La política de agresión argentina en el continente

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
LA POLITICA DE AGRESION ARGENTINA EN AMERICA
Entre las décadas de 1920 y1930, varios informes y documentos del Departamento de
Estado norteamericano daban cuenta de que la Argentina albergaba sentimientos
racistas para con el resto de América Latina y aspiraba a su dominio político y
económico en abierto enfrentamiento con los Estados Unidos1. Su actitud durante la
Segunda Guerra Mundial y su apoyo encubierto a los regímenes de ultraderecha de
Alemania, Italia y España llevaron a Washington y las principales naciones del mundo a
hablar de la amenaza nazi-fascista argentina y del peligro que representaban sus
aspiraciones supremacistas con respecto a sus vecinos. Eso llevó al secretario de Estado
Cordell Hull a denunciar, sobre la base de información recibida, que fuerzas militares y
nacionalistas de la Argentina preparaban una serie de golpes de estado en Sudamérica
para constituir un bloque antinorteamericano gobernado desde Buenos Aires2.
El funcionario estadounidense estaba en lo cierto ya que esos planes tomaron cuerpo el
4 de junio de 1943 cuando una asonada militar derrocó al presidente Ramón S. Castillo
y entronizó a la logia del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), cuyo hombre fuerte era
Juan Domingo Perón.
Finalizada la guerra, Perón, dueño absoluto del poder, dio albergue a criminales de
guerra y científicos nazis y fascistas provenientes de Alemania, Italia, la Francia de
Vichy y la Croacia ustacha, con quienes comenzó a pergeñar un ambicioso proyecto
hegemónico, independiente del los bloques que controlaban la escena mundial. Eso
llevó a las potencias vencedoras a hablar del surgimiento de un IV Reich en la
Argentina y de la amenaza de una nueva conflagración proveniente desde ese país. Ni
que decir cuando Perón potenció su carrera armamentista con el equipamiento y rearme
del Ejército y la Armada, la creación de la Fuerza Aérea, el establecimiento de una
incipiente pero prometedora industria pesada (automotores, camiones rurales, tractores,
locomotoras, motocicletas y electrodomésticos), el notable incremento de su Flota
Mercante y el desarrollo de proyectos militares y tecnológicos de envergadura en los
que participaron activamente los mencionados científicos europeos (aviones a reacción
Pulqui I y II; bombardero I.Ae 34 Calquin, aviones biplaza DL-22, monoplano bimotor
Huanquero I.Ae 35, transporte biturbohélice IA-50 Guaraní II, transporte aéreo pesado
IAe 38 “Naranjero”, planeadores, motor-cohete de combustible líquido AN-1, misil
Tábano, bombas voladoras PAT-1 y el controvertido proyecto nuclear de la isla
Huemul).
Aquella política independiente generó una suerte de psicosis mundial que llevó al
Departamento de Estado norteamericano y a los mismos presidentes Truman y
Eisenhower a denunciar a la Argentina como una amenaza regional para las
democracias americanas y ordenarle a su Estado Mayor adoptar los recaudos necesarios
para contrarrestar su poder y defender al hemisferio de lo que parecía un inminente
ataque de ese país a Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile y Brasil. De ahí la considerable
provisión de armamento de última generación destinada a aquellas naciones, en especial
Brasil, a poco de finalizada la gran contienda.
Perón hizo realidad los temores de las principales potencias al poner en marcha lo que él
dio en llamar la “Tercera Posición”, un plan expansionista tendiente, según se ha dicho,
a sujetar a las naciones de América Latina para hacerle frente a los dos bloques que
dominaban el globo, Estados Unidos y la URSS, ello mientras sus sindicatos se hacían
cada vez más poderosos y sus FF.AA. efectuaba llamativas paradas luciendo su
armamento y uniforme germanófilo.
El régimen de Perón estuvo a punto de anexar al Chile del general Ibáñez del Campo en
lo que pareció que iba a ser una versión sudamericana del “anschulss”. También
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financió y colocó en el gobierno de Brasil a Getulio Vargas y en el de su estado más
poderoso, San Pablo, a Adhemar de Barros. Financió y apoyó el golpe de Estado de
Bolivia, colocando en la presidencia a Gualberto Villarroel; estuvo detrás del
movimiento que entronizó a Federico Chaves en Paraguay y a través de sus delegados
sindicales logró una considerable infiltración doctrinaria con la que propugnó políticas
pro-justicialistas en Bolivia, Perú, Chile y Colombia.
Esa infiltración, que encontró voceros entusiastas en los países de la región,
especialmente en Chile, se apoyó siempre en la solidez de su economía, su incipiente
industria y sus planes sociales, y pareció hacerse realidad cuando la Argentina, después
del viaje de Eva Perón por el viejo continente, en junio de 1947, envió toneladas de
carne y cereales a España, Italia, Francia y otros países de la post-guerra, otorgó
préstamos para su reconstrucción e incluso, se atrevió a mandar ayuda solidaria a los
mismísimos Estados Unidos.
El intento de Perón acabó por fracasar. La crisis económica, resultado de dos malas
cosechas y del elevado gasto en obras públicas y la carrera armamentista, facilitaron el
accionar de la política estadounidense y provocaron su caída tras una breve aunque
violenta guerra civil.
En los años que siguieron al derrumbe del justicialismo, la Argentina intentó una tibia
política de acercamiento a la órbita norteamericana participando en el bloqueo que
Washington y la OEA impusieron a Cuba tras la Crisis de los Misiles, enviando al
Caribe una fuerza de tareas integrada por dos destructores y varios aviones3. En julio de
1960 hizo lo propio con aviones C-47 durante la guerra civil en el Congo y en 1967
envió a Bolivia trenes y aviones cargados de pertrechos, armamentos y municiones
destinados a las tropas de ese país que combatían al Che Guevara.
Doce años después, con la llegada del Proceso de Reorganización Nacional, la
Argentina implementó una política de intervención continental tendiente a suprimir la
amenaza izquierdista en América Latina, representada por movimientos y agrupaciones
subversivas que con el apoyo de Cuba mantenían en vilo al hemisferio. La idea era
imponer su hegemonía más allá de sus fronteras, vasto plan que posibilitaría, en un
futuro cercano, la recuperación de los archipiélagos australes que venía reclamando
desde hacía medio siglo.
La primera señal de que la Junta Militar intentaba algo en ese sentido tuvo lugar en
noviembre de 1976, a solo siete meses del golpe de Estado, cuando la Marina estableció
en la Isla Morrell del grupo de las Thule del Sur, en el archipiélago austral de las
Sandwich, la Estación Científica “Corbeta Uruguay” que quedó a cargo de personal
militar y unos pocos civiles.
Ni el Foreign Office, ni Washington, ni las Naciones Unidas dijeron nada al respecto y
dejaron que las cosas siguieran su curso, ignorantes de que los argentinos tenían en
mente planes más ambiciosos.
El siguiente objetivo, mucho más complejo, fue Chile, país con el que desde la segunda
mitad del siglo XIX se venían manteniendo serios diferendos limítrofes que en su
mayoría fueron resueltos en favor de la Argentina.
La firma del tratado de límites de 1881, por la que el gobierno de Santiago reconoció la
soberanía de su vecino sobre toda la Patagonia, dejaba expresamente documentado que
quedaban para Chile todas las islas al sur del Canal de Beagle hasta el Cabo de Hornos
y las que hubiera al occidente de Tierra del Fuego, lo que incluía a las Picton, Lennox y
Nueva. Publicaciones argentinas como “La Ilustración Argentina”, llegaron a reproducir
mapas que mostraban a los tres peñascos del lado chileno. Sin embargo, siete años
después, apareció un primer plano argentino en el que se veían a las islas en cuestión
bajo su soberanía.
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En 1971 los dos gobiernos acordaron un compromiso de arbitraje para someter la
cuestión a un Tribunal Internacional que debía dar a conocer su decisión a la reina
Isabel II de Inglaterra, quien anunciaría formalmente el resultado.
De esa manera, se entregó la documentación pertinente y el tribunal comenzó a
sesionar. Finalmente, después de varios años de estudio y deliberación, el alto
organismo, basándose en la estricta interpretación del Tratado de 1881, llegó a la
conclusión de que la soberanía de las tres islas pertenecía a Chile, ya que el Canal de
Beagle posee dos brazos, uno al norte, que pasa entre la Isla Grande de Tierra del Fuego
y las islas Picton y Nueva y otro al sur, que lo hace entre la isla Navarino y sus vecinas
Picton y Lennox. Para la Argentina quedarían las islas Becasses y su propia zona de
navegación que facilitaría el libre acceso a Ushuaia (algo que no contemplaba el tratado
de 1881), pero se le otorgaba a Chile una amplia zona de explotación económica
marítima de 200 millas sobre el Atlántico que, según el tribunal, le correspondían por
proyección.
Creyendo zanjada la cuestión, el alto organismo dictó una sentencia que fue conocida
como Laudo Arbitral de 1977 y de acuerdo a lo estipulado, transmitió su fallo a la reina
de Inglaterra.
Cuando todo el mundo pensaba que la cuestión había quedado zanjada, el canciller
argentino Oscar Montes hizo saber al mundo que su gobierno rechazaba el fallo y
consideraba “insanablemente nula” a la decisión arbitral, ampliando ahora sus reclamos
hasta el Cabo de Hornos, incluyendo, de ese modo las islas Evout, Barnevelt, Freycinet,
Terhalten, Sesambre, Deceit y la parte oriental de las islas Wollaston, Herschel y de
Hornos y, por supuesto, las 200 millas marítimas al este del Estrecho.
La noticia dejó perpleja a la opinión pública internacional.
Amenazando con iniciar acciones si sus pretensiones no eran reconocidas, la Argentina
aplicó una fuerte presión militar sobre Chile e inició aprestos para la guerra. Ni los
llamados a la paz, ni los primeros intentos de mediaciones lograron apaciguar los
ánimos.
El gobierno argentino, a través de los medios de comunicación, comenzó una campaña
belicista de la que la sociedad en general se hizo eco y así fue como se empezaron a
elaborar planes para invadir Chile.
En enero y febrero de 1978 habían tenido lugar dos encuentros entre los presidentes de
ambas naciones, que a nada condujeron.
En el segundo de ellos, llevado a cabo en Puerto Montt el 20 de febrero (el primero
había sido en la Base Aérea de El Plumerillo, Mendoza, el 19 de enero del mismo año),
Videla fue claro al amenazar con la guerra si Chile este no cambiaba su posición: “las
negociaciones directas constituyen la única vía pacífica para solucionar el conflicto”,
dijo.
La escalada bélica pareció mermar cuando a mediados de año la Argentina fue sede de
la Copa Mundial de Fútbol. Eso distrajo a la población y mantuvo a sus gobernantes
ocupados hasta el 25 de junio cuando su país se alzó con el triunfo; triunfo que sirvió
para ocultar sus planes y política. Sin embargo, una vez pasada la euforia, el tema del
Beagle volvió a emerger con más fuerza que nunca, ocupando los primeros planos hasta
su desenlace final.
En el mes de octubre de 1978 Buenos Aires ratificó su solidaridad con Bolivia por
medio de un comunicado en el que apoyaba su pedido de salida al mar, uniéndolo a los
suyos por las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y su soberanía sobre el Canal
de Beagle.
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Mientras tanto, su Marina de Guerra comenzaba a alistar a sus unidades y a preparar la
invasión. Con el paso del tiempo el clima beligerante fue cobrando cada vez mayor
cuerpo y los negros nubarrones de la guerra empezaron a asomar en el horizonte.
El plan de ataque consistía en un desembarco de la Infantería de Marina en las islas,
tendiente a provocar la reacción de sus defensores y así arremeter sobre el territorio
continental chileno a través de los pasos fronterizos que ofreciesen menos dificultades.
De esa manera, el país quedaría cortado en cuatro pedazos y se vería forzarlo a aceptar
las condiciones.
La idea era aprovechar las desventajas que la geografía chilena ofrecía a sus fuerzas
armadas y llevar a cabo una guerra relámpago que sujetar a la contraparte a una
campaña defensiva, obligándola a mantenerse aferrada a sus posiciones.
El ataque estaría precedido por una denuncia argentina ante el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas que daría cuenta de una falsa ocupación militar de las islas por
parte de Chile y por la inmediata reacción. En una palabra, el típico recurso que las
naciones agresoras utilizan para justificar su proceder.
Dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos y en vista de que la Argentina
endurecía su posición exigiendo negociaciones directas, el gobierno chileno propuso la
posibilidad de una mediación dado que se sentía extremadamente forzado por la presión
militar que le imponía su enemigo. Se barajaron como posibilidades la Organización de
Estados Americanos y el rey Juan Carlos I de España pero Buenos Aires rechazó a
ambos y siguió adelante con sus amenazas. Cuando Chile propuso al Tribunal
Internacional de La Haya para zanjar la cuestión, la Argentina, que se había visto
perjudicada por una corte similar, consideró la cuestión como “casus belli” y abortó la
iniciativa. La rama más intransigente de sus FF.AA. representada por altos oficiales
mesiánicos de marcados sentimientos nacionalistas, y según el decir de Luis Alberto
Romero, ignorantes de los más básicos conocimientos de política internacional, se
opuso terminantemente, destacando entre ellos Carlos Guillermo Suárez Mason,
Luciano Benjamín Menéndez, Genaro Ramón Díaz Bessone, José Antonio Vaquero,
Ibérico y Alfredo Oscar Saint Jean, Santiago Riveros, Emilio Eduardo Massera, Jorge
Isaac Anaya y el mismo Leopoldo Fortunato Galtieri, integrantes del ala dura de las
FF.AA., mucho más fuerte que los blandos, encabezados por Videla y Viola.
Reinaba un clima de incertidumbre y malos presagios en Sudamérica y Estados Unidos
comenzó a ver con preocupación la posibilidad de una guerra entre dos regímenes de
derecha que podían convertirse en sus aliados, mientras la situación política se agrava
en Centroamérica, Medio Oriente e Irán.
La prensa de todo el mundo puso su atención en el extremo austral del continente. “El
Tiempo” de Bogotá manifestó en su edición del 30 de enero de 1978: “El fallo arbitral
sobre el Beagle debe ser aceptado por ambas partes”; el “Times” de Londres dijo a su
vez: “Argentina ha hecho saber ahora que, probablemente, rechazará la decisión del
panel internacional de árbitros que asignó a Chile tres islas en la boca del Canal
Beagle. Deliberadamente ha elevado la temperatura dando publicidad a las maniobras
navales que inició recientemente en la zona. Pero los argentinos deben tener conciencia
de que, al mostrarse ejerciendo presión militar por su disconformidad con el fallo de un
tribunal internacional, no está haciéndole mucho favor a su causa”. Expresiones en un
tono menos serio y elevado fueron las que editó el “Journal do Brasil” que en un
editorial titulado “Del Derecho al Vaudeville”, manifestó: “Si la situación no estuviese
tomando aspectos preocupantes oscilaría a los ojos de terceros, sólo entre lo cómico y
lo ridículo... Cuando el Laudo Arbitral, favorable a una de las partes en litigio, es
rechazado por el perdedor y este exhibe todo un dispositivo guerrero para apoyar sus
puntos de vista, se está pasando del Derecho al Vaudeville”. Seguramente de haber sido
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alemanes o británicos los actores de ese drama, el diario carioca hubiese utilizado
expresiones como “ante la gravedad de los acontecimientos”, “el mundo contiene el
aliento” o “tensión ante la grave crisis” pero, por tratarse de naciones próximas y
semejantes, optó por palabras propias de quien siente algún rencor y molestia al verse al
margen de la escena.
Mucho más serio y centrado fue el “New York Times” cuando a poco de solucionado el
conflicto (edición del 31 de diciembre de 1978) publicó: “La controversia sobre el
Canal Beagle que ha llevado a los regímenes militares de Argentina y Chile al borde de
la guerra es una expresión del turbulento revisionismo operante en Argentina en
reacción a las frustraciones en la vida nacional. La política argentina esta conducida
por militares cuyos valores nacionalistas están mezclados con ambiciones personales
[y] miedos a los políticos progresistas...”.
Para aumentar su presión sobre Chile, la Argentina hizo amagues de acercamiento a
Perú y Bolivia explotando la cuestión de los territorios que ambos habían cedido en la
Guerra del Salitre. De todas maneras, pese a la magnitud que el revisionismo chileno
intenta darle al asunto, la cosa no pasó más que de meras expresiones de apoyo y
buenos deseos ya que lejos estuvieron siempre los gobiernos de Lima y la Paz, de
involucrarse en un conflicto armado. Otro mito que ha circulado en el país araucano ha
sido el de su aislacionismo por la cuestión de los derechos humanos. En ese sentido,
tanto Chile como Argentina sufrían los mismos tipos de presiones y embargos además
del acoso de los organismos internacionales por lo que cualquier argumento al respecto,
carece de validez.
En el mes de noviembre los argentinos iniciaron una serie de provocaciones que
llevaron la tensión al extremo. Unidades de su Armada se aproximaron
amenazadoramente al área de conflicto para efectuar maniobras; sus fuerzas de tierra y
aire llevaron a cabo ejercicios y simulacros de guerra a lo largo de la frontera, tanto en
Tierra del Fuego como la región continental, generando incertidumbre en la población
trasandina; la Gendarmería Nacional cerró los pasos fronterizos y el gobierno adoptó
medidas tendientes a entorpecer y hasta impedir el libre tránsito de productos entre
Chile y Brasil.
En vista de tales acontecimientos, el embajador de Chile ante la OEA denunció esos
hechos, e informó sobre la expulsión de más de 4.000 chilenos residentes en la
Argentina además de que unidades navales enemigas amagaban su litoral.
Ante semejante escalada, las dos naciones continuaron la concentración de tropas y
armamento en la frontera y realizaron ejercicios de obscurecimiento en varias ciudades.
Mientras tanto, las maniobras militares continuaban amenazadoramente por parte de la
Argentina, con el almirante Massera haciendo una vigilia de armas en Ushuaia.
El Gobierno chileno, consciente del peligro que significaba la guerra, sus funestas
consecuencias y de que ella no acarrearía nada positivo, preparó la defensa del país
alistando a sus fuerzas pues sabía que en caso de una derrota se vería obligado a transar
con su contraparte argentina. Sin embargo, contaba con algo a favor y era que la
Argentina, como país agresor, iba a sufrir el rechazo de la comunidad de naciones.
Los negros nubarrones de la guerra seguían ensombreciendo el horizonte sudamericano
sumiendo en la angustia y la incertidumbre a ambas poblaciones y a las naciones
vecinas.
Deseando evitar el enfrentamiento, el 20 de diciembre el gobierno chileno hizo una
nueva propuesta a los argentinos sugiriendo la mediación de la Santa Sede.
Y mientras alistaba a sus unidades de mar y su fuerza aérea, en Buenos Aires titulares
como “Nuestro Gobierno lamenta no hallar en Chile el eco esperado”, daban cuenta que
no había acuerdo y que el único camino que quedaba era el de la guerra.
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El plan de ataque se puso en marcha cuando el embajador argentino ante la UN presentó
en el Consejo de Seguridad una nota de “carácter urgente” en la que acusaba a Chile de
haber emplazado destacamentos militares en las islas en disputa, provistos de artillería.
Era la señal convenida. Esa misma noche (21 de diciembre) los argentinos ordenaron a
sus fuerzas iniciar la invasión de Chile.
Enterado de la descabellada decisión a través de su embajador en Buenos Aires, el
presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez se puso en contacto urgentemente con su
par norteamericano, Jimmy Carter, y le informó lo que estaba ocurriendo. El mandatario
estadounidense sabía cuan fuertes eran los sentimientos religiosos de ambos gobiernos y
por esa razón, sin pérdida de tiempo, llamó a su embajador en el Vaticano para
ordenarle que le pidiese al recientemente elegido Papa Juan Pablo II que intercediera
para evitar la guerra.
Por entonces, las fuerzas argentinas marchan hacia Chile mientras los buques de su
Armada iniciaban la aproximación a los tres islotes, llevando a bordo al 4º Batallón de
Infantería de Marina que a las 04.00 del día 22 debía iniciar el desembarco. Incluso
unidades de su escuadra, encabezadas por el crucero “General Belgrano”, ingresaron en
aguas jurisdiccionales del vecino país sin ser detectadas, lo mismo sus submarinos
“Santiago del Estero” y “Santa Fe”, que llegaron a apostarse en la boca occidental del
estrecho y el “Salta”, que hizo lo propio en el Cabo de Hornos, en espera de la flota
enemiga.
Helicópteros de la Fuerza Aérea, el Ejército y la Marina argentinos, con sus rotores en
marcha, estaban listos para helitransportar a las tropas mientras en el continente y en
Tierra del Fuego, las avanzadas de los regimientos alcanzaban los límites entre ambos
países y se aprestaban a entrar en acción.
Un fuerte temporal que se desató providencialmente en la región, demoró el avance de
las unidades de mar y eso evitó la guerra. El Papa Juan Pablo II llamó urgentemente al
embajador argentino en el Vaticano y le pidió que sin demorar un instante, se
comunicara con Videla y le pidiese que detuviera la invasión y aceptase la mediación de
la Iglesia. Para entonces, unidades del Ejército argentino habían traspasado la frontera y
avanzaban por territorio chileno a la altura de Santa Cruz y Tierra del Fuego, sin ser
detectadas. Cuando se encontraban a unos 80 kilómetros dentro del vecino país, sus
propios helicópteros se posaron frente a las avanzadas y les informaron que la
Operación Soberanía había sido cancelada. La orden fue replegarse nuevamente hacia la
frontera y aguardar allí nuevas indicaciones.
La guerra había sido abortada en el último minuto.
La Argentina aceptó la mediación papal, razón por la cual, el 26 de diciembre llegó a
Buenos Aires el Cardenal Antonio Samoré, enviado especial de la Santa Sede, quien
después de pasar la noche en la Nunciatura Apostólica, se entrevistó con Videla y lo
puso al tanto de la propuesta. El primer mandatario, hombre de profundas convicciones
religiosas, egresado del Colegio San José de Buenos Aires, escuchó atentamente y
aceptó.
Hubo alivio en ambos países así como en otras partes del mundo, en especial en
Sudamérica, que no deseaba un baño de sangre en su territorio.
Durante los quince días de su estadía, Samoré realizó varios viajes entre Buenos Aires y
Santiago entrevistando a ambos presidentes. A principios de enero de 1979 se anunció
que había acuerdo y el 8 de ese mes se firmó el Acta de Montevideo que establecía el
marco de la mediación comprometiendo a los dos gobiernos a no hacer uso de la fuerza,
retornar al statu quo militar de comienzos de 1977 y abstenerse de tomar medidas que
turbasen la armonía entre ambas naciones.
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Al día siguiente, el mediador papal partió de regreso a Roma no sin antes anunciar que
había “Una lucecita de esperanza” en lo que a una solución pacífica se refiere.
La autoridad moral del Santo Padre fue la razón principal de la decisión. También la
certeza de que la Argentina iba a terminar condenada por al comunidad internacional
como nación agresora, rótulo que recibiría tres años después al invadir los archipiélagos
del Atlántico Sur.
El conflicto se resolvió pacíficamente en 1984 cuando el gobierno argentino, tras una
consulta popular, aceptó la propuesta de la Santa Sede y reconoció la frontera trazada
por el Laudo Arbitral de 1971 que, dicho sea de paso, le otorgaba las islas en la mitad
norte del canal y derechos de navegación compartidos con Chile en toda la zona además
del total del cono de proyección de las 200 millas marítimas de explotación económica
que el tribunal internacional le había adjudicado a Chile en 1977.
No hubo guerra en el sur en buena medida, gracias al temperamento sosegado y pacífico
de los chilenos, que supieron tolerar con paciencia y criterio las actitudes provocativas
de su vecino, sin desencadenar una reacción que, de haber acontecido en otras partes del
mundo, hubiera sido inexorable, todo ello sin desmerecer el accionar diplomático de los
Estados Unidos y el Vaticano.
Sin embargo, lejos estaba de aplacarse el espíritu belicista de la Argentina.
En tanto las tropas de ambos países regresaban a sus cuarteles, Buenos Aires posó su
vista en otras latitudes, empeñada en seguir adelante con sus planes de agresión y
hegemonía. Era necesario adoptar una política mucho más inteligente, no tan abierta y
directa porque ese era el idioma que entendían las grandes naciones a la hora de sacar
provecho.
Centroamérica era un verdadero hervidero, un polvorín que amenazaba estallar en
cualquier momento y generar nuevas “Cubas”. Era imperioso actuar si se quería evitar
que Fidel Castro hiciese pie en tierra firme y se convirtiese, una vez más, en una
amenaza para el hemisferio.
En vista de ello, Buenos Aires ofreció sus servicios a Washington y ésta aceptó
complacida. La idea de combatir a las guerrillas salvadoreñas y nicaragüenses y de
paso, extender la hegemonía y presencia argentina más allá de sus fronteras, fue bien
recibida por el Pentágono y el Departamento de Estado. Lo que nadie imaginaba era que
detrás de esos planes se escondía un proyecto mucho más ambicioso que había tenido su
origen durante la Conferencia de Ejércitos Americanos realizada en Managua, en 1977.
Los argentinos desembarcaron en Centroamérica en 1979 cuando la Junta Militar envió
a Nicaragua efectivos, armamento y fondos para sostener al último representante de la
dinastía Somoza. Caído éste, aquellos cuadros abandonaron presurosamente el país al
que también habían ido a combatir a elementos de la guerrilla montonera infiltrados en
las filas sandinistas, desapareciendo con ellos numerosos asesores norteamericanos.
A poco de hacerse del poder, sabiendo del aislamiento al que iba a quedar sometidos, el
FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) se apresuró a reclamar el apoyo de
Cuba y este se hizo presente con el envío de asesores, combatientes, armas y
municiones, generando la consabida preocupación de la Casa Blanca. Fue en ese
momento que la Junta Militar de Buenos Aires envió a la región un primer contingente
de 500 efectivos del Ejército, asesores militares e instructores pertenecientes al Batallón
de Inteligencia 601 dependiente de la 2ª Comandancia del Ejército, por entonces al
mando del general Carlos Guillermo Suárez Mason, algunos de los cuales volaron a
Honduras a bordo de aviones Hércules C-130 cargados de armamento y pertrechos.
Contando con la colaboración de las fuerzas armadas y de seguridad hondureñas, los
argentinos levantaron campamentos a lo largo de las fronteras con Nicaragua y El
Salvador para adiestrar a efectivos de ambos ejércitos y a las fuerzas antisandinistas (ex
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guardias nacionales somocistas) que intentaban derrocar al gobierno revolucionario. Las
principales bases fueron las de Lepaterique, Quilalí y La Quinta, donde las fuerzas
rioplatenses montaron su estado mayor.
Gregorio Dionis da cuenta en su artículo “La aparición de osamentas en una antigua
base militar de la CIA reabre las operaciones encubiertas argentino-norteamericana en
Honduras”, que los argentinos proveyeron a los contras de aviones ligeros Beechcraft
Baron y Aztec (Piper PA-23 Aztec), para sus desplazamientos y patrullas de
exploración.
Según el semanario norteamericano “Newsweek”, argentinos y norteamericanos
planearon una operación a la que iban a denominar “Charlie”, que consistía básicamente
en una “fuerzas de paz”, encabezada por la Argentina, que empujaría a los guerrilleros
desde El Salvador hacia territorio hondureño para que el ejército regular de ese país los
aniquilaría en un gigantesco movimiento de pinzas.
Un oficial de las fuerzas armadas de los Estados Unidos confirmó, tiempo después, que
la Argentina tenía en la región más de 500 efectivos de su ejército llevando a cabo
acciones y operaciones de sabotaje contra Nicaragua y El Salvador y que entre esas
tropas había asesores, comandos, expertos en demoliciones y siniestros personajes
encargados de aplicar las tenebrosas tácticas de los tiempos de la represión en su propio
país, todo ello financiado por los norteamericanos con fondos que, en algunos casos,
administraron elementos civiles (argentinos) de extracción nacionalista, enviados a la
zona de operaciones junto a los militares. Para otros analistas la cifra de efectivos sería
aún mayor.
En su artículo “Malvinas. Argentina, ‘Los Contras’ y los EE.UU. en la guerra”,
aparecido en la edición Nº 298 de “Todo es Historia”4 en abril de 1992, Guillermo
Monkman reproduce algunas fuentes e informes obtenidos en Washington y Buenos
Aires, que confirman que, “…la participación militar o paramilitar de la Argentina fue
‘significativamente mayor que la indicada por la prensa internacional, tanto en lo que
se refiere al número de participantes como a la variedad de acciones emprendidas por
ellos’”5.
En su edición del 15 de diciembre de 1982, el “Washington Post” reveló que varios
cientos de argentinos habían sido enviados en misiones secretas de entrenamiento,
apoyo e inteligencia a Centroamérica, especialmente a Guatemala, El Salvador y Costa
Rica. Walter Little en “The Falklands Affaire”6, confirma el número de efectivos en
tanto Alejandro Dabat y Luis Lorenzano, autores de The Malvinas and the End of
Military Rule7, aseguran que la Argentina estuvo involucrada en el entrenamiento de
más de doscientos guatemaltecos sobre “técnicas de interrogación y métodos
represivos”, en ese país y en bases militares en su propio territorio y que junto con el
gobierno israelí, intervino en la creación de un centro de inteligencia en la ciudad de
Guatemala suministrando armamento y municiones a las fuerzas de seguridad de esa
nación, en especial napalm, granadas, bombas de gas y chalecos antibalas. Según Meter
Scout y Jon Anderson8, oficiales guatemaltecos habrían confirmado la participación
argentina en sesiones de tortura e interrogación así como en otro tipo de apremios.
Argentina también llevó a cabo el entrenamiento de tropas de elite en El Salvador, más
precisamente en bases militares que los EE.UU. mantenían allí con el consentimiento de
aquel gobierno, aunque sus hombres operaban generalmente desde sus propias bases en
territorio Hondureño, una de ellas la de Lepaterique, en el departamento de Francisco
Morazán, desde donde llevaron a cabo incursiones secretas dentro El Salvador. Tal fue
su grado de compromiso e intervención, que la propia guerrilla salvadoreña fue la
encargada de confirmar que más de un centenar de militares argentinos fueron muertos
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en acción entre 1981 y 19829. Uno de esos efectivos fue Ricardo Roberto Rico10,
hermano del héroe de Malvinas, comandante de la Compañía de Comandos 602.
Por expresas indicaciones emanadas desde Buenos Aires, a esos cuadros caídos en
acción había que cortarles las manos y quemarles el rostro con un soplete pare evitar su
identificación.
A comienzos de 1981, el centro de operaciones de los argentinos en América Central
era Tegucigalpa, donde organizaron el temible Batallón 3-16, una organización
paramilitar clandestina basada en un organismo anterior denominado Grupo de los
Catorce, con la que dieron forma a los escuadrones que procedieron a secuestrar y a
asesinar sistemáticamente a elementos de la guerrilla y la izquierda de ese país. El
batallón trabajó coordinando sus movimientos con la Dirección Nacional de
Investigaciones y estuvo integrado por elementos locales y efectivos argentinos
indistintamente.
Entre los principales “asesores” militares que la Argentina envió a Honduras en esos
años figuran Juan Martín Ciga Correa del Batallón de Inteligencia 601 implicado en el
asesinato en Buenos Aires del general chileno Carlos Prats, fundador del grupo Tacuara
y uno de los fundadores de la Triple A, quien tuvo a su cargo la organización del Grupo
de los Catorce y posteriormente del Batallón 3-16, Roberto Alfieri González, oficial de
policía al servicio de la ESMA, quien trabajó también en Guatemala y El Salvador; el
agregado militar en Tegucigalpa, coronel Jorge Eugenio O’Higgins, los coroneles
Rafael de la Vega, asimilado al ejército hondureño, Roberto Carmelo Gigante y Emilio
Jasón; un teniente coronel de apellido Cabrera, los mayores García Cano, César Garro,
Julio Jorge Inanantuoni, Horacio Capelo, Antonio Rauch y Julio César Casanova Ferro,
entre varios más, quienes contaban con la asistencia del coronel Gustavo Álvarez
Martínez, oficial hondureño egresado del Colegio Militar de la República Argentina en
1961, así como también del ex oficial de la Guardia Nacional de Somoza, el coronel
Lau, apodado “Chino”, célebre por sus métodos brutales con los prisioneros.
Jonathan Marshall, Meter Scout y Jane Hunter dan cuenta de ello en su libro The IranContras Conection11 y agregan que la gente, en aquellos días, comenzó a hablar cada
vez con mayor frecuencia del “método argentino”.
Otros sesenta asesores y agregados militares llegaron a Panamá, convirtiendo a la
embajada argentina en ese país en una verdadera central de inteligencia. En Costa Rica,
organizaron y llevaron a cabo ataques armados contra varios objetivos, uno de ellos la
izquierdista Radio Noticias del Continente y organizaron, además, grupos paramilitares
destinados a amenazar a periodistas y políticos.
Tal como se ha dicho, en Nicaragua la presencia argentina databa de los tiempos de
Anastasio Somoza Debayle, cuando se enviaron hacia allí a varios asesores militares
para adiestrar a las fuerzas armadas y de seguridad en técnicas de contrainsurgencia y
sabotaje y para perseguir a elementos montoneros que luchaban junto a los sandinistas.
Esos cuadros habrían organizado, posteriormente, los primeros grupos encargados de
tomar contacto con elementos antiandinistas desde Costa Rica y Honduras y trabajado
en el establecimiento de campamentos en la frontera hondureña.
Caído el dictador y encaramado el gobierno de izquierda bajo la protección de Cuba, los
argentinos organizaron numerosos pelotones destinados a incursionar en territorio
nicaragüense con el objeto desestabilizar su gobierno. Uno de ellos fue la Legión “15 de
Septiembre”, conformada por ex guardias nacionales somocistas y militares argentinos,
que bombardeó sin éxito una estación de radio izquierdista en Costa Rica12 y otra en la
misma Nicaragua, muy cerca de la frontera con Honduras.
A partir de abril de 1982 la presencia argentina comenzó a disminuir y la financiación
comenzó a correr por cuenta de los EE.UU. “Los argentinos mantuvieron el completo
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Alberto N. Manfredi (h)
control de la estrategia y las operaciones”13 hasta mediados de aquel año, cuando la
derrota en el Atlántico Sur forzó su salida.
Con el correr de los años, el telón se ha ido descorriendo y así han surgido nombres y
hechos que hablan de una historia realmente escalofriante.
Documentos desclasificados de la CIA han permitido establecer que el autor material
del asesinato de monseñor Oscar Romero fue Emilio Antonio Mendoza, militar
argentino perteneciente al Grupo de Tareas Exterior (GTE) del Batallón de Inteligencia
601 que comandaba el coronel José Osvaldo Riveiro, alias “Balita” y que paramilitares
de la misma nacionalidad tuvieron que ver con la desaparición y posterior asesinato de
las monjas norteamericanas en ese país. Como prueba de ello, el 30 de noviembre de
1982 fue exhibido en la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAS) un video
en el que uno de aquellos sicarios, secuestrado en la capital de Costa Rica durante un
espectacular operativo que llevó a cabo la inteligencia sandinista, hace esclarecedoras
revelaciones denunciando la presencia y los métodos aplicados por su país en América
Central. Copias del mismo, que circularon por diversos países de Europa y América
Latina, lo mostraban confesando la participación de su país en la represión y la guerra
antisubversiva en Nicaragua, El Salvador y Honduras y revelando los nombres del
estado mayor argentino con asiento en Tegucigalpa.
En el GTE operaban también agentes civiles que tenían a su cargo las operaciones
encubiertas en los países mencionados. Además de esa unidad, entraron en acción la
Brigada Andina que se movió en Centroamérica y Bolivia integrada por militares y
colaboradores civiles voluntarios así como elementos de Inteligencia Naval. Esos
cuadros tomaron parte en el golpe de Estado de Bolivia, tuvieron a su cargo la
organización de escuadrones de la muerte y el patrullaje del Golfo de Fonseca, sobre el
que tienen costas El Salvador, Honduras y Nicaragua, lo mismo operaciones encubiertas
sobre la costa atlántica.
El nexo principal entre el régimen militar salvadoreño y los represores argentinos fue
Roberto D’Aubisson, uno de los autores intelectuales de la muerte de monseñor
Romero. Así lo asegura, Ariel Armony, el catedrático del Colby College de Maine en su
libro Argentina, Estados Unidos y la Cruzada Anticomunista en América Central 19771984 (UNQ, 1999). Según el prestigioso investigador, “Los salvadoreños admiraban a
los argentinos. No necesitaban que les enseñen a ser violentos, porque su historia está
plagada de violencia. Lo que aprendían era cómo usar esa violencia de manera más
efectiva. En Guatemala tiraban campesinos al mar desde aviones y helicópteros, algo
nunca visto hasta la llegada de los argentinos”.
El propio D’Aubisson explicó en 1983 durante una entrevista que le hizo la periodista
Laurie Becklund del “Los Ángeles Times”, como él y otros compatriotas fueron
instruido por militares argentinos en El Salvador: “Ellos (refiriéndose a los argentinos)
estuvieron acá un corto tiempo pero ese tiempo fue muy útil. Transmitieron sus
experiencias e informaron a nuestra gente para sugerirles que actúen de esta forma o
de esta otra forma usando este sistema, cómo conseguir información y cómo
analizarla”.
Por esos años, D’Aubisson comandaba los escuadrones de la muerte que operaban en su
país y fundó el Partido Arena, de tendencia ultraderechista. D’Aubuisson, figura clave
de la historia salvadoreña en aquellos años, nació en la ciudad de Santa Tecla y se
graduó en la Academia Militar Salvadoreña en 1963, pasando luego a la Escuela de las
Américas, de donde egresó en 1972. Inmediatamente después fue incorporado a la
Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña, organismo de inteligencia del gobierno de
aquel país, donde tomó contacto con el capitán de la Fuerza Aérea Álvaro Saravia.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Según Armony, “Cuando ocurrió el asesinato de Romero el GTE se encontraba en su
apogeo, ya que recién meses después, en 1981, en las últimas semanas del gobierno de
James Carter, el gobierno estadounidense aprobó la primera operación encubierta de
la CIA contra los sandinistas. Hasta entonces el trabajo sucio lo hacían los
argentinos”.
Antonio Garay, chofer de Saravia e integrante de la Guardia Nacional, estuvo presente
en la reunión en la que D’Aubisson le ordenó a su jefe contratar un francotirador para
asesinar al arzobispo ello, al parecer, siguiendo indicativas de los militares argentinos.
Garay fue el encargado de transportar al sicario a bordo de un auto, un sujeto de barba,
alto y bien parecido al que no conocía.
Aquel fatídico día, Garay pasó a recoger al desconocido y después de cubrir el trayecto
que lo separaba de la morada del prelado, estacionó frente a la capilla donde Romero
oficiaba misa. El individuo descendió del automóvil portando un fusil mientras él
permaneció al volante. Poco después escuchó un disparo y casi enseguida vio al asesino,
que se subió otra vez al vehículo y le ordenó arrancar y avanzar lentamente. Siguiendo
indicaciones previas, lo llevó hasta un lugar donde el sujeto descendió y desapareció.
Según documentos del Departamento de Estado y de la CIA desclasificados en 1993,
los argentinos eran útiles, pero también difíciles de manejar. “Están dispuestos a todo.
Sólo hace falta que les digamos lo que tienen que hacer”, se lee en uno. “En un buen
día son parcos y malhumorados, en un mal día actúan por cuenta propia en contra de
la política de nuestro gobierno”14, apunta otro.
De acuerdo a declaraciones de Duane Clarridge, ex jefe de la división de América
Latina de la CIA, la inteligencia estadounidense se habría distanciado de los argentinos
por la complicada forma en que manejaban la delicada situación centroamericana.
“Riveiro y su segundo al mando eran agresivos y desafiantes en los días buenos. En los
malos, daban contraórdenes que no solo repercutían negativamente en América
Central, sino que también en el Congreso estadounidense”15. Los argentinos llegaron a
convertirse en un obstáculo para Washington y su política.
Esos documentos y sus copias se encuentran a buen resguardo en la embajada de
Estados Unidos en El Salvador, en el National Security Archive (NSA), en el
Departamento de Estado de los Estados Unidos y en el Centro de Información,
Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana
“José Simeón Cañas” UCA.
Según los protocolos desclasificados por la CIA durante la administración de Bill
Clinton, “…el oficial Emilio Antonio Mendoza, fue enviado en 1980 a Honduras junto
a otros argentinos por el general Viola y admitió de hecho haberle disparado a
Romero”16.
Además de Mendoza (cuyo nombre sería un apodo de guerra para ocultar su verdadera
identidad), en marzo de 1980 se encontraban en El Salvador, entre otros, Carlos Dürich,
oficial enlace de la Armada Argentina y Alfredo Zarattini, del Ejército, quienes
trabajaban en el equipamiento y adiestramiento de los escuadrones o grupos de tareas
que operaban en estrecha relación con la 2ª Sección de Inteligencia de la Guardia
Nacional Salvadoreña (GII).
El coronel argentino José Luis García, secretario general del CEMIDA -organización
formada por militares críticos de la dictadura- llegó a decir en su momento que: “De los
argentinos que tuvieron actuación en América Central, alrededor de un 95 por ciento
eran miembros de los servicios de inteligencia y solo los comandantes o líderes de
grupo usaban sus nombres auténticos”17.
El coronel David Munguía Payés, jefe de Inteligencia de Casa Presidencial del
presidente José Napoleón Duarte, habló de los insistentes rumores que corrieron en
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Alberto N. Manfredi (h)
aquellos días sobre la implicación de argentinos en el caso Romero. “Eso se hablaba en
el medio político”, diría en más de una oportunidad.
Como contrapartida, la guerrilla izquierdista argentina también aportó su cuota de
muerte, sangre y violencia en el exterior, ya sumándose a las fuerzas sandinistas
nicaragüenses, ya cometiendo feroces atentados como el brutal asesinato del ex
presidente de Nicaragua Anastasio Somoza Debayle en las calles de Asunción.
El atentado lo llevó a cabo un comando del ERP, capitaneado por Enrique Gorriarán
Merlo, el 17 de septiembre de 1980 y en él, además del dictador centroamericano
murieron su asesor financiero y su chofer18.
Del accionar argentino en América Central existen relatos espeluznantes que erizan la
piel de los más desprevenidos. Pero por sobre todos ellos, circula uno especialmente
tenebroso, que por sus ribetes terroríficos, podría aplicarse a la mayor parte de los casos.
La revista salvadoreña “El Torogoz” es una publicación del Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional, una de las organizaciones subversivas responsable del baño
de sangre que ahogó a El Salvador en los años ochenta. Por esa razón, se la puede
catalogar de parcial y tendenciosa pero no de falsear los hechos que sus cuadros
llevaron a cabo.
Editada en San Salvador, tiene su redacción en la calle Pte. Colonia Layco 1316 y
cuentas en el Scotiabank de esa ciudad y el JP Morgan Chase Bank de Nueva York.
El relato al cual hemos de referirnos a continuación fue extraído de ella y aunque
parezca una ficción inspirada en la más espantosa narración de terror, tuvo lugar en San
Salvador, en el mes de diciembre de 1986. De ahí el consejo previo de su autor: “Esta
horrenda historia sucedió y aconsejaría a las personas que tengan algún trauma serio o
malos y horrendos recuerdos debido a los acontecimientos de la Guerra Civil
Salvadoreña, que no deberían leerla”19.
El relato es realmente pavoroso pero fue verídico ya que los hechos son fácilmente
ubicable en los medios de prensa salvadoreños de aquellos días.
El autor de la nota, del que solo se saben sus iniciales (RZ), demuestra ser una persona
de mediana instrucción, no habituada a redactar, lo que se percibe en las faltas de
ortografía que comete y la mala confección de las frases, pero sabe transmitir las
vivencias y los sentimientos de horror que experimentaron él y el resto de los
protagonistas.
…quiero aclarar que los nombres de los principales personajes que forman
parte de estos acontecimientos los he cambiado porque algunos de ellos aún
están vivos. He cambiado también algunos detalles, siempre con el mismo afán
de proteger el anonimato de mis ex camaradas. Lo que sí no puedo cambiar son
los hechos, no lo puedo hacer porque simple y llanamente es una historia seria
y no quiero que ella caiga en el olvido, ni que sea adulterada; esta historia
forma parte, quiérase o no, de nuestra historia nacional y podría parecerse
mucho a tantas otras historias de asesinatos, secuestros y torturas que fueron
perpetrados por los seres más viles y rastreros que ha parido la historia nacional
salvadoreña. El único detalle que la diferencia de las demás es que el personaje
principal pudo escaparse de esas mazmorras y dar testimonio del horror
………………………………………………………………………………
Es una historia muy violenta y muy triste, tal como fue, cabalmente, la guerra;
han pasado casi veintidós años desde entonces y cuando aún recuerdo lo que
pasó, muchas emociones se atropellan en mí ser... A pesar de todo, ella encierra
un final feliz porque se hizo justicia y el compañero Rogelio, personaje
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
principal y victima, ahora goza de una vida apacible al lado de sus familiares,
en un país de Europa.
También quiero dejar claro que yo no fui un testigo principal de lo que pasó en
los sótanos de la tristemente célebre Policía de Hacienda; nunca estuve preso,
muy a pesar de las serias jugarretas que les hice pasar a los gorilas asesinos. Lo
que pasó en las cárceles clandestinas de los cuerpos represivos salvadoreños,
ya ha sido ampliamente documentado en libros como el de Nidia Díaz y su
Nunca Estuve Sola; o el de Cayetano Carpio y su Cárcel y Capucha o el de la
decepcionante Ana Guadalupe Martínez y su Cárceles Clandestinas20.
Después de esta introducción el autor hace una breve descripción de su compañero
Rogelio, a quien conoció en 1982 cuando aquel tenía veinticuatro años de edad y
trabajaba en una planta industrial. Hijo de una familia de campesinos de la región de
Usulután, a duras penas había terminado el ciclo primario porque debía ayudar a su
padre en las tareas del campo. A lo largo de aquellos años desempeñó varios oficios,
siempre en pos de una mejora económica, entre ellos los de agricultor, quesero,
panadero y salinero en la costa.
Rogelio tenía una hermana docente que vivía en San Salvador, y con ella se fue a vivir
antes de cumplir veintidós años. La muchacha era afiliada de la organización sindical de
profesores Andes “21 de Junio” y alquilaba un apartamento en los edificios
multifamiliares de la Colonia Zacamil, donde vivía sola porque su esposo se hallaba
detenido.
Las habilidades de Rogelio le permitieron conseguir trabajo inmediatamente en una
panadería industrial, donde tomó contacto con las organizaciones gremiales.
Yo conocí al compita en una reunión de un comité de estudio, las reuniones las
hacíamos una vez por semana en un lugar de la capital. En ese comité de
estudio había obreros, estudiantes y profesionales; era un comité bastante
diverso en lo que respecta a sus miembros. Rogelio era el más curioso y el más
trabajador del grupo, yo así lo recuerdo, siempre quería saber mucho más de lo
que se hablaba en las reuniones. A nuestro delegado político le daba risa y
siempre le decía a Rogelio: "compañero, no quememos etapas, ya llegaremos a
esos temas"…Rogelio siempre preguntaba: “¿Disculpe compita, qué libro de
nuestra biblioteca puedo echarme esta semana?”. Leía con un poco de
dificultad, pero lo hacía con todo el interés, siempre nos preguntaba “¿qué
quiere?”21.
Rogelio comenzó a trabajar en el sindicato demostrando “gran capacidad y madurez
política”, según el decir del autor de la nota y eso, a la larga, le costó caro.
Los agentes del gobierno detectaron su accionar y al poco tiempo, llovieron sobre él
amenazas e intimidaciones. La situación tomó un cariz preocupante cuando una noche
asesinaron en su casa, frente a toda su familia, al trabajador más antiguo del sindicato y
en respuesta, los obreros tomaron la planta, acusando a los propietarios de instigar el
crimen.
A esa altura, la mayor parte de los obreros se habían agrupado en células guerrilleras y
dado que la toma de la fábrica había hecho conocido a Rogelio, la cúpula decidió su
paso a la clandestinidad (mayo de 1985), aconsejándole dejar la ciudad y buscar refugio
en el campo. Así lo hizo el muchacho, a escondidas, en una operación encubierta porque
para entonces, la Policía de Hacienda había apostado frente a la planta dos tanquetas y
el ambiente era extremadamente pesado.
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Alberto N. Manfredi (h)
Se evadió poco antes de la incursión de la policía en la panadería industrial, operativo
que dejó un saldo de varios muertos y heridos. Escapó hacia el apartamento de su
hermana con la idea de fugarse a Tenancingo cometiendo un grave error táctico porque
hacia allí se dirigió una camioneta pick up de las fuerzas parapoliciales de la que
descendieron cuatro efectivos vestidos de civil para abrir la puerta a patadas e ingresar
en la vivienda para tomar prisionero a Rogelio. Cuando se lo llevaban, le dispararon a
su hermana porque en su desesperación, les gritaba a los captores pidiéndoles que los
suelten y les arrojó unas botellas de vidrio.
Cuando los policías se fueron, los vecinos entraron al departamento y encontraron a la
muchacha sobre un charco de sangre. Estaba moribunda pero aún vivía, por lo que
llamaron a una ambulancia que la llevó hasta el Instituto de Salud de San Salvador, para
someterla a una intervención (lograría sobrevivir).
De Rogelio, en cambio, nada se supo por lo que, en vista e tan grave situación, sus
padres decidieron viajar a la capital para acompañar a su hija moribunda y averiguar por
el paradero del muchacho.
En el departamento central de la Policía de Hacienda no les dijeron nada pero alguien
les pasó el dato de que buscasen su cuerpo por el playón o en los basurales de las
afueras de la capital.
Cuando ya todo el mundo daba por muerto al joven sindicalista, cinco meses después de
su arresto apareció por el local del sindicato una joven mujer integrante de la célula
subversiva a la que tanto el autor como Rogelio pertenecían, para dar una serie de
charlas. Se trataba de una activista de la Asociación de Estudiantes Universitarios que
de tanto en tanto aparecía para dictar cursos de adoctrinamiento y captación de cuadros.
Integraba una célula clandestina, una de las tantas que provocaron con su accionar, los
arrestos, las torturas, desapariciones y la muerte de tantos jóvenes incautos, entre ellos
el mismo Rogelio.
En una de esas charlas, la joven subversiva se acercó hasta el comedor que tenía el local
para comprar unas gaseosas cuando la mujer que lo atendía, una india evangelista, le
dijo algo que le llamó la atención:
-Ay m’hija, fíjese que hace dos días m’hijo encontró un viejecito todo raquítico y
chuquito, allá por las canchas de las Cabañas de la Policía de Hacienda. ¡Pobrecito!
andaba cagadito y todo rotito... Mi hijo, como buen cristiano, lo tiene en la casa y ya lo
va a llevar al asilo de viejecitos porque no dice nada, sólo sabe su nombre…Los dedos
de la mano derecha sólo son ñuñuquitos. Las heridas ya las tiene secas, mi hijo lo curó.
Viera qué lástima da, casi no come, está todo cholquito y tiene las encías reventaditas22.
La joven mujer se extrañó al escuchar eso y por instinto preguntó cual era el nombre de
aquel anciano.
-Lo único que dice es que se llama “Rogelio” -le respondió la señora.
Aquello sobresaltó a la joven mujer que excitada volvió a insistir.
-¿Esta segura, doña Rosita? ¿Rogelio se llama?
-Si m’hija, ¿por qué?
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-Es que yo tengo un tío abuelo, bien viejecito, que se echa los “trancazos” y se pierde
siempre en sus borracheras…talvez es él. Siempre se le escapa a mi mamá. Ella vive
allá por la calle Concepción. Mi tío abuelo también se llama Rogelio…
-¡Hay Dios! Mire m’hija, si quiere yo la llevo donde está él, pobrecito, está bien débil y
todo tembloroso, talvez debe ser la falta de trago…
-Vaya pues, mire yo voy a venir mañana por la tarde a su comedor, y en caso de que sea
él voy a regresar con mis dos hermanos para que lo carguen…
-Si m’hija, y de aquí nos vamos para la casa de m’hijo, no se me preocupé…
-Si, de acuerdo doña Rosita, mañana nos veremos…23
Un grupo de militantes, entre los que se encontraba un joven médico de una unidad de
salud de San Salvador, acompañó a la encargada del comedor hasta su domicilio,
escoltados por gente armada. Viajaron hasta los suburbios y al llegar, entraron en una
modesta habitación donde vieron al anciano acostado en la cama.
El verlos entrar, el hombre se puso a llorar y entonces se dieron cuenta que su rostro
presentaba severas lesiones, que le fallaba la visión, que tenía terribles golpes y marcas
por el cuerpo y que ostentaba un cuadro de escorbuto y avitaminosis avanzado. Además,
tenía parásitos en la piel, estaba extremadamente delgado y había perdido los cabellos,
sin contar con que uno de sus oídos supuraba sangre y pus.
El pobre individuo llamó a sus conocidos por su nombre y aquellos se sobresaltaron.
Tras un diálogo breve y lastimero y una revisión general por parte del médico, la gente
decidió llevarse al enfermo esa misma noche y ponerlo a resguardo en un lugar más
seguro. Seis días después, convalecía lentamente en una casa de seguridad de la Colonia
Miramonte, de San Salvador, próxima a las Clínicas Médicas.
Lo habían operado de los intestinos, era la operación más necesaria y urgente,
ya que presentaba una lesión en el colon porque lo habían violado con un
objeto metálico. Había perdido el oído izquierdo por introducción de un lápiz
en el canal auditivo, los dedos de su mano derecha le habían sido seccionados
con una tijera de jardinería (un pedacito a la vez), había perdido todos sus
dientes por la tortura y el escorbuto, su cráneo era una masa sanguinolienta por
las heridas y la infección en el cuero cabelludo. Le esperaban otras operaciones
para tratar de salvarle uno de sus ojos y otra para restablecer el funcionamiento
de una de sus rodillas…24
También presentaba varias conmociones cerebrales producto de fuertes golpes en la
cabeza que le habían hecho olvidar parte de lo vivido. Y es que al presentarse un cuadro
de traumas mentales severos, el cerebro, a modo de defensa, cae en una especie de
letargo y borra parcial o definitivamente los malos recuerdos.
Se sabía que Rogelio iba a sobrevivir, pero se ignoraba cómo iban a quedar física y
mentalmente. Su rehabilitación duró tres meses, al cabo de los cuales, comenzó a
recuperar el habla.
Había quedado muy mal de un ojo y sordo de un oído. Su rodilla funcionaba
bien, había perdido definitivamente grandes porciones de sus cabellos. Viajaría
a un país del Caribe [Cuba] para poder salvarle el ojo, resolver un problema
con sus intestinos y para que comenzara una terapia psicológica. El hombre no
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Alberto N. Manfredi (h)
era el Rogelio que nosotros habíamos conocido, era un hombre avejentado e
introvertido. Rogelio había perdido parte de su alma en los sótanos de la
Policía de Hacienda. Se le llenaron los ojitos de alegría cuando sus padres y su
hermana llegaron a verlo…lloró como un niño, eso lo tranquilizó un poco y le
ayudó a dormir mejor. Creo que la presencia de sus padres y de su hermana
llevó un poco de luz a los rincones tristes de su espíritu25.
Se decidió enviar a Rogelio y a su hermana fuera del país pero antes de partir, el pobre
muchacho relató el horror de sus días de cautiverio. Un relato que escapa a toda razón y
análisis, que muestra a lo que es capaz de descender el ser humano cuando se degrada
su naturaleza.
Rogelio no pudo recordar los últimos días del conflicto laboral en el que había tomado
parte ni el momento de su secuestro, pero sí cuando despertó en una de las mazmorras
de la Policía de Hacienda.
Recuerdo que me tiraron al suelo, yo estaba vendado de los ojos y amarrado de
las manos y de los pies. Estaba sangrando por la nariz y la boca, no podía
respirar. Me dieron con las culatas de los fusiles y con las botas en el estómago
y en la cabeza. Yo no sé si era el mismo día de mi secuestro o días más tarde,
no lo sé…".
"Recuerdo haber sentido un gran dolor al respirar, no sé si era porque, talvez,
yo tendría algunas costillas rotas…
Cierta vez llegó apareció oficial para sugerirle que era mejor que hablara
porque había muchos policías crueles y él quería ayudarme. Le dijo que si lo
hacía iba a salir rápido de la cárcel pero que en caso contrario, lo iba a pasar
muy mal y hasta le matarían a su familia.
Les dijo que no sabía nada de nada, entonces el oficial respondió que ya había
sido demasiado bueno y comprensivo con él. Entonces Rogelio le pidió ver un
médico porque me dolían terriblemente las costillas al respirar. El hombre le
respondió que si cooperaba lo iban a mandar al hospital pero como el
prisionero insistió en que no sabía nada, le espetó: “Hoy te llevo a la legión de
putas Rogelito, hoy vas a sentir lo que es canela fina…”26
Lo fueron a buscar y lo llevaron hasta una habitación donde había un elástico de metal,
sin colchón en el que lo acostaron y le dieron electricidad.
Me dieron duro…yo saltaba como con ataques. Hay cosas que no recuerdo.
Los policías se cansaron de pegarme y de torturarme. Pero lo que más me dolía
era la soledad. Yo ya me daba por muerto, pero no quería morirme sin ver por
última vez a una cara conocida, eso era bien duro…27
Rogelio sufrió mucho, pero eso no fue nada en comparación a lo que le esperaba. Lo
que estaba por venir era tan terrible que hubo momentos en los que deseó la muerte con
desesperación.
Yo ya tenía bastante tiempo en la cárcel. Bien feo era sentirse solo y oír los
gritos y lamentos de los otros presos. Una noche llegaron a buscarme a mi
celda, me dijeron que me iban a enviar a ver al “Cirujano”. Yo me alegré
porque me dije que talvez se habían compadecido de mí y me enviarían a ver
algún médico de la cárcel. Me volvieron a poner la capucha pero no me
amarraron, de todas formas yo ya me sentía bastante débil para forcejearlos, de
nada hubiera servido, es más, ellos me hubieran golpeado…28
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“¿Porqué me encapuchan si me llevan a ver a un médico?”, se preguntaba Rogelio
mientras lo cargaban y descendían unas escaleras, en dirección a un sótano. Ignoraba
que bajaba a las entrañas del mismo infierno. A las más bajas profundidades de la
bestialidad humana.
Lo metieron en una celda y allí lo dejaron, sin decirle nada. No se oía ningún ruido,
había mucho silencio, hacía frío y estaba obscuro. Y en esas condiciones se durmió
profundamente.
Nunca supo cuanto tiempo pasó pero repentinamente lo despertó un grito espeluznante.
Alguien en la celda contigua lloraba y preguntaba por su madre.
Hablaba como una niña chiquita, pero era voz de mujer. Un poquito más lejos
de mi celda escuché la voz de un hombre que rezaba, ese hombre rezaba como
si tuviera el alma en pena… y poco tiempo después se puso a reír como
loco…29
No pasaron más de diez minutos cuando se abrió la puerta de la celda e ingresó el
personaje principal de este relato, un sujeto aterrador, rubio, fornido y alto que hablaba
con un acento que no era salvadoreño ni centroamericano: “Che, papito, vení hoy vas a
ser mi mujercita”, le dijo a Rogelio mientras lo tomaba en sus brazos y lo sacaba de la
cámara.
“…sentía que era un hombre fornido. Me tiró al suelo y me violó. Al rato me
había amarrado a un poste de cemento y me puso a ver lo que le hacía a la
muchacha que pedía por su mamá…A mí ya me habían golpeado bien duro en
las celdas de arriba, ¡pero lo que vi hacerle a esa pobre muchacha…! Todavía
me acuerdo de eso bien, de eso sí me acuerdo! (se pone un poco agitado)…Lo
primero que hizo fue sacarle la lengua con una tenazas y luego se la cortó
porque no le gustaba oír que gritaran. Le gritaba que “su alma le pertenecía y
que se dejara hacer, que de todas maneras lo que dijera ya no valía nada”. Yo le
grité que la dejara en paz, pero me metió una bola de grasa en la boca y me dio
un tremendo golpe con un tubo en la cabeza. Yo creo que me dormí…30
Las escenas que se sucedieron fueron de un tremendo salvajismo
Cuando me desperté, tuve una visión extraña. El hombre me había sacado uno
de los ojos con una cucharita que aún tenía en una de sus manos. Pienso que el
dolor en el ojo me despertó. Yo podía ver con ese ojo, pero me estaba viendo a
mí mismo. Recuerdo que me dolían los huesos de la cabeza. Me pidió que
estuviera quieto porque sino la carnita que sostenía el ojo se iba a romper.
Después me lo volvió a meter. Eso me quemaba, sentía como si me hubieran
echado ácido en el ojo…
Después tomó mi mano derecha y comenzó a cortarme los dedos con una tijera,
por pedacitos. Al principio me dolía, pero yo ya no me movía a causa de la
gran debilidad que sentía… pero después ya no sentí nada porque estaba
todavía mareado del golpe que me había metido en la cabeza. Momentos
después perdí el conocimiento. Cuando desperté yo sentí un olor a carne
quemada, era bien feo ese olor. El hombre había agarrado un soplete y estaba
asando los pedazos de dedo que me había cortado…Después ya no recuerdo
nada…
Una noche en la que el rubio me había dejado tirado en el suelo, se puso a abrir
una gran tapadera de la tubería de aguas negras, para meter unas tripas y
pedazos de carne que había cortado. Cuando salió por un buen rato comencé a
arrastrarme y me dejé deslizar por el tubo abierto31.
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Rogelio se deslizó rápido por el terreno hasta dar a un gran lodazal donde permaneció
tirado buena parte de la noche. Estaba seguro que los policías iban a salir a buscarlo
pero no tuvo más fuerzas para moverse. Recién al cabo de una hora se arrastró hasta las
cercanías de una cancha de fútbol y allí se escondió entre unos matorrales, dejando
pasar las horas. A la mañana siguiente lo sobresaltaron las voces de unos muchachos
que gritaban: “Miren, ahí dejaron un cadáver”. Él alcanzó a mover una de sus piernas y
enseguida perdió el conocimiento.
Yo recuerdo haber pasado como tres semanas en la cárcel, pero ustedes dicen
que fueron varios meses. ¿Qué más les puedo decir? Al hombre al que
llamaban “El Cirujano”, nadie iba a verlo, él dormía en el sótano y siempre se
mantenía ahí abajo…32
La gente en El Salvador sabía de aquella bestia que moraba en los sótanos del
Departamento de Policía de Hacienda; que allí habitaba un monstruo, una especie de
Minotauro al que le arrojaban personas para que las torturase, ultrajase, mutilase y
asesinase. El grupo al que pertenecía Rogelio enseguida lo asoció. Compañeros de su
organización infiltrados en aquella dirección les habían hablado de aquel individuo del
que el común de los miembros de la dependencia policial desconocía su presencia y
accionar. Y quienes sí sabían preferían no hablar, por órdenes recibidas de sus
superiores y por miedo. Según parece, los mismos policías le tenían terror porque estaba
completamente loco y era capaz de cualquier cosa33.
La información emanada de altas fuentes ministeriales, daban cuenta de un médico
militar argentino que había llegado a El Salvador con las tropas y “asesores” enviados a
Centroamérica por su gobierno para combatir a los movimientos subversivos y
guerrilleros que habían desencadenado la guerra civil en la región.
Al grupo insurrecto al que pertenecía Rogelio le llegó la información desde Honduras,
asiento de las fuerzas argentinas en el área, confirmando la existencia aquel
energúmeno. El sujeto había asesinado a cientos de personas en los días más sombríos
de la dictadura militar de su país y por eso lo escogieron para enviarlo allí.
Muchos lo catalogaban como enfermo mental, un psicópata. Tanto [es] así que
hasta sus mismos cómplices experimentaban un gran miedo al tratarle. Este
asesino había llegado a Honduras, durante el conflicto que oponían los
“Contras” al Ejercito Popular Sandinista. Había trabajado con le Batallón 316,
estructurado por el no menos asesino Gustavo Álvarez Martínez34, y financiado
por la CIA, vía los buenos oficios de John Negroponte, quien fungió como
procónsul en tierras hondureñas y organizó los Escuadrones de la Muerte en
ese país35.
Tanto horrorizaron los relatos de Rogelio a sus compañeros, que la cúpula de la
organización a la que pertenecía decidió asesinar a aquel monstruo.
Para el año 86, este médico era de los últimos argentinos criminales que habían
quedado en el país. Nuestros servicios de inteligencia suponían que este
médico asesino sufría de períodos de psicosis alucinatoria, era un psicópata que
no seguía tratamiento psiquiátrico y su problema había empeorado en El
Salvador. La particularidad de los psicópatas es que no tienen ningún
sentimiento de arrepentimiento ni de “remordimiento de conciencia” como se
dice en términos no médicos. Para sentirse vivos asesinan y torturan. El
régimen conocía esta situación y no le proporcionaba ninguna terapia clínica.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Lo utilizaban para difundir el terror, para obtener información, de la manera
más cruel y sanguinaria, de los presos políticos. El régimen le proporcionaba el
material ideal para que este hombre se divirtiera: cuerpos humanos vivos.
Había que deshacerse de él. La orden de la eliminación de este médico
argentino llegó a nuestra célula y a otra más, un mes de agosto del año 86.
Había que actuar con mucha paciencia y precisión. Tenía que mantenerse una
vigilancia constante alrededor del cuartel de policía, obtener su descripción
física y saber cuales días del mes saldría al mundo exterior. Para ello se
contaba con la colaboración de nuestros infiltrados dentro del mismo cuartel.
Una tarea bastante difícil de llevarla a ejecución, ¡y mucho más difícil e
intrincada de explicar aún en estas líneas!
El significado político de esta operación era el de denunciar la injerencia de
militares y civiles extranjeros en la guerra. Y sobre la cuestión militar, darle un
duro golpe moral a los cuerpos represivos, eliminando a uno de sus “héroes
legendarios”36.
La organización montó un operativo de vigilancia que llevó varios meses.
De acuerdo a las observaciones, el criminal salía de los sótanos del Departamento de
Policía cada treinta o cuarenta días para visitar una prostituta en la calle Célis, a un
kilómetro del cuartel y comprar bebidas alcohólicas en un local de las inmediaciones.
Lo acompañaban siempre tres policías en una camioneta verde, marca Jeep Cherokee,
con los vidrios polarizados, que conducían indistintamente.
La prostituta a la que visitaba era siempre la misma, pasaba con ella entre una y dos
horas y luego se dirigía al mencionado local de bebidas para hacer su provisión de
alcohol. Para ello bajaba él mismo en persona, sólo, fuertemente armado, sin que nadie
lo acompañase. Luego regresaba al cuartel y allí permanecía por espacio de un mes o
más, sin salir al exterior.
Pasado el tiempo necesario, los subversivos decidieron poner en marcha el operativo
montando un puesto de observación armado sobre la calle Concepción al 900, cerca del
cuartel, a metros el Cine “Tropicana”, que haría las veces de avanzada de contención en
el caso de que el argentino contase con apoyo.
Sus integrantes contarían con cohetes RPG-7, a los efectos de mantener a los agentes
policiales atrincherados y evitar que saliesen con sus tanquetas en tanto otro grupo se
apostaría en el local de venta de bebidas, donde el objetivo sería emboscado junto con
su escolta. Para ello, montarían un grupo de observación en el prostíbulo que el
extranjero visitaba, a efectos de seguir sus movimientos con mayor precisión.
El ataque se efectuaría en dos tiempos, primero a la escolta, con ráfagas de fusil de
asalto y luego al objetivo principal, con tiros de escopeta de media distancia. Tres
efectivos le tirarían al Jeep y un cuarto se encargaría de eliminar al torturador utilizando
una poderosa escopeta automática.
El psicópata salió del cuartel el día calculado, a la hora de siempre. Cruzó sus portones a
bordo de su camioneta y enfiló hacia el prostíbulo, tal como era su costumbre, tomando
por la calle Concepción. Un vehículo subversivo lo seguía a prudente distancia, atento a
sus movimientos. Una vez allí, descendió, tocó el timbre y entró, mientras sus escoltas
permanecían afuera, en el interior del vehículo. Los observadores seguían sus
movimientos estratégicamente apostados en los alrededores.
El asesino estuvo adentro cerca de dos horas, disfrutando de las atenciones de su ramera
preferida hasta que al fin salió, siempre luciendo esas gafas negras que lo hacían más
temible. Caminó por la vereda, subió al Jeep y se dirigió con su escolta hacia el local de
bebidas, siempre seguido a la distancia por el vehículo de apoyo.
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Alberto N. Manfredi (h)
Todo marchaba de acuerdo al plan y a lo que se había establecido durante la
planificación del atentado, en base a las observaciones realizadas, pero a último
momento, algo cambió. En lugar del argentino, fue el conductor el que descendió,
cumpliendo indicativas de aquel. Aquello desconcertó a sus seguidores ya que los
obligó a improvisar un plan de último momento. Por eso, el encargado de dar la señal de
emboscada se apresuró a cargar su arma pero cuando lo hizo, la primera bala se le trabó
en la recámara de su M-16 y no pudo disparar. Se dio cuenta, entonces, que si no
actuaba rápido fracasaría la operación y por eso, alzando la voz, le gritó a sus
compañeros que disparasen.
-¡¡Tírenle ya!!… ¡¡Que tiren les digo!! ¡¡Ya!!, ¡¡¡ya!!!
Los guerrilleros abrieron fuego y sus ráfagas impactaron en la estructura del Jeep que,
para su sorpresa, era blindado. Sin embargo, sabían que los vidrios no podrían soportar
por mucho tiempo los impactos y de esa manera, siguieron con sus ráfagas cortas de
cuatro o cinco tiros hasta que los hicieron estallar.
El chofer que había bajado a comprar el alcohol salió del local disparando su pistola,
pero la subversiva que debía ejecutar al asesino, lo mató con dos tiros de escopeta.
Los escoltas que permanecían en el Jeep, bajaron abriendo fuego pero cayeron
acribillados por el fuego de los fusiles Galil de dos de los guerrilleros, por el de la
pistola 45 del jefe del grupo (el mismo al que se le había trabado la bala) y la escopeta
automática de la mujer, que no era otra que la instructora que había ido a ver a Rogelio
a la casa de la encargada del comedor, cuando aquel apareció.
Pero el criminal argentino no se quedó quieto.
La camioneta había recibió una tremenda descarga de plomo y tenía los vidrios
perforados, después de estallar en mil pedazos; luego siguió un breve momento de
calma, de no más de de diez segundos y casi enseguida, partió desde su interior una
descarga de Uzi que hirió gravemente a uno de los atacantes.
Los compañeros no sabían si todos los blancos estaban eliminados. Estaban los
compás Sebastián y Pedro recargando sus armas, cuando escucharon el
rafagazo de una pistola ametralladora Uzi, que salió del Jeep. Solo alcanzaron a
ver que al compañero Raúl le cayeron unas esquirlas de los balazos en plenas
nalgas, balazos tirados por el torturador, quien seguía vivo. También le tiró a
Sebastián, pero este alcanzó a parapetarse detrás de un carro37.
En ese momento el argentino abrió la puerta del lado del conductor y comenzó a
disparar a mansalva y cuando vació el cargador, arrancó el vehículo y retrocediendo a
gran velocidad, luego cerró la puerta y partió como saeta haciendo sonar las ruedas
sobre el asfalto. Transeúntes inocentes que circulaban por el lugar intentaban ponerse a
cubierto al tiempo que se escuchaban gritos y alaridos de terror.
Cuando el psicópata se alejaba, la mujer se le acercó y le disparó dos escopetazos sin
lograr detenerlo.
En cercanías del cuartel, cuando pasaba frente al edificio de la Maestranza, el Jeep
aminoró la velocidad y en los terrenos donde se colocaban los camiones despedazados
por las minas guerrilleras, dobló a la derecha. Antes de cruzar las vías del ferrocarril que
corren frente a la entrada del cuartel, se detuvo, abrió la puerta de la camioneta y se bajó
con su pistola ametralladora en la mano derecha y la izquierda sosteniéndose el
abdomen.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
…se recostó un momento en la puerta del Jeep y, en ese momento, le vimos las
tripas por fuera que parecían cables de teléfono. La compa Roxana le había
arrancado la grasa y los músculos del vientre, lo había agarrado de perfil. Las
tripas le colgaban hasta las rodillas…38
El grupo subversivo vio al argentino descender del rodado y con parte de sus entrañas
colgándole del abdomen, hacer débiles gestos hacia la puerta del cuartel solicitando
auxilio.
Salieron varios Policías a ayudarle y se parapetaron detrás del Jeep, nos vieron
y comenzaron a dispararnos. Yo y Balta les comenzamos a tirar con nuestros
G-3, ahí estuvimos tirando durante unos cinco segundos… Ya después yo no
me dí cuenta de nada, solamente de un furibundo y ensordecedor zumbido
seguido de una fenomenal explosión…39
El médico que había atendido a Rogelio cuando aquel apareció en la casa de la
encargada del comedor, formaba parte del pelotón de emboscada, lo mismo la
instructora y varios de sus amigos. Armado de una mini bazooka, el facultativo apuntó y
disparó contra el jeep, alcanzado de lleno. El vehículo estalló envuelto en llamas y
humo, convirtiéndose en una masa de hierros retorcidos y el criminal argentino que se
hallaba junto a él, voló en mil pedazos junto a varios policías.
Mientras tanto, los vigías disparaban sus ametralladoras pesadas M-30 desde las garitas,
destruyendo el frente del desaparecido Cine “Tropicana”, cuyas puertas de vidrio se
hicieron astillas.
En ese mismo momento, los subversivos echaron a correr por la calle Concepción, hacia
la esquina de la Cuesta, donde se encontraba una antigua fábrica de sombreros y allí
abordaron el automóvil que habían robado para la operación.
Escaparon a toda velocidad cuando se aproximaban varios camiones de la Guardia
Nacional y así alcanzaron la esquina de 5 de Noviembre, donde desaparecieron entre el
tránsito. El resto del pelotón se dispersó en diferentes direcciones intentando llegar a la
casa de seguridad donde debían reagruparse.
Fueron arribando de a poco, poniendo fin a la operación.
- ¡¡¿Cómo pudo escapársenos ese hijuep…!! –aullaba furioso el jefe del grupo - ¡¡Me
duele el culo, me arde!! Y esta m… de fusil… gringo tenía que ser…
-¡Tranquilo compa –le dijo uno de sus compañeros- que a Ernesto [el médico] no se le
fue vivo ese loco!
-De todas formas, con cohete o sin cohete, ese hijo de p… había dejado la mitad de las
tripas en el carro –agregó el facultativo- ¡No iba a vivir mucho…!40
Utilizando la violencia asesina que ellos mismos habían desencadenado en su país para
combatir la violencia extrema llegada del extranjero, el grupo guerrillero salvadoreño,
había puesto fin al salvaje accionar de uno de los tantos criminales que la Argentina
había desparramado por Centroamérica, aplicando una metodología reñida con la moral
cristiana y la civilización.
Así fue como en el mes de diciembre del 86, un criminal sicópata extranjero,
héroe de los asesinos, dejó sus tripas en tierra salvadoreña…41
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Alberto N. Manfredi (h)
Mientras se desarrollaban las guerras de baja intensidad en América Central, la
Argentina posó su mirada en un objetivo mucho más cercano.
En el mes de junio de 1980 regía en Bolivia un régimen democrático constitucional,
encabezado por una mujer, Lidia Gueiler Tejada, que no era conveniente a los intereses
de Buenos Aires.
El 17 de julio de ese año, la Argentina provocó el golpe de Estado que llevó al poder al
general Luis García Meza, familiar de la presidente depuesta, quien se apresuró a
designar ministro del Interior al cuestionado coronel Luis Arce Gómez, de conocidos
vínculos con el narcotráfico.
La Junta Militar de Buenos Aires había promovido y financiado la asonada, enviando
previamente a un grupo de agentes encubiertos que hicieron las veces de enlaces entre
las autoridades golpistas y funcionarios del Proceso de Reorganización Nacional.
A comienzos de ese mes, efectivos del Batallón de Inteligencia 601 (el mismo que
operaba en América Central) encabezados, según algunas fuentes, por el coronel
Mohamed Alí Seineldín42, ingresaron en territorio boliviano y tomaron parte en el golpe
encabezando a elementos locales previamente reclutados por Klaus Barbie43.
Actuando con inusitada violencia, enmascarados, fuertemente armados, desplazándose a
bordo de automotores sin identificación (y luego del golpe en vehículos militares),
llevaron a cabo acciones de sabotaje, atentados y requisas sin disimular su marcado
acento argentino.
Comenzaron, de ese modo, las ejecuciones y secuestros de personas a las que se llegó a
torturar en los mismos vehículos en movimiento, técnicas desconocidas hasta ese
momento en Bolivia. Esos comandos armados operaron en todo el Altiplano y la Sierra,
llevando a cabo actos verdaderamente brutales.
Según la carta de Información Política y Economía (IPE), que se edita en La Paz para
medios empresarios, “Los argentinos intervinieron cruelmente a lo ancho y a lo largo
de sus sangrientas y brutales jornadas”, versiones que han confirmado en exhaustivos
trabajos de investigación varios autores, entre ellos Roberto Russell44 y Daniel Santoro,
periodista de “Clarín” que llegó a afirmar que el licenciado en Administración de
Empresas y oficial de nominación primera del Batallón de Inteligencia 601, Leandro
Sánchez Reisse, fue quien intermedió entre su gobierno y el boliviano Roberto Suárez
Levy para gestar y apoyar el golpe militar de Luis García Meza y Luis Arce Gómez, el
17 de julio de 1980.
En su trabajo, Santoro aclara que el gobierno de Videla no sólo envió armas y dinero
“…sino también decenas de asesores militares y hasta ‘spots’ publicitarios de TV que
habían sido usados en la Argentina después del golpe del 24 de marzo de 1976 que
derrocó a Isabel Perón”45.
Las relaciones con Bolivia se habían iniciado a fines de octubre de 1976 cuando el
presidente Videla visitó a su colega boliviano, el general Hugo Banzer Suárez, ex
alumno del Colegio Militar de Buenos Aires. Durante la misma, los mandatarios
elaboraron una declaración conjunta firmando una serie de acuerdos de cooperación
económica que resultarían ampliamente favorables a la Argentina. Fue cuando se hizo el
primer pronunciamiento en favor de una salida al mar para Bolivia y el apoyo a los
reclamos argentinos en Malvinas y se habló del aprovechamiento de los recursos
hídricos.
Banzer retribuyó la visita a fines de noviembre. Durante la misma, el canciller
argentino, vicealmirante César Guzzetti, y el embajador boliviano en Buenos Aires,
general Alberto Guzmán Soriano, firmaron tres documentos de capital importancia para
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
las relaciones entre ambos países: el primero sobre adquisición de gas boliviano, el
segundo acordando la construcción del proyecto vial Padcaya-Bermejo en territorio
altiplano y el tercero sobre personal de dotación en el transporte internacional terrestre.
Los convenios económicos bilaterales, fueron el factor preponderante para atraer a
Bolivia a la órbita argentina, alejándola, de ese modo, de la de Brasil, medida que
facilitó el funcionamiento de lo que fue la Operación Cóndor, coordinando políticas
antisubversivas impulsadas por ambos países junto con Brasil, Chile, Paraguay y
Uruguay.
Así fue como en junio de 1976 grupos de tareas argentinos secuestraron y asesinaron en
Buenos Aires al ex presidente boliviano, general Juan José Torres que se había exiliado
en el país.
La Argentina comenzó a proveer al ejército boliviano piezas de artillería y municiones
además de 200 sables corvos facsímiles del que perteneció al general San Martín.
Durante el acto de entrega, el general de brigada José Antonio Vaquero, representante
del ala dura de las FF.AA. argentinas dijo:
[...] el flagelo subversivo exige de nuestras Fuerzas Armadas un estrecho
contacto e intercambio de información, doctrina y control de fronteras. Estos
cañones y sables, ejemplo concreto de esta nueva era de relaciones castrenses
bilaterales, suplirán el protocolo por una sincera y fraterna camaradería y
cooperación…46
A partir de 1978, la Junta Militar que gobernaba en Buenos Aires concentraba todos sus
esfuerzos en controlar Bolivia. Con la muerte del Papa Juan Pablo I como noticia del
momento y a escasos días de la elección de su sucesor, ambos países inauguraron el
puente fronterizo que unía a Yacuiba con Salta y Jujuy, oportunidad que el general
Videla aprovechó para anunciar el financiamiento del tramo ferroviario Santa CruzTrinidad. “Sumado al respaldo a las reivindicaciones territoriales y a los acuerdos de
cooperación física y económica, un tercer eje de esta estrategia de ‘satelización’ o
‘argentinización’ de Bolivia fue, por cierto, la penetración ideológica. A la cooperación
bilateral en materia de lucha antisubversiva en el contexto de la “Operación Cóndor”,
la diplomacia militar argentina procuró también abortar la emergencia, en el escenario
político boliviano, de cualquier indicio de alternativa ideológica a las dictaduras
anticomunistas. Este criterio de ‘cruzada’ en nombre del anticomunismo fue el que
animó la intervención activa de los militares argentinos en el derrocamiento de Hernán
Siles Suazo -dirigente de la izquierdista Unión Democrática Popular- y su reemplazo
por la dictadura militar derechista del general Luis García Meza en julio de 1980” 47.
El gobierno argentino fue el primero en reconocer el golpe de Estado de García Meza,
oportunidad en la que Videla dijo:
Lo que ocurrió realmente en Bolivia [...] es que entre las dos opciones que
estaban por darse en el vecino país: la formalmente correcta que era la asunción
de un gobierno surgido en elecciones, pero que representaba para nosotros un
alto grado de riesgo en cuanto a la posibilidad de difusión de ideas contrarias a
nuestro sistema de vida y la existencia de un gobierno militar, hemos visto con
más simpatía esta última opción, porque no queremos tener en Sudamérica lo
que significa Cuba para Centroamérica...No estamos ayudando a los militares
bolivianos, estamos ayudando al pueblo boliviano para que no caiga en lo que
nosotros estuvimos a punto de caer48.
El 25 de julio de 1980, Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú condenaron en la OEA el
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Alberto N. Manfredi (h)
golpe de estado boliviano por medio de una resolución que contó con la plena
aprobación de Estados Unidos.
Argentina mantuvo su presencia en Bolivia al menos, hasta la caída de García Meza,
acaecida el 4 de agosto de 1981. Sus cuadros tuvieron a su cargo la organización de los
escuadrones de la muerte que operaron en las principales ciudades y poblaciones del
país desde los días previos a la asonada y estuvieron implicados en el asesinato de al
menos 500 opositores al régimen, en decenas de secuestros y desapariciones y en unas
4000 detenciones, con su correspondiente secuela de apremios. Incluso, la mayor parte
de las veces, integraron los grupos de tareas que se desplazaban por las calles de las
ciudades en busca de opositores.
El mismo día del golpe, la noche del 17 al 18 de julio, un comando de hombres
fuertemente armados ingresó por la fuerza en la sede de la Central Obrera Boliviana
(COB) y fusiló al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, ex candidato a
presidente por el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) y ex ministro de
Minas y Petróleo en 1979.
Sobrevivientes de la masacre declararon tiempo después que los asesinos “hablaban con
marcado acento argentino” y que actuaron con extrema brutalidad, versión que
confirmaron en esos días informes reservados de la embajada de los Estados Unidos en
La Paz.
La jornada, conocida como “La Noche de los Cuchillos Largos”, comenzó en un bar
llamado “La Melgarejo”, propiedad de un tal Hugo Dávila, ubicado en un populoso
barrio de La Paz conocido como Villa Fátima donde, según versiones, los asesinos
estuvieron bebiendo hasta bien entrada la mañana, para partir cerca de las 10.00 hacia la
mencionada entidad.
Según versiones, Quiroga Santa Cruz fue retirado del lugar con vida y conducido en un
vehículo militar hasta el Gran Cuartel de Miraflores, donde habría sido ejecutado junto a
otros detenidos.
A raíz de aquellos sucesos, el presidente norteamericano Jimmy Carter, ordenó
suspender la visita a Buenos Aires que el subsecretario de Asuntos Hemisféricos,
William Bowdler había programado con antelación, ello en repudio por la violenta
intervención argentina en el golpe de García Meza.
Simón Reyes, dirigente de la COB, fue otro de los detenidos el día de la asonada.
Trasladado al Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, fue sometido a torturas
por militares argentinos quienes le aplicaron una brutal paliza“…está probado de que
oficiales argentinos estuvieron en el golpe. A mí que me masacraron esa noche, el que
me golpeó era un oficial argentino, me dieron duro. Era el que me preguntaba”49.
Los argentinos querían que admitiera la existencia de grupos armados de izquierda para
combatir a García Meza, pero no les dijo nada, porque esos grupos no existían.
A varias semanas del golpe, Reyes fue exiliado a Europa, junto a decenas de dirigentes
sindicales, políticos de izquierda y activistas de derechos humanos.
La noche de la asonada hubo cerca de 200 personas asesinadas.
Desde un primero momento los argentinos tuvieron en mente las islas Malvinas y los
archipiélagos australes y eso fue lo que los llevó a aplicar su política de intervención en
diferentes regiones del continente.
La idea parecía simple y de fácil ejecución; servir a los intereses norteamericanos en el
hemisferio haciendo el trabajo sucio que ellos no podían realizar, de ese modo,
contarían con su apoyo y aprobación a la hora de lanzarse a la aventura, convencidos de
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
que eso inclinaría la balanza a la hora de dirimir la cuestión en el terreno diplomático y
militar. Sus torpes gobernantes se llevarían una desagradable sorpresa.
Tres décadas después, la Argentina se disculpó públicamente por su intervención en
América cuando la discutida ministra de Defensa Nilda Garré pidió perdón a los
pueblos de Honduras y Nicaragua por los hechos de aquellos años, ello en el contexto
de una gira que realizó en septiembre de 2006, invitada por la VII Conferencia de
Ministros de Defensa auspiciada por la Organización de Estados Americanos (OEA)
celebrada en Managua entre el 1 y el 5 de octubre de aquel año.
La funcionaria llegó al país procedente de Irlanda, para brindar una conferencia sobre la
experiencia argentina en el control civil de la defensa, que se realizó en el Hotel Clarión
de Tegucigalpa.
Hablando en nombre de su gobierno, la ministra se refirió al nefasto papel que el
régimen militar argentino había jugado en Centroamérica en los años ochenta, al enviar
tropas que llevaron a cabo actos de sabotaje, ataque a unidades, represión, crímenes y
tortura.
Como ministra de Defensa de Argentina, pido perdón al pueblo de Morazán por el
papel que asesores militares argentinos jugaron en el nefasto pasado de Honduras.
Los militares argentinos están ahora sometidos a la soberanía popular y alejados de
la dictadura que ha ahogado las libertades y violado los derechos humanos de
nuestras naciones.
Esa intervención costó, solo en Honduras, la vida de 194 a 200 ciudadanos, la mayoría
de ellos hondureños aunque también figuran personas de otros países centroamericanos
que las fuerzas argentinas también secuestraron, torturaron y asesinaron.
Hoy, como dijo el presidente Zelaya, Honduras mira al Sur y hoy también la
Argentina vuelve a casa, a esta América Latina que hicieron patriotas como San
Martín y Francisco Morazán50. Atrás queda la “internacional de las espadas” que
las dictaduras argentinas impulsaron con otros gobiernos latinoamericanos para
ahogar las libertades democráticas, frenar las ansias de justicia social y violar los
derechos humanos de los latinoamericanos.
……………………………………………………………………………………….
Hoy las Fuerzas Armadas tienen asignadas un papel fundamental para lograr estos
objetivos y esto marca un profundo contraste con el carácter de las relaciones que
vincularon a nuestros gobiernos y a nuestras Fuerzas Armadas en un reciente y
oscuro pasado.
Pero mientras la funcionaria se rasgaba las vestiduras pronunciando palabras de culpa e
indignación, nadie pareció reparar en el hecho de que en los años setenta ella misma
había integrado una de las organizaciones subversivas mas violentas de su país, que
utilizando la misma violencia que el régimen militar al que se refería, tenía en su haber
centenares de atentados, secuestros, robos y asesinatos. Tampoco pareció importar
demasiado el hecho de que integrase un gobierno de dudoso prestigio formado por
antiguos subversivos y terroristas que escudados en la legitimidad de las elecciones
habían alcanzado el poder.
Después de aceptar las disculpas, Arístides Mejía Carranza, ministro de Defensa
hondureño, entregó a la visitante la Gran Cruz de las Fuerzas Armadas51 que su país
otorga en nombre de su gobierno a visitantes de jerarquía. Inmediatamente después
firmó un convenio de cooperación que incluía el desarrollo de programas y planes de
asistencia, cooperación técnica y educativa y finalizó diciendo: “Aplaudo y recibo con
sumo respeto el perdón hecho por la ministra Garré –dijo Mejía en su discurso- este es
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Alberto N. Manfredi (h)
un día muy importante para nosotros porque significa que hemos mejorado el sistema
democrático de los dos países”52.
La ministra Garré siguió viaje a Nicaragua, donde también ofreció sus disculpas con la
nación anfitriona por los crímenes y excesos que allí también cometieron las fuerzas
armadas de su país.
Hay quienes dicen que la Argentina debería hacer lo propio con El Salvador,
Guatemala, Costa Rica y Bolivia, por haber sido esas naciones víctimas de su violencia
y terror, pero todavía no lo hizo. Sí se disculpó con su eterno aliado, Perú, a quien
traicionó groseramente en 1995, al venderle armas clandestinamente a Ecuador cuando
se desarrollaba el conflicto de Cenepa, durante el gobierno democrático del presidente
Menem. También debería pedir perdón a las Naciones Unidas por haber enviado armas
y tropas de manera encubierta a Croacia, mientras integraba el contingente de Paz que el
organismo internacional había apostado en la región balcánica para poner fin a los
enfrentamientos.
La política agresiva que la Argentina desató en diversos puntos de América tuvo varios
objetivos, el principal, la captura de los archipiélagos australes que, como ya hemos
dicho, comenzó en noviembre/diciembre de 1976 con el desembarco en las Sandwich
del Sur y finalizó el 3 de abril del 1982 con la conquista de las Georgias.
Además de extender su zona de influencia y establecer su presencia en diversos puntos
del continente, el régimen militar creyó que al combatir a las guerrillas
centroamericanas y derrocar al gobierno constitucional boliviano, obtendría el necesario
respaldo norteamericano para consolidar su posición y lanzarse a la aventura. Los
cálculos fueron erróneos, el proceder torpe y las consecuencias, catastróficas.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Referencias
1
http://www.argentina-rree.com/13/13-010.htm
2
Ídem
3
En octubre de 1962 la Argentina envió hacia el Caribe a los destructores ARA “Rosales” D-21 y ARA
“Espora” D-22, junto a aviones Grumman Albatros, C-130 y DC-4 que se sumaron a las fuerza de
intervención integrada varios países del continente. El comandante de la flota fue el capitán de navío
Constantino Argüelles y las unidades operaron desde la base de Chaguaramas, en trinidad y Tobago. Los
aviones lo hicieron desde la Base Aérea MacDill, próxima a Tampa, en el estado de Florida, al comando
del comodoro Horacio E. Fellheimer.
4
Guillermo Monkman, “Malvinas. Argentina, ‘Los Contras’ y los EE.UU. en la guerra”, “Todo es
Historia Nº 298, Bs. As., abril de 1992.
5
Guillermo Monkman, “Malvinas. Argentina, ‘Los Contras’ y los EE.UU. en la guerra”, “Todo es
Historia” Nº 298, Buenos Aires, abril de 1992, citando a Heraldo Muñoz en Latin American nations in
World Politics” Westview Press, Boulder, 1984, p.127.
6
Idem, Walter Little, “The Falklands Affaire: Review of the Literature”, Political Studies, June 1984, vol.
32, pp. 296-310.
7
Editorial Verso, Londres, 1983, citado por Monkman en su artículo.
8
Juan Gelman, “Silencios”, en diario “Página 12”, 12 de julio de 1998, Bs. As., contratapa,
http://www.pagina12.com.ar/1998/98-07/98-07-12/contrata.htm.
9
Scott y Jon Anderson, Incide de League, Dodd, Mead & Co. Nueva York, 19986, citado por Monkman.
10
Alejandro Dabat y Luis Lorenzano, The Malvinas and the End of Military Rule, editorial Verso,
Londres, 1983, p.81, citado por Monkman.
11
Jonathan Marshall, Meter Scout, Jane Hunter, The Iran-Contras Conection, South End Press, Boston,
1987, p.132, citado por Monkman.
12
Peter Kornblush, Nicaragua, the Price of Intervention, Institute for Policy Studies, Washington D.C.,
1987, p.27, citado por Monkman.
13
Roy Gutman, Banana Diplomacy, Simon & Schuster, Nueva York, 1988, p.105, citado por Monkman.
14
Santiago O’Donnell, “Matar a un Monseñor”, en “Página 12”, domingo 7 de marzo de 2010, Bs. As.
15
Ricardo Valencia, “El nuevo sospechoso”, en Revista de Estudios Sociales Nº 24, Bogotá, May/Ago.
2006, http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S0123-885X2006000200009&script=sci_arttext.
16
Santiago O’Donnell, op. Cit; Ricardo Valencia, op. Cit.; “Asesinato de Monseñor Romero: Un crimen
que duele a El Salvador”, en “La Página”, San Salvador, 18 de marzo de 2010 y otros.
17
Ricardo Valencia, op. cit.
18
Somoza fue emboscado por un comando del ERP cuando se desplazaba en un Mercedes Benz de su
propiedad, escoltado por un vehículo de apoyo, en la intersección de la Av. España y la calle Venezuela,
de Asunción. Los atacantes estaban dirigidos por Enrique Gorriarán Merlo (Ramón) a quienes
secundaban Hugo Alfredo Irurzún (Santiago), Roberto Sánchez (Armando) y Claudia Lareu, entre otros.
Durante la acción, una camioneta se cruzó frente al vehículo del ex dictador nicaragüense que fue
acribillado por disparos de fusiles M-16 y FAL y un cohete disparado por una bazooka RPG-2, que
destrozó al Mercedes Benz y a sus tres ocupantes (Somoza, su chofer César Gallardo y su asesor de
negocios Joseph Baittiner).
19
Revista “El Torogoz”, San Salvador, “Las Batallas del Pueblo”, http://eltorogoz.net/rogelio.htm
20
Ídem.
21
Ídem. “La Operación para aniquilar al Psicópata Argentino de la PH”.
22
Ídem.
23
Ídem.
24
Ídem.
25
Ídem.
26
Ídem.
27
Ídem.
28
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Alberto N. Manfredi (h)
34
General y político hondureño nació en Tegucigalpa en 1938. Jefe de Estado Mayor Conjunto de las
Fuerzas Armadas de Honduras entre 1981-1984, cursó sus estudios en el Colegio Militar de la Nación,
Argentina, de donde egresó en 1961. De regreso en su país desempeñó diversas funciones, varias de ellas
vinculadas con los Estados Unidos. Su papel en la Operación Charly fue fundamental; durante la misma
colaboró activamente en el montaje de los campamentos fronterizos de Lapeterique y Quilalí, desde don
de operaron las fuerzas argentinas. Firmó en Washington el acuerdo secreto para establecer el centro
regional de capacitación en el CREM en Puerto Castilla y fue uno de los organizadores el Batallón 3-16
para combatir a la guerrilla salvadoreña y la expansión comunista en América Central. Fue asesinado por
el ERP, la organización subversiva argentina, la mañana del 25 de enero de 1989, cuando un grupo
armado disfrazado de operarios ametralló en Tegucigalpa el auto en el que viajaba junto a su hermano y
su chofer costarricense, quienes resultaron heridos. Tanto el ERP como los Montoneros enviaron cuadros
a Centroamérica para combatir junto a los movimientos sediciosos de Nicaragua, El Salvador y
Guatemala.
35
Revista “El Torogoz”, “La Operación para aniquilar al Psicópata Argentino de la PH”.
36
Ídem.
37
Ídem.
38
Ídem.
39
Ídem.
40
Ídem.
41
Ídem.
42
Rodolfo Peregrino Fernández, Autocrítica Policial, Cuadernos para la Democracia 10, El Cid Editor,
Bs. As., Mayo de 1983.
43
Barbie vivía en Bolivia desde 1955, cuando emigró junto con su familia desde la Argentina, a los pocos
días de la caída de Perón (según otras fuentes tras la captura de Adolf Eichmann en San Fernando, por un
grupo comando israelí, en mayo de 1960). Había desembarcado en Buenos Aires en 1951 donde se le
proveyó de documentación y trabajo.
44
Roberto Russell, Argentina y la política exterior del régimen autoritario (1976-1983), pp. 115-116, y
Las relaciones Argentina-Estados Unidos, pp. 24-25.
45
Historia General de las Relaciones Exteriores e la República Argentina; Capítulo “Las Relaciones con
América Latina”, subtítulo “Las Relaciones con Bolivia”, http://www.ucema.edu.ar/ceieg/arg-rree/14/14058.htm.
46
Ídem.
47
Ídem.
48
Ídem.
49
Archivo Univisión, “Ex líder boliviano narra torturas de militares argentinos en Bolivia en 1980”, La
Paz, 17 de julio de 2010 (AFP), http://archivo.univision.com/contentroot/
wirefeeds/noticias /8188805.shtml.
50
Héroe nacional hondureño.
51
Una de las máximas condecoraciones de ese país.
52
“La Gente”, Radio La Primerísima, “Argentina pide perdón a Honduras y Nicaragua por su apoyo a los
militares hondureños contra el pueblo, y a los contras pro yankis durante la década de los 80”, Managua,
Nicaragua, 29 de septiembre de 2006.
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