La ofensiva de Ignaz Semmelweis contra los miasmas ineluctables

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EDUCACIÓN
Y PRÁCTICAyDE
LA MEDICINA
• Titulo
resumido
Educación
Práctica
de la
Medicina
La ofensiva de Ignaz Semmelweis contra
los miasmas ineluctables y el nihilismo
terapéutico
The offensive of Ignaz Semmelweis against
ineluctable miasms and the therapeutic nihilism
Octavio Martínez • Ciudad xxxx
Resumen
A Semmelweis, la posteridad sólo le reconoce la introducción del lavado antiséptico de manos
para reducir la infección hospitalaria, lo acusa de haber sido incapaz de superar las dificultades
epistémicas para levantar el statu quo imperante, se lo denuesta por defender con fervor sus ideas,
por su tosquedad y torpeza en las relaciones con sus colegas, y por la rudeza de sus escritos. Su
cometido se centraba en desarrollar prácticas obstétricas seguras, valorativas de la vida de la madre
y cumplidoras del imperativo ético para el médico, por sobre todo no hacer daño. La deuda que se
tiene con Semmelweis es el reconocimiento de su altura moral. (Acta Med Colomb 2014; 39: 00-00).
Palabras clave: Semmelweis, miasmas, nihilismo terapéutico, “primum non nocere”
Abstract
Posterity only recognizes to Semmelweis the introduction of antiseptic hand washing to reduce
hospital infection, and accuses him of have been unable to overcome the epistemic difficulties for
lifting the prevailing status quo, and is decried for fervently defend his ideas, for his crudeness and
awkwardness in the relationships with his colleagues, and the rudeness of his writings. His role focused on developing safe delivery practices, valorative of the life of the mother and in compliance
with the ethical imperative for the physician, above all do no harm. The debt owed to Semmelweis
is the recognition of his moral height. (Acta Med Colomb 2014; 39: 00-00).
Keywords: Semmelweis, miasma, therapeutic nihilism, “primum non nocere”
Introducción
Ignaz Semmelweis, proclamado fuera de su tiempo el
precursor del lavado antiséptico de manos para disminuir
infecciones nosocomiales, no alcanzó a rebatir la teoría
miasmática de las epidemias imperante en su época ni a
completar una teoría comprensiva sobre la causa común
necesaria para la fiebre puerperal. Sus observaciones clínicas, sus juiciosos estudios estadísticos y sus inferencias
causales no fueron revolucionarios en el sentido de ruptura
paradigmática, sino una revuelta contra el “nihilismo terapéutico” que permeaba todos los estamentos del Imperio
de los Habsburgo, tanto en lo político y cultural como en lo
médico y científico. Su cometido se centraba en desarrollar
prácticas obstétricas seguras, valorativas de la vida de la
madre y cumplidoras del imperativo ético para el médico,
por sobre todo no hacer daño.
Los datos tabulados y analizados por Semmelweis (1)
fueron desechadas por sus contradictores, quienes responActa
cta M
Médica
ed Colomb
Vol. 39VNº
2014
A
Colombiana
ol. 1
39~N°1
~ Enero-Marzo 2014
Dr. Octavio Martínez Betancur: Profesor
Asociado, Departamento de Medicina Interna, Facultad de Medicina, Universidad
Nacional de Colombia. ciudadxxx
Correspondencia. Dr. Octavio Martínez
Betancur ciudadxxx
E-mail: [email protected]
Recibido: 1/IV/2013 Aceptado: 16/X/2013
dían a una larga tradición de dogmas no cuestionados, rehusando aceptar la evidencia experimental que no se ajustaba
con sus prejuicios. El propósito de este estudio es relacionar
el logro cognitivo de Semmelweis con las circunstancias
culturales, políticas, económicas y académicas dentro de
las cuales gestó su delirante y apasionado trabajo, partiendo
del supuesto que la actividad científica está permeada por
los valores de la sociedad en que interactúa el investigador.
El reconocimiento de la altura moral de Semmelweis es la
deuda que la comunidad académica debe saldar con su obra,
que fue su vida.
Pervivencia de los miasmas
Durante todo el siglo XVIII, las cuatro principales explicaciones para las epidemias fueron, (i) la “constitución
epidémica” de la atmósfera, (ii) las condiciones “miasmáticas” locales ocasionadas por el clima, las estaciones, los
enfermos y la materia orgánica putrefacta, (iii) el contagio, y
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O. Martínez
(iv) la variación en la resistencia vital de los sujetos, presunción vaga para explicar casos individuales extraordinarios.
Para consideraciones prácticas, los miasmas y el contagio
eran las dos teorías en la cuales se basaban las medidas
preventivas (2).
Al comienzo del siglo XVIII, la transmisión aérea ya
fuese a cortas o largas distancias, fue considerada por la
profesión médica de primera importancia, y de segunda, el
contagio entre personas, fuese directo o indirecto a través
de objetos inanimados. La infección se pensaba debida a la
transferencia de miasmas que contenían partículas envenenadas de la exhalación pútrida de la persona enferma a la
persona saludable. La resistencia de los médicos a la teoría
del contagio se fortalecía al observar la diseminación de la
plaga de país a país y de puerto en puerto, y la experiencia
decía que se daban muchas epidemias que el contagio entre
personas no explicaba, como casos de epidemias en nuevos
localidades que no habían tenido contacto con ninguna
persona enferma y que desaparecían tan inexplicablemente
como se presentaban, sin diseminación ulterior. Así, el
énfasis durante todo el siglo XVIII fue la ventilación de
los ambientes hospitalarios, cárceles, barcos, instalaciones
militares y demás espacios cerrados, en prevención de
epidemias de infección a través de la transmisión aérea
(miasmas) (2, 3).
El nombre de fiebre puerperal apareció en 1720 y las
primeras descripciones se dieron alrededor de 1740. Hasta
la primera mitad del siglo XVIII los partos eran atendidos
por comadronas. El nacimiento no formaba parte del cuidado
médico y con muy pocas excepciones, las parteras no llevaban registros. Fue la participación del médico en el parto y
especialmente la fundación de hospitales obstétricos en la
segunda mitad del siglo XVIII lo que forzó la atención en
la enfermedad. La fiebre puerperal ocurría en dos formas,
esporádica y epidémica en ciudades y hospitales. La tasa
de mortalidad en casos esporádicos era cercana a 30%, tan
altas como 80% al inicio de las epidemias y amainaba en
la medida que la epidemia cedía (4-7). La prevalencia de
la enfermedad junto con la inefectividad de las medidas
preventivas, sugerían que la enfermedad era epidémica, y
las enfermedades epidémicas estaban más allá del control
humano. La teoría miasmática de la fiebre puerperal tenía
apoyo casi universal, inculpando a las impropias condiciones
atmosféricas la principal causa de la rápida diseminación
de la infección una vez instalada en las maternidades hospitalarias, contra la cual no podía haber defensa (2, 8, 9).
El objetivo del diseño del Hospital General de Viena,
“casa de almas” para pobres y soldados con capacidad para
2000 personas, fundado en 1784 e instalado en un edificio
ya construido con 25 años de antigüedad, era la adecuada
circulación de aire de conformidad con la entonces vigente
teoría miasmática de la infección. La Clínica de Maternidad
del Hospital General de Viena, dirigida por Johann Klein,
profesor jefe de obstetricia de gran importancia para la negativa y hostil recepción de la ideas de Semmelweis, ocupaba
2
el espacio entre el hospital de fiebres y el departamento quirúrgico. Por estándares de construcción de la época, constaba
de ocho salas amplias intercomunicadas, con 20 camas cada
una. Cada sala tenía diez ventanas altas a ambos lados para
permitir la ventilación cruzada por sobre las cabezas de los
pacientes, y se instalaron numerosos ventiladores, aún sobre
las camas de los pacientes para eliminar los efectos del “aire
corrupto” y diluir los efluvios putrefactos. El mecanismo de
disposición de excretas se diseñó de tal manera que previniera el escape de olores. El énfasis se ponía en la ventilación y
en la distancia que separaba los pacientes (10, 11).
Semmelweis, quien en 1846 se posesiona como Asistente Provisional y asciende al año siguiente a Asistente en
la Clínica del profesor Klein, centra sus observaciones en
encontrar y superar las causas de la excesiva mortalidad en
la Primera Clínica, con tres consideraciones definitivas para
su investigación (12, 13):
1. En 1820, la aproximación anatómica al estudio de la
medicina era el estándar en Viena. Para un mejor entendimiento de la enfermedad era necesario realizar disecciones de cadáveres constantemente. Los estudiantes
de medicina extranjeros venidos a adquirir experiencia
en la clínica de obstetricia más grande de Europa, asignados en número de 20 a 30 para asistir el trabajo de la
Primera Clínica, caminaban desde la sala de autopsias
directamente a las áreas de trabajo y atención del parto.
Semmelweis notó que antes de 1820, las tasas de mortalidad en el Hospital General de Viena eran mucho
menores que 1% anual.
2. En 1833, el Hospital General de Viena dividió su servicio
obstétrico en dos unidades, cada una compuesta tanto por
médicos como por parteras. Durante ese tiempo, las tasas
de fiebre puerperal eran bastante parecidas, cercanas a
6% anual y en algunos meses eran tan altas como 25%
a 30%. En 1840 el personal de las unidades fue reasignado. La Primera Clínica la componían exclusivamente
médicos y la Segunda Clínica únicamente parteras. Este
cambio generó tasas discordantes de fiebre puerperal con
aumento significativamente mayor en la Primera Clínica.
Este hecho condujo a que Semmelweis desestimara la
teoría epidémica de las influencias atmosféricas contra
las cuales no había defensa. Las dos Clínicas estaban
sujetas a las mismas influencias atmosféricas; si la
enfermedad fuera epidémica, habría ocurrido con la
misma frecuencia en ambas Clínicas y, además, las tasas
de sepsis puerperal en mujeres que tenían sus partos en
las calles no serían tan bajas, mucho menores que las
que parían en el Hospital. Estos hechos convencieron
firmemente a Semmelweis que la enfermedad debía ser
endémica (9).
3. No fue el estudio sistemático de las tasas de mortalidad,
la observación de los pacientes ni el trabajo diligente
en la sala de disección lo que permitió a Semmelweis
el reconocimiento de la causa de la fiebre puerperal,
sino la muerte en marzo de 1840 de su amigo Jakob
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Kolletschka, profesor de medicina forense. Kolletschka
murió de “piemia del patólogo” entidad reconocida
que se desarrollaba a partir de una herida menor o no
reconocida en las manos durante una disección, hasta
que una veta eritematosa, dolorosa a lo largo del brazo
anunciaba la presencia de una infección potencialmente
fatal. Cuando Semmelweis estudió los resultados de la
autopsia realizada al cuerpo de Kolletschka, reconoció
que los hallazgos eran idénticos a los característicamente
encontrados en madres muertas de fiebre puerperal. La
infección masiva de Kolletschka había sido causada por
la introducción de “materia cadavérica” en una pequeña
herida con bisturí. Semmelweis concluyó que la materia
cadavérica también debía ser la causa de la fiebre puerperal. Justo como el bisturí de disección introduce materia
cadavérica al interior del torrente sanguíneo del patólogo,
las manos contaminadas de los médicos examinadores
acarrean materia cadavérica de la sala de autopsia a la
mujer en parto (14-21).
Semmelweis también había observado que cuando las
mujeres morían de fiebre puerperal, sus recién nacidos,
tanto hombres como mujeres, algunas veces morían de una
fiebre con las mismas consecuencias anatomopatológicas
de la fiebre puerperal. El paso decisivo en el razonamiento
de Semmelweis fue la conclusión que el estado puerperal
no era una condición necesaria para la presentación de la
enfermedad. Así las cosas, su presunción fue que varios
casos de una enfermedad particular debían mostrar una causa
común. En un ensayo publicado en 1858 dijo explícitamente, “Para que pueda ocurrir fiebre puerperal, es condición
sine qua non que sea introducida materia cadavérica en los
genitales”, indicación directa que en concepto de causalidad
en Semmelweis está vinculado con el de necesidad (9, 22).
“Kolletschka también tenía la enfermedad, entonces la
fiebre puerperal no es una especie de enfermedad; en vez de
ello, es un tipo de piemia”. No había temor en Semmelweis
en la recategorización que pudiera derivarse de su propuesta.
El concepto de fiebre puerperal podía desaparecer (9). El
conflicto ontológico entre Semmelweis y sus colegas estaba
parcialmente sustentado en desacuerdos sobre la manera
en la cual debían definirse y clasificarse las enfermedades.
Los hallazgos morfológicos eran decisivos. No se excluía
la posibilidad que cada enfermedad tuviera varias causas
no relacionadas, y Semmelweis no buscaba explicar todas
las causas de fiebre puerperal, sino únicamente encontrar y
superar las causas de la excesiva mortalidad en la Primera
Clínica. La aproximación de Semmelweis a la intervención
de lavado de manos, así como en el resto de la situación
experimental, pertenecen al realismo de las consecuencias
empíricas y no al reflejo de la hipótesis causal por sí misma
(22).
En oposición con las autoridades médicas, Semmelweis
afirmaba que únicamente su doctrina era consistente con
el cambio en las estadísticas de mortalidad en el Hospital
General de Viena. Su teoría fue rechazada por los líderes
Acta Med Colomb Vol. 39 Nº 1 ~ 2014
de opinión más influyentes, a pesar de la evidencia experimental clara, considerada como una fluctuación estadística.
Después de todo, existía considerable variación en las tasas
de mortalidad. Su teoría fue acusada de únicamente producir
resultados palpables, sin ningún soporte racional derivado
de la doctrina anatómica prevalente, la cual postulaba que
toda enfermedad debe resultar de cambios orgánicos en
la estructura tisular. El concepto de materia orgánica descompuesta era ininteligible en tal doctrina, y las medidas
antisépticas no se ajustaban con ninguna teoría disponible.
Más aún, el lavado de manos parecía ser demasiado simplista
para responder a epidemias supuestamente gestadas por
fuerzas cósmicas ineluctables que ostensiblemente absolvían
de responsabilidades a los médicos por el destino de sus
pacientes. Semmelweis no se preocupó por buscar pruebas
teóricas de su teoría. Él había llegado a su descubrimiento
por medios empíricos y concentró toda su energía en la
aplicación práctica para salvar mujeres de la amenaza de
la muerte (17, 23).
En el mundo de Kuhn, durante un periodo de ciencia
normal, un investigador no puede adelantar conjeturas arbitrarias sino únicamente conjeturas que sean compatibles con
el paradigma dominante. Si un científico adelanta una conjetura que contradice el paradigma dominante, es probable
que sea considerada como un absurdo. En algunos casos, tal
hipótesis puede marcar el comienzo de una revolución, pero,
aun si la hipótesis es vindicada con el tiempo, es probable
que en principio sea fuertemente atacada por la comunidad
científica. Lo anterior sugiere una razón kuhninana para la
falla de Semmelweis. Su práctica tenía necesidad de ser
justificada por una teoría, y la teoría que él adelantó fue
rechazada porque contradecía el entonces paradigma dominante concerniente con la causa de la enfermedad (24).
La mayoría de los contemporáneos de Semmelweis,
consideraban la fiebre puerperal como una enfermedad
de carácter epidémico relacionada con la calidad del aire,
mientras otros la entendían como contagiosa, y que afectaba
fundamentalmente, si no exclusivamente, a embarazadas
y parturientas a través de la alteración mórbida del útero
(21). Existían pues dos teorías principales para explicar las
causas de fiebre puerperal: la teoría miasmática y la teoría
del contagio. La existencia de dos teorías diferentes sugiere
un periodo pre-paradigmático, pero estas teorías no eran
sustentadas por escuelas contendoras de pensamiento en
medicina. Al contrario, casi todos los médicos consideraban
que ambas teorías eran correctas y que las enfermedades
eran explicadas en algunos casos por una de las teorías, en
otros casos por la otra teoría, y aún en otros casos por alguna
combinación de las dos teorías. Lo que se ve entonces no es
un periodo pre-paradigmático, sino lo que puede describirse
como un paradigma compuesto (24).
Tras haberse lavado cuidadosamente las manos según
sus propias indicaciones de desinfección y examinado primero a una parturienta que sufría cáncer uterino ulcerado,
examinó a otras 12 mujeres de la misma sala después de un
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O. Martínez
lavado rutinario sin desinfección. Al morir once de ellas
de fiebre puerperal, la conclusión de Semmelweis fue que
no sólo la materia cadavérica era el agente de la fiebre sino
también “materia orgánica pútrida procedente de organismos vivos” (21). Para Semmelweis la fiebre puerperal no
era una enfermedad contagiosa. El contagio a partir de un
sujeto con una enfermedad contagiosa acarrea únicamente
la misma enfermedad a otros sujetos. No era el caso de la
fiebre puerperal, porque podía ser causada por medio de
otras enfermedades como carcinoma del útero y exhalación
de una rodilla con osteomielitis (24). Semmelweis postula
entonces una única causa necesaria y común (universal) para
la fiebre puerperal, la “materia orgánica pútrida”, haciendo
de ella la base para la caracterización de la enfermedad, en
oposición a la clasificación tradicional basada en síntomas
clínicos y hallazgos patológicos. El paradigma reduccionista
anatómico-patológico en el que se fundamentaba la nosología de la época no mostraba anomalías que vislumbraran
su resquebrajamiento, y por supuesto, pocos vieron que
Semmelweis había identificado una causa necesaria para
la fiebre puerperal. Lo expresa Céline, “…las energías del
investigador más audaz, del más preciso, se detenían en la
Anatomía Patológica” (25). Más aún, Semmelweis carecía
de una teoría explicativa que diera cuenta de la naturaleza de
la “materia cadavérica” o “materia pútrida”, y de la relación
causal de ésta con la fiebre puerperal (21). El vacío teórico
de Semmelweis sobre la naturaleza de la “materia” causante
de la enfermedad se atribuye a su marcada preocupación
porque su método de prevención fuera utilizado para salvar
vidas. Semmelweis enfatizaba la importancia de los datos
numéricos en sus investigaciones: “La enfermedad puerperal sigue siendo un misterio, únicamente el número de
muertos es un hecho palpable” (23). Su teoría, aunque fundamentada en la evidencia estadística, no podía diferenciar
entre agente transmisor y agente patógeno. La hipótesis de
Semmelweis identificaba en la “materia pútrida” al agente
transmisor, y justificaba el lavado de manos con agentes
clorados para romper la cadena causal, pero no informaba
sobre la naturaleza material de tal entidad, ni explicaba su
acción patógena en el organismo (21). En su momento, esta
“materia” ínfima que creía provocar la infección puerperal
era imponderable, sólo reconocible por el olor. “Desodorizar
las manos”, decidió Semmelweis (25).
El prolongado debate médico sobre la naturaleza de la
fiebre puerperal se resolvió en contra de la teoría del contagio, puesto que se rehusaba creer que los médicos con sus
aparentes manos limpias pudieran ser agentes de la muerte
(17, 26). Semmelweis fue incapaz de convencer a sus colegas
para mantener su teoría. Aunque mantenía copiosas notas, se
rehusó a informar sus hallazgos en revistas médicas, en parte
porque era consciente de sus pocas destrezas lingüísticas y
sentía temor de no poder articular suficientemente bien sus
pensamientos. La mayoría de las publicaciones iniciales
sobre el tema fueron hechas por sus colegas (19). El trabajo
de Semmelweis fue primeramente anunciado en 1847 por
4
Ferninand Hebra y Joseph Skoda, anuncio que no contenía
sugerencia alguna de que cada caso de fiebre puerperal era
debido a una causa común. Aquellos quienes entendieron
las posturas de Semmelweis, las rechazaron; otros las ignoraron aunque aceptaron el lavado de manos con cloro. En
1849 Skoda presentó los resultados de Semmelweis ante
el Comité de Estudios de la Escuela Médica de Viena con
la sugerencia que la Facultad de Medicina realizara una
investigación. Esta propuesta fue considerada como una
afrenta abominable por parte del profesor Klein, quien se
opuso a la investigación, y el Ministro de Educación denegó
la autorización para esfuerzos de investigación dirigidos por
la Facultad. En 1849 no se le renovó el contrato de Asistente
a Semmelweis (12). Semmelweis no era considerado por los
directivos de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Viena como un académico riguroso del talante de Rokitansky
o Skoda, sino más bien un clínico con práctica en obstetricia. La manifiesta hostilidad de Klein hacia Semmelweis se
enmarca dentro de los celos profesionales de Klein por el
éxito terapéutico de Semmelweis, resentimiento de Klein
por creer que las estadísticas recogidas por Semmelweis
perjudicaban la imagen de la clínica universitaria e incluso
simple antipatía personal y diferencias ideológicas. Por otra
parte, Klein enseñaba todavía en Viena la teoría láctea como
causa de fiebre puerperal (21).
Entre 1850 y 1861 no existe evidencia documental que
alguien en Europa aceptara el postulado de Semmelweis
de haber encontrado una causa necesaria universal para la
enfermedad. Hacia 1860 los médicos que conocían la teoría
por vaguedades de segunda mano, asumieron que había
sido desacreditada desde 1840. Cuando finalmente en 1861
publica The Etiology, Concept, and Prophilaxis of Childbed
Fever, sus ideas ya se habían distorsionado, se tenía una
visión errónea acerca de su trabajo, y pocos se molestaron
en leer la exposición completa de la teoría (9).
Contra el nihilismo terapéutico
Durante la administración de Klemens, príncipe de
Metternich, bajo el reinado del emperador Francisco I
(1792-1835) y de su hijo Fernando I de Austria (18351848), se fomentó la resignación política y la represión del
racionalismo. Se permitía a los altos funcionarios del Estado
centralizado ejercer toda clase de arbitrariedades empleando
la censura, la policía secreta y el reglamentismo como elementos disuasorios de la actividad política y la innovación
científica. Nobleza y clases medias bajas conspiraban para
oponerse a las innovaciones y animaban a la corte a mantener el statu quo. Tras la revolución de marzo de 1848, con
la renovación administrativa impuesta por el emperador
Francisco José (1848-1916), se superó paulatinamente la
inercia burocrática, y el imperio de los Habsburgo empieza
a promover a investigadores de talento y fortalecer la investigación universitaria (27).
El privilegio más dañino de la aristocracia era su capacidad para hacer y deshacer carreras profesionales. Como
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los miembros de la sociedad cortesana otorgaban favores a
los dirigentes del aparato del Estado, cualquier proyecto requería un respaldo preliminar de la corte si quería conseguir
la aprobación administrativa. Mediante la institución de la
Protektion (proteccionismo), archiduques, príncipes y un
puñado de profesores encumbrados ejercían su influencia
sobre prácticamente todas las facetas de la vida pública. La
aristocracia se aprovechaba de su autoridad sin traza alguna
de organización ni liderazgo, impidiendo la innovación,
negando apoyo a todo de tipo de iniciativa novedosa. La
Protektion ejerció su influencia no sólo en las cátedras universitarias, sino, de hecho, en la totalidad de las instituciones
culturales. Los profesores universitarios eran funcionarios,
servidores personales del emperador, que podía ejercer el
veto en cualquier tipo de nombramiento. Gracias al riguroso
control que el Ministerio de Educación imponía así sobre
los nombramientos del profesorado, el sistema de Protektion
campaba por sus respetos (27).
Johann Klein, profesor jefe de obstétrica de la Primera
Clínica, superior de Semmelweis, era una figura de moda
tanto en el mundo médico como en los círculos aristocráticos. Era considerado más vistoso que brillante, buen católico, hombre de familia y un efusivo patriota, combinación
austríaca de resignación política y capacidad de intriga
burocrática (10). El nombramiento inicial de Semmelweis
como maestro de cirugía en noviembre de 1846 se vio
truncado al no disponerse de ninguna vacante en las cátedras disponibles, lo que lo impacientó y obligó a aceptar
la cátedra de obstetricia bajo la dirección de Klein, cátedra
otorgada una vez cumplidos los requisitos académicos por
el Ministro de Educación anta la mediación de sus maestros
Rokitansky y Skoda. La protección que Skoda, médico de
cabecera de la familia imperial, le brindaba a Semmelweis
en el mundo cortesano de su tiempo, no fue suficiente para
que toda la desastrosa influencia y rabiosa obstrucción de
Klein en contra de las ideas y procedimientos propuestos por
Semmelweis, terminaran en una animadversión general por
parte de sus colegas, su destitución y perentoria expulsión
de Viena, en marzo de 1849 (25).
Dado el gusto vienés por la desesperanza cultural, la
tendencia general de la intelectualidad médica de la época
era anteponer la formulación del diagnóstico a la administración de la terapia. Esa especie de abstinencia terapéutica
es conocida con el nombre decimonónico de nihilismo terapéutico, procedente de la Facultad de Medicina de Viena.
Como lo demuestran los pioneros del diagnóstico empírico
como Rokitansky o Skoda, hacia 1850 y durante diez o
veinte años más se creía necesario centrar la investigación
sanitaria en los síntomas de las enfermedades y no en las
correspondientes terapias. Durante toda una generación,
estos puristas de la experimentación científica hicieron
pasar a un segundo plano la investigación sobre los procedimientos curativos para, a cambio, dedicarse a examinar
las historias clínicas en condiciones impolutas, sin incurrir
en vanos intentos de curación. Los gigantes de la Escuela
Acta Med Colomb Vol. 39 Nº 1 ~ 2014
de Medicina vienesa, preferían el diagnóstico post mórtem
a la terapia a su debido tiempo, sacrificando al paciente en
aras de la ciencia (27). En esta matriz disciplinar se inscribe
el trabajo de Semmelweis, visto por los adeptos al nihilismo
terapéutico como algo impropio de un profesional médico,
por lo que su descubrimiento de atenuar la frecuencia de
fiebre puerperal con el lavado de manos, no consiguió imponerse como una verdad simple sobre el mundo médico de su
tiempo. Además, si las mujeres mueren de fiebre puerperal,
es el destino, la fatalidad, la expiación, la venganza de Dios
por su desvergüenza. Salvarlas con un lavado de manos antes
del examen obstétrico, todo un despropósito (28).
La creación de la cultura conocida como Biedermeier
(1815-1848) que animaba a las clases medias austríacas
a emular los intereses estéticos que anteriormente habían
atraído a la aristocracia, favoreció lo que se conoce como el
“hombrecito”. El héroe popular celebrado era el ciudadano
sufridor, normalmente de mediana edad y clase media baja,
que acepta su moderada suerte y cree en la Providencia.
Planteado como la personificación del sentimiento de resignación que sentían los ciudadanos hacia la burocracia
administrativa y la aristocracia imperial, el “hombrecito”
demostraba cómo los humildes podían gozar de la Creación
obedeciendo las leyes divinas. El término “hombrecito”
designa a los intelectuales de origen modesto que manifestaban una humildad fuera de lo común a fin de disimular
sus aspiraciones creativas. La administración Biedermeier
mostraría un nulo interés por los inventores del período.
Resistencia burocrática hacia la innovación. La renuncia
a lo mundano desembocó a veces en la fascinación hacia
la muerte. El rechazo de los intelectuales austriacos para
proponer remedios-nihilismo terapéutico-reforzó la resignación característica del Biedermeier (27). Semmelweis
siempre se vio asimismo como un marginado que, sin
hablar el lenguaje correcto, falto de diplomacia, inseguro
y carente de la habilidad necesaria para escribir científicamente, publicar y defender su trabajo, golpeaba las puertas
del panteón académico de la Escuela de Medicina de Viena
(12, 19). Semmelweis desarrolló un apremiante sentido del
tiempo y quiso establecer su teoría en 1848 como una ola
de revolución liberal que barriera toda Europa así como el
reconocimiento oficial del establecimiento médico, propósito difícil de lograr siendo húngaro de talante izquierdista,
involucrado en disturbios revolucionarios, en un mundo
académico autoritario, conservador, germano hablante
donde sus opiniones como asistente no se preferían a las de
un profesor austríaco (17, 21, 24).
“Primum non nocere”
En la perspectiva médica reduccionista de los anatomopatólogos vieneses, el flujo dialógico de la relación médico
paciente era superado por el imperativo científico de obtener
información biológica acerca de la enfermedad. El centro
de atención del clínico no era el bienestar de las pacientes
sino entender los cambios biológicos involucrados en la
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enfermedad. Se violentaba la humanidad de las madres en
aras de un utilitarismo de acto en favor de la ciencia y la
humanidad sin importar la autonomía de ellas. Las decisiones médicas no se adherían a juicios reflexivos morales en
relación con el deber de elegir la decisión concertada que tuviera las consecuencias más positivas las pacientes. Madres
solteras olvidadas por sus familias, degradadas socialmente
y abandonas en las calles donde sobrevivían de limosnas
y en muchos casos de la prostitución, absolutamente miserables, iletradas y con gran temor de Dios y reverencia
por los médicos, sin otra alternativa que la asistencia dada
por la sanidad pública, debían resignarse al paternalismo
que el estamento médico consideraba como necesario y
moralmente aceptable. La excelencia moral de los médicos
estaba por encima de toda duda. En la discusión del acto
médico no contaban la culpa legal y menos la mortificación
moral ante las muertes de pacientes. Antes por el contrario,
se inculpaba a las propias madres por dichos fracasos. La
autoestima del médico se mantenía incólume no obstante la
humillación de las pacientes (29-32).
Contiguo al pabellón de maternidad de Klein en el Hospital General de Viena, de idéntica construcción, se alzaba el
pabellón atendido por parteras bajo la dirección de profesor
Bartch. La admisión de las mujeres se realizaba por turnos
de 24 horas en uno u otro pabellón, a partir de las cuatro de
la tarde. Ya era conocido en Viena que el riesgo de muerte
tras ingresar al pabellón de Klein equivalía a la certeza.
Semmelweis fue testigo de las súplicas con quejidos y llanto
de mujeres que imploraban ser admitidas en el pabellón de
Bartch en nombre de su vida y la de sus otros hijos, sin otra
respuesta que ser arrastradas por la fuerza hacia una muerte
segura (20, 25). Pareciera que en toda Viena el único que se
mortifica con el tributo mortal a pagar por la maternidad es
Semmelweis, y lo confiesa en carta a su amigo Markusovsky:
“…debo confesarle que mi vida ha sido infernal, que la idea
de la muerte de mis pacientes me ha resultado siempre insoportable, sobre todo cuando se cuela entre las dos grandes
alegrías de la existencia, la de ser joven y la de dar la vida”
(25). Como compañía de su melancólica soledad le llega
la noticia que en Kiel, un profesor llamado Michaelis, se
ha suicidado tras la desesperación que le significó sentirse
responsable de la muerte por fiebre puerperal de una de sus
primas por él atendida, sin el lavado antiséptico de manos
propuesto por Semmelweis, habiendo atendido previamente
a otras mujeres muertas de infección puerperal. Semmelweis
se resiente con el silencio de sus colegas. Ni Virchow en
Alemania ni Dubois en París, ambos conminados a acompañar a Semmelweis en su batalla por combatir la muerte
por fiebre puerperal, hacen eco de los resultados logrados
con el lavado antiséptico de manos (25).
Semmelweis acepta finalmente su frustración y arroja
una avalancha de ácidos panfletos y cartas abiertas donde
acusaba a sus críticos de haber masacrado madres e hijos.
Cita el nombre de quienes consideraba sus enemigos, y los
denuncia “ante Dios y el mundo” como Nerones médicos
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culpables de homicidio intencionado (17). “¡Asesinos! Así
es como llamo yo a todos los que se oponen a las reglas que
he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Frente a ellos me
levanto como adversario resuelto, ¡como debe levantarse
un hombre ante los cómplices de un crimen! Para mí, no
hay otro modo de tratarles que como asesinos.... No son
las maternidades lo que hay que cerrar para que terminen
los desastres que ocurren en ellas, son los obstetras los que
deben salir de ellas, pues son ellos los que se comportan
como auténticas epidemias…” (25).
A Semmelweis, la posteridad sólo le reconoce la introducción del lavado antiséptico de manos para reducir la
infección hospitalaria, lo acusa de haber sido incapaz de
superar las dificultades epistémicas para levantar el statu
quo imperante, se lo denuesta por defender con fervor sus
ideas, por la tosquedad y torpeza en las relaciones con sus
colegas, y por la rudeza de sus escritos. La deuda que se tiene
con Semmelweis es el reconocimiento de su altura moral.
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