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HISTORICA, Vol. V, Num. 2, Diciembre de 1981
FRAY BARTOLOME DE LAS CASAS
y
EL PROBLEMA DE LA PERPETUIDAD DE LA
ENCOMIENDA EN EL PERU*
Hidefuji Someda
Universidad de Estudios Extranjeros de Osaka
Como es bastante conocido, antes de haber transcurrido diez años de su
introducción en las Indias, o mejor dicho en la Isla Española, el sistema de la
encomienda ya era prácticamente una forma de esclavitud, bajo la -cual se daba
naturalmente importancia sólo a la explotación de los indios por parte de los
encomenderos. En la tercera década del siglo XVI, la C-orona de Castilla promulgó varias cédulas, provisiones o instrucciones para contener el abuso de los
encomenderos: vergibrancia, imponiendo el requisito riguroso para ser beneficiarios de la encomienda o limitando el plazo de posesión de la misma; pero en
general su política sobre la encomienda carecía de coherencia (So meda, 1972:
99-120). Sin embargo, en 1542-43, para la gob_emación de las Indias y buen
tratamiento y conservación de los indios, la Corona elaboró y promulgó las·
ordenanzas llamadas Leyes Nuevas de las Indias, marcadas por un espíritu tan
humanitario que no puede encontrarse ninsuna otra similar en la .historia colonial del mundo; pero ese espíritu era puramente eurocéntrico. El artículo 30 de
dichas leyes prohibía la concesión de nuevas encomiendas y establecía que,
cuando muriera el encomendero existente, sus indios serían puestos. bajo la
cabeza de la Corona. Este artículo, que es uno de los reglamentos principales e
importantes de las Leyes Nuevas que constan de 46 artículos, determinó la
derogación gradual de la encomienda. Contra esa política real, los españoles
residentes de las Indias, que consideraban la encomienda como una especie de
recompens,a que merecían recibir, suscitaron sin tardan~ alguna y aun antes de
que se promulgaran las leyes, un movimiento para pedir la revocación o modi-
El
su
su
en
autor quiere agradecer al Dr. Franklin Pease G. Y. y al Sr. Teodoro Harnpe M.,
ayuda prestada en la investigación. Y también agradece al Dr. Alejandro Camino
ayuda en la redacción. Una parte de este artículo va a ser publicada en japonés
la revistaNan-0-Bunka, Vol. VIII (Diciembre-1981), Lib. Bunryu, Yokio.
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ficación de dichas ordenanzas. En la Nueva España, teniendo en cuenta el aire
amenazador de la Ciudad de México, después de consultar con el visitador
Francisco Tello de Sandoval, el virrey Antonio de Mendoza decidió prorrogar la
publicación del artículo 30 así como los otros de las Leyes Nuevas; al mismo
tiempo el Cabildo de la Ciudad de México envió dos procuradores a la Corte para
suplicar la modificación o revocación de las mismas. Mientras tanto, en el virreinato del Perú, en donde continuaba el conflicto entre los españoles mismos,
Gonzalo Pizarra se rebeló contra ·la incoherente ·política real sobre la encomienda, con el apoyo de los españoles del Cuzco. En consecuencia, el 20 de
octubre de_ 1545, el emperador y rey Carlos V se vio obligado a revocar el
artículo 30 y algunos otros de las leyes poco antes promulgadas (Someda,
1977:62-70). Los encomenderos que de esta forma ganaron la lucha en tomo a
la subsistencia de la encomienda, intentaron en seguida convertir la encomienda
en patrimonio, y organizaron una campaña para pedir la aprobación de su
perpetuidad.
En este artículo se tráta de examinar la campaña organizada con ese objeto
a mediados de la década de los años cincuenta del siglo XVI por los encomenderos del Perú y la actitud del rey sobre el problema de la perpetuidad, y de
aclarar la influencia de tal movimiento sobre el pensamiento de fray Bartolomé
de las Casas, quien suplicaba o exigía continua y categóricamente, desde su
"primera conversión" de 1514, la revocación inmediata de la encomienda para
proteger la libertad y el derecho a la vida de los habitantes autóctonos de las
Indias.
[11
Hacia octubre de 1550, se celebró en Valladolid una junta especial por
orden del rey Carlos V, en la que se trató el problema de la encomienda. Según la
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Díaz del Castillo, único
dato existente que nos informa del desarrollo de la junta, los participantes eran,
además de los miembros de los Consejos de Castilla y de las Indias, Vasco de
Quiroga, obispo de Michoacán y famoso por haber fundado unos puebloshospitales en la Nueva España, fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa,
Pedro de la Gasea, pacificador del Perú y fray Tomás de San Martín, provincial
dominico del Perú. El objetivo-principal de la junta era discutir sobre la bondad
o inconveniencia de la perpetuidad de la encomienda (Díaz del Castillo, 1968,
Cap. CXXI: 542-544). Sabemos que los encomenderos buscaban la perpetuidad
de la encomienda desde ·las épocas iniciales de la conquista y colonización
(Goldwert, 1955-56:339-345). Una de las causas por las que el rey mandó al
264
presidente del Consejo de las Indias, Marqués de Mondéjar, convocar esta junta,
se atribuye al hecho de que a mediados de 1550 uno de dos representantes de
los pobladores del Perú en la Corte, Jerónimo de Aliaga, miembro de la Audiencia de Lima, pidió al rey Carlos V, quien entonces se encontraba en Alemania,
aprobar la perpetuidad de la encomienda, ofreciéndole en contribución una gran
suma del tesoro del Perú (Goldwert, 1955-56:345; Bromley, 1954-55:80-83) 1 •
En la junta, las opiniones estaban divididas: Las Casas, Tomás de San Martín
y La Gasea se oponían a la perpetuidad, y Quiroga expresaba su parecer en favor de ella. Luis Hurtado de Mendoza, presidente del Consejo de las Indias,
tomaba una posición imparcial o neutral. Finahnente, la junta llegó a la conclusión de que sería mejor prorrogar la toma de decisión hasta el regreso del soberano a España. Así, la decisión sobre el problema de la perpetuidad de la encomienda tuvo que ser aplazada.
La situación social del virreinato peruano, aun después que La Gasea sofocase la rebelión de Gonzalo Pizarro, seguía siendo inquietante. Aunque La Gasea
logró poner fm a esa rebelión ajusticiando al cabecilla en el Valle de Xaquijaguana el 10 de abril de 1548, le restaba la muy difícil tarea de recompensar a sus
fieles partidarios. Sobre eso Prescott escribe lo siguiente:
"el (deber) de recompensar a sus fieles partidarios, deber como
se vio después, no menos dificultoso de cumplir que el de castigar a los criminales. Los solicitantes eran muchos, pues todo
el que por decirlo así, había levantado un dedo en favor del
gobierno, pedía su recompensa; y repetían sus demandas con
tan inoportuno clamoroso, que tenían perplejo al buen presidente y le ocuparon todo su tiempo. Disgustado Gasea de un
estado de cosas tan poco provechoso al país, resolvió librarse
de una vez de tales molestias ...". {Prescott, 1972, T. III: 185).
Finalmente, en agosto de 1548, teniendo en cuenta el servicio prestado
por cada uno de sus fieles y la capacidad de los indios, La Gasea decidió la concesión de ciento cincuenta encomiendas. Pero la mayoría de los españoles se
mostraron descontentos con esa decisión, pensando cada uno que podría ganar
más de lo que La Gasea intentaba conceder. Un aire amenazador dominó la ciudad del Cuzco, estallando un alzamiento. El cabecilla del alboroto fue Francisco
El otro representante fue el provincial dominico del Perú, fray Tomás de San !'r'artín.
La cláusula IX de las instrucciones dadas a los representantes dice: que se d15ponga
que los repartimientos de indios se otorguen a perpetuidad a sus encomenderos ,en
cambio de un donativo de dinero que harían al Soberano los agraciados. Y la cláusula XLI: en caso de no conseguirse la perpetuidad de los repartimientos de indios
ellos se prolonguen por dos vidas más.
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Hernández Girón; que recibió la encomiendá de Xaquijaguana, cuya renta anual
se calculaba en más de nueve mil castellanos de oro. En septiembre del mismo
ai'ío el motín fue reprimido y Hernández Girón fue apresado; pero en enero de
1550, La Gasea le concedió una amnistía otorgándole la licencia de conquistar
a los Chunchos (Fernández, 1963,11 parte, üb. 1 Caps. 1-2:249-252).
Mientras tanto, La Gasea procuraba proteger a los indios contra el maltrato de los españoles y defender la libertad de aquellos, lo cual apoyaba la
Corona promulgando unas cédulas protectoras de los indios. Sobre todo, para
impedir el abuso de los encomenderos, La Gasea se esforzaba positivamente por
resolver el problema de la tasación del tributo de los indios encomendados con
la colaboración de los padres dominicos, el arzobispo Gerónimo de Loayza,
Tomás de San Martín y Domingo de Santo Tomás. En carta fechada el 8 de noviembre de 1549, La Gasea informó al Consejo de las Indias que los encomen. deros odiaban la tasación del tributo, y que ése era el método indispensable
para salvar a los indios (Cartas de Indios, 1970, T. II: 548-558). La Gasea organizó la visita para enterarse bien de la diferencia entre el tributo entregado antes
al Tawantinsuyo y el que imponía la Corona de Castilla, y los tres religiosos
arriba mencionados la coordinaron (Pease, 1978:53-54). Terminada la investigación de la situación real de las encomiendas en el Cuzco y las de alrededores
de Lima, y la consecuente tasación del tributo, La Gasea intentó ofrecer de
nuevo la concesión de las encomiendas vacantes. El9 de enero de 1550, redactó
en Lima una lista de los beneficiarios de la segunda concesión de las encomiendas
y un documento del tributo tasado para cada encomienda. Y, la línea de conducta que él tomó al redactarlos, era reponer a los indios dispersos bajo la cabeza de sus antiguos caciques, reducir la cantidad del tributo en una tercera
parte de la que antes pagaban los indios, y mejorar el servicio personal en las
minas y los tambos (Torres Saldamando, 1967:28-32). Esta segunda concesión,
aunque fumada el 15 de enero de 1550 por La Gasea, habría de ser publicada
conforme a las instrucciones de él, diez o doce días después de su salida para
España. El 25 de enero del mismo año, o sea dos días antes de su salida, La
Gasea también redactó un memorial para su sucesor, el nuevo virrey Antonio
de Mendoza, en el cual le recomendó terminar pronto la tasación de todas las
encomiendas del virreinato, censurando a los encomenderos por sus abusos en
el mismo tono severo que Las Casas (Zavala, 1978-80, T. 1:15). Aunque en ese
memorial La Gasea aconsejó a Mendoza que, de haber encomiendas vacantes,
fueran concedidas a los espai'íoles en consideración a sus servicios prestados al
rey, en aquel entonces la Corona ya había promulgado una cédula importante
con la cual había intentado cambiar esencialmente el sistema de la encomienda.
Esta fue la cédula real despachada el 22 de febrero de 1549, que prohibía a los
266
encomenderos que explotasen la mano de obra de los indios corno una parte
del tributo, y que establecía que en adelante los encomenderos fuesen sólo los
beneficiarios del tributo tasado y recaudado por los funcionarios reales (Puga,
1945: Fols. 172-173). Aunque La Gasea recibió esa cédula un poco antes de
su salida para España, se guardó de publicarla pensando que, si la pusiera en
cigor, el descontento cundiría sin dudas entre los españoles y provocaría una
situación crítica, lo que informó al soberano (Fernández, 1963:252-253).
Desde la marcha de La Gasea hasta la llegada del nuevo virrey Antonio de
Mendoza a Urna (septiembre de 1551), la Audiencia de Urna tomaba el gobierno. Sus oidores eran Andrés de Cianea, Melchor Bravo de Saravia y Hernando de Santillán. El 11 de agosto de 1550, el Cabildo de Urna envió una carta
a Carlos V, en que le informó que la segunda concesión hecha después de la
salida de La Gasea era causa del estado inquietante entre los españoles y le
pidió otorgar la merced a los conquistadores o sus descendientes que se encontraron más pobres que las ratas (Cartas de Indias, 1970:563-567). También la
Audiencia de Urna, el 15 de febrero de 1551, informó al Consejo de las Indias
en una carta que las principales causas de la inquietud social en el Perú eran la
tasación del tributo, la proscripción de muchos vagabundos españoles, que eran
parásitos de indios y soñaban con hacerse millonarios de golpe sin ningún intento
de trabajar con el sudor de su frente (Zavala, 1978-80, T. 1:16-17). El provincial
dominico del Perú, Fr. Tomás de San Martín aclaró en un memorial, que entre
los españoles que poseían actualmente las encomiendas había setenta y siete
que habían tomado parte en la rebelión de Gonzalo Pizarro, e indicó que tal
concesión desigual de la encomienda era una de las causas del disturbio social
en el Perú (Zavala, 1973:857). Así en el Perú, además del antagonismo entre
la autoridad colonial y los españoles, los españoles mismos se oponían intensamente entre sí en tomo a la concesión de las encomiendas y la tasación del tributo2. Debido a la naturaleza egoísta de los encomenderos y a la inestabilidad
de la sociedad colonial de entonces, la tasación del tributo no marchó tan bien
como se esperaba, y acabó por ser nominal; en realidad confluían en la Corte
muchas cartas que reclamaban por el abuso de los encomenderos, quienes exigían mucho a los indios pasando por alto la tasa del tributo (Escobedo, 1976:
2
Es importante notar que en el Perú, como en la Nueva España, más allá del hecho de
que los encomenderos eran minorías selectas en la sociedad española colonial, había
muchos encomenderos que padecían de necesidad debido a una renta muy reducida,
y que en el Perú en la década de los cincuenta sobre todo, el papel militar de los encomenderos era más importante que en la Nueva España, porque ellos debían servir
como soldados, no sólo para conquistar a los indios rebeldes, sino también para sofocar las frecuentes revueltas de los descontentos españoles, es decir no-encomenderos o encomenderos pobres.
267
46). Y, en consecuencia, la Corona promulgó varias cédulas con el objeto de
prevenir la recaudación excesiva del tributo (Recopilación, 1973: T.II Lib. VI
Tít. V Leyes 21, 22, 24, 26, 35, 36, 44, 50 y 58). En cuanto a la ordenanza
que prohibía el servicio personal de los indios, la Audiencia de Lima prorrogaba
al igual que La Gasea, su publicación. Sin embargo, el 9 de noviembre de 1551,
la Corona pidió a la Audiencia que la pusiera en vigor (Torres Saldamando,
1967:34). Y el 17 de diciembre del mismo año, promulgó de nuevo la cédula
real que prohibía el trabajo forzado de los indios en las minas (Encinas, 1946,
T.IV: Fol. 316). En consideración al talento político que había mostrado en
la Nueva España, el nuevo virrey Antonio de Mendoza, quien llegó a Lima en
septiembre de 1551, se ganaba la confianza de la autoridad real; pero debido a
su vejez y a su constitución débil, falleció pronto, el 21 de julio de 1552, sin
obtener ningún mejor resultado en la administración. Desde la marcha de La
Gasea hasta la muerte del virrey Mendoza, salvo las encomiendas vacantes, no
fue otorgada ninguna concesión de nueva¡; encomiendas. Durante ese período
la encomienda de Yucay que había pertenecido a Francisco Pizarro y que estaba
entonces vacante desde su muerte, fue puesta en la Corona (Femández, 1963,
11 parte Lib. 11 Caps. 1-3: 285a-291 b ). La Audiencia de Lima, que tenía sustan·
cialmente el mando en el corto período del reinado mendocino, conforme a la
orden real, el 23 de julio de 1552, tomó la decisión de poner en vigor la cédula
que mandaba suprimir el servicio personal de los indios. Al pregonarse esa provisión, los Cabildos la pusieron en deliberación y al fm decidieron obrar de común acuerdo con el Cabildo del Cuzco, que determinó pedir la revocación de
dicha provisión ante la Audiencia de Lima (Esquive! y Navia, 1980: T.l. 162;
Fernández, 1963, Caps. 24ss.: 327ss.). Es que todos los Cabildos, cuyos miem·
bros en su gran mayoría eran encomenderos, ya descontentos con la cédula
real promulgada antes el 5 de abril de 1552 que había reglamentado el derecho
de suceder la encomienda por dos vidas, llegaron a endurecer su actitud al publicarse esa provisión prohibitoria del servicio personal en las minas (Konetzke,
1953, T.l:303-304). El 7 de noviembre de 1553 en el Cuzco se pregonó la provisión rigurosa acerca del concierto que habían de hacer los encomenderos con
sus indios sobre el servicio personal, lo que provocó el alzamiento encabezado
por Hemández Girón el 12 del mismo mes (Esquive! y Navia, 1980, T .I: 166167). Después de casi un año, el 8 de octubre de 1554, el alzamiento fue reprimido al precio de grandes sacrificios. De ese levantamiento fueron víctimas quinientos españoles y dos mil indios. Además, para reprimirlo, la autoridad colonial se vio obligada a gastar de la caja real unos 150,000 pesos de oro, y los encomenderos leales que componían la mayor pa1te de las tropas realistas, ofrecieron fondos militares mucho mayores. Por lo tanto, después de la sofocación, o
mejor dicho aún durante el período de duración de l<1 r~vuelta, se planteaba el
268
problema de la recompensa para los españoles leales (Femández, 1963, Caps.
26-58: 333-384). Mientras continuaba ese círculo vicioso en el virreinato del
Perú, en la Metrópoli subió al trono Felipe, rey de España, en enero de 1556.
[ 11 ]
Después de la famosa controversia con Juan Ginés de Sepúlveda, Las
Casas llegó a Sevilla a fmes de enero de 1552, e hizo sus mejores esfuenos para
organizar la misión dominica para Chiapa, provincia de Guatemala en donde
se ubicaba la famosa Vera Paz, y al mismo tiempo se decidió a entregar sus
ocho tratados polémicos a la imprenta 3 • Aquí vamos a examinar por qué Las
Casas se dirigió a Sevilla y decidió la impresión de sus tratados, ya que, a nuestro
juicio, esto nos siive mucho para ver la influencia del movimiento de los encomenderos del Perú para la perpetuidad de la encomienda, sobre el pensamiento
lascasiano. Por unas cartas de fray Vicente de las Casas. encargado de organizar
en España la mísión dominica para Chiapa a pedido de Las Casas que estaba
ocupado en otros asuntos, sabemos que los frailes dominicos de España se mostraban negativos a esa empresa religiosa y que tampoco la Casa de Contratación
quería apoyarla positivamente en el sentido económico. Como señala Giménez
Fernández, sería un error considerar que Las Casas se fue a Sevilla sólo para ad·
quirir los fondos necesarios para el envío de la misión y para conseguir la licencia
del viaje de los misioneros, negociando con la Casa de Contratación ( 1965:
1vüi). Recibidas las cartas de Fr. Vicente, Las Casas se enteraba de que Jos do·
minícos españoles no siempre compartían su opinión de la evangelización pacífica. Quizá esto sé atribuya al hecho de conocimiento de todos ellos de la muerte
trágica de fray Luis Cáncer en la Florida, quien intentaba evangelizar a los indios, sin ninguna ayuda de militares, de acuerdo con la idea lascasiana 4 • De todas maneras, para Las Casasnegar la evangelización pacífica equivalía a no admitir el título justo de la presencia de España en las Indias, lo que era una actitud imperdonable. Por eso, Las Casas llegó a tener la conciencia de estado de
3
Sobre los problemas en tomo a los tratados impresos en Sevilla, véase: Pérez Fer·
nández, 1978.
4
Por ejmplo, después de la controversia con Las Casas en la primera sesión de la Junta
de Valladolid en 1550, Juan Ginés de Sepúlveda redactó un pequeño tratado titulado Doce objeciones, y en su 12a. objeción, citando la desafortunada misión de, fray
Luis Cáncer, probó que era imposible e impracticable la evangelización pac1f1ca.
Véase: "La respuesta que el Dr. Sepúlveda hizo a lo que obispo de Chiapa es~ió
sobre las conquistas de las Indias", En: Bartolomé de Las Cczsas. Tratado de lnd1as
v el doctor Sepúlveda, Col. de Academia Nacional de Historia de Venezuela; Caraca.~
Í962. págs. 168•184. 183.
269
crisis en lo que los hermanos de su misma Orden se mostraban poco entusiasmados con su empresa, a pesar de que su misión, a juicio de Las Casas, fuera
realizar la voluntad divina, o sea salvación del alma de los indios, aun a precio
del martirio. Dicho en otras palabras, esa conciencia no era ni más ni menos
un sentimiento desesperado más interno que nació de su reconocimiento de que
la voluntad divina era despreciada no sólo por Jos laicos españoles, sino también
por los religiosos. Además, el hecho de que uno de los mejores intelectuales de
la época, Ginés de Sepúlveda, admitía abiertamente la conquista y el dominio
de las Indias por los españoles, intensificó mucho esa conciencia. También podemos deducir que arreció su desesperanza al recibir la carta de fray Hemando
de Arbolancha, quien le informó que los misioneros dominicos con su tarea de
evangelizar la provincia de Chiapa (Hanke y Giménez Femández, 1954:133).
Es así que Las Casas, agitado por tal conciencia de un estado de crisis, se marchó
a Sevilla, su ciudad natal y lugar de partida de los misioneros. Y residiendo en
Sevilla, lugar en donde, según las palabras de aquel entonces, corría la moneda
de plata como la de cobre en otras ciudades, y se reunían una multitud de ambiciosos con la intención de hacerse millonarios de golpe dirigiéndose a las
Indias, Las Casas debió de tener una desesperanza aun más fuerte. Podemos
percibir tal sentimiento en la frase siguiente, que aparece en la carta que escribió él en Sevilla a Felipe: "Dios parece que me ha dado por oficio de llorar
siempre duelos ajenos" (Las Casas, 1958b:348a). Pero, él no podía sumergirse
en esa desesperanza, porque, en realidad, aunque pocos en números en las
Indias, sobre todo en la Vera Paz, los misioneros dominicos estaban dedicados
a la evangelización pacífica de conformidad con la idea lascasiana, y no los
podía abandonar. Y, en cuanto a lo que pudiera hacer Las Casas para apoyarlos
estando en la Corte, no le quedó más que hacer participar a los otros de la misma conciencia de un estado de crisis y pedirles la realización de la voluntad
divina. Como su método concreto, Las Casas decidió la impresión de sus tratados, para que el rey, supremo responsable de la política indiana, así como los
miembros del Consejo de las Indias y los misioneros, reflexionaran sobre el objetivo primordial del dominio de España en las Indias, dieran las medidas necesarias para realizar ese objetivo y modificaran la situación actual de las Indias muy
alejada de ese objetivo. Por consiguiente, la impresión no fue hecha con el objeto
de que el público leyera sus tratados, sino que era la última apuesta que hizo el
"político" Las Casas a la reforma de las Indias. Excusamos decir que no podemos negar la opinión de Juan Friede y de Angel Losada, quienes afirman que
Las Casas sabía bien que la difusión impresa era un instrumento eficaz de transmitir la idea y que la publicación ejercía gran influencia en los lectores (Friede,
1974: 191-192; Losada, 1970:290). Esto lo prueba la actitud de Las Casas al
oponerse a la publicación del tratado sepulvediano, Democrates segundus. Sin
270
embargo, como hemos visto, el objetivo principal de la impresión no era transmitir su pensamiento al público, sino hacer reflexionar a los responsables de la
política indiana, políticos o religiosos, sobre el supremo fm de la dominación
española en las Indias. Por lo tanto, sería un poco exagerado considerar a Las
Casas como precursor del periodismo moderno.
Entre ocho tratados impresos en 1552-53, hay uno, el único escrito. en
latín, titulado Principia quedam ... En ese tratado Las Casas se reflere a las
Indias sólo al probar la segunda conclusión del cuarto principi~ y desarrolla
la teoría sobre el origen del Estado y de la potestad real y sobre la relación entre
el soberano y el pueblo. Es decir que este tratado, como sefiala Luciano Perei'ia,
es una obra de fdosofía política, en que Las Casas trata principalmente de la
naturaleza del dominio (Pereña, 1974:19). En el tratado el padre dominico in·
siste en que la potestad real deriva del pueblo conforme al Derecho Natural,
y que el rey existe sólo para realizar el bien común del pueblo. Aunque no
menciona en ninguna parte los males de la encomienda, claro está que por su
mente pasaba el sistema inventado por el demonio, encomienda. Pero ahí podemos ver la diferencia de contenido entre el Octavo Remedio o Entre los remedios escrito por él hacia 1542 e impreso en 1552, y el tratado en cuestión. En
el primer tratado Las Casas defendía la responsabilidad del rey sobre la introducción de la encomienda en las Indias y tenía en cuenta el bien temporal del
soberano, pero en el segundo dejó de hacer apologías para el rey, diciendo que:
·'a la consecución del cual (el fm propio de la criatura racional,
o sea la eterna felicidad de los indios) con todos sus esfuerzos
y conatos, están más obligados que otros algunos los reyes de
España, con sacriflcio de sus propios intereses." (Las Casas,
1965a: 1272·73).
Este cambio en la actitud de Las Casas lo podemos reconocer muy claramen)e en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Es indiscutible
que el acto concreto de la guerra llamada "conquista" era el blanco de la crítica
en la Brevísima relación. Aquí es de notar que, aunque Las Casas considera que
el descubrimiento por Colón es una obra maravillosa de Dios, no piensa, a dife·
rencia de sus contemporáneos, que la "conquista" sea la prolongación de la re·
conquista, es decir la guerra sagrada. Según el cronista real Alonso de Santa Cruz,
5
"Todas estas naciones indias y sus pueblos tienen que ser regidas y gobernadas espiritual y temporalmcrtte para su bienestar y por su ~usa, de tal ~o que cuanto en
el régimen temporal referente a ellas, se baga o d!Spong~. se obh~cn los reyes de
España a hacerlo y disponerlo con vistas a la omnímoda utilidad cspmtual Y temporal
de aquéllas". (Las Casas, 196Sa.: 1268·1269).
271
en el manuscrito de la Bret,Ísima relación de !542, Las Casas escribía en detalle
los nombres de conquistadores tales como Hemán Cortés, Pedrarias Dávila, Niño
de Guzmán y Francisco de Montejo, etc., y aclaraba la inhumanidad e ilegalidad
de la "conquista" (Cit. en Wagner, 1967:109). Pero en la edición de 1552 Las
Casas ocultó todos sus nombres y usó el término genérico de "tirano". Esto señala que en ese año Las Casas abandonó el intento original de acusar a cada
conquistador por su conducta inhumana e injusta mencionando los acontecimientos crueles, y que antes bien, trató de meditar sobre lo que significaría la
destrucción de las Indias, realidad trágica provocada por la "conquista". Dicho
en otras palabras, Las Casas, asumiendo la conciencia de estado de crisis en una
época que transcurría contra la voluntad divina, contempla y penetra profundamente en el significado de la destrucción de las Indias. En 1542 Las Casas escribió:
"ando en esta corte de Espai'la procurando echar el infierno
de las Indias y que aquellas infinitas muchedumbres de ánimas redimidas por la sangre de Jesucristo no perezcan sin remedio para siempre, sino reconozcan a su Criador y se salven,
y por compasión que he de mi patria, que es Castilla, no la
destruya Dios por tan grandes pecados contra su fe y honor
cometidos.•." (Las Casas, 1953: 1O1).
o, diez ailos después él confesó en el Prólogo de la edición im-
"pues (las conquistas) de sí mismas (hechas contra aquellas
indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie
ofenden) son inicuas, tiránicas, y por toda ley natural, divina
y humana condenadas, detestadas y malditas, deliberé por
no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas y cuerpos
infinitos que los tales perpetraran, poner en molde algunas y
muy pocas que los días pasados colegí de innumerables con
verdad podría referir ..." (lb id.: 20).
Aquí podemos percibir la desesperanza que le asaltó hacia 1552. u destrucción de las Indias iba cayendo sobre él cada vez más pesadamente como la
destrucción de Castilla. En otros términos, úts Casas llegó a pensar que la destrucción de las Indias no sería exclusivamente la culpa de los conquistadores,
sino también de todo el reino de Castilla que no hacía caso de la realidad práctica de las Indias. Con ese pensamiento, tuvo un hilo de esperanza para detener
la destrucción de las Indias y de Castilla, en el soberano cristiano de Castilla
que debía tener la responsabilidad de realizar el bien común del pueblo. Es
así que Las Casas menciona expresamente al principio del Prólogo:
272
"Como la Providencia divina tenga ordenado en su mundo,
que para dirección y común utilidad del ·linaje humano se
constituyesen en los reinos y pueblos, reyes, como padres y
pastores... Porque de la innata y natural virtud del rey así
se supone ... que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento sólo en
cuanto en sí fuere lo pueda sufrir." (!bid.: 19).
Por eso creemos que para entender el pensamiento lascasiano, este Prólogo, escrito un poco antes de la impresión, tiene tanta importancia como el
"Argumento del presente Epítome", que Las Casas ai'iadió en la edición impresa
(Someda, 1981:10-11)6-. En fm, podríamos decir que hacia 1552, aunque tuvo
un hilo de esperanza, Las Casas se desesperaba sustancialmente por la reforma
o cambio de la política indiana de la Corona. y que por eso dirigía un ataque
contra el monarca. Es también importante notar que con esa desesperanza en
Sevilla Las Casas leyó el Diario de Cristóbal Colón sobre su primera navegación,
lo que sería la tarea indispensable para perfeccionar la redacción de la Historia
de .kzs Indias; a que se dedicó metódicamente hacia la misma época. Pero aquí
no podemos metemos en este muy importante tema para entender a Las Casas
como extraordinario historiador que criticó la historia de la "humanidad" que
inventaron sus contemporáneos, historia cuyos protagonistas no eran sino exclusivamente españoles o europeos (Ishihara, 1980:42-70). Sólo mencionaremos
una cosa importante: ya en la Brevísima relación de 1542, el padre dominico,
aunque sólo insinuándolo, hacía una crítica a la edad en que vivía, la época
cuando los cronistas pudieron inventar la historia de la "humanidad" sin ninguna oposición, porque él escribió:
"La Tierra Firme... tiene de costa de mar más de diez mil
leguas descubiertas, y cada día se descubre más; todas llenas
como una colmena de gentes, en lo que hasta el año de cuarenta y uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje
humano. Todas esas universas e infinitas gentes, a todo género
crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, ftdelísimas a sus señores naturales y a los cristianos
a quien sirven..." (Ibid.:23).
Es décir que Las Casas, a diferencia de sus coetáneos, tenía la noción de
la pluralidad de las civilizaciones y del desarrollo o progreso no simultáneo de
6
De la importancia de ese "Argumento", el historiador japonés Y.Ishihara trata perspicazmente en su magnífica obra (1980, págs. 21-41).
273
ellas. Las Casas reconocía el relativismo dé la concepción eurocéntrica de la
humanidad (Someda, 1975b:58-64).
Hacia la misma época, Las Casas redactó un escrito respondiendo a fray
Tomás de San Martín, obispo de Charcas, sobre el manual para los confesores
escrito por éste. Como hemos visto, durante su estancia en el Perú por 15 afios,
San Martín había presenciado la rebelión de Gonzalo Pizarro, y con el arzobispo
Loayza y fray Domingo de Santo Tomás había participado en su sofocación
y después en la visita y la tasación del tributo a petición de La Gasea. En el
manual, San Martín admitía la nueva forma de la encomienda reglamentada
por la cédula real de febrero de 1549 y trataba del problema de la restitución
que los espafioles deberían hacer a los indios (Col. inéditos, 1879, T.LXXI:
441-451). Comparado con el Confesionario de Las Casas, el manual del obispo
de Charcas era más moderado en substancia 7 • En su respuesta, Las Casas opi·
naba categóricamente que no sólo los conquistadores, que no eran jamás inferiores a los turcos, sino también los encomenderos, de la misma índole que. aquéllos tenían la obligación de devolver o restituir a los indios todos los bienes que
habían ganado ilegalmente. Después de denunciar la encomienda, Las Casas
se refiere al problema de la restitución afirmando que se hacen el objeto de la
restitución no sólo los botines o despojos, sino también el tributo tasado (Las
Casas, 1958c:425-429). Así Las Casas se oponía directamente a la política indiana de la Corona. Es decir, negó también la nueva forma de la encomienda
determinada por la cédula real de febrero de 1549. Ciertamente en ese escrito,
Las Casas admitía el justo título del rey de Castilla sobre las Indias, declarando
que:
"aun negando también que en caso y casos que el Rey no les
guardase justicia, y no los librase de la opresión y tiranía que
padecen, que puedan llevar los tributos, no se sigue que se
niega tener justo título y ser supremo Príncipe y tener la universal jurisdicción sobre todas las Indias" (1 bid. :428b ).
Pero es de notar que con esas frases Las Casas expresó su última esperanza
para la reforma de las Indias o para el cambio de la política indiana de la Corona.
Porque, lo que le preocupaba entonces no era la crueldad de los espafioles, sino
7
274
El Confesionario de Las Casas fue llevado a las Indias por los misioneros, y no sólo
los pobladores sino también los religiosos censuraron mucho el contenido del tratado.
Véase: Ruiz Maldonado, 1974. Es notorio el ataque de fray Toribio de Motolinía sobre el tratado lascasiano. Véase: Motolinía, 1969. También sobre la influencia que
ejerció la teoría de la restitución desarrollada en ese escrito sobre los españoles del
Perú, véase: Lohmann Villena, 1966.
la actitud del monarca, supremo responsable de la política indiana. El rey, a
su juicio, no había hecho suficientes esfuerzos por cumplir con su deber como
el soberano de las Indias, otros reinos de Ultramar: cosa que prueban las palabras
arriba citadas de Principia quedam. El destacado historiador mexicano, Silvio
Zavala dice, comentando esta respuesta lascasiana al obispo de Charcas, que
"claramente su opinión, antes divorciada de la realidad práctica y de las necesidades económicas de los colonos espafioles de las Indias, ahora se alejaba también de la decisión de la Corona" (Zavala, 1973:152).
[ 111 1
Mientras tanto, el problema de la perpetuidad de la encomienda, cuya solución se había aplazado después de la junta especial de 1550 en Valladolid, no
progresó nada en 1552. El 25 de diciembre de 1552, Carlos V mandó desde
Alemania una carta a Felipe, en que le informó que "quanto toca a la perpetuidad de las Indias ... os hezimos saber que no era tiempo de tractar por ahora
dello, como havréis visto. E todavía estamos en lo mismo" (Fernández Alvarez,
1977, T.III: 548). Pero, el rey, que había recibido muchas cartas y memoriales
que le pedían la pronta solución del problema y, sobre todo, al informarse de la
muerte del virrey Mendoza y del alzamiento de Hemández Girón, consideró
que era urgente solucionar la confusa situación del virreinato del Perú. En 1554
desde Bruselas, Carlos V envió como mensajero real al secretario Francisco
Eraso a Londres, donde se encontraba el príncipe Felipe a raíz de su boda con
María Tudor, para pedirle que convocase una junta con el objeto de discutir
sobre la bondad o inconveniencia de la perpetuidad de la encomienda y le confirió plenos poderes sobre ese asunto. El resultado fue la celebración de la llamada Junta de Londres bajo la presidencia de Pedro de Castro, obispo de Cuenca. En la Junta participaron, entre otros, el Lic. Diego Briviesca de Muñatones
(Consejo de las Indias), Andrés Pérez (Consejo de la Santa Inquisición), fray
Bernardo de Bresneda {franciscano), fray Bartolomé Carranza de Miranda (obispo de Toledo, dominico), fray Alonso de Castro (franciscano y confesor real):
en total 12 personas. Ellos discutieron sobre el problema por tres días. Carranza
se opuso a la perpetuidad y disputó mucho con Bresneda y Pedro de Castro,
ambos partidarios de la perpetuidad. La intensíficación del antagonismo entre
Carranza y Pedro de Castro se debió a que el primero defendía mucho la obra
sobre las Indias escrita por el obispo de Chiapa, Las Casas. Después de todo, la
Junta consideró conveniente aprobar la perpetuidad de la encomienda por una
mayoría de votos: 10 en favor versus 2 en contra (Tellechea Idígoras, 1968,
T1:26-29). El 13 de noviembre de 1554, uno de los participantes, fray Alonso
275
de Castro redactó un parecer en que opinó .que "no hay escrúpulo de conciencia en conceder los repartimientos y pechos, y que es mejor que el rey lo dé
por donación libre y no vendiéndolos a los interesados, pero por cuao.to el rey
y sus reinos tienen grandes necesidades, podría sin gravar la conciencia venderlos a precio moderado" (Zavala, 1973:147; Goldwert, 1955-56:348-349). Como indicó Castro, en aquel entonces, las fmanzas estatales o hacienda pública
de la Corona estaban a punto de quiebra por la creciente deuda, y para Carlos V
y Felipe, los problemas de las Indias no eran tan importantes como los más
tensos de Europa; por ejemplo, en la instrucción de Carlos V a Felipe, fechada
el 18 de enero de 1548, llamada en general "testamento político de Carlos V",
el emperador sólo se refería a las Indias al pedir a Felipe fortalecer la defensa
de las Indias contra la invasión de los franceses. O sea, de treinta páginas de que
consta el texto editado de la instrucción, la mención sobre las Indias no ocupa
más que una página y media (Fernández Alvarez, 1975, T.II: 583-584). Sin
embargo, para el soberano que estaba bien agobiado de la guerra contra los
turcos y bereberes en torno a la hegemonía en el Mediterráneo, del movimiento
antiespañol o separatista en los Países Bajos, del conflicto con los príncipes
protestantes de Alemania y de las batallas contra Enrique 11 de Francia sobre la
ocupación de Italia, las Indias llegaron a tener gradualmente cada vez más importancia como una tierra llena de recursos, que eran indispensables para llevar
a cabo su política europea. Esto lo demuestran los estudios casi clásicos de
Ramón Carande y de Earl J. Harnilton. En realidad el Consejo de Hacienda intentaba desde antes, solucionar las dificultades fmancieras de la Corona mediante la venta de la perpetuidad de la encomienda (Carande, 1949, T.II: 122124). De ahí se inflere que era ya cuestión de tiempo que la política indiana
fuese planteada con el objeto de restablecer las finanzas de la Corona. El 17 de
febrero de 1555, Felipe, después de recibir la conclusión de la Junta de Londres,
mandó desde allí una carta a su hermana Doña Juana, entonces regente de Castilla, en que le avisó que él tenía la intención de vender a los españoles de las
Indias la tierra y los indios como feudo, pero sin la jurisdicción civil y criminal,
y con excepción de los principales puertos y ciudades. En consideración a la
importancia del asunto, Felipe instruyó a Juana que ordenara a los Consejos
de Castilla y de las Indias que empezasen de inmediato las deliberaciones sobre
el problema de la perpetuidad y que le enviasen sus opiniones (Konetzke, 1953:
326-328). Sin embargo, ambos Consejos no se mostraron positivos respecto a
las deliberaciones, sobre todo el Consejo de Castilla, so pretexto de que no estaba versado en el problema indiano y la situación práctica de las Indias, confió
la tarea al Consejo de las Indias. Por fm, el 13 de mayo de 1555, este Consejo,
aconsejando que lo mejor sería hacer mantener la esperanza de la perpetuidad
a los españoles para que se pacificara el Perú, informó a Felipe que por el mo_276
mento no era conveniente promulgar la perpetuidad de la enconúenda (Konetzke, 1953:330). Y el Consejo de Castilla expresó su acuerdo con esa conclusión
(Schafer, 1947, T.I1:284-286).
En el virreinato del Perú, los encomenderos leales, la mayor parte de las
tropas realistas, como hemos mencionado, ofrecieron muchos fondos para sofocar la revuelta de Hernández Girón, y pretendían presentar sus quejas ,por
vías pacíficas y legales. Así del 2 de enero hasta el 22 de febrero de 1554, en
üma, celebraron reuniones donde se reunieron sesenta representantes encomenderos de varios distritos del virreinato del Perú (Goldwert, 1955-56:350). Y el
20 de febrero de 1554, el Cabildo de üma en nombre de todas las ciudades,
pueblos y vecinos del Perú, decidió mandar a la Corte dos procuradores, Antonio de Ribera, de Lima, y Pedro Luis de Cabrera, del Cuzco, para presentar
sugerencias y recomendaciones a la Corona destinadas a evitar futuras rebeliones en el Perú, poniendo énfasis en la necesidad del trabajo indígena y aconsejando la concesión de indios en perpetuidad (Libros de Cabildos, 1935, T.V:
127-137; Golwert, 1955-56:360). Ribera, después de suplicar ante el Consejo
de las Indias la perpetuidad de la enconúenda, diciendo que era una medida
indispensable para restablecer el orden social en el virreinato y salvar a los indios, se dirigió a fines de 1555 a Bruselas con el objeto de rogar en directo a
Felipe la aprobación de la perpetuidad (Femández Alvarez, 1979, T .IV: 231232)~. Mientras promulgaba varias cédulas prohibitorias sobre el maltrato inferido a los indios, por esos días la Corona. atormentada por las dificultades
fmancieras, trataba de aumentar el ingreso de las Indias, sobre todo de las minas
del Perú, dando ordenanzas que moderarían las leyes anteriores que prohibían
el servicio personal. En las instrucciones despachadas en Bruselas el 1O de marzo
de 1555 al nuevo virrey del Perú, Marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, aunque le mandaba hacer la investigación sobre la doctrina y las tasas tributarias, y cumplir las Leyes Nuevas, en cuanto a las leyes prohibitorias del
servicio personal, la Corona le proponía implícitamente que se guardase de
cumplirlas y que estableciera un nuevo sistema del trabajo por contrato oneroso
(Hanke, ed. 1978, T.l:43-50). Las instrucciones mandaron hacer las visitas y
otorgaron el poder de conceder las enconúendas a los españoles meritorios 9 •
Hacia 1555 en el virreinato del Perú vivían unos 8,000 españoles y entre ellos
los vecinos que poseían las encomiendas no eran más de unos 480 ó 500; lo
que significa que por Jo menos unos cuatro mil españoles varones esperaban la
8
Pedro Luis de Cabrera no pudo bac:er el viaje a España (Goldwen, 1955-56: 350),
9
Sobre las visitas del Marqués de Cañete, véase: Espinosa Soriano, 1980.
277
concesión de ía merced real (I..evill.ier, 1921--26, TJ: 252-255; Lockhart, 1968:
136-137). Cuando llegó a Lima el Marqués de Cañete, había 57 encomiendas
vacantes; es decir, era imposible satisfacer la demanda de los españoles 10 • Por
consiguiente, para Felipe que pensaba aprobar la perpetuidad de la encomienda,
era un problema inminente calmar a esos numerosos descontentos. Con ese fm,
la Corona detenninó tomar la misma medida que La Gasea, es decir, otorgarles
a ellos la licencia de participar en las nuevas empresas de descubrimiento y con-
quista. El 24 de diciembre de 1555, Felipe instruyó desde Bruselas al Consejo
de las Indias que redactase unas instrucciones que otorgarían al nuevo virrey
del Perú el poder de dar la licencia de nuevos descubrimientos y que se las despachase. Y, en consecuencia, el 13 de mayo de 1556, fue mandada una instrucción constituida por dos partes (Konetzke, 1953: 335-339). Es así que esa
instrucción acabó por anular la ordenanza promulgada el 16 de abril de 1550,
que había reglamentado la suspensión temporal de la conquista. Por fm, la
Corona que sufría mucho de fmanzas deficitarias, se decidió a tomar la política
más utilitarista, o menor dicho imperialista. Y el 5 de septiembre d~ 1556,
Felipe II escribió una carta desde Gante al Consejo de las Indias en que le anunció su decisión fmal de vender la perpetuidad de la encomienda en el Perú (Zavala, 1973: 155-157). Esta decisión era la defmitiva y fmal que tomó Felipe II.
Aunque el rey, teniendo en cuenta la realidad práctica y turbulenta del Perú,
había postergado la decisión fmal sobre el problema de la perpetuidad, ahora
decidió aprobar la perpetuidad con la jurisdicción civil y criminal como pedían
los encomenderos. Porque, según las palabras de Felipe 11, el procurador Antonio
de Ribera le propuso la contribución de gran cantidad de fondos -17,600,000
pesos- a cambio de la aprobación de la perpetuidad (Levillier, 1921-26, T.l:
398). Es decir que Felipe 11 aceptó la propuesta de Ribera, creyendo que con
tal contribución podría aliviar las dificultades fmancieras de la Corona. Dijo sin
ambages en esa carta:
"estando como al presente está pacífica y siendo el tiempo
más conveniente que se podría ofrecer, me he resuelto en
concederlo y mandarlo poner luego en ejecución, sin que haya
más dilación y también porque las necesidades son tan grandes
y forzosas y mis reinos y Estados están tan trabajados y consumidos y me quedan tantas obligaciones de sostenerlos y
ampararlos y excusar que mis enemigos no los ofendan ni
molesten..." (en Zavala, 1973:156).
10
278
El 16 de marzo de 1556, el virrey Marqués de Cañete escribió al rey, informando que
en el Perú había más de 3,000 españoles bien armados que eretendían la merced real,
y que constituían una amenaza a la paz del virreinato (Levillier, 1921-26, T.l.: 259)..
Felipe instruyó al Consejo que examinara su plan de vender la perpetuidad de la encomienda con la jurisdicción civil y criminal y que discutiera sobre
la forma de ejecutado. Además le mandó nombrar cuatro personas (comisarios
reales) que serían responsables de negociar en el Perú la venta de la perpetuidad
colaborando con el virrey, y enviarlos a más tardar en enero del ai'ío siguiente.
En la última parte de la carta, Felipe, previendo la extensión del movimiento
contra la perpetuidad con la jurisdicción civil y criminal, subrayó que ~ra la
decisión última y de ninguna manera revocable. De modo que, Felipe 11, por
razón de restablecer la administración financiera de la Corona que estaba en
vísperas de quiebra, resolvió vender la encomienda a perpetuidad. Hasta entonces, la hacienda pública y las empresas militares de la Corona en Europa habían
sido sostenidas en la forma indirecta por los trabajos de los indios, pero ahora el
soberano mismo acabó por decidir vender sus "propios vasallos". El Consejo
de las lnd,ias deliberó sobre la manera concreta de ejecutar la venta, y redactó
un informe el 21 de octubre de 1556. En la última parte del informe, el Consejo
expresó su total desacuerdo con la ejecución de la venta a perpetuidad, oponiéndose por razones socio-político-económicas a la decisión final de Felipe 11
de vender a perpetuidad la encomienda con la jurisdicción civil y criminal
(Konetzke, 1953: 340-359; Goldwert, 1955-56: 352-355).
[IV-]
Las Casas, que frecuentaba la Corte después del regreso a Valladolid a
fmes de enero de 1553, sabía bien la posición de Felipe sobre el problema de
la perpetuidad, sobre todo a través de la carta del obispo de Toledo, Fr. Bartolomé Carranza de Miranda que acompañaba a Felipe a Londres, fechada el 6
de junio de 1555. En agosto de 1555, Las Casas escribió "parvus libellus", o
"tratado epistolar" según Giménez Fernández (1948-50:368), a Bartolomé
Carranza, pidiéndole fuertemente que hiciera todo lo posible para que se decidiera en España el asunto de la perpetuidad (Las Casas, 1958d: 430450). Las
Casas declara que el problema de la perpetuidad es tan importante y peligroso
que no debería resolverse en tierras lejanas como Inglaterra o Flandes, sino en
España después de ser discutido cautelosamente por eminentes y honestos personajes en presencia del soberano. Y exige la responsabilidad del rey como soberano cristiano de las Indias, opinando que:
"Ha sesenta años y uno más que se roban y tiranizan y asuelan aquellas inocentes gentes, y cuarenta que reina el Emperador en Castilla, y nunca las ha remediado sino a remiendos,
depsués que yo vine a desencantar lo que tenían los tiranos,
279
que acá estaban, por sus propios intereses encantado; y ¡que
se quiera agora tratar con tanta priesa de su colorado y fingido
remedio, arrinconándose en Inglaterra o en Flandes los Reyes
de Castilla!". (Ibid.: 431a).
Las Casas afirma que, si el rey de Castilla admite la perpetuidad de la encomienda, Dios le quitará sin dudas las Indias. El padre dominico, que declara
que los indios no tienen ninguna obligación de remediar la indigencia de la Corona, insiste en que el rey no tiene derecho alguno de adquirir ni un real en las
Indias, y así censura con vehemencia la política indiana de la Corona que intentaba restablecer la administración fmanciera estatal a costa de los indios,
sus propios vasallos. El exclama con indignación: "¡y que agora traten de nuevo
los Reyes de dejarles (a los indios) en ellos Oos tiranos) perpetuamente, para
que no quede dellos memoria ni vestigio!" (lbid.:431b). Aquí ya no podemos
ver la antigua imagen de Las Casas que defendía el interés económico y la responsabilidad del rey sobre la situación miserable de los indígenas. En la carta,
Las Casas, diciendo que "los Reyes han de ser de Dios castigado, porque rigurosamente no los han castigado (a los tiranos)" (Ibid.:435a), reprocha a los reyes
de Castilla más categóricamente que nunca su política indiana del pasado. Opina
reiteradamente que el título que tiene el rey de Castilla sobre las Indias puede
ser legitimado sólo por la realización del bien espiritual y temporal de los indios
y exige al monarca cumplir con su deber como soberano cristiano de las Indias.
Es decir que Las Casas, abandonando su propiá opinión antigua de que las
bulas alejandrinas legitiman apriori el dominio del rey de España en las Indias,
llegó a dar importancia cada vez más grande sólo a la realización del objetivo
final y supremo del dominio. Por eso él afirma que:
"el título que los reyes de Castilla tuvieron y tienen para
tener que entender en las Indias, y el fm que han siempre de
pretender y procurar, posponiendo su propio interese y de
toda España y cuanto más el de los particulares españoles que
allá pasan, es la utilidad y bien común espiritual y temporal
de los indios ..." (Ibid.:440a).
Y, Las Casas lan~a el ataque implacable sin excepción contra todo lo que
Está demás decir que acusó a los españoles por
impida la realización de ese
haber maltratado y ouitado la vida a infmidad de indios en la conquista o en las
encomiendas. Y propone que el verdadero remedio es sacar los indios del poderío de los encomenderos o españoles, ponerlos en su prístina libertad y restituirlos a sus reyes y señores naturales sus estados (Ibid.: 435b ). Así Las Casas insiste en que el método indispensable para remediar verdaderamente los males
rm.
280
en las Indias es derogar la encomienda y poner a todos los indios bajo el dominio directo del rey, restituyendo a los caciques sus antiguos estados 11 • Para
ese fm, él declara que:
"ningún remedio hay para extirpar las maldades y matanzas
que los españoles hacen en aquellas gentes, y para que del
todo no las acaben, sino que el Rey señoree los espalioles,
no sufriéndoles sus facinerosísimos pecados y destruiéiones
en aquellas miserandas gentes, ni por ruego ni blanduras, corno ha parescido, sino por guerras terribles, sojuzgándolos,
pues es poderoso para ello ..." (!bid.: 443a).
Aquí se nota claramente la diferencia en su tono de censura. Las Casas
reconoce bien la ineficiencia de las leyes, y por primera vez propone un método
más directo y violento de sojuzgar a los españoles del Perú por fuerza, opinando
que el rey debe hacerlo, si no lo puede remediar por vías pacíficas. Y es lógico
que Las Casas, basado en esa idea de incorporar todas las encomiendas íntegramente a la Corona, aun usando la fuerza, dijo que los indios no tenían necesidad
alguna de los espafioles para civilizarse, y que sólo restaría la presencia de los
españoles en las Indias para sustentar y conservar en ellas el principado y soberano señorío y jurisdicción universal de los reyes de Castilla (Ibid.:447). Para
ese fin, a su juicio, basta poner 300 hombres de guarnición en México y 500
en el Perú. Así, Las Casas bien enterado de la ineficacia de las leye"s, de los
males de la encomienda y de la conducta inhumana de los españoles en las
Indias, negó la necesidad de la presencia de los españoles en las Indias. Es natural que desde el punto de vista de la Corona esa propuesta lascasiana fuera
irrealizable o totalmente ridícula. Comentándola, Juan Friede dice que ahí se
puede ver la figura quijotesca de Las Casas (1974:204). A nuestro parecer, Las
Casas mismo pensaba que su plan era impracticable, ya que, corno hemos visto,
él sabía mejor que nadie que era tarde e imposible remediar los males en las
Indias. Por eso sería mejor decir que la carta a fray Bartolomé Carranza de Miranda demuestra la profunda desesperación del "político" Las Casas, que se esforzaba por detener la destrucción de las Indias, y que su propuesta "quijotesca"
prueba con claridad la radicalización de la posición lascasiana de exigir la responsabilidad del soberano. En este sentido estamos de acuerdo con María Martínez, que dice que el verdadero destinatario de esa carta no era fray Bartolorné
Carranza, sino el rey (I 958 :323). Y esta desesperación profunda condujo al
11
La idea de la compatibilidad de las dos soberanías en un territorio, o sea la del rey
de Castilla y la de los reyes naturales, la había expuesto Las Casas ya en su EntTe los
remedios (1 542). En esa idea lascasiana podemos ver el concepto medieval de la autoridad imperial.
281
"hlstoriador" Las Casas a gastar la mayor 'Parte de su energía en la redacción
metódica de Historia de las Indias, y a profundizar su actitud de censurar la
hlstoria de la "humanidad" inventada por sus contemporáneos, sobre todo por
los cronistas, tales como Gonzalo Femández de Oviedo, Francisco López de
Gómara y fray Toribio de Motolinía. Ellos no podían ver más que una hlstoria
"Espléndida" en la conquista, es decir que para ellos lo pasado no tenía ningún
significado actual, y lo que les importaba era el presente, en concreto, la existencia de muchos conversos o la grandiosa ciudad reconstruida de México, etc.
Pero en Las Casas lo pasado sigue viviendo y teniendo mucha importancia, cosa
que prueba el hecho de que en la carta a fray Bartolomé Carranza y en los otros
escritos suyos siempre se refirió a la Isla Española, y de que por esos días concibió un plan de repoblar esa miserable isla, a pesar de que conocía bien que,
según sus palabras, "en ella no hay hoy mamante ni pianti" (Ibid.:433a). Porque la Isla Española habría de ser para Las Casas un espacio sagrado donde debería realizarse la voluntad divina (Ishihara, 1980: 99-131). Por lo tanto, en esa
carta a Carranza, podemos ver a Las Casas luchar desesperadamente contra el
transcurso del tiempo que se ha extraviado del camino verdadero que es el que
iría a la realización de la voluntad divina. Y como político, Las Casas no podía
menos de tratar de la responsabilidad del soberano, no para remediar los males
cometidos en las Indias, sino para detener total destrucción de ellas, que significaría al mismo tiempo la de Castilla. A saber, el padre dominico tenía el presentimiento profundo del futuro tenebroso del reino de Castilla, al enterarse
de que Felipe intentaba vender sus propios vasallos del Perú, estimulado por
un interés absolutamente temporal.
El primer tratado en que Las Casas trató del origen de la potestad real y
de la relación entre el soberano y el pueblo, era Entre los remedios (1542),
obra en que explicaba la necesidad de revocar inmediatamente la encomienda
alegando veinte razones. En ese memorial de 1542, expone suscintamente su
pensamiento político sobre la potestad real basado en el principio de que el rey
es representante del pueblo, es decir, que el rey debe contar con el consentimiento del pueblo -consensus populi-, y en el principio de la responsabilidad
del soberano para con el pueblo y del derecho del pueblo ele resistir al tirano
(Someda, 1975b:46-58). Y, en la última razón del tratado, Las Casas afirma
que:
"Y deberían todos, para ser buenos cristianos, de sentir que
aunque fuese posible Vuestra Magestad perder todo el dicho
su real señorío y nunca ser cristianos los indios si el contrario
desto no podía ser sin su muerte y total destrucción... que
282
no era inconveniente que Vuestra Magestad dejara de ser sefior
dellas y ellos nunca jamás fuesen cristianos." (Las Casas,
1958a:l18a).
Esta idea es la fundamental de Las Casas, no solamente basada en la
teoría medieval, sino aun también en la historia práctica presenciada por sus
propios ojos. Y esa idea le condujo a crear una hlstoria ..universal", oponiéndose a la lústoria de la ..humanidad" eurocéntrica inventada por sus contemporáneos, tarea que habría de ser perfeccionada en la Historia de las Indias. Unos
diez afios después, él hizo imprimir el tratado de la fllosofía política, titulado
Principiaquedam ... , donde trató más sistemáticamente que en Entre los remedios, de la naturaleza del dominio. Las Casas dice:
"por elección del pueblo, tuvo su origen cualquier dominio
justo o jurisdicción de los reyes sobre los hombres en todo el
orbe y en todas las naciones; dominio que, de otro modo hubiese sido injusto y tiráni<..'"O ... todo jefe espiritual o temporal
de cualquier multitud está obligado a ordenar su régimen al
bien común y a gobernarla de acuerdo con su naturaleza."
(Las Casas, 1965a: 1256-57).
En otro tratado, también impreso en Sevilla el 8 de enero de 1553, titulado Tratado comprobatorio ... , Las Casas, de acuerdo con los juristas, opina
que la jurisdicción que tiene el Papa sobre el mundo se divide en la voluntaria
y la coercitiva, y explica que la jurisdicción voluntaria es .. de tal manera que
por ell~ los que no quieran obedecerla, no pueden ser constreñidos", y que la
coercitiva es la que "puede ejercitar el juez en los que propiamente son súbditos,
aunque les pese y no quieran sufrirla" (Las Casas, 1965b: 946-947). Según
Las Casas, la jurisdicción que el Sumo Pontífice puede usar y ejercitar en todos
los infieles "en potencia", es la voluntaria (!bid.: 946-949). Y después de argumentar que los reyes de Castilla tienen el título justo sobre las Indias por la donación y concesión apostólica, afirma que la jurisdicción que pueden ejercitar
los reyes de Castilla en las Indias es la voluntaria (Ibid.: 1146-1155). La condición indispensable para que los reyes puedan usar la coercitiva sobre los indios,
es que los indios reciban, no por la fuerza sino por su propia voluntad, la fe y
el bautismo (Ibid.: 1226-27). Desarrollando esa idea, en la carta a Bartolomé
Carranza de Miranda, Las Casas dio la opinión más severa al encontrarse ante
la situación grave de la venta de la encomienda a perpetuidad en el Perú, declarando que:
"el rey de Castilla ha de ser recognoscido en las Indias descu283
biertas por supremo príncipe y como emperador sobre muchos
reyes, después de convertidos a la fe y hechos cristianos los
reyes y señores naturales de aquellos reinos y sus súbditos
los indios, y haber sometido y subjetado al yugo de Cristo,
consigo mismos, sus reinos, de su propia voluntad, y no por
violencia ni fuerza, y habiendo precedido tractado y conveniencia y asiento entre el rey de Castilla y ellos ... " (Las Casas,
1958d: 444b445a).
Dicho en otras palabras, para que el rey de Castilla pueda usar legítimamente la jurisdicción contenciosa en las Indias, se necesita primero la conversión
de los señores naturales y sus pueblos y después es la condición indispensable
que los reyes naturales convertidos reconozcan la supremacía del rey de Castilla fmnando antes un convenio con éste. Es así que Las Casas identificó el
título jurídico del dominio del rey de Castilla en las Indias con su causa fmal.
Como hemos señalado, Las Casas al oponerse a la perpetuidad de la encomienda en la citada carta a fray Bartolomé Carranza de Miranda, exige mucho
más rigurosamente la responsabilidad del rey y reprocha su conciencia. Las
Casas bien enterado de que Felipe 11 decidió finalmente en Gante la venta a
perpetuidad, radicalizó su posición aún más y redactó un memorial reprobatorio destinado al soberano (Las Casas, 1958e.: 453-460). En ese Memorial
-Sumario a Felipe II, Las Casas exige la revocación de la decisión de venta
de la encomienda a perpetuidad, alegando veinte razones. A continuación veremos algunas de las razones principales:
2a. razón: Las Indias no son de los reyes de Castilla y sólo por la concesión papal se cometen en ellas para que conviertan a los habitantes de ellas, y para que los conserven en sus estados y en
sus haciendas, administrándoles la justicia.
4a. razón: En el Perú hay muchos hombres ''baldíos españoles", por lo
cual, aunque se dan encomiendas perpetuas numéricamente
limitadas, no se puede satisfacer el deseo de todos. Y está
claro que los descontentos han de sublevarse.
Sa. razón: Porque ya las leyes reales carecen de vigor y el rey no fue
poderoso a hacer moderar los insoportables tributos, si el rey
haya vendido la encomienda con jurisdicción civil y criminal,
no habrá nadie ni un método que ampare a los indios.
8a. razón: Aun ahora los encomenderos impiden que los religiosos entren a predicar a los indios, por eso si se admite la perpetui284
dad con jurisdicción, la situación se agrava más, lo que significa que el rey no cumple con el precepto que tiene de Dios
de convertir a los indios.
lOa. razón: Es contra el derecho natural y divino entregar los indios sin
culpa suya a sus capitales enemigos españoles.
12a. razón: Vender tan grandes estados como las Indias sería indece~te al
real nombre y conservación de su gloriosa fama y autoridad.
13a. razón: El rey no puede enajenar los hombres libres ni las rentas reales, porque son inalienables e imperdibles.
15a. razón: Menos por alguna urgentísima necesidad para bien de sus reinos, a los reyes no les es permitido ni pueden enajenar cosas
grandes.
Por lo visto éstas y otras razones son, por decirlo así, muy realistas, o sea
socio-político-económicas, pero si las examinamos a fondo, podríamos entender
que todas son acertadamente expuestas para apelar a la conciencia cristiana del
rey que no se preocupaba tanto, hasta entonces, de sus reinos del Ultramar.
Lo que nos llama mucho la atención es que en la carta a fray Bartolomé Carranza
de Miranda y en este Memorial-Sumario a Felipe Il, el padre dominico intentaba desesperadamente echar abajo la política tradicional de la Corona sobre las
Indias. Es decir que Las Casas como político desesperado pidió al rey que cesara
la antigua política de los Reyes Católicos y Carlos V consistente en haber dado
mucho más importancia a la política mediterránea (europea) que a la indiana,
y que estableciera la nueva política de atribuir el mismo valor a las Indias, porque para Las Casas la subsistencia o destrucción del reino de Castilla dependería de la política indiana de la Corona. Por eso, en el Memorial-Sumario nuestro
padre expone una nueva teoría sobre la potestad real. Esa teoría se desarrolla
en tomo al problema de si el rey tiene o no el derecho de vender la persona del
indio, y la tierra que poseen legítimamente los señores naturales. Las Casas
reitera la obligación del rey de tomar consensus populi, opinando que el rey
debe pedir el parecer de sus vasallos indios antes de tomar decisión alguna sobre
problema tan importante como la perpetuidad de la encomienda. Y además
afirma que el rey no tiene ningún derecho de enajenar o vender a los hombres
libres, las rentas reales y algunas partes del territorio (Ibid.: 456b-457). Citando
los reglamentos de Siete Partidas y el Derecho Natural, Las Casas trata del deber
del rey para con el pueblo (los indios). Aquí es de notar que esa teoría se ha
desarrollado en el supuesto de que se haya admitido la ejecución de la jurisdicción coercitiva del rey por la obediencia voluntaria de los indios. O sea, Las
Casas aconseja que, aunque los indios reconozcan al rey de Castilla como su su285
premo soberano, vender a perpetuidad la encomienda es un abuso de su autoridad, ya que al poner en práctica la venta, el rey mismo habría de faltar al
Derecho Natural que le manda realizar el bien común del pueblo. Habrá algunos que piensen que Las Casas es un defensor del régimen republicano más que
de la monarquía, viendo que él insistía mucho en el derecho del pueblo, restringiendo los poderes del rey. Pero, a nuestro juicio, es un parecer oblícuo,
porque, como hemos visto en el Prólogo de la Brevísima relación, para Las
Casas la existencia del rey es incuestionable e indispensable de acuerdo con el
Derecho Natural, para realizar el bien común del pueblo. El padre dominico
nunca negaba la monarquía actual ni tuvo idea alguna de crear un nuevo régimen político. Es así que tienen parte de razón los que ven que el pensamiento
político lascasiano era anacrónico y a veces inconsecuente. Lo que sí no debemos olvidar es que lo que determina su modo de pensar no es la pura teoría
medieval, sino la realidad histórica de las Indias que presenció con sus propios
ojos. Y la decisión fmal de Felipe 11 de vender por dinero a perpetuidad la encomienda en el Perú le hizo entender definitivamente que ya era totalm_ente
imposible impedir la destrucción de las Indias, lo que podemos percibir en la
última razón alegada en el Memorial-Sumario a Felipe Il, en que Las Casas
dice:
"tiene Vuestra Majestad... más necesidad de lumbre y del
socorro de Dios que otro rey del mundo, por estar en medio
de muchas tribulaciones en que quizá rey estuvo de predecesores, de las cuales no se suelen librar los reyes, con abundancia de dineros, y mayormente cuando hay sospecha que
no son bien habidos, sino por sólo el ayuda y favor de Dios.
Y por esto debe Vuestra Majestad estar muy temeroso de
hacer cosa en que se indigne y enoje contra su real persona,
Dios." (Ibid. :460).
Esto significaría que Las Casas como su vasallo cristiano no podría dejar
de confiar sólo en la conciencia del rey como supremo soberano cristiano, por
eso su teoría política basada en la realidad histórica se fue radicalizando más
y más.
[V]
Mientras tanto, en octubre de 1558, el Consejo de las Indias acabó por
nombrar los comisarios reales que habrían de dirigirse al Perú para negociar
allí la venta a perpetuidad con los interesados. Después de un cambio, los fmalmente nombrados como comisarios reales no eran cuatro sino tres: el Lic. Bri-
286
viesca de Muñatones (Consejo de las Indias), Diego de Vargas Carvajal (Correo
Mayor de las Indias) y Ortega de Melgosa (Casa de Contratación), quienes habrían de trabajar en unión con el Conde de Nieva, que sería el nuevo virrey
del Perú (E. Schlifer, 193547, T.ll: 287). El8 de marzo de 1559, fueron dadas
las instrucciones a los comisarios reales y al Conde de Nieva, en las que se les
autorizaron para examinar y opinar sobre las ventajas de la perpetuidad (Goldwert, 1955-56: 356-357). El 23 de julio de 1559, Felipe 11 dio otra instrucción
a ellos, en que se mencionaron las condiciones bajo las cuales se concedería la
perpetuidad, pero sin ninguna referencia a la jurisdicción civil y criminal. Felipe
les mandó redactar un informe sobre la manera concreta de poner en práctica
la perpetuidad (Hanke, ed. 1978-80, T.I: 62-67; Konetzke, 1953: 370-376).
Wagner cree que con estas instrucciones les era otorgada la autoridad de ejercer
la venta a perpetuidad (1967:216-217), pero a nuestro parecer, esas instrucciones no les permitieron más que opinar sobre el plan nuevamente propuesto
por Felipe 11 investigando la situación actual del Perú. Por eso después que llegaron los comisarios reales a Lima en julio de 1560, uno de ellos, Briviesca de
Mufiatones hizo una visita el año siguiente para coleccionar los datos necesarios
para ofrecer la venta a perpetuidad 12 • Y la lucha por la perpetuidad en el Perú
comenzó el 24 de marzo de 1561, en que los comisarios reales pidieron públicamente a los encomenderos convocar a los cabildos para discutir la perpetuidad (Goldwert, 1957-58:211). Es decir, pasara lo que pasara, la decisión fmal
de la venta habría de ser tomada por el rey.
Hacia la misma época, Las Casas redactó dos escritos a Felipe 11 en contra
de la perpetuidad. l]no es la carta fechada el 20 de febrero de 1559, en que
ofreció al rey un plan de repoblación de la isla Española. Como hemos mencionado, esa carta demuestra bien que esa isla totalmente destruida, seguía ocupando un puesto importantísimo en la mente de Las Casas. O sea, la isla Española debería servir a Las Casas de punto de partida para criticar la época contemporánea en que dominaba la ignorancia. Por eso confiesa que:
"Yo, muy alto señor, que nascí y me ha puesto Dios para
siempre llorar duelos ajenos, teniendo noticia desde el descubrimiento de aquellas Indias y visto su principio, medio y
fm, no puedo dejar mientras el ánima me dure en las carnes,
de avisar a quien debo, después de a Dios, toda fidelidad, lo
que sé que conviene a su ánima y estados haciendas..." (Las
Casas, 1958f.:463).
12
Véase: "Informe del Lic. Juan Polo de Ondegardo al Licenciado Briviesca de Muñatones sobre la perpetuidad de las encomiendas en el Perú", En: Revista Hist6rica.
Vol. XIII (125·196), Lima, 1940.
287
Es así que en la última parte de la cárta, Las Casas suplicó con palabras
encubiertas a Felipe 11 que revocase de inmediato su decisión fmal de vender
a perpetuidad la encomienda en el Perú. El otro escrito, mucho más importante,
es el Memorial que ofreció a Felipe 11 con la fuma del obispo de Charcas, fray
Domingo de Santo Tomás, quien entonces se encontraba en España (Las Casas,
1958h.: 465468). Ambos frailes dominicos enumeraban los males que causaría la venta a perpetuidad en nombre de los indios del virreinato del Perú. Porque los caciques y los indios les dieron el 17 de julio de 1559 plenos poderes
para representarlos en la Corte (Hanke y Giménez Femández, 1954: 178) 13 •
Las Casas y Santo Tomás, con el poder de representar a los indios peruanos y
de ofrecer un pago en oro y plata, informaron al rey que, los indios estarían
dispuestos a donar una suma más grande que la propuesta por Antonio de Ribera, si el rey les diera las siguientes concesiones: 1) si muriera el encomendero
existente, sus indios serían puestos bajo la cabeza del rey y no dados ni enajenados a otros españoles; 2) a los encomenderos o cualquier miembro de su
:casa se les prohibiría en absoluto entrar en el pueblo de los indios; 3) los tributos
de los indios puestos bajo la cabeza del rey se deducirían por la mitad; 4) en caso
de que disminuyera la población indígena debido a desastre natural, los tributos
se deberían regular nuevamente conforme a su capacidad de pago; 5) los pueblos
con la población disminuída serían incorporados dentro de los pueblos mayores
según la orden antigua de la política incaica; 6) al tratarse de los asuntos importantes tocantes a todos los indios, se les debería permitir reunirse en asamblea
de representantes; 7) los caciques deberían tener privilegios a la exención de tributos y de labor, como en la época de los Incas, y 8) no se permitiría quitarles
a los indios sus tierras ni aguas ni otras cosas concejiles ni particulares (Las Casas,
1958h: 466b-467). Y concluyeron que, si ordenara el rey por edicto público
que ningún español toque las sepulturas llenas de grandes riquezas y guardadas
en secreto, los indios, descubriéndolas, darían al rey la tercera parte de todo el
oro y piedras preciosas (!bid. :468b ). Este plan para salvar la situación monetaria muy tirante de la Corona con la propuesta "emocionante" por parte de
los indios peruanos, dejando aparte su factibilidad, es, por decirlo así, una estrategia muy realista para distraer al rey que se inclinaba a poner en práctica la
perpetuidad, atraído por el ofrecimiento de Antonio de Ribera. Por lo visto,
ahí renace Las Casas como reformista realista; lo que nos extraña mucho al tener en cuenta el hecho de que en la década de los cincuenta él estaba casi seguro
de que era imposible remediar los males de las Indias. Es presumible que la
mayor parte de ese memorial fuera redactada aceptando la opinión de fray Do13
288
Sobre la actitud de los indios de la Nueva España oara con Las Casas véase: LeónPortilla, 1976.
mingo de Santo Tomás que conocía mejor que Las Casas la situación verdadera
del virreinato del Perú, y que se dedicaba realmente a la evangelización de los
indios. A saber, Las Casas, desesperado por la realidad, cedería .el principal
papel como refonnista práctico a fray Domingo de Santo Tomás. Pensando así,
no sería tan extraño que en el memorial se mencionaran concesiones tan prácticas para remediar la situación miserable de los indios. Pero esto no quiere decir
que Las Casas dejara de ser político, sino que entonces entendió compJetamente que era imposible perseguir la realización del objetivo fmal de la dominación espafíola en las Indias, cosa que prueba la carta de legado de la Historia
General de las Indias escrita en noviembre de 1559 (Las Casas, 1958g: 464).
Así, con el motivo de la decisión fmal de Felipe 11 sobre la venta a perpetuidad de la encomienda en el Perú, que era cosa inesperada para Las Casas,
él llegó a profundizar su teoría de la potestad real y de la relación entre el soberano y el pueblo. Está demás decir que su teoría se ha desarrollado con el objeto
bien concreto de hacer revocar de inmediato la encomienda en todas las Indias,
y que carecía de minuciosidades teóricas. Pero Las Casas habría de escribir posteriormente otro tratado que, según se afirma, es uno de los mejores ecritos de
la filosofía política de la época, titulado Erudita et elegans explicatio ... Allí
nuestro padre trataría más sistemática y minuciosamente del problema del dominio, del pueblo, del patrimonio nacional, y Qe la simonía, etc. Acerca del
período de su redacción hay varias opiniones, pero está claro que el motivo de
la misma se debe principalmente al problema de la perpetuidad de la encomienda
en el Perú. Como hemos visto, la decisión fmal de Felipe II le hizo abandonar
su antigua posición regÍilista. Pero, en la práctica, él no podía menos que creer
en la conciencia cristiana del monarca, por lo cual ahí podemos ver el gran dilema o contradicción entre el poütico Las Casas y el historiador Las Casas.
Porque Las Casas, que por esos días se dedicaba en cuerpo y alma a describir
como testigo presencial el proceso histórico por el que la antigua sociedad pacífica de los indios era destruida arbitraria y totalmente por los espafioles llamados "cristianos", ya no tenía ninguna esperanza de impedir la destrucción
de las Indias, temiendo el castigo de Dios sobre el reino de Castilla. En fm, con
el problema de la perpetuidad de la encomienda en el Perú, él abandonó su antiguo papel como reformista intensigente, profundizó su teoría de la potestad
real y se estrenó como pensador poütico, cuyo fruto sería Erudita et elegans
explicatio por una parte, y por otra, el agúdizar el método de crítica de la historia de la "humanidad" inventada por sus contemporáneos. Friede dice que
ya hacia 1560 Las Casas no era considerado como un luchador enérgico y peligroso, sino que, aunque respetado, era viejo y sin ninguna influencia (1974:
203). Eso es cierto en lo referente a la escena de la política indiana; pero no de289
heríamos olvidar que Las Casas, desesperádo por la realidad, intentaba hacia
la misma época con mucha energía crear la historia "universal" redactando la
Historia de las Indias. Y su tarea sigue teniendo mucho más valor en la actualidad que antes.
En cuanto a la perpetuidad de la encomienda en el Perú, ocurrió después
un conflicto entre los comisarios reales y los encomenderos en tomo al otorgamiento de la jurisdicción civil y criminal, y la Audiencia y los eclesiásticos se
mostraron negativos a ese otorgamiento. Por eso y debido a. otras razones, las
•
negociaciones entre los encomenderos y la autoridad real llegaron a punto
muerto. Y fmalmente no llegó a ser puesta en práctica la perpetuidad de la
encomienda en el virreinato del Perú (Zavala, ~973: 158-163; Goldwert, 195758: 213-238).
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