DEL REVÉS Y DEL DERECHO: UN PASEO EPISTEMOLÓGICO

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DEL REVÉS Y DEL DERECHO: UN PASEO EPISTEMOLÓGICO POR
SOCIOLOGÍA DE LAS MIGRACIONES*
LA
Iñaki García Borrego (Universidad de Castilla-La Mancha)
RESUMEN: La epistemología es una reflexión que se hace sobre la actividad científica y junto a ella. Comparando la
investigación con un viaje de exploración, podríamos decir que los exploradores deben ir preparados con todo lo que
puedan necesitar, pero no cargar con trastos engorrosos. Sin ser una guía de viaje, este texto trata de ser útil a quienes
vayan a emprender una exploración sociológica del País de las Migraciones. Tiene dos partes: en la primera se anima a
los viajeros/as a andar ligeros y desprenderse de todo lo que no necesiten, pues un equipaje demasiado pesado les
impedirá sortear los obstáculos geográficos que sin duda se han de encontrar (por ejemplo, los Pantanos de la Burotecnocracia). En la segunda parte se presentan algunas indicaciones que pueden ayudarles a llegar más lejos,
ilustrándolas con referencias a uno de los parajes más visitados pero peor conocidos del País, y donde muchos
exploradores despistados se pierden: el Bosque de la Integración.
(Palabras clave: epistemología, migraciones, integración, estado, tecnocracia)
ABSTRACT: Epistemology is a reflection on scientific activity, and with it. If we compare research with an
exploration journey, we may say that explorers must take with them everything they could need, avoiding carrying
tiresome stuff. Although this is not a traveller’s guide, it intends to be useful for those who will explore the sociological
country of migrations. It consists of two parts: the first one encourages them to travel light avoiding all unnecessary
objects. It reminds them that a very heavy luggage will not allow them to avoid the geographical obstacles they will
undoubtedly find in the way (Bureautechnocracy’s Swamps, for instance). The second part shows instructions that will
help them to go a long way. These instructions are illustrated with references to one of the most visited but less known
places in the country, where many unaware explorers get lost: the Forest of Integration.
(Keywords: epistemology, migrations, integration, state, technocracy)
Introducción
Cualquiera que vaya a hacer un estudio o elaborar un informe sobre algún aspecto de la
realidad social tiene que pararse primero a revisar sus planteamientos teóricos. Sin ese ejercicio
epistemológico mínimo, lo más probable es que acabe cayendo inadvertidamente en alguno de los
muchos tópicos que dificultan el conocimiento de lo social. Esto es particularmente cierto en el
ámbito de las migraciones, donde abundan las ideas comunes que repetimos una y otra vez sin
detenernos a pensar en ellas. Como un reverso de los prejuicios racistas y xenófobos dominantes
han surgido en ese ámbito los tópicos bienintencionados, que si bien resultan menos dañinos para
los migrantes, sesgan igualmente el estudio de la realidad social. Por ello, también deben ser
evitados por quienes traten de comprender los procesos migratorios.
Podría decirse que el esfuerzo epistemológico, para el que no hace falta ser un/a especialista
ni tener grandes conocimientos de filosofía, implica un trabajo negativo y otro positivo. Utilizo
estos términos no en su sentido corriente de “bueno” y “malo”, sino en otro más elemental: negativo
*
Incluido en Santamaría, E. (ed.) (2008): Retos epistemológicos de las migraciones transnacionales. Barcelona:
Anthropos, pp. 109-129.
1
viene de negar, y tiene que ver en este caso con “hacer la crítica” (como se decía antes) o
“deconstruir” (como se dice ahora) los pre-supuestos que oscurecen una determinada cuestión,
impidiéndonos comprenderla correctamente. Lo positivo consiste en afirmar que esa comprensión
es posible1 y en buscar una forma de alcanzarla que sea mejor que la que criticamos. Y sabemos que
es mejor porque rompe con esos pre-supuestos, no cae en sus errores y logra describir nuestro
objeto de estudio de una forma más fidedigna y precisa.
Para hablar de esto se suelen usar los términos de Bachelard, como “ruptura epistemológica”
y “construcción del objeto”, que Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1994) aplicaron de forma
muy provechosa a la sociología, dando lugar a uno de los libros imprescindibles de la epistemología
de las ciencias sociales. Sin embargo, en lugar de esos términos tan evocadores usaré aquí otros más
vagos, y hablaré simplemente de “parte negativa” y “parte positiva” del esfuerzo epistemológico2.
Estos términos dialécticos me parecen los más adecuados para describir un proceso que no se
detiene mientras uno se esfuerce por mejorar su conocimiento de la realidad social. Además, tienen
otras ventajas: al ser términos tan abstractos, negativo y positivo evitan las imágenes demasiado
expresivas (como “ruptura” o “construcción”). Eso permite que el énfasis recaiga en dicho proceso,
en vez de hacerlo en los puntos de partida y llegada, en un supuesto “sentido común” genérico con
el que habría que cortar o en un edificio científico que habría que construir sólidamente para que
perdure.
Pero veamos por separado cada una de esas dos caras, en un viaje dividido en sendas etapas.
En la primera avanzaremos en clave de no, contradiciendo lo que creemos saber y lo que se nos dice
1
La postura que defiendo aquí es pues distinta de la de quienes ponen el énfasis en lo negativo (“posmodernos”,
deconstruccionistas, relativistas epistemológicos o constructivistas radicales, etc.) y se muestran escépticos ante la
posibilidad de llegar a conocer una realidad situada más allá de los discursos que la envuelven. A mi entender, tales
discursos forman parte de dicha realidad igual que la atmósfera de un planeta forma parte de él: son su parte gaseosa, un
componente muy importante pero que no es el único. Por ello, creo que es posible atravesar la capa de discursos para
investigar otros estados de la materia, además del gaseoso.
2
Como no puedo extenderme sobre las razones por las cuales prefiero evitar los conceptos que encontramos en El oficio
de sociólogo, sólo apuntaré dos de ellas. Empiezo por la menos importante, meramente terminológica: el término
ruptura no me parece el más adecuado para nombrar la actividad epistemológica negativa, pues trasmite la impresión
(ligada a cierta retórica de la radicalidad propia del campo artístico-intelectual francés cuyo origen ha analizado el
propio Bourdieu −1995) de que esta se produce al principio del proceso de investigación de una forma rotunda, cuando
en realidad sucede todo a lo largo de dicho proceso, de forma paralela a la actividad positiva. Aunque esta rotundidad es
desmentida por Grignon y Passeron (1992: 81) cuando dicen que la ruptura es algo continuo, “una clarificación que
únicamente se mantiene si es incesantemente alimentada mediante la paciencia del trabajo empírico y la formulación
teórica”, me temo que sus aclaraciones no pueden neutralizar la expresividad del término de Bachelard. La segunda
razón, esta sí más importante, es el teoricismo academicista del libro, señalado por Ortí (2001: 138) y reconocido por el
propio Bourdieu (1998: 58). Este explica en una entrevista sobre El oficio de sociólogo, realizada dos décadas después
de su primera publicación en 1968, que dicho teoricismo se debía sobre todo a dos factores: el carácter programático del
libro (patente en su subtítulo: “Premisas epistemológicas”), y el momento en que fue escrito, cuando la sociología
francesa estaba dominada por el empirismo procedente de EE. UU. En cualquier caso, hay que decir que cuatro décadas
después de su primera publicación, El oficio de sociólogo sigue siendo un texto imprescindible de la epistemología de
2
que debemos saber (dos cosas que suelen coincidir), y en la segunda caminaremos en clave de sí,
explorando lo que podemos llegar a saber una vez apartada esa espesa maleza que envuelve a todo
lo relacionado con las migraciones.
En clave de no
La parte negativa del esfuerzo epistemológico consiste pues en negar discursos que se
afirman poderosamente. Recordemos que la palabra afirmar tiene un sentido doble, y aquí nos
interesan ambos: por una parte significa “decir que sí” o “dar algo como cierto”, y por otra
“asentar” o “hacer que una cosa quede firme, bien apoyada” (definiciones de Mª Moliner). Ese
último sentido de afirmar es precisamente el que hace que negar algo resulte a veces tan arduo,
porque cuanto más firmemente asentada esté una idea más difícil resulta contradecirla.
García Calvo (1985: 54) explica esto glosando uno de los fragmentos del libro de Heráclito,
en que el filósofo griego cuenta la adivinanza que unos niños plantearon a Homero. Sin aclararle a
qué se referían, le dijeron: “todos los que vimos y cogimos, esos los vamos dejando, y todos los que
no vimos ni cogimos, esos los llevamos”. Al parecer Homero no pudo resolver el acertijo, cuya
respuesta eran los piojos que los niños andaban quitándose unos a otros, y que son como las ideas
preconcebidas que las personas llevan en la cabeza hasta que se libran de ellas. Según esto, el
principal obstáculo para pensar racionalmente no sería la falta de conocimientos sino el exceso de
(falsos) conocimientos, y la tarea filosófica principal sería pues la negativa: librarse de esos piojos
que pueblan nuestras cabezas.
Esa es también la mayor dificultad que encontramos quienes nos dedicamos a la
investigación social. El problema no es tanto lo que ignoramos sobre nuestro objeto de estudio, sino
lo que creemos saber de él. Por ello, tal vez no estaría mal tratar de olvidar −o de desaprender,
como dice Jesús Ibáñez (1985)− muchas de las cosas que aprendimos sobre la inmigración antes de
que empezásemos a estudiarla en serio. Por ejemplo, deberíamos olvidar casi todo lo que
aprendimos en su momento sobre los países de origen de los migrantes, y por supuesto sobre sus
“culturas”. No sería mala cosa poder borrar de nuestra imaginación las imágenes de las que
enseguida echamos mano, sin darnos cuenta, cada vez que pensamos en los países de los que
proceden la mayoría de los inmigrantes que llegan a Europa, países a los que agrupamos bajo
las ciencias sociales, y que cuando sus autores han retomado las cuestiones tratadas en él han superado claramente ese
teoricismo (ver como muestra de esto Passeron, 1991, y Bourdieu, 2003).
3
etiquetas como “Tercer Mundo”, “Sur”, “países pobres”, “en vías de desarrollo”, o “periféricos”.3
Aunque pueda sonar excesivo, creo que la ganancia epistemológica que obtendríamos haciendo ese
particular “borrado del disco duro” sería mayor que la pérdida de conocimientos que supondría,
pues estos siempre se pueden volver a adquirir de forma más controlada.
La energía que debemos dedicar a esa tarea negativa no es pequeña, pues es proporcional a
la fuerza con la que se afirman los discursos dominantes. Y con esto no me refiero referimos sólo a
los proferidos por los políticos más populistas o los medios de información de masas más
sensacionalistas, que reproducen a gran escala las voces que podemos escuchar cada día en bares y
centros de trabajo, voces que a su vez hacen eco a esos grandes creadores de opinión. Para quienes
se dedican al estudio de las migraciones es relativamente fácil reconocer esos discursos y
distanciarse de ellos, incluso cuando se presentan revestidos de legitimidad científica. Piénsese por
ejemplo en las reacciones que provocó entre los científicos sociales el libro sobre El Ejido de
Azurmendi (2001), que supuso en cierto sentido un intento de introducir en el debate científico
sobre la inmigración algunas categorías del discurso popular −y populista−, y como tal fue
reconocido y neutralizado por la comunidad científica española4. Las afirmaciones del tipo de las
que contenía ese libro no son pues para los especialistas las más difíciles de rebatir, deconstruir o
negar, pues su fuerza no radica precisamente en su rigor intelectual.
Más engañosos que esa clase de discursos (en general bastante reconocibles a poco que uno
aguce el oído) resultan otros, que no se asientan sobre los tópicos mediático-populistas sino sobre lo
García Calvo (1985: 20) ha denominado el gentry-lore. Igual que la palabra folclore significa, en su
etimología inglesa, “saber del pueblo” (folk), el gentry-lore o “saber de los señores” es su reverso:
el conjunto de tópicos corrientes entre los individuos cultos, por ejemplo los científicos sociales.
Para nosotros, resulta mucho más fácil cazar como piojos los tópicos populares que los del gentrylore, por dos razones. En primer lugar, por nuestra posición social de individuos relativamente
ilustrados que gozamos de un estatus elevado en la jerarquía cultural, y que normalmente estamos
ligados a la universidad, institución que detenta el monopolio de la producción del Saber legítimo5.
Pero sobre todo, porque objetivamente no tenemos interés en hacerlo. Como productores de los
3
“Como la concepción del Primer Mundo, el Segundo Mundo y el Tercero, la división de la esfera capitalista en centro,
periferia y semiperiferia homogeneiza y eclipsa las diferencias reales que existen entre las naciones” (Hardt y Negri,
2002: 306-307). Carrasco et al. (2005) presentan una propuesta de clasificación de países y áreas geográficas de origen
de los inmigrantes llegados a Cataluña que permite ir más allá de esas categorías aproximativas.
4
Provocó una reacción sin precedentes: setenta catedráticos y profesores de antropología firmaron un texto titulado
“Grave atentado a la ética de la antropología”, y publicaron artículos criticando el libro M. Fdez. Enguita (El País, 11
marzo 2002), J. Aranzadi (El Periódico, 21 de marzo 2002) y J. Arango (El País, 23 marzo 2002).
5
Sobre el papel de la universidad como fábrica de saberes sobre las migraciones, ver García Borrego (2001; 2005).
4
diversos saberes legítimos sobre lo social, jugamos un papel clave en la dominación, que en cierto
sentido contribuimos a reproducir con nuestra actividad intelectual.
Para analizar cómo se produce esto tenemos que detenernos un momento a observar cuál es
la forma actual que toma la dominación política. En el tiempo en que Weber (2002: 173) elaboró su
tipología de las formas de dominación, la “dominación legal con administración burocrática” se
encontraba aún poco desarrollada; no fue hasta décadas después cuando esta dio un salto
cualitativo, con el desarrollo de la tecnocracia. Como se sabe, esta es la forma de gobierno
caracterizada por el papel primordial que juegan en ella diversos tipos de expertos −como
científicos y técnicos−, que están profesionalmente capacitados para realizar una actividad
altamente cualificada, y deontológicamente formados para hacerlo dejando de lado sus valores y
creencias personales. Gracias a esa profesionalidad supuestamente desideologizada, pueden
contribuir con su saber a la resolución de los problemas que se les plantean a los gobernantes en el
ejercicio de la dominación6.
La tecnocracia no se ha desarrollado en el sentido imaginado por las utopías pesimistas
como Un mundo feliz, hasta llegar a una situación en que un grupo de tecnócratas gobierna la
sociedad, sino a partir de los principios de la dominación legal-racional analizados por Weber. Esta
se caracteriza por la despersonalización de quienes actúan al servicio del gobierno, dado que tanto
los cargos que ocupan como las tareas que realizan están perfectamente reguladas, codificadas y
rutinizadas. En lo relativo al trabajo de los expertos, un grado tan alto de burocratización sólo se
produce dentro del aparato del Estado. Pero lo importante aquí es que no hace falta que los expertos
lleguen a gobernar, ni siquiera que actúen como consejeros aúlicos de los gobernantes, para que
podamos hablar de tecnocracia. Basta con que la racionalidad tecno-instrumental que caracteriza al
6
Los dos rasgos fundamentales de la tecnocracia que me interesa destacar ahora son sus relaciones con la sociología y
con la política. Las primeras son expresadas por Adorno (1996: 25), quien habla de las tendencias tecnocráticas que han
estado presentes en la sociología desde su surgimiento, identifica tecnocracia con ingeniería social, y la define como “la
creencia de que los expertos científicos, sirviéndose de determinadas técnicas metodológicas, producirán, si se les
confía directa o indirectamente el control sobre la sociedad, un estado equilibrado, estable, [...] en el cual los sistemas
[sociales] existentes pueden ser conservados a través de ampliaciones y correcciones”.
Las dimensiones políticas de la tecnocracia son bien caracterizadas por Hillmann (2001: 943), quien la define como la
“situación global o sociopolítica en que la presión de los medios y sistemas técnicos, que las personas utilizan bajo el
imperativo de conseguir una prestación óptima de rendimiento y de funcionamiento, obliga [ o más bien empuja −IGB]
a que esas mismas personas dejen de preguntarse qué debe hacerse, por qué, cuándo y por quién con algún sentido
intencional. La tecnocracia hace innecesaria la política, y con ella la democracia, porque cuestiones políticas
importantes y también procesos de formación de la decisión y de la representación y de la representación de la decisión
pueden quedar sustituidos por decisiones de tipo objetivo, preparadas y adoptadas como absolutamente necesarias por
los conocimientos técnicos de los especialistas”.
Para terminar esta fugaz revisión de las definiciones del concepto de tecnocracia, hay que decir que la que podemos
encontrar en el Diccionario de sociología más reeditado en España es bastante deficiente. De un modo que parece
remitir más a las descripciones literarias del fenómeno que a sus casos históricos, pone demasiado énfasis en la figura
5
saber experto juegue un papel fundamental en la gobernanza. Esto se cumple en las sociedades
desarrolladas de tres formas complementarias. Primero, a través de las tareas de información y
asesoramiento que se apoyan sobre los conocimientos técnicos de los expertos (economistas,
juristas, politólogos, sociólogos, estrategas militares, asesores de imagen, etc.). Segundo, en la
aplicación de los procedimientos de ejecución de las decisiones políticas, de la que se encargan
altos burócratas y funcionarios de carrera. Y tercero, en la legitimación de dichas decisiones por
parte de líderes mediáticos e intelectuales, cuyo saber experto funciona en combinación con el
capital simbólico (prestigio) acumulado por ellos. Por todo esto, podríamos decir que únicamente en
los momentos en que hay que tomar decisiones estratégicas la racionalidad valorativa predomina
sobre la instrumental, porque el resto del tiempo el dispositivo buro-tecnocrático está funcionando a
pleno rendimiento. Y tampoco la fijación de los objetivos de gobierno a alcanzar depende
totalmente de los programas políticos, pues viene en gran parte dada por los imperativos de la
gestión racional de los problemas sociales.
La mejor caracterización de la tecnocracia que he encontrado está en el estudio de PérezAgote (1979) sobre cómo en los años 70 los gobiernos de los países occidentales empezaron a
preocuparse por el medio ambiente. Los gobiernos incorporaron las cuestiones ambientales a su
agenda política no cuando las presiones de los movimientos sociales ecologistas se hicieron
insoslayables, sino cuando encontraron la forma de conciliar lo que hasta entonces se presentaba en
el debate político como antagónico: el desarrollo capitalista y el cuidado de la naturaleza. Esta
conciliación se hizo a través de la mediación del discurso de la tecnocracia, que hizo posible una
nueva forma de plantear los problemas de contaminación: en lugar de hablar de sus causas
(relativas a un determinado modelo de desarrollo económico), cuestión que resultaba muy polémica
pues enlazaba directamente con el conflicto ideológico central de la guerra fría, este nuevo discurso
puso el énfasis en sus efectos. Este desplazamiento del foco de atención permitió que los gobiernos
de cualquier signo pudieran abordar abiertamente la cuestión del medio ambiente. Según los
tecnócratas, había que dejar atrás los grandes debates sobre los que no había consenso, y centrarse
en tomar medidas efectivas para detener el deterioro ambiental, algo que concitaba el acuerdo de las
mayorías sociales.
Así, la tecnocracia actúa como un mecanismo de creación de consenso, eludiendo los
aspectos más polémicos de un fenómeno y centrándose en aquellos que se pueden abordar más
fácilmente sin generar conflictos entre las partes. La fórmula consiste en no profundizar en las
personalizada del experto. Al hacerlo así, olvida que en las sociedades desarrolladas la dominación se ejerce, por el
contrario, de forma impersonal (ver Giner, 1998).
6
causas de los problemas sociales, en invisibilizarlos, al tiempo que se mitigan sus efectos más
visibles, mediante medidas que se publicitan como la vía más eficaz para alcanzar soluciones
concretas, posibles a través de acuerdos entre las partes implicadas en el conflicto. En el límite, y
una vez que se llega un consenso básico mayoritario sobre el modelo de sociedad deseable, la
política queda prácticamente reducida, fuera de los periodos electorales, a una gestión de las
relaciones sociales. Esta gestión debe hacerse de la forma más racional posible, siguiendo el
principio de eficiencia (que no significa sólo alcanzar los objetivos propuestos, sino hacerlo
empleando el mínimo de recursos posibles), a lo largo de etapas sucesivas:7
- Diagnóstico del problema (sin detenerse demasiado a analizar en sus causas).
- Fijación de unos objetivos y determinación de los recursos de que se dispone para alcanzarlos.
- Planificación de las medidas y actuaciones a ejecutar.
- Ejecución de esas actuaciones a través de la implementación de planes, programas y proyectos
regidos por principios y directrices desarrollados a lo largo de líneas de actuación que requieren la
coordinación de los diferentes agentes implicados en el proceso, y que se benefician de la difusión
previa de experiencias y buenas prácticas llevadas a cabo en otros ámbitos.
- Evaluación de esas actuaciones a través de un sistema homologado de indicadores, que permite
detectar las insuficiencias (nunca se habla de errores) del proceso y subsanarlas con el fin de
establecer, a medio plazo, un protocolo que fije los pasos a seguir en el futuro.
Esta exhibición de racionalidad instrumental no conseguiría legitimarse si no contase con la
cobertura que le proporciona el humanismo, discurso que apela, en un tono conciliador que
neutraliza los conflictos sociales, a los grandes valores de aspecto sólido que constituyen el reverso
ideológico de la modernidad capitalista. Ya dijimos más arriba que la tarea de legitimar las
decisiones de los gobernantes corresponde a los líderes mediáticos y a los intelectuales (los
primeros en el día a día, los segundos en ocasiones especiales en que la doxa necesita ser
reafirmada). El viejo argumento de que el progreso está al servicio del hombre −“de las personas”,
se dice ahora− reproduce la fórmula de los medios y los fines, y expresa la alianza entre la
racionalidad buro-tecnocrática y la humanista.8
7
En este párrafo pongo en cursiva los términos propios del discurso buro-tecnocrático, parafraseándolo en un intento de
reproducir sus efectos retóricos. Como si aspirasen a someter al lenguaje al mismo proceso de normalización que
aplican a sus objetos, los tecnócratas van depurando su discurso hasta librarlo de cualquier referencia concreta. Los
intentos de formalización o elaboración de una matriz sistemática aplicable a cualquier proyecto (por ejemplo el sistema
del marco lógico) ahondan también en esta dirección. Por otra parte, los neologismos que se incorporan a él (como
“implementación”, “estandarización”o “eficiencia”) no sustituyen a los términos más antiguos −que quedan
devaluados−, sino que se yuxtaponen a ellos, produciendo un efecto de redundancia. Así por ejemplo, donde antes se
decía “eficaz” no se dice ahora “eficiente”, sino “eficaz y eficiente”.
8
“El humanismo ha sido el modo de resolver en términos de moral, de valores, de reconciliación, problemas que no se
podían resolver en absoluto. [...] El humanismo finge resolver los problemas que no se puede plantear.” (Foucault,
1991: 34).
7
Los análisis de Pérez-Agote (1979) sobre la preocupación institucional por el medio
ambiente puede aplicarse a la cuestión de la inmigración. Igual que el viejo conflicto entre
desarrollo productivo y deterioro de la naturaleza quedó resuelto ideológicamente en su momento
mediante la apelación a que “la tecnología debe estar al servicio del hombre”, las desigualdades
internacionales que producen los grandes flujos migratorios contemporáneos son soslayadas
mediante la apelación generalizada del desarrollo. Esta palabra mágica funciona a tres niveles: (1)
la ayuda al desarrollo para los países de que proceden los inmigrantes aparece como la panacea
que detendrá suavemente la huida de su población más cualificada. (2) Esta población contribuye
con su trabajo al desarrollo de los países desarrollados; y (3) contribuirá también al de sus países
de origen si los esfuerzos institucionales para que los migrantes inviertan sus remesas en proyectos
de co-desarrollo dan finalmente sus frutos. Por supuesto, estos proyectos habrán de ser
racionalmente gestionados por organizaciones gubernamentales y no-gubernamentales, al modo
descrito más arriba.
En 2003 el entonces presidente Aznar zanjó la polémica surgida por la repatriación de 103
migrantes subsaharianos en unas condiciones que vulneraban sus derechos fundamentales con unas
palabras que eran como la destilación del discurso de la tecnocracia. Confiando seguramente en que
la apelación al principio de eficacia bastaría para acallar cualquier crítica, dijo: “teníamos un
problema y lo hemos solucionado”. Sin esa arrogancia, pero en términos no tan distintos, el
presidente que le sucedió ha declarado solemnemente en la Conferencia de Embajadores españoles
celebrada en setiembre de 2006 (en plena “crisis de los cayucos”), que “la gestión integral y
adecuada del fenómeno migratorio es, probablemente, uno de los desafíos de mayor calado que
nuestra generación deberá afrontar”. La frase que pronunció a continuación de esa se adentra ya en
los meandros del discurso buro-tecnocrático: “[Esa gestión] implica todo un conjunto de
actuaciones e iniciativas a corto y largo plazo”, etc.9 El uso de términos cuasi-técnicos como
“gestión integral” y “conjunto de actuaciones e iniciativas a corto y largo plazo”, que sirven igual
para que un político hable de las migraciones que para que un empresario hable de un plan de
reducción de costes, actúa como una cortina de palabras que oculta aquello de lo que no se quiere
hablar, trasmitiendo en ambos casos la impresión de que se hará todo lo que pueda y deba ser
hecho.
Más allá de las declaraciones de los presidentes, el discurso buro-tecnocrático del Estado
saca músculo en los diversos programas y planes gubernamentales relacionados con la inmigración.
9
Ver Presidencia del Gobierno (2006).
8
Comparando dos de signo político diferente, el GRECO de 2001 (del PP) y el PECI de 2006 (del
PSOE), podemos ver todo lo que comparten y en lo que les diferencia10. Esa comparación pone de
manifiesto hasta que punto la centralidad del discurso de la gestión deja poco margen para matices
que reflejen los distintos énfasis y orientaciones políticas. En todo caso, ambos gobiernos han
coincidido en recurrir al esquema discursivo de los retos y las oportunidades como marco en que
inscribir todo lo relativo a la inmigración. Recordando la teoría semiótica de Greimas (1971), se
diría que esos términos evocan un relato cuyo protagonista es un sujeto llamado “la sociedad
española”, quien en su camino hacia la modernidad debe superar las pruebas, “retos” o “desafíos”
(esta última palabra fue la usada por Rodríguez Zapatero en su discurso) que le van surgiendo. Uno
de esos desafíos es el de la inmigración, que no es un mero obstáculo a evitar, puesto que si sabe
aprovecharlo le ayudará en su camino. ¿Cómo se produce esa ayuda? El Presidente del Gobierno lo
dice en el mismo discurso, en la frase inmediatamente anterior a las que hemos citado más arriba:
“la prosperidad de la que disfrutamos no hubiera sido posible sin su aportación” [de los
inmigrantes]. Así, si uno de los elementos imprescindibles de la tan ansiada modernidad
−identificada con “Europa”− es el desarrollo económico, la sociedad española tiene la oportunidad
de poner la inmigración al servicio de sus propios fines. El consenso que existe actualmente en
España en torno a esto es tal −sólo la ultraderecha aboga por el cierre total de fronteras− que hay un
acuerdo tácito en que de lo que se trata es de gestionar ese fenómeno de una forma racional,
aprovechando sus “aspectos positivos” y combatiendo los “negativos”. Y para ello, nada mejor al
parecer que aplicarle el modo de gestión de las relaciones sociales más racional que existe: el
dispositivo buro-tecnocrático.
La inmigración es, efectivamente, uno de los fenómenos donde la tecnocracia encuentra un
terreno abonado para actuar, dado ese consenso sobre que su carácter beneficioso para “la sociedad
española”. Solamente hay −se dice− que evitar sus efectos no deseados, y limar sus aspectos
potencialmente problemáticos. Ahí es donde el Estado demanda la colaboración de los
profesionales capacitados para detectar dichos aspectos: sociólogos, antropólogos, pedagogos, etc.
Estos asumen gustosamente esa demanda, que supone una fuente de ingresos para sus actividades y
un refuerzo para su estatus profesional.11
10
El Programa Global de Regulación y Coordinación de la Extranjería y la Inmigración (GRECO, 2001) era un
verdadero festín buro-tecnocrático en el que se presentaba todo un despliegue de líneas, acciones y medidas de
actuación convenientemente jerarquizadas (“cada una de estas 4 líneas básicas del Programa se desarrollarán en 23
acciones, destinadas a ejecutarlas, y a su vez, las acciones se estructuran en 72 medidas concretas” –p. 8). El Plan
Estratégico de Ciudadanía e Integración 2006-2009 (PECI, 2006), que aún está en fase de borrador, es más modesto,
pues se limita a lo que su título enuncia.
11
Algunos profesionales de la investigación social muestran un sentido de la responsabilidad que va más allá de lo que
impone la necesidad de responder a las demandas de sus clientes. Ver por ejemplo los trabajos de Pérez-Díaz y sus
colaboradoras (2001; 2004) para la Fundación “La Caixa”, y los de Aparicio y Tornos (2002; 2006) para el IMSERSO.
9
Para cerrar ya este breve recorrido en clave negativa, diré que si en él he tratado cuestiones
que son más ideológicas que epistemológicas es porque estas configuran el horizonte en que se
inscribe nuestra actividad como científicos sociales, tanto simbólicamente (en el plano del discurso)
como materialmente (en el plano de las relaciones de poder entre instituciones y grupos sociales
basadas en el reparto de recursos económicos). Como he dicho, la colaboración entre instituciones e
investigadores exige a menudo que estos asuman formalmente los planteamientos de quienes
financian su actividad. Por ejemplo, cuando a la hora de elaborar un proyecto de investigación
definimos unos objetivos, estamos siguiendo más la lógica burocrática que la científica; pues según
esta última el único objetivo de una investigación es el de comprobar una hipótesis. Pero la
búsqueda de financiación impone la obligación de traducir la lógica de la investigación en unos
términos que satisfagan a los tecno-burócratas (que pueden ser ellos también investigadores de
carrera, pero que al ocupar puestos de gestión adoptan con profesionalidad el enfoque propio de la
institución en la que trabajan), que son quienes van a evaluar el proyecto presentado.
No quiero decir con esto que quienes trabajamos en la universidad debamos −suponiendo
que pudiéramos hacerlo− rechazar la colaboración con otras instituciones del Estado12. Lo único
que se recuerda aquí es la necesidad de ejercer la vigilancia epistemológica necesaria para que esa
colaboración no contamine la actividad científica. Ello evitaría que el aumento de la demanda de
investigaciones por parte del Estado diese lugar a la proliferación de esos híbridos entre el informe
buro-tecnocrático y el informe de investigación que critica Champagne13, y del que los sumarios
ejecutivos que acompañan hoy en día a muchos de estos informes son el embrión teratológico.
Esta última pareja de investigadores empieza un estudio reciente sobre los hijos de inmigrantes diciendo: “Una
constatación y una pregunta pusieron en marcha este estudio. La constatación: otros países (Francia, Inglaterra,
Alemania) han tenido problemas con la segunda generación de inmigrantes. La pregunta: ¿nos va a ocurrir lo mismo en
España? [...] ¿Qué indicadores podrían insinuarnos que entre nosotros están incubándose problemas parecidos?”
(Aparicio y Tornos, 2006: 16). En otro texto suyo también reciente sobre el mismo tema −que supone un verdadero
filón para quienes sepan, agitando el fantasma de lo ocurrido en “otros países”, rentabilizar el interés que sin duda va a
mostrar por él Estado en los próximos años−, no faltan las oportunas alusiones a “las bandas conflictivas de algunos
jóvenes latinoamericanos”, que según estos autores “son diariamente noticia”. Tampoco falta una mención de los
“submundos”, caldo de cultivo del terrorismo islamista, de los que a su entender la investigación social también debería
ocuparse, “una vez que ya se han convertido en tema obligado de investigación para la policía y los servicios de
inteligencia” (Aparicio y Tornos, 2006a: 186 y 189).
12
Digo otras porque las universidades de titularidad pública, que son las principales y la gran mayoría en España,
también son parte del Estado, aunque sean entidades autónomas que gozan de bastante autonomía (menos en la cuestión
fundamental de la financiación). Sin embargo, esa autonomía relativa no les ha librado de tener que someterse a la
lógica buro-tecnocrática, que a lo largo de las últimas décadas ha entrado en ellas con fuerza (Fdez. Liria y Alegre
Zahonero, 2004). También ahora en las universidades se exigen resultados individuales y colectivos, evaluables a través
de registros de actividad científica, índices de impacto de las publicaciones, etc. Esto tendrá sin duda efectos
importantes sobre la actividad investigadora.
13
Analizando uno de los productos típicos de la industria para-sociológica francesa, los informes de investigación sobre
“la cuestión de los suburbios”, Champagne (1999: 192) dice que en ellos “la realidad social se recorta según categorías
administrativas [...] que no son necesariamente pertinentes desde un punto de vista sociológico, pero constituyen un
marco cómodo, y comprensible para los dirigentes políticos, para proponer soluciones [cursiva mía −IGB]. En efecto,
10
En clave de sí
La tarea epistemológica produce en quien está empeñado/a en ella una sensación parecida a
la que se experimenta al avanzar por un camino empinado, tortuoso, y no muy bien señalizado. Pero
a cambio de esas contrariedades, que son las propias de toda actividad exploratoria, ofrece también
sus correspondientes gratificaciones. Por ejemplo, la vivencia de hacer valiosos descubrimientos en
cuanto nos alejamos de los caminos más trillados. Ocurre lo mismo que al estudiar un idioma: ello
exige un esfuerzo negativo (hay que evitar la tentación de compararlo todo el rato con nuestra
propia lengua); pero enseguida, si se logra eso, cada nueva palabra memorizada produce
satisfacción, y cada regla gramatical que aprendemos casi sin darnos cuenta supone una pequeña
conquista.
La actividad científica tiene también unas reglas que hay que aprender, no memorizando la
teoría epistemológica sino manejándola en la práctica. De entre esas reglas, quiero destacar aquí una
especialmente importante para el estudio de la inmigración: la de pensar relacionalmente. Ningún
hecho social, ni siquiera el más sencillo en apariencia, puede explicarse por sí mismo, por sus
propiedades esenciales o por unos supuestos rasgos particulares que le den un carácter único y
excepcional. No podemos comprenderlo sin insertarlo en su contexto, analizando la relación que
mantiene con los otros hechos de su entorno y observando cómo han evolucionado conjuntamente a
lo largo del tiempo.
El ejemplo clásico de esto es el análisis que hace Marx (1999) de las mercancías, de
cualquier mercancia que se compra y se vende en un mercado, desde un queso hasta los servicios de
un abogado/a. Más allá del precio que se pague por ellas en un momento dado, su valor depende en
última instancia de las relaciones sociales que están detrás de su producción, de si se fabricó a mano
o a máquina, por unos esclavos, unos artesanos independientes o unas trabajadoras asalariadas.
Cada una de esas formas de trabajo implica distintos tipos de instituciones, de relaciones de
producción y de regímenes económicos y jurídicos. Todo eso está ahí, en ese queso, igual que
detrás de un permiso de trabajo concedido a un trabajador “extracomunitario” hay toda una serie de
instituciones formales e informales, que actúan regulando la reproducción de su fuerza de trabajo, y
que van mucho más allá de lo que los economistas simplifican en términos de oferta y demanda.
lo que se espera de principalmente de esos informes son ideas, soluciones, ideas de soluciones, de preferencia
“mediatizables”, es decir, visibles y de efecto inmediato. La insuficiencia de los análisis se manifiesta sobre todo en el
tipo de soluciones propuestas, que se mantienen en gran medida en la superficie de las cosas.”
11
Así pues, pensar relacionalmente significa analizar las relaciones sociales que hay detrás de
cada fenómeno. Una característica de la sociología de las migraciones que hace que esto sea a veces
difícil es que muchos estudios están planteados como estudios sobre una población, por ejemplo,
“los inmigrantes en la comarca de Alto Tajo”, “la comunidad bangladesí del barrio del Raval” o
“los hijos de inmigrantes residentes en Gipuzkoa”. Dejando de lado el fuerte contenido biopolítico
que tiene esta especie de ciencia de los otros, si formulamos nuestro objeto de estudio en términos
tan simples es muy probable que caigamos en el error de creer que encontraremos las respuestas a
nuestras preguntas fijándonos en las características de determinado grupo humano.14
Porque en realidad, como he dicho, dichas características en sí mismas no explican nada, y
para entenderlas hay que ponerlas en relación con otros muchos elementos contextuales. Por partida
doble, pues la lógica trasnacional de las migraciones hace que sea necesario tener en cuenta tanto
factores de la sociedad de origen como de la de asentamiento. Por ejemplo, respecto al origen de las
poblaciones migrantes, es necesario saber qué posición social tenían en su país, cómo formularon su
proyecto migratorio inicial, y con qué recursos contaron para ello. Sólo con esos tres elementos ya
tenemos muchos datos para comprender mejor las prácticas que llevan a cabo al reasentarse. Pero
sin esos conocimientos, sus prácticas pueden resultar extrañas cuando las contemplamos desde
nuestro punto de vista de ciudadanos de los países desarrollados. Sobre todo, si en ello interviene el
etnocentrismo, que contamina nuestras percepciones de cualquier colectivo humano sobre el que
proyectemos las marcas de la otredad.
Respecto a los factores que influyen en el asentamiento de los migrantes, en una sociedad
salarial como la nuestra el factor principal es la inserción laboral. Aunque hay otros igualmente
decisivos, como son la situación legal, las redes sociales −a las que erróneamente suele llamarse
“comunidades”−, el entorno territorial, las relaciones familiares, y la discriminación (un tema
sospechosamente poco tratado en España hasta el momento). Es el conjunto de esos factores lo que
determina las condiciones de vida de los migrantes, igual que lo hace para los no-migrantes, aunque
estos lo tienen mucho más fácil en lo relativo a la ciudadanía y la discriminación, a menos que
forme parte de una minoría étnica.
14
Santamaría (2002: 100) advierte el error que eso supone, y propone un programa de investigación que tome las
medidas necesarias para evitarlo: “La posición teórica en la que nuestro análisis y reflexión se inscribe propone una
ruptura epistemológica a partir de la cual no se toma por objeto de estudio el universo social de una determinada
categoría singular de sujetos, [...] sino que, en cambio, se interroga por el entramado de interacciones y relaciones
sociales −que son de clase, de fuerza y de sentido− y por las múltiples mediaciones que (re)producen las categorías
sociales que concurren en un mismo espacio social.”
12
Volviendo a la cuestión de los encargos institucionales, podemos decir en resumen lo
siguiente: aunque resulte comprensible que las instituciones públicas de Gipuzkoa, el Alto Tajo y el
ayuntamiento al que pertenece el barrio del Raval (por seguir con los mismos ejemplos), tengan
interés en conocer las características básicas de esos nuevos habitantes, y por ello encarguen
estudios para saber más sobre ellos, desde el punto de vista sociológico hay que distanciarnos
temporalmente de esa demanda, ponerla entre paréntesis. Si tratamos de responder a ella al pie de la
letra no llegaremos muy lejos. Lo más probable es que acabemos incurriendo en uno de estos dos
errores típicos: o agrupar a todos los inmigrantes en una única categoría por el mero hecho de serlo
(olvidando el resto de sus rasgos sociológicamente relevantes), o pensar que las diferencias entre
ellos se deben a sus “rasgos culturales”.
Pero ya hemos dicho que no estamos preconizando aquí la suspensión de la colaboración
entre quienes trabajan en la Administración y quienes lo hacen en la universidad. No creemos que
estén condenados a no entenderse, ni que sus actividades sean incompatibles. Al contrario, lo que
defiendo es la necesidad de reformular las demandas institucionales para traducirlas a términos
sociológicamente relevantes, como los relativos a los contextos de origen y de llegada que he
mencionado un poco más arriba. Hacer esto mejorará considerablemente la calidad de la
investigación, aportando así mejores resultados para la institución que lo encargó, que obtendrá más
de lo que en un principio había pedido.15
Uno de los temas recurrentes sobre los que las Administraciones del Estado encargan
estudios es el de “la integración de los inmigrantes”. De hecho, la mayoría de las investigaciones
ligadas a políticas sociales no suelen ser sobre los rasgos de tal o cual colectivo, sino sobre su
integración16. Está bastante claro lo que dicho término significa desde el punto de vista de las
instituciones, pero no lo está para nada desde el de los sociólogos, quienes deberían haber sido más
exigentes antes de empezar a usarlo. Sin embargo, esa falta de claridad no ha impedido que se
realicen montañas de informes sobre la integración, cuyos autores asumieron el término que se les
proponía sin problematizarlo teóricamente, es decir, de espaldas a la teoría sociológica. Esto no
quiere decir que algunos sociólogos no hayan reflexionado sobre lo que este término significa
cuando se aplica a las poblaciones inmigrantes (claro que se ha hecho, y bien), y que al hacerlo no
se hayan dado cuenta de lo problemático que resulta usarlo17. Pero en general, y por desgracia, sus
reflexiones se han situado dentro de los límites marcados por lo que Champagne (1999) llama “la
15
Un buen ejemplo de textos de calidad que resultan muy útiles para quienes trabajan en las instituciones del Estado o
en el ámbito de la intervención son los recopilados por Carrasco (2004).
16
“El término integración es posiblemente el más usado en el campo de la política social de inmigración” (Giménez y
Malgesini, 2000: 245).
13
visión de Estado”, a saber, por un tipo de pensamiento nacido por y para la gestión biopolítica de las
poblaciones18.
Por otra parte, incluso quienes se han desmarcado más claramente de dicha visión,
desvelando el carácter ideológico del concepto de integración y criticando su uso irreflexivo, no han
llegado a hacer una propuesta clara sobre un significado más riguroso del mismo, alternativo al
dominante (ver Torres, 2002). Da la impresión de que han dejado a medias el trabajo
epistemológico que sería necesario para que dicho concepto resultase finalmente aprovechable por
las ciencias sociales. Han hecho las pertinentes operaciones negativas sobre el concepto (su crítica o
deconstrucción), pero no las positivas (su reconstrucción en el marco de una buena teoría de la
inmigración).
Pero sólo merecería la pena hacer ese esfuerzo de reconstrucción si pensásemos que el
concepto de integración es rescatable para la sociología. De no ser así, lo que habría que hacer
después de deconstruirlo es abandonarlo definitivamente, y buscar una forma alternativa de mirar y
nombrar lo que hasta ahora se ha venido llamando “proceso de integración social de los
inmigrantes”. Por mi parte, creo que no merece la pena hacer tal esfuerzo, pues el concepto está
demasiado contaminado para ser rescatable, como ha argumentado de forma concluyente
Santamaría (2002: 132-141). Por ello, y dado que el proceso que se nombra a través de él puede ser
analizado de forma más solvente a contraluz, me parece más fértil darle la vuelta a dicho concepto
como si se tratase de un calcetín, y no pensar en términos de integración sino de exclusión. Ello
presenta a mi entender tres grandes ventajas:
- Librarnos limpiamente de las imágenes y prenociones que trasmite un término tan connotado
como integración (por ejemplo, la visión funcionalista de la sociedad como un conjunto integrado
de elementos), en las que recaemos sin darnos cuenta una y otra vez.
- Dejar de perder el tiempo en los interminables debates seudo-teóricos sobre esos engendros de la
biopolítica llamados “modelos de integración”.19
17
La revisión de Ribas (2004: 191-195) da buena muestra de esas reflexiones, y del carácter crítico de muchas de ellas.
Esto es muy patente en el trabajo de Heckmann (1999), que presenta serios inconvenientes, a pesar de tener el mérito
de suponer un esfuerzo sistemático por analizar el concepto de integración, descomponiéndolo en cuatro dimensiones o
componentes: estructural, cognitivo-estructural, social e identitaria. El primero de esos inconvenientes (señalado por
Gómez Crespo, 2000) es que mantiene un planteamiento funcionalista, según el cual la plena integración vendría
caracterizada por la asimilación plena de los hijos de inmigrantes a los autóctonos (así, por ejemplo, toma como un
signo de integración débil el que prefieran relacionarse con personas de su misma etnicidad). El segundo inconveniente
es que ese esfuerzo se ve lastrado por el objetivo del autor de elaborar una serie de indicadores operativos, destinados a
evaluar el impacto de las políticas de integración de los inmigrantes. Así es como comprobamos una vez más que el
empirismo es la epistemología favorita de la buro-tecnocracia. No por casualidad esa tarea de evaluación fue encargada
a Heckmann y a sus colaboradores por la mayor y más temible institución buro-tecnocrática del mundo: la Comisión
Europea (el resultado está plasmado en EFFNATIS, 2001).
18
14
- Combatir uno de los vicios más lamentables de la sociología de las migraciones: su desconexión
de otras ramas de la sociología. Esta desconexión se debe probablemente a que nuestra rama nació
totalmente orientada hacia la producción de informes de investigación para las instituciones. Hablar
de la desafiliación20 como reverso de lo que se suele llamar integración nos permite aprovechar los
desarrollos teóricos de la sociología de las relaciones salariales, como hace tan bien Pedreño (2005)
a partir de Castel (1997) y Mingione (1993). Es precisamente en Castel donde podemos encontrar
las mejores herramientas teóricas para analizar los procesos de inclusión/exclusión; y también
−como medida de higiene epistemológica−, una genealogía del concepto de integración que se
remonta más de un siglo atrás, hasta la obra de Durkheim.21
Conclusión
En un mundo administrado por procedimientos buro-tecnocráticos como este, donde el
imaginario cultural está dominado por el fetichismo de la mercancía, para desvelar las lógicas de lo
social hay que desaprender casi todo lo que creíamos saber de ellas. Pero ni la buena voluntad ni la
“corrección política” pueden conseguir esto por sí solas, pues no basta con dejar de usar ciertos
términos o expresiones trasmisoras de prejuicios. Lo importante es encontrar otros términos que
consigan nombrar con precisión lo que tenemos delante de los ojos. Nuestra subjetividad tiene
horror al vacío, y los discursos de todo tipo la trabajan constantemente, alimentándose de su
incesante actividad. Cualquier hueco que quede en ella después de una operación de higiene
intelectual será ocupado al poco tiempo por otras ideas, tal vez no mejores que las que acabamos de
19
Esos debates tienen su reverso ideológico en las pesadas discusiones sobre integración vs. asimilación vs.
interculturalidad (etc.) que podemos encontrar en muchos textos sobre la inmigración, sobre todo en aquellos que
tienen un tono más divulgativo (ya vimos que la buro-tecnocracia suele ir de la mano con el humanismo).
20
Castel prefiere hablar de desafiliación que de exclusión, pues mientras que este último término resulta demasiado
genérico y estático, el primero nombra claramente una trayectoria individual enmarcada en procesos estructurales (sobre
este punto concreto, ver Castel, 1995). En la misma línea, dicen Bourdieu y Wacquant (2005: 221) que el seudoconcepto de exclusión “se usa habitualmente en Francia y en medida creciente en otros países europeos (particularmente
bajo la influencia de la Comisión Europea) en la intersección de los campos político, peridístico y científico, con una
función similar [a la que cumple en EE. UU. otro seudo-concepto, el de underclass] de deshistorización y
despolitización para definir un fenómeno viejo y bien conocido −el desempleo masivo y sus efectos degradantes sobre
el proletariado urbano− como algo nuevo y en cierto modo desconectado de la política estatal de la desregulación
económica y del recorte de prestaciones sociales.”
21
Si alguien considera que no tiene sentido comparar la problemática de “la integración de los inmigrantes” con la de la
exclusión social de otros colectivos (a pesar de las investigaciones empíricas que muestran grandes paralelismos entre
ellas −ver Malgesini y García, 2003), alegando que sus respectivos puntos de partida son distintos, es seguramente
porque sigue entendiendo la integración en un sentido funcionalista. Contra ese error, se le puede recordar lo que nos
resultaría evidente si no tuviéramos las entendederas contaminadas por la jerga seudo-sociológica: que los inmigrantes
son parte integrante de una sociedad desde el momento en que cruzan la frontera del país, independientemente de todos
esos factores en los que se suele pensar cuando se habla de su “integración” (aculturación, condiciones de vida, etc.).
Ver una argumentación de esto en García Borrego (2004).
15
desalojar22. Las prenociones sólo son definitivamente desalojadas cuando el lugar que rellenaban en
nuestra imaginación es ocupado por conocimientos bien fundados. Lo negativo (desaprender) y lo
positivo (aprender) deben ir de la mano en el camino hacia la comprensión de las relaciones
sociales.
En cierta ocasión, estaba intercambiando opiniones con una colega sobre las complicaciones
que conlleva todo esto. Ella dijo que resultaba penoso para quienes nos dedicamos a hablar de las
migraciones tener que estar siempre “remendando discursos desgastados” −esas fueron sus
palabras−, y que esto le resultaba tan fatigoso que a veces pensaba que lo mejor que podríamos
hacer es callarnos. El problema es que si nos quedamos callados, añadía acto seguido, el espacio
discursivo que ocupan nuestras palabras será inmediatamente ocupado por las de otros menos
pudorosos, menos reflexivos, y acaso también menos escrupulosos.
En cualquier caso, y aunque sea de momento −hasta la próxima vez que vuelva a ser
invitado a hablar−, por mi parte no tengo nada más que decir.
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FOUCAULT, Michel (1991), “A propósito de Las palabras y las cosas” en Saber y verdad, La Piqueta, Madrid.
22
Un equivalente de esto en el campo político sería el caso de muchos antiguos izquierdistas radicales, quienes al
terminar la guerra fría vieron llegado el momento de romper definitivamente con los dogmas del catecismo comunista.
Al quedar entonces desubicados y perplejos estuvieron listos para que los dogmas del (neo)liberalismo triunfante
vinieran a ocupar en sus cabezas el nicho dejado por la exhumación de los restos ideológicos del estalinismo.
16
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