Victoria aliada y consecuencias de la guerra

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Tema 10. La Segunda Guerra Mundial
Lectura 24. La victoria aliada y las consecuencias de la guerra
1. La victoria de los aliados (1943-1945).
A. Planes y preparativos (1942-1943).
En enero de 1942, 26 paÃ−ses de Europa, Asia y América (incluidos EEUU, Gran Bretaña y la URSS) se
unÃ−an contra el Eje, formando lo que Roosevelt llamó las Naciones Unidas. Se comprometÃ−an a usar
todos sus recursos para derrotar al Eje y a no firmar una paz por separado. La Gran Alianza contra el
fascismo, que no pudo crearse en los años 1930, se lograba al fin.
EEUU y Gran Bretaña unieron sus recursos en una organización llamada Jefes de Estado Mayor
Combinados. Nunca dos paÃ−ses habÃ−an formado una coalición tan estrecha. Se decidió que Alemania
era el principal enemigo, contra el que era preciso concentrarse. De momento, la guerra en el PacÃ−fico
quedaba en un segundo plano. Australia se convirtió en la principal base de operaciones contra Japón. El
general MacArthur, a quien se habÃ−a ordenado abandonar las posiciones en Filipinas, asumió el mando en
el sudoeste del PacÃ−fico; las fuerzas navales del PacÃ−fico estaban al mando del almirante Nimitz. Se fijó
una organización aparte para el teatro de operaciones China-Birmania-India. La flota y la fuerza aérea de
EEUU no tardaron en detener la expansión japonesa hacia el sur y desbaratar sus esfuerzos por cortar las
lÃ−neas de abastecimiento a Australia; en la primavera de 1942, lograron importantes victorias navales y
aéreas en la lucha del mar del Coral y en Midway, que constituyeron la única satisfacción en el marco
general de los reveses de aquel perÃ−odo. En el verano, las fuerzas de EEUU desembarcaron en Guadalcanal,
en las islas Salomón. Comenzaba un largo y duro “salto de isla en isla”, con fuerzas insuficientes.
En Europa, el primer punto de concentración fue un bombardeo aéreo de Alemania. Los rusos,
disgustados, reclamaban un verdadero “segundo frente”, una invasión inmediata, con fuerzas de tierra, que
aliviase la presión de las muchas divisiones alemanas que estaban devastando su paÃ−s. Recelosos de
Occidente, consideraban la tardanza en establecer un segundo frente como una nueva evidencia de los
sentimientos antisoviéticos.
Pero EEUU aún no estaba preparado para emprender un asalto directo por tierra. Aunque habÃ−an
transcurrido más de dos años entre el estallido de la guerra en Europa y su intervención, EEUU se hallaba
aún en los pesados procesos de movilización, reconversión de la industria para la producción bélica,
imposición de controles económicos para impedir una fuerte inflación, y preparación militar de la
población, de mentalidad profundamente civil (12 millones de personas acabarÃ−an prestando servicios en
el ejército, más del triple que en la 1ª G.M.). En todo caso, a lo largo de 1942 los submarinos alemanes
controlaban el Atlántico lo suficiente como para hacer demasiado arriesgados los grandes embarques de
tropas: tenÃ−an al ejército norteamericano prácticamente bloqueado en EEUU. Las flotas de EEUU y
Gran Bretaña fueron ganando, poco a poco, la batalla del Atlántico; en los primeros meses de 1943 la
amenaza submarina se redujo a dimen-siones tolerables. Los aliados decidieron iniciar el asalto a Alemania,
desde Gran Bretaña, con un masivo y prolongado bombardeo aéreo de sus fábricas y ciudades. Como no
todo podÃ−a enviarse a través del Atlántico al mismo tiempo, y EEUU e Inglaterra estaban empeñados
también en la guerra contra Japón, la invasión por tierra se aplazarÃ−a hasta 1944. Los asediados rusos
se preguntaban si los aliados occidentales pensaban enfrentarse alguna vez con el ejército alemán.
B. El cambio de signo (1942-1943): Stalingrado, Ôfrica del Norte, Sicilia.
Mientras tanto, a finales de 1942, empezó a cambiar la marcha de la guerra. En noviembre los aliados
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lanzaron una invasión sorpresa de Argelia y Marruecos, en una operación anfibia de proporciones sin
precedentes. Los aliados, al no lograr la cooperación francesa en Ôfrica del Norte, acudieron al dirigente de
Vichy, el almirante Darlan, en una calculada acción oportunista que suscitó enérgicas protestas en
muchos sectores. Darlan ayudó a los aliados asumiendo el mando, pero fue asesinado a finales de diciembre.
En la competencia que surgió, en los meses siguientes, por la jefatura del comité de liberación de
Francia, recientemente establecido en Argel, el general de Gaulle, a pesar de inspirar recelos a Roosevelt,
venció con facilidad a sus rivales.
Tras los desembarcos en Ôfrica del Norte, los alemanes tomaron también el control de la Francia no
ocupada, pero fracasaron en su esfuerzo por apoderarse de la flota francesa, al hundir sus tripulaciones los
barcos en Toulon. En Ôfrica del Norte, las fuerzas invasoras, al mando del general Eisenhower, luchaban por
abrirse paso hacia Túnez, al este. Mientras tanto, las fuerzas británicas, bajo el general Montgomery, tras
contener a los alemanes en El Alamein en junio de 1942, habÃ−an lanzado su tercera (y última)
contraofensiva en octubre, incluso antes de la invasión; ahora empujaban a los alemanes hacia el oeste, a
partir de Egipto, hasta que una gran fuerza alemana, aplastada entre los dos ejércitos aliados, fue destruida
en Túnez. En mayo de 1943 ya no habÃ−a fuerzas del Eje en Ôfrica. Se habÃ−a desvanecido el sueño de
Mussolini de un imperio africano; el Mediterráneo estaba abierto; la amenaza a Egipto y al Canal de Suez
habÃ−a terminado.
A1 mismo tiempo, estaba claro que en el invierno de 1942-43 los alemanes habÃ−an sufrido un catastrófico
revés en la batalla de Stalingrado. En agosto de 1942, fuerzas alemanas masivas comenzaban un asalto con
todos sus recursos contra Stalingrado, clave del transporte por el Volga inferior; en septiembre habÃ−an
penetrado en la ciudad. Stalin, que desde el comienzo de la guerra mandaba personalmente las operaciones
militares, ordenó resistir a toda costa; los soldados y la población civil ofrecieron una resistencia tenaz.
Hitler era igualmente obstinado en sus órdenes de conquista. Tras varias semanas de lucha, los alemanes
habÃ−an ocupado la mayor parte de la ciudad, pero los soviéticos comenzaron un gran contraataque,
dirigido por el general Zhukov; 22 divisiones alemanas fueron obligadas a capitular; los alemanes perdieron
más de 330.000 hombres. Los soviéticos siguieron con una nueva contraofensiva hacia el oeste que les
supuso avances generales y recuperar lo perdido en el primer año de guerra. Después de Stalingrado, a
pesar de algunos retrocesos, los soviéticos se mantuvieron a la ofensiva durante todo el resto de la guerra.
Stalingrado (luego llamada Volgogrado) fue un punto crÃ−tico, no sólo para el cambio de la historia de la
guerra, sino también de la historia de la Europa central y oriental.
Mientras tanto, da lo largo de 1943 fue llegando a la URSS gran cantidad de equipo de EEUU, gracias a la
Ley de Préstamo y Arriendo: un flujo de aviones, cañones, vehÃ−culos, ropas y alimentos se abrÃ−a
paso, laboriosamente, a través del océano Ôrtico y también del golfo Pérsico. Se enviaba
maquinaria y equipo para las fábricas de armas soviéticas, que estaban incrementando enormemente su
producción. Los bombardeos angloamericanos estaban destrozando la industria de la aviación alemana en
su propio suelo. La contribución aliada al esfuerzo de guerra soviético era indispensable, pero las
pérdidas humanas soviéticas fueron tremendas: murieron más soviéticos en la batalla de Stalingrado
que soldados de EEUU en toda la guerra.
Con el éxito de EEUU en las islas Salomón a finales de 1942 y la lenta asfixia de los submarinos
alemanes en el Atlántico, el inicio de 1943 trajo nuevas esperanzas para los aliados en todos los frentes. En
una espectacular campaña de julio-agosto de 1943, tropas de Canadá, Gran Bretaña y EEUU
conquistaron Sicilia. Mussolini cayó inmediatamente; el régimen fascista tocaba a su fin tras veintiún
años. Mussolini estableció una República Social Italiana en el norte, pero no fue más que un gobierno
tÃ−tere de los alemanes (unos meses después, en abril de 1945, el Duce, cuando intentaba huir del paÃ−s,
fue apresado, fusilado y colgado como un cerdo por los italianos antifascistas). El nuevo gobierno italiano
presidido por el mariscal Badoglio trató de firmar la paz en agosto de 1943. Entonces, el ejército alemán
ocupó Italia. Los aliados, tras haber pasado a la penÃ−nsula italiana, atacaban desde el sur. En octubre el
gobierno de Badoglio declaró la guerra a Alemania, e Italia fue reconocida como “cobeligerante” por los
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aliados. Pero los alemanes frenaban tenazmente el avance aliado hacia Roma, a pesar de sus nuevos
desembarcos y cabezas de playa. La campaña italiana desembocó en un largo y desalentador
estancamiento, porque los aliados occidentales, al concentrar sus tropas en Inglaterra para la próxima
invasión a través del Canal, nunca podÃ−an disponer de fuerzas suficientes para el frente italiano.
C. La ofensiva aliada (1944-1945): Europa y el PacÃ−fico.
La Fortaleza de Europa defendÃ−a sus accesos occidentales (las costas de Holanda, Bélgica y Francia), con
todo tipo de fortificaciones que la inventiva cientÃ−fica y militar alemana podÃ−an idear. Un ataque por mar
contra esa fortaleza era una operación sin precedentes. Se diferenciaba de los anteriores ataques anfibios
contra Argelia, Sicilia o las islas del PacÃ−fico en que el defensor, al hallarse en la zona donde la red de
carreteras y ferrocarriles era más densa, podÃ−a acudir inmediatamente con abrumadoras reservas al punto
atacado, a no ser que una táctica de despiste lograse desorientarlo, la fuerza aérea destruyese sus
transportes, o los rusos le obligasen a retener sus fuerzas en el Este. Se elaboraron planes minuciosos: 10.000
aviones darÃ−an protección aérea, decenas de buques de guerra bombardearÃ−an la costa, 4.000
embarcaciones transportarÃ−an a las tropas y sus abastecimientos a través del canal, se crearÃ−an puertos
artificiales donde no hubiese.
La invasión comenzó el 6 de junio de 1944. El punto elegido fue la costa de NormandÃ−a, cruzando el
Canal directamente desde Inglaterra. Una combinación sin precedentes de fuerzas, británicas, canadienses y
norteamericanas, de tierra, mar y aire, respaldada por gigantescas acumulaciones de abastecimientos y de
reservas de hombres, reunidas en Gran Bretaña, y todo bajo el mando del general Eisenhower, asaltó la
costa francesa, estableció una cabeza de playa y mantuvo un frente. La fuerza aliada superaba los 130 000
hombres el primer dÃ−a, y llegó al millón en un mes. Se obligó a los alemanes a retroceder, al principio
más fácilmente de lo que se habÃ−a pensado. En agosto fue liberado ParÃ−s y en septiembre los aliados
cruzaban la frontera alemana. En Francia, Italia y Bélgica, los movimientos de resistencia, que se habÃ−an
desarrollado en secreto durante los últimos años de la ocupación alemana, salÃ−an ahora a la luz y
expulsaban a los alemanes y a sus colaboradores. Dentro de Alemania, nunca se desarrolló un movimiento
de resistencia con raÃ−ces profundas, pero unos pocos hombres, militares y civiles, formaban un grupo
clandestino. El 20 de julio de 1944, ese grupo intentó asesinar a Hitler haciendo estallar una bomba en su
cuartel general; Hitler sólo resultó herido y se vengó duramente.
En agosto, en otra gran operación, los aliados desembarcaron en la costa mediterránea de Francia, y desde
allÃ− acudieron a unirse con las fuerzas aliadas, que encontraban una resistencia cada vez más dura. La
ofensiva aliada sufrió, momentáneamente, un serio revés. Un súbito ataque alemán, lanzado bajo las
órdenes directas de Hitler en diciembre de 1944 contra unas débiles lÃ−neas norteamericanas en las
Ardenas belgas, causó grandes pérdidas y confusión. Pero los aliados se rehicieron. Ni la contraofensiva
de Hitler ni el empleo de nuevas armas destructoras lanzadas sobre Inglaterra (bombas volantes y cohetes)
sirvieron de nada a los alemanes. Los aliados seguÃ−an avanzando y destrozaban la lÃ−nea Sigfrido. El
último obstáculo natural se superó cuando, en marzo de 1945, los aliados cruzaron al puente de Remagen
y establecieron una cabeza de puente: eran las primeras tropas, desde Napoleón, que cruzaban el Rin
combatiendo. Los aliados no tardaron en encontrarse aceptando numerosas rendiciones en el valle del Ruhr.
Mientras tanto, en 1944, los ejércitos rusos expulsaban a los alemanes de Ucrania, de Bielorrusia, de los
estados bálticos y de la Polonia oriental. En agosto, llegaban a los suburbios de Varsovia. La clandestinidad
polaca se levantó contra los alemanes, pero los rusos, decididos a que Polonia no fuese liberada por una
dirección polaca no comunista, se negaron a prestar ayuda al levantamiento, y éste fue aplastado. Los
rusos, con sus lÃ−neas muy extendidas, y contenidos durante algunos meses por la fuerza alemana en Polonia,
se dirigieron el sur, hacia Rumania y Bulgaria; estos dos paÃ−ses cambiaron de bando y declararon la guerra
a Alemania. A comienzos de 1945, los rusos reanudando su ofensiva, se abrieron paso hacia la Prusia Oriental
y hacia Silesia, y, en febrero, llegaron al Oder, a 60 kms de BerlÃ−n, donde Zhukov se detuvo para reagrupar
sus fuerzas. En marzo y abril, las fuerzas rusas ocupaban Budapest y Viena.
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Empezaba el ataque final contra Alemania. Hitler trasladó fuerzas del frente occidental, que se desmoronaba,
para resistir en el Oder y proteger BerlÃ−n. La población colaboraba poco al freno del avance aliado, con la
esperanza de que llegasen a BerlÃ−n y ocupasen lo más posible, antes que los rusos. En abril, los
norteamericanos llegaban al Elba, a unos 90 Km. de BerlÃ−n, sin encontrar apenas obstáculos; pero allÃ− se
detuvieron, por orden del general Eisenhower. Sus lÃ−neas de abastecimiento estaban muy extendidas y
querÃ−an una lÃ−nea de demarcación clara entre ellos y los rusos; también consideraban necesario
desviar algunas fuerzas hacia el sur, contra una posible última resistencia alemana en los Alpes. Pero la
decisión fue, sobre todo, un gesto con los soviéticos, a quienes se les permitió tomar BerlÃ−n para
compensar su enorme sacrificio a la causa común. De igual modo, las tropas que avanzaban hacia el sur se
abstuvieron de apoderarse de Praga, permitiéndose a los soviéticos que tomasen la capital checa.
Algunos han dicho después que el destino de la Europa central lo determinó la guerra en el Lejano
Oriente; EEUU buscaba la ayuda soviética contra Japón, de la que luego resultó que podÃ−an prescindir
perfectamente.
Los aliados exigieron una rendición incondicional, pero los alemanes siguieron luchando en las calles de
BerlÃ−n. El 30 de abril Hitler se suicidó entre las ruinas de su capital. El almirante Doenitz, designado
sucesor por Hitler, aceptó la rendición el 8 de mayo de 1945. Con ello se ponÃ−a fin a la guerra en Europa
(unos dÃ−as antes se habÃ−a acabado también en el frente italiano).
En el PacÃ−fico las operaciones se habÃ−an arrastrado durante tres años contra Japón, entorpecidas por la
decisión estratégica de concentrar el esfuerzo contra Alemania. Poco a poco, desde diversos puntos de las
islas Salomón (la parte más oriental del archipiélago indonesio), las fuerzas norteamericanas, al principio
muy escasas, se abrÃ−an paso en dirección hacia el lejano Japón. Tuvieron que luchar, sucesivamente, por
Guadalcanal, Nueva Guinea y las Filipinas, asÃ− como por las islas japonesas y los atolones del PacÃ−fico
central (arrebatados por Japón a los alemanes tras la 1ª G.M. y convertidos en poderosas bases navales), las
islas Gilbert, Marshall, Carolinas y Marianas. En octubre de 1944, lograron una gran victoria naval en el golfo
de Leyte. Por último, en una de las más grandes y decisivas batallas de la guerra, tomaron la isla de
Okinawa, sólo a 450 kms de Japón, justamente cuando los alemanes se hundÃ−an en Europa. Desde las
nuevas bases conquistadas (Saipan, Iwo Jima y Okinawa) y desde los portaaviones, se lanzó una terrible
ofensiva de bombardeos contra Japón, como la que habÃ−a devastado Alemania en los dos años
precedentes, que destrozó la industria japonesa y los restos de su flota, y obligó a su gobierno a pensar
seriamente en pedir la paz. Los aliados no se creÃ−an que las defensas japonesas estuvieran a punto de
desmoronarse o que los japoneses estuvieran dispuestos a negociar. El ejército norteamericano se
disponÃ−a a trasladar fuerzas de combate del escenario europeo al del Lejano Oriente, dentro de los
preparativos para una invasión a gran escala del propio Japón.
El 6 de agosto de 1945, una bomba atómica, fabricada con el máximo secreto por cientÃ−ficos
norteamericanos y europeos, fue lanzada sobre Hiroshima, una ciudad de 200.000 habitantes. La ciudad fue
destruida totalmente, y murieron más de 70.000 personas. Dos dÃ−as después, la URSS, que se habÃ−a
comprometido a entrar en el conflicto de Oriente en el plazo de tres meses después de la rendición de
Alemania, declaró la guerra al Japón e invadió Manchuria. El 9 de agosto, otra bomba atómica aún
más potente cayó sobre Nagasaki y mató a muchos más miles de personas. Los japoneses pidieron la paz
inmediatamente. El 2 de septiembre de 1945, se firmó la rendición formal. Se permitió al emperador que
continuase como jefe del estado, pero Japón quedó bajo el dominio de un ejército de ocupación de
EEUU. La 2ª G.M. habÃ−a terminado.
D. Las “resistencias” nacionales.
En todos los paÃ−ses ocupados surgió una “resistencia” que, a pesar de las diferencias nacionales, conoció
una evolución semejante. Los disconformes con la ocupación escuchaban las emisiones de radio que
difundÃ−an los aliados desde Boston a Moscú, y sobre todo la BBC de Londres; estas noticias, con−
mensajes de aliento y de directrices de acción, las difundÃ−an a su vez mediante octavillas y −periódicos.
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AsÃ− nacieron agrupaciones espontáneas, más o menos duraderas, haciendo todo lo que estaba a su
alcance y poniendo a punto sus propios métodos de acción.
Los sabotajes a la máquina de guerra alemana fueron cada vez más numerosos y eficaces. Para ayudar a
personas perseguidas (prisioneros de guerra evadidos, aviadores aliados derribados, judÃ−os, etc) se crearon
“redes de evasión” que iban desde Bélgica hasta los Pirineos, o desde Polonia a HungrÃ−a y Grecia. Al
mismo tiempo, con operacio−nes marÃ−timas o aéreas, introducÃ−an o sacaban agentes o información en
beneficio de los aliados. Los más audaces se unÃ−an para atacar a los colaboracio−nistas o a tropas aisladas.
Poco a poco, sobre todo después de que el Servicio de Trabajo Obligatorio en Alemania se impusiera a los
jóvenes, se formaron nuevos grupos de combate (maquis o partisanos). Ocasionalmente, la insurrección
general, con huelgas repetidas, manifesta−ciones amplias y levantamien−tos armados en ciudades (Varsovia,
ParÃ−s) o regiones favorables (Eslovaquia) consumaron el proceso con la apoteosis de la libera−ción.
Aunque la resistencia podÃ−a en algún caso coger armas al enemigo (como los partisanos yugoslavos a los
ocupantes italianos tras la capitulación italiana), no podÃ−a actuar −realmente ni mantenerse fuerte si los
aliados no se las proporcionaban. Los militares de carrera, sin embargo, desconfiaban de ella. Los británicos
crearon un Servicio de Operaciones Especiales para equiparla y en Londres se instalaron gobiernos “en el
exilio” que se dirigÃ−an a sus compatriotas a través de la radio; pero sólo alentaban la guerra clandestina
como acoso a las tropas ocupantes. EEUU también tuvo dificultades para adaptarse a ella, aunque a partir
de 1943 aportaron a la resistencia la mayor parte de su material. Pero todos los aliados estaban de acuerdo en
ayudar a la resistencia sólo si les servÃ−a para sus intereses; en caso contrario, la combatÃ−an. En la URSS,
tras el primer año de guerra, grandes unidades militares quedaron desarticuladas, aunque no capturadas, y
las instituciones y los dirigentes soviéticos desaparecieron. Una vez reagrupadas las tropas y recuperado el
partido comunista, grupos de miles de partisanos operaron detrás del inmenso frente alemán (en vastos
territorios que era imposible ocupar densamente); su cometido consistÃ−a en cortar las lÃ−neas de
abastecimiento, retener a numerosas divisiones alemanas lejos del principal teatro de operaciones y preparar
las ofensivas del Ejército Rojo. Estas luchas se libraron en un clima de exaltación patriótica, que
marcaba una estrecha unión del régimen soviético con la Rusia eterna. En Yugoslavia, con más ayuda
británica que rusa, el jefe partisano, el comunista Tito, luchó a la vez contra los ocupantes alemanes, los
colabora−cionistas croatas y serbios, y la resistencia chetnik, anticomunista, de Mihailovic. Por su mayor
combatividad, logró imponerse, dibujando asÃ− la Yugoslavia de la posguerra, un estado federal con un
régimen comunista.
La historia de los movimientos europeos de resistencia es en gran medida mitológica, pues (salvo, en
cierta medida, en Alemania) la legitimidad de los regÃ−menes y gobiernos de posguerra se cimentó
fundamentalmente en su participación en la resistencia. Francia es el caso extremo, porque en ese paÃ−s no
existió una continuidad real entre los gobiernos posteriores a la liberación y el de 1940, que habÃ−a
firmado la paz y habÃ−a colaborado con los alemanes, y porque la resistencia armada organizada apenas tuvo
importancia hasta 1944 y obtuvo escaso apoyo popular. La Francia de la posguerra fue reconstruida por el
general De Gaulle sobre la base del mito de que la Francia eterna nunca habÃ−a aceptado la derrota. Como
afirmó el mismo De Gaulle, “la resistencia fue un engaño que tuvo éxito”. El hecho de que en los
monumentos a los caÃ−dos sólo se rinda homenaje a los miembros de la resistencia y a los que lucharon en
las fuerzas mandadas por De Gaulle es fruto de una decisión polÃ−tica. Sin embargo, Francia no es el
único paÃ−s en el que el estado se cimentó en la mÃ−stica de la resistencia.
Es preciso hacer dos matizaciones respecto a estos movimientos europeos de resistencia. Ante todo que, con la
posible excepción de Rusia, su importancia militar, hasta el momento en que Italia abandonó las
hostilidades en 1943, fue mÃ−nima y no resultó decisiva en ningún sitio, salvo tal vez en algunas zonas de
los Balcanes. Hay que insistir en que tuvieron ante todo una importancia polÃ−tica y moral. AsÃ− en Italia,
después de veinte años de fascismo, que habÃ−a tenido un apoyo popular importante, incluso de los
intelectuales, la vida pública fue transformada por la gran movilización de la resistencia en 1943-1945, en
la que destaca el movimiento partisano armado de la zona central y septentrional del paÃ−s, con más de
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100.000 combatientes, de los que murieron 45.000. Esto permitió a los italianos superar sin mala conciencia
la era mussoliniana. En cambio, los alemanes no pudieron distanciarse del perÃ−odo nazi de 1933-1945
porque apoyaron firmemente a su gobierno hasta el final. Los miembros de la resistencia interna, una
minorÃ−a formada por militantes comunistas, militares conservadores prusianos y disidentes religiosos y
liberales, habÃ−an muerto o volvÃ−an de los campos de concentración. A la inversa, a partir de 1945 el
apoyo al fascismo o el colaboracionismo con el ocupante dejaron fuera de la vida pública durante una
generación a quienes los habÃ−an practicado. No obstante, la guerra frÃ−a contra el comunismo ofreció a
estas personas no pocas oportunidades de empleo en las operaciones militares y de inteligencia clandestinas
de los paÃ−ses occidentales.
La segunda observación acerca de los movimientos de resistencia es que, por razones obvias, aunque con
una notable excepción en el caso de Polonia, se orientaban polÃ−ticamente hacia la izquierda. En todos
los paÃ−ses, los fascistas, la derecha radical, los conservadores, los sectores más ricos y todos aquellos cuyo
principal temor era la revolución social, simpatizaban con los alemanes, o al menos no se oponÃ−an a ellos.
Lo mismo cabe decir de algunos movimientos nacionalistas minoritarios, que siempre habÃ−an estado en la
derecha ideológica y que esperaban obtener algún beneficio de su colaboración. Tal es el caso en especial
del nacionalismo flamenco, eslovaco y croata. Muy parecida fue la actitud del sector de la Iglesia católica
formado por los anticomunistas más intransigentes. No obstante, la posición polÃ−tica de la Iglesia era
demasiado compleja y en ningún sitio se puede calificar simplemente de “colaboracionista”. De lo dicho se
desprende que los elementos de la derecha que participaron en la resistencia eran inevitablemente atÃ−picos.
Winston Churchill y el general De Gaulle no eran exponentes tÃ−picos de sus familias ideológicas, aunque
es cierto que para más de un tradicionalista visceral de derechas con instintos militaristas, un patriotismo que
no defendiera la patria era simplemente impensable.
Esto explica el notable predominio de los comunistas en los movimientos de resistencia y el enorme avance
polÃ−tico que consiguieron durante la guerra. Gracias a ello, los movimientos comunistas europeos
alcanzaron su mayor influencia en 1945-1947. La excepción fue Alemania, donde los comunistas no se
recuperaron de la brutal decapitación sufrida en 1933 y de los heroicos pero suicidas intentos de resistencia
que protagonizaron hasta 1936. Incluso en paÃ−ses como Bélgica, Dinamarca y PaÃ−ses Bajos, alejados
de cualquier perspectiva de revolución social, los partidos comunistas aglutinaban el 10-12% de los votos,
mucho más de lo que nunca habÃ−an conseguido, lo que les convertÃ−a en el tercer o cuarto grupo más
importante en sus parlamentos. En Francia fueron el partido más votado en las elecciones de 1945, ganando
por primera vez a sus viejos rivales socialistas. Sus resultados fueron aún más sorprendentes en Italia. El
Partido Comunista italiano, que antes de la guerra era un pequeño partido acosado, poco implantado y
clandestino, se habÃ−a convertido, después de dos años de resistencia, en un partido de masas con
800.000 afiliados, llegando a casi dos millones en 1946. En los paÃ−ses donde el principal elemento en la
guerra contra las potencias del Eje habÃ−a sido la resistencia interna armada (Yugoslavia, Albania y Grecia),
las fuerzas partisanas estaban dominadas por los comunistas, hasta el punto de que el gobierno británico de
Churchill, que no albergaba la menor simpatÃ−a hacia el comunismo, trasladó su apoyo y su ayuda del
monárquico Mihailovic al comunista Tito, cuando se hizo patente que el segundo era mucho más peligroso
que el primero para los alemanes.
Los comunistas participaron en los movimientos de resistencia no sólo porque el “partido de vanguardia” de
Lenin habÃ−a sido pensado para lograr unos cuadros disciplinados y desinteresados, cuyo objetivo era la
acción eficaz, sino porque esos “revolucionarios profesionales” habÃ−an sido creados precisamente para
situaciones extremas como la ilegalidad, la represión y la guerra. En ese sentido, diferÃ−an de los partidos
socialistas, que no podÃ−an actuar fuera de la legalidad (elecciones, mÃ−tines, etc), que enmarcaba sus
acciones. Otros dos rasgos, su internacionalismo y la convicción apasionada con la que dedicaban su vida a
la causa, ayudaron a los comunistas a alcanzar una posición preeminente en la resistencia. Gracias al primero
pudieron movilizar a las personas más inclinadas a responder a un llamamiento antifascista que a una causa
nacional. AsÃ− ocurrió en Francia, donde los refugiados de la guerra civil española fueron el núcleo
mayoritario de la resistencia armada en el suroeste del paÃ−s (unos 12.000 miembros) y donde los refugiados
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y trabajadores inmigrantes de 17 naciones realizaron, bajo la sigla MOI (Main d'Oeuvre Immigrée), algunas
de las acciones más arriesgadas que llevó a cabo el partido, como el ataque del grupo Manouchian
(armenios y judÃ−os polacos) contra los oficiales alemanes en ParÃ−s. El segundo de esos rasgos generó
esa mezcla de valentÃ−a, espÃ−ritu de sacrificio y determinación implacable que impresionaba incluso a sus
enemigos (léase Tiempo de guerra del yugoslavo Milovan Djilas).
Aunque su disciplinada organización aumentaba sus posibilidades de supervivencia en las prisiones y
campos de concentración, los comunistas sufrieron cuantiosas bajas. El recelo que suscitaba el Partido
Comunista francés, cuya dirección era contestada incluso por otros comunistas, no desmentÃ−a su
afirmación de ser le parti des fusillés, con casi 15.000 militantes ejecutados por el enemigo. No es
sorprendente que tuviera una gran ascendencia sobre las personas más valientes, especialmente los jóvenes
y, sobre todo, en paÃ−ses como Francia o Checoslovaquia, en los que la resistencia activa no habÃ−a
encontrado un apoyo masivo. EjercÃ−an también un fuerte atractivo sobre los intelectuales, el sector que
más rápidamente se movilizó bajo el lema del antifascismo y que fue el núcleo central de las
organizaciones de resistencia no partidistas, pero de izquierdas en sentido amplio. Tanto la devoción de los
intelectuales franceses hacia el marxismo como el dominio de la cultura italiana por personas vinculadas al
Partido Comunista, fueron un corolario de la resistencia.
Los comunistas no trataron de establecer regÃ−menes revolucionarios, excepto en las zonas de los Balcanes
dominadas por la guerrilla. La URSS, hacia la que los comunistas mostraban una lealtad total, desalentó los
intentos unilaterales de conseguir el poder. De hecho, las revoluciones comunistas que se llevaron a cabo (en
Yugoslavia, Albania y luego China) se hicieron contra la opinión de Stalin. El punto de vista soviético era
que la polÃ−tica de posguerra tenÃ−a que seguir en el marco de la alianza antifascista global, es decir, el
objetivo era la coexistencia a largo plazo, o más bien la simbiosis de capitalismo y comunismo, de modo que
los cambios sociales y polÃ−ticos tendrÃ−an que surgir de las “democracias de nuevo tipo” que surgirÃ−an
de las coaliciones nacidas durante la guerra. Esa hipótesis optimista no tardó en desvanecerse con la guerra
frÃ−a, hasta tal punto que pocos recuerdan que Stalin instó a los comunistas yugoslavos a sostener la
monarquÃ−a o que en 1945 los comunistas británicos se opusieron a la ruptura de la coalición que
habÃ−an establecido con Churchill durante la guerra, es decir, a la campaña electoral que llevarÃ−a a los
laboristas al poder. Sin duda, Stalin era sincero cuando hacÃ−a esos planteamientos e intentó demostrarlo
disolviendo la Comintern en 1943 y el Partido Comunista de EEUU en 1944.
La decisión de Stalin dejaba claras sus intenciones. Significaba un adiós definitivo, por pragmatismo, a la
revolución mundial. El socialismo quedarÃ−a limitado a la URSS y al territorio que se le asignara en la
negociación diplomática como zona de influencia, es decir, básicamente al que ocupaba el ejército rojo
al finalizar la guerra. Pero incluso dentro de esa zona serÃ−a más un vago proyecto de futuro que un
programa inmediato para implantar “democracias populares”. El devenir histórico, que no tiene en cuenta las
intenciones polÃ−ticas, tomó otra dirección, excepto en un aspecto. La división del mundo mismo, en dos
zonas de influencia que se negoció en 1944-1945 pervivió. Durante treinta años ninguno de los dos
bandos traspasó la lÃ−nea de demarcación fijada, excepto en momentos puntuales. Ambos renunciaron al
enfrentamiento abierto, garantizando asÃ− que la guerra frÃ−a nunca llegarÃ−a a ser una guerra caliente.
2. Las consecuencias: el mundo al finalizar la guerra
A. Las Conferencias interaliadas.
El fanatismo y la dureza del conflicto generaron un ambiguo final: no se firmó ninguna paz. La derrota de
los vencidos fue total, sin condiciones, lo que hubiera debido facilitar la solución de los problemas
pendientes. Pero, en realidad, no se arregló nada; más aún, se plantearon nuevos problemas imprevistos y
que exigÃ−an respuestas tan fulminantes como difÃ−ciles, hasta el punto de que algunos pensaron
resolver−los emprendiendo una tercera guerra mundial entre los aliados de la vÃ−spera. A pesar de todo, se
tomaron medidas y se crearon organismos (la ONU) para prevenir semejante catástrofe. Una nueva paradoja
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fue ver a los vencedores emplearse diligentemente en rehabilitar a los adversarios que tanto interés
habÃ−an tenido antes en destruir (Alemania, Italia, Japón), consiguiéndolo muy rápidamente.
La Carta del Atlántico, elaborada por Roosevelt y Churchill en su primera reunión (agosto de 1941, frente
a la costa de Terranova), era similar en su espÃ−ritu a los Catorce Puntos de Wilson. Se comprometÃ−a a
devolver la soberanÃ−a y el autogobierno a todos los que hubieran sido despojados de ellos por la fuerza,
señalaba que todas las naciones tendrÃ−an un acceso igual al comercio y a los recursos mundiales, y que
trabajarÃ−an conjuntamente para conseguir mejores niveles de vida y seguridad económica. PrometÃ−a una
paz que liberarÃ−a a toda la humanidad del miedo y de la necesidad, y que acabarÃ−a con la fuerza y la
agresión en los asuntos internacionales. A lo largo de 1943, los aliados trataron de coordinar sus planes
militares. En Casablanca (enero 1943), decidieron exigir la “rendición incondicional” de las potencias del
Eje. Aunque criticada en años posteriores (y no aplicada del todo a Japón), no es seguro que tal decisión
influyese en el desarrollo de los acontecimientos. La resistencia alemana se prolongó a causa de la
obstinación de Hitler y del apoyo de sus militares, y no porque los dirigentes hubieran estado dispuestos a
pedir la paz, si los aliados les hubiesen ofrecido unas condiciones adecuadas. En Teherán (diciembre 1943),
los aliados discutieron la ocupación y la desmilitarización de Alemania y fijaron los planes para establecer
una organización internacional para la posguerra.
Conforme los ejércitos rusos avanzaban contra los alemanes en 1944, el destino de Europa central y
oriental se convirtió en una cuestión muy importante. EEUU seguÃ−a la táctica de aplazar las decisiones
territoriales y polÃ−ticas conflictivas hasta que la victoria estuviese asegurada. Churchill era más receloso.
Formado en la polÃ−tica tradicional del equilibrio de potencias, creÃ−a que, si no se negociaban antes unos
ajustes polÃ−ticos, la victoria sobre los nazis equivaldrÃ−a a la dominación rusa sobre la Europa oriental.
Visitó por propia iniciativa a Stalin (octubre 1944) y esbozó una demarcación de esferas de influencia
entre las potencias occidentales y la URSS en los Balcanes (predominio ruso en Rumania y Bulgaria, y
occidental en Grecia, influencia paritaria en HungrÃ−a y Yugoslavia). El control ruso sobre los estados
bálticos habÃ−a sido aceptado por los ingleses ya con anterioridad. Pero Roosevelt y el Departamento de
Estado no ratificaron aquel acuerdo, que consideraban anticuado y una peligrosa resurrección de los peores
aspectos de la diplomacia anterior a 1914. Sin embargo, era preciso adoptar decisiones polÃ−ticas sin
tardanza.
Las conferencias que alcanzaron las decisiones polÃ−ticas más importantes fueron las de Yalta y Potsdam
en 1945. La de Yalta (febrero 1945) tuvo lugar cuando los aliados estaban más cerca de la victoria final de
lo que nadie podÃ−a imaginarse. Los tres estadistas aliados se reunieron en un antiguo balneario zarista, a
orillas del Mar Negro, y brindaron por sus triunfos comunes. Roosevelt se asignó el papel de mediador entre
Churchill y Stalin cuando se trataron problemas europeos. Se esforzó por impedir que Stalin fuese a tener la
impresión de que Roosevelt y Churchill estaban, en cierto modo, unidos contra él; la verdad era que
Roosevelt recelaba de la devoción de Churchill por el imperio y los lazos coloniales, que él consideraba
anacrónicos para el mundo de la posguerra. A pesar de las diferencias, lograron acuerdos, al menos
formalmente, sobre Polonia y la Europa oriental, el futuro de Alemania, la guerra en el Lejano Oriente, y la
proyectada organización internacional de posguerra, las Naciones Unidas.
La discusión sobre Polonia y la Europa oriental planteó las mayores dificultades. Las tropas de Stalin, que
habÃ−an empujado a los nazis hasta 60 Km. de BerlÃ−n, controlaban Polonia y casi toda Europa oriental y
central. Los rusos recordaban aquellas áreas como antisoviéticas, y a Polonia, en especial, como la
nación que habÃ−a perpetrado la agresión contra el territorio soviético en 1920 y como el antiguo pasillo
de los ataques a Rusia. Stalin habÃ−a tomado medidas ya para establecer un gobierno “amistoso” en Polonia.
En Yalta, Roosevelt y Churchill obtuvieron de Stalin varias promesas sobre las áreas que él controlaba.
De acuerdo con la Carta del Atlántico, se permitirÃ−an a los estados liberados unos gobiernos provisionales
“ampliamente representativos de todos los elementos democráticos de la población”. Presionaron a Stalin
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para que se comprometiese también al “establecimiento mas rápido posible, mediante elecciones libres, de
gobiernos responsables ante la voluntad del pueblo”. El compromiso fue una concesión verbal que costó
muy poco al dirigente ruso; rechazó la sugerencia de una supervisión internacional de las elecciones. La
Declaración sobre la Europa Liberada, que prometÃ−a derechos soberanos y autodeterminación, produjo
una falsa sensación de acuerdo.
Se aceptaron también ciertos cambios territoriales, a falta del acuerdo final. La frontera oriental de Polonia
seguirÃ−a la llamada lÃ−nea Curzon, es decir, la frontera ideada por los aliados en 1919, antes de que los
polacos conquistasen territorios más al este. A los polacos se les compensarÃ−a por el norte y por el oeste, a
costa de Alemania. Sobre estas cuestiones hubo un amplio acuerdo; los tres grandes compartÃ−an su
aversión al nazismo y al militarismo alemanes. Alemania seria, además, desarmada y dividida en cuatro
zonas de ocupación bajo la administración de las tres grandes potencias más Francia (ante la insistencia de
Churchill). También se habló vagamente sobre la desmembración de Alemania, pero se vieron las
dificultades de tal empresa y se aplazó la propuesta, luego desechada. También se abandonó, por
impracticable, el plan Morgenthau, que pretendÃ−a transformar Alemania en una economÃ−a agraria
preindustrial. EEUU y Gran Bretaña rechazaron como excesivas las demandas de reparaciones formuladas
por la URSS, 20.000 millones $ a pagar en especie, la mitad de los cuales serÃ−an para la URSS. Pero se
acordó que las reparaciones se entregarÃ−an a los paÃ−ses que hubieran soportado las cargas más duras de
la guerra y sufrido las más graves pérdidas y que la URSS recibirÃ−a la mitad de la suma total que se
fijase.
Los participantes estuvieron de acuerdo en los planes para una organización internacional, que recibirÃ−a el
nombre de Naciones Unidas. Roosevelt creÃ−a que las grandes potencias, cooperando en el marco de la ONU
y actuando como policÃ−as internacionales, eran las únicas que podrÃ−an preservar para el futuro la paz y
la seguridad del mundo. Se acordó que cada una de las grandes potencias, miembros permanentes del
Consejo de Seguridad de la nueva organización, tendrÃ−a un poder de veto en las decisiones importantes.
Sobre el Lejano Oriente los acuerdos fueron difÃ−ciles. AquÃ−, las decisiones polÃ−ticas y militares se
hallaban inextricablemente enlazadas En abril de 1941, los soviéticos habÃ−an firmado un tratado de no
agresión con Japón y habÃ−an permanecido neutrales en la guerra del PacÃ−fico, a pesar de sus intereses
históricos en el Lejano Oriente. Dada la magnitud de su esfuerzo de guerra en el frente europeo, nadie les
presionó para que entrasen en la guerra del PacÃ−fico. Se acordó esperar, por lo menos, hasta que los
alemanes estuviesen al borde de la derrota. En Yalta, Stalin se avino a entrar en la guerra contra Japón, pero
aseguró que la “opinión pública” soviética pedirÃ−a una compensación. Se estipuló que la URSS
entrarÃ−a en la guerra contra Japón, “dos o tres meses” después de la rendición de Alemania. En
compensación la URSS recuperarÃ−a los territorios y los derechos que Japón habÃ−a arrebatado a la Rusia
zarista cuarenta años antes, tras la guerra de 1905, la mitad meridional de la isla Sajalin, y en Manchuria
especiales concesiones en el puerto libre de hielos de Dairen y en la base naval de Port Arthur, asÃ− como el
control conjunto con China sobre los ferrocarriles manchurianos que conducen a esos puertos; además, la
URSS recibirÃ−a las islas Kuriles, que no habÃ−an sido rusas antes. La posición rusa en Mongolia Exterior
permanecerÃ−a también inalterada. A su vez, Stalin confirmaba la soberanÃ−a polÃ−tica china sobre
Manchuria, a pesar de los privilegios concedidos a los soviéticos, y prometÃ−a su apoyo al gobierno
nacionalista de China, entonces en difÃ−ciles relaciones con los comunistas chinos.
Pero China no era partÃ−cipe de ninguna de aquellas concesiones, que durante algún tiempo se mantuvieron
secretas. Roosevelt se encargó de lograr el consentimiento de Chiang Kai-Chek, cosa que consiguió, en
efecto. Con las concesiones territoriales a la URSS en el Lejano Oriente, las potencias occidentales parecÃ−an
estar autorizando la sustitución del imperialismo japonés por el imperialismo ruso en la zona largamente
discutida de la China del nordeste, y sin que China tuviese en absoluto voz en la cuestión. Las concesiones
eran el precio que habÃ−a que pagar a la URSS por su ayuda contra los japoneses, entonces considerada
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indispensable para la derrota final del Japón. Pero, no obstante, la entrada de la URSS en la guerra no tuvo
consecuencia militar alguna; en efecto, se produjo dos dÃ−as después de la bomba de Hiroshima y cuando
los japoneses se hallaban ya en una situación desesperada, cerca del colapso y de la rendición, incluso
aunque la bomba atómica no se hubiese arrojado. También era posible que, aun sin el acuerdo de Yalta, tal
vez nada habrÃ−a podido disuadir a Stalin de entrar en la Manchuria después del colapso japonés, o
también de controlar la Europa oriental, como él deseaba. Pero el acuerdo de Yalta prestó
respetabilidad a la expansión soviética.
Roosevelt hizo concesiones en Yalta, no sólo porque creÃ−a que necesitaba el apoyo de los soviéticos en
la última fase de la guerra contra Japón; querÃ−a conservar la coalición occidental-soviética hasta que
la victoria final estuviese garantizada, y, sobre todo, creÃ−a que la armonÃ−a del tiempo de la guerra
producirÃ−a la cordialidad en la posguerra. Churchill, menos seguro del futuro y de la “diplomacia por la
amistad”, habrÃ−a preferido una definición y un reconocimiento más explÃ−citos de las esferas de
influencia. Aquellas ideas fueron desechadas como el pensamiento de una época superada. Pero el
espÃ−ritu de la Carta del Atlántico, a saber, la promesa de la autodeterminación para todos los pueblos, fue
infringido en Yalta en muchos aspectos.
En Potsdam (julio 1945), tras el hundimiento alemán, los Grandes volvieron a reunirse: Harry S. Truman
(sucesor de Roosevelt, muerto en abril), Clement Attlee (sustituto de Churchill tras el triunfo electoral del
Partido Laborista) y Stalin. Los desacuerdos entre los aliados se habÃ−an profundizado, no só1o respecto al
control soviético de Polonia, la Europa oriental y los Balcanes, sino también sobre las reparaciones
alemanas y otras cuestiones. No obstante, hubo acuerdos sobre la ocupación de Alemania, el desarme
alemán, la desmilitarización, la “desnazificación” y el castigo de los criminales de guerra. Se acordó que
cada potencia podrÃ−a cobrar reparaciones en especie de su zona de ocupación, que los rusos obtendrÃ−an
importantes entregas adicionales de las zonas occidentales. Hasta el tratado final de paz, el territorio alemán
al este de los rÃ−os Oder-Neisse se encomendaba a la administración polaca; con ello, la frontera
polaco-alemana se fijaba en el Neisse, más al oeste de lo inicialmente previsto. Polonia extendÃ−a asÃ− sus
fronteras territoriales unos 150 km hacia el oeste, en compensación de la expansión rusa a expensas de
Polonia. La Prusia Oriental alemana fue dividida entre Rusia al norte y Polonia al sur. Konigsberg, fundada
por los Caballeros Teutónicos, durante siglos sede de los duques prusianos y ciudad de la coronación de sus
reyes, se convirtió en la ciudad rusa de Kaliningrado. Las viejas Stettin y Breslau alemanas se transformaron
en las ciudades polacas de Szczecin y Wroclaw. Se contaba con que el traslado de la población alemana de
aquellas áreas orientales se harÃ−a de forma ordenada y humana, pero millones de alemanes fueron
expulsados de sus casas o huyeron en el plazo de unos pocos meses. Para ellos (y para los alemanes que
fueron arrojados de la tierra de los sudetes) era la consumación final de la guerra desencadenada por Hitler.
En Potsdam, se acordó firmar tratados de paz, tan pronto como fuese posible, con los antiguos paÃ−ses
satélites alemanes; para prepararlos se formó un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de EEUU,
Gran Bretaña, Francia, URSS y China. En los meses siguientes el creciente distanciamiento entre los
soviéticos y Occidente se hizo evidente en las duras reuniones de dicho Consejo en Londres, ParÃ−s y
Nueva York, asÃ− como en una conferencia de paz reunida en ParÃ−s en 1946, con presencia de los 21
estados que habÃ−an aportado fuerzas militares a la derrota del Eje. En febrero de 1947 se firmaron tratados
con Italia, Rumania, HungrÃ−a, Bulgaria y Finlandia. Todos estos paÃ−ses pagaron reparaciones y aceptaron
ajustes territoriales. En 1951, se firmó un tratado de paz con Japón, pero no por parte de la URSS, que hizo
su propio tratado de paz en 1956. No se firmó ningún tratado final de paz con Alemania, dividida en dos.
Las Conferencias de Yalta y de Potsdam confirmaron la desaparición de Gran Bretaña, Francia y Alemania
como potencias de primer orden, asÃ− como el establecimiento de una especie de condominio para dirigir el
mundo por parte de las dos superpoten−cias (EEUU y la URSS) que la guerra habÃ−a contribuido a
engrandecer. El mundo comenzaba a dividirse en dos bloques y la amenaza (ahora, atómica) volvÃ−a a ser
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asidua consejera de la diplomacia, a pesar de los buenos deseos que supuso la creación de la Organización
de las Naciones Unidas.
Esta nueva Sociedad de Naciones se inspiró en la Carta Atlántica firmada por Churchill y Roosevelt
(agosto 1941) y aprobada poco después por Stalin. La primera “Declaración de las Naciones Unidas”, por
la que 26 naciones en guerra contra el Eje se comprometÃ−an a permanecer unidas después de la guerra, se
hizo el 1 de enero de 1942. En septiembre de 1944, en Dumbarton Oaks (Washington), EEUU, la URSS, Gran
Bretaña y China se pusieron de acuerdo sobre las grandes lÃ−neas de la ONU. Todos los estados estarÃ−an
en igualdad de condiciones como miembros de la Asamblea General; los británicos lograron que se
admitiera a sus Dominios (Canadá, Australia, etc) y la URSS a Bielorrusia y Ucrania. La responsabilidad del
mantenimiento de la paz se reservó al Consejo de Seguridad, del que serÃ−an miembros natos (con derecho
a veto) las cuatro potencias más Francia, y que deberÃ−a tomar las decisiones por unanimidad: era
condenarlo a la impotencia siempre que uno de los grandes estimara que sus intereses estaban en peligro.
La Carta fundacional fue firmada por 50 paÃ−ses el 25 de junio de 1945 en San Francisco, constituyéndose
la ONU en septiem−bre. Durante la guerra habÃ−an surgido también otros organismos internaciona−les,
cuyo número aumentará, y que trabajarán en estrecha colaboración con la ONU: Comisariado para los
refugiados, UNRRA (para “el auxilio y la rehabilitación”, febrero de 1943), Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD) y Fondo Monetario Internacional (FMI) (ambos nacidos en Bretton
Woods en julio de 1944), Organización Internacional del Trabajo (OIT, octubre de 1944), UNICEF (ayuda a
la infancia), UNESCO (educación, ciencia y cultura), FAO (agricultu−ra y alimentación), OMS (salud), etc.
B. Las pérdidas humanas y materiales.
Más aún que en la 1ª G.M., en la 2ª se luchó hasta el final, sin que ninguno de los bandos pen−sara
seriamente en un posible compromiso. Para ambos bandos era una guerra de religión o, en términos
modernos, de ideologÃ−as. Para la mayorÃ−a de los paÃ−ses involucrados era también una lucha por la
super−vivencia. Como lo demuestran los casos de Polonia y de las zonas ocupadas de la URSS, asÃ− como el
destino de los judÃ−os, cuyo exterminio sistemático se dio a conocer poco a poco− a un mundo que no
podÃ−a creer que fuera verdad, el precio de la derrota a manos del nazismo alemán era la esclavitud y la
muerte. Por ello, la guerra se desarrolló sin ningún lÃ−mite.
Las pérdidas ocasionadas por la guerra son literalmente incalculables y es imposible incluso realizar
estimaciones aproximadas, pues, a diferencia de la 1ª G.M., las bajas civiles fueron tan impor−tantes como
las militares y las peores matanzas se produjeron en zonas en que no habÃ−a nadie que pudiera registrarlas o
que se preocupara de hacerlo. Según estimaciones, las muertes causadas directamente por la guerra fueron de
tres a cinco veces superiores a las de la 1ª G.M. y supusieron entre el 10 y el 20% de la población total de
la URSS, Polonia y Yugoslavia y entre el 4 y el 6% de la de Alemania, Italia, Austria, Hun−grÃ−a, Japón y
China. En Francia y Gran Bretaña el número de bajas fue muy inferior (unas 200.000 en cada paÃ−s, en
torno al 1%)−, pero en EEUU fueron algo mayores (unas 300.000). Sin embargo, esas cifras no son más que
especulaciones. Las bajas soviéticas se calculan entre 7 y 20 o incluso 30 millones.
De cualquier forma, ¿qué importancia tiene la exactitud estadÃ−stica cuando se manejan cifras tan
astronómicas? ¿Acaso el horror del holocausto serÃ−a menor si los historiadores llegaran a la
conclu−sión de que la guerra no exterminó a 6 millones de judÃ−os, sino a cinco o incluso a cuatro
millones? ¿Qué importancia tiene que en el asedio al que los alemanes sometieron a Leningrado durante
900 dÃ−as (1941-1944) murieran un millón de personas por efecto del hambre y el agotamiento o tan sólo
750.000 o medio millón de personas? ¿Es posible captar el significado real de las cifras más allá de la
mera intuición? ¿Qué signi−ficado tiene para quien lea estas lÃ−neas que de los 5,7 millones de
prisione−ros de guerra rusos en Alemania murieron 3,3 millones? Un dato seguro respecto a las bajas
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causadas por la guerra es que murieron más hombres que mujeres. En la URSS, todavÃ−a en 1959, por cada
siete mujeres comprendidas entre los 35 y 50 años habÃ−a solamente cuatro hombres de la misma edad.
Una vez terminada la guerra fue más fácil la reconstrucción de los edificios que la de las vidas de los
seres humanos.
Las operaciones militares habÃ−an ocasionado, además, vastos movimientos de población, a veces
organizados por el ocupante (expulsión de loreneses, polacos, intercambio de tiroleses, etc), a veces
provocados por el miedo (éxodo de Francia en junio de 1940, huida de millones de alemanes frente al
Ejército Rojo en 1945). A ello hay que añadir los millones de prisioneros de guerra, los afectados por el
servicio de trabajo obligatorio o los recluidos en campos de concentración (en Alemania casi 15 millones de
personas). En la URSS se produjeron migraciones de trabajadores a las tierras más allá de los Urales, y en
EEUU del sur agrÃ−cola al nordeste industrial. En total, se evalúa en 30 millones el número de personas
“desplazadas”.
La dureza de los combates, el ir y venir de los ejércitos enemigos por los mismos territorios, la amplitud de
los bombardeos de la aviación o de la artillerÃ−a, las operaciones de represalia, etc. explican las enormes
destrucciones materiales. Alemania, Polonia y la URSS fueron los paÃ−ses más afectados: un informe
polaco estimaba las pérdidas en el 80% de los medios de transporte, el 50% de la riqueza ganadera y el
31% del producto nacional bruto. En Yugoslavia el 20% de las casas fueron destruidas; en Francia fueron
dañados 37.000 Km. de vÃ−a férrea de un total de 83.000; en Alemania y Japón la mayor parte de las
ciudades eran sólo ruinas y cenizas. Italia habÃ−a sido devastada de sur a norte, librándose sólo la rica
llanura del Po. Ni siquiera Gran Bretaña quedó indemne. Sólo EEUU salió del conflicto sin la menor
pérdida material.
Paradójicamente, al mismo tiempo que se producÃ−an estas enormes destruccio−nes, se ponÃ−an en marcha
los medios para reparar rápidamente los estragos. Durante la guerra, la investigación cientÃ−fica, teórica
y aplicada, efectuó un salto tan grande que se puede hablar realmente del nacimiento de una civilización
cientÃ−fico-técnica, que abrió a la humanidad nuevas posibilida−des de desarrollo (y de destrucción). El
radar, la electróni−ca, la informática, las materias plásticas, el DDT, las sulfamidas, la penicilina, los
procedi−mientos de transfusión sanguÃ−nea y de reanimación, la mecanización indus−trial, la energÃ−a
nuclear, todo ello fue inventado y aplicado durante la 2ª G.M. Si todo esto fue posible, y EEUU se llevó la
parte del león, se debió a que los gobiernos concedieron a los investigadores unos medios sin precedentes.
La investigación cientÃ−fica y la tecnologÃ−a salen de la era artesanal, se transforman en tarea de equipo y
en la actividad fundamental del paÃ−s, y pasan muy pronto del laboratorio a la aplicación en serie de nuevos
métodos para la producción de numerosos productos a precios más baratos.
C. Los imperios coloniales y el destino de Japón.
Las victorias de Japón durante la guerra y, después, el ejemplo de China, contribuyeron al despertar de
los pueblos colonizados. Ã ste se produjo a costa, inevitablemente, de los aliados imperialistas (Gran
Bretaña, Francia, PaÃ−ses Bajos), y se vio alentado tanto por la polÃ−tica anticolonialista de Roosevelt
como por la antiimperialista de la URSS. El comportamiento japonés provocó a veces la revuelta de los
nacionalis−tas indÃ−genas, sobre todo en Filipinas y Birmania. Las colonias chinas de Insulindia y Malasia
fueron también focos de oposición. En Indochina el Vietmin intentó mantenerse entre el nuevo y el
antiguo colonizador. En Indonesia los japoneses intentaron reinar enfrentando a los musulmanes
tradicionalistas con los jóvenes reformistas. A pesar de todo, persistió una complicidad entre los pueblos de
color contra el invasor blanco; antes de evacuar esos territorios, los ejércitos japoneses entregaron las armas
y los poderes a los nacionalistas, haciendo asÃ− más difÃ−cil el regreso de los europeos, especialmente en
Indonesia e Indochina.
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Los vencidos perdieron sus imperios coloniales. En septiembre de 1945 los aliados dieron la independencia a
EtiopÃ−a, Libia y Somalia, colonias de Italia. Japón, por su parte, devolverÃ−a Formosa (Taiwan) y
Manchuria a China, Port Arthur y el norte de la isla de SajalÃ−n a la URSS, perderÃ−a su mandato sobre las
islas del PacÃ−fico, y Corea volverÃ−a a ser independien−te. Pero los vencedores no se libraron de la
agitación en sus imperios. Sus ejércitos habÃ−an perdido a menudo el prestigio ante los indÃ−genas.
EEUU se pronunciaba por el fin del colonialismo. Los lÃ−deres nacionalistas aprovecharon la división entre
los colonizadores. En Indonesia, Sukarno proclamó la independencia tras la derrota de los japoneses; los
holandeses que quedaron allÃ− fueron incapaces de volver a hacerse cargo de la administración.
En China, durante la guerra, Mao Zedong, unas veces unido, otras enfrentado al gobierno nacionalista de
Chiang Kai-Chek, habÃ−a sabido asociar, en un vasto territorio, la acción guerrillera con la implantación
de un nuevo régimen basado en el campesinado. Mientras tanto, los aliados renunciaron a sus “concesiones
territoriales” y privilegios en China; este paÃ−s, sin embargo, aunque figuró entre los vencedores, quedó
muy debilitado; tras la expulsión del ocupante japonés, comunistas y nacionalistas reanudaron la guerra
civil, que ganarÃ−a finalmente Mao en 1949.
El imperio francés se habÃ−a mantenido leal durante la guerra, sobre todo en Ôfrica negra, pero la
presencia británica en Oriente Medio y Madagascar, la de EEUU en el norte de Ôfrica y la japonesa en
Indochina minaron la autoridad francesa. Tuvo que conceder la independencia a Siria y LÃ−bano. En Sétif
(Argelia) el dÃ−a de la capitulación alemana estalló una revuelta reprimida con sangre. Al irse los
japoneses de Indochina, China ocupó el norte y los británicos el sur, pero el Vietmin se extendÃ−a por la
zona y su lÃ−der Ho-Chi-Minh proclamó la independencia de Vietnam.
El imperio británico pareció salir intacto de la guerra, pero Canadá y Australia se situaban cada vez
más en la zona de influencia de EEUU. Durante la guerra, además, se habÃ−a prometido la
indepen−dencia a Birmania. Finalizada la guerra, en la India hubo huelgas, revueltas populares, motines de
soldados, etc y se agudizaron las diferen−cias entre los hindúes del Partido del Congreso y los musulmanes
de la Liga, presagiando una difÃ−cil independencia.
Por último, EEUU consideró que le correspondÃ−a determinar el futuro de Japón. Decidió mantener al
emperador, si bien sin sus poderes divinos, para que la población aceptase más fácil-mente las decisiones
de EEUU−. Un tribunal, en Tokio, condenó a los responsables de la guerra. El general McArthur, verdadero
procónsul con poderes ilimitados, decretó la desmilitarización y democratiza−ción del paÃ−s. Con las
pérdidas humanas y la destrucción de la industria y de las flotas de guerra y mercante, la economÃ−a
japonesa alcanzó un punto crÃ−tico. El desaliento de la población era total, nada quedaba de sus mitos y
creencias, el manteni−miento de su propia civiliza−ción parecÃ−a −perdido al adoptarse las técnicas
occidentales. Empezó asÃ− una ocupación −que el pueblo japonés sufrió sin saberse cuál serÃ−a el
desenlace. EEUU se instalaba en el PacÃ−fico.
D. División y debilitamiento de Europa.
Europa salió muy debilitada y prácticamente dividida en dos bloques: el occidental, que girará en torno a
EEUU, y el oriental, en torno a la URSS. Varias potencias de primer orden en 1939 quedaron relegadas a un
segundo plano en 1945: por supuesto, las vencidas (Alemania, Italia), pero también las vencedoras
(Francia, Gran Bretaña).
Italia habÃ−a cambiado de bando justo a tiempo para evitar el desastre, por lo que sufrió sólo unas
mÃ−nimas pérdidas territoriales en Istria (Yugoslavia) y los Alpes franceses. Pero la guerra habÃ−a
mostrado la precariedad de sus estructuras económicas. El regreso a la democracia se habÃ−a hecho
demasiado deprisa, subsistiendo amplias secuelas del fascismo. La resisten−cia, en la que la participación
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comunista era grande, sólo estaba unida contra el fascismo. A corto plazo, la recuperación de la
economÃ−a e incluso el suministro de alimentos dependÃ−a de la generosidad de británicos y EEUU−.
Para Alemania la catástrofe fue total; muy pocas veces un paÃ−s habÃ−a pasado, en tan poco tiempo, de
unas victorias y una expansión tan exultantes a una derrota tan abrumadora: las infraestruc−turas industrial,
ferrovia−ria y viaria estaban en ruinas. Los alemanes estaban desmoraliza−dos por la magnitud del desastre, la
ausencia de 3 millones de prisioneros de guerra, el gigantismo de los crÃ−menes nazis y la dureza de los
ocupantes, sedientos de venganza. La zona occidental se hallaba superpo−blada por el éxodo de las
poblaciones procedentes del este (en la zona británica la densidad de población se elevaba a 246 hab/km2),
la decadencia moral era general, empezaba el hambre y el paro obrero era lo normal. Al menos, la casta de los
grandes terratenientes y de los oficiales prusianos desapare−ció. Las minas quedaron intactas y algunos
sectores de la industria, menos afectados que otros, pero la bancarrota no terminarÃ−a ni empezarÃ−a la
recuperación hasta que los aliados lo quisieran. Mientras tanto, un gran vacÃ−o se instaló en el centro de
Europa.
La recuperación de Francia fue grande y un nuevo impulso, nacido de la resistencia, con decisiva
participación comunista, animó a una opinión momentáneamente agrupada tras el general De Gaulle.
Económicamente, Francia evolucionó gracias a un dirigismo moderado, pero sufrió graves escaseces y la
inflación acechaba. A pesar de las ambiciones de De Gaulle, Francia ya no era una gran potencia y la ayuda
norteamericana era indispensable para su recupera−ción.
La gran potencia de Gran Bretaña quedó reducida a un semivasallaje. Su armada quedó eclipsada por la
marina de guerra de EEUU; el tonelaje de los navÃ−os mercantes en 1945 (inferior en 6 millones al de 1939)
apenas llegaba a un tercio del de EEUU. Financieramente, el mercado londinense ya no era el primero del
mundo; las grandes invasiones en Sudamérica se perdieron, se contrajeron deudas con los dominios, se tuvo
que negociar con EEUU. un elevado empréstito por 50 años. El gobierno laborista de Attlee, que vence
en las elecciones de 1945 al conservador Churchill, ya no puede diferir más las reformas sociales exigidas
por una masa obrera que nada reclamó durante el esfuerzo de guerra. Pero la búsqueda del pleno empleo, la
nacionalización de las industrias clave y la aplicación del Plan Beveridge (una buena Seguridad Social)
eran objetivos difÃ−cilmente conciliables con el manteni−miento de una polÃ−tica mundial de prestigio.
En los paÃ−ses de la Europa central y oriental, las autoridades en el poder se adhirieron de grado o por la
fuerza a la órbita de la URSS; los comunistas entraban en gobiernos de unión nacional; los fascistas eran
objeto de persecucio−nes. Esta actuación se desarrolló sin tropiezos en Bulgaria, que no habÃ−a entrado
en guerra contra la URSS y cuya población era rusófila de siempre. En Rumania, las medidas de
confiscación de tierras y de nacionaliza−ción de empresas adoptadas bajo inspiración comunista crearon
tensiones en el Frente Nacional Democrático (socialistas, comunistas y partido campesino) y, por presiones
soviéticas, el rey Miguel nombró a un comunista ministro del Interior. En Checoslovaquia, el respetado
Benes fue nombrado presidente, el liberal Masaryk primer ministro, y el comunista Gottwald viceprimer
ministro. HungrÃ−a, culpable de haberse aliado con Alemania, fue tratada como enemiga y ocupada por el
Ejército Rojo; tras las primeras elecciones, en las que obtiene mayorÃ−a el partido de los pequeños
propietarios, los comunistas reciben tres ministerios (interior, comunicaciones y uno sin cartera). En
Yugoslavia, el triunfo comunista, sin necesidad del Ejército Rojo, fue total; en marzo de 1945 Tito formó
un gobierno de unión nacional en el que los partisanos ocupaban 23 de 28 ministerios.
AsÃ−, si unimos Polonia y la Alemania oriental, toda la Europa central y oriental, al margen de la actitud
que cada Estado adoptó durante la guerra, entró en la zona de influencia de la URSS, excepto Grecia, que
Stalin habÃ−a aceptado como zona de influencia británica, pero cuya suerte aún no estaba echada pues,
restablecida la monarquÃ−a tras el fin de la guerra, los guerrilleros comunistas reanudaron la lucha por su
cuenta.
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E. Las dos superpotencias: EEUU y la URSS.
La URSS habÃ−a confirmado magistralmente, en una colosal lucha de la que por mucho tiempo soportó
todo el peso, una solidez (de su ejército, de su industria, de su población, de su régimen polÃ−tico) de
la que muchos dudaban. A cambio obtuvo una doble expansión. Se anexionó Carelia (Finlandia), los
paÃ−ses bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), zonas de Bielorrusia y Ucrania antes polacas, Rutenia
(Checoslova−quia), Besarabia y Bukovina (Rumania), Königsberg y Prusia oriental (Alemania), islas
Kuriles y sur de SajalÃ−n (Japón). Además, gracias a las nuevas alianzas que su victoria le ha
proporcionado con la ayuda de los partidos comunistas y también por la presencia de su Ejército, su
influencia se extiende en Europa hasta el Elba y Viena, en Asia hasta el sur de Manchuria, norte de Corea e
Irán.
Pero la hemorragia en hombres y productos que ha sufrido deja a la URSS exangüe y desprovista. La
miseria de las poblaciones devastadas sigue siendo extrema. La recuperación será difÃ−cil y larga, pues la
guerra ha puesto en evidencia las grandes debilidades de los medios de transporte y de producción de bienes
de consumo. No obstante, en los Urales y más al este la producción ha aumentado mucho y el Ejército
Rojo, cuya victoria ha dado a la URSS un inmenso prestigio, es por mucho tiempo el único gran ejército
en Europa. Los “errores” de Stalin; las “purgas” y los “procesos”, el pacto con Hitler, se han olvidado. La
Comintern es suprimida, pero la URSS sigue siendo más que nunca la capital del comunismo internacional,
que domina toda Europa central y oriental y colabora con el poder en Francia e Italia.
EEUU, por su parte, rebosa prosperidad y optimismo. A pesar de la movilización de millones de hombres y
de las pérdidas sufridas, la curva demográfica sube, se consigue el pleno empleo, la renta nacional se
duplica en los cinco años de guerra y el presupuesto se equilibra, aunque la deuda pública se cuadruplica.
La producción progresa fuertemente: 33% la agricultura, 40% el petróleo, 40% el mineral de hierro; 95
millones de Tm salÃ−an de los altos hornos, los astilleros navales construyeron en un solo año dos veces
más buques que los hundidos por los submarinos alemanes en las peores horas de la batalla del Atlántico.
EEUU se habÃ−a convertido en la primera potencia naval del mundo y monopolizaba prácticamente la
navegación aérea intercontinental. Como consecuen−cia, el 60% de las reservas de oro del mundo
encontraron refugio en el Banco Federal de EEUU, lo que hizo del dólar la única moneda-oro. La balanza
comercial eran ampliamente excedentaria y la de pagos más aún. Este enriquecimiento, sin embargo,
estuvo desigualmen−te repartido: los obreros, aunque su nivel de vida subió, denunciaron los enormes
beneficios de numerosas empresas; algunas regiones, particularmente el sur, se empobrecieron un poco más;
y, sobre todo, grupos de población como los negros, los chicanos y los puertorriqueños, siguieron en un
estado relativamente próximo a la incultura y la miseria.
La influencia de EEUU se hizo preponderante en todo el planeta. Canadá y Latinoamérica entraron
totalmente en su órbita, si bien la segunda se adaptará más difÃ−cilmente al american way of life, del que
sólo se beneficia una minorÃ−a privilegiada. Primero en Asia y luego en Europa, el final de la guerra fue
para EEUU el principio de otro tipo de presencia.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 24
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