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Comprender la muerte
Autoconocimiento
Capítulo único
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Síntesis del vídeo
¿Cuál es el significado de la muerte? ¿Cómo puede comprenderse? ¿Qué
significa morirse?
La muerte llega cuando el cuerpo deja de respirar, el corazón deja de latir, el
estómago deja de digerir... es decir, cuando el cuerpo deja de cumplir sus
funciones de una forma irreversible: eso es la muerte.
Pero quiero remarcar una idea fundamental y que no suele tenerse presente: la
muerte no es lo contrario de la vida, es el contrario del nacimiento.
Lo explico de otra manera: existe un momento determinado en que la Vida entra
en un espacio biológico, en un cuerpo que se desarrolla y aparece sobre la faz
de la tierra. A eso lo llamamos nacimiento. Pero existe otro momento en que
esa misma Vida que entró, sale del espacio biológico que ha ocupado, sale del
cuerpo. A eso lo llamamos muerte.
Pero la Vida siempre es. No puede dejar de ser. La muerte no es lo contrario
de la vida.
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Si yo soy capaz de percibirme profundamente, me daré cuenta que no puedo
identificarme con lo biológico sino con la vida que entra y sale, con la conciencia
que se ve a sí misma dando vitalidad a esta materia. Soy la consciencia.
Entonces comprenderé que en realidad la muerte es un tránsito, un viaje,
un cambio. Pero no un final, puesto que tampoco tuvo principio. La Vida ya
era y entró en este cuerpo. Ahora la vida sigue, pero abandona este vehículo,
este cuerpo. Si me identifico con el cuerpo me pierdo la oportunidad de darme
cuenta que soy la conciencia que lo impulsa, el espíritu que lo habita. Sí, como
no soy el cuerpo sino la conciencia que lo impulsa puedo darme cuenta que la
muerte es solamente un cambio de residencia de esta conciencia. Yo siempre
estoy. La Vida siempre está. Pero si me confundo con el cuerpo pienso que la
muerte es mi final. Pero el cuerpo solo es un vehículo.
Desde este darse cuenta, la muerte es un tránsito maravilloso. Es la maravillosa
oportunidad de dejar atrás un vestido, el cuerpo, que es fantástico pero
que a veces es limitante, a veces es doloroso, a veces es pesado... para
empezar una nueva experiencia.
Sí, la muerte es la maravillosa oportunidad de vivir desde la conciencia, de
nacer a una experiencia nueva. Y creo que eso es extraordinario. Porque lo que
estoy afirmando es que yo soy mi conciencia, no soy mi cuerpo. Yo soy la
conciencia y la conciencia incluye el cuerpo. No al revés. Lo repito: la conciencia
incluye el cuerpo. Obsérvalo y lo comprobarás. Cuanto más me descubra como
conciencia más fácil será que cuando mi cuerpo deje de serme útil pueda
vivir la muerte como algo positivo.
Este cuerpo, esta personalidad no volverán nunca más. Yo como Daniel
Gabarró no volveré nunca más a existir en la tierra.
Es cierto lo que dice la iglesia católica: la reencarnación no existe, porque
Daniel Gabarró no va a volver nunca. Pero también es cierto lo que dice
el budismo: la conciencia vuelve a reencarnarse. El problema es si yo me
reencarno con suficiente conciencia o con inconsciencia. Es decir, el problema
es si durante la vida he conquistado mi esencia, si estoy despierto, si
he conquistado mi conciencia porque entonces veo la muerte como dejar un
vestido, un vehículo. Y ahí es mucho más fácil el tránsito.
¡Ojalá sepamos aprovechar la vida de manera profunda e intensa! ¡Ojalá
sepamos habitar nuestra consciencia! ¡Ojalá podamos vivir despiertos! ¡Ojalá la
muerte nos halle bien vivos!
Ahora me gustaría remarcar otro aspecto fundamental: creo que deberíamos
darnos cuenta que cualquier vida es completa, que no hay vidas mejores ni vidas
peores. Por ejemplo, que una vida de un niño o una niña que muere con diez años,
es tan completa como la de un hombre que muere con cincuenta, ochenta o cien.
¿Quién soy yo para decidir cuándo mi vida ha sido completada?
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¿Quién soy yo para decir a ti ya te toca morirte o para ti es demasiado pronto?
Todas las vidas son completas. Puede ser más o menos duro para quienes
seguimos viviendo, pero para la conciencia que habita el cuerpo, cualquier vida es
una oportunidad para vivir lo que se necesita.
Mi papel en la vida es aceptar lo que me toca vivir, incluyendo el aceptar el
momento en que me toque morir para ¡vivirlo con conciencia!, para poner el
máximo de atención a ese momento en el que muero. Porque morir es algo
extraordinario, es un momento único, así que hay que aprovecharlo con la
máxima atención.
No quiero dejar de mencionar otra idea que me parece importante: desde la
perspectiva de la persona que muere, no hay muertes peores, ni muertes
mejores. Son muertes para aprender cosas distintas y cada uno debe aprender
lo que le corresponde, lo que todavía ignora.
Claro que cuando se muere una persona cercana de una muerte súbita y no has
podido despedirte es difícil de digerir, y mucho más si teníais temas pendientes
para resolver. Pero para la persona que muere, esa muerte es tan buena
como cualquier otra.
Lo remarco porque, a veces, hay gente que dice: “¡es tan injusto!, porque murió
asesinado y no tenía ninguna culpa”. Para la persona que murió de un balazo
es lo mismo que morir de un ataque al corazón. Soy yo que no lo acepto que es
distinto. Pero para quien muere, su experiencia para él, para ella es la misma.
Por lo tanto no hay muertes mejores y muertes peores, lo que hay son
vidas mejores y vidas peores, y una vida mejor o una vida peor no tiene
que ver con el hecho de cómo muero sino de cómo he vivido, de cómo
soy capaz de conocerme, de cómo soy capaz de vivir presente ahora y aquí,
de cómo soy capaz de descubrir mi consciencia, mi esencia y vivir desde ella.
Cuanto mejor pueda vivir ahora y aquí, mejor moriré. Mientras menos sepa
vivir, menos aprovecharé la muerte, porque tendré menos conciencia y ese
momento que es clave, lo perderé.
Pero no quiero terminar este curso sin contar unas pocas experiencias
personales. Creo que son ilustrativas, que ayudan. Quiero empezar contando
una parte del proceso de la muerte de mi madre.
Hace unos años mi madre murió. Murió el 1 de Noviembre, y los meses previos
fueron maravillosos. Quiero contaros un poco ese proceso por si os es útil.
En julio yo estaba en un retiro de silencio de una semana. De repente, tuve
la clara intuición que era importante pasar más tiempo con mi madre. Como
organizo todos los veranos una semana de crecimiento personal en el campo
decidí invitarla. Ella, atrevida a pesar de sus 82 años, aceptó encantada.
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Fue una semana maravillosa porque pudimos cerrar todos los temas que
teníamos pendientes. Pudimos amarnos y cuidarnos. Pudimos abrazarnos y
cuidar nuestros corazones. Estuvimos una semana entera haciendo crecimiento
personal con mi madre. Todos los temas pendientes los fue limpiando y yo tenía
la intuición que eso era importante.
Después de esa semana conmigo, mi madre fue a pasar unos días a casa de
mi hermana y tuvo un sueño curioso. Mi madre no soñaba nunca con mi padre
porque hacía ya más de 20 años que había fallecido. Sin embargo soñó con él,
soñó que venía a verla para decirle: “Margarita, muy pronto estaremos juntos de
nuevo”.
Esto ocurrió en agosto. A finales de ese mismo agosto, el piso junto al de mi
madre en el mismo rellano en la escalera, puerta con puerta, lo dejaron vacío. Y
yo le dije: “Mira mamá, tu ya empiezas a estar un poco achacosa y viejecita, así
que mejor alquilo este piso junto al tuyo por si alguna vez me necesitas cerca.
Aunque seguiré viviendo en donde vivo (vivía en otra ciudad a 160 kilómetros de
Barcelona), si me necesitas estaré puerta con puerta”.
Total que lo pintamos entre Marc, mi pareja, mi hermana y yo mismo, pusimos
algunos muebles y cuando solamente hacía seis días que lo teníamos
acondicionado “por si acaso”, me llama por teléfono y con mucha delicadeza mi
madre me dice: “No te preocupes, no pasa nada, estoy maravillosamente bien,
pero si puedes bajar en tren muy pronto yo te lo agradezco porque estoy en el
hospital”.
Cuando llegué al hospital tres horas después, aunque mi madre era muy
optimista, me dijo: “Yo creo que esto va a acabar mal. Estoy en el final”.
Efectivamente, días después le diagnosticaron un cáncer y le propusieron
operarla. La operación no fue bien y entramos en una fase en que la muerte
era inminente simplemente porque no se podía recuperar de la operación.
Curiosamente, no murió de cáncer sino de la incapacidad de recuperarse de la
operación.
En ese proceso hacia la muerte anunciada, hubo un acompañamiento. Todos
los días y todas las noches nos turnábamos con mi hermana para que siempre
estuviera con nosotros. Fue algo muy hermoso: poder devolverle una pequeña
parte del amor que mi madre nos había dado. Algo maravilloso.
Otra cosa maravillosa, de las diversas que ocurrieron, fue que, en un cierto
momento, vino uno de mis sobrinos a ver a mi madre cuando ella ya sabía que
se estaba muriendo irremediablemente.
Lo primero mi madre que le dijo a su nieto fue: “Me estoy muriendo”. Y entonces
mi sobrino se puso casi a llorar, y mi madre, que era muy sabia, le hizo una
reflexión muy hermosa para que entendiese el significado de la muerte. Le
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preguntó: “¿Qué preferirías: no haberme conocido nunca igual que nunca
conociste al abuelo Joan, o prefieres haber vivido estos 23 años conociéndome
y gozándome aunque ahora sientas el dolor de la separación?”. Y mi sobrino,
llorando, comprendió: “¡Conocerte! ¡Conocerte!”.
Y en esta breve conversación, mi madre explicó el significado de la muerte:
haber podido gozar de la vida y haberla aprovechado para marchar con más
sabiduría y amor.
El sufrimiento de la separación y la tristeza son normales, porque aunque
llevamos las personas que han muerto en nuestro corazón, la separación
física es una realidad. Sí, el sufrimiento es normal, pero cuando nos hemos
reconciliado con la muerte, no es un sufrimiento que nos rompe, es un
sufrimiento hermoso porque has construido un amor profundo y con significado
hacia esa persona. Yo tuve la suerte de vivir 50 años con mi madre. ¿No es
maravilloso? Hay gente que no ha podido gozar tantos años de su madre. Por lo
tanto, he sido bendecido. Además, si la vida es plena y llena de amor, la muerte
nos hace darnos cuenta de ello.
Pero antes de acabar esta explicación sobre la muerte, me gustaría contar con
un par de historias más que he vivido en primera persona. Mi padre murió hace
más de 20 años. Él era absolutamente agnóstico, tan agnóstico que siempre
decía: “No hay que preocuparse nunca por Dios, no hace falta ir nunca a misa:
si Dios es malo nos castigará igual. Pero si es bueno no le va a importar una
misa o dos. Y si no existe, tampoco va a tener importancia haber ido o no la
iglesia”. También decía: “Yo que sé lo que hay en el otro lado, si es que hay
algo, igual no hay nada”.
Pero días antes de morir, vimos a mi padre hablando -dejó de hacerlo cuando
advirtió que le observábamos- al aire, como si estuviese viendo a alguien. Y
estaba diciendo: “Dame un par de días más que tengo que acabar algunas
cosas, tengo que despedirme. Solo un par de días más”. Y de hecho vivió ese
par de días más. Siempre he pensado que habló con un ángel o algo por el
estilo. Y sí, en los últimos días, mencionó algo “de los que vienen a buscarme”.
Pero no especificó más. Pero para él era un hecho: los veía, hablaba con ellos.
Sorprendente para alguien que siempre había sido totalmente agnóstico. Bueno,
de hecho, nunca dejó de serlo, simplemente, aceptó que ahora sí tenía una
experiencia que antes ignoraba.
Otra cosa maravillosa pasó también con mi madre. La última noche estaba
inconsciente. Se mantenía inconsciente prácticamente las veinticuatro horas,
despertaba segundos, minutos, sonreía, nos miraba y, al vernos, decía: “¡Ah!
¡qué bien!” y volvía a caer en un sueño profundo.
Esa última noche, mi hermana intuyó algo, pues decidió quedarse también
en el hospital en lugar de ir a dormir a casa para descansar y regresar, al día
siguiente, para seguir con los turnos que hacíamos.
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A las cuatro de la madrugada nos levantamos para llamar a las enfermeras:
lo hacíamos cada cuatro horas, así la movían y evitábamos que se le llagara
el cuerpo. Yo tomé la mano derecha a mi madre y mi hermana tomó su mano
izquierda. Aunque seguía inconsciente, le dijimos: “Ahora llamaremos a las
enfermeras para que te muevan”, y en ese momento mi madre sonrió (a pesar
de estar inconsciente) y respiró por última vez y murió. Mi hermana me miró
y me dijo: “Ha esperado a que estuviéramos despiertos, a que tuviéramos su
mano entre las nuestras” y yo creo que era verdad.
Y, aunque mi madre tampoco era nada religiosa, en los últimos días decía:
“Estoy segura que mi abuela que es la persona que, junto a tu padre, más me
ha amado, va a venir a buscarme cuando me muera”. Y lo decía con toda la
naturalidad y la seguridad del mundo.
Os he contado un montón de cosas, algunas desordenadas, pero tengo la
esperanza de que alguna de las cosas que os he contado, os sirvan para ir
mirando la muerte de otra manera: la muerte es mi amiga, la muerte es la
oportunidad que tengo de dejar este vestido.
Ahora, es el momento de aprovechar la vida, de aprovechar mucho este
vestido. Pero en el momento de la muerte, saltemos fuera del cuerpo con
alegría. El cuerpo ha sido maravilloso, pero también muy limitante. Cuando la
muerte nos venga a ver, abracemos la experiencia con la máxima conciencia,
intentando vivir quienes realmente somos.
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Para verificar lo explicado
Te animo a descubrir quién eres realmente. Te animo a descubrirte como la
consciencia que eres. Puedes hacerlo con un curso de autoconocimiento, con
meditación, con silencio... hay muchos caminos y debes escoger el tuyo.
Cuando descubras que eres la consciencia y no el cuerpo, habrás verificado
que la vida del cuerpo no está vinculada a tu permanencia. En ese momento,
habrás verificado que la muerte solamente es un tránsito.
Entonces entenderás lo que he afirmado: la muerte es un momento de cambio
maravilloso que hay que aprovechar y celebrar. Gozarás de la vida y, a la vez,
desearás la muerte tal como decía santa Teresa: “tan alta vida espero, que
muero porque no muero”.
Y eso no querrá decir que no goces de la vida, sino que gozas de todo lo que la
vida ofrece, incluida la muerte.
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Para ampliar la lección
En campusdanielgabarro.com encontrarás otro curso titulado “Explicar la muerte
a niños/as y adolescentes”. Quizás también te útil para integrar el tema y para
poder apoyar a otras personas y, muy especialmente, a menores.
También puede ser útil leer algún libro de Elisabeth Kübler Ross sobre la
muerte, por ejemplo, empezar por “La muerte, un amanecer”.
¡Nos vemos en el próximo curso!
Daniel Gabarró
Campus
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