Nancy Morejón no. 6: 4-7, abril-junio, 1996. Lengua, cultura y transculturación en el Caribe: unidad y diversidad Nancy Morejón Escritora. Teatro Nacional de Cuba. ¿ en llamar balcanización. El pretexto ideal para la ideología de las clases dominantes en el poder fue precisamente crear la conciencia de que la existencia misma de las llamadas lenguas metropolitanas, en esta parte del hemisferio occidental era un hecho a su favor, pues aportaba la arcilla privilegiada para construir barreras lingüísticas. El hecho lingüístico era entonces considerado como un hecho autónomo, interesadamente despojado de su contexto histórico y, más aún, de su extracción eminentemente sociocultural. Traduciendo estas realidades a un lenguaje sencillo, al alcance de todos, habría que decir que esta trampa ideológica del colonizador intentaba entronizar un lenguaje de mudos, cuyos patrones tenían que establecerse desde el centro mismo de la lengua y de la cultura metropolitanas eurocentristas, vinieran de la latitud que vinieran. Un ciudadano de María Galante, en cualquier tiempo de la era contemporánea, debía conocer primero la producción literaria francesa. París era su referencia cultural. Todo producto que naciera, contrariamente, en ultramar, tenía que estar en dependencia de su homólogo francés. En pleno siglo XX , una buena parte de la creación artística y literaria de nuestra América padeció un feroz mimetismo que no hizo sino convertirla en una fofa Qué es nuestra región sino una Babel de contrastes, de complicados procesos de transculturación que albergan en su seno antiguas y nuevas civilizaciones? No es posible hablar del Caribe —bien sea de sus islas o de las costas de los países de América Central y Sudamérica ancladas en Tierra Firme— sin hablar de sus lenguas, porque ellas expresan mejor que todo nuestra cultura, nuestro mundo cambiante y, lo que es más importante, nuestra experiencia histórica común. ¿Somos una unidad? Por supuesto que sí, pero esa unidad se afinca en una diversidad que se expresa en varias culturas. Esas culturas se expresan a su vez en complejos lingüísticos de infinita originalidad. Esta es una de las características más interesantes de estas tierras. Siempre que se habla del Caribe —que es una acepción, sobre todo, válida desde mediados del presente siglo—, se piensa en un universo heterogéneo. A pesar de la certidumbre que esa heterogeneidad encierra, lo fundamental es que siendo tangible, verdadera, no nos obliga a creer que no haya engendrado un sustrato sui generis más o menos homogéneo. No me asustan ni la palabra heterogeneidad ni su concepto. Me han inquietado mucho más la incomunicación, los puentes volados, en fin, eso que, a lo largo de estos años y sobre todo en los albores de los estudios caribeños entre nosotros, se dio 4 Lengua, cultura y transculturación en el Caribe: unidad y diversidad caricatura de valores coloniales. Junto a ese espíritu imitativo fue coexistiendo, para apuntalarlo, una verdadera y apoteósica desvinculación intercontinental. ¿Quién iba a imaginar, desde La Habana, un poeta en Barbados? ¿O un dramaturgo en Aruba? ¿Un ensayista en Guadalupe? Era prácticamente imposible. Y si sumamos a esto la imposibilidad de poder expresar el alma nacional de cada una de estas islas mediante la lengua criolla, es decir, los créoles, eran pocos los bienaventurados capaces de imaginar un futuro de libertad e independencia cultural. Para nosotros, habitantes del Caribe, estaban vedados esos sueños de encontrar nuestra propia imagen, nuestro ser, sin desvirtuación y sin maltrato. La diversidad y heterogeneidad, en nuestro caso, se volvían nada al tener, como fijo recuerdo común, la pesadilla de la trata, la esclavitud y la entrega total de nuestra mano de obra y nuestra riqueza natural a los monopolios internacionales. Damos por sentado que Europa —el espíritu de la Europa del ideal de un Paul Valéry— y su cultura, existen de manera tan rotunda que no necesitan siquiera que se reflexione al respecto. Ya los europeos apenas hablan de su ser, sublimado hasta la más pura de las ficciones. Difícil es encontrar eventos donde se exponga lo europeo; o donde se entre a distinguir la Babel de lenguas que allí se hablan. ¿Podríamos hablar allí también de creoles? ¿Lo son el celta, el gallego, el catalán? Me parece que solo la imaginación cándida de algún extraterrestre podría aceptar esa posibilidad. George Lamming ha contribuido a esclarecer estos criterios cuando afirmaba que «Europa y sus sucesores, los Estados Unidos, han sido atrapados en el engañoso hábito de verse a sí mismos no como una parte de la humanidad, sino como los custodios del destino de toda la humanidad». 1 Parecerá esta una afirmación de Pero Grullo, pero ocurre que, a veces, al emplear el más común de los sentidos alcanzamos las más concretas y precisas nociones de la verdad que hemos querido defender. Con esto quiero dejar sentado que vivo absolutamente convencida de que nuestro mundo caribe —insular, costeño, marítimo y telúrico— posee una esencia que lo caracteriza y lo define: su historia invariablemente común, su heterogeneidad, su diversa homogeneidad y hasta su propia inaprehensión, tanto por nosotros mismos como por el resto de las culturas europeas, africanas y orientales que hubiesen participado en la gestación de nuestra imagen factual. Entre ninguno de los apasionados de esa imagen se desconoce el hecho de que un perenne proceso de transculturación ha calado en nuestras más vivas entrañas. El resultado de ese proceso, en mayor o menor medida, no ha tocado a su fin; los factores que componen la conquista en América aún perviven; por tanto, no hay un resultado definitivo, estático. Aún somos un crisol que se empaña, se lustra, vuelve sobre sí mismo, se achica y se acrecienta, a pesar de cuanta teoría a ultranza quiera crear un esquema artificioso o una nomenclatura rígida. ¿Cómo es la cultura del Caribe o, mejor, cómo son sus culturas? No podríamos entrar en materia sin, quizás, volver a introducir las narices en ese ajiaco que tanto amó Fernando Ortiz. Al Caribe llegaron las culturas madres que no son más que aquellas que entraron a estas tierras, por la vía de la conquista y la colonización, provenientes de España, Francia, Portugal, Gran Bretaña y Holanda. Junto a ellas, casi parejamente —aunque por razones opuestas por completo— aparecieron diversas culturas africanas. Y, aun en holocausto delirante, los despojos de las culturas precolombinas arrasadas por la conquista y la colonización europeas en uno de los más patéticos etnocidios registrados por la historia de la humanidad. El Caribe es, pues, mestizo. Ningún rasgo nuestro puede ya aislarse de la aglutinación de etnias, razas y culturas. Nuestra cultura y nuestra biología han vivido, y casi viven, bajo el signo de la inmigración desde sus más remotos orígenes. Pensemos en los movimientos migratorios que trajeron aquí a numerosas olas de asiáticos cuya presencia es, hoy por hoy, más que firme. De modo similar, las distintas etnias de la India asentadas en todo el Caribe, particularmente en la zona oriental de las Antillas menores, conforman asimismo el perfil definitivo de nuestra área. La historia del Caribe es una historia de migraciones. Aquí me gustaría aplicar la teoría que, para toda América, esbozó el antropólogo Darcy Ribeiro y que tiene, según creo, plena vigencia para el área del Caribe, en esa dimensión heterogénea a la que me referí anteriormente. La América nuestra es sin duda una unidad, pero una unidad dramática y amenazada; y una unidad, también, integrada por partes que se articulan dialécticamente. Cualquier observador atento distingue en ella tres zonas mayores, que esquemáticamente pueden ser llamadas Indoamérica, Afroamérica y Euroamérica: zonas que se corresponden, en nuestra América, con las que el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro ha llamado Pueblos Testimonios, Pueblos Nuevos, y Pueblos Trasplantados. Todos tienen en común ser pueblos colonizados primero y neocolonizados después, uncidos, como tierras de explotación, al mercado capitalista mundial. Todos tienen en común, también, numerosos rasgos de muy distinta naturaleza. Por eso constituyen una unidad. Pero esa unidad no es uniformidad ni monotonía: ni excusa de señalar las características específicas de cada zona.2 El Caribe es una combustión de esas tres Américas de las que habla Ribeiro. Por ello su heterogeneidad culmina en una complejidad homogénea. En una conferencia pronunciada en La Habana en vísperas de Carifesta’79, Alejo Carpentier, refiriéndose a las culturas de los pueblos que habitan la cuenca, señalaba que luego del Descubrimiento, solo en tierras del Caribe se produce la primera cita, la primera conjunción de las tres razas que hasta el momento poblaban Occidente: la india, la blanca y la africana.3 Cualquier ojeada a un mapa de la zona, nos indicaría ahora mismo que este mar Caribe toca también las costas 5 Nancy Morejón Nuestro mundo caribe posee una esencia que lo caracteriza y lo define: su historia invariablemente común, su heterogeneidad, su diversa homogeneidad y hasta su propia inaprehensión, tanto por nosotros mismos como por el resto de las culturas europeas, africanas y orientales que hubiesen participado en la gestación de nuestra imagen factual. de países de América Central, e incluso de los Estados Unidos, cuyas culturas se asientan, fundamentalmente, en las llamadas autóctonas o indígenas y que, a mi juicio, deben llamarse indias. De Chichén Itzá a Bluefields en la costa atlántica, que pertenecen a México y Nicaragua respectivamente, se extiende de igual modo una infinidad de elementos integrantes del mundo caribe. Buena parte de esa cultura nuestra, se asienta en esa latitud frondosa donde podemos cobijarnos, según el genio poético de Carlos Pellicer (1897-1977), bajo el amparo de verdes hojas «de un metro de diámetro».4 El trópico es una de las constantes de nuestra expresión cultural y es, por ende, uno de los principales mitos de la región. De un constante choque de culturas, en ese trópico nació la cultura caribeña, hija de gallegos, mayas, catalanes, taínos, andaluces, bretones, celtas, germanos, galos, íberos, yorubas, congos, ararás y yolofes y, hasta con envidiable discreción, chinos e indios orientales. Lo cierto es que a una expresión caribeña debe corresponder un altísimo grado de mestizaje, sin desmitificar la referencia de las culturas madres. No obstante esa tridimensional torre de Babel, nos caracterizamos por tener pieles oscuras, en todas las tonalidades. La presencia de Africa es «múltiple y una», como pedía el gran poeta martiniqueño Aimée Césaire. La vocación antillana de Nicolás Guillén —el poeta nacional de Cuba— precursora y zahorí, se entronca justamente con ese pasado de servidumbre africana, porque aquí somos más Africa que Europa, como previó en su momento histórico Simón Bolívar y como lo ha asentado en nuestros días Fidel Castro. En su «Carta de Jamaica» (1815), Bolívar llega a cuestionar «a qué familia humana pertenecemos». 5 Africa transculturada nos identifica en el Caribe. Los valores prelógicos que caracterizan el trasplante de las culturas africanas, nutren y enriquecen la mitología caribeña de hoy. La cuestión lingüística viene a adquirir aquí una gran importancia. Si atendemos al precepto de Edward Sapir de que «toda lengua es en sí misma un arte colectivo de la expresión»,6 tenemos que convenir en que el Caribe es un surtidor de esta problemática y un verdadero crisol de sus potencialidades. Un ejemplo de ello son los mitos, que se conservaron con la pujanza con que llegaron a las islas desde los inicios del siglo XVI, o bien que —al transculturarse— partieron de sus morfemas originales (lengua), juntándolos, mezclándolos con la sintaxis de las lenguas indoeuropeas aportadas por los conquistadores y colonizadores. El créole, tanto en el Caribe anglófono como francófono —por llamarlos de alguna manera en el marco de su signo lingüístico— expresa también una zona de esos mitos. El hungán del vodú haitiano dice los parlamentos de sus ritos en créole, y la sabiduría que sus mitos irradian se expresa en esa misma lengua, amoldada por el pueblo entre vocablos e interjecciones africanos y franceses. Porque no hay que olvidar que la tradición oral —explícita como vehículo esencial de comunicación entre enormes masas de analfabetos—, tan cara a la cultura de los pueblos del Tercer mundo, de hecho propone y dispone de toda una riqueza de signos, leyendas, fábulas y folklore que ayudan no solo a concretar una imagen legítima de nosotros mismos, sino que tienden a ser un puente de salvación ante el empuje asimilador y enajenante de las culturas metropolitanas, desde la llegada del almirante Cristóbal Colón. El acervo cultural del Caribe puede registrarse, de manera dinámica, a través de estas manifestaciones, escamoteadas incluso por la Academia y por los altos centros docentes, cuyos conceptos de la cultura, en la práctica, excluyen todo lo que cae en el campo de la llamada cultura popular. Todo objeto de arte nacido de los recursos populares se llama folklore, subcultura, camp o kitsch, según convenga. La tradición oral, que es principalmente anónima, se depositó en las capas más humildes de nuestra población; fue trasmitida de padres a hijos, de generación en generación, hasta crear un inexpugnable sustrato de propiedad colectiva. Afortunadamente, oímos cada vez menos el término dialecto para denominar las lenguas populares caribeñas. Alguien en un simposio me hizo recordar una agudísima frase de uno de los fundadores de la lingüística, que hoy apreciamos en su justo valor. El decía: «Piensen siempre, cuando escuchen a un colonizador hablar de lengua y de dialecto, que un dialecto no es otra cosa que una lengua con un ejército a sus espaldas.» La vigencia de los créoles en el panorama —no solo lingüístico, sino también literario— de la región es una realidad latente y hermosa que nos proporciona una de las más conmovedoras lecciones de sociología contemporánea. Como creemos en el pozo infranqueable que destinó Charles Bally para distinguir la lengua escrita de la lengua hablada, debemos elogiar esta experiencia de Martinica, Guadalupe, Haití y Guyana, en donde la explosión del habla popular se ha convertido en una categoría estética, marcada por la insurrección en el plano del arte y en el de la ideología. No obstante respetar y admirar el fenómeno que se produce allí alrededor de la revista Antilla, es innegable la validez y la eficacia del 6 Lengua, cultura y transculturación en el Caribe: unidad y diversidad discurso antillano que protagoniza Edouard Glissant quien, heredero de la experiencia literaria de nuestros clásicos, aún cree válido expresar los valores de nuestra identidad a través del francés. 7 De forma maravillosa, como hubiera soñado Jacques Stephen Alexis, Glissant se acerca a los postulados que para la lengua española formuló Nicolás Guillén y, por qué no, el infortunado poeta jamaicano Claude McKay, así como los poetas dub del Caribe anglófono o figuras tales como Edouard K. Brathwaite, Lorna Goodison o Mutabaruka. Glissant, como ellos, ha sabido virar sus valores; tomar por las bridas su lengua y tornarla en algo nuevo, original, contestatario y fundador. Recuerdo, en este sentido, que don Ezequiel Martínez Estrada había calificado a Guillén como un mambí de las letras.8 Martínez Estrada propone: «La presencia de Guillén en las letras castellanas es la de un americano insurrecto que desprecia las armas de fuego y vuelve a usar el arco y la lanza del siboney».9 Escribir en español no es abogar por una esencia colonial. Ya lo había hecho José Martí con su magnánima obra; en el español más rico y potente de su época creó uno de los monumentos literarios que cuestionaran con mayor rigor los sustratos del régimen colonial español. Y Martí supo salvar distancias. Si hay un aspecto preponderante en el fenómeno colonial, cualquiera que fuera su base, es la cuestión lingüística. Este es uno (o el mayor) de los factores que hacen sui generis la situación cultural de Puerto Rico en el plano de la lengua; como lo es para las Antillas holandesas o para el Caribe anglófono. El drama de Calibán es nuestro, y como afirma en su brillante ensayo el poeta Roberto Fernández Retamar: Yoruba soy, cantando voy, llorando estoy, y cuando no soy yoruba, soy congo, mandinga, carabalí. .................................................. Estamos juntos desde muy lejos, jóvenes, viejos, negros y blancos, todo mezclado. 11 La lengua transculturada de Guillén, por voluntad de estilo y justa visión de lo que sería nuestra identidad, se muestra aquí en uno de sus momentos más radiantes. Esta voz mayor de nuestras letras, al igual que sus epígonos de la región, deben continuar inspirando la indagación y la reflexión —eso espero— de los que, cada vez más, centran su atención en el estudio de las lenguas y las culturas del Caribe. Notas 1. George Lamming, «Discurso en la inauguración del IV Carifesta», Casa de las Américas, La Habana, 22(130), enero-febrero, 1982: 47. 2. «El arte y la literatura cubanas como integrantes de la cultura de la América Latina y del Caribe» [ponencia], La Habana: II Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), 1977: 4. 3. Alejo Carpentier, «La cultura de los pueblos que habitan en las tierras del mar Caribe», Anales del Caribe, La Habana, (1), 1981: 197-206. 4. Carlos Pellicer, «Esquema para una oda tropical», en Hora de junio, México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1979: 14. 5. Simón Bolívar. Citado por Roberto Fernández Retamar en Calibán y otros ensayos, La Habana: Arte y Literatura, 1979: 12. 6. Edward Sapir, El lenguaje, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974: 254. Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán. Esto es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Calibán: Próspero invadió las islas, mató a nuestros antepasados, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para poder entenderse con él: ¿qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma —hoy no tiene otro— para maldecirlo, para desear que caiga sobre él la «roja plaga».10 7. Véase el excelente estudio de Silvia García Sierra «La problemática lingüística en la literatura del Caribe», en Temas [primera época], La Habana, (20), 1990: 129-56. 8. Ezequiel Martínez Estrada. Citado por Nancy Morejón en Nación y mestizaje en Nicolás Guillén, La Habana: Ediciones UNION, 1982: 268. Ese drama nos concierne también como moradores del mar Caribe que somos. La lengua del español —desde el Diario de navegación de Cristóbal Colón hasta El diario que a diario (1972) de Nicolás Guillén, pasando por los Diarios de José Martí—, bien puede calificarse como un dechado reverdecido de lo que nunca imaginó Próspero que fuera. 9. Ezequiel Martínez Estrada, «La poesía afrocubana de Nicolás Guillén», en Nancy Morejón, comp., Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén, La Habana: Casa de las Américas, 1974: 79. 10. Roberto Fernández Retamar, ob. cit.: 32. 11. Nicolás Guillén, «Son número 6», Obra poética (1920-1972), La Habana: Ediciones UNION, 1974; t.1: 271-2. Yoruba soy, lloro en yoruba lucumí. Como soy un yoruba de Cuba, quiero que hasta Cuba suba mi llanto yoruba, que suba el alegre llanto yoruba que sale de mí. © 7 , 1996. no. 6: 8-22, abril-junio, 1996. Emilio Hernández Valdés El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana Emilio Hernández V Valdés aldés Editor. Revista Temas. R a lo largo del tiempo, aunque en repetidas ocasiones se vieron interrumpidos transitoriamente por los enfrentamientos frecuentes de las potencias coloniales asentadas en la región. Además, el comercio intérlope fue una práctica común entre territorios dominados por distintas potencias. Con el decursar del actual siglo el flujo de inmigrantes y el intercambio comercial entre los territorios del Caribe se redujeron paulatinamente. Pero los vínculos históricos que durante largo tiempo se anudaron, principalmente entre los pueblos de las Antillas Mayores y los del Caribe continental, no desaparecieron; aunque, al disminuir los contactos e intercambios, se debilitó el conocimiento mutuo. Este distanciamiento fue la consecuencia de una política de aislamiento calculada por las metrópolis europeas —y estimulada por los Estados Unidos— para dividir a los pueblos de estas naciones, algunas de ellas aún en formación. Su interés en desvincularlas tenía como objetivo mantenerlas bajo su tutela y conservarlas como preciados remanentes de sus otrora poderosos imperios coloniales, ahora más por intereses políticos que económicos. 1 Mucho se ha hablado y escrito acerca de la llamada «balcanización» de los países caribeños y uno de los ecuerdo haberle escuchado en más de una ocasión a José Luciano Franco —el más acucioso y constante entre los iniciadores de los estudios del Caribe en Cuba— que la incomunicación entre las islas antillanas podía considerarse un fenómeno de nuestro siglo, acentuado después de la II Guerra Mundial. Según Franco, durante los siglos XVIII y XIX, el comercio de cabotaje era muy activo en la región y la marinería antillana trasladaba de un puerto a otro las noticias sobre los acontecimientos y novedades, por lo que estas se difundían con relativa rapidez para la época, e incluso se conocían en los más distantes puntos de la geografía caribeña, antes que en las propias metrópolis. Y ponía de ejemplo cómo las noticias sobre las rebeliones de esclavos, los acontecimientos de la Revolución en Francia, las informaciones acerca del movimiento independentista en el Caribe continental o sobre las medidas abolicionistas, eran en breve tiempo del dominio de las autoridades coloniales, de la población de las islas en general, e incluso hasta de los esclavos. Una de las razones para que ello ocurriera era el hecho de que las migraciones internas habían sido una constante en la historia del Caribe, originadas por motivos políticos o económicos. Esos contactos crearon estrechos nexos entre los habitantes de las poblaciones caribeñas 8 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana argumentos más socorridos para explicarla ha sido el de la incomunicación lingüística originada por las diferentes metrópolis que se disputaron el dominio de la subregión. También se han tomado muy en cuenta la insularidad y los disímiles avatares por los que debieron transitar los países del área para acceder a la independencia, hecho —al igual que la pluralidad lingüística— muy estrechamente vinculado con la filiación colonial de cada una de estas naciones. Ejemplos muy particulares en este sentido lo constituyen los llamados Departamentos Franceses de Ultramar, cuya «historia ha estado marcada por una realidad social, política, económica y cultural sin equivalentes en sus vecinas anglófonas e hispanoparlantes»,2 y la controversial situación de Estado Libre Asociado de Puerto Rico, territorios aún sometidos a una condición colonial que por astucias y rejuegos político-semánticos, han visto birladas sus independencias hasta hoy. Puede añadirse otra razón. El incremento de la dependencia y el creciente empobrecimiento de la región han estimulado el interés de sus pobladores por emigrar a países desarrollados, en especial a las antiguas metrópolis y muy particularmente a los Estados Unidos. Esta tendencia, que ya había comenzado a manifestarse en la pasada centuria, cobra auge principalmente en los últimos cincuenta años y adquiere tintes de tragedia en este fin de siglo, principalmente en el caso de los emigrantes haitianos. En un trabajo reciente, Paul Estrade derrumba el carácter absoluto que habitualmente se le ha otorgado a la argumentación de la barrera idiomática.3 El reconocido hispanista e historiador francés demuestra que incluso entre las que él propone designar como Antillas Hispánicas (Cuba, República Dominicana y Puerto Rico), pese a los numerosos factores y potenciales intereses económicos y comerciales similares y de comunidad histórica, en la actualidad —por razones principalmente políticas— los vínculos no son tan estrechos como correspondería, por lo que parece «como si las Antillas ex españolas hubieran estallado y fueran divergentes para siempre». 4 La conciencia del carácter aberrante de la desvinculación de las naciones caribeñas y de la necesidad de establecer vínculos estrechos entre sí, ha retomado fuerza progresivamente a partir de la década del 60. Pero debe recordarse que no es un fenómeno nuevo. Tuvo su antecedente en los reclamos visionarios que a fines del pasado siglo sustentaron al respecto Martí, Hostos, Betances y el haitiano Antenor Firmin. Los cuatro, casi al unísono, coincidieron en la necesidad vital de que nuestros pueblos forjaran una unidad que les permitiera enfrentarse a los peligros que para ellos constituían la desunión y la desmembración. No fue hasta el triunfo de la Revolución cubana en 1959 que se recolocó al Caribe en el mapa político internacional, cuando emergió de nuevo y con vigor creciente; aunque paulatinamente, la conciencia de la imprescindible unidad caribeña. La independencia de los territorios británicos del Caribe —iniciada en 1961 con la de Jamaica y varios años después con las de Trinidad y Tobago, Barbados, Guyana, Granada y otros territorios—, a pesar de su inestabilidad política y los serios problemas sociales que debían afrontar, contribuyó aún más a movilizar al Caribe en pro de su unidad. Enmarcar brevemente el contexto político-social caribeño en el que triunfa la Revolución cubana resulta imprescindible para poder valorar la trascendencia que aquella tuvo para la región en aquel momento, cuando los dictadores emplazados y sostenidos por los Estados Unidos y el control metropolitano de los territorios dependientes garantizaban las maniobras y el dominio imperialista en la zona. La repercusión inmediata de la victoria revolucionaria cubana avivó el espíritu de lucha en los países del Caribe sometidos por regímenes dictatoriales; también contribuyó a reforzar la lucha independentista puertorriqueña. Poco después, las aparentemente apacibles y dóciles poblaciones de las colonias francesas se vieron envueltas en disturbios allí nunca antes vistos, que incluso antecedieron al fin de la guerra de Argelia y a la descolonización masiva de los países africanos. En cuanto a Cuba y su revolución, la historia que siguió es de todos conocida: agresiones económicas, bloqueo, intentos de desestabilización, agresión de Girón, Crisis de Octubre, expulsión de la OEA, aislamiento diplomático y ruptura masiva de relaciones con la Isla. Durante dos décadas, con la excepción de México y Canadá, los vínculos con las naciones del continente se limitaron —por todas las dificultades y los impedimentos que una situación tan anómala comportaba—, a las relaciones que se establecieron con los movimientos revolucionarios y los contactos con los sectores y personalidades más progresistas de la intelectualidad latinoamericana que visitaban la Isla, incluidas las de los Estados Unidos. La cultura se convirtió en puente para el entendimiento entre Cuba y la América Latina y el Caribe. La cultura revolucionaria cubana y el Caribe Entre los objetivos de la política cultural de la Revolución cubana estuvo, desde bien temprano, fortalecer las relaciones con Latinoamérica y muy especialmente con el espacio caribeño. Algunas instituciones desempeñarían un papel sustancial en ese propósito. La Casa de las Américas Cupo a la Casa de las Américas, creada en 1959, 5 canalizar el intercambio de la Revolución y de los intelectuales cubanos con sus colegas, principalmente los latinoamericanos, asumir, desde los tiempos de su más temprana existencia, el papel de difusora de las 9 Emilio Hernández Valdés La conciencia del carácter aberrante de la desvinculación de las naciones caribeñas y de la necesidad de establecer vínculos estrechos entre sí, ha retomado fuerza progresivamente a partir de la década del 60. Pero debe recordarse que no es un fenómeno nuevo. Tuvo su antecedente en los reclamos visionarios que a fines del pasado siglo sustentaron al respecto Martí, Hostos, Betances y el haitiano Antenor Firmin. conquistas de la Revolución y quebrantar el cerco tendido a la Isla. Su labor por más de 35 años en favor del desarrollo del arte y la cultura continentales es ampliamente conocida. Asimismo, la tarea fundadora de Haydée Santamaría, su sensibilidad y capacidad para rodearse de eficaces colaboradores que han sabido continuarla y expandirla, ha sido resaltada a lo largo y ancho del continente. Me limitaré a puntualizar aquellas actividades de la Casa de las Américas que han sido decisivas para el acercamiento de nuestro país a las naciones del Caribe francófono y la difusión de su producción literaria, a mostrar los valores artísticos y sociales de sus obras, en y desde Cuba, y —quizás la mayor aportación cubana en el terreno cultural a esas pequeñas naciones hermanas— a reinsertarlas y reafirmar su pertenencia, con sus especificidades y circunstancias muy propias, en el contexto continental latinoamericano y específicamente caribeño. La convocatoria, desde 1960, de su Premio Literario y la fundación de la revista Casa de las Américas constituyeron dos importantes contribuciones de la institución al desarrollo de la cultura cubana en beneficio propio y de todos los países del continente. De la significación y reconocimiento internacional alcanzado por el Premio Casa de las Américas, a lo largo de sus treinta y seis años ininterrumpidos, hablan por sí solas las obras que han sido galardonadas. Baste apuntar que el Premio, desde su primera edición, ha tenido características sui generis. A diferencia de otros certámenes literarios, este cónclave anual no se limita a premiar las mejores obras concursantes en los géneros que se convocan, sino que de hecho ha devenido un evento «multipropósito». No está dotado de una bolsa tentadora para los ganadores; pero el conseguirlo ha catapultado a más de un escritor a posiciones destacadas en las letras del continente. Para los miembros de los jurados, además de constituir un reconocimiento a sus méritos como creadores, críticos e investigadores, ha significado la oportunidad de entrar en contacto con figuras establecidas o de reciente incursión en la creación literaria latinoamericana. Estos intercambios, sin dudas, han contribuido al desarrollo y la difusión de la literatura de la región en otras latitudes, especialmente en el caso de los escritores anglo y francocaribeños. Otro tanto han logrado sus publicaciones, particularmente la revista Casa de las Américas. 6 Desde sus primeros números, el tema del Caribe insular y algunos ejemplos de su producción literaria —principalmente la de Puerto Rico— tuvieron cabida en sus páginas. Pero hasta 1966 las referencias al Caribe francófono se limitaron a Haití. A partir de esa fecha, coincidiendo con el interés que desde entonces despertó en Cuba la literatura de las islas del Caribe, esta publicación la reflejó con relativa regularidad. Una somera revisión de los más de 200 números ya publicados —cifra pocas veces alcanzada por publicaciones literarias de América Latina y significativa en cualquier latitud— permite comprobar de manera fehaciente que la revista Casa de las Américas es una obligada fuente de consulta para todos los investigadores de las letras y las ciencias sociales latinoamericanas; una verdadera antología de nuestras letras en constante actualización; una imprescindible base de datos que permite recorrer el desarrollo de la actividad cultural y política del continente americano en las últimas cuatro décadas y obtener una visión contemporánea del legado latinoamericano, de su inserción en el panorama universal de la creación artístico-literaria, así como de la sociedad y la política de este convulso, complejo y cambiante fin de siglo, signado por la globalización y el poderío unipolar capitalista. Por su parte, la labor editorial de la institución comenzó en 1961 con la publicación de los libros que recibieron el primer Premio Casa de las Américas en 1960 y ha continuado hasta hoy. En 1963 inició el más relevante de sus proyectos editoriales: la Colección Literatura Latinoamericana. 7 En sus treinta y tres años de existencia, han sido publicados unos ciento cincuenta títulos de autores clásicos y contemporáneos de todos los países latinoamericanos, incluidas las islas del Caribe anglófono y francófono, así como textos fundamentales de la literatura precolombina. Progresivamente, a la revista Casa de las Américas y a las colecciones Premio y Literatura Latinoamericana se sumaron otros empeños editoriales de la institución, como la serie Nuestros Países, en la que los temas caribeños han tenido un espacio. En este aspecto sobresale Anales del Caribe, especializada en la subregión, que se publica desde 1981. 10 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana más reciente, en la preuniversitaria, como parte de los programas de literatura latinoamericana y del Caribe. 9 En el Instituto de Literatura y Lingüística, los investigadores Isabel Martínez Gordo y Sergio Valdés Bernal han realizado indagaciones sobre aspectos lingüísticos del área caribeña. La primera, se ha dedicado principalmente al estudio del creole haitiano y su influencia en Cuba, 10 y Valdés Bernal, con una proyección más amplia, aborda tanto los problemas lingüísticos de la zona en su conjunto o en el contexto continental, como el aporte lingüístico subsahariano y del español en Cuba, ya en aspectos puntuales, ya como parte de la comunidad lingüística hispánica del Caribe.11 También la Casa del Caribe, de Santiago de Cuba, realiza investigaciones sobre el creole haitiano y su presencia en Cuba, los sistemas mágico-religiosos del área, además de indagaciones literarias, históricas, arqueológicas, etcétera. Su órgano, la revista Del Caribe, ha publicado desde 1984 artículos de sus investigadores y contribuciones de otros especialistas e investigadores —cubanos y extranjeros— acerca de los temas caribeños. Esta institución también auspicia anualmente el Festival de la Cultura Caribeña, que ya ha conocido su 16ª edición. Este encuentro de intelectuales y artistas mucho ha contribuido a estrechar los vínculos entre los pueblos de la zona y a profundizar en su conocimiento mutuo. En tal sentido, la participación de delegaciones de artistas cubanos en los Festivales de las Artes Creativas del Caribe (CARIFESTA), con el apoyo del Ministerio de Cultura, ha sido un marco muy propicio para el intercambio. Por otra parte, el tema caribeño ha estado presente, en los últimos treinta años, con relativa regularidad, en otras publicaciones cubanas. La Gaceta de Cuba y la revista Unión, ambas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Santiago, editada por la Universidad de Oriente y Revolución y Cultura han publicado trabajos sobre la literatura, las artes y la cultura caribeñas. La revista Cuadernos de Nuestra América, del Centro de Estudios sobre América (CEA), publica desde 1981 artículos sobre política, integración regional, defensa y otros temas, abordados desde el punto de vista de la politología y las ciencias sociales. Las editoriales Arte y Literatura, José Martí, Ciencias Sociales y Pueblo y Educación también han difundido textos literarios y estudios críticos e históricos sobre el Caribe. Pudieran añadirse otras instituciones culturales y académicas —como el capítulo cubano de la Asociación de Historiadores del Caribe— pero su inclusión haría aún más extensa esta relación. Entre otros proyectos diseñados y ejecutados por la Casa de las Américas que han contribuido a la divulgación de la literatura y el arte caribeños, deben mencionarse, en primer lugar, el Centro de Investigaciones Literarias (1967) y el Centro de Estudios del Caribe (c1980), así como la celebración de diferentes reuniones de intelectuales, por ejemplo los Encuentros de Escritores de América Latina y el Caribe, de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América y el Simposio sobre la Identidad Cultural Caribeña. Contribución publicaciones de otras instituciones y De la difusión de la cultura y la realidad del Caribe —aunque, hasta el presente, algunas solo lo han hecho en una escala modesta—, se ocupan también otras instituciones y publicaciones cubanas. El primer centro universitario cubano que introdujo el tema del Caribe en sus planes de estudio fue la Escuela de Letras y Artes de la Universidad de La Habana, por iniciativa de la doctora Graziella Pogolotti. En 1968, el profesor norteamericano Samuel Goldberg comenzó a impartir la asignatura Literatura Africana y Antillana (en lengua inglesa y francesa, según la especialidad).8 Poco después, las literaturas de Africa y del Caribe se estudiaron en asignaturas independientes. En cuanto a los estudios sobre la historia del Caribe, estos se iniciaron en el Instituto Superior Pedagógico «Enrique J. Varona» en cursos de posgrado impartidos por José Luciano Franco, desde el inicio de los años 70. Aquellos esfuerzos iniciales permitieron que en la actualidad los estudios caribeñistas ocupen un lugar destacado en los planes de estudio en las facultades de Lenguas Extranjeras, Artes y Letras y Filosofía e Historia, de la U.H., tanto en el nivel de pregrado como en el de posgrado. En los tres últimos lustros varios profesores de dichas facultades han realizado tesis doctorales sobre diferentes aspectos de la cultura del Caribe: literario (Margarita Mateo Palmer e Ileana Sanz), histórico (Digna Castañeda y Josefina Castro) y de las artes plásticas (Yolanda Wood). El tema caribeño es una tarea en las líneas de investigación de esos centros, que mantienen un importante intercambio de profesores con universidades del área, quienes participan con regularidad en actividades académicas caribeñistas, tanto en Cuba como en otros países. Otro centro docente universitario que dedica gran atención a los estudios caribeños es la Universidad de Oriente. En su sede de Santiago de Cuba, se imparten cursos sobre el Caribe y se mantiene un activo intercambio con profesores e investigadores de los países de la subregión. Ya en la década del 70, el Ministerio de Educación introdujo en sus planes de estudios el tema caribeño, primero en la enseñanza secundaria básica y en fecha Las naciones francocaribeñas y su literatura. Una ojeada desde Cuba Por razones obvias, la nación francocaribeña con la cual Cuba tradicionalmente tuvo más contactos hasta 1959 fue Haití. Ya desde principios del pasado siglo la emigración de colonos franceses —muchos de ellos 11 Emilio Hernández Valdés acompañados por sus esclavos— que se asentaron fundamentalmente en la región oriental de Cuba, al producirse la Revolución y posterior independencia haitiana, sentó las bases del intercambio cultural entre ambas naciones. Ese movimiento libertario, cuya trascendencia traspasó los límites del vecino país y sus consecuencias repercutieron no solo en el Caribe, sino también en los planos continental y universal, influyó de manera especial en el destino de Cuba. Baste recordar que fue decisivo para que la sacarocracia cubana se alzara al primer plano en la producción y comercialización del azúcar. Otros productos cubanos, como el café, gracias a la desestabilización de la producción agrícola haitiana, lograron ocupar posiciones privilegiadas en el mercado internacional. Tampoco puede soslayarse que también favoreció el incremento de la introducción de mano de obra esclava, y que durante décadas se esgrimiera el ejemplo de lo que allí había ocurrido como pretexto para postergar la abolición, dos factores que influyeron, tanto interna como externamente, en que se retrasara la independencia de la Isla. Además, la turbulencia de la historia haitiana y la continua amenaza y desestabilización de la colonia española de Santo Domingo por parte de los ejércitos haitianos propició también una emigración masiva de familias dominicanas y francesas hacia Cuba que contribuyó notablemente al desarrollo experimentado por la Isla en el siglo XIX , principalmente en el campo de la cultura. Ya a fines de ese siglo, en la medida de sus magros recursos, Haití cooperó con los revolucionarios cubanos que preparaban la Guerra del 95, y en su territorio tuvo Martí una cálida acogida, incluyendo el apoyo del presidente Florvil Hypolitte. Tampoco es posible olvidar que durante las primeras décadas de la actual centuria, miles de braceros haitianos, —así como de Jamaica y en menor proporción de otras islas del Caribe— fueron traídos para cortar caña en nuestro país. Este movimiento migratorio, generalmente eventual, si bien disminuyó posteriormente, se mantuvo hasta los años 50. Muchos de aquellos peones se instalaron definitivamente en Cuba, donde constituyeron un núcleo poblacional importante, cuyos descendientes forman hoy parte integrante de nuestra nación. En cuanto al contacto con los otros territorios caribeños colonizados por Francia, fue mínimo en los casos de Martinica y Guadalupe, y casi nulo en lo que se refiere a la Guayana, hasta fecha reciente. Solo después del triunfo revolucionario se produjo un acercamiento, pero aún hoy resulta muy limitado. económicas— los colonizadores franceses contribuyeron a que comenzaran a sentarse las bases de nuevas sociedades que lentamente, a lo largo de los años, en razón de las diversidades contextuales en las que se manifestaría su tortuosa y castrada evolución, se diferenciarían esencialmente de Francia. A lo largo de los siglos XVI y XVII, las condiciones de vida de las nuevas colonias y las características de sus pobladores impiden el surgimiento en ellas de una rica actividad cultural y, por consiguiente, de la escritura literaria. Las crónicas de los misioneros y los diarios de los colonos se ocupan ante todo de establecer el «registro» de la vida en las colonias, y el factor humano, subjetivo, esencial a la creación literaria —salvo contadísimos ejemplos llegados hasta nuestros días—, queda excluido de esos primeros documentos. 12 Paralelamente, en el inevitable intercambio que hubo de producirse entre los grupos poblacionales que integraron la sociedad colonial, surgió la contradictoria dicotomía lingüística que ha caracterizado la vida de estos territorios: la convivencia discrepante entre el francés y el creole, que desde entonces y hasta hoy ha constituido un problema central de la creación literaria francoantillana, y que en las últimas décadas ha cobrado palpitante actualidad. Empleado por los descendientes de los colonos franceses para expresarse literariamente y por los esclavos para la creación artística oral, en las noches de la plantación, ya desde entonces comenzó el creole a labrar su senda como instrumento para la creación literaria. 13 Se acostumbra situar el origen de la literatura haitiana en el período posterior a la independencia nacional, conquistada en 1804 —la primera de un país latinoamericano. Pero cabe suponer, como afirma Pradel Pompilus,14 que al menos entre el sector de los libertos —constituido por ricos propietarios mulatos del sur del Santo Domingo francés, algunos de los cuales habían estudiado en el extranjero— existiera ya una intención de describir la vida en esa colonia, su naturaleza, su historia, además de redactar documentos en los que justificaran sus demandas de reivindicaciones como grupo preterido por la supremacía de los colonos blancos, de quienes sí se conservan algunos textos. Sus primeras manifestaciones 15 —poemas, generalmente de corte patriótico; piezas teatrales sobre la vida y las costumbres del país y ensayos en los que se defiende a la joven República de los ataques provenientes del exterior o que abordan los agudos enfrentamientos entre los diferentes caudillos del país después de la independencia— carecen de valores literarios. Son, por ejemplo, versos balbucientes, altisonantes, una imitación de los modelos neoclásicos franceses, escritos las más de las veces en un francés arcaico, en ocasiones incorrecto. Pese a ello, es en Haití donde a partir de 1860 se produce la obra más significativa —principalmente en la poesía y el ensayo histórico— en el terreno de la literatura y el pensamiento —con un marcado interés por demostrar la capacidad creadora del hombre negro instruido— en el Caribe francófono del siglo XIX. La creación literaria francocaribeña Desde su instalación en los territorios del Caribe, pese a su rechazo al medio y sus nostalgias de la vida metropolitana, —la que muchos se vieron obligados a abandonar por diversas razones, en primer lugar las 12 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana Cupo a la Casa de las Américas, creada en 1959, canalizar el intercambio de la Revolución y de los intelectuales cubanos con sus colegas, principalmente los latinoamericanos, asumir, desde los tiempos de su más temprana existencia, el papel de difusora de las conquistas de la Revolución y quebrantar el cerco tendido a la Isla. conocer el drama del pueblo haitiano y la explotación a la que este estaba sujeto por parte de la burguesía nacional, reducidos sus representantes al papel de testaferros del imperialismo norteamericano. El regreso de Roumain a Haití no solo contribuyó a la renovación literaria del país. Este aprovechó el clima favorable creado por la ocupación, y la prédica en favor de los valores autóctonos desarrollada a lo ancho y largo del país unos años antes por Jean Price-Mars, para radicalizar a los jóvenes intelectuales del momento e incorporarlos a las luchas populares y al enfrentamiento directo a la ocupación extranjera; movimiento que alcanzó su punto más alto cuando fundó el Partido Comunista Haitiano al concluir la ocupación norteamericana en 1934. En cuanto al resto de las Antillas francesas, estas se mantenían en el mayor estancamiento político y social, con la diferencia, respecto a Haití, de que el régimen colonial permitió, después de abolido el Código negro, en alguna medida, el acceso a la instrucción pública; aunque el número de analfabetos, principalmente en las regiones rurales, era muy elevado. Una rígida estructura clasista, basada también en el color de la piel, sostenía casi inalterable el orden social establecido luego de haberse abolido la esclavitud en esos territorios (1848). Propietarios blancos y funcionarios coloniales se esforzaban por mantener sus privilegios frente a una mayoría de negros y mestizos que poco podían hacer para mejorar su situación. Este estado de cosas se refleja en la creación intelectual de los antillanos asimilados, más ocupados en mantenerse al tanto de la política y la vida cultural metropolitana que de los problemas locales. 17 Avanzado el período de entreguerras, comienzan a manifestarse signos de una naciente reacción, en cuanto a poner de relieve los valores propios de esa sociedad, principalmente en Martinica, isla que tradicionalmente marca el paso a estos territorios hasta el presente. Se atribuye este cambio al surgimiento de una nueva generación de intelectuales que, formados en Francia, se habían puesto en contacto con el pensamiento progresista de la época —algunos con las ideas marxistas— y habían recibido la influencia del surrealismo, en el que apreciaron su interés por la revalorización de las artes y las sociedades negras. La presencia de esta nueva proyección del pensamiento social en el panorama político-cultural antillano, se pronunciará con un tono más radical entre los jóvenes estudiantes martiniqueños radicados en París, En esa época, en Martinica y Guadalupe —particularmente en la segunda— la producción literaria es muy escasa, y en la Guayana, prácticamente inexistente. El fenómeno de la confrontación lingüística hace que en todo el Caribe francófono surjan escritores que ya en el siglo XIX tratan de escribir simultáneamente en francés y en creole, aunque casi siempre sin grandes méritos. Este hecho indica la aparición de un sentimiento de diferenciación, germen primero de la expresión de la evolución hacia una conciencia nacional que en Martinica y Guadalupe, y mucho más tarde en la Guayana,16 va a desarrollarse con extrema lentitud. No es hasta el presente siglo que comienza a modificarse esa actitud mimética en la literatura francocaribeña. Primero, tímidamente, en Haití, y a finales de la década de los años 20 en los territorios coloniales de Francia, aunque con marcadas peculiaridades en cada caso. En Haití, el rechazo a la humillación sufrida por la ocupación norteamericana reavivó los sentimientos nacionalistas. Ya desde principios de siglo, los escritores, principalmente los narradores, habían comenzado a mirar hacia adentro; a resaltar los valores y defectos de una nación que en un solo siglo, y en medio de continuos y sangrientos conflictos internos, debió transitar —en un casi total aislamiento la mayor parte de ese tiempo— de la esclavitud a la consolidación de la nacionalidad. La presencia norteamericana exacerbó los agudos problemas de aquella sociedad. La elite haitiana se dividió entre los que cooperaron con el ocupante y los que rechazaron su presencia. Pero fueron las clases más humildes las que se rebelaron y enfrentaron al invasor. El movimiento de los cacos, guerrilleros campesinos comandados por Charlemagne Peralte, aunque fracasó, firmó una página heroica en la historia haitiana. Un vivo sentimiento nacionalista predominó en todo el país. Pero su reflejo en las letras y en las luchas sociales debió esperar al surgimiento de la llamada Escuela indigenista, fundada hacia 1926 y comandada por Jacques Roumain, a partir de su regreso de Europa un año más tarde. Este grupo de jóvenes escritores buscó salir del pintoresquismo y la imitación de los modelos franceses en lo formal, y de la evasión temática de la realidad que aún persistía en la mayor parte de los creadores, principalmente en la poesía. Para lograrlo profundizaron en el estudio de las raíces propias, adoptaron una nueva forma de decir y abordar sus circunstancias. Dieron a 13 Emilio Hernández Valdés En Haití, el rechazo a la humillación sufrida por la ocupación norteamericana reavivó los sentimientos nacionalistas. Ya desde principios de siglo, los escritores, principalmente los narradores, habían comenzado a mirar hacia adentro; a resaltar los valores y defectos de una nación que en un solo siglo debió transitar de la esclavitud a la consolidación de la nacionalidad. departamentalización, cuya ley fue propuesta e impulsada por Césaire. Con su promulgación, Francia logró, no sin esfuerzo, recuperar su hegemonía en estos territorios, que durante la ocupación alemana de la metrópoli habían permanecido fuera del control del gobierno de Vichy. Convertido en líder político, Césaire desempeñó un papel de suma importancia, pero muchas veces contradictorio. Militante del Partido Comunista Martiniqueño, alcalde de Fort-de-France, diputado a la Asamblea Nacional, luego de renunciar a su militancia comunista en 1956, fundó su propia organización, el Partido Progresista Martiniqueño y adoptó posiciones más bien conservadoras en el plano político práctico, al tiempo que continuaba desarrollando una obra literaria que le propició una merecida fama internacional. Pero su proyección ideológica muchas veces se contrapuso a su ejecutoria política. Aunque no rompe con Senghor, se distancia de las posiciones abiertamente reaccionarias y neocolonialistas de este, que sí son coherentes con su pasado, tanto en el plano estético como en el político-ideológico. Su antiguo compañero de lides en los días fundacionales del movimiento de la negritud, el gran poeta Léopold Sédar Senghor, es también ahora dirigente político —primer Presidente de Senegal al recibir su país la independencia en 1960—, y pretendiente a convertirse en el hombre fuerte de Africa y en Papa de la literatura y las artes negroafricanas y, por extensión, de todo el mundo negro. Varios acontecimientos, tanto políticos, como sociales y culturales, ocurridos a finales de los años 50, prepararon el panorama que habría de observarse en el contexto internacional. El acelerado descalabro del antiguo imperio colonial francés, con la derrota experimentada por sus tropas en Indochina y el comienzo de la impopular Guerra de Argelia, también abocada al fracaso, y que pondría en crisis toda la estructura de la dominación colonial a escala global; la estructuración de un amplio movimiento anticolonialista de los pueblos de Asia y Africa, que cobra fuerzas a partir de la victoria de la Revolución china, los acontecimientos en Egipto e Indonesia, y la Conferencia de Bandung, en 1955; las revelaciones hechas durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética sobre los excesos cometidos durante el período estalinista, que motivaron la salida del Partido Comunista Francés de Césaire y otros escritores franceses y antillanos; la asunción de la presidencia de Haití —en agrupados en torno a la efímera revista Légitime Défense (1932). En su único número, estos reclamaban, mediante un manifiesto de denuncia que allí publicaron, los derechos que les negaba el régimen colonial a sus pueblos y expresaban la impostergable necesidad del rescate de sus valores. Dos años más tarde se publicó, también en París, la revista L’Etudiant Noir, en la que se daban a conocer tres jóvenes poetas: Aimé Césaire (Martinica), Léon Damas (Guayana), y Léopold S. Senghor (Senegal), quienes constituirán el núcleo central del más tarde llamado Movimiento de la Negritud, que marcará un punto de giro en el desarrollo de la cultura antillana y africana, principalmente en las naciones colonizadas por Francia. Los años finales de la década del 40 se caracterizan, en Haití, por una intensa lucha política, que se recrudece con la caída del presidente Elie Lescot en 1946, propiciada por una huelga iniciada por jóvenes escritores y estudiantes, que fue apoyada por los intelectuales más progresistas y secundada por la población, pero que abortó por la falta de un movimiento organizado y de una dirección que le diera coherencia.18 La amenaza de una nueva intervención norteamericana y la cooperación brindada por el ejército al Departamento de Estado Norteamericano, con el beneplácito de la burguesía comerciante haitiana, frustró el movimiento. Muchos de los jóvenes intelectuales que participaron en él o que lo apoyaron se vieron obligados a abandonar el país, entre ellos Jacques Stephen Alexis y René Depestre. A partir de entonces se sucedieron una tras otra las crisis políticas en Haití. Los gobiernos represivos que detentaron el poder durante una década crearon las condiciones para la instauración de la dinastía de los Duvalier. Puede decirse que desde 1946, y sobre todo hasta el derrocamiento del sucesor de Papa Doc, la mejor literatura haitiana se hizo en el exilio: en Montreal, París, México, Nueva York o La Habana. Los escritores que permanecieron en el país, si no cooperaron espontáneamente o cedieron a las presiones recibidas para que colaboraran con el dictador, debieron cuidarse de no irritar al más grotesco y delirante ejemplar de la nutrida galería de dictadores que ha conocido América Latina. Quienes no tuvieron esa cautela debieron exiliarse o perecieron en sus mazmorras. En las colonias francesas el lento proceso de evolución de su condición colonial se modificó con la instauración de la llamada política de 14 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana el caso específico de esa nación— por François Duvalier en 1957, y el triunfo de la Revolución cubana en 1959, repercutieron con mayor o menor intensidad en la región del Caribe. En el plano de la cultura tuvieron lugar dos eventos, en los que intervinieron numerosos creadores francoantillanos: en 1956, en París, el primer Congreso de Escritores y Artistas Negros, en el que tuvieron una participación destacada Jean Price-Mars, Jacques Stephen Alexis, Aimé Césaire, Frantz Fanon y otros intelectuales francocaribeños, y su segunda edición, efectuada en Roma en 1959.19 A partir de 1960, la literatura francocaribeña experimentará un desarrollo sostenido, cuya resonancia no se ha apagado, y alcanza hoy un gran reconocimiento por sus altos valores formales y sus experimentaciones en el plano lingüístico, al incorporar el creole —en tanto lengua para la creación literaria— como parte de la incesante búsqueda de la identidad que durante las últimas décadas ha obsesionado y ocupado a los escritores y artistas de las naciones francocaribeñas y de toda la región. Escrita, la mayoría de las veces, en el exilio —forzoso o voluntario—, denotadora de un esfuerzo sobrehumano de la nostalgia y del afán a ultranza por no olvidar lo propio, y de un ejercicio de profundización en la búsqueda y defensa de los valores de esas culturas nacionales preteridas y subestimadas; obligada a imponerse desde las diásporas y a vencer la resistencia de los medios intelectuales no progresistas y de los círculos editoriales a reconocer sus valores; casi desconocida en su propio espacio por razones objetivas —la mayoría de las veces, como ocurre principalmente en Haití, por su elevado número de analfabetos— o subjetivas, por los prejuicios y la subestimación de lo autóctono por parte de las clases privilegiadas detentadoras del poder y con un alto grado de asimilación a los patrones neocoloniales, la literatura francocaribeña ha logrado imponer sus méritos en estas dos décadas finiseculares, como lo demuestra la existencia de una nutrida nueva generación de escritores y un número considerable de obras con un alto nivel de realización que permiten afirmar que ya existe una novelística francocaribeña. Casi puede hablarse de boom, provocado por el reconocimiento alcanzado en recientes ediciones de certámenes literarios, que hasta entonces habían sido renuentes a galardonar a los autores caribeños.20 de Edmond Héraux (Haití, 1858-1920). En apretada síntesis caracteriza los valores de la producción intelectual haitiana, criterio muy coincidente con el juicio de valor que la posteridad se encargó de establecer: Haití tiene más de un poeta, y muchos buenos en verdad, así como sendos libros de singular pericia en política y hacienda [...]. De los poetas, por abundoso, y a veces gigantesco, por pujante y nómada, tiene fama europea y americana Oswald Durand, que escribió a Cuba una verdadera oda [...]. 22 Este texto constituye una muestra más de la sensibilidad y la información de Martí como crítico literario, pues de la abundante producción poética haitiana del pasado siglo, en su mayor parte dispersa en revistas y periódicos de esa nación, y de la que —como ocurre con la generalidad de la producción de sus creadores, tanto en prosa como en verso— solo tenemos un conocimiento fragmentario, los poemas de Durand son los que, como conjunto, en alguna medida aún hoy pueden leerse con agrado.23 Aunque no abordó directamente aspectos de la literatura francocaribeña, la segunda personalidad de nuestra cultura que se interesó por los estudios antillanos fue, por supuesto, Fernando Ortiz. Ya desde principios de la década del 30 comienza a dar a conocer sus primeros estudios antillanos. 24 Al regresar a Cuba —en 1934— publica reseñas de obras sobre las religiones, la música y el folklore antillano, así como sobre la llamada poesía mulata —de la que ya se había ocupado en 1930 con motivo de la publicación de los Motivos de son de Guillén—, específicamente de la obra del puertorriqueño Luis Palés Matos, además de un trabajo titulado «La religión en la poesía mulata», de 1937. De esa época datan sus relaciones con Jean Price-Mars, el eminente sociólogo, etnólogo y folklorista haitiano quien desarrolló en su país una obra paralela y muy similar a la llevada a cabo por Ortiz en Cuba. La labor iniciada por Don Fernando, reconocida desde muy temprano en el plano internacional, permitió profundizar en el carácter mestizo y transculturado de Cuba y los pueblos del Caribe, y abrió el camino de las investigaciones afrocaribeñas tanto a sus coetáneos —algunos de ellos convertidos en sus discípulos, en primer lugar José Luciano Franco—, como a otros intelectuales más jóvenes, pero ya en plena madurez creadora; tales son los casos de Lydia Cabrera o Alejo Carpentier. Fueron este último y Nicolás Guillén quienes, junto con el pintor Wifredo Lam, estuvieron en más estrecho contacto con la cultura y la literatura haitianas en aquel momento, tanto por sus visitas a Haití en los primeros años de la década del 40, como por la íntima amistad que se estableció entre Guillén y Jacques Roumain desde 1937, cuando se conocieron en París. Su relación se reforzó durante el tiempo que Roumain vivió como exiliado en La Habana en 1939, y perduró hasta la muerte de este. Para Carpentier y Guillén el contacto con Haití tuvo una gran significación y trascendió a sus obras. Visión cubana de la literatura francocaribeña La primera referencia a la literatura francocaribeña, desde una visión cubana, que he podido rastrear corresponde a José Martí. 21 Se trata de un breve comentario —publicado el 19 de enero de 1895, exactamente cuatro meses antes de su caída en combate— dedicada al poemario Fleurs des mornes (Flores de los cerros) 15 Emilio Hernández Valdés La primera referencia a la literatura francocaribeña, desde una visión cubana,corresponde a José Martí. En apretada síntesis caracteriza los valores de la producción intelectual haitiana, criterio muy coincidente con el juicio de valor que la posteridad se encargó de establecer. En 1947 aparece en nuestras librerías un poemario de un importante poeta haitiano, Black soul (Alma negra), de Jean Fernand Brierre (1909), libro influido por la poesía de Césaire —con la que los poetas haitianos se pusieron en contacto directo cuando este visitó ese país en 1945— y la literatura negra norteamericana. 34 En cuanto a Carpentier, recuérdese que su estancia en Haití en 1945 significó la revelación de lo que él llamó «lo real maravilloso americano» y dio origen a su primera gran novela, El reino de este mundo, que constituyó su lanzamiento como gran novelista de las letras del continente.25 Puede afirmarse que superar esta novela constituye aún un desafío para quienes —incluyendo a los novelistas haitianos— intenten calar profundo en las esencias de ese pueblo caribeño.26 El viaje de Guillén a Port-au-Prince en 1942, invitado por Roumain, y a donde acudió en misión oficial, contribuyó a estrechar los vínculos entre las dos naciones, principalmente en el campo de la cultura, y a la creación del Movimiento de Cooperación Intelectual Haitiano-Cubano, encabezado por el notable poeta Roussan Camille (1915), muy vinculado, por su vida y obra, a Roumain. La significación otorgada a la presencia de Guillén en Haití fue plasmada en el artículo «Una embajada histórica», publicado entonces por Roumain y reproducido de inmediato en Cuba, en el periódico Hoy. 27 En marzo de 1944, en el primer número de la Gaceta del Caribe, revista de la cual Guillén fue uno de los editores, se publicó el artículo de Roumain «La poesía como arma», en el que sintetiza su credo poético.28 Otro escritor haitiano que publicó en la Gaceta del Caribe fue el poeta y novelista Anthony Lespès. 29 La muerte de Roumain, reseñada por esa publicación solo unos meses más tarde, «fue un duro golpe [para Guillén], que habría de resonar más adelante, alto y perdurable, en su poesía». 30 También en ese primer lustro de la década del 40, se produjo el primer contacto de los lectores cubanos con uno —hasta hoy el mayor—, de los grandes poetas de la literatura francocaribeña, entonces prácticamente desconocido: el martiniqueño Aimé Césaire. Traducido por Lydia Cabrera —con prefacio del poeta surrealista francés Benjamin Péret (1899-1959), e ilustrado por Wifredo Lam—, se publica en La Habana, muy probablemente en su primera versión a otra lengua, el libro capital de la negritud: Cahier d’un retour au pays natal,31 obra que tan solo unos años después, concluida la II Guerra Mundial, situaría a su autor en la cúspide de la creación poética francesa, para satisfacción de André Breton, su «descubridor», y con el reconocimiento expreso de Jean P. Sartre.32 En el verano de 1945, Césaire vuelve a ser publicado en Cuba, ahora en Orígenes, traducido por Helena de Lam, una alemana entonces esposa del pintor cubano.33 La literatura francocaribeña desde Cuba en Revolución Al producirse en 1959 el triunfo revolucionario «exiliados provenientes de todos los rincones de América se dirigieron a Cuba, nuevo hogar de la libertad, con el fin de recabar el concurso moral y material que les permitiría librar a su patria del yugo de la opresión». 35 Entre esos exiliados llegó a Cuba un escritor revolucionario haitiano que contribuiría decisivamente con su obra y esfuerzo a divulgar entre nosotros no solo la literatura de su país, sino la de todo el Caribe francófono: René Depestre. Su residencia de casi tres décadas en Cuba, en cuya vida intelectual participó activamente, como un cubano más, la compartió entre su labor política —desarrollada principalmente a través de sus mensajes en creole trasmitidos por Radio Habana Cuba, destinados a combatir al régimen haitiano e informar a la opinión pública de su país sobre el desarrollo de la Revolución cubana y los acontecimientos internacionales— y la continuación de su obra creadora como escritor y periodista. Fue un asiduo colaborador en las actividades de la Casa de las Américas y de su revista, de cuyo Comité de Colaboración fue miembro durante varios años, y en la que publicó con regularidad sus poemas y varios de sus ensayos más importantes. Fue precisamente un libro de René Depestre uno de los primeros de la literatura francocaribeña que se publicó en Cuba en el período revolucionario: Mineral negro (Minerai noir) (1962). Traducido por Virgilio Piñera, incluye algunos de los poemas reunidos en el libro de igual título, publicado en París en 1956. 36 La mayor parte de los poemas incluidos en la edición cubana fueron escritos con posterioridad a la edición francesa y, según parece, muchos los concibió aquí. Esta muestra de su poesía, de la que ya había dado antecedentes en periódicos y revistas desde los primeros días de su estancia en Cuba, presenta los grandes temas de la poesía de Depestre: Haití, su pueblo, su cultura, su identidad, sus luchas revolucionarias; la explotación de los 16 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana Fanon (Martinica, 1925-1961) fue recibido con júbilo por lo oportuna que fue su aparición. Suscitó numerosos debates y abrió una senda muy productiva en el desarrollo y análisis de la teoría y la práctica revolucionaria en nuestro medio. La publicación casi inmediata de sus dos obras anteriores, Por la revolución africana, y Piel negra, máscaras blancas, en 1966 y 1968, respectivamente, permitieron al lector cubano conocer mejor a Fanon.46 El reencuentro del lector cubano con la obra de Césaire, ya consagrada internacionalmente, se produjo en 1966. Esta vez en la revista Casa de las Américas, en un memorable número monográfico dedicado al tema Africa en América. Allí se incluyeron, aunque solo fragmentariamente, dos textos relevantes del martiniqueño: Discurso sobre el colonialismo —texto publicado en 1950 y revisado en 1958—, y su segunda gran pieza teatral, Lumumba o una temporada en el Congo, publicada en Francia tan solo unos meses antes. 47 La tragedia del Rey Cristóbal, su obra teatral anterior, se estrenó el 1º de diciembre de ese mismo año, en el marco del VI Festival de Teatro Latinoamericano, cuya polémica versión constituyó uno de los grandes espectáculos del rico movimiento teatral cubano de la época. Un año después sería publicada en la revista Conjunto. 48 También en 1967, apareció en nuestras librerías otra obra de Césaire: Toussaint Louverture. La Revolución francesa y el problema colonial, 49 obra de interpretación histórica que, según su presentador, «no pretende renovar la biografía del Precursor. Da por sabidos los hechos. Lo que retiene su atención “son las relaciones que los unen, la ley que los rige, la dialéctica que los suscita”». Por último, para culminar el jubileo cubano por Césaire desarrollado en los años 60, se publica el volumen Poesías, 50 en 1969, que incluye una representativa selección de su obra poética —desde el Cuaderno de un retorno al país natal, ahora supuestamente completo,51 ejemplos de sus libros posteriores, así como su poema dramático Y los perros callan (Et les chiens se taisaient, 1956), texto que inicia su tránsito de la poesía al teatro, y un fragmento de Discurso sobre el colonialismo. La publicación de estos libros, los fundamentales del autor más importante del Caribe francófono, demostró el alto nivel estético alcanzado por esta literatura, lo que contribuyó a despejar en nuestro medio las dudas y prejuicios en cuento a sus valores. No se puede cerrar el balance de la divulgación en nuestro país de la literatura francocaribeña en la década del 60, sin tomar en cuenta la publicación, en 1968, de Así habló el tío, del haitiano Jean Price-Mars (1876). En primer lugar, fue la primera obra francocaribeña incluida en la Colección Literatura Latinoamericana de la Casa de las Américas. Prologada por René Depestre, la publicación de esta obra, superada en buena medida por el desarrollo experimentado por los estudios sociológicos en las cuatro décadas transcurridas entre su aparición (1928) y su publicación en Cuba, permite conocer un libro que abrió caminos a los estudios sobre el vodú y el folklore haitianos, y contribuyó a despejar el rechazo desposeídos, en particular del negro, a escala universal, que constituyen en realidad dos vertientes de su poesía político-social, y el amor por la mujer, aspecto de su obra poética que lo emparienta con la tradición de la poesía de amor francesa de nuestro siglo (Aragón, Eluard) y que lo convierte en un caso singular en el panorama de la poesía francocaribeña.37 Depestre publicó en Cuba otros dos textos poéticos. En 1967, Un arcoiris para el occidente cristiano (Un arc-en-ciel pour l’occident chrétien), primera mención del Premio Casa de las Américas de ese año, considerado su mejor libro, el más orgánico; 38 y un año más tarde Cantata de Octubre a la vida y la muerte del Comandante Ernesto Che Guevara, un extenso poema dramático, probablemente el primero de su tipo inspirado por la muerte del Che.39 Ya desde su juventud había ejercido el periodismo, pero todo parece indicar que su obra ensayística la inició en Cuba. En Por la revolución, por la poesía (1969) y en Buenos días y adiós a la negritud (1980) reunió ensayos escritos en distintas circunstancias (prólogos, artículos, conferencias 40 ), dedicados a diversos temas: la lucha anticolonialista, la literatura francocaribeña, la negritud, el negro norteamericano, la poesía francesa, la identidad latinoamericana y caribeña, y otros que al releerlos hoy mantienen su vigencia. 41 Su novela, El palo ensebado (Le mât de cocagne) 42 muestra la delirante atmósfera del duvalierismo y se inscribe en uno de los temas recurrentes en la novelística latinoamericana, el del dictador. Lamentablemente nuestra crítica nunca la ha tenido en cuenta. En 1961 se publicó para el lector cubano la novela haitiana hasta ese entonces internacionalmente más conocida: Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain. Obra póstuma —la había concluido en México el 7 de julio y murió en Port-au-Prince el 18 de agosto de 1944—, consagró a Roumain como novelista y difundió por todo el mundo el drama del pueblo haitiano, especialmente el del campesino, a la vez que señalaba la necesidad de la lucha y el optimismo en la victoria del pueblo. La bella historia de amor de Manuel y Anaís, pese al trágico final de la obra, el lenguaje empleado y otros valores formales, la convirtieron en la primera gran novela de Haití. 43 La producción poética conocida de Roumain es reducida, pero de indudable calidad. Una muestra de ella, los poemas de Madera de ébano (Bois d’ébène) (1945), reunidos y publicados póstumamente por su esposa, fueron reeditados por la editorial Casa de las Américas en 1974.44 En 1965, Cuba se preparaba para celebrar en La Habana, al romper 1966 —proclamado Año de la Solidaridad—, la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, Africa y América Latina, más conocida después como Conferencia Tricontinental, el primero de los grandes eventos antimperialistas que se celebraron por aquel entonces en nuestro país. Fue cuando se dio a conocer entre nosotros un autor cuyas ideas nos aclararían muchos conceptos sobre la cuestión colonial y la cultura nacional. Publicado en Cuba por sugerencia del Che,45 Los condenados de la tierra, de Frantz 17 Emilio Hernández Valdés que existía, en los sectores más cultos de Haití, hacia esas manifestaciones de la cultura y a elevar el orgullo nacional. Price-Mars fue una figura de la intelectualidad de esa isla que prácticamente cubrió un siglo de su vida cultural y política, tan contradictoria y a veces tortuosa como lo fue la trayectoria de la vida de este autor. Entre 1968 y 1969, el Centro de Documentación de la Casa de las Américas publicó en dos volúmenes un estudio del académico polaco Tadeuz Lepkowski, considerado el decano de los latinoamericanistas polacos en aquel momento. Esta obra, titulada Haití que ya había sido publicada en su país en 1964, interesa, además de por su enfoque no tradicional y su información valiosa, por la concepción metodológica que empleó en la investigación del tema. Los primeros años de la década de los 70 también estamparon sus grisuras en la publicación de la literatura francocaribeña en Cuba. Salvo tres novelas haitianas que permiten tener una visión panorámica del desarrollo de la literatura de ficción en esa isla, el libro de la ensayista e historiadora Suzy Castor La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934), (1978) —mención de ensayo en un Premio Casa de varios años atrás—, y la inclusión de una pieza del martiniqueño Daniel Boukman en la revista Conjunto, no se le prestó la misma atención editorial que antes a esta literatura. La primera de aquellas novelas, El compadre general sol (Compère général soleil, 1955), fue escrita por el hasta hoy más importante novelista haitiano, Jacques Stephen Alexis (1922-1961). Continuador de la tempranamente interrumpida novelística de Roumain, en solo poco más de un lustro da a conocer cuatro obras que lo colocan al frente de la narrativa francocaribeña. Creador de la teoría del «realismo maravilloso», en sus obras penetró hondo en la realidad haitiana y la expresó con un lenguaje y colorido que no han podido igualar sus continuadores. Médico de profesión, líder político que sobrepasó las fronteras de su país, murió asesinado por la dictadura duvalierista, en circunstancias aún no esclarecidas, cuando se proponía iniciar un movimiento de liberación en tierras haitianas. Aunque por su belleza poética algunos críticos consideran que Les arbres musiciens (Los árboles músicos) (1957) es su mejor novela, El compadre general sol debe ser reconocida como una de las grandes novelas del continente.52 Después de la publicación de la novela de Depestre a la que con anterioridad me referí (El palo ensebado, 1975), en 1977 se publicó Sena, 53 de Fernand Hibbert (18731928), el primer novelista haitiano con una obra significativa. Con este texto, aparecido en 1905, se brindó al lector cubano la oportunidad de completar su visión de los cuatro grandes momentos de la novelística haitiana. Obra realista, en la que con gran ironía se resaltan los defectos del hombre haitiano y la frustración a que lo lleva su complejo de inferioridad, es un cuadro fiel de la sociedad de su época, a la que critica, y muestra la necesidad de abandonar las falsas posturas, el bovarismo que desgasta la personalidad de muchos haitianos, y seguir una conducta basada en el desarrollo de los valores propios, en el logro de la autoestimación como ciudadanos y como pueblo. En esta década se prestó más atención a la literatura anglocaribeña, la primera del área incluida en el Premio Casa de las Américas (1976), pues no fue hasta 1980 cuando se convocó a los autores francocaribeños. Sin embargo, un año antes, el poeta haitiano Paul Laraque (1920) había obtenido el Premio de Poesía de esa institución con un volumen en el que reunía dos libros: Les armes quotidiennes y Poésies quotidiennes. 54 Puede considerarse que en la década del 80 la difusión de la literatura francocaribeña en Cuba recobró el nivel que había alcanzado en los años 60. El Premio Casa de las Américas contribuyó a ese propósito. La intención que ha predominado es la de dar a conocer preferentemente a los nuevos autores, aunque buena parte de los premiados hasta el momento son autores ya conocidos y algunos con una obra valiosa. Entre 1980 y 1993 fueron premiados el haitiano Gérard Pierre-Charles, ensayo, en 1980, por El Caribe a la hora de Cuba, y también el poeta y novelista Anthony Phelps (Haití, 1928), por La balière caraïbe (poesía). Tres calibanes, de Roger Touson, de Martinica, recibió el premio de ensayo en 1982. También de Martinica, el poeta y ensayista Vincent Placoly fue premiado en 1983 por Dessalines ou la passion de l’indépendance. Dos años más tarde el premio recayó nuevamente en Phelps por su poemario Orchidée nègre. El poeta, ensayista y crítico martiniqueño Alfred Melon (1932-1990), investigador de la poesía cubana y un estudioso de la obra de Nicolás Guillén, fue premiado en 1987 por De la identidad nacional como ideología: investigaciones sobre la producción poética y la crítica cubanas de la era republicana (1902-1959). Otro ensayo premiado, en 1989, fue Savalou É, de Rachel Beauvoir y Didier Dominique, de Haití. El poeta y novelista Ernest Pépin, con su libro de versos Boucan de mots libres (Remolino de palabras libres), insertó a Guadalupe en la lista de los premiados en 1991. La novela Ravines du devant jour (Barrancas del alba), del también ensayista martiniqueño Raphaël Confiant, fue premiada en 1993. Por último, en 1996 la poetisa Nicole Cage Florentiny, resultó premiada con su poemario Arc-enciel, l’espoir (El arcoiris, la esperanza). La gran mayoría de estos autores (Pierre-Charles, Laraque, Phelps, Melon) tenían una obra hecha y reconocida antes de obtener estos premios. Otros, como Placoly, Confiant y Pépin, se han situado en pocos años entre los más importantes creadores de la literatura francocaribeña que se hace en la actualidad. Es fácil sacar la conclusión del prestigio ganado por este Premio, al que los concursantes con su participación también dotan de una mayor representatividad. Además de estos libros premiados, debe mencionarse la publicación en 1986 de los dos tomos de la Anthologie de littérature caribéenne d’expression française, de Silvia García Sierra, obra destinada a la docencia, pero de mucha utilidad para todos los estudiosos e investigadores interesados en estos temas. 18 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana Puede considerarse que en la década del 80 la difusión de la literatura francocaribeña en Cuba recobró el nivel que había alcanzado en los años 60. El Premio Casa de las Américas contribuyó a ese propósito. La intención que ha predominado es la de dar a conocer preferentemente a los nuevos autores, aunque buena parte de los premiados hasta el momento son autores ya conocidos y algunos con una obra valiosa. Más recientemente, en 1989, apareció el libro Literatura caribeña. Bojeo y cuaderno de bitácora, de Emilio Jorge Rodríguez, editor de Anales del Caribe, publicación que también contribuye a divulgar la crítica de la producción literaria caribeña. En ella se han publicado importantes trabajos de Nara Araújo, Silvia García Sierra, Margarita Mateo Palmer y otros críticos que se han dedicado al estudio de la literatura caribeña. Debo añadir un factor que ha sido decisivo para que la literatura francocaribeña sea conocida en Cuba y, con sus ediciones, más allá de nuestras costas: la calidad de las traducciones. He mencionado a los traductores de la mayor parte de los textos caribeños publicados para que se compruebe cómo esta tarea, muy difícil —por el alto nivel poético de los textos, y las diferencias contextuales, el empleo del creole y la imposibilidad de consultar con los autores—, la han asumido casi siempre poetas —entre los mejores— y escritores cubanos con una obra reconocida nacional e internacionalmente. Ello garantiza la fidelidad y creatividad, requisitos indispensables en la traducción literaria, sobre todo cuando se trata de obras poéticas. Muchas de estas traducciones hubieran sido acreedoras de premios si tal galardón existiera en nuestro país. Cuando en 1980 Julio Cortázar inauguraba el Premio Casa de las Américas de ese año, fecha de inicio del premio a la producción francocaribeña, expresó claridad la situación a la que se debían enfrentar los escritores francocaribeños, sobre todo aquellos que buscaban publicar sus primeros libros. Con anterioridad habían existido otros premios literarios en las Antillas francófonas, como el llamado Premio de las Antillas, que otorgaba el Gobierno francés. Desde 1990 existe un premio para los escritores del área, el premio Carbet, 56 auspiciado en Martinica por la revista del mismo nombre y otras instituciones. En todo balance, para que sea completo, es necesario tener en cuenta el debe y el haber; a lo que se ha hecho, que es bastante en mi opinión, se debe contraponer lo que faltó. Personalmente me gustaría que se facilitara el acceso del lector cubano a autores como Damas —de quien solo se han publicado algunos poemas—; valdría la pena que leyera alguna novela de los martiniqueños Raphaël Tardon y Joseph Zobel, así como de los haitianos Anthony Lespès y Anthony Phelps; que conociera a escritoras como Marie Chauvet, Simone Schwartz-Barr y Maryse Condé; que se enfrentara a una muestra, también, de la poesía de Edouard Glissant —autor en extremo difícil de traducir— y, al menos, a otra de sus novelas; 57 ¿por qué no algunas piezas teatrales?, y, particularmente, las novelas de Constant, Placoly, Pépin y Chamoiseau, entre otros. Por supuesto que una lista de autores como esta constituiría un verdadero reto para cualquier editorial; pero los lectores lo agradecerían. El jurado del primer Premio Carbet de 1990 —entre cuyos miembros se encontraba la poeta y escritora cubana Nancy Morejón—, al concluir el certamen, por boca del escritor guadalupano Ernest Pépin, expresó su reconocimiento a la «obra inmensa asegurada desde hace treinta años por el Premio Casa de las Américas, discernido en La Habana, en favor de la afirmación y del desarrollo de las culturas del Caribe y de las Américas, de su comunicación y de su enriquecimiento mutuo». También su convicción de la «necesidad imperiosa de mantener este premio [...] en todas sus dimensiones, como una herramienta común de creación y de intercambio cultural en nuestra región caribe». 58 Tal reconocimiento de los autores francocaribeños por la labor realizada desde Cuba en la divulgación de su obra, llevada a cabo especialmente por la Casa de las Américas y su Premio Literario, resulta en mi opinión, que las literaturas de los países del Caribe [...] jamás habían recibido el menor estímulo, [...] jamás habían visto sus escasos libros distribuidos más allá de sus fronteras, Gracias a la decisión de la Casa [de las Américas] de abrir el ámbito del Premio a los escritores caribeños de lengua inglesa o francesa [...] el público no solo cubano sino internacional empezará a conocer a autores de valía cuyo destino hubiera sido el anonimato casi total. En Europa, la poco frecuente publicación de estas literaturas consideradas como marginales o exóticas, se ve siempre acompañada de un paternalismo tras del cual se agita todavía la sombra del colonialismo; y otra cosa importante, y es que los editores extranjeros van siempre al seguro, a nombres ya consagrados después de infinitas dificultades y obstáculos, mientras que el Premio de la Casa abre grandes las puertas a jóvenes creadores del Caribe [...] que se impondrán o no, que serán apreciados u olvidados según los casos, pero [...] que [...] tendrán ahora el beneficio de una distribución internacional que hace años hubiera sido imposible. 55 Algo han cambiado las cosas en los tres lustros transcurridos desde que Cortázar planteó con toda 19 Emilio Hernández Valdés la mejor valoración posible de este esfuerzo editorial cubano de tantos años y de la significación que para la obra de estos autores ha tenido el contacto con Cuba. contribuyeron a la difusión de los estudios caribeños y africanos en nuestro medio. 9. Véase «Jacques Roumain y la novela haitiana» y «Literatura del Caribe», en Delia E. Rivero Casteleiro, Georgina Arias Leyva, Noemí Gayoso Suárez, et al., Literatura latinoamericana y del Caribe. Octavo grado, La Habana: Pueblo y Educación, 1979: 186-91; 256-66; y «Una muestra de la literatura caribeña. El valor de su expresión en lengua española», en Delia E. Rivero Casteleiro, Carmen Hernández Novo, Martha Batista Ramírez, et al. Español y literatura. 12º grado, La Habana: Pueblo y Educación, 1994: 54-95. Notas 1. Un ejemplo muy claro fue lo que ocurrió en las colonias francesas del Caribe: La balcanización de las Antillas [francesas], y la diferencia de los regímenes políticos, el desfase entre los desarrollos económicos y los niveles de vida de las distintas islas fueron, durante largo tiempo, obstáculos que impidieron la concreción de [una] toma de conciencia antillana. Por ser divergentes los intereses de la potencias coloniales, se les hacía creer a los pueblos antillanos que sus propios intereses eran divergentes. 10. Isabel Martínez Gordo, «Sobre la hipótesis de un patois cubano», Anuario L/L, La Habana, (14), 1983: 161-70; «Situaciones de bilingüismo en Cuba», Anuario L/L, (16) 1985: 334-44; Algunas consideraciones sobre Patois cubain de F. Boytel Jambú, La Habana: Editorial Academia, 1989. 11. Véase Sergio Valdés Bernal «En torno a la diversidad idiomática de los países latinoamericanos y caribeños y la problemática cultural y política que ello implica», Anuario L/L, (10-11), 1979-1980:135-9; «Dificultades para la identificación de los grupos etnolingüísticos subsaharianos introducidos en Cuba durante la esclavitud», Anales del Caribe, La Habana, (16), 1985: 345-56; «Visión lingüística del Caribe», La Habana, Anales del Caribe, La Habana, (9), 1989: 269-78; «El español en Cuba como parte del español del Caribe», en Jens Lüdtke y Matthias Perl, eds., Lengua y cultura en el Caribe hispánico, Tübingen: Max Niemeyer Verlag, 1995: 1-15. Véase «De la réalité coloniale à la réalité nationale aux Antilles», AntillesGuyane, Présence Africaine, (43), 3 r trimestre, 1962: 245. 2. Ricardo López Muñoz, «Henri Bangou: Aliénation et sociétés postesclavagistes aux Antilles», Anales del Caribe, La Habana, (4-5), 1984-1985: 429. 3. Paul Estrade, «Las Antillas Hispánicas: defensa de un concepto inusitado», Contracorriente, La Habana, 2(3), enero-marzo, 1996: 1630. 4. Ibíd.: 18. 12. Véase Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, Lettres créoles. Tracées antillaises et continentales de la littérature, 1635-1975, París: Hatier, 1991: 25. 5. En la contrasolapa de Cuba, transformación del Hombre (La Habana: Casa de las Américas, 1961), se plasmaban ya los objetivos que se proponía la nueva institución: 13. Véase al respecto Jean Bernabé, Raphaël Confiant y Patrick Chamoiseau, Eloge de la créolité, París/Fort-de-France: Gallimard/ Presses Universitaires de France, 1989. La Casa de las Américas es una institución cultural creada para servir a todos los pueblos americanos, a la América que está luchando en este momento por su liberación del colonialismo. Como quiera que la Cultura debe ocupar su puesto de combate, esta institución trata, en la medida de sus fuerzas, de situar la Cultura junto al pueblo, junto a los que luchan. 14. Pradel Pompilus, Pages de littérature haitienne, Port-au-Prince: Imprimerie Théodore, 1955: 13. Esta conjetura puede apoyarse en la comparación entre la evolución de las sociedades coloniales de las antillas españolas, específicamente de Santo Domingo y Cuba, y la de Saint Domingue. En las dos primeras se conservan ejemplos de la afición literaria de sus habitantes cuya antigüedad se remonta al último cuarto del siglo XVI y los inicios del XVII, respectivamente, y referencias a textos anteriores. Aunque en Saint Domingue nunca llegaron a fundarse centros educacionales importantes, la riqueza acumulada por esa colonia permite suponer que los ricos colonos blancos enviaran a sus hijos mestizos —a los que muchos de ellos legaron valiosas propiedades— a cultivarse en Francia. 6. Su primer número correspondió a los meses de junio y julio de 1960. Acerca de esta publicación, Graziella Pogolotti ha dicho: La revista Casa de las Américas nace de la Revolución cubana y del impulso que, desde los primeros momentos, la llevó a volverse hacia el continente.[...] // Con su edad madura, la revista encuentra una forma y un estilo. // Testimonio de las nuevas inquietudes de la hora, es a la vez una expresión de las nuevas corrientes literarias de la América Latina. (Graziella Pogolotti, «Introducción», en Indice de la revista Casa de las Américas, 1960-1967, La Habana: Biblioteca Nacional «José Martí», 1969.) 15. Los historiadores consideran el texto de la Proclamación de la Independencia (redactado por Boisrond Tonnerre, secretario de Dessalines) el primer documento de la literatura haitiana. 16. Un curiosísimo caso de excepción en ambos sentidos —el literario y el ideológico—, en la literatura francocaribeña creole de finales del siglo XIX lo constituye la novela Atipa, del guayanés Alfred Parépou (seudónimo), «el primer libro digno de ese nombre escrito en este idioma [...].» (P. Chamoiseau y Raphaël Confiant, ob. cit.: 100-4.) 7. Al decir de Camila Henríquez Ureña, «quizás la más ambiciosa de sus colecciones, por su carácter histórico-literario de proyección continental» y la que ha cumplido la función de «ayudar a combatir el mal antiguo y grave que es el desconocimiento de los valores literarios de la América Latina, mal que aqueja no solo a los países de otros continentes sino a los propios americanos.» (Camila Henríquez Ureña, «Sobre la Colección Literatura Latinoamericana», Casa de las Américas, 8(45), noviembre-diciembre, 1967: 159-62.) 17. Michel Leiris, Contacts de civilisations en Martinique et en Guadeloupe, París: UNESCO/Gallimard, 1955: 106. 18. Véase René Depestre, «Para Jacques Stephen Alexis», en: Por la Revolución. Por la poesía, La Habana: Instituto del Libro, 1969: 165-74. 8. Con posterioridad colaboraron con él la profesora inglesa Jacqueline Kaye y más tarde la francesa Colette Fayole, bajo la dirección de Graziella Pogolotti. Cabe a los tres, especialmente a Goldberg, el reconocimiento de haber sido los primeros en contribuir al desarrollo estos estudios en nuestro medio académico; además de sus cursos, también fueron los tutores de las primeras tesis de grado sobre estos temas, y formaron a los futuros profesores, investigadores y traductores, que más tarde 19. Las intervenciones de los intelectuales francocaribeños en el Congreso de París fueron las más radicales. En Roma el peso de la balanza fue alterado en favor de las teorías de Senghor y sus seguidores. El escritor cubano Walterio Carbonell, que residía entonces en Europa, asistió a las dos convocatorias. 20 El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana 30. Como se sabe, en 1948, Guillén publicó el segundo de sus grandes poemas elegíacos, «Elegía a Jacques Roumain en el cielo de Haití». Cuando lo publica nuevamente (La paloma de vuelo popular. Elegías, Buenos Aires: Losada, 1958), como ocurrió con la «Elegía antillana» (1944) —finalmente identificada solo como «Elegía» en El son entero, (1947)— su título definitivo fue «Elegía a Jacques Roumain». Ya con anterioridad el tema antillano había tenido una significativa presencia en la obra de Guillén. En el poema homónimo que da título a su libro West Indies Ltd., publicado en 1934, y que marcó el tránsito de Guillén a una poesía donde lo social cobraba una mayor peso que en sus cuadernos anteriores, refleja, sin haberlas visitado aún, «la pobreza sustancial de las Antillas, [...] su desamparo económico y político, [...] su mimetismo con el norteamericano, vecino poderoso». (Roberto Fernández Retamar, «Guillén en la poesía contemporánea cubana», en: El son de vuelo popular, La Habana, UNEAC, 1972: 25.) Cuatro años más tarde, a su regreso de Europa, una breve estancia en Guadalupe, donde puede palpar la realidad que había vislumbrado, le inspira un breve poema que incorporaría en posteriores ediciones de su libro del 34, «Guadalupe W.I.». Prueba de esta «conciencia antillana» —al decir de Keith Ellis—, mantenida hasta el final de sus días, serán sus poemas «Canción puertorriqueña» (La paloma de vuelo popular, 1958), «El Caribe», y «Tonton macoute» (El gran zoo, 1967). 20. La atribución a Patrick Chamoiseau del exclusivo Premio Goncourt en 1992 por su novela Texaco, aunque no es la primera vez que recae en un autor de esa nacionalidad —en 1922 le fue otorgado a René Maran por la novela Batouala, de tema negro, pero que se desarrolla en Africa—, abre grandes perspectivas a la producción de otros autores. Esperemos que estas expectativas se cumplan, pues en 1958, cuando el también martiniqueño Edouard Glissant recibió el Premio Renaudot —por su novela La Lézarde—, se concibieron similares esperanzas que no llegaron a hacerse realidad. Es posible que entonces influyeran razones extraliterarias, principalmente relacionadas con la política francesa trazada para sus territorios caribeños. Pero hoy las circunstancias son otras. La política asimilacionista y el nivel indiscutible alcanzado por la producción de los escritores de las más recientes promociones, principalmente en Martinica y Guadalupe, permiten prever un desenlace diferente. 21. En cuanto a los estudios historiográficos cubanos sobre la región el mérito corresponde a José A. Saco, quien escribió una Historia de la esclavitud en las Antillas francesas, obra que permanece inédita, cuyo manuscrito fue hallado en los fondos del archivo Fernando Ortiz. Véase Orestes Gárciga Gárciga, «La Historia de la esclavitud en las Antillas francesas, de José Antonio Saco», Anuario L/L, La Habana, (12-13), 1981-1982: 152-5. 31. Césaire lo dio a conocer en 1939 en la revista francesa Volontés, poco antes de regresar a Martinica. Allí apareció solo una parte del texto. Fue esa la edición con la que trabajó Lydia Cabrera. La segunda edición apareció en París en 1947, prologada por André Breton. La edición de Présence Africaine (París, 1956) es la que puede considerarse definitiva. En mi opinión, las modificaciones sufridas por el texto en sus sucesivas versiones responden más a la evolución ideológica de Césaire que a razones de orden estético. 22. José Martí, «Fleurs des mornes», en: Obras completas, La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963; t. 5: 466. Es muy probable que Martí conociera personalmente a Durand, En 1892 y 1893, Martí, en tránsito hacia Santo Domingo para visitar a Gómez, o de regreso, estuvo en Haití y de allí saldría en 1895 para integrarse a la guerra en Cuba. En septiembre-octubre de 1892 permaneció unos diez días en Port-au-Prince y un año después, en junio de 1993, se instaló algunos días en esa ciudad. En esa época, Durand era Diputado a la Cámara de Representantes y posiblemente aún su Presidente, cargo para el que había sido elegido en 1888. Teniendo en cuenta los contactos que Martí sostuvo con el entonces presidente, Florvil Hyppolite (1889-1896), es muy probable que se estableciera una relación amistosa entre ambos poetas, como la que existió entre Martí y el también escritor y político haitiano Antenor Firmin. Además, Durand patentizó su apoyo a la lucha cubana en su poema «Aux cubains» («A los cubanos»), en el cual alienta a nuestros mambises a no desmayar hasta conseguir la victoria. 32. El libro de Césaire fue la primera obra de estos poetas que alcanzó gran reconocimiento. Con anterioridad, el guayanés Léon Damas había publicado Pigments (1937). Senghor presentó Chants d’ombre en 1945 y Hosties noires en 1948. La publicación por Damas de la antología Poetas de expresión francesa (1947), y de la Antología de la poesía negra y malgache (1948) seleccionada por Senghor, con el prólogo de Sartre titulado «Orfeo negro», consolidaron la aceptación de esta doctrina literaria. 33. Aimé Césaire, «Batouc», Orígenes, 2(6), verano, 1945: 22-6. 23. René Depestre, refiriéndose a Durand, expresa: «Hubo en la segunda mitad del siglo pasado una reacción saludable por parte de un gran poeta, Osvaldo (sic) Durand [...]. Por la audacia de su imaginación, es el padre del lirismo en nuestro país, y ha dejado, tanto en francés como en creole, poemas que resisten el tiempo. (René Depestre, «Breve introducción a la literatura haitiana», en Panorama de la actual literatura latinoamericana, La Habana: Casa de las Américas, 1969: 242.) 34. Jean F. Brierre, Black soul, La Habana: Lex, 1947. 35. Daniel Arty, «La Revolución cubana y Haití», en Cuba, transformación del hombre, La Habana: Casa de las Américas, 1961: 191. 36. René Depestre, Minerai noir, París: Présence Africaine, 1956; Mineral negro, La Habana: Ediciones R, 1962. Con anterioridad había publicado Etincelles (Chispas), Port-au-Prince: Imprimerie Nationale, 1945; Gerbes de sang (Flores de sangre), Port-au-Prince: Imprimerie Nationale, 1946; Végétation de clarté (Vegetación de claridad), París: Pierre Seghers, 1951; Traduit du grand large (Traducido de la alta mar), París, Pierre Seghers, 1952. 24. Al revisar la Bio-bibliografía de don Fernando Ortiz, (La Habana: Biblioteca Nacional, 1970), puede encontrarse que la primera referencia directa al tema antillano es una breve nota titulada «La muerte de un antillanista» (Surco, La Habana, 1(3), octubre, 1930: 12), dedicado al arqueólogo y etnólogo norteamericano Jesse Walter Fewkes. Un año más tarde, Ortiz publica un estudio geográfico titulado «Antillas» (Geografía universal, Barcelona: Instituto Gallach, 1931; t. 5: 139-221). 37. Véase René Depestre, Journal d’un animal marin, París: Pierre Seghers, 1964. De los libros publicados por Depestre durante su estancia en Cuba es en este donde incluye sus mejores poemas de amor. 25. Este texto fue considerado de inmediato por el crítico y escritor surrealista francés Raymond Queneau «uno de los libros más hermosos que nos hayan llegado del Nuevo Continente en los últimos años». 38. René Depestre, Un arcoiris para el occidente cristiano. Poema-misteriovodú, La Habana: Casa de las Américas, 1967. Fue traducido por Heberto Padilla, pero Roberto Fernández Retamar tradujo el Canto V. 26. Su visita circunstancial a Guadalupe en 1955 le inspiró otra de sus grandes novelas, El siglo de las luces, a cuyos personajes desplaza por todo el Caribe. 39. ——, Cantata de Octubre a la vida y la muerte del Comandante Ernesto Che Guevara, La Habana: Instituto del Libro, 1968. La traducción es de Max Figueroa Esteva. 27. Angel Augier, Nicolás Guillén, La Habana: UNEAC, 1971: 218-9. 28. Jacques Roumain, «La poesía como arma», Gaceta del Caribe, La Habana, 1(1), marzo, 1944. 40. Con motivo de la celebración del Congreso Cultural de La Habana y del noveno Premio Casa de las Américas, el recién fundado Centro de Investigaciones Literarias de esa institución efectuó un ciclo de conferencias sobre la literatura latinoamericana. Allí Depestre presentó 29. Anthony Lespès, «El drama de los escritores haitianos», Gaceta del Caribe, La Habana, 1(9-10), noviembre-diciembre, 1944: 15. 21 Emilio Hernández Valdés 49. ——, Toussaint Louverture. La Revolución francesa y el problema colonial, La Habana: Instituto del Libro, 1967. dos conferencias sobre la literatura del Caribe francófono. Véase «Breve introducción a la literatura haitiana»; «Literatura antillana de expresión francesa», en Panorama de la actual literatura latinoamericana, ob. cit.: 241-50; 264-80. 50. ——, Poesías, La Habana, Casa de las Américas, 1969. Con posterioridad a Ferrements (Herrajes), aparecido en 1961, Césaire no volvió a publicar otro libro de poesía hasta que dio a conocer Moi, laminaire... poèmes (París: Editions du Seuil, 1981). 41. ——, Por la revolución, por la poesía, ob. cit.; Buenos días y adiós a la negritud, La Habana, Casa de las Américas, 1985. 51. En otro lugar he señalado las deficiencias de esta edición, principalmente relacionadas con irregularidades en la traducción del Cahier...(Emilio Hernández Valdés, «¿Dos traducciones de Cahier d’un retour au pays natal? [ponencia]. IV Simposio de Traducción Literaria. La Habana, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 16-17 de abril de 1996). 42. René Depestre, El palo ensebado, La Habana: Instituto del Libro, 1975. La traducción es de Pedro de Arce. 43. Gobernadores del rocío, es la obra francoantillana más difundida en Cuba. Sumadas sus ediciones sobrepasan los ciento veinte mil ejemplares; además, ha sido transmitida por radio y llevada al cine por Tomás Gutiérrez Alea con el título de Cumbite (1964. Con anterioridad Roumain había escrito otras obras de ficción que anunciaban al gran novelista que se iba a revelar en Gobernadores del rocío. En su primera juventud escribió dos noveletas que apoyan este criterio: La presa y la sombra (La proie et l’ombre), (1930) y Los fantoches (Les fantoches) (1931), así como un relato campesino «La montaña embrujada» («La montagne ensorcelée) (1931). Dedicado fundamentalmente a la política durante los años finales de la ocupación norteamericana, escribe, en colaboración con Christian Beaulieu, un documento de sumo interés: «Análisis esquemático 1932-1934» («L’analyse schématique»), que constituye el primer ensayo de interpretación marxista de la realidad haitiana, y tiene una significativa concordancia, no solo temporal, sino también de contenido con un texto fundamental del pensamiento político cubano de la época: «Las contradicciones internas del imperialismo yanki en Cuba y el alza del movimiento revolucionario», (1933) de Rubén Martínez Villena. 52. Alexis escribió además L’espace d’un cillement (En un abrir y cerrar de ojos) (1959), publicada en México en traducción del escritor colombiano Jorge Zalamea. En esta novela, aunque su trama se desarrolla en Puerto Príncipe, sus protagonistas son cubanos y Jesús Menéndez es un personaje referido, un tanto a la manera balzaciana. Su último libro, Romancero aux étoiles (Romancero a las estrellas), publicado en 1960, reúne cinco noveletas que deben mucho a la literatura oral haitiana y a la mitología de ese país. 53. Fernand Hibbert, Sena, La Habana: Casa de las Américas, 1977. 54. Paul Laraque, Les armes quotidiennes. Poésies quotidiennes, La Habana: Casa de las Américas, 1979. Fue traducido por Nancy Morejón. 55. Julio Cortázar, «Discurso en la constitución del Premio Literario Casa de las Américas 1980», Casa de las Américas, 20(119), marzo-abril, 1980: 3-8. 44. Véase Jacques Roumain, Pedro Mir y Jacques Viau, Poemas de una isla y dos pueblos, La Habana: Casa de las Américas, 1974: 11-33. Estos poemas fueron traducidos por el poeta catalán Agustí Bartra, Nicolás Guillén, Fayad Jamís y Roberto Fernández Retamar, a quien pertenece la selección. 56. Carbet es el nombre de la playa por la que desembarcó Colón cuando descubrió la isla de Martinica en su último viaje a América. La elección del nombre del concurso parece expresar su objetivo: descubrir nuevos talentos. En su primera edición resultó premiado el narrador de Martinica Patrick Chamoiseau por su novela Antan d’enfance (1990). Autor, junto con el lingüista Jean Bernabé y el novelista Raphaël Confiant del ensayo Eloge de la créolité (1989), de gran resonancia, al igual que sus novelas Chronique des sept misères (1988) y Solibo Magnifique (1991). 45. Roberto Fernández Retamar, «Fanon y la América Latina», en: Ensayo de otro mundo, La Habana: Instituto del Libro, 1965: 124. 46. Frantz Fanon, Por la revolución africana. Escritos políticos, La Habana: Edición Revolucionaria, 1966; Piel negra, máscaras blancas, La Habana: Instituto del Libro, 1968. 57. La editorial Arte y Literatura publicó en 1980 su novela La Lézarde (1958), con el título El lagarto. Es uno de los autores más importantes de Martinica. Poeta, novelista, ensayista, publicó también una obra de teatro que tiene como protagonista a Toussaint Louverture (Monsieur Toussaint). Autor de otras novelas, como Le quatrième siècle, Malmort, y Mahagony. 47. Aimé Césaire, «De Lumumba o una temporada en el Congo»; «De Discurso sobre el colonialismo», Casa de las Américas, 6(36-37), mayoagosto, 1966: 81-90, 154-67. Las traducciones son de Roberto Fernández Retamar y Magaly Muguercia, respectivamente. El estreno mundial de Lumumba..., se produjo en septiembre de 1967 en el XXVI Festival Internacional de Teatro efectuado en Venecia, dirigida por Jean-Marie Serrau. En 1969 se estrenó en La Habana, en una puesta de Roberto Blanco y la traducción de Nancy Morejón y Juan Larco. Próximamente el grupo Teatro Popular estrenará en La Habana una nueva versión. 58. Casa de las Américas, 31(182), enero-marzo, 1991: 165. 48. Aimé Césaire, «La tragedia del rey Cristóbal», Conjunto, La Habana, 2(4), agosto-septiembre, 1967: 15-62. Véanse en ese mismo número las opiniones de varios teatristas sobre la polémica puesta en escena de Nelson Dorr. © 22 , 1996. La literatura cierre del 1996. siglo no.caribeña 6: 23-34,alabril-junio, La literatura caribeña al cierre del siglo Mar garita Mateo P almer Margarita Palmer Profesora. Universidad de La Habana. bien el primer contacto cultural Europa-América se produjo precisamente en el Caribe en 1492, medio milenio después, paradójicamente, la literatura caribeña, en tanto sistema regional de valores y direcciones estéticas, sigue siendo un mundo por descubrir. Pero en el cierre del siglo XX , el más elemental examen evidencia un importante cambio cuantitativo y cualitativo frente a los primeros tanteos y la fragmentación cultural observables, digamos, hace un siglo. De hecho, la literatura caribeña exhibe actualmente una madurez y una vitalidad tales, que más parecería obcecación que simple ignorancia o desinterés seguir desconociendo sus realizaciones. Puede resultar asombroso, por ejemplo, para quienes no han estado al tanto de la evolución literaria del área, el hecho de que el Caribe de colonización inglesa o francesa —para excluir, con toda intención, la literatura del Caribe español, que en general ha contado con una mejor difusión y recepción críticas— haya recibido varios galardones de los más prestigiados en el mundo intelectual: Dereck Walcott, de Santa Lucía, el Premio Nobel; Raphäel Confiant, de Martinica, un Premio Noviembre de la prensa de París; y Patrick Chamoiseau, también de Martinica, el Premio Goncourt 1992. 1 Por otra parte, no debe olvidarse el hecho poco comentado It is not pressure of the past which torments great poets, but the weight of the present. Dereck Walcott «The Muse of History» E l Caribe ha producido, sin la menor duda posible, una literatura regional marcada por una singular complejidad en su orientación y desarrollo, que ha incidido —muy a menudo negativamente— en la valoración crítica de sus realizaciones. Entre los factores que han marcado la evolución literaria de este espacio sociocultural hay algunos que mantienen todavía, en esta última década del siglo XX , un peso importante, que obliga a tenerlos siempre en cuenta. Son, por ejemplo, la pluralidad lingüística; la convergencia de diferentes etnias, y el consiguiente y variadísimo proceso de transculturación; el desfase cronológico en la evolución literaria de las distintas áreas culturales del Caribe, y, por este y otros factores, la no sincronía del discurso literario caribeño; el hecho de la muy escalonada obtención de la independencia política, que se vincula, además, con importantes diferencias en las interrelaciones metrópoli-colonia o excolonia. Si a eso se añaden las limitaciones en cuanto a valoraciones histórico-literarias de conjunto, podría decirse que, si 23 Margarita Mateo Palmer En el cierre del siglo XX, el más elemental examen evidencia un importante cambio cuantitativo y cualitativo frente a los primeros tanteos y la fragmentación cultural observables, digamos, hace un siglo. De hecho, la literatura caribeña exhibe actualmente una madurez y una vitalidad tales, que más parecería obcecación que simple ignorancia o desinterés seguir desconociendo sus realizaciones. de que en los últimos treinta años esta área insular del Caribe ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nobel y en dos de ellas ha sido otorgado a intelectuales de la pequeña isla de Santa Lucía, cuya población es solo de alrededor de 130 000 habitantes. Como ha afirmado el crítico dominicano Pablo A. Maríñez: Dos Premios Nobel para un mismo país del Caribe en apenas algo más que una década, es mérito suficiente como para cuestionar los prejuicios eurocentristas que tratan de negar toda importancia a la región, ni siquiera para que merezca ser estudiada. 2 Las reflexiones que seguirán a continuación no aspiran a realizar un balance de exhaustiva valoración académica. Sentado ya el hecho de que el Caribe ha venido proyectándose —sobre sí mismo y sobre el mundo— como concierto de voces de suficiente estatura literaria y cultural, conviene asumir una perspectiva crítica que sea, en su actitud, radicalmente distinta al vacío y desinterés con que se han enfrentado las voces regionales. En efecto, cien años atrás el Caribe no existía como valor literario. Entiéndase: hubo grandes figuras, bien que poco numerosas; pero no eran vistas en el trasfondo de la región sociocultural a que pertenecían, sino, todo lo más, enmarcadas rígidamente —y a veces todavía lo son— en el ámbito de sus naciones respectivas. Pero en el cierre de este siglo el Caribe existe y una de las modalidades más vitales de esa existencia es la creación literaria. Es verdad que, desde el punto de vista del estudio de la literatura, no se ha logrado un verdadero enfoque que abarque la región en sus más claras esencias de personalidad, de indagación temática y estilística, de difusión dinámica entre el artista y su público. 3 Sin embargo, no sería atinado seguir aguardando la aparición de estudios definitivos sobre el decursar de la literatura caribeña hasta el momento. Se impone, cada vez con más fuerza, la consideración prospectiva acerca de las direcciones artístico-estilísticas que en esta literatura —cuya evolución ha sido notablemente acelerada en los últimos cincuenta años—, vienen cobrando fuerza y hacen sentir su impronta desde la década del 60. Así pues, la proposición que aquí se presenta es la de examinar siquiera algunas de esas vertientes ya advertibles en la fase final del presente siglo. Pero el Caribe, en la relativamente limitada extensión de sus islas —marinas y continentales— se despliega en una enorme variedad y riqueza cultural. Es por ello que se impone una selección de esferas, de manera que se pueda ensayar consideraciones del mayor peso posible. Si de lo que se trata es de enfrentar la energía ascendente de la región en las décadas señaladas, resulta más elocuente, por paradójico que ello pueda parecer, el centrar la atención, no en el Caribe de habla española, donde existen literaturas nacionales tiempo ha consolidadas para sí y para el ámbito continental. Por el contrario, la producción literaria de Barbados, Guadalupe, Surinam, Trinidad y Tobago, Curazao, Guayana francesa, Santa Lucía, Martinica, Guyana, etcétera, puede ser un apoyo inestimable en el trazado de las coordenadas literarias de los 70 y los 80, sin que ello implique —al menos en los puntos de vista que aquí se sustentarán—, que el Caribe de habla hispana esté excluido de los fenómenos que ahora serán comentados en términos de tónicas generales de la región. Hay que partir de una observación obvia, pero imprescindible: los 70 y los 80 no constituyen un período autónomo; antes bien, son el resultado de un largo proceso evolutivo. Perfilar sus características entraña tomar en cuenta constantes literarias del resto del siglo XX. En el Caribe, durante las décadas precedentes a 1970 puede identificarse un rasgo —de actitud artística, temático y aun estilístico— dominante en buena parte de la creación literaria: el problema de la identidad sociocultural, proyectada también sobre el plano individual. 4 La presencia sostenida de la identidad, ya sea como tema, ya como polémica explícita o implícita, respondía no solamente a la voluntad artística de los escritores, sino también, desde luego, a una problemática de hondas, complejas y torturadas raíces históricosociológicas. Es importante, pues, tener sabido que la literatura caribeña, desde muy temprano, concedió vital importancia a un qué somos, pregunta que se ramificó en variantes sutiles: cómo ser, dónde serlo, por qué medios, con qué finalidad, con quiénes integrar la búsqueda socio-ontológica de la región. Es en esta línea donde se inscribieron, en su día, obras aparentemente tan disímiles como Banana Bottom (1933), Tuntún de pasa y grifería (1937), Cahier d’un retour au pays natal (1939), Hay un país en el mundo (1949), Compère Général Soleil (1955) o Wide Sargasso Sea (1966), por solo mencionar algunas. La primera variación de importancia fundamental que se advierte como tónica en los 70 y los 80 consiste 24 La literatura caribeña al cierre del siglo como sustratos importantes de la representación histórica. En esa ficcionalización se tiende ya a conformar arquetipos regionales, lo cual representa un movimiento definido hacia la aprehensión de una esencia que rebase los marcos nacionales en busca de una mayor universalidad. A partir de los 70 se produce una indagación más firme en este rumbo. Por una parte, se advierte un mayor interés, no solo por temáticas y problemas de alcance más general, sino además, el ámbito mismo de la indagación histórica —sus coordenadas espaciales— tiende a expandirse en un movimiento que abarca ahora las más diversas latitudes. No solo Africa, zona tradicionalmente privilegiada por el artista caribeño, como se verá más adelante, sino otras regiones de Europa, Asia, el resto de América Latina o los Estados Unidos, pasan a ser el escenario donde se despliega, en muchas ocasiones, el mundo ficcional del escritor.5 Es decir, no solo desde el punto de vista de la problemática ideoestética que se debate en los textos, sino también desde la más elemental perspectiva de su ubicación espacial, la literatura caribeña de las dos últimas décadas, aun cuando aparentemente retorna a un plano de mayor particularidad, debido al nivel de concentración del plano espacial —en un movimiento que parece contradictorio con los arquetipos cronotópicos de los 60— alcanza una universalidad mayor a través de esta peculiar focalización que amplía sus fronteras. El escritor jamaicano John Hearne, por ejemplo, cuyo interés por la historia es notable en su amplia obra narrativa —«History is the angel with whom all we Caribbeans Jacobs have to wrestle sooner or later if we hope for a blessing» [«la historia es el ángel con el cual todos los jacobos caribeños, tarde o temprano, tenemos que luchar, si aspiramos a una bendición»], afirmó decididamente el autor en 19766— abandona en The Sure Salvation (1981) el espacio inventado de Cayuna, la isla que fue escenario de varios de sus textos anteriores, para en un gesto que lo acerca a otra temática reiterada en la literatura caribeña —el viaje—, situar la acción a fines del siglo XIX en un barco inglés que transporta ilegalmente esclavos a América. En una dirección similar a la universalidad de los temas abordados, a través de la indagación histórica se mueven las novelas de la guadalupeña Maryse Condé, y en particular, Moi, Tituba, sorcière noire de Salem (1986), un texto en el que la protagonista, una esclava ya conocida como hechicera en las islas del Caribe, es acusada y perseguida por participar en algunos de los hechos ocurridos durante la cacería de brujas de Salem en 1692.7 No obstante, más significativa —y me animaría a afirmar que más representativa como tendencia de las nuevas búsquedas ideo-estéticas de la región— resulta la reafirmación, cada vez más perceptible, de aquellas estrategias en las que la historia se deconstruye para ser reconfigurada en una modelación muy especial, donde se dinamitan las fronteras, ya confundidas en la década del 60, entre historia y ficción. Esta tendencia se verifica a través de la pulsación de un espectro de posibilidades en que el tema de la identidad, que sigue siendo de suma importancia en la producción literaria de estos años, ya no se enfoca desde la perspectiva del autodescubrimiento o del reconocimiento —inmediato, deslumbrado, sorprendido, pero también en ocasiones, agónicamente asumido— de las esencias caribeñas. Por el contrario, en la medida en que el creador alcanza, a través de una angustiosa etapa de búsqueda precedente, una mayor integración de los fragmentos que componen su entorno cultural e histórico, asume arduamente su otredad, ya no para lamentar la diferencia o detenerse estérilmente ante ella, sino para afirmarse en esa conciencia de que se es distinto. De este modo la literatura caribeña de las últimas décadas ha convertido su alteridad en un gesto creador y fecundo que se vuelca, enriquecido, hacia el universo. Para estas fechas, aunque no todo el camino ha sido andado en profundidad, existe ya una conciencia más sosegada y segura de los perfiles propios. En efecto, estas dos décadas propician una literatura que está bregando menos con el color local, el costumbrismo, la asunción inmediata del folklore y las peculiaridades lingüísticas, y, en fin, con el arsenal pintoresquista que también utilizó con fuerza la literatura latinoamericana continental en el siglo XIX y en las cuatro primeras décadas del XX. Mas debe advertirse que, en lo esencial, los escritores no se apartan de sus fuentes culturales; lo que ocurre es una decantación de superfluidades a nivel temático y estilístico. Pudiera decirse que, en términos de composición del discurso, se atenúa el descriptivismo precedente, la organización «sociologizante» de la materia literaria, de manera que el texto no es organizado solo con la finalidad de elaborar una modelación literaria de la identidad, sino que la necesidad de reflejar la identidad propia, no solo coexiste, además dinamiza las finalidades artísticas de la obra. La indagación en la historia, ya como trasfondo o como arista temática central del mundo representado, fue una de las modalidades que con mayor frecuencia adoptó la búsqueda de identidad en la primera mitad de este siglo. En la medida en que las huellas del pasado parecían haber sido borradas por el largo olvido de la sociedad colonial o por un conocimiento histórico que respondía a intereses ajenos y aun hostiles, el artista caribeño volcó su atención sobre aquellos eventos de ayer que le permitían asumir más diáfanamente un presente en el que las resonancias de la tradición se mantenían vivas. Clásicos de la literatura caribeña como El negrero (1933) de Lino Novás Calvo, New Day (1949) de Vic Reid, o más recientemente, Land of the Living (1961) de John Hearne y Le Quatrième Siècle (1964) de Edouard Glissant son momentos importantes de este reconocimiento del devenir histórico que se orienta hacia una imagen abarcadora del mismo. Es precisamente la década del 60 la que permite una transición en la que la historia comienza a ser remodelada con más libertad. Los creadores, antes detenidos ante el dato histórico —la fecha, el evento, la fuente bibliográfica— se orientan hacia una mayor ficcionalización, que incorpora el mito y la tradición 25 Margarita Mateo Palmer En la medida en que el creador alcanza, a través de una angustiosa etapa de búsqueda precedente, una mayor integración de los fragmentos que componen su entorno cultural e histórico, asume arduamente su otredad, ya no para lamentar la diferencia o detenerse estérilmente ante ella, sino para afirmarse en esa conciencia de que se es distinto. formales mucho más amplio que, sin duda alguna, se integra al conjunto de rasgos que hoy la crítica literaria considera caracterizadores del posmodernismo. Piénsese por ejemplo, en procedimientos como la reevaluación de formas no canónicas del discurso, la problematización de la historia, la recuperación de lo ex-céntrico y lo fragmentario, la reivindicación de las voces de los vencidos o la inclinación a la autorreflexión, por solo mencionar algunos rasgos.8 Sin embargo, no debe olvidarse que en el Caribe —un espacio marginal dentro de la marginalidad, periférico en el borde mismo de la periferia y, por así decirlo, una de las últimas fronteras de un mundo subalterno— la relación con el devenir histórico a través del discurso literario siempre ha sido una relación tensa y problematizada, marcada por el cuestionamiento. El contrapunteo entre la historia oficial y la historia real, aquella cuyo rostro fue desdibujándose en el transcurso de un tiempo suspendido en un entorno colonial que perdía la memoria, y con ella, la posibilidad de fijar algunos hechos trascendentes, fue una de las formas presentes desde los inicios mismos de esta literatura, inclinada entonces a la reconstrucción fidedigna de los hechos históricos, escamoteados o tergiversados por la historiografía oficial. De este modo, no resulta extraño para aquellos que conocen la literatura del área, la presencia en ella de algunos de los códigos privilegiados ahora por la posmodernidad, aunque, desde luego, sea más notable y artísticamente depurada su resonancia en las letras de las dos últimas décadas. Aunque, como se ha dicho, no se analizarán aquí los textos del Caribe español, no pueden dejar de mencionarse brevemente obras como El arpa y la sombra (1979), la última novela del cubano Alejo Carpentier, La biografía difusa de Sombra Castañeda (1980) del dominicano Marcio Veloz Maggiolo o La noche oscura del Niño Avilés (1984) del puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, en las cuales la presencia de la metaficción historiográfica, el amplio uso de la intertextualidad y la autorreflexión podrían ilustrar cabalmente esta orientación. En textos como Mère Solitude (1983) del haitiano Emille Olivier, quien desde fines de la década del 70 había mostrado su interés por la indagación de tema histórico, 9 puede advertirse una orientación similar. El narrador James Carnegie, quien también había incursionado en el ensayo histórico, 10 recupera una imagen del pasado jamaicano a través de una elaboración anecdótica cuyos propios fundamentos tienden a quebrar las claves tradicionales de la representación histórica. En esta novela, cuya técnica narrativa actualizada se apoya en la fragmentación del texto y en los cambios del punto de vista, se recrea la sociedad esclavista a partir de una perspectiva que resulta inesperada y novedosa: la dinámica del intercambio sexual en la plantación de Bonavist, un motivo que oblicuamente reproduce la estructura de dominación y poder que predominó en el Caribe del siglo XIX . Al privilegiar una óptica tradicionalmente omitida en la representación de la historia y centrar su atención en hechos aparentemente intrascendentes —subestimados, considerados no dignos de ser registrados por la Historia— Wages Paid propone un modo diferente de recuperar el pasado, a través de las voces silenciadas, y de estructuras que, como la sexual, han sido discriminadas por el discurso y las fuentes historiográficas. Igualmente en Natives of my Person (1972) George Lamming había asumido la historia —en este caso la prestigiosa historia de una metrópoli europea colonizadora—, con un desenfado y una ironía notables. Todos estos textos, a los que me he referido muy rápidamente, parecen responder a una concepción general de la historia que no desconoce el poder de la representación en la legitimación de algunas perspectivas ideológicas, y por ello mismo, no solo tiende a privilegiar un nuevo conocimiento, contestatario y en pugna con los intereses coloniales y neocoloniales, sino que, a partir de una autoconciencia de la ficcionalidad en la recreación histórica, se mueve con mayor soltura y creatividad en el plano estético. En Segou, la gran saga histórica sobre el pasado africano, Maryse Condé lleva a cabo una ruptura con el Africa mítica, a la vez que recupera, como una de las coordenadas básicas de la elaboración del texto, algunas formas tradicionales de la narración oral —cantos, leyendas, proverbios— y estructura su mundo ficcional sobre antiguas tradiciones, como la creencia en la predestinación, la adivinación del futuro o la presencia del espíritu de los muertos en el presente. Una de las formas que adoptó la búsqueda de identidad en la literatura caribeña de la primera mitad de este siglo fue la indagación en las raíces étnicas de los pueblos del Caribe y, principalmente, la representación de los conflictos del hombre negro, cuya presencia, amplia y marginada, es un denominador común en el variadísimo espectro de razas que integran la región. 11 26 La literatura caribeña al cierre del siglo (1981) de Maryse Condé, por ejemplo, puede advertirse cómo la visión utópica del espacio africano cede paso a una imagen desmitificada de ese continente. La obra de René Depestre, Bonjour et adieu à la négritude (1980) representa un ajuste de cuentas con las disímiles tendencias que había promovido en el Caribe la búsqueda de reafirmaciones raciales. Este texto sella una polémica que, en sus anteriores formulaciones, parece ya clausurada a partir de los 70: en la medida en que el hombre negro, a través de un arduo período de luchas anteriores, ha logrado una mayor reafirmación de sí mismo, está en condiciones de abandonar también el lastre que los prejuicios y odios raciales le habían impuesto. Depestre, luego de un agudo balance crítico de los valores y desaciertos de la negritud, proclama una identidad «panhumana» que permita al hombre caribeño proyectarse más allá del estrecho cerco del castillo de su piel. Es posible advertir, en la obra de este y otros intelectuales caribeños, que las preocupaciones estrictamente raciales tienden a diluirse en líneas de pensamiento más generales que, como la antillanidad, un concepto largamente elaborado por Edouard Glissant, 13 la insularidad, que tiene una larga tradición regional —recuérdese, por ejemplo, el diálogo de José Lezama Lima y Juan Ramón Jiménez— 14, la creolidad 15 o la caribeñidad tienden a afianzar una apertura en la sensibilidad de la región. Un diapasón más amplio, que se proyecta hacia la síntesis de diversos legados —anunciada ya en «Balada de los dos abuelos» de Nicolás Guillén— va ganando fuerza, como tónica dominante, en el quehacer literario. Es en este sentido que debe entenderse el rechazo de Dereck Walcott a un pasado histórico que deja como herencia «a literature of revenge, written by the descendant of slaves, and a literature of remorse, written by the descendants of the master» (una literatura de venganza, escrita por los descendientes de los esclavos, y una literatura de remordimiento, escrita por los descendientes del amo).16 Mas es necesario advertir que no se trata del abandono de una temática que —en su doble vertiente, estética e ideológica— mantiene su vigencia en tanto no han desaparecido las condiciones económico-sociales que la originan. Por el contrario, poetas como Christian Rollé17 o Ellie Stephenson 18 de Guayana francesa, han sido considerados, en esta dirección, seguidores de la obra de Léon Damas,19 aunque más inclinados hacia la guyanité ya proclamada por el viejo poeta de la negritud. Lasana Sekou,20 nacido en Aruba, pero esencialmente vinculado a la isla de San Martín, se acerca reiteradamente en sus obras a la temática negra desde una perspectiva que hurga en sus tradiciones culturales —música, religiones de origen afro (entre ellas el rastafarianismo), ritmos, danzas—, pero a la vez insiste en la búsqueda de una identidad regional que también se proyecte hacia América Latina y la lucha de otros pueblos. El martiniqueño Vincent Placoly, autor de La vie et la mort de Marcel Gonstran (1971) y L’eau-de-mort guildive (1973), es considerado un écrivain-charnière que, en estos Amplios movimientos de reivindicación de los descendientes de esclavos africanos y de sus tradiciones culturales dejaron su huella en la literatura de la primera mitad del siglo XX . Trátese de la obra de autores como el jamaicano Claude McKay, que se afirma en su lema «Black is beautiful», al calor de la lucha ideológica impulsada por el garveísmo; la del martiniqueño René Maran, que obtiene con su novela Batouala el Premio Goncourt de 1922; de movimientos más extendidos como la escuela indigenista haitiana —que recibe el legado de las investigaciones de Jean Price-Mars sobre el vodú—; del negrismo, que cuenta en el Caribe de habla hispana con autores de la talla de Luis Palés Matos, Alejo Carpentier, Manuel del Cabral o Nicolás Guillén; de los poetas de la negritud, entre cuyos gestores se encuentran el guayanés Léon Damas y el martiniqueño Aimé Césaire; lo cierto es que en esta diversidad de textos, escritos en distintas lenguas, puede apreciarse un mismo afán común: el de reivindicar la imagen del hombre negro y sus tradiciones como parte integral de un Caribe que no puede llegar a realizarse cabalmente sin asumir esa importante herencia. No es superfluo recordar —pues muy a menudo se olvida este aspecto y se tiende a valorar estos movimientos solamente desde una perspectiva ideológica— que estas expresiones literarias implicaron también, desde el punto de vista estrictamente formal, la incorporación de nuevas técnicas y procedimientos estilísticos que contribuyeron decisivamente al desarrollo de las vanguardias artísticas en la región. En la década del 60 la literatura sobre el tema negro mantiene su vigencia. Incluso podría hablarse de una intensificación de esta temática al calor de los movimientos raciales que tienen lugar, digamos, en los Estados Unidos —Black Power, Black Panthers, etcétera—, o de la mayor difusión del movimiento Rastafari en Jamaica. Africa continúa siendo una región mítica, añorada, una suerte de espacio abierto a la utopía sobre el que algunos artistas vuelcan su mirada. No obstante, ya desde entonces, aparecen algunas tendencias que serán dominantes en las décadas posteriores. Por una parte, el énfasis en el aspecto racial comienza a diluirse en una concepción más amplia que abarca a otros grupos marginados, a la vez que hay un mayor interés por incorporar estéticamente la herencia cultural de origen africano. Obras como Other Leopards (1963), del guyanés Denis Williams, y más adelante The Children of Sisyphus (1964), del jamaicano Orlando Patterson, pueden ser consideradas representativas del vuelco que comienza a tener lugar en esa orientación a partir del agotamiento de una búsqueda, llevada hasta sus máximas consecuencias en ambos textos.12 Africa, aunque sigue siendo un polo de interés en los 70 y los 80, es abordada ahora desde una perspectiva que indaga más en su problemática actual, ya sea en las luchas sociales y políticas, o en los diversos conflictos surgidos después de la independencia. En novelas tan disímiles como A Bend in the River (1979) de V.S. Naipaul, Un homme en trois morceaux (1975) de Roger Dorsinville o Heremakhonon (1976) y Une saison a Rihata 27 Margarita Mateo Palmer Muy vinculado a la temática más general de la identidad aparece desde muy temprano en la literatura caribeña el tema del exilio, motivado principalmente por la experiencia, intensa y real, de la emigración económica, política o de búsqueda intelectual y artística. textos, «va en quelque sorte clôturer les élans et les dérades de la Négritude. Dans le même temps, et d’une certaine manière, il va annoncer, invoquer le bouillonnement d’émergence d’une autre époque» [«va de algún modo a cerrar los impulsos y las escaramuzas de la negritud. Al mismo tiempo, y de cierto modo, va a anunciar, a invocar la efervescencia del surgimiento de otra época»].21 Más recientemente Dany Laferrière, en Comment faire l’amour à un nègre sans se fatiguer (1985), con un fuerte apoyo intertextual en autores como Miller y Bukowski, aborda el problema de las relaciones sexuales interraciales desde una perspectiva que resulta polémica. 22 Un ejemplo de la universalidad alcanzada por la literatura de la región —que lejos de abandonar las tradiciones de origen africano, las incorpora a una cultura universal de la cual también es heredero el hombre caribeño— puede encontrarse en X/Self (1987), de Edward Kamau Brathwaite. 23 Muy vinculado a la temática más general de la identidad aparece desde muy temprano en la literatura caribeña el tema del exilio, motivado principalmente por la experiencia, intensa y real, de la emigración económica, política o de búsqueda intelectual y artística —realizar estudios superiores, entrar en contacto con casas editoriales o grandes centros de cultura, etcétera. Asociado con el motivo del viaje —pero con aristas ideoestéticas peculiares, que se acuñan a partir de las vivencias prolongadas en un nuevo espacio—, el exilio ha sido expresado de muy variadas formas. Como experiencia de conocimiento, este viajar a tierras extranjeras está vinculado al cronotopo del camino que, a su vez, guarda una estrecha relación con motivos literarios de muy antigua tradición, tales como la separación, la huida, el encuentro, el hallazgo, el descubrimiento, la búsqueda, etcétera. 24 Estos motivos, que por su naturaleza son cronotópicos, suelen estar definidos a partir del cambio del eje espacial, que a su vez se concreta en la oposición fundamental espacio conocido/espacio desconocido, que es importante en la imagen literaria que se ofrece del exilio. En la primera mitad del siglo XX la experiencia de los escritores ante un nuevo entorno propició, principalmente, una nueva mirada sobre el espacio ya conocido y asumido hasta entonces como propio. La nostalgia, la recreación del paisaje añorado, la alienación del destierro, surgida del choque a veces brutal25 con las viejas metrópolis, condujo al escritor caribeño a otras definiciones sobre sí mismo —«El viaje es apenas un movimiento de la imaginación. El viaje es reconocer, reconocerse», había afirmado Lezama26—, y acentuó la búsqueda de una identidad que se veía amenazada. Tanto la obra de Claude McKay 27 —recuérdense los poemas «The Tropics in New York», «I Shall Return», o el relato «Truant»—, como Cahier d’un retour au pays natal (1939) de Aimé Césaire —ubicado en el umbral mismo de los dos planos espaciales contrapuestos—, pueden ser considerados textos representativos, en sus diversas elaboraciones formales, de esa mirada nostálgica sobre la región propia desde la perspectiva de un país ajeno. En las décadas del 50 y del 60 el tratamiento de esta problemática se ve impulsado por el exilio, cada vez más común, de los escritores del área. 28 En el quehacer literario de estos años otros motivos van desplazando la añoranza y atenúan el tono nostálgico. Tiende a imponerse entonces, sobre esa rememoración, la ardua confrontación con el nuevo contexto, que demanda una dinámica de adecuaciones: de pérdidas, pero también de hallazgos, aunque estos aún estén privados de una perspectiva de futuro. Y es precisamente la ausencia de esa mirada prospectiva la que convierte la literatura de estos años en una verdadera literatura del desarraigo, situada entre dos aguas. En la literatura de los 70 y los 80 la experiencia de aprendizaje que implica el exilio va conduciendo no solamente a un reajuste de valores, sino a una metamorfosis ineludible que, poco a poco, pone su énfasis en la apertura hacia el nuevo espacio cultural y humano. Si la nostalgia, la remembranza de la región natal, la despedida y el regreso, habían caracterizado esta temática en las décadas precedentes, ahora el énfasis recae en la dinámica de inserción en un nuevo contexto. En la medida en que el escritor se va integrando al nuevo espacio sociocultural que lo ha acogido, comienza a tener lugar un proceso de reajuste de los puntos de referencia que hasta entonces habían orientado su escritura. Si en las manifestaciones literarias del exilio de las décadas anteriores el mundo representado se había modelado principalmente sobre un centro básico —la patria real—, a partir del cual se definían los enfoques, las escalas de valores y los puntos de vista que permitían organizar la visión de países y culturas extrañas, ahora ese centro comienza a desplazarse hacia un nuevo registro que surge de la integración al espacio ajeno.29 Desde esta perspectiva analiza Jean Joinaissant 30 la novelística de la diáspora haitiana, realizada en cuatro centros principales: Africa (Dakar), Canadá (Montreal), Estados Unidos (Nueva York), y Francia (París). Un ejemplo de la nueva problemática que enfrentan estos 28 La literatura caribeña al cierre del siglo escritores es la del narrador Gérard Etienne, quien siente que pertenece tanto a la comunidad haitiana como a la francocanadiense, y acoge en su obra múltiples lenguajes: el haitiano y el francés, pero también el québecois, en un intento por alcanzar al público lector de la comunidad donde vive actualmente. En su novela Un ambassadeur macoute à Montréal (1979), la sátira, el humor y la carnavalización —ejes centrales en la elaboración del texto— se asientan, en buena medida, sobre esa perspectiva otra que surge del desplazamiento de los puntos de referencia en el nuevo espacio del exilio. Igualmente no parece casual que Marlene Nourbesse Philip en «And Over Every Land and Sea» —primera parte de su poemario She Tries Her Tongue; Her Silence Softly Breaks (1988)—, asocie explícitamente la idea de la transformación a la búsqueda determinada por el peregrinaje en nuevos territorios. Las referencias al mito griego de Proserpina, basadas en un directo juego intertextual con la Metamorfosis de Ovidio, brindan un sugerente punto de apoyo para la expresión del sentimiento de pérdida y de identidad amenazada por la ausencia del país propio, a la vez que alude a la inevitable transformación del sujeto que participa de esa búsqueda. Según Bajtín «sobre la base de la metamorfosis se crea el tipo de representación de la totalidad de la vida humana en sus momentos cruciales y de crisis más importantes, cuando el hombre se hace diferente». 31 Hacia la representación de esa diferencia y de la transformación inevitable del sujeto en un nuevo entorno, se mueven las expresiones literarias caribeñas asociadas al exilio, en los últimos años, sobre todo cuando la permanencia fuera del país natal —Cuba, Haití, Puerto Rico, por ejemplo— se convierte en una experiencia cotidiana y prolongada indefinidamente. Sumamente complejo ha sido, a lo largo de la historia de la literatura caribeña, la elección de una lengua que permita al escritor expresarse en la medida de su vocación e inclinaciones estéticas. No se trata solamente del dilema general de todo creador en busca de un lenguaje artístico. En el caso del Caribe, la pluralidad lingüística de una región donde coexisten diferentes lenguas metropolitanas con aquellas que fueron surgiendo del intercambio con la palabra del conquistador,32 pone al escritor en contacto con una complejísima problemática que a veces se concreta en el más primario y elemental dilema sobre en qué lengua escribir. 33 No es superfluo recordar que esta opción está íntimamente vinculada con otros problemas de recepción de la obra literaria —el público al cual va dirigido el texto, la accesibilidad del lector a una u otra lengua, etcétera—, pero también a la no menos importante cuestión de la universalidad y las potencialidades estéticas de cada lenguaje. Ante esta extraordinaria gama de posibilidades, las preferencias de los creadores han sido, desde luego, diversas. Así, hay escritores como Dereck Walcott o Jacques Stephen Alexis que se expresan principalmente en las lenguas de origen europeo; otros, como Claude McKay o Félix Morisseau-Leroy, escribieron tanto en las lenguas créoles 34 como en las metropolitanas; algunos, como Emile Roumer o Louise Bennet, asumen principalmente el créole, y aun aquellos como Pierre Lauffer o Elis Juliana, que adoptan el bilingüismo y escriben tanto en papiamento como en holandés. Pero el espectro de posibilidades es mucho más amplio. Como expresa R.B. Le Page, en una afirmación que es igualmente válida para el Caribe anglófono: The writer in the West Indies today similarly has to decide whether he is going to use dialect consistently througout his book, or just for parts of it, and whether he is going to adopt every feature of the dialect or just some features in any particular sentence. There is range of options open to him.35 (El escritor caribeño de hoy, asimismo, tiene que decidir si va a utilizar el dialecto consistentemente a través de todo su libro o si lo empleará solamente en algunas partes de este, y si va a incorporar cada rasgo del dialecto o solo algunas de sus características en una oración particular. Hay un amplio rango de opciones que se le ofrecen.) De hecho, en la primera mitad del siglo XX estas posibilidades fueron tanteadas por los escritores de la región. En un afán por asumir las raíces más populares de su cultura, con una orientación que no difiere básicamente de las tendencias predominantes en el resto de la literatura latinoamericana de entonces, el escritor caribeño trató de incorporar a su escritura el habla coloquial de su nación. Desde el punto de vista estilístico este intento condujo, primeramente, a contradicciones y rupturas en el seno de la propia escritura, que ya han sido ampliamente estudiadas. Es a partir de los años 50 y 60 —motivada por esa necesidad de incorporar las lenguas créoles, no como simples trasposiciones directas al texto, sino a partir de una ardua reelaboración estética de las mismas— que la literatura caribeña tienta un amplio espectro de posibilidades desde el punto de vista formal. Es esta una época de intensa experimentación, que se nutre ampliamente de los logros de las vanguardias artísticas, y produce hallazgos de gran importancia, por ejemplo, en la obra de Edouard Glissant. Este autor, a partir de los presupuestos de la «poética de la oralidad» enunciada por él, aprovecha creadoramente las posibilidades lingüísticas de su área para la modelación de su escritura. En L’intention poétique (1969) el escritor martiniqueño establece una clara diferenciación entre lengua y lenguaje, que valida implícitamente las diversas alternativas que en el plano de la expresión lingüística pueda hacer el artista, pues es este a quien se considera el verdadero creador de un lenguaje, más allá de la lengua en que se exprese. No obstante, todavía en las décadas del 70 y del 80, se desarrollan intensas polémicas en torno al problema de la lengua. Incluso algunos autores, como el mismo Edouard Glissant, se pronuncian contra lo que entonces se denominó «el imperialismo lingüístico del creole»: Si je m’élève contre l’impérialisme créolistique, c’est precisément au nom d’une disponibilité multilinguistique, qui me parait être une des marques essentielles des civilisations à venir, et oú toutes les langues et par conséquent, les créoles, auraient loisir de s’exercer. 36 29 Margarita Mateo Palmer [Si yo me pronuncio contra el imperialismo del creole es precisamente en nombre de una disponibilidad multilingüística, que parece ser una de las marcas esenciales de las generaciones por venir, y donde todas las lenguas y, por consiguiente, los creoles, tendrían la oportunidad de ejercitarse.] Debe recordarse que en algunos países como Haití, estos debates sobre las alternativas lingüísticas de la escritura no pueden desvincularse del llamado «mal disglósico», que adopta caracteres particularmente dramáticos en una nación donde apenas el 5 % de la población habla francés, mientras que el 95 % restante, creolófono, no puede leer ni escribir en su lengua materna pues no está alfabetizado.37 Esta problemática, desde luego, genera intensos dilemas de recepción del texto literario que pesan profundamente sobre las elecciones creativas del escritor. No obstante, en los últimos años se advierte, en la literatura caribeña, una mayor madurez ante la gama de posibilidades, ciertamente compleja, que ofrece la pluralidad lingüística. Por una parte, hay escritores que continúan perfilando su propio lenguaje a través del creole, contribuyendo con ello a la dignidad literaria de una lengua que sigue siendo subestimada. A esta marginación debe añadirse el hecho, no menos importante, de que una de las principales vías de difusión de la literatura del área se realiza a través de casas editoras europeas, interesadas en mantener determinadas normas lingüísticas. Un ejemplo reciente de la problemática generada por estos mecanismos de difusión es la experiencia del escritor martiniqueño Patrick Chamoiseau, quien tuvo que traducir del creole al francés cuarenta y siete expresiones de su novela Chronique des sept misères (1988) a instancias de la editora Gallimard.38 Un acontecimiento de la mayor importancia para la literatura en creole tiene lugar en 1975 cuando se publica la primera novela escrita en lengua haitiana: Dezafi, del narrador Frankétienne. Solo después de casi cien años de haberse escrito en Haití el primer poema en creole —el difundido texto de Oswald Durand, Choucoune (1884)— un escritor accede a ese género de madurez que es la novelística a través de esa lengua. Y no se trata de un hecho que solamente tenga importancia desde el punto de vista de la evolución histórico-genética de la literatura del área. Por el contrario, Dezafi, más allá del indiscutible mérito que pueda poseer en tanto texto fundador de un género en creole, es ante todo una excelente novela que utiliza audazmente técnicas narrativas complejas y actualizadas, a la vez que lleva a cabo una ardua renovación, desde el punto de vista de las posibilidades del creole como lengua literaria escrita.39 Paralelamente, en el resto del Caribe, continúan las búsquedas directamente relacionadas con las tesituras lingüísticas, en una marcada tendencia a la reconciliación de lenguas tantas veces contrapuestas por razones de tipo ideológico. De esta difícil batalla que, desde luego, se desarrolla básicamente en el nivel de la escritura misma, pero no solo en ese plano, surgen importantes textos que enriquecen el acervo de posibilidades formales de la literatura del área. Uno de los ejemplos más sobresalientes de este afán de conciliación de la dicotomía lenguas europeas/lenguas creoles es la fecunda obra de la escritora guadalupeña Simone Schwarz-Bart quien, en Pluie et vent sur Télumée Miracle (1972), y más adelante en Ti-Jean l’horizon (1979) realiza una profunda renovación en el nivel linguo-estilístico de su escritura, al incorporar al francés la originalidad y riqueza propias del creole. A través de estas nuevas estrategias ante el problema de la lengua, que no olvidan el diálogo con las tradiciones ni el deseo de renovación, van surgiendo nuevas expresiones que más allá del modo en que puedan ser nombradas —literatura en «francés creolizado», en «francole» o «freole», o literatura en «spanglish» o en «nuyorican», por ejemplo—, son testimonio de una voluntad estética que tiende a la integración de lenguas y culturas: a la síntesis y fusión de lo diverso, que es, en última instancia, una de las mayores fuentes de originalidad de la cultura caribeña, consolidada a partir de intensos y sucesivos procesos de transculturación. La presencia de los distintos creoles en la literatura de la región se vincula también a una problemática que cada vez adquiere mayor repercusión: la oralidad, forma tradicional de expresarse estos pueblos, y construir sus imaginarios culturales. No es casual, por ejemplo, que en el Caribe francófono Ernst Mirville haya acuñado el término oraliture, o que en el Caribe anglófono sea ya común la referencia a la orature, denominaciones que se diferencian del concepto tradicional de literatura oral. Como expresa el crítico haitiano Maximilien Laroche, estos nuevos vocablos no responden a un problema de simple terminología, sino a la necesidad de reformular, desde nuevas perspectivas, las expresiones artísticas vinculadas a la oralidad. No debe perderse de vista que las distintas manifestaciones de la oralidad también ofrecen una amplia gama de posibilidades al escritor desde el punto de vista de su creatividad. Una de las formas que ha nutrido fuertemente la literatura caribeña, ha sido la música, expresión de extraordinaria vigencia y difusión en el área. En el Caribe español, por ejemplo, ya Nicolás Guillén había logrado en Motivos de son una apropiación y reelaboración estética de algunas de las características de este ritmo tradicional cubano en el plano de la escritura.40 Más recientemente —piénsese en textos como De dónde son los cantantes (1967) de Severo Sarduy, La guaracha del Macho Camacho (1976) o La importancia de llamarse Daniel Santos (1988) de Luis Rafael Sánchez y Solo cenizas hallarás (1980) de Pedro Vergés— se hace evidente esa intención de recuperar las fuentes musicales caribeñas, a través de una compleja y ardua elaboración intertextual sobre géneros y formas diferentes de expresión artística. Este fenómeno —que es general para toda la región 41— se ha desarrollado recientemente con mucha vitalidad en el Caribe anglófono. La gran creatividad musical de esta área —por ejemplo el reggae o el calypso, por solo mencionar dos ritmos que han alcanzado una 30 La literatura caribeña al cierre del siglo mayor difusión internacional— ha tenido una influencia directa sobre algunos autores. En las dos últimas décadas el espectro de posibilidades formales en que se incursiona a través de la música ha extendido su rango. Predomina en estos textos un amplio nivel de experimentación, desde el punto de vista estético, que tiene como base la difuminación de las fronteras entre los géneros y entre la «alta» y la «baja» culturas. Expresiones como los Sound Poets de Trinidad —Brother Resistance y el grupo Network, por ejemplo—, o el dub poetry —surgido en Jamaica, pero ya difundido en otras islas—, pueden dar una idea del extraordinario movimiento de renovación que está teniendo lugar actualmente en la poesía de la región a partir de este fecundo contacto con la música popular. Michael Smith, Abdul Malik, Linton Kwesi Johnson y otros dub poets han explorado ampliamente las posibilidades de obtener un apoyo peculiar para su poesía en algunas sonoridades musicales, a través de un gesto —muy cercano a los deejay performers—, que remeda viejas tradiciones afrocaribeñas. Que la vocación por la palabra es el afán principal de estos artistas se advierte claramente cuando Linton Kwesi Johnson —el poeta que acuña el término dub poetry— expresa en una entrevista: integran creadoramente a la escritura, son una muestra representativa de cómo el artista del área incorpora a su quehacer intelectual las expresiones populares del imaginario colectivo. De que este no es un fenómeno exclusivo del ámbito de la poesía dan fe otros textos como The Dragon Can’t Dance (1979), la conocida novela del narrador trinitario Earl Lovelace, que recrea toda una tradición carnavalesca y musical como punto de partida para penetrar el vasto mundo social de su país. En su obra Lovelace pone en juego diversos procedimientos vinculados a la tradición popular: el baile de enmascarados, la representación de personajes mitológicos en las fiestas, el sentido de subversión y de «mundo al revés» que permite el carnaval. En general, los escritores caribeños de los 70 y los 80 han continuado recreando en su escritura la fuerte tradición mitológica característica del área, a través de muy disímiles modalidades. En décadas anteriores la incorporación del mito al texto literario se tradujo en verdaderas adquisiciones estéticas en obras como Compère Général Soleil (1955), Palace of the Peacock (1960) o Paradiso (1966). No es casual, de otro lado, que aparte del papel privilegiado que, en sus textos, concedieron al plano mítico dos escritores caribeños —Alejo Carpentier y Jacques Stephen Alexis— igualmente llevaran a cabo una teorización acerca de nuevos métodos de configuración artística donde la recreación mitológica y el elemento maravilloso desempeñaban un papel importantísimo. 44 Como continuadores de esta tradición, los escritores de las últimas décadas integran a sus textos, con toda naturalidad, algunas de las muestras y procedimientos propios de una visión mágico-religiosa del mundo, que aún mantiene una inusitada vigencia. No obstante, si en años anteriores era necesario legitimar estos esfuerzos haciendo explícita la poética que los sustentaba, en la actualidad el escritor maneja con mayor confianza estos elementos, cada vez más difundidos y reivindicados como parte importante de su cultura. Este último proceso de difusión abarca también al receptor de la obra literaria, lo cual permite al escritor prescindir de algunas referencias que antes contribuían a la legibilidad del texto, e influye notablemente en el desenfado con que estos elementos son manejados en la actualidad. A su vez, la mayor familiaridad —del lector y el artista— con manifestaciones que habían sido severamente reprimidas, contribuye a la liberación del signo mítico, antes subordinado a un referente más restringido y ahora utilizado, cada vez más frecuentemente, en función de nuevas significaciones, e insertado muchas veces en una peculiar dinámica de desmitificación.45 Esta última tendencia, si bien no había sido ajena a la literatura anterior, se perfila con mayor nitidez en las últimas décadas y está integrada a una orientación más general de la escritura a la difuminación del aura y la desacralización de algunos mitos contemporáneos. Como se ha tratado de ir mostrando hasta ahora, los 70 y los 80, aunque no son períodos autónomos, sino que responden a un complejo proceso evolutivo if I am performing in a musical context [...] I always do a couple of poems, two or three poems always, without musical accompaniment, to remind my audience that that is what I am about: poetry. [...] I think people should remember that poetry is much wider than dub poetry. To talk dub poetry alone or to call yourself a dub poet is a limitation [...] I think when asked how would you describe yourself you should say that you are a poet [...]42 [si yo estoy haciendo un performance en un contexto musical [...], siempre hago un par de poemas, dos o tres poemas siempre, sin acompañamiento de música, para recordarle a mi auditorio que eso es justamente lo que yo hago: poesía [...] Yo creo que la gente debe recordar que la poesía es mucho más amplia que el dub poetry. Hablar del dub poetry o llamarte a tí mismo dub poet es una limitación [...] Yo creo que lo que uno debe responder cuando le preguntan cómo se describiría a sí mismo, es afirmar que uno es un poeta...] Un ejemplo de la depurada elaboración estética que es posible alcanzar a partir de los diversos contactos entre música y poesía puede hallarse en Man to Pan (1982), del guyanés John Agard, un texto concebido para ser ejecutado directamente ante el público. A partir de una poderosa imagen central que alude a la unidad y diversidad de los pueblos del Caribe —las islas como fragmentos del pan del steelband—, se modelan otras metáforas. Las asociaciones que se establecen a través de los atributos de algunos orishas como Shangó y Oggún —el rayo, el hierro; «and the only gun/ah carrying/is O/gun/dream of iron/on new ground» [«y la única pistola/ que estoy cargando/ es O/ gun/ sueño de hierro/ en una nueva tierra»] 43 —; la presencia de Anancy —el hombre araña, figura del trickster caribeño—; los diversos ritmos y lenguajes que se 31 Margarita Mateo Palmer La pluralidad lingüística de una región donde coexisten diferentes lenguas metropolitanas con aquellas que fueron surgiendo del intercambio con la palabra del conquistador, pone al escritor en contacto con una complejísima problemática que a veces se concreta en el más primario y elemental dilema sobre en qué lengua escribir. imposible de obviar, presentan una especificidad que, en más de un sentido, los distingue claramente del quehacer literario anterior. Si bien la literatura caribeña de las décadas precedentes había dado muestras importantes de una calidad estética que se iba haciendo cada vez más extendida entre los escritores del área, ya la indiscutible madurez de muchos de los textos publicados en las últimas décadas —cuyo valor sobresale no solo en el ámbito regional o continental, sino en esferas más amplias de confrontación literaria— es un testimonio convincente de la fuerza y originalidad de esta literatura. En estos años, escritores cuya obra ya había alcanzado un reconocimiento anterior —Martin Carter, Wilson Harris, V.S. Naipaul, Dereck Walcot, Jan Carew, Edward Brathwaite, Edouard Glissant, René Depestre, Jean Métellus, Paul Laraque, Anthony Phelps, Robin Dobrú, entre otros— han continuado su labor de creación, en la mayor parte de los casos a través de una línea ascendente y sumamente fecunda. Por otra parte, un nutrido grupo de escritores se ha sumado con una creciente fuerza al quehacer literario del área. Algunos de ellos, como Mervyn Morris, Dennis Scott, Garth St. Omor, Alfred Melon, Simone Schwarz-Bart, Michael Slory, aunque ya eran conocidos en años anteriores, realizan su obra principal en las últimas décadas. Otros, como Kendel Hippolyte, Lorna Goodison, John Robert Lee, David Dabydeen, Maryse Condé, Henri Corbin, Raphaël Confiant, Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau, Jean Claude Charles o Ernest Pépin, irrumpen repentinamente en el panorama literario reciente. El surgimiento de una importante literatura escrita por mujeres es otro de los fenómenos que se advierte últimamente con mayor nitidez. Como se ha podido apreciar aquí, no es posible estudiar la literatura caribeña actual sin tomar en consideración textos que, más allá de la marca genérica que pueda distinguirlos, sobresalen por su propio valor estético y su universalidad. No obstante, sería injusto dejar de mencionar que una de las líneas que se perfilan con fuerza en las últimas décadas es la de una escritura femenina que denuncia las falsas hegemonías y tiende a socavar —a partir de entronizar como sujeto de la representación voces tradicionalmente subordinadas—, los códigos literarios que responden a una estructura de poder patriarcal, centrada en lo masculino. Esta perspectiva, sin embargo, no se circunscribe únicamente al problema de lo femenino, sino que —como había sucedido anteriormente con la excelente escritura de Jean Rhys—, se proyecta hacia otras esferas culturales y sociales que tradicionalmente han recabado la atención del artista caribeño. Las nuevas estrategias de estos textos —que de hecho implican una recuperación de las voces ex-céntricas— van dirigidas, en última instancia, contra un sistema de poder que ha legitimado ciertos tipos de representación, a la vez que subestima otros. Entre las voces que se han hecho sentir en los últimos años pueden ser mencionadas, entre otras, Erna Brodber, (Jamaica), Jamaica Kincaid (Antigua), Zee Edgell (Belice), Pamela Mordecai (Jamaica), Myriam Viera (Guadalupe), Jacqueline Manicom (Guadalupe), Liliane Dévieux (Haití), Marie Chauvet (Haití), Astrid Kroemer (Surinam), Nidia Ecury (Aruba), Jocelyne Clemencia (Curazao) y otras. Paralelamente, en los 70 y los 80 se advierte una mayor madurez ante el hecho artístico, un mayor oficio y decantación estética: algunas expresiones que habían tenido un peso desmesurado se equilibran y hallan cauces artísticamente más depurados para su expresión. No se trata, sin embargo, de que algunas de las orientaciones básicas de la literatura regional —su vocación social, por ejemplo— hayan perdido vigencia. Por el contrario, una comprensión más cabal y lúcida del entorno colonial o neocolonial —surgida de la sostenida confrontación con los graves problemas sociales y políticos del área— parece regir soterradamente la más serena expresión de estas inquietudes en el texto literario. Un ejemplo de ello es el modo en que han sido tratados, como tónica general, los problemas raciales: expandiendo su resonancia hacia otras manifestaciones de desigualdad social, que trascienden el color de la piel y abarcan otros sectores, para reclamar un ideal de justicia y delinear un humanismo más completo y esencial. La realización de una nueva poética, madura, multifacética, que en muchos casos ya venía anunciándose desde antes, es otro de los rasgos que se advierte con más claridad cuando se lanza una mirada abarcadora sobre el quehacer literario más reciente. Algunos de los dilemas que debía enfrentar el escritor para la realización de su obra —y no solo dilemas, incluso serios obstáculos, como los analizados en torno a la lengua—, se han venido sorteando, y además es posible afirmar que en el enfrentamiento audaz y creativo a la compleja problemática cultural de la región, ha hallado la literatura caribeña de las dos últimas décadas una de las mayores fuentes de originalidad y riqueza que la caracterizan actualmente. 32 La literatura caribeña al cierre del siglo significado de la identidad cultural», Unión, La Habana, (8), octubrediciembre, 1989. Sumamente amplio es el espectro de posibilidades formales que se han venido tanteando a través de una búsqueda que, lejos de desconocer las tradiciones esenciales de los pueblos del Caribe, las integra eficazmente a su escritura. Trátese de los paradigmas propios de la oralidad, de ritmos y gestualidades expandidos por la música o la danza, de los mitos de orishas desangrados de amor y de celos, o de esa larga vocación para la parodia, la burla camuflada y mordaz del original, la simulación o el encubrimiento tras la mascarada y el carnaval de un mundo que siempre ha parecido estar al revés; lo cierto es que la literatura caribeña, en su largo devenir, ha venido integrando fecundamente a su quehacer las resonancias de una tradición viva, que hoy constituye una de sus más preciosas fuentes de originalidad. Como se ha podido apreciar aquí, muy diversa ha sido la respuesta de los escritores a estos retos y motivaciones, tan diversa y abigarrada como la propia cultura de una de las regiones del mundo donde más intenso ha sido el proceso de transculturación. Cabría preguntarse, por último, hasta qué punto la perspectiva crítico-valorativa que ha primado en este acercamiento a la literatura caribeña de los 70 y los 80 responde aún, en alguna medida, a las coordenadas que en el plano de la exégesis fue modelando una praxis literaria anterior. De cualquier modo, el ajuste de cuentas con viejos tópicos y modalidades de la literatura regional —que, en muchos casos, mantienen su vigencia bajo formas y apariencias diferentes—, es una de las tantas maneras de acercarse a lo nuevo a través del necesario deslinde de un pasado que, sin embargo, también está contenido en el presente. 5. No debe olvidarse que a ello ha contribuido decisivamente la experiencia del exilio. 6. John Hearne: Carifesta Forum: An Anthology of Twenty Caribbean Voices, Kingston: Institute of Jamaica, 1976: vii. 7. En esta novela Maryse Condé parte de la verdadera historia de este singular personaje, tomada de los archivos del condado de Essex. Sumamente interesante resulta el análisis de esta obra desde el punto de vista de la triple subalternidad (clase, raza, género) de la protagonista. (Nara Araújo, «La otra bruja de Salem», Revolución y Cultura, La Habana, (6), noviembre-diciembre, 1992. 8. Linda Hutcheon, The Politic of posmodernism, Londres/Nueva York: Routledge, 1989. 9. Recuérdese, por ejemplo, su ensayo Haiti, quel développement (1975), escrito en colaboración con Charles Manigat y Claude Mose, o su novela, Paysage de l’aveugle (1977), de tema histórico. 10. James Carnegie, Some Aspects of Jamaica’s Politics. 1918-1938, Kingston: Institute of Jamaica, 1973. 11. Entre los grupos étnicos más sobresalientes del área pueden identificarse blancos, negros, aborígenes, indios, chinos, javaneses, y desde luego, mestizos de los más variados tipos y procedencias. En la literatura caribeña también se ha hecho sentir la presencia de estos grupos aunque en menor medida. 12. En el Caribe francófono este proceso es más demorado, ya que, a pesar de haber sido enunciada en el período de entreguerras, no es hasta la década del 60 que la negritud alcanza mayor difusión al calor de los movimientos africanos de liberación. Sobre esta temática se publican durante esta década, entre otros: Balles d’or (1961) de Guy Tirolien; A seuil d’un nouveau cri (1963) de Bertène Juminer; Les nègres servent d’exemple (1964) y Le Monde tel qu’il est (1967) de Salvat Etchard, por no mencionar la obra, más conocida, de Aimé Césaire en estos años. Véase Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, «Le miroir noir brisé», Lettres créoles. Tracées antillaises et continentales de la littérature 16351975, París: Hatier, 1991. 13. Edouard Glissant, Le discours antillais, París, Editions du Seuil, 1981. Notas 14. José Lezama Lima, «Coloquio con Juan Ramón Jiménez», en Analecta del reloj, La Habana: Orígenes, 1953: 40-61. Es interesante advertir cómo en estos momentos el poeta cubano considera que «las exigencias de una sensibilidad insular no tienen tangencias posibles con una solución de mestizaje artístico» y rechaza la poesía «cuyo principal hallazgo ha sido la incorporación de la sensibilidad negra y más frecuentemente la incorporación del vocablo onomatopéyico». 1. Pedro Ureñarib, «Hijos de la violación y el miedo reinventaron el francés», El Gallo Ilustrado, México, D.F.: domingo 6 de diciembre de 1992. 2. Pablo Maríñez, «Piel negra, máscara blanca», El Gallo Ilustrado. 3. Se han venido dando pasos de importancia para alcanzar una ponderación integradora, tanto desde el punto de vista literario como histórico-cultural, entre otros: Henry Bangou, «Ensayo de definición de las culturas caribeñas», Anales del Caribe, La Habana, (1), 1981: 23446; Ileana Rodríguez y Marc Zimmerman, eds., Process of Unity in Caribbean Society, Minnesota, 1983; Ana Pizarro, «La noción de la literatura latinoamericana y del Caribe como problema historiográfico»; y Angel Rama, «Algunas sugerencias para una aventura intelectual de integración», ambos en La literatura latinoamericana como proceso, Buenos Aires: 1985; Edward Brathwaite: Roots La Habana, 1986; y Emilio Jorge Rodríguez, Literatura caribeña. Bojeo y cuaderno de bitácora, La Habana, 1989. 15. Raphaël Confiant y Patrick Chamoiseau (en colaboración con Jean Bernabé), Eloge de la créolité, Gallimard/Presses Universitaires Créoles, 1989. 4. Sobre este concepto pueden consultarse, entre otros: Fernando Ainsa, «Universalidad de la identidad cultural latinoamericana», en Culturas, diálogo entre los pueblos, París: 1986; Jacques Lafaye, «¿Identidad literaria o alteridad cultural?»; y Raúl Dorra, «Identidad y literatura. Notas para un examen crítico», ambos en Identidad cultural de Iberoamérica en su literatura, Madrid: 1986; Nara Araújo, «Apuntes sobre el valor y 20. For the Mighty Gods, 1982; Marrons Lives; for Granadian Freedom Fighters, 1983; o Born Here, 1986. 16. Dereck Walcott, «The Muse of History», Carifesta, 11. 17. Le Négoce, París: Ed. Saint-Germain-des-Près, 1975 o Saignote ma vie, París: Debresse, 1982. 18. Une flèche pour le pays à l’encan, París: P.J. Oswald, 1975. 19. Maryse Condé, La poésie antillaise, Nancy: Fernand Nathan, 1977. 21. Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, Lettres créoles. Tracés antillaises et continentales de la littérature. 1635-1975, París: Hatier, 1991: 153-4. 33 Margarita Mateo Palmer 22. Maximilien Laroche, «Dany Laferrière: Comment faire l’amour à un nègre sans se fatiguer», Anales del Caribe, La Habana, (7-8), 1987-1988: 436-43. 23. Edward Kamau Brathwaite, X/Self (Oxford-New York, Oxford University Press, 1987). Este es el último libro de una trilogía iniciada con Mother Poem (1977) y Sun Poem (1982). 24. Mijail M. Bajtín, «Formas del tiempo y del cronotopo en la novela (ensayos sobre poética histórica)», en Problemas literarios y estéticos, La Habana: Editorial de Arte y Literatura, 1986. 25. Recuérdese, por ejemplo, las experiencias narradas por Frantz Fanon en Peau noire. Masques blancs, 1952. 26. José Lezama Lima, Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, La Habana: Casa de las Américas, 1970: 30. 27. No debe olvidarse que, según Kenneth Ramchand, McKay «fue el primer novelista negro del Caribe anglófono y el primero de los exiliados; aunque la dirección escogida por los últimos escritores emigrados fue Inglaterra y no los Estados Unidos, McKay fue el primero de una larga fila». Kenneth Ramchand, The West Indian Novel and Its Background, Londres: Faber and Faber, 1970: 241. descolonizadora era utilizando la lengua del oprimido, el créole, y por ello reclamaban a los escritores esa presencia en su obra. Si bien es cierto que algunas de estas tendencias se basaron en posiciones extremas y poco flexibles en torno a un problema tan delicado como el lenguaje del artista, no es menos cierto que hubo una subestimación bastante generalizada de las lenguas créoles. Un caso ilustrativo de este rechazo es el de Louise Bennet, cuya obra permaneció inédita durante años y solo a finales de la década del 60 comenzó a ser oficialmente aceptada. Mervyn Morris, «The Dialect Poetry of Louise Bennet», en Edward Baugh, Critics on Caribbean Literature, Londres: George Allen and Unwin, 1978. 34. En este trabajo se utilizará la denominación genérica de créole/créoles para hacer referencia a las diversas lenguas surgidas en el Caribe a partir del proceso de transculturación iniciado con la dominación europea. 35. R.B. Le Page, «Dialect in West Indian Literature», en Edward Baugh, Critics on Caribbean Literature, ob. cit. 36. Edouard Glissant, «Entrevista al Consejo de Redacción de CARE» en Silvia García-Sierra, «La problemática “lingüística” en la literatura del Caribe», Temas [primera época], La Habana, (20), 1990:145. 37. Jean Bernabé, Fondal Natal, París: L’Harmattan, 1983. 28. A partir de la Segunda Guerra Mundial, tanto en el Caribe anglófono como en otras áreas —por ejemplo, Puerto Rico— se produce un boom migratorio que dejará sus huellas en la literatura. 38. Silvia García-Sierra, ob. cit.: 129-56. 29. Este fenómeno, desde luego, es particularmente notable entre los escritores que pertenecen a una segunda o tercera generación de emigrados. Un caso especialmente interesante es el de la literatura puertorriqueña en los Estados Unidos, que ha sido objeto de diversas aproximaciones y muestras. Véanse entre otros, Alfredo Matilla e Iván Silén, eds., The Puerto Rican Poets/los poetas puertorriqueños, Nueva York: Bantam Books, 1972; Efraín Barradas y Rafael Rodríguez, eds., Herejes y mitificadores: muestra de la poesía puertorriqueña en los Estados Unidos, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1980; Miguel Algaraín y Miguel Piñero, eds., Nuyorican Poetry: An Anthology of Puerto Rican Words and Feelings, Nueva York: Willian Morrow, 1975; Nina Menéndez, «En-clave cultural: la comunidad puertorriqueña en los Estados Unidos y su expresión poética», Anales del Caribe, La Habana, (3), 1983:187-228. 40. Cintio Vitier, «Hallazgo del son», en Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén, La Habana: Casa de las Américas, 1974: 147-58. 30. Jean Joinaissant, Le Pouvoir des mots, les maux du pouvoir. Des romanciers haïtiens de l’exil, París/Montréal: Ed. de l’Arcantère/Les Presses de l’Université de Montréal, 1986. 31. Mijail Bajtín, ob. cit.: 305. 32. El créole en el Caribe francófono, el dialect o nation language —como le denomina Edward Brathwaite— en el Caribe de habla inglesa, o el sranantongo y el papiamento en el Caribe holandés. Debe advertirse, por otra parte, que hay zonas de una extrema pluralidad lingüística, como Surinam, donde se hablan actualmente dieciséis lenguas. Esta complejísima problemática ha llevado al surgimiento de una literatura multilingüe en países tan pequeños como Curazao; para no hablar de la problemática literaria del bilingüismo en zonas como Puerto Rico, o de la disglosia en países como Haití, donde hay críticos que consideran la existencia de dos literaturas diferentes, una en créole (o lengua haitiana) y otra en francés. 33. No debe olvidarse que hubo quienes consideraron que el único modo de afirmar una identidad nacional y mantener una postura 39. Patrick Chamoiseau y Raphaël Confiant, 173-82. 41. Para el estudio de esta problemática en el Caribe francófono puede consultarse «Musique, Dance, Réligion», en Maximilien Laroche, La double scène. 42. Esta entrevista fue publicada en Jamaica Journal: «Linton Kwesi Johnson Interviewed by Mervyn Morrys». No puedo proporcionar más datos bibliográficos por no tener al alcance esa serie de revistas. 43. John Agard, Man to Pan, La Habana: Casa de las Américas, 1982: 62. Aquí el autor crea un juego de sentidos entre la palabra inglesa gun (pistola) y Oggún, deidad guerrera, dueña del hierro. 44. Me refiero a la teoría de lo «real maravilloso», formulada por Alejo Carpentier en 1949, y al «realismo maravilloso», fundamentado por Jacques Stephen Alexis en la ponencia presentada al Congreso de Escritores y Artistas Negros de 1956. 45. Maximilien Laroche ha estudiado este proceso en relación con el zombi, un mito de amplia significación en la cultura haitiana, a través del análisis comparatístico del texto «Mó vivan» (1978) de Fritz Champagne. Maximilien Laroche, L’Avènement de la littérature haïtienne, Québec: GRELCA, 1987. © 34 , 1996. 6: 35-39, abril-junio, 1996. Plástica del Caribe actual:no. encuentros y desencuentros Plástica del Caribe actual: encuentros y desencuentros Yolanda W ood Wood Profesora. Universidad de La Habana. E l siglo XX se abrió paso en el Caribe con un signo: el de la autorreflexividad y la autodefinición, en una evidente voluntad desalienadora que ha significado asumir el sentido de lo propio en su condición de diferente a lo metropolitano, en un proceso más o menos profundo de autopenetración para, en la larga historia de encuentros y desencuentros, avanzar hacia el reencuentro con la personalidad cultural caribeña. La secuencia de acontecimientos históricos en el Caribe fue generadora de un proceso de mestizaje cultural, no solo en el plano etno-racial sino también temporal-social. Las diversas culturas que se mezclarían en el crisol de la región, vivían en tiempos históricamente diferenciados y las condiciones coloniales las colocaron en relaciones de polarización social, tendientes a la desvirtuación de sus propias características históricas originales. El primer planteamiento reconoce que en nuestra condición integrativa y transcultural se mezclaron distintos tipos de cultura con diferentes niveles de desarrollo histórico-social, sometidos a procesos deculturativos que fragmentaron e hicieron discontinuas las cadenas culturales originales. Ninguna de esas cadenas se reprodujo íntegramente en el Caribe y todas han participado en la definición de nuestra identidad cultural, en proporciones diversas, pero siempre, de un modo u otro, presentes. De tal manera que, en una visión histórica retrospectiva, los encuentros sucesivos de las culturas participantes en nuestro devenir social revelan el modo en que se producen también, en simultaneidad, sucesivos procesos de desencuentros. En ellos ha intervenido el tipo de relaciones comunicativas creadas por las condiciones coloniales. Los diversos tiempos históricos encontrados en la sincronía natural-real y la dominación colonial, generaron la incomunicación y la incomprensión —también el menosprecio— ante expresiones culturales y artísticas que, por desconocidas o subestimadas, quedaron desvalorizadas por los sistemas orientadores de la norma axiológica. Del mismo modo, en la dirección opuesta, los sistemas hegemónicos fueron validados como permanentes e inmutables. Esos tiempos en simultaneidad y convergencia —a la manera de decir de Alejo Carpentier— que coexisten en nuestra realidad son, ellos mismos, generadores de marcos de visualidad de una gran diversidad iconográfica, que se presentan ante el creador como un universo de imágenes que convive con él en su inmediatez o en su memoria, y que participa de diverso modo en sus operaciones de modelación artística. 3 5 Yolanda Wood Los diversos tiempos históricos encontrados en la sincronía natural-real y la dominación colonial, generaron la incomunicación y la incomprensión —también el menosprecio— ante expresiones culturales y artísticas que, por desconocidas o subestimadas, quedaron desvalorizadas por los sistemas orientadores de la norma axiológica. Así, en el arte del Caribe se produjo primero la asunción, para su quiebra después, del modelo paradigmático original europeo. En el proceso de apropiación y reproducción esto pareció una especie de camino necesario para integrarse a la expresión del arte autónomo. Con los desfases característicos generados por la condición colonial, y de manera asincrónica en el Caribe, estos modelos intervinieron en la activación de un concepto de arte y un tipo de recepción que no fueron homogéneos en la región, pues al iniciarse el siglo XX no todos los países habían alcanzado un nivel de desarrollo similar en lo artístico. Con las apuntadas disimilitudes en un momento inicial, hacia la segunda mitad del siglo XX, y en particular desde los años 60, se observa una mayor fuerza y coherencia del proceso plástico regional. La tónica que engarza sus propósitos es la penetración indagatoria en nuestra mismidad y la versatilidad liberadora ante los textos icónicos cargados con el peso de la autoridad histórica o con su evocación centrista. De ello ha resultado una práctica de descentramiento, pues en la propia voluntad del reencuentro estaba implícita una acción liberadora, toda vez que implicaba una intención intelectual y consciente de relectura de la propia historia, observada ahora en un doble sentido de introspecciónretrospección. El artista, en el Caribe reciente, ha transitado, en la conformación de su imagen visual, por varios procesos mezclados discursivamente de distinta manera. En ello ha influido su propia formación profesional, los altibajos de la circulación y el consumo —cuando entren en juego como factor estimulador-desestimulador—, el papel de la crítica en su rol orientador-desorientador y sobre todo una voluntad indagatoria para establecer nuevos engarces y nexos históricos con el contexto original. La plástica caribeña no revela en su diacronía contemporánea filiaciones estilísticas definidas. Su campo de posibilidades expresivas y vías de experimentación se ha desligado intensamente de los recursos tradicionales e incursiona en nuevas versiones integrativas de formas y medios. La proliferación y mezcla de tendencias en el ámbito del arte internacional y la ampliación de sus circuitos de circulación pública con el desarrollo de los medios masivos, han propiciado una extensión e intensificación de la diversidad en el proceso plástico caribeño. Esta libertad en el uso de los estilos internacionales —donde no han faltado en ocasiones la parodia y los procesos de simulación—, suele mostrar en el Caribe dos modos de comportamiento en el análisis visual: la abstracción y la figuración, dos grandes modos de ver el mundo en imágenes que denotan, en gran medida, la inutilidad de aplicar clasificaciones estilísticas precisas. En ocasiones se distingue el predominio de una tendencia, dado esencialmente no por la definición de sus postulados estéticos, sino por filiaciones formales o conceptuales que nunca se rigen por los estatutos artísticos de manera sistémica. Por el contrario, determinados modos de hacer han resultado clasificados, apriorística o exteriormente, con manifiestas expresiones reduccionistas de su condicionalidad real, como ha ocurrido en el caso de la pintura popular haitiana. El artista opera con una gran heterodoxia en la selección de sus enunciados artísticos, lo cual lo libera de ataduras formales; aunque en ese trayecto selectivo se verifiquen preferencias que, sin embargo, no pueden resultar modelos clasificatorios. En esa posibilidad de activar con libertad electiva e indiscriminada los textos visuales de los denominados centros emisores, el Caribe recompone su propia historia original y la recupera en imágenes alusivas a ese arsenal de posibilidades expresivas, que funciona más como campo de indagación que como proveedor de motivos. La tradición aborigen constituye en nuestros países un ingrediente referativo más, pero no el que distingue esencialmente su personalidad cultural. Por eso participa y se integra al universo visual contemporáneo por intenciones sociocomunicativas del creador, pues su verificación en la inmediatez y cotidianidad es limitada, así como la persistencia de sus formas de vida y pensamiento original. La tradición visual africana lega, sin embargo, una perspectiva de otra escala y dimensión. Siendo los africanos participantes activos de nuestro proceso social, sus expresiones visuales no siempre tuvieron la misma suerte. La acción deculturadora de los colonizadores no permitió la continuidad de muchas de sus formas escultóricas y pictóricas; sí persistieron con mayor intensidad sus leyendas, mitos y ritos vinculados a deidades de los panteones africanos, mediante los cultos sincréticos transculturados en tierras del Caribe. A estos referentes se añaden los oriundos de otras zonas de influencia, como la India y China, y lo que resulta esencial: el color local, que también deja una sensible huella en la plástica caribeña. De tal modo que 3 6 Plástica del Caribe actual: encuentros y desencuentros La operatoria discursiva de la plástica caribeña en los últimos años anuncia su capacidad para actuar en la orientación de los redescubrimientos y para catalizar la perspectiva de los encuentros y desencuentros de nuestro devenir histórico en su interpretación sincrética y transcultural. paisaje, hombre y ambiente, inquietudes sociales y conflictos raciales, participan en el andamiaje estructurador del texto artístico, a partir de una multiplicidad de recursos que denotan una capacidad regeneradora de los sistemas visuales de que se sirve el artista, de acuerdo con sus intenciones estético-artísticas. La plástica del Caribe en los últimos años supera cada vez más, aunque quizás no lo suficiente, la escala y los formatos tradicionales del arte. La propia persistencia de los modelos europeos derivó hacia una permanencia de determinados géneros en la pintura, asociados a funciones contemplativas o de servicio a determinados sectores sociales, en su función decorativista o apologética. La plástica no solo superó el estatuto artístico que sustentaba la condición de validez perdurable de esos géneros artísticos, sino que, además, ha regenerado su sentido en nuevas interpretaciones y reelaboraciones que, si bien hacen persistir el enunciado retórico de su peso histórico o su representación formal, han implicado una nueva perspectiva de lectura que de hecho coloca al artista en una propuesta indagatoria, crítica en ese sentido. Lo más interesante resulta de la apropiación libre de esos recursos, y del modo de integrarlos en una obra reivindicadora de la personalidad cultural caribeña. En ese sentido me parece esencial el espacio de este campo exploratorio en el proceso de la enseñanza del arte, donde se afina la mirada y se desenvuelve el oficio. El desarrollo y ampliación de esta esfera del arte en la región, constituye una de las más preciadas urgencias. Observar el entorno y saberse valer, con libertad, de los medios para expresarse, hace más intenso el camino de la autopenetración. En ello pueden intervenir desde los recursos naturales más diversos hasta los medios técnicos más sofisticados; aunque la propia trascendencia de nuestra historia, pasada y actual, la tradición artesanal y manual —no necesariamente primitivista o naif—, verifican una presencia cualificadora de nuestra plástica más reciente como tendencia. Se hace necesario, cada vez con mayor intensidad, extender los márgenes de consumo de la obra e insertarla en contextos de más amplias posibilidades de difundirla socialmente, a partir de procesos de reproducción múltiple, medios de comunicación masiva, soportes educativos o de una visualización más abierta, que sobrepasen los marcos de las galerías, para integrarse en proyectos ambientales o muralistas. Ello se demuestra en la experiencia, en ocasiones tan interesante, de proyectos interdisciplinarios en los que el artista plástico interviene para desarrollar un trabajo en equipo con la participación de otras especialidades afines. La experiencia serigráfica ha constituido una vía de gran utilidad para dinamizar la obra de arte, así como la incursión de los artistas plásticos en el diseño gráfico. Como en otros espacios, en el proceso de construcción de la imagen la plástica reciente del Caribe opera por integración y síntesis, y al hacerlo reelabora los referentes a partir de una lectura crítica en la cual la poética histórica se asume disociativamente para integrarse en una autodefinición del arte, a partir de la subjetividad del artista. De ahí la disimilitud en el Caribe de las poéticas sobre un estatuto de modernidadidentidad que resulta cohesionador de su sensibilidad plástica. Pero ese propio estatuto predispone la búsqueda, pues una realidad múltiple y compleja como la caribeña, solo parece poder penetrarse a partir de convenciones culturales que por su valor sígnico funcionan más como unidades de sentido que como verificación de contenidos. De ahí la importancia sintagmática en las operaciones discursivas; de ahí la propia capacidad de la imagen de funcionar por imbricaciones en la sintaxis textual. Cuando la pintura, en las primeras décadas de este siglo, pretendió penetrar en nuestro entorno y lo hizo mediante relaciones asociativas simples, cumpliendo una especie de ciclo imagen-idea-objeto, el efecto de composición en el espacio pictórico resultó convencional y poco convincente, aunque reconozcamos que se trató de un momento esencial y hasta necesario en la diacronía del proceso plástico caribeño para alcanzar sus rasgos de madurez actual. El referente real limitó en ocasiones la capacidad funcional de la obra para revelar la condicionalidad integrativa de la personalidad cultural caribeña. No bastaba ser modernos, no bastaba asumir temas de la inmediatez para colocarse en las coordenadas del arte deseado. Para penetrar la realidad del Caribe se necesitaba algo más, una voluntad de penetración al objeto y su apropiación por procesos más intelectuales, más sintéticos que descriptivos. Esto colocó al artista ante un nuevo problema: su preparación conceptual para componer el discurso, su conocimiento de nuestra realidad. Las condiciones históricas en que se desenvuelve la plástica del Caribe reciente no han permitido al arte evadirse de sus circunstancias. En su manipulación de estos elementos, el artista tiene en sus manos la historia 3 7 Yolanda Wood La plástica no solo superó el estatuto artístico que sustentaba la condición de validez perdurable de esos géneros artísticos, sino que, además, ha regenerado su sentido en nuevas interpretaciones y reelaboraciones que, si bien hacen persistir el enunciado retórico de su peso histórico o su representación formal, han implicado una nueva perspectiva de lectura que de hecho coloca al artista en una propuesta indagatoria, crítica en ese sentido. pasada y presente, pero historia al fin. La conciencia de que esa es también su propia historia resulta el factor esencial en el modo de comportamiento textual y es en esta dirección donde se verifica la tendencia más interesante del momento. El modo de operar en este campo se orienta hacia la historicidad del propio concepto de identidad, que no resulta una esencia inmutable, sustancialista, ontológica; sino un proceso cambiante, vinculado a los propios mecanismos de metabolismo cultural. Con estas indagaciones penetran en la plástica las perspectivas antropológicas y etnológicas, para establecer una nueva relación dialógica del creador con la cultura. Ese autorreconocimiento étnico se elabora por los más diversos caminos formales y sin simplismos facilistas cuando se indaga con profundidad y el proceso de autopercepción persigue un fin descontaminante. Para ello resulta imprescindible el conocimiento del medio, de los contextos. Alcanzar al hombre en su realidad significa distinguir una vivencialidad. Al respecto decía Luis Camnitzer que «un arte de resistencia, por lo tanto, no es más que un texto ubicado en nuestro propio contexto, nutriéndolo y fortaleciéndolo». Y comentaba al respecto que ello significaba el rompimiento con una manera de actuación de la hegemonía que «opera dentro de contextos unificados», por lo que «toda resistencia a la hegemonía se tiene que basar en el rescate del contexto propio». 1 Al penetrar en el contexto, el artista comienza a dirigir un tráfico constante de metáforas, según palabras de Ticio Escobar. En ellas se descubren la matrices de la identidad cultural y el archivo de la propia sociedad. En ese comportamiento, el artista enfrenta una doble complejidad relacionada con la memoria y la actualidad. Con la primera se penetra en los mensajes ancestrales de codificación visual diversa, por haber intervenido en ellos procesos combinatorios que, en su devenir histórico, pueden derivar hacia modelos iconográficos transculturados y mestizos. En su propio contexto significante ese arsenal verifica su función como contenedor infinito de variables referenciales. Las condiciones sociales epocales, la inmediatez y la trascendentalidad de la historia cotidiana emergen con fuerza decisiva, así como los complejos momentos de nuestras sociedades en sus propios conflictos. La operatoria discursiva de la plástica caribeña en los últimos años anuncia su capacidad para actuar en la orientación de los redescubrimientos y para catalizar la perspectiva de los encuentros y desencuentros de nuestro devenir histórico en su interpretación sincrética y transcultural. Con sus instrumentos operacionales el artista caribeño ha logrado elevar la capacidad funcional del texto visual en relación con el sistema de la cultura, y al resultar actuante su obra en este sentido, se amplían extraordinariamente sus capacidades denotativas y connotativas, sobre todo cuando su vía de apropiación es sígnica-simbólica. Ello es la revelación de un camino transitado que admite una línea de continuidad y permanencia, en los extensos márgenes de unidad y diversidad del Caribe contemporáneo. Pierre Gaudibert, refiriéndose al arte africano, señala cinco facetas de lo que llama el «reto africano a la colonización». La última de ellas, después de transitar por el dominio técnico, el rechazo, la reconquista y la creación, es la de «dar a conocer», poner en evidencia los resultados de su producción artística con sus aciertos y desaciertos. 2 En su caso, la plástica del Caribe adquiere su momento de mayor coherencia precisamente en los años en que los centros emisores comienzan a referir el agotamiento de la modernidad y el ordenamiento del pensamiento posmoderno, con sus claves de nueva sensibilidad. Ello puede significar un nuevo desfase si pretendemos entrar en el juego. Los presupuestos posmodernos parecen comenzar a indicar una nueva variación de sentido para el arte. Como en otras oportunidades, sabremos emplear una vez más los prefijos para refuncionalizar, redescubrir y reinterpretar a nuestra manera. Cada artista entonces construirá su modo personal de operar, con lo que nuevamente la diversidad marcará con su sello el devenir de nuestras artes plásticas. La unidad, contrapartida infatigable de todo lo diverso, resultará de la comprensión no de un estilo, no de un modo de hacer; sino de una operatoria discursiva en la que se descubre un rasgo de originalidad inmanente y una voluntad modernizadora. Participamos de un mundo que parece hipotéticamente común, pero que, en verdad, es históricamente diferenciado dentro del mismo espacio humano que habitamos; de lo que resulta su 3 8 Plástica del Caribe actual: encuentros y desencuentros compartimentación en zonas también diferenciadas a las que convencionalmente denominamos con rangos ordinales (Primer mundo, Tercer mundo) o también por razón de cardinalidad (Norte, Sur). En una nueva lectura, los centros emisores hablan de descentramiento, lo que parece indicar una especie de perspectiva para las denominadas periferias. En el Caribe, coincide un proceso orgánico y coherente en sus artes plásticas, con esa orientación de las teorías posmodernas, y lo mismo ocurre en otras latitudes del Sur. La meditación del centro no es la causa, sino el efecto de una circunstancia que marcaba una nueva confrontación a partir del modo en que resaltaban las propias diferencias. De ellas, en mayor o menor grado fueron conscientes los intelectuales y artistas de la región, quienes las han expresado —en distintos niveles— en su producción artística desde hace más de cincuenta años, cuando nuestra realidad comenzó a protagonizarse, en la plástica, con un reordenamiento crítico de los presupuestos formales de la modernidad. Al hacerlo los artistas asumieron con desenfado el reto: «las parodias y los reciclajes como estrategias descolonizadoras», según Nelly Richard. 3 El Caribe comenzó tempranamente los procesos de revertimiento, de desobediencia a la normativa que, por demás, satisfacía los intereses de un sector dominante y actuante socialmente. El modelo tuvo un momento de mimesis inicial, pero —como parte de los procesos de autoconciencia— la búsqueda de la originalidad comenzó a actuar alternativamente con la marca culturológica de nuestra personalidad. En ello desempeñaron un papel esencial la procedencia de los artistas, su filiación a determinados sectores sociales, el compromiso del movimiento intelectual con las ideas de renovación y cambio, y el modo en que se revalorizó la cultura popular como ingrediente esencial de nuestra formación nacional. En el Caribe contemporáneo este proceso se desenvuelve simultáneamente con los movimientos sociales por la reivindicación política del negro y sus derechos en las sociedades aún coloniales, en los marcos de la agudización de una crisis económica de la que no logramos salir, y de la aglutinación de fuerzas por la autodeterminación. Son años de desafío al colonialismo y de descolonización, que han hecho más aguda la visión de los problemas. Años también de victorias comunes como la de Playa Girón y de glorias compartidas como el triunfo de la Revolución cubana. Con nuestra producción artística será necesario desarrollar un intenso programa. Se requiere conocer la plástica caribeña, divulgarla más ampliamente y estudiarla con mayor sistematicidad. Los centros, en realidad, no están dando cabida a las periferias, porque solo lo fueron como categoría ordenadora del centro en cuestiones de arte. Al desvalorizar nuestras producciones auténticas y nuestros modos discursivos, tergiversarlos o convertirlos en productos exóticos de mercados y aeropuertos, se desvalorizó un potencial que no dejaron de integrar y valorar Nicolás Guillén, Jacques Stephen Alexis, Aimé Césaire, Edna Manley, Alejo Carpentier, Wifredo Lam, entre otros. El mundo actual sigue ordenado por los centros de poder, de modo que se desenvuelve dentro de los márgenes de las disyuntivas hegemónicas. De ahí la enorme significación de la Bienal de Pintura del Caribe y Centroamérica inaugurada en 1992 en la República Dominicana, así como también de la Bienal de La Habana, el Carib Art en Curazao, la Bienal de Grabado de San Juan de Puerto Rico y el Festival de Artes Plásticas de Guadalupe, al intentar significar el valor de nuestra producción artística en su propio contexto, evaluarla con él, y contribuir a dinamizar los sistemas de circulación y divulgación de la obra de arte en el Caribe y en el mundo. Notas 1. Luis Camnitzer, «El arte, la política y el mal de ojo», en Dominación cultural y alternativas ante la colonización, La Habana: IV Bienal de La Habana, 1991: 4. 2. Paul Gaudibert, «El reto africano a la colonización», ob. cit.: 19. 3. Nelly Richard, «Periferias culturales y descentramiento», ob. cit.: 7. © 3 9 , 1996. no. 6: 40-48, abril-junio, 1996. Mayra Pastrana y Rufo Caballero Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada Mayra Pastrana Profesora y crítica de cine. Centro Provincial del Cine de Ciudad de La Habana. Rufo Caballero Crítico de cine. Miembro del Consejo Editorial de Temas. E afrocaribeño, a diferencia del credo que profesa el hombre de algunas culturas prehispánicas del subcontinente, las figuras son imágenes de dioses y no los dioses mismos; esto es que, con todo, el afrocaribeño no pierde de vista el carácter icónico de la imagen en el sentido representacional, adquirido a partir de la preeminencia en estas sociedades del proceso de nombramiento y señalización. Es así que la indexación llega a prevalecer sobre la continencia misma o la descripción de atributos analógicos, lo cual se explica para más de un estudioso en los principios de la iconoclastia africana, en que la imagen adopta un carácter virtual y lo decisivo está entonces en la palabra, que al indexar y conferir un nombre, aporta asimismo un sentido, fragua una realidad.1 Ava será adorada como santa porque ella fue aludida como la Virgen, y no importa tanto si de un modo temporal o de préstamo instrumental. Así, Ava y Gabriel participa con madurez de una medular reflexión sobre las complejas y múltiples transferencias entre el referente, el modelo y otras mediaciones, y la concreción icónica en medio de una dinámica virtualidad que caracteriza a la axiología litúrgica afrocaribeña, para la cual el realismo reviste un profundo alcance conceptual que puede llegar a n la impresionante película antillana Ava y Gabriel, una historia de amor (Félix de Rooy, Curazao, 1989), una preciosa mulata, maestra de escuela, es seleccionada por cierto artista local para servir de modelo a la pintura de la Virgen María que habría de iluminar la iglesia Santa Ana de Surinam. Una vez concluido el modelaje, la vida de la mulata se verá definitivamente desordenada, porque en lo sucesivo, el pueblo, que aparentemente no puede distinguir entre la santa y su «referente modélico», la adorará, le rogará milagros, la convertirá en fetiche, en un talismán. La crítica del área —valdría decir, la críptica—, de común tan entusiasta con la visibilidad del iceberg, ha insistido en el costumbrismo folklorista, las calidades fotográficas o lo bien urdido del argumento de Ava y Gabriel, pero ha soslayado las densas revelaciones socioculturales de la película, que pudieran perfectamente ejemplarizar la consistencia a que ha arribado el exiguo cine caribeño y el modo cada vez más profundo en que dialoga con su realidad. Desde los años 60, los más avanzados estudios culturológicos vienen insistiendo en que para el feligrés Este ensayo, hasta hoy inédito, recibió en 1995 el Premio de la crítica cinematográfica cubana «Eduardo López Morales in Memoriam». 40 Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada inmensa mayoría de obras que a lo sumo sirven como experiencias de comunicación o vivenciación estética. Por supuesto que la jerarquía de lo estético sobre lo artístico en el espacio Caribe obedece a otras muchas razones, entre ellas la inexorable contextualidad ritual de la experiencia cultural o la cierta iconoclastia heredada con el legado africano. Pero el principio común y desacralizado de lo artístico en pos de una experiencia estética que puede contenerlo, pero que en cualquier caso lo trasciende, nos conduce a reparar en las analogías entre el comportamiento del diseño sociocultural caribeño y las especificidades del cine, respaldadas además por el hecho de que en el cine, si bien no se puede renunciar a la objetivación o a los condicionamientos materiales del soporte, a menudo el acto de recepción valoriza mucho más la referenciabilidad del argumento, el «embrujo» de la historia, las coordenadas del relato que los principios de su articulación en la pantalla, lo cual viene dado también por la celeridad con que se suceden las acciones a los efectos de la percepción de un receptor medio. De esta manera, el común de los mortales se apropia de las películas con un sentido pragmático vital en el que el referente llega a importar tanto o más que las elaboraciones personales a que es sometido. A la salida del cine, la valoración ejercida suele tener el carácter de «no me gustó porque la muchacha no se queda con el muchacho», a diferencia de los mecanismos de apreciación de una pintura, por ejemplo, aun por parte de un receptor ingenuo que, como mínimo, si no se referirá a la perspectiva sí ponderará «lo bonito del color». Ello es que, mientras ante otras artes el receptor —aun de modo subconsciente— no pierde de vista lo definitorio de la convención artística —un poco sabiendo que no de otra forma es posible la existencia misma de la manifestación—, el cine suele ser recibido en cambio, con mucho más arreglo a los ideales de la vida y las expectativas de comportamiento del perceptor, por aquello de que la narración de una historia funciona como otro fragmento de vida, contado con la naturalidad o las elipsis de la vida misma. Es por ello que a menudo el cine se vivencia como una experiencia estética donde lo artístico no desaparece del todo en la modelación del argumento, pero es recibido por el espectador de una manera, si se quiere, subliminal. Si el cine llega a ser una mitología cultural que endiosa a sus artífices —básicamente a sus intérpretes— y se ritualiza en su dinámica, el Caribe lo es por naturaleza, sin necesidad de una industria de la cultura. Por otro lado, así como el cine constituye un idioma universal —según la esencialidad humanista de sus argumentos—, las disímiles transculturaciones caribeñas redundan en una cultura inclusiva y abierta, resultado de las diversas colonizaciones, fluctuaciones migratorias, alteraciones de la composición demográfica, superposición de tiempos históricos y fuentes culturales muy variopintas. Pero sin apartarnos del idioma y la lengua, se aprecia —o más bien se precisa— una convergencia menos especulativa: el cine, junto a otros medios como la permitirse la transferencia interna de sus medios de expresión o representación. De ese modo vista, la película deviene el pináculo de una cinematografía que, aunque desigual y fragmentaria —o a ratos inexistente—, no ha dejado de producir obras de altísima elaboración estética que sin embargo no cuentan con los estudios necesarios, en tanto críticos y teóricos suelen impresionarse con las dificultades geográficas y etnoculturales del área —no pocas ciertamente. Pero de seguir postergando la meditación seria y abarcadora sobre el cine y la cultura del Caribe, vamos a sucumbir a la falacia de que nuestros pueblos son tan «prelógicos» que el mareo de las mulatas y los cocoteros nos sustrae del más mínimo intento de pensamiento racional. Antes bien, y tomando como motivación el desafío en que nos deja pensando Ava y Gabriel, ¿determinados perfiles de la cultura caribeña no son acaso curiosamente proclives a la discursividad cinematográfica?, ¿no podría atisbarse la correspondencia —extraña pero enjundiosa—, entre la morfología canónica del cine y el diseño de la lógica sociocultural caribeña en más de un rubro?, ¿el cine en el Caribe no será acaso la posibilidad —antes escurridiza— de conciliar virtualidad y realidad? Y tal convergencia idónea, ¿no sería la mayor sorpresa que pudiera regalarse el cine en ocasión de su centenario? Nacido con el siglo, el cine podría venir —entre otras cosas— a legitimar la expresión de culturas erróneamente tenidas hasta ayer como periféricas, adolescentes e irracionales. El cine y el Caribe: una proclividad en el sendero de los caminos que se entrecruzan De inicio, se observa como una paridad sospechosa entre la naturaleza sociocultural del gesto y el objeto estético en el Caribe, y la decidida remisión del discurso audiovisual al acontecer consuetudinario y los rituales del hombre común. En los contextos caribeños lo estético predomina sobre lo artístico, lo espiritual sobre lo material, la vivencia y la experiencia por sobre la objetivación definitiva; y, por paradójico que parezca al caso, la condición del cine, bien apreciada, no se distancia mucho de tales correlaciones. Así, por ejemplo, la mediación industrial, la estrategia de producción y las condicionantes de la recepción impiden que el discurso fílmico se consagre a una protagónica artisticidad, al punto de que muchos teóricos hablan hoy del cine como de una experiencia estética enriquecedora que no incluye necesariamente en su naturaleza la cualidad de lo artístico exclusivo. Al contrario: en la medida en que el cine no siempre se proponga ser arte, podrá consolidarse como manifestación estética; y en la medida en que la industria estandarice un lenguaje, serán menos, pero más inspiradas, las obras maestras. La excepción existe porque existe la regla, y muchos clásicos del cine lo son en tanto subvierten la gramática establecida por una 41 Mayra Pastrana y Rufo Caballero televisión o el video, tiende a ser idóneo en el contexto de unas sociedades con tasas considerables de analfabetismo, en las cuales el acceso a la comunicación audiovisual suele ser el principal canal de conocimiento. Pulsando otras equivalencias de interés, tenemos que la contextualización ritual de la experiencia estética en el Caribe, donde se desdibuja la autonomía de la imagen, de hecho debe potenciar una cierta proclividad al carácter narrativo del cine, cuya morfología opera como una metaimagen de muy escasos sintagmas autónomos: por lo general, la estructura fílmica se define más por el diálogo enfebrecido de los sintagmas entre sí (montaje) y de ellos con los ideales y modelos vitales que les sobrepone el receptor (nociones de verosimilitud, realismo, transparencia, evasión, tropología, etc.), que por la independencia autotélica de la imagen y su discursividad en planos, secuencias o unidades mayores. Más aún, el arte en el Caribe tiende a no desprenderse de eso que James Clifford llama «el aura de la producción cultural» y que determina una preeminencia de lo genérico en menoscabo de la individualidad, que no es anulada sino «abstraída». Clifford ha reparado en que la pintura «primitiva» haitiana es valorada, más que como el trabajo de artistas individuales, como pintura los intervalos y la cadencia del tempo en el cine, así mismo el Caribe parece existir, entre otras muchas portentosas cosas, para ser contado por el cine. ¿Cine caribeño o cine en el Caribe? Presunciones y denuestos Si ya lo es para la plástica o la literatura, el problema de una definición certera se hará especialmente sensible a los efectos de la noción de un cine caribeño, por razones obvias. Para recordar polémicas recientes, pudiéramos evocar los famosos cinco requisitos que hacia 1982 demandó el realizador guadalupeño Christian Lara, quien en una interesante y controvertida entrevista propusiera que una película podría considerarse caribeña en la medida que lo fueran su director, el asunto, la actriz o el intérprete principal y la producción, y siempre que usara el creole. 5 No muy distantes se colocan los requerimientos planteados por Keith Q. Warner, a la luz de los cuales un filme sería aceptado como caribeño si lo fuera la mayoría del personal que en él interviene (ya no solo el director o los protagonistas), la producción y otros rubros tan subjetivos como la «concepción, realización y gusto». 6 Incluso la misma Euzhan Palcy —virtualmente tan lúcida en torno a los procesos culturales del área— a menudo se ha mostrado fatalista a fuer de exigente: para ella, puede hablarse de cineastas caribeños pero no de cine caribeño, en tanto es demasiada la dependencia de las metrópolis para la producción, posproducción y distribución de las obras. Euzhan Palcy llega a ser francamente determinista y reductora cuando ironiza con la posibilidad lógica de que algún extranjero quiera hacer cine sobre el Caribe: de haitianos. La pintura haitiana está rodeada por asociaciones especiales con la tierra del vodú, la magia y la negritud. Aunque artistas específicos han llegado a ser conocidos y premiados, el aura de la producción «cultural» los acompaña mucho más que, digamos, a Picasso, que no es valorado de ninguna manera esencial como un «artista español». 2 No sería ocioso percibir que, paralelamente, el cine, en su protagónica condición de mass media, asola la individualidad, la dificulta y la absorbe, la evita o la anula. No por gusto el cine serio, aspirante a la dimensión artística, acomete la ilusión de la autoría, una estrategia reactiva contra la medianía del «cine de género» y las homogeneizaciones del encargo industrial. Y este punto reviste un particular interés a nuestros fines, no solo porque incrementa este preámbulo lúdicro —irónicamente paradójico— sobre las posibles equivalencias de un medio y otro, sino porque nos adelanta un rasgo hasta hoy distintivo del cine en el Caribe: la subordinación del principio de la autoría a la ambición de lo genérico; pero no ya por la virtual carencia de poéticas personales, sino, en muchos casos, incluso por el elemental desinterés ante el crédito. 3 En su momento veremos la explicación racional de por qué la autoría se hace muy difícil y tampoco interese mucho; sin embargo, desde ya habría que aclarar que, estén conscientes ellos o no, se les respete o no como tales, el cine del Caribe cuenta hoy con verdaderos autores; contados, excepcionales, pero muy intensos autores. 4 Por último —de momento—, en este seductor asunto de las afinidades, valdría subrayar que así como en la santería o el vodú el sonido y la acción corporal conducen a un cinetismo sonoro de peculiar relieve, o así como en todo el ritual la danza, la música y el canto coadyuvan a una idea de ritmo no precisamente ajena a nunca podrán hacerlo como nosotros, así que déjenlos que traten. ¿Por qué no? Podrán sentir como nosotros, mas no hacerlo como nosotros. Un blanco no hubiera podido realizar Rue Cases-Nègres [una de sus valiosas películas, del año 1983]; no hubiera llegado a la gente igualmente porque hay ciertos aspectos de la cultura, los no verbales, que solo personas de esa cultura pueden entender. 7 Unos y otros reduccionismos excluyentes han sido —por fortuna— muy pronto contradichos por importantes artistas y teóricos de la zona. Alan Ménil y Daniel Boukman refutan la peregrina idea de los cinco requisitos, tomando como muestra la propia producción de Christian Lara, cuyas películas «de Caribe en el Caribe» son sin embargo tremendamente limitadas en su «caribeñidad», por cuanto padecen su afán imitativo, su exotismo externo y simplificador y «subvierten inconscientemente sus pretensiones militantes». 8 Para estos autores otras obras filmadas fuera del Caribe y por no caribeños, hacen mucha más justicia a nuestra condición. Es evidente que aquellos reclamos son insostenibles. Barroco y Latino bar, dos piezas del mexicano Paul Leduc —no precisamente caribeño— que deben su motivación y parte sustancial de su excelencia a las recreaciones de 42 Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada se está haciendo una película, todo debe lucir brillante y perfecto. He tratado de usar la presencia de la naturaleza, animales gritando y otros sonidos naturales que quedan intactos porque todos forman parte de la vida allí. Si estoy luchando con niños, niños que juegan y saltan, tengo que usar la cámara a su nivel; es decir, una cámara en mano y no otra firme que se mueva suavemente en un dolly.11 los perfiles culturales del Caribe, tendrían que considerarse ajenas. El criterio de pertenencia debe operar de un modo abierto, porque el espacio Caribe sería hoy impensable sin la integración, digamos, de sus prolongaciones en las diásporas del éxodo o el exilio, donde se desarrolla una experiencia de vida que es otra y es la misma. Por el carácter mutable de su población, los flujos continuos de las migraciones o los múltiples procesos transculturales, el Caribe tiene cada vez más el carácter de un espacio tan inclusivo como centrífugo. Por otro lado, con todo y el magnífico «elogio de la creolidad» martiniqueño, la diversidad idiomática del área no puede reducirse al creole, ni al papiamento ni a ningún «esperanto insular» pretendidamente predominante o absolutizado por una cierta imposición de nobles, pero imposibles vocaciones integradoras. El caso de la producción y las figuras es, en especial, cuestionable. De ser tan «puristas», o sea tan aldeanos, no tendría lugar una película tan atendible como Una árida estación blanca, de la misma Euzhan Palcy, que contó con capital hollywoodense y un divísimo Marlon Brando de segundos, además de no acontecer propiamente en el Caribe, aun cuando su denuncia es a todas luces coincidente. O habría que sospechar del admirable Félix de Rooy —que trabaja en Holanda y tiene allí su productora— solo porque busca relacionarse «con el mundo occidental para lograr que el Caribe pueda expresarse con suficiente nivel profesional». 9 Solo un extremista no entendería la estrategia de Rooy que apela a la otredad en pos de la cualificación de lo propio. La misma Elsie Haas reside en París; pero únicamente desde allí ha podido concretar sus muy agudos documentales y cortos de ficción, donde confirma la dramática situación antillana, en los entretelones de los sutiles salones parisinos. 10 Todo este debate viene conduciendo a la certeza de que la dimensión de lo caribeño debe examinarse de un modo casuístico, sin demasiados preconceptos ni restricciones que atenten contra la multiplicidad de aristas que reviste el complejo proceso de la identidad en el Caribe. En ese sentido, hoy se ensayan algunas nociones que apuestan a lo caribeño ya no en la dirección de una «dignificación conceptual», sino incluso de una cierta estética fílmica que pudiera ser ejemplar como nueva búsqueda lingüística de lo definitorio, siempre que no aspire a convertirse en una —¡otra!— normativa didascálica. Así, la propia Euzhan Palcy —cuyas películas están curiosamente plagadas de fórmulas dramatúrgicas del cine hollywoodense o por lo menos del comercial estándar— ha develado su ánimo de que el cine pueda hablar a mucha gente diferente de distintas partes del mundo, pero al mismo tiempo deba ser De modo que, sumergidos en el proyecto de una gramática más funcional y propia, los realizadores caribeños festejarán (¿festejarán?) los primeros cien años del cine. Y no es casual que la centuria sorprenda a nuestros creadores abocados a su primera madurez, porque justo cuando el cine llega a longevo en otras muchas latitudes, en el Caribe apenas si cumple sus primeros treinta años. Calidez y aridez de la estación Aunque el llamado séptimo arte, en tanto aparato o invento tecnológico, llegó bien temprano a la cuenca, y no obstante advertirse antecedentes de gran interés en los años 50 ó 60 o aun antes, es en la década del 70 que puede hablarse de un cine caribeño avalado por una producción mínimamente respetable y un cuerpo de ideas y experimentos formales relativamente orgánico. Esto es que, cuando en el mundo ya el cine había sido moderno y se cansaba de ello experimentando la nueva lógica posmoderna, entonces emerge con alguna coherencia y sistematicidad el cine en el Caribe.12 Cierto, no es un desfase para menospreciar, pero tampoco para arrastrar como un estigma fatídico de por vida. Y está claro que el atraso obedece, en primera instancia, a una paradoja irresuelta aún hoy: siendo la infraestructura industrial una condición sine qua non de cualquier intento de cinematografía nacional o regional, todavía hoy no puede hablarse de una verdadera industria, ni siquiera incipiente, en el espacio Caribe. No solo por los condicionamientos de la herencia africana y otros factores ya suficientemente estudiados, la música y la danza son las expresiones más generalizadas en nuestras culturas; lo son también, y no en poca medida, por su carácter de manifestaciones espontáneas que pueden prescindir de las exigencias materiales y tecnológicas; lo son, asimismo, porque otros géneros, como los relativos al discurso audiovisual, vienen padeciendo una muy conflictuada historia, en medio de países tan dependientes en lo económico y lo técnico. El arte audiovisual caribeño es a ratos un discursofantasma que vive en su ilusión y que existe por su coraje, como un desafío a su improbabilidad histórica. El hecho de que la industria de la cultura esté controlada por los países ricos no solo aplaza y desplaza los proyectos propios, sino que también —lo que no es menos pernicioso—, establece un grupo de valores «modélicos» que atrofian y desvirtúan la percepción autóctona —o cuando menos la debilitan, la fragmentan, la incapacitan en sus búsquedas de identidad. Ya en el decenio de los 60, evidenciada la falacia de los modelos desarrollistas, se hace obvia la ineptitud de muy específico en términos de movimientos de cámara, iluminación, elección de tomas, encuadre, ritmo de la gente y la manera en que caminan y se comportan. Estas cosas vienen naturalmente primero y luego uno se refleja en ellas. En Rue Cases-Nègres, por ejemplo, si uno está en una casucha la luz debe ser natural. No se puede jugar con la luz o tratar de diseñarla como Hollywood, pensando que como 43 Mayra Pastrana y Rufo Caballero El cine caribeño —el genuino, no el que se prostituye y subordina sus historias al anuncio de automóviles o casas cerveceras— es por naturaleza un cine independiente, lo cual lo abandona a no pocas carencias, pero le permite también ciertos experimentos y licencias creativas que no penden necesariamente de una normatividad tiránica. los gobiernos «nacionales» para financiar el discurso audiovisual, en parte por desdén y concentración en otros renglones considerados acuciantes y, más que todo, por la atrofia y la inopia de una economía dependiente, hipotecada. Sin embargo, la historia del Caribe en estos años desacredita las tesis del causalismo y el determinismo tecnológico, pues la irrupción de una escuálida pero continente cinematografía aparece justo en uno de los momentos de mayor penuria económica y social. 13 El despegue se asocia, por el contrario, a una etapa de marcado fervor ético cultural, que sabrá del auge y consolidación de un pensamiento caribeño; de prácticas sociopolíticas radicales con paradigmas en los movimientos independentistas que sacuden el área; el desarrollo de géneros musicales como el reggae y el calypso, decididamente identificados con las ansias de emancipación y dignidad cívica; efervescencia ideológica de los años 70 a la que se integra la expresión fílmica con una voluntad participativa y de aporte a la afirmación cultural del Caribe. La, hasta ese momento, balbuciente creación cinematográfica se crece y consolida, estimulada por los legítimos vectores de la época y una involucradora necesidad histórica. «El cine haitiano nació como cine político», 14 ha dicho Arnold Antonin, y es esa una premisa válida para el surgimiento del cine caribeño como sistema, que así como le permite ser, lo lastra a partir de determinado momento, con una cierta retórica, según veremos después. Pero es preciso comprender las circunstancias tan orgánicas en que brota este cine para cuidarnos, incluso, del acechante ahistoricismo que descalifica hasta los mejor intencionados ideales de cierta izquierda. En ese sentido, hay quien persiste en rehusar la categoría de cine caribeño con el argumento de que nuestro cine no expresa aún los signos de una identidad cristalizada y sus hallazgos son muchas veces parciales, coyunturales, periodísticos. En cualquier caso, una entidad no existe a partir de los sueños o las esperanzas, sino de esos estadios graduales que van delineando la vida de los pueblos. El cine que hacemos hoy es un cine caribeño que marcha de acuerdo con el grado de desarrollo de la conciencia social y hasta con las disímiles fragmentaciones de nuestro ser, y ello no es fundamento para que se desconozca o invalide tras la demanda romántica de lo que debe ser. Un cine con otro alcance, con otro desarrollo, vuelo y poder integrador sería ciertamente muy tentador, pero sería hoy, también, la peligrosa ilusión de una falsa conciencia. Esa primacía de la aspiración por sobre la realidad, esa anteposición del ideal a la vida, fue la responsable de que durante muchos años ciertos sectores de la intelectualidad cubana divulgaran un denodado rechazo al cine cubano anterior a la Revolución, precisamente porque ese cine nuestro era visto desde la Revolución, desde su perspectiva ética, y no teniendo en cuenta los irrecusables condicionamientos de aquella otra realidad; cuando si de algo pecaba aquel cine era de su desmesurado afán de identidad, su excesivo subrayado de lo tenido por cubano, que terminó siendo —incluso en los cauces del cine revolucionario— un vulgar cubaneo. Pero tales desvaríos e inflexibilidades son comprensibles si estudiamos las condiciones en que el cine caribeño existe —valga decir, subsiste—, tan alarmantes como para desanimar o despistar a cualquier espíritu romántico. Mientras los gobiernos locales favorecen las inversiones de las industrias extranjeras interesadas en el Caribe como un paraíso de cocoteros y sensuales turgencias, la producción cinematográfica caribeña muchas veces tiene lugar en las metrópolis, en un cine que no siempre logra despojarse de nuevos intentos colonizadores más o menos conscientes, o de una cierta visión despectiva, cuando menos externa y turística; bien que en otros casos, cada vez más numerosos, ese cine, realizado por descendientes de caribeños, caribeños mismos o sencillamente otros autores, sitúa su presupuesto al servicio de una expresión perfectamente identificable como caribeña. En cuanto a las películas filmadas en nuestros territorios, la mayoría de ellas son el resultado de una iniciativa eventual de un grupo de interesados, sin continuidad ni inserción orgánica en una producción contigua. En ocasiones una empresa se ha instituido para financiar un determinado proyecto, y luego desaparece una vez consumados sus circunstanciales intereses. Y es curioso cómo esa inseguridad económica influye en los signos imaginales de muchos «frescos» históricos y políticos que revelan la ansiedad de quien no solo lo quiere decir todo, sino que siente que lo debe decir todo por esa vez, pues le amenaza la incertidumbre del futuro. El mismo Arnold Antonin caracterizó su legendaria película Haití, el camino de la libertad como «una obra de lucha inmediata y al mismo tiempo con una gran ambición de decirlo todo como si fuera la primera y la última película del autor»,15 y aunque él se explique esa grave «espacialidad» a partir de la necesidad de abarcadoras parábolas que 44 Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada Jacques Arcelin en 1983, se filmó clandestinamente durante seis años; y así tantos otros materiales se producen y circulan en las sombras, bajo el peligro de la persecución y el encarcelamiento, al punto de que el caro Antonin llegara a preguntarse: «¿La esclavitud, el exilio o la prisión serán eternamente el precio de la actividad artística en Haití?.»16 Todos estos frenos y desgarramientos laceran sensiblemente al artista caribeño y le impiden una producción sostenida. Al respecto el libro Diez años del nuevo cine latinoamericano, 17 que recoge la participación de nuestros países en el importante festival habanero de 1979 a 1988, nos permite extraer un par de elocuentes estadísticas, siempre con un carácter aproximado, puesto que por abarcador y representativo que se proyecte el festival, la producción de cine caribeño en modo alguno se reduce a su nómina. En cualquier caso, no deja de ser locuaz el hecho de que el promedio de participación de los países caribeños a lo largo de diez años de experiencia fílmica sea de siete películas. ¡Siete películas en diez años! Aunque hay países con una cifra mínimamente reverenciable —digamos Puerto Rico con veinte y por supuesto, volviendo a salvar la peculiaridad de Cuba, que llega a 335, la mayor producción de Latinoamérica—, el balance no puede ser más preocupante. Otro indicador poco favorecido es el que se refiere a los formatos, dado que continúa prevaleciendo el de 16 mm, que alcanza a doblar el número de películas en el internacionalmente generalizado de 35 mm —por descartar otros cada vez menos exclusivos en el mundo tecnológico contemporáneo, como el panorámico de 70 mm, pongamos por caso. Y vale la observación porque el uso casi aficionado del formato de 16 mm no responde, en la inmensa mayoría de las obras, a una voluntad de factura underground, textura «vanguardista» o aridez opositora al lustre de la industria —como curiosamente se aprecia en ciertos creadores jóvenes cubanos—, sino a una obligada necesidad. Sin embargo, la duración se comporta equilibrada, con especial tendencia a los largometrajes en la ficción y a los medio y cortometrajes en el documental, como suele ser propio de ambos géneros. Del mismo modo, abunda el color con naturalidad y, por lo general, cuando no se lo usa es por deliberados propósitos expresivos. Las dificultades de posproducción y trabajo de laboratorio sí los azotan tremendamente, al punto de que terminan realizándose en las metrópolis o diásporas. Un intento de índice temático arrojaría un nítido repertorio engrosado en primera instancia por aquellos asuntos que apuntan a los enunciados de «libertad, emancipación, soberanía, independencia»; para concentrarse luego en los temas relativos a la penetración de las metrópolis en la economía, la sociedad y la cultura —particularmente los mecanismos manipuladores de los mass media— o decenas de fenómenos en torno a las migraciones, el éxodo por causas económicas y políticas, y las experiencias de vida, prolongaciones culturales, frustraciones y conflictos internos en el exterior. Otras divulguen la verdad y esclarezcan la historia, es muy posible también que subconscientemente lo asedie el temor al silencio. De cualquier manera, dichas iniciativas temporales o individuales vienen aportando mucho. En Martinica, por ejemplo, habría que destacar el papel de la APDCC (Asociación para la Promoción y Desarrollo del Cine Caribeño), fundada en 1985 por el entusiasmo de Susy Landau y Viviane Duvigneau, que cuenta ya entre sus logros la celebración bianual de un importante festival; o el auspicio de la misma SERMAC (Servicio Municipal de Acción Cultural) a las primeras obras de varios artistas. Otros comitentes encauzan su dinero, sin embargo, a los dudosos placeres del video comercial. Así las cosas, no tendría sentido hablar en el Caribe de un «cine independiente» que en otros contextos existe precisamente como reacción o alternativa ante la supremacía de una producción hegemónica más o menos estándar. El cine caribeño —el genuino, no el que se prostituye y subordina sus historias al anuncio de automóviles o casas cerveceras— es por naturaleza un cine independiente, lo cual lo abandona a no pocas carencias, pero le permite también ciertos experimentos y licencias creativas que no penden necesariamente de una normatividad tiránica. Aunque esta independencia pronto se hace muy relativa por otras razones: no son pocos los autores que prefieren satelizarse a las formas de decir ya convencionalizadas por patrones cinematográficos que saturan el mercado; en esos casos, por muy personal que sea el esfuerzo de producción o el enfoque de los contenidos, se trata de un cine estéticamente dependiente, y un cine estéticamente sumiso jamás será un cine independiente. Luego está la problemática de la distribución y la relación con el público, una de las zonas más accidentadas del cine caribeño, que la mayor parte de las veces es desconocido por su primer destinatario, destinado a restringidos círculos fílmicos en las capitales metropolitanas, o confinado a fugaces festivales y a saciar la curiosidad de coleccionistas adictos a «rarezas periféricas». Es común el hecho de que luego de insufribles malabares y prestidigitaciones, el creador consigue realizar su película para extraviarla más tarde entre los intereses de las compañías distribuidoras. No menos crucial resulta el problema de la legitimidad de los filmes para circular en los mismos países de origen. En la medida en que se oponen a un estado de cosas vigente, decenas de películas no existen sino en las condiciones de cimarronaje cultural; han sido filmadas y conocidas en los márgenes de la clandestinidad. Si ahora tomamos por muestra a Haití, tenemos que muchas de las cintas realizadas durante el gobierno de la dictadura duvalierista tuvieron que articularse sobre la conjunción de grabados, imágenes de archivo, fotos fijas, recortes de revistas y periódicos, y solo un mínimo de filmaciones directas, imposibilitadas por la furia de la represión. Es el caso de la antes aludida Haití, el camino de la libertad. El interesante documental Caña amarga, rubricado por 45 Mayra Pastrana y Rufo Caballero temáticas recurrentes son el movimiento hacia las ciudades, sobre todo con la abolición de la esclavitud; la negritud y la imagen de Africa como rescate, homenaje o nostalgia; índices del desarrollo socioeconómico, el ferrocarril, la industria cafetalera, etc.; los desalojos y el cimarronaje. Al lado de cuestiones políticas específicas, pero agobiantes en todas las latitudes, como el circo electoral, su demagogia y el ascenso al poder de los diversos partidos, abundan los tratamientos artísticos de las religiones, en especial del vodú y la santería; el mito, la tradición oral y las cosmovisiones múltiples a partir de leyendas y nociones religiosas heredadas en el rito; como también las reflexiones estéticas alrededor del idioma, la cultura y la autoctonía. Dentro del reflejo por el cine de expresiones artísticas hermanas en el contexto del Caribe, se percibe un histórico maridaje con la música, tanto en su protagónica utilización como recurso cinematográfico fuertemente expresivo, como en el homenaje a disímiles géneros y músicos del área. La poesía y la pintura son otras manifestaciones particularmente destacadas, de las que se resaltan los elementos que apuntalan la identidad y problemáticas candentes en el discurso sociocultural, a la manera del llamado «arte ingenuo» y sus mistificaciones o manipulaciones comerciales y políticas. O sea, el discurrir fílmico en el Caribe es, sobre todas las cosas del mundo, un acto de responsabilidad con su historia y su cultura. La gravedad expositiva hace prevalecer el drama histórico o sociológico —a menudo el docudrama—, en detrimento de los géneros psicológico, de comedia, musical o fantástico, por citar solo estos. El cine esencialmente sustantivo del Caribe mostrará asimismo una fundada vocación por el registro documental, ya no como género independiente, sino incluso como impronta de los códigos y estilos en la ficción. genérico de su actitud en la vida y de su proyección consciente, urgido como está de vislumbrar su identidad como ser social, desde la elucidación de los más compactos e inextricables procesos transculturales hasta la elemental delimitación del verdadero idioma. No olvidar que muchos caribeños pertenecen a un subcontinente que, desde su mismo nombre, los excluye, porque como han alertado los más progresistas de nuestros intelectuales, de José Martí a Fernández Retamar, eso de «América Latina» deja fuera la sustancial historia y cultura de los caribeños de lengua no española o portuguesa. El retardado acrisolamiento de las nacionalidades, las fragmentaciones naturales y artificiales de toda suerte, y el espíritu defensivo de las poblaciones emigrantes para con la preservación de sus tradiciones y costumbres, explican en conjunto esas «urgencias de identidad», el inaplazable esfuerzo de afianzamiento, la alta referenciabilidad del cine caribeño. Es históricamente lógico que prevalezcan lo reporteril y el testimonio, incluso el «manifiesto filmado» que conscientemente avasalla el medio al fin y acentúa la función del discurso audiovisual como medio de difusión de ideas en un cine que condensa sus esfuerzos de densidad estética en la alusión, la descripción y la indexación referencial, del mismo modo sustantivo en que la plástica, ocupada en el registro de paisajes y tipos populares, modela un «acercamiento al entorno visual en términos de objetivación». 19 Las películas caribeñas asumen hoy el desafío de congeniar la respuesta a tal necesidad histórica con el principio de una, tampoco aplazable, creatividad artística más incisiva en indagaciones personales y exploraciones psicológicas universales, consustanciales al hombre mismo, porque sucede acaso que el proyecto sociológico constriñe la búsqueda ontológica y estética o retarda no pocas posibilidades de renovación cultural. No se trata, obviamente, de un reclamo que intenta «occidentalizar» la operatoria de una dispar identidad genérica, de una creatividad otra, sino de, acaso, enriquecerla con alumbramientos de la subjetividad que no tienen por qué excluírselos, serles ajenos. Pues, ciertamente, el didactismo y la gravedad trascendentalista de parte importante de este cine ha redundado en un dudoso discurso de preconceptos que provoca un cierto rechazo del público. Se ha suscitado una retórica en la que el afán de esclarecer ideas sobre la vida, determina que el cine a menudo verse sobre las ideas y no sobre la vida. Y está claro que si algo no puede permitirse el cine caribeño es contribuir a incrementar la ya desconsoladora distancia de su público. Pero los años 80 nos alentaron con novedosas vertientes de elaboración imaginal que ya trascienden el mero proceso de connotación y el diálogo cerrado o estrecho con la realidad: una película como la puertorriqueña Lo que le pasó a Santiago revela un conveniente mundo de introspección e indagación existencial; la trilogía de Félix de Rooy sobre el mito en el Caribe es de un complejo simbolismo que requiere de los más exigentes estudios semióticos y tropológicos; Universo y circunstancia, escaramuzas de la historia Y es que en países donde la cultura espiritual permanece ocupada en la formación y desarrollo de la conciencia, en el autoconocimiento, el arte se genera como proceso de afirmación colectiva y exploración intersticial. De común sucede que el argumento, motivación primera del discurso fílmico, pasa a ser secundario, puesto que la Historia importa más que la historia. Si la vida apremia, el arte no ha de entretener. Por eso Antonin ha confesado, con total sinceridad, lo siguiente: «algunas veces los compañeros extranjeros se ríen con esto, porque cuando me preguntan qué película estoy haciendo, respondo sencillamente que una película sobre Haití».18 Por ello también ese carácter contingente que si en otros lugares es síntoma de cine pedestre, de una crisis de talento y de imaginación, en el Caribe ha correspondido a una insoslayable necesidad histórica de reconocimiento. El artista caribeño muchas veces relega la individualidad, habida cuenta del trabado diseño 46 Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada conceptual, los peligros del abaratamiento mercantilista y las concesiones al turismo acechan de un modo más físico, al presentarse en muchas ocasiones como el más rápido y cómodo medio de vida. Y no solo ocurre con la pintura «primitiva» o la futilización de los géneros musicales: en particular el cine es bien dable a la exaltación de ese engendro degenerador que Alan Ménil llama «síntesis periodística de las tres S: sex, sea and sun».20 Bajo aquel pretexto cínico de que «la razón es helénica y la emoción, negra», incontables epígonos y subproductos de la creación caribeña se hacen eco de la imagen de la insularidad como fondo exótico y estereotípico propicio al lujo, la calma y la sensualidad, un paraíso enardecido solo de salvajismos interesantes y encantamientos fugaces, sin lugar para la razón y el pensamiento. Afortunadamente, contra los desvaríos de todas las lujurias, cada vez más autores dignifican la imagen del cine caribeño con poéticas verdaderamente personales que contienen y rebasan lo genérico, que nos cuentan de nuevo la historia, pero sin el prisma de un par de relatos tan axiomáticos como empobrecedores; ahora con el poder clarificador de sus fabulaciones y reelaboraciones estéticas. Los haitianos Raoul Peck y Elsie Haas, los ya emblemáticos Félix de Rooy y Euzhan Palcy, los puertorriqueños Jacobo Morales y Marcos Zurinaga, los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás, solo a la luz de sus propias realidades fílmicas engrosan el proyecto cultural del Caribe. Y no es que la espesura del cine caribeño dependa exactamente de una «política de autores» que responde a cierta lógica moderna algo desfasada ya, pero los creadores tampoco parecen proseguir aquel estadio primario y necesario en que el cine era la realidad, como en Ava y Gabriel la virgen morena era la Virgen María. Como si el Caribe se cansara, de una vez, de todas las malas hierbas: los los filmes de Paul Leduc blasonan de su estilizada y lucubrada parábola cultural. Aun más, el inquietante grupo de cintas que emerge en Martinica a finales de la década —las llamadas «películas de sueños», que contienen peculiares premoniciones, alucinaciones y ensueños—, significan un síntoma notorio de esos otros predios de la individualidad y la psicología social que en mucho pueden enriquecer los derroteros del cine caribeño. También inmerso en la ineludible descolonización de la conciencia y el comportamiento, en el dibujo de una cultura de resistencia que haga frente a la franca amenaza deculturadora de la metrópoli y el gobierno títere, nuestro cine ha debido participar de una actitud contracultural —cuya estrategia más conocida es el fenómeno de la negritud— que se desgasta ante la otredad, que se debilita en la lucha contra el otro. Si bien, como planteara Moreno Fraginals, la colisión entre las culturas dominada y dominante de hecho ha proporcionado inagotables nuevas fuentes culturales, llega un momento en que la obsesión de rechazo a la otredad desvirtúa el asentamiento de lo propio, toda vez que el proceso de identidad no parte de raseros establecidos por la cultura interesada en definirse, sino de los rubros impuestos por una otredad que aun para ser negada condiciona el sentido y el rumbo de los comportamientos. Ahora, si la desalienación respecto al «complejo del otro» constituye un reto poco menos que imposible en el contexto de unos pueblos tan distantes de su verdadera independencia, donde el sojuzgamiento del otro es una carga demasiado pesada, no menos embarazoso resulta para el artista caribeño desentenderse de las mil tentaciones del mercado y el turismo, que tratan constantemente de banalizar la obra de arte hasta tornarla en un mero y trivial objeto comerciable. Si la cuestión de la otredad requiere de una profunda madurez Veinte películas imprescindibles21 The Harder They Come (Perry Henzell, Jamaica, 1972) Haití, el camino de la libertad (Arnold Antonin, Haití, 1974) Destino manifiesto (José García, Puerto Rico, 1975) Puerto Rico: paraíso invadido (Alfonso Beato, Puerto Rico, 1976) Dios los cría (Jacobo Morales, Puerto Rico, 1980) Anita (Rassoul Labuchin, Haití, 1980) ¿Puede un Tonton Macoute ser poeta? (Arnold Antonin, Haití, 1980) La operación (Ana María García, Puerto Rico, 1981) Rue Cases-Nègres (Euzhan Palcy, Martinica, 1983) Caña amarga (Jacques Arcelin, Haití, 1983) Almacita di desolato (Félix de Rooy, Curazao, 1986) La gran fiesta (Marcos Zurinaga, Puerto Rico, 1986) La ronde des vaudous (Elsie Haas, Haití, 1986) Haitian Corner (Raoul Peck, Haití, 1987) Un pasaje de ida (Agliberto Meléndez, República Dominicana, 1988) Krik? Krak! Tales of a Nightmare (Jac Avila y Vanyöska Gee, Haití-EUA-Canadá, 1988) Ava y Gabriel, una historia de amor (Félix de Rooy, Curazao, 1989) Lo que le pasó a Santiago (Jacobo Morales, Puerto Rico, 1989) Barroco (Paul Leduc, México, 1989) Latino bar (Paul Leduc, México, 1991) 47 Mayra Pastrana y Rufo Caballero prostíbulos paradisíacos, las adoraciones acríticas, los fanatismos políticos. Así, desprovisto de prelogicismos y folklorismos ideológicos, el sentido de la responsabilidad histórica y las distancias propias del arte parecen urdirse en el difícil arcano de la lucidez. La madurez asoma justo cuando la realidad fílmica deja de proponerse como análoga virtualidad de la realidad real: eso que ayer fue espejo orgulloso, hoy es muchas veces coartada de la mediocridad. Al trenzarse con los alumbramientos del arte, lejos de desaparecer, el mito de Narciso se complejiza extraordinariamente. En efecto, Ava podrá ser la santa, pero solo si así lo desea el temperamento del pintor. Y de este modo orquestado el instinto genérico proveniente de Africa con el aura de la originalidad emblematizada por la tradición de Occidente, podrá realizarse el Caribe en su última y verdadera hibridez. Porque además, caribeño o de todos los mundos probables, el hombre es uno solo, y en definitiva se debate entre similares coordenadas. ¿Un Caribe metafísico no será acaso un Caribe mejor dotado para responder a su fortísimo cometido histórico? ¿Sería ese el colmo de las paradojas, salvadoras y desconcertantes, que alimentan la utopía? En la confluencia de los tiempos no existe el presente sino sometido a los vislumbramientos que el futuro le arrebata a la historia. del Caribe. De cualquier modo, insistimos en que todos estos «cortes» son premisas de método en un acercamiento preliminar al tema; futuras aproximaciones alcanzarán, posiblemente, otras precisiones e integrarán zonas de producción en este primer momento aplazadas. 5. Véase el ensayo de Mbye Cham, «Introduction: Shape and Shaping of Caribbean Cinema», en Ex-Iles. Essays on Caribbean Cinema, Nueva Jersey: Africa World Press, 1992. 6. Véase el ensayo de Keith Q. Warner, «Cine, literatura e identidad en el Caribe», en Ex-Iles. Essays on Caribbean Cinema, ob. cit. 7. Véase la entrevista de June Givanni a Euzhan Palcy, en Londres, 1988, mientras la cineasta hacía la postproducción de Dry White Season, ibíd. 8. Ver nota 5, y consultar además el ensayo de Alan Ménil «Rue CasesNègres or the Antilles from the Inside», ibíd.: 155. 9. Véase la entrevista de Karen Martínez a Félix de Rooy durante el Festival de Martinica en 1988, ibíd. 10. Al respecto, consúltese en especial su trabajo Les saints et les anges, de 1985. 11. Ver nota 7. 12. Para un estudio de los llamados «pioneros» del cine en el Caribe, habría que revisar cuidadosamente las obras fundacionales de creadores como Gabriel Glissant, Perry Henzell, Raphaël Stines, Bob Lemoine, Rassoul Labuchin, Christian Lara, et al. 13. Otra constatación del fracaso determinista se experimenta al comprobar que algunas de las plazas más fuertes de la cinematografía caribeña —el cine haitiano, por ejemplo— acontecen justo en el contexto de los países más desvalidos, de escuálida economía e hipertrofiada vida social. En dicho sentido, pudiera ser elocuente la relación de 20 títulos imprescindibles en el cine caribeño, con la que concluye este ensayo. Notas 1. Para un análisis detenido de estos tópicos se recomienda, en particular, el ensayo de Juan Acha «Reafirmación caribeña y sus requerimientos estéticos y artísticos», en Plástica del Caribe, La Habana: Letras Cubanas, 1989: 7-28. 14. Arnold Antonin, «Panorama del cine en Haití», Cine Cubano, (110): 60. 2. Véase James Clifford, «Sobre el coleccionismo de arte y cultura», Criterios, cuarta época, (31), enero-junio, 1994: 142. 15. Ibíd.: 50. 3. En algunos libros y artículos consultados, con desconcierto advertimos que decenas de películas son presentadas no ya sin un «autor», sino incluso sin un responsable cualquiera de la producción, como si ello nada cambiara, o se aspirara a que la película brotase del «subconsciente colectivo». 16. Ibíd.: 55. 4. A esta altura del texto, el lector echará de menos las referencias a los autores cubanos, algunos de ellos con vasto reconocimiento internacional. Preciso es aclarar desde ya que este ensayo excluye el caso de la cinematografía cubana, que por sus acentuadas peculiaridades, desde la existencia de una historia continua y una infraestructura industrial mínima hasta otros derroteros del discurso ético, requiere un estudio independiente o un análisis comparado que excede los intereses de nuestras reflexiones. Asimismo se han minimizado las alusiones a Puerto Rico, cuyas especificidades históricas, sociopolíticas y culturales también se apartan un tanto de la lógica general que en esta ocasión intentamos desentrañar. Como parte de la referida licencia de método, habría que entender también la temporal exclusión de los espacios continentales que engrosan el concepto sociocultural de lo caribeño y la cuenca misma, en razón esta vez de la dificultad que entraña el deslinde de lo propio y específicamente caribeño en el contexto de producciones nacionales que en modo alguno se limitan a la lógica socioestética que rige nuestro objeto de estudio, y son incluso generadas en centros proindustriales la mayoría de las veces enrumbados a presupuestos de identidad de otro alcance, que insertan lo caribeño de manera orgánica mas no se agotan en ello. Un caso bien diferente muestra la cinematografía mexicana, donde varias cintas sí revelan una pertenencia raigal, tanto en los signos sociolingüísticos como en lo ético, al designio 18. Véase «Haití: el camino de la libertad», entrevista de Vivian Argilagos a Arnold Antonin, Cine Cubano, (97): 89. 17. Teresa Toledo, Diez años del nuevo cine latinoamericano, La Habana: Verdoux/Sociedad Estatal Quinto Centenario/Cinemateca de Cuba, 1990: 725. 19. Yolanda Wood, «La pintura contemporánea en el Caribe», en su De la plástica cubana y caribeña, La Habana: Letras Cubanas, 1990: 155. Aunque la frase citada alude en este ensayo a la pintura guyanesa de la primera mitad del siglo, en modo alguno la precisión conceptual de la investigadora cubana se reduce a ese espacio ni a ese tiempo. 20. Ver nota 8. 21. Esta lista de hitos fílmicos caribeños se conforma sin distinción de géneros, y atendiendo no únicamente a virtudes estéticas, sino también a poderosas razones de índole histórica o sociológica. Por demás, es evidente que no se manejaron las películas cubanas, que solo ellas requerirían una lista de veinte títulos significativos. Tampoco se incluyen las obras de los «pioneros», merecedoras de otras consideraciones. © 48 , 1996. La integración en la cuenca del Caribe.no.Institucionalidad y realidad 6: 49-56, abril-junio, 1996. La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad Tania Gar cía Lor enzo García Lorenzo Investigadora. Centro de Estudios sobre América. Entorno internacional Se ha abierto un nuevo ciclo de expansión económica y de conquista de mercados, que es de la mayor importancia. Hay una necesidad de Tratados Comerciales ventajosos tan intensa como la hubo hace algunos años de concesiones de canales y de Enmiendas Platt. Los «Guantánamos» económicos y las «Zonas del canal» mercantiles son de tanta urgencia, en estos tiempos de depresión y desempleo en los Estados Unidos, como lo fueron las posiciones estratégicas y las vías interoceánicas en otras épocas. No es objetivo de este trabajo hacer una evaluación detallada de los elementos que caracterizan las corrientes económicas mundiales contemporáneas. No obstante, comoquiera que la participación en un esquema integracionista es parte esencial del diseño de inserción externa de cualquier país, resulta imprescindible para el análisis partir de la aceptación de que el recrudecimiento de la vocación universal del capital, expresado en niveles mayores de transnacionalización, ha marcado de forma sustancial la recomposición del sistema de relaciones internacionales, tanto económicas como políticas y de seguridad del Hemisferio, que a su vez imprime un particular sello al desenvolvimiento de la cuenca del Caribe. En nombre del objetivo y contradictorio proceso globalizador, pretende consagrarse un sistema de relaciones políticas, económicas, culturales y sociales que al propio tiempo que integra y concentra capitales, produce un efecto marginalizador y excluyente a hombres, pueblos y regiones que no le resulten funcionales. De hecho, lo que se intenta es hacer prevalecer una nueva dimensión del concepto «espacio Ramiro Guerra (1934) L a cuenca del Caribe tiene una trayectoria discursiva integracionista de larga data. Sin embargo, existe una corriente de intercambio económico que, aunque muestra una relación comercial tendencialmente creciente, poco responde a la magnitud de la voluntad institucional expresada. 1 En el diagnóstico de las instituciones multilaterales generalmente se aprecia una evaluación positiva hacia la tendencia creciente de esa relación de intercambio. 2 No obstante, resulta interesante llevar a cabo un acercamiento a otros elementos causales que se encuentran presentes en este comportamiento y que son poco tratados en la literatura. 49 Tania García Lorenzo económico» que cuestiona el Estado-nación y las nociones de soberanía e independencia a él asociadas. Se perfila en la actualidad una nueva forma de expresar la política históricamente expansionista del capital norteamericano, pero adaptada a las condiciones de acumulación contemporáneas y a los condicionamientos que la ideología neoliberal ha impuesto al propio funcionamiento económico de los estados. Así, los programas de estabilización primero y de ajuste estructural después, han producido profundos cambios en las funciones de los estados latinoamericanos, pasando de un llamado «Estado benefactor» a un Estado «facilitador del proceso de acumulación de los capitales», lo que inhibe su función empresarial y reguladora, con lo que se crean disfuncionalidades contradictorias. Un ejemplo evidente de la incoherencia de las políticas económicas se puede apreciar en la utilización de los instrumentos fundamentales de la política monetaria y crediticia. 3 Resultado: el crecimiento de la economía está atrapado en esas contradicciones. No obstante, en la aplicación de los preceptos tecnoideológicos del modelo neoliberal, se aprecian evidentes diferencias cuando analizamos su forma de operar en los países desarrollados. Los acuerdos intergubernamentales adoptados en la Ronda Uruguay del GATT consagraron los principios de política comercial basados en la disminución sistemática de los aranceles, con lo cual se desprotegen las vías fundamentales de obtención de recursos en divisas. La industria latinoamericana sufre un alto nivel de exposición en el comercio internacional, al participar en igualdad de condiciones a las del mundo desarrollado, cuando no existe igualdad de posibilidades, dados los niveles de subdesarrollo que hoy tipifican a las economías del continente. Vale recordar que los países desarrollados maduraron las condiciones tecnoproductivas de su planta industrial bajo un férreo proteccionismo, y no impusieron, con su fuerza económica, los renovados criterios del «libre cambio» en los foros internacionales, hasta que le resultó necesario al desarrollo del capital. También ha quedado consagrada —vía privatización— la desregulación estatal de la economía y la desintermediación financiera, lo que, unido a la globalización de los flujos de capital y monetarios —por la supremacía del capital financiero sobre el productivo—, cierra el cuadro por el cual, entre otros múltiples factores, los estados latinoamericanos han ido perdiendo soberanía económica y, con ello, instrumentos de conducción efectiva de sus economías. Esto ha generado un estado creciente de polarización de los ingresos, y desempleo y pobreza estructurales de dramáticas dimensiones. Los modelos económicos aplicados mayoritariamente en América Latina han producido un giro en los referentes de acumulación hacia el sector externo. En nombre de la llamada «modernización», se aplican criterios de desenfrenado aperturismo, bajo el argumento de que la mayor liberalización compulsa a niveles crecientes de competitividad, sin reconocer el papel que en este contexto tiene la evidente incapacidad demostrada para generar valor agregado con mayor componente tecnológico, que es el elemento principal que marca la dinámica del mercado mundial contemporáneo. Una política exportadora basada en el abaratamiento de la moneda y no en los parámetros contemporáneos de los mercados dinámicos, o una política captadora de recursos a partir de la elevación indiscriminada de las tasas de interés y no por la solidez de su economía, constituyen instrumentos que están condenados al fracaso porque no basan su perspectiva en la creación de riqueza, sino en la obtención de ganancias. Es extrapolar mecanismos cortoplacistas, de una deficiente conducción microeconómica, a la conducción macroeconómica, con las consecuencias que ello conlleva para cualquier país. Y es que los modelos económicos latinoamericanos no parten de un proyecto de desarrollo nacional que otorgue al mercado interno el verdadero papel que le correspondería, tanto por la sociedad que ampara como por el poder que emergería de una verdadera integración nacional. La cuenca del Caribe. Su historia y posición La cuenca del Caribe es un entorno internacional heterogéneo, con dimensiones de profundas diferencias, con raíces etnohistóricas diferentes, con características e intereses políticos generales similares, pero no congruentes, carentes de interdependencia, y cuya historia ha estado marcada por las conveniencias o inconveniencias de los centros hegemónicos de poder. Los Estados Unidos consideran a la cuenca del Caribe su traspatio natural, entendiéndose por ello su área de influencia, en la que tiene, bajo su peculiar concepto de jurisdiccionalidad, el «derecho» a intervenir. El auto-otorgado «destino manifiesto», enraizado, en su concepción hegemónica, en el hemisferio, e impuesto con toda su intensidad desde hace siglo y medio, se mantiene inalterable en su percepción del papel a desempeñar en las relaciones interamericanas contemporáneas, aunque bajo nuevas modalidades. La historia de las intervenciones militares en el continente lo hace evidente. Así, como dijera Andrés Serbin, las consecuencias de la Guerra fría, la consolidación de la Revolución cubana y su inserción en el entonces existente campo socialista; la descolonización del Caribe no hispánico y el desencadenamiento de la crisis centroamericana, dieron lugar, en términos geoestratégicos, a una marcada relevancia de la cuenca del Caribe en la política exterior norteamericana en la década de los 70 y 80. Ello llevó a la puesta en práctica, en enero de 1984, de la Iniciativa para la cuenca del Caribe, como una forma de rediseñar el sistema de relaciones imperante en el subcontinente. 50 La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad referentes importantes de complementación en México, salvo en el caso de dos o tres países. Ese gran entramado institucional de acuerdos demorará en poder impulsar un marco de acciones concretas que incremente el nivel de intercambio. Sin embargo, se despliega un creciente proceso de consultas políticas y diplomáticas en la búsqueda de estabilidad para la región y tratando de consolidar alianzas y vínculos regionales frente a las transformaciones hemisféricas y globales. Es en ese contexto que se crea la Asociación de Estados del Caribe en julio de 1994, aún en fase de organización de su aparato secretarial, definiciones presupuestarias, etc. La Cumbre de agosto de 1995, dedicada al comercio, turismo y transportes, constituye un primer paso en la dirección de impulsar una nueva relación de intercambio al interior de la cuenca del Caribe. Los hechos dirán la última palabra. 4 La ampliación de los acuerdos fraccionados entre grupos de países dentro de la Asociación, complejiza aún más la ya ardua labor que espera a ese incipiente mecanismo de cooperación si pretende comenzar un proceso de armonización de los acuerdos preexistentes. Hay que resaltar, sin embargo, que los conductores de estos procesos no ocultan su intención de verse subsumidos en la llamada integración hemisférica. Aunque se declaró en Miami (1994) y se reafirmó en Denver (1995) que ese proceso se iría produciendo cohesionando los esquemas subregionales existentes, comoquiera que los Estados Unidos siguen siendo un jugador internacional de primera línea, solo irá articulando países al TLCNA en la medida en que sean funcionales a sus necesidades domésticas y de supremacía hegemónica. No olvidemos que la capacidad para decidir sobre la elegibilidad de nuevos aspirantes es una prerrogativa unilateral de los Estados Unidos. 5 Tal y como, hasta ahora, están definidas las cosas, no se trata de una integración hemisférica. Antes bien sería una absorción por los Estados Unidos de las economías latinoamericanas, sin tener que pagar el costo de las sociedades. Como hace siglo y medio, los Estados Unidos no desean absorber nuevos territorios, sino que estos resulten manejables como «posesiones». Adquiere las capacidades productivas y de servicios instaladas, abaratadas por la depreciación de las monedas, y el costo social lo asumen los gobiernos, que han perdido soberanía y capacidad de actuación, pero pueden cumplir las funciones que les asigna el capital. John Saxe-Fernández ha señalado que la llamada integración hemisférica constituye una versión actualizada de la Enmienda Platt, 6 denunciada abrumadoramente por la práctica económica de los propios Estados Unidos y sometida a los avatares de la política doméstica norteamericana, que se litigia entre republicanos y demócratas. Hay una continuidad histórica en los objetivos de la política hemisférica de los Estados Unidos, al propio tiempo que, en su actuación, el capital norteamericano modifica sus mecanismos e instrumentos de acuerdo con los Sin embargo, los cambios en esos contextos han determinado una pérdida de su relevancia estratégica, tradicionalmente asociada con la Guerra fría, y están siendo remplazados por temas de diferente alcance estratégico global: narcotráfico, flujos migratorios y amenazas ambientales. En consecuencia con las tendencias mundiales descritas, se va expresando un marcado desinterés de los Estados Unidos por sus vínculos económicos tradicionales de carácter preferencial. La eventual desaparición de los márgenes de preferencialidad que disfruta la mayoría de los países de la cuenca del Caribe amenaza la supervivencia de un grupo de estados predominantemente vulnerables y de economías frágiles, altamente dependientes de sus vínculos externos. No obstante, los Estados Unidos siguen considerando al Caribe su área de influencia y, por lo tanto, los pasos que realiza no son ignorados por ellos. La gran dependencia de los Estados Unidos que afrontan los países que afloran a la cuenca del Caribe, y que tiene una expresión múltiple (económica, militar), convierte a este país en un actor presente en la realidad económica de la cuenca, incluso con una fuerza renovada en los últimos años, a partir de sus propias necesidades, afectados por su relación-competencia con los países europeos y asiáticos, pero con diferencias sustanciales según los países. No estamos hablando, sin embargo, de una relación interdependiente, sino de una relación de subordinación. Si bien los gobiernos de la mayoría de los países de la cuenca del Caribe comprenden la necesidad de reconformar una agenda regional, y reconocen la importancia que en ese entorno tiene la consolidación de los vínculos económicos recíprocos, no se aprecia una voluntad de erigirse en espacio económico propio, sino la intención de prepararse para subsumirse en una supuesta y esperada integración hemisférica. Y esa agenda regional tiene hoy, como soporte un complicado entramado de acuerdos bilaterales y multilaterales institucionales, pero una casi inexistente relación económica, salvo en el caso de los países centroamericanos, cuyos vínculos económicos reales son significativos en el contexto subregional. La CARICOM, después de 20 años de constituida, y adoptada una Unión Aduanera, alcanza un comercio recíproco del 10,2 %. El llamado Grupo de los Tres (México, Venezuela y Colombia) es, en la práctica, un acuerdo marco tripartito, que se refleja después bilateralmente, pero con una desproporcionada composición del comercio recíproco, determinado por la influencia de terceros en sus proyecciones principales. Las relaciones de México con el Caribe insular están determinadas por otras dinámicas. La firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCNA) ha desbalanceado el acceso a los mercados y capitales estadounidenses y la terciarización dependiente que han producido las economías caribeñas no ha encontrado 51 Tania García Lorenzo líneas generales comunes en el diseño económico latinoamericano, no hay realmente un modelo de aplicación homogéneo. Sí se aprecian diferencias sustanciales en distintos componentes de los procesos de reforma, tanto por su intensidad, profundidad y frecuencia como por sus características técnicas. 8 No obstante, se desconoce el hecho de que, incluso, políticas similares aplicadas a realidades concretas diferentes, ofrecen resultados contrapuestos y en ocasiones contradictorios. Esta realidad también provoca que los países participantes de un mismo esquema integracionista presenten, en el desarrollo de sus economías, importantes divergencias y asincronías en el comportamiento de sus ciclos económicos. No se trata solo de la heterogeneidad múltiple que se presenta entre los países miembros de los esquemas de integración, referidos a dimensiones, interdependencias, carácter competitivo y no complementario de sus producciones, etc. 9 Estas divergencias presentan correlaciones de poder, por lo tanto influirían en las relaciones de costo/beneficio entre los miembros de los esquemas, pero no tendrían que limitar el incremento del intercambio recíproco. Se trata de que los ciclos productivos y las manifestaciones estructurales y funcionales de estos, tales como el comportamiento de la tasa de inflación, nivel de déficit público, estructura de las balanzas de pagos y la evolución del tipo de cambio nominal de las monedas de los países participantes, entre otras, son distintos y, en consecuencia, las políticas que están obligados a aplicar los gobiernos tienen que ser sustancialmente diferentes, lo que afecta las relaciones entre las partes. La evolución del producto interno bruto (PBI) de los países miembros de los distintos esquemas integracionistas, entre 1989 y 1995, presentan comportamientos extremadamente asimétricos y asincrónicos de sus tasas anuales de variación. El caso del Grupo de los Tres, que tiene firmado un Tratado de Libre Comercio, es, tal vez, de los más evidentes. Mientras que Venezuela pasó de -7,8 %, en 1989 a 6,8 % en 1990, y continuó con un comportamiento completamente errático provocado por la crisis que atraviesa esa economía, México presentaba su propio comportamiento de crisis, pero en años contrapuestos, mientras que el de Colombia fue el más estable. En esas condiciones, comoquiera que las crisis financieras que padecen tienen naturaleza y raíces distintas, las vías de salida no son coincidentes, por lo que en su conjunto, las políticas económicas que deberá aplicar cada uno de ellos resultarán contrapuestas y afectarán las relaciones de intercambio entre los tres países. Los datos demuestran que la firma del Tratado de Libre Comercio, cuando menos, no ha sido suficiente para obtener resultados relevantes en el comportamiento de los flujos comerciales de estos países. Aunque con niveles diferentes de dispersión, se puede apreciar un semejante grado de asincronía en los restantes grupos de integración existentes. Obviamente, la circunstancia de crisis por la que han atravesado dos de requerimientos del patrón de acumulación contemporáneo. Los programas continentales desplegados por los Estados Unidos, solo han dejado como resultado más dependencia. Un ejemplo de ello es que la Iniciativa para la cuenca del Caribe provocó que por cada dólar exportado por el Caribe al mundo, se le compraran a los Estados Unidos 75 centavos. Al nuevo diseño hemisférico del capital —y en este continente al capital norteamericano— no le resulta funcional la preferencialidad sino la reciprocidad; en lugar de la protección, la liberalización; y en nombre de la competitividad, la desregulación. El peligro de fraccionamiento nacional y regional es cada vez más evidente. Hoy no se trata de la integración para el desarrollo, ni del ideario integracionista de nuestros próceres. El dilema está en que ningún país puede, por una parte, enfrentar un programa nacional de desarrollo de forma aislada en las condiciones actuales de acumulación y, por otra, defender a ultranza los esquemas actuales. Defender un marco institucional que permita enmarcar la acción irrestricta del capital en cierto contexto ordenador, resulta cuestionable, porque algunos esquemas de integración han sido remodelados y otros estructurados con mecanismos funcionales al modelo neoliberal de acumulación. El marco institucional Al margen de las divergencias que en el orden conceptual existen alrededor de la categoría integración, hoy bajo ese rubro se hace necesario analizar una doble dinámica: la acción institucional que se estructura en los esquemas gubernamentales constituidos y la acción práctica de los capitales en el proceso de privatizaciones, fusiones y adquisiciones, y que en ausencia de un programa de verdadero desarrollo nacional producen, en la mayoría de los casos, una amplia concentración de los capitales y una articulación dependiente y desnacionalizada. Es prolija la información disponible sobre el estado de los esquemas de integración existentes. En 1995, los de mayor comercio intrarregional fueron el Mercado Común Centroamericano (MCCA) y el MERCOSUR; estos alcanzaron solo el 24,1 % y 22,0 % en relación con su comercio total, respectivamente; la Comunidad Andina alcanzó el 11,7 % y la CARICOM el 10,2 %. El conjunto de la región alcanzó apenas el 19,2 %. 7 Problemas de carácter estructural en el funcionamiento de estas economías pueden estar impidiendo en algunos casos y condicionando en otros, los resultados prácticos de los esquemas de integración actualmente vigentes. En múltiples ocasiones se ha argumentado que la homogeneización de las políticas económicas de los países latinoamericanos propende y es, a su vez, garantía del éxito del proceso integracionista. Aunque existen 52 La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad fundamentales no respondan inclinando sus preferencias. Siendo las políticas monetarias parte esencial de los instrumentos de control y conducción de la economía, presentan en su aplicación resultados contradictorios. Los requerimientos contrapuestos del crecimiento y el control de la inflación han estado presentes en el diseño de las políticas económicas. En consecuencia, el auge de crecimiento del continente se ha desacelerado, y tiende a presentar una nueva fase de precrisis. Y es que aun existiendo niveles de intercambio relativamente altos, como es el caso de Centroamérica, el diseño de las políticas económicas está principalmente determinado por el impacto que tiene, en los países, el peso relativo de sus vínculos con la economía norteamericana. Tanto por su cercanía como por el nivel de dependencia que han consagrado los esquemas preferenciales que existen entre los países de la cuenca del Caribe y los Estados Unidos y Canadá, el manejo instrumental y el diseño mismo de las políticas económicas latinoamericanas tienen como prioridad las necesidades derivadas de sus vínculos con los Estados Unidos. En ninguno de los esquemas integracionistas que afloran en la cuenca del Caribe, existe al menos un país que sirva de polo de atracción en sí mismo. El papel que a esos efectos hubiera podido tener México quedó transformado por su reconversión hacia la economía norteamericana, que se consolidó y se ha acrecentado con el TCLNA. Cifras recientes del Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática de México indican que entre enero y marzo del presente año los Estados Unidos y Canadá recibieron el 85,9 % de las exportaciones y suministraron el 77,6 % de las importaciones de este país. Sin embargo —aunque tiene firmado acuerdos de libre comercio con Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile y Venezuela—, en el primer trimestre de 1996, México colocó en América Latina menos del 8 % de sus exportaciones totales y solo adquirió en la región el 5 % de sus importaciones.12 Estos son elementos que no pueden evadirse cuando se trata de medir la eficiencia de los proyectos de integración. Los esfuerzos integracionistas del continente, el andamiaje institucional establecido y la larga lista de declaraciones anunciando una voluntad política de integrarse, no se han visto compensados suficientemente por los volátiles niveles de crecimiento del comercio recíproco. Es que la integración económica nunca ha sido, y mucho menos en las condiciones actuales de inserción externa, un fenómeno esencialmente comercial. La participación en el mercado mundial contemporáneo y, más bien, el posicionamiento de rubros dinámicos de exportación en determinados mercados, no pueden ser logrados sin determinadas condiciones económicas internas, que atañen a todo su funcionamiento estructural, incluso en los vínculos intrarregionales. Esta nueva percepción de la integración ha estado presente en la reformulación de los esquemas de los tres países del G-3 incluyen elementos de significación en este análisis, que reclaman consideraciones en extenso. Cada uno de los restantes esquemas integracionistas presenta características causales específicas que reclaman su tratamiento individual. El objetivo que se persigue ahora es la identificación del hecho como similitud y necesario objeto de análisis en cualquier labor prospectiva al respecto. En el caso de la CARICOM, las diferencias son significativas, particularmente en los de Trinidad y Tobago, Guyana, Jamaica y Surinam. Niveles altos de inflación plantean una disyuntiva inmediata entre el control de la inflación y el crecimiento del PBI. 10 El control de la inflación y del desequilibrio fiscal casi siempre compele a implantar políticas contractivas, mientras que los países que no tienen esos problemas difícilmente puedan someterse a esos requerimientos en virtud de sus relaciones recíprocas. Aunque con menores niveles de dispersión —al menos aparentemente—, el esquema centroamericano de integración no es ajeno a este comportamiento. Habría que destacar, sin embargo, que es, de todos los esquemas integracionistas, el que menos disgregación tiene en sus indicadores macroeconómicos analizados, lo que resulta significativo si apreciamos que el de Centroamérica es, de hecho, el que más relación de intercambio comercial recíproco tiene, y que ha producido un importante nivel de elaboración de políticas conjuntas. No se trata, sin embargo, de un fenómeno instrumental de las economías, ni se resuelve con intentos de la llamada «armonización de las políticas». Es un problema de naturaleza estructural, donde el nivel de apertura de las economías de nuestro continente, unido a la ausencia de verdaderos proyectos nacionales, entre otras causas, ha motivado que las políticas no se diseñen con carácter preventivo, sino que se adopten a partir del estallido de las crisis —o en evitación de su explosión—, pero luego de ser engendradas. Resulta evidente que «el desarrollo del modo de producción capitalista no es lineal, sino que, a lo largo del mismo se producen períodos de crisis y de auge que tienen por misión corregir los desajustes que lleva implícito su propio funcionamiento». 11 En el caso de América Latina, ese comportamiento está influido por el hecho de que su crecimiento económico no ha estado sustentado por un desarrollo endógeno, tanto de la investigación como de la innovación tecnológica. Su ahorro interno es débil, y depende de la afluencia de capital foráneo, de importaciones crecientes para sustentar sus exportaciones. Por lo que sus períodos de recuperación y auge, están sometidos a avatares no siempre administrables por sus políticas y sí dependientes de las decisiones de sus suministradores de tecnología y capital. Esa ausencia de convergencia provoca que la relación costo/beneficio sea asimétrica y variable, lo que pudiera explicar que, por mucha «voluntad institucional» que expresen los gobiernos, los actores empresariales 53 Tania García Lorenzo Como señalara Alberto Arroyo, integración del continente que se ha producido en los 90. Sin embargo, siguiendo la normatividad general del TLCNA, algunos actores pretenden que las estructuras conceptual y técnica de los tratados de libre comercio pudieran devenir ejes articuladores de las relaciones económicas recíprocas, con lo cual se estarían estableciendo condicionantes internas y externas y no solo comerciales. Particular fuerza tienen en esa dirección las normas de origen y la cláusula de trato nacional. Estas constituyen las bases sobre las que se han reformulado los viejos esquemas y surgido los nuevos mecanismos integracionistas, que buscan consolidar y comprometer un sistema de relaciones determinado. Como este sistema se basa en la reciprocidad y no en la cooperación, estará signado por las relaciones de poder que se ejercen en el mercado y se proyectan como sello distintivo de las relaciones contemporáneas. Esas relaciones de poder que subyacen en los mecanismos integracionistas contemporáneos pudieran ser refractadas en los ámbitos políticos y militares, si las articulaciones económicas así lo justificaran o demandaran. La historia de América es prolija en ejemplos. Las asimetrías que existen entre los firmantes de los tratados al interior del hemisferio están enmarcadas en esos contextos, sean estos de los Estados Unidos con México, de México con Centroamérica, y aunque en diferente magnitud, de Venezuela y Colombia con el Caribe. El reflejo esencial de tratamiento asimétrico está dado por los ritmos de desmantelamiento de cualquier rasgo de protección y la búsqueda de mayores niveles de desregulación, pero no de subsanación, por diversas vías, de las diferencias estructurales, que es insoslayable en cualquier intento de integración económica, vista desde la perspectiva del desarrollo. Los casos en que existen vínculos amplios buscan consolidar ese sistema de relaciones dependientes. En los casos en que los vínculos deben incrementarse bajo esos criterios, se comprometerán las relaciones a partir de un sistema que no reconoce realmente, en toda su magnitud, las asimetrías existentes. La inversión extranjera es un complemento necesario, por lo que el problema no debe plantearse como sí o no a la inversión extranjera. El problema es en qué condiciones de acuerdo puede jugar un papel en la dinámica del desarrollo nacional. Cómo orientarla según las prioridades nacionales para un desarrollo sustentable, democrático, equilibrado, generador de empleo, distributivo del ingreso y que tienda a disminuir la dependencia tecnológica. 13 Pero la integración económica supone alcanzar un nivel de interdependencia determinado y su diseño, por tanto, tiene que ser básicamente funcional al modelo económico que se aplique. En nombre de la integración, concepto identificado con sentido positivo en el discurso de las más variadas corrientes ideológicas, se pueden estar produciendo procesos que no siempre tienen que ser confluyentes con los intereses de los estados-naciones y en particular de las sociedades. Y es que generalmente se mide la integración por las intervinculaciones comerciales, pero no se registra cuál es el vínculo de las fusiones y adquisiciones transnacionales con los mecanismos integracionistas y sus resultados. Una euforia extraordinaria y desproporcionada tiene lugar en determinados círculos latinoamericanos por lo que se ha dado en llamar el «retorno de América Latina a los mercados de capital». Según el Informe de 1995 de la CEPAL, la inversión extranjera en América Latina y el Caribe, señala que «esta masiva entrada de recursos externos ha significado la desaparición de la restricción financiera externa que la región enfrentó durante el decenio de los años 80 y la reversión de las transferencias netas al exterior que caracterizaron la década pasada». Sin embargo, el 95 y el 92,5 % respectivamente, de las emisiones internacionales de bonos de los años 1993 y 1994, se concentraron en cuatro países. Por otra parte, el 94,7 % de las emisiones internacionales de acciones se concentraron también en cuatro países. Tres de ellos son los mismos en las dos listas: México, Argentina y Brasil. De los 100 proyectos de inversión más importantes en el continente, en 1993, 86 se concentraron en cinco países. 14 Es decir, que los flujos de capital no están llegando a todos los países y sí se están concentrando en los llamados «emergentes». Hay una ausencia significativa de la llamada cuenca del Caribe y más aguda aún, del Caribe insular. Pero la concentración no es solo en el número o en países determinados con mejores condiciones. También es sectorial. De los 100 proyectos de inversión mencionados, 60 están concentrados en cinco sectores; a saber, telecomunicaciones, minería, petróleo y gas, industria automotriz y electricidad. Otros datos reflejan una clara terciarización de los flujos financieros y una marcada tendencia a la privatización y desregulación cada vez mayor del sector bancario. Otro rasgo relevante es la ampliación de capitales, pero dentro de una misma rama económica. Las nuevas La integración vertical Hoy se está produciendo una yuxtaposición entre los procesos de integración constituidos institucionalmente como esquemas subregionales, a partir de los acuerdos de complementación económica, las desgravaciones arancelarias recíprocas y las uniones aduaneras constituidas, y los procesos que, en la práctica, se producen como «integración vertical». Esta es en realidad una integración de capitales, o la articulación de ciertos sectores productivos latinoamericanos con los capitales norteamericanos o europeos en su expansión, que está produciendo una nueva noción de espacio económico. Esta yuxtaposición pretende ser convergente, pero aún no lo ha demostrado, por sus múltiples dinámicas contradictorias. 54 La integración en la cuenca del Caribe. Institucionalidad y realidad Los resultados excluyentes de estos procesos constituyen la causa real de los alarmantes niveles de pobreza, frente a los cuales los propios funcionarios del Banco Mundial se proponen un programa de atención, a fin de contener la explosión social que representaría el traspaso de los niveles de sobrevivencia. No puede ignorarse que esta atención tiene un carácter asistencial lo menos costoso posible y no se pretende enfocarla desde el punto de vista de una solución estructural. ¿En qué punto pudieran confluir ambos procesos de integración, o sea, el «institucional» y el «vertical»? Los tratados de libre comercio, como nuevos ejes articuladores de los procesos de integración, pueden ser más funcionales al movimiento de capitales o a la integración vertical que a la integración o interdependencia de las naciones como conjuntos sociales. El crecimiento del comercio intrafirma e intraindustrial así lo verifica. Por otra parte, el rediseño que ha tenido lugar en los esquemas de integración, con el objetivo de hacerlos más viables, no ha cambiado la naturaleza esencialmente comercial de su espectro. La corriente de inversión intrarregional sigue siendo abrumadoramente minoritaria. Aunque ascendente, no tiene aún una fuerza que haga variar los patrones de la conducción macroeconómica, profundamente subordinada al capital norteamericano. Otorgarle al actor empresario un papel relevante en el diseño de los nuevos esquemas, no tiene obligatoriamente que significar una mayor integración. En ausencia de un proyecto nacional de desarrollo, más bien pudiera contribuir a una mayor transnacionalización. Desde la perspectiva del capital, el reacomodo operacional que se está produciendo es el idóneo a su vocación universal de ingobernabilidad. Ahora bien, desde una perspectiva de desarrollo, y ante el hecho de que la globalización de la economía tiene un carácter objetivo, una interrogante válida sería: ¿cuáles son las condiciones mínimas requeridas para alcanzar objetivos de desarrollo económico nacional y participar en el mercado mundial contemporáneo? Al decir del profesor Jaime Estay, corrientes de los procesos de privatización permiten apreciar en su estructura sectorial cierta tendencia a la especialización y al control monopólico sobre determinadas ramas. 15 En 1993, el 52 % de las 100 empresas más grandes de América Latina estaban concentradas en los sectores del petróleo, industria automotriz, telecomunicaciones, electricidad, comercio y alimentación. Vale destacar, no obstante, que las empresas privadas locales son en muchos casos joint ventures con control nacional del paquete accionario, pero no deja de estar presente el capital extranjero. Es interesante detenernos en algunos de los razonamientos de los llamados «depredadores». Un estudio publicado en AméricaEconomía de mayo de 1995, señala elementos muy reveladores al respecto. Los inversionistas buscan empresas dentro de su propio sector, especialmente para entrar a un nuevo mercado o para favorecer una integración vertical; se aseguran financiamiento a un costo razonable; están dispuestos a soportar un entorno recesivo durante cierto plazo, esperando con paciencia la llegada de mejores tiempos, pero neutralizan la posibilidad de expansión de otro grupo o el surgimiento de nuevos competidores. ¿Y qué tipo de presas buscan? Compañías con participación en el mercado y canales de distribución; empresas que tengan un alto endeudamiento, lo que las hace más vulnerables, pero que dispongan de potencial de mercado, idealmente del sector de bienes de consumo masivo o exportables. En los procesos de fusiones y adquisiciones recientes, se aprecia una inclinación marcada a privatizar el servicio eléctrico en algunos países. Resulta obvio que también se está produciendo, en algunos países importantes, la privatización de puertos, ferrocarriles y aerolíneas para asegurar los componentes totales de los procesos productivos y comercializadores. Este nuevo estadio de la transnacionalización de los procesos productivos, que es uno de los rasgos más sobresalientes de la globalización, está en la base de la pérdida de la soberanía y la independencia de los países subdesarrollados. Otro ejemplo elocuente del nuevo contexto es la expansión de las zonas francas industriales para la exportación que, según estudios realizados por investigadores caribeños, incorporan muy poco valor agregado a la planta industrial latinoamericana. Esta integración «vertical» no se basa siquiera en la reciprocidad. En nombre de la modernidad y de la competitividad, «es una guerra de todos contra todos», como señalara Andrés Olivos, gerente financiero de Andina. En ese contexto se reconoce como natural y propicio que «la productividad crece gracias a la eficiencia que traen los despidos».16 La propia desregulación de los flujos de capital propicia el mayor descontrol y en ocasiones hasta el no registro de los movimientos de capital en algunos países. Se trata de un fenómeno de magnitudes tales que los gobiernos no pueden controlar en qué medida la capacidad de desinversión de los flujos contemporáneos puede impactar la tasa de acumulación. La globalización económica trae aparejados requerimientos de competitividad, pero en esa dinámica está presente la relación competencia-competitividad-productividad versus equidad-cohesión social. Pero la globalización no es un fenómeno que llegue de forma estructurada y aunque existen márgenes de limitación de actuación, existe la posibilidad y debería construirse la posibilidad de que las políticas nacionales erijan estrategias frente a la globalización. Ello resulta indispensable porque su no enfrentamiento atraviesa la vigencia del Estado-nación. 17 El acercamiento a un diseño económico alternativo en las actuales circunstancias es de alta complejidad, pero resulta inevitable. Sin embargo, para que sea realmente alternativo tiene que partir de que el eje o centro del modelo de desarrollo sea la sociedad y no el capital. La alternativa al Estado neoliberal tiene que ser democrática, con una economía también democrática. 55 Tania García Lorenzo El diseño alternativo tampoco puede ser visto como de países aislados. Diseñar un modelo de integración funcional a las condiciones alternativas no podría ser visto solo como un problema de inserción externa, sino como la búsqueda de complementariedades activas de producción-comercialización con rangos de competitividad que permitan niveles aceptables de posicionamiento en los mercados. Ese proceso de integración debería, por tanto, contemplar una agenda tal que mantenga la equidad y la justicia social como objetivos en sí mismos. y equitativo» a su mercado a las exportaciones de los Estados Unidos, además de revestir interés económico para los Estados Unidos. Estar de acuerdo en que el compromiso de integración estará basado en la reciprocidad, sin expectativas de tratamiento «especial y diferencial» por su menor grado de desarrollo. Véase LC/MEX/L.295, «El grado de preparación de los países pequeños para participar en el ALCA», México, DF: CEPAL, 1995. 6. John Saxe-Fernández, Seminario Teoría del Desarrollo, UNAM, Instituto de Investigaciones Económicas, México, 1995. 7. Balance Preliminar de CEPAL, 1995, Nueva York: Naciones Unidas, 1995: 35. Vale destacar que estos esquemas han arribado ya a operar con un arancel externo común, lo que supondrá un incremento de sus vínculos comerciales. Sin embargo, aunque el MCCA tiene vigente este arancel común desde mediados de 1993, solo ha incrementado su comercio intrarregional en el 2 % de esa fecha a la actualidad. Notas 8. Osvaldo Rosales, CEPAL Chile, Intervención en el Seminario Internacional América Latina y Cuba ante la Economía Internacional Contemporánea. La Habana, Universidad de La Habana, 9-11 de julio de 1996. 1.. La evaluación del proceso integracionista latinoamericano ha estado generalmente fundamentada en el nivel de comportamiento de las tendencias del comercio intrarregional, así como por consideraciones acerca del tipo de acuerdos que han sido adoptados o negociados en la época. La ausencia de información sistémica y sistemática acerca de los flujos financieros y otras dimensiones de las relaciones recíprocas ha impedido hacer una evaluación a fondo de otros aspectos de las relaciones económicas intrarregionales, e inhibe la posibilidad de analizar el verdadero impacto que los procesos de integración tienen en el desarrollo de la economía de los países que en ellos participan. 9. Un análisis de ese carácter sobre la Asociación de Estados del Caribe puede verse en Tania García Lorenzo, «La AEC: potencialidades y desafíos», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(22), juliodiciembre, 1994: 83-95. 10. Mientras que Guyana tiene un déficit fiscal del 22 % del PBI, Barbados, Bahamas y Trinidad oscilan entre el 1 y el 3 %. Así, Jamaica tiene un índice de precios al consumidor (promedio 1992-1994) del 34,3 % y Surinam del 71,1 %, Barbados tiene el 0,6 % y Belice el 2,0 %. 2. En ocasiones se expone el nivel de afectación que se produce por la falta de complementariedad de las economías en cuestión y el efecto, en cuanto a la creación o el desvío del comercio, que provocan la desgravación arancelaria recíproca y los aranceles externos comunes. 11. Jesús Albarracín, La economía de mercado, Madrid: Editorial Trotta, 1994. 3. Las palancas principales —el control de la tasa de inflación; la tasa de interés y los tipos de cambio— son utilizadas con objetivos contrapuestos y con efectos esencialmente contradictorios. La desaceleración del crecimiento del PIB, el carácter estructuralmente deficitario y ascendente de la cuenta corriente de la balanza de pagos, el nivel creciente de endeudamiento externo y los repuntes ascendentes de los déficits presupuestarios, demuestran que se pudieran estar sentando las bases para una nueva ola depresiva en el desempeño económico latinoamericano. 12. Cable de Prensa. México, IPS, 17 de julio de 1996. 13. Véase Alberto Arroyo, El Tratado de Libre Comercio. Texto y contexto, México, DF: UAM-Iztapalapa, 1994. 14. Revista América-Economía, Edición Anual 1994/1995. 15. Un ejemplo fehaciente está en el proceso de expansión, vía privatizaciones, que tiene lugar en la industria latinoamericana de bebidas y licores por la Coca Cola y la Pepsi, buscando no solo más ventas, sino mejorar los niveles de rentabilidad. Lorenzo H. Zambrano, ejecutivo principal del grupo CEMEX, cuarto complejo cementero del orbe, opina que el mundo estará dominado por cuatro o cinco grandes actores, en lugar de decenas de propiedades familiares dispersas en cada país. Bajo estos criterios, este consorcio está en un proceso de ampliar sus propiedades, que ya incluye posesiones en Panamá y Trinidad y Tobago, y, hasta recibir la presión norteamericana por la Ley Helms-Burton, pretendía extenderse hasta incluir la industria cementera cubana. 4. La ronda de negociaciones efectuada por Centroamérica —incluidos Belice y Panamá— con México, y el establecimiento del Foro Mesoamericano, son puntos a considerar. Comoquiera que solo está aún en el plano de las intenciones y no se convertirá en realidad hasta que la práctica lo demuestre, la forma en que está prevista la aplicación de los acuerdos «Tuxtla Gutiérrez II» pudiera propiciar una relación conocida como «ejes y rayos» de México hacia Centroamérica y otros países, que facilite la articulación de esas economías con los capitales norteamericanos presentes en la economía mexicana. Por otra parte, este posible, pero aún cuestionado, escenario también podría servir para crear mejores condiciones de expansión al capital mexicano que no tenga opciones competitivas en el Norte, o que vaya siendo desplazado internamente por la recomposición de los espacios económicos internos del país. 16. Ricardo Zisis, editor, América-Economía, Edición Anual 1995-1996. 17. Jaime Estay, intervención en el Seminario «América Latina y Cuba ante la Economía Internacional Contemporánea», La Habana, Universidad de La Habana, 9-11 de julio de 1996. 5. La lista más clara y reciente de condiciones de elegibilidad que, según el Gobierno de los Estados Unidos, debe cumplir un país de la cuenca del Caribe antes de entrar en la negociación de un acuerdo recíproco con ese país, está contenida en las estipulaciones de la sección 202 de H:R: 553, todas referidas a las condicionantes marcadas en la OMC o en los TLC. Sin embargo, añade, entre otras: proveer un acceso «justo © 56 , 1996. no.Universidades 6: 57-65, abril-junio, 1996. en el Caribe Universidades en el Caribe Mariana Serra Profesora. Universidad de La Habana. Cristóbal Díaz Morejón Especialista. Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. P la universidad primada de América y que este tipo de institución aflorara en sus dominios; en cambio, el sistema implantado por las restantes potencias europeas —no obstante su mayor desarrollo socioeconómico— incidió en que no fuera hasta el presente siglo —al calor de los movimientos democráticos y descolonizadores, surgidos después de la II Guerra Mundial— cuando varios de los centros de educación superior, creados por la presión de las élites locales, adquirieran el rango de universidades. El Caribe francófono no contó con ellas hasta la creación de la Universidad Estatal de Haití, pues, pese a que en este país se produjo la primera revolución nacional-liberadora de la región, múltiples factores externos e internos trajeron como consecuencia un retraso todavía patente no solo en la esfera educacional. En la subárea anglófona, el Colegio Universitario de la Indias Occidentales —fundado en 1948 en Mona, Jamaica, y adscrito a la Universidad de Londres— constituyó el centro de los estudios superiores en el marco de la Federación de las Indias Occidentales entre 1958 y 1962, cuando devino una institución universitaria autónoma, después de que Jamaica alcanzó su independencia. De manera bastante similar se produjo el advenimiento de la Universidad de Surinam (1968) en el Caribe neerlandófono. or más que pueda parecer una perogrullada, resulta insoslayable referirse a la diversidad política, social, lingüística, entre otros rasgos, para definir cualquier aspecto de la realidad pasada o presente de la cuenca del Caribe; diversidad que se acrecienta cuando se enfoca un horizonte que incluye la zona continental. Desde 1492, este ha sido un espacio altamente permeable al impacto de los sucesos y movimientos externos, codiciado por su relevancia estratégica, y foco de una intensa y continuada miscibilidad y fecunda transculturación de elementos provenientes de distintas partes de Europa, Africa y Asia. Si bien la acción ejercida por las diferentes potencias que se adueñaron de estos territorios (España, Inglaterra, Francia, Holanda y otras) acentuó sus contrastes y fragmentación originarios, igualmente imprimió en ellos signos de semejanza; esto fue así también como resultado del proceso neocolonialista. La hegemonía estadounidense llegó a penetrar, incluso, los últimos vestigios del colonialismo europeo en el área. Estos procesos no solo conforman la unidad plural de la cuenca del Caribe, sino que explican la existencia de una comunidad regional más allá de las especificidades de cada país o subárea lingüística. El modelo colonialista hispano posibilitó que en una fecha tan temprana como 1538 se fundara en La Española 57 Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón Una de las funciones de la cooperación interuniversitaria es acompañar críticamente el proceso de integración económica y concertación política y, simultáneamente, coadyuvar al crecimiento y modernización económica y a la elevación de la calidad de la vida, en el conjunto de países involucrados en dicha empresa. Si en el tipo de universidad vigente en América Latina han obrado múltiples aportaciones —destacadamente las del modelo estadounidense, en décadas recientes—, en el caso de la subregión caribeña esas influencias se han amalgamado sobre un basamento histórico-estructural británico, francés u holandés, de acuerdo con pasadas y presentes dependencias. No obstante esas diferencias en cuanto a antigüedad y conformación, estas instituciones muestran actualmente —tanto a nivel nacional, como subregional o regional—, rasgos semejantes, y están igualmente afrontadas a desafíos cuyo vencimiento reclama una acción cooperada de signo solidario, máxime cuando la vocación de unidad caribeña se ha fortalecido con el acuerdo de los respectivos gobiernos de transformar el destino de este espacio. A la luz de fuerzas aparentemente contradictorias, que inclinan tanto a la diversificación y descentralización como a la uniformidad y globalización, debe enfocarse el problema que representan las actuales disimilitudes de los sistemas o subsistemas nacionales de educación superior en la cuenca del Caribe. Es inherente a la existencia de la Asociación de Estados del Caribe1 una potenciación de las relaciones interuniversitarias dentro del área, en provecho de sus aspiraciones inmediatas y de las trascendentes. Ello demanda, amén de los mecanismos apropiados, estudios comparativos y prospectivos de sus sistemas o subsistemas nacionales de educación superior, que faciliten identificar hacia dónde deben encaminarse los principales esfuerzos para el intercambio de experiencias e información; la movilidad de estudiantes, profesores e investigadores; la ejecución de determinados programas conjuntos de interés común, y la construcción de un estándar subregional de educación superior, que estimule el ascenso global de su calidad y pertinencia. Pero precisamente es acerca de la subregión caribeña donde existen mayores vacíos informativos para llevar a cabo esta tarea. Debe destacarse el peso relativo de la cuenca del Caribe en la explosión de la educación superior que ha tenido lugar en la región, como parte de un proceso acelerado por la crisis universitaria de los años 60, que fue paliada con una expansión inorgánica, redundante en la deformación estructural, como respuesta a la presión social, entre otras causas. Al vertiginoso crecimiento de altos centros de estudios que se produjo desde entonces en el ámbito hispanófono de la cuenca del Caribe, se sumaron los que fueron adquiriendo autonomía institucional y rango universitario en países y territorios de habla francesa, inglesa y holandesa, con muy diferente estatuto jurídico-político. En las dos décadas siguientes, las autoridades gubernamentales y académicas de la Comunidad del Caribe (CARICOM) estuvieron atentas a que la Universidad de las Indias Occidentales mantuviera su carácter de sistema integrado al servicio de la educación superior en las excolonias británicas, al que incorporaron la Universidad de Guyana. Al mismo tiempo se buscó conceder una autoridad efectiva a los campus de Mona (Jamaica), Cave Hill (Barbados) y Saint Augustine (Trinidad y Tobago) y dar una mayor cobertura a los territorios carentes de centros universitarios. A diferencia de la Universidad de las Indias Occidentales —como sistema transnacional integrado por varios centros—, la Universidad de las Antillas y la Guayana francesas constituye una entidad única esparcida en tres sedes (Martinica, Guadalupe y Guayana), pero —como aquella— desempeña una función nucleadora respecto a la educación superior en los mencionados departamentos franceses; por lo cual, aunque autónoma, mantiene fuertes nexos con la distante metrópoli. Un alto grado de importancia tienen también esos nexos en el caso de las universidades de Aruba y Antillas Holandesas (territorios asociados de diferente forma al Reino de los Países Bajos), pero estas universidades están poco interrelacionadas entre sí y con la de Surinam, país que, como se sabe, obtuvo su independencia en 1975. Por su parte, las tentativas por extender y modernizar la educación superior en el ámbito hispanófono de la cuenca del Caribe, y al mismo tiempo imprimir coherencia a los sistemas o subsistemas nacionales, chocaron con los procesos de ajuste estructural que alentaron el crecimiento de las universidades privadas, las cuales, en países como El Salvador, están hoy en peligro de sucumbir ante la imposibilidad de acrecentar la calidad de la enseñanza, y la negativa de apoyo estatal.2 Aunque, debido a la presión de las fuerzas sociales y al propio avance del conocimiento científico y tecnológico, desde hace varias décadas se viene produciendo una sustancial expansión en la educación superior de los países del Gran Caribe (en cuanto a planta física, claustro profesoral, ampliación de las cuotas de matrícula y diversificación de las opciones en carreras, tipos y métodos de enseñanza, así como en las relaciones interinstitucionales); al mismo tiempo se observan 58 Universidades en el Caribe signos de burocratización en los sistemas de gobierno y entrecruzamiento de concepciones asaz tradicionalistas con las innovadoras. No cabe duda de que para hacer fluir por los derroteros adecuados las misiones y funciones de esos sistemas o subsistemas, se precisa de una flexibilidad estructural que permita la multiplicación, tanto vertical como horizontalmente, de vasos comunicantes bien articulados para una expedita interactuación a nivel interno y con el entorno nacional y subregional. Al Estado corresponde evitar el riesgo de que el proceso de descentralización —como consecuencia de su propia transformación institucional— incida en una mayor desintegración y segmentación del sistema de educación superior y se exacerben las diferencias cualitativas. Evidentemente, debido a diversos factores (inflexibilidad de la normativa jurídica, desiguales capacidades de gestión y otros), en varios países de la subregión el proceso de descentralización en el sector educacional no ha ido acompañado de una elevación efectiva del grado de autonomía. Situación sumamente compleja por el estatuto político-jurídico y la sujeción a las decisiones del poder central en varios países del Caribe. El 73,4 % de las universidades públicas de la subregión se clasifican como autónomas. El 76,5 % de ellas están ubicadas en los países hispanófonos (el 90 % de todas las de Centroamérica lo son, y en los cinco países restantes, el 75,2 %). En ese índice influye una tradición a la que han contribuido notablemente el Consejo Superior de Universidades Centroamericanas (CSUCA) y la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL). Las dos universidades públicas del Caribe francófono también son autónomas. Las demás universidades públicas de la subregión están, de una forma u otra, bajo la supervisión estatal. El financiamiento de este tipo de instituciones proviene básicamente de los gobiernos, excepto unas pocas que cuentan con donaciones y medios propios de ingreso. No obstante, en toda la cuenca del Caribe —siguiendo una tendencia mundial— se está generalizando un movimiento hacia la búsqueda de fuentes alternativas de financiamiento, debido al impacto de los recortes presupuestarios estatales a lo largo de los últimos años. 3 En cambio, los institutos tecnológicos públicos están en su inmensa mayoría controlados por el Estado, salvo muy escasas excepciones en los casos de Centroamérica, México y Venezuela. Los gobiernos son la principal fuente de financiamiento de estas instituciones, que muy raramente disponen de recursos propios o reciben donaciones. Por otra parte, el 42,3 % de los institutos tecnológicos privados están catalogados como autónomos, cuadro en el que sobresale Colombia. En el 90 % de ellos, los recursos propios (cobros de servicios y variadas iniciativas) constituyen la principal fuente de financiamiento y muy limitadamente reciben algún apoyo estatal o donaciones. El hecho de que actualmente, en la cuenca del Caribe, alrededor de las tres cuartas partes de los centros de educación superior públicos y la mitad de los privados disfruten de autonomía, posibilita que cada uno de ellos pueda llevar adelante su propio proyecto —en los marcos de las políticas y prioridades nacionales—, encarando con independencia sus asuntos académicos, administrativos y financieros; al tiempo que se responsabilizan más directamente con los resultados. En estas circunstancias, se han ensayado vías de autofinanciamiento institucional o nuevas fuentes de ingreso (entre ellas, fundaciones) y se han incrementado las gestiones de los rectores en beneficio de sus centros, mediante el intercambio de experiencias e información, la creación de consorcios, la búsqueda de colaboración para programas académicos y científicos conjuntos, la ampliación de contratos con las empresas de producción de bienes y servicios, y otras modalidades de cooperación interuniversitaria e interinstitucional. De inicios de los 90 para acá ha venido aumentando el número de visitas que, bien de forma individual o colectiva —al estilo de la Comisión de Rectores Europeos—, realizan los rectores a otros centros de la subregión caribeña para explorar vías alternativas de colaboración, lo que ha dado lugar a la firma de nuevos convenios bilaterales o de protocolos de intenciones. Incluso universidades de territorios no autónomos (como es el caso de la Universidad de las Antillas y la Guayana francesas) han establecido acuerdos con otras de la subregión, sin que medien los mecanismos diplomáticos del poder político central. Es de esperar, por tanto, que los procesos de descentralización, el fortalecimiento de la autonomía institucional y la decidida gestión de los rectores, coadyuven a agilizar y potenciar los procesos de cooperación horizontal y de integración subregional en los campos de la educación superior caribeña y la investigación científica y tecnológica. En este sentido, es preciso enfatizar que, si bien las acciones de cooperación e integración universitarias están alentadas por propósitos semejantes a los de otras instituciones e iniciativas —convergiendo, yuxtaponiéndose o entrecruzándose con ellas—, no pueden enfocarse como un mero epifenómeno de los vínculos comerciales y diplomáticos al interior de la subregión, puesto que constituyen una dinámica integracionista con sus peculiaridades y voluntad propias, canalizada por los mecanismos y políticas que le son inherentes. Una de las funciones de la cooperación interuniversitaria es acompañar críticamente el proceso de integración económica y concertación política y, simultáneamente, coadyuvar al crecimiento y modernización económica y a la elevación de la calidad de la vida, en el conjunto de países involucrados en dicha empresa; de ahí que sea fundamental —también en el caso del esquema configurado por la Asociación de Estados del Caribe— tanto la creación, análisis y aplicación del conocimiento científico al estudio de los problemas socioeconómicos, biológicos y culturales que frenan el desarrollo integral e integrado de esta 59 Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón las condiciones que rodean la actividad de estudiantes y profesores, para ser consecuentes con el nuevo enfoque del desarrollo. En este sentido, vale destacar que entre 1980 y 1992 se produjo un incremento de la tasa de escolaridad de tercer nivel, del 11 al 14,4 %, como promedio para toda la cuenca del Caribe, lo cual denota el esfuerzo de un conjunto de países por ampliar el acceso a la educación superior, aunque, sin llegar a cubrir cabalmente las necesidades reales. Las dificultades han aumentado en el período de 1990-1995, debido en gran medida a las políticas de ajuste estructural aplicadas por la mayoría de los gobiernos, que se han traducido —como ya se ha dicho— en una notable restricción de las asignaciones estatales destinadas a la enseñanza universitaria. Por esa razón, aunque las cifras no lo muestran elocuentemente, la calidad de la vida estudiantil en las instituciones universitarias ha venido empeorándose de manera general. 5 Para hacer frente al veloz incremento de la demanda de acceso a la educación superior, aumentó igualmente el número de profesores, los cuales en ocasiones recibieron una formación acelerada o comenzaron a impartir las materias insuficientemente preparados, lo que trajo como consecuencia una merma en la calidad de la enseñanza. Los centros de mayor tradición sortearon el problema mediante la transmisión de experiencias de su avezado claustro profesoral al personal docente de nuevo ingreso y/o dándole a este la posibilidad de utilizar parte de su fondo de tiempo para la superación; pero los centros nuevos —con menos recursos— tuvieron que comenzar con un personal bisoño, que se fue formando sobre la marcha. En algunos se apeló a la contratación temporal de profesores en el extranjero, con la doble función de impartir clases y formar al personal de nuevo ingreso. Pero en el presente todavía encontramos centros universitarios que carecen de planes coherentes para la formación y superación de su personal docente, por lo que, de este modo, se sanciona la existencia de profesores mediocres y repetitivos. Esa situación ha influido en los marcados desniveles de calidad que actualmente presenta la educación superior. Como bien se conoce, dentro de los sistemas o subsistemas nacionales de la subregión caribeña conviven prestigiosos centros de excelencia con otros de un nivel muy inferior. Estos contrastes se observan nítidamente en Colombia, México, Venezuela y El Salvador, por solo mencionar algunos países. Paradójicamente, mientras en un grupo de centros —en especial los más recientemente instituidos— la mayor parte de sus profesores están contratados a tiempo parcial y se depende para ciertos programas de profesores foráneos, en otros se observa que, de manera general, los profesores e investigadores están subutilizados y, al mismo tiempo, subremunerados. En varios países y centros de nuestra subregión se han instrumentado fórmulas heterogéneas dirigidas a elevar la eficiencia y calidad de la educación superior, incluyendo un sistema de estímulos a los docentes e investigadores, sobre la subregión, como la construcción de una nueva ética personal y colectiva, basada en la solidaridad. Un fuerte escollo al propósito de alcanzar una armonización subregional es el hecho de que todavía no se han logrado resolver las desigualdades y las dificultades que, para una genuina integración, presentan los centros de educación superior en la mayor parte de los países de la subregión. Estos problemas se han planteado sobre la base del reconocimiento de la función desempeñada por la formación de los recursos humanos y los procesos de creación, transmisión y aplicación de los conocimientos en sus proyectos de inserción ventajosa en la competencia mundial, lo que ha determinado un enrumbamiento de estrategias, políticas y acciones en el que los mecanismos de control y evaluación (externos e internos) de dichos procesos resultan claves. Tres ejemplos bien diferentes ilustran las variantes en las respuestas que se vienen dando actualmente, en la subregión caribeña, a los retos de la educación superior: el de Cuba, donde —aun en medio de una adversa coyuntura económica— se ha mantenido un nivel satisfactorio de inversiones gubernamentales en la educación superior, y tanto el Estado como el conjunto de los actores sociales han velado porque su crecimiento, basado en una verdadera equidad en el acceso, mantenga una adecuada coherencia con los niveles precedentes y se exprese en resultados aportadores a la docencia, la investigación y la extensión a las exigencias de los planes de desarrollo nacional y de reinserción en la economía mundial; el de México, cuyas reformulaciones en estrategia, política y acciones están enmarcadas en la apertura de este país al mercado mundial y, especialmente, por el compromiso contraído dentro del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCNA); 4 y, por último, la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO), cuya estrategia para reformar la educación terciaria aspira a movilizar a los gobiernos y al conjunto de los actores sociales hacia un desarrollo cimentado en la óptima preparación de los recursos humanos y la producción de conocimientos y tecnologías, a pesar de carecer, en el presente, de una adecuada infraestructura local. Así, si en el caso de México la respuesta ha sido enfocada de manera uninacional, asociada a un proceso de integración comercial con países de diferente desarrollo económico y cultural, en el caso de la OECO, por el contrario, se sustenta en el interés de conformar un sistema multinacional, conjugando las posibilidades de países con niveles similares, en la tentativa de eliminar los rezagos de la dependencia colonial en la esfera de la educación superior y no superados dentro del esquema integracionista de la CARICOM. La evolución de nuestra educación superior, sobre todo en el transcurso de las tres últimas décadas, hace impostergable la búsqueda de mecanismos que garanticen no solo alcanzar altos niveles de calidad académica, sino también elevarlos en lo que respecta a 60 Universidades en el Caribe La evolución de nuestra educación superior, sobre todo en el transcurso de las tres últimas décadas, hace impostergable la búsqueda de mecanismos que garanticen no solo alcanzar altos niveles de calidad académica, sino también elevarlos en lo que respecta a las condiciones que rodean la actividad de estudiantes y profesores, para ser consecuentes con el nuevo enfoque del desarrollo. es necesario resolver a toda prisa, porque la débil correspondencia entre la oferta curricular y las necesidades nacionales de formación de recursos humanos para el desarrollo se han venido agravando año tras año. Entre otras iniciativas, quizás pudiera solucionarse (como sucedió en Cuba, por ejemplo) aumentando la cuota de ingreso en las carreras de interés priorizado para la economía nacional, teniendo en cuenta los planes perspectivos, y desarrollando una labor de orientación vocacional y captación entre los estudiantes de la enseñanza media. Asociada con ello está la falta de vinculación de las carreras cursadas con la demanda en el mercado laboral, en buena parte de los países de la subregión. Las universidades están formando profesionales que son candidatos al subempleo o al desempleo. La presión ejercida por grupos de jóvenes que aspiraban a ascender socialmente gracias a un título universitario, llevó a que los centros les franquearan el acceso, sin reparar en que muchas de las carreras escogidas —por vocación, por tradición o búsqueda de una mejor remuneración y prestigio social— estaban saturadas de profesionales en el mercado laboral. Los centros de educación terciaria que ofrecen carreras cortas han venido surtiendo el efecto de válvulas de escape, aliviando la presión sobre las universidades. Los esfuerzos que se han realizado en ese sentido, desde hace varias décadas, son todavía insuficientes, dadas las condiciones específicas de los países del Caribe, las cuales demandan enfatizar aún más en las carreras intermedias y tecnológicas. Este es un terreno en el que algunos países de la subregión (como Cuba y Costa Rica, por ejemplo) pueden ofrecer valiosas experiencias. Por otra parte, entre los mayores reclamos de la sociedad a la educación superior, hoy día, está el que los recursos asignados sean mejor utilizados y que se produzca un aumento de la eficiencia, sobre todo en cuanto a la relación ingreso-graduación. Para las exigencias del desarrollo de nuestros países resulta más ventajoso lograr un alto porcentaje de egresados que abultar anualmente las matrículas con repitentes. Los países de la subregión no pueden darse el lujo de soportar tal gravamen. Por eso se debe continuar perfeccionando las vías de ingreso a la universidad —sin que ello se traduzca en inequidad—, e igualmente desarrollar mecanismos que garanticen la eficiencia y la calidad del base de los resultados obtenidos; sin embargo, no se ha puesto en función de esta finalidad la cooperación interuniversitaria subregional con la misma intensidad y coherencia que se observa, por ejemplo, en los espacios configurados por el Tratado de Cooperación Amazónica, el Tratado de Asunción y el Convenio Andrés Bello para la Integración Educativa, Científica y Cultural de la Región Andina. Es preciso que las acciones de cooperación interuniversitaria e integración académica —en el marco de la Asociación de Estados del Caribe— se dirijan de manera esencial y a pasos agigantados a la eliminación gradual de las distinciones entre universidades de élite y de masas, que influyen en el destino diferenciado de sus egresados, y basamenta la contradicción de que a títulos iguales existan valores y ocupaciones distintos. Eso implica, desde luego, una nivelación en la calidad de la enseñanza, tanto a escala nacional como del conjunto de la subregión. Para la ingente tarea que ello representa es indispensable la organización de los dispositivos pertinentes, el máximo aprovechamiento de las experiencias de la CARICOM, el CSUCA, la Asociación de Universidades y Centros de Investigación del Caribe (UNICA) y la UDUAL, así como contar con el consecuente respaldo de los gobiernos, las empresas y las fundaciones interesadas en ello, e incentivar una incorporación responsable de la ciudadanía en general. La distribución de la matrícula por especialidades en los centros de educación superior de la cuenca del Caribe evidencia de inmediato el conflicto de que los estudios y carreras determinantes para los planes de desarrollo nacional y de la subregión son los que poseen las cifras más bajas, contrariamente a las ciencias sociales, las económicas y las humanidades 6 —las cuales, desde luego, no dejan de tener importancia, sobre todo en el objetivo de enfocar críticamente y proyectar, desde nuestra propia perspectiva, las metas del desarrollo en medio de las actuales tendencias globalizadoras. Así, por ejemplo, las carreras agropecuarias tienen un menor peso relativo (con excepción de algunos países centroamericanos, donde —entre otros factores— ha tenido determinada influencia el Instituto Iberoamericano de Ciencias Agropecuarias), a pesar del peso de la agricultura y la agroindustria en las estructuras económicas nacionales, y los planes de diversificación y modernización de estas esferas. Este es otro dilema que 61 Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón empresas y los gobiernos, así como de la cooperación internacional —por el interés en el estudio y la preservación del patrimonio ecológico y cultural, del auge que se pretende dar al turismo y a otros importantes sectores de interés subregional—, pueda descentralizarse la enseñanza universitaria caribeña. Justamente, es muy significativa la promoción y/o creación de proyectos o programas para la defensa del medio ambiente y la educación ambiental, tanto en el sistema de educación formal, como por vías informales, los que han ido surgiendo del seno de las universidades, para unirse a los de otras instituciones, como el Proyecto Mar Caribe de la UNESCO. Gran importancia reviste el Consorcio de Universidades Caribeñas para el Manejo de los Recursos Naturales, que agrupa a más de una docena de universidades, varios centros de investigación y otras instituciones colaboradoras, a instancias de la UNICA. A esa misma finalidad se encaminó la propuesta de un grupo de docentes de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) y del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) —ambos centros universitarios dominicanos privados—; y, más recientemente, las gestiones para organizar un consorcio entre un grupo de universidades caribeñas (de Belice, Cuba, Guatemala, Honduras, México y Jamaica), con vistas a la implementación de programas académicos sobre el medio ambiente, particularmente sobre ecología marina. Los centros de educación superior están llamados a desempeñar un papel protagónico en la protección ambiental, pues en ellos se concentra —como en ninguna otra institución— el grueso de los especialistas más capacitados para llevar adelante programas de formación, adiestramiento e investigación científica, los que resultan de vital interés para nuestra subregión, donde tiene lugar un desarrollo turístico acelerado, una industrialización en ascenso y una tentativa de diversificación agrícola para la exportación, en mercados altamente competitivos, lo cual podría agravar los problemas de contaminación y las afectaciones a los ecosistemas, si no se toman las medidas y previsiones que atenúen los efectos negativos. Pero existe otro problema al que parece que nuestras universidades no han prestado el mismo nivel de atención, en cuanto a una respuesta integrada y eficiente. Se trata de las diferencias lingüísticas generadas por la diversidad de metrópolis actuantes en la cuenca del Caribe. El plurilingüismo en esta área se expresa —como bien se conoce— no solo en la vigencia oficial de las diferentes lenguas de las ex y actuales metrópolis, sino también en las variadas formas peculiares del habla, nacidas a nivel local en el proceso de transculturación: el creole en el Caribe francófono; el dialecto del Caribe anglófono, el stranantongo y el papiamento en la zona neerlandófona, donde Surinam constituye un caso extremo, puesto que allí conviven alrededor de dieciséis formas de expresión hablada. A todo ello se suman las lenguas de las comunidades indígenas en los países continentales de la subregión. Resulta obvio, por tanto, que la enseñanza de idiomas extranjeros es un factor clave para los proyectos de proceso enseñanza-aprendizaje. Aunque determinadas investigaciones recientes han demostrado que los problemas de repitencia y deserción, en algunos centros del área, están determinados más por el ambiente externo y las restricciones en la asistencia económica a los estudiantes que por la calidad institucional.7 Transformar la organización académica de la educación superior —y con ello las premisas tanto pedagógicas como culturales en las que esta se asienta, superando la dicotomía entre la formación general y la profesional y una falaz jerarquización y aislamiento de los saberes y aprendizajes—, supone asimismo, como han expresado con entera razón varios especialistas, no solo cambiar las políticas y flexibilizar las estructuras, sino también diseñar e implementar una legislación acorde con ese proceso e imprimirle con ello un sentido sistémico. Como parte de los esfuerzos por extender y elevar la calidad de la educación superior en el área del Gran Caribe, la cooperación interuniversitaria subregional debe otorgar mayor peso a la innovación y a las modalidades no tradicionales como la educación abierta y a distancia, entre otras que han venido aplicándose para dar respuesta a las crecientes demandas de acceso —que exceden las capacidades de planta, profesores disponibles con la adecuada preparación, etcétera. Estos son asuntos que continúan suscitando debates y propuestas teóricas y prácticas en todo el mundo, y a los que prestan atención varios organismos y organizaciones —fundamentalmente los encargados de la educación de adultos y la enseñanza a distancia—; en el caso específico de nuestra subregión, resulta de interés el quehacer de la Red Caribeña para el Desarrollo de Inovaciones Educacionales (CARNIED), debido a su impulso y difusión de la innovación educacional y sus repercusiones en el futuro de la educación terciaria. 8 Algunos de los convenios bilaterales firmados entre universidades de nuestra subregión confirman la conveniencia de poner al servicio de las relaciones de cooperación los mecanismos de la educación a distancia (tanto convencionales como los telemáticos). Asimismo, en varios de estos documentos se plasma el interés por la aplicación del principio de la extramuralidad —definido como la posibilidad de que grupos de estudiantes oficialmente matriculados en una de las universidades involucradas puedan continuar su carrera en la otra, manteniendo esencialmente su plan original—, con las variantes adecuadas a los intereses y necesidades de las instituciones en cuestión. Por lo general, en dichos acuerdos se ha puesto de relieve que resulta indispensable una armonización —aunque sea mínima— de los programas vigentes en esas universidades, y el beneficio que ello reportaría a la integración subregional. Uno de los problemas cuya solución es imprescindible acometer progresivamente es la alta concentración de centros de educación superior y de investigación —y consecuentemente de profesores, investigadores y estudiantes— en las capitales de los países de la cuenca del Caribe. Es presumible que en el futuro, con la participación conjunta de las comunidades locales, las 62 Universidades en el Caribe Las universidades están formando profesionales que son candidatos al subempleo o al desempleo. La presión ejercida por grupos de jóvenes que aspiraban a ascender socialmente gracias a un título universitario, llevó a que los centros les franquearan el acceso, sin reparar en que muchas de las carreras escogidas —por vocación, por tradición o búsqueda de una mejor remuneración y prestigio social— estaban saturadas de profesionales en el mercado laboral. sido la ausencia de un cuerpo de premisas que, aceptado generalizadamente, sirva de base para la armonización de estrategias de educación superior a nivel subregional. Ello ha sido puesto de relieve por varios especialistas, como Kathleen Drayton —de la Facultad de Educación, campus de Cave Hill de la Universidad de las Indias Occidentales—, al resumir una de las sesiones de una reunión sobre estrategias de formación de recursos humanos en el área caribeña. En esa oportunidad también se enfatizó en el alto costo y los problemas de financiamiento afrontados en relación con los programas de formación y capacitación de los educadores y de las investigaciones sobre educación. Se persistió en la necesidad de acoplar nuestros sistemas informativos sobre educación superior y capacitación y del establecimiento de un banco de datos sobre las experiencias acumuladas en la subregión, que tendría entre sus objetivos la preservación de nuestros especialistas; y asimismo de acometer una investigación acerca de la influencia de la ayuda financiera y la asistencia técnica externa en nuestros empeños de investigación y desarrollo. Aunque estos asuntos suelen tratarse en foros como los de la UNICA, es preciso divulgar de manera más amplia lo que están realizando nuestras universidades, especialmente en lo que atañe a la cooperación y la integración subregional. Por otra parte, en el transcurso de los últimos cinco años han venido incrementándose los estudios y reuniones en torno a las políticas públicas en educación superior de los países caribeños. Estas acciones —entre las que se inscriben reuniones como la convocada por la Universidad de Puerto Rico, en octubre de 1995— constituyen importantes avances en la tentativa de alcanzar una armonización para el trazado de estrategias subregionales. La débil fluidez que ha caracterizado, por diversos motivos, las interconexiones entre los centros de educación superior en la cuenca caribeña —incluidas las universidades— ha impedido una utilización más racional y efectiva de los recursos materiales, humanos y financieros, de los que podría disponerse en conjunto, para ponerlos en función de resolver los problemas que los aquejan y que no han podido solventar cabalmente por separado: desniveles en la calidad de la enseñanza; limitaciones presupuestales; alta demanda de acceso; cooperación y procesos de integración en la cuenca del Caribe, así como para el desarrollo de sectores económicos priorizados, como el turismo. Sin embargo, aunque se ha venido intentando sortear los obstáculos en la consecución de objetivos semejantes, 9 parece difícil que de inmediato pueda instaurarse en nuestro contexto un programa como el LINGUA de la Comunidad Europea, el cual ha constituido un vehículo privilegiado para el intercambio de estudiantes y profesores, así como para fomentar un sentido paneuropeo. Si bien muchas universidades han ido perfeccionando sus programas de pre y posgrado en la enseñanza de idiomas —sobre todo con vistas al desarrollo del turismo en sus respectivos países—, esta es una cuestión que merece ser respaldada rápidamente por los gobiernos, las empresas y las organizaciones internacionales interesadas en ello; así como poner en función suya las relaciones entre las universidades del área. 10 Poco lograremos si el aprendizaje de idiomas comenzado en la secundaria (e incluso en la primaria) no alcanza funcional continuidad en el nivel universitario, no solo con el dominio de una lengua extranjera, sino —de acuerdo con nuestro contexto subregional— de, al menos, dos de ellas. Dentro del estudio de las lenguas en nuestras universidades se contempla lo relacionado con las modalidades peculiares del habla popular en cada uno de los países y territorios de la cuenca del Caribe. En cuanto al creole, por ejemplo, los estudios lingüísticos ya tienen tradición y riqueza, como el papiamento o las lenguas indígenas habladas en las zonas continentales de nuestra subregión; pero aún queda mucho por hacer, sobre todo para poner esos conocimientos —desde la perspectiva de estudios relacionados con el derecho lingüístico comparativo— en función del desarrollo de la cultura nacional y de las relaciones interculturales al interior de los países y de toda la subregión. Tanto en el caso de Haití como en el de algunos países centroamericanos, las universidades pueden devenir eficaces colaboradoras en la campaña promovida por la UNESCO de alcanzar la educación para todos en el año 2000, lo cual supone erradicar las elevadas cifras de analfabetismo que aún mantienen algunos de esos países. Otro de los frenos al proceso de integración y cooperación interuniversitaria en el ámbito caribeño ha 63 Mariana Serra y Cristóbal Díaz Morejón no retornar a sus países de origen, deslumbrados por los «atractivos del Primer mundo». Las nuevas modalidades de colaboración interuniversitaria a nivel subregional alimentarían relaciones solidarias, regidas por la equidad. Ello conllevaría realizar un inventario de las ofertas y una precisa identificación de las demandas, a la hora de establecer los convenios. Entre los países con posibilidades de asimilar cantidades significativas de estudiantes para cursar la educación superior (universitaria o no) están Cuba (con suficientes capacidades en infraestructura y disponibilidad de profesores, en un grupo de centros de excelencia), México, Venezuela, Colombia, Costa Rica y Puerto Rico. Estos países pudieran cubrir una parte de las necesidades del Caribe anglófono (especialmente de la OECO), del Caribe de habla holandesa, de Centroamérica e incluso del Caribe francófono, si llegara a necesitarlo. Las diferencias idiomáticas no serían un obstáculo, toda vez que los países del Caribe Oriental expresaron, en 1991, la aspiración de que el 90 % de sus egresados de segunda enseñanza dominara con fluidez un idioma extranjero y el 50 %, dos. Por otra parte, muchos profesores de los centros superiores del área dominan perfectamente el inglés, además de que pudieran organizarse cursos de formación acelerada o de perfeccionamiento de idiomas para los docentes, a fin de cumplir los convenios. No hace falta argumentar exhaustivamente la necesidad de establecer una entidad encargada de activar los mecanismos para la armonización de estrategias y programas académicos, y la acreditación de la calidad de las instituciones y los egresados, enlazando —en el contexto de la Asociación de Estados del Caribe— organismos subregionales (como el CSUCA y el ACTI) con los nacionales, para —entre sus múltiples contribuciones— posibilitar la expedita movilidad de estudiantes, profesores e investigadores dentro de la subregión, así como una más rápida implementación del Convenio Regional de Títulos, Diplomas y Estudios de Educación Superior para América Latina y el Caribe. Unido al fortalecimiento de los lazos interuniversitarios e interinstitucionales en el ámbito caribeño, las tendencias actuales favorecen el enriquecimiento de los vínculos de colaboración e intercambio con otras universidades y con centros de investigaciones de diversas partes del mundo, lo cual también necesita ser gestionado por nuestras universidades, a fin de acortar la distancia que nos separa de las instituciones del Norte. Por último, no podemos conformarnos solo con graduar profesionales altamente calificados, con vistas al crecimiento económico y la inserción ventajosa en la competencia mundial; es preciso rescatar también la ética profesional —como un componente, tradicionalmente importante, de esa formación, cualquiera que sea la modalidad y especialidad cursada— y junto con ella la ética ciudadana, es decir, un sentido de responsabilidad y servicio que, sin menoscabo del patriotismo, esté insuficiencias en la capacidad y en el mantenimiento de la instalaciones; escasa utilización de las modernas tecnologías para innovar el proceso de enseñanzaaprendizaje, la transferencia y acumulación de información, experiencias y tecnologías, entre otros. Varios factores acentúan esta laxa articulación; entre ellos la aparente falta de comunicación entre las asociaciones de instituciones educacionales públicas y las de las privadas, así como aquellas de sectores profesionales. No se pretende, por supuesto, que pierdan su identidad y autonomía, sino que logren una mayor coordinación, de manera que puedan identificar mejor las zonas urgidas de una acción cooperada, canalizar adecuadamente iniciativas valiosas, evitar repeticiones que devengan dilapidación de recursos, etcétera. Una vía de acercamiento que es preciso explotar al máximo en esta etapa son las investigaciones conjuntas —interuniversitarias e interinstitucionales—, sobre todo en los conocimientos de frontera. Al igual que en las actividades docentes, algunos de los actuales convenios bilaterales de investigación en varios campos de la ciencia y la tecnología pueden alcanzar, con su extensión, el carácter de programas multinacionales. Significativamente, en nuestras universidades se concentra el 56 % del total de profesores e investigadores dedicados a actividades de investigación-desarrollo en la cuenca del Caribe. El doctor Juan R. Fernández, rector de la Universidad de Puerto Rico, 11 cuestionaba, con toda razón, que siendo relativamente fáciles los convenios con los Estados Unidos e incluso con Europa, «¿cómo es posible que sea tan difícil lograr un intercambio de profesores, investigadores o estudiantes entre la República Dominicana y Puerto Rico?, ¿es en verdad tan difícil o es que lo hacemos difícil nosotros?» Y se preguntaba: «¿Por qué no es posible superar las pequeñas dificultades que puedan haber impedido este intenso intercambio que debería existir entre nuestros países cuando lo ubicamos en el contexto de lo positivo que este intercambio resultaría?» Para él, además, había llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. Indicaciones de este tipo resultan altamente significativas, sobre todo si se tienen en cuenta las palmarias reducciones en las ofertas de becas en universidades europeas y norteamericanas para estudiantes y asociados procedentes de los países del Caribe. De ahí que se haya hecho mucho más perentorio satisfacer esa demanda dentro de la propia subregión, la cual dispone de potencialidades para ello. Orientar los esfuerzos en esa dirección reportaría ventajas económicas, sociales y culturales. En primer lugar, se reducirían de forma considerable los gastos, pues estos programas de colaboración se establecerían sobre la base de beneficios y costos compartidos. En segundo lugar, contribuiría a fortalecer la identidad cultural caribeña. Y finalmente, no se perdería el sentido de pertenencia a países pobres y el pensar desde esa perspectiva, lo que disminuye el riesgo de que nuestra zona siga perdiendo una gran cantidad de sus talentos promisorios, que suelen 64 Universidades en el Caribe comprometido con los intereses tanto de la subregión como de la región, y sea expresión consustancial del humanismo. Estos propósitos no pueden hacerse depender de meros enunciados en las políticas institucionales, ni de cambios curriculares, sino que requieren de una remodelación de carácter cultural, a la que deben contribuir consciente y activamente nuestras universidades. externo influye más poderosamente en la conducta de los estudiantes que la calidad institucional, y que la ayuda financiera resulta un elemento sustancial. 8. En el contexto caribeño, las universidades públicas exhiben un incremento sostenido de innovaciones como la educación abierta y a distancia y la implementación de la educación continua, a fin de canalizar y solventar las presiones masivas para obtener una formación profesional —que comprende un amplio número de personas que, por diversas razones, han rebasado la edad establecida para seguir cursos regulares o que no pueden abandonar sus puestos de trabajo para emprender, actualizar o perfeccionar una formación avanzada. El más elevado porcentaje de instituciones enfrascadas en esas acciones se concentra en los países hispanófonos —fundamentalmente Colombia, Cuba y México—, por una cuestión meramente aritmética, porque, bien examinado, no puede olvidarse que el sistema constituido por la Universidad de las Indias Occidentales ha logrado vertebrar una importante armazón para la educación continua, que cubre los países de la CARICOM e incluso las dependencias de Gran Bretaña, así como para la enseñanza a distancia, extendida por varias islas, por medio de la red UWIDITE; igualmente, la Universidad de las Antillas y la Guayana francesas [UAG] garantiza la educación continua y la enseñanza a distancia en los Departamentos Franceses de Ultramar; las universidades puertorriqueñas también ofrecen estos servicios. Sin embargo, el porcentaje disminuye en relación con las universidades privadas y —por la razón antes indicada— la mayor cifra corresponde a la subárea hispanohablante —incluyendo en este caso a Puerto Rico. Obviamente, el trabajo académico en la mayoría de esta clase de instituciones ha permanecido circunscrito a la oferta de programas de estudios regulares, manteniéndose bastante ajena a las tentativas de apertura hacia el entorno externo, mediante los sistemas innovativos, debido tanto al interés por complacer las demandas de su clientela como a la falta de recursos, en algunos casos. En relación con los institutos tecnológicos, se observa el mismo fenómeno —en el que se destacan países como Cuba y México— e igualmente respecto a los centros de educación superior de otro tipo; en estos últimos habría que mencionar a República Dominicana y en especial a Colombia, la cual sobresale singularmente en cuanto a los privados. Notas 1. Se constituyó en julio de 1994 en Cartagena de Indias, Colombia. Inicialmente expresaron su voluntad de integrar la AEC, como miembros plenos, los países miembros de la CARICOM (Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, San Cristóbal y Nevis, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, y Trinidad y Tobago), cinco de Centroamérica (Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá), los miembros del Grupo de los Tres (Colombia, México y Venezuela) y cuatro no incluidos en los esquemas integracionistas previamente conformados en el área (Cuba, Haití, República Dominicana y Surinam). Como miembros asociados podían participar los territorios vinculados a Francia, Gran Bretaña y Holanda, porque Puerto Rico e Islas Vírgenes Estadounidenses se autoexcluyeron. Al celebrarse la Cumbre inaugural en agosto de 1995 se había sumado El Salvador. 2. Los países de la cuenca del Caribe disponen en la actualidad de aproximadamente 1 181 centros de educación superior; 362 son universidades (139 públicas y 223 privadas), 264 institutos tecnológicos (205 públicos y 59 privados) y 555 centros de educación superior de otro tipo (406 públicos y 149 privados). 3. El 48,4 % de las universidades públicas del área aparecen registradas como autónomas. Sobresale la cifra de los países hispanoparlantes con el 48,1 % (en Centroamérica representan el 63,4 % y en los otros cinco países el 49,7 %). En Puerto Rico lo son el 100 %. Se trata de centros sin fines de lucro, vinculados en un gran por ciento a órdenes religiosas y grupos empresariales, cuyos ingresos provienen fundamentalmente del cobro de los servicios prestados, algunas donaciones y, en muy contados casos, del apoyo de los gobiernos locales y del federal. 9. En la IV Conferencia de América Latina y el Caribe sobre Idiomas —celebrada el pasado año en la Universidad de Guyana, con la colaboración del Instituto Nacional de Educación Superior, Investigación, Ciencia y Tecnología (NIHERST) de Trinidad y Tobago y la participación de representantes de varias universidades, organismos y organizaciones internacionales involucrados en estos asuntos— se arribó a importantes consideraciones, expuestas en una Declaración definidora de lineamientos para el trabajo futuro. A ello se suma que, durante la preparación de la VII Bienal de Consulta CARNIEDUNESCO sobre Innovaciones Educativas —celebrada en La Habana en julio de 1995 con la asistencia de representantes oficiales de 14 islas y varias organizaciones internacionales— la enseñanza de idiomas fue propuesta como uno de los puntos focales del programa para 19961997. 4. Una interesante apreciación de las respuestas gubernamentales a los actuales desafíos internos y externos de la educación superior mexicana es la de Axel Didrikson en «La educación superior ante el desarrollo integrador», Diálogo, Caracas, (13), septiembre, 1994:10-2. 5. En 1980 existían, aproximadamente, unos 2 040 780 estudiantes y 178 458 profesores en el conjunto de los centros universitarios del Gran Caribe, lo que daba como resultado una relación alumno-docente de 11,4 : 1. Para 1992, el número de estudiantes había ascendido a unos 4 149 490 (el doble respecto a 1980; de ellos, el 95,2 % correspondía a los países hispanófonos: a Centroamérica el 8,6 y el 86,6 % restante repartido entre Colombia, Cuba, México, República Dominicana y Venezuela) y la cifra de profesores a 298 985 (tuvo un crecimiento del 67,5 % en relación con el lapso indicado), lo que situaba la proporción alumno-docente en 13,9 : 1 (el incremento fue de casi tres estudiantes por profesor). 10. Una de las iniciativas en esa dirección es que la cátedra DEA Caribe, América Latina y Norteamérica de la Universidad de las Antillas y la Guayana francesas ha instaurado la opción del francés como lengua extranjera que, inicialmente abierta para estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, como programa piloto, gracias al financiamiento del FIC, en la actualidad se ha extendido a Jamaica, Puerto Rico y Cuba. 6. Dentro de la matrícula total en pregrado, las áreas del conocimiento que presentan mayor densidad de manera global son: ciencias de la educación y formación profesoral, enseñanza comercial y administración de empresas y ciencias sociales y del comportamiento. En la formación posgraduada la concentración se encuentra en las mismas especialidades más ciencias médicas, sanidad e higiene. 11. Juan R. Fernández, La educación universitaria, el desarrollo y la integración latinoamericana (Palabras pronunciadas al otorgársele la distinción de Profesor Honorario en la Universidad Iberoamericana de Santo Domingo, República Dominicana, el 12 de julio de 1990), Río Piedras: Universidad de Puerto Rico, División de Impresos, s/f: 13. 7. Por ejemplo, un estudio sobre la retención que ha venido desarrollándose durante cuatro años en la Universidad Interamericana de Puerto Rico, en colaboración con la Oficina local de la Junta de Colegios, demuestra en sus resultados preliminares que el ambiente © 65 , 1996. no. 6: 66-72, abril-junio, 1996. Isabel Jaramillo Edwards El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima Isabel Jaramillo Edwards Investigadora. Centro de Estudios sobre América. el comercio. En el caso de una hipótesis de guerra, el control de la cuenca del Caribe siempre fue y es una premisa prioritaria. 4 Una cosa es segura...el Mar Caribe es la llave estratégica de dos grande océanos, el Atlántico y el Pacífico, nuestras propias fronteras marítimas principales. Alfred Thayer Mahan (1897) El Caribe en la imaginación geopolítica antes de la guerra fría E l Caribe, percibido actualmente —más que nunca antes— como zona estratégica, 1 ha sido calificado —de acuerdo con la coyuntura de que se trate— de «mediterráneo americano», la «cuarta frontera», el «patio trasero» y, últimamente, como el «pórtico» de los Estados Unidos. Desde fines del siglo XVIII, la política norteamericana para el hemisferio occidental —concebida a partir de enfoques geopolíticos 2— se ha caracterizado por los diferentes grados de atención prestada y las intervenciones llevadas a cabo en una zona que considera su esfera de influencia. En el siglo pasado el Caribe y el Golfo de México —como entidades diferenciadas— fueron disputados «preeminentemente [como espacios decisivos] en el dominio de las potencias marítimas». 3 La relevancia adjudicada a la zona, a partir de su importancia en cuanto vías marítimas de comunicación, era fundamental para Ya en la década del 20, los Estados Unidos asentaron su hegemonía en la región, frente a una Europa debilitada por la guerra. Los cuatro ejes de la política exterior de los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe, antes de la II Guerra Mundial fueron: 1. Remplazar paulatinamente a las potencias coloniales y asentar su papel neocolonial en la región. Formular su política —del «buen vecino»— encaminada hacia lo que percibía, desde su punto de vista, como objetivos más positivos.5 2. La adquisición de una gran variedad de materias primas necesarias para su defensa y preparación para la guerra. 3. En cuanto a la defensa, desarrollar una política de control de los extranjeros asentados en la región, ya 66 El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima La invasión a la pequeña isla de Granada, en el Caribe oriental, para la cual la OECO fue instrumento fundamental, respondió a razones geopolíticas y al paradigma de la contención del comunismo. La invasión a Panamá en 1989 marcó un hito en cuanto a la persistencia de la opción unilateral y a la búsqueda de nuevos argumentos intervencionistas. operaciones en el Caribe, constituía una de las bases navales fundamentales.9 Pero más importante aún era Panamá, debido al canal interoceánico. Perspectivamente, se estimaba que Nicaragua podría aumentar su valor en el esquema geopolítico, ya que había intenciones de construir una segunda vía interoceánica a través de su territorio y establecer allí otra base naval,10 proyecto que no llegó a concretarse. Desde el punto de vista militar, los elementos de la estrategia norteamericana en esta etapa se relacionaban con los tres principios generales de la guerra: concentración, acción ofensiva, y seguridad. 11 La concentración se refiere a la idea del almirante A.T. Mahan, consistente en enfrentar al enemigo con una fuerza superior en un punto y un tiempo decisivos. Con este principio se relaciona la distribución y despliegue de bases norteamericanas en el área y la importancia de las fronteras marítimas y del Canal de Panamá señaladas arriba. La acción ofensiva deriva su fuerza y se logra por medio de la concentración. No basta la defensa ante una invasión, sino que la acción ofensiva es central, ya que los Estados Unidos que no estaban dispuestos a permitir una manipulación exitosa de las minorías fascistas partidarias del Tercer Reich, en el hemisferio occidental. 6 4. Apoyar a los aliados, para evitar el avance de los alemanes en Africa del Norte, y protegerse de un ataque militar directo que podía ser facilitado por el establecimiento de estrechas relaciones militares de Hitler con América Latina y el Caribe. Algunos autores sostienen que esta medida fue dictada por la debilidad militar de los Aliados y de los Estados Unidos. 7 Los métodos de aplicación de la Doctrina Monroe —en primer lugar, la no aceptación de la expansión territorial de Europa y Asia en el hemisferio occidental— variaron con el tiempo y han mostrado diferentes facetas. Durante la II Guerra Mundial, se planteaba que la opinión pública norteamericana habría reaccionado vigorosamente frente a un intento secesionista de la población alemana de Río Grande do Sul, en el Brasil, partidaria de ubicarse bajo la protección del Reich alemán. Se consideraba que, de crearse una situación de este tipo, se hubieran dado condiciones militares negativas para los Estados Unidos en el Atlántico Sur. Cabe señalar que América Latina y el Caribe dependían militarmente —durante la guerra— de la fuerza naval norteamericana. Este segundo aspecto, en términos más generales, implicaba posibles enfrentamientos con potencias europeas o asiáticas que pudieran tener intereses en América Latina y el Caribe. En la etapa el gobierno norteamericano esgrimía el anticomunismo como justificación para una potencial intervención. 8 Un aspecto que se destacaba como el más importante e instrumental para aplicar la Doctrina Monroe, era el desarrollo del sistema interamericano. El tercer punto de consenso era la cuestión migratoria, percibida como un asunto de política exterior. En este sentido, el consenso se orientaba a restringir la inmigración extranjera y a la exclusión total de la inmigración oriental. Las hipótesis de conflictos se referían a Japón y a México. La posibilidad de una intervención futura en el Caribe era una constante. El interés de los Estados Unidos en Cuba, desde el punto de vista militar, no solo estaba determinado por su posición geográfica, sino también por la importancia que concedían al territorio que ocupaban en Guantánamo que, en un teatro de tiene[n] muchos intereses externos en mar y tierra, la destrucción e interrupción de los cuales causaría profundas dificultades al país, comparables a un desastre como lo sería la invasión de un ejército enemigo y mucho más serio en sus efectos negativos que el esfuerzo necesario para proteger estos intereses externos.12 A partir de esta lógica de la acción ofensiva, se desarrollará la teoría de la «disuasión», uno de los conceptos básicos de la política exterior de los Estados Unidos durante la guerra fría. La seguridad, como principio de la guerra, se refiere a las propias fuerzas e intereses vitales utilizados en contra de la acción ofensiva del enemigo y, además, al establecimiento de un fundamento firme para la acción de los Estados Unidos. Desde esta perspectiva, para ellos era relevante la necesidad de contar con bases en el Pacífico 13 y se consideraba la posibilidad —poco probable— de enfrentar una guerra simultánea en dos océanos: en uno se organizaría la defensa y la ofensiva en el otro. Dentro de esta lógica, se incrementaba la importancia del Canal de Panamá.14 La duplicación de escenarios bélicos era también una constante en los 67 Isabel Jaramillo Edwards brindaba el hemisferio, en tanto almacén de materias primas necesarias para la industria de la guerra, y cuya demanda era creciente. En el marco de sus preparativos para entrar en la guerra, los Estados Unidos intensificaron su activismo neocolonial en América Latina y el Caribe, que sirvió para imponer las bases de lo que, después de Pearl Harbor, sería un pie forzado para una relación intensiva entre los Estados Unidos y las repúblicas americanas. planes de contingencia de las fuerzas armadas norteamericanas. 15 En la preguerra, los especialistas norteamericanos estimaban que, desde el punto de vista de su seguridad, los Estados Unidos aún no necesitaban una segunda flota, 16 ya que no existían las condiciones para la unificación de las dos flotas enemigas, las de Alemania y Japón. Aunque no se consideraba probable un ataque al Canal de Panamá, los Estados Unidos tomaron, debido a su importancia estratégica, todas las medidas para su defensa. Siguiendo la lógica de A.T. Mahan, quien planteaba que «los valores comerciales no pueden separarse de los militares en la estrategia naval, ya que el principal interés en el océano se relaciona con el comercio»,17 se definía la frontera marítima de los Estados Unidos en el Atlántico como una línea costera que iba desde el estado de Maine al de la Florida, y desde allí hasta Puerto Rico, las Islas Vírgenes y el Golfo de México, este último definido como el «lago americano». Tal análisis destacaba la importancia geográfica y económica del este de los Estados Unidos y la significación clave del Caribe. A partir de esta línea de pensamiento, se estructuró una cadena de bases en el territorio de los Estados Unidos y en el Caribe, cuya principal misión era proteger la vías marítimas de comunicación. El «mediterráneo americano», estaba compuesto por una serie de islas, que conformaban una barrera natural protectora, y un complejo de bases de avanzada destinado a expandir la influencia estadounidense hacia el Atlántico. En este contexto, la base naval de Guantánamo, aunque no estaba fortificada, constituía un baluarte insustituible, dado el control que ejercía sobre el Paso de los Vientos y todo el Caribe, y como un enclave de gran utilidad en medio de las rutas de reaprovisionamiento naval y aéreo. El sistema de bases se articuló —siguiendo la estrategia de la priorización de las fuerzas navales— partiendo del territorio de los Estados Unidos y luego escalonándolas, de manera que eslabonaran una cadena a lo largo y ancho del Caribe. La zona más débil era el Caribe oriental, donde no había fortificaciones. Se analizó entonces la conveniencia de establecer una base en Trinidad o Barbados, y otra al sureste del Caribe, necesaria para el control naval del Atlántico Sur. Esta zona también era importante para la defensa del Brasil, por estimarse que para el teatro del Atlántico Sur «el Caribe [es] clave; la posición central desde donde [ los Estados Unidos] puede[n] actuar decisivamente y con la mayor movilidad estratégica».18 A partir de este criterio, se argumentaba que los puertos no podían considerarse bases navales y se resaltaba que, en caso de producirse una guerra en el Caribe, los puertos del Golfo serían incuestionablemente fuentes de abastecimiento, si se tenía la ventaja de contar con líneas de comunicaciones protegidas. Se consideraba también la importancia de las posesiones de las potencias colonialistas: Gran Bretaña, Holanda, Francia. En la perspectiva de su defensa militar, los Estados Unidos buscaron también aprovechar las ventajas que Otra vuelta de tuerca a la guerra fría Después de la II Guerra Mundial, los Estados Unidos orientaron su atención hacia Europa y el Cercano y Medio Oriente. América Latina pasó a ocupar un nivel relativamente bajo en la escala de prioridades de su política exterior. El dominio norteamericano en la región emergía fortalecido de la guerra, y se proponía no desatender los logros en la relación interamericana. 19 Al enfoque geopolítico y a la Doctrina Monroe se agregó la idea de la contención del comunismo; desde entonces, estos serían los elementos centrales de su política hacia la región, matizada con diversos grados de intervencionismo, de acuerdo con la coyuntura y el caso específico.20 En términos geoestratégicos, el triunfo de la Revolución cubana en 1959 fue el desafío mayor que enfrentaría esta política en el Caribe. En los años 80 —en el marco de un nuevo énfasis en las doctrinas de la geopolítica y en el mantenimiento de las esferas de influencia—, el control y la política norteamericana hacia la cuenca del Caribe no sufrieron alteraciones en los ejes centrales que los habían guiado, sino que se reperfilaron tácticamente. 21 En el terreno político, los presupuestos de la contención fueron traspolados en el ámbito de la guerra fría.22 Por aquel entonces, la preocupación militar de los Estados Unidos se centró en cuestiones de orden permanente, como las vías marítimas de comunicación 23 y los puntos claves de «estrangulamiento» —esto es, el Canal de Panamá, el Paso de los Vientos, el Canal de Mona y el Estrecho de la Florida—, todos de importancia estratégico-económica y vitales para el comercio, el transporte de petróleo y, en el terreno militar, para los suministros a la OTAN, en el caso de que se produjera una conflagración en Europa. 24 En cuanto al Caribe, «la protección de las líneas marítimas de comunicación tiene una gran importancia para los militares norteamericanos porque sus fuerzas se despliegan en ultramar o están comprometidas para combatir en teatros de operaciones lejanos». 25 El Atlántico y el Caribe, como zonas de enlace con otros teatros de la guerra, constituyeron el centro de los planes globales de la Marina de los Estados Unidos en la perspectiva de un conflicto bélico en Europa —específicamente con la URSS 26— en esta etapa. Los planificadores militares argumentaban al respecto: es de máxima importancia que continuemos impulsando el perfeccionamiento de las fuerzas de nuestros aliados en América Central y Sur [...] y prosigamos el adiestramiento 68 El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima Es evidente la disposición de Cuba al diálogo internacional en lo que se refiere a temas vinculados con la seguridad. La creación de un escenario propicio al entendimiento mutuo —tanto en el terreno de las relaciones bilaterales como en el ámbito multilateral— pasa por la adopción de medidas de confianza, que son un elemento fundamental en el desarrollo de un ámbito hemisférico realmente seguro. periódico con ellos para que sean capaces de contribuir a la defensa de las líneas marítimas de comunicaciones. 27 de las naciones del mundo subdesarrollado y que son de carácter regional. Estas consideraciones reafirman la supuesta validez de la presencia de las bases de los Estados Unidos en el área, y a nivel global; con distintos énfasis, de acuerdo con la región de que se trate y con los intereses en juego. En el caso de la cuenca del Caribe, el control —y por ende la presencia de bases y demostraciones de fuerza militar— y las relaciones de dependencia, seguirán siendo características de la hegemonía norteamericana.36 Formalmente parecería que disminuyen las medidas de fuerza. Sin embargo, la introducción y el incremento y/o remplazo de mecanismos tradicionales de control por otros de tecnología avanzada, de hecho implican la permanencia de las tradicionales concepciones de hegemonía rectora de la política de los Estados Unidos en el área. En este escenario, se consideraba que Cuba podía obstruir las vías marítimas en caso de ocurrir un conflicto en Europa y, por consiguiente, los planes bélicos norteamericanos estipulaban que «cuando fuese necesario, oponerse a las posibilidades ofensivas aéreas y navales de Cuba [es] garantizar el libre tráfico marítimo por el Estrecho de la Florida, el Golfo de México y el Canal de Panamá». 28 Cuba, considerada una base de avanzada de la URSS, constituía —según declaraciones oficiales— un peligro en el caso de una conflagración en Europa. Incluso a fines de la década, cuando la posibilidad de una guerra nuclear parecía muy poco probable, se insistía en que Cuba seguía siendo un peligro en un escenario de guerra convencional, y más aún en el de la guerra no convencional, 29 argumentos relacionados, en el terreno específicamente político-ideológico, con la persistencia del proyecto socialista en la Isla.30 En el caso de la cuenca del Caribe, la percepción esteoeste prevaleció durante el decenio de los 80. En el Caribe, como zona de peligro potencial, 31 y Centroamérica, considerada como el peligro inmediato para los Estados Unidos, 32 se concentraron demostraciones de fuerza que no disminuyeron a fines de esos años. La militarización del área era una realidad. 33 Entre 1981-1982 se fundaron dos organizaciones relacionadas con la seguridad en el área: la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO) 34 y el Sistema de Seguridad Regional (SSR). 35 La invasión a la pequeña isla de Granada, en el Caribe oriental, para la cual la OECO fue instrumento fundamental, respondió a razones geopolíticas y al paradigma de la contención del comunismo. La invasión a Panamá en 1989 marcó un hito en cuanto a la persistencia de la opción unilateral y a la búsqueda de nuevos argumentos intervencionistas. Tradicionalmente las bases militares norteamericanas en el área del Caribe han desempeñado un papel relacionado con la defensa, coordinación, monitoreo y entrenamiento de las fuerzas destinadas al control hemisférico. Resulta difícil suponer la eliminación de estas bases en la zona, dado que el énfasis de la política exterior de los Estados Unidos se centra ahora en las amenazas y el peligro de conflicto, caos e inestabilidad El nuevo contexto internacional y el Caribe en los años 90 Al concluir la guerra fría, se ha abierto un período de transición en el que coexisten elementos de aquella política conjuntamente con iniciativas y propuestas destinadas a la conformación de un nuevo orden mundial. En el contexto de la recomposición de la hegemonía a nivel global, el unipolarismo militar de los Estados Unidos es parte integral del transito hacia lo que se identifica como una «hegemonía compartida», con un mayor peso de los instrumentos multilaterales. Los conceptos de seguridad en este nuevo entorno internacional están estrechamente ligados a factores económicos y sociales. A nivel hemisférico los temas más relevantes de la agenda, desde el punto de vista estratégico, son la migración, el narcotráfico, la no proliferación de armamento avanzado, el control nuclear y la seguridad colectiva. Son comunes los desafíos del desarrollo social, la necesidad de integración y pluralismo en la perspectiva de la coexistencia en diversidad de la región, la vulnerabilidad de las economías pequeñas y abiertas, y la volatilidad implícita en una subregión que, como el Caribe, conserva —aun en la posguerra fría— una importancia geopolítica.37 Después del fin de la guerra fría, los argumentos medulares sobre América Latina han variado: los temas y la escala de prioridades de la política; su discurso e 69 Isabel Jaramillo Edwards instrumentos; el nivel de desarrollo político, económico y social de los países del área, y el sistema interamericano en crisis.38 La seguridad de los pequeños estados del Caribe39 se enmarca en un contexto dual. De un lado, la subordinación en el ámbito económico internacional; de otro, la reafirmación de los propios intereses de cada país. Desde el punto de vista militar, los Estados Unidos mantienen una presencia consolidada en la región.40 Las responsabilidades en cuanto a este aspecto, se dividen actualmente entre el Comando Sur (SOUTHCOM), que se encarga de la América Central y del Sur, y el Comando del Atlántico (LANTCOM) que se ocupa del Caribe. En el caso del narcotráfico, el LANTCOM —que cuenta con unidades de la Marina, la Fuerza Aérea, las unidades de guardacostas y la Guardia Nacional— se ocupa de la vigilancia y represión de ese tráfico, en coordinación con el Drug Enforcement Administration (DEA) del Departamento de Justicia, y el FBI, entre otras agencias. Además, se ha establecido una red de radares para el control aéreo del área. En la IX Conferencia de Seguridad del Caribe, se definió el papel de los Estados Unidos: «ayudar al área en sus esfuerzos de reorganización de la defensa» y «auspiciar una mayor cooperación regional, buscar formas para consolidar y centralizar el entrenamiento y adaptar los programas de ejercicios, de forma de enfrentar las amenazas emergentes», tales como el narcotráfico, la polarización racial, los grupos delincuenciales, la desprotección de las zonas costeras, y los desastres naturales. También se determinó su contribución en temas relacionados con el mantenimiento de la paz regional.41 El «éxito colectivo», depende de «un enfoque regional consistente hacia los asuntos de seguridad del Caribe». 42 El fin de la guerra fría y la contracción de los presupuestos militares ha alentado la creación de instituciones que respondan a las necesidades del Caribe y aseguren la estandarización del entrenamiento y equipamiento militar en la región. 43 Ambos aspectos elevan la capacidad de interoperabilidad entre las fuerzas y facilitan la compra de repuestos para los equipos militares. También se apunta como necesario el desarrollo de una filosofía regional de entrenamiento con dimensiones nuevas, que incluya operaciones de mantenimiento de la paz y la posibilidad de una respuesta sistémica —y no de un país específico— a los problemas que se susciten en la región en el terreno de la seguridad, y la forma de prepararse, en cuanto a la acción colectiva, para dar una respuesta regional. La lógica con que se desarrollaría esta filosofía regional implicaría que no habría espacio —o se restringiría— para el pluralismo ideológico. 44 En la XI Conferencia de Seguridad del Caribe, realizada en República Dominicana en marzo de 1995, 45 los temas discutidos se centraron en la integración caribeña, la lucha conjunta contra el narcotráfico, la coordinación marítima regional, la ecología y el medio ambiente, así como la emigración y sus consecuencias económicas y sociales. 46 Cuba se inserta en este contexto internacional. Estratégicamente la Isla constituye un factor importante en el hemisferio. Su relevancia se relaciona con su ubicación en el centro de las vías marítimas de comunicación —de alta incidencia para el comercio en el contexto de la globalización—, y gran peso para cada uno de los países del hemisferio. En lo que se refiere a la América del Sur, Cuba es un punto intermedio para su acceso al mercado norteamericano y caribeño. 47 En el ámbito caribeño, el nivel de desarrollo logrado por la Isla complementaría los esfuerzos de la integración regional en la perspectiva de lograr una postura coordinada, para lograr espacios de relativa autonomía en el contexto hemisférico frente a la hegemonía norteamericana. Reflexiones finales La definición de las fronteras marítimas, el establecimiento del sistema de bases militares norteamericanas en la región y la articulación del sistema interamericano han estado presentes en el Caribe desde la II Guerra Mundial. En los años 90, a la luz del nuevo contexto internacional, se han reestructurado los sistemas de defensa, redefinido los roles y funciones, reasignado las tareas y rediseñado los esquemas de seguridad, en la perspectiva de la defensa coordinada de los intereses norteamericanos. Los problemas que plantea a la seguridad y soberanía caribeñas la aplicación del poder supranacional intervencionista, son esenciales para establecer las definiciones de un sistema de seguridad colectivo en el que los intereses de los estados y la identidad nacional sean considerados equilibradamente. Es evidente la disposición de Cuba al diálogo internacional en lo que se refiere a temas vinculados con la seguridad. La creación de un escenario propicio al entendimiento mutuo —tanto en el terreno de las relaciones bilaterales como en el ámbito multilateral— pasa por la adopción de medidas de confianza, que son un elemento fundamental en el desarrollo de un espacio hemisférico realmente seguro. En general, tanto para Cuba como para el conjunto del Caribe, valdría la recomendación de que «para evitar futuras crisis, los adversarios potenciales deben tratar de comprender de qué forma serán interpretadas sus acciones por otros».48 Entre vecinos que comparten una misma frontera, esta parece ser una lección fundamental. Notas 1. P. Sutton, U.S. Intervention, «Regional Security and Militarization in the Caribbean», en A. Payne y P. Sutton, eds., Modern Caribbean Politics, Baltimore/London: Johns Hopkins University Press, 1993: 277-94. 70 El Caribe y los Estados Unidos: la frontera marítima 19. E.S. Furniss, Jr., ob. cit.: 387-9. 2. Almirante Albert T. Mahan, The Interest of American Sea Power, Present and Future, Boston: Little Brown, 1988. Sus presupuestos influyeron muy directamente en la Doctrina Monroe y siguen siendo la base última de la estrategia norteamericana y de su proyección como potencia marítima. 20. Los Estados Unidos intervinieron en Guatemala en 1961, intentaron invadir a Cubapor Playa Girón, desestabilizaron el gobierno de Guyana entre 1962 y 1964, invadieron República Dominicana en 1965, apoyaron el golpe militar en Chile en 1973, desestabilizaron Jamaica entre 1975 y 1976, sometieron a Nicaragua a una guerra durante 10 años, y durante más de 30 no han dejado de intentar destruir la Revolución cubana. 3. Capitán A.T.Mahan, «The Strategic Features of the Gulf of Mexico and The Caribbean Sea», Harper’s New Monthly Magazine, octubre, 1897. 21. H.J. Wiarda, Updating US Strategic Policy: Containment in the Caribbean Basin, [ponencia], Seminario sobre Relaciones Interamericanas, CEA-LASA, La Habana, julio de 1987. 4. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La estrategia intervencionista estadounidense hacia el Medio Oriente y en la cuenca del Caribe», Avances de Investigación, La Habana, Centro de Estudios sobre América, (18), febrero, 1983; «El conflicto de baja intensidad en el Caribe: la fase preventiva», en Andrés Serbín ed., Venezuela y las relaciones internacionales, ILDIS-AVECA, Caracas, Venezuela, 1987: 41-60; y Steven R. David, «Why the Third World Matters», en S.E. Miller y S.M. Lynn-Jones, eds., Conventional Forces and American Defense Policy, Cambridge, Ma.: MIT Press, 1989: 78-83. 22. En la década de los 80, en el extremo neoconservador nos encontramos con el Documento de Santa Fe I, que marcará de alguna manera el retorno y reforzamiento de los parámetros más extremos de la guerra fría en la cuenca del Caribe. 23. En torno a las percepciones estratégicas entre 1980 y 1990, véase David Ronfeldt, «Geopolitics, Security and US Strategy in the Caribbean Basin» [A Project Air Force Report, prepared for the Unites States Air Force], Rand Corporation, noviembre, 1983; Thomas H. Moorer y George A. Fauriol, «Caribbean Basin Security», The Washington Papers No.104, CSIS, New York, Praeger, 1984; Jorge I. Domínguez, «US Interests and Policies in the Caribbean and Central America», Washington/ Londres: American Enterprise Institute for Public Policy Research, 1982; M. Foucher, «Le Bassin Méditerranéen d’Amerique: Approches Geópolitiques», Herodote, Paris, 3r trimestre, 1982; Isabel Jaramillo Edwards, ob. cit. 5. La política del «buen vecino» formaba parte de un enfoque emergente hacia el hemisferio occidental. Esto es, una tendencia hacia los acuerdos regionales, como alternativa a los arreglos globales imperantes hasta el momento, en el marco de una readecuación de la política exterior hacia la zona. Véase A. Iriye, «The Globalizing of America 1913-1945», en The Cambridge History of American Foreign Relations, Cambridge University Press, 1993; vol. 8: 147-148. 6. Particularmente de las minorías alemanas, italianas y japonesas. 7. Edgar S. Furniss, Jr., «American Wartime Objectives in Latin America», en World Politics II, abril, 1950: 373-4. 24. En este contexto el papel de Cuba es considerado esencial. Para dos enfoques en torno al tema, véase M.C. Desch, «Turning the Caribbean Flank: Sea-Lane Vulnerability During a European War», Survival, Londres, 29(6), noviembre-diciembre, 1989: 528-51; Isabel Jaramillo Edwards, «Cuba and the Caribbean: Perceptions and Realities», en Conflict, Peace and Development, Londres, P. Figueroa, E. Greene, J. Rodríguez-Beruff, eds., Macmillan, 1991: 62-78. 8. Este argumento, invocado a partir de sucesivas conferencias, tiene su hito —después del ataque a Pearl Harbor— en la celebrada en Río de Janeiro, en 1942, con la subsiguiente ruptura de las relaciones diplomáticas de las repúblicas americanas, excepto Argentina, con el Eje. En marzo se estableció el Interamerican Defense Board, en Washington, para diseñar una estrategia conjunta. A. Iriye, ob. cit.: 195-6. 25. W.M. Arkin y R.W. Fieldhouse, El campo de batalla nuclear, Barcelona, Ariel, 1987: 136. 9. Para una referencia a la importancia estratégica de Cuba y su valor extrínseco, véase A.T. Mahan, ob. cit.; G. Fielding Elliot, ob. cit.; W. McDonald, «Atlantic Security: The Cuban Factor», Jane’s Defense Weekly, 22 de noviembre de 1984; M. Desch, «That Deep Mud in Cuba: The Strategic Threat and US Planning for a Conventional Response During the Missile Crisis» en M. Desch, When The Third World Matters: Latin America and The United States Grand Strategy, Baltimore/London, Johns Hopkins University Press, 1993: 89-114. 26. «Hay en esta zona más submarinos con misiles estratégicos (SSBN) que en cualquier otra parte, y todos los SSBN británicos o franceses, así como casi todos los SSBN norteamericanos, patrullan por el Atlántico. En cualquier momento hay dos o tres SSBN soviéticos en las aguas abiertas del Atlántico central, a la altura de las costas norteamericanas, cerca de las Bermudas.» W.M. Arkin y R.W. Fieldhouse, ob. cit.: 135. 27. Almirante W. McDonald, «Status of the Atlantic Command», Statement before the Senate Armed Services Committee, 98º Congreso, 2ª sesión, febrero 23, 1984. 10. La idea de instalar una base militar en Nicaragua volvió a cobrar auge en la década de los 80. 11. Para una discusión en profundidad de estos principios, basados en Clausewitz, véase G. Fielding Elliot y R. Ernest Dupuy, If War Comes, Londres: New York: Macmillan, 1937. 28. Almirante W. McDonald, ob. cit. 29. Estos argumentos un tanto absurdos son los que han sido esgrimidos desde los departamentos de Estado y de Defensa. En términos de realpolitik, Cuba no representa una amenaza real para la seguridad de los Estados Unidos. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La seguridad de Cuba en los 90», Sociológica, México, DF, 9(25), mayo-agosto, 1994: 125-48 y Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(21), enero-junio, 1994: 139-58. En inglés, en Security Problems and Political Economy in the Post Cold War, Londres: Jorge Rodríguez Beruff & Humberto García Muñiz, eds., Macmillan, 1996. 12. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 111-2. 13. En esta etapa fue cuando se discutió la cuestión del trueque de las Filipinas por las Indias Occidentales británicas. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 59. 14. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 116. 15. En los años 90, el enfoque será el enfrentar dos conflictos regionales. Véase National Security Strategy, Washington, D.C.: The White House, febrero, 1995. 30. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «Cuba and the Caribbean. Perceptions and realities», ob. cit. 16. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 119. 31. Isabel Jaramillo Edwards, «El conflicto de baja intensidad en el Caribe: la fase preventiva», ob. cit. 17. A.T. Mahan, Naval Strategy, citado por G. Fielding Elliot: 140. 32. J. Cirincione y L.C. Hunter, «Military Threats, Actual and Potential», en R. Leiken, ed., Central American: Anatomy of a Conflict, New York: Pergamon Press, 1984: 173-92. 18. G. Fielding Elliot, ob. cit.: 154-6. 71 Isabel Jaramillo Edwards 42. Este comando tenía a su cargo las operaciones navales contra la URSS. Con el fin de la confrontación este-oeste, las tareas de LANTCOM se han reorientado y, además de sus tareas dentro de OTAN, ha asumido nuevas responsabilidades, como entrenamiento conjunto, apoyo a las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, despliegues durante crisis y desastres naturales, entre otros. Algunos autores plantean la posibilidad de que el LANTCOM, como único comando conjunto con base en el continente, aumente sus responsabilidades en el hemisferio occidental, si es que asume las tareas del Comando Sur (SOUTHCOM). Otra tendencia es la de trasladar este último al Estado de la Florida. 33. Véase en este sentido H. García Muñiz, Boots, Boots, Boots: Militarization, Intervention and Regional Security, 1986. 34. Se formó en junio de 1981 y agrupó a Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, Montserrat, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, y San Vicente y las Granadinas. El Memorándum fue firmado el 29 de octubre de 1982, por Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas. 35. Ambas instancias aportaron un mandato para la defensa colectiva y la preservación de la paz y la seguridad. Desde 1985, a partir del Ejercicio «Palma Exótica», auspiciado por los Estados Unidos, el entrenamiento, tanto de las fuerzas de defensa como de la policía, ha sido sistemático. En 1986 se sumó el Reino Unido y se acordó establecer instalaciones de entrenamiento en Antigua y Barbuda y Barbados. También se elevó la capacidad de las instalaciones de entrenamiento, ubicadas en Antigua con una donación de USD 8 millones de la administración Reagan. 43. La variedad geográfica característica de la región facilita áreas para cursos de entrenamiento en la selva, como en Guyana; Dominica aportaría entrenamiento de montaña y Jamaica y Trinidad y Tobago pueden hacerlo sobre su vasta experiencia en operaciones de seguridad interna. CANSEC´93, Puerto España, Trinidad: 6. 44. CANSEC´93, Puerto España, Trinidad: 10, punto 34. 36. Sobre las bases militares de los Estados Unidos, véase Isabel Jaramillo Edwards, «El sistema de bases militares norteamericanas en la cuenca del Caribe», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 8(16), enero-junio 1991: 87-105. 45. Participaron el General J.J. Sheehan, comandante del Comando del Atlántico (LANTCOM) de los Estados Unidos, y representantes militares de Haití, Belice, Antigua y Barbuda, Barbados, Jamaica, Bermudas, Trinidad y Tobago, Santa Lucía, San Kitts y Nevis, San Vicente y las Granadinas, además de observadores militares y policías de Canadá, Francia, Holanda y el Reino Unido. Véase Listín Diario, República Dominicana, 21 de marzo de 1995. 37. Desde el punto de vista de la seguridad nacional de Cuba, los factores fundamentales son la viabilidad económica y el mantenimiento de la unidad y el consenso interno que garanticen la consecución del proyecto de justicia social de la Revolución en esta etapa. La reinserción de Cuba en la economía internacional pasa —en el ámbito caribeño— por su participación en la Asociación de Estados del Caribe (AEC) y se le abre un espacio a partir de la creación de la Comisión Conjunta CubaCARICOM y el incremento de las relaciones bilaterales con los países del área. 46. El General Sheehan, comandante del LANTCOM, anunciaba en mayo de 1995, conjuntamente con Janet Reno, fiscal general de los Estados Unidos , los acuerdos migratorios entre Cuba y los Estados Unidos. A partir de estos acuerdos, LANTCOM, bajo cuya esfera de control está la Base Naval de Guantánamo —instalación que atenta contra la soberanía de la Isla— y el Servicio de Guardacostas, tendrán que asumir las operaciones de reintegración de los emigrantes ilegales cubanos a la Isla. 38. Sobre el sistema interamericano, véase Ana Julia Faya, «La modernización de la OEA: hacia nuevos mecanismos de seguridad hemisférica», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(21), enero-junio, 1994: 30-43. 47. En el caso de siendo importante punto de vista de seguridad de Cuba 39. Véase, en este sentido, Ivelaw Ll. Griffith, The Quest for Security in the Caribbean: Problems and Promises in Subordinate States, M.E. Sharpe, 1993. Europa, siguiendo la lógica geopolítica, Cuba sigue para Rusia, como plataforma económica y desde el su seguridad. Véase Isabel Jaramillo Edwards, «La en los 90», ob. cit. 48. A Schlesinger Jr. recoge esta idea expuesta por R. McNamara en una reunión sobre la Crisis de Octubre realizada en La Habana en 1992. Véase «Four Days With Fidel: A Havana Diary», The New York Review, 26 de marzo de 1992: 22-9. Véase también Rafael Hernández, «Treinta días: las lecciones de la Crisis de Octubre y las relaciones cubanas con los Estados Unidos», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 8(16), enero-junio, 1991: 3-25. 40. H. García Muñiz, La estrategia de los Estados Unidos y la militarización del Caribe, Río Piedras, P.R.: Instituto de Estudios del Caribe, 1988. 41. Véase el texto del Mayor General R. O´Mara, «Opening Remarks», Ninth Caribbean Island Nations Security Conference, Puerto España, 30 de marzo de 1993. También participaron las fuerzas de defensa del Caribe anglófono, las RSS; la República Dominicana y también representantes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia, Holanda y Venezuela. Esta conferencia ha tenido lugar solo tres veces en el Caribe; en 1992 se celebró en Kingston, Jamaica. Véase «PM: Less $$ for WI Security», Trinidad Guardian, 31 de marzo de 1993: 3. Citado por H. García Muñiz y J. Rodríguez Beruff, «US Military Policy Towards the Caribbean in the 90s», The Annals, 1994. © 72 , 1996. A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar no. 6: 74-85, abril-junio, 1996. La música y el mercado Alberto Faya Radamés Giro Jorge Gómez Jesús Gómez Cairo Harold Gramatges Humberto Manduley Víctor Torres Guille Vilar Alberto Faya (moderador): Tenemos el privilegio de vivir uno de los momentos más fecundos de la música en nuestro país, cuando los jóvenes creadores producen un arte nacido de las esencias nacionales; y cuando, a la vez, diversas manifestaciones confluyen en el caudal generado por nuestros artistas más representativos. Aquellos sonidos que nos llegan de afuera se combinan y enredan en esa fronda de la que Fernando Ortiz hablara tanto y con formas novedosas. Así ha sucedido con nuestros géneros musicales —el son, la guaracha, el mambo, la rumba. Sin embargo, nuestra realidad histórica también nos ha ubicado entre los países dependientes, lo que implica una herencia colonial, de la que, a pesar de la Revolución, no nos hemos desembarazado del todo. Uno de los grandes retos que Cuba ha tenido siempre ha sido el de superar el status colonial. Esto solo es posible, entre otras medidas, mediante el ejercicio de una libertad creativa que tenga sus fuentes nutricias en aquella parte original de la nación; no puede surgir una verdadera creación atada y definida por la industria de consumo. No podemos alcanzar una libertad plena, sin ejercer a plenitud, también, la creatividad. La más genuina música cubana ha existido siempre en oposición a un modo de ser definido ahora por el poder neocolonial, el cual se ha encargado de «orientar» el gusto de la población para que se ubique dentro de las corrientes fundamentales del consumo musical a nivel mundial. Detrás de términos como desarrollo o progreso, se enmascara un buen comercio artístico que produce fórmulas elementales y esquemas para una gran cantidad de productos musicales; y, con ello, contribuye a la minimización de la influencia de aquellos factores populares que garantizan nuestras más saludables transformaciones. 74 La música y el mercado Un buen agente de esta alienación han sido los medios masivos de comunicación. La gran revolución industrial que ha significado la conservación y reproducción del sonido, apunta hacia el desarrollo de los monopolios industriales que controlan la distribución sonora a nivel global y reducen una parte de la música de nuestro pueblo al término de música alternativa. Hablo de aquella parte que afortunadamente ha sido grabada, pues existe también una enorme masa musical que va pasando diariamente al olvido con la muerte de las generaciones que la han cultivado. El proceso de discriminación que ha afectado a esa producción popular, hermosa y genuina, va ocurriendo ante de todos nosotros, con nuestra complicidad o con la ayuda de una ingenuidad inculta. Lo brutal de los procesos de dominación y de movilización cultural es que se llevan a cabo dentro de nosotros mismos, amparados en la inviolabilidad de lo que se llaman gustos personales; gustos que defendemos a toda costa, sin darnos cuenta, muchas veces, de cómo han sido creados. Esos gustos están insertados dentro de la cultura a la cual pertenecemos; porque, independientemente de que existe una cultura individual, también el conjunto de valores adquiridos, su producción, su manera de conservar su patrimonio y su psicología, constituyen una cultura específica. Para los grupos sociales cubanos más humildes la música ha sido de vital importancia; no solo para aliviar las circunstancias en las que se desenvuelven sus vidas, sino para mantener la cohesión del grupo social y hasta para elevar sus valores dentro de la escala social establecida y por esa vía superar los marcos económicos de su clase. El desarrollo de una industria masiva de la música ha creado las condiciones para «el salto» y en él se han visto envueltos numerosos músicos nacidos en el seno de la población. El costo de este salto se ha pagado siempre culturalmente. Cuando el portador sale de las entrañas del pueblo, tiene que adaptar sus valores, su experiencia y creatividad a los requisitos de la industria. La historia de la música popular contemporánea recoge procesos de estandarización implícitos en toda producción a gran escala, pero también algunas formas de evadirse de ello y abordar lo que la cultura original exige. ¿Qué son las descargas entre los músicos cubanos, sino una manera de acercarse a la otra música, al verdadero y sincero proceso de creación y discusión, lejos de las ataduras de las exigencias mercantiles? Pero la voracidad de los intereses lucrativos ha invadido hasta estos espacios privados. Este dilema históricamente ha constituido uno de los grandes dramas de los músicos. Afortunadamente, una de las características del genio creador ha sido siempre la de saberse mover con éxito en ese campo tan difícil. Sin embargo, con el tiempo la definición de ese éxito se complica más, pues tiende a relacionarse con cifras de ventas de grabaciones, cantidad de personas que asisten a los conciertos, frecuencia en las listas de éxitos de las estaciones radiales o revistas especializadas, o con la cotización de las presentaciones del artista en cuestión, por solo citar algunos ejemplos. En el caso de los músicos que viven en los países dependientes, el éxito también puede significar el ser aceptado como bueno por la cultura dominante metropolitana, aun cuando esto implique concesiones estéticas. La gravedad del problema consiste en que muchos de los mecanismos con que la sociedad contemporánea cuenta para preservar la obra de los músicos están estrictamente vinculados con la política de las grandes compañías grabadoras y con los grandes centros de promoción y difusión; lo que se hace mucho más agudo en el caso particular de Cuba debido al bloqueo a que está sometida. Lo preocupante es el modo en que las políticas comerciales promueven la idea de que la medida del éxito está dada por el nivel de excelencia en el trabajo artístico, con igualdad de oportunidades para todos aquellos que alcancen altos resultados cualitativos, sea cual fuere el tipo de música que cultiven. Esto pudiera parecer coincidente con una de las características fundamentales de la política cubana en lo que respecta a la cultura artística: el estímulo a la creación genuina como fundamento de los valores socialistas revolucionarios. Pero este principio ha entrado en contradicción con el creciente avance de los mecanismos comerciales y estandarizadores, lo cual no solo constituye un peligro para la música, sino para la cultura, que se nutre de su esencia creadora. 75 A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar De las soluciones revolucionarias de estas contradicciones depende mucho nuestro futuro. En ese proceso los músicos tienen un papel muy importante, de manera que les propongo empezar nuestra discusión por el examen de estas cuestiones. Guille Vilar: De las cosas que tú dijiste, lo que más me preocupa es la honestidad creativa. Yo no pude disfrutar en su momento, porque no tenía edad, de la música de antes del 59. Y me pregunto, ¿cuáles eran los patrones que existían antes, en la realización de los discos, para juzgar la calidad de las piezas, para determinar el repertorio de las agrupaciones? Porque ahora hay obras ordinarias, sin un buen texto, sin una buena música que se difunden por la televisión y la radio; y uno se queda prácticamente perplejo. Las agrupaciones que se divulgan responden a esas características, a los requisitos de la industria de que tú hablabas. Los parámetros de calidad se van a guiar por la capacidad de esas agrupaciones para reunir cierta cantidad de moneda libremente convertible. Me pregunto en qué medida las empresas productoras cubanas pueden influir en lo que hace un grupo. Me han dicho que muy poco; si acaso alguna sugerencia. Entonces, ¿en manos de quiénes estamos? ¿Quién puede evitar que se difundan esas obras? Radamés Giro: Creo que todos estamos pensando en lo que están haciendo los llamados salseros cubanos. El maestro Harold Gramatges, que sabe más que todos nosotros, puede contarnos cómo se manejaba esto en el pasado. Antes del año 59 existía una política, que se llamaba de ética radial, o algo así, a la que todo era sometido. En el gran monopolio de la salsa que dirige Ralph Mercado en los Estados Unidos, hay un departamento de literatura donde todos los textos que se van a cantar o a grabar son analizados y este departamento puede vetarlos. En el caso nuestro, en aras de una gran libertad, prácticamente todo el mundo hace, dice, escribe, compone, armoniza, como le parece, sin que haya ningún tipo de freno. En relación con la salsa —y aclaro que no me opongo a la salsa—, quiero decir algo. En primer lugar, todos recordamos que en Cuba la salsa fue rechazada prácticamente por todos los sectores. Incluso los propios cubanos que viven en los Estados Unidos defendían el criterio de que la salsa era música cubana de los años 40 y 50 actualizada. Posteriormente, se asumió la salsa acríticamente y no se tomó lo mejor de los grandes salseros. Esto es contradictorio, pues el músico cubano actual tiene una gran formación musical, una cultura, un dominio de su instrumento, sabe lo que hace, por qué y hacia dónde puede ir lo que hace. Y yo me pregunto, ¿para qué sirve todo esto si no se pone en función de la calidad de la letra, de la factura, del acabado, desde el punto de vista estrictamente musical? Sin crear ningún tipo de camisa de fuerza, hay que atajar esta deformación de alguna manera, y atajarla en discusiones, aunque estas no siempre son aceptadas. No es fácil que los músicos acepten una opinión contraria; cuando algún periodista hace algún tipo de crítica, lo asumen como una ofensa personal. Por otra parte la crítica es poca. La radiodifusión divulga todo indiscriminadamente; y los investigadores musicales, los musicólogos, los músicos que tienen una formación, prácticamente no tienen ninguna función dentro de nuestros medios masivos. Los programas a veces los hacen los locutores, quienes enaltecen a algunos autores y a otros no, quién sabe por qué motivo. Por su parte, la prensa plana a veces hace una alabanza total, donde todo es bueno; o bien no dice absolutamente nada, que es lo más frecuente y lo peor. En la radio y la televisión todo el mundo se viste y se presenta como le parece, y yo, como espectador, en mi casa, no puedo ejercer mi derecho a ver a los artistas vestidos de manera adecuada, y no como si estuvieran en la playa, con la gorra virada para atrás y todos esos atavíos que son una forma de llamar la atención. Estamos en el peor momento de una etapa parecida a lo que alguna vez se llamó el «sistema de estrellas». Todos resultan ser genios, supertalentos, etcétera. 76 La música y el mercado Aquí hubo muchas polémicas en los años 60, en relación con la música de vanguardia, la música sinfónica, que eran muy serias, y con debates muy interesantes. Hoy en día no existe ese debate, en este caso acerca de la música popular cubana. Jesús Gómez Cairo : Entre los músicos creadores, entre los estudiosos, los promotores, los difusores, hay un lógico interés por la música popular, que se proyecta desde distintos ángulos, como un componente de la cultura musical cubana. Relacionada con el fenómeno salsa —contra el cual, como Radamés, tampoco tengo nada— se encuentra la base del desarrollo de la música popular en general, incluso de la música de concierto. Si recordamos la revolución que significó para el sinfonismo cubano el llamado cubanismo, que tuvo su punto de partida en la obra de grandes compositores como Caturla y Roldán y sus seguidores, vemos que a partir de ahí se inició una cadena interminable en la evolución de la música culta en Cuba, que, al analizarla, se comprueba que en su base están presentes aquellos elementos que parten de la música popular bailable que los compositores estilizan y convierten en factores expresivos de otro orden, con otro lenguaje, otro sistema de comunicación. Estoy simplificando un proceso sumamente complejo. Este proceso tuvo una significación grande. Dar la espalda a la música bailable es darla a la música cubana; como lo sería dársela a la cancionística, sin la cual no hay desarrollo de nuestra música. Porque la música bailable tiene muchos elementos de carácter armónico, un sentido natural diferente del contrapunto, de la utilización de la forma, la incorporación de las formas abiertas a las formas cerradas de la música de concierto, que se puede ver, por ejemplo, en una obra como La rumba, o en muchas otras, durante y después del movimiento folklorista de la primera etapa. No hay que obviar ese aporte de la música bailable. Ahora bien, de lo que se está tratando aquí no es tanto de la música bailable en sí, sino de su difusión. Se trata de determinar en qué medida la difusión de la música bailable tiene un relativo equilibrio, y no quiero decir equidad, pues en el arte no puede haber equidad. Es un hecho genuinamente individual, donde el artista individualmente crea la obra, la proyecta, le impone un sello. No hay democracia. La cuestión está en que esa individualidad sea capaz de captar un numeroso espectro de ideas, sentimientos y expresiones. Pero en el proceso difusor sí tiene que haber democracia. Ahora bien, la cuestión que se debate, no solo tiene que ver con el criterio del consumo. Está presente por una parte, el arte de consumo que imponen ciertos medios de comunicación, sobre todo en las grandes metrópolis, las grandes transnacionales. Y está el arte de consumo que impone el propio público con su gusto, y que no se puede dejar de tener en cuenta —no para seguir sus dictados al pie de la letra, sino para considerarlos desde el punto de vista de una educación recíproca. Hay que partir de cuáles son los parámetros y objetivos que esa masa tiene como propios; de lo contrario, en la educación —o en el intento de educación— se produce rápidamente una dicotomía entre el público y lo que queremos promover. La información sí tiene que ser democrática. No se puede informar solo acerca de lo que gusta; la divulgación tiene que considerar todo lo que existe y tiene valor. Pero no a partir de una lógica predeterminada. No puedo formarme un criterio sobre lo que no es bueno si no se me informa. Es necesario informar de todo, y que se decante a través de varios procesos. Uno de estos es el del gusto del público y su reacción; otro es uno que aquí se ha perdido, el de la crítica profesional. Entonces, de lo que se trata no es de la música bailable o de la música moderna. No se trata de analizar la música bailable por separado, sino de compararla con los otros géneros, y de la necesidad de que haya un proceso más democrático de la información que se brinda sobre toda la música, más extenso y profundo, menos 77 A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar determinado por el criterio de un programador, un radiodifusor, o un realizador de programas musicales. Que se pronuncie el público, la crítica y los profesionales. Víctor Torres : Quiero hablar sobre el tema de música y masividad. En primer lugar, no solo por el hecho de llevar la música a la televisión estamos provocando la masividad, sino que tenemos que encontrar fórmulas estéticas adecuadas para hacerlo. Por otro lado, está el fenómeno de lo nuevo dentro del contexto de la música, que no encuentra eco en todas las emisoras radiales o en todos los programas. Cuando en el programa que yo hago en la televisión presentamos algo nuevo, alguna agrupación nueva o algún músico nuevo, estoy siempre corriendo el riesgo de que los demás, inmersos en otros asuntos de promoción de fórmulas baratas, no continúen esa línea. Por otra parte, están los repetidores de música inconscientes. Son aquellas personas que se encuentran a pie de tarima, en algunas provincias, repitiendo horas y horas de música sin saber de difusión musical, estableciendo patrones que muchas veces no son nacionales, pero por fuerza de repetición se convierten en nacionales. Se mata así lo más genuino de agrupaciones que se encuentran muy distantes de la capital. Cada vez que estas agrupaciones suben al escenario empiezan a ejecutar música a la usanza de lo que peor suena en el centro de la capital como única forma para hacer bailar, como única forma para recibir el aplauso. Mi programa me ha permitido conocer la interioridad de la música y de los músicos. Pienso que el fenómeno radial y la presencia en Cuba de firmas productoras, de casas discográficas, han influido grandemente en el gusto de la población, en la dinámica de hacer la música. Y también ha contribuido a este cambio, en muchos casos, la dinámica de producir y dejar plasmado en discos compactos el acontecer de nuestros días. Por otra parte, se perdió cierta coherencia, pretendida por algunos difusores, en cuanto a tratar de darle una imagen sonora inusual al acontecer de la música popular general. El fenómeno de la música popular cubana, en alguna medida, provocó —como una necesidad, en un momento determinado— un cambio en los patrones estéticos en el ámbito social. Yo fui testigo de la decadencia de la música popular ligera, y, para suerte de nosotros, algunos representantes de esa decadencia se fueron del país. Por otro lado, fuimos muy lejos con la música de vanguardia, en especial en lo que toca a la nueva trova. Pero llegó un momento en que a la fórmula de la nueva trova le faltaban luces, movimiento escénico, toda una serie de resortes que estaban incidiendo en su imagen dentro de los medios de difusión. La nueva floración del arte musical —aunque en una etapa de crisis económica— se dio mediante la música popular bailable. En una etapa determinada, esta se convirtió en el arte de la masividad. No quiero decir que no existiesen espacios para pensar o música para la reflexión. Lo que pasa es que el abuso en cuanto a la promoción de la música popular en los medios de difusión, y la falsa expectativa creada como fórmula para elaborar programas de salsa, han estado provocando un proceso de negación, de rechazo en parte del público. Uno de los mayores retos que tienen en estos momentos los medios de difusión radica en la necesidad de alcanzar una proyección estética de vanguardia. No se puede pretender, por ejemplo, que la gente disfrute un programa de boleros, si estéticamente corresponde a patrones de los años 60 o de los 70. Cuando nosotros vemos a José Carreras o a Luciano Pavarotti en un concertazo de esos gigantescos, tocado en Milán, nos llegan envueltos en una fórmula escénica y televisiva, acorde al espectador de nuestros días. Nos hemos olvidado de que el gusto del espectador ha avanzado junto con los medios de difusión. Cualquiera en este país ya tiene un disco compacto. Y a veces pretendemos hacer a la gente bailar, por ejemplo, como en el Paseo del Prado, con tres trompetas, de esas metálicas del carnaval. También la televisión necesita de la evolución estética y la evolución sonora. Hoy no se ejecuta en la televisión música digital; entonces, cuando llega el grupo Moncada con un disco grabado en Italia, la gente dice: ¡Qué bien suena Moncada! Y tienes a uno que viene de Las Tunas, con una camisita, que puede hacer un son tradicional muy 78 La música y el mercado bueno, pero que estéticamente no está a la altura ni en presencia ni en sonoridad. Yo he estado entre los que sacaron la Charanga Habanera a la palestra nacional, con traje y corbata, y de la noche a la mañana me regresaron de no sé dónde con gorritas viradas hacia atrás. Lo que pasa es que cuando la Charanga rebota, después de haber sido trasmitida tantas veces en la radio, y vuelve a mi programa en la televisión, ya viene transformada en un fenómeno social de amplitud. En estos momentos es la radio, muy por encima de la televisión, la que tiene la responsabilidad en los códigos de comunicación. Yo siempre pienso en cómo hacer para llegar a la gente. Y también corro el riesgo de que, cuando presento en mi programa un artista genuino, la gente apague el televisor; porque hemos deformado el gusto y no hay espacio para lo nuevo dentro de los medios. No existe un mecanismo coherente de lanzamiento de nuevas figuras. Yo podría presentar al trovador más importante de Cuba, atendiendo a valores musicales, poéticos; pero si no se hace coherentemente, al otro día nadie lo pone en la radio, o la gente apaga el televisor o se va a ver otra cosa que no tiene nada que ver con la promoción de figuras. ¿Cómo hacer para que, dentro de las normas de la estética el espectador amplíe su espectro en lugar de reducirlo? Hoy los programas televisivos son sectarios, no solamente por problemas de cultura, sino por seguir fórmulas muy baratas de hacer televisión. Pienso que ha habido facilismo en la fórmula de hacer televisión y radio. Harold Gramatges: Podríamos pasar muchas horas y hasta días enteros hablando sobre todos los problemas concernientes a la música popular. Desgraciadamente, respecto a la música culta no hay material para encender una buena discusión. ¿Por qué? Por la ausencia desdichada de este mundo tan suculento, importante y vigente, en los medios difusivos. Yo soy jefe de cátedra de esos tremendos talentos que hay en el Instituto Superior de Arte. Y donde quiera que van, y se presentan con una obra, vienen con un premio, con un aval, a la altura de lo que estamos consiguiendo en el terreno del deporte. No quiero en ningún momento confundir las cosas; por suerte el deporte es naturalmente masivo, ha estado bien encaminado, organizado. Pero cuando voy a reuniones internacionales y me preguntan a qué se debe el triunfo, la vigencia del talento musical serio, tengo que hacer entonces referencia al deporte y decir: los deportistas de mi país no son más inteligentes, ni más fuertes, ni más hábiles, tal vez están menos bien alimentados que los deportistas de otros países, pero hay un sistema, una organización, un cuidado; y hemos resuelto el problema, sin lo cual no hay atletas, es decir, vigilamos la posibilidad, la capacidad, el incentivo del niño, y desde ese momento lo sustraemos de esa masa infantil, lo cultivamos, lo cuidamos, lo organizamos, y cuando pasan los años y van a una competencia internacional, son los campeones mundiales, gracias al sistema. Nosotros tenemos el mismo sistema organizado para la educación artística. Salen inclusive grupos de compañeros técnicos a recorrer el país, de Maisí a San Antonio, montañas, llanos, a buscar el talento. No estamos esperando que el talento nos llegue, salimos a captarlo, a descubrirlo, y después lo traemos, lo organizamos, lo educamos y, claro, cuando van a un concurso internacional, a una competencia, vienen con premios importantes. Aludiendo a la divulgación, nada de esto siquiera se conoce. Todo el mundo sabe más o menos quién es Portocarrero, Mariano, Amelia Peláez. Pero no hay la más mínima idea del compromiso que tiene la historia de la cultura de este país con la música culta. Cualquier gran músico cubano puede estar huérfano porque no tiene divulgación, no se conocen sus conciertos y mucho menos las grabaciones. Cualquiera de nosotros puede salir de aquí y hablar de lo que pasa con la pintura y la literatura; todo el mundo tiene un libro en la mano, pero nadie puede acudir a un disco, nadie puede encender un radio para oír qué pasa con esa otra música «extraña», «rara». No hay derecho a decidir sobre ella —si gusta o no gusta— a priori. Si algo no se prueba, y 79 A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar no se enseña a apreciar, no se puede saber si gusta o no, no se da la oportunidad siquiera de que a algunos les guste y a otros no. Aunque este sea generalmente un arte elitista, hay una falta de equilibrio en la difusión, como se ha dicho antes. En este país, últimamente se han celebrado dos festivales internacionales de coros a los que han asistido agrupaciones de todas partes del mundo. El movimiento coral de esta islita es impresionante. ¿Dónde se trasmite un programa de coros? ¿Quién ha visto un cuarteto de cuerdas o una orquesta sinfónica en la televisión? Los pocos programas que existen no hacen otra cosa que repetir a los Pavarotti sin descanso. En cuanto a la música popular, tenemos una cantidad de músicos con una capacidad de primera, que pudieran estar haciendo cosas bellas. Ha ido bajando la calidad, eso es indiscutible. Hablando de los textos, estos toda la vida han tenido su malicia, su picardía; se trata de una característica idiosincrásica nuestra. Somos maliciosos, nos gustan las cosas de doble sentido, somos así. Pero no hay que llegar al grotesco. El problema es de balance. En el mundo, las grandes empresas están contratando a compositores de gran talento —sobre todo gente joven—, poco conocidos, que pueden armar una obra sinfónica para grabarla por una buena orquesta, donde de momento aparece el ritmo popular, un poco de jazz, sin nada sustancial, todo eso con vistas al comercio, ese gran monstruo del siglo XX. En la medida en que se ha desarrollado todo el fenómeno de la tecnología y los medios de difusión masiva se han ido ampliando, ello ha traído como consecuencia el consumo, la imposición de un gusto. Es necesario sanear este fenómeno, pues al menos nosotros, los cubanos, somos aquí los dueños de los medios. Es lo que discuto con los compañeros dirigentes de la radio y la televisión. Si todavía los capitalistas fueran los dueños, podrían disponer. Y aquí contamos con criterios, con conocimientos técnicos, con una conciencia de pueblo, y de que hay un pueblo al que hay que alfabetizar, que educar culturalmente. Jorge Gómez: Me interesa mucho lo que dijo el maestro Harold y me satisface mucho haber escuchado a Víctor, que es una persona muy metida en el mundo de la música popular. Como bien decía él, la sensibilidad contemporánea también tiene sus leyes. Vivimos en un mundo en el cual pretendemos, cada día más, insertarnos. Nosotros no hemos querido apartarnos del mundo, sino que nos han apartado; y en la misma medida en que estamos insertándonos nuevamente en él, no nos queda otro remedio que estudiar, comprender, utilizar lo que el lenguaje internacional ha generado en cuanto a sensibilidad —lo cual no quiere decir usar todos los mecanismos, que pueden ser incluso nocivos. Se trata de que los lenguajes internacionales, la sensibilidad posmoderna, por decirlo de alguna manera, dan un caldo de cultivo, un medio, y la gente más joven, que es la mayor consumidora de la música, tanto en el disco, como en la televisión y en los conciertos, tiene la propensión a identificarse con ese medio. Determinado tipo de música, la llamada música culta o seria, o de concierto, también tiene diferenciaciones; alguna se oye más que otra. Lo mismo pasa con la música popular, el jazz se oye un poco menos, la nueva trova se oye más, y mucho más la salsa. Nosotros, los que somos creadores o difusores, tenemos un gran reto. Nosotros somos parte de una sociedad que ha creado un conjunto de mecanismos, de instituciones, de escuelas. Con esto no estamos creyéndonos el ombligo del mundo, pero nuestro país puede que sea el país más culto del Tercer mundo. Hemos llegado a eso gracias a un desarrollo que no es solo institucional, sino que ha tenido que ver con todo el autodesarrollo de la cultura. Esto se relaciona con el otro problema de que venimos hablando. Estamos viviendo en un mundo donde, cada vez más —y esto es lamentable, maestro Harold—, el comercio adquiere un mayor peso a nivel global. Tengo la impresión de que en nuestro país ciertas tendencias a la comercialización no van a desaparecer cuando pase la crisis económica; sino que van a ser el pan nuestro de cada día. Y si nosotros, los que hacemos televisión, o radio, o música, o discos, no nos damos cuenta de eso, estaremos encerrados en una campana de cristal. Y como 80 La música y el mercado dice la canción de Noel Nicola, «afuera el mundo está por estallar, afuera la gente hace lo suyo por vivir, afuera me están llamando y voy». A partir de esa filosofía, cualquier otra cosa que discutamos puede estar bien, en el orden de las buenas intenciones, y puede que exprese lo que ha sido la historia cultural de la Revolución; pero se quedaría a mitad de camino. Y yo estoy de acuerdo con el maestro Harold y con Jesús sobre la necesidad de una mayor democracia en este orden; pero afuera la gente va a seguir haciendo lo suyo por vivir, y va a seguir existiendo el mercado, la propaganda comercial y todo lo demás. Uno de los grandes problemas que se planteaban en el último congreso de la Unión de Escritores y Artistas, incluso en sesiones plenarias, era la relación entre cultura y turismo. Se hablaba de cómo habría que llevar a los turistas a nuestra propia cultura; y la gran preocupación era si nuestra verdadera cultura influía en ese proceso o si se estaba fabricando una pseudocultura para el turismo. Lo que ha pasado en menos de los tres años transcurridos desde entonces, es que llegamos al momento en el cual el turismo está dominando la cultura que se está haciendo. La existencia de un desarrollo turístico determina que los grandes centros en que se presenta hoy la música en vivo, por ejemplo, tengan posibilidades que no tienen las instituciones de la cultura —que funcionan en pesos— de producir grandes conciertos y espectáculos que sean, como fueron en algún momento, focos de gran atracción. Así, las noches de conciertos, en general, se dan mayoritariamente en grandes o pequeños centros turísticos, donde se están creando los focos más importantes del desarrollo de determinadas manifestaciones en la música popular. Porque esa parte de la clientela turística que viene a Cuba, que no viene buscando las bellezas naturales del país, o la gran cultura que nuestro pueblo ha creado en más de 36 años de Revolución, sino que —como el turismo en muchas partes— viene a divertirse, a pasarla bien de determinada manera —que no es la nuestra, maestro, que no nos dedicamos a recorrer las noches habaneras buscando donde divertirnos. Esos lugares forman parte importante del desarrollo económico del país, y para llenarlos hace falta que la gente vaya —aunque el grueso de la población no tiene moneda convertible, en esa cantidad al menos, para gastarla en esas cosas. Y esta situación está influyendo muy directamente en lo que está pasando en la calle, en una especie de teoría estética de la calle. Si uno va al interior del país se dará cuenta de que no pasa lo mismo en los grandes polos turísticos —como La Habana o Varadero— que en Santa Clara o Camagüey. Hay una enorme diferencia entre el comportamiento del público en los lugares donde no hay polos turísticos importantes respecto a aquellos donde sí los hay. Este es un asunto totalmente extramusical. Harold decía: los medios de difusión siguen siendo nuestros. Pero, ¿qué nos ha pasado a nosotros? Que aun teniendo instituciones que están responsabilizadas de dictar, e incluso de ejecutar, la política musical, por decirlo de alguna manera, no hay, en la práctica, la posibilidad real de ejercer su función, por lo que no tenemos prácticamente contrapartida. Cuando una música determinada, como la que hoy llamamos salsa, está de moda, y se pone en los centros turísticos y en los programas de radio, no existe un regulador real por parte de las instituciones. En determinados países capitalistas el Estado tiene la posibilidad de decidir, incluso, a quién se puede comercializar y a quién no. Hay además, mecanismos estatales que no entran en la competencia y que existen para la defensa del patrimonio cultural. Las leyes pueden obligar a todas las emisoras de radio y de televisión a tener determinados programas, y a las casas discográficas a hacer la promoción de aquellos valores que constituyen patrimonios del país. En Cuba no existen espacios para la expresión artística que no estén controlados estatalmente, sea la televisión, la radio, o un hotel. Pero para financiar el arte, el Estado requiere hacer una inversión en moneda convertible; y esa moneda no se puede recoger presentando un excelente concierto de los alumnos del maestro Harold, que son glorias de Cuba. Por eso las propias instituciones culturales de la música tienen que terminar haciendo programaciones que no son tan democráticas como nosotros quisiéramos, pues terminarían sin poder pagar la inversión que se hizo para fomentarlas. 81 A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar No tengo una solución para esos problemas. Me parece que si aceptamos el reto que nos impone la vida y queremos ser agentes activos en la transformación de estas cosas, tenemos que reconocerlas. De lo contrario, podemos decirnos todas las cosas bellas que querramos oír, haciendo una exposición teórica formidable, pero la vida, que es muy obstinada, va a seguir por su lado. No basta con denunciar cómo el neocolonialismo cultural nos avasalla, el mal del comercialismo, y cómo las grandes empresas de discos imponen determinadas leyes. Nos guste o no, hay que aceptar este reto y ser más inteligentes que ellos, porque siempre nosotros hemos tenido que ganar con la inteligencia. Radamés Giro: Yo no comparto en su totalidad lo que plantea Jorge. También me quiero referir a algunas cuestiones dichas por Víctor. Estamos de acuerdo en que enfrentamos un reto; y que en determinados países —como Colombia— hay estaciones de radio con una programación que es un verdadero ejemplo; patrocinada por un montón de empresas de discos, de cerveza, de automóviles, y que presentan todo tipo de música, de toda América Latina y del Tercer mundo. ¿Cuál es el motivo, si nosotros tenemos los medios, para que no podamos cumplir a cabalidad una de las funciones que tienen la radio y la televisión en cualquier parte del mundo, que es informar y educar? Ese problema no tiene nada que ver con las circunstancias actuales, sino que se trata de una deformación de nuestros medios. Jorge Gómez: Perdona ¿y cuál es la causa de esa deformación? Radamés Giro: Porque se están siguiendo los patrones del llamado gusto masivo. Estamos demasiado preocupados por la masividad. La radio, la televisión, el libro, las modas de la ropa, tienen su historia y existen zonas de interés. Es necesario ir cubriendo las diferentes zonas de interés o se corre el riesgo de no cubrir ninguna. Puede haber un sector del público, digamos mil o dos mil personas , que le guste escuchar un concierto por la televisión. ¿Y por qué no se lo damos? Pues porque hay otro porciento que apaga el aparato, sin embargo ese es un sector al que yo estoy obligado a atender. Cuando nosotros publicamos a Lezama Lima sabemos que es un sector minoritario el que lo va a leer, pero tenemos que publicarlo. Y tanto la radio como la televisión se dejan arrastrar por lo que supuestamente le gusta a la gente —y que generalmente es lo que les gusta a los funcionarios, productores, locutores, programadores, directores. Tengamos presente que el Che alertó muy temprano acerca de esta tendencia. Al público se le prepara; cuando se va a lanzar una moda de vestir no basta con poner los vestidos en la vidriera; se hace todo un trabajo de preparación psicológica y de ambientación, para que la gente acepte eso, lo que los diseñadores quieren imponer. Esa es la razón por la que se imponen determinados géneros, como la salsa. Tenemos una responsabilidad social que no debemos eludir, igual que no podemos eludir las circunstancias ambientales, la realidad circundante a la que Jorge hacía referencia. Tampoco podemos eludir la responsabilidad de transformar, en la medida de lo posible, esa realidad que no nos imponen desde afuera, sino que nos la hemos impuesto nosotros mismos, porque los medios son nuestros y el programa lo hacemos nosotros, no el imperialismo. Y si efectivamente la gente tiene acceso a todo esto por fuera, nosotros tenemos que darle la otra cara de la moneda, las dos caras de la moneda, no solamente una, que es lo que se está haciendo. Hay un gran sector de la población que quiere oír y ver determinados programas y no puede hacerlo porque no existen. No solo se trata de la música sinfónica sino de la música instrumental simple. Mientras tanto la Orquesta Sinfónica de Londres, por ejemplo, acaba de grabar un disco compacto muy interesante con canciones de César Portillo de la Luz y otros autores cubanos. Me pregunto por qué lo hace. O Plácido Domingo, que también grabó un DC con las mismas obras. Porque saben que hay un sector que quiere oírlas interpretadas por Plácido Domingo o la Sinfónica. ¿Y por qué 82 La música y el mercado no lo hacemos nosotros? Porque estamos parcializados con lo que está de moda, «lo que le gusta a la gente». Y no solo con la salsa. En los años 50 se escuchaba a Beny Moré, a Matamoros, a Chapotín, a Roberto Faz, a la orquesta Riverside, y la radio y la televisión ponían de todo. Y existía la competencia sana en los bailables, donde había una diversidad grande para escoger. Ahora solo se trasmiten algunos pocos programas donde se pone «la música de ayer». Por lo menos estos programas deben trasmitirse en horarios estelares para que la gente asuma la música también como un fenómeno de cultura. La música es un fenómeno cultural, no solamente comercial. El problema es buscar el equilibrio que nosotros nunca encontramos. Si no escuchamos a Caturla, no podemos echarle la culpa a nadie más que a nosotros mismos, que tenemos los medios para darlo a conocer. De lo contrario nos van a imponer lo que quieren, que no siempre es lo mejor. Jorge Gómez: Por mi parte quiero aclarar que estoy totalmente de acuerdo con lo que has dicho. Jesús Gómez Cairo: Comparto todo lo dicho por Jorge y por Radamés. Ahora bien, es necesario ir deslindando. Hablamos de los medios de difusión de manera muy general y muchas veces atacamos indiscriminadamente a los radiodifusores y a los realizadores de programas. Los responsables de la difusión cubana —que no son los realizadores de los programas— sí tienen que tener muy claro que hay que abrir opciones, otros campos, y tienen que hacerlo ellos, no esperar a que el realizador tenga la iniciativa. Hay terrenos en los que se ha avanzado, hay algunos buenos programas. Pero debe haber otras opciones y programas especializados. Hay que crear espacios nuevos, buscando una racionalidad de recursos, para que existan programas que puedan llenar esos espacios, con materiales que no sean enlatados. Esto que estamos llamando responsabilidad histórica, o responsabilidad social, la tienen que asumir los dirigentes de la difusión. Es necesario que las instituciones que rentan servicios en divisas puedan dar recursos a otras cuya función es más cultural. Humberto Manduley: Aquí se ha hablado bastante de la relación entre la música y toda esa esfera económica que tiene que ver con el problema del turismo y el mercado. Yo me preocupo de qué va a pasar con los músicos, con la música y con las obras que por su carácter elitista, como decía el maestro Harold en algún momento, nunca van a tener difusión; porque la probabilidad de recuperar la inversión va a ser ínfima. ¿Qué va a pasar con esos que hacen música de concierto, música electroacústica, jazz? Se están formando muchos jóvenes valores en las escuelas de música; pero luego, al salir, tienen que formar una orquesta de salsa para poder viajar o tocar en un cabaret. Toda esa enseñanza y ese talento se desvían. Esos mismos músicos a veces se quedan a vivir en otros países, aprovechando todo el bagaje teórico y técnico que adquirieron aquí en la escuela. Víctor Torres: Hoy en día estamos haciendo televisión para 11 millones de cubanos, con una programación insuficiente. Carecemos de una crítica especializada en la prensa plana, como bien decía Radamés. Hay ausencia de soportes alternativos que en otros países sí existen. Aquí la televisión se convierte en el medio idóneo para todo —y para los 11 millones. Hablando como realizador, ¿cómo hacer televisión para consumirla yo mismo? La televisión nuestra es muy pequeña, por el tiempo de trasmisión. La música en televisión establece patrones y módulos de conducta, escénicos y sonoros, que se convierten en cliché para futuras producciones, para hacer la música. Hablando de la música de concierto, de la música de cámara, por así llamarla, pienso que falta una metodología más dinámica para hacer ese tipo de análisis. Desgraciadamente no solo se trata de que seamos importadores de videos de la gran escena de otros países, sino que falta también ser más agresivos al elaborar ese tipo de 83 A. Faya, R. Giro, J. Gómez, J. Gómez Cairo, H. Gramatges, H. Manduley, V. Torres, G. Vilar música, a la hora de transmitirla. Se requieren otros resortes de información, gráfica, colores, luz, sonido. Las fórmulas de vanguardia para hacer la música de concierto no se practican; la forma televisiva se remite a estilos viejos. Hay programas antitelevisivos, tanto en la difusión de la música como en los programas informativos. A veces pretendemos informar al pueblo mediante debates, y el esquema con que se hace el programa es antitelevisivo; y, por tanto, la gente no lo ve. Estamos distanciando de esas opciones al espectador que quizás nunca en su vida ha ido a un teatro a ver la sinfónica o la ópera. Para ese individuo hay que trabajar con otro lenguaje. No han evolucionado las formas televisivas para hacer llegar a las grandes masas alguna que otra tendencia artística; son viejas las maneras en que a veces pretendemos encauzar las ideas o los movimientos culturales. Por lo tanto, pienso que tiene que haber, además de política de difusión, además de conciencia de difusión, una línea o patrones de cuidado de las formas televisivas, para que no se nos pierdan ideas buenas en programas malos. No solamente el gusto del difusor es lo que bloquea la música; es preciso encontrar, o al menos propiciar, las fórmulas televisivas adecuadas, encontrar a su vez el lenguaje idóneo para hacerlas asequibles —al menos con esa pretensión— a las grandes masas. De esa manera se pudiera eliminar el sectarismo o el desbalance que se ha producido entre la música popular y otros géneros. Guille Vilar: No solamente es necesario talento, tesón, vocación; hace falta también inversión. Estoy de acuerdo con que se pongan las cosas en el lugar donde hay que ponerlas, con la dignidad y la elegancia que hace falta; pero también lo que está sonando ahora tiene que estar; si no, vamos a volver pasar por la triste experiencia de los años 60. Lo que está sonando hoy debe ser conocido por el televidente nuestro. En relación con la difusión, no reniego de la responsabilidad que tenemos los difusores. Pero hay que puntualizar la importancia que tienen las casas discográficas. Apoyando lo que dijo Jorge, yo lamento que no se haya instaurado una ley en nuestro sistema musical que programe de alguna manera la ética de determinado tipo de música o de la música en general. No creo que se deba continuar con una tolerancia indiscriminada de que cada cual grabe lo que le dé la gana. Hay que preocuparse porque exista una ética que limite hasta dónde puede llegarse. En todas partes del mundo hay un límite. Jorge Gómez: Estoy de acuerdo prácticamente con todo lo que se ha dicho, especialmente con lo que planteó Manduley: ¿qué va a pasar con los músicos? Creo que nadie lo puede responder. Como decía Jesús, ese es un problema, sobre todo para los que tienen que dictar una política —y la política no necesariamente tiene que ver con que se establezca una censura. Debería existir toda la libertad de crear todas las cosas. Y los difusores deberían tratar de difundir aquello que les parece bien. Yo no estoy a favor —pero no podría decir que estoy totalmente en contra— de ciertas expresiones vulgares en las canciones. La vida nos demuestra que no solo en nuestra cultura, ni solo en nuestra sociedad, se da este tipo de manifestaciones. Se da en el rap en los Estados Unidos, en la nueva música de Bahía, en Brasil, lo que demuestra que nada tiene que ver con la crisis económica ni con la falta de dólares, sino con todo un entorno cultural internacional. Por eso se produce lo que decía Radamés de la gorra para atrás, con lo cual yo, realmente, quisiera convivir; porque, en última instancia, muchas de estas cosas —que podrían ser nocivas si se convierten, por cualquier mecanismo, como nos está sucediendo, en cultura oficial— no son más que crónicas ciudadanas de todos los días. Yo creo que cuando los músicos dicen o hacen este tipo de cosas, reflejan mucho de lo que la gente piensa. Hay que enfrentar ese reto, con eso hay que convivir. Yo no quiero que la censura, ni que la imposición de patrones, haga que la nueva trova que yo hago, o que hacen algunos otros grupos, se imponga por la vía de la minimización de lo que otros 84 La música y el mercado están haciendo. Por otra parte, como decía Víctor, hay otros retos, que tienen que ver con la tecnología y con el modo en que la sensibilidad contemporánea necesita ser seducida a favor de una determinada tendencia musical, sea o no de vanguardia. Y los creadores están en la necesidad de no dejarse avasallar. Hay que seguir creando y hay que tratar de imponerse, y buscar la tecnología. Hay que reunirse y volver a hacer causa común. Y exigir de las autoridades no una censura, sino una defensa de esto, que es el patrimonio que estamos defendiendo. Y obligar a los productores de radio y televisión a difundir nuestra obra porque hemos sido capaces de hacerla mejor, contemporánea, seductora, inobjetable; incluso, para al mercado. Si en vez de hacer eso, lo que hacemos es patrocinar conciertos masivos de esas agrupaciones, si las organizaciones y la propia televisión no toman cartas en el asunto, entonces no se podrá aplicar una política coherente. Hay que hacer que funcione esa democracia de que hablaba Jesús, que no se logra mediante la censura, ni mediante minimizar al otro. No se trata de quitar a uno para poner a otro, sino de ponerlos a los dos. Alberto Faya: Yo quiero agradecerles su participación, no solo en nombre de la revista Temas, sino también en el mío. Me parece muy bueno que este grupo se haya reunido para debatir, cuando otros piensan que no hay nada que discutir o que están cansados de hacerlo. Es importante discutir, en una revista como esta, un conjunto de ideas y criterios en un país que atraviesa una crisis, porque el país es expresión de una voluntad colectiva, y de una cultura que va mucho más allá de las voluntades individuales. Creo que lo más importante es hacer una obra, un trabajo concreto, artístico, que valga la pena; un trabajo respetuoso, serio, profundo, dedicado, que ustedes conocen tan bien como yo, porque son artistas. Les agradezco nuevamente por haber venido y haber participado. Participantes Alberto Faya . Músico y director de programas musicales de radio. Casa de las Américas. Radamés Giro. Ensayista, crítico musical y editor. Editorial Letras Cubanas. Jorge Gómez . Músico y realizador de programas musicales de radio. Director del grupo musical Moncada. Jesús Gómez Cairo. Musicólogo. Centro «Odilio Urfé» Harold Gramatges. Músico y profesor. Instituto Superior de Arte. Humberto Manduley. Crítico y realizador de programas musicales de radio. Víctor Torres. Realizador de programas de televisión. Instituto Cubano de Radio y Televisión. Guille Vilar. Realizador de programas musicales de radio y TV. Instituto Cubano de Radio y Televisión. © 85 , 1996. no.Sociedad 6: 87-93,civil abril-junio, 1996. y hegemonía Sociedad civil y hegemonía Jor ge Luis A canda González Jorge Acanda Profesor. Universidad de La Habana. Q «el principal mérito de la victoria corresponde al maestro de escuela prusiano». Que tan formidable confesión asombrara a los comensales de Bismarck, es algo comprensible. Que siga siendo indescifrable, 130 años después, para algunos que hoy se ocupan de pensar la relación entre lo político y lo social, es ya más preocupante. Que Bismarck, paradigma del despotismo y el militarismo, tuviera una tan clara visión del complejo entramado que conecta el aula con el batallón, puede servirnos para confirmar lo que ya Gramsci vislumbrara: que todo Político, si es tal —y no por gusto escribo el sustantivo con mayúscula— es un Filósofo; pero también para asumir la necesidad de partir de un enfoque sistémico y totalizador cuando se quiere pensar sobre la esencia, funciones y espacios del Estado y la política; sobre la existencia o no de esferas sociales autónomas, que escapan a la determinación de lo estatal y lo político, y para iniciar una reflexión sobre las complejas relaciones entre los mecanismos e instituciones de producción de normas y valores, y las estructuras de control y conducción estatal. Diciéndolo brevemente, utilizando un concepto tan privilegiado en el actual imaginario social como maltratado por muchos que lo usan: para pensar sobre la sociedad civil. uiero comenzar recordando una anécdota que me parece asaz pertinente. En 1866, Prusia entró en guerra con Austria-Hungría, para reafirmar, por la fuerza de las armas, su papel hegemónico entre los distintos reinos en que se fragmentaba la nación alemana. Una sola batalla fue suficiente para que el ejército prusiano, haciendo gala de celeridad movilizativa, férrea disciplina y una demoledora precisión que asombraron al mundo, derrotara en toda la línea al austríaco, con lo que dio la primera demostración de lo que durante los 80 años posteriores sería su estrategia favorita: la guerra relámpago. Cuéntase que una noche, Bismarck, el Canciller de Hierro, artífice del II Imperio Alemán, celebraba con sus generales la victoria. Al calor de las libaciones, empezaron estos a discutir a quién correspondía el principal mérito en el triunfo. Uno argumentó que era la infantería la que, resistiendo a pie firme las embestidas enemigas, había desempeñado el papel clave. Otro adujo que había sido la caballería, con sus oportunas cargas, la principal responsable del éxito. Un tercer general, inconforme, atribuyó el papel fundamental a la correcta posición y acertada puntería de la artillería. Cuando un cuarto general se disponía a hablar, Bismarck los hizo callar a todos, y sentenció: 87 Jorge Luis Acanda González El concepto de sociedad civil es instrumento no solo de análisis, sino también de proyecto. Es decir, se construye y se utiliza desde una determinada intencionalidad. No solo para fundamentar y legitimar (o no) un cierto estado de cosas, sino también para enunciar y describir un ideal social que funciona como horizonte de referencia. El enfoque integral Un análisis atento permite captar lo común entre tanta diversidad. En primer lugar, el término «sociedad civil» es definido por exclusión y por antítesis con respecto al Estado y la política. Se utiliza para designar la región de lo no político, de la asociación libre y voluntaria de los individuos. Sería lo opuesto al Estado, al gobierno, a la sociedad política. En segundo lugar, y derivada de lo anterior, está la función que se le asigna en la intención de reconstrucción de lo social: la sociedad civil ha de ser el guardián del Estado; ella ha de controlarlo, desempeñándose —para usar la muy gráfica expresión habermasiana— como un «asedio constante» a una fortaleza «que no se ha de tomar jamás». La fortaleza sería el Estado, al que se asume como un mal inevitable, eterno y necesario, en tanto institución que ha de tener el papel de árbitro y mediador entre los distintos intereses sociales, pero hacia el cual la sociedad civil ha de ejercer siempre una presión que le impida desbordar esta mera función de intermediario, y evitar así intervenciones espurias —por «políticas»— en las relaciones interpersonales. La sociedad civil, por un lado, y la sociedad política, por el otro, se interpretan en una relación de exterioridad. Coexisten, pero a la vez se oponen. Y la apuesta, en todos estos proyectos políticos —desde la derecha y desde la izquierda— se hace solo por la sociedad civil, en tanto receptáculo y garante de la democracia. Está claro que la interpretación de esta categoría lleva implícita la de otras tan importantes como las de Estado, política, autonomía, democracia, por solo citar algunas. Y ello porque, aunque muchos lo vean como marcando la antítesis de lo político, el concepto de sociedad civil es una noción política, que no tiene una sola acepción, y que no es un instrumento neutro. Como cualquier otro concepto —por demás—, solo cobra un significado cuando se le asume dentro de un contexto sistémico. 3 Por ello, si queremos definir qué entendemos por sociedad civil, tenemos que empezar por preguntar qué entendemos por Estado, por política, por autonomía y por democracia. Pero también —y esto muchos no lo tienen en cuenta— qué entendemos por libertad y por dominación, puesto que es a eso a lo que nos referimos, en definitiva, cuando hablamos de aquellos temas. Aquí quiero retomar una idea a la que Hugo Azcuy hiciera mención en su último artículo, publicado en esta misma revista: el concepto de sociedad civil es instrumento no solo de análisis, sino también de proyecto.4 Es decir, se construye y se utiliza desde una determinada Cuando nos abocamos al estudio del tema de la sociedad civil, lo primero que podemos constatar es una paradoja: si bien el concepto es definido en formas muy diversas por los autores que lo tratan, y utilizado en la formulación de proyectos políticos divergentes, existe entre la mayoría de estas diferentes posiciones una comunidad de elementos teóricos básicos. Desde que fuera incorporada al vocabulario de la teoría política por los clásicos del liberalismo en el siglo XVII , esta categoría ha transitado por varias interpretaciones. No voy a hacer el recuento de estas, ya que en recientes artículos, Rafael Hernández y Helio Gallardo han ofrecido un resumen histórico de esta evolución. 1 Solo quiero destacar que, en la actualidad, prima la pluralidad de criterios en cuanto al contenido que se le asigna. Habermas identifica la sociedad civil exclusivamente con la razón y la esfera pública. John Keane la describe como el conjunto de instituciones comprometidas en actividades no estatales —producción económica y cultural, vida doméstica y asociación voluntaria. Cohen y Arato la asocian con la totalidad de la vida social que se encuentra fuera de la economía, el Estado y la familia. Jeffrey Alexander la entiende como forma de conciencia colectiva, la esfera universalista de solidaridad social.2 La misma situación encontramos en América Latina. Para algunos, es el espacio privado delimitado tanto de la familia como del mercado. Para otros, abarca a todos los grupos y organizaciones que no son parte del orden dominante. A menudo se le utiliza, en forma intercambiable, como sinónimo de «movimientos populares», «organizaciones sociales o de base», u «organizaciones no gubernamentales». Esta variedad de significados permite que tanto la derecha como la izquierda la utilicen como pieza clave en sus respectivos discursos políticos. Ambas incorporan la consigna de «rescatar la sociedad civil», aunque cada una de ellas entienda por tal una cosa distinta. Para la derecha, este rescate se interpreta desde la perspectiva neoliberal de despojar al Estado de sus funciones económicas y redistributivas, abriendo paso a un proyecto moral y cultural que se basa en el narcisismo del mercado y el desprecio a los valores de justicia y solidaridad. La izquierda lo formula como respuesta a la crisis de los Estados históricos y a la ineficacia de las estructuras tradicionales para superar la dominación. 88 Sociedad civil y hegemonía y a no pensar de otras, le indican los valores que tiene que compartir, las aspiraciones que son permisibles, las fobias que son imprescindibles. La familia, la iglesia, la escuela, el idioma, el arte, la moral, han sido siempre objetivos del poder, que ha intentado instrumentalizarlos en su provecho. La concepción restringida y fenoménica de la política, que la vincula solo con el poder como imposición, ha de complementarse con otra que la vincule con el consenso; es decir, con la capacidad de ese poder de instalarse en las regiones de producción espiritual de la sociedad, para conformarla de acuerdo con sus intereses. Que permita, por lo tanto, extender el campo de «lo político» a todas las instancias y estructuras que socializan a los individuos, ya que desde ellas se consolida el poder, o se le desafía. Porque el asalto al poder empieza no cuando se atacan sus centros detentadores de violencia, sino cuando se incita a cuestionar normas y valores, a romper con la «clausura de sentido» 5 que legitima su existencia. Esta concepción «implícita» del poder (Castoriadis), el estudio de su «expansión molecular» (Gramsci), de su «microfísica» (Foucault), da paso a una interpretación de la política que ha de abarcar también las actividades que se realizan por los distintos grupos sociales para obtener y mantener el control de esas instituciones, estructuras y relaciones productoras de sentido y normatividad. intencionalidad. No solo para fundamentar y legitimar (o no) un cierto estado de cosas, sino también para enunciar y describir un ideal social que funciona como horizonte de referencia. Y muchas de las confusiones y ambigüedades que acompañan al uso del concepto de sociedad civil se salvarían si se tuvieran en cuenta estos dos principios básicos en su conformación: la intencionalidad de su uso y su vinculación sistémica con otros conceptos, lo cual implica la necesidad de pensarlos a todos en su concatenación, y no por separado. La irrenunciable urgencia de asumir su interpretación desde una perspectiva integradora se nos hace evidente. Por su alto nivel de concreción y generalidad, no puede entendérsele como un instrumento válido solo para análisis estrechos de sectores específicos de la sociedad, sino que es pieza clave para lograr una visión unitaria y cohesionadora de lo social. Ante todo, porque cuando hablamos de sociedad civil estamos hablando sobre la construcción y/o desconstrucción, el estrechamiento o ampliación, de determinados espacios que encarrilan, en un cierto sentido, la actividad y el despliegue de sujetos sociales específicos. Política y dominación Sociedad civil y hegemonía Normalmente, se define la política por su vinculación con el poder. Se la entiende como el conjunto de actividades que realiza un grupo de sujetos (individuales o colectivos) para obtener, consolidar y mantener el poder sobre el resto de la sociedad; y al poder como la capacidad o facultad de imponer normas conductuales obligatorias para todos, las que regulan la interacción de los individuos en la esfera pública, y de estos con el poder; normas que son impuestas y mantenidas, por cuanto se usufructúa el monopolio del uso de la violencia física, que se utiliza para castigar las contravenciones de aquellas. El Estado sería el conjunto de instituciones (poder legislativo, ejecutivo, tribunales, policía, cárceles, etc.) que establecen esas normas y las imponen. Pero el poder no se ejerce nunca solamente sobre la base de la represión. Necesita que sus instituciones de coerción detenten el monopolio del uso de la violencia, y que la pretensión de ese monopolio sea aceptada por la sociedad. Precisa legitimarla, como precisa legitimarse a sí mismo; lograr que su existencia —y la de ese monopolio de la coerción física— sea admitida por todos como algo necesario, fijado por designio divino, o por necesidad natural. Le es imprescindible, por consiguiente, controlar también la producción, difusión y aceptación de normas de valoración y comportamiento. El poder se apoya, esencialmente, en su control de las instituciones dadoras de sentido, aquellas que establecen y justifican las significaciones imaginarias y las representaciones admitidas. Las que socializan al individuo, le enseñan a pensar de una manera Es esta acepción amplia de la política —y del poder como dominación— lo que nos permite escapar de un modo de entender la sociedad como agregado de esferas separadas y bien diferenciables entre sí. De ahí que el filósofo español José Miguel Marinas, en un reciente artículo, califique de «distorsión» el intento de contraponer sociedad civil y sociedad política, suponiendo que «la cultura cívica en el sentido ético [...] anida en el reservorio [...] de la primera [...]». 6 Esta interpretación «tapa y hace olvidar procesos que son de todos conocidos. Encubre el largo y costoso trabajo de abrirse la vida pública a la racionalidad y al discurso que activamente la pone en escena y la hace contagiosa para el que habla». Es una distorsión que intenta presentarnos a la sociedad civil «como si esta fuese un espacio homogéneo, preservado, bien definido, progresista. Y no más bien, como desde el principio [...] un cúmulo de escenarios en conflicto».7 La necesidad de tener una visión orgánica de la dominación que ejerce una clase o grupo social sobre el conjunto de la sociedad —dicho en una terminología contemporánea: de trascender la dicotomía Estadosociedad civil— ha animado una línea de pensamiento que hunde sus raíces en los estudios de Marx sobre la enajenación y la producción de necesidades, continúa en los trabajos de Sigmund Freud sobre el carácter represivo de la cultura, y ha desembocado en los últimos decenios en la obra de filósofos, historiadores, 89 Jorge Luis Acanda González Una clase o grupo social puede ejercer su dominio sobre el conjunto social porque es capaz no solo de imponer, sino de hacer aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos sociales. El componente esencial de esa hegemonía es precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio donde se producen y difunden las representaciones ideológicas. a ciertas determinaciones del concepto de Estado, que generalmente se entiende como sociedad política (o dictadura, o aparato coactivo [...] ) y no como un equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil (o hegemonía de un grupo social sobre la entera sociedad nacional, ejercida a través de las organizaciones que suelen considerarse privadas, como la iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.).9 psicoanalistas, lingüistas y antropólogos como Foucault, Lacan, Levi-Strauss, Barthes y Althusser. Estos autores destacaron que gracias a los «micropoderes», a las estructuras lingüísticas, ideológicas y antropológicas, no hay espacio social alguno que sea realmente exterior al Estado. Fue el fundador de la filosofía política marxista, Antonio Gramsci, el primero que desarrolló todo un sistema conceptual para aprehender en forma unitaria la compleja fenomenología del poder. Sus reflexiones —esparcidas a lo largo de 4 000 páginas de apuntes de sus Cuadernos de la cárcel— tenían como fundamento los procesos que se venían dando en Europa desde el último cuarto del siglo XIX , y que habían eclosionado con fuerza dramática tras la I Guerra Mundial. El tránsito del modo de producción capitalista de su etapa de libre concurrencia a la monopólica, implicó un nuevo patrón de acumulación que acentuó aún más el papel del Estado como regulador económico. El desarrollo de las fuerzas productivas trajo aparejada la emergencia de nuevos agentes sociales en el campo de las luchas políticas. Los obreros, las mujeres, y otros sectores, adoptaron nuevas formas de organización para luchar por sus demandas. Surgen así sindicatos, movimientos sufragistas, ligas feministas, escuelas nocturnas no estatales, cooperativas de consumo, etc. Esto significó la crisis de la concepción liberal del Estado —que entendía a este solo como gendarme, como guardián del orden público. Ante estos desafíos múltiples, la burguesía procedió a reorganizar su hegemonía. Surgieron las formas modernas de dominación, basadas en una expansión «molecular» del Estado, en un redimensionamiento de su morfología, de su base histórica. El Estado capitalista se reestructuró a través de un proceso que asimiló el desarrollo complejo de la sociedad civil a la estructura general de la dominación. El eje teórico de las reflexiones de Gramsci lo constituye el concepto de hegemonía.8 Una clase o grupo social puede ejercer su dominio sobre el conjunto social porque es capaz no solo de imponer, sino de hacer aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos sociales. Su poder se basa en su capacidad de englobar toda la producción espiritual en el cauce de sus intereses. El componente esencial de esa hegemonía es precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio donde se producen y difunden las representaciones ideológicas. De ahí que Gramsci destacara que sus reflexiones lo habían llevado El Estado no es solo el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas encargadas de dictar las leyes y hacerlas cumplir. Está integrado también por el conjunto de instituciones vulgarmente llamadas «privadas», que son agrupadas por el autor de los Cuadernos... en el concepto de sociedad civil. El desarrollo de la modernidad capitalista condujo a que los límites de lo «público» y de lo «privado», de lo «político» y lo «civil», no constituyan ya líneas infranqueables de demarcación, sino zonas de intersección entre el Estado y la vida cotidiana de los individuos. Familia, iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de comunicación, hasta el sentido común compartido por todos y que marca lo que se acepta como normal, natural y evidente, son elementos de un espacio cuya nominación como «sociedad civil» no indica su ajenidad respecto a las luchas políticas por el poder, sino un campo específico de estructuración de la hegemonía de una clase. Pero, a la vez, la conceptualización de la sociedad como un sistema hegemónico no implicaba, para Gramsci, postular a esta como un modelo totalmente integrado de aquella. La sociedad civil no es monovalente, algo homogéneo y uniforme en su relación con el poder del grupo dominante. Las instituciones que la conforman son el escenario de la lucha política de clases, el campo en el que tanto los dominados como los dominadores desarrollan sus pugnas ideológicas. La politización de la sociedad civil —el desplazamiento de la política a espacios antes considerados como privados—, que caracteriza a los procesos clásicos de modernización, no fue considerada por Gramsci como un fenómeno totalmente nuevo, sino como una variación en las proporciones relativas de la coerción y el consenso. Aunque las instituciones represivas siguen siendo instrumento imprescindible de la clase dominante, la coerción absoluta no ha sido nunca una opción viable. Mucho menos cuando el desarrollo distorsionado —pero incesante— de las fuerzas productivas y las necesidades sociales que genera 90 Sociedad civil y hegemonía preteridos —las clases trabajadoras, las mujeres, los jóvenes, los discriminados por raza y religión— por crearse estructuras y reductos desde los que puedan remontar aquellos elementos que funcionan como obstáculos a su proceso de constituirse como sujetos sociales, con todo lo que de autonomía y poder de decisión ese estatus implica. Cada parte integrante de esa estructura múltiple y difusa llamada sociedad civil —sindicatos, partidos, grupos feministas y ecologistas, etcétera— cada una de las facultades que la hacen ser —la capacidad de organizarse, el derecho al voto, la libertad de disentir— ha sido arrancada a la aristocracia del dinero en largas y cruentas luchas. Pero ella es también el resultado del intento sostenido —y en muchos casos exitoso— de esa misma aristocracia para distorsionar esos espacios de expresión a fin de impedir la constitución de los sujetos sociales que harían peligrar sus privilegios, su capacidad de hegemonizar esos intentos en su provecho, de ocluir las vías de expansión de las subjetividades antagónicas a aquella que constituye su razón de ser. La burguesía es un sujeto social excluyente, egocéntrico, que solo puede existir mientras mantenga a todos los demás grupos sociales en el papel de meros soportes de su modo de apropiación —material y espiritual— de la realidad. La sociedad civil forma parte del aparato de dominación, pero también es su antagonista. el capitalismo, trae aparejado un desarrollo paralelo de la subjetividad humana. La clase dominante se ve obligada a buscar y organizar activamente el consentimiento —aunque sea pasivo— de los dominados. Esto lo logra mediante su capacidad de diseminar normas políticas, culturales y sociales por medio de las instituciones «privadas» de la sociedad civil. El consenso así logrado es la construcción de la hegemonía, que no solo legitima, sino que de hecho constituye la dominación. El «Estado» en las sociedades de clase es la combinación, en proporciones variables y cambiantes, de momentos de consenso y momentos de fuerza. De ahí que Gramsci acotara: «pudiera decirse [...] que Estado = sociedad política + sociedad civil, o sea, hegemonía acorazada con coacción». 10 El Estado es entendido no como institución jurídica, sino como resultado de las relaciones orgánicas entre sociedad política y sociedad civil. El sentido peculiar y determinante de la estructura y funciones de la sociedad civil consiste en estar atravesada por el nervio de lo político. Dos momentos importantes en la teoría gramsciana sobre la hegemonía, deben destacarse para evitar malentendidos. En primer lugar, la distinción entre sociedad política y sociedad civil no es orgánica, sino tan solo metódica. No es posible establecer una diferenciación rígida y abstracta de los elementos que conforman a una y otra. Una misma institución puede pertenecer a la vez a ambas, o estar en un momento concreto en una, y después en otra. Un partido político forma parte de la sociedad política, pero si logra insertarse en el proceso de producción y/o distribución de normas de valoración y comportamiento, se inscribirá a la vez en la sociedad civil.11 En la época en que unía el poder temporal y la conducción moral, la Iglesia Católica era tanto una como la otra. Hoy, en la mayoría de los países, se define solo en la sociedad civil. Para Gramsci, la relación entre ambas sociedades se concibe bajo la idea de «unidad-distinción». En segundo lugar, como fuente en la que se estructuran las relaciones de poder, la sociedad civil no puede ser percibida tan solo como lugar de enraizamiento del sistema hegemonial de la dominación, sino también como el espacio desde donde se le desafía. La mayor penetración de la sociedad política en la sociedad civil no solo sirvió para fortalecer la hegemonía de la burguesía, sino que abrió nuevas posibilidades para un proyecto contestatario y emancipador. En la sociedad civil se expresa el conflicto social. Si algunos de sus componentes portan el mensaje de la aceptación tácita a la supeditación, otros son generadores de códigos de disenso y transgresión, y —lo que es más peligroso aún para la burguesía— de proyectos de desmontaje de la hegemonía opresiva. La expansión sin precedentes de la sociedad civil en los últimos 150 años, no ha sido —como se nos quiere hacer creer— el efecto espontáneo de la expansión del capitalismo, sino el resultado de la interacción de dos procesos contradictorios. Por un lado, del intento continuado de múltiples agentes sociales, explotados y La sociedad civil socialista La sociedad civil no es un regalo ni un accidente. No es algo cuya existencia podamos aceptar o impedir. En su desarrollo, es un resultado —legítimo, por demás— de la lucha de clases fundadora de la modernidad. Podemos rechazar el modo en que se ha constituido por el capitalismo, como rechazamos el modelo capitalista de modernidad. Pero tenemos que asumirla en la riqueza de su contradictoriedad, tal como Marx asumió la promesa de desarrollo humanamente gratificante que se encierra en la contradictoriedad de lo moderno. A diferencia de las formaciones hegemónicas anteriores, la revolución comunista aspira a liberar las capacidades creadoras contenidas en los grupos sociales hasta ahora mantenidos en la explotación y a los que se les negaba la posibilidad de constituirse como sujetos. La desaparición de los elementos enajenantes de la vieja sociedad, y la construcción ininterrumpida de un sistema de relaciones emancipatorias, implica —para la clase que anima este proceso— la construcción de una hegemonía de tipo inédito, sin precedentes en la historia: la asunción de la necesidad de abrir cauces que permitan a estos grupos construirse su propia subjetividad desalienante, para que esta hegemonía pueda afianzarse. La nueva hegemonía liberadora tiene como objetivo potenciar una sociedad civil que sea escenario de la acción creadora de los sujetos que la componen. Sujetos de la revolución, sujetos que son congruentes entre sí, y que son capaces de rebasar sus imprescindibles conflictualidades porque 91 Jorge Luis Acanda González Para poder enfrentarnos a la amenaza de opresión total, que la creciente globalización del capital hace cada día más cierta, es preciso lograr la movilización de sujetos totales. Ese ha de ser el objetivo a lograr en la necesaria tarea de profundizar en la caracterización del contenido socialista de nuestra sociedad civil. de fijarse sus propias metas y de desplegar en forma libre y creadora sus potencialidades y capacidades, su identidad propia. Los años 60 fueron testigos de un crecimiento explosivo de la sociedad civil cubana. Y ello no tan solo —ni siquiera principalmente— por la aparición de nuevas organizaciones de masas (CDR, FMC) o por el nuevo rol social que pasaron a desempeñar algunas de las ya existentes (sindicatos y organizaciones estudiantiles), sino sobre todo por el redimensionamiento de todo el sistema de instituciones encargadas de producir y difundir las nuevas formas ideológicas que cimentaban el nuevo bloque histórico —desarrollo del sistema educacional, conversión de los medios de difusión masiva en instrumentos de interés público, etcétera—, y por la inserción activa, en esa sociedad civil, de amplios sectores sociales que antes tenían un papel pasivo o que, por su posición marginal, ni siquiera podían considerarse incluidos en ella. Fue a través de esta nueva sociedad civil como la Revolución logró la obtención de su hegemonía. 12 Si el tema de la sociedad civil ha ocupado la atención de los círculos intelectuales cubanos —y en ellos incluyo a los políticos— en los últimos años, ello no se debe tan solo a la preeminencia que ha alcanzado este concepto en las ciencias sociales contemporáneas, o a su utilización por el imperialismo para diseñar estrategias desestabilizadoras de nuestro sistema político, sino sobre todo a la propia activación de nuestra sociedad civil, provocada tanto por los efectos económicos, políticos e ideológicos de la desaparición del campo socialista, como por la propia maduración que las clases y grupos sociales envueltos en la Revolución han alcanzado en estos más de 30 años de haber emprendido el camino, plagado de conflictos, contradicciones y dificultades, hacia su autoconstitución como sujetos históricos. Esta activación de nuestra sociedad civil se ha manifestado en la apropiación —parcial o completa— de espacios y procesos antes exclusivos del Estadosociedad política, y por la importancia que han cobrado los canales y esferas de realización del debate ideológico, que se ha tornado cada vez más socializado y sistematizado, como reconoce Abel Prieto en una reciente entrevista. 13 En ella, Prieto afirmaba que la Revolución ha intentado combinar una cultura afirmativa con una cultura de la crítica, de la reflexión, de la duda, de la inquietud.14 El grado de realización de son, todos ellos, no meros portadores, sino coautores de un proyecto liberador al que no pueden renunciar, porque encuentran, en las perspectivas que este inaugura, el condicionamiento ontológico de su existir; proyecto que someten a constantes reestructuraciones, en la medida en que las circunstancias internas y externas se transforman. La Revolución cubana construyó su sociedad civil. Su poder de convocatoria se cifraba, precisamente, en su promesa de desarrollar los cauces para que los grupos sociales preteridos pudieran desarrollar su subjetividad. Por lo tanto, ni la revolución destruyó la sociedad civil cubana, como dicen sus enemigos, ni puede pretender obviarla o sustituirla por otra cosa, como afirman —sin verdadero conocimiento de causa— algunos de sus intérpretes de izquierda. Desde Gramsci, la clave de una posición marxista en torno al tema de la sociedad civil reside en entender el papel fundamental de esta en la transición hacia el comunismo. La lucha contra la dictadura y las lacras de la República neocolonial, el desafío nacionalista a la dependencia, y el despliegue de medidas de justicia social, lograron eslabonar, en la primera mitad de los años 60, en torno al ideal de la Revolución y a su dirigencia, un bloque histórico cuya cohesión y fortaleza permitió enfrentar las consecuencias de la agresión imperialista y de nuestros propios errores. Pero ello no se alcanzó uniformando a la sociedad, ni convirtiéndola en un bloque monolítico y monocorde (cosa por demás imposible), sino sentando, en aquellos años, los fundamentos de una sociedad civil más plural, precisamente por ser más inclusiva que la precedente. El nuevo Estado aplicó todo su poder de coerción para eliminar la existencia de aquellas clases y grupos que, por estar orgánicamente vinculados con un orden social que condenaba al país a la subordinación y el atraso, impedían el desarrollo de nuestra nación —sacarocracia, burguesía importadora, lumpen, instituciones armadas—, mientras que, por primera vez en nuestra historia, creaba las condiciones para que los obreros, los campesinos, las mujeres, los estudiantes, los artistas, dejaran de ser meras comparsas y se incorporaran a la vida social, en un proceso activo de participación que debía permitirles su autoconstitución como sujetos sociales; es decir, no como simples actores, sino como entes colectivos que —mediante la utilización del universo de formas de praxis política que la revolución les abría— serían capaces de forjarse su autoconciencia, 92 Sociedad civil y hegemonía este propósito es y será función de la conformación de una sociedad civil que logre desempeñar, en forma cada vez más plena y compleja, ese papel crítico y afirmativo a la vez, con respecto a la sociedad política. Para poder enfrentarnos a la amenaza de opresión total, que la creciente globalización del capital hace cada día más cierta, es preciso lograr la movilización de sujetos totales. Ese ha de ser el objetivo a lograr en la necesaria tarea de profundizar en la caracterización del contenido socialista de nuestra sociedad civil. 9. Véase Antonio Gramsci, Antología, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1973: 272. 10. Ibíd.: 291. 11. Gramsci logró esbozar los principios de una teoría del partido comunista, sin precedentes en la tradición marxista, precisamente porque lo analizó no solo como integrante de la sociedad política, sino también y simultáneamente como constituyente de la sociedad civil. 12. Los experimentos socialistas al este del Elba fracasaron precisamente por no haber querido entender el papel crucial de la sociedad civil en la transición al comunismo. Allí primó una interpretación economicista y estatista del socialismo, que condujo a ignorar la existencia de esta región de lo social, con las consecuencias que son de todos conocidas. «En la práctica de estos países socialistas, el partido se desprestigió socialmente, perdió su condición de vanguardia al resquebrajarse su autoridad por no tener un desarrollo democrático sobre la base del funcionamiento de las organizaciones sociales y culturales de la sociedad civil socialista». (Armando Hart, «Sociedad civil y organizaciones no gubernamentales» (I), Granma, 23 de agosto de 1996: 3.) En la política socialista es necesario prestarle a la sociedad civil la misma atención que en la arquitectura se le da a la ley de la gravedad. Como afirmó Gramsci, «en política, el error sucede por una torpe comprensión de lo que es el Estado en su significado integral: dictadura más hegemonía». La sociedad civil socialista no se reduce al sistema de organizaciones de masas, o al conjunto de organizaciones no gubernamentales. La anécdota de Bismarck apuntada al principio nos recuerda que el más importante elemento integrante de nuestra sociedad civil —por ser pieza clave en la obtención y consolidación cualitativamente renovada de la hegemonía— es una institución gubernamental: el Ministerio de Educación. Notas 1. Véase Rafael Hernández, «La sociedad civil y sus alrededores», La Gaceta de Cuba, La Habana, (1), enero-febrero, 1994; Helio Gallardo, «Notas sobre la sociedad civil», Pasos, San José, Costa Rica, (57), enerofebrero, 1995. 2. Para una breve presentación de estas y otras concepciones, ver Jeffrey C. Alexander, «Las paradojas de la sociedad civil», Revista Internacional de Filosofía Política, Madrid, (4), noviembre, 1994. 3. Nicolás López Calera, Yo, el Estado, Madrid: Editorial Trotta, 1992. 4. Véase Hugo Azcuy, «Estado y sociedad civil en Cuba», Temas, La Habana, (4), octubre-diciembre, 1995: 105-10. 5. Cornelius Castoriadis, «La democracia como procedimiento y como régimen», Leviatán, Madrid, (62), invierno, 1995: 68. 13. Elizabeth Díaz y Amado del Pino, «¿Oficialismo o herejía? Entrevista a Abel Prieto», Revolución y Cultura, La Habana, (1), enero-febrero, 1996: 9. 6. José Miguel Marinas: «Cultura cívica y memoria», Leviatán, Madrid, (62), invierno, 1995: 53. 14. Ibíd.: 4. 7. Idem. 8. La concepción gramsciana sobre la hegemonía y la sociedad civil se apoya en un sistema teórico conformado por otras categorías, tales como bloque histórico, guerra de posiciones, ideología, intelectual orgánico, que este autor interpreta en una forma muy específica, y para el tratamiento de las cuales no dispongo aquí de espacio. © 93 , 1996. Oscar Loyola Vega no. 6: 94-100, abril-junio, 1996. Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual Oscar Loyola V ega Vega Profesor. Universidad de La Habana. A nte todo, considero necesario hacer esta profesión de fe inicial: En esto no nos diferenciamos demasiado de otros pueblos latinoamericanos. Sin embargo, debe tenerse presente que el elevado índice de alfabetización existente en nuestro país, a escala continental, no solo en las décadas anteriores a 1959 sino también bajo el colonialismo español, ha ampliado el universo de los lectores de historia, estimulados por la calidad de la producción insular y el precio aceptable de libros, folletos y revistas. El incuestionable movimiento educativo y cultural que desató la Revolución del Primero de Enero, y la necesidad de esta de asumir y utilizar el pasado histórico nacional, con sus mitos y sus tradiciones, sus éxitos y sus fracasos, provocó una eclosión afortunada de los estudios históricos, que se escaparon del marco habitual republicano —estrechez económica, casi ningún apoyo gubernamental, poca estimación y reconocimiento sociales del papel del historiador— y permearon todos los estratos de la sociedad cubana, volcada así a una lógica reinterpretación de su pasado —cada generación reescribe la/su historia— en función de un cambio social radical, imprescindible para reafirmar la actuación cotidiana y, siguiendo pautas habituales en la utilización estatal de la historia, justificar y proyectar el porvenir. 1. No me concibo —o, como está tan de moda decir, no me pienso— a mí mismo fuera de los quehaceres del historiar, después de veinticinco años de vida profesional. 2. Las reflexiones que a continuación propongo no tienen, de manera previa, a ningún colega in mente; no me interesan las individualidades ni aludo a casos específicos. Mi intención se centra en la escritura, no en los escritores. La historia tiene una muy larga tradición en Cuba: más de doscientos años de haber dado sus primeros vagidos, al decir de los estudiosos. Pocas disciplinas del saber disfrutan en nuestro medio de tal ancianidad. Desde la segunda mitad del siglo XVIII, hombres cultos y sapientes han probado sus armas en trabajos históricos, de los cuales no pocos constituyen obras de recia envergadura. El decursar histórico ha estado siempre presente en la problemática intelectual del país. Con toda justeza puede decirse que el gusto por la historia (mejor expresado, por leer sobre historia) es un componente capital de la psicología del cubano. 1 94 Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual La absolutización del llamado «dato», y su abstracción y sobrevaloración, se reflejan en la densidad de la escritura histórica, lastrada comúnmente por una excesiva referencia a las fuentes utilizadas. Han sido publicados no pocos libros, cuyo determinante y casi único valor estriba en la enorme información que vuelcan sobre el lector. A estas alturas de la exposición seguramente ha quedado puesto de manifiesto que el análisis se centra en la historia escrita desde Cuba, por autores que producen en Cuba, ya sea sobre problemas relacionados con la historia nacional, o con aspectos concernientes al decursar histórico universal o continental. Resulta necesario aclarar, además, que una reflexión sobre la escritura de la historia en el siglo XIX cubano implicaría sumergirse en no pocas disquisiciones sobre el desarrollo de las llamadas ciencias sociales, y su constitución en la pasada centuria, en áreas del conocimiento independientes, en particular la sociología; lo que desbordaría (y transformaría) los objetivos de este trabajo. De ahí que el análisis se enmarque en la escritura de la historia en la contemporaneidad insular. Dicho de otra manera, no se pretende hacer la historia de la escritura decimonónica de la historia; ni muchísimo menos la historia de las obras sobre historia en la propia etapa; se pretenderá pensar sobre la escritura de la historia en la actualidad nacional. históricos persisten fuertemente en la manera de historiar en Cuba, sin que esto implique negar el relevante lugar que ambos autores se ganaron entre los principales impulsores de los métodos del trabajo histórico. La absolutización del llamado «dato», y su abstracción y sobrevaloración, se reflejan en la densidad de la escritura histórica, lastrada comúnmente por una excesiva referencia a las fuentes utilizadas. Han sido publicados no pocos libros, cuyo determinante y casi único valor estriba en la enorme información que vuelcan sobre el lector. Lo preocupante del caso es que sus autores suelen ser alabados, y aun felicitados, por esconder sus opiniones —si es que las tienen—; vale decir, por negar su subjetividad profesional, característica de la expresión histórica, ampliamente conocida ya por los más connotados teóricos del positivismo europeo del siglo anterior. Entiéndaseme: no inicio una cruzada contra el hecho o el dato; abogo simplemente por retirarlos, lo máximo posible, de la escritura. 3 Diversificar la geografía ¿Dato vs. interpretación? Sería conveniente pensar con detenimiento en la distribución, por áreas geográficas, de la producción histórica nacional. No representaría una sorpresa constatar que las obras sobre la historia de Cuba constituyen enorme mayoría, lo cual es lógico. Los trabajos dedicados a la historia de América Latina siguen a estos, a mucha distancia. Algo —muy poco— se escribe sobre los Estados Unidos. Europa, Asia y Africa están casi por completo ausentes de la escritura histórica. Varias de las razones que explican lo expuesto puedo comprenderlas, y aun compartirlas: falta de información, escasa salida editorial, no acceso a archivos (¡ah, los socorridos archivos!), poca tradición, etc. Pero todo no puede justificarse tan sencillamente. Ha habido —hay— un abandono real y efectivo del quehacer histórico relacionado con lo «de afuera»; es inconcebible que España o Norteamérica no estén presentes de manera habitual en la producción nacional, por su ligazón directa con el acaecer histórico cubano. Las ausencias señaladas también hay que buscarlas en la concepción que sobre la historia —la disciplina historia— se sostenga. Buena parte de los profesionales dedicados a la exposición oral o al trabajo de asesoría vinculado a estas regiones, están altamente capacitados en su esfera; pero el temor a no ser considerados Estoy seguro de que para muchos colegas un trabajo de tal naturaleza es un trabajo «raro». No pocos de los miembros del gremio preferirían verme laborar —investigar— en función de precisar, de manera inobjetable, cuántos clavos remacharon el casco de la «Santa María», o el exacto número de libertos que murieron a las órdenes de Donato Mármol —si lo logro desglosar en etnias, edad y propietarios, mi puesto en el Panteón sería indiscutido. Esto hace que mi primera reflexión gire en torno a la fetichización del dato en nuestra asunción del conocimiento histórico. 2 No desconozco que en el ambiente histórico nacional han existido grandes enfrentamientos entre supuestos cultores del dato en sí y para sí, y connotados escritores de historia apasionados por una interpretación en gran medida desvinculada de los hechos históricos. Todo esto ha sucedido no en el pasado siglo, sino en fecha muy reciente, lo que ha dejado graves secuelas en las generaciones siguientes. Yo me preguntaría: ¿por qué tenemos que seguir reeditando tales enfrentamientos? Con independencia de las simpatías de cada cual —y simpatías aquí equivale a concepción de y sobre la historia— es innegable que las excelentes influencias de Langlois y Seignobos en el desarrollo de los estudios 95 Oscar Loyola Vega práctico de la disciplina. A su regreso, los sustanciosos «datos», localizados con encomiable esfuerzo, serán vertidos en una escritura tradicional, obsoleta en los derroteros de la narración histórica del texto contemporáneo. investigadores («historiadores») frena la plasmación por escrito de sus criterios. ¿Cómo competir con acuciosos colegas, que dedican miles de horas de su vida laboral a sumergirse en amarillos manuscritos que dormitan en ignotos y centenarios fondos? Romper con esto no es fácil: demasiadas décadas lo han condicionado. Sin embargo, hay que hacerlo, o al menos, intentarlo. La producción histórica desde Cuba, de cara al siglo XXI , tiene que diversificar su base geográfica. De la teoría De lo visto se deriva una característica notable de nuestra producción histórica: la falta de obras teóricas sobre el género. Si se revisan con cuidado los trabajos históricos, en un lapso abarcador, sorprende el poco interés mostrado por los historiadores cubanos en analizar los marcos teórico-investigativos y los presupuestos —o supuestos— metodológicos de la disciplina. En esto no se ha hecho más que seguir los derroteros de la historia a escala universal: es notorio que la rama de las «ciencias» sociales menos dada a la teorización introspectiva, a estudiarse a sí misma, ha sido la historia. Sin embargo, tal situación ha comenzado a revertirse en las últimas décadas; impulsados por otros especialistas, los escritores de historia, en las naciones más avanzadas dentro de la profesión, han aumentado considerablemente los estudios relativos a las concepciones, los métodos y técnicas a emplear, los referentes históricos, la asunción del texto en tanto artefacto, la relación hecho-sujeto, et al. 5 A escala nacional, el vuelco apenas ha empezado. Las investigaciones histórico-concretas predominan de manera abrumadora. Siguiendo la tradición establecida desde el siglo XIX, es muy difícil, en nuestro caso, que un colega analice los métodos y los supuestos a través de los cuales ha llegado a resultados concretos, y mucho menos que se plantee los problemas globales de la investigación histórica, las realidades conceptuales, o la vinculación de su disciplina con otras afines. No se trata aquí de desarrollar mejor los estudios historiográficos, en su sentido habitual; obras de este corte, si bien poco abundantes, existen; se trata de interiorizar, de una vez por todas, que una materia que no elabora su corpus teórico se estanca, antes de comenzar a retroceder. Es imprescindible, para toda rama del saber, la reelaboración constante de sus presupuestos y de sus métodos; no solo para las llamadas ciencias exactas, o para las otras «ciencias sociales». La escritura de la historia en Cuba necesita con urgencia la ampliación de los trabajos teóricos. La historia como interdisciplina Lo anteriormente expuesto se da la mano con un elemento trascendental: por razones ampliamente conocidas, los que escriben en Cuba tienen un altísimo grado de desvinculación —involuntaria— con la producción histórica de avanzada de Europa y los Estados Unidos. Se desconocen las obras fundamentales, los principales autores, las corrientes en boga. Hemos seguido escribiendo como si la disciplina se hubiese detenido en el tiempo, muchos años atrás. Los portentosos avances de la sociología, la etnohistoria o la antropología, por solo utilizar tres ejemplos, no han existido entre nosotros. 4 En gran parte por desconocimiento y, en no pequeña medida, por subestimación, la complejidad del trabajo interdisciplinario en la contemporaneidad, las múltiples relaciones actuales entre la historia y otras ramas del saber, son fenómenos que no existen para los historiadores del patio. En momentos en que todas las disciplinas que se ocupan del hombre se traspasan —en ósmosis vivificadora— sus resultados, da la impresión de que, en Cuba, los profesionales nos complacemos en aislarnos de los científicos sociales vecinos, negándolos, y renunciando a aprovechar sus logros. ¿Qué técnicas se emplean hoy en día en el trabajo histórico? ¿Cuáles son los límites y posibilidades de la oralidad? ¿Tienen fronteras precisas la historia y la literatura? ¿Puede aplicarse una encuesta a personalidades fallecidas hace doscientos años? Los ejemplos anteriores ponen sobre el tapete la imperiosa necesidad, para los historiadores cubanos, de actualizarse a la mayor brevedad, sobre todo en lo referente a técnicas. Creo que son utilísimos, no tengo nada personal contra ellos, pero, ¿hasta cuándo el fichaje, el clasificador, la guía temática, los rubricadores, etc., constituirán el centro —en algunos, el único— del arsenal de métodos y técnicas? Otras disciplinas pueden ayudar mucho a transformar tal concepción, que determina — ¡qué duda cabe!— la escritura de la historia. La diferencia entre el trabajo histórico en los finales de este siglo y el de mediados de la propia centuria, es abismal. No se puede negar —peor aún, despreciar— los avances obtenidos. Y se constata con sorpresa y dolor que no pocos de los historiadores que viajan al extranjero se desesperan por realizar amplísimos trabajos de archivo, con absoluto desinterés por dedicar parte de su estancia a estudiar el desarrollo teórico- Recuperar el ensayo histórico Casi todas las investigaciones hechas en la Isla se plasman en forma de libros, folletos, artículos diversos, a no dudar, muy sólidos. Se echa de menos, sin embargo, un género trascendental en los estudios sobre la sociedad: el ensayo. Este, en su correcta acepción, casi brilla por su ausencia. Escoger un problema «histórico», desconstruirlo, analizarlo en sus posibles connotaciones, 96 Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual Se desconocen las obras fundamentales, los principales autores, las corrientes en boga. Hemos seguido escribiendo como si la disciplina se hubiese detenido en el tiempo, muchos años atrás. Los portentosos avances de la sociología, la etnohistoria o la antropología, por solo utilizar tres ejemplos, no han existido entre nosotros. relacionarlo con otros similares y llegar a conclusiones personales, es un fenómeno semidesconocido en la producción histórica nacional contemporánea, con honrosas excepciones. La tradición cubana, en lo referente al ensayo, fue excelente desde los albores del XIX hasta hace relativamente poco. La calidad de los ensayistas insulares era altamente reconocida dentro de las letras hispanoamericanas. Varela, Saco, Luz, Martí, Varona y Emilio Roig —por solo recordar algunos—, queriéndolo o no, conscientes de ello o no, escribieron trabajos históricos que marcaron pautas en la ensayística nacional. La materia prima (información abundante) jamás faltó en ninguno; por el contrario, de su plenitud dependió su condición de prosistas. No se olvide, sin embargo, que si a muchos años de haber sido escritas, sus obras se leen hoy por hoy con admiración y provecho, esto se debe al análisis realizado y al compromiso personal establecido a través de sus juicios; vale decir, al yo del escritor devenido ensayista. Actualmente el ensayo es poco cultivado. Las investigaciones «concretas», con su fárrago de datos y hechos —¡los nunca bien alabados hechos!—, lo han sepultado. Mientras más citas, más «objetividad», menos sujeto, menos yo. Trabajos hay que no contienen un solo juicio personal: son transcripciones de documentos de archivo, sin que siquiera el ordenamiento cronológico intente reflejar una problematización interpretativa. Esto es válido en ciertas investigaciones, cuyo objetivo fundamental puede ser establecer información o «demostrar» algo nuevo, sobre la base de fuentes no utilizadas. Pero la crónica, la descripción como objetivo final, o el presentar los sucesos «como realmente sucedieron», según la famosísima frase de Leopold von Ranke, no es escribir historia.6 Por otra parte, la pobreza del ensayo histórico-social en la actualidad —actualidad que ya se extiende demasiado— ha llevado, en no pocos premios creados para estimular los estudios sociales, a laurear como pertenecientes al género a simples investigaciones cronicoides, nada sospechosas de aspirar a una connotación ensayística. Tarea primordial para la escritura de la historia en Cuba es la de rehabilitar el ensayo, y reasumir el yo histórico del narrador. grandemente relacionada con la falta de obras de proyección teórica, y debe ser enmarcada en dos direcciones: Primera: el caos existente en la aplicación de conceptos o, si se prefiere, la pobreza y confusión que reinan en la utilización del vocabulario histórico. Toda disciplina se asienta, se consolida y avanza cuando es capaz de presentar un corpus conceptual que la singulariza entre las materias afines. En el caso de la historia, es notable que las investigaciones concretas han desplazado, de manera abrumadora, la preocupación de sus cultores por establecer y desarrollar un vocabulario propio, instrumento de trabajo imprescindible; el léxico histórico se ha formado, en mucha medida, con la utilización renovada de palabras de arraigo popular, que pueden asumir diferentes significados en función de las «necesidades expresivas» de la escritura histórica. En Cuba, la confusión terminológica, el caos conceptual, llega a ser, en algunos profesionales, francamente lamentable. Muy lejos estoy de pretender resucitar el antidialéctico sistema de categorías foráneas, adaptable a todas las materias que estudian al Hombre (según sus defensores), y que se quiso aplicar en nuestro país; pero no se puede dudar de que toda disciplina exige un vocabulario específico. La historia lo tiene, aunque sea arcaico y poco flexible; empero, nuestros profesionales lo utilizan —a veces, lo destrozan— sin el rigor necesario. Y lo peor del caso es que, detrás de esa utilización caprichosa, no hay una fundamentación conceptual dinámica del porqué; solo una lamentable confusión anima, regularmente, la acepción empleada. Tampoco quiero que se uniformen todos los estilos —en algunos casos no vendría mal, sería una garantía de legibilidad—; creo, sin embargo, que hay que avanzar en la dirección de que los contenidos respondan a un aparato categorial autóctono, común y preciso. Segunda: la escritura de la historia en Cuba está a una distancia infinita —sé que soy muy tajante; pido perdón— de aprovechar el vocabulario que ofrecen otras ramas similares. No se trata de copiar los conceptos ajenos; pero bien que pudiéramos interesarnos por ellos y aplicar, cuando fuere necesario, sus ventajas. El gran avance experimentado por las materias sociales ha traído como consecuencia una eficaz aplicación de sus léxicos, a menudo intercambiables. Rol, estructura, imaginario, mentalidades, icono, desconstruir, metarrelato, larga duración, referente, diacronía, tropo histórico o pre- Autóctono, común y preciso La manera en que se escribe la historia en nuestros predios entraña una notable deficiencia, que está 97 Oscar Loyola Vega texto, son conceptos muy actuales —aunque, por supuesto, pueden ser discutibles— que se emplean de manera constante por colegas de excepcional formación científica, en regiones de avanzada. ¿Cuántos en Cuba los utilizamos, o al menos, nos hemos interesado por ellos? 7 Puedo recordar una investigación muy sólida, aparecida hace poco, en la que el concepto «imaginario popular» no era empleado, a pesar de ser punto menos que el objeto de trabajo del autor, con cuya utilización este se hubiese ahorrado no pocos rodeos lexicales que, por falta del vocabulario idóneo, se vio obligado a emplear. El terror que sentimos los historiadores por la asunción de nuevos conceptos, se da de bruces con la relación historia-ciencias sociales preconizada con ardor por tantos colegas en la contemporaneidad. Será cada día más difícil mantenernos aislados (puros) en un mundo en el que los problemas del hombre y de la sociedad, se tornan complejos de manera acelerada. La reactualización del vocabulario histórico, el estudio exhaustivo de otras disciplinas, y su aparato conceptual, solo pueden redundar en beneficio de la escritura de la historia desde Cuba. Sin lanzarnos a utilizar indiscriminadamente cuanta palabrita —o palabreja— salga al mercado, los conceptos que han demostrado su validez en otras ramas deben ser incorporados al arsenal del historiador cubano, en la medida en que sean convenientes para el trabajo de investigación. Con esto no introduciríamos una innovación peligrosa, cuyos alcances no hayan valorado, aceptado y superado, los colegas extranjeros. De no hacerlo corremos el riesgo de hablar, a las puertas del siglo XXI , una «lengua histórica» pre-renancentista. Con la agravante de ser los únicos historiadores del planeta en emplearla. española, los historiadores cubanos destrozan el idioma, con la agravante de aniquilar así la exposición del propio objeto de estudio. Una revisión, hecha muy por encima, de los escritos históricos contemporáneos revela un gran desconocimiento de la concordancia entre sujeto y verbo; un —a veces, feliz— olvido del lugar adecuado para el adjetivo —¡que vivan los adjetivos!— en la oración; una inconcebible despreocupación por el uso del diccionario, que lleva a emplear palabras «que suenen bien» en detrimento de las correctas; una pasión desmedida por el uso de calificativos, que se escapan del escritor a manos llenas, y, de la misma manera, una eclosión de demostrativos que alcanzó —en cierta cuartilla cuyo autor no quiero recordar— la cifra de diecisiete; una ignorancia supina en relación con la función del adverbio, cuya utilización aplasta al lector; una inconsecuencia total en el empleo de los tiempos verbales propios de la escritura histórica, los que, lejos de ser utilizados para enfatizar —en particular el presente—, acentúan la impresión errática de la redacción. ¿Para qué continuar ejemplificando? Afortunadamente, el caos no es aún absoluto. No hemos descubierto las interjecciones. Se hace evidente que los errores señalados en la utilización adecuada del idioma español van acompañados del empleo arbitrario de los signos de puntuación. Ha sido un recurso socorrido culpar a las mecanógrafas de las faltas de ortografía o, en su momento, achacarlas a erratas de edición. Con el desarrollo de la tecnología es harto probable que se pretenda endilgar a las computadoras las carencias que solo pertenecen al autor. En todos los casos, sin embargo, siempre ha sido más difícil la autoexoneración en relación con los signos de puntuación. Escritos hay en que coma, punto y coma y punto y seguido se intercambian festinadamente; en otros, por el contrario, el «creador» solo conoce el punto y aparte, asociando, en deliciosa simbiosis, redacción histórica con telegramas. La conjunción de una puntuación muy deficiente con graves errores gramaticales lleva, si se trata del lector, al delirium tremens; si del analista, a constatar un nuevo problema. Esto tiene que ver con la oscuridad de la redacción, o lo que viene a ser lo mismo, con la incomprensión generada por —y en— el texto histórico. Errores de la magnitud de los señalados, aunque a no pocos puedan parecer intrascendentes, tienen la misma importancia que se le daría a un objeto material mal elaborado, no acabado; vale decir, chapucero y, por tanto, limitado en sus funciones. Un texto histórico mal puntuado, gramaticalmente deficiente, trasluce un escrito poco comprensible, con un mensaje que se hace más oscuro en la medida justa en que aumenten sus errores; su asunción se dificulta, se empaña. La incomprensión del contenido, que genera un acabado incompleto, está presente en buena parte de la escritura de la historia desde Cuba, agravado por el hecho de que muchos autores superponen expresiones, confunden oraciones principales con subordinadas, alteran el orden lógico Historia y lenguaje Es conveniente reflexionar sobre un aspecto valorado como secundario por los historiadores contemporáneos en Cuba. Me refiero a la calidad de la prosa utilizada, que es, francamente, deficiente. Cuando se revisa la producción histórica del siglo pasado y mucha de la del actual, llama poderosamente la atención el elevado grado de perfección alcanzado por los historiadores en un instrumento de trabajo fundamental como es el lenguaje. No pocas de las páginas escritas en libros y ensayos de historia clasifican entre las mejores y más enjundiosas cuartillas de nuestra literatura. Prosistas como los mencionados en un párrafo precedente elevaron al más alto rango la escritura histórica; sus continuadores, en la actual centuria, hicieron honor a esta tradición: de Fernando Ortiz a Julio Le Riverend la disciplina ha tenido excelentes escritores. Muy diferente resulta el panorama en los últimos años. Preocupados enormemente por los datos, por la veracidad informativa, o por la posible interpretación; con una formación escolar muy deficiente sobre las reglas y preceptos constituyentes de la gramática 98 Reflexiones sobre la escritura de la historia en la Cuba actual Sorprende el poco interés mostrado por los historiadores cubanos en analizar los marcos teórico-investigativos y los presupuestos —o supuestos— metodológicos de la disciplina. [...] Las investigaciones histórico-concretas predominan de manera abrumadora. gramatical en la estructura interna de la frase, y hacen, en suma, el mayor esfuerzo —conscientes o no— por enrevesar el sentido de la exposición. Existe una incuestionable reticencia —tanto entre los escritores de obra reconocida como entre los jóvenes aspirantes a historiadores— a considerar el estudio de la gramática como un instrumento imprescindible del trabajo cotidiano, al mismo nivel que la «técnica» del fichaje. 8 Y así la escritura de la historia sigue presentando notables imprecisiones que limitan grandemente su alcance definitivo. siempre han estado muy al tanto de cuándo y cómo la escritura se les «escapa», tratando de convertirse en autónoma, y de imponerse y sojuzgar al autor. ¿Quién puede, definitivamente, negar los elementos y el poder literario de la historia? En gran medida, esta se expresa a través de un texto —de un artefacto, como algunos teóricos actuales prefieren llamarlo, sin que se desmienta así el carácter investigativo, «científico», de las conclusiones históricas alcanzadas. Hay que aprender a explotar tales posibilidades. Hay que entender de una vez por todas que la emotividad, el ardor creativo, la utilización de símiles y metáforas, no están reñidos con la redacción histórica; antes bien, pueden constituirse en valiosos recursos comunicativos. Muy buenas investigaciones, correctamente redactadas, dejan la impresión en el lector de que su autor equivocó el tono narrativo. No se trata de organizar la exposición histórica como si se estuviese en presencia de una novela, un cuento, o un poema; pero no puede ignorarse que muchos escritos históricos ganarían en eficacia, elevarían su poder trasmisor, tendrían una mayor capacidad de convencimiento —no solo dentro del gremio, sino en el lector común—, de aprovechar adecuadamente los recursos propios de la literatura; entiéndase, no para hacer literatura, sino para hacer —escribir— mejor historia. Podrá objetarse que el texto va surgiendo en la medida en que se redacta, lo que no es por completo desacertado. Pero piénsese también que el escritor histórico, en diferentes etapas de su trabajo, diseña la investigación, la lleva a vías de hecho, la discute con múltiples colegas —no en todos los casos, por supuesto—, organiza su redacción y, ya inmerso en esta, distribuye información-interpretación en capítulos, acápites, párrafos y oraciones. ¿Por qué entonces no dedicar el tiempo conveniente a la estructura literaria —quiero decir, a la escritura— que asumirá el resultado final? A poco que se piense, puede uno darse cuenta de que el paso señalado sería determinante. Cada acontecimiento o proceso histórico puede expresarse, narrarse, de varias maneras. No exige la misma escritura —para ejemplificar de manera sencilla— el análisis de la crisis de la plantación esclavista que la muerte de Carlos Manuel de Céspedes. El texto actúa como un elemento comunicador de tanta importancia como el contenido y el mensaje históricos. Los historiadores y los literatos del patio tenemos un texto paradigmático en la historia y la literatura nacionales: Nuestra América, de José Martí. ¿Puede alguien imaginar el contenido histórico concreto El valor del texto El recorrido efectuado a través de algunas de las características que presenta la escritura de la historia en la actualidad nacional quedaría muy incompleto si no se hiciese hincapié, finalmente, en un hecho relevante dentro de las discusiones teóricas sobre la disciplina, desarrolladas en los últimos años: el texto en sí mismo. La importancia del tema nunca será suficientemente destacada; no hace falta ser un gran analista de la historia para entender la trascendencia de la exposición. Todo escritor histórico —si se respeta— ha experimentado el peso que sobre sí tiene el valor de la redacción, es decir, el acto de iniciar la comunicación de ideas a los otros, que incluso pueden, inicialmente, no compartirlas. El binomio redacción-texto en los avatares históricos, era ya conocido desde la Antigüedad, y está en la génesis misma de la rama del saber a la que se aplica el nombre de historia. Las enormes posibilidades del texto, sus funciones y connotaciones —léase, su carácter literario— amplifican o minimizan los resultados de la investigación histórica. Personalmente, siempre he creído en el valor del texto. Obsérvese que aquí no se habla de su corrección gramatical, lo que ya ha sido analizado, sino de sus potencialidades intrínsecas como transmisor —¿el único, quizás?— del decursar pasado-presente. Una cosa es la discusión sobre si es preferible la exposición lineal de datos y hechos, por un lado, o la utilización de estos en aras de una constante interpretación histórica, por otro; y otra cosa bien distinta es que ambas opciones pueden aprovechar mucho mejor la forma expositiva. Los historiadores cubanos estamos muy lejos de comprender esta realidad, nada nueva, si bien hacía mucho tiempo que no emergía con suficiente intensidad en los trabajos teóricos.9 Los creadores literarios, por razones evidentes, 99 Oscar Loyola Vega de este maravilloso ensayo en otro continente? ¿Surtiría el mismo efecto su lectura si el autor hubiese seleccionado como forma expositiva un texto que describiese linealmente las razones y argumentos que allí se leen? No, seguramente. En este caso la escritura histórica, el texto, multiplicó los efectos del mensaje, haciéndolo imperecedero. No abogo porque la forma desplace al contenido en la escritura de la historia; argumento en favor de que ambos recuperen, como en tiempos no tan lejanos tuvieron, su complementariedad. No oponerlos, hacerlos fraternizar. Entender la autonomía del texto en ciertas circunstancias no significa someterse a él indiscriminadamente, sino aprovecharlo en función del mensaje histórico. En este, como en otros aspectos ya analizados, los historiadores cubanos no podemos seguir ignorando las discusiones y los aportes de los centros capitales de elaboración de la teoría histórica contemporánea. Saber qué se discute en torno a la especialidad propia es un requisito imprescindible para validar a un estudioso; conocer el debate sobre la existencia en sí, los métodos y técnicas, el objeto de trabajo, de la rama a que se dedica cada cual es determinante para los resultados que se obtengan. La disciplina historia —agobiada por el peso de los siglos, renegada por algunos, con ese fardo encima de sus cultores, halada por otras ramas que también estudian al Hombre—, lenta, inexorablemente, avanza, cambia sus métodos, se dinamiza, para esperar con nuevas energías el siglo XXI.10 La «forma espiritual en que una cultura se rinde cuentas de su pasado», para llamarla de la manera poética en que Johann Huizinga lo hizo hace ya bastante tiempo, transforma su escritura. Desde Cuba, ayudémosla. Profesión de fe al acabar Lo haremos. Tengo absoluta confianza en que lo haremos. Con mayor o menor éxito, pero lo haremos. La escritura de la historia es nuestra. ¡Adelante, Herodotos! Notas 1. Son ampliamente conocidas las confusiones terminológicas que el vocablo historia presenta. Lo utilizo no en su sentido de «hechos transcurridos en el pasado», sino en el de rama del saber que estudia tales hechos y los procesos concatenados por ellos o sus rupturas. 2. Los conceptos dato y hecho van a repetirse, mucho más de lo que yo quisiera, en este trabajo, prueba fehaciente del altísimo grado con que han marcado el quehacer del historiador. 3. Casi estoy convencido (aunque espante a mis colegas) de que terminaré mi vida profesional sin saber con certeza qué es un hecho histórico. 4. El desglose y la subdivisión de las llamadas ciencias sociales es, hoy en día, fascinante. De continuar, hará falta una rama especializada, de entre ellas, que se ocupe de seguirle los pasos a tal atomización. 5. Lo expuesto se refleja en el espacio, cada vez mayor, alcanzado por la discusión teórica en los congresos internacionales de historia, a juzgar por las diferentes memorias editadas. 6. La expresión de Ranke «wie is eigentlich gewesen», en tanto concepción sobre la historia, tenía plena validez ciento cincuenta años atrás; hoy es francamente inconcebible. Sin embargo, aunque lo nieguen, para no pocos autores mantiene plena vigencia. 7. No solo apenas se utilizan, sino que despierta suspicacias, por «falta de seriedad histórica», el trabajo donde aparezcan. Mientras más arcaico el vocabulario técnico, mejor, más «histórico». Tal parece ser la tónica imperante. 8. Es común hablar de dicha técnica; no creo haber conocido a dos historiadores que fichen igual, lo que me hace sustentar el criterio de que la técnica del fichaje consiste precisamente en la ausencia de técnica. 9. De Michel de Certeau a Hayden White, sin olvidar a Paul Veyne, el problema del texto como narración es bastante analizado por los especialistas contemporáneos; haciendo justicia, ya se había aproximado a él R.G. Collingwood. Y si se sigue retrocediendo, Jules Michelet lo conocía, aun cuando no considerase necesario —o no pudiese— planteárselo teóricamente. Y debieron trabajarlo muchísimo Homero, Herodoto y Tucídides, cuyos lectores —o sea, cuyo auditorio— conocían perfectamente bien el argumento histórico. El acercamiento a la historia se producía entonces a través de la literatura, del texto; no del contenido. 10. Por ahora, y para decepción de Francis Fukuyama, todos sabemos que la historia no termina. © 100 , 1996. 6: 101-112, abril-junio, 1996. La alternativa socialista:no.reforma y estrategia de orden La alternativa socialista: r eforma y estrategia reforma de orden Giberto V aldés Gutiérr ez Valdés Gutiérrez Investigador. Instituto de Filosofía. P la complejidad de estos procesos a un ángulo puramente tecnocrático. Ha sucedido lo contrario: una amplia confrontación de ideas antecede la toma de decisiones puntuales. Los debates en el Parlamento, en los sindicatos y en diversos escenarios sociales, académicos y políticos muestran la tendencia a la construcción de consensos en torno a las medidas estratégicas que inciden en el rumbo económico del país. El cambio de modelo funcional de la economía implica una reinserción y un rediseño interno que abre cauce a las constreñidas fuerzas productivas; impulsa la descentralización empresarial y local; facilita la entrada de capital foráneo en marcos de creciente apertura y sujeto a distintos tipos de asociación; avanza hacia la flexibilización de criterios en torno a la propiedad; sustituye el asistencialismo paternalista del Estado, procurando afectar en el menor grado posible la protección social, crea condiciones aceleradas para la superación del igualitarismo improductivo3 en favor de principios factibles de igualdad y, en general, reestructura el marco jurídico-institucional del Estado para normar las transformaciones económicofinancieras y contribuir al desarrollo de nociones más avanzadas de responsabilidad ciudadana. ensar los retos que afronta la alternativa socialista en las condiciones del capitalismo transnacional de fines de siglo presupone un colosal esfuerzo en el ámbito de la teoría emancipatoria. Las consideraciones que siguen tan solo adelantan algunas «pistas» a tener en cuenta en esta dirección.1 El contexto desde el que son presentadas no podía ser otro que el marcado por las transformaciones que tienen lugar en la sociedad cubana durante la presente década. Reforma y opción socialista son, en este caso, dos términos subsumidos en la misma voluntad que ha caracterizado a la Revolución cubana en todo su itinerario. La reforma es un hecho que genera estimaciones contrapuestas sobre los ritmos, orden y sentido de las transformaciones particulares, pero que muy pocos objetan como salida, ante la crisis de la economía cubana de los últimos años.2 Se trata de un consenso que jerarquiza un asunto de interés prioritario para la sociedad. Mas, como proceso no sujeto a una solución unívoca y preestablecida de todos los temas involucrados, su aceptación no es ajena a la producción de alternativas que puedan ser, a cada paso, confrontadas con los resultados concretos y su ejecución. Inhibir esa producción de alternativas —tanto de aquellas que emanan de valoraciones y conocimientos ordinarios, como las provenientes del saber sistematizado— significaría reducir 101 Gilberto Valdés Gutiérrez Cuba se internó en condiciones críticas excepcionales que la situaban ante el reto de descubrir y crear sus nuevas oportunidades históricas. La comprensión audaz de esas oportunidades en los años 90 ha tenido que vencer el lastre de actitudes inerciales, prejuicios ideológicos, rechazos apriorísticos y temores ante los desafíos inéditos que se configuraban. El término reforma se hizo cada vez más presente entre los economistas cubanos desde fines de 1993 y ya hoy es rutinario en el discurso estatal. Paradójicamente, las primeras medidas en esta dirección avanzan en medio de una demonización de la palabra, asociada al mapa ideológico que precedió a la autoextinción del socialismo europeo. Así, los nuevos datos de la realidad van a ser procesados por una conciencia teórica retorizada que, como primera reacción, se protege frente a los signos de los cambios. 4 El hecho de que Cuba se mantuviera como alternativa de convivencia humana devino prueba de deslegitimación, aparentemente contrafáctica, de la nueva cultura de la desesperanza, avalada por el derrumbe, la fiebre neoliberal y la mitología del fin de la historia. En ese contexto, la firmeza política de la Revolución cubana y la cultura de radicalidad y resistencia que le es inherente tenían que ser redimensionadas, so pena de desaparecer ante los bruscos cambios verificados en el mapa político mundial luego de 1989. Una consecuencia no deseada de las prioridades ideológicas de esos años fue que algunas líneas de teorización sobre las alternativas de continuidad estuvieron marcadas por el reduccionismo táctico y el cumplimiento de prioridades de la coyuntura. 5 Luego de la desaparición del socialismo real, en la comunidad científica se produce una quiebra de viejos patrones valorativos, que pone a prueba su capacidad de renovación en aras de recomponer sus potencialidades propositivas en las nuevas condiciones de la sociedad cubana. Desde el ángulo puramente económico, la dinámica de las transformaciones ocurridas de 1990 a 1993, como resultado de la desconexión con la desaparecida URSS y la crisis sostenida de la economía nacional, pudiera ser catalogada como propia de una estrategia defensiva. Es comprensible que la cautela política impusiera un ritmo especial a la dialéctica defensa-renovación del sistema socioeconómico instituido. Sin embargo, la relativa lentitud en esta esfera contrasta con la celeridad con que la sociedad cubana se desprende de nexos ideológicos y culturales impostados, modos rutinarios de pensamiento y estereotipos cosmovisivos que, entre otros efectos, formalizaron una articulación mecánica del marxismo y la tradición nacional. Cuba se internó en condiciones críticas excepcionales que la situaban ante el reto de descubrir y crear sus nuevas oportunidades históricas. La comprensión audaz de esas oportunidades en los años 90, ha tenido que vencer el lastre de actitudes inerciales, prejuicios ideológicos, rechazos apriorísticos y temores ante los desafíos inéditos que se configuraban. Se produce la paradoja de que ciertos resultados teóricos, instrumentalizados previamente para legitimar acciones político-económicas en otras coyunturas, no pueden dar cuenta intelectiva de los nuevos rumbos. Una vez más, las formulaciones políticas aventajaron a la producción teórica. Ello no es, por supuesto, un contrasentido, dada la naturaleza de la política. Sería una vana pretensión cientifista dictar pautas rígidas de acción desde un saber que necesariamente opera en niveles de abstracción, donde no pueden ser registradas las dinámicas de las coyunturas y la visión ponderada, temporal, del conjunto de intereses existentes en un momento determinado. La aplicación de la reforma se lleva a cabo con una fuerte carga de pragmatismo indispensable —apunta Víctor Figueroa Albelo. La agudeza de la crisis, la ausencia de paradigmas de referencia, más la falta de un sistema teóricocientífico que la adelante y apoye, obligan a tantear los nuevos caminos que se van abriendo. Hay una carga de urgencia, de audacia creativa y de riesgos inevitables que el país deberá correr para encontrar las respuestas prácticas. Urge la elaboración teórica que explique el proceso, lo sintetice e identifique las contradicciones y conflictos actuales y futuros, así como los modos de enfrentarlos.6 Es previsible que en estos procesos de cambios se generen tensiones entre cultura y saber instrumentalizado, cuando este deviene fórmulas sacralizadas, inviables en las nuevas condiciones. Ello muestra la conveniencia de estimular al máximo la producción de conocimientos científico-sociales, pronósticos y opciones anticipadas para ensanchar el espectro de las alternativas políticas. Como señala Rafael Hernández, la política puede aprovechar inteligentemente el enorme caudal de la cultura, sin instrumentalizarla, para operar mecanismos que faciliten la consecución de metas comunes. Pero sobre todo puede interactuar con la cultura y aprender de esta, de su poder social insustituible.7 La impronta del maniqueísmo heredado de las formalizaciones del marxismo posterior a Lenin, en torno 102 La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden latinoamericana. Jaime Osorio describe uno de los resultados de este tipo de reacción antirreduccionista: a los conceptos reforma y revolución, presentados como antípodas del desarrollo social, lastró el proceso de reordenamiento de nuestras coordenadas mentales y limitó la búsqueda de nuevas claves interpretativas para dar cuenta de los estrenados retos. Asumir el debate de la crisis del marxismo, en esas circunstancias, no fue una postura retórica ni una concesión desmovilizadora: permitió el deslinde entre la herencia del marxismo clásico y sus desarrollos posteriores durante el presente siglo, y la teología evolucionista y positivista que usurpó sus créditos y desnaturalizó un pensamiento fundacional que rechazaba para sí el carácter de «pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica».8 No resulta ocioso tener en cuenta que, más allá de sus nexos con el socialismo en general o con determinado modelo de su construcción, el fundamento básico del marxismo radica en el propio desarrollo histórico. Pueden producirse los desprendimientos paradigmáticos y las síntesis más inimaginables en el futuro próximo, mas no existe ningún argumento serio que legitime su anunciado estado terminal, lo que significaría otorgarle a destiempo la condición de determinación cualitativa plenamente desarrollada. A las puertas del nuevo milenio, en plena mundialización del capital y creciente distancia económica entre países del centro y la periferia, ante tendencias homogeneizadoras que apuntan a la creación de formas transnacionales de gobierno, de sofisticadas maneras de regulación y dominación de pueblos y personas, la legitimidad del marxismo como crítica radical de todo lo existente rebasa con creces todo prurito académico: deviene condición racional de una ética afirmativa, sin la cual el género humano difícilmente podrá acceder a su humanización planetaria. El reconocimiento de esa crisis teórica colocó a los cientistas sociales cubanos en mejores condiciones para insertarse creativamente en el esfuerzo regional y universal de reconstrucción del «mapa cognitivo» del mundo globalizado y transnacionalizado del presente, en el que la perspectiva marxista pugna por superar los límites epistemológicos que la relegaron, y la soberbia que impidió el diálogo de saberes y la confrontación pluriparadigmática de los estudios sociales. El ajuste de cuentas con la escolástica entronizada en la trayectoria posterior a Lenin —así como con la búsqueda de la supuesta esencia incontaminada, prístina del pensamiento original de Marx, a la luz de la cual se harían inteligibles las realidades de hoy—, ha sido y aún es condición para reanimar las investigaciones marxistas en la actualidad. Se comprende que la reanimación aludida no implica el recambio de la rigidez determinista por el culto a la indeterminación. Una de las evidencias más palpables de la crisis teórica radica precisamente en la no captación a tiempo, por el pensamiento emancipatorio, de la profunda reconstrucción transnacional del capitalismo y sus efectos particulares en la sociedad contemporánea. No se trata, pues, de asumir idéntica lógica a la verificada durante la crítica al economicismo por parte de la nueva sociología Y si la antigua sociología pecó por su reduccionismo económico, la actual peca por su reduccionismo político [...] Los estudios sobre las transiciones democráticas y sobre los movimientos sociales se han multiplicado teniendo por lo general ese denominador común. Actores sociales de los que nunca aparecen los referentes en los cuales actúan; proyectos de democratización sin alusión a los marcos materiales que los harían posibles; individuos para quienes su simple condición de votantes ya los convierte en ciudadanos, sin diferenciar entre la condición de subsistencia, y las especificidades políticas y culturales de un indio de la sierra peruana o ecuatoriana con un citadino de São Paulo o Buenos Aires.9 La necesidad de crear espacios plurales de reflexión equivale a desplazar la centralidad de las respuestas acostumbradas, portadoras de certezas estériles, hacia las preguntas. Debemos convenir en que si no siempre hemos acertado con las primeras, quedan en pie todas las segundas. Formular los nuevos problemas que afronta la alternativa socialista frente a la culminación a escala mundial del proceso de expansión capitalista, de internacionalización del ciclo completo del capital, exige, en principio, un enorme esfuerzo explicativo y pronóstico de los nuevos marcos de la acción colectiva y, en consecuencia, el abandono de la imagen teleológica sobre la «sociedad de llegada».10 En este sentido, la nostalgia formalista del pasado reciente se manifiesta mediante la ilusión según la cual la salida hipotética del Período Especial implica la vuelta al estado de cosas anterior, lo que relegitimaría el enfoque doctrinario, hoy desacreditado. La superación de ciertas concepciones habituales sobre el socialismo es la única manera de visualizar las formas emergentes de socialidad resultantes de los cambios; no para subsumirlas en una lógica regresiva o acomodaticia, sino para afirmar la voluntad presente, sin ataduras conceptuales que le creen incongruencias a la práctica, e intentar desbloquear el futuro de la opción socialista en las condiciones venideras. Por ciertas concepciones habituales sobre el socialismo entendemos, en este caso, aquellas que tuvieron como presupuesto considerar lo alternativo como lo ya realizado y la posibilidad real como realidad desplegada, a despecho del tiempo, modo y lugar, que impedía distinguir la aspiración de la realidad. También es necesario, sin embargo, protegerse de la tendencia contraria: la máxima pretensión de lo socialista convertida en hipóstasis conceptual inalcanzable, desde cuya idealidad se menosprecian las evoluciones factibles en dicha dirección, inherentes al segmento discreto del desarrollo en que nos encontramos. El no comprometimiento del socialismo con un paquete de rasgos fijos e inamovibles es, precisamente, la manera más productiva de conservar lo alcanzado, descubrir las salidas multivariadas que ofrece la crisis de la época y abrirnos hacia nuevos grados de socialidad desenajenada. 103 Gilberto Valdés Gutiérrez Más que elaborar una modelística abstracta sobre el socialismo, se impone adoptar una postura teórica ajena a lo que Gramsci criticaba como «proyectos mastodónticos» de socialismo. Resulta imposible, en consecuencia, prefigurar algo más que «líneas gruesas» del devenir social, abiertas a las correcciones que impone cada alternativa histórica y política concreta. Existen, al menos, tres propuestas de reflexión en torno a cómo enfocar la factibilidad del socialismo en las presentes condiciones. Las de teorización formal más acabada, en el contexto eurooccidental, se definen como modelos de socialismo de mercado (John Roemer, Fred Block, entre otros), y modelos autogestionarios o de socialismo asociativo (Diane Elson, Tony Andreani, Marx Feray, para citar algunos de sus representantes). 11 Una línea más modesta que las dos anteriores prefiere no otorgar —«aquí y ahora»— los rasgos de un proceso interformacional, aún no desplegado en su integridad, sin una adecuada categorización y estudio, al socialismo como tal, cuya plenitud supone el predominio de una efectiva socialización de la producción y de la política. En nuestro criterio, más que elaborar una modelística abstracta sobre el socialismo, se impone adoptar una postura teórica ajena a lo que Gramsci criticaba como «proyectos mastodónticos» de socialismo. Resulta imposible, en consecuencia, prefigurar algo más que «líneas gruesas» del devenir social, abiertas a las correcciones que impone cada alternativa histórica y política concreta. Remake necesario: socialismo y mercado En las condiciones históricas interformacionales donde se circunscribieron las revoluciones protosocialistas no existieron las bases reales para una apropiación y distribución directa de productos. Muchos manifiestan hoy que dicha situación exigía entender la necesidad de aplicar los mecanismos e instituciones del mercado, dar curso efectivo a las relaciones monetario-mercantiles, no solo en el ámbito de los artículos y los servicios, sino en el de la gestión de sus participantes, sobre la base de una línea de desarrollo que no podía reproducir simplemente la típica anterior. El tema es polémico. Suponiendo que el socialismo hubiera triunfado en los países capitalistas desarrollados, no resulta probable que la producción mercantil se eliminara con el acto de la expropiación de la propiedad privada. Cabría esperar (hipotéticamente) que la solución a dicha contradicción surgiera espontáneamente en la práctica, como sucedió con la transformación de la renta al aparecer la propiedad moderna de la tierra, hecho que tan solo capta Marx, a diferencia de Smith y Ricardo. Si colocamos el orden posmercantil como concepto límite positivo, el problema reviste mayor complejidad: el desafío es aplicar y descubrir algo que no está aún en la realidad, al menos en la conocida. La superación de esta contradicción sería un resultado valioso, en el sentido teórico, como premisa de una nueva contractualidad desconocida hasta ahora. La mera extensión de las leyes del mercado al socialismo —sin una determinación clara del mecanismo de acción de las mismas— muestra, hasta el momento, los límites teóricos y prácticos que aún marcan el proceso de emancipación humana. Para Luis Martínez de Velasco, tiene sentido preguntar qué significado podría adquirir una expresión como “socialismo y mercado”, o más exactamente “socialización del mercado” (dando por sentado, en principio, su deseabilidad social). Existen, en este sentido, dos posibilidades fundamentales de reorientación social del mercado: una reorientación “exterior” basada en criterios inevitablemente estatales, y una reorientación “interior” apuntalada sobre la base de una democratización interna de las empresas como centros de decisión económica.12 Este autor se cuestiona, en relación con la primera posibilidad, hasta qué punto es factible la «moralización exterior» del mercado, destacando la irreductibilidad de ambas lógicas: la del beneficio privado y la de la deseabilidad social. Finalmente, se inclina por la posibilidad que considera más congruente: el «establecimiento de una suerte de control democrático en el corazón mismo de las estructuras de producción y, en consecuencia, de decisión en términos de política económica». 13 Dentro de esta tendencia, valora las propuestas de Olf Himmeslstrand (capitalismo colectivo) y de Offe (capitalismo comunista) como tentativas con capacidad «de romper la dependencia funcional de una producción socializada en favor de beneficios privados».14 Lo que no queda claro es cómo «establecer un sistema de producción y distribución de riqueza conforme a criterios de racionalidad moral absolutamente innegociables» 15 en una sociedad donde el capital conserva su cetro como dueño de las condiciones del trabajo. Los argumentos apuntados para desechar la reorientación exterior del mercado desde la variable estatal se sustentan, a nuestro juicio, en el error de reducir la gama de alternativas contempladas por el socialismo marxista a aquella que se impuso en la experiencia del socialismo real. El plan o centralidad y el mercado o contractualidad interindividual tienen, para el proyecto 104 La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden socialista, una connotación muy diferente a la que se les ha dado. La idea de plan más abarcadora nunca fue, para dicha teoría, su reducción al «plan del Estado y por el Estado» ni, en rigor, al Estado mismo (entendido como unidad aglutinante), sino una racionalidad diferente a la anarquía mercantil, que debía concretarse en los marcos de un tipo de Estado al que explícitamente Marx y Engels definen como «no Estado»; esto es, una concreción y autoconfirmación del productor libre asociado, de su autoconciencia y capacidad para reclasificar la política más allá de intereses corporativos, mediante distintas fases de desarrollo. Admitiendo que el mercado —contenido viejo que actúa en este caso como forma— puede y tiene que ser utilizado en la nueva «esencia» socialista (aún informal en tal sentido); su talón de Aquiles radica en hacer caso omiso de las condiciones fundamentales donde este debe actuar. ¿Cuáles serán sus nuevas leyes, papel y lugar en el sistema socioeconómico? ¿Qué contenido tendrá el mercado, que lo haga adecuado al proyecto social y a la economía socialistas? Capitalismo no es sinónimo de mercado en general. Pero el mercado en el capitalismo es, ante todo, mercado de capitales en competencia que tratan de valorizarse. Su perspectiva no es simplemente la circulación general de mercancías. El monopolio, ya se sabe, quiebra esa competencia, y la actual fase de transnacionalización apunta hacia la globalidad regulada, que conserva y acentúa la dominación. ¿Qué espacio queda, pues, a la reproducción en las condiciones del socialismo? La mercancía y el mercado expresan una forma de contractualidad objetivada, fetichizada. Pero por encima de ella se alza, determinándola, la que brinda el capital, como contractualidad social, orgánica. ¿Cómo acceder a una contractualidad social íntegra, que estimule el desarrollo económico, sin el capital como relación de producción? Nos alejaríamos del planteamiento correcto del problema si nos limitáramos a las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo. Reconocerlas es una victoria pírrica. La gran interrogante sigue siendo: ¿cómo superar al capital en su condición de relación de producción, proceso, medio y modo de producción? Lo anterior se vincula al hecho de que el mercado que necesitaría el socialismo tendría que brotar de forma adecuada a las modificaciones estructurales de este sistema, en particular las de la propiedad, ya que esta nació de manera imperfecta, inacabada, representada y, hasta cierto punto —en el sentido histórico— «fetichizada». Al no resolver esas contradicciones, las relaciones económicas surgidas en el antiguo socialismo real, condicionadas por la modalidad de socialización (jurídico-administrativa) impuesta en el curso de su desarrollo, se vieron contaminadas con relaciones de viejas formas que facilitan la consolidación del poder-función burocrático, no controlado por las bases, en la superestructura sociopolítica y administrativa. Ello ocurre al no concertarse un proceso alternativo de socialización y cooperación real que repercuta en sus planos estructurales y funcionales, para dar cabida a categorías mercantiles dentro de una socialidad democrática nueva. El mercado en el socialismo necesita una centralidad, mientras no se descubran los modos de autorregulación de la sociedad, para evitar la regresión a su forma capitalista. Pero si esta centralidad se enajena de la nueva sociedad civil, del pueblo, solo se encubre el totalitarismo-dominación que presupone la planificación que existía. En otras palabras: sin un micropoder real de la comunidad laboral, en primer lugar; sin una participación popular activa y resuelta en todos los espacios que le corresponden y un completamiento de la representación estatal en todas sus instancias, la reinserción mercantil puede conducir al totalitarismo empresarial que transite hacia una nueva división de clases. Inscribir la salida al mercado solo como un acto volitivo de salvaguarda de intereses sectoriales, pudiera soslayar del análisis la impronta de políticas realistas —y de rectificaciones teóricas de la ilusión posmercantil— orientadas a impedir la desintegración social y el aislamiento localista estéril (el «comunismo local» a que hacían referencia Marx y Engels), a partir de una búsqueda válida de un modelo de inserción no sometido, en el sistema-mundo transnacionalizado del presente. Que la revalidación del mercado —además de cumplir su cometido económico— venga a satisfacer expectativas teóricas, ideológicas y psicológicas, que recibieron ingenuas y contraproducentes respuestas durante décadas por la preceptiva poslenin, es algo que no se discute hoy. De lo que se trata es de no esgrimir la falacia que Luis Martínez de Velasco denomina «tesis del enemigo incorporado», consistente en la separación entre mercado (al que se le confiere una estricta capacidad autorreguladora) y capitalismo (con su cadena de desequilibrios, monopolizaciones, burocratizaciones). Desde esa premisa, todos los fracasos del modo de producción capitalista son sistemáticamente cargados a la cuenta del capitalismo como «enemigo incorporado», lo que hace que el mercado reciba una constante confirmación contrafáctica nucleada en torno a la [imposible] experiencia de una ausencia total de mediaciones «extrañas» al mismo.16 Algunas interrogantes siguen siendo formuladas: ¿podrá satisfacer un mercado «no libre» las finalidades sociales, sin que esto choque, a su vez, con la «libertad» que demanda el propio mercado? ¿Cómo establecer la vinculación mutua entre mercado y plan para responder a la finalidad social? ¿No se establece con esto un círculo vicioso, donde para controlar el mercado hace falta la democracia y para ampliar la democracia es necesario soltarle riendas al mercado, en el sentido de que es la sociedad en su conjunto la que determina estas relaciones? ¿Qué mecanismos o formas de control se emplearán, las del mercado libre que conocemos, las de la planificación totalitaria que se critica, o serán las de un modelo de articulación más racional y razonable que aún no se ha logrado? 105 Gilberto Valdés Gutiérrez Es una paradoja —apunta Jaime Osorio— que el pensamiento progresista, en este fin de siglo, tenga que recuperar las nociones de democracia, individuo y ciudadanía, disputándolos y debiéndolos arrebatar a los proyectos políticos del capital, que los ganaron y los convirtieron en temas nodales de su ofensiva ideológica y política. 20 Lo primero que habría que cuestionarse es la noción neoliberal, ampliamente aceptada como «realidad», del «mercado libre». Esta falacia intenta pasar por alto el hecho de que, como recuerda Adam Schaff, dejando de lado los pequeños enclaves del comercio al detalle y de la artesanía, no hay, en ninguno de los países económicamente desarrollados, nada que se parezca al mercado libre [...] Se dice «mercado» (fenómeno que siempre existió allí donde el hombre intercambiaba o vendía productos y, por supuesto, también existió en los países socialistas) y se piensa (o se añade explícitamente) «mercado libre» con el funcionamiento de la supuesta «mano invisible» que lo regula todo y a la que no hay que molestar. 17 La apología del «mercado libre», como supuesta única manera en que tendría que ser retomado el mercado por la alternativa socialista, decidida a superar el tipo de planificación burocrática existente en el socialismo real, escamotea intencionadamente que Estas banderas, si no se inscriben en una perspectiva de enfrentamiento a las políticas clasistas del capital, terminan por convertirse en una nueva retórica carente de significación social positiva. Lo mismo sucede con los proyectos alternativos que reformulan el modelo productivista-consumista-disipatorio, con la ilusión del añadido «externo» de la equidad y el imperativo ecológico. No se trata tampoco de sustituir ambas desviaciones con radicalismos verbales. La nueva socialidad superadora del capitalismo es cada vez más necesaria y deseable, mas no es un estado que se «implanta», sino un proceso que avanza pese a las falacias apologéticas del sistema. el capitalismo contemporáneo, a diferencia de aquel que analizó Marx y a diferencia también de los absurdos «inventos» que el neoliberalismo trata de vender a los «pobres», no equivale al caos del mercado. Se basa en una planificación muy fina realizada por los grandes consorcios y no solamente a escala nacional, sino también internacional. 18 La planificación e intervención central del grupo de países capitalistas altamente desarrollados y de las empresas multinacionales, ponen de manifiesto la presencia activa de la política en los procesos económicos. Se trata de una política orientada hacia la búsqueda de ganancias y beneficios para una minoría, a partir del genocidio humano y ecológico consustancial al capitalismo depredador de nuestros días. ¿Con qué derecho, pues, se condena como absurda y caótica la idea de otro tipo de intervención, otro tipo de planificación, otro tipo de política que ponga fin, globalmente, a la actual situación? Es cierto que el pensamiento socialista ha llegado a una «fórmula de compromiso». Adam Schaff la sintetiza del modo siguiente: evidentemente, el mercado existirá, porque el producto social tiene que circular y porque la economía socialista será mixta (comprenderá empresas estatales y sociedades de accionistas). Pero no será un ficticio «mercado libre», sino un mercado social en el que el Estado y otras instituciones sociales desempeñarán un importante papel como controladores, planificadores y, en cierta medida también, centros de dirección. Las formas concretas que saldrán de esta fórmula general son muy difíciles de prever y tendrán que ser determinadas hic et nunc en cada país, tomándose en consideración sus condiciones concretas. 19 La aparente circularidad que sugieren estas interrogantes parte de una premisa que ha sido colocada de manera errónea, puesto que es cada vez más evidente que capitalismo y democracia son conceptos no intercambiables. No habrá sociedad autogestionaria —señala Carlos Mendoza— si no cambia cualitativamente el carácter del poder en la sociedad en su conjunto, pero dialécticamente, esto solo sucederá si se desarrollan células autogestionarias dentro del propio capitalismo, que eduquen y entrenen a los «productores directos» en la autogestión de la sociedad y les permita ganar espacios de poder dentro del sistema, al tiempo que la organización y coordinación política conscientes a nivel nacional e internacional son también indispensables para darle contenido revolucionario a dicho aspecto de la lucha de clases y a los tan importantes y tan vinculados como lo son las luchas democráticas y antimonopolistas entre tantas otras. 21 La presentación dicotómica de las categorías «capitalismo» y «socialismo», «socialismo» y «mercado», «plan» y «mercado», empobrece el espectro teórico y práctico de alternativas intermedias, formas transicionales ajustadas a una u otra época o coyuntura, cuya riqueza es del todo imposible de fijar de antemano. «En ninguna parte del mundo —expresó Lenin— existe capitalismo puro que se transforma en socialismo puro».22 «No sabemos ni podemos saber —insiste— cuántas etapas de transición habrá que atravesar aún antes de llegar al socialismo».23 No se puede obviar, por otra parte, la pluralidad y singularidad que manifiestan esas combinaciones —desde la NEP hasta las actuales variantes asiáticas de economía socialista de mercado, y la particularidad cubana—, las que no siempre han dependido ni dependen del proyecto voluntario de los ejecutores, sino que están dictadas, aunque no fatalmente, por los procesos hegemónicos de internacionalización, así como por elementos estructurales propios y otros que van desde aspectos geopolíticos hasta sociopsicológicos. Teoría general y recomposición socialista de la política La especulación posmercantil, al menos en el futuro previsible, es una espada de Damocles para la viabilidad de la 106 La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden La demonización doctrinaria del mercado en general, y la estadolatría «negativa» que la complementa, son hoy un contrasentido para la teoría socialista. fundamentales de las ciencias. En el mejor de los casos, se muestran preferencias por las llamadas teorías de «alcance medio», menos afectadas, según tales criterios, por la «especulación». Criticar los usos especulativos de la razón teórica, no equivale a subvalorar la permanente necesidad de avanzar en la construcción de la teoría en todas las esferas cognoscitivas. Un alerta en tal sentido formula Sergio Bagú, al destacar franjas olvidadas del conocimiento ante la voraz asimilación de las nuevas tecnologías, impulsada por los procesos de modernización en Latinoamérica: alternativa socialista. Revolución por el socialismo con mercado es una realidad a asumir en el terreno práctico, de manera diáfana y no vergonzante; pero en modo alguno acrítica. El debate teórico y axiológico, lejos de estar dirimido, recién comienza en este punto. La demonización doctrinaria del mercado en general, y la estadolatría «negativa» que la complementa, son hoy un contrasentido para la teoría socialista. Todo parece indicar, dice Carlos Vilas, que no conduce muy lejos una discusión de las alternativas al presente esquema de desarrollo, que tome como punto de partida y de referencia el mercado o el Estado. Estado y mercado son ingredientes al mismo tiempo que espacios de desenvolvimiento de cualquier estrategia de desarrollo.24 La ciencia básica es la búsqueda de algo cuya aplicación práctica se ignora, pero que se supone corresponde a ese tipo de conocimientos que se transforma en el punto de partida de todos los otros tipos de conocimiento, así como de la aplicación práctica del saber. Las ciencias sociales inquieren sobre la naturaleza de las sociedades humanas y de sus dinámicas. Ni las ciencias básicas, ni las ciencias sociales, pueden, en un primer estadio de su desarrollo, aportar nuevos productos comercializables, pero no existe tecnología de la producción en las sociedades modernas que pueda responder a necesidades nuevas si no se apoya en la ciencia básica y se inserta en el vasto contexto relacional que estudian las ciencias sociales. El abandono de la ciencia básica en favor de la tecnología y la desaparición de las ciencias sociales en favor de la mercadotecnia son dos fases de un mismo suicidio cultural.26 El fracaso, en el socialismo real, de la acción racionalmente orientada en términos de programa político, de modelo de estatalidad, se convierte en una presunta prueba «fáctica» de la utopía neoliberal, para la cual, según Eduardo Piazza, la única política posible [...] es una «negativa»; i.e., una acción que se oponga a toda voluntad de acción. La voluntad debe abstenerse de intervenir en cualquier dirección, para permitir el juego natural de las regularidades automáticas del mercado. Se define también —por oposición— al enemigo político: será todo aquel que sostenga la viabilidad y/o necesidad de una política «positiva», i.e., la pertinencia de la intervención de la voluntad humana en y sobre tales regularidades naturales. Esta clase de política, así como sus eventuales sostenedores, serán calificados de utópicos; y el único resultado posible de la intervención anti-natural será la producción del caos (concepto límite negativo).25 El boom académico en torno a la sociedad civil ha dejado a la zaga la investigación de las alternativas estatales —existentes y proyectadas— que intentan enfrentar (sin aislacionismos estériles) los efectos de la división internacional del trabajo generada por la globalización de la economía mundial y la «tribalización» de la política que la acompaña. Dichas alternativas no pueden fundarse, sin embargo, en una «metafísica del orden», aunque como Estado sufran el impacto de las tendencias económicas y políticas de la contemporaneidad. La legitimidad de ese orden, planteado como duración imposible de acotar, no debe ser conceptuado como fin en sí mismo, sino como desarrollo institucional pleno, abierto a una progresiva socialización del poder y a una apropiación por las masas de la política. Democracia política y socialismo no son antípodas ni sucesivos, y mucho menos excluyentes. Por el contrario, la democracia adquiere un contenido verdaderamente social con la redefinición de la política planteada por el avance hacia el socialismo; se anula la separación entre instituciones y masas, y la organización del Estado privilegia las asambleas por encima de las burocracias y las tecnocracias. De otra manera: al menos teóricamente, el formalismo de la democracia política capitalista El redimensionamiento teórico de la política, más allá de los marcos operacionales fijados por la moderna teoría de la gobernabilidad, deviene tarea medular del pensamiento socialista de nuestros días. Dilucidar los caminos que conduzcan hacia una «política socializada» y una «economía politizada» constituye el reto de mayor trascendencia para dicho pensamiento. Esto es, una generalización política no abstracta ni enajenada de la sociedad, y una intervención política en la economía no externa, formal ni burocratizada. El conocimiento de las modernas técnicas de mercado y organización empresarial y productiva es parte de la búsqueda de un saber que dé respuesta a las dinámicas propias de la reinserción económica con el mundo capitalista y las modificaciones en el mecanismo funcional del sistema económico interno. El auge del «mercadeo», no obstante, genera en algunas personas la ilusión de poder prescindir de la teoría general, y de las investigaciones 107 Gilberto Valdés Gutiérrez (asumiendo el democratismo político liberal como conquista histórica de los pueblos, impuesta al elitismo originario del liberalismo27) se llena de contenido real. La tradición democrática progresista no es, precisamente, la que está subsumida en la institucionalidad hoy hegemónica. Que hoy se hable de la hegemonía global del liberalismo o del liberalismo como gran «vencedor histórico» no traduce otra cosa que la instalación de los modelos duros de la hegemonía capitalista al resultar disonantes e incosteables las expectativas sociales históricas alentadas jusnaturalmente por el liberalismo racionalista antes y después de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con la lógica liberal general, ello no impone romper abiertamente con las nociones de los derechos humanos, los derechos sociales o la misma democracia sobrecargada de expectativas; al contrario, todos ellos se uncen, corrigen e instrumentan, bajo las nuevas condiciones de mercado, a un liberalismo preparado para manipularlos y depurarlos mediante las vías «posmodernas», «posestatales», «posnacionales» y «posdemocráticas». 28 De lo que se trata, para esa otra democracia, es de una superación histórica real, no declarativa, del liberalismo; no de un «rodeo» sociopolítico que a la postre no satisfaga las expectativas democráticas superadoras. La historia reciente muestra cómo terminaron esos ensayos (por muy legítimos que resultaran en sus inicios): con la vuelta al más ramplón consumo «simbólico» liberal. No conduce muy lejos una lectura de la recomposición socialista de la política que oponga la representación y la participación como formas excluyentes. La representación y la delegación son necesarias ante la no factibilidad de que todos ejerzan directamente el poder. Construir formas de representación controladas desde las bases y ampliar la dimensión participatoria no constituye un modelo de imposibilidad histórica. La crisis de la democracia representativa no implica necesariamente preterir el concepto de representación. La aspiración a que el Estado sea reabsorbido por la sociedad —concepto límite positivo de toda alternativa socialista desde la Comuna de París, y fundamento básico de la construcción teórica de la lucha emancipatoria—, no puede sustituir el hecho cierto de que el Estado alternativo aparece como organización general de la propia sociedad, como mediación política necesaria. Al criticar la restauración estalinista de la forma de Estado adoptada en el socialismo real, hay que tomar en consideración que las ideas originales de la democracia directa, y del no Estado, se enfrentaron a la complejización de las sociedades contemporáneas. La estadolatría negativa, el «gobierno de los funcionarios» reflejó también las necesidades insatisfechas de una mediación política no hallada, cuyo espacio de poder fue detentado por la deformación estamentaria conocida de dicho sistema político. Precisamente, el déficit principal de la teoría política socialista se ha evidenciado mediante la tensión entre el ideal de la democracia directa y la necesidad de descubrir, en la práctica, las formas políticas concretas que den vida efectiva a las instituciones y los procedimientos de la política socialista, asumidos sin falsas ilusiones de «transitoriedad» o «provisionalidad». En esto reside, en gran medida, la fuerza relativa del liberalismo político, el cual ha podido sostener —no solo mediante la coerción, sino por la reproducción de un consenso que involucra a los propios sujetos excluidos de la democracia— una forma política que satisface representativamente el poder de los núcleos clasistas dominantes. No ha sucedido lo mismo con la representación y el ejercicio del poder de las clases subalternas en las experiencias socialistas del Este. Parece que todavía, como en tiempos de Marx, «tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán completamente las circunstancias y los hombres». 29 En el caso particular de la reforma cubana se hace doblemente necesario el mantenimiento de una «estrategia de orden», una voluntad estatal; tanto por las razones antes apuntadas, como por la necesidad de salvaguardar los intereses populares representados en el Estado-nación, en un contexto de antagonismo externo que aún amenaza la soberanía del país y distorsiona el curso espontáneo de su desarrollo. El avance de la reestructuración económica está estrechamente vinculado con la redefinición de las funciones del Estado. Este deberá seguir configurando una estructura institucional que presuponga la solidaridad y la justicia y velando porque no se produzca una segmentación social excluyente. Pero su función ya no podrá identificarse con la de un megaestado paternalprotector. Para lograrlo redistribuirá recursos, garantizará compensaciones y condiciones suficientes para un ejercicio más pleno de la ciudadanía. El sistema político cubano —escribe Haroldo Dilla— debe asumir al mercado como un componente imprescindible de su construcción democrática. Pero al mismo tiempo tiene que evitar que el mercado devenga principio organizacional de la sociedad y la política, y que sus efectos polarizadores destruyan ese otro componente básico de la democracia cubana que ha sido la evitación del flagelo de la pobreza y de las grandes desigualdades y privilegios sociales. Se trataría de un modelo económico con un funcionamiento regulado del mercado, no solo por un Estado responsable y capaz, sino también por la acción solidaria de los grupos sociales.30 La necesidad de abrir nuevos espacios al mercado, como premisa de la reestructuración de la economía cubana, no implica preterir la búsqueda e implementación de nuevas formas de regulación por parte del Estado. Se abren también otros desafíos: hallar fórmulas nuevas de socialización de la producción y la política, modos incluso aún no experimentados de autogestión, cooperación, democracia económica y control popular y ciudadano en la nueva fase de «otredad» mercantil. Los nuevos conceptos de competitividad, flexibilización y productividad, inherentes a la 108 La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden Los nuevos conceptos de competitividad, flexibilización y productividad, inherentes a la modernización de la economía cubana, tendrán que estar acompañados de una constante acción moral e intelectual de la sociedad. Todas las necesidades que plantea la reinserción mercantil no tienen que ser apologetizadas como virtudes en sí mismas. Tampoco rechazadas a nombre de una eticidad abstracta, sino, para decirlo de alguna manera, «domesticadas», reguladas por el Estado y la sociedad en su conjunto. único horizonte posible y la expresión más acabada del sentido común». 33 Una cadena de eufemismos posmodernos se esfuerza por diluir la dureza creciente de las desigualdades. Así, modernización de la economía cubana, tendrán que estar acompañados de una constante acción moral e intelectual de la sociedad. Todas las necesidades que plantea la reinserción mercantil no tienen que ser apologetizadas como virtudes en sí mismas. Tampoco rechazadas a nombre de una eticidad abstracta,31 sino, para decirlo de alguna manera, «domesticadas», reguladas por el Estado y la sociedad en su conjunto. La lógica del mercado presenta no pocos obstáculos a la teoría emancipatoria: asumirla presupone encontrar los modos idóneos de encauzar la voluntad humana, social, que delimite su entorno, para que la equidad posible, la justicia y la convivencia humana no se devalúen como supuestas «expectativas irracionales». Como la experiencia confirma, hasta el presente esos modos existen más como estructura propositiva, como deseabilidad, que como realidad latente. En consecuencia, la reforma económica comporta una significativa dimensión ideológica (no una ideologización impostada, externa, que marche a contrapelo de la vida), la cual tiene que ser estimada y consensuada de manera diáfana a escala de toda la sociedad, por cuanto atañe a sus intereses más cardinales. La pluralidad de intereses y aspiraciones genera actitudes y valoraciones diversas en este proceso. Ello manifiesta la necesidad de avanzar en la creación de sucesivos consensos, lo que no excluye la presencia puntual de la coerción estatal, allí donde peligren los intereses generales de la sociedad representados en el Estado. La redefinición ideológica a que aludimos difiere de la que se parapeta tras la teoría económica técnica, en las reformas del neoliberalismo. Adam Przeworski y Michael Vallerstein anotan que, desde los años 70, la ofensiva conservadora se encubre con la presunta infalibilidad de las teorías técnicas: es más atractivo hablar de la diversidad que del mercado, del poliformismo cultural que de la competencia individual, del deseo que de la maximización de ganancias, del juego que del conflicto, de la creatividad personal que del uso privado del excedente económico, de la comunicación e interacción universales que de las estrategias de las empresas transnacionales para promover sus productos y sus servicios. 34 Urge, en consecuencia, desmitificar la ideología de la mundialización-modernización que encubre los dictados de la división internacional del trabajo. Mas no desde una mística de lo alternativo como desconexión y accidente del proceso social. La búsqueda de presuntos «islotes» desprendidos del continente de la propiedad privada, solo muestra la incapacidad para enfrentar el verdadero problema de cómo, con qué y mediante cuáles vías y formas podrá ser superado realmente el tipo de proceso civilizatorio que rectorea el capital. Ya Marx, al criticar el utopismo comunista, objetaba la búsqueda febril de una prueba histórica —una prueba en el reino de lo existente— entre fenómenos históricos dispersos opuestos a la propiedad privada, desglosando fases aisladas del proceso histórico y concentrando la atención en ellos como prueba de su linaje histórico. 35 Samir Amin coloca el problema en los siguientes términos: Si bien el mundo no puede ser administrado como un «mercado mundial», el hecho que la mundialización representa tampoco puede ser rechazado o negado. Nunca es posible «remontar hacia atrás» el curso de la historia. Volver a los modelos de expansión de la posguerra implicaría insostenibles regresiones económicas y de otro tipo. Por eso las ideologías de retorno al pasado que niegan el carácter irreversible de la evolución recorrida, están llamadas necesariamente a funcionar como fascismos, es decir a someterse de hecho a las exigencias de las nuevas condiciones impuestas por la mundialización al tiempo que pretenden liberarse de ellas. Están fundadas sobre el El «monetarismo», «la nouvelle économie», y las «expectativas racionales» son propuestos como razones científicas de por qué todos estarían mejor si el Estado se retira de la economía y si deja que los capitalistas acumulen sin consideraciones de distribución.32 Se ha creado la «utopía del realismo», que presenta dicha variante de mundialización del mercado como «el 109 Gilberto Valdés Gutiérrez Repensar la estrategia de orden cubana en función del despliegue ininterrumpido de su capacidad democrática, alternativa tanto a los esquemas de la democracia liberal, como al tipo de estatalidad conformada en el socialismo histórico [...] impone no solo el perfeccionamiento de la representación y la participación, sino la búsqueda de nuevas formas de representar e interesar como vía para la renovación progresiva del consenso, en correspondencia con la pluralidad del sujeto que sustenta la opción patriótica y socialista. engaño y la mentira, y por eso solamente pueden funcionar mediante la negación de la democracia. 36 Señalamos a inicios de este trabajo la inconveniencia de reflexionar a posteriori sobre los cambios económicos acaecidos en Cuba. El déficit teórico sobre las alternativas reales a elegir crea condiciones para que, en el mejor de los casos, la práctica coyuntural sea interpretada por algunos como nueva teoría general. Es preciso entender que no se producirá una «hora cero» que marque la vuelta a formas organizacionales de conducción de la economía y la sociedad que, más allá de la impronta de la coyuntura epocal, han mostrado su inoperancia como principios superadores del capitalismo. La misma lógica puede extenderse al curso de lo que denominamos estrategia de orden cubana, entendida como modalidad y dinámica político-institucional de la sociedad, abocada hoy a la creación de un nuevo consenso, como imperativo de las transformaciones económicas ocurridas. En este tema, la parálisis del pensamiento creativo no es, sin embargo, fruto exclusivo de una propensión dogmático-idealizadora, sino de la aceptación tácita, por parte de los ideólogos liberales, de que no existen alternativas democráticas que puedan trascender el formalismo representativo del Estado capitalista. A esta hipótesis se unen los supuestos dictados de la geopolítica y el dogmatismo de nuevo cuño, que considera a la democracia liberal único paradigma «técnico» de democratización. Una de las formas más eficaces de enfrentar ese reduccionismo radica en el constante esfuerzo por repensar la estrategia de orden cubana en función del despliegue ininterrumpido de su capacidad democrática, alternativa tanto a los esquemas de la democracia liberal, como al tipo de estatalidad conformada en el socialismo histórico. En lo sucesivo se impone no solo el perfeccionamiento de la representación y la participación, sino la búsqueda de nuevas formas de representar e interesar, como vía para la renovación progresiva del consenso, en correspondencia con la pluralidad del sujeto que sustenta la opción patriótica y socialista. La sociedad cubana asume retos aún no valorados en toda su dimensión. La crisis ha puesto en evidencia sus nuevas oportunidades históricas. Dos hechos, entrelazados, lo confirman: la viabilidad de la nueva opción económica diseñada y ejecutada en los 90 y la voluntad manifiesta de una reconstrucción socialista de la política, la cual supone, en primer lugar, el fortalecimiento de las instituciones surgidas de la propia experiencia revolucionaria, ajustadas a las sustantivas modificaciones que corresponden a una complejización de la sociedad que las generó.37 La efectiva socialización del poder deviene así el marco más sólido y permanente desde el cual puedan ser fijados los límites sociales y ecológicos del mercado en el futuro inmediato. Esta experiencia transita en medio de «distorsionadores» externos que limitan y entorpecen su despliegue a ritmos más acelerados; no solo aquellos que están asociados a la globalización económica y que frenan la dinámica de los procesos anticapitalistas locales, sino —en primer lugar— la política agresiva y el bloqueo de los Estados Unidos al país. Frente a estos dictados hegemónicos y manipuladores no existe mejor antídoto que continuar abriendo cauce a la sociedad civil popular, a su protagonismo efectivo. Ello supone no dar por inamovible el sistema instituido de valores políticos que regulan la socialidad existente, salvo aquellos contenidos que definen las conquistas históricas nacional-populares, y que se enfrentan a las estrategias de orden regresivas. El reto mayor, en una perspectiva de avance hacia el socialismo, es la activación del libre movimiento de la sociedad, la sostenida devolución al organismo social de todas las fuerzas absorbidas históricamente por el Estado. Mas este no es un acto contractual, ni comporta un antiestatismo pedestre: es un proceso derivado de la constante socialización de la actividad humana en todas las esferas, de la cotidianidad de la política. El Estadonación continuará, durante un tiempo histórico imposible de predecir, cumpliendo funciones intransferibles, mientras impere la mundialización hegemonizada por el capital y no accedamos a un nuevo internacionalismo de los pueblos. Plantearse ese proceso desde las potencialidades de una alternativa anti-sistema como la de Cuba, obliga a resolver simultáneamente contradicciones que les son impuestas al Estado y al pueblo cubanos desde el exterior y, en 110 La alternativa socialista: reforma y estrategia de orden primer orden, aquellas que amenazan directamente la seguridad nacional. Una vez que la política antediluviana de los Estados Unidos sea derrotada, los desafíos de la Revolución cubana se harán más transparentes en relación con las tendencias transnacionales dispuestas a absorber las resistencias locales a sus dictados. La magnitud de la crisis mundial y la naturaleza del nuevo capitalismo muestran con toda fuerza que las soluciones serán cada vez más globales, pero mediante la articulación de todos los sujetos interesados en afirmar un nuevo modelo de bienestar, en cuyo centro no esté el consumo impositivo y depredador, sino la convivencia desenajenada del hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza. Un solo paradigma de modernización avanza sobre América Latina. Sus fundamentos se distancian de la modernidad liberadora: asumen la servidumbre «posmoderna». Emerge, con desnudez, el modelo real que pretende ser «exportado»: sometimiento a las normas de las instituciones económicas transnacionales, que buscan a toda costa elevar la tasa de beneficio para superar la fase recesiva en curso del capitalismo, privatización de la política, sacralización del dinero, desintegración social, democracia elitista, ciudadanía de baja intensidad, apatía y clientelismo de subsistencia en los eventos eleccionarios. ¿Acaso no son estas, razones suficientes para que los cubanos se empecinen en la búsqueda de una otredad dignificadora del ser humano? del individualismo competitivo. Sin embargo, la propaganda se encarga cínicamente de presentar este estado de cosas como efecto «transitorio» de la modernización y el ajuste. 4. A fines de 1993 dos investigadores de las transformaciones institucionales asociadas a la apertura económica cubana apuntaban que «resulta contrastante la creatividad e imaginación desplegadas en el terreno práctico por los formuladores y ejecutores de la política económica actual, con la ausencia de trabajos teóricos sobre el tema por parte de académicos e investigadores del país» (Pedro Monreal y Manuel Rúa del Llano, «Apertura y reforma de la economía cubana: las transformaciones institucionales (1990-1993)», Cuadernos de Nuestra América, La Habana, 11(21), enero-junio, 1994: 160.) Numerosos trabajos de economistas cubanos llenan en parte este vacío en los últimos años. No discutido lo suficiente, dado su impacto en medios académicos y públicos, ha sido el libro Cuba, la restructuración de la economía. Una propuesta para el debate (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1995). Sus autores (Julio Carranza Valdés, Luis Gutiérrez Urdaneta y Pedro Monreal González) tienen el mérito, más allá de cualesquiera sean las consideraciones críticas especializadas que requieren estos temas, de haber adelantado un conjunto de estudios y reflexiones sobre el curso de la reforma económica en la Isla, en momentos en que los cambios producidos apenas permiten colocar en el terreno teórico el vertiginoso movimiento de la realidad. 5. Las relaciones entre realidad y teoría estarán siempre marcadas por la conflictividad. La acción política sobre esa realidad y la reflexión teórica poseen sus propias formas y objetivos, aunque converjan en función de intereses comunes. En ocasiones, las tensiones que se dieron entre ambas pusieron de moda la estéril contraposición entre «oficialismo» y «no oficialismo», cuando de lo que se trata es de asumir de manera no vergonzante dos momentos: el compromiso ético que supone la asunción de los intereses nacionales y la indagación seria, profunda y audaz de las contradicciones reales. Ninguna coyuntura puede ser esgrimida para inhibir ese segundo momento de creación «conflictiva». Ninguna pasión intelectual es tal si le es ajena la eticidad en su ejercicio estimativo. No existen ciencias sociales al margen de los intereses humanos. La politización vulgar de los debates ideológicos y la pretendida neutralidad axiológica en los estudios sociales son, a su turno, dos actitudes improductivas en las discusiones de esta naturaleza. Noviembre de 1995-marzo de 1996. Notas 1. Este ensayo contextualiza una investigación teórica general culminada recientemente: «La alternativa inconclusa: el socialismo en las redes de la modernidad. [Fondo Instituto de Filosofía.] 6. Ramón Sánchez Noda, Nelson Labrada Fernández y Víctor Figueroa Albelo, ob. cit.: 26. 7. Rafael Hernández, «La otra muerte del dogma», La Gaceta de Cuba, La Habana, (5), septiembre-octubre, 1994: 17. 2. «Los cambios estructurales y funcionales que vienen ocurriendo en Cuba desde 1990, pero más concretamente hacia finales de 1993 —aunque algunos se iniciaron prácticamente en 1988— en distintos campos de la economía nacional son consustanciales a una reforma económica. No importa ahora si ha sido formulado o no un programa integral de los cambios o que muchos de ellos hayan emergido como respuestas pragmáticas frente a la profundización de la crisis económica y a la necesidad de contramedidas tendientes a enfrentarla.» (Ramón Sánchez Noda, Nelson Labrada Fernández y Víctor Figueroa Albelo, El sector mixto en la reforma económica cubana, La Habana: Editorial Félix Varela, 1995: 21.) 8. Carlos Marx, «Carta al director de El Memorial de la Patria», en: Carlos Marx y Federico Engels. Correspondencia, La Habana: Editora Política, 1988: 392. 9. Jaime Osorio, Las dos caras del espejo. Ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana, México: Triana Editores, 1995: 22. 10. Utilizamos el término para designar aquella actitud que confunde la teorización sobre el socialismo con su formalización empobrecida. Durante buena parte de su desarrollo, en el marxismo posterior a Lenin domina una preceptiva que incluye definiciones «congeladas» de socialismo, construidas sobre la base de la yuxtaposición de algunos rasgos empíricos de experiencias particulares. Parafraseando a Marx, lo concreto-sensible fue elevado directamente al plano de lo concretopensado sin depurar lo específico. Lenin, como se sabe, se opuso a esa propensión apriorística cuando lo conminaron a dar una definición lapidaria del socialismo: «no podemos dar una definición del socialismo; cómo será el socialismo cuando alcance sus formas definitivas, no lo sabemos, no podemos decirlo. Decir que la era de la revolución social ha comenzado, que hemos hecho tal y cual cosa y nos proponemos hacer tal otra [...] Pero en cuanto a cómo será el socialismo en su forma definitiva, eso ahora no lo sabemos». (Obras completas, Moscú: Editorial Progreso, 1986: 69-70.) 3. La crítica al igualitarismo puede hacerse desde distintas ópticas. En ocasiones esconde intereses que en modo alguno pueden conformar un consenso para su superación. En la experiencia del socialismo real tras esta crítica se camuflaba la creación de feudos, cuyos poseedores explotaban —en su connotación más general—, por delegación, los derechos del Estado, el excedente y los servicios o parte de ellos. Si bien no existía jurídicamente ni capitalización ni herencia, y era restringido hasta cierto punto el atesoramiento, no ocurría lo mismo con el disfrute. Este disfrute es lo que coloca Marx en primer lugar en las sociedades satrápicas, el cual conduce más tarde o más temprano a sociedades de clase de una forma muy original. La crítica neoliberal del igualitarismo, por otra parte, pretende una justificación «natural» de la pobreza. Resurgen las teorías genéticas sobre la desigualdad, como polarización «necesaria y conveniente», 111 Gilberto Valdés Gutiérrez 11. Véase Nuevos modelos de socialismo, Buenos Aires: Kohen & Asociados Internacional, 1995. 12. Luis Martínez de Velasco, «Socialismo y mercado», Papeles de la FIM, 1, 1993: 125. 13. Ibíd.: 126. 14. Idem. pueblo. Cuando más adelante lo hizo, esto empezó a limitar la libertad de mercado. Mientras mayor se hacía la libertad política, se tornaba menor la libertad económica. Como quiera que sea, la correlación histórica no demuestra que el capitalismo constituya una condición indispensable para la libertad política.» (C.B. Macpherson, «Elegant Tombstones: Note on Friedman’s Freedom», en Democratic Theory. Essays in Retrieval, Oxford: 1973: 148. 28. José Luis Orozco, Sobre el orden liberal del mundo, México: Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 1995: 10. 15. Idem. 16. Luis Martínez de Velasco, ob. cit.: 123. 17. Adam Schaff, ¿Qué ha muerto y qué sigue vivo en el marxismo?, Buenos Aires: Tesis 11 Grupo Editor, 1995: 70-1. 29. Carlos Marx, «La guerra civil en Francia», en Obras completas, Moscú: Editorial Progreso, 1973, t. 2: 237. 30. Haroldo Dilla, «Cuba: ¿cuál es la democracia deseable?», en La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos, La Habana: Ediciones CEA, 1995: 185. 18. Ibíd.: 73. 19. Ibíd.: 72-3. 20. Jaime Osorio, «Neoliberalismo y globalización: notas para una demarcación de fronteras», [ponencia], Taller «Alternativas de izquierda al neoliberalismo». La Habana, 12-14 de febrero de 1996:19. 21. Carlos Mendoza, Los límites teóricos del capitalismo y la sociedad autogestionaria, Buenos Aires: Cuadernos de Tesis 11 Grupo Editor, 1994: 35-6. 31. Véase José Ramón Fabelo Corso, «Valores y juventud en la Cuba de los noventa», Intervención en la Audiencia Pública sobre Formación de valores en las nuevas generaciones, de la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Asamblea Nacional del Poder Popular, La Habana, 24 de abril de 1995. 32. Adam Przeworsky y Michael Vallerstein, «Qué está en juego en las actuales controversias en macroeconomía», en Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea, México: Siglo XXI Editores, 1986: 41. 33. Eduardo Piazza, ob. cit.: 6. 22. V.I. Lenin, «Discurso acerca de la actitud hacia el Gobierno Provisional», en Obras escogidas, Moscú: Editorial Progreso, 1975, t. 2: 169. 34. Citado por José Rivero H., Educación de adultos en América Latina. Desafíos de la equidad y la modernización, Lima: Tareas, 1993: 112. 23. V.I. Lenin, «VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia», Obras escogidas, ed. cit.; t. 2: 634. 35. Carlos Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1977: 107-8. 24. Carlos M. Vilas, «Estado y mercado después de la crisis», Nueva Sociedad, Caracas, 133, septiembre-octubre, 1994: 134. 36. Samir Amin, «El desafío de la mundialización», Actual Marx, Montevideo, Ediciones de la Casa Bertold Brecht, 1995: 16. 25. Eduardo Piazza, «Razón, voluntad, Dios. Sobre ciertos dilemas de la ilustración» [ponencia], V Simposio sobre Pensamiento Filosófico Latinoamericano, Universidad Central de Las Villas, enero, 1996: 7-8. 37. Véase Miguel Limia David, «Modo de participación y reestructuración en Cuba», noviembre de 1995. [Fondo Instituto de Filosofía]. 26. Sergio Bagú, «América Latina: esbozo de defensa de lo sustancial», Dialéctica, México, (22), primavera de 1992: 27-8. 27. «El Estado liberal, que a mediados del siglo XIX estableció en Inglaterra las libertades políticas indispensables para el desarrollo del capitalismo, no era democrático: no hacía extensible la libertad política a la masa del © 112 , 1996. Abel E. Prieto no. 6: 114-121, abril-junio, 1996. Lo cubano en la poesía: relectura en los 90 Abel E. Prieto Escritor. Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). «Este mismo Curso alcanzará su mayor fecundidad cuando pueda ser visto desde una perspectiva que ahora nos resulta inimaginable, y en la cual su testimonio tendrá un valor desconocido para nosotros.» Cintio Vitier, diciembre de 1957 S e ha hablado muchas veces, y con sobradas razones, del papel que en la gestación del grupo Orígenes tuvo el asfixiante clima político, moral y cultural de la república frustrada. Se ha mencionado específicamente el impacto de la fracasada revolución antimachadista, y también, aunque con menos frecuencia, el auge de la penetración cultural norteamericana en la Isla y la consiguiente erosión en los hábitos, costumbres, valores, y en los principios mismos de la nación, y la «resistencia» que opuso Orígenes a estos procesos. Me gustaría subrayar en este trabajo dos componentes en la percepción origenista de la condición neocolonial de Cuba: la superficialidad, propia de la teatralización de la independencia en un país que ha seguido siendo colonia, y la carencia de finalidad, como expresión de la subordinación y frustración nacionales y del culto a lo Texto presentado en el Coloquio Internacional por el 50 Aniversario de Orígenes (1994). exterior. Quiero llamar la atención, además, sobre las formas peculiares de rechazo que acompañan a esta percepción, centradas en el esencialismo y la teleología insular. Orígenes emprende, a partir de nuevos presupuestos, una tarea presente siempre, y siempre inconclusa entre nosotros: la definición de lo cubano. En muchas aproximaciones origenistas al conocimiento de la cubanidad, aparece como trasfondo, de un modo u otro, de manera más o menos consciente, la visión de una república ficticia, de una neocolonia apenas enmascarada con himno, bandera, Capitolio y políticos propios. Y esta visión, con todas sus consecuencias, marca las indagaciones del grupo sobre lo cubano, e influye en algunos de los principios básicos de la estética de Lezama y de sus seguidores. No voy a detenerme en la diversidad de enfoques y personalidades creadoras que confluyeron en Orígenes, y que implica, necesariamente, matices, y hasta divergencias, en la aprehensión de la cubanidad y en los modos de expresarla. Por encima de las diferencias individuales, se advierte en el grupo una innegable coherencia en sus empeños por captar nuestro ser nacional. Si alguna investigación futura logra separar dos «líneas» en esta búsqueda, y —como es de presumir— 114 Lo cubano en la poesía: relectura en los 90. Lo cubano en la poesía condena la búsqueda de la cubanidad «externa», y promueve, realza y dignifica, programáticamente, todo empeño por alcanzar la cubanidad «esencial». coloca a Lezama y a Piñera al frente de las mismas, digamos desde ahora que me refiero aquí a la «línea» central, a la del origenismo «ortodoxo», que va desde las preguntas sobre la personalidad insular del Coloquio con Juan Ramón Jiménez hasta el esfuerzo más abarcador de Orígenes por caracterizar la cubanidad: las conferencias que ofreció Cintio Vitier en el Lyceum de La Habana, entre octubre y diciembre de 1957, publicadas bajo el título de Lo cubano en la poesía. Dos Durante muchos años sostuve una relación ambivalente con Lo cubano en la poesía. Lo leí ávidamente cuando estudiaba en la universidad, y marqué sus páginas con interés y pasión, y hasta con cierto afán polémico. Algunas categorías propuestas por Cintio Vitier sirvieron de blanco a la ingenua ironía que mi generación ensayaba por aquellos tiempos, e hice chistes sobre «lo frío» y «lo otro», mientras trataba, en la intimidad, de ajustar las proposiciones de aquel libro extraño, ambicioso, desbordante, a la imagen de lo cubano que había ido haciéndome para uso personal. Luego vinieron, inevitablemente, otras objeciones: Lo cubano en la poesía no era solo una mirada desde Orígenes a nuestro patrimonio poético; también era una mirada hacia Orígenes. Se trataba de un enfoque francamente tendencioso, impúdicamente tendencioso, y eso resultaba irritante, casi escandaloso, en el eufemístico mundo literario al que debía integrarme. En el libro, además, era fácil topar con la sombra de varias polémicas, solo aproximadamente literarias: la discusión con la crítica de orientación marxista, en defensa de Orígenes, y de antecesores de «la batalla en otro terreno», como Casal, frente a las acusaciones concernientes al «escapismo», la «evasión», etcétera; también con Mañach, como continuación indirecta de la polémica Mañach-Lezama de 1949, en una tajante reafirmación de la superioridad de Orígenes sobre Revista de Avance; con Virgilio Piñera y el grupo secesionista, con los que, al separarse del origenismo «ortodoxo», perdieron la orientación utópica y se quedaron con la «nada», el «vacío» y el «absurdo existencialista». Y esta última se desliza, en más de un momento, hasta las contradicciones entre Juan Ramón Jiménez y algunos de los principales poetas de la generación del ’27. En el capítulo dedicado a Lezama, se nos advierte que el gran poeta y fundador ha creado en torno suyo «una misteriosa familia de amigos, con su inevitable franja de enemigos sucesivos y relevados, que lo han hecho el centro de la vida poética cubana en los últimos veinte años». 1 Y Lo cubano en la poesía, sin desatender sus propósitos estratégicos —que analizaremos después en detalle—, va dando respuesta a los disímiles detractores de Lezama y del Orígenes «depurado» de 1957. Como veremos, las intuiciones principales que se envían en este libro, con plena conciencia, hacia el futuro, alcanzan hoy una vigencia particular. Naturalmente, Lo cubano en la poesía se atrajo, desde su publicación, los odios de aquella «franja de enemigos», que se enriqueció con nuevos y entusiastas adeptos a partir de 1959. Como ha pasado entre nosotros con Lezama y con todo Orígenes, su recepción ha sido perturbada tanto por pasiones extraliterarias como por aquellas propiamente literarias que está llamado a concitar un libro como este: un libro que no es un manual aguado y conciliador; que es frontal, directo, injusto a veces, y que asume sin ambigüedades el punto de vista de un grupo de poetas para entender el transcurso de la cultura cubana, y de la propia nación, desde el pasado y hacia el porvenir. Lo cubano en la poesía no puede leerse ni juzgarse como una historia de la poesía cubana, ni como crítica literaria, a la que siempre se reclama «objetividad» y «equilibrio». Debe leerse —siguiendo la sugerencia de su autor— como un poema; pero también como un programa, como un extenso y dramático manifiesto, que va mucho más allá que los sintéticos «editoriales» de la revista Orígenes. En esta mi relectura de hoy, han perdido interés las viejas objeciones. Ya no tendría sentido discutir si es o no un libro tendencioso; porque un manifiesto o un programa son tendenciosos por definición. Lo cubano en la poesía se escribe «en un rapto» (p. 9) cuando la revista Orígenes acaba de extinguirse, después de doce años de siembra y fundación. Batista, el hombre fuerte de los yanquis, se dedica a reprimir con «el grosero manotazo de la tiranía» a «la juventud exasperada» (p. 578), que en las montañas y ciudades del país parece destinada a un nuevo ciclo de sacrificio sin futuro. La nación recibe por todos sus poros «la más sutilmente corruptora influencia que haya sufrido jamás el mundo occidental» (p. 584): es «la desintegración invasora» (p. 343) que nos viene del Norte, que pretende rematar culturalmente la dependencia económica y política de su neocolonia. El «imposible» se alza, con más fuerza que nunca, entre los cubanos y los ideales de Martí. Tales son las circunstancias en que Cintio Vitier elabora este manifiesto, que más que prólogo de un movimiento —como la mayoría de los manifiestos— lleva en sí el dramatismo y la urgencia de un epílogo que se resiste a su condición. 115 Abel E. Prieto El valiosísimo aporte de este libro en defensa de la cultura cubana, y de la nación, sale a flote con una relectura —al margen de las polémicas más o menos pequeñas— que centre su atención en la polémica decisiva: la que enfrenta a Cuba con su enemigo histórico y con el status neocolonial. Tres Lo cubano en la poesía incluye un crudo panorama de la República dependiente. Sus signos son la frustración, la «nada», la «ausencia de finalidad»; esa «intemperie» donde no hay valores ni ideales colectivos, y el individuo está solo, sin fe, sin protección alguna. En esa República desmedrada, Cintio Vitier contempla la decadencia de los símbolos y de los sentimientos independentistas: Al lograrse la independencia, tan mediatizada por la tutela política y sobre todo económica de los Estados Unidos; al iniciarse la rutina de los cambiazos y los alzamientos; al comenzar la corrupción administrativa y el descreimiento civil, el fondo intrascendente, incrédulo y burlón del cubano, aflora a la superficie. Ya no hay un ideal histórico definido que lo imante; ya no hay un Martí que lo domine y encienda. [...] La patria, la bandera y el himno rápidamente degeneran en vacío decorado. A la Revolución suceden los Partidos; a la diana pura y vibrante en el amanecer del campamento, la charanga bullanguera despertando los instintos inferiores. (p. 341) Verifica además, en «las cosas» descritas por cierta poesía social, «una existencia fáctica, periodística», sin «misterio», y es que «la realidad misma parece estar en ese plano, y nada más»: Los ideales que engendra esa realidad, de puro limitados y consabidos, se vuelven tópicos. La poesía tiene que ser prosaica o retórica. La facticidad de la República está revelando ya su terrible fondo de hedonismo e intrascendencia. (p. 355) Con los ideales martianos, la República perdió también toda noción de futuridad: Casal, precursor de los «frustrados» republicanos, «nos produce el efecto de que ya sabe que pertenece a un pueblo sin destino» (p. 310). La condición neocolonial significa también, para Cuba, «la volatilización del destino»: es decir, «pavorosa nada», «causalismo, facticidad, banalidad, absurdo» (p. 462). Este aspecto de la condición neocolonial fue observado y sufrido de manera muy particular por los más lúcidos creadores de Orígenes, y ocupa un lugar principalísimo en las reflexiones que animan Lo cubano en la poesía. Se trata de una realidad «fáctica», que comprende solo la superficie de los «hechos» y no va más allá. Es descrita también como «una realidad desustanciada» (p. 481), evaluación que debe relacionarse con la influencia norteamericana, que equivale a «desustanciación» y «desintegración»: «lo propio del ingenuo american way of life es desustanciar desde la raíz los valores y esencias de todo lo que toca» (p. 584). Los «hechos», por otra parte, o aparecen articulados en una conexión primaria («causalismo»), o se presentan en una imagen donde «todo» se ve «esencialmente desunido, inconexo» (p. 530). Su «facticidad» solo puede engendrar el «prosaísmo» —también de «hechos», de superficies—, la «retórica» —lo vacío, artificioso y falso— y los «tópicos» consiguientes. Esa realidad factual, de fórmulas huecas, tópicos y retóricas, de puros «hechos» y prosaísmo, se corresponde con el «vacío decorado» que componen los símbolos patrios. Tanto la «facticidad» como el vaciado de los símbolos, dos caras de la misma moneda, dejan espacio libre al «hedonismo», a la «intrascendencia»; a la entrega de la nación por falta de «sentido», de «finalidad», de auténtica «conexión» o articulación entre las cosas. Véanse además las transformaciones que indican el paso de la época heroica a los tiempos republicanos: de «la Revolución» (imán, centro, destino) a «los Partidos» (fragmentos, desconexión, intrascendencia); de «la diana pura y vibrante» a «la charanga bullanguera». Hablará también del «caos de la política superficial» (p. 583), en oposición a una política «profunda» que permanece innominada. Cintio Vitier descubre esta contradicción entre lo exterior y lo esencial y real, a escala de la psicología del cubano: «Nuestro sol brilla implacable, el cubano es ruidoso y alegre, pero un fondo de indiferencia, de intrascendencia, de nada vital, se va apoderando de su vida» (p. 309). Ese mundo «exterior» es caracterizado, sobre todo, con rasgos sensoriales muy marcados (sonidos y colores vivos), mientras que en el mundo «interior» se destacan rasgos éticos y teleológicos. La teatralización de la independencia, con su exaltación de las superficies, pretende ocultar la subordinación neocolonial y la carencia de finalidad. La colonia primero, y la condición neocolonial después, han creado una relación muy singular entre el cubano y su identidad nacional, sometida en su plenitud a dolorosas y sucesivas postergaciones. El cubano padece así un doble destierro: el teológico de la especie, y el de la «criatura [...] que se proyecta a sí misma como lejanía, quizás como interminable aplazamiento de su propio ser» (pp. 222-3). La cubanidad «nos da la imagen de una existencia que no puede alcanzar su propio centro, que está separada de sí misma por una sutil distancia insalvable» (p. 576). Cuatro La cubanidad «externa», temática, superficial, que tiene sus expresiones más evidentes en el siboneísmo y en la poesía negrista, se distingue en este libro de la cubanidad «esencial», «secreta», «oculta», que es tocada una y otra vez por nuestros mejores poetas. Lo cubano en la poesía condena la búsqueda de la cubanidad «externa», y promueve, realza y dignifica, programáticamente, todo empeño por alcanzar la cubanidad «esencial». La cubanidad «externa» se vincula indirectamente con el «decorado» republicano de la neocolonia, y en sus 116 Lo cubano en la poesía: relectura en los 90. extremos, de manera directa, con un «autoexotismo» en el que se asume la mirada del colonizador y el disfraz que esa mirada exige. En las corrientes indigenistas o nativistas, está presente la caricatura europea del «hombre natural». Cierta «mulatez» o «afrocubanía» de Ballagas «nos resulta tan exótica (el ojo europeo superpuesto al insular) como algunas evocaciones del siboneísmo» (p. 418). En La isla en peso, de Virgilio Piñera, descubre «la vieja mirada del autoexotismo, regresiva siempre en nuestra poesía» (p. 480). Siboneísmo y negrismo fueron modas condenadas a vida efímera por su misma concepción epidérmica. La cubanidad «externa» aparece relacionada con lo «fáctico» en Francisco Pobeda (p. 138), en tanto resulta «puramente nominal y temática» en «los débiles romances de Del Monte» (p. 149). La presencia del tema no significa nada al juzgar la captación de lo cubano: por el contrario, más bien estorba el acercamiento a la cubanidad «esencial». Cualquier concesión al tipicismo tiene para Cintio Vitier consecuencias negativas: en el Cucalambé «asaltantes y pintorescos cunden los símiles implacablemente nativistas» (p. 172); en el propio Feijóo «los juegos campesinos» vienen con «su inevitable sombra de tipicismo acechante» (p. 538). El «tropicalismo convencional y lánguido» (p. 392), «empequeñecedor», es condenado en todas sus versiones: carece de «verdadera fragancia» y «necesidad íntima» (p. 320); tiene una retórica «sin jugo», «falsa», «hueca», donde lo cubano es «mero espectáculo» (p. 322). El problema del tipicismo había sido planteado desde el Cucalambé, «que es el de todo lo demasiado explícito, exterior y pintoresco en poesía»: «O bien deriva hacia la falsedad, o bien permanece en la superficie» (p. 177). Es decir: por un lado, el artificio de «la patria, la bandera y el himno», a los que se unen los indios de papier maché, las lánguidas hamacas y los motivos frutales, para completar el «vacío decorado» de una cubanidad y una independencia que son pura ficción; por otro, la maldición de lo «fáctico», la incapacidad para buscar en lo hondo, los «hechos» y nunca lo esencial. No es, por supuesto, una verdadera bifurcación: entre lo «fáctico» y lo falso, entre conformarse con la superficie de las realidades y aceptar como legítimo el «vacío decorado», no hay más que un paso mínimo, que se da muy a menudo; del mismo modo que es fácil deslizarse del tipicismo al autoexotismo. Cinco Es a la luz de los peligros estéticos, cognoscitivos, y también políticos, de buscar la cubanidad externa; de los enormes riesgos culturales que entraña conformarse con esa instancia epidérmica —e inevitablemente falsa— de la cubanidad, como debe entenderse la defensa radical de los métodos y hallazgos «esencialistas» en Lo cubano en la poesía, y —¿por qué no?— en todo Orígenes. Los esfuerzos orientados hacia la cubanidad exterior o temática, ignoran, de entrada, un obstáculo básico: la condición misma del objeto que pretenden captar. No hay una esencia inmóvil y preestablecida, nombrada lo cubano, que podamos definir con independencia de sus manifestaciones sucesivas y generalmente problemáticas, para después decir: aquí está, aquí no está. Nuestra aventura consiste en ir al descubrimiento de algo que sospechamos, pero cuya identidad desconocemos. Algo, además, que no tiene una entidad fija, sino que ha sufrido un desarrollo y que es inseparable de sus diversas manifestaciones históricas (p. 18). El propósito del libro, no es, pues, «sacar conclusiones absolutas», ni decir «lo cubano es esto y aquello». Lo más que puede lograrse con respecto a ese «algo», que tiene «la calidad evasiva de un imponderable», es «que seamos capaces de sentirlo o presentirlo»; que cobremos «conciencia de su magia, de su azar y su deseo», y también —«tal vez»— de «su destino» (p. 20). La propia «isla», incluso, participa en cierto modo de esa «furtividad del ser que es un reintegrarse oculto a la orilla más lejana» (p. 522). «Tampoco la isla cuaja ni se asienta en una sustancia» (p. 523): «sus esencias escapan a todo amurallamiento, a toda forma cerrada, a todo centro posesor» (p. 579). Lo cubano, y hasta la «isla», se convierten en parientes cercanos de aquella «sustancia poética» perseguida sin tregua por Lezama («Ah, que tú escapes...»): una «sustancia» que «no está en las voces del mundo aparencial [...] ni tampoco en sus configuraciones intelectuales»; sino «en ese discurso que no se estanca como linfa de la forma sino que se restituye incesante al misterio» (p. 446). Y así, del mismo modo que el cubano contempla su identidad plena desde «la otra orilla», como un desterrado de su propio ser nacional, el poeta intercambia miradas con la «sustancia poética», a través de «la distancia mágica, intraspasable [...] dolorosa», que los separa (p. 443). No solo en Lezama, también en los demás origenistas, y en sus antecesores, hay un anhelo de «esencias» inatrapables, donde se nos escurre la «sustancia poética», y con ella la cubanidad que vale, la «esencial»: «No es esto, no es esto —parecen decir algunos de nuestros poetas— es aquello que late detrás, o más allá [...]» (p. 312). Cuando evalúa la tradición romántica cubana, Cintio Vitier resalta las «visiones hondas de una cubanidad concentrada, entrañable», el «tuétano» de lo cubano (pp. 126-7), «el proceso de interiorización del tono», las «esencias criollas y cubanas», la «lírica purísima del alma, de la intimidad» (p. 183), las «fibras ocultas» (p. 127), «el otro plano más oculto» (p. 197), «la mayor hondura, irradiación y pureza» en la captación de la cubanidad (p. 207), los «adentros de la sensibilidad, la magia y el aire» (p. 130); frente a lo temático y «resonante», «el tono de lo convencional y pintoresco» y «los elementos visibles de la isla» (p. 207). El adjetivo «secreto» es quizás el más empleado en el libro —con lo «oculto» y «escondido»— y siempre como una especie de sello de distinción frente a lo externo, retórico y evidente. Heredia muestra, «por debajo del consabido tono altisonante, un acento más personal y secreto» (p. 80). 117 Abel E. Prieto En las descripciones de «el alba y la tarde» de José Jacinto Milanés, prefiere las elaboradas «con desnuda magia de luz y aire, inconfundiblemente cubanas [...], centradas en nuestra pupila para fina gloria y goce secreto» (p. 110). Frente a la «cubanización explícita», apunta «la otra línea más secreta y silenciosa de cubanización implícita de la mirada y el sentimiento» (p. 183). Así, en los Versos sencillos, de José Martí, encuentra «otros rasgos de cubanidad más secreta» (p. 258); en los pocos momentos «recordables» de René López, «genuina y secreta sensibilidad insular» (p. 327); en Eliseo Diego, «el secreto de lo cubano y de la infancia» (p. 512); en Mariano Brull, «las claves de su cubanía o criolledad secreta» (p. 388). «El arco invisible de Viñales», de Lezama, desdeña cualquier «reacción inmediata, descriptiva o subjetiva ante el paisaje», «liberándose de la inercia de la primera realidad para entrar en otra danza de enmascarados» (pp. 450-1). La imaginación de Lezama explora «las posibilidades escondidas», y desecha las «configuraciones sensibles y fácticas» del paisaje (p. 452). Lo «oculto» y «secreto» son, pues, respuestas a lo «fáctico», un rasgo clave de la cubanidad exterior y uno de los pilares en la definición de la República. El sistema de Lezama, por otra parte, con la imagen como centro, resulta la única alternativa perdurable que tienen los hechos históricos, culturales, y la realidad, y la propia vida: si no encarnan en imagen, se disuelven, tan pronto se agote «su escasísimo tiempo de vigencia causalista y factual» (p. 463). La imagen y la teleología lezamianas, y todo un sistema que salva a la cultura de «sus fríos encadenamientos aparentes, de su cerrazón de hecho consumado» (p. 463), hacen frente a la maldición republicana de lo «fáctico» o «factual», y a la falsa «continuidad» o el falso destino que significa el «causalismo». Seis Cuando Cintio Vitier opone, como vimos, «la diana pura y vibrante en el amanecer del campamento», a «la charanga bullanguera» que despierta «los instintos inferiores», carga de sentido y eticidad al sonido de la diana revolucionaria, para diferenciarla del ruido sensual, primitivo, intrascendente, sin destino, de la República. La diana es «pura», por supuesto, porque se vincula a un ideal y no a turbios intereses; porque es «limpia» en el sentido ético del término, sin «mezclas» espurias en su orientación. A escala de la poesía, Cintio Vitier verifica la decadencia ya anotada con respecto al país: «Durante un siglo [el XIX] la poesía cubana, espejo de lo mejor de su pueblo, vivió idealmente disparada al futuro» (p. 341); luego, en la República, aparece un «veneno», que «empieza a corroer el alma de nuestros poetas»: «la ausencia de finalidad, el descaecimiento de las fuerzas teleológicas de la nación» (p. 340). La «diana pura» es la música propia de aquella futuridad, así como la «charanga bullanguera» debe acompañar al vivir-en-el-presente de la República. Tengamos en cuenta, además, que el advenimiento de la «lírica purísima» de Zenea y Luisa Pérez está indisolublemente acompañado de un «proceso de interiorización del tono», del hallazgo de «esencias criollas y cubanas» y del abandono de las trampas exterioristas. El camino de la cubanidad externa lleva a «mezclas» que empobrecen los resultados poéticos y cognoscitivos, y limitan —por supuesto— la auténtica captación de lo cubano. Una de las razones del fracaso del movimiento siboneísta fue «la naturaleza híbrida de una visión que quería ser a la vez poética y política» (p. 161). La Revista de Avance no logra combatir eficazmente «la ausencia de finalidad en que se hundían el país y las letras» (p. 371), «porque su raíz no era poética, creadora, sino [...] sociológica y política» (p. 372). Las fórmulas «híbridas» y exterioristas —a diferencia de las «puras» y «esencialistas»— están incapacitadas para acceder a zonas ocultas de lo cubano y a toda posibilidad teleológica. En su recorrido por la obra de Nicolás Guillén, confiesa su prisa por llegar a El son entero para detenerse en «textos más puros y absolutos» (p. 426) y saludar finalmente al «son más puro que ha escrito Guillén, la joya de su poesía», con «categoría de tono popular, desnudo, eterno», «el son espiritual más cubano y universal de Guillén» (pp. 428-9). Y presenta, «completo y desprendido, el delicado mecanismo del son», como fin de un proceso en que ha ido «independizándose» de todo tipo de «empleo ancilar»: «son ingrávido», obra personal y «del pueblo eterno, sin razas» (pp. 429-30). Con respecto al propio Curso que da lugar a Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier explicita su apego a un «punto de vista estrictamente poético», que no sea contaminado por «la psicología» o «la sociología», que considera los «dos principales enemigos» (p. 570): «su intromisión en las perspectivas de mi trabajo, hubiera producido un resultado híbrido, confuso y de escasísima legalidad» (p. 571). Y añade: Postulado así el conocimiento rigurosamente poético de lo cubano a que aspiro, no quisiera, por otra parte, que se interpretara mi trabajo en función de prédica nacionalista. Nada más alejado de mi intención ni de mis convicciones. Para mí la poesía no tendrá nunca otra justificación que ella misma, ni otras leyes que las que provengan de su absoluta o relativa libertad. (p. 571) Inmediatamente después de esta lapidaria declaración «purista», afirma que la búsqueda, en Orígenes, de «nuestras esencias insulares» es «necesidad profunda de conocer nuestra alma, cuando parece que sus mejores esencias se prostituyen y evaporan» (p. 572); del mismo modo que Lo cubano en la poesía quiere contribuir «al rescate de nuestra dignidad» (p. 13). Ante la sensación republicana de «vacío», de «estupor ontológico», «volvemos los ojos al testimonio poético, donde ese mismo vacío puede adquirir sentido como síntoma del ser o del destino» (p. 573). Todos estos propósitos 118 Lo cubano en la poesía: relectura en los 90. «híbridos» y la propia teleología insular, bastarían para echar por tierra aquel «purismo». Cuando evalúa el sistema poético de Lezama, Cintio Vitier topa con el oxímoron que significa un «purismo» teleológico, y trata de encontrar la solución en una «finalidad» poética omnicomprensiva, que vendría a ser el colmo de lo «híbrido»: «La poesía tiene, sí, una finalidad en sí misma, pero esa finalidad lo abarca todo. La sustancia devoradora [la sustancia poética] es, necesariamente, teleológica» (p. 467). El Martí del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos «es la semilla más dura de nuestra realidad, el tesoro mayor que tenemos» (p. 282). En este Diario se da «el primer contacto del espíritu, en el trance supremo del sacrificio, con nuestra naturaleza y nuestros hombres» (p. 274). Es en sus últimos días cuando «la vocación de entrega» de Martí alcanza su mayor plenitud, y es que «su ser no es consistencia sino dación» (p. 229). ¿Cómo podrá entre nosotros la poesía, la palabra, rehuir los «empleos ancilares» ante ese modelo superior que Cintio Vitier vuelve a alzar para el presente y el futuro? Lo cubano en la poesía es, de principio a fin, una refutación del «purismo» y de la llamada «poesía pura»: la intención misma de caracterizar lo cubano en la obra de nuestros poetas, como contribución «al rescate de nuestra dignidad», la búsqueda de respuestas a la «desintegración» y a la «ausencia de finalidad», el propósito de utilizar la creación poética como método cognoscitivo por excelencia, parten de unas relaciones abiertamente «híbridas» con la poesía y de colocar las «justificaciones» extrapoéticas en los fundamentos del acto creativo y de la lectura. Si desechamos las dos o tres protestas de fe «purista», marcadas por algunas de las polémicas de la época, habría que entender el anhelo de «pureza» en este libro como un rechazo a una poesía ruidosa, «bullanguera», acomodada a las superficies, a los tópicos, a los facilismos, a la propaganda política o seudofolklórica, y como una exaltación de la poesía que va a encontrarse con las esencias de la patria, que hace política «profunda» (mucho más nacional y fecundante que la mera «prédica nacionalista») y contribuye a la «resistencia» de la nación y a la forja sutil, invisible, de un destino para la Isla. Siete Cintio Vitier, en su prólogo a la edición de 1970, afirma, con respecto al último capítulo del libro, que «muchas de sus consideraciones estaban determinadas por un enfrentamiento de la historia y la poesía, y por una toma de partido a favor de esta» (p. 9). Negar a nuestro proceso histórico toda «continuidad profunda» (que solo encontraremos en la poesía y la tradición ética cubanas) y ver en él una «situación recurrente, cíclica», de «tiranía-sacrificio, sacrificio-tiranía» (p. 578), son posiciones brotadas de aquella «grave desconfianza» hacia la historia (p. 10) señalada por el propio autor. Hay al mismo tiempo, en la raíz del libro, una indisimulable angustia a causa de la falta de sentido histórico y de finalidad, y del vivir-en-el-presente, y un punzante anhelo de «otra» historia para Cuba y para los cubanos. Lo cubano en la poesía tiene un lugar de importancia en el empeño origenista de encontrar «continuidad» a través de la creación poética. Con los métodos «esencialistas», la «pureza» en su fecunda versión híbrida, y los hallazgos de cubanidad «secreta», son también valorados muy altamente, en los poetas estudiados, los esfuerzos en pos de la «continuidad», del «sentido histórico» y la «futuridad». Cintio Vitier no revisa nuestro patrimonio poético como un arqueólogo, sino como un buscador de «futuridad»: «También en el pasado hay que poner nuestra esperanza y buscar nuestro futuro». «Así el pasado se vivifica y cobramos conciencia de lo que somos, de lo que podemos ser» (p. 17). Martí se convierte, en este libro, en el ingrediente teleológico por excelencia, en el factor requerido por la cubanidad para adensarse, crecer y orientarse hacia el futuro. En el poema «El café», de Regino Boti, se encuentra «lo cubano», pero «sin Martí: desprovisto ya de trascendencia, de finalidad, de esperanza. Lo cubano en su desolación lúcida, en su puro instante vacío, que va a ser una de las vivencias más hondas de nuestra sensibilidad en la República» (p. 335). Martí aportó, «a nuestra poesía y al ahondamiento de nuestro ser», «el sentido trascendente de la vida» (p. 276); él mismo fue una «resistencia configuradora, esencialmente fundada y fundacional» y, cuando muere, «parece como si nos desganáramos de nuestras propias ilusiones» (p. 577). Martí es dueño de su destino: lo diseña y realiza, desafiando al azar y al «imposible». Se convierte así en un modelo de «otra» cubanidad, de «otra» historia y también de «otra» cultura. Ante el pueblo sin destino, sin gravitación, sin futuro; ante el pueblo separado de su identidad, acogido al «vacío decorado» de símbolos y colorines, viviendo en un mundo inconexo y frustrante, se alza el destino, el «centro», la «otra» historia de Martí. La teleología insular de Lezama y de Orígenes es presentada en este libro como el único empeño fundador que tiene éxito en medio del marasmo republicano. Luego del fracaso de Poveda y Boti, y de la Revista de Avance, Orígenes hace suya la «semilla» martiana y propone «esa especie de fundación de la ciudad desde la palabra» (p. 343), dando sentido a la cultura y al propio transcurrir de la Isla. En una realidad marcada por la «facticidad» y el «causalismo», la poesía ofrece la «futuridad desconocida» (p. 440) que aporta Lezama. Y Lo cubano en la poesía nos propone, incluso, a partir de esta carga teleológica y del «contacto con las fuerzas positivas que laten detrás de nuestros vicios y flaquezas» (p. 582) la entrada de Cuba y de los cubanos en una «continuidad» histórica y cultural diferente: «entonces empezaría nuestra 119 Abel E. Prieto Lo cubano en la poesía tiene un lugar de importancia en el empeño origenista de encontrar «continuidad» a través de la creación poética. Con los métodos «esencialistas», la «pureza» en su fecunda versión híbrida, y los hallazgos de cubanidad «secreta», son también valorados muy altamente, entre los poetas estudiados, los esfuerzos en pos de la «continuidad», del «sentido histórico» y la «futuridad». Historia, de la que solo conocemos ahora la increíble profecía martiana» (p. 583). Del mismo modo que se nos presenta la cubanidad esencial y secreta, opuesta a la cubanidad externa, podemos descubrir también la oposición entre una historia «otra», de fundación y creación, profetizada por Martí, y una seudohistoria que solo articula los «hechos» a través del «causalismo» y no por «sentido» y «destino», una seudohistoria donde se repiten los sacrificados y frustrados, en un ciclo sin salida visible. Esta seudohistoria «fáctica», esta «agitación política sin sentido histórico profundo» (p. 462), es la que nos corresponde por nuestra condición neocolonial: al perder, con la verdadera independencia, el «destino», el país se ha quedado —a manera de historia— con una sucesión de hechos, tan vacíos de sentido como los símbolos patrios, como la misma realidad desustanciada, como la cubanidad de exteriores. Con respecto al «siniestro curso central de la Historia», el que protagonizan las metrópolis, estamos colocados «venturosamente al margen» (p. 582), y esta situación marginal nos va a abrir una nueva posibilidad cultural e histórica. Las claves de esa «otra» Historia, tan ajena a la seudohistoria «fáctica» y «causalista» de la neocolonia como al «siniestro curso central» que transitan las potencias, están en Martí, en la «teleología insular» de Lezama, en la futuridad que hay en los mejores poetas cubanos, y en nuestra capacidad para ver lo esencial y creador de la cubanidad, incluso de aquellas zonas que rechazamos. Solo podremos vencer el «imposible» y alcanzar la plenitud de la nación, si combinamos la energía teleológica de nuestros más poderosos creadores con una aproximación «esencialista» al ser nacional cubano, y con la apropiación desprejuiciada, libre de autoexotismos y de visiones coloniales, de nuestra identidad. Ocho A la realidad neocolonial corresponden, en un nivel, el «vacío decorado» de los símbolos patrios, la cubanidad exterior, la maldición de lo «fáctico», de lo puramente «físico», el «sol implacable», la «charanga bullanguera», la gritería del cubano, y todo cuanto aluda a la superficie, a las apariencias sin sustancia, sin «jugos». En otros niveles (ético, teleológico, histórico), esta superficialidad encuentra complemento idóneo en los «instintos inferiores», el sensualismo burdo, el vivir-en-el-presente, la «frustración», la carencia de «finalidad», de «fe», de «destino», de «futuridad». Carencia de finalidad es también «desintegración» (palabra muy usada por Lezama para describir la vida republicana): es falta de «centro», de «imán» y de «conexión», «fragmentos», «desarticulación». Podría hacerse un extenso inventario de conceptos en torno al eje neocolonial que forman la superficialidad y la carencia de finalidad: «nada», «vacío», «hueco», «absurdo», «intemperie», «tópicos», «descreimiento civil», «corrupción», «hedonismo», «intrascendencia», «banalidad», «indiferencia», «causalismo», «configuraciones sensibles y fácticas», «fríos encadenamientos aparentes», etcétera. Esta serie se enriquece con los aportes de la poesía «nativista», «exótica», de falso «arcadismo», «tipicista», «tropicalista», o de «negrismo exterior», o bien de «prosaísmo factual», o «retórica», o «híbrida», o «propagandística», o atada a una cubanidad «temática», «explícita», «convencional», «descriptiva»; poesía de lo «inmediato» y «visible», «sin necesidad íntima», poesía sin verdadero «destino poético». Los poetas que se conforman con frutos fáciles, o los de poco talento, o aquellos que por temperamento o debilidad no son capaces de traspasar el cerco de lo evidente, colaboran de manera inconsciente con la farsa de la neocolonia: la poesía retórica o convencional ofrece una legitimación «poética» a los «ideales-tópicos» de una independencia mediatizada; el prosaísmo epidérmico no va más allá del testimonio de la «facticidad»; la poesía de lo cubano exterior, suma su voz a las ficciones que pretenden encubrir la mutilación de nuestra identidad, y puede llegar, incluso, al extremo revelador del «autoexotismo», donde el buscador ligero de los signos nacionales cae en una trampa sin regreso. Frente a la neocolonia y a su cubanidad falseada, frente a la poesía que de muy diversos modos se hace cómplice de la farsa, Cintio Vitier propone, como vimos, una salida utópica, fundada en esa cubanidad «esencial» de la que nos han desterrado, a la que podremos acercarnos gracias a la poesía y a los métodos «esencialistas», y a la teleología insular lezamiana. El eje de la utopía origenista, definido en sus polos por el esencialismo y la teleología, en oposición al eje neocolonial superficialidad-carencia de finalidad, también 120 Lo cubano en la poesía: relectura en los 90. ofrece un nutrido glosario presidido por la cubanidad «esencial», «secreta», «oculta», «concentrada», «entrañable», «misteriosa», «genuina», «silenciosa», «otra»: la «fundación», lo «fundacional», el «ideal histórico definido», la «pureza», la «imantación», lo «profundo», la «hondura», lo «desconocido», el «decisivo reverso oscuro», las «posibilidades escondidas», «magia», «aire», «tuétano», «fibras ocultas», «adentros de la sensibilidad», lo «que late detrás» o «más allá», la «sugestión inapresable», lo «íntimo», lo «imponderable», lo «indefinible», «el alba y la tarde» (en oposición al «sol implacable»), lo «desnudo» (similar a lo «puro» y en oposición a lo retórico, artificioso e «híbrido»); el «centro», la «imagen» creadora y perdurable (frente a la «facticidad» y la efímera «vigencia causalista»), «futuridad», «eticidad», «introspección», «continuidad», «sentido», «destino», etcétera. Entre estos dos bloques conceptuales que se enfrentan, hay sin embargo una intercomunicación dialéctica: no puede entenderse, por ejemplo, la cubanidad «externa» como una cubanidad «mala» frente a una cubanidad «esencial» y «buena». Rasgos atribuidos a nuestro ser nacional, que tradicionalmente han sido vistos como negativos, son mostrados en sus revelaciones más evidentes por los creadores de la cubanidad «externa»; pero solo podrían alcanzar un sentido positivo, emancipador, verdaderamente nacional, cuando salen a flote en el conjunto de la cubanidad «esencial» que nos iluminan los métodos «esencialistas». Nueve Esencialismo y teleología, de un lado, y superficialidad y carencia de finalidad, de otro, tienen, a la luz de las discusiones ideológicas de hoy, una notable actualidad. Una relectura, desde Cuba y en los 90, de este poderoso manifiesto origenista, equivale a tropezar a cada paso, de modo inevitable, con las preguntas, dudas y desafíos de la contemporaneidad. Hay un aspecto de importancia en el llamado posmodernismo que se orienta a promover, en aras de lo «fáctico» y de privilegiar las «superficies», una tajante desconfianza hacia las «manipulaciones» y las «teleologías». Esta dirección del pensamiento posmoderno, que forma parte de una derechista manipulación teleológica a gran escala, ha ido permeando el debate acerca de la Revolución cubana. Se percibe una tendencia a reevaluar nuestro proceso histórico, y su mismo «sentido», que alcanza muy a menudo, por razones obvias, a la figura de Martí. El discurso del neoanexionismo, instalado ya en la posmodernidad, acusa a Martí de haber elaborado una delirante lectura teleológica de la historia de Cuba, en un ataque que abarca a la Revolución y al propio cubano. Así, todo un pueblo, a través de sus gestas y sufrimientos, ha sido culpable de buscarle sentido a una historia que no lo tiene, que viene a ser, como en el famoso parlamento de Macbeth «el cuento narrado por un idiota [...] significando nada»; y Martí, en cuanto vocero fiel de ese pueblo, acrecienta su culpa; y la Revolución, en cuanto se empeña en cumplir el mandato del pueblo de Martí, es desde luego la máxima culpable. 2 Se trata de un ejemplo extremo, y atroz, y por tanto muy didáctico, de la pretensión neoanexionista de vaciar el proceso histórico cubano de «sentido», de «significación» y «dirección»; de devolvernos a la «intemperie», a la «facticidad». Por supuesto, si los afanes, privaciones y luchas de tantas generaciones de cubanos se articularon sobre un delirio, entonces —diría Iván Karamázov— todo está permitido, no hay resistencia ética ni patriótica: no habría obstáculos para que la manzana de John Quincy Adams completara su destino, su teleología anexionista. Si de nuestra historia solo nos dejan el cuento fragmentario y difuso, desprovisto de significación, del idiota de Macbeth, el cubano de hoy queda otra vez a la intemperie, ante una vida cotidiana plagada de carencias y dificultades enormes, ya sin explicación ni salida. Es en esa dimensión, entre la superficialidad y la carencia de finalidad, donde el pueblo de Cuba estaría indefenso ante la presencia renovada del «imposible». De ahí que el empuje teleológico de Lo cubano en la poesía, su valiente desafío al fatalismo y a la desintegración, su acercamiento apasionado a lo nuestro, su búsqueda del hilo de continuidad histórica y cultural y de modelos creadores, su resistencia frente al influjo yanqui, «desustanciador» y funesto, tengan tanta vigencia. Releído en los 90, Lo cubano en la poesía rompe sus amarras circunstanciales, y crece como un manifiesto que rebasa a Orígenes, y a grupos y tendencias, y se expande, y es ya un manifiesto y un programa de la cubanía, frente a sus viejos y nuevos enemigos. La Habana, mayo-junio de 1994. Notas 1. Cintio Vitier, Lo cubano en la poesía, La Habana: Instituto del Libro, Colección Letras Cubanas, 1970: 44. Todas las citas están tomadas de esta edición. En lo adelante la paginación se acota en el texto, entre paréntesis. 2. Cintio Vitier: Algunas reflexiones en torno a José Martí, intervención en la Conferencia «José Martí, hombre universal» [folleto], La Habana: Palacio de las Convenciones, 1992. En la cita alude al texto de Enrico Mario Santí, «José Martí y la revolución cubana», Vuelta, México, diciembre de 1986. © 121 , 1996. Víctor Fowler no. 6: 122-132, abril-junio, 1996. Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora Víctor Fowler Escritor e investigador. Escuela Internacional de Cine. Q uizás lo primero que corresponde señalar es lo ajeno que me resulta el uso del término «exilio» para referirme a la literatura cubana hecha fuera del país. Si ello fue cierto en la época de las primeras migraciones, la realidad que impone la cantidad y la indudable calidad de la literatura hecha por cubanos que abandonaron el país cuando eran niños —muchos de ellos con apenas memoria del lugar, como veremos— y los problemas que implica definir culturalmente a los nacidos en otro sitio (o de «segunda generación»), desborda las condicionantes esencialmente políticas que envuelven la palabra. Es por ello que he preferido el uso del término «diáspora», más propio del actual análisis sociológico, para acercarme a los problemas que iremos abordando. Me interesa ver de qué modo ha sido, y está siendo, manejada la cuestión de la identidad cuando esta se encuentra en un conflicto de elección entre los valores de dos culturas, la mayoría de las veces opuestas: aquella de los padres, cuya transmisión se produce casi siempre a través de la memoria familiar donde el pasado ha sido sacralizado; y la del lugar de residencia, cuya influencia llega desde todas partes —escuela, medios de difusión masiva, comunicación cotidiana— y es, por así decirlo, una entidad «viva». Centraré el análisis en la obra de varios autores pertenecientes a eso que se conoce como los «cubanamericans», por ser en los Estados Unidos donde el choque de las lenguas ha conducido la necesidad de elección a su punto crítico; en esa región de «crisis» de la identidad, atravesaremos visiones que van desde su negación hasta su recuperación, o la dialéctica de aceptación/rechazo de las culturas en conflicto. Hay común acuerdo en que el primer autor cubano contemporáneo —analizable dentro de la categoría «exilio»— en plantearse la problemática del regreso a Cuba, fue Lourdes Casal. Nacida en 1938, Casal abandonó Cuba cuando era una mujer de poco más de veinte años, y ya sus valores culturales habían sido formados en la tierra misma de sus antepasados; pese a esto, es también ella la primera escritora cubana de la emigración en plantearse el conflicto de una identidad escindida entre la cultura de origen y aquella recibida en el nuevo país (en este caso los Estados Unidos). Los términos en los que semejante conflicto era abordado los vemos con claridad en un texto clásico del tema: su poema «Para Ana Velford», de su libro Palabras juntan Revolución. 122 Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora. Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector como en aquel invierno —fin de semana inesperado— cuando enfrenté por primera vez la nieve de Vermont y sin embargo, New York es mi casa. Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica. Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier parte 1 «escena primordial», un instante en el cual aún no ha habido intervención externa en el orden de vida del sujeto, algo que huyó y debe ser recuperado. El texto que abre la selección nos trae una profunda amargura debajo de su ironía: Mami y Papi me enseñaron que hay que estar agradecidos nosotros que somos refugiados de la revolución que abolió los sandwiches llamados media noche. 6 Lo que la autora llama aquí «adquirida patria chica» es un espacio contradictorio, puesto que más adelante nos recuerda que su pertenencia a ese territorio/ identidad se debe a un acontecimiento innatural: «Pero Nueva York no fue la ciudad de mi infancia». 2 Sin embargo, la importancia que la ciudad —y el modo de vida que ella encarna— cobra para la autora es tal que alcanza a imponerse sobre la posibilidad de una recuperación total del territorio/identidad que es el país de origen: «ya para siempre permaneceré extranjera,/ aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia».3 Y luego de ello termina con cuatro versos en los que son varias las intersecciones: «demasiado habanera para ser neoyorkina,/ demasiado neoyorkina para ser,/ —aún volver a ser—/ cualquier otra cosa».4 La primera de las intersecciones sería la de la imposibilidad de elección entre dos culturas a las que el sujeto se siente igualmente ligado; la segunda, la que se establece entre la lengua en la cual está escrito el poema y la del texto-madre; la tercera, la que de modo sutil pone en juego la idea de temporalidad. La postura de Casal nos servirá como pórtico para adentrarnos en algunas lecturas de los conflictos alrededor de la identidad que se observan en autores cubano-americanos de los últimos años; en cierto sentido, lo que ellos enfocan constituye una superación de lo abordado por Casal, pues más que de un equilibrio entre modelos culturales pariguales, se trata de tensiones específicamente centradas en el ansia de recuperar una zona de identidad que consideran perdida por la escasa memoria que conservan del territorio original. Este trabajo será para mí un modo de agradecer la delicadeza de tanta gente cubana que conocí o reencontré en mis dos viajes a los Estados Unidos en 1994, y quizás también pueda, de algún modo, abrir un nuevo espacio para dialogar. El libro de Ruth Behar Poemas que vuelven a Cuba 5 continúa y ahonda la línea iniciada a fines de los años 70 con los poemas de Lourdes Casal: la lucha de los cubanoamericanos por definir su grado de pertenencia a la nación cubana, por completar una identidad que es percibida como fragmentaria y fragmentada. Comenzaré refiriéndome a la cubierta del volumen, por la importancia que cobra en relación con el contenido (para ser justos, ella misma es parte de este) y, más aún, por haber sido diseñada en acuerdo con la propia autora; se trata de una niña (de 3 años) que sonríe cerca de una ventana, con un lacónico pie de foto: «Yo en el apartamento del Vedado (1958)». La sonrisa y la fecha, además de lo vivencial que hay en todo esto, establecen un agudo contrapunto si recordamos que se trata del año previo al cisma: estamos entonces ante una La amargura de la que hablamos es aquella que brota de la profunda hendidura que se aprecia aquí entre el mundo de los padres y aquel de los hijos, ya que —en última instancia— la ironía de la autora traspasa el establishment al hundir su punta en lo que los padres le dijeron que debiera pensar. El poema se titula «Gracias a este país» y juega a someter a una cruel desmitificación la realidad (o des-realidad) que los padres le han entregado a la hija como sustituta del sitio de la «escena primordial». En este orden, en que el sujeto del texto recibe toda noción de verdad, esta es falseada por la dominación que ejerce (sobre la verdad) el Dios/dinero: Mami y Papi, cómo les digo que le doy gracias a este país, gracias, gracias, una vez y un millón de veces por enseñarme la lección más importante de nuestro siglo: La historia pertenece a los que pueden pagar los cinco dólares que cuestan los pulóveres de Che /Guevara. 7 La estrofa final nos avisa en qué grado la opción de la autora es un camino doloroso: «Pero yo no aprendo, no oigo», dice, y promete regresar «con estas palabras/ tanto tiempo sin atreverme a decirlas/ tanto tiempo». Es lícito imaginar la densidad del silencio aludido y suponer allí el crecimiento de la pregunta sobre la definición del ser en su identidad: el regreso a Cuba equivale a una liberación del ser y el viaje hacia el conocimiento de lo otro será una averiguación de la condición del sí mismo. Importa precisar ahora desde qué punto se realizan las preguntas. En el poema «Oración a Lourdes» (dedicado a Lourdes Casal) tenemos una posible respuesta: «perdí mucho tiempo/ preocupándome si era lo suficientemente cubana/ para aceptar la pérdida de ese país como mi pérdida».8 El énfasis mío quiere destacar el núcleo de la cuestión, la torturante pregunta de hasta qué punto el sujeto —al regresar— reclama algo que le pertenece cuando su presencia se apropia del sitio de la «escena primordial». La ausencia de allí es interpretada por la autora como un extravío, un «salir de sí» que dicotomiza de modo no superable la historia personal; otra cosa no implican los versos inmediatamente anteriores: «ese país/ donde dejamos nuestra niñez/ para que creciera sin nosotros, muda y ciega.» 9 Al dolor de lo dejado atrás, corresponde (en igual magnitud) aquel que se gana al querer recuperarlo, de ello nos avisa el poema titulado «Nena» (también sobre una cubanoamericana): 123 Víctor Fowler ...me sentí triste porque tú habías regresado tantas veces a la isla bordada de alambres y tenías curitas en todos los dedos... 10 Podemos leer el dolor de la autora en el espejo de la experiencia ajena que nos dibuja, pues si la isla del texto esta rodeada de alambres,11 y aquella llamada Nena, que ha regresado en varias ocasiones, tiene las manos heridas, también quien escribe el texto va por igual camino —está ya— como nos es revelado en los versos finales: ¿Por qué no te conocí antes? Nena, me hubieras dado valor. Todavía lo necesito, Nena, todavía. 12 Podemos asumir que las manos del texto cumplen una función claramente simbólica: en lugar de retener aquello que desean re-poseer, sufren sucesivas heridas. En cierto sentido, el viaje que constituye el poemario, tiene su punto crítico en el texto titulado «Al partir», cuyos versos finales introducen una agria duda: Voy, vengo, voy y todavía no sé nada. No sé si vi, oí, entendí. ¿Fui a la isla? ¿A qué isla? Despierto y ya no estoy. 13 Lo trágico, y a la vez gracioso, de esta «crisis» a que nos aboca el texto es que nace de un equívoco: alguien (en este caso, yo mismo) ha citado un refrán popular como si fuera una línea de canción, y esta suerte de estrategia comunicativa —que por demás se encuentra en la raíz del modo cubano de gozar el lenguaje, piénsese si no en la pirotecnia verbal de Cabrera Infante o Sarduy— ha revelado un punto ciego en el intercambio, ya que el sujeto del texto no conoce (y se tortura por ello, sin saber que no la podría conocer) esa canción que no existe: «esa canción tampoco la conozco./ Tanto que no conozco de la isla».14 Ahora bien, el equívoco tendría un valor esencial si lo considerásemos como síntoma del espacio vacío que nunca podrá llenar el sujeto deseante del texto, pues «lo cubano» que busca es —justamente— el juego con la equivocación: lo que conformaba el centro del mensaje no era su significado, sino el obligarlo a desviarse hacia algo que se imagina más delicado, una canción. Al penetrar en ese reino de cuestionamientos, Ruth Behar tensa la pregunta sobre la identidad (y con ella, el sentido del regreso) hasta un grado próximo al silencio. Sin embargo, en uno de los poemas de la autora, no incluido en el libro, encontramos un modo de penetrar en la nación que no depende de ninguno de los elementos hasta ahora vistos; me refiero al titulado «La cosa», 15 en el que es hecha una divertida lectura del imaginario de la sexualidad que las madres cubanas transmiten a sus hijas. La comunidad de esa experiencia con la de casi toda mujer cubana, donde quiera que esté, implica la realidad de una vía otra para establecer las conexiones con la sustancia de la construcción de la nación, es decir, con la cultura nacional. Creo posible enlazar tal mirada con algo dicho en un artículo por la poeta y ensayista cubana Lourdes Gil, en el que propone una estrategia de imbricación entre ambas literaturas a partir de pertenencias a lo que hoy conocemos como «nuevas subjetividades» cuando afirma que no podemos ya, irreversiblemente, hablar de un discurso hegemónico cubano; que no hay ya verdad absoluta que radique en una sola vertiente. Nuestra existencia pluralizada sobrepasa el debate entre la autoridad y la subordinación, reemplazando los conceptos de ese mal cortado traje que no se ajusta a ninguna fisonomía. 16 En el reverso de lo que se puede llamar «zona trágica» de la visión de Behar, es posible colocar la distancia irónica con la que Gustavo Pérez-Firmat —quien, además de ensayista, tiene una valiosa obra como poeta— asume la cuestión de la identidad. Acaso sea una buena entrada en materia referirme, antes que a la poesía, a la ensayística de Pérez-Firmat, cimentada en dos sólidos libros: The Cuban Condition y Live on the Hyphen.17 La obra de este autor está hecha desde una posición diferente a la de Behar, aun cuando compartan varias de las mismas condicionantes: también él salió de Cuba durante la primera infancia, también él padece por eso «otro» que la figura de la Isla simboliza. Mas en lugar de los dolores de la búsqueda, el acento del autor es colocado en la habitación de una identidad doble. El texto de PérezFirmat por el que comenzaré es el volumen de ensayos Live on the Hyphen: the Cuban-american Way, ya que es aquí donde mayor densidad teórica alcanza en él el tema de la cultura guionizada. Para ello se vale de una categoría de análisis acuñada por el sociólogo cubano Rubén Rumbaut: «the “1.5” or «one-and-a-half» generation». 18 Según Rumbaut, esta categoría engloba a: «Children who were born abroad but are being educated and come on age in the United States...» [«Niños que nacieron afuera, pero han sido educados y alcanzaron la edad adulta en los Estados Unidos...»]. Lo que para Rumbaut significa una tragedia —ya que «the members of the “1.5” generation form a distinctive cohort in that in many ways they are marginal to both the old and the new worlds, and are fully part of neither of them» [«los miembros de la generación ‘1.5’ forman una cohorte distintiva en el sentido de que, en muchos aspectos, son marginales, tanto en el mundo viejo como en el nuevo y no son parte integral de ninguno de ellos»]— es reinterpretado por Pérez-Firmat como la posesión de una distinción que hace de estos sujetos figuras capaces de «circulate within and through both the old and the new cultures» [«circular dentro y a través de ambas culturas, la vieja y la nueva».] La lógica de este cambio de perspectiva conlleva a postular una nueva categoría para interpretar a los sujetos que habitarían ese borde, tal categoría es la de «bi-culturalismo». Es interesante revisar lo que ello quiere decir en la poética de Pérez-Firmat: 124 Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora. La cuestión de la identidad está en un conflicto de elección entre los valores de dos culturas, la mayoría de las veces opuestas: aquella de los padres, cuya transmisión se produce casi siempre a través de la memoria familiar, donde el pasado ha sido sacralizado; y la del lugar de residencia, cuya influencia llega desde todas partes —escuela, medios de difusión masiva, comunicación cotidiana— y es, por así decirlo, una entidad «viva». Quiero decir que, a pesar de que una de las intenciones básicas del autor es evitar las presiones que derivarían de la fuerza de los discursos ideológicos —fuerza que en este caso equivale a un «afuera» del análisis—, de un modo sutil la argumentación es aprisionada por el condicionamiento «histórico» de lo que ocurre en una nación dividida por motivos políticos. Si tal cosa es cierta, —a fin de cuentas, la única que podemos utilizar como explicación de por qué no es reversible el menú de La Esquina de Tejas—, perdemos la oportunidad de pensar el asunto de las culturas «hyphenadas» —guionizadas— en un más allá de la política que nos lo imbrique en un marco universal, como síntoma que se repite en la época contemporánea, y que supera la estrecha —pese a todo lo dolorosa que se quiera— dimensión del «problema cubano». Uno de los mejores momentos del texto para entender la «hyphenización» es aquel en el que el autor analiza una fotografía manipulada del pintor cubano Arturo Cuenca: encima del restaurant La Esquina de Tejas, de Miami, se tiende un letrero en transparencia: «This is not Havana». El mensaje funciona en un doble sentido, ya que si bien es cierto que el modelo no es la «escena primordial», tampoco es posible (parodiando a Borges) aumentar el mapa hasta hacerlo coincidir con el país que refiere: es entonces una tercera realidad, ni cubana ni norteamericana: un guión. Ahora bien, me gustaría referirme a ello en términos de agon (combate), para apreciar el sustrato trágico que en su interior lleva la ironía de Pérez-Firmat. Propongo que leamos su brevísimo poema «Vocaciones»: In my usage, biculturation designates not only contact of cultures; in addition it describes a situation where the two cultures achieve a balance that makes it difficult to determine which is the dominant and which is the subordinate culture. Unlike acculturation or transculturation, biculturation implies an equilibrium, however tense or precarious, between the two contributing cultures. Cuban-American culture is a balancing act. 19 [Para mí, el biculturalismo no designa solo el contacto de culturas; describe además una situación donde dos culturas logran un equilibrio tal que hace difícil determinar cuál es la dominante y cuál la subordinada. A diferencia de la aculturación y de la transculturación, el biculturalismo implica un equilibrio, si bien tenso y precario, entre las dos culturas confluyentes. La cultura cubano-americana es en acto de equilibrio.] Quiero llamar la atención sobre un detalle determinante a la hora de juzgar el agonismo que subyace en esta lectura de la identidad. Ello es la obligatoriedad de elegir entre las culturas que el sujeto posee, ejecuta, juega. Pese a fundamentar la tesis en la idea de «equilibrio entre culturas», el texto crea una hendidura en su esfericidad, a partir del llamado que en él se hace a razonar los hechos en términos de dominación (hegemonía) y subordinación. Creo ver tovavía, en el uso de esta pareja de opuestos, la huella de una angustia por el origen, que quizás podamos precisar aún más en la siguiente reflexión del autor sobre el mimetismo de la cultura miamense respecto a cierta representación de cierta Cuba: The Miami version of a restaurant called El Carmelo does not have a whole lot in common with its Havana homonym; it’s not the same place, and it’s not even the same food, for the Miami menu by now includes such offerings as the Nicaraguan dessert tres leches.20 Hoy guardé el Webster y desempolvé el Sopena. (De madre) (De muerte). [La versión miamense de un restaurante llamado El Carmelo no tiene mucho que ver con su homónimo habanero; no es el mismo lugar, ni siquiera la misma comida, pues el menú de Miami incluye ofertas como el postre nicaragüense tres leches.] O fundo o me fundo. ¡Me fundo! 21 Los términos de la oposición (fundar/fundir) denotan lo que he llamado antes una «angustia por el origen», ya que la posible posición festinada del sujeto entre los polos lo es cuando —al modo de un observador exterior— el movimiento es reflexionado desde un «afuera». Si en la Se me ocurre complicar lo anterior, pensar en algo menos obvio: imaginar en La Habana de hoy un restaurante en el que son ofertadas hambergues que imitan a las McDonald o donde se brinda tres leches como postre. 125 Víctor Fowler última línea nos es ofrecida una mirada risueña, en la penúltima accedemos a la dimensión esencialmente trágica con que son valorados los tránsitos del sujeto bicultural: fundación o fundición. Quisiera hablar ahora de la fundación, es decir, del motivo de la escritura de lo cubano, según Pérez-Firmat nos avisa: otorgar espesor a lo que habita en una memoria que es más familiar que propia. Nos servirán de punto de referencia dos versos de uno de sus poemas: «En tu acento hay espesor y alarma,/ en el mío reminiscencia.» («Matriz y margen»). Sin abundar en las complejidades del texto, diré que hay aquí la oposición de un sujeto (el también poeta cubano Roberto Valero, quien abandono el país ya adulto), cuyo lenguaje es poseedor de «matriz», y otro (el autor mismo), cuyo lenguaje es definido como «margen». La oposición es resuelta en conciliación cuando, en la parte final del texto, la voz marginal afirma: Yo también llevo el cocodrilo a cuestas. Y digo que sus aletazos verdes me baten incesantemente. Y digo que me otorgan la palabra y el sentido. Y digo que sin ellos no sería lo que soy y lo que no soy: una brisa de ansiedad y recuerdo soplando hacia otra orilla. 22 La relación entre identidad y escritura se nos abalanza en la proposición que afirma que el objeto de la memoria (cocodrilo = Isla) es quien otorga la palabra y el sentido; cabalgando a mitad de dos culturas, el que habla encuentra su raíz en el ser cubano. Idéntica sustancia anima el bello poema de Carolina Hospital titulado «Dear Tia» (escrito en inglés), cuyos versos finales reproduzco: The pain comes not from nostalgia. I do not miss your voice urging me in play, your smiles, or your pride when others call you my mother. I cannot close my eyes and feel your soft skin; listen to your laughter; smell the sweetness of your bath. I write because I cannot remember at all. 23 [El dolor no viene de la nostalgia./ No extraño tu voz jugando conmigo,/ tus sonrisas,/ o tu orgullo cuando otros te llamaban mi madre./ No puedo cerrar los ojos y sentir la suavidad de tu piel;/ escuchar tu risa;/ oler el aroma de tu baño./ Escribo porque no recuerdo en absoluto.] Si la dualidad lingüística del título nos acerca al modelo de identidad de un Pérez-Firmat, lo rotundo del último verso («Escribo porque no recuerdo en absoluto») nos enfrenta a un nuevo modo de la identidad: aquel en cuya memoria no hay el mínimo retazo del país de los padres, la «escena primordial» solo puede ser re-construida partiendo del poder fabular que concede la escritura. Préstese atención, sin embargo, al modo en que ambos sentires se unifican en la relevancia que el lenguaje adquiere para los sujetos. Piénsese en el hecho de un dolor ante la pérdida, que no brota de la nostalgia que habría concedido la experiencia, sino de lo que se halla en la memoria de ese otro que es la familia; un dolor que nace de la memoria del lugar que nos transmiten las palabras. En el ejemplo anterior, la «función» del poeta, como guardián de una determinada tradición es casi imposible de cumplir: la Historia (aquella misma fecha crítica que veíamos en la portada del libro de Ruth Behar) y todo cuanto ello implica, ha producido una hendidura inmensa entre las palabras y el sitio de la «escena primordial». La reciente aparición del volumen de Pérez-Firmat Next Year in Cuba (a Cubano’s Coming-of-Age in America), da una sorpresiva vuelta de tuerca a la discusión acerca de la identidad en su obra y nos coloca ante nuevos desasosiegos; una declaración como: «For most immigrants and exiles, there also comes a moment when we must begin to define ourselves not by our place of birth, but by our destination...» 24 [«Para la mayoría de los inmigrantes y exiliados, llega un momento en que es necesario que nos definamos no por nuestro lugar de nacimiento, sino por el de nuestro destino...»] no es menos que una herejía para una comunidad que ha hecho del mantenimiento de la identidad una ba(rrera)ndera político-ideológica, el núcleo a cuyo alrededor se articulan los más disímiles discursos acerca de la obligatoriedad del regreso, ya sea este militar, pragmático-económico o simplemente sentimental. Tal declaración no es sino la conclusión de algo que nos venía adelantado en Live on the Hyphen acerca del delicado equilibrio que da lugar y espacio al desarrollo de una identidad cubano-americana: en determinado punto, o luego de él, el equilibrio queda roto y la balanza se inclina a uno de los dos extremos, preferiblemente al de la cultura que «recibe». Incluso para nosotros, que vivimos en Cuba, hay algo molesto en ideas como la que ahora cito: «Every time I’m in Miami and run into someone I knew in high school or college, I’m struck by how ‘Cuban’ they look, dress and sound. Take them out of Miami and they will wither as fast as hibiscus in desert.» 25 [«Cada vez que estoy en Miami y me tropiezo con alguien que conocí en la secundaria o en la Universidad, me impresiona ver lo “cubano” que parece, se viste y habla. Sáquelo de Miami y verá que se seca tan pronto como una flor en el desierto.»] Porque hasta nosotros nos hemos acostumbrado a percibir una imagen del Otro —en este caso, los que viven «allá»— en la que preferimos privilegiar aquellos rasgos identificatorios que nos permitan reconocer en ellos «lo cubano»: nos complace imaginar que «lo cubano» es indestructible y que se prolonga de generación en generación en el tiempo. Pero lo que PérezFirmat nos dice es algo bien distinto, más allá del diferendo político-ideológico. No de otro modo es posible interpretar la unificación que el texto propone entre el exiliado político y el inmigrante, figuras cuya intersección básica es el tiempo y el lugar donde residen. La particular historia de la colonia cubana en Miami ha 126 Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora. la novela Crazy Love del también poeta, dramaturgo y ensayista Elías Miguel Muñoz. La historia, centrada en los avatares del personaje Julián Toledo, principia por los días de infancia y concluye en el momento en que ha logrado triunfar como músico. Ambos extremos corresponden a dos universos de vida ferozmente opuestos e inconciliables: Cuba y los Estados Unidos. De proseguir el modelo que he seguido hasta aquí, habría que decir que en modo alguno la infancia cubana es, para el personaje, el espacio de algo que deba recuperar; podría —incluso— afirmar que se trata de lo contrario: Cuba es lo que debe ser olvidado, allí se desarrollaron las dos peores experiencias (ambas sexuales) del protagonista. En la primera de ellas es sometido a una violación colectiva, poco menos que ritual, por parte de un grupo de amigos de juego; lo ritual lo encontramos en la relevancia que alcanza, en la memoria del protagonista, la diferencia clasista entre los implicados: «I had friends on the poor side of town. They always gathered around me when I arrived, and looked at my clothes, and caressed my hair»28 [«Tenía amigos en el barrio pobre del pueblo. Siempre me rodeaban cuando yo llegaba, y miraban mi ropa, y me tocaban el pelo»]. No recibimos (acaso no exista) explicación alguna de los motivos de la violación, pero no es descabellado —según la manera en que el protagonista recuerda— suponer aquí algo ligado a la pertenencia clasista (y de ahí entonces que hablemos de un ritual, en este caso vengativo). El otro aspecto que transforma el suceso en acontecimiento definidor para el futuro del personaje es la música: en tanto la violación transcurre, en la victrola corre la voz del baladista Paul Anka cantando «Crazy Love». Es de todo punto significativo que sea justo con una versión de este número que Julián alcanza el triunfo. Ello nos coloca ante una situación conflictiva en cuanto a la identidad, ya que el triunfo de Julián equivale a su huida definitiva de (parafraseando un título de Pérez-Firmat) su condición cubana. En un diálogo entre los integrantes de la banda (la novela entremezcla cartas, recuerdos, conversaciones teatralizadas, entrevistas —reales o imaginarias— y letras de canciones) que se produce cerca del final del libro, uno de ellos, Lucho (quien además de los sueños del inicio, ha compartido con Julián como su amante) reprocha a este haber permitido que la nueva cantante, una joven norteamericana llamada Erica (quien ahora es la amante de Julián) haya cambiado la sonoridad de la banda: propiciado el mantenimiento en el tiempo de un fortísimo núcleo de identidad nacional, pero lo cierto es que son decenas de miles los cubanos que viven dispersos en estados (o ciudades) mayoritariamente «anglos» y muchísimos de ellos son tan «distintos» que no nos es sencillo reconocer las marcas de identidad que los harían «nuestros». Es una paradoja cultural, pero el estereotipado «cubanazo», con independencia de cuál sea su signo ideológico, nos es más cercano que el Otro que no baila ni bebe, que no habla en voz alta ni expone sus secretos, que no tiene hazañas sexuales que contar y no conoce las canciones de «ayer» o la vida en los viejos barrios de La Habana. Tomo dos declaraciones más de Pérez-Firmat para comentarlas. En la primera, que es una larga cita, propongo que prestemos atención a la diferencia entre lo dado al sujeto y lo que es elegido por él: if patria sends you back to the past, país plants you in the present. For the exile, and particularly for the long- term or chronic exile, patria and pais don’t coincide. Cuba is my patria, the United States is my pais. Cuba is where I come from, the United States is where I have become who I am. When I pledge allegiance, I have to do it two flags at once. I love Cuba with the involuntary, unshakable love that one feels for a parent. I love the United States with the no-less intense but elective affection one feels toward a spouse.26 [si patria lo remite a uno al pasado, país lo planta en el presente. Para el exiliado, y particularmente para el exiliado a largo plazo o crónico, el país y la patria no coinciden. Cuba es mi patria, los Estados Unidos son mi país. Cuba es de donde vengo, los Estados Unidos es donde he llegado a ser lo que soy. Cuando declaro mi lealtad, tengo que hacerlo con dos banderas a la vez. Quiero a Cuba con el amor involuntario, inconmovible, con que se quiere a los padres. Quiero a los Estados Unidos con el no menos intenso afecto electivo que se siente hacia la pareja.] La cuestión clave aquí es que podemos identificar la patria con la escena primordial de orden de la que hablamos, en tanto que el país nos deja remembranzas de la ruptura con el mundo de los padres, con la «muerte del padre» de que habla el psicoanálisis, porque no es casual que el elemento contrapuesto al padre sea la pareja: supero su Ley (espermática, genesíaca), no cumplo su mandato, sino que establezco el mío propio (generador yo también y espermático) al imponer mi propia Ley. La segunda, y última declaración, la traigo para fijar la angustia que subyace en la obra poético-ensayística de Pérez-Firmat y que nos ayudará a profundizar en el contenido de aquello que se juega en la identidad cubanoamericana: «Rather than merging Cuba and America, I oscillate ceasellessly, sometimes wildly, between the two. My life is less a synthesis than a seesaw» 27 [«Más que fundir Cuba y los Estados Unidos, oscilo sin cesar, a veces descontroladamente, entre los dos. Mi vida no es tanto una síntesis como un cachumbambé.»] El más álgido punto en cuanto al conflicto de la identidad sería aquel en el que se colocan los que han elegido, en un acto de voluntariedad, el olvido del lugar de origen; ello es representando con toda visibilidad en ROLI: LUCHO: JOE: LUCHO: JOE: LUCHO: JOE: LUCHO: 127 Erica helped us a lot, yes, but she’s also made changes... Drastic changes. So we have a new sound. What’s wrong with that? We have money now, that’s all you care about. I care about work too, you fucking faggot. You are a disgusting conguero. What do you know about music?! Julián won’t screw your ass anymore, eh? Isn’t that it? Isn’t that why you’re so pissed off at Erica? Can’t you see that’s she’s using us, Joe? Víctor Fowler JOE: Bah! She would’ve made it without us... LUCHO: Why do you let her do your job, Julián? JULIAN: My job is to write and play music. LUCHO: You don’t care that we don’t sound...Cuban anymore? JULIAN: What’s that supossed to mean anyway, «Cuban»? LUCHO:Having another of your patriotic crises, Juliancito? ...However you define it, Erica doesn’t fit the definition. JULIAN: Lucho, please, don’t go... 29 manifiesta en el texto mediante las más diversas formas de la hipocresía —sexual, religiosa o de simple trato social— y remite siempre a modos de dominación antes que de diálogo. Así vista, la renuncia a «lo cubano» que practica Julián (y hay aquí un planteo muy agudo en cuanto a la solución cultural y al futuro de la diáspora) equivale a huir de los modos y valores predominantes en una estructura familiar opresora. Ahora bien, la «huida» que presenciamos se verifica a través de la asunción acrítica de los valores culturales del Otro, hasta hacer irreconocible lo propio. En este punto, es fundamental entender el juego especular que el texto establece entre el relato de vida de Julián Toledo y las cartas que recibe de su hermana Geneia. De hecho, son las cartas de Geneia las que —utilizo el tejido a modo de metáfora— cierran los puntos que unen los diversos niveles que conforman el relato. La particularidad de dichos textos radica en constituir, a su vez, un relato de vida que —paralelo al del protagonista— hace subir a escena un caso de absoluta absorción de la identidad que trae el inmigrante por la de su país de asentamiento. La «nueva cultura» ganada por Geneia hace que termine considerando como «ethnic» la música que ejecuta el hermano y que al hablar del padre se refiera a la obsesión que este tiene con «the cuban stuff» [«la cosa cubana»]. Entre todos los textos analizados, Crazy Love resalta por llevar a escena el gesto extremo de la disolución de la identidad; renuncia en uno y asimilación en la otra. Acaso lo adecuado después de esto, sea acercarnos al lugar antagónico que representa el caso de la recuperación de la identidad. Para este fin, tomo la novela The Killing of the Saints, del narrador Alex Abella. 31 Es este un texto que corre en dos niveles simultáneos: de un lado es una historia policial estructurada a modo de un thriller judicial y escrita en un estilo cinematográfico; del otro es un relato acerca de la identidad cubano-americana. A partir de la masacre cometida por José y Ramón —dos «marielitos»—, cuando asaltan una joyería de Los Angeles, es tejida una compleja trama en la que la existencia del investigador del caso, Charlie Morell, sufrirá un vuelco total. Los hechos son obvios hasta la obscenidad: durante la acción, Ramón es poseído por Oggun (orisha guerrero de la religión yoruba) y asesina a las ocho personas tomadas como rehenes. La condena a muerte es dada por segura; pero en el transcurso de las primeras indagaciones sobre los criminales, el investigador debe visitar la casa del santero cubano Juan Alfonso y allí comienza el desastre: una mujer negra (a quien Morell no conoce) es poseída por Changó (también orisha guerrero) y le habla: [ROLI: Erica nos ha ayudado mucho, sí, pero también ha hecho cambios... LUCHO: Cambios drásticos. JOE: Y tenemos un sonido nuevo. ¿Qué hay de malo en eso? LUCHO: Ahora tenemos dinero, es todo lo que te importa. JOE: También me importa el trabajo, tú, maricón de mierda. LUCHO: Tú eres un conguero asqueroso. ¿Qué sabes tú de música? JOE: Julián ya no te coge el culo, ¿verdad? ¿No es eso? No es por eso que estás encabronado con Erica? LUCHO: ¿Tú no ves que ella nos está usando, Joe? JOE: ¡Bah! Ella podría haberlo conseguido todo sin nosotros... LUCHO: ¿Por qué la dejas que haga tu trabajo, Julián? JULIAN: Mi trabajo es componer y tocar música. LUCHO: ¿No te importa que ya no sonemos... cubanos? JULIAN: ¿Que significa al fin y al cabo eso de «cubano»? LUCHO: ¿Otra de tus crisis patrióticas, Juliancito? ...como quiera que lo definas, Erica no cuadra en la definición. JULIAN: Lucho, por favor, no te vayas...] Lo debatido en el diálogo justifica la extensión de la cita, puesto que se trata, nada menos, que de la renuncia a la «cubanidad» de la música ejecutada por la banda y —si pensamos lo dicho, a modo de símbolo, de la cultura hecha por los cubanos criados o nacidos en los Estados Unidos—, de la cuestión de la identidad. La diferencia cultural profunda entre ambas naciones nos es dada por la aguda respuesta de Lucho al intento de escapar de Julián: «Como quiera que lo definas (ya hemos visto que se refiere a «lo cubano»), Erica no cuadra en la definición». Este núcleo —existente, aunque inapresable— está unido en Julián al trauma de sexualidad que vimos y a la dimensión represora de la familia. En la entrevista que le hacen luego del éxito del álbum, a la pregunta de si la canción «Crazy Love» significa para él algo especial, lo vemos responder del siguiente modo: «But for me the song is also about the love of music...about relationships..., about family...» 30 [«Pero para mí la canción también es sobre el amor a la música... las relaciones... la familia...»] Se trata entonces de una huida doble ante el trauma sexual (de cuyo secreto solo es partícipe la abuela) y ante el fracaso de la familia (acentuado en los Estados Unidos por el ingreso del padre de Julián en la clase obrera luego del triunfo de la Revolución cubana). Esta debilidad de la estructura familiar (tópico reiterado por la literatura cubana de la diáspora y que merecería por sí solo una sesión), se The woman smiled knowlingly. —Then why are you so asmashed, Carlitos? —Asmashed of what? Oh, what’s the use, I refuse to argue with a madwoman.» I took one step; then the words stop me. She pressed her face against mine. —Tell them how you were born in Havana. Tell them how asmashed you are of being Cuban. Tell them how you killed your father. 32 128 Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora. «formar parte») que el protagonista toma como guía, hay un elemento clave: el debate sobre la capacidad se establece a partir del no cuestionamiento del estándar fijado. La dificultad de integración de los padres es percibida por los hijos como un fracaso vergonzante —algo similar al argumento de la clásica obra de Arthur Miller La muerte de un viajante—, con el agregado de que aquí la lengua se transforma en una barrera poco menos que infranqueable para los padres y en un arma de ataque para el hijo: «we spoke in two languages, two worlds, neither of us admitting the existence of the other although understanding its every element. Words as barriers, words as weapons.»35 [«hablábamos dos lenguas, dos mundos, sin que ninguno admitiera la existencia del otro, aunque entendiéramos cada uno de sus elementos. Las palabras como barreras, las palabras como armas.»] El uso de la lengua como instrumento de poder para humillar al Otro, implica un desprecio profundo por cuanto, apenas una página antes, nos ha sido dibujado el padre «speaking Spanish in a land where being a spic was only a shade better than being a nigger, no matter how white your skin or blue your eyes». 36 [«hablar español en una tierra donde ser latino era solo levemente mejor que ser negro, no importa cuán blanca sea tu piel o azules tus ojos».] En este esquema, la derrota del padre es triple, puesto que fracasa como líder de la familia en su integración al nuevo territorio y —en tanto pertenece al bando de los perdedores— por el sentido político de su salida del país natal. Resulta así que «lo cubano» es cargado por el protagonista como un peso ajeno, como la obligatoriedad de cumplimentar un destino con el que no se identifica. Las tensiones que hasta aquí he descrito laceran al protagonista bajo la forma de horribles pesadillas que lo persiguen después de la muerte del padre; ya aparezca este con el cuerpo envuelto en llamas o repleto de heridas y sangrando, en ellas siempre lo ve sufrir y tratar de decir una palabra. Lo sucedido en la vida «real» ha sido que la enfermedad paraliza al padre, pasa años en absoluto mutismo, y durante la agonía alcanza a pronunciar, tras de un inmenso esfuerzo, y en español, una sola palabra: «muerte». La cualidad simbólica que ello adquiere es transparente si la pensamos como figura de la negación absoluta, como Nada, y en el reverso de ello colocamos el carácter igualmente simbólico (ahora como culpa) de las pesadillas del hijo. Es ello lo que explica que —contra todo pronóstico— el protagonista se empeñe en legitimar el acto de los acusados, en justificar la comisión de un crimen durante un momento de posesión religiosa. Pero el atormentado modo con que Morell re-conecta con lo cubano, su pago de la deuda por el origen, es —dentro del contexto del relato— una opción moral pobre, y la voz antifonal que conforma su monólogo interior durante el juicio, voz que cuestiona la validez de su defensa, nos enseña que, mejor que nosotros, él lo sabe. [La mujer sonrió familiarmente. —¿Y por qué estás tan molesto, Carlitos? —¿Molesto de qué? Ah, no vale la pena, para qué discutir con una loca. Caminé un paso; entonces sus palabras me detuvieron. Pegó su cara a la mía. —Diles que naciste en La Habana. Diles todo lo molesto que estás por ser cubano. Diles cómo fue que mataste a tu padre.] El sorpresivo de-velamiento de esta «condición cubana» es el artilugio de que se vale el narrador para desatar la corriente de memoria y permitirnos así un acceso al pasado del protagonista. Según las reglas del relato policial, estamos asistiendo a una rarificación de los hechos casi insoportable, pues el investigador comparte con los criminales un origen étnico que niega. Según sabemos entonces, hay una diferencia insalvable entre padre e hijo desde que llegaron a los Estados Unidos, hecho sucedido cuando el niño tenía 10 años; y las raíces del distanciamiento parecen tener su fuente justo en la asimilación del hijo a los patrones de la cultura norteamericana: Bobby Darin, Sandra Dee, the Beatles, John F. Kennedy, long hair, all were abominations to someone who longer day and night for his triumphant return to the land of dominoes, cigars and guarachas. I was not the son he’d expected, the fearless freedom figther who with youthful vigor would carry aloft the banner of democracy and bring liberty to the tyrannized land. He was not the father I wanted, a calm provider who would take us to Little League games, teach us to swin and drive and give me pointers on how to pick up girls.33 [Bobby Darin, Sandra Dee, los Beatles, John F. Kennedy, el pelo largo, todos eran abominaciones para alguien que soñaba día y noche con su regreso victorioso a la tierra del dominó, el tabaco y la guaracha. Yo no era el hijo que él esperaba, el temerario luchador por la libertad que, con ímpetu juvenil, portaría el estandarte de la democracia y llevaría la libertad a la isla oprimida. El no era el padre que yo quería, el apacible proveedor que nos llevara a los juegos de las Ligas Pequeñas, nos enseñara a nadar, a manejar, y nos diera indicaciones de cómo ligar muchachas.] Préstese atención al modo irónico —puesto que luego lo veremos como dato relevante— en que ha sido utilizado el idioma español del padre. Igual podríamos decir de la contraposición de ideales de vida (resuena aquí el «cuban stuff» de que hablaba Geneia en Crazy Love al burlarse de su padre). Me interesa ahora ver la mirada que el protagonista lanza sobre el hecho de la escasa integración de los padres: «their own incapacity to measure up the demanding standards of life».34 [«su propia incapacidad de responder a los exigentes estándares de vida».] En esta una tan típica idea norteamericana (la de que existe un estándar que los individuos están obligados a alcanzar para poder 129 Víctor Fowler La particular historia de la colonia cubana en Miami ha propiciado el mantenimiento en el tiempo de un fortísimo núcleo de identidad nacional, pero lo cierto es que son decenas de miles los cubanos que viven dispersos en estados (o ciudades) mayoritariamente «anglos» y muchísimos de ellos son tan «distintos» que no nos es sencillo reconocer las marcas de identidad que los harían «nuestros». Prefiero no abundar en las peripecias de la acción y concretarme a lo que considero una «recuperación» de la identidad. Corresponde mi acercamiento al capítulo final del texto, al momento en el que Ramón —ya sin que medie posesión alguna y solo por motivaciones criminales— trata de asesinar también a Morell. En uno de esos «reversals of fortune» típicos de la novela de aventuras, es Morell quien hace justicia matando al delincuente. Entonces aparece la imagen del padre por última ocasión —no solo en la novela, sino también en la vida del protagonista— para decirle —en español nuevamente—: «Bien hecho, mi hijo». 37 Espero que se comprenda la reconciliación de las identidades en conflicto que se produce aquí: el padre aparece durante la vigilia para agradecer al hijo el haber cumplido el destino heroico al que lo tenía destinado, y la comunicación se ha producido a través del español; al propio tiempo, el destino heroico puede ser cumplido en cualquier sitio. Puesto que ya no hay necesidad de ocultar el origen, puede decirse que hemos presenciado un caso de recuperación de la identidad. Es aquí cuando corresponde introducir la que considero una nueva posición acerca del dilema: aquella sustentada por el narrador y ensayista cubano Antonio Vera-León en su artículo «A garden of forking tongues: bicultural subjects and an ethic of circulation in and out of ethnicities.»38 [«Un jardín de lenguas que se bifurcan: temas biculturales y una ética de circulación dentro y fuera de las etnicidades.»] La propuesta de Vera-León desvía e integra en un nivel superior —o quizás solo más atractiva para mí— la problemática de la identidad de los sujetos. En palabras del autor: por di-versión en biculturalismo, por una ética de circulación dentro y fuera de las etnicidades. El sujeto «divertido» puede verse como un sujeto-posición excéntrico, en el sentido de Heidegger: un sujeto lanzado fuera de sí mismo, al menos en dos direcciones culturales y lingüísticas diferentes.] La posibilidad de asumir —es decir, posibilidad de equilibrar y habitar en pacífica convivencia— el par de identidades que comparten los sujetos bi-culturales, es, como hemos visto hasta ahora, el núcleo articulador de los planteos sobre lo que sería la condición cubanoamericana; tal problemática está fuertemente enlazada, como también hemos visto, a la posibilidad del regreso al país de origen. En el año 1994, la revista Michigan Quarterly Review dedicó un número doble a reunir autores cubanos de la Isla y residentes en los Estados Unidos en un proyecto titulado «Puentes a Cuba».40 Es de allí que tomaré algunas visiones que nos permitirán un regreso más claro a lo que encuentro de novedoso en la propuesta de VeraLeón quien, a diferencia de los que comenzamos a analizar, nunca más ha vuelto a Cuba. Every time I return across time and space, between cultures and economic systems, I am more convinced that I do not want or need to accept the either/or definition of my identity wich demands that you choose sides. My identity is far more complex than this. I was born in Havana. I was raised in Texas. I was radicalized with chicanos. I returned to Cuba and thus I was ostracized from my community. Now I live in Chicago, but I also live in Havana, emotionally and professionally. I am always returning. 41 I would like to present a more festive alternative to the either/or dilemma and its discourses of schizophrenia and discontent: what I call a «sujeto di-vertido», or a subject who lives by di-version in biculturalism, by an ethics of circulating in and out of ethnicities. The «di-vertido» subject may be seen as an «eccentric» subject-position, in the Heideggerian sense of the term: a subject thrown out of him/herself in, at least, two different cultural and linguistic directions. 39 [Me gustaría presentar una alternativa más festiva al dilema ni/o, y sus discursos de esquizofrenia y descontento: lo que yo llamo un «sujeto di-vertido» o un sujeto que vive [Cada vez que vuelvo a través del tiempo y el espacio, entre culturas y sistemas económicos, estoy más convencida de que no quiero o necesito aceptar la definición ni/o de mi identidad, que reclama la elección de un partido. Mi identidad es mucho más compleja que eso. Nací en La Habana. Crecí en Texas. Me radicalicé con los chicanos. Regresé a Cuba y luego mi comunidad me repudió. Ahora vivo en Chicago, pero también vivo en La Habana, emocional y profesionalmente. Estoy siempre volviendo.] Esta declaración de la profesora María de los Angeles Torres es ilustrativa de los cortes que se producen en el 130 Miradas a la identidad en la literatura de la diáspora. interior de la identidad del sujeto bi-cultural a un nivel de complejidad todavía mayor que aquel a que nos enfrentaba Pérez-Firmat, para quien la zona de conflicto quedaría reducida al choque de «lo cubano» con «lo norteamericano». El sujeto que nos refiere Torres posee una identidad cuando menos triple, por haber sufrido el corte original (la salida de Cuba), otro durante la integración a la sociedad norteamericana y un tercero cuando se produce su radicalización política dentro de la comunidad hispana en los Estados Unidos. Tal suma de fracturas implica la imposibilidad de reducir este sujeto a una sola identidad, puesto que ello falsearía su historia. Puede preguntarse entonces si acaso lo que en Pérez-Firmat hemos visto, está brotando de alguna especie de falsedad; pero no es allí donde se encuentra la diferencia, sino en la distinta acción de la voluntad con que ambos enfrentan su dilema. Préstese atención a lo que nos apunta la frase citada en cuanto a que la aceptación de la identidad monolítica está condicionada al querer y al necesitar. Para la autora el desafío consiste en no aceptar categorías que dividan lo que ella es y, en lugar de ello, quedar entonces obligada a «construir nuevas categorías, nuevos espacios políticos y emocionales en los cuales mis múltiples identidades puedan ser reunidas» [«Instead I must construct new categories, new political and emotional spaces in which my multiple identities can be joined.»]. 42 En el contexto de la alocución el uso del imperativo («must») nos deja entrever las tensiones de un ethos que el sujeto se impone a sí mismo como destino de su identidad. Que los peligros a que este sujeto bi-cultural se enfrenta pueden conducirlo a una alienación, lo apreciamos cuando leemos al sociólogo Flavio Risech en su artículo «Political and cultural cross-dressing: negotiating a second generation cuban-american identity»: 43 decisiones codificadas sobre cómo presentarnos a nosotros mismos, qué parte de nuestras identidades ostentar con orgullo o mantener en secreto.] La pregunta que Risech nos plantea es de severas consecuencias para el despliegue de la identidad, pues si bien esta puede ser experimentada en la totalidad de sus polaridades por el sujeto bi-cultural, no puede ser aceptada y menos compartida por los espacios en los que ese despliegue debiera suceder. La condición de biculturalidad quedaría entonces obligada a la simulación y jamás el ser podría mostrársenos como lo que en verdad es, con lo que de hecho nos quedaría negado el acceso al ser de ese que es nuestro otro. Es, en oposición a ello, que deseo regresar a la propuesta formulada por Vera-León y definir lo que hacia ella me conduce: el hecho de que su posición es tanto posibilidad de resistencia como de goce, ya que —en semejante teorización— «lo cubano» es a un tiempo aquello que se desea y también aquello de lo que es obligatorio escapar. La idea de Vera-León nos lleva hacia una concepción dialógica de la cultura presidida por la imagen del auto-control de los individuos sobre un constructo que se me ocurre llamar «los universales culturales». Cerca del final del artículo, el autor abre puertas a una dimensión filosófica de la identidad que perfora las relaciones de obediencia del individuo para con el Estado: «Inhabiting two languages and two cultures may be used to break —at least partially— with the notions of origins and belonging, with the identities and values that “monolingual”/“monocultures” settings prepare for their subjects.» [«Habitar dos lenguajes y dos culturas puede usarse para romper —al menos parcialmente— con las nociones de origen y pertenencia, con las identidades y valores que escenarios “monolingües”/“monoculturales” preparan para sus sujetos.»] Lo atractivo de esta posición es su coincidencia con la actual crisis de los discursos tradicionales sobre la nación; la simplicidad con la que su fondo conecta con los desafíos y estilos de las sociedades informatizadas —o cuando menos, atravesadas por crecientes y disímiles redes de comunicación supra-nacionales— que hoy vivimos, el modo en que crea un espacio donde es imaginable el cobijo de las más diversas diferencias por motivos de raza, género o sexualidad, entre otras posibles. La di-versión de los sujetos no sería más que el borde o exacerbación del punto crítico en el que todo sujeto que avanza hacia su libertad se coloca frente a las instituciones de cualquier aparato estatal de que se trate en tanto este —cualquiera sea la sociedad de que se trate— esté cargado de momentos de enunciación monolingüe y alineadora: he aquí la unidad de lo di-vertido. Ello se hace más claro en el ensayo titulado «Escrituras bilingües y sujetos biculturales: Samuel Beckett en La Habana»,45 presentado por el autor como ponencia en el encuentro Cuba, la isla posible, celebrado en Barcelona: As we continualy cross and re-cross the boundaries between these communities, we find we cannot wear all our «identity wardrobe» simultaneously, since it can make us «too hot»; there are strict taboos or high costs associated with presenting oneself in certains kind of «garb». For example, how can a politically progressive gay or lesbian Cuban-American display leftism in Cuban Miami or queerness in Havana? Each time we cross these boundaries, then, we must in an important sense «cross-dress», making coded decisions as to how to present ourselves, about what part of our identities to wear proudly or keep closeted.44 [Mientras cruzábamos y volvemos a cruzar los límites entre estas comunidades, comprobamos que no podemos usar todo el «guardarropa de nuestra identidad» simultáneamente, pues nos puede dar «mucho calor». Hay tabúes estrictos o altos costos asociados a presentarse con ciertos tipos de «indumentaria». Por ejemplo, ¿cómo pueden un cubano-americano gay o una lesbiana progresistas exhibir izquierdismo en Miami o travestismo en la Habana? Cada vez que atravesamos estos límites, debemos en buena medida «disfrazarnos», tomando 131 Víctor Fowler En esta zona el sujeto ‘di-vertido’ desafía y cuestiona, critica y adapta las posiciones de sujeto que le son propuestas por las esferas culturales que lo constituyen. Esa posición no es exclusivamente de resistencia, sino también de transformación y de circulación, ya que, situado en la frontera, el «sujeto di-vertido» entra y sale, toma y deja elementos de las culturas que lo constituyen. 46 Es en este sentido que Vera-León desborda «lo cubano» para buscar raíces en «lo universal», que su propuesta salta por encima de los condicionamientos inmediatos que la ideología impone para entregarnos una alegoría de la lucha del Ser hacia su libertad. «Cuban have always been hyphenated Americans» [los cubanos siempre han sido medio americanos], dice Pérez-Firmat en Live on the Hyphen47 y me gustaría —gracias a un juego dialéctico— leer ello haciendo de la cultura cubana realizada en la Isla y la de los cubano-americanos la pareja de donde salga un nuevo guión sobre el cual dialogar. 19. Ibíd.: 6. 20. Ibíd.: 7-8. 21. León de la Hoz, La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993), Barcelona: Libertarias/Prodhufi, 1994: 334. 22. Gustavo Pérez-Firmat, Equivocaciones, Madrid, Ed. Betania, 1989: 30. 23. Carolina Hospital, Cuban-american Writers. Los atrevidos, NJ: Linden Lane, 1988: 69. 24. Gustavo Pérez-Firmat, Next Year in Cuba (a Cubano’s coming-of-Age in America, Nueva York: Doubleday, 1995: 9. 25. Ibíd.: 270. 26. Ibíd.: 271. 27. Ibíd.: 274. 28. Elías Miguel Muñoz, Crazy Love, Houston: Arte Público Press, 1989: 19. Notas 1. Lourdes Casal, Palabras juntan Revolución, La Habana: Casa de las Américas, 1981: 60. Había obtenido el Premio Casa de las Américas de Poesía en 1978. 2. Ibíd.: 61. 3. Idem. 4. Idem. Un posible texto madre para lo que aquí se expresa es la canción Street fighter (Peleador callejero), de los Rolling Stones, cuyos finales y míticos versos son «Too young to die/ Too old to rock» [«Demasiado joven para morir/ Demasiado viejo para rocanrolear.»] 5. Ruth Behar, Poemas que vuelven a Cuba, Matanzas: Ediciones Vigía, 1995. 6. Ibíd.: 9. 7. Ibíd.: 11. 8. Ibíd.: 23. 9. Idem. 10. Ruth Behar, ob. cit.: 27. 11. En el empleo del verbo bordar como equivalente de surround, parece haber un error de los editores o de la traducción. 12. Ruth Behar, ob. cit.: 27. 13. Ibíd.: 51. 14. Idem. 15. Ruth Behar, «La cosa», Michigan Quaterly Review, 33(1): 1994: 2178. 16. Apareció en un número monográfico que dedicó a literatura cubana la revista Brújula (Nueva York, primavera de 1994: 34), una publicación del Instituto de Escritores Latinoamericanos. 29. Ibíd.: 123-4. 30. Ibíd.: 154. 31. Alex Abella, The Killing of the Saints, Nueva York: Penguin Books, 1991. 32. Ibíd.: 76. 33. Ibíd.: 79-80. 34. Ibíd.: 80. 35. Ibíd.: 81. 36. Ibíd.: 80. 37. Ibíd.: 308. 38. Antonio Vera-León, «The garden of forking tongues: bicultural subjects and an ethic of circulation between the ethnicities», Apuntes post-modernos, Miami, 3(2), primavera, 1993: 15. 39. Idem. 40. Bridges to Cuba, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1995. 41. María de los Angeles Torres, «Beyond the rupture», en Bridges to Cuba, ob. cit.: 36. 42. Idem. 43. Flavio Risech, «Political and cultural cross-dressing: negotiating a second generation cuban-american identity», en Bridges to Cuba, ob. cit.: 57-8. 44. Ibíd.: 50. 45. Antonio Vera-León, «Escrituras bilingües y sujetos biculturales: Samuel Beckett en La Habana», en Cuba, la isla posible, Barcelona: Ediciones Destino, 1995: 66-77. 46. Ibíd.: 77. 17. Gustavo Pérez-Firmat, The Cuban Condition, 1989; Live on the Hyphen: the Cuban-american Way, Austin: University of Texas Press, 1994. 47. Gustavo Pérez-Firmat, Live on the Hyphen: the Cuban-american Way, ob. cit.: 16. 18. Gustavo Pérez-Firmat, Live in the Hyphen: the Cuban-american Way, ob. cit.: 4. © 132 , 1996.