El Planeta va a seguir con fiebre Leonardo Boff, 07-Enero

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El Planeta va a seguir con fiebre
Leonardo Boff, 07-Enero-2011
La COP 16 terminó en la madrugada del 11 diciembre en Cancún con desacertadas conclusiones,
extraídas casi con fórceps. Son conocidas y por eso no vamos a referirlas aquí. Debido al clima general de
decepción, han sido hasta más de lo que se esperaba, pero menos de lo que deberían, dada la gravedad
de la creciente degradación del sistema-Tierra. Predominó el espíritu de Copenhague… de afrontar el
problema del calentamiento global con medidas estructuradas alrededor de la economía. Y esta es la
gran equivocación, pues el sistema económico que generó la crisis no puede ser el mismo que nos saque
de ella. Usando una expresión que ya hemos utilizado en otras ocasiones: intentando limar los dientes al
lobo, se cree quitarle la ferocidad, en la ilusión de que ésta reside en los dientes y no en la naturaleza del
propio lobo. La lógica de la economía dominante, que tiene como objetivo el crecimiento y el aumento
del PIB, implica la dominación de la naturaleza, la desconsideración de la equidad social (de ahí la
creciente concentración de riqueza y la rápida apropiación de bienes comunes) y la falta de solidaridad
con las generaciones futuras. Y quieren hacernos creer que esta dinámica nos va a sacar de las muchas
crisis, sobre todo de la del calentamiento global.
Pero es necesario insistir: hemos llegado a un punto en que se exige repensar y reorientar por
completo nuestro modo de estar en el mundo. No basta solo un cambio de voluntad, necesitamos sobre
todo transformar la imaginación. La imaginación es la capacidad de proyectar otros modos de ser, de
actuar, de producir, de consumir, de relacionarnos unos con otros y con la Tierra. La Carta de la Tierra
fue al corazón del problema y de su posible solución al afirmar: «Como nunca antes en la historia, el
destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo, lo cual requiere un cambio en las mentes y en
los corazones, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal. Debemos
desarrollar y aplicar con imaginación la visión de un modo de vida sostenible, a nivel local, nacional,
regional y global».
Este propósito no se hizo presente en ninguna de las 16 COPs. Predomina en ellas la convicción de
que la crisis de la Tierra es coyuntural y no estructural y que puede ser afrontada con el arsenal de
medios de que dispone el sistema, con acuerdos entre jefes de Estado y empresarios, cuando toda la
comunidad mundial debería implicarse. La referencia de base no es la Tierra como un todo, sino los
estados-naciones, cada cual con sus intereses particulares, regidos por la lógica del individualismo y no
por la de la cooperación y la interconexión de todos con todos, exigida por el carácter global del
problema. En la conciencia colectiva todavía no se ha afirmado el hecho de que el Planeta es pequeño,
tiene recursos limitados, se encuentra superpoblado, contaminado, empobrecido y enfermo. No se habla
de la deuda ecológica. No se toma en serio la crisis ecológica generalizada que es más que el
calentamiento global. No son suficientes la adaptación y la mitigación sin dar centralidad a la grave
injusticia social mundial, a los masivos flujos migratorios que ya han alcanzado la cifra de 60 millones de
personas, a la destrucción de economías frágiles con el aumento en muchos millones de pobres y
hambrientos, a la violación del derecho a la seguridad alimentaria y a la salud. Falta articular la justicia
social con la justicia ecológica.
Lo que se impone, en verdad, es una nueva mirada sobre la Tierra. No puede seguir siendo un baúl
sin fondo de recursos a ser explotados para beneficio exclusivamente humano, sin considerar a los otros
seres vivos que también necesitan de la biosfera. La Tierra es Madre y Gaia –tesis sustentada sin ningún
éxito por la delegación boliviana– y por eso sujeto de derechos y merecedora de respeto y de
veneración. La crisis no reside en la geofísica de la Tierra, sino en nuestra relación de agresión hacia ella.
Nos hemos vuelto una fuerza geofísica altamente destructiva, inaugurando, como ya se dice, el
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antropoceno, una nueva era geológica marcada por la intensiva intervención descuidada e irresponsable
del ser humano.
Si la humanidad no se encuentra en torno a algunos valores mínimos como la sostenibilidad, el
cuidado, la responsabilidad colectiva, la cooperación y la compasión, podríamos acercarnos a un abismo
abierto delante de nosotros.
Leonardo Boff fue observador de la COP-16 de Cancún
Una revolución todavía por hacer
Leonardo Boff, 14-Enero-2011
Todo cambio de paradigma civilizatorio está precedido de una revolución en la cosmología (visión del
universo y de la vida). El mundo actual surgió con la extraordinaria revolución que introdujeron
Copérnico y Galileo al comprobar que la Tierra no era un centro estable sino que giraba alrededor del
sol. Esto generó una enorme crisis en las mentes y en la Iglesia, pues parecía que todo perdía
centralidad y valor. Pero lentamente se fue imponiendo la nueva cosmología que fundamentalmente
perdura hasta hoy en las escuelas, en los negocios y en la lectura del curso general de las cosas. Sin
embargo, el antropocentrismo, la idea de que el ser humano continúa siendo el centro de todo y que las
cosas están destinadas a su disfrute, se ha mantenido.
Si la Tierra no es estable, por lo menos el universo –se pensaba– es estable. Sería como una
inconmensurable burbuja dentro de la cual se moverían los astros celestes y todas las demás cosas.
Y he aquí que esta cosmología comenzó a ser superada cuando en 1924 un astrónomo amateur,
Edwin Hubble, comprobó que el universo no es estable. Constató que todas las galaxias así como todos
los cuerpos celestes están alejándose unos de otros. El universo, por lo tanto, no es estacionario como
creía todavía Einstein. Está expandiéndose en todas las direcciones. Su estado natural es la evolución y
no la estabilidad.
Esta constatación sugiere que todo comenzó a partir de un punto extremadamente denso de
materia y energía que, de repente, explotó (big bang) dando origen al actual universo en expansión. Esta
idea, propuesta en 1927 por el astrónomo y sacerdote belga George Lemaître, fue considerada
esclarecedora por Einstein y asumida como teoría común. En 1965 Arno Penzias y Robert Wilson
demostraron que de todas las partes del universo nos llega una radiación mínima, tres grados Kelvin, que
sería el último eco de la explosión inicial. Analizando el espectro de la luz de las estrellas más distantes,
la comunidad científica concluyó que esta explosión habría ocurrido hace 13,7 mil millones de años. Esta
es pues la edad del universo y la nuestra, pues un día estábamos, virtualmente, todos juntos allí, en
aquel ínfimo punto llameante.
Al expandirse, el universo se auto-organiza, se autocrea y genera complejidades cada vez mayores
y órdenes cada vez más altos. Es convicción de los más notables científicos que, al alcanzar cierto grado
de complejidad, en cualquier parte, la vida emerge como imperativo cósmico. Así también la conciencia y
la inteligencia. Todos nosotros, nuestra capacidad de amar y de inventar, no estamos fuera de la
dinámica general del universo en cosmogénesis. Somos partes de este inmenso todo.
Una energía de fondo insondable y sin márgenes –abismo alimentador de todo– sustenta y pasa a
través de todas las cosas activando las energías fundamentales sin las cuales no existiría nada de lo que
existe.
A partir de esta nueva cosmología, nuestra vida, la Tierra y todos los seres, nuestras instituciones,
la ciencia, la técnica, la educación, las artes, las filosofías y las religiones deben ser dotadas de nuevos
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significados. Todo y todas las cosas son emergencias de este universo en evolución, dependen de sus
condiciones iníciales y deben ser comprendidas dentro del interior de este universo vivo, inteligente,
auto-organizativo y ascendente rumbo a órdenes aun más altos.
Esta revolución todavía no ha provocado una crisis semejante a la del siglo XVI, pues no ha
penetrado suficientemente en las mentes de la mayor parte de la humanidad, ni de los intelectuales,
mucho menos en las de los empresarios y los gobernantes. Pero está presente en el pensamiento
ecológico, sistémico, holístico y en muchos educadores, fundando el paradigma de la nueva era, el
Ecozoico.
¿Por qué es urgente que se incorpore esta revolución paradigmática? Porque ella nos
proporcionará la base teórica necesaria para resolver los actuales problemas del sistema-Tierra en
proceso acelerado de degradación. Nos permite ver nuestra interdependencia y mutualidad con todos
los seres. Formamos junto con la Tierra viva la gran comunidad cósmica y vital. Somos la expresión
consciente del proceso cósmico y responsables de esta porción de él, la Tierra, sin la cual todo lo que
estamos diciendo sería imposible. Porque no nos sentimos parte de la Tierra, la estamos destruyendo. El
futuro del siglo XXI y de todas las COPs dependerá de que asumamos o no esta nueva cosmología.
Verdaderamente solo ella nos podrá salvar.
Leonardo Boff y Mark Hathway son autores de The Tao of Liberation: exploring the ecology of
transformation, New York 2010.
El precio de no escuchar a la naturaleza
Leonardo Boff, 17-Enero-2011
Un cataclismo ambiental, social y humano se ha abatido en la segunda semana de enero sobre las tres
ciudades serranas del Estado de Río de Janeiro, Petrópolis, Teresópolis y Nueva Friburgo, con cientos de
muertos, destrucción de regiones enteras y un inconmensurable sufrimiento de quienes perdieron
familiares, casas y todos sus haberes. Sus causas más inmediatas han sido las lluvias torrenciales propias
del verano, y la configuración geofísica de las montañas, con poca capa de suelo sobre el cual crece una
exuberante floresta subtropical, asentada sobre inmensas rocas lisas, que a causa de la infiltración de las
aguas y el peso de la vegetación provocan frecuentemente deslizamientos fatales.
Se culpa a las personas que ocuparon las áreas de riesgo, se incrimina a los políticos corruptos que
distribuyeron terrenos peligrosos a la gente pobre, se critica al poder público que se mostró indolente y
no hizo obras de prevención por no ser visibles y no atraer votos. En todo esto hay mucha verdad, pero
la causa principal de esta tragedia avasalladora no reside en eso.
La causa principal deriva del modo como solemos tratar a la naturaleza. Ella es generosa con
nosotros, pues nos ofrece todo lo que necesitamos para vivir, pero en contrapartida la consideramos
como si fuera un objeto del que podemos disponer a capricho, sin sentido de responsabilidad por su
preservación y sin que le demos retribución alguna. Al contrario, la tratamos con violencia, la
depredamos, arrancando todo lo que podemos de ella para nuestro beneficio. Y encima la convertimos
en un inmenso basurero de nuestros desechos.
Todavía peor aún: no conocemos su naturaleza ni su historia. Somos analfabetos e ignorantes de la
historia que se realizó en nuestros lugares a lo largo de millares y millares de años. No nos preocupamos
de conocer su flora ni su fauna, las montañas, los ríos, los paisajes, las personas significativas que
vivieron ahí, artistas, poetas, gobernantes, sabios y constructores.
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Somos en gran parte todavía deudores del espíritu científico moderno que identifica la realidad con
sus aspectos meramente materiales y mecanicistas sin incluir en ella la vida, la conciencia y la comunión
íntima con las cosas que los poetas, músicos y artistas nos evocan en sus magníficas obras. El universo y
la naturaleza tienen una historia que está siendo contada por las estrellas, por la Tierra, por la afloración
y la elevación de las montañas, por los animales, por los bosques y selvas, y por los ríos. Nuestra tarea es
saber escuchar e interpretar los mensajes que nos mandan. Los pueblos originarios sabían captar cada
movimiento de las nubes, el sentido de los vientos, y sabían cuando venían o no trombas de agua. Chico
Mendes con quien participé en largos recorridos por la selva amazónica de Acre sabía interpretar cada
ruido de la selva, leer las señales del paso de la onza en las hojas del suelo, y con el oído pegado a la
tierra conocer la dirección que llevaba la manada de peligrosos cerdos salvajes. Nosotros hemos
olvidado todo eso. Con el recurso de las ciencias leemos la historia inscrita en las capas de cada ser, pero
este conocimiento no ha entrado en los currículos escolares ni se ha transformado en cultura general.
Antes bien, se ha vuelto técnica para dominar la naturaleza y acumular.
En el caso de nuestras ciudades serranas es natural que haya lluvias torrenciales en el verano.
Siempre pueden ocurrir desmoronamientos de las laderas. Sabemos que ya se ha instalado el
calentamiento global que hace estos sucesos más frecuentes y más intensos. Conocemos los valles
profundos y los riachuelos que corren por allí. Pero no escuchamos el mensaje que nos envían, que es no
construir casas en las laderas, no vivir cerca del río, y preservar celosamente la vegetación de las riberas.
El río tiene dos lechos: uno normal, menor, por el cual fluyen las aguas corrientes y otro mayor por
donde se vacían las grandes aguas de las lluvias torrenciales. En esta parte no se puede construir ni vivir.
Estamos pagando un alto precio por nuestro descuido y por la destrucción de la Mata Atlántica que
equilibraba el régimen de lluvias. Lo que se impone ahora es escuchar a la naturaleza y hacer obras
preventivas que respeten el modo de ser de cada ladera, de cada valle y de cada río.
Sólo controlamos la naturaleza en la medida en que la obedecemos, sabemos escuchar sus
mensajes y leer sus señales. En caso contrario tendremos que contar con tragedias fatales evitables.
El antropoceno: una nueva era geológica
Leonardo Boff, 21-Enero-2011
Las crisis clásicas conocidas, como por ejemplo la de 1929, afectaron profundamente a todas las
sociedades. La crisis actual es más radical, pues está atacando a nuestro modus essendi: las bases de la
vida y de nuestra civilización. Antes se daba por descontado que la Tierra estaba ahí, intacta y con
recursos inagotables. Ahora ya no podemos contar con una Tierra sana y abundante en recursos. Eso
terminó; degradada y con fiebre no soporta más un proyecto infinito de progreso.
La crisis presente desnuda la engañosa comprensión dominante de la historia, la naturaleza y la
Tierra, que coloca al ser humano fuera y encima de la naturaleza con una excepcional misión, la de
dominarla. Hemos perdido la noción de todos los pueblos originarios de que pertenecemos a la
naturaleza. Hoy diríamos que somos parte del sistema solar, y de nuestra galaxia, que a su vez es parte
del universo. Todos surgimos a lo largo de un inmenso proceso evolutivo. Todo está alimentado por la
energía de fondo y por las cuatro interacciones que siempre actúan juntas: la fuerza de la gravedad, la
electromagnética y las nucleares débil y fuerte. La vida y la conciencia son emergencias de este proceso.
Nosotros los humanos representamos la parte consciente e inteligente de la Vía Láctea y de la propia
Tierra, con la misión no de dominarla sino de cuidar de ella para mantener las condiciones ecológicas
que nos permitan llevar adelante nuestra vida y la civilización.
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Ahora bien, esas condiciones están siendo minadas por el actual proceso productivista y
consumista. Ya no se trata de salvar nuestro bienestar, sino de salvar la vida humana y la civilización. Si
no moderamos nuestra voracidad y no entramos en sinergia con la naturaleza, difícilmente saldremos de
la situación actual. O sustituimos estas premisas equivocadas por otras mejores o corremos el peligro de
autodestruirnos. La conciencia del peligro no es todavía colectiva.
Es importante reconocer un hecho del proceso evolutivo que nos perturba: junto con la gran
armonía coexiste también la extrema violencia. La propia Tierra en sus 4,5 mil millones de años de
existencia ha pasado por varias devastaciones. En algunas de ellas perdió casi el 90% de su capital
biótico, pero la vida se mantuvo siempre y se rehizo con renovado vigor.
La última gran devastación, un verdadero Armagedón ambiental, ocurrió hace 67 millones de años
cuando en el Caribe, cerca de Yucatán en México, cayó un meteoro de casi 10 Km. de extensión. Produjo
un tsunami con olas del tamaño de edificios altos y un temblor que afectó a todo el planeta, activando a
la mayoría de los volcanes. Una inmensa nube de polvo y de gases fue lanzada al cielo, alterando durante
decenas de años el clima de la Tierra. Los dinosaurios, que habían reinado soberanos en la Tierra durante
más de cien millones de años, desaparecieron totalmente. La era mesozoica, la de los reptiles, llegaba a
su fin y comenzaba la era cenozoica, la de los mamíferos. Como si fuera una venganza, la Tierra produjo
una floración de vida como nunca antes. Nuestros antepasados primates surgieron por esta época.
Somos del género de los mamíferos.
Pero he aquí que en los últimos trescientos años el homo sapiens/demens está llevando a cabo una
embestida poderosísima sobre todas las comunidades ecosistémicas del planeta, explotándolas y
canalizando gran parte del producto terrestre bruto hacia los sistemas humanos de consumo. La
consecuencia equivale a una devastación como las de antaño. El biólogo E. Wilson dice que la
humanidad es la primera especie en la historia de la vida en la Tierra que se ha vuelto una fuerza
geofísica destructiva. La tasa de extinción de especies producida por la actividad humana es cincuenta
veces mayor que la que existía antes de la intervención humana. Con la aceleración actual, dentro de
poco –continúa Wilson– podremos alcanzar la cifra de hasta diez mil veces más especies exterminadas
por el voraz proceso consumista. El caos climático actual es uno de sus efectos.
El premio Nóbel de Química de 1995, el holandés Paul J. Crutzen, aterrorizado por la magnitud del
actual ecocidio, afirmó que hemos inaugurado una nueva era geológica: el antropoceno. Es la edad de las
grandes diezmaciones perpetradas por la irracionalidad del ser humano (en griego ántropos). Así termina
tristemente la aventura de 66 millones de años de historia de la era cenozoica. Comienza el tiempo de la
oscuridad.
¿A dónde nos conduce el antropoceno? Toca reflexionar seriamente.
¿Una ley de responsabilidad socioambiental?
Leonardo Boff, 28-Enero-2011
Ya existe la ley de responsabilidad fiscal. Un gobernante no puede gastar más de lo que le permite el
importe de los impuestos recogidos. Esto ha mejorado significativamente la gestión pública.
La acumulación de desastres socioambientales ocurridos últimamente, con derrumbe de laderas,
crecidas devastadoras y centenares de víctimas fatales, unido a la destrucción de paisajes enteros nos
obligan a pensar en la instauración de una ley nacional de responsabilidad socioambiental, con penas
severas para quienes no la respeten.
Ya se ha dado un paso con la conciencia de la responsabilidad social de las empresas. Ellas no
pueden pensar solamente en sí mismas y en los beneficios de sus accionistas. Deben asumir una clara
responsabilidad social, pues no viven en un mundo aparte: están en una determinada sociedad, con un
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Estado que dicta leyes, se sitúan en un determinado ecosistema y están siendo presionadas por una
conciencia ciudadana que reclama cada vez más el derecho a una buena calidad de vida.
Que quede claro que responsabilidad social no es lo mismo que la obligación social prevista por la
ley referente al pago de impuestos, encargos y salarios; ni puede ser confundida con la respuesta social,
que es la capacidad de las empresas de adecuarse a los cambios en el campo social, económico y técnico.
La responsabilidad social es la obligación que asumen las empresas de buscar metas que, a medio y largo
plazo, sean buenas para ellas y también para el conjunto de la sociedad en la cual están ubicadas.
No se trata de hacer para la sociedad, lo que sería filantropía, sino con la sociedad, involucrándose
en proyectos elaborados en común con los municipios, ONGs y otras entidades.
Pero seamos realistas: en un régimen neoliberal como el nuestro, siempre que los negocios no son
rentables, disminuye o hasta desaparece la responsabilidad social. El mayor enemigo de la
responsabilidad social es el capital especulativo. Su objetivo es maximizar los beneficios de las carteras y
portafolios que controla. No ve otra responsabilidad, sino la de garantizar ganancias.
Pero la responsabilidad social no es suficiente, pues no incluye lo ambiental. Son pocos los que se
han dado cuenta de la relación de lo social con lo ambiental. Es una relación intrínseca. Todas las
empresas y cada uno de nosotros vivimos en la tierra, no en las nubes: respiramos, comemos, bebemos,
pisamos los suelos, estamos expuestos a los cambios de clima, inmersos en la naturaleza con su
biodiversidad, habitados por miles de millones de bacterias y otros microorganismos. Es decir, estamos
dentro de la naturaleza y somos parte de ella. La naturaleza puede vivir sin nosotros como lo hizo
durante miles de millones de años, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Por lo tanto, lo social sin lo
ambiental es irreal. Los dos nos llegan siempre juntos.
Esto que parece obvio, no lo es para gran parte de la gente. ¿Por qué excluimos a la naturaleza?
Porque somos todos antropocéntricos, es decir, pensamos solamente en nosotros mismos. La naturaleza
es algo externo, para nuestro disfrute.
Somos irresponsables con la naturaleza, cuando derribamos árboles, cuando vertemos miles de
millones de litros de pesticidas en el suelo, cuando lanzamos a la atmósfera anualmente cerca de 21 mil
millones de toneladas de gases de efecto invernadero, cuando contaminamos las aguas, destruimos la
vegetación ribereña, no respetamos el declive de las montañas que pueden desmoronarse y matar a la
gente, ni observamos el curso de los ríos que, si crecen, pueden llevarse todo por delante.
No interiorizamos los datos que biólogos y astrofísicos nos proporcionan: Todos tenemos el mismo
alfabeto genético de base, por eso somos todos primos y hermanos y hermanas, y formamos así la
comunidad de vida. Cada ser posee valor intrínseco y por eso tiene derechos. Nuestra democracia no
puede incluir solamente a los seres humanos. Sin los otros miembros de la comunidad de vida no somos
nada. Ellos valen como nuevos ciudadanos que deben ser incluidos en nuestro concepto de democracia,
que pasa entonces a ser una democracia socioambiental. La naturaleza y las cosas nos dan señales. Nos
llaman la atención sobre los eventuales riesgos que podemos evitar.
No basta la responsabilidad social, debe ser socioambiental. Es urgente que el Parlamento vote una
ley de responsabilidad socioambiental para imponerla a todos los gestores de la cosa pública. Sólo así
evitaremos tragedias y muertes.
«¿Dando se recibe?»
Leonardo Boff, 04-Febrero-2011
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Estamos en tiempo de montaje del gobierno. Hay disputas por cargos y funciones por parte de partidos y
de políticos. Se realizan negociaciones, cargadas de intereses y de mucha vanidad. En este contexto, se
oye citar este tópico de la inspiradora oración de san Francisco por la paz: «es dando como
recibiremos» para justificar la permuta de favores y de apoyos donde corre también mucho dinero. Es
una manipulación torpe del espíritu generoso y desinteresado de san Francisco. Pero dejemos a un lado
estos desvíos y veamos su sentido verdadero.
Hay dos economías: la de los bienes materiales y la de los bienes espirituales. Una y otra siguen
lógicas diferentes. En la economía de los bienes materiales, cuanto más das bienes, ropas, casas, tierras y
dinero, menos tienes. Si alguien da sin prudencia y derrocha sin control acaba en la pobreza. En la
economía de los bienes espirituales, por el contrario, cuanto más das, más recibes; cuanto más entregas,
más tienes. Es decir, cuanto más das amor, dedicación y acogida (bienes espirituales), más ganas como
persona y más subes en el concepto de los demás. Los bienes espirituales son como el amor: al dividirse
se multiplican. O como el fuego: al extenderse, aumentan.
Comprendemos esta paradoja considerando la estructura de base del ser humano. Es un ser de
relaciones ilimitadas. Cuanto más se relaciona, o sea, sale de sí en dirección al otro, al diferente, a la
naturaleza y a Dios, es decir, cuanto más da acogida y amor, más se enriquece, más se adorna de valores,
más crece e irradia como persona.
Por lo tanto, es dando como se recibe. Muchas veces se recibe mucho más de lo que se da. ¿No es
ésta la experiencia atestiguada por tantos y tantas que dan tiempo, dedicación y bienes para ayudar a las
víctimas de la hecatombe socioambiental ocurrida en las ciudades serranas de Río de Janeiro, en este
triste mes de enero, cuando murieron cientos de personas y miles quedaron sin techo? Este «dar»
desinteresado produce un tremendo efecto espiritual que es sentirse más humanizado y enriquecido. Se
convierte en gente de bien, tan necesaria hoy.
Cuando alguien que tiene da sus bienes materiales dentro de la lógica de la economía de los bienes
espirituales para apoyar a los que perdieron todo y ayudarlos a rehacer la vida y la casa, experimenta la
satisfacción interior de estar con quien lo necesita y puede testimoniar lo que decía san Pablo: «hay
mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Alguien que no es pobre se siente espiritualmente
rico.
Existe por lo tanto una relación circular entre el dar y el recibir, una verdadera reciprocidad. Ésta
representa, en un sentido mayor, la propia lógica del universo, como no se cansan de enfatizar biólogos y
astrofísicos. Todo, galaxias, estrellas, planetas, seres inorgánicos y orgánicos, hasta las partículas
elementales, todo se estructura en una red intrincadísima de inter-retro-relaciones de todos con todos.
Todos co-existen, inter-existen, se ayudan mutuamente, dan y reciben recíprocamente lo que necesitan
para existir y co-evolucionar dentro de un sutil equilibrio dinámico.
Nuestro drama es que no aprendemos nada de la naturaleza. Sacamos todo de la Tierra y no le
devolvemos nada, ni siquiera tiempo para descansar y regenerarse. Sólo recibimos y nada damos. Esta
falta de reciprocidad ha llevado a la Tierra al desequilibrio actual.
Urge por lo tanto incorporar de forma vigorosa la economía de los bienes espirituales a la
economía de los bienes materiales. Sólo así restableceremos la reciprocidad del dar y del recibir. Habría
menos opulencia en las manos de pocos y los muchos pobres dejarían de ser carentes y podrían sentarse
a la mesa comiendo y bebiendo del fruto de su trabajo. Tiene más sentido compartir que acumular,
reforzar el vivir bien de todos que buscar avaramente el bien particular. ¿Qué nos llevamos de la Tierra?
Solamente bienes del capital espiritual. El capital material se queda.
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Lo verdaderamente importante es dar, dar… y otra vez dar. Solo así se recibe. Y se comprueba la
verdad franciscana según la cual «es dando como se recibe» ininterrumpidamente amor, reconocimiento
y perdón. Fuera de esto, todo es comercio y feria de vanidades.
Leonardo Boff es autor de La oración de san Francisco, un mensaje de paz para el mundo actual, Sal
Terrae 2005.
Una esperanza: la Era del Ecozoico
Leonardo Boff, 11-Febrero-2011
Quien haya leído mi artículo anterior El antropoceno: una nueva era geológica debe haberse quedado
desolado. Y con razón, pues intencionadamente quise provocar tal sentimiento. En efecto, la visión del
mundo imperante, mecanicista, utilitarista, antropocéntrica y sin respeto por la Madre Tierra y por los
límites de sus ecosistemas sólo puede llevar a un impasse peligroso: destruir las condiciones ecológicas
que nos permiten mantener nuestra civilización y la vida humana en este esplendoroso Planeta.
Pero como toda realidad tiene dos caras, veamos el lado prometedor de la crisis actual: el
nacimiento de una nueva era, el Ecozoico. Esta expresión fue sugerida por uno de los más importantes
astrofísicos de la actualidad, Brian Swimme, director del Centro para la Historia del Universo del Instituto
de Estudios Integrales de California.
¿Qué significa la Era del Ecozoico? Significa colocar lo ecológico como la realidad central a partir de
la cual se organizan las demás actividades humanas, principalmente la económica, de tal manera que se
preserve el capital natural y se atiendan las necesidades de toda la comunidad de vida, presente y futura.
De esto resulta un equilibrio en nuestras relaciones con la naturaleza y la sociedad en el sentido de la
sinergia y de la mutua pertenencia dejando abierto el camino hacia adelante.
Vivíamos bajo el mito del progreso. Pero éste se entendía de forma distorsionada, como control
humano sobre el mundo no-humano para tener un PIB cada vez mayor. La forma correcta es entender el
progreso en sintonía con la naturaleza y medirlo por el funcionamiento integral de la comunidad
terrestre. El Producto Interior Bruto no puede ser hecho a costa del Producto Terrestre Bruto. Aquí está
nuestro pecado original.
Olvidamos que estamos dentro de un proceso único y universal –la cosmogénesis– diverso,
complejo y ascendente. De las energías primordiales llegamos a la materia, de la materia a la vida, de la
vida a la conciencia y de la conciencia a la mundializacion. El ser humano es la parte consciente e
inteligente de este proceso. Es un evento ocurrido en el universo, en nuestra galaxia, en nuestro sistema
solar, en nuestro Planeta y en nuestros días.
La premisa central del Ecozoico es entender el universo como conjunto de las redes de relaciones
de todos con todos: nosotros los humanos somos esencialmente seres de intrincadísimas relaciones. Y
entender la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula y continuamente se renueva. Dada
la embestida productivista y consumista de los humanos, este organismo ha quedado enfermo e incapaz
de «digerir» todos los elementos tóxicos que hemos producido en los últimos siglos. Por ser un
organismo, no puede sobrevivir de forma fragmentada sino integral. Nuestro desafío actual es mantener
la integridad y la vitalidad de la Tierra. El bienestar de la Tierra es nuestro bienestar.
El objetivo inmediato del Ecozoico no es simplemente disminuir la devastación en curso, sino
alterar el estado de conciencia responsable de esta devastación. Cuando surgió el cenozoico (nuestra
era, hace 66 millones de años) el ser humano no tuvo ninguna influencia en él. Ahora, en el ecozoica,
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muchas cosas pasan por causa de nuestras decisiones: si preservamos una especie o un ecosistema o los
condenamos a la desaparición. Nosotros copilotamos el proceso evolutivo.
En términos positivos, lo que la era del Ecozoico pretende a fin de cuentas es alinear las actividades
humanas con las otras fuerzas operantes en todo el Planeta y en el Universo, para que se alcance un
equilibrio creativo y podamos así garantizar un futuro común. Esto implica otro modo de imaginar, de
producir, de consumir y de dar significado a nuestro paso por este mundo. Ese significado no nos viene
de la economía sino del sentimiento de lo sagrado ante el misterio del universo y de nuestra propia
existencia. Esto es la espiritualidad.
Cada vez más personas se están incorporando a la era del Ecozoico. Ella, como se deduce, está
llena de promesas. Nos abre una ventana hacia un futuro de vida y de alegría. Necesitamos hacer una
convocatoria general para que se generalice en todos los ámbitos y se plasme la nueva conciencia.
El difícil paso del tecnozoico al ecozoico
Leonardo Boff, 18-Febrero-2011
Las grandes crisis conllevan grandes decisiones. Hay decisiones que significan vida o muerte para ciertas
sociedades, instituciones o personas. La situación actual es la de un enfermo al cual el médico le dice: O
controla usted sus altas tasas de colesterol y su presión o tendrá que enfrentarse a lo peor. Usted elige.
La humanidad como un todo tiene fiebre y está enferma; debe decidir: o continuar con su ritmo
alucinado de producción y consumo, garantizando siempre el crecimiento del PIB nacional y mundial,
ritmo altamente hostil a la vida, o enfrentarse dentro de poco a las reacciones del sistema-Tierra que ya
ha dado claras señales de estrés global. No tememos un cataclismo nuclear, no imposible pero sí
improbable, que significaría el fin de la especie humana. Recelamos, eso sí, como muchos científicos
advierten, de un cambio repentino, abrupto y drástico del clima que diezmaría rápidamente muchísimas
especies y pondría en grave peligro nuestra civilización.
Esto no es una fantasía siniestra. El informe del IPPC de 2001 indicaba ya esta eventualidad. El
informe de la U.S. National Academy of Sciences de 2002 afirmaba «que recientes evidencias científicas
apuntan hacia la presencia de un acelerado y vasto cambio climático; el nuevo paradigma de un cambio
abrupto en el sistema climático está bien establecido por la investigación hace ya diez años, sin embargo
este conocimiento está poco difundido y es escasamente tomado en cuenta por los analistas sociales».
Richard Alley, presidente del U.S. National Academy of Sciences Committee on Abrupt Climate Change
comprobó con su grupo que, al salir de la última glaciación, hace 11 mil años, el clima de la Tierra subió 9
grados en solo 10 años (datos tomados de R.W.Miller, Global Climate Disruption and Social Justice, N.Y
2010). Si eso sucediera con nosotros tendríamos que enfrentarnos a una hecatombe ambiental y social
de consecuencias dramáticas.
¿Que es lo que está en juego con la cuestión climática? Están en juego dos prácticas con relación a
la Tierra y a sus recursos limitados, que fundan dos eras de nuestra historia: la tecnozoica y la ecozoica.
En la tecnozoica se utiliza un potente instrumento, inventado en los últimos siglos, la tecnociencia,
con la cual se explotan de forma sistemática y cada vez con más rapidez todos los recursos,
especialmente en beneficio de las minorías mundiales, dejando al margen a gran parte de la humanidad.
Prácticamente toda la Tierra ha sido ocupada y explotada. Ha quedado saturada de toxinas, elementos
químicos y gases de efecto invernadero hasta el punto de perder su capacidad de metabolizarlos. El
síntoma más claro de esta incapacidad suya es la fiebre que se ha hecho presente en el Planeta.
En la ecozoica se considera a la Tierra dentro del proceso evolutivo. Desde hace más de 13,7 mil
millones de años el universo existe y está en expansión, empujado por la insondable energía de fondo y
por las cuatro interacciones que sostienen y alimentan cada cosa. Es un proceso unitario, diverso y
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complejo que produjo las grandes estrellas rojas, las galaxias, nuestro Sol, los planetas y nuestra Tierra.
Generó también las primeras células vivas, los organismos multicelulares, la proliferación de la fauna y
de la flora, la autoconciencia humana por la cual nos sentimos parte del Todo y responsables del Planeta.
Todo este proceso envuelve a la Tierra hasta el momento actual. Respetado en su dinámica, permite a la
Tierra mantener su vitalidad y su equilibrio.
El futuro se juega entre quienes están comprometidos con la era tecnozoica con los riesgos que
encierra y quienes, asumiendo la ecozoica, luchan para mantener los ritmos de la Tierra, producen y
consumen dentro de sus límites y ponen su interés principal en perpetuarse y en el bienestar humano y
de la comunidad terrestre.
Si no damos este paso difícilmente escaparemos del abismo que espera delante de nosotros.
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