del
estallido de las crisis —o en evitación de su
explosión—, pero luego de ser engendradas.
Resulta evidente que «el desarrollo del modo de
producción capitalista no es lineal, sino que, a lo largo
del mismo se producen períodos de crisis y de auge que
tienen por misión corregir los desajustes que lleva
implícito su propio funcionamiento». 11
En el caso de América Latina, ese comportamiento
está influido por el hecho de que su crecimiento
económico no ha estado sustentado por un desarrollo
endógeno, tanto de la investigación como de la
innovación tecnológica. Su ahorro interno es débil, y
depende de la afluencia de capital foráneo, de
importaciones crecientes para sustentar sus
exportaciones. Por lo que sus períodos de recuperación
y auge, están sometidos a avatares no siempre
administrables por sus políticas y sí dependientes de las
decisiones de sus suministradores de tecnología y capital.
Esa ausencia de convergencia provoca que la relación
costo/beneficio sea asimétrica y variable, lo que pudiera
explicar que, por mucha «voluntad institucional» que
expresen los gobiernos, los actores empresariales
53
Tania García Lorenzo
Como señalara Alberto Arroyo,
integración del continente que se ha producido en los
90. Sin embargo, siguiendo la normatividad general del
TLCNA, algunos actores pretenden que las estructuras
conceptual y técnica de los tratados de libre comercio
pudieran devenir ejes articuladores de las relaciones
económicas recíprocas, con lo cual se estarían
estableciendo condicionantes internas y externas y no
solo comerciales. Particular fuerza tienen en esa dirección
las normas de origen y la cláusula de trato nacional.
Estas constituyen las bases sobre las que se han
reformulado los viejos esquemas y surgido los nuevos
mecanismos integracionistas, que buscan consolidar y
comprometer un sistema de relaciones determinado.
Como este sistema se basa en la reciprocidad y no en la
cooperación, estará signado por las relaciones de poder
que se ejercen en el mercado y se proyectan como sello
distintivo de las relaciones contemporáneas. Esas
relaciones de poder que subyacen en los mecanismos
integracionistas contemporáneos pudieran ser refractadas
en los ámbitos políticos y militares, si las articulaciones
económicas así lo justificaran o demandaran. La historia
de América es prolija en ejemplos.
Las asimetrías que existen entre los firmantes de los
tratados al interior del hemisferio están enmarcadas en
esos contextos, sean estos de los Estados Unidos con
México, de México con Centroamérica, y aunque en
diferente magnitud, de Venezuela y Colombia con el
Caribe. El reflejo esencial de tratamiento asimétrico está
dado por los ritmos de desmantelamiento de cualquier
rasgo de protección y la búsqueda de mayores niveles
de desregulación, pero no de subsanación, por diversas
vías, de las diferencias estructurales, que es insoslayable
en cualquier intento de integración económica, vista
desde la perspectiva del desarrollo.
Los casos en que existen vínculos amplios buscan
consolidar ese sistema de relaciones dependientes. En
los casos en que los vínculos deben incrementarse bajo
esos criterios, se comprometerán las relaciones a partir
de un sistema que no reconoce realmente, en toda su
magnitud, las asimetrías existentes.
La inversión extranjera es un complemento necesario, por
lo que el problema no debe plantearse como sí o no a la
inversión extranjera. El problema es en qué condiciones
de acuerdo puede jugar un papel en la dinámica del
desarrollo nacional. Cómo orientarla según las prioridades
nacionales para un desarrollo sustentable, democrático,
equilibrado, generador de empleo, distributivo del ingreso
y que tienda a disminuir la dependencia tecnológica. 13
Pero la integración económica supone alcanzar un
nivel de interdependencia determinado y su diseño, por
tanto, tiene que ser básicamente funcional al modelo
económico que se aplique. En nombre de la integración,
concepto identificado con sentido positivo en el
discurso de las más variadas corrientes ideológicas, se
pueden estar produciendo procesos que no siempre
tienen que ser confluyentes con los intereses de los
estados-naciones y en particular de las sociedades. Y es
que generalmente se mide la integración por las
intervinculaciones comerciales, pero no se registra cuál
es el vínculo de las fusiones y adquisiciones
transnacionales con los mecanismos integracionistas y
sus resultados.
Una euforia extraordinaria y desproporcionada tiene
lugar en determinados círculos latinoamericanos por
lo que se ha dado en llamar el «retorno de América
Latina a los mercados de capital». Según el Informe de
1995 de la CEPAL, la inversión extranjera en América
Latina y el Caribe, señala que «esta masiva entrada de
recursos externos ha significado la desaparición de la
restricción financiera externa que la región enfrentó
durante el decenio de los años 80 y la reversión de las
transferencias netas al exterior que caracterizaron la
década pasada». Sin embargo, el 95 y el 92,5 %
respectivamente, de las emisiones internacionales de
bonos de los años 1993 y 1994, se concentraron en cuatro
países. Por otra parte, el 94,7 % de las emisiones
internacionales de acciones se concentraron también en
cuatro países. Tres de ellos son los mismos en las dos
listas: México, Argentina y Brasil.
De los 100 proyectos de inversión más importantes
en el continente, en 1993, 86 se concentraron en cinco
países. 14 Es decir, que los flujos de capital no están
llegando a todos los países y sí se están concentrando
en los llamados «emergentes». Hay una ausencia
significativa de la llamada cuenca del Caribe y más aguda
aún, del Caribe insular.
Pero la concentración no es solo en el número o en
países determinados con mejores condiciones. También
es sectorial. De los 100 proyectos de inversión
mencionados, 60 están concentrados en cinco sectores;
a saber, telecomunicaciones, minería, petróleo y gas,
industria automotriz y electricidad. Otros datos reflejan
una clara terciarización de los flujos financieros y una
marcada tendencia a la privatización y desregulación
cada vez mayor del sector bancario.
Otro rasgo relevante es la ampliación de capitales,
pero dentro de una misma rama económica. Las nuevas
La integración vertical
Hoy se está produciendo una yuxtaposición entre
los
procesos
de
integración
constituidos
institucionalmente como esquemas subregionales, a
partir de los acuerdos de complementación económica,
las desgravaciones arancelarias recíprocas y las uniones
aduaneras constituidas, y los procesos que, en la práctica,
se producen como «integración vertical». Esta es en
realidad una integración de capitales, o la articulación
de ciertos sectores productivos latinoamericanos con los
capitales norteamericanos o europeos en su expansión,
que está produciendo una nueva noción de espacio
económico. Esta yuxtaposición pretende ser
convergente, pero aún no lo ha demostrado, por sus
múltiples dinámicas contradictorias.
54
La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad
Los resultados excluyentes de estos procesos
constituyen la causa real de los alarmantes niveles de
pobreza, frente a los cuales los propios funcionarios
del Banco Mundial se proponen un programa de
atención, a fin de contener la explosión social que
representaría el traspaso de los niveles de sobrevivencia.
No puede ignorarse que esta atención tiene un carácter
asistencial lo menos costoso posible y no se pretende
enfocarla desde el punto de vista de una solución
estructural.
¿En qué punto pudieran confluir ambos procesos
de integración, o sea, el «institucional» y el «vertical»?
Los tratados de libre comercio, como nuevos ejes
articuladores de los procesos de integración, pueden ser
más funcionales al movimiento de capitales o a la
integración vertical que a la integración o
interdependencia de las naciones como conjuntos
sociales. El crecimiento del comercio intrafirma e
intraindustrial así lo verifica. Por otra parte, el rediseño
que ha tenido lugar en los esquemas de integración, con
el objetivo de hacerlos más viables, no ha cambiado la
naturaleza esencialmente comercial de su espectro. La
corriente de inversión intrarregional sigue siendo
abrumadoramente minoritaria. Aunque ascendente, no
tiene aún una fuerza que haga variar los patrones de la
conducción
macroeconómica,
profundamente
subordinada al capital norteamericano. Otorgarle al
actor empresario un papel relevante en el diseño de los
nuevos esquemas, no tiene obligatoriamente que
significar una mayor integración. En ausencia de un
proyecto nacional de desarrollo, más bien pudiera
contribuir a una mayor transnacionalización.
Desde la perspectiva del capital, el reacomodo
operacional que se está produciendo es el idóneo a su
vocación universal de ingobernabilidad.
Ahora bien, desde una perspectiva de desarrollo, y
ante el hecho de que la globalización de la economía
tiene un carácter objetivo, una interrogante válida sería:
¿cuáles son las condiciones mínimas requeridas para
alcanzar objetivos de desarrollo económico nacional y
participar en el mercado mundial contemporáneo?
Al decir del profesor Jaime Estay,
corrientes de los procesos de privatización permiten
apreciar en su estructura sectorial cierta tendencia a la
especialización y al control monopólico sobre
determinadas ramas. 15
En 1993, el 52 % de las 100 empresas más grandes de
América Latina estaban concentradas en los sectores del
petróleo, industria automotriz, telecomunicaciones,
electricidad, comercio y alimentación.
Vale destacar, no obstante, que las empresas privadas
locales son en muchos casos joint ventures con control
nacional del paquete accionario, pero no deja de estar
presente el capital extranjero. Es interesante detenernos
en algunos de los razonamientos de los llamados
«depredadores». Un estudio publicado en AméricaEconomía de mayo de 1995, señala elementos muy
reveladores al respecto. Los inversionistas buscan
empresas dentro de su propio sector, especialmente para
entrar a un nuevo mercado o para favorecer una
integración vertical; se aseguran financiamiento a un
costo razonable; están dispuestos a soportar un entorno
recesivo durante cierto plazo, esperando con paciencia
la llegada de mejores tiempos, pero neutralizan la
posibilidad de expansión de otro grupo o el surgimiento
de nuevos competidores. ¿Y qué tipo de presas buscan?
Compañías con participación en el mercado y canales
de distribución; empresas que tengan un alto
endeudamiento, lo que las hace más vulnerables, pero
que dispongan de potencial de mercado, idealmente del
sector de bienes de consumo masivo o exportables.
En los procesos de fusiones y adquisiciones recientes,
se aprecia una inclinación marcada a privatizar el
servicio eléctrico en algunos países.
Resulta obvio que también se está produciendo, en
algunos países importantes, la privatización de puertos,
ferrocarriles y aerolíneas para asegurar los componentes
totales de los procesos productivos y comercializadores.
Este nuevo estadio de la transnacionalización de los
procesos productivos, que es uno de los rasgos más
sobresalientes de la globalización, está en la base de la
pérdida de la soberanía y la independencia de los países
subdesarrollados.
Otro ejemplo elocuente del nuevo contexto es la
expansión de las zonas francas industriales para la
exportación que, según estudios realizados por
investigadores caribeños, incorporan muy poco valor
agregado a la planta industrial latinoamericana.
Esta integración «vertical» no se basa siquiera en la
reciprocidad. En nombre de la modernidad y de la
competitividad, «es una guerra de todos contra todos»,
como señalara Andrés Olivos, gerente financiero de
Andina. En ese contexto se reconoce como natural y
propicio que «la productividad crece gracias a la eficiencia
que traen los despidos».16
La propia desregulación de los flujos de capital
propicia el mayor descontrol y en ocasiones hasta el no
registro de los movimientos de capital en algunos países.
Se trata de un fenómeno de magnitudes tales que los
gobiernos no pueden controlar en qué medida la
capacidad de desinversión de los flujos contemporáneos
puede impactar la tasa de acumulación.
La globalización económica trae aparejados requerimientos
de competitividad, pero en esa dinámica está presente la
relación competencia-competitividad-productividad versus
equidad-cohesión social. Pero la globalización no es un
fenómeno que llegue de forma estructurada y aunque
existen márgenes de limitación de actuación, existe la
posibilidad y debería construirse la posibilidad de que las
políticas nacionales erijan estrategias frente a la
globalización. Ello resulta indispensable porque su no
enfrentamiento atraviesa la vigencia del Estado-nación. 17
El acercamiento a un diseño económico alternativo
en las actuales circunstancias es de alta complejidad, pero
resulta inevitable. Sin embargo, para que sea realmente
alternativo tiene que partir de que el eje o centro del
modelo de desarrollo sea la sociedad y no el capital. La
alternativa al Estado neoliberal tiene que ser democrática,
con una economía también democrática.
55
Tania García Lorenzo
El diseño alternativo tampoco puede ser visto como
de países aislados. Diseñar un modelo de integración
funcional a las condiciones alternativas no podría ser
visto solo como un problema de inserción externa, sino
como la búsqueda de complementariedades activas de
producción-comercialización
con
rangos
de
competitividad que permitan niveles aceptables de
posicionamiento en los mercados.
Ese proceso de integración debería, por tanto,
contemplar una agenda tal que mantenga la equidad y la
justicia social como objetivos en sí mismos.
y equitativo» a su mercado a las exportaciones de los Estados Unidos,
además de revestir interés económico para los Estados Unidos. Estar
de acuerdo en que el compromiso de integración estará basado en la
reciprocidad, sin expectativas de tratamiento «especial y diferencial»
por su menor grado de desarrollo. Véase LC/MEX/L.295, «El grado
de preparación de los países pequeños para participar en el ALCA»,
México, DF: CEPAL, 1995.
6. John Saxe-Fernández, Seminario Teoría del Desarrollo, UNAM,
Instituto de Investigaciones Económicas, México, 1995.
7. Balance Preliminar de CEPAL, 1995, Nueva York: Naciones Unidas,
1995: 35. Vale destacar que estos esquemas han arribado ya a operar
con un arancel externo común, lo que supondrá un incremento de sus
vínculos comerciales. Sin embargo, aunque el MCCA tiene vigente este
arancel común desde mediados de 1993, solo ha incrementado su
comercio intrarregional en el 2 % de esa fecha a la actualidad.
Notas
8. Osvaldo Rosales, CEPAL Chile, Intervención en el Seminario
Internacional América Latina y Cuba ante la Economía Internacional
Contemporánea. La Habana, Universidad de La Habana, 9-11 de julio
de 1996.
1.. La evaluación del proceso integracionista latinoamericano ha estado
generalmente fundamentada en el nivel de comportamiento de las
tendencias del comercio intrarregional, así como por consideraciones
acerca del tipo de acuerdos que han sido adoptados o negociados en la
época. La ausencia de información sistémica y sistemática acerca de los
flujos financieros y otras dimensiones de las relaciones recíprocas ha
impedido hacer una evaluación a fondo de otros aspectos de las relaciones
económicas intrarregionales, e inhibe la posibilidad de analizar el
verdadero impacto que los procesos de integración tienen en el desarrollo
de la economía de los países que en ellos participan.
9. Un análisis de ese carácter sobre la Asociación de Estados del Caribe
puede verse en Tania García Lorenzo, «La AEC: potencialidades y
desafíos», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(22), juliodiciembre, 1994: 83-95.
10. Mientras que Guyana tiene un déficit fiscal del 22 % del PBI,
Barbados, Bahamas y Trinidad oscilan entre el 1 y el 3 %. Así, Jamaica
tiene un índice de precios al consumidor (promedio 1992-1994) del
34,3 % y Surinam del 71,1 %, Barbados tiene el 0,6 % y Belice el 2,0 %.
2. En ocasiones se expone el nivel de afectación que se produce por la
falta de complementariedad de las economías en cuestión y el efecto, en
cuanto a la creación o el desvío del comercio, que provocan la
desgravación arancelaria recíproca y los aranceles externos comunes.
11. Jesús Albarracín, La economía de mercado, Madrid: Editorial Trotta,
1994.
3. Las palancas principales —el control de la tasa de inflación; la tasa de
interés y los tipos de cambio— son utilizadas con objetivos contrapuestos
y con efectos esencialmente contradictorios. La desaceleración del
crecimiento del PIB, el carácter estructuralmente deficitario y ascendente
de la cuenta corriente de la balanza de pagos, el nivel creciente de
endeudamiento externo y los repuntes ascendentes de los déficits
presupuestarios, demuestran que se pudieran estar sentando las bases
para una nueva ola depresiva en el desempeño económico
latinoamericano.
12. Cable de Prensa. México, IPS, 17 de julio de 1996.
13. Véase Alberto Arroyo, El Tratado de Libre Comercio. Texto y contexto,
México, DF: UAM-Iztapalapa, 1994.
14. Revista América-Economía, Edición Anual 1994/1995.
15. Un ejemplo fehaciente está en el proceso de expansión, vía
privatizaciones, que tiene lugar en la industria latinoamericana de bebidas
y licores por la Coca Cola y la Pepsi, buscando no solo más ventas,
sino mejorar los niveles de rentabilidad. Lorenzo H. Zambrano,
ejecutivo principal del grupo CEMEX, cuarto complejo cementero
del orbe, opina que el mundo estará dominado por cuatro o cinco
grandes actores, en lugar de decenas de propiedades familiares dispersas
en cada país. Bajo estos criterios, este consorcio está en un proceso de
ampliar sus propiedades, que ya incluye posesiones en Panamá y
Trinidad y Tobago, y, hasta recibir la presión norteamericana por la
Ley Helms-Burton, pretendía extenderse hasta incluir la industria
cementera cubana.
4. La ronda de negociaciones efectuada por Centroamérica —incluidos
Belice y Panamá— con México, y el establecimiento del Foro
Mesoamericano, son puntos a considerar. Comoquiera que solo está
aún en el plano de las intenciones y no se convertirá en realidad hasta
que la práctica lo demuestre, la forma en que está prevista la aplicación
de los acuerdos «Tuxtla Gutiérrez II» pudiera propiciar una relación
conocida como «ejes y rayos» de México hacia Centroamérica y otros
países, que facilite la articulación de esas economías con los capitales
norteamericanos presentes en la economía mexicana. Por otra parte,
este posible, pero aún cuestionado, escenario también podría servir
para crear mejores condiciones de expansión al capital mexicano que
no tenga opciones competitivas en el Norte, o que vaya siendo
desplazado internamente por la recomposición de los espacios
económicos internos del país.
16. Ricardo Zisis, editor, América-Economía, Edición Anual 1995-1996.
17. Jaime Estay, intervención en el Seminario «América Latina y Cuba
ante la Economía Internacional Contemporánea», La Habana,
Universidad de La Habana, 9-11 de julio de 1996.
5. La lista más clara y reciente de condiciones de elegibilidad que, según
el Gobierno de los Estados Unidos, debe cumplir un país de la cuenca
del Caribe antes de entrar en la negociación de un acuerdo recíproco
con ese país, está contenida en las estipulaciones de la sección 202 de
H:R: 553, todas referidas a las condicionantes marcadas en la OMC o
en los TLC. Sin embargo, añade, entre otras: proveer un acceso «justo
©
56
, 1996.
no.Universidades
6: 57-65, abril-junio,
1996.
en el Caribe
Universidades
en el Caribe
Mariana Serra
Profesora. Universidad de La Habana.
Cristóbal Díaz Morejón
Especialista. Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
P
la universidad primada de América y que este tipo de
institución aflorara en sus dominios; en cambio, el
sistema implantado por las restantes potencias europeas
—no obstante su mayor desarrollo socioeconómico—
incidió en que no fuera hasta el presente siglo —al calor
de los movimientos democráticos y descolonizadores,
surgidos después de la II Guerra Mundial— cuando
varios de los centros de educación superior, creados por
la presión de las élites locales, adquirieran el rango de
universidades. El Caribe francófono no contó con ellas
hasta la creación de la Universidad Estatal de Haití, pues,
pese a que en este país se produjo la primera revolución
nacional-liberadora de la región, múltiples factores
externos e internos trajeron como consecuencia un
retraso todavía patente no solo en la esfera educacional.
En la subárea anglófona, el Colegio Universitario de la
Indias Occidentales —fundado en 1948 en Mona,
Jamaica, y adscrito a la Universidad de Londres—
constituyó el centro de los estudios superiores en el
marco de la Federación de las Indias Occidentales entre
1958 y 1962, cuando devino una institución universitaria
autónoma, después de que Jamaica alcanzó su
independencia. De manera bastante similar se produjo
el advenimiento de la Universidad de Surinam (1968) en
el Caribe neerlandófono.
or más que pueda parecer una perogrullada, resulta
insoslayable referirse a la diversidad política, social,
lingüística, entre otros rasgos, para definir cualquier
aspecto de la realidad pasada o presente de la cuenca del
Caribe; diversidad que se acrecienta cuando se enfoca un
horizonte que incluye la zona continental. Desde 1492,
este ha sido un espacio altamente permeable al impacto
de los sucesos y movimientos externos, codiciado por su
relevancia estratégica, y foco de una intensa y continuada
miscibilidad y fecunda transculturación de elementos
provenientes de distintas partes de Europa, Africa y Asia.
Si bien la acción ejercida por las diferentes potencias que
se adueñaron de estos territorios (España, Inglaterra,
Francia, Holanda y otras) acentuó sus contrastes y
fragmentación originarios, igualmente imprimió en ellos
signos de semejanza; esto fue así también como resultado
del proceso neocolonialista. La hegemonía
estadounidense llegó a penetrar, incluso, los últimos
vestigios del colonialismo europeo en el área. Estos
procesos no solo conforman la unidad plural de la cuenca
del Caribe, sino que explican la existencia de una
comunidad regional más allá de las especificidades de cada
país o subárea lingüística.
El modelo colonialista hispano posibilitó que en una
fecha tan temprana como 1538 se fundara en La Española
57
Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón
Una de las funciones de la cooperación interuniversitaria es
acompañar críticamente el proceso de integración económica y
concertación política y, simultáneamente, coadyuvar al
crecimiento y modernización económica y a la elevación de la
calidad de la vida, en el conjunto de países involucrados en dicha
empresa.
Si en el tipo de universidad vigente en América Latina
han obrado múltiples aportaciones —destacadamente las
del modelo estadounidense, en décadas recientes—, en
el caso de la subregión caribeña esas influencias se han
amalgamado sobre un basamento histórico-estructural
británico, francés u holandés, de acuerdo con pasadas y
presentes dependencias. No obstante esas diferencias en
cuanto a antigüedad y conformación, estas instituciones
muestran actualmente —tanto a nivel nacional, como
subregional o regional—, rasgos semejantes, y están
igualmente afrontadas a desafíos cuyo vencimiento
reclama una acción cooperada de signo solidario, máxime
cuando la vocación de unidad caribeña se ha fortalecido
con el acuerdo de los respectivos gobiernos de
transformar el destino de este espacio.
A la luz de fuerzas aparentemente contradictorias,
que inclinan tanto a la diversificación y descentralización
como a la uniformidad y globalización, debe enfocarse
el problema que representan las actuales disimilitudes
de los sistemas o subsistemas nacionales de educación
superior en la cuenca del Caribe.
Es inherente a la existencia de la Asociación de
Estados del Caribe1 una potenciación de las relaciones
interuniversitarias dentro del área, en provecho de sus
aspiraciones inmediatas y de las trascendentes. Ello
demanda, amén de los mecanismos apropiados, estudios
comparativos y prospectivos de sus sistemas o
subsistemas nacionales de educación superior, que
faciliten identificar hacia dónde deben encaminarse los
principales esfuerzos para el intercambio de experiencias
e información; la movilidad de estudiantes, profesores e
investigadores; la ejecución de determinados programas
conjuntos de interés común, y la construcción de un
estándar subregional de educación superior, que estimule
el ascenso global de su calidad y pertinencia. Pero
precisamente es acerca de la subregión caribeña donde
existen mayores vacíos informativos para llevar a cabo
esta tarea.
Debe destacarse el peso relativo de la cuenca del
Caribe en la explosión de la educación superior que ha
tenido lugar en la región, como parte de un proceso
acelerado por la crisis universitaria de los años 60, que
fue paliada con una expansión inorgánica, redundante
en la deformación estructural, como respuesta a la
presión social, entre otras causas. Al vertiginoso
crecimiento de altos centros de estudios que se produjo
desde entonces en el ámbito hispanófono de la cuenca
del Caribe, se sumaron los que fueron adquiriendo
autonomía institucional y rango universitario en países
y territorios de habla francesa, inglesa y holandesa, con
muy diferente estatuto jurídico-político. En las dos
décadas siguientes, las autoridades gubernamentales y
académicas de la Comunidad del Caribe (CARICOM)
estuvieron atentas a que la Universidad de las Indias
Occidentales mantuviera su carácter de sistema integrado
al servicio de la educación superior en las excolonias
británicas, al que incorporaron la Universidad de
Guyana. Al mismo tiempo se buscó conceder una
autoridad efectiva a los campus de Mona (Jamaica), Cave
Hill (Barbados) y Saint Augustine (Trinidad y Tobago)
y dar una mayor cobertura a los territorios carentes de
centros universitarios.
A diferencia de la Universidad de las Indias
Occidentales —como sistema transnacional integrado
por varios centros—, la Universidad de las Antillas y la
Guayana francesas constituye una entidad única
esparcida en tres sedes (Martinica, Guadalupe y
Guayana), pero —como aquella— desempeña una
función nucleadora respecto a la educación superior en
los mencionados departamentos franceses; por lo cual,
aunque autónoma, mantiene fuertes nexos con la distante
metrópoli. Un alto grado de importancia tienen también
esos nexos en el caso de las universidades de Aruba y
Antillas Holandesas (territorios asociados de diferente
forma al Reino de los Países Bajos), pero estas
universidades están poco interrelacionadas entre sí y con
la de Surinam, país que, como se sabe, obtuvo su
independencia en 1975. Por su parte, las tentativas por
extender y modernizar la educación superior en el
ámbito hispanófono de la cuenca del Caribe, y al mismo
tiempo imprimir coherencia a los sistemas o subsistemas
nacionales, chocaron con los procesos de ajuste
estructural que alentaron el crecimiento de las
universidades privadas, las cuales, en países como El
Salvador, están hoy en peligro de sucumbir ante la
imposibilidad de acrecentar la calidad de la enseñanza,
y la negativa de apoyo estatal.2
Aunque, debido a la presión de las fuerzas sociales y
al propio avance del conocimiento científico y
tecnológico, desde hace varias décadas se viene
produciendo una sustancial expansión en la educación
superior de los países del Gran Caribe (en cuanto a planta
física, claustro profesoral, ampliación de las cuotas de
matrícula y diversificación de las opciones en carreras,
tipos y métodos de enseñanza, así como en las relaciones
interinstitucionales); al mismo tiempo se observan
58
Universidades en el Caribe
signos de burocratización en los sistemas de gobierno y
entrecruzamiento de concepciones asaz tradicionalistas
con las innovadoras.
No cabe duda de que para hacer fluir por los
derroteros adecuados las misiones y funciones de esos
sistemas o subsistemas, se precisa de una flexibilidad
estructural que permita la multiplicación, tanto vertical
como horizontalmente, de vasos comunicantes bien
articulados para una expedita interactuación a nivel
interno y con el entorno nacional y subregional. Al
Estado corresponde evitar el riesgo de que el proceso
de descentralización —como consecuencia de su propia
transformación institucional— incida en una mayor
desintegración y segmentación del sistema de educación
superior y se exacerben las diferencias cualitativas.
Evidentemente, debido a diversos factores (inflexibilidad
de la normativa jurídica, desiguales capacidades de
gestión y otros), en varios países de la subregión el
proceso de descentralización en el sector educacional
no ha ido acompañado de una elevación efectiva del
grado de autonomía. Situación sumamente compleja por
el estatuto político-jurídico y la sujeción a las decisiones
del poder central en varios países del Caribe.
El 73,4 % de las universidades públicas de la
subregión se clasifican como autónomas. El 76,5 % de
ellas están ubicadas en los países hispanófonos (el 90 %
de todas las de Centroamérica lo son, y en los cinco
países restantes, el 75,2 %). En ese índice influye una
tradición a la que han contribuido notablemente el
Consejo Superior de Universidades Centroamericanas
(CSUCA) y la Unión de Universidades de América
Latina (UDUAL). Las dos universidades públicas del
Caribe francófono también son autónomas. Las demás
universidades públicas de la subregión están, de una
forma u otra, bajo la supervisión estatal. El
financiamiento de este tipo de instituciones proviene
básicamente de los gobiernos, excepto unas pocas que
cuentan con donaciones y medios propios de ingreso.
No obstante, en toda la cuenca del Caribe —siguiendo
una tendencia mundial— se está generalizando un
movimiento hacia la búsqueda de fuentes alternativas
de financiamiento, debido al impacto de los recortes
presupuestarios estatales a lo largo de los últimos años. 3
En cambio, los institutos tecnológicos públicos están
en su inmensa mayoría controlados por el Estado, salvo
muy escasas excepciones en los casos de Centroamérica,
México y Venezuela. Los gobiernos son la principal
fuente de financiamiento de estas instituciones, que muy
raramente disponen de recursos propios o reciben
donaciones. Por otra parte, el 42,3 % de los institutos
tecnológicos privados están catalogados como
autónomos, cuadro en el que sobresale Colombia. En
el 90 % de ellos, los recursos propios (cobros de servicios
y variadas iniciativas) constituyen la principal fuente
de financiamiento y muy limitadamente reciben algún
apoyo estatal o donaciones.
El hecho de que actualmente, en la cuenca del Caribe,
alrededor de las tres cuartas partes de los centros de
educación superior públicos y la mitad de los privados
disfruten de autonomía, posibilita que cada uno de ellos
pueda llevar adelante su propio proyecto —en los
marcos de las políticas y prioridades nacionales—,
encarando con independencia sus asuntos académicos,
administrativos y financieros; al tiempo que se
responsabilizan más directamente con los resultados.
En estas circunstancias, se han ensayado vías de
autofinanciamiento institucional o nuevas fuentes de
ingreso (entre ellas, fundaciones) y se han incrementado
las gestiones de los rectores en beneficio de sus centros,
mediante el intercambio de experiencias e información,
la creación de consorcios, la búsqueda de colaboración
para programas académicos y científicos conjuntos, la
ampliación de contratos con las empresas de producción
de bienes y servicios, y otras modalidades de
cooperación interuniversitaria e interinstitucional. De
inicios de los 90 para acá ha venido aumentando el
número de visitas que, bien de forma individual o
colectiva —al estilo de la Comisión de Rectores
Europeos—, realizan los rectores a otros centros de la
subregión caribeña para explorar vías alternativas de
colaboración, lo que ha dado lugar a la firma de nuevos
convenios bilaterales o de protocolos de intenciones.
Incluso universidades de territorios no autónomos
(como es el caso de la Universidad de las Antillas y la
Guayana francesas) han establecido acuerdos con otras
de la subregión, sin que medien los mecanismos
diplomáticos del poder político central. Es de esperar,
por tanto, que los procesos de descentralización, el
fortalecimiento de la autonomía institucional y la
decidida gestión de los rectores, coadyuven a agilizar y
potenciar los procesos de cooperación horizontal y de
integración subregional en los campos de la educación
superior caribeña y la investigación científica y
tecnológica.
En este sentido, es preciso enfatizar que, si bien las
acciones de cooperación e integración universitarias
están alentadas por propósitos semejantes a los de otras
instituciones
e
iniciativas
—convergiendo,
yuxtaponiéndose o entrecruzándose con ellas—, no
pueden enfocarse como un mero epifenómeno de los
vínculos comerciales y diplomáticos al interior de la
subregión, puesto que constituyen una dinámica
integracionista con sus peculiaridades y voluntad
propias, canalizada por los mecanismos y políticas que
le son inherentes.
Una de las funciones de la cooperación
interuniversitaria es acompañar críticamente el proceso
de integración económica y concertación política y,
simultáneamente, coadyuvar al crecimiento y
modernización económica y a la elevación de la calidad
de la vida, en el conjunto de países involucrados en dicha
empresa; de ahí que sea fundamental —también en el
caso del esquema configurado por la Asociación de
Estados del Caribe— tanto la creación, análisis y
aplicación del conocimiento científico al estudio de los
problemas socioeconómicos, biológicos y culturales que
frenan el desarrollo integral e integrado de esta
59
Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón
las condiciones que rodean la actividad de estudiantes
y profesores, para ser consecuentes con el nuevo enfoque
del desarrollo.
En este sentido, vale destacar que entre 1980 y 1992
se produjo un incremento de la tasa de escolaridad de
tercer nivel, del 11 al 14,4 %, como promedio para toda
la cuenca del Caribe, lo cual denota el esfuerzo de un
conjunto de países por ampliar el acceso a la educación
superior, aunque, sin llegar a cubrir cabalmente las
necesidades reales. Las dificultades han aumentado en el
período de 1990-1995, debido en gran medida a las
políticas de ajuste estructural aplicadas por la mayoría
de los gobiernos, que se han traducido —como ya se ha
dicho— en una notable restricción de las asignaciones
estatales destinadas a la enseñanza universitaria. Por esa
razón, aunque las cifras no lo muestran elocuentemente,
la calidad de la vida estudiantil en las instituciones
universitarias ha venido empeorándose de manera
general. 5
Para hacer frente al veloz incremento de la demanda
de acceso a la educación superior, aumentó igualmente
el número de profesores, los cuales en ocasiones
recibieron una formación acelerada o comenzaron a
impartir las materias insuficientemente preparados, lo
que trajo como consecuencia una merma en la calidad
de la enseñanza. Los centros de mayor tradición
sortearon el problema mediante la transmisión de
experiencias de su avezado claustro profesoral al personal
docente de nuevo ingreso y/o dándole a este la
posibilidad de utilizar parte de su fondo de tiempo para
la superación; pero los centros nuevos —con menos
recursos— tuvieron que comenzar con un personal
bisoño, que se fue formando sobre la marcha. En algunos
se apeló a la contratación temporal de profesores en el
extranjero, con la doble función de impartir clases y
formar al personal de nuevo ingreso. Pero en el presente
todavía encontramos centros universitarios que carecen
de planes coherentes para la formación y superación de
su personal docente, por lo que, de este modo, se
sanciona la existencia de profesores mediocres y
repetitivos. Esa situación ha influido en los marcados
desniveles de calidad que actualmente presenta la
educación superior. Como bien se conoce, dentro de
los sistemas o subsistemas nacionales de la subregión
caribeña conviven prestigiosos centros de excelencia con
otros de un nivel muy inferior. Estos contrastes se
observan nítidamente en Colombia, México, Venezuela
y El Salvador, por solo mencionar algunos países.
Paradójicamente, mientras en un grupo de centros
—en especial los más recientemente instituidos— la
mayor parte de sus profesores están contratados a tiempo
parcial y se depende para ciertos programas de profesores
foráneos, en otros se observa que, de manera general,
los profesores e investigadores están subutilizados y, al
mismo tiempo, subremunerados. En varios países y
centros de nuestra subregión se han instrumentado
fórmulas heterogéneas dirigidas a elevar la eficiencia y
calidad de la educación superior, incluyendo un sistema
de estímulos a los docentes e investigadores, sobre la
subregión, como la construcción de una nueva ética
personal y colectiva, basada en la solidaridad.
Un fuerte escollo al propósito de alcanzar una
armonización subregional es el hecho de que todavía
no se han logrado resolver las desigualdades y las
dificultades que, para una genuina integración,
presentan los centros de educación superior en la mayor
parte de los países de la subregión. Estos problemas se
han planteado sobre la base del reconocimiento de la
función desempeñada por la formación de los recursos
humanos y los procesos de creación, transmisión y
aplicación de los conocimientos en sus proyectos de
inserción ventajosa en la competencia mundial, lo que
ha determinado un enrumbamiento de estrategias,
políticas y acciones en el que los mecanismos de control
y evaluación (externos e internos) de dichos procesos
resultan claves.
Tres ejemplos bien diferentes ilustran las variantes
en las respuestas que se vienen dando actualmente, en
la subregión caribeña, a los retos de la educación
superior: el de Cuba, donde —aun en medio de una
adversa coyuntura económica— se ha mantenido un
nivel satisfactorio de inversiones gubernamentales en
la educación superior, y tanto el Estado como el
conjunto de los actores sociales han velado porque su
crecimiento, basado en una verdadera equidad en el
acceso, mantenga una adecuada coherencia con los
niveles precedentes y se exprese en resultados
aportadores a la docencia, la investigación y la extensión
a las exigencias de los planes de desarrollo nacional y
de reinserción en la economía mundial; el de México,
cuyas reformulaciones en estrategia, política y acciones
están enmarcadas en la apertura de este país al mercado
mundial y, especialmente, por el compromiso
contraído dentro del Tratado de Libre Comercio de
Norteamérica (TLCNA); 4 y, por último, la
Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO),
cuya estrategia para reformar la educación terciaria
aspira a movilizar a los gobiernos y al conjunto de los
actores sociales hacia un desarrollo cimentado en la
óptima preparación de los recursos humanos y la
producción de conocimientos y tecnologías, a pesar de
carecer, en el presente, de una adecuada infraestructura
local. Así, si en el caso de México la respuesta ha sido
enfocada de manera uninacional, asociada a un proceso
de integración comercial con países de diferente
desarrollo económico y cultural, en el caso de la
OECO, por el contrario, se sustenta en el interés de
conformar un sistema multinacional, conjugando las
posibilidades de países con niveles similares, en la
tentativa de eliminar los rezagos de la dependencia
colonial en la esfera de la educación superior y no
superados dentro del esquema integracionista de la
CARICOM.
La evolución de nuestra educación superior, sobre
todo en el transcurso de las tres últimas décadas, hace
impostergable la búsqueda de mecanismos que
garanticen no solo alcanzar altos niveles de calidad
académica, sino también elevarlos en lo que respecta a
60
Universidades en el Caribe
La evolución de nuestra educación superior, sobre todo en el
transcurso de las tres últimas décadas, hace impostergable la
búsqueda de mecanismos que garanticen no solo alcanzar altos
niveles de calidad académica, sino también elevarlos en lo que
respecta a las condiciones que rodean la actividad de estudiantes
y profesores, para ser consecuentes con el nuevo enfoque del
desarrollo.
es necesario resolver a toda prisa, porque la débil
correspondencia entre la oferta curricular y las
necesidades nacionales de formación de recursos
humanos para el desarrollo se han venido agravando año
tras año. Entre otras iniciativas, quizás pudiera
solucionarse (como sucedió en Cuba, por ejemplo)
aumentando la cuota de ingreso en las carreras de interés
priorizado para la economía nacional, teniendo en cuenta
los planes perspectivos, y desarrollando una labor de
orientación vocacional y captación entre los estudiantes
de la enseñanza media.
Asociada con ello está la falta de vinculación de las
carreras cursadas con la demanda en el mercado laboral,
en buena parte de los países de la subregión. Las
universidades están formando profesionales que son
candidatos al subempleo o al desempleo. La presión
ejercida por grupos de jóvenes que aspiraban a ascender
socialmente gracias a un título universitario, llevó a que
los centros les franquearan el acceso, sin reparar en que
muchas de las carreras escogidas —por vocación, por
tradición o búsqueda de una mejor remuneración y
prestigio social— estaban saturadas de profesionales en
el mercado laboral.
Los centros de educación terciaria que ofrecen
carreras cortas han venido surtiendo el efecto de válvulas
de escape, aliviando la presión sobre las universidades.
Los esfuerzos que se han realizado en ese sentido, desde
hace varias décadas, son todavía insuficientes, dadas las
condiciones específicas de los países del Caribe, las cuales
demandan enfatizar aún más en las carreras intermedias
y tecnológicas. Este es un terreno en el que algunos países
de la subregión (como Cuba y Costa Rica, por ejemplo)
pueden ofrecer valiosas experiencias.
Por otra parte, entre los mayores reclamos de la
sociedad a la educación superior, hoy día, está el que los
recursos asignados sean mejor utilizados y que se
produzca un aumento de la eficiencia, sobre todo en
cuanto a la relación ingreso-graduación. Para las
exigencias del desarrollo de nuestros países resulta más
ventajoso lograr un alto porcentaje de egresados que
abultar anualmente las matrículas con repitentes. Los
países de la subregión no pueden darse el lujo de soportar
tal gravamen. Por eso se debe continuar perfeccionando
las vías de ingreso a la universidad —sin que ello se
traduzca en inequidad—, e igualmente desarrollar
mecanismos que garanticen la eficiencia y la calidad del
base de los resultados obtenidos; sin embargo, no se ha
puesto en función de esta finalidad la cooperación
interuniversitaria subregional con la misma intensidad
y coherencia que se observa, por ejemplo, en los espacios
configurados por el Tratado de Cooperación Amazónica,
el Tratado de Asunción y el Convenio Andrés Bello
para la Integración Educativa, Científica y Cultural de
la Región Andina. Es preciso que las acciones de
cooperación interuniversitaria e integración académica
—en el marco de la Asociación de Estados del Caribe—
se dirijan de manera esencial y a pasos agigantados a la
eliminación gradual de las distinciones entre
universidades de élite y de masas, que influyen en el
destino diferenciado de sus egresados, y basamenta la
contradicción de que a títulos iguales existan valores y
ocupaciones distintos. Eso implica, desde luego, una
nivelación en la calidad de la enseñanza, tanto a escala
nacional como del conjunto de la subregión. Para la
ingente tarea que ello representa es indispensable
la organización de los dispositivos pertinentes, el
máximo aprovechamiento de las experiencias de la
CARICOM, el CSUCA, la Asociación de Universidades
y Centros de Investigación del Caribe (UNICA) y la
UDUAL, así como contar con el consecuente respaldo
de los gobiernos, las empresas y las fundaciones
interesadas en ello, e incentivar una incorporación
responsable de la ciudadanía en general.
La distribución de la matrícula por especialidades
en los centros de educación superior de la cuenca del
Caribe evidencia de inmediato el conflicto de que los
estudios y carreras determinantes para los planes de
desarrollo nacional y de la subregión son los que poseen
las cifras más bajas, contrariamente a las ciencias sociales,
las económicas y las humanidades 6 —las cuales, desde
luego, no dejan de tener importancia, sobre todo en el
objetivo de enfocar críticamente y proyectar, desde
nuestra propia perspectiva, las metas del desarrollo en
medio de las actuales tendencias globalizadoras. Así, por
ejemplo, las carreras agropecuarias tienen un menor peso
relativo (con excepción de algunos países
centroamericanos, donde —entre otros factores— ha
tenido determinada influencia el Instituto
Iberoamericano de Ciencias Agropecuarias), a pesar del
peso de la agricultura y la agroindustria en las estructuras
económicas nacionales, y los planes de diversificación y
modernización de estas esferas. Este es otro dilema que
61
Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón
empresas y los gobiernos, así como de la cooperación
internacional —por el interés en el estudio y la
preservación del patrimonio ecológico y cultural, del auge
que se pretende dar al turismo y a otros importantes
sectores de interés subregional—, pueda descentralizarse
la enseñanza universitaria caribeña.
Justamente, es muy significativa la promoción y/o
creación de proyectos o programas para la defensa del
medio ambiente y la educación ambiental, tanto en el
sistema de educación formal, como por vías informales,
los que han ido surgiendo del seno de las universidades,
para unirse a los de otras instituciones, como el Proyecto
Mar Caribe de la UNESCO. Gran importancia reviste el
Consorcio de Universidades Caribeñas para el Manejo
de los Recursos Naturales, que agrupa a más de una docena
de universidades, varios centros de investigación y otras
instituciones colaboradoras, a instancias de la UNICA.
A esa misma finalidad se encaminó la propuesta de un
grupo de docentes de la Universidad Nacional Pedro
Henríquez Ureña (UNPHU) y del Instituto Tecnológico
de Santo Domingo (INTEC) —ambos centros
universitarios dominicanos privados—; y, más
recientemente, las gestiones para organizar un consorcio
entre un grupo de universidades caribeñas (de Belice,
Cuba, Guatemala, Honduras, México y Jamaica), con
vistas a la implementación de programas académicos sobre
el medio ambiente, particularmente sobre ecología
marina. Los centros de educación superior están llamados
a desempeñar un papel protagónico en la protección
ambiental, pues en ellos se concentra —como en ninguna
otra institución— el grueso de los especialistas más
capacitados para llevar adelante programas de formación,
adiestramiento e investigación científica, los que resultan
de vital interés para nuestra subregión, donde tiene lugar
un desarrollo turístico acelerado, una industrialización
en ascenso y una tentativa de diversificación agrícola para
la exportación, en mercados altamente competitivos, lo
cual podría agravar los problemas de contaminación y
las afectaciones a los ecosistemas, si no se toman las
medidas y previsiones que atenúen los efectos negativos.
Pero existe otro problema al que parece que nuestras
universidades no han prestado el mismo nivel de atención,
en cuanto a una respuesta integrada y eficiente. Se trata
de las diferencias lingüísticas generadas por la diversidad
de metrópolis actuantes en la cuenca del Caribe. El
plurilingüismo en esta área se expresa —como bien se
conoce— no solo en la vigencia oficial de las diferentes
lenguas de las ex y actuales metrópolis, sino también en
las variadas formas peculiares del habla, nacidas a nivel
local en el proceso de transculturación: el creole en el
Caribe francófono; el dialecto del Caribe anglófono, el
stranantongo y el papiamento en la zona neerlandófona,
donde Surinam constituye un caso extremo, puesto que
allí conviven alrededor de dieciséis formas de expresión
hablada. A todo ello se suman las lenguas de las
comunidades indígenas en los países continentales de la
subregión.
Resulta obvio, por tanto, que la enseñanza de idiomas
extranjeros es un factor clave para los proyectos de
proceso enseñanza-aprendizaje. Aunque determinadas
investigaciones recientes han demostrado que los
problemas de repitencia y deserción, en algunos centros
del área, están determinados más por el ambiente externo
y las restricciones en la asistencia económica a los
estudiantes que por la calidad institucional.7
Transformar la organización académica de la
educación superior —y con ello las premisas tanto
pedagógicas como culturales en las que esta se asienta,
superando la dicotomía entre la formación general y la
profesional y una falaz jerarquización y aislamiento de
los saberes y aprendizajes—, supone asimismo, como han
expresado con entera razón varios especialistas, no solo
cambiar las políticas y flexibilizar las estructuras, sino
también diseñar e implementar una legislación acorde con
ese proceso e imprimirle con ello un sentido sistémico.
Como parte de los esfuerzos por extender y elevar la
calidad de la educación superior en el área del Gran Caribe,
la cooperación interuniversitaria subregional debe otorgar
mayor peso a la innovación y a las modalidades no
tradicionales como la educación abierta y a distancia, entre
otras que han venido aplicándose para dar respuesta a las
crecientes demandas de acceso —que exceden las
capacidades de planta, profesores disponibles con la
adecuada preparación, etcétera. Estos son asuntos que
continúan suscitando debates y propuestas teóricas y
prácticas en todo el mundo, y a los que prestan atención
varios organismos y organizaciones —fundamentalmente
los encargados de la educación de adultos y la enseñanza
a distancia—; en el caso específico de nuestra subregión,
resulta de interés el quehacer de la Red Caribeña para el
Desarrollo de Inovaciones Educacionales (CARNIED),
debido a su impulso y difusión de la innovación
educacional y sus repercusiones en el futuro de la
educación terciaria. 8
Algunos de los convenios bilaterales firmados entre
universidades de nuestra subregión confirman la
conveniencia de poner al servicio de las relaciones de
cooperación los mecanismos de la educación a distancia
(tanto convencionales como los telemáticos). Asimismo,
en varios de estos documentos se plasma el interés por la
aplicación del principio de la extramuralidad —definido
como la posibilidad de que grupos de estudiantes
oficialmente matriculados en una de las universidades
involucradas puedan continuar su carrera en la otra,
manteniendo esencialmente su plan original—, con las
variantes adecuadas a los intereses y necesidades de las
instituciones en cuestión. Por lo general, en dichos
acuerdos se ha puesto de relieve que resulta indispensable
una armonización —aunque sea mínima— de los
programas vigentes en esas universidades, y el beneficio
que ello reportaría a la integración subregional.
Uno de los problemas cuya solución es imprescindible
acometer progresivamente es la alta concentración de
centros de educación superior y de investigación —y
consecuentemente de profesores, investigadores y
estudiantes— en las capitales de los países de la cuenca del
Caribe. Es presumible que en el futuro, con la
participación conjunta de las comunidades locales, las
62
Universidades en el Caribe
Las universidades están formando profesionales que son
candidatos al subempleo o al desempleo. La presión ejercida
por grupos de jóvenes que aspiraban a ascender socialmente
gracias a un título universitario, llevó a que los centros les
franquearan el acceso, sin reparar en que muchas de las carreras
escogidas —por vocación, por tradición o búsqueda de una mejor
remuneración y prestigio social— estaban saturadas de
profesionales en el mercado laboral.
sido la ausencia de un cuerpo de premisas que, aceptado
generalizadamente, sirva de base para la armonización
de estrategias de educación superior a nivel subregional.
Ello ha sido puesto de relieve por varios especialistas,
como Kathleen Drayton —de la Facultad de Educación,
campus de Cave Hill de la Universidad de las Indias
Occidentales—, al resumir una de las sesiones de una
reunión sobre estrategias de formación de recursos
humanos en el área caribeña. En esa oportunidad
también se enfatizó en el alto costo y los problemas de
financiamiento afrontados en relación con los programas
de formación y capacitación de los educadores y de las
investigaciones sobre educación. Se persistió en la
necesidad de acoplar nuestros sistemas informativos
sobre educación superior y capacitación y del
establecimiento de un banco de datos sobre las
experiencias acumuladas en la subregión, que tendría
entre sus objetivos la preservación de nuestros
especialistas; y asimismo de acometer una investigación
acerca de la influencia de la ayuda financiera y la
asistencia técnica externa en nuestros empeños de
investigación y desarrollo. Aunque estos asuntos suelen
tratarse en foros como los de la UNICA, es preciso
divulgar de manera más amplia lo que están realizando
nuestras universidades, especialmente en lo que atañe a
la cooperación y la integración subregional.
Por otra parte, en el transcurso de los últimos cinco
años han venido incrementándose los estudios y
reuniones en torno a las políticas públicas en educación
superior de los países caribeños. Estas acciones —entre
las que se inscriben reuniones como la convocada por la
Universidad de Puerto Rico, en octubre de 1995—
constituyen importantes avances en la tentativa de
alcanzar una armonización para el trazado de estrategias
subregionales.
La débil fluidez que ha caracterizado, por diversos
motivos, las interconexiones entre los centros de
educación superior en la cuenca caribeña —incluidas las
universidades— ha impedido una utilización más
racional y efectiva de los recursos materiales, humanos
y financieros, de los que podría disponerse en conjunto,
para ponerlos en función de resolver los problemas que
los aquejan y que no han podido solventar cabalmente
por separado: desniveles en la calidad de la enseñanza;
limitaciones presupuestales; alta demanda de acceso;
cooperación y procesos de integración en la cuenca del
Caribe, así como para el desarrollo de sectores
económicos priorizados, como el turismo. Sin embargo,
aunque se ha venido intentando sortear los obstáculos
en la consecución de objetivos semejantes, 9 parece difícil
que de inmediato pueda instaurarse en nuestro contexto
un programa como el LINGUA de la Comunidad
Europea, el cual ha constituido un vehículo privilegiado
para el intercambio de estudiantes y profesores, así como
para fomentar un sentido paneuropeo.
Si bien muchas universidades han ido perfeccionando
sus programas de pre y posgrado en la enseñanza de
idiomas —sobre todo con vistas al desarrollo del turismo
en sus respectivos países—, esta es una cuestión que
merece ser respaldada rápidamente por los gobiernos,
las empresas y las organizaciones internacionales
interesadas en ello; así como poner en función suya las
relaciones entre las universidades del área. 10 Poco
lograremos si el aprendizaje de idiomas comenzado en
la secundaria (e incluso en la primaria) no alcanza
funcional continuidad en el nivel universitario, no solo
con el dominio de una lengua extranjera, sino —de
acuerdo con nuestro contexto subregional— de, al
menos, dos de ellas.
Dentro del estudio de las lenguas en nuestras
universidades se contempla lo relacionado con las
modalidades peculiares del habla popular en cada uno
de los países y territorios de la cuenca del Caribe. En
cuanto al creole, por ejemplo, los estudios lingüísticos
ya tienen tradición y riqueza, como el papiamento o las
lenguas indígenas habladas en las zonas continentales de
nuestra subregión; pero aún queda mucho por hacer,
sobre todo para poner esos conocimientos —desde la
perspectiva de estudios relacionados con el derecho
lingüístico comparativo— en función del desarrollo de
la cultura nacional y de las relaciones interculturales al
interior de los países y de toda la subregión. Tanto en el
caso de Haití como en el de algunos países
centroamericanos, las universidades pueden devenir
eficaces colaboradoras en la campaña promovida por la
UNESCO de alcanzar la educación para todos en el año
2000, lo cual supone erradicar las elevadas cifras de
analfabetismo que aún mantienen algunos de esos países.
Otro de los frenos al proceso de integración y
cooperación interuniversitaria en el ámbito caribeño ha
63
Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón
no retornar a sus países de origen, deslumbrados por los
«atractivos del Primer mundo».
Las nuevas modalidades de colaboración
interuniversitaria a nivel subregional alimentarían
relaciones solidarias, regidas por la equidad. Ello
conllevaría realizar un inventario de las ofertas y una
precisa identificación de las demandas, a la hora de
establecer los convenios. Entre los países con
posibilidades de asimilar cantidades significativas de
estudiantes para cursar la educación superior
(universitaria o no) están Cuba (con suficientes
capacidades en infraestructura y disponibilidad de
profesores, en un grupo de centros de excelencia),
México, Venezuela, Colombia, Costa Rica y Puerto
Rico. Estos países pudieran cubrir una parte de las
necesidades del Caribe anglófono (especialmente de la
OECO), del Caribe de habla holandesa, de
Centroamérica e incluso del Caribe francófono, si llegara
a necesitarlo. Las diferencias idiomáticas no serían un
obstáculo, toda vez que los países del Caribe Oriental
expresaron, en 1991, la aspiración de que el 90 % de sus
egresados de segunda enseñanza dominara con fluidez
un idioma extranjero y el 50 %, dos. Por otra parte,
muchos profesores de los centros superiores del área
dominan perfectamente el inglés, además de que pudieran
organizarse cursos de formación acelerada o de
perfeccionamiento de idiomas para los docentes, a fin
de cumplir los convenios.
No hace falta argumentar exhaustivamente la
necesidad de establecer una entidad encargada de activar
los mecanismos para la armonización de estrategias y
programas académicos, y la acreditación de la calidad
de las instituciones y los egresados, enlazando —en el
contexto de la Asociación de Estados del Caribe—
organismos subregionales (como el CSUCA y el ACTI)
con los nacionales, para —entre sus múltiples
contribuciones— posibilitar la expedita movilidad de
estudiantes, profesores e investigadores dentro de la
subregión, así como una más rápida implementación del
Convenio Regional de Títulos, Diplomas y Estudios de
Educación Superior para América Latina y el Caribe.
Unido al fortalecimiento de los lazos
interuniversitarios e interinstitucionales en el ámbito
caribeño, las tendencias actuales favorecen el
enriquecimiento de los vínculos de colaboración e
intercambio con otras universidades y con centros de
investigaciones de diversas partes del mundo, lo cual
también necesita ser gestionado por nuestras
universidades, a fin de acortar la distancia que nos separa
de las instituciones del Norte.
Por último, no podemos conformarnos solo con
graduar profesionales altamente calificados, con vistas
al crecimiento económico y la inserción ventajosa en la
competencia mundial; es preciso rescatar también la ética
profesional —como un componente, tradicionalmente
importante, de esa formación, cualquiera que sea la
modalidad y especialidad cursada— y junto con ella la
ética ciudadana, es decir, un sentido de responsabilidad
y servicio que, sin menoscabo del patriotismo, esté
insuficiencias en la capacidad y en el mantenimiento de
la instalaciones; escasa utilización de las modernas
tecnologías para innovar el proceso de enseñanzaaprendizaje, la transferencia y acumulación de
información, experiencias y tecnologías, entre otros.
Varios factores acentúan esta laxa articulación; entre
ellos la aparente falta de comunicación entre las
asociaciones de instituciones educacionales públicas y
las de las privadas, así como aquellas de sectores
profesionales. No se pretende, por supuesto, que pierdan
su identidad y autonomía, sino que logren una mayor
coordinación, de manera que puedan identificar mejor
las zonas urgidas de una acción cooperada, canalizar
adecuadamente iniciativas valiosas, evitar repeticiones
que devengan dilapidación de recursos, etcétera.
Una vía de acercamiento que es preciso explotar al
máximo en esta etapa son las investigaciones conjuntas
—interuniversitarias e interinstitucionales—, sobre todo
en los conocimientos de frontera. Al igual que en las
actividades docentes, algunos de los actuales convenios
bilaterales de investigación en varios campos de la ciencia
y la tecnología pueden alcanzar, con su extensión, el
carácter de programas multinacionales. Significativamente,
en nuestras universidades se concentra el 56 % del total
de profesores e investigadores dedicados a actividades
de investigación-desarrollo en la cuenca del Caribe.
El doctor Juan R. Fernández, rector de la Universidad
de Puerto Rico, 11 cuestionaba, con toda razón, que
siendo relativamente fáciles los convenios con los
Estados Unidos e incluso con Europa, «¿cómo es posible
que sea tan difícil lograr un intercambio de profesores,
investigadores o estudiantes entre la República
Dominicana y Puerto Rico?, ¿es en verdad tan difícil o
es que lo hacemos difícil nosotros?» Y se preguntaba:
«¿Por qué no es posible superar las pequeñas dificultades
que puedan haber impedido este intenso intercambio
que debería existir entre nuestros países cuando lo
ubicamos en el contexto de lo positivo que este
intercambio resultaría?» Para él, además, había llegado
el momento de pasar de las palabras a los hechos.
Indicaciones de este tipo resultan altamente
significativas, sobre todo si se tienen en cuenta las
palmarias reducciones en las ofertas de becas en
universidades europeas y norteamericanas para
estudiantes y asociados procedentes de los países del
Caribe. De ahí que se haya hecho mucho más perentorio
satisfacer esa demanda dentro de la propia subregión, la
cual dispone de potencialidades para ello. Orientar los
esfuerzos en esa dirección reportaría ventajas
económicas, sociales y culturales. En primer lugar, se
reducirían de forma considerable los gastos, pues estos
programas de colaboración se establecerían sobre la base
de beneficios y costos compartidos. En segundo lugar,
contribuiría a fortalecer la identidad cultural caribeña.
Y finalmente, no se perdería el sentido de pertenencia a
países pobres y el pensar desde esa perspectiva, lo que
disminuye el riesgo de que nuestra zona siga perdiendo
una gran cantidad de sus talentos promisorios, que suelen
64
Universidades en el Caribe
comprometido con los intereses tanto de la subregión
como de la región, y sea expresión consustancial del
humanismo. Estos propósitos no pueden hacerse
depender de meros enunciados en las políticas
institucionales, ni de cambios curriculares, sino que
requieren de una remodelación de carácter cultural, a la
que deben contribuir consciente y activamente nuestras
universidades.
externo influye más poderosamente en la conducta de los estudiantes
que la calidad institucional, y que la ayuda financiera resulta un elemento
sustancial.
8. En el contexto caribeño, las universidades públicas exhiben un
incremento sostenido de innovaciones como la educación abierta y a
distancia y la implementación de la educación continua, a fin de canalizar
y solventar las presiones masivas para obtener una formación profesional
—que comprende un amplio número de personas que, por diversas
razones, han rebasado la edad establecida para seguir cursos regulares o
que no pueden abandonar sus puestos de trabajo para emprender,
actualizar o perfeccionar una formación avanzada. El más elevado
porcentaje de instituciones enfrascadas en esas acciones se concentra en
los países hispanófonos —fundamentalmente Colombia, Cuba y
México—, por una cuestión meramente aritmética, porque, bien
examinado, no puede olvidarse que el sistema constituido por la
Universidad de las Indias Occidentales ha logrado vertebrar una
importante armazón para la educación continua, que cubre los países
de la CARICOM e incluso las dependencias de Gran Bretaña, así como
para la enseñanza a distancia, extendida por varias islas, por medio de la
red UWIDITE; igualmente, la Universidad de las Antillas y la Guayana
francesas [UAG] garantiza la educación continua y la enseñanza a
distancia en los Departamentos Franceses de Ultramar; las universidades
puertorriqueñas también ofrecen estos servicios. Sin embargo, el
porcentaje disminuye en relación con las universidades privadas y
—por la razón antes indicada— la mayor cifra corresponde a la subárea
hispanohablante —incluyendo en este caso a Puerto Rico. Obviamente,
el trabajo académico en la mayoría de esta clase de instituciones ha
permanecido circunscrito a la oferta de programas de estudios regulares,
manteniéndose bastante ajena a las tentativas de apertura hacia el entorno
externo, mediante los sistemas innovativos, debido tanto al interés por
complacer las demandas de su clientela como a la falta de recursos, en
algunos casos. En relación con los institutos tecnológicos, se observa el
mismo fenómeno —en el que se destacan países como Cuba y México—
e igualmente respecto a los centros de educación superior de otro tipo;
en estos últimos habría que mencionar a República Dominicana y en
especial a Colombia, la cual sobresale singularmente en cuanto a los
privados.
Notas
1. Se constituyó en julio de 1994 en Cartagena de Indias, Colombia.
Inicialmente expresaron su voluntad de integrar la AEC, como
miembros plenos, los países miembros de la CARICOM (Antigua y
Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana,
Jamaica, San Cristóbal y Nevis, Santa Lucía, San Vicente y las
Granadinas, y Trinidad y Tobago), cinco de Centroamérica (Costa Rica,
Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá), los miembros del Grupo
de los Tres (Colombia, México y Venezuela) y cuatro no incluidos en
los esquemas integracionistas previamente conformados en el área (Cuba,
Haití, República Dominicana y Surinam). Como miembros asociados
podían participar los territorios vinculados a Francia, Gran Bretaña y
Holanda, porque Puerto Rico e Islas Vírgenes Estadounidenses se
autoexcluyeron. Al celebrarse la Cumbre inaugural en agosto de 1995
se había sumado El Salvador.
2. Los países de la cuenca del Caribe disponen en la actualidad de
aproximadamente 1 181 centros de educación superior; 362 son
universidades (139 públicas y 223 privadas), 264 institutos tecnológicos
(205 públicos y 59 privados) y 555 centros de educación superior de
otro tipo (406 públicos y 149 privados).
3. El 48,4 % de las universidades públicas del área aparecen registradas
como autónomas. Sobresale la cifra de los países hispanoparlantes con
el 48,1 % (en Centroamérica representan el 63,4 % y en los otros cinco
países el 49,7 %). En Puerto Rico lo son el 100 %. Se trata de centros sin
fines de lucro, vinculados en un gran por ciento a órdenes religiosas y
grupos empresariales, cuyos ingresos provienen fundamentalmente del
cobro de los servicios prestados, algunas donaciones y, en muy contados
casos, del apoyo de los gobiernos locales y del federal.
9. En la IV Conferencia de América Latina y el Caribe sobre Idiomas
—celebrada el pasado año en la Universidad de Guyana, con la
colaboración del Instituto Nacional de Educación Superior,
Investigación, Ciencia y Tecnología (NIHERST) de Trinidad y Tobago
y la participación de representantes de varias universidades, organismos
y organizaciones internacionales involucrados en estos asuntos— se
arribó a importantes consideraciones, expuestas en una Declaración
definidora de lineamientos para el trabajo futuro. A ello se suma que,
durante la preparación de la VII Bienal de Consulta CARNIEDUNESCO sobre Innovaciones Educativas —celebrada en La Habana
en julio de 1995 con la asistencia de representantes oficiales de 14 islas y
varias organizaciones internacionales— la enseñanza de idiomas fue
propuesta como uno de los puntos focales del programa para 19961997.
4. Una interesante apreciación de las respuestas gubernamentales a los
actuales desafíos internos y externos de la educación superior mexicana
es la de Axel Didrikson en «La educación superior ante el desarrollo
integrador», Diálogo, Caracas, (13), septiembre, 1994:10-2.
5. En 1980 existían, aproximadamente, unos 2 040 780 estudiantes y
178 458 profesores en el conjunto de los centros universitarios del Gran
Caribe, lo que daba como resultado una relación alumno-docente
de 11,4 : 1. Para 1992, el número de estudiantes había ascendido a unos
4 149 490 (el doble respecto a 1980; de ellos, el 95,2 % correspondía a
los países hispanófonos: a Centroamérica el 8,6 y el 86,6 % restante
repartido entre Colombia, Cuba, México, República Dominicana y
Venezuela) y la cifra de profesores a 298 985 (tuvo un crecimiento del
67,5 % en relación con el lapso indicado), lo que situaba la proporción
alumno-docente en 13,9 : 1 (el incremento fue de casi tres estudiantes
por profesor).
10. Una de las iniciativas en esa dirección es que la cátedra DEA Caribe,
América Latina y Norteamérica de la Universidad de las Antillas y la
Guayana francesas ha instaurado la opción del francés como lengua
extranjera que, inicialmente abierta para estudiantes de la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, como programa piloto, gracias al
financiamiento del FIC, en la actualidad se ha extendido a Jamaica,
Puerto Rico y Cuba.
6. Dentro de la matrícula total en pregrado, las áreas del conocimiento
que presentan mayor densidad de manera global son: ciencias de la
educación y formación profesoral, enseñanza comercial y administración
de empresas y ciencias sociales y del comportamiento. En la formación
posgraduada la concentración se encuentra en las mismas especialidades
más ciencias médicas, sanidad e higiene.
11. Juan R. Fernández, La educación universitaria, el desarrollo y la
integración latinoamericana (Palabras pronunciadas al otorgársele la
distinción de Profesor Honorario en la Universidad Iberoamericana de
Santo Domingo, República Dominicana, el 12 de julio de 1990), Río
Piedras: Universidad de Puerto Rico, División de Impresos, s/f: 13.
7. Por ejemplo, un estudio sobre la retención que ha venido
desarrollándose durante cuatro años en la Universidad Interamericana
de Puerto Rico, en colaboración con la Oficina local de la Junta de
Colegios, demuestra en sus resultados preliminares que el ambiente
©
65
, 1996.
no. 6: 66-72, abril-junio, 1996.
Isabel Jaramillo Edwards
El Caribe
y los Estados Unidos:
la frontera marítima
Isabel Jaramillo Edwards
Investigadora. Centro de Estudios sobre América.
el comercio. En el caso de una hipótesis de guerra, el
control de la cuenca del Caribe siempre fue y es una
premisa prioritaria. 4
Una cosa es segura...el Mar Caribe es la llave
estratégica de dos grande océanos, el Atlántico y el
Pacífico, nuestras propias fronteras marítimas
principales.
Alfred Thayer Mahan
(1897)
El Caribe en la imaginación geopolítica antes
de la guerra fría
E
l Caribe, percibido actualmente —más que nunca
antes— como zona estratégica, 1 ha sido calificado
—de acuerdo con la coyuntura de que se trate— de
«mediterráneo americano», la «cuarta frontera», el «patio
trasero» y, últimamente, como el «pórtico» de los
Estados Unidos.
Desde fines del siglo XVIII, la política norteamericana
para el hemisferio occidental —concebida a partir de
enfoques geopolíticos 2— se ha caracterizado por los
diferentes grados de atención prestada y las
intervenciones llevadas a cabo en una zona que considera
su esfera de influencia.
En el siglo pasado el Caribe y el Golfo de México
—como entidades diferenciadas— fueron disputados
«preeminentemente [como espacios decisivos] en el
dominio de las potencias marítimas». 3 La relevancia
adjudicada a la zona, a partir de su importancia en cuanto
vías marítimas de comunicación, era fundamental para
Ya en la década del 20, los Estados Unidos asentaron
su hegemonía en la región, frente a una Europa debilitada
por la guerra. Los cuatro ejes de la política exterior de
los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe,
antes de la II Guerra Mundial fueron:
1. Remplazar paulatinamente a las potencias coloniales
y asentar su papel neocolonial en la región. Formular
su política —del «buen vecino»— encaminada hacia
lo que percibía, desde su punto de vista, como
objetivos más positivos.5
2. La adquisición de una gran variedad de materias primas
necesarias para su defensa y preparación para la guerra.
3. En cuanto a la defensa, desarrollar una política de
control de los extranjeros asentados en la región, ya
66
El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima
La invasión a la pequeña isla de Granada, en el Caribe oriental,
para la cual la OECO fue instrumento fundamental, respondió
a razones geopolíticas y al paradigma de la contención del
comunismo. La invasión a Panamá en 1989 marcó un hito en
cuanto a la persistencia de la opción unilateral y a la búsqueda
de nuevos argumentos intervencionistas.
operaciones en el Caribe, constituía una de las bases
navales fundamentales.9
Pero más importante aún era Panamá, debido al canal
interoceánico. Perspectivamente, se estimaba que
Nicaragua podría aumentar su valor en el esquema
geopolítico, ya que había intenciones de construir una
segunda vía interoceánica a través de su territorio y
establecer allí otra base naval,10 proyecto que no llegó a
concretarse.
Desde el punto de vista militar, los elementos de la
estrategia norteamericana en esta etapa se relacionaban
con los tres principios generales de la guerra:
concentración, acción ofensiva, y seguridad. 11
La concentración se refiere a la idea del almirante A.T.
Mahan, consistente en enfrentar al enemigo con una
fuerza superior en un punto y un tiempo decisivos. Con
este principio se relaciona la distribución y despliegue
de bases norteamericanas en el área y la importancia de
las fronteras marítimas y del Canal de Panamá señaladas
arriba.
La acción ofensiva deriva su fuerza y se logra por
medio de la concentración. No basta la defensa ante una
invasión, sino que la acción ofensiva es central, ya que
los Estados Unidos
que no estaban dispuestos a permitir una
manipulación exitosa de las minorías fascistas
partidarias del Tercer Reich, en el hemisferio
occidental. 6
4. Apoyar a los aliados, para evitar el avance de los
alemanes en Africa del Norte, y protegerse de un
ataque militar directo que podía ser facilitado por el
establecimiento de estrechas relaciones militares de
Hitler con América Latina y el Caribe. Algunos
autores sostienen que esta medida fue dictada por la
debilidad militar de los Aliados y de los Estados
Unidos. 7
Los métodos de aplicación de la Doctrina Monroe
—en primer lugar, la no aceptación de la expansión
territorial de Europa y Asia en el hemisferio occidental—
variaron con el tiempo y han mostrado diferentes facetas.
Durante la II Guerra Mundial, se planteaba que la
opinión pública norteamericana habría reaccionado
vigorosamente frente a un intento secesionista de la
población alemana de Río Grande do Sul, en el Brasil,
partidaria de ubicarse bajo la protección del Reich
alemán. Se consideraba que, de crearse una situación de
este tipo, se hubieran dado condiciones militares
negativas para los Estados Unidos en el Atlántico Sur.
Cabe señalar que América Latina y el Caribe
dependían militarmente —durante la guerra— de la fuerza
naval norteamericana. Este segundo aspecto, en términos
más generales, implicaba posibles enfrentamientos con
potencias europeas o asiáticas que pudieran tener
intereses en América Latina y el Caribe. En la etapa el
gobierno norteamericano esgrimía el anticomunismo
como justificación para una potencial intervención. 8 Un
aspecto que se destacaba como el más importante e
instrumental para aplicar la Doctrina Monroe, era el
desarrollo del sistema interamericano.
El tercer punto de consenso era la cuestión
migratoria, percibida como un asunto de política
exterior. En este sentido, el consenso se orientaba a
restringir la inmigración extranjera y a la exclusión total
de la inmigración oriental. Las hipótesis de conflictos se
referían a Japón y a México.
La posibilidad de una intervención futura en el Caribe
era una constante. El interés de los Estados Unidos en
Cuba, desde el punto de vista militar, no solo estaba
determinado por su posición geográfica, sino también
por la importancia que concedían al territorio que
ocupaban en Guantánamo que, en un teatro de
tiene[n] muchos intereses externos en mar y tierra, la
destrucción e interrupción de los cuales causaría profundas
dificultades al país, comparables a un desastre como lo sería
la invasión de un ejército enemigo y mucho más serio en
sus efectos negativos que el esfuerzo necesario para proteger
estos intereses externos.12
A partir de esta lógica de la acción ofensiva, se
desarrollará la teoría de la «disuasión», uno de los
conceptos básicos de la política exterior de los Estados
Unidos durante la guerra fría.
La seguridad, como principio de la guerra, se refiere
a las propias fuerzas e intereses vitales utilizados en
contra de la acción ofensiva del enemigo y, además, al
establecimiento de un fundamento firme para la acción
de los Estados Unidos. Desde esta perspectiva, para ellos
era relevante la necesidad de contar con bases en el
Pacífico 13 y se consideraba la posibilidad —poco
probable— de enfrentar una guerra simultánea en dos
océanos: en uno se organizaría la defensa y la ofensiva
en el otro. Dentro de esta lógica, se incrementaba la
importancia del Canal de Panamá.14 La duplicación de
escenarios bélicos era también una constante en los
67
Isabel Jaramillo Edwards
brindaba el hemisferio, en tanto almacén de materias
primas necesarias para la industria de la guerra, y cuya
demanda era creciente.
En el marco de sus preparativos para entrar en la
guerra, los Estados Unidos intensificaron su activismo
neocolonial en América Latina y el Caribe, que sirvió
para imponer las bases de lo que, después de Pearl
Harbor, sería un pie forzado para una relación intensiva
entre los Estados Unidos y las repúblicas americanas.
planes de contingencia de las fuerzas armadas
norteamericanas. 15
En la preguerra, los especialistas norteamericanos
estimaban que, desde el punto de vista de su seguridad,
los Estados Unidos aún no necesitaban una segunda
flota, 16 ya que no existían las condiciones para la
unificación de las dos flotas enemigas, las de Alemania
y Japón. Aunque no se consideraba probable un ataque
al Canal de Panamá, los Estados Unidos tomaron, debido
a su importancia estratégica, todas las medidas para su
defensa.
Siguiendo la lógica de A.T. Mahan, quien planteaba
que «los valores comerciales no pueden separarse de los
militares en la estrategia naval, ya que el principal interés
en el océano se relaciona con el comercio»,17 se definía
la frontera marítima de los Estados Unidos en el
Atlántico como una línea costera que iba desde el estado
de Maine al de la Florida, y desde allí hasta Puerto Rico,
las Islas Vírgenes y el Golfo de México, este último
definido como el «lago americano». Tal análisis destacaba
la importancia geográfica y económica del este de los
Estados Unidos y la significación clave del Caribe. A
partir de esta línea de pensamiento, se estructuró una
cadena de bases en el territorio de los Estados Unidos y
en el Caribe, cuya principal misión era proteger la vías
marítimas de comunicación.
El «mediterráneo americano», estaba compuesto por
una serie de islas, que conformaban una barrera natural
protectora, y un complejo de bases de avanzada
destinado a expandir la influencia estadounidense hacia
el Atlántico. En este contexto, la base naval de
Guantánamo, aunque no estaba fortificada, constituía
un baluarte insustituible, dado el control que ejercía
sobre el Paso de los Vientos y todo el Caribe, y como
un enclave de gran utilidad en medio de las rutas de
reaprovisionamiento naval y aéreo.
El sistema de bases se articuló —siguiendo la estrategia
de la priorización de las fuerzas navales— partiendo del
territorio de los Estados Unidos y luego escalonándolas,
de manera que eslabonaran una cadena a lo largo y ancho
del Caribe. La zona más débil era el Caribe oriental,
donde no había fortificaciones. Se analizó entonces la
conveniencia de establecer una base en Trinidad o
Barbados, y otra al sureste del Caribe, necesaria para el
control naval del Atlántico Sur. Esta zona también era
importante para la defensa del Brasil, por estimarse que
para el teatro del Atlántico Sur «el Caribe [es] clave; la
posición central desde donde [ los Estados Unidos]
puede[n] actuar decisivamente y con la mayor movilidad
estratégica».18 A partir de este criterio, se argumentaba
que los puertos no podían considerarse bases navales y
se resaltaba que, en caso de producirse una guerra en el
Caribe, los puertos del Golfo serían incuestionablemente
fuentes de abastecimiento, si se tenía la ventaja de contar
con líneas de comunicaciones protegidas. Se consideraba
también la importancia de las posesiones de las potencias
colonialistas: Gran Bretaña, Holanda, Francia.
En la perspectiva de su defensa militar, los Estados
Unidos buscaron también aprovechar las ventajas que
Otra vuelta de tuerca a la guerra fría
Después de la II Guerra Mundial, los Estados Unidos
orientaron su atención hacia Europa y el Cercano y
Medio Oriente. América Latina pasó a ocupar un nivel
relativamente bajo en la escala de prioridades de su
política exterior. El dominio norteamericano en la región
emergía fortalecido de la guerra, y se proponía no
desatender los logros en la relación interamericana. 19
Al enfoque geopolítico y a la Doctrina Monroe se
agregó la idea de la contención del comunismo; desde
entonces, estos serían los elementos centrales de su
política hacia la región, matizada con diversos grados
de intervencionismo, de acuerdo con la coyuntura y el
caso específico.20 En términos geoestratégicos, el triunfo
de la Revolución cubana en 1959 fue el desafío mayor
que enfrentaría esta política en el Caribe.
En los años 80 —en el marco de un nuevo énfasis en
las doctrinas de la geopolítica y en el mantenimiento de
las esferas de influencia—, el control y la política
norteamericana hacia la cuenca del Caribe no sufrieron
alteraciones en los ejes centrales que los habían guiado,
sino que se reperfilaron tácticamente. 21 En el terreno
político, los presupuestos de la contención fueron
traspolados en el ámbito de la guerra fría.22
Por aquel entonces, la preocupación militar de los
Estados Unidos se centró en cuestiones de orden
permanente, como las vías marítimas de comunicación 23
y los puntos claves de «estrangulamiento» —esto es, el
Canal de Panamá, el Paso de los Vientos, el Canal de
Mona y el Estrecho de la Florida—, todos de importancia
estratégico-económica y vitales para el comercio, el
transporte de petróleo y, en el terreno militar, para los
suministros a la OTAN, en el caso de que se produjera
una conflagración en Europa. 24
En cuanto al Caribe, «la protección de las líneas
marítimas de comunicación tiene una gran importancia
para los militares norteamericanos porque sus fuerzas
se despliegan en ultramar o están comprometidas para
combatir en teatros de operaciones lejanos». 25 El
Atlántico y el Caribe, como zonas de enlace con otros
teatros de la guerra, constituyeron el centro de los planes
globales de la Marina de los Estados Unidos en la
perspectiva de un conflicto bélico en Europa
—específicamente con la URSS 26— en esta etapa. Los
planificadores militares argumentaban al respecto:
es de máxima importancia que continuemos impulsando
el perfeccionamiento de las fuerzas de nuestros aliados en
América Central y Sur [...] y prosigamos el adiestramiento
68
El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima
Es evidente la disposición de Cuba al diálogo internacional en
lo que se refiere a temas vinculados con la seguridad. La creación
de un escenario propicio al entendimiento mutuo —tanto en el
terreno de las relaciones bilaterales como en el ámbito
multilateral— pasa por la adopción de medidas de confianza,
que son un elemento fundamental en el desarrollo de un ámbito
hemisférico realmente seguro.
periódico con ellos para que sean capaces de contribuir a
la defensa de las líneas marítimas de comunicaciones. 27
de las naciones del mundo subdesarrollado y que son de
carácter regional. Estas consideraciones reafirman la
supuesta validez de la presencia de las bases de los Estados
Unidos en el área, y a nivel global; con distintos énfasis,
de acuerdo con la región de que se trate y con los intereses
en juego. En el caso de la cuenca del Caribe, el control
—y por ende la presencia de bases y demostraciones de
fuerza militar— y las relaciones de dependencia, seguirán
siendo características de la hegemonía norteamericana.36
Formalmente parecería que disminuyen las medidas
de fuerza. Sin embargo, la introducción y el incremento
y/o remplazo de mecanismos tradicionales de control
por otros de tecnología avanzada, de hecho implican la
permanencia de las tradicionales concepciones de
hegemonía rectora de la política de los Estados Unidos
en el área.
En este escenario, se consideraba que Cuba podía
obstruir las vías marítimas en caso de ocurrir un conflicto
en Europa y, por consiguiente, los planes bélicos
norteamericanos estipulaban que «cuando fuese
necesario, oponerse a las posibilidades ofensivas aéreas
y navales de Cuba [es] garantizar el libre tráfico marítimo
por el Estrecho de la Florida, el Golfo de México y el
Canal de Panamá». 28
Cuba, considerada una base de avanzada de la URSS,
constituía —según declaraciones oficiales— un peligro
en el caso de una conflagración en Europa. Incluso a
fines de la década, cuando la posibilidad de una guerra
nuclear parecía muy poco probable, se insistía en que
Cuba seguía siendo un peligro en un escenario de guerra
convencional, y más aún en el de la guerra no
convencional, 29 argumentos relacionados, en el terreno
específicamente político-ideológico, con la persistencia
del proyecto socialista en la Isla.30
En el caso de la cuenca del Caribe, la percepción esteoeste prevaleció durante el decenio de los 80. En el
Caribe, como zona de peligro potencial, 31 y
Centroamérica, considerada como el peligro inmediato
para los Estados Unidos, 32 se concentraron
demostraciones de fuerza que no disminuyeron a fines
de esos años. La militarización del área era una realidad. 33
Entre 1981-1982 se fundaron dos organizaciones
relacionadas con la seguridad en el área: la Organización
de Estados del Caribe Oriental (OECO) 34 y el Sistema
de Seguridad Regional (SSR). 35
La invasión a la pequeña isla de Granada, en el Caribe
oriental, para la cual la OECO fue instrumento
fundamental, respondió a razones geopolíticas y al
paradigma de la contención del comunismo. La invasión
a Panamá en 1989 marcó un hito en cuanto a la
persistencia de la opción unilateral y a la búsqueda de
nuevos argumentos intervencionistas.
Tradicionalmente las bases militares norteamericanas
en el área del Caribe han desempeñado un papel
relacionado con la defensa, coordinación, monitoreo y
entrenamiento de las fuerzas destinadas al control
hemisférico. Resulta difícil suponer la eliminación de
estas bases en la zona, dado que el énfasis de la política
exterior de los Estados Unidos se centra ahora en las
amenazas y el peligro de conflicto, caos e inestabilidad
El nuevo contexto internacional y el Caribe
en los años 90
Al concluir la guerra fría, se ha abierto un período
de transición en el que coexisten elementos de aquella
política conjuntamente con iniciativas y propuestas
destinadas a la conformación de un nuevo orden
mundial. En el contexto de la recomposición de la
hegemonía a nivel global, el unipolarismo militar de los
Estados Unidos es parte integral del transito hacia lo
que se identifica como una «hegemonía compartida»,
con un mayor peso de los instrumentos multilaterales.
Los conceptos de seguridad en este nuevo entorno
internacional están estrechamente ligados a factores
económicos y sociales. A nivel hemisférico los temas
más relevantes de la agenda, desde el punto de vista
estratégico, son la migración, el narcotráfico, la no
proliferación de armamento avanzado, el control nuclear
y la seguridad colectiva. Son comunes los desafíos del
desarrollo social, la necesidad de integración y pluralismo
en la perspectiva de la coexistencia en diversidad de la
región, la vulnerabilidad de las economías pequeñas y
abiertas, y la volatilidad implícita en una subregión que,
como el Caribe, conserva —aun en la posguerra fría—
una importancia geopolítica.37
Después del fin de la guerra fría, los argumentos
medulares sobre América Latina han variado: los temas
y la escala de prioridades de la política; su discurso e
69
Isabel Jaramillo Edwards
instrumentos; el nivel de desarrollo político, económico
y social de los países del área, y el sistema interamericano
en crisis.38
La seguridad de los pequeños estados del Caribe39 se
enmarca en un contexto dual. De un lado, la
subordinación en el ámbito económico internacional;
de otro, la reafirmación de los propios intereses de cada
país.
Desde el punto de vista militar, los Estados Unidos
mantienen una presencia consolidada en la región.40 Las
responsabilidades en cuanto a este aspecto, se dividen
actualmente entre el Comando Sur (SOUTHCOM), que
se encarga de la América Central y del Sur, y el Comando
del Atlántico (LANTCOM) que se ocupa del Caribe.
En el caso del narcotráfico, el LANTCOM —que cuenta
con unidades de la Marina, la Fuerza Aérea, las unidades
de guardacostas y la Guardia Nacional— se ocupa de la
vigilancia y represión de ese tráfico, en coordinación
con el Drug Enforcement Administration (DEA) del
Departamento de Justicia, y el FBI, entre otras agencias.
Además, se ha establecido una red de radares para el
control aéreo del área.
En la IX Conferencia de Seguridad del Caribe, se
definió el papel de los Estados Unidos: «ayudar al área
en sus esfuerzos de reorganización de la defensa» y
«auspiciar una mayor cooperación regional, buscar
formas para consolidar y centralizar el entrenamiento y
adaptar los programas de ejercicios, de forma de enfrentar
las amenazas emergentes», tales como el narcotráfico, la
polarización racial, los grupos delincuenciales, la
desprotección de las zonas costeras, y los desastres
naturales. También se determinó su contribución en
temas relacionados con el mantenimiento de la paz
regional.41 El «éxito colectivo», depende de «un enfoque
regional consistente hacia los asuntos de seguridad del
Caribe». 42
El fin de la guerra fría y la contracción de los
presupuestos militares ha alentado la creación de
instituciones que respondan a las necesidades del Caribe
y aseguren la estandarización del entrenamiento y
equipamiento militar en la región. 43 Ambos aspectos
elevan la capacidad de interoperabilidad entre las fuerzas
y facilitan la compra de repuestos para los equipos
militares. También se apunta como necesario el
desarrollo de una filosofía regional de entrenamiento
con dimensiones nuevas, que incluya operaciones de
mantenimiento de la paz y la posibilidad de una respuesta
sistémica —y no de un país específico— a los problemas
que se susciten en la región en el terreno de la seguridad,
y la forma de prepararse, en cuanto a la acción colectiva,
para dar una respuesta regional. La lógica con que se
desarrollaría esta filosofía regional implicaría que no
habría espacio —o se restringiría— para el pluralismo
ideológico. 44
En la XI Conferencia de Seguridad del Caribe,
realizada en República Dominicana en marzo de 1995, 45
los temas discutidos se centraron en la integración
caribeña, la lucha conjunta contra el narcotráfico, la
coordinación marítima regional, la ecología y el medio
ambiente, así como la emigración y sus consecuencias
económicas y sociales. 46
Cuba se inserta en este contexto internacional.
Estratégicamente la Isla constituye un factor importante
en el hemisferio. Su relevancia se relaciona con su
ubicación en el centro de las vías marítimas de
comunicación —de alta incidencia para el comercio en
el contexto de la globalización—, y gran peso para cada
uno de los países del hemisferio. En lo que se refiere a la
América del Sur, Cuba es un punto intermedio para su
acceso al mercado norteamericano y caribeño. 47 En el
ámbito caribeño, el nivel de desarrollo logrado por la
Isla complementaría los esfuerzos de la integración
regional en la perspectiva de lograr una postura
coordinada, para lograr espacios de relativa autonomía
en el contexto hemisférico frente a la hegemonía
norteamericana.
Reflexiones finales
La definición de las fronteras marítimas, el
establecimiento del sistema de bases militares
norteamericanas en la región y la articulación del sistema
interamericano han estado presentes en el Caribe desde
la II Guerra Mundial. En los años 90, a la luz del nuevo
contexto internacional, se han reestructurado los
sistemas de defensa, redefinido los roles y funciones,
reasignado las tareas y rediseñado los esquemas de
seguridad, en la perspectiva de la defensa coordinada de
los intereses norteamericanos.
Los problemas que plantea a la seguridad y soberanía
caribeñas la aplicación del poder supranacional
intervencionista, son esenciales para establecer las
definiciones de un sistema de seguridad colectivo en el
que los intereses de los estados y la identidad nacional
sean considerados equilibradamente.
Es evidente la disposición de Cuba al diálogo
internacional en lo que se refiere a temas vinculados con
la seguridad. La creación de un escenario propicio al
entendimiento mutuo —tanto en el terreno de las
relaciones bilaterales como en el ámbito multilateral—
pasa por la adopción de medidas de confianza, que son
un elemento fundamental en el desarrollo de un espacio
hemisférico realmente seguro.
En general, tanto para Cuba como para el conjunto
del Caribe, valdría la recomendación de que «para evitar
futuras crisis, los adversarios potenciales deben tratar
de comprender de qué forma serán interpretadas sus
acciones por otros».48 Entre vecinos que comparten una
misma frontera, esta parece ser una lección fundamental.
Notas
1. P. Sutton, U.S. Intervention, «Regional Security and Militarization in
the Caribbean», en A. Payne y P. Sutton, eds., Modern Caribbean Politics,
Baltimore/London: Johns Hopkins University Press, 1993: 277-94.
70
El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima
19. E.S. Furniss, Jr., ob. cit.: 387-9.
2. Almirante Albert T. Mahan, The Interest of American Sea Power, Present
and Future, Boston: Little Brown, 1988. Sus presupuestos influyeron
muy directamente en la Doctrina Monroe y siguen siendo la base última
de la estrategia norteamericana y de su proyección como potencia
marítima.
20. Los Estados Unidos intervinieron en Guatemala en 1961, intentaron
invadir a Cubapor Playa Girón, desestabilizaron el gobierno de Guyana
entre 1962 y 1964, invadieron República Dominicana en 1965, apoyaron
el golpe militar en Chile en 1973, desestabilizaron Jamaica entre 1975 y
1976, sometieron a Nicaragua a una guerra durante 10 años, y durante
más de 30 no han dejado de intentar destruir la Revolución cubana.
3. Capitán A.T.Mahan, «The Strategic Features of the Gulf of Mexico
and The Caribbean Sea», Harper’s New Monthly Magazine, octubre, 1897.
21. H.J. Wiarda, Updating US Strategic Policy: Containment in the
Caribbean Basin, [ponencia], Seminario sobre Relaciones
Interamericanas, CEA-LASA, La Habana, julio de 1987.
4. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La estrategia intervencionista
estadounidense hacia el Medio Oriente y en la cuenca del Caribe», Avances
de Investigación, La Habana, Centro de Estudios sobre América, (18),
febrero, 1983; «El conflicto de baja intensidad en el Caribe: la fase
preventiva», en Andrés Serbín ed., Venezuela y las relaciones internacionales,
ILDIS-AVECA, Caracas, Venezuela, 1987: 41-60; y Steven R. David,
«Why the Third World Matters», en S.E. Miller y S.M. Lynn-Jones, eds.,
Conventional Forces and American Defense Policy, Cambridge, Ma.: MIT
Press, 1989: 78-83.
22. En la década de los 80, en el extremo neoconservador nos
encontramos con el Documento de Santa Fe I, que marcará de alguna
manera el retorno y reforzamiento de los parámetros más extremos de
la guerra fría en la cuenca del Caribe.
23. En torno a las percepciones estratégicas entre 1980 y 1990, véase
David Ronfeldt, «Geopolitics, Security and US Strategy in the Caribbean
Basin» [A Project Air Force Report, prepared for the Unites States Air
Force], Rand Corporation, noviembre, 1983; Thomas H. Moorer y
George A. Fauriol, «Caribbean Basin Security», The Washington Papers
No.104, CSIS, New York, Praeger, 1984; Jorge I. Domínguez, «US
Interests and Policies in the Caribbean and Central America»,
Washington/ Londres: American Enterprise Institute for Public Policy
Research, 1982; M. Foucher, «Le Bassin Méditerranéen d’Amerique:
Approches Geópolitiques», Herodote, Paris, 3r trimestre, 1982; Isabel
Jaramillo Edwards, ob. cit.
5. La política del «buen vecino» formaba parte de un enfoque emergente
hacia el hemisferio occidental. Esto es, una tendencia hacia los acuerdos
regionales, como alternativa a los arreglos globales imperantes hasta el
momento, en el marco de una readecuación de la política exterior hacia
la zona. Véase A. Iriye, «The Globalizing of America 1913-1945», en The
Cambridge History of American Foreign Relations, Cambridge University
Press, 1993; vol. 8: 147-148.
6. Particularmente de las minorías alemanas, italianas y japonesas.
7. Edgar S. Furniss, Jr., «American Wartime Objectives in Latin America»,
en World Politics II, abril, 1950: 373-4.
24. En este contexto el papel de Cuba es considerado esencial. Para dos
enfoques en torno al tema, véase M.C. Desch, «Turning the Caribbean
Flank: Sea-Lane Vulnerability During a European War», Survival,
Londres, 29(6), noviembre-diciembre, 1989: 528-51; Isabel Jaramillo
Edwards, «Cuba and the Caribbean: Perceptions and Realities», en
Conflict, Peace and Development, Londres, P. Figueroa, E. Greene, J.
Rodríguez-Beruff, eds., Macmillan, 1991: 62-78.
8. Este argumento, invocado a partir de sucesivas conferencias, tiene su
hito —después del ataque a Pearl Harbor— en la celebrada en Río de
Janeiro, en 1942, con la subsiguiente ruptura de las relaciones diplomáticas
de las repúblicas americanas, excepto Argentina, con el Eje. En marzo se
estableció el Interamerican Defense Board, en Washington, para diseñar
una estrategia conjunta. A. Iriye, ob. cit.: 195-6.
25. W.M. Arkin y R.W. Fieldhouse, El campo de batalla nuclear,
Barcelona, Ariel, 1987: 136.
9. Para una referencia a la importancia estratégica de Cuba y su valor
extrínseco, véase A.T. Mahan, ob. cit.; G. Fielding Elliot, ob. cit.; W.
McDonald, «Atlantic Security: The Cuban Factor», Jane’s Defense Weekly,
22 de noviembre de 1984; M. Desch, «That Deep Mud in Cuba: The
Strategic Threat and US Planning for a Conventional Response During
the Missile Crisis» en M. Desch, When The Third World Matters: Latin
America and The United States Grand Strategy, Baltimore/London, Johns
Hopkins University Press, 1993: 89-114.
26. «Hay en esta zona más submarinos con misiles estratégicos (SSBN)
que en cualquier otra parte, y todos los SSBN británicos o franceses, así
como casi todos los SSBN norteamericanos, patrullan por el Atlántico.
En cualquier momento hay dos o tres SSBN soviéticos en las aguas
abiertas del Atlántico central, a la altura de las costas norteamericanas,
cerca de las Bermudas.» W.M. Arkin y R.W. Fieldhouse, ob. cit.: 135.
27. Almirante W. McDonald, «Status of the Atlantic Command»,
Statement before the Senate Armed Services Committee, 98º Congreso,
2ª sesión, febrero 23, 1984.
10. La idea de instalar una base militar en Nicaragua volvió a cobrar
auge en la década de los 80.
11. Para una discusión en profundidad de estos principios, basados en
Clausewitz, véase G. Fielding Elliot y R. Ernest Dupuy, If War Comes,
Londres: New York: Macmillan, 1937.
28. Almirante W. McDonald, ob. cit.
29. Estos argumentos un tanto absurdos son los que han sido esgrimidos
desde los departamentos de Estado y de Defensa. En términos de
realpolitik, Cuba no representa una amenaza real para la seguridad de
los Estados Unidos. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La seguridad de
Cuba en los 90», Sociológica, México, DF, 9(25), mayo-agosto, 1994:
125-48 y Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(21), enero-junio,
1994: 139-58. En inglés, en Security Problems and Political Economy in
the Post Cold War, Londres: Jorge Rodríguez Beruff & Humberto García
Muñiz, eds., Macmillan, 1996.
12. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 111-2.
13. En esta etapa fue cuando se discutió la cuestión del trueque de las
Filipinas por las Indias Occidentales británicas. G. Fielding Elliot, ob.
cit.: 59.
14. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 116.
15. En los años 90, el enfoque será el enfrentar dos conflictos regionales.
Véase National Security Strategy, Washington, D.C.: The White House,
febrero, 1995.
30. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «Cuba and the Caribbean.
Perceptions and realities», ob. cit.
16. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 119.
31. Isabel Jaramillo Edwards, «El conflicto de baja intensidad en el
Caribe: la fase preventiva», ob. cit.
17. A.T. Mahan, Naval Strategy, citado por G. Fielding Elliot: 140.
32. J. Cirincione y L.C. Hunter, «Military Threats, Actual and
Potential», en R. Leiken, ed., Central American: Anatomy of a Conflict,
New York: Pergamon Press, 1984: 173-92.
18. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 154-6.
71
Isabel Jaramillo Edwards
42. Este comando tenía a su cargo las operaciones navales contra la URSS.
Con el fin de la confrontación este-oeste, las tareas de LANTCOM se
han reorientado y, además de sus tareas dentro de OTAN, ha asumido
nuevas responsabilidades, como entrenamiento conjunto, apoyo a las
operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, despliegues durante
crisis y desastres naturales, entre otros. Algunos autores plantean la
posibilidad de que el LANTCOM, como único comando conjunto con
base en el continente, aumente sus responsabilidades en el hemisferio
occidental, si es que asume las tareas del Comando Sur (SOUTHCOM).
Otra tendencia es la de trasladar este último al Estado de la Florida.
33. Véase en este sentido H. García Muñiz, Boots, Boots, Boots:
Militarization, Intervention and Regional Security, 1986.
34. Se formó en junio de 1981 y agrupó a Antigua y Barbuda, Dominica,
Granada, Montserrat, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, y San Vicente y
las Granadinas. El Memorándum fue firmado el 29 de octubre de 1982,
por Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Santa Lucía y San Vicente
y las Granadinas.
35. Ambas instancias aportaron un mandato para la defensa colectiva y la
preservación de la paz y la seguridad. Desde 1985, a partir del Ejercicio
«Palma Exótica», auspiciado por los Estados Unidos, el entrenamiento,
tanto de las fuerzas de defensa como de la policía, ha sido sistemático. En
1986 se sumó el Reino Unido y se acordó establecer instalaciones de
entrenamiento en Antigua y Barbuda y Barbados. También se elevó la
capacidad de las instalaciones de entrenamiento, ubicadas en Antigua
con una donación de USD 8 millones de la administración Reagan.
43. La variedad geográfica característica de la región facilita áreas para
cursos de entrenamiento en la selva, como en Guyana; Dominica aportaría
entrenamiento de montaña y Jamaica y Trinidad y Tobago pueden hacerlo
sobre su vasta experiencia en operaciones de seguridad interna.
CANSEC´93, Puerto España, Trinidad: 6.
44. CANSEC´93, Puerto España, Trinidad: 10, punto 34.
36. Sobre las bases militares de los Estados Unidos, véase Isabel Jaramillo
Edwards, «El sistema de bases militares norteamericanas en la cuenca del
Caribe», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 8(16), enero-junio
1991: 87-105.
45. Participaron el General J.J. Sheehan, comandante del Comando del
Atlántico (LANTCOM) de los Estados Unidos, y representantes militares
de Haití, Belice, Antigua y Barbuda, Barbados, Jamaica, Bermudas,
Trinidad y Tobago, Santa Lucía, San Kitts y Nevis, San Vicente y las
Granadinas, además de observadores militares y policías de Canadá,
Francia, Holanda y el Reino Unido. Véase Listín Diario, República
Dominicana, 21 de marzo de 1995.
37. Desde el punto de vista de la seguridad nacional de Cuba, los factores
fundamentales son la viabilidad económica y el mantenimiento de la
unidad y el consenso interno que garanticen la consecución del proyecto
de justicia social de la Revolución en esta etapa. La reinserción de Cuba
en la economía internacional pasa —en el ámbito caribeño— por su
participación en la Asociación de Estados del Caribe (AEC) y se le abre
un espacio a partir de la creación de la Comisión Conjunta CubaCARICOM y el incremento de las relaciones bilaterales con los países
del área.
46. El General Sheehan, comandante del LANTCOM, anunciaba en mayo
de 1995, conjuntamente con Janet Reno, fiscal general de los Estados
Unidos , los acuerdos migratorios entre Cuba y los Estados Unidos. A
partir de estos acuerdos, LANTCOM, bajo cuya esfera de control está la
Base Naval de Guantánamo —instalación que atenta contra la soberanía
de la Isla— y el Servicio de Guardacostas, tendrán que asumir las
operaciones de reintegración de los emigrantes ilegales cubanos a la Isla.
38. Sobre el sistema interamericano, véase Ana Julia Faya, «La
modernización de la OEA: hacia nuevos mecanismos de seguridad
hemisférica», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(21),
enero-junio, 1994: 30-43.
47. En el caso de
siendo importante
punto de vista de
seguridad de Cuba
39. Véase, en este sentido, Ivelaw Ll. Griffith, The Quest for Security in the
Caribbean: Problems and Promises in Subordinate States, M.E. Sharpe, 1993.
Europa, siguiendo la lógica geopolítica, Cuba sigue
para Rusia, como plataforma económica y desde el
su seguridad. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La
en los 90», ob. cit.
48. A Schlesinger Jr. recoge esta idea expuesta por R. McNamara en una
reunión sobre la Crisis de Octubre realizada en La Habana en 1992.
Véase «Four Days With Fidel: A Havana Diary», The New York Review,
26 de marzo de 1992: 22-9. Véase también Rafael Hernández, «Treinta
días: las lecciones de la Crisis de Octubre y las relaciones cubanas con los
Estados Unidos», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 8(16),
enero-junio, 1991: 3-25.
40. H. García Muñiz, La estrategia de los Estados Unidos y la militarización
del Caribe, Río Piedras, P.R.: Instituto de Estudios del Caribe, 1988.
41. Véase el texto del Mayor General R. O´Mara, «Opening Remarks»,
Ninth Caribbean Island Nations Security Conference, Puerto España,
30 de marzo de 1993. También participaron las fuerzas de defensa del
Caribe anglófono, las RSS; la República Dominicana y también
representantes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia,
Holanda y Venezuela. Esta conferencia ha tenido lugar solo tres veces en
el Caribe; en 1992 se celebró en Kingston, Jamaica. Véase «PM: Less $$
for WI Security», Trinidad Guardian, 31 de marzo de 1993: 3. Citado
por H. García Muñiz y J. Rodríguez Beruff, «US Military Policy Towards
the Caribbean in the 90s», The Annals, 1994.
©
72
, 1996.
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
no. 6: 74-85, abril-junio, 1996.
La música
y el mercado
Alberto Faya
Radamés Giro
Jorge Gómez
Jesús Gómez Cairo
Harold Gramatges
Humberto Manduley
Víctor Torres
Guille Vilar
Alberto Faya (moderador): Tenemos el privilegio de vivir uno de los momentos más
fecundos de la música en nuestro país, cuando los jóvenes creadores producen un arte
nacido de las esencias nacionales; y cuando, a la vez, diversas manifestaciones confluyen
en el caudal generado por nuestros artistas más representativos. Aquellos sonidos que
nos llegan de afuera se combinan y enredan en esa fronda de la que Fernando Ortiz
hablara tanto y con formas novedosas. Así ha sucedido con nuestros géneros musicales
—el son, la guaracha, el mambo, la rumba. Sin embargo, nuestra realidad histórica
también nos ha ubicado entre los países dependientes, lo que implica una herencia
colonial, de la que, a pesar de la Revolución, no nos hemos desembarazado del todo.
Uno de los grandes retos que Cuba ha tenido siempre ha sido el de superar el status
colonial. Esto solo es posible, entre otras medidas, mediante el ejercicio de una libertad
creativa que tenga sus fuentes nutricias en aquella parte original de la nación; no puede
surgir una verdadera creación atada y definida por la industria de consumo. No podemos
alcanzar una libertad plena, sin ejercer a plenitud, también, la creatividad.
La más genuina música cubana ha existido siempre en oposición a un modo de ser
definido ahora por el poder neocolonial, el cual se ha encargado de «orientar» el gusto
de la población para que se ubique dentro de las corrientes fundamentales del consumo
musical a nivel mundial.
Detrás de términos como desarrollo o progreso, se enmascara un buen comercio
artístico que produce fórmulas elementales y esquemas para una gran cantidad de
productos musicales; y, con ello, contribuye a la minimización de la influencia de
aquellos factores populares que garantizan nuestras más saludables transformaciones.
74
La música y el mercado
Un buen agente de esta alienación han sido los medios masivos de comunicación. La
gran revolución industrial que ha significado la conservación y reproducción del sonido,
apunta hacia el desarrollo de los monopolios industriales que controlan la distribución
sonora a nivel global y reducen una parte de la música de nuestro pueblo al término de
música alternativa. Hablo de aquella parte que afortunadamente ha sido grabada, pues
existe también una enorme masa musical que va pasando diariamente al olvido con la
muerte de las generaciones que la han cultivado. El proceso de discriminación que ha
afectado a esa producción popular, hermosa y genuina, va ocurriendo ante de todos
nosotros, con nuestra complicidad o con la ayuda de una ingenuidad inculta.
Lo brutal de los procesos de dominación y de movilización cultural es que se
llevan a cabo dentro de nosotros mismos, amparados en la inviolabilidad de lo que se
llaman gustos personales; gustos que defendemos a toda costa, sin darnos cuenta, muchas
veces, de cómo han sido creados. Esos gustos están insertados dentro de la cultura a la
cual pertenecemos; porque, independientemente de que existe una cultura individual,
también el conjunto de valores adquiridos, su producción, su manera de conservar su
patrimonio y su psicología, constituyen una cultura específica. Para los grupos sociales
cubanos más humildes la música ha sido de vital importancia; no solo para aliviar las
circunstancias en las que se desenvuelven sus vidas, sino para mantener la cohesión del
grupo social y hasta para elevar sus valores dentro de la escala social establecida y por
esa vía superar los marcos económicos de su clase.
El desarrollo de una industria masiva de la música ha creado las condiciones para
«el salto» y en él se han visto envueltos numerosos músicos nacidos en el seno de la
población. El costo de este salto se ha pagado siempre culturalmente. Cuando el portador
sale de las entrañas del pueblo, tiene que adaptar sus valores, su experiencia y creatividad
a los requisitos de la industria. La historia de la música popular contemporánea recoge
procesos de estandarización implícitos en toda producción a gran escala, pero también
algunas formas de evadirse de ello y abordar lo que la cultura original exige. ¿Qué son
las descargas entre los músicos cubanos, sino una manera de acercarse a la otra música,
al verdadero y sincero proceso de creación y discusión, lejos de las ataduras de las
exigencias mercantiles?
Pero la voracidad de los intereses lucrativos ha invadido hasta estos espacios privados.
Este dilema históricamente ha constituido uno de los grandes dramas de los músicos.
Afortunadamente, una de las características del genio creador ha sido siempre la de
saberse mover con éxito en ese campo tan difícil. Sin embargo, con el tiempo la
definición de ese éxito se complica más, pues tiende a relacionarse con cifras de ventas
de grabaciones, cantidad de personas que asisten a los conciertos, frecuencia en las listas
de éxitos de las estaciones radiales o revistas especializadas, o con la cotización de las
presentaciones del artista en cuestión, por solo citar algunos ejemplos.
En el caso de los músicos que viven en los países dependientes, el éxito también
puede significar el ser aceptado como bueno por la cultura dominante metropolitana,
aun cuando esto implique concesiones estéticas. La gravedad del problema consiste en
que muchos de los mecanismos con que la sociedad contemporánea cuenta para
preservar la obra de los músicos están estrictamente vinculados con la política de las
grandes compañías grabadoras y con los grandes centros de promoción y difusión; lo
que se hace mucho más agudo en el caso particular de Cuba debido al bloqueo a que
está sometida.
Lo preocupante es el modo en que las políticas comerciales promueven la idea de
que la medida del éxito está dada por el nivel de excelencia en el trabajo artístico, con
igualdad de oportunidades para todos aquellos que alcancen altos resultados cualitativos,
sea cual fuere el tipo de música que cultiven. Esto pudiera parecer coincidente con una
de las características fundamentales de la política cubana en lo que respecta a la cultura
artística: el estímulo a la creación genuina como fundamento de los valores socialistas
revolucionarios. Pero este principio ha entrado en contradicción con el creciente avance
de los mecanismos comerciales y estandarizadores, lo cual no solo constituye un peligro
para la música, sino para la cultura, que se nutre de su esencia creadora.
75
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
De las soluciones revolucionarias de estas contradicciones depende mucho nuestro
futuro. En ese proceso los músicos tienen un papel muy importante, de manera que
les propongo empezar nuestra discusión por el examen de estas cuestiones.
Guille Vilar: De las cosas que tú dijiste, lo que más me preocupa es la honestidad
creativa. Yo no pude disfrutar en su momento, porque no tenía edad, de la música de
antes del 59. Y me pregunto, ¿cuáles eran los patrones que existían antes, en la realización
de los discos, para juzgar la calidad de las piezas, para determinar el repertorio de las
agrupaciones? Porque ahora hay obras ordinarias, sin un buen texto, sin una buena
música que se difunden por la televisión y la radio; y uno se queda prácticamente
perplejo. Las agrupaciones que se divulgan responden a esas características, a los
requisitos de la industria de que tú hablabas. Los parámetros de calidad se van a guiar
por la capacidad de esas agrupaciones para reunir cierta cantidad de moneda libremente
convertible.
Me pregunto en qué medida las empresas productoras cubanas pueden influir en lo
que hace un grupo. Me han dicho que muy poco; si acaso alguna sugerencia. Entonces,
¿en manos de quiénes estamos? ¿Quién puede evitar que se difundan esas obras?
Radamés Giro: Creo que todos estamos pensando en lo que están haciendo los
llamados salseros cubanos. El maestro Harold Gramatges, que sabe más que todos
nosotros, puede contarnos cómo se manejaba esto en el pasado. Antes del año 59
existía una política, que se llamaba de ética radial, o algo así, a la que todo era sometido.
En el gran monopolio de la salsa que dirige Ralph Mercado en los Estados Unidos,
hay un departamento de literatura donde todos los textos que se van a cantar o a
grabar son analizados y este departamento puede vetarlos. En el caso nuestro, en aras
de una gran libertad, prácticamente todo el mundo hace, dice, escribe, compone,
armoniza, como le parece, sin que haya ningún tipo de freno.
En relación con la salsa —y aclaro que no me opongo a la salsa—, quiero decir algo.
En primer lugar, todos recordamos que en Cuba la salsa fue rechazada prácticamente
por todos los sectores. Incluso los propios cubanos que viven en los Estados Unidos
defendían el criterio de que la salsa era música cubana de los años 40 y 50 actualizada.
Posteriormente, se asumió la salsa acríticamente y no se tomó lo mejor de los grandes
salseros. Esto es contradictorio, pues el músico cubano actual tiene una gran formación
musical, una cultura, un dominio de su instrumento, sabe lo que hace, por qué y hacia
dónde puede ir lo que hace. Y yo me pregunto, ¿para qué sirve todo esto si no se pone
en función de la calidad de la letra, de la factura, del acabado, desde el punto de vista
estrictamente musical?
Sin crear ningún tipo de camisa de fuerza, hay que atajar esta deformación de
alguna manera, y atajarla en discusiones, aunque estas no siempre son aceptadas. No es
fácil que los músicos acepten una opinión contraria; cuando algún periodista hace
algún tipo de crítica, lo asumen como una ofensa personal. Por otra parte la crítica es
poca. La radiodifusión divulga todo indiscriminadamente; y los investigadores
musicales, los musicólogos, los músicos que tienen una formación, prácticamente no
tienen ninguna función dentro de nuestros medios masivos. Los programas a veces los
hacen los locutores, quienes enaltecen a algunos autores y a otros no, quién sabe por
qué motivo.
Por su parte, la prensa plana a veces hace una alabanza total, donde todo es bueno;
o bien no dice absolutamente nada, que es lo más frecuente y lo peor. En la radio y la
televisión todo el mundo se viste y se presenta como le parece, y yo, como espectador,
en mi casa, no puedo ejercer mi derecho a ver a los artistas vestidos de manera adecuada,
y no como si estuvieran en la playa, con la gorra virada para atrás y todos esos atavíos
que son una forma de llamar la atención. Estamos en el peor momento de una etapa
parecida a lo que alguna vez se llamó el «sistema de estrellas». Todos resultan ser
genios, supertalentos, etcétera.
76
La música y el mercado
Aquí hubo muchas polémicas en los años 60, en relación con la música de
vanguardia, la música sinfónica, que eran muy serias, y con debates muy
interesantes. Hoy en día no existe ese debate, en este caso acerca de la música
popular cubana.
Jesús Gómez Cairo : Entre los músicos creadores, entre los estudiosos, los
promotores, los difusores, hay un lógico interés por la música popular, que se
proyecta desde distintos ángulos, como un componente de la cultura musical cubana.
Relacionada con el fenómeno salsa —contra el cual, como Radamés, tampoco
tengo nada— se encuentra la base del desarrollo de la música popular en general,
incluso de la música de concierto. Si recordamos la revolución que significó para
el sinfonismo cubano el llamado cubanismo, que tuvo su punto de partida en la
obra de grandes compositores como Caturla y Roldán y sus seguidores, vemos
que a partir de ahí se inició una cadena interminable en la evolución de la música
culta en Cuba, que, al analizarla, se comprueba que en su base están presentes
aquellos elementos que parten de la música popular bailable que los compositores
estilizan y convierten en factores expresivos de otro orden, con otro lenguaje,
otro sistema de comunicación. Estoy simplificando un proceso sumamente
complejo. Este proceso tuvo una significación grande. Dar la espalda a la música
bailable es darla a la música cubana; como lo sería dársela a la cancionística, sin la
cual no hay desarrollo de nuestra música. Porque la música bailable tiene muchos
elementos de carácter armónico, un sentido natural diferente del contrapunto, de
la utilización de la forma, la incorporación de las formas abiertas a las formas
cerradas de la música de concierto, que se puede ver, por ejemplo, en una obra
como La rumba, o en muchas otras, durante y después del movimiento folklorista
de la primera etapa.
No hay que obviar ese aporte de la música bailable. Ahora bien, de lo que se
está tratando aquí no es tanto de la música bailable en sí, sino de su difusión. Se
trata de determinar en qué medida la difusión de la música bailable tiene un relativo
equilibrio, y no quiero decir equidad, pues en el arte no puede haber equidad. Es
un hecho genuinamente individual, donde el artista individualmente crea la obra,
la proyecta, le impone un sello. No hay democracia. La cuestión está en que esa
individualidad sea capaz de captar un numeroso espectro de ideas, sentimientos y
expresiones. Pero en el proceso difusor sí tiene que haber democracia.
Ahora bien, la cuestión que se debate, no solo tiene que ver con el criterio del
consumo. Está presente por una parte, el arte de consumo que imponen ciertos
medios de comunicación, sobre todo en las grandes metrópolis, las grandes
transnacionales. Y está el arte de consumo que impone el propio público con su
gusto, y que no se puede dejar de tener en cuenta —no para seguir sus dictados al
pie de la letra, sino para considerarlos desde el punto de vista de una educación
recíproca. Hay que partir de cuáles son los parámetros y objetivos que esa masa
tiene como propios; de lo contrario, en la educación —o en el intento de educación—
se produce rápidamente una dicotomía entre el público y lo que queremos
promover.
La información sí tiene que ser democrática. No se puede informar solo acerca
de lo que gusta; la divulgación tiene que considerar todo lo que existe y tiene
valor. Pero no a partir de una lógica predeterminada. No puedo formarme un
criterio sobre lo que no es bueno si no se me informa. Es necesario informar de
todo, y que se decante a través de varios procesos. Uno de estos es el del gusto del
público y su reacción; otro es uno que aquí se ha perdido, el de la crítica profesional.
Entonces, de lo que se trata no es de la música bailable o de la música moderna.
No se trata de analizar la música bailable por separado, sino de compararla con los
otros géneros, y de la necesidad de que haya un proceso más democrático de la
información que se brinda sobre toda la música, más extenso y profundo, menos
77
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
determinado por el criterio de un programador, un radiodifusor, o un realizador
de programas musicales. Que se pronuncie el público, la crítica y los profesionales.
Víctor Torres : Quiero hablar sobre el tema de música y masividad. En primer
lugar, no solo por el hecho de llevar la música a la televisión estamos provocando la
masividad, sino que tenemos que encontrar fórmulas estéticas adecuadas para hacerlo.
Por otro lado, está el fenómeno de lo nuevo dentro del contexto de la música, que no
encuentra eco en todas las emisoras radiales o en todos los programas. Cuando en el
programa que yo hago en la televisión presentamos algo nuevo, alguna agrupación
nueva o algún músico nuevo, estoy siempre corriendo el riesgo de que los demás,
inmersos en otros asuntos de promoción de fórmulas baratas, no continúen esa línea.
Por otra parte, están los repetidores de música inconscientes. Son aquellas personas
que se encuentran a pie de tarima, en algunas provincias, repitiendo horas y horas de
música sin saber de difusión musical, estableciendo patrones que muchas veces no son
nacionales, pero por fuerza de repetición se convierten en nacionales. Se mata así lo
más genuino de agrupaciones que se encuentran muy distantes de la capital. Cada vez
que estas agrupaciones suben al escenario empiezan a ejecutar música a la usanza de lo
que peor suena en el centro de la capital como única forma para hacer bailar, como
única forma para recibir el aplauso.
Mi programa me ha permitido conocer la interioridad de la música y de los músicos.
Pienso que el fenómeno radial y la presencia en Cuba de firmas productoras, de casas
discográficas, han influido grandemente en el gusto de la población, en la dinámica de
hacer la música. Y también ha contribuido a este cambio, en muchos casos, la dinámica
de producir y dejar plasmado en discos compactos el acontecer de nuestros días. Por
otra parte, se perdió cierta coherencia, pretendida por algunos difusores, en cuanto a
tratar de darle una imagen sonora inusual al acontecer de la música popular general.
El fenómeno de la música popular cubana, en alguna medida, provocó —como una
necesidad, en un momento determinado— un cambio en los patrones estéticos en el
ámbito social. Yo fui testigo de la decadencia de la música popular ligera, y, para
suerte de nosotros, algunos representantes de esa decadencia se fueron del país.
Por otro lado, fuimos muy lejos con la música de vanguardia, en especial en lo que
toca a la nueva trova. Pero llegó un momento en que a la fórmula de la nueva trova le
faltaban luces, movimiento escénico, toda una serie de resortes que estaban incidiendo
en su imagen dentro de los medios de difusión.
La nueva floración del arte musical —aunque en una etapa de crisis económica— se
dio mediante la música popular bailable. En una etapa determinada, esta se convirtió
en el arte de la masividad. No quiero decir que no existiesen espacios para pensar o
música para la reflexión. Lo que pasa es que el abuso en cuanto a la promoción de la
música popular en los medios de difusión, y la falsa expectativa creada como fórmula
para elaborar programas de salsa, han estado provocando un proceso de negación, de
rechazo en parte del público. Uno de los mayores retos que tienen en estos momentos
los medios de difusión radica en la necesidad de alcanzar una proyección estética de
vanguardia. No se puede pretender, por ejemplo, que la gente disfrute un programa
de boleros, si estéticamente corresponde a patrones de los años 60 o de los 70. Cuando
nosotros vemos a José Carreras o a Luciano Pavarotti en un concertazo de esos
gigantescos, tocado en Milán, nos llegan envueltos en una fórmula escénica y televisiva,
acorde al espectador de nuestros días. Nos hemos olvidado de que el gusto del espectador
ha avanzado junto con los medios de difusión. Cualquiera en este país ya tiene un
disco compacto. Y a veces pretendemos hacer a la gente bailar, por ejemplo, como en
el Paseo del Prado, con tres trompetas, de esas metálicas del carnaval.
También la televisión necesita de la evolución estética y la evolución sonora. Hoy
no se ejecuta en la televisión música digital; entonces, cuando llega el grupo Moncada
con un disco grabado en Italia, la gente dice: ¡Qué bien suena Moncada! Y tienes a uno
que viene de Las Tunas, con una camisita, que puede hacer un son tradicional muy
78
La música y el mercado
bueno, pero que estéticamente no está a la altura ni en presencia ni en sonoridad. Yo
he estado entre los que sacaron la Charanga Habanera a la palestra nacional, con traje
y corbata, y de la noche a la mañana me regresaron de no sé dónde con gorritas viradas
hacia atrás. Lo que pasa es que cuando la Charanga rebota, después de haber sido
trasmitida tantas veces en la radio, y vuelve a mi programa en la televisión, ya viene
transformada en un fenómeno social de amplitud. En estos momentos es la radio,
muy por encima de la televisión, la que tiene la responsabilidad en los códigos de
comunicación.
Yo siempre pienso en cómo hacer para llegar a la gente. Y también corro el riesgo
de que, cuando presento en mi programa un artista genuino, la gente apague el televisor;
porque hemos deformado el gusto y no hay espacio para lo nuevo dentro de los
medios. No existe un mecanismo coherente de lanzamiento de nuevas figuras. Yo
podría presentar al trovador más importante de Cuba, atendiendo a valores musicales,
poéticos; pero si no se hace coherentemente, al otro día nadie lo pone en la radio, o la
gente apaga el televisor o se va a ver otra cosa que no tiene nada que ver con la promoción
de figuras.
¿Cómo hacer para que, dentro de las normas de la estética el espectador amplíe su
espectro en lugar de reducirlo? Hoy los programas televisivos son sectarios, no
solamente por problemas de cultura, sino por seguir fórmulas muy baratas de hacer
televisión. Pienso que ha habido facilismo en la fórmula de hacer televisión y radio.
Harold Gramatges: Podríamos pasar muchas horas y hasta días enteros hablando
sobre todos los problemas concernientes a la música popular. Desgraciadamente,
respecto a la música culta no hay material para encender una buena discusión. ¿Por
qué? Por la ausencia desdichada de este mundo tan suculento, importante y vigente,
en los medios difusivos. Yo soy jefe de cátedra de esos tremendos talentos que hay en
el Instituto Superior de Arte. Y donde quiera que van, y se presentan con una obra,
vienen con un premio, con un aval, a la altura de lo que estamos consiguiendo en el
terreno del deporte. No quiero en ningún momento confundir las cosas; por suerte el
deporte es naturalmente masivo, ha estado bien encaminado, organizado. Pero cuando
voy a reuniones internacionales y me preguntan a qué se debe el triunfo, la vigencia
del talento musical serio, tengo que hacer entonces referencia al deporte y decir: los
deportistas de mi país no son más inteligentes, ni más fuertes, ni más hábiles, tal vez
están menos bien alimentados que los deportistas de otros países, pero hay un sistema,
una organización, un cuidado; y hemos resuelto el problema, sin lo cual no hay atletas,
es decir, vigilamos la posibilidad, la capacidad, el incentivo del niño, y desde ese
momento lo sustraemos de esa masa infantil, lo cultivamos, lo cuidamos, lo
organizamos, y cuando pasan los años y van a una competencia internacional, son los
campeones mundiales, gracias al sistema.
Nosotros tenemos el mismo sistema organizado para la educación artística. Salen
inclusive grupos de compañeros técnicos a recorrer el país, de Maisí a San Antonio,
montañas, llanos, a buscar el talento. No estamos esperando que el talento nos llegue,
salimos a captarlo, a descubrirlo, y después lo traemos, lo organizamos, lo educamos
y, claro, cuando van a un concurso internacional, a una competencia, vienen con
premios importantes.
Aludiendo a la divulgación, nada de esto siquiera se conoce. Todo el mundo sabe
más o menos quién es Portocarrero, Mariano, Amelia Peláez. Pero no hay la más
mínima idea del compromiso que tiene la historia de la cultura de este país con la
música culta. Cualquier gran músico cubano puede estar huérfano porque no tiene
divulgación, no se conocen sus conciertos y mucho menos las grabaciones. Cualquiera
de nosotros puede salir de aquí y hablar de lo que pasa con la pintura y la literatura;
todo el mundo tiene un libro en la mano, pero nadie puede acudir a un disco, nadie
puede encender un radio para oír qué pasa con esa otra música «extraña», «rara». No
hay derecho a decidir sobre ella —si gusta o no gusta— a priori. Si algo no se prueba, y
79
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
no se enseña a apreciar, no se puede saber si gusta o no, no se da la oportunidad
siquiera de que a algunos les guste y a otros no. Aunque este sea generalmente un arte
elitista, hay una falta de equilibrio en la difusión, como se ha dicho antes. En este país,
últimamente se han celebrado dos festivales internacionales de coros a los que han
asistido agrupaciones de todas partes del mundo. El movimiento coral de esta islita es
impresionante. ¿Dónde se trasmite un programa de coros? ¿Quién ha visto un cuarteto
de cuerdas o una orquesta sinfónica en la televisión? Los pocos programas que existen
no hacen otra cosa que repetir a los Pavarotti sin descanso.
En cuanto a la música popular, tenemos una cantidad de músicos con una capacidad
de primera, que pudieran estar haciendo cosas bellas. Ha ido bajando la calidad, eso es
indiscutible. Hablando de los textos, estos toda la vida han tenido su malicia, su picardía;
se trata de una característica idiosincrásica nuestra. Somos maliciosos, nos gustan las
cosas de doble sentido, somos así. Pero no hay que llegar al grotesco. El problema es
de balance.
En el mundo, las grandes empresas están contratando a compositores de gran talento
—sobre todo gente joven—, poco conocidos, que pueden armar una obra sinfónica
para grabarla por una buena orquesta, donde de momento aparece el ritmo popular,
un poco de jazz, sin nada sustancial, todo eso con vistas al comercio, ese gran monstruo
del siglo XX. En la medida en que se ha desarrollado todo el fenómeno de la tecnología
y los medios de difusión masiva se han ido ampliando, ello ha traído como consecuencia
el consumo, la imposición de un gusto. Es necesario sanear este fenómeno, pues al
menos nosotros, los cubanos, somos aquí los dueños de los medios. Es lo que discuto
con los compañeros dirigentes de la radio y la televisión. Si todavía los capitalistas
fueran los dueños, podrían disponer. Y aquí contamos con criterios, con conocimientos
técnicos, con una conciencia de pueblo, y de que hay un pueblo al que hay que
alfabetizar, que educar culturalmente.
Jorge Gómez: Me interesa mucho lo que dijo el maestro Harold y me satisface mucho
haber escuchado a Víctor, que es una persona muy metida en el mundo de la música
popular. Como bien decía él, la sensibilidad contemporánea también tiene sus leyes.
Vivimos en un mundo en el cual pretendemos, cada día más, insertarnos. Nosotros
no hemos querido apartarnos del mundo, sino que nos han apartado; y en la misma
medida en que estamos insertándonos nuevamente en él, no nos queda otro remedio
que estudiar, comprender, utilizar lo que el lenguaje internacional ha generado en
cuanto a sensibilidad —lo cual no quiere decir usar todos los mecanismos, que pueden
ser incluso nocivos. Se trata de que los lenguajes internacionales, la sensibilidad
posmoderna, por decirlo de alguna manera, dan un caldo de cultivo, un medio, y la
gente más joven, que es la mayor consumidora de la música, tanto en el disco, como
en la televisión y en los conciertos, tiene la propensión a identificarse con ese medio.
Determinado tipo de música, la llamada música culta o seria, o de concierto, también
tiene diferenciaciones; alguna se oye más que otra. Lo mismo pasa con la música popular,
el jazz se oye un poco menos, la nueva trova se oye más, y mucho más la salsa.
Nosotros, los que somos creadores o difusores, tenemos un gran reto. Nosotros somos
parte de una sociedad que ha creado un conjunto de mecanismos, de instituciones, de
escuelas. Con esto no estamos creyéndonos el ombligo del mundo, pero nuestro país
puede que sea el país más culto del Tercer mundo. Hemos llegado a eso gracias a un
desarrollo que no es solo institucional, sino que ha tenido que ver con todo el
autodesarrollo de la cultura. Esto se relaciona con el otro problema de que venimos
hablando. Estamos viviendo en un mundo donde, cada vez más —y esto es lamentable,
maestro Harold—, el comercio adquiere un mayor peso a nivel global.
Tengo la impresión de que en nuestro país ciertas tendencias a la comercialización
no van a desaparecer cuando pase la crisis económica; sino que van a ser el pan nuestro
de cada día. Y si nosotros, los que hacemos televisión, o radio, o música, o discos, no
nos damos cuenta de eso, estaremos encerrados en una campana de cristal. Y como
80
La música y el mercado
dice la canción de Noel Nicola, «afuera el mundo está por estallar, afuera la gente hace
lo suyo por vivir, afuera me están llamando y voy».
A partir de esa filosofía, cualquier otra cosa que discutamos puede estar bien, en el
orden de las buenas intenciones, y puede que exprese lo que ha sido la historia cultural
de la Revolución; pero se quedaría a mitad de camino. Y yo estoy de acuerdo con el
maestro Harold y con Jesús sobre la necesidad de una mayor democracia en este
orden; pero afuera la gente va a seguir haciendo lo suyo por vivir, y va a seguir
existiendo el mercado, la propaganda comercial y todo lo demás.
Uno de los grandes problemas que se planteaban en el último congreso de la Unión
de Escritores y Artistas, incluso en sesiones plenarias, era la relación entre cultura y
turismo. Se hablaba de cómo habría que llevar a los turistas a nuestra propia cultura;
y la gran preocupación era si nuestra verdadera cultura influía en ese proceso o si se
estaba fabricando una pseudocultura para el turismo. Lo que ha pasado en menos de
los tres años transcurridos desde entonces, es que llegamos al momento en el cual el
turismo está dominando la cultura que se está haciendo. La existencia de un desarrollo
turístico determina que los grandes centros en que se presenta hoy la música en vivo,
por ejemplo, tengan posibilidades que no tienen las instituciones de la cultura —que
funcionan en pesos— de producir grandes conciertos y espectáculos que sean, como
fueron en algún momento, focos de gran atracción. Así, las noches de conciertos, en
general, se dan mayoritariamente en grandes o pequeños centros turísticos, donde se
están creando los focos más importantes del desarrollo de determinadas manifestaciones
en la música popular. Porque esa parte de la clientela turística que viene a Cuba, que
no viene buscando las bellezas naturales del país, o la gran cultura que nuestro pueblo
ha creado en más de 36 años de Revolución, sino que —como el turismo en muchas
partes— viene a divertirse, a pasarla bien de determinada manera —que no es la nuestra,
maestro, que no nos dedicamos a recorrer las noches habaneras buscando donde
divertirnos. Esos lugares forman parte importante del desarrollo económico del país,
y para llenarlos hace falta que la gente vaya —aunque el grueso de la población no tiene
moneda convertible, en esa cantidad al menos, para gastarla en esas cosas. Y esta situación
está influyendo muy directamente en lo que está pasando en la calle, en una especie de
teoría estética de la calle. Si uno va al interior del país se dará cuenta de que no pasa lo
mismo en los grandes polos turísticos —como La Habana o Varadero— que en Santa
Clara o Camagüey. Hay una enorme diferencia entre el comportamiento del público
en los lugares donde no hay polos turísticos importantes respecto a aquellos donde sí
los hay. Este es un asunto totalmente extramusical. Harold decía: los medios de difusión
siguen siendo nuestros. Pero, ¿qué nos ha pasado a nosotros? Que aun teniendo
instituciones que están responsabilizadas de dictar, e incluso de ejecutar, la política
musical, por decirlo de alguna manera, no hay, en la práctica, la posibilidad real de
ejercer su función, por lo que no tenemos prácticamente contrapartida. Cuando una
música determinada, como la que hoy llamamos salsa, está de moda, y se pone en los
centros turísticos y en los programas de radio, no existe un regulador real por parte de
las instituciones. En determinados países capitalistas el Estado tiene la posibilidad de
decidir, incluso, a quién se puede comercializar y a quién no. Hay además, mecanismos
estatales que no entran en la competencia y que existen para la defensa del patrimonio
cultural. Las leyes pueden obligar a todas las emisoras de radio y de televisión a tener
determinados programas, y a las casas discográficas a hacer la promoción de aquellos
valores que constituyen patrimonios del país.
En Cuba no existen espacios para la expresión artística que no estén controlados
estatalmente, sea la televisión, la radio, o un hotel. Pero para financiar el arte, el Estado
requiere hacer una inversión en moneda convertible; y esa moneda no se puede recoger
presentando un excelente concierto de los alumnos del maestro Harold, que son glorias
de Cuba. Por eso las propias instituciones culturales de la música tienen que terminar
haciendo programaciones que no son tan democráticas como nosotros quisiéramos,
pues terminarían sin poder pagar la inversión que se hizo para fomentarlas.
81
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
No tengo una solución para esos problemas. Me parece que si aceptamos el reto
que nos impone la vida y queremos ser agentes activos en la transformación de estas
cosas, tenemos que reconocerlas. De lo contrario, podemos decirnos todas las cosas
bellas que querramos oír, haciendo una exposición teórica formidable, pero la vida,
que es muy obstinada, va a seguir por su lado. No basta con denunciar cómo el
neocolonialismo cultural nos avasalla, el mal del comercialismo, y cómo las grandes
empresas de discos imponen determinadas leyes. Nos guste o no, hay que aceptar este
reto y ser más inteligentes que ellos, porque siempre nosotros hemos tenido que ganar
con la inteligencia.
Radamés Giro: Yo no comparto en su totalidad lo que plantea Jorge. También me
quiero referir a algunas cuestiones dichas por Víctor.
Estamos de acuerdo en que enfrentamos un reto; y que en determinados países
—como Colombia— hay estaciones de radio con una programación que es un verdadero
ejemplo; patrocinada por un montón de empresas de discos, de cerveza, de automóviles,
y que presentan todo tipo de música, de toda América Latina y del Tercer mundo.
¿Cuál es el motivo, si nosotros tenemos los medios, para que no podamos cumplir a
cabalidad una de las funciones que tienen la radio y la televisión en cualquier parte del
mundo, que es informar y educar? Ese problema no tiene nada que ver con las
circunstancias actuales, sino que se trata de una deformación de nuestros medios.
Jorge Gómez: Perdona ¿y cuál es la causa de esa deformación?
Radamés Giro: Porque se están siguiendo los patrones del llamado gusto masivo.
Estamos demasiado preocupados por la masividad. La radio, la televisión, el libro, las
modas de la ropa, tienen su historia y existen zonas de interés. Es necesario ir cubriendo
las diferentes zonas de interés o se corre el riesgo de no cubrir ninguna. Puede haber
un sector del público, digamos mil o dos mil personas , que le guste escuchar un
concierto por la televisión. ¿Y por qué no se lo damos? Pues porque hay otro porciento
que apaga el aparato, sin embargo ese es un sector al que yo estoy obligado a atender.
Cuando nosotros publicamos a Lezama Lima sabemos que es un sector minoritario el
que lo va a leer, pero tenemos que publicarlo. Y tanto la radio como la televisión se
dejan arrastrar por lo que supuestamente le gusta a la gente —y que generalmente es lo
que les gusta a los funcionarios, productores, locutores, programadores, directores.
Tengamos presente que el Che alertó muy temprano acerca de esta tendencia. Al
público se le prepara; cuando se va a lanzar una moda de vestir no basta con poner los
vestidos en la vidriera; se hace todo un trabajo de preparación psicológica y de
ambientación, para que la gente acepte eso, lo que los diseñadores quieren imponer.
Esa es la razón por la que se imponen determinados géneros, como la salsa. Tenemos
una responsabilidad social que no debemos eludir, igual que no podemos eludir las
circunstancias ambientales, la realidad circundante a la que Jorge hacía referencia.
Tampoco podemos eludir la responsabilidad de transformar, en la medida de lo posible,
esa realidad que no nos imponen desde afuera, sino que nos la hemos impuesto nosotros
mismos, porque los medios son nuestros y el programa lo hacemos nosotros, no el
imperialismo. Y si efectivamente la gente tiene acceso a todo esto por fuera, nosotros
tenemos que darle la otra cara de la moneda, las dos caras de la moneda, no solamente
una, que es lo que se está haciendo.
Hay un gran sector de la población que quiere oír y ver determinados programas
y no puede hacerlo porque no existen. No solo se trata de la música sinfónica sino de
la música instrumental simple. Mientras tanto la Orquesta Sinfónica de Londres, por
ejemplo, acaba de grabar un disco compacto muy interesante con canciones de César
Portillo de la Luz y otros autores cubanos. Me pregunto por qué lo hace. O Plácido
Domingo, que también grabó un DC con las mismas obras. Porque saben que hay un
sector que quiere oírlas interpretadas por Plácido Domingo o la Sinfónica. ¿Y por qué
82
La música y el mercado
no lo hacemos nosotros? Porque estamos parcializados con lo que está de moda, «lo
que le gusta a la gente». Y no solo con la salsa. En los años 50 se escuchaba a Beny
Moré, a Matamoros, a Chapotín, a Roberto Faz, a la orquesta Riverside, y la radio y
la televisión ponían de todo. Y existía la competencia sana en los bailables, donde
había una diversidad grande para escoger. Ahora solo se trasmiten algunos pocos
programas donde se pone «la música de ayer». Por lo menos estos programas deben
trasmitirse en horarios estelares para que la gente asuma la música también como un
fenómeno de cultura. La música es un fenómeno cultural, no solamente comercial. El
problema es buscar el equilibrio que nosotros nunca encontramos. Si no escuchamos
a Caturla, no podemos echarle la culpa a nadie más que a nosotros mismos, que tenemos
los medios para darlo a conocer. De lo contrario nos van a imponer lo que quieren,
que no siempre es lo mejor.
Jorge Gómez: Por mi parte quiero aclarar que estoy totalmente de acuerdo con lo que
has dicho.
Jesús Gómez Cairo: Comparto todo lo dicho por Jorge y por Radamés. Ahora bien,
es necesario ir deslindando. Hablamos de los medios de difusión de manera muy
general y muchas veces atacamos indiscriminadamente a los radiodifusores y a los
realizadores de programas. Los responsables de la difusión cubana —que no son los
realizadores de los programas— sí tienen que tener muy claro que hay que abrir
opciones, otros campos, y tienen que hacerlo ellos, no esperar a que el realizador tenga
la iniciativa. Hay terrenos en los que se ha avanzado, hay algunos buenos programas.
Pero debe haber otras opciones y programas especializados. Hay que crear espacios
nuevos, buscando una racionalidad de recursos, para que existan programas que puedan
llenar esos espacios, con materiales que no sean enlatados. Esto que estamos llamando
responsabilidad histórica, o responsabilidad social, la tienen que asumir los dirigentes
de la difusión. Es necesario que las instituciones que rentan servicios en divisas puedan
dar recursos a otras cuya función es más cultural.
Humberto Manduley: Aquí se ha hablado bastante de la relación entre la música y
toda esa esfera económica que tiene que ver con el problema del turismo y el mercado.
Yo me preocupo de qué va a pasar con los músicos, con la música y con las obras que
por su carácter elitista, como decía el maestro Harold en algún momento, nunca van
a tener difusión; porque la probabilidad de recuperar la inversión va a ser ínfima.
¿Qué va a pasar con esos que hacen música de concierto, música electroacústica, jazz?
Se están formando muchos jóvenes valores en las escuelas de música; pero luego, al
salir, tienen que formar una orquesta de salsa para poder viajar o tocar en un cabaret.
Toda esa enseñanza y ese talento se desvían. Esos mismos músicos a veces se quedan a
vivir en otros países, aprovechando todo el bagaje teórico y técnico que adquirieron
aquí en la escuela.
Víctor Torres: Hoy en día estamos haciendo televisión para 11 millones de cubanos,
con una programación insuficiente. Carecemos de una crítica especializada en la prensa
plana, como bien decía Radamés. Hay ausencia de soportes alternativos que en otros
países sí existen. Aquí la televisión se convierte en el medio idóneo para todo —y para
los 11 millones. Hablando como realizador, ¿cómo hacer televisión para consumirla
yo mismo? La televisión nuestra es muy pequeña, por el tiempo de trasmisión. La
música en televisión establece patrones y módulos de conducta, escénicos y sonoros,
que se convierten en cliché para futuras producciones, para hacer la música.
Hablando de la música de concierto, de la música de cámara, por así llamarla,
pienso que falta una metodología más dinámica para hacer ese tipo de análisis.
Desgraciadamente no solo se trata de que seamos importadores de videos de la gran
escena de otros países, sino que falta también ser más agresivos al elaborar ese tipo de
83
A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar
música, a la hora de transmitirla. Se requieren otros resortes de información, gráfica,
colores, luz, sonido. Las fórmulas de vanguardia para hacer la música de concierto no
se practican; la forma televisiva se remite a estilos viejos. Hay programas antitelevisivos,
tanto en la difusión de la música como en los programas informativos. A veces
pretendemos informar al pueblo mediante debates, y el esquema con que se hace el
programa es antitelevisivo; y, por tanto, la gente no lo ve. Estamos distanciando de
esas opciones al espectador que quizás nunca en su vida ha ido a un teatro a ver la
sinfónica o la ópera. Para ese individuo hay que trabajar con otro lenguaje. No han
evolucionado las formas televisivas para hacer llegar a las grandes masas alguna que
otra tendencia artística; son viejas las maneras en que a veces pretendemos encauzar las
ideas o los movimientos culturales.
Por lo tanto, pienso que tiene que haber, además de política de difusión, además de
conciencia de difusión, una línea o patrones de cuidado de las formas televisivas, para
que no se nos pierdan ideas buenas en programas malos. No solamente el gusto del
difusor es lo que bloquea la música; es preciso encontrar, o al menos propiciar, las
fórmulas televisivas adecuadas, encontrar a su vez el lenguaje idóneo para hacerlas
asequibles —al menos con esa pretensión— a las grandes masas. De esa manera se pudiera
eliminar el sectarismo o el desbalance que se ha producido entre la música popular y
otros géneros.
Guille Vilar: No solamente es necesario talento, tesón, vocación; hace falta también
inversión. Estoy de acuerdo con que se pongan las cosas en el lugar donde hay que
ponerlas, con la dignidad y la elegancia que hace falta; pero también lo que está sonando
ahora tiene que estar; si no, vamos a volver pasar por la triste experiencia de los años
60. Lo que está sonando hoy debe ser conocido por el televidente nuestro.
En relación con la difusión, no reniego de la responsabilidad que tenemos los
difusores. Pero hay que puntualizar la importancia que tienen las casas discográficas.
Apoyando lo que dijo Jorge, yo lamento que no se haya instaurado una ley en nuestro
sistema musical que programe de alguna manera la ética de determinado tipo de música
o de la música en general. No creo que se deba continuar con una tolerancia
indiscriminada de que cada cual grabe lo que le dé la gana. Hay que preocuparse
porque exista una ética que limite hasta dónde puede llegarse. En todas partes del
mundo hay un límite.
Jorge Gómez: Estoy de acuerdo prácticamente con todo lo que se ha dicho, especialmente
con lo que planteó Manduley: ¿qué va a pasar con los músicos? Creo que nadie lo
puede responder. Como decía Jesús, ese es un problema, sobre todo para los que
tienen que dictar una política —y la política no necesariamente tiene que ver con que
se establezca una censura.
Debería existir toda la libertad de crear todas las cosas. Y los difusores deberían
tratar de difundir aquello que les parece bien. Yo no estoy a favor —pero no podría
decir que estoy totalmente en contra— de ciertas expresiones vulgares en las canciones.
La vida nos demuestra que no solo en nuestra cultura, ni solo en nuestra sociedad, se
da este tipo de manifestaciones. Se da en el rap en los Estados Unidos, en la nueva
música de Bahía, en Brasil, lo que demuestra que nada tiene que ver con la crisis
económica ni con la falta de dólares, sino con todo un entorno cultural internacional.
Por eso se produce lo que decía Radamés de la gorra para atrás, con lo cual yo, realmente,
quisiera convivir; porque, en última instancia, muchas de estas cosas —que podrían ser
nocivas si se convierten, por cualquier mecanismo, como nos está sucediendo, en
cultura oficial— no son más que crónicas ciudadanas de todos los días. Yo creo que
cuando los músicos dicen o hacen este tipo de cosas, reflejan mucho de lo que la gente
piensa. Hay que enfrentar ese reto, con eso hay que convivir. Yo no quiero que la
censura, ni que la imposición de patrones, haga que la nueva trova que yo hago, o que
hacen algunos otros grupos, se imponga por la vía de la minimización de lo que otros
84
La música y el mercado
están haciendo. Por otra parte, como decía Víctor, hay otros retos, que tienen que ver
con la tecnología y con el modo en que la sensibilidad contemporánea necesita ser
seducida a favor de una determinada tendencia musical, sea o no de vanguardia. Y los
creadores están en la necesidad de no dejarse avasallar. Hay que seguir creando y hay
que tratar de imponerse, y buscar la tecnología. Hay que reunirse y volver a hacer
causa común. Y exigir de las autoridades no una censura, sino una defensa de esto, que
es el patrimonio que estamos defendiendo. Y obligar a los productores de radio y
televisión a difundir nuestra obra porque hemos sido capaces de hacerla mejor,
contemporánea, seductora, inobjetable; incluso, para al mercado. Si en vez de hacer
eso, lo que hacemos es patrocinar conciertos masivos de esas agrupaciones, si las
organizaciones y la propia televisión no toman cartas en el asunto, entonces no se
podrá aplicar una política coherente. Hay que hacer que funcione esa democracia de
que hablaba Jesús, que no se logra mediante la censura, ni mediante minimizar al otro.
No se trata de quitar a uno para poner a otro, sino de ponerlos a los dos.
Alberto Faya: Yo quiero agradecerles su participación, no solo en nombre de la revista
Temas, sino también en el mío. Me parece muy bueno que este grupo se haya reunido
para debatir, cuando otros piensan que no hay nada que discutir o que están cansados
de hacerlo. Es importante discutir, en una revista como esta, un conjunto de ideas y
criterios en un país que atraviesa una crisis, porque el país es expresión de una voluntad
colectiva, y de una cultura que va mucho más allá de las voluntades individuales. Creo
que lo más importante es hacer una obra, un trabajo concreto, artístico, que valga la
pena; un trabajo respetuoso, serio, profundo, dedicado, que ustedes conocen tan bien
como yo, porque son artistas. Les agradezco nuevamente por haber venido y haber
participado.
Participantes
Alberto Faya . Músico y director de programas musicales de radio. Casa de las
Américas.
Radamés Giro. Ensayista, crítico musical y editor. Editorial Letras Cubanas.
Jorge Gómez . Músico y realizador de programas musicales de radio. Director del
grupo musical Moncada.
Jesús Gómez Cairo. Musicólogo. Centro «Odilio Urfé»
Harold Gramatges. Músico y profesor. Instituto Superior de Arte.
Humberto Manduley. Crítico y realizador de programas musicales de radio.
Víctor Torres. Realizador de programas de televisión. Instituto Cubano de Radio y
Televisión.
Guille Vilar. Realizador de programas musicales de radio y TV. Instituto Cubano de
Radio y Televisión.
©
85
, 1996.
no.Sociedad
6: 87-93,civil
abril-junio,
1996.
y hegemonía
Sociedad civil
y hegemonía
Jor
ge Luis A
canda González
Jorge
Acanda
Profesor. Universidad de La Habana.
Q
«el principal mérito de la victoria corresponde al
maestro de escuela prusiano».
Que tan formidable confesión asombrara a los
comensales de Bismarck, es algo comprensible. Que siga
siendo indescifrable, 130 años después, para algunos que
hoy se ocupan de pensar la relación entre lo político y
lo social, es ya más preocupante. Que Bismarck,
paradigma del despotismo y el militarismo, tuviera una
tan clara visión del complejo entramado que conecta el
aula con el batallón, puede servirnos para confirmar lo
que ya Gramsci vislumbrara: que todo Político, si es
tal —y no por gusto escribo el sustantivo con
mayúscula— es un Filósofo; pero también para asumir
la necesidad de partir de un enfoque sistémico y
totalizador cuando se quiere pensar sobre la esencia,
funciones y espacios del Estado y la política; sobre la
existencia o no de esferas sociales autónomas, que
escapan a la determinación de lo estatal y lo político, y
para iniciar una reflexión sobre las complejas relaciones
entre los mecanismos e instituciones de producción de
normas y valores, y las estructuras de control y
conducción estatal. Diciéndolo brevemente, utilizando
un concepto tan privilegiado en el actual imaginario
social como maltratado por muchos que lo usan: para
pensar sobre la sociedad civil.
uiero comenzar recordando una anécdota que me
parece asaz pertinente. En 1866, Prusia entró en
guerra con Austria-Hungría, para reafirmar, por la
fuerza de las armas, su papel hegemónico entre los
distintos reinos en que se fragmentaba la nación
alemana. Una sola batalla fue suficiente para que el
ejército prusiano, haciendo gala de celeridad
movilizativa, férrea disciplina y una demoledora
precisión que asombraron al mundo, derrotara en toda
la línea al austríaco, con lo que dio la primera
demostración de lo que durante los 80 años posteriores
sería su estrategia favorita: la guerra relámpago.
Cuéntase que una noche, Bismarck, el Canciller de
Hierro, artífice del II Imperio Alemán, celebraba con
sus generales la victoria. Al calor de las libaciones,
empezaron estos a discutir a quién correspondía el
principal mérito en el triunfo. Uno argumentó que
era la infantería la que, resistiendo a pie firme las
embestidas enemigas, había desempeñado el papel
clave. Otro adujo que había sido la caballería, con sus
oportunas cargas, la principal responsable del éxito.
Un tercer general, inconforme, atribuyó el papel
fundamental a la correcta posición y acertada puntería
de la artillería. Cuando un cuarto general se disponía
a hablar, Bismarck los hizo callar a todos, y sentenció:
87
Jorge Luis Acanda González
El concepto de sociedad civil es instrumento no solo de análisis,
sino también de proyecto. Es decir, se construye y se utiliza desde
una determinada intencionalidad. No solo para fundamentar y
legitimar (o no) un cierto estado de cosas, sino también para
enunciar y describir un ideal social que funciona como horizonte
de referencia.
El enfoque integral
Un análisis atento permite captar lo común entre
tanta diversidad. En primer lugar, el término «sociedad
civil» es definido por exclusión y por antítesis con
respecto al Estado y la política. Se utiliza para designar
la región de lo no político, de la asociación libre y
voluntaria de los individuos. Sería lo opuesto al Estado,
al gobierno, a la sociedad política. En segundo lugar, y
derivada de lo anterior, está la función que se le asigna
en la intención de reconstrucción de lo social: la sociedad
civil ha de ser el guardián del Estado; ella ha de
controlarlo, desempeñándose —para usar la muy gráfica
expresión habermasiana— como un «asedio constante»
a una fortaleza «que no se ha de tomar jamás». La
fortaleza sería el Estado, al que se asume como un mal
inevitable, eterno y necesario, en tanto institución que
ha de tener el papel de árbitro y mediador entre los
distintos intereses sociales, pero hacia el cual la sociedad
civil ha de ejercer siempre una presión que le impida
desbordar esta mera función de intermediario, y evitar
así intervenciones espurias —por «políticas»— en las
relaciones interpersonales. La sociedad civil, por un
lado, y la sociedad política, por el otro, se interpretan
en una relación de exterioridad. Coexisten, pero a la
vez se oponen. Y la apuesta, en todos estos proyectos
políticos —desde la derecha y desde la izquierda— se
hace solo por la sociedad civil, en tanto receptáculo y
garante de la democracia.
Está claro que la interpretación de esta categoría lleva
implícita la de otras tan importantes como las de Estado,
política, autonomía, democracia, por solo citar algunas.
Y ello porque, aunque muchos lo vean como marcando
la antítesis de lo político, el concepto de sociedad civil
es una noción política, que no tiene una sola acepción,
y que no es un instrumento neutro. Como cualquier
otro concepto —por demás—, solo cobra un significado
cuando se le asume dentro de un contexto sistémico. 3
Por ello, si queremos definir qué entendemos por
sociedad civil, tenemos que empezar por preguntar qué
entendemos por Estado, por política, por autonomía y
por democracia. Pero también —y esto muchos no lo
tienen en cuenta— qué entendemos por libertad y por
dominación, puesto que es a eso a lo que nos referimos,
en definitiva, cuando hablamos de aquellos temas. Aquí
quiero retomar una idea a la que Hugo Azcuy hiciera
mención en su último artículo, publicado en esta misma
revista: el concepto de sociedad civil es instrumento no
solo de análisis, sino también de proyecto.4 Es decir, se
construye y se utiliza desde una determinada
Cuando nos abocamos al estudio del tema de la
sociedad civil, lo primero que podemos constatar es una
paradoja: si bien el concepto es definido en formas muy
diversas por los autores que lo tratan, y utilizado en la
formulación de proyectos políticos divergentes, existe
entre la mayoría de estas diferentes posiciones una
comunidad de elementos teóricos básicos.
Desde que fuera incorporada al vocabulario de la
teoría política por los clásicos del liberalismo en el siglo
XVII , esta categoría ha transitado por varias
interpretaciones. No voy a hacer el recuento de estas,
ya que en recientes artículos, Rafael Hernández y Helio
Gallardo han ofrecido un resumen histórico de esta
evolución. 1 Solo quiero destacar que, en la actualidad,
prima la pluralidad de criterios en cuanto al contenido
que se le asigna. Habermas identifica la sociedad civil
exclusivamente con la razón y la esfera pública. John
Keane la describe como el conjunto de instituciones
comprometidas en actividades no estatales —producción
económica y cultural, vida doméstica y asociación
voluntaria. Cohen y Arato la asocian con la totalidad
de la vida social que se encuentra fuera de la economía,
el Estado y la familia. Jeffrey Alexander la entiende como
forma de conciencia colectiva, la esfera universalista de
solidaridad social.2 La misma situación encontramos en
América Latina. Para algunos, es el espacio privado
delimitado tanto de la familia como del mercado. Para
otros, abarca a todos los grupos y organizaciones que
no son parte del orden dominante. A menudo se le
utiliza, en forma intercambiable, como sinónimo de
«movimientos populares», «organizaciones sociales o de
base», u «organizaciones no gubernamentales».
Esta variedad de significados permite que tanto la
derecha como la izquierda la utilicen como pieza clave
en sus respectivos discursos políticos. Ambas incorporan
la consigna de «rescatar la sociedad civil», aunque cada
una de ellas entienda por tal una cosa distinta. Para la
derecha, este rescate se interpreta desde la perspectiva
neoliberal de despojar al Estado de sus funciones
económicas y redistributivas, abriendo paso a un
proyecto moral y cultural que se basa en el narcisismo
del mercado y el desprecio a los valores de justicia y
solidaridad. La izquierda lo formula como respuesta a
la crisis de los Estados históricos y a la ineficacia de las
estructuras tradicionales para superar la dominación.
88
Sociedad civil y hegemonía
y a no pensar de otras, le indican los valores que tiene
que compartir, las aspiraciones que son permisibles, las
fobias que son imprescindibles. La familia, la iglesia, la
escuela, el idioma, el arte, la moral, han sido siempre
objetivos del poder, que ha intentado instrumentalizarlos
en su provecho.
La concepción restringida y fenoménica de la política,
que la vincula solo con el poder como imposición, ha
de complementarse con otra que la vincule con el
consenso; es decir, con la capacidad de ese poder de
instalarse en las regiones de producción espiritual de la
sociedad, para conformarla de acuerdo con sus intereses.
Que permita, por lo tanto, extender el campo de «lo
político» a todas las instancias y estructuras que
socializan a los individuos, ya que desde ellas se consolida
el poder, o se le desafía. Porque el asalto al poder empieza
no cuando se atacan sus centros detentadores de
violencia, sino cuando se incita a cuestionar normas y
valores, a romper con la «clausura de sentido» 5 que
legitima su existencia. Esta concepción «implícita» del
poder (Castoriadis), el estudio de su «expansión
molecular» (Gramsci), de su «microfísica» (Foucault),
da paso a una interpretación de la política que ha de
abarcar también las actividades que se realizan por los
distintos grupos sociales para obtener y mantener el
control de esas instituciones, estructuras y relaciones
productoras de sentido y normatividad.
intencionalidad. No solo para fundamentar y legitimar
(o no) un cierto estado de cosas, sino también para
enunciar y describir un ideal social que funciona como
horizonte de referencia. Y muchas de las confusiones y
ambigüedades que acompañan al uso del concepto de
sociedad civil se salvarían si se tuvieran en cuenta estos
dos principios básicos en su conformación: la
intencionalidad de su uso y su vinculación sistémica
con otros conceptos, lo cual implica la necesidad de
pensarlos a todos en su concatenación, y no por
separado.
La irrenunciable urgencia de asumir su
interpretación desde una perspectiva integradora se nos
hace evidente. Por su alto nivel de concreción y
generalidad, no puede entendérsele como un
instrumento válido solo para análisis estrechos de
sectores específicos de la sociedad, sino que es pieza clave
para lograr una visión unitaria y cohesionadora de lo
social.
Ante todo, porque cuando hablamos de sociedad
civil estamos hablando sobre la construcción y/o
desconstrucción, el estrechamiento o ampliación, de
determinados espacios que encarrilan, en un cierto
sentido, la actividad y el despliegue de sujetos sociales
específicos.
Política y dominación
Sociedad civil y hegemonía
Normalmente, se define la política por su vinculación
con el poder. Se la entiende como el conjunto de
actividades que realiza un grupo de sujetos (individuales
o colectivos) para obtener, consolidar y mantener el
poder sobre el resto de la sociedad; y al poder como la
capacidad o facultad de imponer normas conductuales
obligatorias para todos, las que regulan la interacción
de los individuos en la esfera pública, y de estos con el
poder; normas que son impuestas y mantenidas, por
cuanto se usufructúa el monopolio del uso de la violencia
física, que se utiliza para castigar las contravenciones de
aquellas. El Estado sería el conjunto de instituciones
(poder legislativo, ejecutivo, tribunales, policía, cárceles,
etc.) que establecen esas normas y las imponen.
Pero el poder no se ejerce nunca solamente sobre la
base de la represión. Necesita que sus instituciones de
coerción detenten el monopolio del uso de la violencia,
y que la pretensión de ese monopolio sea aceptada por
la sociedad. Precisa legitimarla, como precisa legitimarse
a sí mismo; lograr que su existencia —y la de ese
monopolio de la coerción física— sea admitida por todos
como algo necesario, fijado por designio divino, o por
necesidad natural. Le es imprescindible, por
consiguiente, controlar también la producción, difusión
y aceptación de normas de valoración y
comportamiento. El poder se apoya, esencialmente, en
su control de las instituciones dadoras de sentido,
aquellas que establecen y justifican las significaciones
imaginarias y las representaciones admitidas. Las que
socializan al individuo, le enseñan a pensar de una manera
Es esta acepción amplia de la política —y del poder
como dominación— lo que nos permite escapar de un
modo de entender la sociedad como agregado de esferas
separadas y bien diferenciables entre sí. De ahí que el
filósofo español José Miguel Marinas, en un reciente
artículo, califique de «distorsión» el intento de
contraponer sociedad civil y sociedad política,
suponiendo que «la cultura cívica en el sentido ético [...]
anida en el reservorio [...] de la primera [...]». 6 Esta
interpretación «tapa y hace olvidar procesos que son de
todos conocidos. Encubre el largo y costoso trabajo de
abrirse la vida pública a la racionalidad y al discurso
que activamente la pone en escena y la hace contagiosa
para el que habla». Es una distorsión que intenta
presentarnos a la sociedad civil «como si esta fuese un
espacio homogéneo, preservado, bien definido,
progresista. Y no más bien, como desde el principio [...]
un cúmulo de escenarios en conflicto».7
La necesidad de tener una visión orgánica de la
dominación que ejerce una clase o grupo social sobre el
conjunto de la sociedad —dicho en una terminología
contemporánea: de trascender la dicotomía Estadosociedad civil— ha animado una línea de pensamiento
que hunde sus raíces en los estudios de Marx sobre la
enajenación y la producción de necesidades, continúa
en los trabajos de Sigmund Freud sobre el carácter
represivo de la cultura, y ha desembocado en los últimos
decenios en la obra de filósofos, historiadores,
89
Jorge Luis Acanda González
Una clase o grupo social puede ejercer su dominio sobre el
conjunto social porque es capaz no solo de imponer, sino de
hacer aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos
sociales. El componente esencial de esa hegemonía es
precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio donde
se producen y difunden las representaciones ideológicas.
a ciertas determinaciones del concepto de Estado, que
generalmente se entiende como sociedad política (o
dictadura, o aparato coactivo [...] ) y no como un equilibrio
de la sociedad política con la sociedad civil (o hegemonía
de un grupo social sobre la entera sociedad nacional,
ejercida a través de las organizaciones que suelen
considerarse privadas, como la iglesia, los sindicatos, las
escuelas, etc.).9
psicoanalistas, lingüistas y antropólogos como Foucault,
Lacan, Levi-Strauss, Barthes y Althusser. Estos autores
destacaron que gracias a los «micropoderes», a las
estructuras lingüísticas, ideológicas y antropológicas, no
hay espacio social alguno que sea realmente exterior al
Estado.
Fue el fundador de la filosofía política marxista,
Antonio Gramsci, el primero que desarrolló todo un
sistema conceptual para aprehender en forma unitaria
la compleja fenomenología del poder. Sus reflexiones
—esparcidas a lo largo de 4 000 páginas de apuntes de
sus Cuadernos de la cárcel— tenían como fundamento
los procesos que se venían dando en Europa desde el
último cuarto del siglo XIX , y que habían eclosionado
con fuerza dramática tras la I Guerra Mundial. El tránsito
del modo de producción capitalista de su etapa de libre
concurrencia a la monopólica, implicó un nuevo patrón
de acumulación que acentuó aún más el papel del Estado
como regulador económico. El desarrollo de las fuerzas
productivas trajo aparejada la emergencia de nuevos
agentes sociales en el campo de las luchas políticas. Los
obreros, las mujeres, y otros sectores, adoptaron nuevas
formas de organización para luchar por sus demandas.
Surgen así sindicatos, movimientos sufragistas, ligas
feministas, escuelas nocturnas no estatales, cooperativas
de consumo, etc. Esto significó la crisis de la concepción
liberal del Estado —que entendía a este solo como
gendarme, como guardián del orden público. Ante estos
desafíos múltiples, la burguesía procedió a reorganizar
su hegemonía. Surgieron las formas modernas de
dominación, basadas en una expansión «molecular» del
Estado, en un redimensionamiento de su morfología,
de su base histórica. El Estado capitalista se reestructuró
a través de un proceso que asimiló el desarrollo complejo
de la sociedad civil a la estructura general de la
dominación.
El eje teórico de las reflexiones de Gramsci lo
constituye el concepto de hegemonía.8 Una clase o grupo
social puede ejercer su dominio sobre el conjunto social
porque es capaz no solo de imponer, sino de hacer
aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos
sociales. Su poder se basa en su capacidad de englobar
toda la producción espiritual en el cauce de sus intereses.
El componente esencial de esa hegemonía es
precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio
donde se producen y difunden las representaciones
ideológicas. De ahí que Gramsci destacara que sus
reflexiones lo habían llevado
El Estado no es solo el aparato de gobierno, el
conjunto de instituciones públicas encargadas de dictar
las leyes y hacerlas cumplir. Está integrado también por
el conjunto de instituciones vulgarmente llamadas
«privadas», que son agrupadas por el autor de los
Cuadernos... en el concepto de sociedad civil. El
desarrollo de la modernidad capitalista condujo a que
los límites de lo «público» y de lo «privado», de lo
«político» y lo «civil», no constituyan ya líneas
infranqueables de demarcación, sino zonas de
intersección entre el Estado y la vida cotidiana de los
individuos. Familia, iglesias, escuelas, sindicatos,
partidos, medios masivos de comunicación, hasta el
sentido común compartido por todos y que marca lo
que se acepta como normal, natural y evidente, son
elementos de un espacio cuya nominación como
«sociedad civil» no indica su ajenidad respecto a las
luchas políticas por el poder, sino un campo específico
de estructuración de la hegemonía de una clase. Pero, a
la vez, la conceptualización de la sociedad como un
sistema hegemónico no implicaba, para Gramsci,
postular a esta como un modelo totalmente integrado
de aquella. La sociedad civil no es monovalente, algo
homogéneo y uniforme en su relación con el poder del
grupo dominante. Las instituciones que la conforman
son el escenario de la lucha política de clases, el campo
en el que tanto los dominados como los dominadores
desarrollan sus pugnas ideológicas.
La politización de la sociedad civil —el
desplazamiento de la política a espacios antes
considerados como privados—, que caracteriza a los
procesos clásicos de modernización, no fue considerada
por Gramsci como un fenómeno totalmente nuevo, sino
como una variación en las proporciones relativas de la
coerción y el consenso. Aunque las instituciones
represivas siguen siendo instrumento imprescindible de
la clase dominante, la coerción absoluta no ha sido
nunca una opción viable. Mucho menos cuando el
desarrollo distorsionado —pero incesante— de las
fuerzas productivas y las necesidades sociales que genera
90
Sociedad civil y hegemonía
preteridos —las clases trabajadoras, las mujeres, los
jóvenes, los discriminados por raza y religión— por
crearse estructuras y reductos desde los que puedan
remontar aquellos elementos que funcionan como
obstáculos a su proceso de constituirse como sujetos
sociales, con todo lo que de autonomía y poder de
decisión ese estatus implica. Cada parte integrante de
esa estructura múltiple y difusa llamada sociedad civil
—sindicatos, partidos, grupos feministas y ecologistas,
etcétera— cada una de las facultades que la hacen ser —la
capacidad de organizarse, el derecho al voto, la libertad
de disentir— ha sido arrancada a la aristocracia del dinero
en largas y cruentas luchas. Pero ella es también el
resultado del intento sostenido —y en muchos casos
exitoso— de esa misma aristocracia para distorsionar
esos espacios de expresión a fin de impedir la
constitución de los sujetos sociales que harían peligrar
sus privilegios, su capacidad de hegemonizar esos
intentos en su provecho, de ocluir las vías de expansión
de las subjetividades antagónicas a aquella que constituye
su razón de ser. La burguesía es un sujeto social
excluyente, egocéntrico, que solo puede existir mientras
mantenga a todos los demás grupos sociales en el papel
de meros soportes de su modo de apropiación —material
y espiritual— de la realidad. La sociedad civil forma parte
del aparato de dominación, pero también es su
antagonista.
el capitalismo, trae aparejado un desarrollo paralelo de
la subjetividad humana. La clase dominante se ve
obligada a buscar y organizar activamente el
consentimiento —aunque sea pasivo— de los dominados.
Esto lo logra mediante su capacidad de diseminar normas
políticas, culturales y sociales por medio de las
instituciones «privadas» de la sociedad civil. El consenso
así logrado es la construcción de la hegemonía, que no
solo legitima, sino que de hecho constituye la
dominación. El «Estado» en las sociedades de clase es la
combinación, en proporciones variables y cambiantes,
de momentos de consenso y momentos de fuerza. De
ahí que Gramsci acotara: «pudiera decirse [...] que Estado
= sociedad política + sociedad civil, o sea, hegemonía
acorazada con coacción». 10 El Estado es entendido no
como institución jurídica, sino como resultado de las
relaciones orgánicas entre sociedad política y sociedad
civil.
El sentido peculiar y determinante de la estructura y
funciones de la sociedad civil consiste en estar atravesada
por el nervio de lo político. Dos momentos importantes
en la teoría gramsciana sobre la hegemonía, deben
destacarse para evitar malentendidos. En primer lugar,
la distinción entre sociedad política y sociedad civil no
es orgánica, sino tan solo metódica. No es posible
establecer una diferenciación rígida y abstracta de los
elementos que conforman a una y otra. Una misma
institución puede pertenecer a la vez a ambas, o estar en
un momento concreto en una, y después en otra. Un
partido político forma parte de la sociedad política, pero
si logra insertarse en el proceso de producción y/o
distribución de normas de valoración y
comportamiento, se inscribirá a la vez en la sociedad
civil.11 En la época en que unía el poder temporal y la
conducción moral, la Iglesia Católica era tanto una como
la otra. Hoy, en la mayoría de los países, se define solo
en la sociedad civil. Para Gramsci, la relación entre ambas
sociedades se concibe bajo la idea de «unidad-distinción».
En segundo lugar, como fuente en la que se estructuran
las relaciones de poder, la sociedad civil no puede ser
percibida tan solo como lugar de enraizamiento del
sistema hegemonial de la dominación, sino también
como el espacio desde donde se le desafía. La mayor
penetración de la sociedad política en la sociedad civil
no solo sirvió para fortalecer la hegemonía de la
burguesía, sino que abrió nuevas posibilidades para un
proyecto contestatario y emancipador. En la sociedad
civil se expresa el conflicto social. Si algunos de sus
componentes portan el mensaje de la aceptación tácita a
la supeditación, otros son generadores de códigos de
disenso y transgresión, y —lo que es más peligroso aún
para la burguesía— de proyectos de desmontaje de la
hegemonía opresiva.
La expansión sin precedentes de la sociedad civil en
los últimos 150 años, no ha sido —como se nos quiere
hacer creer— el efecto espontáneo de la expansión del
capitalismo, sino el resultado de la interacción de dos
procesos contradictorios. Por un lado, del intento
continuado de múltiples agentes sociales, explotados y
La sociedad civil socialista
La sociedad civil no es un regalo ni un accidente. No
es algo cuya existencia podamos aceptar o impedir. En
su desarrollo, es un resultado —legítimo, por demás—
de la lucha de clases fundadora de la modernidad.
Podemos rechazar el modo en que se ha constituido por
el capitalismo, como rechazamos el modelo capitalista
de modernidad. Pero tenemos que asumirla en la riqueza
de su contradictoriedad, tal como Marx asumió la
promesa de desarrollo humanamente gratificante que se
encierra en la contradictoriedad de lo moderno.
A diferencia de las formaciones hegemónicas
anteriores, la revolución comunista aspira a liberar las
capacidades creadoras contenidas en los grupos sociales
hasta ahora mantenidos en la explotación y a los que se
les negaba la posibilidad de constituirse como sujetos.
La desaparición de los elementos enajenantes de la vieja
sociedad, y la construcción ininterrumpida de un sistema
de relaciones emancipatorias, implica —para la clase que
anima este proceso— la construcción de una hegemonía
de tipo inédito, sin precedentes en la historia: la asunción
de la necesidad de abrir cauces que permitan a estos
grupos construirse su propia subjetividad desalienante,
para que esta hegemonía pueda afianzarse. La nueva
hegemonía liberadora tiene como objetivo potenciar una
sociedad civil que sea escenario de la acción creadora de
los sujetos que la componen. Sujetos de la revolución,
sujetos que son congruentes entre sí, y que son capaces
de rebasar sus imprescindibles conflictualidades porque
91
Jorge Luis Acanda González
Para poder enfrentarnos a la amenaza de opresión total, que la
creciente globalización del capital hace cada día más cierta, es
preciso lograr la movilización de sujetos totales. Ese ha de ser
el objetivo a lograr en la necesaria tarea de profundizar en la
caracterización del contenido socialista de nuestra sociedad
civil.
de fijarse sus propias metas y de desplegar en forma
libre y creadora sus potencialidades y capacidades, su
identidad propia.
Los años 60 fueron testigos de un crecimiento
explosivo de la sociedad civil cubana. Y ello no tan
solo —ni siquiera principalmente— por la aparición
de nuevas organizaciones de masas (CDR, FMC) o por
el nuevo rol social que pasaron a desempeñar algunas
de las ya existentes (sindicatos y organizaciones
estudiantiles),
sino
sobre
todo
por
el
redimensionamiento de todo el sistema de instituciones
encargadas de producir y difundir las nuevas formas
ideológicas que cimentaban el nuevo bloque histórico
—desarrollo del sistema educacional, conversión de los
medios de difusión masiva en instrumentos de interés
público, etcétera—, y por la inserción activa, en esa
sociedad civil, de amplios sectores sociales que antes
tenían un papel pasivo o que, por su posición marginal,
ni siquiera podían considerarse incluidos en ella. Fue
a través de esta nueva sociedad civil como la
Revolución logró la obtención de su hegemonía. 12
Si el tema de la sociedad civil ha ocupado la
atención de los círculos intelectuales cubanos —y en
ellos incluyo a los políticos— en los últimos años, ello
no se debe tan solo a la preeminencia que ha alcanzado
este concepto en las ciencias sociales contemporáneas,
o a su utilización por el imperialismo para diseñar
estrategias desestabilizadoras de nuestro sistema
político, sino sobre todo a la propia activación de
nuestra sociedad civil, provocada tanto por los efectos
económicos, políticos e ideológicos de la desaparición
del campo socialista, como por la propia maduración
que las clases y grupos sociales envueltos en la
Revolución han alcanzado en estos más de 30 años de
haber emprendido el camino, plagado de conflictos,
contradicciones
y
dificultades,
hacia
su
autoconstitución como sujetos históricos.
Esta activación de nuestra sociedad civil se ha
manifestado en la apropiación —parcial o completa—
de espacios y procesos antes exclusivos del Estadosociedad política, y por la importancia que han cobrado
los canales y esferas de realización del debate ideológico,
que se ha tornado cada vez más socializado y
sistematizado, como reconoce Abel Prieto en una
reciente entrevista. 13 En ella, Prieto afirmaba que la
Revolución ha intentado combinar una cultura
afirmativa con una cultura de la crítica, de la reflexión,
de la duda, de la inquietud.14 El grado de realización de
son, todos ellos, no meros portadores, sino coautores
de un proyecto liberador al que no pueden renunciar,
porque encuentran, en las perspectivas que este inaugura,
el condicionamiento ontológico de su existir; proyecto
que someten a constantes reestructuraciones, en la
medida en que las circunstancias internas y externas se
transforman.
La Revolución cubana construyó su sociedad civil.
Su poder de convocatoria se cifraba, precisamente, en
su promesa de desarrollar los cauces para que los grupos
sociales preteridos pudieran desarrollar su subjetividad.
Por lo tanto, ni la revolución destruyó la sociedad civil
cubana, como dicen sus enemigos, ni puede pretender
obviarla o sustituirla por otra cosa, como afirman —sin
verdadero conocimiento de causa— algunos de sus
intérpretes de izquierda. Desde Gramsci, la clave de una
posición marxista en torno al tema de la sociedad civil
reside en entender el papel fundamental de esta en la
transición hacia el comunismo.
La lucha contra la dictadura y las lacras de la
República neocolonial, el desafío nacionalista a la
dependencia, y el despliegue de medidas de justicia social,
lograron eslabonar, en la primera mitad de los años 60,
en torno al ideal de la Revolución y a su dirigencia, un
bloque histórico cuya cohesión y fortaleza permitió
enfrentar las consecuencias de la agresión imperialista y
de nuestros propios errores. Pero ello no se alcanzó
uniformando a la sociedad, ni convirtiéndola en un
bloque monolítico y monocorde (cosa por demás
imposible), sino sentando, en aquellos años, los
fundamentos de una sociedad civil más plural,
precisamente por ser más inclusiva que la precedente.
El nuevo Estado aplicó todo su poder de coerción para
eliminar la existencia de aquellas clases y grupos que,
por estar orgánicamente vinculados con un orden social
que condenaba al país a la subordinación y el atraso,
impedían el desarrollo de nuestra nación —sacarocracia,
burguesía importadora, lumpen, instituciones
armadas—, mientras que, por primera vez en nuestra
historia, creaba las condiciones para que los obreros,
los campesinos, las mujeres, los estudiantes, los artistas,
dejaran de ser meras comparsas y se incorporaran a la
vida social, en un proceso activo de participación que
debía permitirles su autoconstitución como sujetos
sociales; es decir, no como simples actores, sino como
entes colectivos que —mediante la utilización del
universo de formas de praxis política que la revolución
les abría— serían capaces de forjarse su autoconciencia,
92
Sociedad civil y hegemonía
este propósito es y será función de la conformación de
una sociedad civil que logre desempeñar, en forma cada
vez más plena y compleja, ese papel crítico y afirmativo
a la vez, con respecto a la sociedad política.
Para poder enfrentarnos a la amenaza de opresión
total, que la creciente globalización del capital hace cada
día más cierta, es preciso lograr la movilización de sujetos
totales. Ese ha de ser el objetivo a lograr en la necesaria
tarea de profundizar en la caracterización del contenido
socialista de nuestra sociedad civil.
9. Véase Antonio Gramsci, Antología, La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales, 1973: 272.
10. Ibíd.: 291.
11. Gramsci logró esbozar los principios de una teoría del partido
comunista, sin precedentes en la tradición marxista, precisamente porque
lo analizó no solo como integrante de la sociedad política, sino también
y simultáneamente como constituyente de la sociedad civil.
12. Los experimentos socialistas al este del Elba fracasaron precisamente
por no haber querido entender el papel crucial de la sociedad civil en la
transición al comunismo. Allí primó una interpretación economicista
y estatista del socialismo, que condujo a ignorar la existencia de esta
región de lo social, con las consecuencias que son de todos conocidas.
«En la práctica de estos países socialistas, el partido se desprestigió
socialmente, perdió su condición de vanguardia al resquebrajarse su
autoridad por no tener un desarrollo democrático sobre la base del
funcionamiento de las organizaciones sociales y culturales de la sociedad
civil socialista». (Armando Hart, «Sociedad civil y organizaciones no
gubernamentales» (I), Granma, 23 de agosto de 1996: 3.) En la política
socialista es necesario prestarle a la sociedad civil la misma atención que
en la arquitectura se le da a la ley de la gravedad. Como afirmó Gramsci,
«en política, el error sucede por una torpe comprensión de lo que es el
Estado en su significado integral: dictadura más hegemonía». La sociedad
civil socialista no se reduce al sistema de organizaciones de masas, o al
conjunto de organizaciones no gubernamentales. La anécdota de
Bismarck apuntada al principio nos recuerda que el más importante
elemento integrante de nuestra sociedad civil —por ser pieza clave en la
obtención y consolidación cualitativamente renovada de la hegemonía—
es una institución gubernamental: el Ministerio de Educación.
Notas
1. Véase Rafael Hernández, «La sociedad civil y sus alrededores», La
Gaceta de Cuba, La Habana, (1), enero-febrero, 1994; Helio Gallardo,
«Notas sobre la sociedad civil», Pasos, San José, Costa Rica, (57), enerofebrero, 1995.
2. Para una breve presentación de estas y otras concepciones, ver Jeffrey
C. Alexander, «Las paradojas de la sociedad civil», Revista Internacional
de Filosofía Política, Madrid, (4), noviembre, 1994.
3. Nicolás López Calera, Yo, el Estado, Madrid: Editorial Trotta, 1992.
4. Véase Hugo Azcuy, «Estado y sociedad civil en Cuba», Temas, La
Habana, (4), octubre-diciembre, 1995: 105-10.
5. Cornelius Castoriadis, «La democracia como procedimiento y como
régimen», Leviatán, Madrid, (62), invierno, 1995: 68.
13. Elizabeth Díaz y Amado del Pino, «¿Oficialismo o herejía? Entrevista
a Abel Prieto», Revolución y Cultura, La Habana, (1), enero-febrero,
1996: 9.
6. José Miguel Marinas: «Cultura cívica y memoria», Leviatán, Madrid,
(62), invierno, 1995: 53.
14. Ibíd.: 4.
7. Idem.
8. La concepción gramsciana sobre la hegemonía y la sociedad civil se
apoya en un sistema teórico conformado por otras categorías, tales
como bloque histórico, guerra de posiciones, ideología, intelectual
orgánico, que este autor interpreta en una forma muy específica, y para
el tratamiento de las cuales no dispongo aquí de espacio.
©
93
, 1996.
Oscar Loyola Vega
no. 6: 94-100, abril-junio, 1996.
Reflexiones
sobre la escritura
de la historia
en la Cuba actual
Oscar Loyola V
ega
Vega
Profesor. Universidad de La Habana.
A
nte todo, considero necesario hacer esta profesión
de fe inicial:
En esto no nos diferenciamos demasiado de otros
pueblos latinoamericanos. Sin embargo, debe tenerse
presente que el elevado índice de alfabetización
existente en nuestro país, a escala continental, no solo
en las décadas anteriores a 1959 sino también bajo el
colonialismo español, ha ampliado el universo de los
lectores de historia, estimulados por la calidad de la
producción insular y el precio aceptable de libros,
folletos y revistas. El incuestionable movimiento
educativo y cultural que desató la Revolución del
Primero de Enero, y la necesidad de esta de asumir y
utilizar el pasado histórico nacional, con sus mitos y
sus tradiciones, sus éxitos y sus fracasos, provocó una
eclosión afortunada de los estudios históricos, que se
escaparon del marco habitual republicano —estrechez
económica, casi ningún apoyo gubernamental, poca
estimación y reconocimiento sociales del papel del
historiador— y permearon todos los estratos de la
sociedad cubana, volcada así a una lógica
reinterpretación de su pasado —cada generación
reescribe la/su historia— en función de un cambio
social radical, imprescindible para reafirmar la
actuación cotidiana y, siguiendo pautas habituales en
la utilización estatal de la historia, justificar y proyectar
el porvenir.
1. No me concibo —o, como está tan de moda decir, no
me pienso— a mí mismo fuera de los quehaceres del
historiar, después de veinticinco años de vida
profesional.
2. Las reflexiones que a continuación propongo no
tienen, de manera previa, a ningún colega in mente;
no me interesan las individualidades ni aludo a casos
específicos. Mi intención se centra en la escritura,
no en los escritores.
La historia tiene una muy larga tradición en Cuba:
más de doscientos años de haber dado sus primeros
vagidos, al decir de los estudiosos. Pocas disciplinas del
saber disfrutan en nuestro medio de tal ancianidad.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII, hombres cultos
y sapientes han probado sus armas en trabajos históricos,
de los cuales no pocos constituyen obras de recia
envergadura. El decursar histórico ha estado siempre
presente en la problemática intelectual del país. Con
toda justeza puede decirse que el gusto por la historia
(mejor expresado, por leer sobre historia) es un
componente capital de la psicología del cubano. 1
94
Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual
La absolutización del llamado «dato», y su abstracción y
sobrevaloración, se reflejan en la densidad de la escritura
histórica, lastrada comúnmente por una excesiva referencia a
las fuentes utilizadas. Han sido publicados no pocos libros, cuyo
determinante y casi único valor estriba en la enorme
información que vuelcan sobre el lector.
A estas alturas de la exposición seguramente ha
quedado puesto de manifiesto que el análisis se centra
en la historia escrita desde Cuba, por autores que
producen en Cuba, ya sea sobre problemas relacionados
con la historia nacional, o con aspectos concernientes
al decursar histórico universal o continental. Resulta
necesario aclarar, además, que una reflexión sobre la
escritura de la historia en el siglo XIX cubano implicaría
sumergirse en no pocas disquisiciones sobre el desarrollo
de las llamadas ciencias sociales, y su constitución en la
pasada centuria, en áreas del conocimiento
independientes, en particular la sociología; lo que
desbordaría (y transformaría) los objetivos de este
trabajo. De ahí que el análisis se enmarque en la escritura
de la historia en la contemporaneidad insular. Dicho
de otra manera, no se pretende hacer la historia de la
escritura decimonónica de la historia; ni muchísimo
menos la historia de las obras sobre historia en la propia
etapa; se pretenderá pensar sobre la escritura de la
historia en la actualidad nacional.
históricos persisten fuertemente en la manera de
historiar en Cuba, sin que esto implique negar el
relevante lugar que ambos autores se ganaron entre los
principales impulsores de los métodos del trabajo
histórico. La absolutización del llamado «dato», y su
abstracción y sobrevaloración, se reflejan en la densidad
de la escritura histórica, lastrada comúnmente por una
excesiva referencia a las fuentes utilizadas. Han sido
publicados no pocos libros, cuyo determinante y casi
único valor estriba en la enorme información que
vuelcan sobre el lector. Lo preocupante del caso es que
sus autores suelen ser alabados, y aun felicitados, por
esconder sus opiniones —si es que las tienen—; vale decir,
por negar su subjetividad profesional, característica de
la expresión histórica, ampliamente conocida ya por
los más connotados teóricos del positivismo europeo
del siglo anterior. Entiéndaseme: no inicio una cruzada
contra el hecho o el dato; abogo simplemente por
retirarlos, lo máximo posible, de la escritura. 3
Diversificar la geografía
¿Dato vs. interpretación?
Sería conveniente pensar con detenimiento en la
distribución, por áreas geográficas, de la producción
histórica nacional. No representaría una sorpresa
constatar que las obras sobre la historia de Cuba
constituyen enorme mayoría, lo cual es lógico. Los
trabajos dedicados a la historia de América Latina siguen
a estos, a mucha distancia. Algo —muy poco— se escribe
sobre los Estados Unidos. Europa, Asia y Africa están
casi por completo ausentes de la escritura histórica.
Varias de las razones que explican lo expuesto puedo
comprenderlas, y aun compartirlas: falta de
información, escasa salida editorial, no acceso a archivos
(¡ah, los socorridos archivos!), poca tradición, etc. Pero
todo no puede justificarse tan sencillamente. Ha habido
—hay— un abandono real y efectivo del quehacer
histórico relacionado con lo «de afuera»; es inconcebible
que España o Norteamérica no estén presentes de
manera habitual en la producción nacional, por su
ligazón directa con el acaecer histórico cubano. Las
ausencias señaladas también hay que buscarlas en la
concepción que sobre la historia —la disciplina
historia— se sostenga. Buena parte de los profesionales
dedicados a la exposición oral o al trabajo de asesoría
vinculado a estas regiones, están altamente capacitados
en su esfera; pero el temor a no ser considerados
Estoy seguro de que para muchos colegas un trabajo
de tal naturaleza es un trabajo «raro». No pocos de los
miembros del gremio preferirían verme laborar
—investigar— en función de precisar, de manera
inobjetable, cuántos clavos remacharon el casco de la
«Santa María», o el exacto número de libertos que
murieron a las órdenes de Donato Mármol —si lo logro
desglosar en etnias, edad y propietarios, mi puesto en
el Panteón sería indiscutido. Esto hace que mi primera
reflexión gire en torno a la fetichización del dato en
nuestra asunción del conocimiento histórico. 2 No
desconozco que en el ambiente histórico nacional han
existido grandes enfrentamientos entre supuestos
cultores del dato en sí y para sí, y connotados escritores
de historia apasionados por una interpretación en gran
medida desvinculada de los hechos históricos. Todo esto
ha sucedido no en el pasado siglo, sino en fecha muy
reciente, lo que ha dejado graves secuelas en las
generaciones siguientes. Yo me preguntaría: ¿por qué
tenemos que seguir reeditando tales enfrentamientos?
Con independencia de las simpatías de cada cual —y
simpatías aquí equivale a concepción de y sobre la
historia— es innegable que las excelentes influencias de
Langlois y Seignobos en el desarrollo de los estudios
95
Oscar Loyola Vega
práctico de la disciplina. A su regreso, los sustanciosos
«datos», localizados con encomiable esfuerzo, serán
vertidos en una escritura tradicional, obsoleta en los
derroteros de la narración histórica del texto
contemporáneo.
investigadores («historiadores») frena la plasmación por
escrito de sus criterios. ¿Cómo competir con acuciosos
colegas, que dedican miles de horas de su vida laboral a
sumergirse en amarillos manuscritos que dormitan en
ignotos y centenarios fondos? Romper con esto no es
fácil: demasiadas décadas lo han condicionado. Sin
embargo, hay que hacerlo, o al menos, intentarlo. La
producción histórica desde Cuba, de cara al siglo XXI ,
tiene que diversificar su base geográfica.
De la teoría
De lo visto se deriva una característica notable de
nuestra producción histórica: la falta de obras teóricas
sobre el género. Si se revisan con cuidado los trabajos
históricos, en un lapso abarcador, sorprende el poco
interés mostrado por los historiadores cubanos en
analizar los marcos teórico-investigativos y los
presupuestos —o supuestos— metodológicos de la
disciplina. En esto no se ha hecho más que seguir los
derroteros de la historia a escala universal: es notorio
que la rama de las «ciencias» sociales menos dada a la
teorización introspectiva, a estudiarse a sí misma, ha
sido la historia. Sin embargo, tal situación ha comenzado
a revertirse en las últimas décadas; impulsados por otros
especialistas, los escritores de historia, en las naciones
más avanzadas dentro de la profesión, han aumentado
considerablemente los estudios relativos a las
concepciones, los métodos y técnicas a emplear, los
referentes históricos, la asunción del texto en tanto
artefacto, la relación hecho-sujeto, et al. 5
A escala nacional, el vuelco apenas ha empezado.
Las investigaciones histórico-concretas predominan de
manera abrumadora. Siguiendo la tradición establecida
desde el siglo XIX, es muy difícil, en nuestro caso, que
un colega analice los métodos y los supuestos a través
de los cuales ha llegado a resultados concretos, y mucho
menos que se plantee los problemas globales de la
investigación histórica, las realidades conceptuales, o
la vinculación de su disciplina con otras afines. No se
trata aquí de desarrollar mejor los estudios
historiográficos, en su sentido habitual; obras de este
corte, si bien poco abundantes, existen; se trata de
interiorizar, de una vez por todas, que una materia que
no elabora su corpus teórico se estanca, antes de
comenzar a retroceder. Es imprescindible, para toda
rama del saber, la reelaboración constante de sus
presupuestos y de sus métodos; no solo para las llamadas
ciencias exactas, o para las otras «ciencias sociales». La
escritura de la historia en Cuba necesita con urgencia la
ampliación de los trabajos teóricos.
La historia como interdisciplina
Lo anteriormente expuesto se da la mano con un
elemento trascendental: por razones ampliamente
conocidas, los que escriben en Cuba tienen un altísimo
grado de desvinculación —involuntaria— con la
producción histórica de avanzada de Europa y los
Estados Unidos. Se desconocen las obras fundamentales,
los principales autores, las corrientes en boga. Hemos
seguido escribiendo como si la disciplina se hubiese
detenido en el tiempo, muchos años atrás. Los
portentosos avances de la sociología, la etnohistoria o
la antropología, por solo utilizar tres ejemplos, no han
existido entre nosotros. 4 En gran parte por
desconocimiento y, en no pequeña medida, por
subestimación, la complejidad del trabajo
interdisciplinario en la contemporaneidad, las múltiples
relaciones actuales entre la historia y otras ramas del
saber, son fenómenos que no existen para los
historiadores del patio. En momentos en que todas las
disciplinas que se ocupan del hombre se traspasan —en
ósmosis vivificadora— sus resultados, da la impresión
de que, en Cuba, los profesionales nos complacemos
en aislarnos de los científicos sociales vecinos,
negándolos, y renunciando a aprovechar sus logros.
¿Qué técnicas se emplean hoy en día en el trabajo
histórico? ¿Cuáles son los límites y posibilidades de la
oralidad? ¿Tienen fronteras precisas la historia y la
literatura? ¿Puede aplicarse una encuesta a
personalidades fallecidas hace doscientos años? Los
ejemplos anteriores ponen sobre el tapete la imperiosa
necesidad, para los historiadores cubanos, de actualizarse
a la mayor brevedad, sobre todo en lo referente a
técnicas. Creo que son utilísimos, no tengo nada
personal contra ellos, pero, ¿hasta cuándo el fichaje, el
clasificador, la guía temática, los rubricadores, etc.,
constituirán el centro —en algunos, el único— del arsenal
de métodos y técnicas? Otras disciplinas pueden ayudar
mucho a transformar tal concepción, que determina —
¡qué duda cabe!— la escritura de la historia.
La diferencia entre el trabajo histórico en los finales
de este siglo y el de mediados de la propia centuria, es
abismal. No se puede negar —peor aún, despreciar—
los avances obtenidos. Y se constata con sorpresa y dolor
que no pocos de los historiadores que viajan al
extranjero se desesperan por realizar amplísimos
trabajos de archivo, con absoluto desinterés por dedicar
parte de su estancia a estudiar el desarrollo teórico-
Recuperar el ensayo histórico
Casi todas las investigaciones hechas en la Isla se
plasman en forma de libros, folletos, artículos diversos,
a no dudar, muy sólidos. Se echa de menos, sin embargo,
un género trascendental en los estudios sobre la
sociedad: el ensayo. Este, en su correcta acepción, casi
brilla por su ausencia. Escoger un problema «histórico»,
desconstruirlo, analizarlo en sus posibles connotaciones,
96
Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual
Se desconocen las obras fundamentales, los principales autores,
las corrientes en boga. Hemos seguido escribiendo como si la
disciplina se hubiese detenido en el tiempo, muchos años atrás.
Los portentosos avances de la sociología, la etnohistoria o la
antropología, por solo utilizar tres ejemplos, no han existido
entre nosotros.
relacionarlo con otros similares y llegar a conclusiones
personales, es un fenómeno semidesconocido en la
producción histórica nacional contemporánea, con
honrosas excepciones.
La tradición cubana, en lo referente al ensayo, fue
excelente desde los albores del XIX hasta hace
relativamente poco. La calidad de los ensayistas insulares
era altamente reconocida dentro de las letras
hispanoamericanas. Varela, Saco, Luz, Martí, Varona y
Emilio Roig —por solo recordar algunos—, queriéndolo
o no, conscientes de ello o no, escribieron trabajos
históricos que marcaron pautas en la ensayística nacional.
La materia prima (información abundante) jamás faltó
en ninguno; por el contrario, de su plenitud dependió
su condición de prosistas. No se olvide, sin embargo,
que si a muchos años de haber sido escritas, sus obras se
leen hoy por hoy con admiración y provecho, esto se
debe al análisis realizado y al compromiso personal
establecido a través de sus juicios; vale decir, al yo del
escritor devenido ensayista.
Actualmente el ensayo es poco cultivado. Las
investigaciones «concretas», con su fárrago de datos y
hechos —¡los nunca bien alabados hechos!—, lo han
sepultado. Mientras más citas, más «objetividad», menos
sujeto, menos yo. Trabajos hay que no contienen un
solo juicio personal: son transcripciones de documentos
de archivo, sin que siquiera el ordenamiento cronológico
intente reflejar una problematización interpretativa. Esto
es válido en ciertas investigaciones, cuyo objetivo
fundamental puede ser establecer información o
«demostrar» algo nuevo, sobre la base de fuentes no
utilizadas. Pero la crónica, la descripción como objetivo
final, o el presentar los sucesos «como realmente
sucedieron», según la famosísima frase de Leopold von
Ranke, no es escribir historia.6 Por otra parte, la pobreza
del ensayo histórico-social en la actualidad —actualidad
que ya se extiende demasiado— ha llevado, en no pocos
premios creados para estimular los estudios sociales, a
laurear como pertenecientes al género a simples
investigaciones cronicoides, nada sospechosas de aspirar
a una connotación ensayística. Tarea primordial para la
escritura de la historia en Cuba es la de rehabilitar el
ensayo, y reasumir el yo histórico del narrador.
grandemente relacionada con la falta de obras de
proyección teórica, y debe ser enmarcada en dos
direcciones:
Primera: el caos existente en la aplicación de
conceptos o, si se prefiere, la pobreza y confusión que
reinan en la utilización del vocabulario histórico. Toda
disciplina se asienta, se consolida y avanza cuando es
capaz de presentar un corpus conceptual que la
singulariza entre las materias afines. En el caso de la
historia, es notable que las investigaciones concretas han
desplazado, de manera abrumadora, la preocupación de
sus cultores por establecer y desarrollar un vocabulario
propio, instrumento de trabajo imprescindible; el léxico
histórico se ha formado, en mucha medida, con la
utilización renovada de palabras de arraigo popular, que
pueden asumir diferentes significados en función de las
«necesidades expresivas» de la escritura histórica. En
Cuba, la confusión terminológica, el caos conceptual,
llega a ser, en algunos profesionales, francamente
lamentable. Muy lejos estoy de pretender resucitar el
antidialéctico sistema de categorías foráneas, adaptable
a todas las materias que estudian al Hombre (según sus
defensores), y que se quiso aplicar en nuestro país; pero
no se puede dudar de que toda disciplina exige un
vocabulario específico. La historia lo tiene, aunque sea
arcaico y poco flexible; empero, nuestros profesionales
lo utilizan —a veces, lo destrozan— sin el rigor necesario.
Y lo peor del caso es que, detrás de esa utilización
caprichosa, no hay una fundamentación conceptual
dinámica del porqué; solo una lamentable confusión
anima, regularmente, la acepción empleada. Tampoco
quiero que se uniformen todos los estilos —en algunos
casos no vendría mal, sería una garantía de
legibilidad—; creo, sin embargo, que hay que avanzar
en la dirección de que los contenidos respondan a un
aparato categorial autóctono, común y preciso.
Segunda: la escritura de la historia en Cuba está a
una distancia infinita —sé que soy muy tajante; pido
perdón— de aprovechar el vocabulario que ofrecen otras
ramas similares. No se trata de copiar los conceptos
ajenos; pero bien que pudiéramos interesarnos por ellos
y aplicar, cuando fuere necesario, sus ventajas. El gran
avance experimentado por las materias sociales ha traído
como consecuencia una eficaz aplicación de sus léxicos,
a menudo intercambiables. Rol, estructura, imaginario,
mentalidades, icono, desconstruir, metarrelato, larga
duración, referente, diacronía, tropo histórico o pre-
Autóctono, común y preciso
La manera en que se escribe la historia en nuestros
predios entraña una notable deficiencia, que está
97
Oscar Loyola Vega
texto, son conceptos muy actuales —aunque, por
supuesto, pueden ser discutibles— que se emplean de
manera constante por colegas de excepcional formación
científica, en regiones de avanzada. ¿Cuántos en Cuba
los utilizamos, o al menos, nos hemos interesado por
ellos? 7 Puedo recordar una investigación muy sólida,
aparecida hace poco, en la que el concepto «imaginario
popular» no era empleado, a pesar de ser punto menos
que el objeto de trabajo del autor, con cuya utilización
este se hubiese ahorrado no pocos rodeos lexicales que,
por falta del vocabulario idóneo, se vio obligado a
emplear. El terror que sentimos los historiadores por
la asunción de nuevos conceptos, se da de bruces con la
relación historia-ciencias sociales preconizada con ardor
por tantos colegas en la contemporaneidad. Será cada
día más difícil mantenernos aislados (puros) en un
mundo en el que los problemas del hombre y de la
sociedad, se tornan complejos de manera acelerada. La
reactualización del vocabulario histórico, el estudio
exhaustivo de otras disciplinas, y su aparato conceptual,
solo pueden redundar en beneficio de la escritura de la
historia desde Cuba. Sin lanzarnos a utilizar
indiscriminadamente cuanta palabrita —o palabreja—
salga al mercado, los conceptos que han demostrado su
validez en otras ramas deben ser incorporados al arsenal
del historiador cubano, en la medida en que sean
convenientes para el trabajo de investigación. Con esto
no introduciríamos una innovación peligrosa, cuyos
alcances no hayan valorado, aceptado y superado, los
colegas extranjeros. De no hacerlo corremos el riesgo
de hablar, a las puertas del siglo XXI , una «lengua
histórica» pre-renancentista. Con la agravante de ser los
únicos historiadores del planeta en emplearla.
española, los historiadores cubanos destrozan el idioma,
con la agravante de aniquilar así la exposición del propio
objeto de estudio. Una revisión, hecha muy por encima,
de los escritos históricos contemporáneos revela un gran
desconocimiento de la concordancia entre sujeto y
verbo; un —a veces, feliz— olvido del lugar adecuado
para el adjetivo —¡que vivan los adjetivos!— en la
oración; una inconcebible despreocupación por el uso
del diccionario, que lleva a emplear palabras «que suenen
bien» en detrimento de las correctas; una pasión
desmedida por el uso de calificativos, que se escapan
del escritor a manos llenas, y, de la misma manera, una
eclosión de demostrativos que alcanzó —en cierta
cuartilla cuyo autor no quiero recordar— la cifra de
diecisiete; una ignorancia supina en relación con la
función del adverbio, cuya utilización aplasta al lector;
una inconsecuencia total en el empleo de los tiempos
verbales propios de la escritura histórica, los que, lejos
de ser utilizados para enfatizar —en particular el
presente—, acentúan la impresión errática de la
redacción. ¿Para qué continuar ejemplificando?
Afortunadamente, el caos no es aún absoluto. No hemos
descubierto las interjecciones.
Se hace evidente que los errores señalados en la
utilización adecuada del idioma español van
acompañados del empleo arbitrario de los signos de
puntuación. Ha sido un recurso socorrido culpar a las
mecanógrafas de las faltas de ortografía o, en su
momento, achacarlas a erratas de edición. Con el
desarrollo de la tecnología es harto probable que se
pretenda endilgar a las computadoras las carencias que
solo pertenecen al autor. En todos los casos, sin
embargo, siempre ha sido más difícil la autoexoneración
en relación con los signos de puntuación. Escritos hay
en que coma, punto y coma y punto y seguido se
intercambian festinadamente; en otros, por el contrario,
el «creador» solo conoce el punto y aparte, asociando,
en deliciosa simbiosis, redacción histórica con
telegramas. La conjunción de una puntuación muy
deficiente con graves errores gramaticales lleva, si se trata
del lector, al delirium tremens; si del analista, a constatar
un nuevo problema.
Esto tiene que ver con la oscuridad de la redacción,
o lo que viene a ser lo mismo, con la incomprensión
generada por —y en— el texto histórico. Errores de la
magnitud de los señalados, aunque a no pocos puedan
parecer intrascendentes, tienen la misma importancia
que se le daría a un objeto material mal elaborado, no
acabado; vale decir, chapucero y, por tanto, limitado
en sus funciones. Un texto histórico mal puntuado,
gramaticalmente deficiente, trasluce un escrito poco
comprensible, con un mensaje que se hace más oscuro
en la medida justa en que aumenten sus errores; su
asunción se dificulta, se empaña. La incomprensión del
contenido, que genera un acabado incompleto, está
presente en buena parte de la escritura de la historia
desde Cuba, agravado por el hecho de que muchos
autores superponen expresiones, confunden oraciones
principales con subordinadas, alteran el orden lógico
Historia y lenguaje
Es conveniente reflexionar sobre un aspecto
valorado como secundario por los historiadores
contemporáneos en Cuba. Me refiero a la calidad de la
prosa utilizada, que es, francamente, deficiente. Cuando
se revisa la producción histórica del siglo pasado y
mucha de la del actual, llama poderosamente la atención
el elevado grado de perfección alcanzado por los
historiadores en un instrumento de trabajo fundamental
como es el lenguaje. No pocas de las páginas escritas en
libros y ensayos de historia clasifican entre las mejores
y más enjundiosas cuartillas de nuestra literatura.
Prosistas como los mencionados en un párrafo
precedente elevaron al más alto rango la escritura
histórica; sus continuadores, en la actual centuria,
hicieron honor a esta tradición: de Fernando Ortiz a
Julio Le Riverend la disciplina ha tenido excelentes
escritores.
Muy diferente resulta el panorama en los últimos
años. Preocupados enormemente por los datos, por la
veracidad informativa, o por la posible interpretación;
con una formación escolar muy deficiente sobre las
reglas y preceptos constituyentes de la gramática
98
Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual
Sorprende el poco interés mostrado por los historiadores
cubanos en analizar los marcos teórico-investigativos y los
presupuestos —o supuestos— metodológicos de la disciplina.
[...] Las investigaciones histórico-concretas predominan de
manera abrumadora.
gramatical en la estructura interna de la frase, y hacen,
en suma, el mayor esfuerzo —conscientes o no— por
enrevesar el sentido de la exposición. Existe una
incuestionable reticencia —tanto entre los escritores de
obra reconocida como entre los jóvenes aspirantes a
historiadores— a considerar el estudio de la gramática
como un instrumento imprescindible del trabajo
cotidiano, al mismo nivel que la «técnica» del fichaje. 8
Y así la escritura de la historia sigue presentando
notables imprecisiones que limitan grandemente su
alcance definitivo.
siempre han estado muy al tanto de cuándo y cómo la
escritura se les «escapa», tratando de convertirse en
autónoma, y de imponerse y sojuzgar al autor. ¿Quién
puede, definitivamente, negar los elementos y el poder
literario de la historia? En gran medida, esta se expresa
a través de un texto —de un artefacto, como algunos
teóricos actuales prefieren llamarlo, sin que se desmienta
así el carácter investigativo, «científico», de las
conclusiones históricas alcanzadas.
Hay que aprender a explotar tales posibilidades. Hay
que entender de una vez por todas que la emotividad,
el ardor creativo, la utilización de símiles y metáforas,
no están reñidos con la redacción histórica; antes bien,
pueden constituirse en valiosos recursos comunicativos.
Muy buenas investigaciones, correctamente redactadas,
dejan la impresión en el lector de que su autor equivocó
el tono narrativo. No se trata de organizar la exposición
histórica como si se estuviese en presencia de una novela,
un cuento, o un poema; pero no puede ignorarse que
muchos escritos históricos ganarían en eficacia, elevarían
su poder trasmisor, tendrían una mayor capacidad de
convencimiento —no solo dentro del gremio, sino en
el lector común—, de aprovechar adecuadamente los
recursos propios de la literatura; entiéndase, no para
hacer literatura, sino para hacer —escribir— mejor
historia.
Podrá objetarse que el texto va surgiendo en la
medida en que se redacta, lo que no es por completo
desacertado. Pero piénsese también que el escritor
histórico, en diferentes etapas de su trabajo, diseña la
investigación, la lleva a vías de hecho, la discute con
múltiples colegas —no en todos los casos, por
supuesto—, organiza su redacción y, ya inmerso en esta,
distribuye información-interpretación en capítulos,
acápites, párrafos y oraciones. ¿Por qué entonces no
dedicar el tiempo conveniente a la estructura literaria
—quiero decir, a la escritura— que asumirá el resultado
final? A poco que se piense, puede uno darse cuenta de
que el paso señalado sería determinante. Cada
acontecimiento o proceso histórico puede expresarse,
narrarse, de varias maneras. No exige la misma escritura
—para ejemplificar de manera sencilla— el análisis de la
crisis de la plantación esclavista que la muerte de Carlos
Manuel de Céspedes. El texto actúa como un elemento
comunicador de tanta importancia como el contenido
y el mensaje históricos. Los historiadores y los literatos
del patio tenemos un texto paradigmático en la historia
y la literatura nacionales: Nuestra América, de José Martí.
¿Puede alguien imaginar el contenido histórico concreto
El valor del texto
El recorrido efectuado a través de algunas de las
características que presenta la escritura de la historia en
la actualidad nacional quedaría muy incompleto si no
se hiciese hincapié, finalmente, en un hecho relevante
dentro de las discusiones teóricas sobre la disciplina,
desarrolladas en los últimos años: el texto en sí mismo.
La importancia del tema nunca será suficientemente
destacada; no hace falta ser un gran analista de la historia
para entender la trascendencia de la exposición. Todo
escritor histórico —si se respeta— ha experimentado el
peso que sobre sí tiene el valor de la redacción, es decir,
el acto de iniciar la comunicación de ideas a los otros,
que incluso pueden, inicialmente, no compartirlas. El
binomio redacción-texto en los avatares históricos, era
ya conocido desde la Antigüedad, y está en la génesis
misma de la rama del saber a la que se aplica el nombre
de historia. Las enormes posibilidades del texto, sus
funciones y connotaciones —léase, su carácter literario—
amplifican o minimizan los resultados de la
investigación histórica.
Personalmente, siempre he creído en el valor del
texto. Obsérvese que aquí no se habla de su corrección
gramatical, lo que ya ha sido analizado, sino de sus
potencialidades intrínsecas como transmisor —¿el único,
quizás?— del decursar pasado-presente. Una cosa es la
discusión sobre si es preferible la exposición lineal de
datos y hechos, por un lado, o la utilización de estos en
aras de una constante interpretación histórica, por otro;
y otra cosa bien distinta es que ambas opciones pueden
aprovechar mucho mejor la forma expositiva. Los
historiadores cubanos estamos muy lejos de comprender
esta realidad, nada nueva, si bien hacía mucho tiempo
que no emergía con suficiente intensidad en los trabajos
teóricos.9 Los creadores literarios, por razones evidentes,
99
Oscar Loyola Vega
de este maravilloso ensayo en otro continente? ¿Surtiría
el mismo efecto su lectura si el autor hubiese
seleccionado como forma expositiva un texto que
describiese linealmente las razones y argumentos que
allí se leen? No, seguramente. En este caso la escritura
histórica, el texto, multiplicó los efectos del mensaje,
haciéndolo imperecedero.
No abogo porque la forma desplace al contenido en
la escritura de la historia; argumento en favor de que
ambos recuperen, como en tiempos no tan lejanos
tuvieron, su complementariedad. No oponerlos,
hacerlos fraternizar. Entender la autonomía del texto
en ciertas circunstancias no significa someterse a él
indiscriminadamente, sino aprovecharlo en función del
mensaje histórico. En este, como en otros aspectos ya
analizados, los historiadores cubanos no podemos seguir
ignorando las discusiones y los aportes de los centros
capitales de elaboración de la teoría histórica
contemporánea. Saber qué se discute en torno a la
especialidad propia es un requisito imprescindible para
validar a un estudioso; conocer el debate sobre la
existencia en sí, los métodos y técnicas, el objeto de
trabajo, de la rama a que se dedica cada cual es
determinante para los resultados que se obtengan. La
disciplina historia —agobiada por el peso de los siglos,
renegada por algunos, con ese fardo encima de sus
cultores, halada por otras ramas que también estudian
al Hombre—, lenta, inexorablemente, avanza, cambia
sus métodos, se dinamiza, para esperar con nuevas
energías el siglo XXI.10 La «forma espiritual en que una
cultura se rinde cuentas de su pasado», para llamarla de
la manera poética en que Johann Huizinga lo hizo hace
ya bastante tiempo, transforma su escritura. Desde
Cuba, ayudémosla.
Profesión de fe al acabar
Lo haremos. Tengo absoluta confianza en que lo
haremos. Con mayor o menor éxito, pero lo haremos.
La escritura de la historia es nuestra. ¡Adelante,
Herodotos!
Notas
1. Son ampliamente conocidas las confusiones terminológicas que el
vocablo historia presenta. Lo utilizo no en su sentido de «hechos
transcurridos en el pasado», sino en el de rama del saber que estudia
tales hechos y los procesos concatenados por ellos o sus rupturas.
2. Los conceptos dato y hecho van a repetirse, mucho más de lo que yo
quisiera, en este trabajo, prueba fehaciente del altísimo grado con que
han marcado el quehacer del historiador.
3. Casi estoy convencido (aunque espante a mis colegas) de que terminaré
mi vida profesional sin saber con certeza qué es un hecho histórico.
4. El desglose y la subdivisión de las llamadas ciencias sociales es, hoy
en día, fascinante. De continuar, hará falta una rama especializada, de
entre ellas, que se ocupe de seguirle los pasos a tal atomización.
5. Lo expuesto se refleja en el espacio, cada vez mayor, alcanzado por la
discusión teórica en los congresos internacionales de historia, a juzgar
por las diferentes memorias editadas.
6. La expresión de Ranke «wie is eigentlich gewesen», en tanto concepción
sobre la historia, tenía plena validez ciento cincuenta años atrás; hoy es
francamente inconcebible. Sin embargo, aunque lo nieguen, para no
pocos autores mantiene plena vigencia.
7. No solo apenas se utilizan, sino que despierta suspicacias, por «falta
de seriedad histórica», el trabajo donde aparezcan. Mientras más arcaico
el vocabulario técnico, mejor, más «histórico». Tal parece ser la tónica
imperante.
8. Es común hablar de dicha técnica; no creo haber conocido a dos
historiadores que fichen igual, lo que me hace sustentar el criterio de
que la técnica del fichaje consiste precisamente en la ausencia de técnica.
9. De Michel de Certeau a Hayden White, sin olvidar a Paul Veyne, el
problema del texto como narración es bastante analizado por los
especialistas contemporáneos; haciendo justicia, ya se había aproximado
a él R.G. Collingwood. Y si se sigue retrocediendo, Jules Michelet lo
conocía, aun cuando no considerase necesario —o no pudiese—
planteárselo teóricamente. Y debieron trabajarlo muchísimo Homero,
Herodoto y Tucídides, cuyos lectores —o sea, cuyo auditorio— conocían
perfectamente bien el argumento histórico. El acercamiento a la historia
se producía entonces a través de la literatura, del texto; no del contenido.
10. Por ahora, y para decepción de Francis Fukuyama, todos sabemos
que la historia no termina.
©
100
, 1996.
6: 101-112,
abril-junio,
1996.
La alternativa socialista:no.reforma
y estrategia
de orden
La alternativa socialista:
r
eforma y estrategia
reforma
de orden
Giberto V
aldés Gutiérr
ez
Valdés
Gutiérrez
Investigador. Instituto de Filosofía.
P
la complejidad de estos procesos a un ángulo
puramente tecnocrático. Ha sucedido lo contrario: una
amplia confrontación de ideas antecede la toma de
decisiones puntuales. Los debates en el Parlamento,
en los sindicatos y en diversos escenarios sociales,
académicos y políticos muestran la tendencia a la
construcción de consensos en torno a las medidas
estratégicas que inciden en el rumbo económico del
país.
El cambio de modelo funcional de la economía
implica una reinserción y un rediseño interno que abre
cauce a las constreñidas fuerzas productivas; impulsa
la descentralización empresarial y local; facilita la
entrada de capital foráneo en marcos de creciente
apertura y sujeto a distintos tipos de asociación; avanza
hacia la flexibilización de criterios en torno a la
propiedad; sustituye el asistencialismo paternalista del
Estado, procurando afectar en el menor grado posible
la protección social, crea condiciones aceleradas para
la superación del igualitarismo improductivo3 en favor
de principios factibles de igualdad y, en general,
reestructura el marco jurídico-institucional del Estado
para normar las transformaciones económicofinancieras y contribuir al desarrollo de nociones más
avanzadas de responsabilidad ciudadana.
ensar los retos que afronta la alternativa socialista en
las condiciones del capitalismo transnacional de fines
de siglo presupone un colosal esfuerzo en el ámbito de la
teoría emancipatoria. Las consideraciones que siguen tan
solo adelantan algunas «pistas» a tener en cuenta en esta
dirección.1 El contexto desde el que son presentadas no
podía ser otro que el marcado por las transformaciones
que tienen lugar en la sociedad cubana durante la presente
década. Reforma y opción socialista son, en este caso,
dos términos subsumidos en la misma voluntad que ha
caracterizado a la Revolución cubana en todo su itinerario.
La reforma es un hecho que genera estimaciones
contrapuestas sobre los ritmos, orden y sentido de las
transformaciones particulares, pero que muy pocos
objetan como salida, ante la crisis de la economía cubana
de los últimos años.2 Se trata de un consenso que jerarquiza
un asunto de interés prioritario para la sociedad. Mas,
como proceso no sujeto a una solución unívoca y
preestablecida de todos los temas involucrados, su
aceptación no es ajena a la producción de alternativas que
puedan ser, a cada paso, confrontadas con los resultados
concretos y su ejecución. Inhibir esa producción de
alternativas —tanto de aquellas que emanan de
valoraciones y conocimientos ordinarios, como las
provenientes del saber sistematizado— significaría reducir
101
Gilberto Valdés Gutiérrez
Cuba se internó en condiciones críticas excepcionales que la
situaban ante el reto de descubrir y crear sus nuevas
oportunidades históricas. La comprensión audaz de esas
oportunidades en los años 90 ha tenido que vencer el lastre de
actitudes inerciales, prejuicios ideológicos, rechazos apriorísticos
y temores ante los desafíos inéditos que se configuraban.
El término reforma se hizo cada vez más presente
entre los economistas cubanos desde fines de 1993 y ya
hoy es rutinario en el discurso estatal. Paradójicamente,
las primeras medidas en esta dirección avanzan en medio
de una demonización de la palabra, asociada al mapa
ideológico que precedió a la autoextinción del socialismo
europeo. Así, los nuevos datos de la realidad van a ser
procesados por una conciencia teórica retorizada que,
como primera reacción, se protege frente a los signos de
los cambios. 4
El hecho de que Cuba se mantuviera como alternativa
de convivencia humana devino prueba de
deslegitimación, aparentemente contrafáctica, de la
nueva cultura de la desesperanza, avalada por el
derrumbe, la fiebre neoliberal y la mitología del fin de
la historia. En ese contexto, la firmeza política de la
Revolución cubana y la cultura de radicalidad y
resistencia que le es inherente tenían que ser
redimensionadas, so pena de desaparecer ante los bruscos
cambios verificados en el mapa político mundial luego
de 1989.
Una consecuencia no deseada de las prioridades
ideológicas de esos años fue que algunas líneas de
teorización sobre las alternativas de continuidad
estuvieron marcadas por el reduccionismo táctico y el
cumplimiento de prioridades de la coyuntura. 5 Luego
de la desaparición del socialismo real, en la comunidad
científica se produce una quiebra de viejos patrones
valorativos, que pone a prueba su capacidad de
renovación en aras de recomponer sus potencialidades
propositivas en las nuevas condiciones de la sociedad
cubana.
Desde el ángulo puramente económico, la dinámica
de las transformaciones ocurridas de 1990 a 1993, como
resultado de la desconexión con la desaparecida URSS y
la crisis sostenida de la economía nacional, pudiera ser
catalogada como propia de una estrategia defensiva. Es
comprensible que la cautela política impusiera un ritmo
especial a la dialéctica defensa-renovación del sistema
socioeconómico instituido. Sin embargo, la relativa
lentitud en esta esfera contrasta con la celeridad con que
la sociedad cubana se desprende de nexos ideológicos y
culturales impostados, modos rutinarios de pensamiento
y estereotipos cosmovisivos que, entre otros efectos,
formalizaron una articulación mecánica del marxismo
y la tradición nacional.
Cuba se internó en condiciones críticas excepcionales
que la situaban ante el reto de descubrir y crear sus nuevas
oportunidades históricas. La comprensión audaz de esas
oportunidades en los años 90, ha tenido que vencer el
lastre de actitudes inerciales, prejuicios ideológicos,
rechazos apriorísticos y temores ante los desafíos inéditos
que se configuraban. Se produce la paradoja de que ciertos
resultados teóricos, instrumentalizados previamente para
legitimar acciones político-económicas en otras
coyunturas, no pueden dar cuenta intelectiva de los nuevos
rumbos.
Una vez más, las formulaciones políticas aventajaron
a la producción teórica. Ello no es, por supuesto, un
contrasentido, dada la naturaleza de la política. Sería una
vana pretensión cientifista dictar pautas rígidas de acción
desde un saber que necesariamente opera en niveles de
abstracción, donde no pueden ser registradas las dinámicas
de las coyunturas y la visión ponderada, temporal, del
conjunto de intereses existentes en un momento
determinado.
La aplicación de la reforma se lleva a cabo con una fuerte
carga de pragmatismo indispensable —apunta Víctor
Figueroa Albelo. La agudeza de la crisis, la ausencia de
paradigmas de referencia, más la falta de un sistema teóricocientífico que la adelante y apoye, obligan a tantear los
nuevos caminos que se van abriendo. Hay una carga de
urgencia, de audacia creativa y de riesgos inevitables que el
país deberá correr para encontrar las respuestas prácticas.
Urge la elaboración teórica que explique el proceso, lo
sintetice e identifique las contradicciones y conflictos actuales
y futuros, así como los modos de enfrentarlos.6
Es previsible que en estos procesos de cambios se
generen tensiones entre cultura y saber instrumentalizado,
cuando este deviene fórmulas sacralizadas, inviables en
las nuevas condiciones. Ello muestra la conveniencia de
estimular al máximo la producción de conocimientos
científico-sociales, pronósticos y opciones anticipadas para
ensanchar el espectro de las alternativas políticas. Como
señala Rafael Hernández,
la política puede aprovechar inteligentemente el enorme
caudal de la cultura, sin instrumentalizarla, para operar
mecanismos que faciliten la consecución de metas comunes.
Pero sobre todo puede interactuar con la cultura y aprender
de esta, de su poder social insustituible.7
La impronta del maniqueísmo heredado de las
formalizaciones del marxismo posterior a Lenin, en torno
102
La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden
latinoamericana. Jaime Osorio describe uno de los
resultados de este tipo de reacción antirreduccionista:
a los conceptos reforma y revolución, presentados como
antípodas del desarrollo social, lastró el proceso de
reordenamiento de nuestras coordenadas mentales y
limitó la búsqueda de nuevas claves interpretativas para
dar cuenta de los estrenados retos. Asumir el debate de la
crisis del marxismo, en esas circunstancias, no fue una
postura retórica ni una concesión desmovilizadora:
permitió el deslinde entre la herencia del marxismo clásico
y sus desarrollos posteriores durante el presente siglo, y
la teología evolucionista y positivista que usurpó sus
créditos y desnaturalizó un pensamiento fundacional que
rechazaba para sí el carácter de «pasaporte universal de
una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud
consiste en ser suprahistórica».8
No resulta ocioso tener en cuenta que, más allá de sus
nexos con el socialismo en general o con determinado
modelo de su construcción, el fundamento básico del
marxismo radica en el propio desarrollo histórico. Pueden
producirse los desprendimientos paradigmáticos y las
síntesis más inimaginables en el futuro próximo, mas no
existe ningún argumento serio que legitime su anunciado
estado terminal, lo que significaría otorgarle a destiempo
la condición de determinación cualitativa plenamente
desarrollada. A las puertas del nuevo milenio, en plena
mundialización del capital y creciente distancia económica
entre países del centro y la periferia, ante tendencias
homogeneizadoras que apuntan a la creación de formas
transnacionales de gobierno, de sofisticadas maneras de
regulación y dominación de pueblos y personas, la
legitimidad del marxismo como crítica radical de todo lo
existente rebasa con creces todo prurito académico:
deviene condición racional de una ética afirmativa, sin la
cual el género humano difícilmente podrá acceder a su
humanización planetaria.
El reconocimiento de esa crisis teórica colocó a los
cientistas sociales cubanos en mejores condiciones para
insertarse creativamente en el esfuerzo regional y universal
de reconstrucción del «mapa cognitivo» del mundo
globalizado y transnacionalizado del presente, en el que
la perspectiva marxista pugna por superar los límites
epistemológicos que la relegaron, y la soberbia que
impidió el diálogo de saberes y la confrontación
pluriparadigmática de los estudios sociales. El ajuste de
cuentas con la escolástica entronizada en la trayectoria
posterior a Lenin —así como con la búsqueda de la
supuesta esencia incontaminada, prístina del pensamiento
original de Marx, a la luz de la cual se harían inteligibles
las realidades de hoy—, ha sido y aún es condición para
reanimar las investigaciones marxistas en la actualidad.
Se comprende que la reanimación aludida no implica
el recambio de la rigidez determinista por el culto a la
indeterminación. Una de las evidencias más palpables de
la crisis teórica radica precisamente en la no captación a
tiempo, por el pensamiento emancipatorio, de la profunda
reconstrucción transnacional del capitalismo y sus efectos
particulares en la sociedad contemporánea. No se trata,
pues, de asumir idéntica lógica a la verificada durante la
crítica al economicismo por parte de la nueva sociología
Y si la antigua sociología pecó por su reduccionismo
económico, la actual peca por su reduccionismo político
[...] Los estudios sobre las transiciones democráticas y sobre
los movimientos sociales se han multiplicado teniendo por
lo general ese denominador común. Actores sociales de los
que nunca aparecen los referentes en los cuales actúan;
proyectos de democratización sin alusión a los marcos
materiales que los harían posibles; individuos para quienes
su simple condición de votantes ya los convierte en
ciudadanos, sin diferenciar entre la condición de subsistencia,
y las especificidades políticas y culturales de un indio de la
sierra peruana o ecuatoriana con un citadino de São Paulo o
Buenos Aires.9
La necesidad de crear espacios plurales de reflexión
equivale a desplazar la centralidad de las respuestas
acostumbradas, portadoras de certezas estériles, hacia las
preguntas. Debemos convenir en que si no siempre
hemos acertado con las primeras, quedan en pie todas
las segundas. Formular los nuevos problemas que afronta
la alternativa socialista frente a la culminación a escala
mundial del proceso de expansión capitalista, de
internacionalización del ciclo completo del capital, exige,
en principio, un enorme esfuerzo explicativo y
pronóstico de los nuevos marcos de la acción colectiva
y, en consecuencia, el abandono de la imagen teleológica
sobre la «sociedad de llegada».10
En este sentido, la nostalgia formalista del pasado
reciente se manifiesta mediante la ilusión según la cual
la salida hipotética del Período Especial implica la vuelta
al estado de cosas anterior, lo que relegitimaría el enfoque
doctrinario, hoy desacreditado. La superación de ciertas
concepciones habituales sobre el socialismo es la única
manera de visualizar las formas emergentes de socialidad
resultantes de los cambios; no para subsumirlas en una
lógica regresiva o acomodaticia, sino para afirmar la
voluntad presente, sin ataduras conceptuales que le creen
incongruencias a la práctica, e intentar desbloquear el
futuro de la opción socialista en las condiciones
venideras.
Por ciertas concepciones habituales sobre el
socialismo entendemos, en este caso, aquellas que
tuvieron como presupuesto considerar lo alternativo
como lo ya realizado y la posibilidad real como realidad
desplegada, a despecho del tiempo, modo y lugar, que
impedía distinguir la aspiración de la realidad. También
es necesario, sin embargo, protegerse de la tendencia
contraria: la máxima pretensión de lo socialista
convertida en hipóstasis conceptual inalcanzable, desde
cuya idealidad se menosprecian las evoluciones factibles
en dicha dirección, inherentes al segmento discreto del
desarrollo en que nos encontramos. El no
comprometimiento del socialismo con un paquete de
rasgos fijos e inamovibles es, precisamente, la manera
más productiva de conservar lo alcanzado, descubrir las
salidas multivariadas que ofrece la crisis de la época y
abrirnos hacia nuevos grados de socialidad
desenajenada.
103
Gilberto Valdés Gutiérrez
Más que elaborar una modelística abstracta sobre el socialismo,
se impone adoptar una postura teórica ajena a lo que Gramsci
criticaba como «proyectos mastodónticos» de socialismo. Resulta
imposible, en consecuencia, prefigurar algo más que «líneas
gruesas» del devenir social, abiertas a las correcciones que impone
cada alternativa histórica y política concreta.
Existen, al menos, tres propuestas de reflexión en
torno a cómo enfocar la factibilidad del socialismo en
las presentes condiciones. Las de teorización formal
más acabada, en el contexto eurooccidental, se definen
como modelos de socialismo de mercado (John
Roemer, Fred Block, entre otros), y modelos
autogestionarios o de socialismo asociativo (Diane
Elson, Tony Andreani, Marx Feray, para citar algunos
de sus representantes). 11 Una línea más modesta que
las dos anteriores prefiere no otorgar —«aquí y ahora»—
los rasgos de un proceso interformacional, aún no
desplegado en su integridad, sin una adecuada
categorización y estudio, al socialismo como tal, cuya
plenitud supone el predominio de una efectiva
socialización de la producción y de la política.
En nuestro criterio, más que elaborar una modelística
abstracta sobre el socialismo, se impone adoptar una
postura teórica ajena a lo que Gramsci criticaba como
«proyectos mastodónticos» de socialismo. Resulta
imposible, en consecuencia, prefigurar algo más que
«líneas gruesas» del devenir social, abiertas a las
correcciones que impone cada alternativa histórica y
política concreta.
Remake necesario: socialismo y mercado
En las condiciones históricas interformacionales donde
se circunscribieron las revoluciones protosocialistas no
existieron las bases reales para una apropiación y
distribución directa de productos. Muchos manifiestan
hoy que dicha situación exigía entender la necesidad de
aplicar los mecanismos e instituciones del mercado, dar
curso efectivo a las relaciones monetario-mercantiles, no
solo en el ámbito de los artículos y los servicios, sino en
el de la gestión de sus participantes, sobre la base de una
línea de desarrollo que no podía reproducir simplemente
la típica anterior.
El tema es polémico. Suponiendo que el socialismo
hubiera triunfado en los países capitalistas desarrollados,
no resulta probable que la producción mercantil se
eliminara con el acto de la expropiación de la propiedad
privada. Cabría esperar (hipotéticamente) que la solución
a dicha contradicción surgiera espontáneamente en la
práctica, como sucedió con la transformación de la renta
al aparecer la propiedad moderna de la tierra, hecho que
tan solo capta Marx, a diferencia de Smith y Ricardo. Si
colocamos el orden posmercantil como concepto límite
positivo, el problema reviste mayor complejidad: el
desafío es aplicar y descubrir algo que no está aún en la
realidad, al menos en la conocida. La superación de esta
contradicción sería un resultado valioso, en el sentido
teórico, como premisa de una nueva contractualidad
desconocida hasta ahora. La mera extensión de las leyes
del mercado al socialismo —sin una determinación clara
del mecanismo de acción de las mismas— muestra, hasta
el momento, los límites teóricos y prácticos que aún
marcan el proceso de emancipación humana.
Para Luis Martínez de Velasco,
tiene sentido preguntar qué significado podría adquirir una
expresión como “socialismo y mercado”, o más exactamente
“socialización del mercado” (dando por sentado, en
principio, su deseabilidad social). Existen, en este sentido,
dos posibilidades fundamentales de reorientación social del
mercado: una reorientación “exterior” basada en criterios
inevitablemente estatales, y una reorientación “interior”
apuntalada sobre la base de una democratización interna de
las empresas como centros de decisión económica.12
Este autor se cuestiona, en relación con la primera
posibilidad, hasta qué punto es factible la «moralización
exterior» del mercado, destacando la irreductibilidad de
ambas lógicas: la del beneficio privado y la de la
deseabilidad social. Finalmente, se inclina por la
posibilidad que considera más congruente: el
«establecimiento de una suerte de control democrático
en el corazón mismo de las estructuras de producción y,
en consecuencia, de decisión en términos de política
económica». 13 Dentro de esta tendencia, valora las
propuestas de Olf Himmeslstrand (capitalismo colectivo)
y de Offe (capitalismo comunista) como tentativas con
capacidad «de romper la dependencia funcional de una
producción socializada en favor de beneficios privados».14
Lo que no queda claro es cómo «establecer un sistema de
producción y distribución de riqueza conforme a criterios
de racionalidad moral absolutamente innegociables» 15 en
una sociedad donde el capital conserva su cetro como
dueño de las condiciones del trabajo.
Los argumentos apuntados para desechar la
reorientación exterior del mercado desde la variable estatal
se sustentan, a nuestro juicio, en el error de reducir la
gama de alternativas contempladas por el socialismo
marxista a aquella que se impuso en la experiencia del
socialismo real. El plan o centralidad y el mercado o
contractualidad interindividual tienen, para el proyecto
104
La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden
socialista, una connotación muy diferente a la que se les
ha dado. La idea de plan más abarcadora nunca fue, para
dicha teoría, su reducción al «plan del Estado y por el
Estado» ni, en rigor, al Estado mismo (entendido como
unidad aglutinante), sino una racionalidad diferente a la
anarquía mercantil, que debía concretarse en los marcos
de un tipo de Estado al que explícitamente Marx y Engels
definen como «no Estado»; esto es, una concreción y
autoconfirmación del productor libre asociado, de su
autoconciencia y capacidad para reclasificar la política más
allá de intereses corporativos, mediante distintas fases de
desarrollo.
Admitiendo que el mercado —contenido viejo que
actúa en este caso como forma— puede y tiene que ser
utilizado en la nueva «esencia» socialista (aún informal en
tal sentido); su talón de Aquiles radica en hacer caso omiso
de las condiciones fundamentales donde este debe actuar.
¿Cuáles serán sus nuevas leyes, papel y lugar en el sistema
socioeconómico? ¿Qué contenido tendrá el mercado, que
lo haga adecuado al proyecto social y a la economía
socialistas?
Capitalismo no es sinónimo de mercado en general.
Pero el mercado en el capitalismo es, ante todo, mercado
de capitales en competencia que tratan de valorizarse. Su
perspectiva no es simplemente la circulación general de
mercancías. El monopolio, ya se sabe, quiebra esa
competencia, y la actual fase de transnacionalización
apunta hacia la globalidad regulada, que conserva y
acentúa la dominación. ¿Qué espacio queda, pues, a la
reproducción en las condiciones del socialismo?
La mercancía y el mercado expresan una forma de
contractualidad objetivada, fetichizada. Pero por encima
de ella se alza, determinándola, la que brinda el capital,
como contractualidad social, orgánica. ¿Cómo acceder a
una contractualidad social íntegra, que estimule el
desarrollo económico, sin el capital como relación de
producción? Nos alejaríamos del planteamiento correcto
del problema si nos limitáramos a las relaciones
monetario-mercantiles en el socialismo. Reconocerlas es
una victoria pírrica. La gran interrogante sigue siendo:
¿cómo superar al capital en su condición de relación de
producción, proceso, medio y modo de producción?
Lo anterior se vincula al hecho de que el mercado que
necesitaría el socialismo tendría que brotar de forma
adecuada a las modificaciones estructurales de este sistema,
en particular las de la propiedad, ya que esta nació de
manera imperfecta, inacabada, representada y, hasta cierto
punto —en el sentido histórico— «fetichizada». Al no
resolver esas contradicciones, las relaciones económicas
surgidas en el antiguo socialismo real, condicionadas por
la modalidad de socialización (jurídico-administrativa)
impuesta en el curso de su desarrollo, se vieron
contaminadas con relaciones de viejas formas que facilitan
la consolidación del poder-función burocrático, no
controlado por las bases, en la superestructura
sociopolítica y administrativa.
Ello ocurre al no concertarse un proceso alternativo
de socialización y cooperación real que repercuta en sus
planos estructurales y funcionales, para dar cabida a
categorías mercantiles dentro de una socialidad
democrática nueva. El mercado en el socialismo necesita
una centralidad, mientras no se descubran los modos de
autorregulación de la sociedad, para evitar la regresión a
su forma capitalista. Pero si esta centralidad se enajena de
la nueva sociedad civil, del pueblo, solo se encubre el
totalitarismo-dominación que presupone la planificación
que existía. En otras palabras: sin un micropoder real de
la comunidad laboral, en primer lugar; sin una
participación popular activa y resuelta en todos los
espacios que le corresponden y un completamiento de la
representación estatal en todas sus instancias, la reinserción
mercantil puede conducir al totalitarismo empresarial que
transite hacia una nueva división de clases.
Inscribir la salida al mercado solo como un acto
volitivo de salvaguarda de intereses sectoriales, pudiera
soslayar del análisis la impronta de políticas realistas —y
de rectificaciones teóricas de la ilusión posmercantil—
orientadas a impedir la desintegración social y el
aislamiento localista estéril (el «comunismo local» a que
hacían referencia Marx y Engels), a partir de una búsqueda
válida de un modelo de inserción no sometido, en el
sistema-mundo transnacionalizado del presente.
Que la revalidación del mercado —además de cumplir
su cometido económico— venga a satisfacer expectativas
teóricas, ideológicas y psicológicas, que recibieron
ingenuas y contraproducentes respuestas durante décadas
por la preceptiva poslenin, es algo que no se discute hoy.
De lo que se trata es de no esgrimir la falacia que Luis
Martínez de Velasco denomina «tesis del enemigo
incorporado», consistente en la separación entre mercado
(al que se le confiere una estricta capacidad
autorreguladora) y capitalismo (con su cadena de
desequilibrios, monopolizaciones, burocratizaciones).
Desde esa premisa,
todos los fracasos del modo de producción capitalista son
sistemáticamente cargados a la cuenta del capitalismo como
«enemigo incorporado», lo que hace que el mercado reciba
una constante confirmación contrafáctica nucleada en torno
a la [imposible] experiencia de una ausencia total de
mediaciones «extrañas» al mismo.16
Algunas interrogantes siguen siendo formuladas:
¿podrá satisfacer un mercado «no libre» las finalidades
sociales, sin que esto choque, a su vez, con la «libertad»
que demanda el propio mercado? ¿Cómo establecer la
vinculación mutua entre mercado y plan para responder
a la finalidad social? ¿No se establece con esto un círculo
vicioso, donde para controlar el mercado hace falta la
democracia y para ampliar la democracia es necesario
soltarle riendas al mercado, en el sentido de que es la
sociedad en su conjunto la que determina estas
relaciones? ¿Qué mecanismos o formas de control se
emplearán, las del mercado libre que conocemos, las de
la planificación totalitaria que se critica, o serán las de
un modelo de articulación más racional y razonable que
aún no se ha logrado?
105
Gilberto Valdés Gutiérrez
Es una paradoja —apunta Jaime Osorio— que el
pensamiento progresista, en este fin de siglo, tenga que
recuperar las nociones de democracia, individuo y
ciudadanía, disputándolos y debiéndolos arrebatar a los
proyectos políticos del capital, que los ganaron y los
convirtieron en temas nodales de su ofensiva ideológica
y política. 20
Lo primero que habría que cuestionarse es la noción
neoliberal, ampliamente aceptada como «realidad», del
«mercado libre». Esta falacia intenta pasar por alto el
hecho de que, como recuerda Adam Schaff,
dejando de lado los pequeños enclaves del comercio al
detalle y de la artesanía, no hay, en ninguno de los países
económicamente desarrollados, nada que se parezca al
mercado libre [...] Se dice «mercado» (fenómeno que
siempre existió allí donde el hombre intercambiaba o
vendía productos y, por supuesto, también existió en los
países socialistas) y se piensa (o se añade explícitamente)
«mercado libre» con el funcionamiento de la supuesta
«mano invisible» que lo regula todo y a la que no hay que
molestar. 17
La apología del «mercado libre», como supuesta
única manera en que tendría que ser retomado el
mercado por la alternativa socialista, decidida a superar
el tipo de planificación burocrática existente en el
socialismo real, escamotea intencionadamente que
Estas banderas, si no se inscriben en una perspectiva
de enfrentamiento a las políticas clasistas del capital,
terminan por convertirse en una nueva retórica carente
de significación social positiva. Lo mismo sucede con
los proyectos alternativos que reformulan el modelo
productivista-consumista-disipatorio, con la ilusión del
añadido «externo» de la equidad y el imperativo
ecológico. No se trata tampoco de sustituir ambas
desviaciones con radicalismos verbales. La nueva
socialidad superadora del capitalismo es cada vez más
necesaria y deseable, mas no es un estado que se
«implanta», sino un proceso que avanza pese a las falacias
apologéticas del sistema.
el capitalismo contemporáneo, a diferencia de aquel que
analizó Marx y a diferencia también de los absurdos
«inventos» que el neoliberalismo trata de vender a los
«pobres», no equivale al caos del mercado. Se basa en una
planificación muy fina realizada por los grandes
consorcios y no solamente a escala nacional, sino también
internacional. 18
La planificación e intervención central del grupo de
países capitalistas altamente desarrollados y de las
empresas multinacionales, ponen de manifiesto la
presencia activa de la política en los procesos
económicos. Se trata de una política orientada hacia la
búsqueda de ganancias y beneficios para una minoría, a
partir del genocidio humano y ecológico consustancial
al capitalismo depredador de nuestros días. ¿Con qué
derecho, pues, se condena como absurda y caótica la
idea de otro tipo de intervención, otro tipo de
planificación, otro tipo de política que ponga fin,
globalmente, a la actual situación?
Es cierto que el pensamiento socialista ha llegado a
una «fórmula de compromiso». Adam Schaff la sintetiza
del modo siguiente:
evidentemente, el mercado existirá, porque el producto
social tiene que circular y porque la economía socialista
será mixta (comprenderá empresas estatales y sociedades
de accionistas). Pero no será un ficticio «mercado libre»,
sino un mercado social en el que el Estado y otras
instituciones sociales desempeñarán un importante papel
como controladores, planificadores y, en cierta medida
también, centros de dirección. Las formas concretas que
saldrán de esta fórmula general son muy difíciles de prever
y tendrán que ser determinadas hic et nunc en cada país,
tomándose en consideración sus condiciones concretas. 19
La aparente circularidad que sugieren estas
interrogantes parte de una premisa que ha sido colocada
de manera errónea, puesto que es cada vez más evidente
que capitalismo y democracia son conceptos no
intercambiables.
No habrá sociedad autogestionaria —señala Carlos
Mendoza— si no cambia cualitativamente el carácter del
poder en la sociedad en su conjunto, pero dialécticamente,
esto solo sucederá si se desarrollan células autogestionarias
dentro del propio capitalismo, que eduquen y entrenen a
los «productores directos» en la autogestión de la sociedad
y les permita ganar espacios de poder dentro del sistema,
al tiempo que la organización y coordinación política
conscientes a nivel nacional e internacional son también
indispensables para darle contenido revolucionario a dicho
aspecto de la lucha de clases y a los tan importantes y tan
vinculados como lo son las luchas democráticas y
antimonopolistas entre tantas otras. 21
La presentación dicotómica de las categorías «capitalismo»
y «socialismo», «socialismo» y «mercado», «plan» y «mercado»,
empobrece el espectro teórico y práctico de alternativas
intermedias, formas transicionales ajustadas a una u otra época
o coyuntura, cuya riqueza es del todo imposible de fijar de
antemano. «En ninguna parte del mundo —expresó Lenin—
existe capitalismo puro que se transforma en socialismo puro».22
«No sabemos ni podemos saber —insiste— cuántas etapas de
transición habrá que atravesar aún antes de llegar al
socialismo».23
No se puede obviar, por otra parte, la pluralidad y
singularidad que manifiestan esas combinaciones —desde la
NEP hasta las actuales variantes asiáticas de economía socialista
de mercado, y la particularidad cubana—, las que no siempre
han dependido ni dependen del proyecto voluntario de los
ejecutores, sino que están dictadas, aunque no fatalmente, por
los procesos hegemónicos de internacionalización, así como
por elementos estructurales propios y otros que van desde
aspectos geopolíticos hasta sociopsicológicos.
Teoría general y recomposición socialista de la
política
La especulación posmercantil, al menos en el futuro
previsible, es una espada de Damocles para la viabilidad de la
106
La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden
La demonización doctrinaria del mercado en general, y la
estadolatría «negativa» que la complementa, son hoy un
contrasentido para la teoría socialista.
fundamentales de las ciencias. En el mejor de los casos, se
muestran preferencias por las llamadas teorías de «alcance
medio», menos afectadas, según tales criterios, por la
«especulación».
Criticar los usos especulativos de la razón teórica, no
equivale a subvalorar la permanente necesidad de avanzar
en la construcción de la teoría en todas las esferas
cognoscitivas. Un alerta en tal sentido formula Sergio
Bagú, al destacar franjas olvidadas del conocimiento ante
la voraz asimilación de las nuevas tecnologías, impulsada
por los procesos de modernización en Latinoamérica:
alternativa socialista. Revolución por el socialismo con mercado
es una realidad a asumir en el terreno práctico, de manera diáfana
y no vergonzante; pero en modo alguno acrítica. El debate
teórico y axiológico, lejos de estar dirimido, recién comienza
en este punto.
La demonización doctrinaria del mercado en general,
y la estadolatría «negativa» que la complementa, son hoy
un contrasentido para la teoría socialista. Todo parece
indicar, dice Carlos Vilas, que
no conduce muy lejos una discusión de las alternativas al
presente esquema de desarrollo, que tome como punto de
partida y de referencia el mercado o el Estado. Estado y
mercado son ingredientes al mismo tiempo que espacios de
desenvolvimiento de cualquier estrategia de desarrollo.24
La ciencia básica es la búsqueda de algo cuya aplicación
práctica se ignora, pero que se supone corresponde a ese
tipo de conocimientos que se transforma en el punto de
partida de todos los otros tipos de conocimiento, así como
de la aplicación práctica del saber. Las ciencias sociales
inquieren sobre la naturaleza de las sociedades humanas y
de sus dinámicas. Ni las ciencias básicas, ni las ciencias
sociales, pueden, en un primer estadio de su desarrollo,
aportar nuevos productos comercializables, pero no existe
tecnología de la producción en las sociedades modernas que
pueda responder a necesidades nuevas si no se apoya en la
ciencia básica y se inserta en el vasto contexto relacional
que estudian las ciencias sociales. El abandono de la ciencia
básica en favor de la tecnología y la desaparición de las
ciencias sociales en favor de la mercadotecnia son dos fases
de un mismo suicidio cultural.26
El fracaso, en el socialismo real, de la acción
racionalmente orientada en términos de programa
político, de modelo de estatalidad, se convierte en una
presunta prueba «fáctica» de la utopía neoliberal, para la
cual, según Eduardo Piazza,
la única política posible [...] es una «negativa»; i.e., una acción
que se oponga a toda voluntad de acción. La voluntad debe
abstenerse de intervenir en cualquier dirección, para permitir
el juego natural de las regularidades automáticas del mercado.
Se define también —por oposición— al enemigo político:
será todo aquel que sostenga la viabilidad y/o necesidad de
una política «positiva», i.e., la pertinencia de la intervención
de la voluntad humana en y sobre tales regularidades
naturales. Esta clase de política, así como sus eventuales
sostenedores, serán calificados de utópicos; y el único
resultado posible de la intervención anti-natural será la
producción del caos (concepto límite negativo).25
El boom académico en torno a la sociedad civil ha
dejado a la zaga la investigación de las alternativas estatales
—existentes y proyectadas— que intentan enfrentar (sin
aislacionismos estériles) los efectos de la división
internacional del trabajo generada por la globalización
de la economía mundial y la «tribalización» de la política
que la acompaña. Dichas alternativas no pueden fundarse,
sin embargo, en una «metafísica del orden», aunque como
Estado sufran el impacto de las tendencias económicas y
políticas de la contemporaneidad. La legitimidad de ese
orden, planteado como duración imposible de acotar, no
debe ser conceptuado como fin en sí mismo, sino como
desarrollo institucional pleno, abierto a una progresiva
socialización del poder y a una apropiación por las masas
de la política.
Democracia política y socialismo no son antípodas ni
sucesivos, y mucho menos excluyentes. Por el contrario,
la democracia adquiere un contenido verdaderamente
social con la redefinición de la política planteada por el
avance hacia el socialismo; se anula la separación entre
instituciones y masas, y la organización del Estado
privilegia las asambleas por encima de las burocracias y
las tecnocracias. De otra manera: al menos teóricamente,
el formalismo de la democracia política capitalista
El redimensionamiento teórico de la política, más allá
de los marcos operacionales fijados por la moderna teoría
de la gobernabilidad, deviene tarea medular del
pensamiento socialista de nuestros días. Dilucidar los
caminos que conduzcan hacia una «política socializada»
y una «economía politizada» constituye el reto de mayor
trascendencia para dicho pensamiento. Esto es, una
generalización política no abstracta ni enajenada de la
sociedad, y una intervención política en la economía no
externa, formal ni burocratizada.
El conocimiento de las modernas técnicas de mercado
y organización empresarial y productiva es parte de la
búsqueda de un saber que dé respuesta a las dinámicas
propias de la reinserción económica con el mundo
capitalista y las modificaciones en el mecanismo funcional
del sistema económico interno. El auge del «mercadeo»,
no obstante, genera en algunas personas la ilusión de poder
prescindir de la teoría general, y de las investigaciones
107
Gilberto Valdés Gutiérrez
(asumiendo el democratismo político liberal como
conquista histórica de los pueblos, impuesta al elitismo
originario del liberalismo27) se llena de contenido real.
La tradición democrática progresista no es,
precisamente, la que está subsumida en la
institucionalidad hoy hegemónica.
Que hoy se hable de la hegemonía global del liberalismo o
del liberalismo como gran «vencedor histórico» no traduce
otra cosa que la instalación de los modelos duros de la
hegemonía capitalista al resultar disonantes e incosteables
las expectativas sociales históricas alentadas
jusnaturalmente por el liberalismo racionalista antes y
después de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con la
lógica liberal general, ello no impone romper abiertamente
con las nociones de los derechos humanos, los derechos
sociales o la misma democracia sobrecargada de
expectativas; al contrario, todos ellos se uncen, corrigen e
instrumentan, bajo las nuevas condiciones de mercado, a
un liberalismo preparado para manipularlos y depurarlos
mediante las vías «posmodernas», «posestatales»,
«posnacionales» y «posdemocráticas». 28
De lo que se trata, para esa otra democracia, es de
una superación histórica real, no declarativa, del
liberalismo; no de un «rodeo» sociopolítico que a la
postre no satisfaga las expectativas democráticas
superadoras. La historia reciente muestra cómo
terminaron esos ensayos (por muy legítimos que
resultaran en sus inicios): con la vuelta al más ramplón
consumo «simbólico» liberal.
No conduce muy lejos una lectura de la
recomposición socialista de la política que oponga la
representación y la participación como formas
excluyentes. La representación y la delegación son
necesarias ante la no factibilidad de que todos ejerzan
directamente el poder. Construir formas de
representación controladas desde las bases y ampliar la
dimensión participatoria no constituye un modelo de
imposibilidad histórica. La crisis de la democracia
representativa no implica necesariamente preterir el
concepto de representación.
La aspiración a que el Estado sea reabsorbido por la
sociedad —concepto límite positivo de toda alternativa
socialista desde la Comuna de París, y fundamento básico
de la construcción teórica de la lucha emancipatoria—,
no puede sustituir el hecho cierto de que el Estado
alternativo aparece como organización general de la
propia sociedad, como mediación política necesaria. Al
criticar la restauración estalinista de la forma de Estado
adoptada en el socialismo real, hay que tomar en
consideración que las ideas originales de la democracia
directa, y del no Estado, se enfrentaron a la
complejización de las sociedades contemporáneas. La
estadolatría negativa, el «gobierno de los funcionarios»
reflejó también las necesidades insatisfechas de una
mediación política no hallada, cuyo espacio de poder
fue detentado por la deformación estamentaria conocida
de dicho sistema político.
Precisamente, el déficit principal de la teoría política
socialista se ha evidenciado mediante la tensión entre el
ideal de la democracia directa y la necesidad de descubrir,
en la práctica, las formas políticas concretas que den vida
efectiva a las instituciones y los procedimientos de la
política socialista, asumidos sin falsas ilusiones de
«transitoriedad» o «provisionalidad».
En esto reside, en gran medida, la fuerza relativa del
liberalismo político, el cual ha podido sostener —no solo
mediante la coerción, sino por la reproducción de un
consenso que involucra a los propios sujetos excluidos
de la democracia— una forma política que satisface
representativamente el poder de los núcleos clasistas
dominantes. No ha sucedido lo mismo con la
representación y el ejercicio del poder de las clases
subalternas en las experiencias socialistas del Este. Parece
que todavía, como en tiempos de Marx, «tendrán que pasar
por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos,
que transformarán completamente las circunstancias y los
hombres». 29
En el caso particular de la reforma cubana se hace
doblemente necesario el mantenimiento de una «estrategia
de orden», una voluntad estatal; tanto por las razones antes
apuntadas, como por la necesidad de salvaguardar los
intereses populares representados en el Estado-nación, en
un contexto de antagonismo externo que aún amenaza la
soberanía del país y distorsiona el curso espontáneo de su
desarrollo.
El avance de la reestructuración económica está
estrechamente vinculado con la redefinición de las
funciones del Estado. Este deberá seguir configurando una
estructura institucional que presuponga la solidaridad y
la justicia y velando porque no se produzca una
segmentación social excluyente. Pero su función ya no
podrá identificarse con la de un megaestado paternalprotector. Para lograrlo redistribuirá recursos, garantizará
compensaciones y condiciones suficientes para un ejercicio
más pleno de la ciudadanía.
El sistema político cubano —escribe Haroldo Dilla— debe
asumir al mercado como un componente imprescindible
de su construcción democrática. Pero al mismo tiempo tiene
que evitar que el mercado devenga principio organizacional
de la sociedad y la política, y que sus efectos polarizadores
destruyan ese otro componente básico de la democracia
cubana que ha sido la evitación del flagelo de la pobreza y
de las grandes desigualdades y privilegios sociales. Se trataría
de un modelo económico con un funcionamiento regulado
del mercado, no solo por un Estado responsable y capaz,
sino también por la acción solidaria de los grupos sociales.30
La necesidad de abrir nuevos espacios al mercado,
como premisa de la reestructuración de la economía
cubana, no implica preterir la búsqueda e implementación
de nuevas formas de regulación por parte del Estado. Se
abren también otros desafíos: hallar fórmulas nuevas de
socialización de la producción y la política, modos incluso
aún no experimentados de autogestión, cooperación,
democracia económica y control popular y ciudadano
en la nueva fase de «otredad» mercantil.
Los nuevos conceptos de competitividad,
flexibilización y productividad, inherentes a la
108
La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden
Los nuevos conceptos de competitividad, flexibilización y
productividad, inherentes a la modernización de la economía
cubana, tendrán que estar acompañados de una constante acción
moral e intelectual de la sociedad. Todas las necesidades que
plantea la reinserción mercantil no tienen que ser apologetizadas
como virtudes en sí mismas. Tampoco rechazadas a nombre de
una eticidad abstracta, sino, para decirlo de alguna manera,
«domesticadas», reguladas por el Estado y la sociedad en su
conjunto.
único horizonte posible y la expresión más acabada del
sentido común». 33 Una cadena de eufemismos
posmodernos se esfuerza por diluir la dureza creciente de
las desigualdades. Así,
modernización de la economía cubana, tendrán que estar
acompañados de una constante acción moral e intelectual
de la sociedad. Todas las necesidades que plantea la
reinserción mercantil no tienen que ser apologetizadas
como virtudes en sí mismas. Tampoco rechazadas a
nombre de una eticidad abstracta,31 sino, para decirlo de
alguna manera, «domesticadas», reguladas por el Estado
y la sociedad en su conjunto. La lógica del mercado
presenta no pocos obstáculos a la teoría emancipatoria:
asumirla presupone encontrar los modos idóneos de
encauzar la voluntad humana, social, que delimite su
entorno, para que la equidad posible, la justicia y la
convivencia humana no se devalúen como supuestas
«expectativas irracionales». Como la experiencia confirma,
hasta el presente esos modos existen más como estructura
propositiva, como deseabilidad, que como realidad
latente.
En consecuencia, la reforma económica comporta una
significativa dimensión ideológica (no una ideologización
impostada, externa, que marche a contrapelo de la vida),
la cual tiene que ser estimada y consensuada de manera
diáfana a escala de toda la sociedad, por cuanto atañe a
sus intereses más cardinales. La pluralidad de intereses y
aspiraciones genera actitudes y valoraciones diversas en
este proceso. Ello manifiesta la necesidad de avanzar en la
creación de sucesivos consensos, lo que no excluye la
presencia puntual de la coerción estatal, allí donde peligren
los intereses generales de la sociedad representados en el
Estado.
La redefinición ideológica a que aludimos difiere de
la que se parapeta tras la teoría económica técnica, en las
reformas del neoliberalismo. Adam Przeworski y Michael
Vallerstein anotan que, desde los años 70, la ofensiva
conservadora se encubre con la presunta infalibilidad de
las teorías técnicas:
es más atractivo hablar de la diversidad que del mercado,
del poliformismo cultural que de la competencia individual,
del deseo que de la maximización de ganancias, del juego
que del conflicto, de la creatividad personal que del uso
privado del excedente económico, de la comunicación e
interacción universales que de las estrategias de las empresas
transnacionales para promover sus productos y sus
servicios. 34
Urge, en consecuencia, desmitificar la ideología de
la mundialización-modernización que encubre los
dictados de la división internacional del trabajo. Mas
no desde una mística de lo alternativo como
desconexión y accidente del proceso social. La búsqueda
de presuntos «islotes» desprendidos del continente de
la propiedad privada, solo muestra la incapacidad para
enfrentar el verdadero problema de cómo, con qué y
mediante cuáles vías y formas podrá ser superado
realmente el tipo de proceso civilizatorio que rectorea
el capital. Ya Marx, al criticar el utopismo comunista,
objetaba la búsqueda febril de
una prueba histórica —una prueba en el reino de lo
existente— entre fenómenos históricos dispersos opuestos
a la propiedad privada, desglosando fases aisladas del
proceso histórico y concentrando la atención en ellos
como prueba de su linaje histórico. 35
Samir Amin coloca el problema en los siguientes
términos:
Si bien el mundo no puede ser administrado como un
«mercado mundial», el hecho que la mundialización
representa tampoco puede ser rechazado o negado. Nunca
es posible «remontar hacia atrás» el curso de la historia.
Volver a los modelos de expansión de la posguerra
implicaría insostenibles regresiones económicas y de otro
tipo. Por eso las ideologías de retorno al pasado que niegan
el carácter irreversible de la evolución recorrida, están
llamadas necesariamente a funcionar como fascismos, es
decir a someterse de hecho a las exigencias de las nuevas
condiciones impuestas por la mundialización al tiempo
que pretenden liberarse de ellas. Están fundadas sobre el
El «monetarismo», «la nouvelle économie», y las
«expectativas racionales» son propuestos como razones
científicas de por qué todos estarían mejor si el Estado se
retira de la economía y si deja que los capitalistas acumulen
sin consideraciones de distribución.32
Se ha creado la «utopía del realismo», que presenta
dicha variante de mundialización del mercado como «el
109
Gilberto Valdés Gutiérrez
Repensar la estrategia de orden cubana en función del despliegue
ininterrumpido de su capacidad democrática, alternativa tanto
a los esquemas de la democracia liberal, como al tipo de
estatalidad conformada en el socialismo histórico [...] impone
no solo el perfeccionamiento de la representación y la
participación, sino la búsqueda de nuevas formas de representar
e interesar como vía para la renovación progresiva del consenso,
en correspondencia con la pluralidad del sujeto que sustenta la
opción patriótica y socialista.
engaño y la mentira, y por eso solamente pueden
funcionar mediante la negación de la democracia. 36
Señalamos a inicios de este trabajo la inconveniencia
de reflexionar a posteriori sobre los cambios económicos
acaecidos en Cuba. El déficit teórico sobre las
alternativas reales a elegir crea condiciones para que, en
el mejor de los casos, la práctica coyuntural sea
interpretada por algunos como nueva teoría general.
Es preciso entender que no se producirá una «hora cero»
que marque la vuelta a formas organizacionales de
conducción de la economía y la sociedad que, más allá
de la impronta de la coyuntura epocal, han mostrado
su inoperancia como principios superadores del
capitalismo.
La misma lógica puede extenderse al curso de lo que
denominamos estrategia de orden cubana, entendida como
modalidad y dinámica político-institucional de la
sociedad, abocada hoy a la creación de un nuevo consenso,
como imperativo de las transformaciones económicas
ocurridas. En este tema, la parálisis del pensamiento
creativo no es, sin embargo, fruto exclusivo de una
propensión dogmático-idealizadora, sino de la aceptación
tácita, por parte de los ideólogos liberales, de que no
existen alternativas democráticas que puedan trascender
el formalismo representativo del Estado capitalista. A esta
hipótesis se unen los supuestos dictados de la geopolítica
y el dogmatismo de nuevo cuño, que considera a la
democracia liberal único paradigma «técnico» de
democratización.
Una de las formas más eficaces de enfrentar ese
reduccionismo radica en el constante esfuerzo por
repensar la estrategia de orden cubana en función del
despliegue ininterrumpido de su capacidad democrática,
alternativa tanto a los esquemas de la democracia liberal,
como al tipo de estatalidad conformada en el socialismo
histórico. En lo sucesivo se impone no solo el
perfeccionamiento de la representación y la participación,
sino la búsqueda de nuevas formas de representar e
interesar, como vía para la renovación progresiva del
consenso, en correspondencia con la pluralidad del sujeto
que sustenta la opción patriótica y socialista.
La sociedad cubana asume retos aún no valorados en
toda su dimensión. La crisis ha puesto en evidencia sus
nuevas oportunidades históricas. Dos hechos,
entrelazados, lo confirman: la viabilidad de la nueva
opción económica diseñada y ejecutada en los 90 y la
voluntad manifiesta de una reconstrucción socialista de
la política, la cual supone, en primer lugar, el
fortalecimiento de las instituciones surgidas de la propia
experiencia revolucionaria, ajustadas a las sustantivas
modificaciones que corresponden a una complejización
de la sociedad que las generó.37 La efectiva socialización
del poder deviene así el marco más sólido y permanente
desde el cual puedan ser fijados los límites sociales y
ecológicos del mercado en el futuro inmediato.
Esta experiencia transita en medio de
«distorsionadores» externos que limitan y entorpecen su
despliegue a ritmos más acelerados; no solo aquellos que
están asociados a la globalización económica y que frenan
la dinámica de los procesos anticapitalistas locales, sino
—en primer lugar— la política agresiva y el bloqueo de
los Estados Unidos al país. Frente a estos dictados
hegemónicos y manipuladores no existe mejor antídoto
que continuar abriendo cauce a la sociedad civil popular,
a su protagonismo efectivo. Ello supone no dar por
inamovible el sistema instituido de valores políticos que
regulan la socialidad existente, salvo aquellos contenidos
que definen las conquistas históricas nacional-populares,
y que se enfrentan a las estrategias de orden regresivas.
El reto mayor, en una perspectiva de avance hacia el
socialismo, es la activación del libre movimiento de la
sociedad, la sostenida devolución al organismo social de
todas las fuerzas absorbidas históricamente por el Estado.
Mas este no es un acto contractual, ni comporta un
antiestatismo pedestre: es un proceso derivado de la
constante socialización de la actividad humana en todas
las esferas, de la cotidianidad de la política. El Estadonación continuará, durante un tiempo histórico imposible
de predecir, cumpliendo funciones intransferibles,
mientras impere la mundialización hegemonizada por el
capital y no accedamos a un nuevo internacionalismo de
los pueblos.
Plantearse ese proceso desde las potencialidades de una
alternativa anti-sistema como la de Cuba, obliga a resolver
simultáneamente contradicciones que les son impuestas
al Estado y al pueblo cubanos desde el exterior y, en
110
La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden
primer orden, aquellas que amenazan directamente la
seguridad nacional. Una vez que la política antediluviana
de los Estados Unidos sea derrotada, los desafíos de la
Revolución cubana se harán más transparentes en relación
con las tendencias transnacionales dispuestas a absorber
las resistencias locales a sus dictados. La magnitud de la
crisis mundial y la naturaleza del nuevo capitalismo
muestran con toda fuerza que las soluciones serán cada
vez más globales, pero mediante la articulación de todos
los sujetos interesados en afirmar un nuevo modelo de
bienestar, en cuyo centro no esté el consumo impositivo
y depredador, sino la convivencia desenajenada del
hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza.
Un solo paradigma de modernización avanza sobre
América Latina. Sus fundamentos se distancian de la
modernidad liberadora: asumen la servidumbre
«posmoderna». Emerge, con desnudez, el modelo real que
pretende ser «exportado»: sometimiento a las normas de
las instituciones económicas transnacionales, que buscan
a toda costa elevar la tasa de beneficio para superar la fase
recesiva en curso del capitalismo, privatización de la
política, sacralización del dinero, desintegración social,
democracia elitista, ciudadanía de baja intensidad, apatía
y clientelismo de subsistencia en los eventos eleccionarios.
¿Acaso no son estas, razones suficientes para que los
cubanos se empecinen en la búsqueda de una otredad
dignificadora del ser humano?
del individualismo competitivo. Sin embargo, la propaganda se encarga
cínicamente de presentar este estado de cosas como efecto «transitorio»
de la modernización y el ajuste.
4. A fines de 1993 dos investigadores de las transformaciones
institucionales asociadas a la apertura económica cubana apuntaban que
«resulta contrastante la creatividad e imaginación desplegadas en el
terreno práctico por los formuladores y ejecutores de la política
económica actual, con la ausencia de trabajos teóricos sobre el tema
por parte de académicos e investigadores del país» (Pedro Monreal y
Manuel Rúa del Llano, «Apertura y reforma de la economía cubana: las
transformaciones institucionales (1990-1993)», Cuadernos de Nuestra
América, La Habana, 11(21), enero-junio, 1994: 160.) Numerosos
trabajos de economistas cubanos llenan en parte este vacío en los últimos
años. No discutido lo suficiente, dado su impacto en medios académicos
y públicos, ha sido el libro Cuba, la restructuración de la economía. Una
propuesta para el debate (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1995).
Sus autores (Julio Carranza Valdés, Luis Gutiérrez Urdaneta y Pedro
Monreal González) tienen el mérito, más allá de cualesquiera sean las
consideraciones críticas especializadas que requieren estos temas, de
haber adelantado un conjunto de estudios y reflexiones sobre el curso
de la reforma económica en la Isla, en momentos en que los cambios
producidos apenas permiten colocar en el terreno teórico el vertiginoso
movimiento de la realidad.
5. Las relaciones entre realidad y teoría estarán siempre marcadas por la
conflictividad. La acción política sobre esa realidad y la reflexión teórica
poseen sus propias formas y objetivos, aunque converjan en función de
intereses comunes. En ocasiones, las tensiones que se dieron entre ambas
pusieron de moda la estéril contraposición entre «oficialismo» y «no
oficialismo», cuando de lo que se trata es de asumir de manera no
vergonzante dos momentos: el compromiso ético que supone la
asunción de los intereses nacionales y la indagación seria, profunda y
audaz de las contradicciones reales. Ninguna coyuntura puede ser
esgrimida para inhibir ese segundo momento de creación «conflictiva».
Ninguna pasión intelectual es tal si le es ajena la eticidad en su ejercicio
estimativo. No existen ciencias sociales al margen de los intereses
humanos. La politización vulgar de los debates ideológicos y la
pretendida neutralidad axiológica en los estudios sociales son, a su turno,
dos actitudes improductivas en las discusiones de esta naturaleza.
Noviembre de 1995-marzo de 1996.
Notas
1. Este ensayo contextualiza una investigación teórica general
culminada recientemente: «La alternativa inconclusa: el socialismo en
las redes de la modernidad. [Fondo Instituto de Filosofía.]
6. Ramón Sánchez Noda, Nelson Labrada Fernández y Víctor Figueroa
Albelo, ob. cit.: 26.
7. Rafael Hernández, «La otra muerte del dogma», La Gaceta de Cuba,
La Habana, (5), septiembre-octubre, 1994: 17.
2. «Los cambios estructurales y funcionales que vienen ocurriendo en
Cuba desde 1990, pero más concretamente hacia finales de 1993
—aunque algunos se iniciaron prácticamente en 1988— en distintos
campos de la economía nacional son consustanciales a una reforma
económica. No importa ahora si ha sido formulado o no un programa
integral de los cambios o que muchos de ellos hayan emergido como
respuestas pragmáticas frente a la profundización de la crisis económica
y a la necesidad de contramedidas tendientes a enfrentarla.» (Ramón
Sánchez Noda, Nelson Labrada Fernández y Víctor Figueroa Albelo,
El sector mixto en la reforma económica cubana, La Habana: Editorial
Félix Varela, 1995: 21.)
8. Carlos Marx, «Carta al director de El Memorial de la Patria», en:
Carlos Marx y Federico Engels. Correspondencia, La Habana: Editora
Política, 1988: 392.
9. Jaime Osorio, Las dos caras del espejo. Ruptura y continuidad en la
sociología latinoamericana, México: Triana Editores, 1995: 22.
10. Utilizamos el término para designar aquella actitud que confunde la
teorización sobre el socialismo con su formalización empobrecida.
Durante buena parte de su desarrollo, en el marxismo posterior a Lenin
domina una preceptiva que incluye definiciones «congeladas» de
socialismo, construidas sobre la base de la yuxtaposición de algunos
rasgos empíricos de experiencias particulares. Parafraseando a Marx, lo
concreto-sensible fue elevado directamente al plano de lo concretopensado sin depurar lo específico. Lenin, como se sabe, se opuso a esa
propensión apriorística cuando lo conminaron a dar una definición
lapidaria del socialismo: «no podemos dar una definición del socialismo;
cómo será el socialismo cuando alcance sus formas definitivas, no lo
sabemos, no podemos decirlo. Decir que la era de la revolución social
ha comenzado, que hemos hecho tal y cual cosa y nos proponemos
hacer tal otra [...] Pero en cuanto a cómo será el socialismo en su forma
definitiva, eso ahora no lo sabemos». (Obras completas, Moscú: Editorial
Progreso, 1986: 69-70.)
3. La crítica al igualitarismo puede hacerse desde distintas ópticas. En
ocasiones esconde intereses que en modo alguno pueden conformar
un consenso para su superación. En la experiencia del socialismo real
tras esta crítica se camuflaba la creación de feudos, cuyos poseedores
explotaban —en su connotación más general—, por delegación, los
derechos del Estado, el excedente y los servicios o parte de ellos. Si
bien no existía jurídicamente ni capitalización ni herencia, y era
restringido hasta cierto punto el atesoramiento, no ocurría lo mismo
con el disfrute. Este disfrute es lo que coloca Marx en primer lugar en
las sociedades satrápicas, el cual conduce más tarde o más temprano a
sociedades de clase de una forma muy original.
La crítica neoliberal del igualitarismo, por otra parte, pretende una
justificación «natural» de la pobreza. Resurgen las teorías genéticas
sobre la desigualdad, como polarización «necesaria y conveniente»,
111
Gilberto Valdés Gutiérrez
11. Véase Nuevos modelos de socialismo, Buenos Aires: Kohen & Asociados
Internacional, 1995.
12. Luis Martínez de Velasco, «Socialismo y mercado», Papeles de la FIM,
1, 1993: 125.
13. Ibíd.: 126.
14. Idem.
pueblo. Cuando más adelante lo hizo, esto empezó a limitar la libertad
de mercado. Mientras mayor se hacía la libertad política, se tornaba menor
la libertad económica. Como quiera que sea, la correlación histórica no
demuestra que el capitalismo constituya una condición indispensable para
la libertad política.» (C.B. Macpherson, «Elegant Tombstones: Note on
Friedman’s Freedom», en Democratic Theory. Essays in Retrieval, Oxford:
1973: 148.
28. José Luis Orozco, Sobre el orden liberal del mundo, México: Centro
Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 1995: 10.
15. Idem.
16. Luis Martínez de Velasco, ob. cit.: 123.
17. Adam Schaff, ¿Qué ha muerto y qué sigue vivo en el marxismo?, Buenos
Aires: Tesis 11 Grupo Editor, 1995: 70-1.
29. Carlos Marx, «La guerra civil en Francia», en Obras completas, Moscú:
Editorial Progreso, 1973, t. 2: 237.
30. Haroldo Dilla, «Cuba: ¿cuál es la democracia deseable?», en La
democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos, La Habana:
Ediciones CEA, 1995: 185.
18. Ibíd.: 73.
19. Ibíd.: 72-3.
20. Jaime Osorio, «Neoliberalismo y globalización: notas para una
demarcación de fronteras», [ponencia], Taller «Alternativas de izquierda
al neoliberalismo». La Habana, 12-14 de febrero de 1996:19.
21. Carlos Mendoza, Los límites teóricos del capitalismo y la sociedad
autogestionaria, Buenos Aires: Cuadernos de Tesis 11 Grupo Editor, 1994:
35-6.
31. Véase José Ramón Fabelo Corso, «Valores y juventud en la Cuba de
los noventa», Intervención en la Audiencia Pública sobre Formación de
valores en las nuevas generaciones, de la Comisión de Educación, Cultura,
Ciencia y Tecnología de la Asamblea Nacional del Poder Popular, La
Habana, 24 de abril de 1995.
32. Adam Przeworsky y Michael Vallerstein, «Qué está en juego en las
actuales controversias en macroeconomía», en Los nuevos procesos sociales
y la teoría política contemporánea, México: Siglo XXI Editores, 1986: 41.
33. Eduardo Piazza, ob. cit.: 6.
22. V.I. Lenin, «Discurso acerca de la actitud hacia el Gobierno
Provisional», en Obras escogidas, Moscú: Editorial Progreso, 1975, t. 2:
169.
34. Citado por José Rivero H., Educación de adultos en América Latina.
Desafíos de la equidad y la modernización, Lima: Tareas, 1993: 112.
23. V.I. Lenin, «VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia», Obras
escogidas, ed. cit.; t. 2: 634.
35. Carlos Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La Habana:
Editorial Pueblo y Educación, 1977: 107-8.
24. Carlos M. Vilas, «Estado y mercado después de la crisis», Nueva
Sociedad, Caracas, 133, septiembre-octubre, 1994: 134.
36. Samir Amin, «El desafío de la mundialización», Actual Marx,
Montevideo, Ediciones de la Casa Bertold Brecht, 1995: 16.
25. Eduardo Piazza, «Razón, voluntad, Dios. Sobre ciertos dilemas de la
ilustración» [ponencia], V Simposio sobre Pensamiento Filosófico
Latinoamericano, Universidad Central de Las Villas, enero, 1996: 7-8.
37. Véase Miguel Limia David, «Modo de participación y reestructuración
en Cuba», noviembre de 1995. [Fondo Instituto de Filosofía].
26. Sergio Bagú, «América Latina: esbozo de defensa de lo sustancial»,
Dialéctica, México, (22), primavera de 1992: 27-8.
27. «El Estado liberal, que a mediados del siglo XIX estableció en Inglaterra
las libertades políticas indispensables para el desarrollo del capitalismo,
no era democrático: no hacía extensible la libertad política a la masa del
©
112
, 1996.
Abel E. Prieto
no. 6: 114-121, abril-junio, 1996.
Lo cubano en la poesía:
relectura en los 90
Abel E. Prieto
Escritor. Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
«Este mismo Curso alcanzará su mayor fecundidad
cuando pueda ser visto desde una perspectiva que ahora
nos resulta inimaginable, y en la cual su testimonio tendrá
un valor desconocido para nosotros.»
Cintio Vitier,
diciembre de 1957
S
e ha hablado muchas veces, y con sobradas razones,
del papel que en la gestación del grupo Orígenes tuvo
el asfixiante clima político, moral y cultural de la
república frustrada. Se ha mencionado específicamente
el impacto de la fracasada revolución antimachadista, y
también, aunque con menos frecuencia, el auge de la
penetración cultural norteamericana en la Isla y la
consiguiente erosión en los hábitos, costumbres, valores,
y en los principios mismos de la nación, y la «resistencia»
que opuso Orígenes a estos procesos.
Me gustaría subrayar en este trabajo dos componentes
en la percepción origenista de la condición neocolonial
de Cuba: la superficialidad, propia de la teatralización
de la independencia en un país que ha seguido siendo
colonia, y la carencia de finalidad, como expresión de la
subordinación y frustración nacionales y del culto a lo
Texto presentado en el Coloquio Internacional por el 50 Aniversario
de Orígenes (1994).
exterior. Quiero llamar la atención, además, sobre las
formas peculiares de rechazo que acompañan a esta
percepción, centradas en el esencialismo y la teleología
insular.
Orígenes emprende, a partir de nuevos presupuestos,
una tarea presente siempre, y siempre inconclusa entre
nosotros: la definición de lo cubano. En muchas
aproximaciones origenistas al conocimiento de la
cubanidad, aparece como trasfondo, de un modo u otro,
de manera más o menos consciente, la visión de una
república ficticia, de una neocolonia apenas enmascarada
con himno, bandera, Capitolio y políticos propios. Y
esta visión, con todas sus consecuencias, marca las
indagaciones del grupo sobre lo cubano, e influye en
algunos de los principios básicos de la estética de Lezama
y de sus seguidores.
No voy a detenerme en la diversidad de enfoques y
personalidades creadoras que confluyeron en Orígenes,
y que implica, necesariamente, matices, y hasta
divergencias, en la aprehensión de la cubanidad y en los
modos de expresarla. Por encima de las diferencias
individuales, se advierte en el grupo una innegable
coherencia en sus empeños por captar nuestro ser
nacional. Si alguna investigación futura logra separar dos
«líneas» en esta búsqueda, y —como es de presumir—
114
Lo cubano en la poesía: relectura en los 90.
Lo cubano en la poesía condena la búsqueda de la cubanidad
«externa», y promueve, realza y dignifica, programáticamente,
todo empeño por alcanzar la cubanidad «esencial».
coloca a Lezama y a Piñera al frente de las mismas,
digamos desde ahora que me refiero aquí a la «línea»
central, a la del origenismo «ortodoxo», que va desde
las preguntas sobre la personalidad insular del Coloquio
con Juan Ramón Jiménez hasta el esfuerzo más abarcador
de Orígenes por caracterizar la cubanidad: las
conferencias que ofreció Cintio Vitier en el Lyceum de
La Habana, entre octubre y diciembre de 1957,
publicadas bajo el título de Lo cubano en la poesía.
Dos
Durante muchos años sostuve una relación
ambivalente con Lo cubano en la poesía. Lo leí ávidamente
cuando estudiaba en la universidad, y marqué sus páginas
con interés y pasión, y hasta con cierto afán polémico.
Algunas categorías propuestas por Cintio Vitier sirvieron
de blanco a la ingenua ironía que mi generación ensayaba
por aquellos tiempos, e hice chistes sobre «lo frío» y «lo
otro», mientras trataba, en la intimidad, de ajustar las
proposiciones de aquel libro extraño, ambicioso,
desbordante, a la imagen de lo cubano que había ido
haciéndome para uso personal.
Luego vinieron, inevitablemente, otras objeciones:
Lo cubano en la poesía no era solo una mirada desde
Orígenes a nuestro patrimonio poético; también era una
mirada hacia Orígenes. Se trataba de un enfoque
francamente tendencioso, impúdicamente tendencioso,
y eso resultaba irritante, casi escandaloso, en el
eufemístico mundo literario al que debía integrarme.
En el libro, además, era fácil topar con la sombra de
varias polémicas, solo aproximadamente literarias: la
discusión con la crítica de orientación marxista, en
defensa de Orígenes, y de antecesores de «la batalla en
otro terreno», como Casal, frente a las acusaciones
concernientes al «escapismo», la «evasión», etcétera;
también con Mañach, como continuación indirecta de
la polémica Mañach-Lezama de 1949, en una tajante
reafirmación de la superioridad de Orígenes sobre Revista
de Avance; con Virgilio Piñera y el grupo secesionista,
con los que, al separarse del origenismo «ortodoxo»,
perdieron la orientación utópica y se quedaron con la
«nada», el «vacío» y el «absurdo existencialista». Y esta
última se desliza, en más de un momento, hasta las
contradicciones entre Juan Ramón Jiménez y algunos
de los principales poetas de la generación del ’27.
En el capítulo dedicado a Lezama, se nos advierte
que el gran poeta y fundador ha creado en torno suyo
«una misteriosa familia de amigos, con su inevitable
franja de enemigos sucesivos y relevados, que lo han
hecho el centro de la vida poética cubana en los últimos
veinte años». 1 Y Lo cubano en la poesía, sin desatender
sus propósitos estratégicos —que analizaremos después
en detalle—, va dando respuesta a los disímiles detractores
de Lezama y del Orígenes «depurado» de 1957. Como
veremos, las intuiciones principales que se envían en este
libro, con plena conciencia, hacia el futuro, alcanzan
hoy una vigencia particular.
Naturalmente, Lo cubano en la poesía se atrajo, desde
su publicación, los odios de aquella «franja de enemigos»,
que se enriqueció con nuevos y entusiastas adeptos a
partir de 1959. Como ha pasado entre nosotros con
Lezama y con todo Orígenes, su recepción ha sido
perturbada tanto por pasiones extraliterarias como por
aquellas propiamente literarias que está llamado a
concitar un libro como este: un libro que no es un
manual aguado y conciliador; que es frontal, directo,
injusto a veces, y que asume sin ambigüedades el punto
de vista de un grupo de poetas para entender el transcurso
de la cultura cubana, y de la propia nación, desde el
pasado y hacia el porvenir.
Lo cubano en la poesía no puede leerse ni juzgarse
como una historia de la poesía cubana, ni como crítica
literaria, a la que siempre se reclama «objetividad» y
«equilibrio». Debe leerse —siguiendo la sugerencia de
su autor— como un poema; pero también como un
programa, como un extenso y dramático manifiesto, que
va mucho más allá que los sintéticos «editoriales» de la
revista Orígenes.
En esta mi relectura de hoy, han perdido interés las
viejas objeciones. Ya no tendría sentido discutir si es o
no un libro tendencioso; porque un manifiesto o un
programa son tendenciosos por definición. Lo cubano en
la poesía se escribe «en un rapto» (p. 9) cuando la revista
Orígenes acaba de extinguirse, después de doce años de
siembra y fundación. Batista, el hombre fuerte de los
yanquis, se dedica a reprimir con «el grosero manotazo
de la tiranía» a «la juventud exasperada» (p. 578), que en
las montañas y ciudades del país parece destinada a un
nuevo ciclo de sacrificio sin futuro. La nación recibe
por todos sus poros «la más sutilmente corruptora
influencia que haya sufrido jamás el mundo occidental»
(p. 584): es «la desintegración invasora» (p. 343) que nos
viene del Norte, que pretende rematar culturalmente la
dependencia económica y política de su neocolonia. El
«imposible» se alza, con más fuerza que nunca, entre los
cubanos y los ideales de Martí. Tales son las
circunstancias en que Cintio Vitier elabora este
manifiesto, que más que prólogo de un movimiento
—como la mayoría de los manifiestos— lleva en sí el
dramatismo y la urgencia de un epílogo que se resiste a
su condición.
115
Abel E. Prieto
El valiosísimo aporte de este libro en defensa de la
cultura cubana, y de la nación, sale a flote con una
relectura —al margen de las polémicas más o menos
pequeñas— que centre su atención en la polémica
decisiva: la que enfrenta a Cuba con su enemigo histórico
y con el status neocolonial.
Tres
Lo cubano en la poesía incluye un crudo panorama de
la República dependiente. Sus signos son la frustración,
la «nada», la «ausencia de finalidad»; esa «intemperie»
donde no hay valores ni ideales colectivos, y el individuo
está solo, sin fe, sin protección alguna. En esa República
desmedrada, Cintio Vitier contempla la decadencia de
los símbolos y de los sentimientos independentistas:
Al lograrse la independencia, tan mediatizada por la tutela
política y sobre todo económica de los Estados Unidos; al
iniciarse la rutina de los cambiazos y los alzamientos; al
comenzar la corrupción administrativa y el descreimiento
civil, el fondo intrascendente, incrédulo y burlón del
cubano, aflora a la superficie. Ya no hay un ideal histórico
definido que lo imante; ya no hay un Martí que lo domine
y encienda. [...] La patria, la bandera y el himno
rápidamente degeneran en vacío decorado. A la Revolución
suceden los Partidos; a la diana pura y vibrante en el
amanecer del campamento, la charanga bullanguera
despertando los instintos inferiores. (p. 341)
Verifica además, en «las cosas» descritas por cierta
poesía social, «una existencia fáctica, periodística», sin
«misterio», y es que «la realidad misma parece estar en
ese plano, y nada más»:
Los ideales que engendra esa realidad, de puro limitados y
consabidos, se vuelven tópicos. La poesía tiene que ser
prosaica o retórica. La facticidad de la República está
revelando ya su terrible fondo de hedonismo e
intrascendencia. (p. 355)
Con los ideales martianos, la República perdió
también toda noción de futuridad: Casal, precursor de
los «frustrados» republicanos, «nos produce el efecto de
que ya sabe que pertenece a un pueblo sin destino»
(p. 310). La condición neocolonial significa también, para
Cuba, «la volatilización del destino»: es decir, «pavorosa
nada», «causalismo, facticidad, banalidad, absurdo»
(p. 462). Este aspecto de la condición neocolonial fue
observado y sufrido de manera muy particular por los
más lúcidos creadores de Orígenes, y ocupa un lugar
principalísimo en las reflexiones que animan Lo cubano
en la poesía.
Se trata de una realidad «fáctica», que comprende solo
la superficie de los «hechos» y no va más allá. Es descrita
también como «una realidad desustanciada» (p. 481),
evaluación que debe relacionarse con la influencia
norteamericana, que equivale a «desustanciación» y
«desintegración»: «lo propio del ingenuo american way
of life es desustanciar desde la raíz los valores y esencias
de todo lo que toca» (p. 584).
Los «hechos», por otra parte, o aparecen articulados
en una conexión primaria («causalismo»), o se presentan
en una imagen donde «todo» se ve «esencialmente
desunido, inconexo» (p. 530). Su «facticidad» solo puede
engendrar el «prosaísmo» —también de «hechos», de
superficies—, la «retórica» —lo vacío, artificioso y falso—
y los «tópicos» consiguientes. Esa realidad factual, de
fórmulas huecas, tópicos y retóricas, de puros «hechos»
y prosaísmo, se corresponde con el «vacío decorado»
que componen los símbolos patrios. Tanto la
«facticidad» como el vaciado de los símbolos, dos caras
de la misma moneda, dejan espacio libre al «hedonismo»,
a la «intrascendencia»; a la entrega de la nación por falta
de «sentido», de «finalidad», de auténtica «conexión» o
articulación entre las cosas. Véanse además las
transformaciones que indican el paso de la época heroica
a los tiempos republicanos: de «la Revolución» (imán,
centro, destino) a «los Partidos» (fragmentos,
desconexión, intrascendencia); de «la diana pura y
vibrante» a «la charanga bullanguera». Hablará también
del «caos de la política superficial» (p. 583), en oposición
a una política «profunda» que permanece innominada.
Cintio Vitier descubre esta contradicción entre lo
exterior y lo esencial y real, a escala de la psicología del
cubano: «Nuestro sol brilla implacable, el cubano es
ruidoso y alegre, pero un fondo de indiferencia, de
intrascendencia, de nada vital, se va apoderando de su
vida» (p. 309). Ese mundo «exterior» es caracterizado,
sobre todo, con rasgos sensoriales muy marcados
(sonidos y colores vivos), mientras que en el mundo
«interior» se destacan rasgos éticos y teleológicos. La
teatralización de la independencia, con su exaltación de
las superficies, pretende ocultar la subordinación
neocolonial y la carencia de finalidad.
La colonia primero, y la condición neocolonial
después, han creado una relación muy singular entre el
cubano y su identidad nacional, sometida en su plenitud
a dolorosas y sucesivas postergaciones. El cubano padece
así un doble destierro: el teológico de la especie, y el de
la «criatura [...] que se proyecta a sí misma como lejanía,
quizás como interminable aplazamiento de su propio
ser» (pp. 222-3). La cubanidad «nos da la imagen de una
existencia que no puede alcanzar su propio centro, que
está separada de sí misma por una sutil distancia
insalvable» (p. 576).
Cuatro
La cubanidad «externa», temática, superficial, que
tiene sus expresiones más evidentes en el siboneísmo y
en la poesía negrista, se distingue en este libro de la
cubanidad «esencial», «secreta», «oculta», que es tocada
una y otra vez por nuestros mejores poetas. Lo cubano
en la poesía condena la búsqueda de la cubanidad
«externa», y promueve, realza y dignifica,
programáticamente, todo empeño por alcanzar la
cubanidad «esencial».
La cubanidad «externa» se vincula indirectamente con
el «decorado» republicano de la neocolonia, y en sus
116
Lo cubano en la poesía: relectura en los 90.
extremos, de manera directa, con un «autoexotismo» en
el que se asume la mirada del colonizador y el disfraz
que esa mirada exige. En las corrientes indigenistas o
nativistas, está presente la caricatura europea del
«hombre natural». Cierta «mulatez» o «afrocubanía» de
Ballagas «nos resulta tan exótica (el ojo europeo superpuesto
al insular) como algunas evocaciones del siboneísmo»
(p. 418). En La isla en peso, de Virgilio Piñera, descubre «la
vieja mirada del autoexotismo, regresiva siempre en nuestra
poesía» (p. 480). Siboneísmo y negrismo fueron modas
condenadas a vida efímera por su misma concepción
epidérmica.
La cubanidad «externa» aparece relacionada con lo
«fáctico» en Francisco Pobeda (p. 138), en tanto resulta
«puramente nominal y temática» en «los débiles romances
de Del Monte» (p. 149). La presencia del tema no significa
nada al juzgar la captación de lo cubano: por el contrario,
más bien estorba el acercamiento a la cubanidad «esencial».
Cualquier concesión al tipicismo tiene para Cintio
Vitier consecuencias negativas: en el Cucalambé «asaltantes
y pintorescos cunden los símiles implacablemente
nativistas» (p. 172); en el propio Feijóo «los juegos
campesinos» vienen con «su inevitable sombra de tipicismo
acechante» (p. 538). El «tropicalismo convencional y
lánguido» (p. 392), «empequeñecedor», es condenado en
todas sus versiones: carece de «verdadera fragancia» y
«necesidad íntima» (p. 320); tiene una retórica «sin jugo»,
«falsa», «hueca», donde lo cubano es «mero espectáculo»
(p. 322).
El problema del tipicismo había sido planteado desde
el Cucalambé, «que es el de todo lo demasiado explícito,
exterior y pintoresco en poesía»: «O bien deriva hacia la
falsedad, o bien permanece en la superficie» (p. 177). Es
decir: por un lado, el artificio de «la patria, la bandera y el
himno», a los que se unen los indios de papier maché, las
lánguidas hamacas y los motivos frutales, para completar
el «vacío decorado» de una cubanidad y una independencia
que son pura ficción; por otro, la maldición de lo «fáctico»,
la incapacidad para buscar en lo hondo, los «hechos» y
nunca lo esencial. No es, por supuesto, una verdadera
bifurcación: entre lo «fáctico» y lo falso, entre conformarse
con la superficie de las realidades y aceptar como legítimo
el «vacío decorado», no hay más que un paso mínimo, que
se da muy a menudo; del mismo modo que es fácil deslizarse
del tipicismo al autoexotismo.
Cinco
Es a la luz de los peligros estéticos, cognoscitivos, y
también políticos, de buscar la cubanidad externa; de los
enormes riesgos culturales que entraña conformarse con
esa instancia epidérmica —e inevitablemente falsa— de la
cubanidad, como debe entenderse la defensa radical de los
métodos y hallazgos «esencialistas» en Lo cubano en la poesía,
y —¿por qué no?— en todo Orígenes.
Los esfuerzos orientados hacia la cubanidad exterior o
temática, ignoran, de entrada, un obstáculo básico: la
condición misma del objeto que pretenden captar.
No hay una esencia inmóvil y preestablecida, nombrada
lo cubano, que podamos definir con independencia de sus
manifestaciones sucesivas y generalmente problemáticas,
para después decir: aquí está, aquí no está. Nuestra aventura
consiste en ir al descubrimiento de algo que sospechamos,
pero cuya identidad desconocemos. Algo, además, que no
tiene una entidad fija, sino que ha sufrido un desarrollo y
que es inseparable de sus diversas manifestaciones históricas
(p. 18).
El propósito del libro, no es, pues, «sacar
conclusiones absolutas», ni decir «lo cubano es esto y
aquello». Lo más que puede lograrse con respecto a ese
«algo», que tiene «la calidad evasiva de un imponderable»,
es «que seamos capaces de sentirlo o presentirlo»; que
cobremos «conciencia de su magia, de su azar y su deseo»,
y también —«tal vez»— de «su destino» (p. 20).
La propia «isla», incluso, participa en cierto modo
de esa «furtividad del ser que es un reintegrarse oculto a
la orilla más lejana» (p. 522). «Tampoco la isla cuaja ni
se asienta en una sustancia» (p. 523): «sus esencias escapan
a todo amurallamiento, a toda forma cerrada, a todo
centro posesor» (p. 579).
Lo cubano, y hasta la «isla», se convierten en parientes
cercanos de aquella «sustancia poética» perseguida sin
tregua por Lezama («Ah, que tú escapes...»): una
«sustancia» que «no está en las voces del mundo
aparencial [...] ni tampoco en sus configuraciones
intelectuales»; sino «en ese discurso que no se estanca
como linfa de la forma sino que se restituye incesante al
misterio» (p. 446). Y así, del mismo modo que el cubano
contempla su identidad plena desde «la otra orilla», como
un desterrado de su propio ser nacional, el poeta
intercambia miradas con la «sustancia poética», a través
de «la distancia mágica, intraspasable [...] dolorosa», que
los separa (p. 443).
No solo en Lezama, también en los demás origenistas,
y en sus antecesores, hay un anhelo de «esencias»
inatrapables, donde se nos escurre la «sustancia poética»,
y con ella la cubanidad que vale, la «esencial»: «No es
esto, no es esto —parecen decir algunos de nuestros
poetas— es aquello que late detrás, o más allá [...]»
(p. 312).
Cuando evalúa la tradición romántica cubana, Cintio
Vitier resalta las «visiones hondas de una cubanidad
concentrada, entrañable», el «tuétano» de lo cubano
(pp. 126-7), «el proceso de interiorización del tono», las
«esencias criollas y cubanas», la «lírica purísima del alma,
de la intimidad» (p. 183), las «fibras ocultas» (p. 127), «el
otro plano más oculto» (p. 197), «la mayor hondura,
irradiación y pureza» en la captación de la cubanidad
(p. 207), los «adentros de la sensibilidad, la magia y el
aire» (p. 130); frente a lo temático y «resonante», «el tono
de lo convencional y pintoresco» y «los elementos
visibles de la isla» (p. 207).
El adjetivo «secreto» es quizás el más empleado en el
libro —con lo «oculto» y «escondido»— y siempre como
una especie de sello de distinción frente a lo externo,
retórico y evidente.
Heredia muestra, «por debajo del consabido tono
altisonante, un acento más personal y secreto» (p. 80).
117
Abel E. Prieto
En las descripciones de «el alba y la tarde» de José Jacinto
Milanés, prefiere las elaboradas «con desnuda magia de
luz y aire, inconfundiblemente cubanas [...], centradas
en nuestra pupila para fina gloria y goce secreto»
(p. 110). Frente a la «cubanización explícita», apunta «la
otra línea más secreta y silenciosa de cubanización
implícita de la mirada y el sentimiento» (p. 183). Así, en
los Versos sencillos, de José Martí, encuentra «otros rasgos
de cubanidad más secreta» (p. 258); en los pocos
momentos «recordables» de René López, «genuina y
secreta sensibilidad insular» (p. 327); en Eliseo Diego,
«el secreto de lo cubano y de la infancia» (p. 512); en
Mariano Brull, «las claves de su cubanía o criolledad
secreta» (p. 388).
«El arco invisible de Viñales», de Lezama, desdeña
cualquier «reacción inmediata, descriptiva o subjetiva
ante el paisaje», «liberándose de la inercia de la primera
realidad para entrar en otra danza de enmascarados»
(pp. 450-1). La imaginación de Lezama explora «las
posibilidades escondidas», y desecha las «configuraciones
sensibles y fácticas» del paisaje (p. 452).
Lo «oculto» y «secreto» son, pues, respuestas a lo
«fáctico», un rasgo clave de la cubanidad exterior y uno
de los pilares en la definición de la República.
El sistema de Lezama, por otra parte, con la imagen
como centro, resulta la única alternativa perdurable que
tienen los hechos históricos, culturales, y la realidad, y
la propia vida: si no encarnan en imagen, se disuelven,
tan pronto se agote «su escasísimo tiempo de vigencia
causalista y factual» (p. 463). La imagen y la teleología
lezamianas, y todo un sistema que salva a la cultura de
«sus fríos encadenamientos aparentes, de su cerrazón de
hecho consumado» (p. 463), hacen frente a la maldición
republicana de lo «fáctico» o «factual», y a la falsa
«continuidad» o el falso destino que significa el
«causalismo».
Seis
Cuando Cintio Vitier opone, como vimos, «la diana
pura y vibrante en el amanecer del campamento», a «la
charanga bullanguera» que despierta «los instintos
inferiores», carga de sentido y eticidad al sonido de la
diana revolucionaria, para diferenciarla del ruido sensual,
primitivo, intrascendente, sin destino, de la República.
La diana es «pura», por supuesto, porque se vincula a
un ideal y no a turbios intereses; porque es «limpia» en
el sentido ético del término, sin «mezclas» espurias en
su orientación.
A escala de la poesía, Cintio Vitier verifica la
decadencia ya anotada con respecto al país: «Durante
un siglo [el XIX] la poesía cubana, espejo de lo mejor de
su pueblo, vivió idealmente disparada al futuro» (p. 341);
luego, en la República, aparece un «veneno», que
«empieza a corroer el alma de nuestros poetas»: «la
ausencia de finalidad, el descaecimiento de las fuerzas
teleológicas de la nación» (p. 340). La «diana pura» es la
música propia de aquella futuridad, así como la «charanga
bullanguera» debe acompañar al vivir-en-el-presente de
la República.
Tengamos en cuenta, además, que el advenimiento
de la «lírica purísima» de Zenea y Luisa Pérez está
indisolublemente acompañado de un «proceso de
interiorización del tono», del hallazgo de «esencias
criollas y cubanas» y del abandono de las trampas
exterioristas. El camino de la cubanidad externa lleva a
«mezclas» que empobrecen los resultados poéticos y
cognoscitivos, y limitan —por supuesto— la auténtica
captación de lo cubano. Una de las razones del fracaso
del movimiento siboneísta fue «la naturaleza híbrida de
una visión que quería ser a la vez poética y política»
(p. 161). La Revista de Avance no logra combatir
eficazmente «la ausencia de finalidad en que se hundían
el país y las letras» (p. 371), «porque su raíz no era poética,
creadora, sino [...] sociológica y política» (p. 372). Las
fórmulas «híbridas» y exterioristas —a diferencia de las
«puras» y «esencialistas»— están incapacitadas para
acceder a zonas ocultas de lo cubano y a toda posibilidad
teleológica.
En su recorrido por la obra de Nicolás Guillén,
confiesa su prisa por llegar a El son entero para detenerse
en «textos más puros y absolutos» (p. 426) y saludar
finalmente al «son más puro que ha escrito Guillén, la
joya de su poesía», con «categoría de tono popular,
desnudo, eterno», «el son espiritual más cubano y
universal de Guillén» (pp. 428-9). Y presenta, «completo
y desprendido, el delicado mecanismo del son», como
fin de un proceso en que ha ido «independizándose» de
todo tipo de «empleo ancilar»: «son ingrávido», obra
personal y «del pueblo eterno, sin razas» (pp. 429-30).
Con respecto al propio Curso que da lugar a Lo
cubano en la poesía, Cintio Vitier explicita su apego a un
«punto de vista estrictamente poético», que no sea
contaminado por «la psicología» o «la sociología», que
considera los «dos principales enemigos» (p. 570): «su
intromisión en las perspectivas de mi trabajo, hubiera
producido un resultado híbrido, confuso y de escasísima
legalidad» (p. 571). Y añade:
Postulado así el conocimiento rigurosamente poético de
lo cubano a que aspiro, no quisiera, por otra parte, que se
interpretara mi trabajo en función de prédica nacionalista.
Nada más alejado de mi intención ni de mis convicciones.
Para mí la poesía no tendrá nunca otra justificación que
ella misma, ni otras leyes que las que provengan de su
absoluta o relativa libertad. (p. 571)
Inmediatamente después de esta lapidaria declaración
«purista», afirma que la búsqueda, en Orígenes, de
«nuestras esencias insulares» es «necesidad profunda de
conocer nuestra alma, cuando parece que sus mejores
esencias se prostituyen y evaporan» (p. 572); del mismo
modo que Lo cubano en la poesía quiere contribuir «al
rescate de nuestra dignidad» (p. 13). Ante la sensación
republicana de «vacío», de «estupor ontológico»,
«volvemos los ojos al testimonio poético, donde ese
mismo vacío puede adquirir sentido como síntoma del
ser o del destino» (p. 573). Todos estos propósitos
118
Lo cubano en la poesía: relectura en los 90.
«híbridos» y la propia teleología insular, bastarían para
echar por tierra aquel «purismo».
Cuando evalúa el sistema poético de Lezama, Cintio
Vitier topa con el oxímoron que significa un «purismo»
teleológico, y trata de encontrar la solución en una
«finalidad» poética omnicomprensiva, que vendría a ser
el colmo de lo «híbrido»: «La poesía tiene, sí, una
finalidad en sí misma, pero esa finalidad lo abarca todo.
La sustancia devoradora [la sustancia poética] es,
necesariamente, teleológica» (p. 467).
El Martí del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos «es
la semilla más dura de nuestra realidad, el tesoro mayor
que tenemos» (p. 282). En este Diario se da «el primer
contacto del espíritu, en el trance supremo del sacrificio,
con nuestra naturaleza y nuestros hombres» (p. 274).
Es en sus últimos días cuando «la vocación de entrega»
de Martí alcanza su mayor plenitud, y es que «su ser no
es consistencia sino dación» (p. 229). ¿Cómo podrá entre
nosotros la poesía, la palabra, rehuir los «empleos
ancilares» ante ese modelo superior que Cintio Vitier
vuelve a alzar para el presente y el futuro?
Lo cubano en la poesía es, de principio a fin, una
refutación del «purismo» y de la llamada «poesía pura»:
la intención misma de caracterizar lo cubano en la obra
de nuestros poetas, como contribución «al rescate de
nuestra dignidad», la búsqueda de respuestas a la
«desintegración» y a la «ausencia de finalidad», el
propósito de utilizar la creación poética como método
cognoscitivo por excelencia, parten de unas relaciones
abiertamente «híbridas» con la poesía y de colocar las
«justificaciones» extrapoéticas en los fundamentos del
acto creativo y de la lectura.
Si desechamos las dos o tres protestas de fe «purista»,
marcadas por algunas de las polémicas de la época, habría
que entender el anhelo de «pureza» en este libro como
un rechazo a una poesía ruidosa, «bullanguera»,
acomodada a las superficies, a los tópicos, a los
facilismos, a la propaganda política o seudofolklórica,
y como una exaltación de la poesía que va a encontrarse
con las esencias de la patria, que hace política «profunda»
(mucho más nacional y fecundante que la mera «prédica
nacionalista») y contribuye a la «resistencia» de la nación
y a la forja sutil, invisible, de un destino para la Isla.
Siete
Cintio Vitier, en su prólogo a la edición de 1970,
afirma, con respecto al último capítulo del libro, que
«muchas de sus consideraciones estaban determinadas
por un enfrentamiento de la historia y la poesía, y por
una toma de partido a favor de esta» (p. 9). Negar a
nuestro proceso histórico toda «continuidad profunda»
(que solo encontraremos en la poesía y la tradición ética
cubanas) y ver en él una «situación recurrente, cíclica»,
de «tiranía-sacrificio, sacrificio-tiranía» (p. 578), son
posiciones brotadas de aquella «grave desconfianza»
hacia la historia (p. 10) señalada por el propio autor.
Hay al mismo tiempo, en la raíz del libro, una
indisimulable angustia a causa de la falta de sentido
histórico y de finalidad, y del vivir-en-el-presente, y un
punzante anhelo de «otra» historia para Cuba y para
los cubanos.
Lo cubano en la poesía tiene un lugar de importancia
en el empeño origenista de encontrar «continuidad» a
través de la creación poética. Con los métodos
«esencialistas», la «pureza» en su fecunda versión
híbrida, y los hallazgos de cubanidad «secreta», son
también valorados muy altamente, en los poetas
estudiados, los esfuerzos en pos de la «continuidad»,
del «sentido histórico» y la «futuridad».
Cintio Vitier no revisa nuestro patrimonio poético
como un arqueólogo, sino como un buscador de
«futuridad»: «También en el pasado hay que poner
nuestra esperanza y buscar nuestro futuro». «Así el
pasado se vivifica y cobramos conciencia de lo que
somos, de lo que podemos ser» (p. 17).
Martí se convierte, en este libro, en el ingrediente
teleológico por excelencia, en el factor requerido por la
cubanidad para adensarse, crecer y orientarse hacia el
futuro. En el poema «El café», de Regino Boti, se
encuentra «lo cubano», pero «sin Martí: desprovisto ya
de trascendencia, de finalidad, de esperanza. Lo cubano
en su desolación lúcida, en su puro instante vacío, que
va a ser una de las vivencias más hondas de nuestra
sensibilidad en la República» (p. 335).
Martí aportó, «a nuestra poesía y al ahondamiento
de nuestro ser», «el sentido trascendente de la vida»
(p. 276); él mismo fue una «resistencia configuradora,
esencialmente fundada y fundacional» y, cuando muere,
«parece como si nos desganáramos de nuestras propias
ilusiones» (p. 577). Martí es dueño de su destino: lo
diseña y realiza, desafiando al azar y al «imposible». Se
convierte así en un modelo de «otra» cubanidad, de
«otra» historia y también de «otra» cultura. Ante el
pueblo sin destino, sin gravitación, sin futuro; ante el
pueblo separado de su identidad, acogido al «vacío
decorado» de símbolos y colorines, viviendo en un
mundo inconexo y frustrante, se alza el destino, el
«centro», la «otra» historia de Martí.
La teleología insular de Lezama y de Orígenes es
presentada en este libro como el único empeño fundador
que tiene éxito en medio del marasmo republicano.
Luego del fracaso de Poveda y Boti, y de la Revista de
Avance, Orígenes hace suya la «semilla» martiana y
propone «esa especie de fundación de la ciudad desde la
palabra» (p. 343), dando sentido a la cultura y al propio
transcurrir de la Isla.
En una realidad marcada por la «facticidad» y el
«causalismo», la poesía ofrece la «futuridad desconocida»
(p. 440) que aporta Lezama. Y Lo cubano en la poesía
nos propone, incluso, a partir de esta carga teleológica
y del «contacto con las fuerzas positivas que laten detrás
de nuestros vicios y flaquezas» (p. 582) la entrada de
Cuba y de los cubanos en una «continuidad» histórica
y cultural diferente: «entonces empezaría nuestra
119
Abel E. Prieto
Lo cubano en la poesía tiene un lugar de importancia en el
empeño origenista de encontrar «continuidad» a través de la
creación poética. Con los métodos «esencialistas», la «pureza»
en su fecunda versión híbrida, y los hallazgos de cubanidad
«secreta», son también valorados muy altamente, entre los
poetas estudiados, los esfuerzos en pos de la «continuidad», del
«sentido histórico» y la «futuridad».
Historia, de la que solo conocemos ahora la increíble
profecía martiana» (p. 583).
Del mismo modo que se nos presenta la cubanidad
esencial y secreta, opuesta a la cubanidad externa,
podemos descubrir también la oposición entre una
historia «otra», de fundación y creación, profetizada por
Martí, y una seudohistoria que solo articula los «hechos»
a través del «causalismo» y no por «sentido» y «destino»,
una seudohistoria donde se repiten los sacrificados y
frustrados, en un ciclo sin salida visible.
Esta seudohistoria «fáctica», esta «agitación política
sin sentido histórico profundo» (p. 462), es la que nos
corresponde por nuestra condición neocolonial: al
perder, con la verdadera independencia, el «destino», el
país se ha quedado —a manera de historia— con una
sucesión de hechos, tan vacíos de sentido como los
símbolos patrios, como la misma realidad desustanciada,
como la cubanidad de exteriores.
Con respecto al «siniestro curso central de la
Historia», el que protagonizan las metrópolis, estamos
colocados «venturosamente al margen» (p. 582), y esta
situación marginal nos va a abrir una nueva posibilidad
cultural e histórica.
Las claves de esa «otra» Historia, tan ajena a la
seudohistoria «fáctica» y «causalista» de la neocolonia
como al «siniestro curso central» que transitan las
potencias, están en Martí, en la «teleología insular» de
Lezama, en la futuridad que hay en los mejores poetas
cubanos, y en nuestra capacidad para ver lo esencial y
creador de la cubanidad, incluso de aquellas zonas que
rechazamos. Solo podremos vencer el «imposible» y
alcanzar la plenitud de la nación, si combinamos la
energía teleológica de nuestros más poderosos creadores
con una aproximación «esencialista» al ser nacional
cubano, y con la apropiación desprejuiciada, libre de
autoexotismos y de visiones coloniales, de nuestra
identidad.
Ocho
A la realidad neocolonial corresponden, en un nivel,
el «vacío decorado» de los símbolos patrios, la cubanidad
exterior, la maldición de lo «fáctico», de lo puramente
«físico», el «sol implacable», la «charanga bullanguera»,
la gritería del cubano, y todo cuanto aluda a la superficie,
a las apariencias sin sustancia, sin «jugos». En otros
niveles (ético, teleológico, histórico), esta superficialidad
encuentra complemento idóneo en los «instintos
inferiores», el sensualismo burdo, el vivir-en-el-presente,
la «frustración», la carencia de «finalidad», de «fe», de
«destino», de «futuridad». Carencia de finalidad es
también «desintegración» (palabra muy usada por
Lezama para describir la vida republicana): es falta de
«centro», de «imán» y de «conexión», «fragmentos»,
«desarticulación».
Podría hacerse un extenso inventario de conceptos
en torno al eje neocolonial que forman la superficialidad
y la carencia de finalidad: «nada», «vacío», «hueco»,
«absurdo», «intemperie», «tópicos», «descreimiento
civil», «corrupción», «hedonismo», «intrascendencia»,
«banalidad», «indiferencia», «causalismo», «configuraciones
sensibles y fácticas», «fríos encadenamientos aparentes»,
etcétera. Esta serie se enriquece con los aportes de la
poesía «nativista», «exótica», de falso «arcadismo»,
«tipicista», «tropicalista», o de «negrismo exterior», o
bien de «prosaísmo factual», o «retórica», o «híbrida», o
«propagandística», o atada a una cubanidad «temática»,
«explícita», «convencional», «descriptiva»; poesía de lo
«inmediato» y «visible», «sin necesidad íntima», poesía
sin verdadero «destino poético».
Los poetas que se conforman con frutos fáciles, o los
de poco talento, o aquellos que por temperamento o
debilidad no son capaces de traspasar el cerco de lo
evidente, colaboran de manera inconsciente con la farsa
de la neocolonia: la poesía retórica o convencional ofrece
una legitimación «poética» a los «ideales-tópicos» de una
independencia mediatizada; el prosaísmo epidérmico no
va más allá del testimonio de la «facticidad»; la poesía
de lo cubano exterior, suma su voz a las ficciones que
pretenden encubrir la mutilación de nuestra identidad,
y puede llegar, incluso, al extremo revelador del
«autoexotismo», donde el buscador ligero de los signos
nacionales cae en una trampa sin regreso.
Frente a la neocolonia y a su cubanidad falseada,
frente a la poesía que de muy diversos modos se hace
cómplice de la farsa, Cintio Vitier propone, como vimos,
una salida utópica, fundada en esa cubanidad «esencial»
de la que nos han desterrado, a la que podremos
acercarnos gracias a la poesía y a los métodos
«esencialistas», y a la teleología insular lezamiana.
El eje de la utopía origenista, definido en sus polos
por el esencialismo y la teleología, en oposición al eje
neocolonial superficialidad-carencia de finalidad, también
120
Lo cubano en la poesía: relectura en los 90.
ofrece un nutrido glosario presidido por la cubanidad
«esencial», «secreta», «oculta», «concentrada»,
«entrañable», «misteriosa», «genuina», «silenciosa»,
«otra»: la «fundación», lo «fundacional», el «ideal
histórico definido», la «pureza», la «imantación», lo
«profundo», la «hondura», lo «desconocido», el «decisivo
reverso oscuro», las «posibilidades escondidas», «magia»,
«aire», «tuétano», «fibras ocultas», «adentros de la
sensibilidad», lo «que late detrás» o «más allá», la
«sugestión inapresable», lo «íntimo», lo «imponderable»,
lo «indefinible», «el alba y la tarde» (en oposición al «sol
implacable»), lo «desnudo» (similar a lo «puro» y en
oposición a lo retórico, artificioso e «híbrido»); el
«centro», la «imagen» creadora y perdurable (frente a la
«facticidad» y la efímera «vigencia causalista»),
«futuridad», «eticidad», «introspección», «continuidad»,
«sentido», «destino», etcétera.
Entre estos dos bloques conceptuales que se
enfrentan, hay sin embargo una intercomunicación
dialéctica: no puede entenderse, por ejemplo, la
cubanidad «externa» como una cubanidad «mala» frente
a una cubanidad «esencial» y «buena». Rasgos atribuidos
a nuestro ser nacional, que tradicionalmente han sido
vistos como negativos, son mostrados en sus revelaciones
más evidentes por los creadores de la cubanidad
«externa»; pero solo podrían alcanzar un sentido
positivo, emancipador, verdaderamente nacional, cuando
salen a flote en el conjunto de la cubanidad «esencial»
que nos iluminan los métodos «esencialistas».
Nueve
Esencialismo y teleología, de un lado, y superficialidad
y carencia de finalidad, de otro, tienen, a la luz de las
discusiones ideológicas de hoy, una notable actualidad.
Una relectura, desde Cuba y en los 90, de este
poderoso manifiesto origenista, equivale a tropezar a
cada paso, de modo inevitable, con las preguntas, dudas
y desafíos de la contemporaneidad.
Hay un aspecto de importancia en el llamado
posmodernismo que se orienta a promover, en aras de
lo «fáctico» y de privilegiar las «superficies», una tajante
desconfianza hacia las «manipulaciones» y las
«teleologías». Esta dirección del pensamiento
posmoderno, que forma parte de una derechista
manipulación teleológica a gran escala, ha ido permeando
el debate acerca de la Revolución cubana. Se percibe
una tendencia a reevaluar nuestro proceso histórico, y
su mismo «sentido», que alcanza muy a menudo, por
razones obvias, a la figura de Martí.
El discurso del neoanexionismo, instalado ya en la
posmodernidad, acusa a Martí de haber elaborado una
delirante lectura teleológica de la historia de Cuba, en
un ataque que abarca a la Revolución y al propio cubano.
Así,
todo un pueblo, a través de sus gestas y sufrimientos, ha
sido culpable de buscarle sentido a una historia que no lo
tiene, que viene a ser, como en el famoso parlamento de
Macbeth «el cuento narrado por un idiota [...] significando
nada»; y Martí, en cuanto vocero fiel de ese pueblo,
acrecienta su culpa; y la Revolución, en cuanto se empeña
en cumplir el mandato del pueblo de Martí, es desde luego
la máxima culpable. 2
Se trata de un ejemplo extremo, y atroz, y por tanto
muy didáctico, de la pretensión neoanexionista de vaciar
el proceso histórico cubano de «sentido», de
«significación» y «dirección»; de devolvernos a la
«intemperie», a la «facticidad». Por supuesto, si los afanes,
privaciones y luchas de tantas generaciones de cubanos
se articularon sobre un delirio, entonces —diría Iván
Karamázov— todo está permitido, no hay resistencia ética
ni patriótica: no habría obstáculos para que la manzana
de John Quincy Adams completara su destino, su
teleología anexionista.
Si de nuestra historia solo nos dejan el cuento
fragmentario y difuso, desprovisto de significación, del
idiota de Macbeth, el cubano de hoy queda otra vez a la
intemperie, ante una vida cotidiana plagada de carencias
y dificultades enormes, ya sin explicación ni salida. Es
en esa dimensión, entre la superficialidad y la carencia de
finalidad, donde el pueblo de Cuba estaría indefenso ante
la presencia renovada del «imposible». De ahí que el
empuje teleológico de Lo cubano en la poesía, su valiente
desafío al fatalismo y a la desintegración, su acercamiento
apasionado a lo nuestro, su búsqueda del hilo de
continuidad histórica y cultural y de modelos creadores,
su resistencia frente al influjo yanqui, «desustanciador»
y funesto, tengan tanta vigencia.
Releído en los 90, Lo cubano en la poesía rompe sus
amarras circunstanciales, y crece como un manifiesto
que rebasa a Orígenes, y a grupos y tendencias, y se
expande, y es ya un manifiesto y un programa de la
cubanía, frente a sus viejos y nuevos enemigos.
La Habana, mayo-junio de 1994.
Notas
1. Cintio Vitier, Lo cubano en la poesía, La Habana: Instituto del Libro,
Colección Letras Cubanas, 1970: 44. Todas las citas están tomadas de
esta edición. En lo adelante la paginación se acota en el texto, entre
paréntesis.
2. Cintio Vitier: Algunas reflexiones en torno a José Martí, intervención
en la Conferencia «José Martí, hombre universal» [folleto], La Habana:
Palacio de las Convenciones, 1992. En la cita alude al texto de Enrico
Mario Santí, «José Martí y la revolución cubana», Vuelta, México,
diciembre de 1986.
©
121
, 1996.
Víctor Fowler
no. 6: 122-132, abril-junio, 1996.
Miradas a la identidad
en la literatura
de la diáspora
Víctor Fowler
Escritor e investigador. Escuela Internacional de Cine.
Q
uizás lo primero que corresponde señalar es lo
ajeno que me resulta el uso del término «exilio»
para referirme a la literatura cubana hecha fuera del
país. Si ello fue cierto en la época de las primeras
migraciones, la realidad que impone la cantidad y la
indudable calidad de la literatura hecha por cubanos
que abandonaron el país cuando eran niños —muchos
de ellos con apenas memoria del lugar, como
veremos— y los problemas que implica definir
culturalmente a los nacidos en otro sitio (o de
«segunda generación»), desborda las condicionantes
esencialmente políticas que envuelven la palabra. Es
por ello que he preferido el uso del término
«diáspora», más propio del actual análisis sociológico,
para acercarme a los problemas que iremos
abordando. Me interesa ver de qué modo ha sido, y
está siendo, manejada la cuestión de la identidad
cuando esta se encuentra en un conflicto de elección
entre los valores de dos culturas, la mayoría de las
veces opuestas: aquella de los padres, cuya
transmisión se produce casi siempre a través de la
memoria familiar donde el pasado ha sido sacralizado;
y la del lugar de residencia, cuya influencia llega desde
todas partes —escuela, medios de difusión masiva,
comunicación cotidiana— y es, por así decirlo, una
entidad «viva».
Centraré el análisis en la obra de varios autores
pertenecientes a eso que se conoce como los «cubanamericans», por ser en los Estados Unidos donde el
choque de las lenguas ha conducido la necesidad de
elección a su punto crítico; en esa región de «crisis» de
la identidad, atravesaremos visiones que van desde su
negación hasta su recuperación, o la dialéctica de
aceptación/rechazo de las culturas en conflicto.
Hay común acuerdo en que el primer autor cubano
contemporáneo —analizable dentro de la categoría
«exilio»— en plantearse la problemática del regreso a
Cuba, fue Lourdes Casal. Nacida en 1938, Casal
abandonó Cuba cuando era una mujer de poco más de
veinte años, y ya sus valores culturales habían sido
formados en la tierra misma de sus antepasados; pese a
esto, es también ella la primera escritora cubana de la
emigración en plantearse el conflicto de una identidad
escindida entre la cultura de origen y aquella recibida
en el nuevo país (en este caso los Estados Unidos). Los
términos en los que semejante conflicto era abordado
los vemos con claridad en un texto clásico del tema: su
poema «Para Ana Velford», de su libro Palabras juntan
Revolución.
122
Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora.
Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector
como en aquel invierno
—fin de semana inesperado—
cuando enfrenté por primera vez la nieve de Vermont
y sin embargo, New York es mi casa.
Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica.
Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier parte 1
«escena primordial», un instante en el cual aún no ha
habido intervención externa en el orden de vida del
sujeto, algo que huyó y debe ser recuperado. El texto
que abre la selección nos trae una profunda amargura
debajo de su ironía:
Mami y Papi me enseñaron que hay que estar agradecidos
nosotros que somos refugiados de la revolución
que abolió los sandwiches llamados media noche. 6
Lo que la autora llama aquí «adquirida patria chica»
es un espacio contradictorio, puesto que más adelante
nos recuerda que su pertenencia a ese territorio/
identidad se debe a un acontecimiento innatural: «Pero
Nueva York no fue la ciudad de mi infancia». 2 Sin
embargo, la importancia que la ciudad —y el modo de
vida que ella encarna— cobra para la autora es tal que
alcanza a imponerse sobre la posibilidad de una
recuperación total del territorio/identidad que es el país
de origen: «ya para siempre permaneceré extranjera,/
aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia».3 Y luego
de ello termina con cuatro versos en los que son varias
las intersecciones: «demasiado habanera para ser
neoyorkina,/ demasiado neoyorkina para ser,/ —aún
volver a ser—/ cualquier otra cosa».4
La primera de las intersecciones sería la de la
imposibilidad de elección entre dos culturas a las que el
sujeto se siente igualmente ligado; la segunda, la que se
establece entre la lengua en la cual está escrito el poema
y la del texto-madre; la tercera, la que de modo sutil
pone en juego la idea de temporalidad.
La postura de Casal nos servirá como pórtico para
adentrarnos en algunas lecturas de los conflictos
alrededor de la identidad que se observan en autores
cubano-americanos de los últimos años; en cierto
sentido, lo que ellos enfocan constituye una superación
de lo abordado por Casal, pues más que de un equilibrio
entre modelos culturales pariguales, se trata de tensiones
específicamente centradas en el ansia de recuperar una
zona de identidad que consideran perdida por la escasa
memoria que conservan del territorio original. Este
trabajo será para mí un modo de agradecer la delicadeza
de tanta gente cubana que conocí o reencontré en mis
dos viajes a los Estados Unidos en 1994, y quizás también
pueda, de algún modo, abrir un nuevo espacio para
dialogar.
El libro de Ruth Behar Poemas que vuelven a Cuba 5
continúa y ahonda la línea iniciada a fines de los años 70
con los poemas de Lourdes Casal: la lucha de los cubanoamericanos por definir su grado de pertenencia a la
nación cubana, por completar una identidad que es
percibida como fragmentaria y fragmentada.
Comenzaré refiriéndome a la cubierta del volumen,
por la importancia que cobra en relación con el
contenido (para ser justos, ella misma es parte de este)
y, más aún, por haber sido diseñada en acuerdo con la
propia autora; se trata de una niña (de 3 años) que sonríe
cerca de una ventana, con un lacónico pie de foto: «Yo
en el apartamento del Vedado (1958)». La sonrisa y la
fecha, además de lo vivencial que hay en todo esto,
establecen un agudo contrapunto si recordamos que se
trata del año previo al cisma: estamos entonces ante una
La amargura de la que hablamos es aquella que brota
de la profunda hendidura que se aprecia aquí entre el
mundo de los padres y aquel de los hijos, ya que —en
última instancia— la ironía de la autora traspasa el
establishment al hundir su punta en lo que los padres le
dijeron que debiera pensar. El poema se titula «Gracias
a este país» y juega a someter a una cruel desmitificación
la realidad (o des-realidad) que los padres le han entregado
a la hija como sustituta del sitio de la «escena
primordial». En este orden, en que el sujeto del texto
recibe toda noción de verdad, esta es falseada por la
dominación que ejerce (sobre la verdad) el Dios/dinero:
Mami y Papi, cómo les digo
que le doy gracias a este país, gracias,
gracias, una vez y un millón de veces por enseñarme
la lección más importante de nuestro siglo:
La historia pertenece a los que pueden pagar
los cinco dólares que cuestan los pulóveres de Che
/Guevara. 7
La estrofa final nos avisa en qué grado la opción de
la autora es un camino doloroso: «Pero yo no aprendo,
no oigo», dice, y promete regresar «con estas palabras/
tanto tiempo sin atreverme a decirlas/ tanto tiempo».
Es lícito imaginar la densidad del silencio aludido y
suponer allí el crecimiento de la pregunta sobre la
definición del ser en su identidad: el regreso a Cuba
equivale a una liberación del ser y el viaje hacia el
conocimiento de lo otro será una averiguación de la
condición del sí mismo.
Importa precisar ahora desde qué punto se realizan
las preguntas. En el poema «Oración a Lourdes»
(dedicado a Lourdes Casal) tenemos una posible
respuesta: «perdí mucho tiempo/ preocupándome si era
lo suficientemente cubana/ para aceptar la pérdida de ese
país como mi pérdida».8 El énfasis mío quiere destacar
el núcleo de la cuestión, la torturante pregunta de hasta
qué punto el sujeto —al regresar— reclama algo que le
pertenece cuando su presencia se apropia del sitio de la
«escena primordial». La ausencia de allí es interpretada
por la autora como un extravío, un «salir de sí» que
dicotomiza de modo no superable la historia personal;
otra cosa no implican los versos inmediatamente
anteriores: «ese país/ donde dejamos nuestra niñez/ para
que creciera sin nosotros, muda y ciega.» 9 Al dolor de
lo dejado atrás, corresponde (en igual magnitud) aquel
que se gana al querer recuperarlo, de ello nos avisa el
poema titulado «Nena» (también sobre una cubanoamericana):
123
Víctor Fowler
...me sentí triste
porque tú habías regresado tantas veces
a la isla bordada de alambres
y tenías curitas en todos los dedos... 10
Podemos leer el dolor de la autora en el espejo de la
experiencia ajena que nos dibuja, pues si la isla del texto
esta rodeada de alambres,11 y aquella llamada Nena, que
ha regresado en varias ocasiones, tiene las manos heridas,
también quien escribe el texto va por igual camino
—está ya— como nos es revelado en los versos finales:
¿Por qué no te conocí antes?
Nena, me hubieras dado valor.
Todavía lo necesito, Nena, todavía. 12
Podemos asumir que las manos del texto cumplen
una función claramente simbólica: en lugar de retener
aquello que desean re-poseer, sufren sucesivas heridas. En
cierto sentido, el viaje que constituye el poemario, tiene
su punto crítico en el texto titulado «Al partir», cuyos
versos finales introducen una agria duda:
Voy, vengo, voy
y todavía no sé nada.
No sé si vi, oí, entendí.
¿Fui a la isla? ¿A qué isla?
Despierto y ya no estoy. 13
Lo trágico, y a la vez gracioso, de esta «crisis» a que
nos aboca el texto es que nace de un equívoco: alguien
(en este caso, yo mismo) ha citado un refrán popular
como si fuera una línea de canción, y esta suerte de
estrategia comunicativa —que por demás se encuentra
en la raíz del modo cubano de gozar el lenguaje, piénsese
si no en la pirotecnia verbal de Cabrera Infante o
Sarduy— ha revelado un punto ciego en el intercambio,
ya que el sujeto del texto no conoce (y se tortura por
ello, sin saber que no la podría conocer) esa canción que
no existe: «esa canción tampoco la conozco./ Tanto que
no conozco de la isla».14
Ahora bien, el equívoco tendría un valor esencial si
lo considerásemos como síntoma del espacio vacío que
nunca podrá llenar el sujeto deseante del texto, pues «lo
cubano» que busca es —justamente— el juego con la
equivocación: lo que conformaba el centro del mensaje
no era su significado, sino el obligarlo a desviarse hacia
algo que se imagina más delicado, una canción. Al
penetrar en ese reino de cuestionamientos, Ruth Behar
tensa la pregunta sobre la identidad (y con ella, el sentido
del regreso) hasta un grado próximo al silencio. Sin
embargo, en uno de los poemas de la autora, no incluido
en el libro, encontramos un modo de penetrar en la
nación que no depende de ninguno de los elementos
hasta ahora vistos; me refiero al titulado «La cosa», 15 en
el que es hecha una divertida lectura del imaginario de
la sexualidad que las madres cubanas transmiten a sus
hijas. La comunidad de esa experiencia con la de casi
toda mujer cubana, donde quiera que esté, implica la
realidad de una vía otra para establecer las conexiones
con la sustancia de la construcción de la nación, es decir,
con la cultura nacional.
Creo posible enlazar tal mirada con algo dicho en
un artículo por la poeta y ensayista cubana Lourdes Gil,
en el que propone una estrategia de imbricación entre
ambas literaturas a partir de pertenencias a lo que hoy
conocemos como «nuevas subjetividades» cuando afirma
que
no podemos ya, irreversiblemente, hablar de un discurso
hegemónico cubano; que no hay ya verdad absoluta que
radique en una sola vertiente. Nuestra existencia
pluralizada sobrepasa el debate entre la autoridad y la
subordinación, reemplazando los conceptos de ese mal
cortado traje que no se ajusta a ninguna fisonomía. 16
En el reverso de lo que se puede llamar «zona trágica»
de la visión de Behar, es posible colocar la distancia
irónica con la que Gustavo Pérez-Firmat —quien, además
de ensayista, tiene una valiosa obra como poeta— asume
la cuestión de la identidad. Acaso sea una buena entrada
en materia referirme, antes que a la poesía, a la ensayística
de Pérez-Firmat, cimentada en dos sólidos libros: The
Cuban Condition y Live on the Hyphen.17 La obra de este
autor está hecha desde una posición diferente a la de
Behar, aun cuando compartan varias de las mismas
condicionantes: también él salió de Cuba durante la
primera infancia, también él padece por eso «otro» que
la figura de la Isla simboliza. Mas en lugar de los dolores
de la búsqueda, el acento del autor es colocado en la
habitación de una identidad doble. El texto de PérezFirmat por el que comenzaré es el volumen de ensayos
Live on the Hyphen: the Cuban-american Way, ya que es
aquí donde mayor densidad teórica alcanza en él el tema
de la cultura guionizada. Para ello se vale de una categoría
de análisis acuñada por el sociólogo cubano Rubén
Rumbaut: «the “1.5” or «one-and-a-half» generation». 18
Según Rumbaut, esta categoría engloba a: «Children who
were born abroad but are being educated and come on
age in the United States...» [«Niños que nacieron afuera,
pero han sido educados y alcanzaron la edad adulta en
los Estados Unidos...»]. Lo que para Rumbaut significa
una tragedia —ya que «the members of the “1.5”
generation form a distinctive cohort in that in many
ways they are marginal to both the old and the new
worlds, and are fully part of neither of them» [«los
miembros de la generación ‘1.5’ forman una cohorte
distintiva en el sentido de que, en muchos aspectos, son
marginales, tanto en el mundo viejo como en el nuevo
y no son parte integral de ninguno de ellos»]— es reinterpretado por Pérez-Firmat como la posesión de una
distinción que hace de estos sujetos figuras capaces de
«circulate within and through both the old and the new
cultures» [«circular dentro y a través de ambas culturas,
la vieja y la nueva».] La lógica de este cambio de
perspectiva conlleva a postular una nueva categoría para
interpretar a los sujetos que habitarían ese borde, tal
categoría es la de «bi-culturalismo». Es interesante revisar
lo que ello quiere decir en la poética de Pérez-Firmat:
124
Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora.
La cuestión de la identidad está en un conflicto de elección entre
los valores de dos culturas, la mayoría de las veces opuestas:
aquella de los padres, cuya transmisión se produce casi siempre
a través de la memoria familiar, donde el pasado ha sido
sacralizado; y la del lugar de residencia, cuya influencia llega
desde todas partes —escuela, medios de difusión masiva,
comunicación cotidiana— y es, por así decirlo, una entidad
«viva».
Quiero decir que, a pesar de que una de las intenciones
básicas del autor es evitar las presiones que derivarían
de la fuerza de los discursos ideológicos —fuerza que en
este caso equivale a un «afuera» del análisis—, de un modo
sutil la argumentación es aprisionada por el
condicionamiento «histórico» de lo que ocurre en una
nación dividida por motivos políticos. Si tal cosa es
cierta, —a fin de cuentas, la única que podemos utilizar
como explicación de por qué no es reversible el menú
de La Esquina de Tejas—, perdemos la oportunidad de
pensar el asunto de las culturas «hyphenadas»
—guionizadas— en un más allá de la política que nos lo
imbrique en un marco universal, como síntoma que se
repite en la época contemporánea, y que supera la
estrecha —pese a todo lo dolorosa que se quiera—
dimensión del «problema cubano». Uno de los mejores
momentos del texto para entender la «hyphenización»
es aquel en el que el autor analiza una fotografía
manipulada del pintor cubano Arturo Cuenca: encima
del restaurant La Esquina de Tejas, de Miami, se tiende
un letrero en transparencia: «This is not Havana». El
mensaje funciona en un doble sentido, ya que si bien es
cierto que el modelo no es la «escena primordial»,
tampoco es posible (parodiando a Borges) aumentar el
mapa hasta hacerlo coincidir con el país que refiere: es
entonces una tercera realidad, ni cubana ni
norteamericana: un guión. Ahora bien, me gustaría
referirme a ello en términos de agon (combate), para
apreciar el sustrato trágico que en su interior lleva la
ironía de Pérez-Firmat. Propongo que leamos su
brevísimo poema «Vocaciones»:
In my usage, biculturation designates not only contact of
cultures; in addition it describes a situation where the two
cultures achieve a balance that makes it difficult to
determine which is the dominant and which is the
subordinate
culture. Unlike
acculturation
or
transculturation, biculturation implies an equilibrium,
however tense or precarious, between the two contributing
cultures. Cuban-American culture is a balancing act. 19
[Para mí, el biculturalismo no designa solo el contacto de
culturas; describe además una situación donde dos culturas
logran un equilibrio tal que hace difícil determinar cuál es
la dominante y cuál la subordinada. A diferencia de la
aculturación y de la transculturación, el biculturalismo
implica un equilibrio, si bien tenso y precario, entre las
dos culturas confluyentes. La cultura cubano-americana es
en acto de equilibrio.]
Quiero llamar la atención sobre un detalle
determinante a la hora de juzgar el agonismo que subyace
en esta lectura de la identidad. Ello es la obligatoriedad
de elegir entre las culturas que el sujeto posee, ejecuta,
juega. Pese a fundamentar la tesis en la idea de «equilibrio
entre culturas», el texto crea una hendidura en su
esfericidad, a partir del llamado que en él se hace a
razonar los hechos en términos de dominación
(hegemonía) y subordinación. Creo ver tovavía, en el
uso de esta pareja de opuestos, la huella de una angustia
por el origen, que quizás podamos precisar aún más en
la siguiente reflexión del autor sobre el mimetismo de
la cultura miamense respecto a cierta representación de
cierta Cuba:
The Miami version of a restaurant called El Carmelo does
not have a whole lot in common with its Havana
homonym; it’s not the same place, and it’s not even the
same food, for the Miami menu by now includes such
offerings as the Nicaraguan dessert tres leches.20
Hoy guardé el Webster
y desempolvé el Sopena.
(De madre)
(De muerte).
[La versión miamense de un restaurante llamado El
Carmelo no tiene mucho que ver con su homónimo
habanero; no es el mismo lugar, ni siquiera la misma
comida, pues el menú de Miami incluye ofertas como el
postre nicaragüense tres leches.]
O fundo o me fundo.
¡Me fundo! 21
Los términos de la oposición (fundar/fundir) denotan
lo que he llamado antes una «angustia por el origen», ya
que la posible posición festinada del sujeto entre los polos
lo es cuando —al modo de un observador exterior— el
movimiento es reflexionado desde un «afuera». Si en la
Se me ocurre complicar lo anterior, pensar en algo
menos obvio: imaginar en La Habana de hoy un
restaurante en el que son ofertadas hambergues que imitan
a las McDonald o donde se brinda tres leches como postre.
125
Víctor Fowler
última línea nos es ofrecida una mirada risueña, en la
penúltima accedemos a la dimensión esencialmente
trágica con que son valorados los tránsitos del sujeto bicultural: fundación o fundición.
Quisiera hablar ahora de la fundación, es decir, del
motivo de la escritura de lo cubano, según Pérez-Firmat
nos avisa: otorgar espesor a lo que habita en una memoria
que es más familiar que propia. Nos servirán de punto
de referencia dos versos de uno de sus poemas: «En tu
acento hay espesor y alarma,/ en el mío reminiscencia.»
(«Matriz y margen»). Sin abundar en las complejidades
del texto, diré que hay aquí la oposición de un sujeto (el
también poeta cubano Roberto Valero, quien abandono
el país ya adulto), cuyo lenguaje es poseedor de «matriz»,
y otro (el autor mismo), cuyo lenguaje es definido como
«margen». La oposición es resuelta en conciliación
cuando, en la parte final del texto, la voz marginal afirma:
Yo también llevo el cocodrilo a cuestas.
Y digo que sus aletazos verdes me baten
incesantemente.
Y digo que me otorgan la palabra
y el sentido.
Y digo que sin ellos no sería lo que soy
y lo que no soy:
una brisa de ansiedad y recuerdo
soplando hacia otra orilla. 22
La relación entre identidad y escritura se nos abalanza
en la proposición que afirma que el objeto de la memoria
(cocodrilo = Isla) es quien otorga la palabra y el sentido;
cabalgando a mitad de dos culturas, el que habla
encuentra su raíz en el ser cubano.
Idéntica sustancia anima el bello poema de Carolina
Hospital titulado «Dear Tia» (escrito en inglés), cuyos
versos finales reproduzco:
The pain comes not from nostalgia.
I do not miss your voice urging me in play,
your smiles,
or your pride when others call you my mother.
I cannot close my eyes and feel your soft skin;
listen to your laughter;
smell the sweetness of your bath.
I write because I cannot remember at all. 23
[El dolor no viene de la nostalgia./ No extraño tu voz
jugando conmigo,/ tus sonrisas,/ o tu orgullo cuando otros
te llamaban mi madre./ No puedo cerrar los ojos y sentir
la suavidad de tu piel;/ escuchar tu risa;/ oler el aroma de
tu baño./ Escribo porque no recuerdo en absoluto.]
Si la dualidad lingüística del título nos acerca al
modelo de identidad de un Pérez-Firmat, lo rotundo
del último verso («Escribo porque no recuerdo en
absoluto») nos enfrenta a un nuevo modo de la identidad:
aquel en cuya memoria no hay el mínimo retazo del
país de los padres, la «escena primordial» solo puede ser
re-construida partiendo del poder fabular que concede
la escritura. Préstese atención, sin embargo, al modo en
que ambos sentires se unifican en la relevancia que el
lenguaje adquiere para los sujetos. Piénsese en el hecho
de un dolor ante la pérdida, que no brota de la nostalgia
que habría concedido la experiencia, sino de lo que se
halla en la memoria de ese otro que es la familia; un
dolor que nace de la memoria del lugar que nos
transmiten las palabras. En el ejemplo anterior, la
«función» del poeta, como guardián de una determinada
tradición es casi imposible de cumplir: la Historia
(aquella misma fecha crítica que veíamos en la portada
del libro de Ruth Behar) y todo cuanto ello implica, ha
producido una hendidura inmensa entre las palabras y
el sitio de la «escena primordial».
La reciente aparición del volumen de Pérez-Firmat
Next Year in Cuba (a Cubano’s Coming-of-Age in America),
da una sorpresiva vuelta de tuerca a la discusión acerca
de la identidad en su obra y nos coloca ante nuevos
desasosiegos; una declaración como: «For most
immigrants and exiles, there also comes a moment when
we must begin to define ourselves not by our place of
birth, but by our destination...» 24 [«Para la mayoría de
los inmigrantes y exiliados, llega un momento en que es
necesario que nos definamos no por nuestro lugar de
nacimiento, sino por el de nuestro destino...»] no es
menos que una herejía para una comunidad que ha hecho
del mantenimiento de la identidad una ba(rrera)ndera
político-ideológica, el núcleo a cuyo alrededor se
articulan los más disímiles discursos acerca de la
obligatoriedad del regreso, ya sea este militar,
pragmático-económico o simplemente sentimental. Tal
declaración no es sino la conclusión de algo que nos
venía adelantado en Live on the Hyphen acerca del
delicado equilibrio que da lugar y espacio al desarrollo
de una identidad cubano-americana: en determinado
punto, o luego de él, el equilibrio queda roto y la balanza
se inclina a uno de los dos extremos, preferiblemente al
de la cultura que «recibe».
Incluso para nosotros, que vivimos en Cuba, hay
algo molesto en ideas como la que ahora cito: «Every
time I’m in Miami and run into someone I knew in high
school or college, I’m struck by how ‘Cuban’ they look,
dress and sound. Take them out of Miami and they will
wither as fast as hibiscus in desert.» 25 [«Cada vez que
estoy en Miami y me tropiezo con alguien que conocí
en la secundaria o en la Universidad, me impresiona ver
lo “cubano” que parece, se viste y habla. Sáquelo de
Miami y verá que se seca tan pronto como una flor en el
desierto.»]
Porque hasta nosotros nos hemos acostumbrado a
percibir una imagen del Otro —en este caso, los que
viven «allá»— en la que preferimos privilegiar aquellos
rasgos identificatorios que nos permitan reconocer en
ellos «lo cubano»: nos complace imaginar que «lo
cubano» es indestructible y que se prolonga de
generación en generación en el tiempo. Pero lo que PérezFirmat nos dice es algo bien distinto, más allá del
diferendo político-ideológico. No de otro modo es posible
interpretar la unificación que el texto propone entre el
exiliado político y el inmigrante, figuras cuya
intersección básica es el tiempo y el lugar donde residen.
La particular historia de la colonia cubana en Miami ha
126
Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora.
la novela Crazy Love del también poeta, dramaturgo y
ensayista Elías Miguel Muñoz. La historia, centrada en
los avatares del personaje Julián Toledo, principia por
los días de infancia y concluye en el momento en que ha
logrado triunfar como músico. Ambos extremos
corresponden a dos universos de vida ferozmente
opuestos e inconciliables: Cuba y los Estados Unidos. De
proseguir el modelo que he seguido hasta aquí, habría
que decir que en modo alguno la infancia cubana es,
para el personaje, el espacio de algo que deba recuperar;
podría —incluso— afirmar que se trata de lo contrario:
Cuba es lo que debe ser olvidado, allí se desarrollaron
las dos peores experiencias (ambas sexuales) del
protagonista. En la primera de ellas es sometido a una
violación colectiva, poco menos que ritual, por parte de
un grupo de amigos de juego; lo ritual lo encontramos
en la relevancia que alcanza, en la memoria del
protagonista, la diferencia clasista entre los implicados:
«I had friends on the poor side of town. They always
gathered around me when I arrived, and looked at my
clothes, and caressed my hair»28 [«Tenía amigos en el
barrio pobre del pueblo. Siempre me rodeaban cuando
yo llegaba, y miraban mi ropa, y me tocaban el pelo»].
No recibimos (acaso no exista) explicación alguna
de los motivos de la violación, pero no es descabellado
—según la manera en que el protagonista recuerda—
suponer aquí algo ligado a la pertenencia clasista (y de
ahí entonces que hablemos de un ritual, en este caso
vengativo). El otro aspecto que transforma el suceso en
acontecimiento definidor para el futuro del personaje
es la música: en tanto la violación transcurre, en la
victrola corre la voz del baladista Paul Anka cantando
«Crazy Love». Es de todo punto significativo que sea
justo con una versión de este número que Julián alcanza
el triunfo. Ello nos coloca ante una situación conflictiva
en cuanto a la identidad, ya que el triunfo de Julián
equivale a su huida definitiva de (parafraseando un título
de Pérez-Firmat) su condición cubana. En un diálogo
entre los integrantes de la banda (la novela entremezcla
cartas, recuerdos, conversaciones teatralizadas,
entrevistas —reales o imaginarias— y letras de canciones)
que se produce cerca del final del libro, uno de ellos,
Lucho (quien además de los sueños del inicio, ha
compartido con Julián como su amante) reprocha a este
haber permitido que la nueva cantante, una joven
norteamericana llamada Erica (quien ahora es la amante
de Julián) haya cambiado la sonoridad de la banda:
propiciado el mantenimiento en el tiempo de un
fortísimo núcleo de identidad nacional, pero lo cierto
es que son decenas de miles los cubanos que viven
dispersos en estados (o ciudades) mayoritariamente
«anglos» y muchísimos de ellos son tan «distintos» que
no nos es sencillo reconocer las marcas de identidad que
los harían «nuestros». Es una paradoja cultural, pero el
estereotipado «cubanazo», con independencia de cuál sea
su signo ideológico, nos es más cercano que el Otro que
no baila ni bebe, que no habla en voz alta ni expone sus
secretos, que no tiene hazañas sexuales que contar y no
conoce las canciones de «ayer» o la vida en los viejos
barrios de La Habana.
Tomo dos declaraciones más de Pérez-Firmat para
comentarlas. En la primera, que es una larga cita,
propongo que prestemos atención a la diferencia entre
lo dado al sujeto y lo que es elegido por él:
if patria sends you back to the past, país plants you in the
present. For the exile, and particularly for the long- term
or chronic exile, patria and pais don’t coincide. Cuba is
my patria, the United States is my pais. Cuba is where I
come from, the United States is where I have become who
I am. When I pledge allegiance, I have to do it two flags at
once. I love Cuba with the involuntary, unshakable love
that one feels for a parent. I love the United States with
the no-less intense but elective affection one feels toward
a spouse.26
[si patria lo remite a uno al pasado, país lo planta en el
presente. Para el exiliado, y particularmente para el exiliado
a largo plazo o crónico, el país y la patria no coinciden.
Cuba es mi patria, los Estados Unidos son mi país. Cuba
es de donde vengo, los Estados Unidos es donde he llegado
a ser lo que soy. Cuando declaro mi lealtad, tengo que
hacerlo con dos banderas a la vez. Quiero a Cuba con el
amor involuntario, inconmovible, con que se quiere a los
padres. Quiero a los Estados Unidos con el no menos
intenso afecto electivo que se siente hacia la pareja.]
La cuestión clave aquí es que podemos identificar la
patria con la escena primordial de orden de la que
hablamos, en tanto que el país nos deja remembranzas
de la ruptura con el mundo de los padres, con la «muerte
del padre» de que habla el psicoanálisis, porque no es
casual que el elemento contrapuesto al padre sea la pareja:
supero su Ley (espermática, genesíaca), no cumplo su
mandato, sino que establezco el mío propio (generador
yo también y espermático) al imponer mi propia Ley.
La segunda, y última declaración, la traigo para fijar
la angustia que subyace en la obra poético-ensayística
de Pérez-Firmat y que nos ayudará a profundizar en el
contenido de aquello que se juega en la identidad cubanoamericana: «Rather than merging Cuba and America, I
oscillate ceasellessly, sometimes wildly, between the
two. My life is less a synthesis than a seesaw» 27 [«Más
que fundir Cuba y los Estados Unidos, oscilo sin cesar,
a veces descontroladamente, entre los dos. Mi vida no
es tanto una síntesis como un cachumbambé.»]
El más álgido punto en cuanto al conflicto de la
identidad sería aquel en el que se colocan los que han
elegido, en un acto de voluntariedad, el olvido del lugar
de origen; ello es representando con toda visibilidad en
ROLI:
LUCHO:
JOE:
LUCHO:
JOE:
LUCHO:
JOE:
LUCHO:
127
Erica helped us a lot, yes, but she’s also made
changes...
Drastic changes.
So we have a new sound. What’s wrong with
that?
We have money now, that’s all you care about.
I care about work too, you fucking faggot.
You are a disgusting conguero. What do you
know about music?!
Julián won’t screw your ass anymore, eh? Isn’t
that it? Isn’t that why you’re so pissed off at
Erica?
Can’t you see that’s she’s using us, Joe?
Víctor Fowler
JOE:
Bah! She would’ve made it without us...
LUCHO: Why do you let her do your job, Julián?
JULIAN: My job is to write and play music.
LUCHO: You don’t care that we don’t sound...Cuban
anymore?
JULIAN: What’s that supossed to mean anyway,
«Cuban»?
LUCHO:Having another of your patriotic crises,
Juliancito? ...However you define it, Erica
doesn’t fit the definition.
JULIAN: Lucho, please, don’t go... 29
manifiesta en el texto mediante las más diversas formas
de la hipocresía —sexual, religiosa o de simple trato
social— y remite siempre a modos de dominación antes
que de diálogo. Así vista, la renuncia a «lo cubano» que
practica Julián (y hay aquí un planteo muy agudo en
cuanto a la solución cultural y al futuro de la diáspora)
equivale a huir de los modos y valores predominantes
en una estructura familiar opresora. Ahora bien, la
«huida» que presenciamos se verifica a través de la
asunción acrítica de los valores culturales del Otro, hasta
hacer irreconocible lo propio. En este punto, es
fundamental entender el juego especular que el texto
establece entre el relato de vida de Julián Toledo y las
cartas que recibe de su hermana Geneia. De hecho, son
las cartas de Geneia las que —utilizo el tejido a modo de
metáfora— cierran los puntos que unen los diversos
niveles que conforman el relato. La particularidad de
dichos textos radica en constituir, a su vez, un relato de
vida que —paralelo al del protagonista— hace subir a
escena un caso de absoluta absorción de la identidad
que trae el inmigrante por la de su país de asentamiento.
La «nueva cultura» ganada por Geneia hace que termine
considerando como «ethnic» la música que ejecuta el
hermano y que al hablar del padre se refiera a la obsesión
que este tiene con «the cuban stuff» [«la cosa cubana»].
Entre todos los textos analizados, Crazy Love resalta por
llevar a escena el gesto extremo de la disolución de la
identidad; renuncia en uno y asimilación en la otra.
Acaso lo adecuado después de esto, sea acercarnos al
lugar antagónico que representa el caso de la
recuperación de la identidad. Para este fin, tomo la
novela The Killing of the Saints, del narrador Alex
Abella. 31 Es este un texto que corre en dos niveles
simultáneos: de un lado es una historia policial
estructurada a modo de un thriller judicial y escrita en
un estilo cinematográfico; del otro es un relato acerca
de la identidad cubano-americana. A partir de la masacre
cometida por José y Ramón —dos «marielitos»—,
cuando asaltan una joyería de Los Angeles, es tejida una
compleja trama en la que la existencia del investigador
del caso, Charlie Morell, sufrirá un vuelco total. Los
hechos son obvios hasta la obscenidad: durante la acción,
Ramón es poseído por Oggun (orisha guerrero de la
religión yoruba) y asesina a las ocho personas tomadas
como rehenes. La condena a muerte es dada por segura;
pero en el transcurso de las primeras indagaciones sobre
los criminales, el investigador debe visitar la casa del
santero cubano Juan Alfonso y allí comienza el desastre:
una mujer negra (a quien Morell no conoce) es poseída
por Changó (también orisha guerrero) y le habla:
[ROLI:
Erica nos ha ayudado mucho, sí, pero también
ha hecho cambios...
LUCHO: Cambios drásticos.
JOE:
Y tenemos un sonido nuevo. ¿Qué hay de malo
en eso?
LUCHO: Ahora tenemos dinero, es todo lo que te
importa.
JOE:
También me importa el trabajo, tú, maricón de
mierda.
LUCHO: Tú eres un conguero asqueroso. ¿Qué sabes tú
de música?
JOE:
Julián ya no te coge el culo, ¿verdad? ¿No es
eso? No es por eso que estás encabronado con
Erica?
LUCHO: ¿Tú no ves que ella nos está usando, Joe?
JOE:
¡Bah! Ella podría haberlo conseguido todo sin
nosotros...
LUCHO: ¿Por qué la dejas que haga tu trabajo, Julián?
JULIAN: Mi trabajo es componer y tocar música.
LUCHO: ¿No te importa que ya no sonemos... cubanos?
JULIAN: ¿Que significa al fin y al cabo eso de «cubano»?
LUCHO: ¿Otra de tus crisis patrióticas, Juliancito? ...como
quiera que lo definas, Erica no cuadra en la
definición.
JULIAN: Lucho, por favor, no te vayas...]
Lo debatido en el diálogo justifica la extensión de la
cita, puesto que se trata, nada menos, que de la renuncia
a la «cubanidad» de la música ejecutada por la banda y
—si pensamos lo dicho, a modo de símbolo, de la cultura
hecha por los cubanos criados o nacidos en los Estados
Unidos—, de la cuestión de la identidad. La diferencia
cultural profunda entre ambas naciones nos es dada por
la aguda respuesta de Lucho al intento de escapar de
Julián: «Como quiera que lo definas (ya hemos visto
que se refiere a «lo cubano»), Erica no cuadra en la
definición». Este núcleo —existente, aunque
inapresable— está unido en Julián al trauma de sexualidad
que vimos y a la dimensión represora de la familia.
En la entrevista que le hacen luego del éxito del
álbum, a la pregunta de si la canción «Crazy Love»
significa para él algo especial, lo vemos responder del
siguiente modo: «But for me the song is also about the
love of music...about relationships..., about family...» 30
[«Pero para mí la canción también es sobre el amor a la
música... las relaciones... la familia...»] Se trata entonces
de una huida doble ante el trauma sexual (de cuyo secreto
solo es partícipe la abuela) y ante el fracaso de la familia
(acentuado en los Estados Unidos por el ingreso del padre
de Julián en la clase obrera luego del triunfo de la
Revolución cubana). Esta debilidad de la estructura
familiar (tópico reiterado por la literatura cubana de la
diáspora y que merecería por sí solo una sesión), se
The woman smiled knowlingly.
—Then why are you so asmashed, Carlitos?
—Asmashed of what? Oh, what’s the use, I refuse to argue
with a madwoman.»
I took one step; then the words stop me. She pressed her
face against mine.
—Tell them how you were born in Havana. Tell them
how asmashed you are of being Cuban. Tell them how
you killed your father. 32
128
Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora.
«formar parte») que el protagonista toma como guía,
hay un elemento clave: el debate sobre la capacidad se
establece a partir del no cuestionamiento del estándar
fijado. La dificultad de integración de los padres es
percibida por los hijos como un fracaso vergonzante
—algo similar al argumento de la clásica obra de Arthur
Miller La muerte de un viajante—, con el agregado de
que aquí la lengua se transforma en una barrera poco
menos que infranqueable para los padres y en un arma
de ataque para el hijo: «we spoke in two languages,
two worlds, neither of us admitting the existence of
the other although understanding its every element.
Words as barriers, words as weapons.»35 [«hablábamos
dos lenguas, dos mundos, sin que ninguno admitiera
la existencia del otro, aunque entendiéramos cada uno
de sus elementos. Las palabras como barreras, las
palabras como armas.»] El uso de la lengua como
instrumento de poder para humillar al Otro, implica
un desprecio profundo por cuanto, apenas una página
antes, nos ha sido dibujado el padre «speaking Spanish
in a land where being a spic was only a shade better
than being a nigger, no matter how white your skin
or blue your eyes». 36 [«hablar español en una tierra
donde ser latino era solo levemente mejor que ser
negro, no importa cuán blanca sea tu piel o azules tus
ojos».] En este esquema, la derrota del padre es triple,
puesto que fracasa como líder de la familia en su
integración al nuevo territorio y —en tanto pertenece
al bando de los perdedores— por el sentido político
de su salida del país natal. Resulta así que «lo cubano»
es cargado por el protagonista como un peso ajeno,
como la obligatoriedad de cumplimentar un destino
con el que no se identifica.
Las tensiones que hasta aquí he descrito laceran al
protagonista bajo la forma de horribles pesadillas que
lo persiguen después de la muerte del padre; ya
aparezca este con el cuerpo envuelto en llamas o
repleto de heridas y sangrando, en ellas siempre lo ve
sufrir y tratar de decir una palabra. Lo sucedido en la
vida «real» ha sido que la enfermedad paraliza al padre,
pasa años en absoluto mutismo, y durante la agonía
alcanza a pronunciar, tras de un inmenso esfuerzo, y
en español, una sola palabra: «muerte». La cualidad
simbólica que ello adquiere es transparente si la
pensamos como figura de la negación absoluta, como
Nada, y en el reverso de ello colocamos el carácter
igualmente simbólico (ahora como culpa) de las
pesadillas del hijo. Es ello lo que explica que —contra
todo pronóstico— el protagonista se empeñe en
legitimar el acto de los acusados, en justificar la
comisión de un crimen durante un momento de
posesión religiosa. Pero el atormentado modo con que
Morell re-conecta con lo cubano, su pago de la deuda
por el origen, es —dentro del contexto del relato—
una opción moral pobre, y la voz antifonal que
conforma su monólogo interior durante el juicio, voz
que cuestiona la validez de su defensa, nos enseña que,
mejor que nosotros, él lo sabe.
[La mujer sonrió familiarmente.
—¿Y por qué estás tan molesto, Carlitos?
—¿Molesto de qué? Ah, no vale la pena, para qué discutir
con una loca.
Caminé un paso; entonces sus palabras me detuvieron. Pegó
su cara a la mía.
—Diles que naciste en La Habana. Diles todo lo molesto
que estás por ser cubano. Diles cómo fue que mataste a tu
padre.]
El sorpresivo de-velamiento de esta «condición
cubana» es el artilugio de que se vale el narrador para
desatar la corriente de memoria y permitirnos así un
acceso al pasado del protagonista. Según las reglas del
relato policial, estamos asistiendo a una rarificación de
los hechos casi insoportable, pues el investigador
comparte con los criminales un origen étnico que niega.
Según sabemos entonces, hay una diferencia insalvable
entre padre e hijo desde que llegaron a los Estados
Unidos, hecho sucedido cuando el niño tenía 10 años; y
las raíces del distanciamiento parecen tener su fuente
justo en la asimilación del hijo a los patrones de la cultura
norteamericana:
Bobby Darin, Sandra Dee, the Beatles, John F. Kennedy,
long hair, all were abominations to someone who longer
day and night for his triumphant return to the land of
dominoes, cigars and guarachas. I was not the son he’d
expected, the fearless freedom figther who with youthful
vigor would carry aloft the banner of democracy and bring
liberty to the tyrannized land. He was not the father I
wanted, a calm provider who would take us to Little
League games, teach us to swin and drive and give me
pointers on how to pick up girls.33
[Bobby Darin, Sandra Dee, los Beatles, John F. Kennedy,
el pelo largo, todos eran abominaciones para alguien que
soñaba día y noche con su regreso victorioso a la tierra del
dominó, el tabaco y la guaracha. Yo no era el hijo que él
esperaba, el temerario luchador por la libertad que, con
ímpetu juvenil, portaría el estandarte de la democracia y
llevaría la libertad a la isla oprimida. El no era el padre
que yo quería, el apacible proveedor que nos llevara a los
juegos de las Ligas Pequeñas, nos enseñara a nadar, a
manejar, y nos diera indicaciones de cómo ligar
muchachas.]
Préstese atención al modo irónico —puesto que luego
lo veremos como dato relevante— en que ha sido
utilizado el idioma español del padre. Igual podríamos
decir de la contraposición de ideales de vida (resuena
aquí el «cuban stuff» de que hablaba Geneia en Crazy
Love al burlarse de su padre).
Me interesa ahora ver la mirada que el protagonista
lanza sobre el hecho de la escasa integración de los padres:
«their own incapacity to measure up the demanding
standards of life».34 [«su propia incapacidad de responder
a los exigentes estándares de vida».] En esta una tan típica
idea norteamericana (la de que existe un estándar que
los individuos están obligados a alcanzar para poder
129
Víctor Fowler
La particular historia de la colonia cubana en Miami ha
propiciado el mantenimiento en el tiempo de un fortísimo núcleo
de identidad nacional, pero lo cierto es que son decenas de miles
los cubanos que viven dispersos en estados (o ciudades)
mayoritariamente «anglos» y muchísimos de ellos son tan
«distintos» que no nos es sencillo reconocer las marcas de
identidad que los harían «nuestros».
Prefiero no abundar en las peripecias de la acción
y concretarme a lo que considero una «recuperación»
de la identidad. Corresponde mi acercamiento al
capítulo final del texto, al momento en el que Ramón
—ya sin que medie posesión alguna y solo por
motivaciones criminales— trata de asesinar también a
Morell. En uno de esos «reversals of fortune» típicos
de la novela de aventuras, es Morell quien hace justicia
matando al delincuente. Entonces aparece la imagen del
padre por última ocasión —no solo en la novela, sino
también en la vida del protagonista— para decirle —en
español nuevamente—: «Bien hecho, mi hijo». 37 Espero
que se comprenda la reconciliación de las identidades
en conflicto que se produce aquí: el padre aparece
durante la vigilia para agradecer al hijo el haber cumplido
el destino heroico al que lo tenía destinado, y la
comunicación se ha producido a través del español; al
propio tiempo, el destino heroico puede ser cumplido
en cualquier sitio. Puesto que ya no hay necesidad de
ocultar el origen, puede decirse que hemos presenciado
un caso de recuperación de la identidad.
Es aquí cuando corresponde introducir la que
considero una nueva posición acerca del dilema: aquella
sustentada por el narrador y ensayista cubano Antonio
Vera-León en su artículo «A garden of forking tongues:
bicultural subjects and an ethic of circulation in and out
of ethnicities.»38 [«Un jardín de lenguas que se bifurcan:
temas biculturales y una ética de circulación dentro y
fuera de las etnicidades.»] La propuesta de Vera-León
desvía e integra en un nivel superior —o quizás solo más
atractiva para mí— la problemática de la identidad de
los sujetos. En palabras del autor:
por di-versión en biculturalismo, por una ética de
circulación dentro y fuera de las etnicidades. El sujeto «divertido» puede verse como un sujeto-posición excéntrico,
en el sentido de Heidegger: un sujeto lanzado fuera de sí
mismo, al menos en dos direcciones culturales y lingüísticas
diferentes.]
La posibilidad de asumir —es decir, posibilidad de
equilibrar y habitar en pacífica convivencia— el par de
identidades que comparten los sujetos bi-culturales, es,
como hemos visto hasta ahora, el núcleo articulador de
los planteos sobre lo que sería la condición cubanoamericana; tal problemática está fuertemente enlazada,
como también hemos visto, a la posibilidad del regreso
al país de origen.
En el año 1994, la revista Michigan Quarterly Review
dedicó un número doble a reunir autores cubanos de la
Isla y residentes en los Estados Unidos en un proyecto
titulado «Puentes a Cuba».40 Es de allí que tomaré algunas
visiones que nos permitirán un regreso más claro a lo
que encuentro de novedoso en la propuesta de VeraLeón quien, a diferencia de los que comenzamos a
analizar, nunca más ha vuelto a Cuba.
Every time I return across time and space, between cultures
and economic systems, I am more convinced that I do not
want or need to accept the either/or definition of my
identity wich demands that you choose sides. My identity
is far more complex than this. I was born in Havana. I was
raised in Texas. I was radicalized with chicanos. I returned
to Cuba and thus I was ostracized from my community.
Now I live in Chicago, but I also live in Havana,
emotionally and professionally. I am always returning. 41
I would like to present a more festive alternative to the
either/or dilemma and its discourses of schizophrenia and
discontent: what I call a «sujeto di-vertido», or a subject
who lives by di-version in biculturalism, by an ethics of
circulating in and out of ethnicities. The «di-vertido»
subject may be seen as an «eccentric» subject-position, in
the Heideggerian sense of the term: a subject thrown out
of him/herself in, at least, two different cultural and
linguistic directions. 39
[Me gustaría presentar una alternativa más festiva al dilema
ni/o, y sus discursos de esquizofrenia y descontento: lo
que yo llamo un «sujeto di-vertido» o un sujeto que vive
[Cada vez que vuelvo a través del tiempo y el espacio, entre
culturas y sistemas económicos, estoy más convencida de
que no quiero o necesito aceptar la definición ni/o de mi
identidad, que reclama la elección de un partido. Mi
identidad es mucho más compleja que eso. Nací en La
Habana. Crecí en Texas. Me radicalicé con los chicanos.
Regresé a Cuba y luego mi comunidad me repudió. Ahora
vivo en Chicago, pero también vivo en La Habana,
emocional y profesionalmente. Estoy siempre volviendo.]
Esta declaración de la profesora María de los Angeles
Torres es ilustrativa de los cortes que se producen en el
130
Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora.
interior de la identidad del sujeto bi-cultural a un nivel
de complejidad todavía mayor que aquel a que nos
enfrentaba Pérez-Firmat, para quien la zona de conflicto
quedaría reducida al choque de «lo cubano» con «lo
norteamericano». El sujeto que nos refiere Torres posee
una identidad cuando menos triple, por haber sufrido
el corte original (la salida de Cuba), otro durante la
integración a la sociedad norteamericana y un tercero
cuando se produce su radicalización política dentro de
la comunidad hispana en los Estados Unidos. Tal suma
de fracturas implica la imposibilidad de reducir este
sujeto a una sola identidad, puesto que ello falsearía su
historia. Puede preguntarse entonces si acaso lo que en
Pérez-Firmat hemos visto, está brotando de alguna
especie de falsedad; pero no es allí donde se encuentra la
diferencia, sino en la distinta acción de la voluntad con
que ambos enfrentan su dilema. Préstese atención a lo
que nos apunta la frase citada en cuanto a que la
aceptación de la identidad monolítica está condicionada
al querer y al necesitar. Para la autora el desafío consiste
en no aceptar categorías que dividan lo que ella es y, en
lugar de ello, quedar entonces obligada a «construir
nuevas categorías, nuevos espacios políticos y
emocionales en los cuales mis múltiples identidades
puedan ser reunidas» [«Instead I must construct new
categories, new political and emotional spaces in which
my multiple identities can be joined.»]. 42
En el contexto de la alocución el uso del imperativo
(«must») nos deja entrever las tensiones de un ethos que
el sujeto se impone a sí mismo como destino de su
identidad. Que los peligros a que este sujeto bi-cultural
se enfrenta pueden conducirlo a una alienación, lo
apreciamos cuando leemos al sociólogo Flavio Risech
en su artículo «Political and cultural cross-dressing:
negotiating a second generation cuban-american
identity»: 43
decisiones codificadas sobre cómo presentarnos a nosotros
mismos, qué parte de nuestras identidades ostentar con
orgullo o mantener en secreto.]
La pregunta que Risech nos plantea es de severas
consecuencias para el despliegue de la identidad, pues si
bien esta puede ser experimentada en la totalidad de sus
polaridades por el sujeto bi-cultural, no puede ser
aceptada y menos compartida por los espacios en los
que ese despliegue debiera suceder. La condición de biculturalidad quedaría entonces obligada a la simulación
y jamás el ser podría mostrársenos como lo que en verdad
es, con lo que de hecho nos quedaría negado el acceso al
ser de ese que es nuestro otro.
Es, en oposición a ello, que deseo regresar a la
propuesta formulada por Vera-León y definir lo que
hacia ella me conduce: el hecho de que su posición es
tanto posibilidad de resistencia como de goce, ya que
—en semejante teorización— «lo cubano» es a un tiempo
aquello que se desea y también aquello de lo que es
obligatorio escapar. La idea de Vera-León nos lleva hacia
una concepción dialógica de la cultura presidida por la
imagen del auto-control de los individuos sobre un
constructo que se me ocurre llamar «los universales
culturales». Cerca del final del artículo, el autor abre
puertas a una dimensión filosófica de la identidad que
perfora las relaciones de obediencia del individuo para
con el Estado: «Inhabiting two languages and two
cultures may be used to break —at least partially— with
the notions of origins and belonging, with the identities
and values that “monolingual”/“monocultures” settings
prepare for their subjects.» [«Habitar dos lenguajes y
dos culturas puede usarse para romper —al menos
parcialmente— con las nociones de origen y pertenencia,
con las identidades y valores que escenarios
“monolingües”/“monoculturales” preparan para sus
sujetos.»] Lo atractivo de esta posición es su coincidencia
con la actual crisis de los discursos tradicionales sobre
la nación; la simplicidad con la que su fondo conecta
con los desafíos y estilos de las sociedades informatizadas
—o cuando menos, atravesadas por crecientes y disímiles
redes de comunicación supra-nacionales— que hoy
vivimos, el modo en que crea un espacio donde es
imaginable el cobijo de las más diversas diferencias por
motivos de raza, género o sexualidad, entre otras
posibles.
La di-versión de los sujetos no sería más que el borde
o exacerbación del punto crítico en el que todo sujeto
que avanza hacia su libertad se coloca frente a las
instituciones de cualquier aparato estatal de que se trate
en tanto este —cualquiera sea la sociedad de que se trate—
esté cargado de momentos de enunciación monolingüe
y alineadora: he aquí la unidad de lo di-vertido. Ello se
hace más claro en el ensayo titulado «Escrituras bilingües
y sujetos biculturales: Samuel Beckett en La Habana»,45
presentado por el autor como ponencia en el encuentro
Cuba, la isla posible, celebrado en Barcelona:
As we continualy cross and re-cross the boundaries between
these communities, we find we cannot wear all our
«identity wardrobe» simultaneously, since it can make us
«too hot»; there are strict taboos or high costs associated
with presenting oneself in certains kind of «garb». For
example, how can a politically progressive gay or lesbian
Cuban-American display leftism in Cuban Miami or
queerness in Havana? Each time we cross these boundaries,
then, we must in an important sense «cross-dress», making
coded decisions as to how to present ourselves, about what
part of our identities to wear proudly or keep closeted.44
[Mientras cruzábamos y volvemos a cruzar los límites entre
estas comunidades, comprobamos que no podemos usar
todo el «guardarropa de nuestra identidad»
simultáneamente, pues nos puede dar «mucho calor». Hay
tabúes estrictos o altos costos asociados a presentarse con
ciertos tipos de «indumentaria». Por ejemplo, ¿cómo
pueden un cubano-americano gay o una lesbiana
progresistas exhibir izquierdismo en Miami o travestismo
en la Habana? Cada vez que atravesamos estos límites,
debemos en buena medida «disfrazarnos», tomando
131
Víctor Fowler
En esta zona el sujeto ‘di-vertido’ desafía y cuestiona, critica
y adapta las posiciones de sujeto que le son propuestas por
las esferas culturales que lo constituyen. Esa posición no
es exclusivamente de resistencia, sino también de
transformación y de circulación, ya que, situado en la
frontera, el «sujeto di-vertido» entra y sale, toma y deja
elementos de las culturas que lo constituyen. 46
Es en este sentido que Vera-León desborda «lo
cubano» para buscar raíces en «lo universal», que su
propuesta salta por encima de los condicionamientos
inmediatos que la ideología impone para entregarnos
una alegoría de la lucha del Ser hacia su libertad. «Cuban
have always been hyphenated Americans» [los cubanos
siempre han sido medio americanos], dice Pérez-Firmat
en Live on the Hyphen47 y me gustaría —gracias a un juego
dialéctico— leer ello haciendo de la cultura cubana
realizada en la Isla y la de los cubano-americanos la pareja
de donde salga un nuevo guión sobre el cual dialogar.
19. Ibíd.: 6.
20. Ibíd.: 7-8.
21. León de la Hoz, La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993),
Barcelona: Libertarias/Prodhufi, 1994: 334.
22. Gustavo Pérez-Firmat, Equivocaciones, Madrid, Ed. Betania, 1989:
30.
23. Carolina Hospital, Cuban-american Writers. Los atrevidos, NJ:
Linden Lane, 1988: 69.
24. Gustavo Pérez-Firmat, Next Year in Cuba (a Cubano’s coming-of-Age
in America, Nueva York: Doubleday, 1995: 9.
25. Ibíd.: 270.
26. Ibíd.: 271.
27. Ibíd.: 274.
28. Elías Miguel Muñoz, Crazy Love, Houston: Arte Público Press,
1989: 19.
Notas
1. Lourdes Casal, Palabras juntan Revolución, La Habana: Casa de las
Américas, 1981: 60. Había obtenido el Premio Casa de las Américas de
Poesía en 1978.
2. Ibíd.: 61.
3. Idem.
4. Idem. Un posible texto madre para lo que aquí se expresa es la canción
Street fighter (Peleador callejero), de los Rolling Stones, cuyos finales y
míticos versos son «Too young to die/ Too old to rock» [«Demasiado
joven para morir/ Demasiado viejo para rocanrolear.»]
5. Ruth Behar, Poemas que vuelven a Cuba, Matanzas: Ediciones Vigía,
1995.
6. Ibíd.: 9.
7. Ibíd.: 11.
8. Ibíd.: 23.
9. Idem.
10. Ruth Behar, ob. cit.: 27.
11. En el empleo del verbo bordar como equivalente de surround, parece
haber un error de los editores o de la traducción.
12. Ruth Behar, ob. cit.: 27.
13. Ibíd.: 51.
14. Idem.
15. Ruth Behar, «La cosa», Michigan Quaterly Review, 33(1): 1994: 2178.
16. Apareció en un número monográfico que dedicó a literatura cubana
la revista Brújula (Nueva York, primavera de 1994: 34), una publicación
del Instituto de Escritores Latinoamericanos.
29. Ibíd.: 123-4.
30. Ibíd.: 154.
31. Alex Abella, The Killing of the Saints, Nueva York: Penguin Books,
1991.
32. Ibíd.: 76.
33. Ibíd.: 79-80.
34. Ibíd.: 80.
35. Ibíd.: 81.
36. Ibíd.: 80.
37. Ibíd.: 308.
38. Antonio Vera-León, «The garden of forking tongues: bicultural
subjects and an ethic of circulation between the ethnicities», Apuntes
post-modernos, Miami, 3(2), primavera, 1993: 15.
39. Idem.
40. Bridges to Cuba, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1995.
41. María de los Angeles Torres, «Beyond the rupture», en Bridges to
Cuba, ob. cit.: 36.
42. Idem.
43. Flavio Risech, «Political and cultural cross-dressing: negotiating a
second generation cuban-american identity», en Bridges to Cuba, ob.
cit.: 57-8.
44. Ibíd.: 50.
45. Antonio Vera-León, «Escrituras bilingües y sujetos biculturales:
Samuel Beckett en La Habana», en Cuba, la isla posible, Barcelona:
Ediciones Destino, 1995: 66-77.
46. Ibíd.: 77.
17. Gustavo Pérez-Firmat, The Cuban Condition, 1989; Live on the
Hyphen: the Cuban-american Way, Austin: University of Texas Press,
1994.
47. Gustavo Pérez-Firmat, Live on the Hyphen: the Cuban-american Way,
ob. cit.: 16.
18. Gustavo Pérez-Firmat, Live in the Hyphen: the Cuban-american Way,
ob. cit.: 4.
©
132
, 1996.
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