Copyright © María del Carm - The University of Arizona Campus

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LA NARRATIVA INDIGENISTA EN ARGENTINA
by
María del Carmen Nicolás Alba
__________________________
Copyright © María del Carmen Nicolás Alba 2016
A Dissertation Submitted to the Faculty of the
DEPARTMENT OF SPANISH AND PORTUGUESE
In Partial Fulfillment of the Requirements
For the Degree of
DOCTOR OF PHILOSOPHY
WITH A MAJOR IN SPANISH
In the Graduate College
THE UNIVERSITY OF ARIZONA
2016
2
THE UNIVERSITY OF ARIZONA
GRADUATE COLLEGE
As members of the Dissertation Committee, we certify that we have read the dissertation
prepared by María del Carmen Nicolás Alba, titled La narrativa indigenista en Argentina
and recommend that it be accepted as fulfilling the dissertation requirement for the Degree
of Doctor of Philosophy.
___________________________________________________________Date: 12/10/2015
Malcolm A. Compitello
___________________________________________________________Date: 12/10/2015
Richard P. Kinkade
___________________________________________________________Date: 12/10/2015
Anne G. Mahler
___________________________________________________________Date: 12/10/2015
Melissa A. Fitch
Final approval and acceptance of this dissertation is contingent upon the candidate’s
submission of the final copies of the dissertation to the Graduate College.
I hereby certify that I have read this dissertation prepared under my direction and
recommend that it be accepted as fulfilling the dissertation requirement.
________________________________________________ Date: 12/10/2015
Dissertation Director: Malcolm A. Compitello
3
STATEMENT BY AUTHOR
This dissertation has been submitted in partial fulfillment of the requirements for an
advanced degree at the University of Arizona and is deposited in the University Library to
be made available to borrowers under rules of the Library.
Brief quotations from this dissertation are allowable without special permission,
provided that an accurate acknowledgement of the source is made. Requests for permission
for extended quotation from or reproduction of this manuscript in whole or in part may be
granted by the copyright holder.
SIGNED: María del Carmen Nicolás Alba.
4
5
ACKNOWLEDGMENTS
Muchos doctores recuerdan con amargura sus años como doctorandos, y describen
su paso por el posgrado como un proceso extenuante, abnegado y sufrido. En mi caso, si
bien no ha estado exento de largas horas de sacrificio y estoicismo, no se ha caracterizado
por el sufrimiento, y en gran parte se debe a la gran cantidad de personas que, de una forma
o de otra, me han apoyado y han dedicado su tiempo a ayudarme a conseguir mi sueño
juvenil de doctorarme. Gracias a todos ellos, estos años han sido los de mayor deleite
intelectual de mi vida.
En primer lugar, debo agradecer eternamente al doctor Malcolm A. Compitello, mi
tutor y director del Departamento de español y portugués de la Universidad de Arizona. A
pesar de su escaso tiempo, se prestó desinteresadamente a dirigir mi tesis cuando por
razones de salud, mi anterior tutor dejó la universidad. Desde que llegué a este
departamento en el año 2012, nunca ha dejado de atender a ninguna de mis peticiones y, al
contrario, siempre me ha mostrado su apoyo en todo momento, permitiéndome, entre otras
cosas, retirarme a España durante un año a escribir mi tesis.
A los miembros de mi comité debo recordar por variadas razones. Al doctor Richard
Kinkade por empaparme de su sabiduría y representar todo el conocimiento al que anhelo
acceder algún día; a la doctora Anne Mahler por su continuada y generosa atención; a la
doctora Melissa Fitch por haber sido la primera persona que comprendió mi
atolondramiento cultural al llegar a Tucson.
6
Al doctor Lanin Gyurko, mi tutor inicial, quien se interesó por mis inquietudes al
poco tiempo de llegar a Tucson, me orientó en todos los aspectos curriculares y sin el cual
mi investigación no hubiera llegado a estos derroteros.
Desde luego, mi llegada a EEUU no hubiera sido posible sin la doctora Esperanza
López Parada, de la Universidad Complutense. Ella fue quien me informó, me animó y me
recomendó seguir mis estudios de posgrado en otro país, ante la desventajosa situación que
actualmente sufren los investigadores en España. Ella me inculcó el amor por la literatura
colonial durante el Máster, me llevó de la mano a mi primer congreso en Cuzco y sigue
ayudándome magnánimamente en mi carrera profesional.
A la doctora Juana Martínez, mi tutora en el Máster, de quien aprendí las bases del
indigenismo, quien me enseñó a comprender a Arguedas y quien se ofreció a seguir
dirigiéndome la tesis más allá del océano.
Al doctor Victorino Polo García, principal artífice de mi acercamiento a la literatura
hispanoamericana y la persona que más ha contribuido a la vida literaria de mi ciudad natal,
Murcia. Mis inquietudes literarias desde mi infancia y mis lazos familiares con él
propiciaron que conociese y compartiese mesa con grandes leyendas vivas de la literatura
universal: desde José Hierro hasta Mario Vargas Llosa, pasando por Ana María Matute,
Camilo José Cela, Jorge Edwards, Augusto Roa Bastos, Guillermo Cabrera Infante o José
Saramago.
Al doctor Vicente Cervera Salinas, al poeta, al profesor, al investigador y al amigo,
el grandísimo ejemplo de profesor universitario, el espejo en el que aspiro mirarme algún
día.
7
A Jaime Fatás, director del área de traducción, a quien conocí en una tertulia sobre
poesía, confió en mí casi inmediatamente para colaborar con él en proyectos de traducción,
y con los años se ha convertido en un verdadero amigo.
Al doctor Elliud Chuffe, por su respaldo en mis tareas como profesora, a Linda Luft
por toda la orientación que me brindó, a la doctora Yadira Berigan por su recomendación
para participar en el Study Abroad Program y a la doctora Sonia Colina por hacer de puente
comunicativo cuando me encontraba en Sevilla.
A Isela González debo agradecer su amabilidad inconmensurable y su sonrisa eterna
y a Mercy Valente su disposición inmediata, así como a Linda Idols, la bibliotecaria que me
facilitó bibliografía imposible mientras estuve lejos de Tucson.
Al doctor Amauri Gutiérrez Coto, la primera persona que me ofreció su amistad en
Tucson, compañero insuperable, guía cultural, espiritual y curricular, espléndidamente
generoso y del que aprendí tanto sobre la Spanish-American war.
A todos los bibliotecarios que en cualquier parte del mundo me han prestado su
ayuda y aconsejado, en la biblioteca de la Universidad de Arizona, la Universidad
Complutense, la Universidad de Murcia, la Universidad de Sevilla, la AECID, el CSIC, la
Biblioteca Nacional de España, el Archivo de Indias, la Biblioteca Nacional de Argentina y
a todos aquellos que han colaborado para la digitalización de obras, consiguiendo que la
búsqueda y el acceso a la documentación sea hoy algo tan sencillo. Por supuesto, no podía
faltar la bibliotecaria Catherine Molina García, única y no por ello gran amiga en Sevilla.
Al llegar a Tucson, mi día a día se hizo más llevadero gracias a Dani y Gema,
primeros españoles de una larga lista que consiguieron acercar España a Tucson. A Laura
8
por su disposición y su amistad, a Raquel por su ejemplo, su compañerismo y complicidad,
a Whitney por ser mi primera amiga estadounidense y al resto de amigos de Tucson porque
su sola presencia me alegró los días y las noches en el desierto: Maritza, Sadie, Isidro,
Rocío, Imanol, Ramsés, Julio, Carmen y Cauza.
A mis amigas del Máster en la Complutense, la flamante doctora Ana Stanić y la
futura doctora Celia de Aldama Ordoñez, compañeras de congresos internacionales y
argentinistas que nunca han dejado de compartir su bibliografía conmigo.
A la profesora Silvia Graziano, que sin conocerla personalmente me abrió la
ventana crucial que terminaría por darme las pistas finales de mi investigación.
A mis amigos de España, mis grandes amigos de Madrid, porque yo era la única que
faltaba por doctorarme y no podía ser menos, así que mi admiración hacia ellos jugó su
mejor papel. A la doctora Ángela por su amistad incondicional de tantos años, a la doctora
Elena por convertirse en una extensión de mí en las bibliotecas de Madrid en mi ausencia y
por sus largas horas de psicoanálisis en mi presencia, al doctor Fidel por su perpetua
amabilidad, a la doctora Raquel por hacer de su casa mi casa, al doctor Miguel por no
escribir agradecimientos y al doctor Yupi por su compañerismo lúdico.
A Coqui por haberme prestado su casa de Buenos Aires cuando estuve investigando
en la Biblioteca Nacional. A la burbujita Inés, mi primer contacto con el Río de la Plata.
A mi abuelita Amalia, porque nuestro vínculo emocional no conoce el paso del
tiempo y a su hermana Emilia por recordárselo.
A mi familia política, porque gracias a ellos comprendí y desentrañé la identidad
argentina más allá de Capital Federal; a mi suegra Bertha y a mi cuñada Sandra, que lo dejó
9
todo por ayudarme con la bibliografía y porque su genética despertó mi curiosidad por la
realidad indígena argentina.
A mis gatos, los que están y los que ya se fueron, porque siempre significaron un
gran apoyo emocional y me ayudan continuamente a comprender este mundo.
A mi familia, sostén de mi vida y de mi progreso emocional y profesional. A mi
hermana María José, cuyo ejemplo de tesón en el estudio me ha acompañado
específicamente en este proceso. A mi hermano Antonio, cuyo afán de superación y
competitividad siempre me ha animado a crecer más. A mis padres, porque me dieron una
educación humanista, sin pretensiones extraordinarias. Por todo lo que sufrieron por mí, por
las alegrías que he procurado ofrecerles, por enseñarme el valor de un ser humano más allá
de los títulos académicos. Por todo lo que me han dado y nunca podré compensarles aunque
viviese mil años. A mi padre por mostrarme la pasión de la enseñanza y a mi madre porque
he terminado lo que ella no pudo.
A Andrés, sin cuyo amor nunca me hubiese animado a emprender este camino tan
plagado de ausencias. Por haberme inculcado los valores culturales de Argentina. Por su
paciencia, comprensión, ánimo y pragmatismo. Porque su esfuerzo diario como doctorando
y como doctor me ha ayudado perpetuamente a seguir adelante, y sobre todo, por su gran
ejemplo como ser humano, tan cerca de la tierra, mas siempre caminando de mi mano.
A todos los indígenas argentinos, a los que padecieron, lucharon y siguen sufriendo
las consecuencias de la colonización
10
11
DEDICATION
A mis padres, Pedro y Pepa, porque sin su
amor infinito, nada de esto hubiera sido
posible.
12
13
TABLE OF CONTENTS
ABSTRACT ......................................................................................................................... 15
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................... 17
CAPÍTULO 1. PRESUPUESTOS TEÓRICOS DE LA LITERATURA INDIGENISTA . 29
1. Antecedentes históricos ............................................................................................. 29
2. Indianismo e indigenismo.......................................................................................... 41
3. ¿Una literatura nacional o una literatura andina? ...................................................... 45
4. Indigenismo en Perú: el origen social del movimiento y su evolución ..................... 48
5. Aplicación de la teoría indigenista a la literatura argentina ...................................... 54
CAPÍTULO 2. EL SURGIMIENTO DE LA LITERATURA REGIONAL ....................... 65
1. El proyecto europeísta en el siglo XIX ...................................................................... 65
2. La búsqueda de una identidad nacional ..................................................................... 71
3. Primeros atisbos de presencia indígena en las letras argentinas ................................ 82
CAPÍTULO 3. LA ÉPOCA DE LAS VANGUARDIAS .................................................... 93
1. Criollismo cosmopolita en los movimientos vanguardistas ......................................... 93
2. Folklorismo, regionalismo y literatura regional ........................................................... 99
3. El interior en la época de las Vanguardias ................................................................. 105
CAPÍTULO 4. NARRATIVA INDIGENISTA EN ARGENTINA .................................. 113
1. Entre la Colonia y el siglo XX................................................................................. 113
14
2. Novelas analizadas .................................................................................................. 123
2.1. La mano que implora (1923) ............................................................................... 129
2.2. Viento norte (1927).............................................................................................. 143
2.3.
Hombres grises montañas azules (1930) ......................................................... 159
2.4.
Viento de la altipampa (1941).......................................................................... 169
2.5.
El salar (1935) ................................................................................................. 177
CONCLUSIONES ............................................................................................................. 203
APÉNDICE ........................................................................................................................ 221
OBRAS CITADAS ............................................................................................................ 229
15
ABSTRACT
This dissertation begins from the premise that indigenista narrative has always been
considered by critics as literature produced in the Andean region by mostly Peruvian
authors, and to a lesser extent, by those from Latin American countries with a significant
indigenous population. My dissertation proposes that an expanded definition of the
indigenous novel to include Argentine authors offers an exciting possibility for
rearticulating the nature of this important movement of Latin American narrative fiction. It
analyzes five major works written during the expansion of the indigenista movement (19201940) by authors born in different regions of Argentina. Moreover, while it has been widely
held that the first neoindigenista novels were written by the two Peruvian masters of
indigenismo, Ciro Alegría and José María Arguedas in 1941, this dissertation demonstrates
that El salar, published in 1936 by Argentinian author Fausto Burgo actually deserves that
distinction. The analytical frame for my work draws on the groundbreaking contributions
of Antonio Cornejo Polar, Tomás Escajadillo and others in recasting its vision of
indigenista narrative.
16
17
Introducción
INTRODUCCIÓN
Dice el refrán que el mayor desprecio es la indiferencia. No ha existido en toda la
historia de América desprecio superior al dispensado a los indígenas argentinos en todos los
niveles, pero especialmente en la disciplina literaria, cuya historiografía crítica ha omitido
sistemáticamente la inclusión de obras literarias argentinas en el canon indigenista, así
como la inclusión de obras indigenistas en el canon argentino.
En esta tesis se recupera la tradición literaria indigenista en Argentina, por medio
del análisis de cinco novelas y se restituye su importancia dentro del canon indigenista, tras
un análisis de su evolución histórica y literaria y la dilucidación de las razones por las que
fueron condenadas al olvido.
No deja de sorprender que uno de los temas más mentados de toda la literatura
hispanoamericana, el encuentro con el “otro” y el denigrante trato dispensado a ellos, haya
sucumbido a su propia denuncia, convirtiéndose en cómplice de los poderes fácticos que
negaron la existencia de nativos en Argentina. La misma crítica literaria que se apresuró a
catalogar una corriente de obras que compartían temática en las áreas de mayor peso
poblacional indígena, ignoró su producción y evolución en el país vecino, cometiendo así
los mismos pecados que denunciaban las obras literarias estudiadas.
A pesar de la escasa presencia de indígenas en Argentina, en comparación a sus
países vecinos, y de las políticas de asimilación e invisibilización llevadas a cabo por los
gobiernos argentinos desde el siglo XIX, existió una producción poética de denuncia social
18
Introducción
y acercamiento al indígena argentino, no solo como objeto de iniquidad, sino también de
ninguneo. Esta tuvo lugar durante los años de eclosión del indigenismo.
Así, la corriente literaria conocida como indigenismo comenzó a ser críticamente
analizada a comienzos de los años 20 en Perú después de la eclosión artística paralela al
movimiento social encabezado por intelectuales que reclamaban derechos para los
indígenas, el cese de su sometimiento y la revalorización de su cultura. La literatura
indigenista no alude ni a un género literario ni a una estética determinada, sino a una
temática específica, con personajes concretos, narrador externo y geografía localizada, y
cuyo periodo culmen de producción comenzó en la década de 1920 y tras sucesivas
evoluciones, menguó alrededor de 1960.
Debido a que su expansión como fenómeno literario tuvo lugar en la región andina
simultáneamente al movimiento social análogo, las obras anteriores a esta eclosión no
suelen ser incluidas en el catálogo, aunque sí indicadas como precursoras en los estudios
posteriores. Sin embargo, diversos autores o críticos anteriores a dicho fenómeno, y
relacionados o no con él, utilizan el vocablo “indigenista” para designar manifestaciones
literarias ajenas al movimiento que nos ocupa. Este hecho no sorprende al revisar el
diccionario de la Real Academia Española y advertir que la tercera acepción de
“indigenismo” indica “Exaltación del tema indígena en la literatura y en el arte”, definición
poco rigurosa, confusa y que remite parcialmente a la definición de “indianismo”, término
asociado frecuentemente al indigenismo y cuya conexión es únicamente referencial.
19
Introducción
En esta tesis aludiremos a lo críticamente aceptado actualmente como literatura
indigenista y tomaremos en consideración la base teórica propuesta por Antonio Cornejo
Polar respecto a la definición y desarrollo de la novela indigenista, además de aportar los
estudios de otros críticos. Por razones pragmáticas y debido a la multiplicidad de teorías,
definiciones y estudios, escogeremos en esta introducción solamente su característica
fundamental, por determinante, que es la denuncia social. El género objeto de este estudio
será la narrativa, por lo que definimos narrativa indigenista como aquellos textos narrativos
de ficción cuyo objetivo temático se basa en la denuncia por parte de un autor externo de la
situación de exclusión social, económica o cultural de las comunidades indígenas, sean o no
minoritarias, en América, con un acercamiento realista al referente. Seguimos así la
catalogación que rige a Luis Alberto Sánchez, que a su vez se basa en Concha Meléndez:
“Así, pues: la novela india de ‘mera emoción exotista’ será la que llamemos ‘indianismo’, y
la de un ‘sentimiento de reivindicación social’, ‘indigenismo’(Proceso y contenido... 112).
Aunque conocemos la complejidad del vocablo, mucho más amplio que la definición
anterior, esta se utilizará exclusivamente como criterio de nominación y posteriormente, en
el análisis de cada obra se procederá al estudio pormenorizado según la crítica literaria
indigenista.
La literatura indigenista ha hallado en todos los países latinoamericanos cuya
población indígena sigue siendo muy significativa1 producciones artísticas que han sido
objeto de estudio y análisis dentro de la corriente. Paralelamente, manifestaciones sociales
y políticas que han trascendido fuera de sus fronteras han otorgado mayor visualización al
fenómeno. Suelen identificarse dos polos: el indigenismo mexicano y el andino, aunque
20
Introducción
este último ha tenido mayor repercusión y su manifestación artística difiere sumamente de
aquél2. A pesar de ello, autores de muchos otros países escribieron obras representativas del
indigenismo, como Guatemala, con las de Miguel Ángel Asturias; Brasil, con João
Guimarães Rosa; Paraguay, con Augusto Roa Bastos o Cuba, con Alejo Carpentier.
En la región andina nos encontramos con múltiples autores y obras ya canonizados
dentro del movimiento de diversos países diferentes a Perú como epicentro, como Ecuador
y Bolivia, pero la referencia a autores argentinos es escasa, diseminada e incluso
inexistente.
El Noroeste de Argentina, que comprende las provincias de Salta, Jujuy, Santiago
del Estero, Tucumán, Catamarca y La Rioja, comparte con sus vecinos países andinos
topografía, geografía, historia y antropología, y aunque el porcentaje de población indígena
en esta región es notablemente inferior a la de los otros países, les unen rasgos sociales
ineludibles para cualquier escritor autóctono.
Como se observará a lo largo de esta tesis, los escritores argentinos no fueron ajenos
al movimiento indigenista, y produjeron una notable cantidad de obras literarias que
comparten los rasgos de esta corriente narrativa durante el periodo de eclosión del mismo,
entre los años 1920 y 1940. Este, por tanto, será el lapso de tiempo analizado, aunque nos
remitiremos brevemente a los antecedentes, que sin duda los hubo. A pesar de la evidente
importancia del Altiplano en la producción literaria referida, el fenómeno también se dio en
otras regiones argentinas, como Cuyo, Patagonia o Santa Fe, a las que mencionaremos.
21
Introducción
Aunque las obras indianistas no serán incluidas en este estudio, sí se reseñarán
aquellas composiciones anteriores cuyo acercamiento temático al indígena argentino se
sitúe en un plano realista y pretenda denunciar su condición de inferioridad.
Será objeto de análisis la evolución de la corriente literaria en Argentina, desde el
punto de vista referencial y crítico, en cuanto a su analogía con la producción peruana como
a su desarrollo dentro de la llamada literatura regional.
Para ese propósito y poder analizar con mayor información las obras estudiadas, se
procederá, en el primer capítulo, a desgranar los inicios de la literatura indigenista desde la
Conquista, incluyendo los orígenes de la teoría del “buen salvaje”, que tanto furor despertó
en la literatura hispanoamericana del siglo XIX, pero que dio como resultado un fenómeno
bien distinto, el indianismo, probablemente uno de los escollos críticos en la aproximación
a la literatura indigenista. La aparición de esta, a caballo entre finales del siglo XIX y
principios del XX, según el crítico y el criterio, supuso la primera aproximación literaria en
clave social al indígena americano. Las manifestaciones sociales en Perú, los movimientos
en defensa del indígena y su atención por parte de la intelectualidad peruana se hicieron tan
populares que las manifestaciones literarias no tardaron en multiplicarse. El ejemplo de
Perú nos servirá como paradigma de una corriente literaria que muy pronto extendió su
influencia hacia países vecinos (y no tan vecinos).
Sin ser la primera crítica literaria del indigenismo, los Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui, fue sin duda la de mayor
repercusión, a la que siguieron con igual acierto Luis Alberto Sánchez, Tomás Escajadillo o
22
Introducción
Antonio Cornejo Polar, entre otros. Este último se ha consagrado como la primera
autoridad académica en indigenismo, y sus estudios son considerados inapelables.
Por ello sus teorías sobre literatura indigenista serán aplicadas en esta tesis, ya que
los rasgos literarios y técnicos, el referente y la problemática que nombra son compartidos
en las obras argentinas. Sin embargo, tendremos en cuenta un elemento diferenciador, que
hace única a la literatura indigenista argentina, la lucha por la visibilidad.
En efecto, el ninguneo al que los indígenas argentinos han sido sometidos por los
sucesivos gobiernos desde la Independencia, se ve plasmado también en la literatura, pues
escasean los estudios literarios sobre indigenismo argentino, por no decir que no existen, y
su simple mención ya constituye todo un atrevimiento. En este primer capítulo también
estudiaremos la postura de la academia argentina sobre este asunto, así como la adecuación
de una crítica espuria a la realidad de otro país. Se analizará también, por tanto, la
consideración de la literatura nacional dentro de la crítica literaria hispanoamericana.
Esta invisibilización se acrecentó con las políticas migratorias que cambiaron rápida
y completamente la demografía del país, y fueron conformando poco a poco una identidad
nacional largamente buscada, como comprobaremos en el segundo capítulo. Esta identidad
formada en Buenos Aires no llegó a reflejar el conjunto del país, tan diverso como
olvidado, y que ciertos autores provenientes del interior detectaron, algunos tan conocidos
como Ricardo Rojas o Joaquín V. González. Sus obras literarias, identificadas con la
llamada “literatura regional”, comenzaron a dibujar una realidad demográfica más
heterogénea y cercana a la realidad social de las regiones, donde las altas cotas de
23
Introducción
inmigración de la capital no llegaron a desarrollarse. El espíritu del Centenario, pues,
dividido entre el regionalismo gaucho y el cosmopolitismo urbano, arribaba a un
cuestionamiento profundo de dicha identidad, que no terminaba de asentarse.
La herencia indígena precolombina, mientras tanto, iba siendo rescatada del olvido
por las primeras exploraciones arqueológicas de Quevedo, Ambrosetti y Quiroga, quienes,
sin embargo, adoptaron una postura incaísta – por llamarlo con términos andinos – respecto
a los descendientes de los habitantes precolombinos.
A medida que avanzaba el siglo XX, el gaucho se estableció como identidad
argentina por excelencia, alentado por la infinidad de manifestaciones literarias que se
habían sucedido desde el siglo XIX, encabezadas, eso sí, por Martín Fierro, que Leopoldo
Lugones elevó a la épica en 1913. En el tercer capítulo se analizarán las posiciones que
tomaron los vanguardistas argentinos respecto a este tema y, sobre todo, a la literatura
regional, que comenzaba a desarrollarse de manera muy activa en diversos focos del
interior, como Mendoza o el Noroeste. La escasa consideración que sus contemporáneos
bonaerenses asumieron corresponde, como se verá, a la identificación de regionalismo con
folklorismo, y que será debidamente diferenciado en dicho capítulo. Asimismo, se
examinarán las conexiones entre el indigenismo peruano y los autores argentinos y la
actividad cultural de las regiones en esta época.
El capítulo cuarto tendrá como propósito el análisis de cinco novelas argentinas
indigenistas. Estas estarán precedidas por un breve repaso a las manifestaciones literarias
indigenistas en Argentina desde la Conquista, para exponer la naturaleza evolutiva del
24
Introducción
fenómeno. A pesar de existir muchas otras obras para demostrar la presencia del
indigenismo en la literatura argentina, la elección de estas responde a un intento por
aglutinar diversos tipos de opresión ocurridos a su vez en provincias dispares y escritas por
autores con orígenes diferentes. Aunque existen muchas más obras referidas a otros tantos
problemas sociales ubicados en otras provincias, la disyuntiva se ha solucionado con
criterios estrictamente literarios sin que prime por tanto la dimensión sociológica. Los
criterios han sido los siguientes:
a. Fechas. El indigenismo ortodoxo se desarrolló entre 1919-1920 y 19413. Entre
nuestras novelas, la más temprana, La mano que implora, se publicó en 1923 y
la más reciente, Viento de la altipampa, en 1941. Esta simultaneidad no implica
casualidad, como veremos más adelante.
b. Procedencia de sus autores. Para ofrecer mayor diversidad, los autores escogidos
proceden de diferentes regiones argentinas: La Rioja, Santa Fe, Salta, Tucumán
y Jujuy. Además, Fausto Burgos, de origen tucumano, vivió la mayor parte de su
vida en Mendoza.
c. Problemática diversa. Relacionada con el apartado anterior, los conflictos que
presentan los autores son dispares y específicos a la región. Sin embargo, todos
ellos tienen un común denominador: la explotación por parte del hombre blanco
y el silencio gubernativo.
A estos factores se añade un cuarto evidente, y es la calidad literaria. A lo largo de la
investigación se han rechazado varios títulos que, aunque por temática podrían haberse
25
Introducción
incluido, las deficiencias técnicas que presentaban no las hacían merecedoras del adjetivo
literario. A pesar de ello, se observará que el análisis realizado sobre cada una de las
novelas no desgrana el factor cualitativo, pero se entreverá gracias a dichos estudios. Sin
ninguna duda, El salar, de Fausto Burgos, se sitúa en la cúspide de las obras escogidas y
aún de la narrativa indigenista en Argentina, debido a las técnicas empleadas y el
acercamiento al referente, que, como veremos, podrá ser catalogada como neoindigenista,
el calificativo que se reserva al indigenismo más logrado. Las novelas analizadas son las
siguientes:
La mano que implora, de Horacio Carillo, publicada en 1923, se sumerge en las
migraciones forzadas de los indios tobas desde el Chaco y las demandas de los indios
puneños por la posesión de la tierra en Jujuy. Viento norte, de Alcides Greca, publicada en
1927, explora la matanza de mocovíes ocurrida en Santa Fe en 1904. Pablo Rojas Paz
publicó en 1930 Hombres grises montañas azules en donde ahonda en las humillaciones
padecidas por los indígenas tucumanos. César Carrizo, con Viento de la altipampa, de
1941, rescata del olvido a los indios riojanos que sufren la explotación de los blancos y
finalmente, El salar, de 1935, cuyo autor, Fausto Burgos, refleja los padecimientos de los
indios puneños en los salares y el hostigamiento que sufren por parte del occidental.
El análisis de cada novela vendrá precedido por una breve contextualización
sociopolítica y perfil biográfico del autor, para pasar posteriormente al examen literario de
los componentes indigenistas según la crítica encabezada por Antonio Cornejo Polar y
Tomás Escajadillo, que será debidamente explicada en el primer capítulo.
26
Introducción
Con esta investigación, además de contribuir a la visibilización de un fenómeno
literario que hasta la fecha no ha sido considerado, nos sumamos a las distintas
manifestaciones sociales que en los últimos veinte años se vienen produciendo en América
Latina para la consecución de derechos para los indígenas, además de su reconocimiento
oficial, que en algunos países han logrado en sus constituciones. Así, mientras que el país
pionero, Guatemala, reconoció una configuración multiétnica en 1984, en Argentina se hizo
lo propio en 1994, otorgando además un espacio jurídico plural a las comunidades
indígenas (Rodríguez Garavito 143). No podemos olvidar que la literatura indigenista nace
como parte de una protesta social que reclama la igualdad de derechos para todos los
indígenas y denuncia las condiciones de vida de estos. Por tanto, en esta tesis pretendemos
denunciar el olvido al que se ha sometido a la literatura indigenista en Argentina para poder
reclamar su visibilidad dentro del contexto americano.
27
Introducción
NOTAS
1
“En los países de gran porcentaje indígena, donde el indio constituye la clase desheredada y explotada,
donde su drama adquiere mayor intensidad, se observa en la literatura, una corriente indigenista que
representa el sentido de justicia social de esos pueblos” (Cometta Manzoni El indio en la novela... 14).
2
“El indigenismo ha tenido en México a todos sus niveles un desarrollo diferente al característico de los
países andinos, especialmente por obra del avance liberal desde antes de la ocupación francesa. Aunque el
liberalismo contribuyó a que los indígenas se convirtiesen en peones durante la expropiación o la compra de
sus tierras comunales, aceptaba en principio la igualdad civil de indígenas y blancos, y reconocía la
importancia de la herencia cultural indígena” (Rodríguez-Luis 47)
3
Según los críticos consultados y la inclusión de Raza de bronce (1919) dentro de la nómina indigenista,
según Rodríguez Luis, o la más aceptada, entre otros, por Tomás Escajadillo, Cuentos andinos, de 1920.
1941, según el mismo autor, supuso el comienzo del neoindigenismo.
28
Introducción
29
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
CAPÍTULO 1. PRESUPUESTOS TEÓRICOS DE LA LITERATURA
INDIGENISTA
1. Antecedentes históricos
Aunque la mayor parte de los críticos coinciden en situar el auge de la literatura
indigenista en la segunda década del siglo XX, solo Antonio Cornejo Polar ha señalado la
naturaleza cíclica y continuada de este movimiento4, conclusión ya principiada por Efraín
Kristal5e insinuada por Alberto Sánchez, Aída Cometta Manzoni, Catherine Saintoul,
Rudolf Grossman, Adolfo Prieto, Fernando Alegría y Concha Meléndez, al mencionar – o
analizar - , en sus respectivos estudios sobre las literaturas relacionadas con el indígena
americano, un largo listado de antecedentes literarios cuyo primer lugar ocupa,
indudablemente, Bartolomé de las Casas.
Si bien las Casas no fue el primero en denunciar el pésimo trato infringido a los
indígenas en el Nuevo Mundo, sí resultó, desde luego, el más influyente, tanto en el plano
político como en el literario. El mérito inaugural, en cambio, le corresponde a Fray Antonio
de Montesinos, quien en fechas cercanas a la Navidad de 1511 pronunció, en su parroquia
de La Española, dos famosos y polémicos sermones en los que denunciaba la crueldad con
que los españoles trataban a los indios. Ambos discursos son notoriamente conocidos y
fueron recogidos por Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias6.Gracias a este y
otros tratados y a sus repetidas intercesiones en la Corte, las Leyes de Indias fueron
actualizándose en favor de la naturaleza y la libertad de los indios, como la abolición de la
encomienda en 1520, las Nuevas Leyes de 1542; participó en los debates de 1519 y 1550
sobre la naturaleza de los indios y propició la creación de las bulas Sublimus Deus y
30
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
Veritas ipsa de 1537, que prohibían la esclavitud de los indios y les conferían alma
(Adorno 17). Muchas de sus obras, como Apologética Historia Sumaria de las Indias,
Brevísima relación de la destrucción de las Indias e Historia de las Indias, además de
constituir los pilares de los futuros Derechos Humanos, sirvieron de base para la
construcción del mito del “buen salvaje”, así como para la cimentación de la “Leyenda
Negra”7.
No son objeto de estudio en esta tesis las obras del dominico, pues existen infinidad
de manuales y textos de interpretación de estas; si bien es imprescindible no obviar la
importancia de su particular visión en cualquier estudio de índole indigenista. En efecto, la
dialéctica lascasiana, centrada en acentuar el contraste entre la inocencia de los desvalidos
indios y la crueldad de los conquistadores, ha hecho correr ríos de tinta entre sus detractores
y seguidores, quienes no han conseguido sino acrecentar la importancia de su figura a
través de los siglos. Aún a pesar de las superlativas atrocidades señaladas por su pluma y de
la exageración que ciertos críticos8 advirtieron en sus narraciones, lo cierto es que la
veracidad documental se impone, refrendada por otros historiadores de la época con tanta
autoridad como Francisco López de Gómara, Gonzalo Fernández de Oviedo o el
mismísimo Hernán Cortés.
Las detalladísimas descripciones que las Casas dejó para la posteridad siguen siendo
hoy día un documento de durísima lectura por la violencia y salvajismo que pueblan sus
páginas, cargadas con interminables ejemplos de la brutalidad con que los españoles se
cebaron con los indígenas. La eficacia de su mensaje se debe también en parte al
contundente maniqueísmo que maneja el dominico, que insiste en la imagen evangélica de
las manadas de ovejas frente a los hambrientos lobos, lo cual condujo sin duda a la
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1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
“destruición” de las Indias, vocablo en el que centraliza toda su argumentación. Para mayor
inquina, las Casas también habla de cifras, lo cual le valió no pocas críticas, pero en años
recientes ha sido revalorizado, por lo acertado, e incluso exiguo conteo. En su Brevísima…
las Casas habla de entre 12 y 15 cuentos (millones) de muertos. Más recientemente, el
historiador Tzvetan Todorov llegó a estimar unos 70 millones, teniendo en cuenta los
censos estimados de la época, aunque a las razones aducidas por las Casas (guerras
sangrientas y cruel servidumbre) añade una tercera: las enfermedades (144). Sin embargo,
los debates en torno a esta controversia continúan, y aunque las cifras se sitúan entre 10 y
100 millones de muertos, no hay duda de que la población experimentó una reducción
considerable.
La excesiva y consciente polarización de sus descripciones favoreció la reedición de
sus obras, sobre todo de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), en
otros idiomas como el holandés (quince ediciones entre 1578 y 1664), el francés (nueve
ediciones entre 1579 y 1698), el inglés (cuatro ediciones entre 1583 y 1689) o el alemán
(cuatro ediciones entre 1597 y 1665), mientras que, en español, la segunda edición se
publicó casi un siglo después de su primera aparición (1646). Este interés por las obras de
las Casas en el extranjero respondía indudablemente al antiespañolismo vigente en la época
y ayudó al desarrollo del mito del buen salvaje en América, con las conocidas ilustraciones
de Theodore de Bry y con descripciones como la que sigue:
Todas estas universas e infinitas gentes a toto genero crió Dios las más
simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus
señores naturales y a los cristianos a quien sirven; más humildes, más
pacientes, más pacíficas y quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no
querulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el
32
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
mundo…Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren
poseer de bienes temporales, y por esto no soberbias, no ambiciosas, no
cubdiciosas…Son eso mesmo de limpios y desocupados y vivos
entendimientos, muy capaces y dóciles para toda buena doctrina,
aptísimos para recebir nuestra sancta fe católica y ser dotados de
virtuosas costumbres, y las que menos impedimentos tienen para esto que
Dios crió en el mundo (76).
La elaboración del mito ya había sido iniciada en la antigüedad clásica por varios
autores que comentaremos a continuación, mucho antes de que el vocablo “bárbaro”
adquiriera connotaciones despectivas. La evolución etimológica del término griego
barbaros adquiere importancia por su relación con el mito del buen salvaje y la
confrontación bipolar bárbaro-civilizado que, en suma, dieron origen a las actitudes
literarias en defensa o en contra del indio americano. En efecto, durante los siglos VI y VII
A.C., el término significaba específicamente “que balbucea”, y estaba asociado a la idea de
extranjero, lo cual poco a poco fue desvirtuándose, hasta que, en el siglo IV A.C., y hasta
nuestros días, se aplicase a seres humanos mental o culturalmente inferiores. Por otro lado,
si mientras en la época clásica la idea de civilización estaba asociada al concepto griego de
la vida en la polis, y lo culturalmente inferior se identificaba con cualquier desviación de la
norma, en el siglo XV, esa norma pasaba a ser el cristianismo o el estilo de vida occidental.
Los indios, por tanto, eran considerados bárbaros por el europeo por su condición de
extraños, y la acepción del vocablo para significar crueldad, no fue, en principio, la manera
en que los europeos caracterizaron a los pobladores de América (Pagden 16-24).
El mito del buen salvaje, empero, puede rastrearse en su elaboración primitiva como
una alegoría de la edad de oro de las civilizaciones, donde el hombre no había sido aún
corrompido y la naturaleza se conservaba intacta. Homero ya cuenta en la Odisea las
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1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
virtudes de los habitantes en la isla de Syros y la abundancia que existe en Libia. Hesíodo,
en Los trabajos y los días concibe las distintas etapas de la civilización según la involución
del hombre, al igual que Ovidio en Las Metamorfosis, mientras que Luciano evoca por boca
de Cronos en el diálogo Saturnalia la supremacía moral de la edad de oro, etapa
moralmente superior según los tres autores. Sin embargo, la identificación históricamente
real con dicha edad de oro la realiza Tácito en su Germania, al exponer la rectitud de los
pueblos germanos en oposición a la decadencia romana (Cro 41-55).
No es de extrañar, por tanto, que este clásico mito fuese rescatado durante el
Renacimiento ante el descubrimiento de nuevas civilizaciones aparentemente en sus etapas
primitivas y vinculadas a la naturaleza. Así, Pedro Mártir de Anglería (1457-1526), en su
obra De Orbe Novo (1523), relata la historia de un indio antillano a quien cataloga como
“filósofo” por la brillantez de sus ideas; Luis Vives (1492-1540), en su De concordia y
discordia del género humano (1529), engrandece el carácter pacífico de los indios en
contraposición con el afán bélico de los españoles, y finalmente, Antonio de Guevara
(1480-1545), en su fábula “El villano del Danubio”, ensalza, en boca de Marco Aurelio, la
bondad del bárbaro germánico frente a la corrupción del ciudadano romano, asentando así
la primera comparación moderna explícita entre el salvaje y el civilizado (Abellán 158).
Este indigenismo apologético del siglo XVI podemos hallarlo en otro autor que
halaga la naturaleza primitiva del indio frente a la brutalidad de los conquistadores y no es
otro que Alonso de Ercilla (1533-1594), en La Araucana (1569), donde las simpatías del
autor por los indígenas establecen un precedente romántico de la visión literaria del indio
(Grossmann 58). La epopeya cantada por Ercilla se eleva al rango del mejor poema épico
escrito en español por su realismo, sus descripciones virgilianas y sus acertadas
34
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
caracterizaciones (Alborg 951). El valor de La Araucana se acentúa aún más por el rigor
histórico de su autor, quien fue testigo directo de los sucesos narrados, y en los que, desde
su abierta perspectiva de conquistador, pudo apreciar el valor y el heroísmo de los
derrotados, a quienes otorgó la categoría de verdaderos protagonistas, además de víctimas
inocentes del celo y el rigor españoles.
Además de estos, las numerosas crónicas escritas sobre asuntos americanos
denuncian, de alguna manera, los excesos cometidos por los españoles, y que por la
variedad y número no serán comentados aquí. Estos autores, con Las Casas a la cabeza, a
través de sus relaciones del Nuevo Mundo y sus disquisiciones morales, sentaron una
imagen utópica que será desarrollada en la literatura de creación en los siglos posteriores y
que revalorizará la vida primitiva hasta el extremo – mal llamado - rousseauniano del “buen
salvaje”, que será comentado posteriormente.
En efecto, aún no había acabado el siglo XVI cuando Michel de Montaigne (15331592), que conocía la obra de Guevara y de López de Gómara (Abellán 158), compuso su
ensayo Des cannibales, en el que el autor otorga mayor entendimiento a los indígenas que a
los europeos, solo por el hecho de habitar en condiciones primitivas que posibilitan el pleno
contacto con la naturaleza. De Montaigne tomó Jean-Jaques Rousseau los principios
capitales para elaborar sus variados elogios a la vida primitiva, aunque, como bien apunta
Meléndez (39), estos fueron ridiculizados por William Shakespeare en su obra The Tempest
(1611), al crear un Calibán que resulta ser “cualquier cosa antes que una celebración del
hombre natural” (Bloom 766). Meléndez señala la escasa trascendencia directa del
ensayista francés en la literatura indianista americana (40), y aunque compartimos tal
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1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
afirmación, no podemos dejar de subrayar la influencia indirecta, a través de Rousseau y
Denis Diderot, que infundió a la novela indianista en Hispanoamérica.
No obstante lo anterior, el verdadero furor por la evocación de las glorias pasadas
del indio y de la celebración de su primitivismo dentro del marco literario tendría lugar en
Francia un siglo y medio después. Voltaire introduce personajes indios en su tragedia Alzire
(1736) y en sus cuentos filosóficos Candide (1759) y L’ingénu (1767), como paradigmas de
la inocencia. Empapado por la lectura de los Comentarios reales de Garcilaso, JeanFrançois Marmontel (1723-1799) publica en 1777 Les incas, una relación de la cultura
incaica y su exterminio, copiado casi literalmente de los Comentarios reales del Inca
Garcilaso de la Vega, donde Marmontel se posiciona claramente a favor de la benignidad
primigenia de la humanidad, corrompida por la civilización.
El último ejemplo de este periodo, que anticipa el Romanticismo, lo ocupa
Françoise de Graffigny (1695-1758), quien, en sus Lettresd’une Péruvienne (1747) relata,
de forma epistolar, el rapto en primera persona de la protagonista, Zilia, una virgen del Sol,
en plena celebración de su enlace con el heredero al trono inca, Aza. La originalidad de este
melodrama radica en la forma de las epístolas, el quipu peruano (“dislate genial y
memorable”, en palabras de Luis Alberto Sánchez ("El indianismo literario..." 112)). Su
aportación principal consiste en el modo en que afecta la occidentalización a unos y a otros.
La educación francesa de Zilia le otorga unos valores morales superiores a los conseguidos
por Aza, educado en España, pero al mismo tiempo la protagonista es capaz de criticar las
costumbres occidentales que, en último término, se tornan inservibles en un mundo
dominado por la naturaleza. Consigue finalmente la autora, por un lado, denunciar el
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1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
oprobio causado por los españoles, un pueblo feroz y asesino, y por otro, reavivar la eterna
confrontación axiológica del mundo positivo salvaje y el mundo negativo civilizado.
Indudablemente, la mayor contribución a la teoría del “buen salvaje” se debe a
Rousseau y principalmente a su obra Discours sur l'origine et les fondements de l'inégalité
parmi les hommes (1755), en la que supuestamente desarrolla su célebre teoría del “bon
sauvage”, por la cual, sucintamente, el hombre, en su estado natural, no sufre las
desigualdades sociales y económicas que le impone la sociedad civil, corrompida
moralmente. Concha Meléndez prefiere decantarse por la aportación de Les rêveries
d’unpromeneur solitaire en cuanto al modo del hombre de sentir la naturaleza en la novela
romántica indianista (40). Para nuestro estudio, ambas aportaciones nos son valiosas,
aunque la primera favorecerá notablemente la evolución de la novela indianista y
particularmente, el desarrollo de la temática indígena en la literatura hispanoamericana. A
pesar de que Rousseau nunca utilizó el término “bon sauvage”, se le suele atribuir a él la
originalidad de los planteamientos que acompañan al ensalzamiento de la vida primitiva.
En realidad, y lejos de lo que popularmente se piensa9, su Discours trata de dilucidar el
origen de las desigualdades entre los hombres retrotrayéndose hasta el estado natural de
estos, pero en ningún momento deja entrever la superioridad de la vida primitiva a la
civilizada, más bien al contrario.
Posiblemente, la acuñación del término tenga su origen en una tragedia de John
Dryden, The Conquest of Granada (1671), en la que su protagonista, Almanz, dice sobre sí
mismo: “I am as free as nature first made man, /Ere the base laws of servitude began,
/When wild in Woods the noble savageran” (Dryden 8). El argumento de la obra, como su
propio título indica, discurre en Granada al final de la Reconquista, lo cual puede pasar
37
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
desapercibido para la adecuación del término a la realidad latinoamericana, si no fuera
porque Dryden fue autor también de dos obras panegíricas al tema indígena en América,
The Indian Queen (1665) y The Indian Emperour (1667). De vocación realista por el
fanatismo monárquico que se vivía en aquellos días en Inglaterra, Dryden aborda el
contraste axiológico desde la moralidad y el refinamiento, teniendo como consecuencia dos
vertientes complementarias: las bondades del primitivismo y el pragmatismo de la
civilización (Anaya Ferreira 33).
La exaltación de la naturaleza como escalera de la humanidad hacia lo divino
continuó siendo tema literario hasta culminar en Chateaubriand, quien seguramente leyó la
novela de Jacques-Henri Bernardin de Saint Pierre (1737-1814) Paul et Virginie (1789),
cuyo “exotismo tropical” influyó a Marcos Sastre en El tempe argentino (1858), a D. F.
Sarmiento ( eléndez 42) y a Jorge Isaacs en su María (1867).
Literariamente, sin embargo, la obra más estimulante para el indianismo americano
será Atala (1801), de François-René de Chateaubriand (1768-1848), en cuanto a la filiación
adánica de su protagonista indígena como arquetipo de la inocencia primigenia de la
humanidad (Saintoul 47). Sirva de dato no tan anecdótico que la primera traducción al
español la realizó el fraile mexicano Fray Servando Teresa de Mier ( eléndez 47),
predicador independentista, cuyo texto “¿Puede ser libre la Nueva España?”, escrito en
1820, supuso todo un programa político para la independencia de México, acaecida al año
siguiente.
A pesar de la exaltación cristiana de Atala, la trágica historia pronto se convirtió en
referencia ineludible para las siguientes generaciones románticas americanas, que quisieron
ver en sus dramáticos personajes la encarnación del bucolismo indiano y la idealización del
38
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
mestizaje. Así, José
aría de Heredia creó su poema “Atala”, Juan
ontalvo lo tomó como
modelo para sus ensayos políticos, Juan Bautista Alberdi admitió sus influencias y José
Enrique Rodó citó a Chauteaubriand como uno de los estímulos capitales en el desarrollo
del sentimiento de la naturaleza (Meléndez)10. Finalmente, Cumandá (1879) absorbió los
postulados de Atala, aunque su autor, el ecuatoriano Juan León Mera supo agregar
autenticidad a su relato
Con el Romanticismo asentado en todo su esplendor estético en América mientras
se van forjando las independencias de los diferentes territorios, existían, no obstante, rasgos
diferenciadores con respecto a Europa que fueron clave para la evolución de la novela del
indio: el antiespañolismo, el asimiento a la tradición indígena y el optimismo respecto al
futuro de América ( eléndez 65). El primer rasgo surgió, obviamente, como consecuencia
de las guerras de independencias de los nuevos estados. Para contar con el mayor número
de acólitos a la causa secesionista, sus dirigentes prometían cambios significativos para los
indígenas, y auguraban un futuro prometedor alejados del sufrimiento que durante siglos
habían sufrido por parte del imperialismo. De esta manera el libertador de América se
dirigió a ellos en Lima, el 10 de febrero de 1825, al lograr la emancipación de los
indígenas, lo cual le daba alas para rescatar del olvido las viejas glorias de la población
nativa:
Pero la mano bienhechora del ejército libertador ha curado las heridas que
llevaba en su corazón la patria; ha roto las cadenas que había remachado
Pizarro a los hijos de Manco-Capac, fundador del imperio del sol, y ha
puesto a todo el Perú bajo el sagrado régimen de sus primitivos derechos
( olívar Discursos... 108).
39
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
También Rojas ha señalado la exaltación patriótica de la Independencia que, en el caso de
Argentina, animó a los poetas a cantar la restauración del Incanato en un proyecto nacional
absolutamente optimista11 (de hecho, el sol que adorna la bandera argentina es fiel reflejo
de este sueño restaurador). Obsérvese, sin embargo, la imagen de sometimiento que de los
indígenas proyecta Bolívar, tan ajena a la realidad, y tan diferente del discurso anterior, en
donde “los primitivos derechos” repuestos por el ejército libertador, en el siguiente discurso
ya no habían sido depuestos:
El indio es de un carácter tan apacible que sólo desea el reposo y la
soledad; no aspira ni aun a acaudillar su tribu, mucho menos a dominar
las extrañas…Esta parte de la población americana…no pretende la
autoridad, porque ni la ambiciona ni se cree con aptitud para ejercerla,
contentándose con su paz, su tierra y su familia… El indio es el amigo de
todos, porque las leyes no lo habían desigualado y porque, para obtener
todas las mismas dignidades de fortuna y de honor que conceden los
gobiernos, no ha menester de recurrir a otros medios que a los servicios y
al saber ( olívar Doctrina... 65).
Por otro lado, el plano estético debía ser coherente con el plano ideológico y ya que
se compartía el vehículo comunicativo – el idioma – con el enemigo político, los artistas
recién independizados dirigieron sus miradas hacia otras fuentes románticas (Francia,
Inglaterra, Estados Unidos y Alemania) e introdujeron el elemento diferenciador y
autóctono en sus creaciones. El caso de James Fenimore Cooper, despreciado en España, y
quizá por eso admirado en América, no es comparable al de Chateaubriand, ya que, según
Meléndez, los escritores que lo imitaron lo superaron, debido a la actitud frente al indio, ya
que el estadounidense no manifestaba tristeza por la destrucción de la raza, aunque sí cierta
melancolía, la misma que muestra Sarmiento en Facundo y que, según su propia confesión,
40
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
lo estimuló para su escritura. Tampoco se encuentran rasgos ineludibles del sello de Walter
Scott, cuyo Ivanhoe, arribado a América en 1825, no alcanzó el éxito imitador que sí
cultivó en España.
41
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
2. Indianismo e indigenismo
Desde los primeros conatos de Independencia, se extendió, desde México hasta
Argentina, el tema indígena en la poesía, el teatro y la prosa, que se fue adaptándose a las
modas estéticas del momento, aunque conservó, durante todo el siglo, el germen romántico.
Se trata de lo que los críticos han etiquetado como “literatura indianista”, al identificar una
corriente literaria debido a la pluralidad de rasgos compartidos. Antonio Cornejo Polar ha
calificado al indianismo como “indigenismo romántico”, ya que de esta manera, el
movimiento queda adscrito a la estética del Romanticismo, siendo la mejor vía para
comprender su idiosincrasia, además de las características comunes de “exotismo, su
ausencia de vigor reivindicativo…,su incomprensión de los niveles básicos, económicosociales, del problema indígena” (Literatura y sociedad... 36). Concha Meléndez, la autora
que con mayor profundidad ha analizado la novela indianista, afirma que en ella, “los
indios y sus tradiciones están presentados con simpatía” (13), Rodríguez-Luis señala al
indio y no al indígena como el objeto de la literatura indianista mientras que René Prieto,
además de los rasgos comunes a la literatura romántica americana establecidos por
Meléndez, añade, para diferenciarlo del indigenismo, la ausencia de protesta social.
La definición de Cornejo Polar resulta clarividente para diferenciar la corriente
romántica del movimiento estético y denunciatorio que se desarrolló desde finales del siglo
XIX hasta mediados del siglo XX. Aunque los límites entre uno y otro no son fáciles de
discernir, la trascendencia de su disparidad alcanza objetivos sociales de los que sus autores
son plenamente conscientes. La identificación de indianismo con indigenismo, como
algunos críticos literarios han realizado12, produce incompatibilidades con el mismo objeto
de la producción indigenista, a pesar de que ya en 1934 Concha Meléndez estableció sus
42
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
diferencias en su estudio La novela indianista en Hispanoamérica, y posteriormente estas
fueron siendo actualizadas sucesivamente por Alfredo Yépez Miranda en 1935, Aída
Cometta Manzoni en 1960 (Arribas García 64) y finalmente por Antonio Cornejo Polar y
Tomás Escajadillo, entre otros. Este último aporta una herramienta simple pero útil para
discernirlos: considerar indianista todo lo que no sea indigenista y para ello define los
requisitos que ha de tener toda novela indigenista, que veremos más adelante.
La multiplicidad de rasgos que las autoridades en materia de indigenismo han
señalado, en ocasiones contradictorios, dificultan la tarea del investigador a la hora de
catalogar una obra como indianista o indigenista. En este estudio asumiremos, en principio,
los tres atributos fundamentales que caracterizan a la novela indigenista y la alejan de la
producción indianista, como son el grado de realismo a la hora de acercarse al referente, la
heterogeneidad propia de las sociedades mestizas latinoamericanas y la denuncia social.
Además, muchos han establecido una primera obra fundacional. Así, según Cometta
Manzoni, Saintoul y Luis Alberto Sánchez, la primera obra indigenista fue Aves sin nido
(1889), de Clorinda Matto de Turner; para Mariátegui y Escajadillo, el mérito le
corresponde a Cuentos andinos (1920), de López Albújar; Echevarría apunta a Wara-wara
(1904) de Ciro Alegría. Otros autores retroceden aún más, nombrando a El padre Horán
(1848), de Narciso Aréstegui (Kristal 16), Tupac-Amaru (1820), atribuido a Luis Ambrosio
Morante ( eléndez 180), La trinidad del indio o costumbres de interior (1885), de José
Itolararres (Arribas García 64). A este respecto, resulta significativa la crítica que realiza
Efraín Kristal sobre la clasificación tipológica de las novelas indigenistas que hasta la fecha
habían desarrollado los críticos, que no recordaban que una de las primeras críticas
literarias sobre el indigenismo la realizó en 1890 Emilio Gutiérrez de Quintanilla,
43
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
censurando otras obras anteriores, de la misma manera que durante el siglo XX se fueron
añadiendo y descartando obras literarias según el criterio del momento (Kristal 18-21).
Apela al “efecto del realismo” acuñado por Pierre ourdieu, por el que la realidad se ve
deformada por las diferentes definiciones sincrónicas13. Además, subraya Kristal que no es
posible clasificar una obra literaria por su posición ideológica o antropológica ya que se
trata de planos distintos.
Para seguir una catalogación diacrónica, señalaremos las características que estos
críticos han otorgado al indigenismo. Así, Cometta Manzoni antepone el elemento
reivindicativo sobre el estético, afirmando que la novela indigenista “responde a los
reclamos urgentes de su momento histórico”, “es una tendencia revolucionaria” que “no
siempre es estética”, es “un movimiento de denuncia para promover una reacción violenta”
que “describe la opresión, la esclavitud y el dolor indio” (Cometta Manzoni El indio en la
novela... 12). Kristal reafirma su teoría urbana, asociando indigenismo con política14;
Cornejo Polar toma en cuenta consideraciones teóricas, el referente, el componente lírico y
su carácter heterogéneo. Según el crítico peruano, en la novela indigenista subyacen
elementos ajenos al orden occidental de la novela y por eso, la primacía no se centra en el
individuo; el autor toma en cuenta al referente y se adecúa a las formas literarias indígenas,
además de añadir elementos míticos procesados con recursos épicos en lugar de novelescos.
Además, Cornejo Polar remite al compartido rasgo de denuncia, y añade que la novela
indígena es novelable desde fuera, existe una ruptura de la continuidad temporal por la que
el pasado glorioso ya no resulta atractivo ni su continuidad es la solución a los problemas
de los indígenas; el autor indigenista prefiere la elegía y la tragedia a la utopía y finalmente
descarta cualquier solución real política por parte de los indigenistas. Tomás Escajadillo
44
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
distingue dos presencias del tema indígena (indianismo modernista e indianismo romántico)
y dos momentos del indigenismo (indigenismo ortodoxo y neoindigenismo), e indica los
requisitos que debe cumplir una novela indigenista, a saber: sentimiento de reivindicación
social, superación de lastres pasados y proximidad al mundo novelado (Escajadillo "El
indigenismo..." 118).
45
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
3. ¿Una literatura nacional o una literatura andina?
Es necesario, sin embargo, tener en cuenta, que tanto Antonio Cornejo Polar como
Tomás Escajadillo y Efraín Kristal son críticos peruanos, y sus estudios se restringen, si no
solo a Perú (o a los países donde supuestamente siguen existiendo indígenas), a la
prefigurada área andina. Quisiéramos subrayar “prefigurada”, ya que, en general, los
críticos circunscriben el área andina a Perú, Bolivia y Ecuador, obviando, si no olvidando,
que los Andes recorren todos los países de Sudamérica occidental. Si asumimos que con el
adjetivo “andino” pretenden identificar, en términos geográficos, el altiplano, y en términos
históricos, el antiguo Tawantinsuyo, también en este caso se observa una indiferencia
destacable en lo que respecta al norte de Chile y al Noroeste de Argentina (el antiguo
Collasuyo incaico). La adecuación geográfica de la denominada región andina ya fue
señalada por Ángel Rama, que incluyó todas las zonas del Inkario, desde Colombia hasta
Argentina15, mientras que Poderti reconoce una zona específica “de fuerte incidencia en la
cultura incásica” (16). Esta apreciación, cuyas causas y consecuencias serán analizadas
detenidamente en esta tesis, implica una adecuación de los presupuestos teóricos de dichos
críticos a la realidad literaria argentina.
Sin embargo, y como ya apuntaba el mismo Cornejo Polar, existe un problema
crítico a la hora de catalogar las literaturas nacionales, especialmente en el complejo
desarrollo social y político de las naciones hispanoamericanas ("El indigenismo y las
literaturas..." 9). Efectivamente, y resumido de manera simplista, existen dos maneras
complementarias de reflexionar sobre una unidad en la literatura hispanoamericana: su
conexión cíclica y continuada con los sistemas estéticos europeos y la inclusión de un
elemento único y característico de la realidad de Hispanoamérica, teniendo como
46
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
consecuencia sistemas literarios exclusivos, se llamen gauchesca, realismo mágico o
indigenismo.
El actual territorio de Argentina perteneció a diversos sistemas dominadores desde
poco antes de la Conquista hasta poco después de su independencia. Antes de la llegada de
los españoles, tres grupos bien diferenciados ocupaban Argentina, subdivididos a su vez en
numerosas etnias. El Noroeste fue invadido por los incas hacia 1480 y aunque la
dominación no llegó al centenario, se produjo una quechuación notable que llega hasta
nuestros días. El Nordeste estaba habitado por la familia tupi-guaraní mientras que las
zonas pampeanas y patagónicas, nunca vencidas por los europeos, fueron finalmente
doblegadas por las expediciones del siglo XIX (O'Donnell 13-15). Primero la zona
noroéstica y posteriormente la oriental fueron anexionadas al gobierno del Virreinato del
Perú, hasta la creación del Virreinato de la Plata en 1776 que incluía las actuales Argentina,
Uruguay, Paraguay, Bolivia, norte de Chile, sur de Perú y zonas de Brasil. Entre 1814 y
1825 se fueron escindiendo los territorios ajenos a la actual Argentina, y a finales del siglo
XIX las fronteras actuales terminaron de configurarse. Así pues, en poco más de 300 años,
estas zonas compartieron algo más que una serie de conquistas. Y aunque se suele
denominar “literatura hispanoamericana” a la producida desde Simón olívar, esta es
reconocible desde mucho antes, al menos en el territorio que nos concierne.
Fernando Ortiz introdujo en 1940 el término “transculturación” para definir el rasgo
común de las sociedades latinoamericanas, que han sufrido, no solo desde la llegada de los
españoles, sino de mucho antes, transferencias culturales entre unos pueblos y otros debido
a conquistas, repoblaciones, migraciones, etc. Al citar la definición de Ortiz podremos
comprobar cómo se ajusta tanto a la realidad social de Argentina como a la de
47
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
Latinoamérica, por lo que su adecuación permite comprender la complejidad real de la
sociedad argentina, a pesar de los intentos de sus dirigentes por adornarla o falsearla:
Hemos escogido el vocablo transculturación para expresar los
variadísimos fenómenos que se originan en Cuba por las complejísimas
transmutaciones de culturas que aquí se verifican, sin conocer las cuales
es imposible entender la evolución del pueblo cubano, así en lo
económico como en lo institucional, jurídico, ético, religioso, artístico,
lingüístico, psicológico, sexual y en los demás aspectos de su vida…El
concepto de la transculturación es cardinal y elementalmente
indispensable para comprender la historia de Cuba y, por análogas
razones, la de toda América en general (Contrapunteo cubano…93, 97).
Esto presupone además una dualidad discursiva llamada “heterogeneidad” por
Antonio Cornejo Polar que, como veremos en el siguiente capítulo, en Argentina se intentó
eliminar durante el siglo XIX al imponer una literatura homogénea inspirada solo en
modelos europeos.
Por eso, la mayoría de los planteamientos teóricos propuestos por los críticos
peruanos son válidos, ya que la heterogeneidad característica de la literatura indigenista en
Perú “podría iluminar, por extensión, el amplio y apasionante campo de la novela
indigenista de los países andinos” (Cornejo Polar Literatura y sociedad... VI), y no solo de
las regiones andinas, sino de todas aquellas donde prima un doble estatuto sociocultural.
Así, resulta imprescindible realizar un breve repaso a los orígenes y desarrollo del
indigenismo en el Perú, ya que es en ese país donde la crítica literaria indigenista ha
conseguido imponer una hegemonía teórica.
48
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
4. Indigenismo en Perú: el origen social del movimiento y su evolución
Hasta hace bien poco, Aves sin nido (1889), de Clorinda Matto de Turner, era
considerada como la primera novela indigenista, afirmación recogida por Cometta Manzoni
(1960), Sánchez (1960), Saintoul (1984) y Bonneville (1961), ya que en ella se bosqueja
una tímida denuncia sobre la explotación sufrida por los indígenas en el Perú. Debido a la
caracterización excesivamente plana de los personajes, la idealización del paisaje, el tono
costumbrista, la escasa fidelidad del entorno indígena y la solución que la autora propone
para solventar la marginación del indio, su occidentalización, desdeñando así su cultura,
varios críticos la han considerado posteriormente como un puente necesario entre
indianismo e indigenismo. Así, Rodríguez-Luis la propone como una primera
manifestación del indigenismo (también indica que El mundo es ancho y ajeno es la
primera culminación) y Arribas García advierte su carácter iniciador. Otros, sin embargo,
como Escajadillo, descartan la teoría fundacional para situarla, más bien, como precursora
pues, aunque se denuncia, no se condena.
La importancia de Aves sin nido dentro del panorama indigenista es revelador en
tanto su autora estuvo en contacto con los círculos reivindicativos de su época y sobre todo,
con Manuel González Prada quien, con su discurso en el teatro Politeama en 1888 y en su
artículo “Nuestros indios”, aparecido en Páginas libres en 1904, denuncia explícitamente la
injusticia bajo la que vive el indio, humillado en un régimen feudal, y rechaza a los que
acusan al indio de negarse a la civilización, arguyendo que el problema del indio no es
pedagógico sino socioeconómico. Varias décadas antes, el positivismo había dado alas a las
teorías raciales que suponían la superioridad de unas razas sobre otras. Por supuesto, la raza
indígena salía muy mal parada16 y González Prada prefirió decantarse por otros
49
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
antropólogos como Novicow, con el que compartía la idea de que la raza pertenece a una
categoría subjetiva. La ignorancia, dice González Prada, puede ser causa del abatimiento
del indígena, pero, aunque fuesen instruidos, seguirían siendo oprimidos. Matto de Turner,
no obstante, si bien coincidía con su maestro sobre la deplorable situación de los indígenas,
no compartía, en absoluto, al menos en la ficción, la solución del problema. Esta, según el
ensayista peruano, solo ofrecía dos alternativas: la compasión del opresor o el
levantamiento violento del indio, y concluía: “El indio se redimirá merced a su esfuerzo
propio, no por la humanización de sus opresores” ( onzález Prada 19).
Aunque este último parece ser el primer ensayista peruano en denunciar la
explotación de los indios, mucho antes, en 1875, María Ángela Enríquez de Vega ya había
escrito un artículo denunciatorio, bastante más pormenorizado sobre la opresión indígena, y
además celebraba y analizaba las diferentes obras literarias que sobre el tema se habían
escrito (Kristal 92). El artículo, titulado “El Indio”, apareció en la revista La Alborada,
dirigida por Juana
anuela orriti, escritora argentina cuyo cuento “Si haces mal no
esperes bien” (1861) podría considerarse como uno de los primeros esbozos de relato
indigenista, hecho apenas soslayado por Prieto. En su obra Una visión urbana de los Andes.
Génesis y desarrollo del indigenismo en el Perú 1848-1930, Kristal retrocede a las primeras
décadas del siglo XIX para rescatar las figuras de Santiago Távara y Ramón Castilla como
los primeros oligarcas en denunciar la opresión del indígena, lo cual refuerza nuestra teoría
del desarrollo diacrónico del indigenismo. Otorga Kristal a El Padre Horán, publicado en
1848, el privilegio de ser la primera novela moderna indigenista. La obra de Narciso
Aréstegui ya había sido elogiada por Matto de Turner y Ricardo Palma y fue considerada
50
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
como un antecesor del indigenismo por Castro Arenas, Enrique Tord y Tamayo Vargas
(Kristal 16).
El renacimiento de la defensa del indígena se formaría a raíz de la protesta
estudiantil (una de las primeras de Hispanoamérica) en 1909 en la Universidad de Cuzco, lo
que motivaría su cierre. Uno de sus alumnos, junto con la periodista Dora Mayer, fundó La
Asociación Pro-Indígena aquel mismo año en Lima, con el objetivo de defender a los
indígenas de los abusos institucionales ( alcárcel Memorias 148), ya que estos eran
sistemáticamente vejados por aquellos a lo que onzález Prada llamaba “la trinidad
embrutecedora del indio”: el juez, el gobernador y el cura. Varios de los estudiantes que
encabezaron la protesta formaron la Escuela Cusqueña, diferenciada de los grupos arielistas
en que estos eran ajenos al drama indígena y preferían adoptar modelos extranjeros
(Valcárcel 184). Entre los integrantes destacaban Luis Felipe Aguilar, autor de Cuestiones
indígenas (1922); Ángel Vega Enríquez; Uriel García, autor de El nuevo indio (1930); José
Ángel Escalante, uno de los integrantes que protagonizaron la “Polémica del Indigenismo”
en 1927, con su artículo “Nosotros los indios”; y cómo no, Luis alcárcel, posiblemente el
intelectual peruano que más luchó por preservar la cultura indígena en el siglo XX.
De su mano surgiría el Grupo Resurgimiento en 1927, destinado a denunciar los
abusos del gamonalismo y a reivindicar los derechos de los indigenistas en clave
socialista17. En efecto, los ecos de la Revolución Rusa y la Revolución Mexicana
impulsaron las ideas comunistas en toda la América hispana, y muy pronto se fundieron los
principios de igualdad y reparto universal de los bienes con el antiguo sistema económico
incaico, el ayllu. José Carlos Mariátegui, fundador del Partido Socialista Peruano, encabezó
una cruzada proindígena, cuyos planteamientos serían plasmados en sus Siete ensayos para
51
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
la interpretación de una realidad peruana, publicado en 1928, donde, además de exponer
su proyecto político, económico y filosófico, analiza genialmente el movimiento literario
indigenista. Muchas de sus teorías sobre el indigenismo siguen siendo vigentes actualmente
y constituyen un referente indispensable para cualquier estudioso del indigenismo.
Literariamente, el boliviano Alcides Arguedas publicó en 1904 Wara-wara,
revisada en 1919 con el título Raza de bronce, donde la visión romántica del indio es
desplazada por la antropológica, más realista del indio explotado y olvidado por el gobierno
(Saintoul 53). Según Echevarría, la versión primitiva constituye la primera novela
indigenista, al no pedir compasión por parte de sus opresores, sino que se alzan en rebelión
(291). Más tarde López Albújar publicó Cuentos andinos (1920), considerada por
Escajadillo y Mariátegui como la primera obra indigenista; seguida por El tungsteno (1931)
de César Vallejo; Huasipungo (1934), del ecuatoriano Jorge Icaza y finalmente El mundo
es ancho y ajeno (1941) de Ciro Alegría y Yawar fiesta (1941) de José María Arguedas,
solo por mencionar las más destacadas entre un largo listado de obras publicadas entre 1920
y 1940 en la mal llamada región andina. Cometta Manzoni, en su estudio El indio en la
novela de América, aporta un gran registro y análisis de la gran mayoría de estas obras.
La década de 1940 supone la transformación del movimiento hacia el denominado
“neoindigenismo”, encabezado por José
aría Arguedas que implica, por resumirlo de
manera sencilla, una proximidad mayor al universo indígena. Por ello, Escajadillo formula
su teoría del neoindigenismo en base a las últimas obras del andahuaylino; es decir,
convierte a Los ríos profundos y Todas las sangres en un patrón y explica las siguientes
diferencias: realismo mágico, intensificación del lirismo, perfeccionamiento de la técnica
52
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
narrativa y crecimiento del espacio en consonancia con la realidad indígena. Dejemos, sin
embargo, al propio Escajadillo desarrollarlas:
Los fenómenos que nos servirán para explicar el tránsito de la obra de
Arguedas de una etapa a la otra, son los mismos que explican, en gran
parte, las diferencias y mutaciones que distinguen el “neo-indigenismo”
del “indigenismo ortodoxo”. Estas transformaciones podrían sintetizarse
en:
a) La utilización, en forma plena, de las posibilidades artísticas que
ofrece el “realismo mágico” o “lo real maravilloso” para la
develación de zonas antes inéditas del universo mítico del hombre
andino (La narrativa... 55).
b) La intensificación del lirismo en la narrativa, a tal punto, que una
denominación como “novela poemática” pueda resultar aceptable
para una obra “indigenista”. Esta mayor presencia de una prosa
poemática…se asocia con frecuencia a la utilización de la narración
en primera persona, que era más bien inusual en la tradición del
“indigenismo ortodoxo” (Escajadillo La narrativa... 59).
c) El último deslinde que me parece importante estudiar, para detectar y
caracterizar el tránsito de un indigenismo ortodoxo a un “neoindigenismo” es el relativo a la “transformación” (complejizacion) del
arsenal de recursos técnicos de una narrativa de “temática indígena”
(Escajadillo La narrativa... 74).
d) La “ampliación” del tratamiento del “problema” o “tema” indígena,
de manera que dicho “tema” ya no se restrinja, como en momentos
distintos…, a ser la visión desde un punto de vista racial (el indio),
laboral (el campesino; el obrero minero), o “zonal” (el habitante
andino). Esta ampliación supone, en último extremo, ver “el problema
53
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
indígena” como parte integral de la problemática de toda una nación
(Escajadillo La narrativa... 64).
Cornejo Polar aceptaba estos factores, pero planteaba la posibilidad de que el último factor
cancelase la tradición anterior, en lugar de transformarla. Esto se debe a la disminución de
la tensión bipolar existente en Perú a partir de la década de los 50, y que caracteriza, más
allá del impacto del referente y sus reivindicaciones, la literatura indigenista.
En el caso argentino, como veremos más adelante, no se puede hablar de una
relajación en la heterogeneidad cultural, ya que tratamos un problema socialmente
diferente, que es la invisibilización, que continuó más allá de la producción neoindigenista.
54
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
5. Aplicación de la teoría indigenista a la literatura argentina
Como esbozábamos al comienzo, el indigenismo debe observarse como una corriente
literaria en continua evolución que comienza al detectarse en la literatura desde el momento
en que un autor externo al referente denuncia la desigualdad de los indígenas. La actitud del
autor hacia su referente será lo que delimite su adscripción a una corriente literaria o a otra.
En este sentido, Las Casas entraría dentro del corpus indigenista, a pesar de su carácter
moralizante, mientras que la literatura indianista no tendría cabida, no solo por la ausencia
de denuncia y su tendencia exotista, sino también – y consecuencia de lo anterior - debido a
que algunas obras podrían considerarse antiindigenistas. En este sentido, tanto en La
Cautiva, de Esteban Echeverría, en Martín Fierro de José Hernández como en las
diferentes versiones de Lucía Miranda, los indios son retratados como personajes crueles,
ya que toman como referencia a los indios plasmados en la crónica de Martín del Barco
Centenera, Argentina y conquista del Río de la Plata de 1602 (Meléndez 26). Valdelomar,
según Escajadillo, es el paradigma de escritor antiindigenista, y lo incluye dentro de su
“Indianismo modernista”.
Como hemos señalado anteriormente, utilizaremos los elementos comunes que han
distinguido los críticos. Se considerará “indigenista” toda aquella novela de ficción que
contenga un componente denunciatorio que ataña a los indígenas argentinos como referente
realista. De esta manera se cumplirá con una doble denuncia: el grito desgarrador de sus
autores por censurar y condenar la situación de los indígenas en Argentina, y por otro,
reprochar el silencio al que ha sido sometida esta literatura en el país austral.
El rigor histórico obligaría a impedir la definición de indigenista a dichas novelas
por el origen político y geográfico de dicho vocablo, realidades y evoluciones con pocos
55
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
puntos en común con las argentinas. Efectivamente, el movimiento indigenista peruano,
antioligárquico y marxista, aceleró la producción artística relacionada, o más bien,
intensificó sus ecos en una sociedad claramente estratificada y dividida en función de las
razas y donde el contacto interracial y la influencia mutua eran una constante. Por tanto, la
revalorización de la cultura indígena, que comenzó en el siglo anterior con la reivindicación
del pasado incaico, aderezada con los postulados marxistas, debía desembocar
necesariamente en una reclamación de los derechos indígenas. La misma situación se puede
aplicar a la novela indigenista en México en relación a la Revolución, aunque esa
producción haya surgido por cauces muy diferentes a la peruana.
Sin embargo, en Argentina, aunque es obvio que la repercusión del movimiento
indigenista arribó a las regiones andinas del noroeste, y que la situación social podía
asemejarse a la de los países vecinos, la realidad política (y literaria) del conjunto del país
dificultaba la trascendencia del indigenismo, una corriente más bien exótica en un país en el
que los indígenas puros representan menos del 3%. Aunque es evidente que autores como
Fausto Burgos o Manuel J. Castilla, en contacto directo con el movimiento, se vieron
influidos por este en su producción literaria, el resto de los escritores estudiados se hallaban
lejos de su poder de difusión. Es por ello que rigurosamente, sus novelas podrían no ser
catalogadas como indigenistas inicialmente, pero a tenor de las descripciones que del
movimiento literario análogo se han venido realizando, a la postre la novela indigenista no
debe ser considerada regional, sino común al universo literario latinoamericano, por su
condición heterogénea.
Posiblemente Alcides Greca o Pablo Rojas Paz no fueron impulsados por una
revolución social colectiva que les hizo percatarse de las injusticias sufridas por los
56
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
indígenas, sino que llegaron a esa conclusión individualmente, lo cual constituye también
un mérito destacable, habida cuenta de la escasa presencia indígena y de las políticas de
invisibilización y negación de los gobiernos argentinos. El hecho de que esta denuncia
literaria coincidiera en el tiempo demuestra la repercusión de las teorías marxistas y
nacionalistas en América Latina, dos circunstancias que no deben ser desestimadas.
De esta manera podemos afirmar la existencia de diferentes focos de la literatura
indigenista cuyos orígenes a corto plazo difieren, pero cuyo objetivo se mantiene: la
denuncia social, la cual debe ocurrir necesariamente en una sociedad enfrentada, con
explotadores y explotados, circunstancias que hacen posibles novelas con contenido,
estructura y características muy similares, que analizaremos en cada caso. Por tanto, si bien
el macrouniverso circundante a la sociedad indígena peruana atañe a una nación completa y
el correspondiente a la argentina solo se circunscribe a comunidades aisladas, o en el mejor
de los casos, a provincias muy alejadas de la capital, la fundamentación de la denuncia es
básicamente la misma, a la que añadiremos el agravante en el caso argentino que, como
venimos insistiendo, corresponde a la negación, no solo política y metaliterariamente, sino
también críticamente.
A este respecto, cabe recordar la definición de la novela Aves sin nido como
precursora, antecedente o primera obra indigenista según diversos críticos que ni siquiera
mencionan a su mentora, Juana Manuela Gorriti. Este hecho no pasa desapercibido para
René Prieto y Efraín Kristal, quienes además señalan a otros intelectuales que denunciaron
la situación del indígena con mucha anterioridad y con mayor detalle que González Prada.
Resulta paradójico, cuanto menos, que Gorriti, quien fundase una revista literaria y fuese
anfitriona de un conocido salón literario en Lima, ambos círculos con especial foco en el
57
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
problema indígena, no haya captado la atención de los teóricos más prestigiosos del
indigenismo y, en general, haya sido olvidada por la crítica literaria peruana, la misma que
encumbró a Clorinda Matto de Turner, quien fue patrocinada precisamente por Juana
Manuela Gorriti18. Tampoco se hace mención al drama de Tupac-Amaru (1821) atribuido a
Luis Ambrosio Morante, actor argentino que, según Concha Meléndez, representa la
primera defensa literaria del indio peruano. Aunque aquí no se discute la exclusividad del
origen, se destaca su ausencia en la controversia. Así, Kristal sitúa a El padre Horán (1848)
como primera novela indigenista; Arribas García a La trinidad del indio o costumbres de
interior (1885); Cometta Manzoni, Catherine Saintoul y Luis Alberto Sánchez a Aves sin
nido (1889); Evelio Echevarría a Wara-Wara (1904); y Mariátegui y Escajadillo a Cuentos
andinos (1920). Cornejo Polar, aunque no se significa plenamente, incluye a Aves sin nido
dentro de sus estudios sobre indigenismo. La crítica, pues, silencia los orígenes argentinos
de la corriente literaria.
En la crítica generalizada y de obras no precursoras, es decir, plenamente
indigenistas, se extiende este silencio, que, como mucho, se ve alterado por menciones de
soslayo. Luis Alberto Sánchez, en uno de los primeros estudios literarios sobre
indigenismo, elabora un largo listado de novelas, nombrando, entre los autores argentinos,
“La raza sufrida, de Carlos . Quiroga…; Hasta aquí no más, de Pablo Rojas Paz…, las
novelas de Fausto Burgos, B. González Arrili, alguna de Hugo Wast…” (Proceso y
contenido... 564). Llama la atención la inclusión de la novela de Quiroga, que a pesar de
sus retratos de la vida indígena, no denuncia ninguna explotación19, así como la de Hugo
Wast, conocido antisemita, y las obras de González Arrili, cuyos referentes indígenas solo
logran entonar un discurso incaísta. El resto de autores nombrados, como observamos, son
58
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
confinados a un segundo plano, aunque incluye la totalidad de la obra de Fausto Burgos sin
detenerse, al contrario de lo que hizo con muchos escritores peruanos, bolivianos,
mexicanos, colombianos, guatemaltecos y ecuatorianos a lo largo de veinte páginas.
Evelio Echeverría define acertadamente el indigenismo literario e incluye una lista
de ochenta obras entre las que menciona Kanchis Soruco y El salar de Fausto Burgos,
aunque con reservas, pues “se limitan únicamente a la exposición de agravios y abusos, sin
llegar a ofrecer una solución, o ni aún a avanzar una plataforma política o ideológica de
redención para los oprimidos” (291), ya que según él, “la típica novela indigenista termina
con un alzamiento de indios”, aunque aclara la ausencia de violencia en otras muchas obras.
Si bien nos extenderemos en el análisis de El salar en el capítulo principal de esta tesis, no
está de más comentar aquí la evidente rebelión de la indígena Rosario ante su explotador al
final de la novela, contrastando con la típica apatía y sumisión que la caracteriza a lo largo
de la narración. Por otro lado, uno de los defectos de los que se acusó a la novela
indigenista fue precisamente su escasa aportación de soluciones, y como afirma RodríguezLuis, este proyecto fracasó al agotar su producción reivindicativa mientras que en su
segunda fase, al menos en Perú, chocó contra la misma solución propuesta por los primeros
indigenistas, la que ya estaba teniendo lugar en Perú, y la que hacía décadas que ya había
sucedido en Argentina, “la cholificación de la cultura indígena” (Rodríguez-Luis 45).
Ya hemos comentado la alusión que realiza René Prieto a Juana Manuela Gorriti y
su cuento “Si haces mal no esperes bien” como uno de los primeros antecedentes del
indigenismo. Sin embargo, en su posterior análisis sobre los países con mayor presencia de
literatura indigenista, relega deliberadamente a Argentina, aduciendo que “It is in the five
countries mentioned above [Peru, Bolivia, Ecuador, Mexico, and Guatemala], however, that
59
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
the literatura featuring native Americans has proliferated sufficiently to warrant speaking in
terms of a literary tendency” ( onzález Echevarría y Pupo-Walker 141). A este respecto
afirma Prieto que, a pesar de esto, sí existe novela indigenista en otros países y menciona,
como ejemplo paradigmático, Donde haya Dios (1955), de Alberto Rodríguez, que
curiosamente, es argentino. Brushwood también menciona y analiza brevemente esta
novela (200-01), pero la compara con Huasipungo (1934) en el tratamiento de la injusticia.
Huelga decir la distancia temporal y estilística que separa a ambas novelas. La de Jorge
Icaza fue publicada en el período de mayor apogeo del indigenismo (1920-1940) y es
considerada como la novela indigenista por antonomasia20. Al señalar Brushwood los
defectos de la obra argentina en comparación con el modelo universal, está tratando con
injusticia toda la producción indigenista argentina.
Ya en la academia argentina, escasos críticos se atreven a identificar el vocablo
“indigenismo” con ciertas obras o autores con estas características. Es más, resulta
complicado encontrar estudios sobre dichas obras o escritores a nivel nacional y cuando se
hallan, estos son abordados en el específico y muy especializado campo de la literatura
regional, cuyos espacios de difusión se encuentran diseminados por las diferentes
provincias argentinas, alejadas de la capital y, por tanto, del canon.
Sin embargo, ha sido en el territorio de la literatura regional donde la crítica
revaloriza y dota de prestigio a las obras olvidadas, y aunque la perspectiva rara vez sea
desde la teoría indigenista, secundariamente se hallan ecos de su relación con esta, aunque a
menudo se suele caer en catalogaciones más generales, como “literatura de denuncia
social”, “literatura sobre indígenas”, “literatura criollista”, “literatura de inspiración
folklórica” o términos similares.
60
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
El estudio más elocuente, por completo, lo firma Alicia Poderti en su tesis doctoral
La narrativa del Noroeste argentino. Además de citar el cuento de Gorriti mencionado,
incluye también La quena dentro de la narrativa de índole indigenista y sitúa a Manuel J.
Castilla en el espacio del indigenismo de vanguardia. No obstante, aunque revisa la obra de
Fausto Burgos y Pablo Rojas Paz dentro de la misma corriente nativista postromántica,
extraña su desvinculación con el indigenismo.
Beatriz Sarlo, por su parte, denuncia el olvido al que han sido relegadas ciertas
obras del regionalismo y denomina “indigenismo exterior y quechuismo” a la corriente
denunciatoria que sigue la misma línea inaugurada por Rojas, enmarcada dentro de la
tónica nativista sin aportes significativos propios del indigenismo21. Sarlo no añade autores
ni obras específicos, pero nombra a Juan Carlos Dávalos y Fausto Burgos como escritores
regionales con óptica paternalista sobre las desigualdades sociales.
Sorprendentemente, uno de los primeros estudios sobre indigenismo (1939) sitúa la
poesía argentina como la más prolífica de América en términos de indigenismo literario, y
justifica esta presencia debido a que “se cultiva en los países indoamericanos que tienen
mayor porcentaje de raza blanca” (El indio en la poesía... 246). Su autora, Aída Cometta
anzoni, denomina “indigenismo revolucionario y beligerante” al practicado en “los países
indoamericanos donde el indio es una realidad, allí donde constituye un problema que urge
resolver, donde su miseria, su angustia y la espantosa situación que soporta lo colocan al
margen de la sociedad civilizada” (El indio en la poesía... 259). Sin embargo, en una obra
posterior (1960) dedicada a la novela, el género que tratamos en esta tesis, la crítica
argentina invierte su conclusión anterior, aduciendo que la literatura indigenista se produce
61
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
en los países con mayor porcentaje indígena22, y aunque analiza la producción en varios
países andinos, no incluye ni una sola obra ni autor argentinos.
Una de las pocas evidencias críticas que vinculan – no insertan – a novelistas
argentinos con el indigenismo son los estudios de Silvia Graziano, dos de ellos
especialmente significativos. El primero revisa la relación entre José María Arguedas y
Argentina, donde la figura de Fausto Burgos descolla por determinante y el segundo analiza
la participación de escritores argentinos en el indigenismo de vanguardia, hecho también
explorado por Ricardo Kaliman (Jordan 145-80), quien comprueba la importancia de
Manuel J. Castilla en este movimiento, circunscrito al ámbito poético.
Las historias literarias enciclopédicas solo se limitan a señalar la presencia del
indígena como referente en las obras literarias. El aporte más significativo lo firma Augusto
Raúl Cortázar, en el volumen quinto de la Historia de la literatura argentina de Rafael
Arrieta. En realidad, se trata de un compendio de varios de los estudios de Cortázar,
eminente folklorista argentino y sin duda quien más ha contribuido a la revalorización de
las tradiciones indígenas. Nos referimos a sus obras Folklore y literatura, donde se realiza
la necesaria diferenciación entre folklore, literatura folklórica, folklore literario y literatura
de inspiración folklórica, repasados en capítulos posteriores de esta tesis; e Indios y
gauchos en la literatura argentina, listado de más de ochenta títulos pormenorizado por
regiones y breve resumen de todas las obras literarias argentinas donde el indio o indígena
constituyen un referente ineludible, desde la colonia hasta 1950. Si bien no se trata el tema
del indigenismo, representa un punto de partida vital para cualquier estudio literario cuyo
componente fundamental sea el indio argentino.
62
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
Como podemos observar después de este repaso crítico, a día de hoy, y casi un siglo
después de la eclosión del indigenismo, no existen estudios que relacionen la corriente
literaria con las obras argentinas de contenido claramente indigenista. Sólo algunos
esbozos, ciertos tímidos titubeos se atreven a aproximar estos autores a la corriente literaria
nacida en Perú y exportada a todos los países latinoamericanos con población mayoritaria
indígena. La producción indigenista argentina permanece aún desvinculada críticamente del
movimiento literario que se produjo simultáneamente en el resto de Latinoamérica y sigue
siendo arrinconada en el apartado y quizá injustamente llamado marginal mundo de la
literatura regional.
63
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
NOTAS
4
“Aunque en sentido estricto el indigenismo es un movimiento que surge y se consolidad a partir de la década
de los 20, en una acepción más amplia puede rastreársele – en lo que toca a sus orígenes – desde los tiempos
inmediatamente posteriores a la Conquista” (Cornejo Polar Literatura y sociedad... 33).
5
“Se debe reconsiderar la visión general que ubica el origen del indigenismo en toda la región andina con la
obra Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner. En el Perú existió una continua producción
indigenista literaria desde la década del 40 del siglo pasado [siglo XIX] hasta la década del 80 del mismo
siglo” (Kristal 204).
6
Su interpretación se puede encontrar, entre otros, en el lúcido tratado de Lewis Hanke, La lucha española por
la justicia en la conquista de América.
7
“Esta [Brevísima relación de la destrucción de las Indias] sangrienta descripción de la conquista española,
traducida a todas las principales lenguas europeas e ilustrada con terribles grabados, sirvió en todas partes
como la mejor arma de la propaganda antiespañola” (Hanke 161).
8
En particular nos referimos a las apologías españolistas narradas por Vargas Machuca y Saavedra Fajardo,
además del desprecio con que enéndez y Pelayo y enéndez Pidal tratan su obra, acusándolo de “fanático e
intolerante” y de enfermo mental (Casas 51).
9
“The notion that Rousseau’s Discourse on Inequality was essentially a glorification of the state of nature and
that its influence tended wholly or chiefly to promote “primitivism” is one of the most persistent of historical
errors” (Lovejoy 165).
10
“Humboldt y Chateaubriand convirtieron, casi simultáneamente, la naturaleza de América, en una de las
más vivas y originales inspiraciones de cuantas animaron la literatura del luminoso amanecer del pasado
siglo; el uno, por el sentimiento apasionado que tiende sobre la poética representación del mundo exterior la
sombra del espíritu solitario y doliente; el otro, por cierto género de transición de la ciencia al arte, en que
amorosamente se compenetran la observación y la contemplación, la mirada que se arroba y la mirada que
analiza” (Rodó 501).
11
“Para los poetas de la Lira la emancipación se presentaba como un reanudamiento de la tradición indiana”
(Rojas Los coloniales 582); “En el general optimismo de la época rivadaviana, los poetas cantaron a la futura
grandeza del país. Celebraron los dones de la paz y del trabajo, predijeron la época de las inmigraciones
actuales, oficiando como verdaderos vates de la naciente república” (Rojas Los coloniales 580).
12
Sirva de ejemplo el capítulo dedicado al indigenismo de Ricardo Gullón, en sus Direcciones del
Modernismo, así como la definición de Jean Franco de indianismo (indianism en el original),
equivocadamente nombrando al indianismo “early indianism” en su An Introduction to Spanish-American
Literature.
13
“El arte que ha sido denominado realista, tanto en pintura como en literatura, no es otra cosa que aquel
capaz de producir un efecto de realidad, es decir, un efecto de correspondencia con la realidad, basado en la
conformidad con las normas sociales, aquellas que en un momento dado se reconocen como conformes con la
realidad” (Bourdieu 45).
14
“El indigenismo es un fenómeno literario urbano que expresa los puntos de vista que tienen los ciudadanos
respecto al indio”, “No se relacionaba con la cultura indígena directamente”, “Participa en la formación de
posiciones políticas respecto al indio” y es un “vehículo literario para los activistas políticos excluidos de la
arena política” (203).
64
1. Presupuestos teóricos de la literatura indigenista
15
“Entendemos por región andina no sólo el actual Perú, que ha funcionado históricamente como su corazón,
el punto neurálgico en que se manifiesta con mayor vigor su problemática, sino una vasta zona a la que sirven
de asiento los Andes y las plurales culturas indígenas que en ellos residían y sobre los cuales se desarrolló
desde la conquista una sociedad dual, particularmente refractaria a las transformaciones del mundo moderno.
Se extiende desde las altiplanicies colombianas hasta el norte argentino incluyendo buena parte de Bolivia,
Perú y Ecuador y la zona andina venezolana. Son tierras ecológicamente emparentables dentro de las cuales
se produjo la mayor expansión del Inkario...” (Rama 124).
16
Le Bon, en Psichologie du Socialisme, desprecia a las razas latinoamericanas. Sus conclusiones, por solo
citar a autores argentinos, tendrían su fruto en Facundo, civilización o barbarie, de D.F. Sarmiento, o Nuestra
América, de Octavio Bunge, publicada en 1903.
17
En el número 5 de la revista Amauta se publicó un artículo anunciando su fundación, sus objetivos y sus
participantes, entre los que se contaban, entre otros, a los representantes de la escuela cusqueña, César Vallejo
o Enrique López Albújar.
18 “En el caso de la orriti, los recuerdos literarios no olvidan ni su relación matrimonial con el general
Belzú (sic), luego presidente de Bolivia, ni sus veladas literarias. Sin embargo pocos se acuerdan de su obra
literaria propiamente dicha: Palma, quien la conoció bien, se limita a decir de ella que conformaba el grupo de
quienes por aquellos años "manejaban con algún brillo la pluma del prosador o del poeta" y que escribieron
para La Revista de Lima [no dice que también se expresó encomioso sobre La quena en el mismo texto]. Riva
Agüero, después de pedir disculpas por su franqueza declara que "como escritora me parece detestable. Son
sus obras las tediosas, afectadas y tontas que produjo la escuela romántica [. .. ] Si algún recuerdo merece La
quena es porque por la fecha de su publicación (1846) resulta ser una de las primeras obras francamente
románticas que se escribieron en el Perú". Los demás historiadores de la literatura peruana la soslayan”
(Alberto Varillas en Glave 128).
19
“Sin bien La raza sufrida es una novela de proyecciones sociales, en ella no grita la protesta iracunda, ni
siquiera implícita, que surge de las narraciones trágicas… del guatemalteco iguel Ángel Asturias, del
ecuatoriano Jorge Icaza, del peruano Ciro Alegría, del argentino Alfredo Varela, del paraguayo Augusto Roa
Bastos y de la obra más reciente, Todas las sangres, de José María Arguedas, también peruano. La raza
sufrida no denuncia una servidumbre racial y de clase; cuenta y pinta, sencillamente, con amor y con
admiración, y en tal aspecto tiene más analogía con Don Segundo Sombra, novela de la pampa argentina, que
con algunos de aquellos conmovedores alegatos”(Quiroga La raza sufrida 7).
20
“Para muchos, la novela indigenista y Jorge Icaza constituyen un todo. Se explica: la intensidad de los
hechos denunciados en Huasipungo y el haber sido traducida esta obra a varios idiomas, a más de la rápida
acogida que ciertos medios políticos prestaron al libro y a su autor, sirvieron para su vertiginosa propagación”
(Sánchez Proceso y contenido... 555).
21
“El indigenismo exterior y el quechuismo no pueden ser sino los correlatos literarios de estos temas
ideológicos; abundan las narraciones cuyo eje es la brutalidad, la violencia, el primitivismo indígenas
enfrentados complementariamente con la exaltación de sus cualidades abstractas: destreza, silencio taciturno y
viril, frescura romántica de ciertos amores juveniles. Si en escritores como Dávalos esto configura sólo la
zona menos apreciable de su literatura, complementada con relatos memorables como “El viento blanco”, en
otros narradores, el indigenismo, con el pretexto de la defensa, se limita al registro de las supersticiones, la
toponimia, la botánica y las leyendas: la línea inaugurada por Rojas termina en los Cuentos de la montaña de
Alberto Córdoba, publicados en 1941” (Zanetti 34).
22
“En los países de gran porcentaje indígena, donde el indio constituye la clase desheredada y explotada,
donde su drama adquiere mayor intensidad, se observa en la literatura, una corriente indigenista que
representa el sentido de justicia social de esos pueblos” (Cometta Manzoni El indio en la novela... 12).
65
2. El surgimiento de la literatura regional
CAPÍTULO 2. EL SURGIMIENTO DE LA LITERATURA REGIONAL
1. El proyecto europeísta en el siglo XIX
Como nación soberana, el primer elemento indígena que se puede rastrear en la
literatura argentina lo constituye la “ archa Patriótica”, himno nacional que continúa
vigente. La versión original, escrita por Vicente López y Planes en 1813, constaba de nueve
estrofas y un estribillo, que posteriormente fue reducida a dos estrofas y el mismo estribillo.
Las estrofas eliminadas en 1900 poco se correspondían a la realidad política y social que
impulsaron su creación, a saber, el antiespañolismo (“En los fieros tiranos la
envidia/escupió su pestífera hiel”), el sueño bolivariano de la unión panamericana (“¿No
los veis sobre
éjico y Quito…?”) y el pasado incaico (“Se conmueven del Inca las
tumbas”).
Es obvio que casi un siglo después de su independencia, y después de la pérdida de
sus últimas colonias en América, la animadversión hacia la antigua metrópoli no solo había
desaparecido, sino que existían buenas relaciones políticas. En las nueve estrofas, al menos
en ocho de ellas se tildaba al enemigo como España en los siguientes términos: “rendido un
León”, “gritos de venganza, de guerra y furor”, “¿No los veis devorando cual fieras/todo
pueblo que logran rendir?”, “el orgullo del vil invasor”, “tigres sedientos de sangre”,
“ibérico altivo León”, “fiero opresor de la patria”, “el tirano/ con infamia a la fuga se dio”.
Estos versos, pues, ya no estaban vigentes.
Por otro lado, el proyecto de renovación de la doctrina Monroe, reflejado en las
Conferencias Panamericanas, cuya primera reunión tuvo lugar en 1889, fue frenado por el
gobierno de Roca, que se oponía frontalmente al dominio norteamericano23. La cuarta
66
2. El surgimiento de la literatura regional
estrofa, que integra la articulación de Argentina dentro del espacio americano, no tenía, por
tanto, sentido dentro de la nueva concepción de nación.
Finalmente, la restauración del Incanato, empresa auspiciada durante los primeros
años de sublevación independentista, o al menos, la vuelta a los valores de soberanía
nacional inspirada en las viejas glorias del imperio inca24, tampoco tenían cabida en la
nueva nación:
Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huesos revive el ardor
Lo que ve renovado a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor
Estos cuatro versos, que conciben como argentinos a los descendientes del Incario,
añadiéndoles, además, cualidades humanas dignas de enorgullecer a todo un pueblo,
discrepan enormemente con el proyecto de colonización de Argentina, iniciado a mediados
del siglo XIX con la Organización Nacional (1853-1880) cuya constitución fue inspirada
por las Bases de Juan Bautista Alberdi. En ella, Alberdi reniega del pasado indígena de los
americanos, desposee a aquellos de un estatus civilizado dentro de la sociedad y rechaza su
capacidad para poblar Argentina como una nación avanzada:
En América todo lo que no es europeo, es bárbaro; no hay más división
que ésta: primero, el indígena, es decir, el salvaje; segundo, el europeo, es
decir, nosotros, los que hemos nacido en América, y hablamos español,
los que creemos en Jesucristo y no en Pillan (dios de los indígenas) (6970).
67
2. El surgimiento de la literatura regional
Al contrario, Alberdi confía en la regeneración de la nación a través de políticas migratorias
que atraigan a los europeos, los únicos capaces de conseguir perfeccionar la vida pública y
social: “La Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de
civilización, en las inmigraciones que nos envíe” (76).
Tanto Alberdi como sus compañeros de la Generación del 37, caracterizados por
una revitalización del Ideal de Mayo, insistieron en su antiespañolismo y en la oposición
axiológica entre el indígena y el criollo. Así, en sus obras literarias, las figuras indígenas
hacen su aparición envueltos por una áurea exótica que les desprovee de toda humanidad,
señalando la civilización europea como el camino hacia el progreso. De esta manera pintará
Echeverría a sus malones en La Cautiva y El matadero, sin ninguna caracterización que les
confiera realismo:
¡Ved que las puntas ufanas
de sus lanzas, por despojos,
llevan cabezas humanas
cuyos inflamados ojos
respiran aún furor! (24)
Indudablemente, el pensador de la época que más influiría a las generaciones futuras
– para ratificarlo o desmentirlo – sobre la supuesta inferioridad de la raza indígena y la
superioridad europea fue Domingo Faustino Sarmiento. Aunque su obra más conocida,
Facundo. Civilización y barbarie, pasquín literario contra la dictadura de Rosas, en la que,
entre continuas contradicciones, argumenta la superioridad de la raza europea, en el resto
de su obra su pensamiento se perfila con mayor extremismo. Es el caso de Viajes, donde no
solamente exalta a la nación estadounidense, sino que denigra a la española, proponiéndola
68
2. El surgimiento de la literatura regional
como el ejemplo de retroceso que no debe seguir Argentina, y acusándola de los actuales
males que ha heredado el argentino. En Conflictos y armonías de las razas en América
encontramos al Sarmiento más positivista y, a la vez, darwinista social. En este trabajo
asocia cualidades humanas a razas con un resultado previsible, basándose en supuestas
investigaciones seudocientíficas de antropólogos ilustres para demostrar la superioridad
intelectual del europeo frente al indígena:
Las diferencias de volumen del cerebro que existen entre los individuos
de una misma raza, son tanto más grandes cuanto más elevadas están en
la escala de la civilización. Bajo el punto de vista intelectual, los salvajes
son más o menos estúpidos, mientras que los civilizados se componen de
estólidos semejantes a los salvajes, de gentes de espíritu mediocre, de
hombres inteligentes y de hombres superiores. Se comprende que las
razas superiores sean más diferenciadas que las inferiores, dando por
sentado que el mínimum es común en todas las razas, y que el máximum,
que es muy débil para los salvajes, es, al contrario, muy elevado para los
civilizados (Sarmiento e Ingenieros 64).
La asunción generalizada de las diferencias raciales, la ampliación del territorio
nacional y la esperanza de regeneración civilizadora de la sociedad argentina impulsaron no
solo las políticas de captación de inmigrantes sino también las guerras contra los indígenas
por el control de las fronteras, conocidas como “Campaña del Desierto” y “Conquista del
Desierto”, comenzadas por Rosas y continuadas por los gobiernos de Nicolás Avellaneda y
Julio Argentino Roca respectivamente. Este asumió como propio el lema de Alberdi
“gobernar es poblar”, instalado como paradigma de la época. Los mensajes respecto a los
pueblos indígenas por parte de los gobernantes no podían ser más explícitos: “A mi juicio
el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro
69
2. El surgimiento de la literatura regional
lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva. Es necesario (...) ir directamente a buscar al
indio en su guarida, para someterlo o expulsarlo" (Mensaje y Proyecto presentado por el
general Roca al Congreso de la Nación el 14 de Agosto de 1878)25.
Las cifras de víctimas indígenas (entre muertos, desaparecidos y asimilados) varían
entre unos estudios y otros, pero todos coinciden en que no se puede hablar de un
exterminio de la población26. En su lugar, se procedió a una distribución, y posteriormente,
a la conversión en un proceso de aculturación (Nagy). Este proceso favoreció la concepción
generalizada de una negación de la existencia indígena en territorio argentino, a pesar de
que un estudio reciente del Conicet comprobó que el 57,5 por ciento de los argentinos
posee ADN indígena (Corach, Marino y Sala 399).
Las inmigraciones europeas que durante medio siglo lograron triplicar la población
argentina beneficiaron esta asunción. En efecto, si en 1869 había en el país menos de dos
millones de personas, de los que el diez por ciento eran extranjeros, en 1914, con cerca de
ocho millones de habitantes, los foráneos ya representaban el treinta por ciento27. La
posición de los gobernantes con respecto a la noción de civilización – y no olvidemos que
Sarmiento fue presidente – motivaron en gran medida tanto las políticas de inmigración
como las de conversión de indígenas.
Por otro lado, se debe tener en consideración como factor sumamente trascendental
en la asunción generalizada de la ausencia de indígenas en Argentina las políticas
destinadas a la creación del mito de “un país de blancos”, tanto dentro como en el
extranjero. Según Quijada, esta construcción identitaria tiene una fecha específica: 1895,
cuando se llevó a cabo un censo nacional que estableció que el 80% de la población era de
raza blanca y origen europeo ("De mitos nacionales..." 425). Debido a que los indígenas
70
2. El surgimiento de la literatura regional
sometidos fueron desposeídos de su estatus diferenciador, y pasaron a ser meramente
ciudadanos una vez que su cultura y sus costumbres, poseedoras del germen “salvaje”,
fueron erradicadas, el imaginario social asentó la idea de que no había indígenas en
Argentina porque habían sido exterminados. La construcción política de este mito, y de la
creación de una identidad nacional específica fue tan exitosa que hasta el año 2000 no se
elaboraron censos diferenciadores de etnias que, debido a su carácter voluntario, arrojó la
sorprendente cifra de un millón de indígenas, habida cuenta de la estigmatización todavía
existente en el siglo XXI (Quijada "De mitos nacionales..." 426).
En este sentido, es necesario tener en cuenta la opinión que diversos sectores de la
comunidad intelectual argentina asumieron en los albores del siglo XX, retomando y
profundizando las tesis propuestas por Sarmiento. Muy significativa resulta la obra de
Octavio Bunge, Nuestra América (1903), respecto a la diversidad de las razas. En ella,
Bunge analiza las características de cada raza, atribuyendo, como ya hizo Sarmiento, ciertas
cualidades a unas y otras, así como a las mezclas entre ellas, lo que califica como
“hiperestesia de la aspirabilidad” (23). Según Bunge, el genio de la raza argentina resulta de
la pereza y la tristeza indígenas y la arrogancia española, lo cual conduce hacia la
decadencia, en lugar del progreso, que se consigue a través de la cualidad europea, el
trabajo. Para solucionar el problema, ya que ni la sangre, ni el clima ni la historia pueden
rectificarse, era necesaria una “europeización por el trabajo”. Este positivismo biológico de
Bunge, iniciado años antes por Ramos Mejía o Ayarragaray, influenciados a su vez por
Taine, Tarde y Coulanges, también hizo mella en José Ingenieros, quien, por su parte, se
basaba en la influencia del medio geográfico para definir las razas americanas28.
71
2. El surgimiento de la literatura regional
2. La búsqueda de una identidad nacional
Desde las independencias de los diferentes estados americanos, iniciados en 1810,
dispares discursos de identidad en los planos literarios, políticos y sociológicos fueron
teniendo lugar a lo largo de toda la América hispana. Los primeros en hablar de una “raza
latinoamericana” fueron Francisco Bilbao y José María Torres Calcedo en 1856, en un
contexto en el que la identidad se ramificaba hacia dos vertientes: la norteamericana y la
anticolonialista (Rojas Mix 36). Bilbao abogaba por la eliminación de los cánones franceses
y alemanes favorables a una civilización europea proclive al imperialismo, que se fue
imponiendo en Hispanoamérica gracias a la estética romántica, principalmente importada
por Echeverría. En Iniciativa de la América (1856), Bilbao asume tres categorías
americanas: la latina, la sajona y la indígena, y razona que la única manera de detener al
imperialismo estadounidense es a través de la unión de América Latina.
En Argentina la identidad nacional sufrió una imposición por parte de los sectores
intelectuales desde la dictadura de Rosas que, después de Caseros, siguió escalando hasta
los estratos gubernativos. Por eso el binomio civilización-barbarie planteado por Sarmiento
continuó vigente hasta bien entrado el siglo XX. Este binomio no solo estaba asociado a la
raza, sino también a la vieja dicotomía guevariana campo-ciudad, que tanto afectaba a un
país cuya guerra civil más reciente había sido principalmente causada por el enfrentamiento
entre centralistas y federalistas. El excesivo cosmopolitismo europeizante al que se vio
sometida Argentina a partir de 1880 aumentó aún más las diferencias sociales, económicas,
industriales y culturales entre Buenos Aires y el interior, mientras que las nuevas ideologías
importadas de Europa, junto con los aportes estéticos, fueron conformando una identidad
muy heterogénea que debía ser revisada en el Centenario de la Independencia.
72
2. El surgimiento de la literatura regional
Este proceso de revisión, no obstante, fue iniciado mucho antes. Fue Joaquín V.
González el primero en refutar las conservadoras teorías sobre los indígenas que albergaban
Alberdi y Sarmiento, en su obra La tradición nacional en 1887 donde, según azán, y “en
pleno auge del positivismo… reivindicó la herencia histórica del pasado indígena y
colonial” (Videla de Rivero y Castellino 50). El hecho de que González fuese riojano y no
bonaerense señala la significación de la autoconsciencia del origen en la distancia,
circunstancia que a muchos otros escritores no porteños también les causaría, y de los que
nos ocuparemos a continuación. El poeta Rodenbach, respecto a Daudet, ya observó este
fenómeno: “il émigra à Paris et devint du coup un écrivain français, un romancier de mœurs
où le poète de Provence survit et transparaît” (Rodenbach 38). Y el mismo Alberdi lo sufrió
en su Memoria descriptiva sobre Tucumán, por no hablar de los Recuerdos de provincia de
Sarmiento.
Sin embargo, la aportación de González radica en la originalidad de sus postulados
sobre la identidad nacional, que se basan en el rescate de la memoria de los antepasados
argentinos, no solo en su vertiente hispana, sino en la precolombina, que, sin fisuras,
propone como la verdadera herencia del pueblo:
Un pueblo sin tradiciones de su orígen[sic] me parece que debe sufrir los
mismos desconsuelos del hombre que no ha conocido sus padres, y debe
envidiar á los otros que gozan en los infortunios recordando los días en
que se adormecieron al rumor de los cantos maternales ( onzález La
tradicion nacional 37).
Así, González deslegitimaba los postulados positivistas de años recientes, que resultó en un
evidente disgusto de Bartolomé Mitre, que veía cómo los orígenes argentinos
supuestamente europeos se desvanecían ante tales afirmaciones, y de esta manera
73
2. El surgimiento de la literatura regional
comentaba la parte de la obra dedicada a los indígenas: “es la más débil desde el punto de
vista científico y filosófico. Puede decirse que casi toda ella gira alrededor de la idea de que
los hispanoamericanos somos descendientes genuinos de la época precolombina. Protesto
contra esa idea” (Degiovanni 45-46).
Con González comienza la literatura regionalista en Argentina, que desde sus
inicios, pretende reivindicar el peso de las regiones del interior en la nacionalidad, que
hasta entonces solo se concebía desde una postura cosmopolita y porteña29. En este sentido,
la literatura nativista surgía como oposición a las nuevas tendencias extranjerizantes en un
intento por la rehabilitación de una tradición nacional y en un espacio editorial menos
competitivo30, pero también como un retroceso al pasado bucólico que solo el interior del
país podía representar, ante los avances sociales que había traído consigo la inmigración
hasta Buenos Aires. Este último aspecto ha sido considerado por Massei como la primera
fase del regionalismo, que idealiza las clases superiores como las más aptas para concentrar
una identidad nacional31. Además, los inicios del regionalismo, en particular, en González,
representan una oposición frontal a la importación del naturalismo francés, que
desembocaba en un cierto cosmopolitismo desdeñado por el nativismo32, como el propio
riojano afirma en La tradición nacional (1887):
Las obras maestras de toda literatura son aquellas que condensan la
índole y el genio de las sociedades en que nacen, ó que logran ser la
espresion gráfica de la naturaleza donde esas sociedades viven. Las
demás llevan el sello de lo pasajero y transitorio; y si bien consiguen
divertir á ciertas clases sociales durante un dia, jamás serán el alimento de
una generacion y de una época ( onzález 45).
74
2. El surgimiento de la literatura regional
También la estética regionalista ha sido diferenciada del modernismo por algunos
autores33y si bien los primeros escritores que cultivaron este subgénero no llegaron a ser
imbuidos por el nuevo movimiento estético, no es posible negar la adscripción de Ricardo
Rojas y Leopoldo Lugones al mismo.
Como vemos, los escritores argentinos no cerraron los ojos ante la búsqueda de la
identidad nacional frente a los cambios sociales que supusieron el rápido avance de la
inmigración y de la industria. Es más, frente a las nuevas formas de criollismo literario que
amenazaban con distorsionar la ya de por sí escasa alfabetización de las masas sociales,
tanto Joaquín V. González como Rafael Obligado y Martiniano Leguizamón se vieron en la
obligación de construir un discurso nacional capaz de atraer a todos los estratos culturales34.
La cultura popular, que se abría paso a través de folletines y de representaciones
dramáticas en torno a la figura del gaucho justiciero, propició un cambio de materia en los
discursos narrativos de la cultura letrada, que los autores nacidos en provincias comenzaron
a plasmar para lograr un doble objetivo: conseguir el reconocimiento literario y acceder a
los gustos populares, con resultados dispares35. En el extremo de esta boga, González, con
Mis montañas (1893), fue capaz de registrar en diferentes capas las tradiciones y las
leyendas del Noroeste argentino sin renunciar a una literatura de calidad, aunque farragosa
para el lector actual. Según Romano, Mis montañas supone un paso de la teoría (con La
tradición nacional) a la práctica, con la que se pretende emular el tradicionalismo ya
exitoso de Ricardo Palma en Perú, aunque sin contar con el pasado glorioso incaico (430).
Con esta obra, los Andes desembarcan en la literatura argentina, hecho que no pasará
desapercibido a Rafael Obligado, quien la compara a La cautiva, asignando a González el
calificativo de “Echeverría de los Andes” ( onzález Mis montañas 25). Sin menospreciar
75
2. El surgimiento de la literatura regional
el intento de Obligado de equipararla con una obra ya legendaria en el imaginario colectivo,
cabe señalar la enorme diferencia estética que separa a ambas obras, ya de por sí
ambivalentes en cuanto a género. La apuesta de González, que pretende integrar a todas las
regiones argentinas dentro del mismo concepto de nación, sin priorizar a ningún tipo,
responde a su intento por conjugar la diversidad del país ante el empuje del cosmopolitismo
y el criollismo:
La grandeza de nuestra patria tiene esta cualidad: no permitir que por un
solo signo se retrate o califique toda su extensión, pues hay en ella las
naturalezas más antitéticas y los climas, las vegetaciones, los hábitos y
supersticiones locales más diversos…No es necesario recordar cómo
desde los tiempos primitivos la región bellísima de los ríos caudalosos, de
las selvas dilatadas y las cuchillas ondulantes que circundan el Paraná y
el Uruguay, y á la cual conducen sus caudales repletos de limo el
Paraguay, el Pilcomayo, el Bermejo, el Salado, el Carañá y otros
afluentes graciosos de esta Mesopotamia feliz, fué siempre singular en
sus manifestaciones sociales, y que muy poco ó nada se distingue en el
sentido étnico de la ocupada por Buenos Aires que, dominadora del Río
de la Plata, era, al fin, ante quien se depositaba tanta magnificencia
(Leguizamón VIII-IX).
El nativismo con que inicia la literatura regionalista en Argentina tiene sus
antecedentes no solo en la obra citada de Alberdi, sino también en La cautiva de
Echeverría, y con mayor acierto, en Composiciones nacionales (1838-1844), de Juan María
utiérrez, obra sobre la cual arcia afirma que “constituye el mejor aporte, estéticamente
hablando, a la estética nativista de la primera generación romántica” (Videla de Rivero y
Castellino 31). Después vendrán las expresiones gauchescas - con Hernández a la cabeza y
también como culminación - que supusieron un intento por parte de varios autores de
76
2. El surgimiento de la literatura regional
reducir lo nacional a lo gauchesco y en último término, lo regional a lo gauchesco. Como se
ha señalado anteriormente, González no era partidario de ningún favoritismo regional, en lo
cual fue apoyado por Leguizamón. Más tarde veremos cómo Rojas se posiciona ante esta
disyuntiva después de asignar proporciones épicas a Martín Fierro.
Precisamente, Ricardo Rojas contribuyó a la difusión y el reconocimiento del
interior dentro de un contexto de identidad nacional en el que superaba decididamente los
planteamientos sarmientinos. Tanto sus obras de reflexión, Eurindia y Blasón de plata,
como de creación, El país de la selva, marcaron un punto de inflexión en la literatura
regionalista. Rojas es el primer intelectual en reconocer la herencia indígena en términos
genéticos, culturales y literarios, no como un lastre como lo definía Bunge, sino como un
aporte meritorio al argentinismo, clave para mantener una memoria histórica que resulta
fundamental para la unidad nacional. Así lo desarrolla en Blasón de plata (1912), en el
capítulo titulado “Exotismo e indianismo”:
Tal ha sido el origen y diferenciación de nuestra población urbana y
nuestras muchedumbres rurales. Sus acuerdos, sus crisis, sus guerras, sus
fluctuaciones, explican toda nuestra historia interna. Ambos constituyen
el núcleo del antagonismo que Sarmiento designó después con el nombre
de "Civilización y Barbarie". Pero este dilema no puede satisfacernos ya;
aplicase a un período restringido de nuestra historia, y nosotros deseamos
una síntesis que explique la totalidad de nuestra evolución; trasciende,
además, a odio unitario, y nosotros buscamos una teoría desapasionada y
de valor permanente; expresa, en fin, un juicio “europeo”, puesto que
transpira desdén por las cosas americanas, y nosotros queremos ver
nuestro pasado como hombres de América. Bárbaros, para mí, son los
"extranjeros" del latino: y no pueden serlo quienes obraban con el instinto
de la patria, así fuera un instinto ciego. Por eso yo diré en adelante: “el
77
2. El surgimiento de la literatura regional
Exotismo y el Indianismo” porque esta antítesis, que designa la pugna o
el acuerdo entre lo importado y lo raizal, me explican la lucha del indio
con el conquistador por la tierra, del criollo con el realista por la libertad,
del federal con el unitario por la constitución – y hasta del nacionalismo
con el cosmopolitismo por la autonomía espiritual. Indianismo y
exotismo cifran la totalidad de nuestra historia, incluso la que no se ha
realizado todavía (Blasón de plata... 163).
Este deseo de aunar las dos herencias y de asimilarlas como propias en el futuro, es
ampliado en su posterior obra Eurindia (1924), donde recela de los intentos por catalogar al
argentino en uno solo de sus tipos (“no queremos ni la barbarie gaucha ni la barbarie
cosmopolita” (Eurindia... 21)) y aboga por “una cultura nacional como fuente de una
civilización nacional; un arte que sea la expresión de ambos fenómenos” (21). La
universalidad de esta obra dentro del contexto americano reporta una nueva originalidad en
el sentido argentino, pues en otros países del altiplano andino, este discurso de mestizaje ya
se había iniciado en los primeros años del siglo, pero es en esta misma época en la que la
reivindicación del tipo transcultural se ve forjado a nivel colectivo, como es el caso del
Movimiento Indigenista en Perú. Solo un año después, Vasconcelos publicó La raza
cósmica, que tanto influyó en los nuevos conceptos de razas y revisionismo histórico de
América Latina. Según Vasconcelos, América Latina avanzaba hacia un mestizaje ideal que
superaría al resto de razas por las que había sido formado.
El regionalismo literario iniciado por González será retomado por Rojas en El país
de la selva, en el que no solo se describen características geográficas, humanas e históricas
a la par que se rescatan tradiciones y leyendas, sino que se aporta, además, la denuncia
hacia el elemento civilizador sobre las poblaciones autóctonas, conllevando, por tanto, un
tímido rasgo indigenista: “El gesto dominador de la barbarie, el ademán gallardo de los
78
2. El surgimiento de la literatura regional
botines, habíanlos trocados por la voz débil del siervo; y por un semivestir de harapos, la
desnudez plena y robusta de las edades primitivas” (Rojas El país de la selva 55). Aunque
esta obra será analizada en otro capítulo, pues supone un antecedente serio a la corriente del
indigenismo en Argentina, resulta relevante mencionarla en este apartado para completar la
figura de Rojas en la formación de la identidad en la época del Centenario.
En El país de la selva, Rojas consolida la idea de una nacionalidad heterogénea,
conformada por diversas herencias dispersas en un vasto territorio del que tanto el criollo
como el indígena y el inmigrante son responsables de la configuración actual de la
identidad. Reacciona Rojas ante el miedo de la burguesía, que veía en la inmigración (una
vez superada la asimilación de indígenas) un acicate para la ruptura del orden social vigente
desde la colonia que podría hacer tambalear la argentinidad. No obstante, detrás de este
mensaje de tranquilidad existe una velada acusación a aquellos inmigrantes que
pretendieran torcer los pilares de la sociedad argentina36. Para remediarlo, Rojas propone
una educación de asimilación en la obra encargada por González, La restauración
nacionalista, de 1909. En este ensayo, fruto de sus viajes por Europa, e influido
profundamente por Ángel Ganivet y Miguel de Unamuno, Rojas rectificaba los postulados
de Alberdi para construir una base cultural argentina basada en el patriotismo37.
Rojas, en su deseo por ofrecer una educación marcadamente argentinista a la
población, recelaba en su proyecto de la adecuación de los ideales de los inmigrantes en la
configuración de la nación y apostaba por una reestructuración cultural desde la base, que
rescatase los valores de la oligarquía tradicionalmente argentina. En estos principios basó
Rojas su monumental empresa de creación del canon literario argentino, por medio de la
edición de las obras que, a su criterio, conformaban el verdadero espíritu argentino. La
79
2. El surgimiento de la literatura regional
Biblioteca Argentina, destinada a homogeneizar la sociedad argentina por medio de textos
patrióticos que se oponían frontalmente a cualquier influencia extranjera, nació con un
opositor recién llegado, La Cultura Argentina, otra colección de textos canónicos ideada
por José Ingenieros, y que decididamente valoraba las políticas jacobinas y socialistas en la
formación de la nación y apostaba por la inclusión de los inmigrantes como depositarios de
parte de los valores nacionales38.
Este recelo por parte de uno de los intelectuales más integradores de la primera
mitad de siglo, era compartido por sus contemporáneos, que asumían posturas disimilares
ante los cambios que se venían produciendo desde el inicio del siglo. El diario de Gabriel
Quiroga (1910), de
anuel álvez, condesa, sin lugar a dudas, las ideas del “espíritu del
Centenario”39. Con un discurso tardorromántico y profundamente decadentista, el alter ego
de Gálvez desmiembra la sociedad argentina acusándola de antipatriota. Para justificar sus
teorías, aplaude el triunfo del federalismo sobre los unitarios, con el pretexto de la
pretendida importación por parte de los unitarios de un europeísmo que amenazaba con
desbancar el espíritu nacional, solo sustentado en las provincias. También realiza una
crítica literaria, en la que el modernismo, por europeizante, y el gauchismo, por antiestético,
son rechazados de plano ante la ausencia de una literatura puramente argentina. Sin
embargo, Gabriel Quiroga descubre la verdadera alma nacional en el interior del país,
donde aún no han penetrado las influencias extranjerizantes. No le faltaba razón: la
inmigración no estaba interesada en las provincias40.
Mientras Gálvez apoyaba políticas represivas, González, en El juicio del siglo
(1913), otra de las obras paradigmáticas del Centenario, secundaba las líneas reformistas
del Gobierno para favorecer la inclusión. En esta obra, donde se analiza la historia de los
80
2. El surgimiento de la literatura regional
últimos cien años desde una mirada crítica, González sigue apostando por la integración de
indígenas e inmigrantes, vanagloriándose de las directrices de un gobierno del que ha
formado parte:
Y así, no hubo estado alguno de América que se le anticipase en la
sanción de las más atrevidas reformas liberales y a la emancipación de los
esclavos, a la supresión de las tratas de individuos de razas tituladas
inferiores, a la libertad religiosa y a la igualdad de los extranjeros
( onzález El juicio del siglo 276).
Su posición es significativa en el contexto en que escribió estas líneas, pues los atentados
anarquistas que se sucedieron motivaron la creación de una rígida ley de Defensa Social en
1910. En el imaginario colectivo burgués se asociaba la llegada de inmigrantes a la
aparición de ideas marxistas y anarquistas, pero en la mente de González pesaba más la
purificación de la raza41.
También Leopoldo Lugones celebraba la llegada de extranjeros en 1910 en su obra
Didáctica, aunque todos conocemos su giro radical hacia el nacionalismo y ciertas
posiciones xenófobas que comenzó a tomar a partir de 1913, año en que pronunció una
serie de conferencias tituladas El payador, publicadas en 1916, y donde ya se vislumbra ese
prejuicio contra el inmigrante, al que se identifica con el materialismo decimonónico que la
argentinidad pretende evitar42.
Mientras escritores tradicionalmente nacionalistas como Rojas, Gálvez u Obligado43
dudaban de los beneficios del cosmopolitismo que acarreaba la inmigración, diversos
intelectuales inmigrantes o ya de segunda generación, criticaban este recelo. Un caso
significativo fue el del fundador de la revista Nosotros, Roberto Giusti, quien reaccionó a
las ideas que Rojas plasmara en La restauración nacionalista en febrero de 1910,
81
2. El surgimiento de la literatura regional
precisamente en la misma revista que se reseñaba dicha obra. Giusti justificaba el
cosmopolitismo y prácticamente, desdeñaba el pasado argentino, y con este, a los gauchos y
a los indios, confiado en un futuro prometedor:
La civilización argentina transcurrida nada es comparada con la grandeza
enorme que el porvenir le reserva á la república. Un siglo de vida
independiente es un punto al lado de los siglos de gloria y poderío que
este país tiene delante de sí…El pedestal de la estatua de Mazzini la
soporta, sin duda, con más orgullo que á la de Juan de Garay con que
Rojas pretende sustituirla. ¡Y cómo no han de ser preferibles aquellos dos
al Inca Hueracoche ó á los grandes caciques de esta tierra, con quienes
ninguna tradición nos ata! ¿Es posible que Rojas crea que Hueracoche
representa para nosotros lo que Guillermo el Conquistador para
Inglaterra, Carlomagno para Francia, Mareo Aurelio para Italia, ó los
mismos reyes aztecas para el Méjico? De ningún modo. Allá hay
continuidad de la tradición y aquí no. Y en cuanto á Namuncurá en
estatua no llego á concebirlo (150-51)44.
82
2. El surgimiento de la literatura regional
3. Primeros atisbos de presencia indígena en las letras argentinas
Aunque el objeto de este estudio se centra en el factor indígena en la literatura
argentina, la figura del inmigrante como alteridad cobra gran importancia pues topamos
ante un fenómeno sociológico sin precedentes que terminó por definir la identidad nacional,
una vez finalizada la fase sorpresiva. El elemento foráneo no solo revolucionó las bases
sociales, políticas y demográficas, sino también las literarias, con la entrada del
modernismo. Ante ello, a partir de 1880, los escritores regionales reaccionaron al dotar a la
literatura nacional con elementos propios del interior del país y ajenos a la realidad
bonaerense, elementos que, a su juicio, completaban la verdadera “nacionalidad”. Con el
nativismo instalado en la literatura de las regiones argentinas, aparece el personaje indígena
no ya con las características exóticas que le otorgase Echeverría, sino como un elemento
más del paisaje argentino. Nos encontramos aún lejos de una descripción realista, pero
asoman algunos atisbos de denuncia social o de reivindicación identitaria.
A ello contribuyeron ciertamente las primeras indagaciones arqueológicas y
antropológicas que inició el uruguayo Lafone Quevedo y al que siguieron Adán Quiroga y
Juan Ambrosetti, todos ellos rescatadores del folklore indígena. Sin embargo, y aunque su
trabajo supuso un antes y un después en el estudio del pasado precolombino, es necesario
señalar el carácter excluyente que otorgaron a sus investigaciones, pues no se ocuparon de
la situación actual de los descendientes.
El caso de Lafone Quevedo, catamarqueño por adopción, resulta sorprendente
debido a la gran cantidad de manuales, glosarios y gramáticas de los idiomas mocoví,
mbayá, vilela, toba, entre muchos otros, además de descripciones de aldeas indígenas. Esto
induce a pensar que debió de pasar un tiempo no despreciable entre indígenas, situación
83
2. El surgimiento de la literatura regional
similar a la de Juan autista Ambrosetti, considerado el “Padre de la Ciencia Folklórica”45,
y un pionero en el estudio científico antropológico y etnográfico.
Ambos arqueólogos sostienen una visión dual del indio, la del pasado y la del
presente, exaltando las virtudes del primero y deshumanizando a sus herederos, muy propio
en el discurso romántico-positivista:
El cerebro poco educado, infantil casi, de los indios que me ocupan,
demasiado influido por la herencia de sus costumbres primitivas no
podía entrar de lleno en una evolución progresiva hasta poder
comprender el ideal religioso, sin tropezar en ese camino con los mil
obstáculos que le oponía la fuerza regresiva del atavismo de
supersticiones que pesaba sobre ellos (Ambrosetti y Debenedetti 145).
Sin embargo, Adán Quiroga se acerca más a la reflexión de Ricardo Rojas, al
asumir como argentina la herencia indígena y superar el binomio sarmientino. Quiroga,
además de arqueólogo, cultivó la poesía y fue un notable historiador y jurista. Sus
investigaciones etnográficas lo aproximaron al pueblo objeto de su estudio, como se puede
leer en una de sus obras más significativas, Calchaquí:
Muchas de estas razas son las generadoras de nuestros pueblos actuales,
los que llevan aún su sangre, con sus virtudes y sus vicios; triste sería la
condición humana si no quisiera conocerse á sí misma en el pasado,
viviendo solo para el egoísmo del presente…Pueblos bárbaros han sido
los generadores de las razas que habitan la Europa actual, y en mucho
tienen los europeos á los historiadores que se dedican á estudiar la vida de
sus antepasados, porque desdeñarlos por el hecho de que hayan sido
bárbaros ó salvages, es como despreciar á nuestros padres ó nuestros
abuelos…( al a uí 101).
84
2. El surgimiento de la literatura regional
A pesar de este avance, Quiroga insistía, como sus predecesores, en una desvirtuación de la
raza indígena respecto a un pasado mucho más glorioso. Objeta a los actuales una falta de
civilización y de entendimiento similar a la que hicieran los cronistas coloniales. Este
fenómeno de exaltación del pasado y denostación del presente es similar al acontecido en el
vecino Perú en la llamada Generación del 900. En 1927, Ventura García Calderón publicó
en Mundial el artículo “Un loable esfuerzo por el arte incaico”, donde abogaba por una
occidentalización del indio para que pudiera ser capaz de recuperar su gloria pasada,
mientras que José de la Riva-Agüero, uno de los más importantes historiadores de la época
incaica, se comportaba como un aristócrata y en sus últimos días estaba muy próximo a los
regímenes fascistas europeos. “A nosotros nos preocupaba enfrentar los males de una
sociedad intransigentemente conservadora que dejaba de lado a la población indígena, la
mayoritaria en el país. Ellos, por su parte, se sentían ajenos a ese drama y muy afectos a
adoptar modelos extranjeros” ( alcárcel Memorias 184). En efecto, dichos escritores
desasociaban incas con indígenas. Según Luis Valcárcel, los grupos arielistas limeños
guardaban mucha distancia con los cusqueños:, a lo cual Thurner ha llamado “distopía
andina” o “un aparente desencuentro entre la imaginación política criolla y las aspiraciones
andinas” (Thurner 95). En el siguiente párrafo de la misma obra de Quiroga encontramos
este ejemplo contradictorio en su pensamiento:
Hasta hoy el indio de aquel tiempo, el indio inculto, existe en
Tinogasta, Poman, Belen y Santa Maria; y francamente, á pesar del
contacto frecuente con gente de la época, estos pobres representantes de
la antigua raza no pasan de ser unos infelices, sin dotes intelectuales de
ningún género, tan incapaces como sus abuelos, de hacer una
construcción ó elaborar cualquiera de los antiguísimos objetos de arte que
exhumamos (Quiroga al a uí 181).
85
2. El surgimiento de la literatura regional
A continuación, refuta sus afirmaciones por la coincidencia de ideas con Lafone Quevedo,
introduciendo una carta de este sobre la materia: “los calchaquinos sin duda han destruido
la primitiva civilización de estos valles…falta averiguar cuál ha sido la civilización
barbarizante y cuál la civilizante” (182).
Otros miembros de la Generación del Centenario que no renegaron de su genética
indígena fueron el filósofo Alberto Rougés46y el Leopoldo Lugones inicial. En ellos, junto
con Rojas y Gálvez47, quien reconoció en El solar de la raza una doble herencia genética
en la argentinidad, se puede apreciar una búsqueda del espíritu del pueblo o Volksgeist de
tendencia herderiana, que coincidía con el establecimiento de Martín Fierro como crisol de
la identidad nacional. Despojado ya de su herencia indígena por irrastreable, y desaparecido
del espectro social, el gaucho se convertía en el depositario de los valores argentinos48, tan
opuestos al ideario del inmigrante cosmopolita. Gran parte de esta responsabilidad se debe
sin duda a Lugones, quien elevó, en 1913, la obra de Hernández a epopeya nacional en su
estudio El payador, sin renunciar a una base filológica de calidad:
El objeto de este libro es, pues, definir bajo el mencionado aspecto la
poesía épica, demostrar que nuestro Martín Fierro pertenece a ella,
estudiarlo como tal, determinar simultáneamente, por la naturaleza de sus
elementos, la formación de la raza, y con ello formular, por último, el
secreto de su destino…Las coplas de mi gaucho, no me han impedido
traducir a Homero y comentarlo ante el público cuya aprobación en
ambos casos demuestra una cultura ciertamente superior. Y esta
flexibilidad sí que es cosa bien argentina (Lugones 3-5).
Así, en el plano literario, la figura del gaucho pasó a ser símbolo nacional, una vez
superadas las cuestiones pseudoliterarias49del siglo anterior, y fueron surgiendo
denominaciones para este tipo de narraciones en las que el gaucho aparecía como
86
2. El surgimiento de la literatura regional
protagonista, a saber: literatura gauchesca, literatura payadoresca, novela de la tierra,
mundonovismo, literatura regionalista, etc.50, en las que Don Segundo Sombra se situa en la
cúspide, aunque eso tuvo lugar más tarde, en 1926. Para esa fecha, la corriente literaria era
reconocible fuera de las fronteras de Argentina, envidiada por haber sido capaz de producir
una narrativa autóctona. Este era el sentimiento que le producía a José Carlos Mariátegui, al
comparar la realidad literaria argentina con la peruana, de la que echaba en falta un tipo
literario propio:
El orto de la literatura peruana no podía semejarse, por ejemplo, al de la
literatura argentina. En la república del sur, el cruzamiento del europeo y
del indígena produjo al gaucho. En el gaucho se fundieron perdurable y
fuertemente la raza forastera y conquistadora y la raza aborigen.
Consiguientemente la literatura argentina –que es entre las literaturas
iberoamericanas la que tiene tal vez más personalidad– está permeada de
sentimiento gaucho. Los mejores literatos argentinos han extraído del
estrato popular sus temas y sus personajes. Santos Vega, Martín Fierro,
Anastasio el Pollo, antes que en la imaginación artística, vivieron en la
imaginación popular. Hoy mismo la literatura argentina, abierta a las más
modernas y distintas influencias cosmopolitas, no reniega su espíritu
gaucho. Por el contrario, lo reafirma altamente. Los más ultraístas poetas
de la nueva generación se declaran descendientes del gaucho Martín
Fierro y de su bizarra estirpe de payadores. Uno de los más saturados de
occidentalismo y modernidad, Jorge Luis Borges, adopta frecuentemente
la prosodia del pueblo (203).
Sin embargo, Mariátegui desconocía que el mismo problema que a él le preocupaba en Perú
– la invisibilidad del indígena – estaba ocurriendo en Argentina. No obstante, gracias a sus
trabajos y a los de otros peruanos, el indígena en Perú comenzó a ser parte de la identidad
nacional a través de campañas de sensibilización a la que contribuyó sin duda la literatura
87
2. El surgimiento de la literatura regional
indigenista. El indígena, o en su defecto, el mestizo, comenzaba a ser visible, hecho que no
sucedió en Argentina, donde el gaucho acaparó todo el protagonismo, especialmente en la
literatura.
88
2. El surgimiento de la literatura regional
NOTAS
23
“Los representantes argentinos ante la primera Conferencia Panamericana reunida en Wahington en 1889
manifestaban ya la orgullosa decisión de no aceptar la tutoría de Estados Unidos. Manuel Quintana y Roque
Sáenz Peña levantaron su voz contra las pretensiones hegemónicas enunciadas por el secretario de Estado,
Blaine, y definieron un innegable sentimiento de resistencia frente a su país, que era ciertamente compartido
por muchos” (Romero 58).
24
“Esta propuesta, defendida entusiastamente por Manuel Belgrano (reverenciado en la historia argentina
como creador de la bandera nacional), buscaba impulsar a las masas indígenas del virreinato a un gran
levantamiento contra los españoles y a cimentar una convivencia estable entre criollos y aborígenes, edificada
sobre la coronación de un descendiente de los incas como garantía de dignificación de los naturales…Pero lo
cierto es que Belgrano debía ser menos ingenuo que la imagen que se creó de él, porque su notable aunque
fracasado "Plan del Inca" fue apoyado por representantes de diversas provincias, incluida la escéptica y
antiindígena Buenos Aires, y hasta suscrito por dos periódicos de esa ciudad, El Censor y La Prensa
Argentina. Y ha habido que esperar hasta 1993 para que una historiadora desenterrase de las brumas del
pasado esta circunstancia tan celosamente ocultada” (Quijada "¿"Hijos de los barcos"...?" 474-75).
25
Fuente: Atlas Educativo. Programa Nacional Mapa Educativo. Ministerio de Educación de la Nación
26
“En su estudio, Enrique Mases afirma que tras la primera etapa comandada por Roca (agosto 1878/mayo
1879), los muertos en combate fueron poco más de 1300 nativos, pero entre los 2500 indios de lanza
prisioneros y reducidos voluntariamente y los 10500 no combatientes presos, eran 13000 los nativos en poder
del gobierno nacional de un total de entre 20000 y 25000 sin contar a Tierra del Fuego. En cambio, para
Martínez Sarasola, las bajas aborígenes entre 1878 y 1884 no superaron las 2500, y para el período 18211899, alcanzaron casi las 12.500, pero de una población total estimada de 200.000”(Nagy).
27
28
Fuente: INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos).
er capítulo “Las razas americanas” en la obra de José Ingenieros Crónicas de viaje.
29 “Sobre la base de un principio de regionalización del espíritu nacional, que promueve la “conquista” por
las letras de cada una de las zonas del país y proyecta el canon de una literatura auténticamente argentina
como un conjunto de obras que expresen el espíritu nacional contenido en cada una de las mismas”(Chein
"Escritores y estado..." 54); “Definir simplistamente la literatura del interior en oposición con lo porteño es
limitativo, reductivo y deformante. Es entrar en un juego perverso” ( arcia en idela de Rivero 34); “Se
habló, en la mayor parte de los casos, de regionalismo, como tendencia que venía a sumarse, desde las
provincias de tierra adentro, a la vertiente nacionalista promovida por Rojas, Gálvez y Lugones, desde la
Capital, en sintonía con los sentimientos del Centenario. También de nativismo, rastreable más atrás en el
tiempo; en la generación del ’80, en cuanto a los ancestros inmediatos (Joaquín . onzález, Rafael
Obligado, Martiniano Leguizamón), y en la irrupción romántica con el Echeverría de La cautiva, en la flexión
histórica de la búsqueda de una conciencia y una literatura “nacionales” (Saravia en idela de Rivero 11).
30
“ ientras la adopción de las tendencias europeas más nuevas puede redundar en cierto prestigio en el
campo local, siempre subsidiario del crédito otorgado a las letras extranjeras, la postulación de su propia
producción como expresión del espíritu propio de la nación reporta un valor que aparece como insustituible y
respecto del cual la prestigiosa literatura foránea no representaría una competencia” (Chein "Escritores y
estado..." 60).
31
“Los autores de este regionalismo nativista enfocan un ámbito rural pretérito como negación – ya tácita, ya
explícita – ante la actualidad de una tierra surcada por el ferrocarril, poblada de extranjeros y aquejada por lo
que Joaquín . onzález denominara “los vicios sociales que fermentan en Europa” (Massei 25).
89
2. El surgimiento de la literatura regional
32
“Su ensayo La tradición nacional (1887) teoriza la necesidad de que una tendencia literaria apoyada en
fundamentos culturales propios -leyendas, creencias, mitos y otros materiales folklóricos similarescontrarreste los influjos perniciosos del cosmopolitismo, que en ese momento encarnaba en las novelas
naturalistas propiciadas desde Francia por Emile Zola y que ya había generado prolongaciones -cierto que
muy desviadas del modelo- en uenos Aires” (Romano 430).
33
“La posición nativista de una literatura regional-nacional que articula González inicia una vía de
especialización y autonomización de la literatura, paralela y diferente a la que se desarrolla con el
modernismo” (Chein "La cultura nacional..." 67).
34
“En un periodo en que la noción de lo "criollo" llega a asimilarse casi por completo a un sentido amplio de
lo popular, este circuito literario masivo incorpora junto con la representación del gaucho elementos tanto de
la experiencia del contingente inmigratorio como de la emergente cultura del tango. La negociación con este
criollismo popular constituye la respuesta de la posición culta del nativismo a la necesidad de hacer frente a
las presiones democratizadoras de estos sectores en el seno de la hegemonía oligárquica” (Chein "Argentinos
de profesión..." 30).
35
“Esta conciencia regional determinará el nacimiento de una literatura nacional que se debatirá entre lo
regional y lo folklórico, entre lo popular y lo erudito” (Poderti 118).
36
“Pero el discurso de la integración de Ricardo Rojas, que apuesta a una futura síntesis dialéctica del aporte
inmigratorio con el espíritu “indianista” de las fuerzas inmanentes de la nacionalidad, no deja de señalarlos
entre “los enemigos de esa vieja raza argentina” (Blasón de plata 229) y de exhortarlos a renunciar al
propósito de torcer nuestra evolución natural como nación” (Chein "Escritores y estado..." 57).
37
“Quiere que el hijo del italiano no sea un italiano, ni el hijo del inglés un inglés, ni el del francés un francés,
á todos los desea profundamente argentinos” (Rojas La restauración... 360).
38
Para mayor información sobre el significado de ambas bibliotecas en la configuración del canon nacional,
leer Los textos de la patria, de. Fernando Degiovanni
39
“El ‘espíritu del Centenario’, nacido de múltiples factores se incubó a partir de la crisis que la oligarquía
predominante sufrió en 1890, tanto en su estabilidad política y social como en sus convicciones y
perspectivas. Y a lo largo de los gobiernos de Julio Argentino Roca – en su segunda presidencia, de Manuel
Quintana, de José Figueroa Alcorta y de Roque Sáenz Peña, se lo vio madurar, expresando un vigoroso
aunque contradictorio sentimiento colectivo, y diluirse luego en la marea de nuevas fuerzas y nuevas
influencias que comenzaron a advertirse al coincidir el triunfante ascenso político del radicalismo con el
desarrollo de la primera uerra undial” (Romero 47).
40
“Pero la inmigración llegará a la campaña en escasa medida. El monopolio de la tierra en manos de grandes
propietarios locales obstruirá el proceso de colonización rural y transformaría la radicación del inmigrante en
un dato predominantemente urbano. Durante décadas los extranjeros sobrepasarán en número a los habitantes
nativos en la ciudad de Buenos Aires y tendrán un peso decisivo en la composición demográfica de las
principales ciudades del litoral” (Altamirano y Sarlo 405).
41
“Si el ordenamiento tradicional de la sociedad se veía perturbado en sus estratos superiores por el ingreso al
fin y al cabo previsible de algunos beneficiarios de la movilidad social ascendente que el proyecto de la elite
dirigente hacía posible, otras perturbaciones se percibían desde principios del siglo en el extremo opuesto,
donde la combinación exitosa de la política inmigratoria con la expansión de las actividades económicas había
generado un crecimiento de los sectores populares urbanos que se manifestaba en la creciente presencia de
organizaciones sindicales y activismo político conducido por socialistas y anarquistas. Allí se agrupaban las
clases trabajadoras, cuyos muy justos reclamos de mejores condiciones laborales y salariales habían
empezado a tornarse cada vez más audibles y menos pacíficos: movilizaciones, huelgas, atentados y bombas
se habían incrementado hasta amenazar los festejos del Centenario. El Estado liberal respondió con una
90
2. El surgimiento de la literatura regional
mezcla de represión y reformismo. En 1902, con motivo de una huelga general, sancionó el proyecto de la ley
llamada de Residencia que Miguel Cané había presentado en 1899 con el propósito de crear un instrumento
legal que permitiera expulsar a los extranjeros que alteraran el orden con acciones terroristas. Joaquín V.
González, que como ministro de Interior se encargó en 1902 de defender en el Congreso esa ley ahora
claramente orientada hacia la represión de la protesta de los trabajadores, presentó en 1904 un proyecto de ley
del Trabajo, finalmente rechazado con el voto de conservadores y socialistas, en cuya preparación habían
intervenido investigadores de la situación obrera como Juan Bialet Massé y prestigiosos intelectuales por
entonces socialistas como Augusto Bunge, Enrique del Valle Iberlucea, José Ingenieros y Leopoldo Lugones.
El atentado terrorista que causó la muerte del jefe de policía coronel Ramón Falcón en 1909 y la bomba
colocada en el teatro Colón en 1910 reforzaron aún más el polo represivo, con la sanción de la durísima ley
llamada de Defensa Social que condenaba expresamente las “doctrinas anarquistas” ( álvez y ramuglio 1516).
42
“En el discurso nacionalista de muchos escritores del centenario, como Rojas o Lugones, el materialismo
comienza a ser directamente identificado con el contingente inmigratorio (aunque no exclusivamente)… Los
nuevos ‘argentinos’, tanto los que han introducido las modalidades de la lucha obrera a partir del socialismo y
el anarquismo, como los que han ascendido socialmente y pugnan por su representación en la política y en la
cultura, son ahora percibidos como los depositarios del materialismo vacuo que mina las bases esenciales de
la nacionalidad” (Chein "Escritores y estado..." 57).
43
“Unos miraban el futuro con temor. Rafael Obligado por ejemplo, que antes había cantado loas al progreso,
en 1905 advertía en éste un cosmopolitismo irresistible, ‘una potencia igualitaria de pueblos, razas y
costumbres, que después de cerrar toda fuente de belleza, concluirá por abrir cauce a lo monótono y vulgar’”
(Cárdenas y Payá 16).
44
“En este sentido, Giusti propone la adopción de la tradición humanístico-democrática universal, más afín a
su juicio con la Argentina del diez que una voluntarística reivindicación del inca o el gaucho, leídas en el
texto de Rojas. Si nuestra historia está todavía por hacerse, la cuestión del programa cultural es para Giusti
una tarea exclusivamente de futuro y en este la inmigración constituye el elemento primordial” (Altamirano y
Sarlo 52).
45
El Primer Congreso Internacional de Folklore se realizó en la ciudad de Buenos Aires en 1960. A dicho
evento, presidido por el argentino Augusto Raúl Cortázar, asistieron representantes de 30 países que
instauraron el 22 de agosto como Día del Folklore, día del nacimiento de Juan Bautista Ambrosetti (Barrera
151).
46
“En el pensamiento de Rougés podemos discernir tres aportes que plasmaron la tradición cultural del norte
argentino: el aporte indígena, el aporte español a través de sus mejores expresiones, y el aporte colonial que es
una síntesis de las anteriores” ( azán en idela de Rivero et al 53).
47
Además del citado Diario de Gabriel Quiroga, Gálvez reconoció en El solar de la raza una doble herencia
genética en la argentinidad: “Pero ha llegado ya el momento de sentirnos argentinos, de sentirnos americanos
y sentirnos en último término españoles, puesto que a la raza pertenecemos” (57).
48
“Hay que señalar que, ya sea biológica o culturalmente, muchos de los gauchos eran mestizos; aún así
pudieron convertirse en estatuas de bronce en el panteón nacional. ¿Cómo se produjo este fenómeno? Ratier
(1988) indica que las elites utilizaron un mecanismo de racialización y crearon una raza argentina que se
encarnó en la figura del gaucho. Esta raza argentina era a-histórica y, por tanto, no podían rastrearse ni sus
orígenes, ni sus componentes” (Rodríguez).
49
“El gaucho no es Juan oreira. Juan oreira era un simple compadrito cuchillero de pueblo, sin semblanza
suficientemente caracterizada para diferenciarse de este o aquel bandido calabrés o lusitano” (Güiraldes 33).
91
2. El surgimiento de la literatura regional
50
“Una revisión de las historias de las literaturas latinoamericanas nacionales permite observar la ambigüedad
de ciertos rótulos dados a diferentes fenómenos literarios; criollismo, indigenismo, nativismo,
mundonovismo, literatura gauchesca, realismo mágico, etc., términos que apuntan a una realidad que supera
la forma literaria y entran en conflicto con los esquemas estéticos que subyacen en los diferentes momentos
socio-culturales que generan esa escritura literaria” (Poderti 23).
92
2. El surgimiento de la literatura regional
93
3. La época de las Vanguardias
CAPÍTULO 3. LA ÉPOCA DE LAS VANGUARDIAS
1. Criollismo cosmopolita en los movimientos vanguardistas
La multiplicidad y sucesión de manifestaciones estéticas que tuvieron lugar en
Buenos Aires desde que Jorge Luis Borges regresó de España e instauró el ultraísmo en
1921, opacaron, en cierta medida, la difusión de la literatura regional. Convertida la capital
argentina en epicentro del vanguardismo hispanoamericano, el interés cultural quedó
anclado a la aparición y desaparición de nuevos “ismos”, la difusión de sus manifiestos y
creaciones literarias en infinidad de revistas y las polémicas entre vanguardistas,
izquierdistas y modernistas.
Si bien Borges se servía de una revista nacida en el modernismo51 para proclamar su
defunción y dar a conocer la nueva estética literaria importada de Rafael Cansinos Assens y
Ramón Gómez de la Serna, solo tres años más tarde, en 1924, las revistas Inicial, Proa o
Martín Fierro proclamaba la ruptura con el sistema ideológico y estético anterior y la
unificación de las nuevas tendencias vanguardistas52.
Ante la aparente apatía política de los martinfierristas, otro grupo de jóvenes
escritores de izquierda abanderaban la lucha proletaria en el arte, fundando la revista Los
pensadores, llamada más tarde Claridad, contrapartida de Martín Fierro. La polémica
barrial entre Florida y Boedo (toponimia de las calles donde se editaban sus respectivas
publicaciones) estaba servida. Sin embargo, a pesar de la aparente rivalidad, muchos de los
escritores de uno y otro bando publicaron en ambas revistas, y según Claudia Gilman, había
más puntos convergentes que los que proclamaban53.
94
3. La época de las Vanguardias
En cualquier caso, ambos grupos establecieron una tabula rasa a partir de su propia
generación, convirtiendo sus revistas en espacios de crítica, sátira y mofa contra la anterior,
representada por Lugones, Rojas o Gálvez. Sin embargo, el nombre que da título a la
revista nuclear de Florida y generalmente al grupo, constituye un referente ineludible de
identidad nacional, anticipada por estos tres autores veinte años atrás. En efecto, los
martinfierristas planteaban su argentinidad en oposición a los hijos de inmigrantes, tal
como lo hicieran Gálvez y el mismo Lugones, que tantos ataques estéticos recibió,
apostando así por un nacionalismo fonético54, que los enfrentaba a Boedo, a quienes
identificaban como “hijos de inmigrantes”, por su dificultad al pronunciar el español
rioplatense, argumento también ligado a sus diferencias ideológicas: mientras que los
miembros de Boedo eran partidarios de llevar el arte al pueblo, Florida se decantaba por el
elitismo intelectual, apropiándose del verdadero y único arte, al que le despojaba cualquier
beneficio mercantilista55. Por esta razón, tanto Horacio Quiroga como Benito Lynch fueron
ignorados por el universo martinfierrista.
Fruto de esta identificación nacionalista resultó la salvación de la quema de autores
como José Hernández o Ascasubi, quienes representaban la verdadera argentinidad que
había que salvaguardar de lo espurio (tales como Juan Moreira). Así, el criollismo
“auténtico” se convertía en el epicentro ideológico del vanguardismo56. Por eso, Don
Segundo Sombra tuvo tantísima aceptación entre sus contemporáneos y no así las novelas
de Benito Lynch, que representaban la continuidad del costumbrismo y el folletín, símbolo
sin duda del populismo. No obstante el carácter contradictorio que gobernó el
martinfierrismo y sus polémicas literarias, el cosmopolitismo se erigió también como uno
de sus estandartes, siendo éste objeto de acusaciones por parte de Boedo. Como afirma
95
3. La época de las Vanguardias
Sarlo, “la tensión populismo/modernidad o nacionalismo/cosmopolitismo informa acerca
de un hecho significativo, casi una constante de la cultura argentina del siglo XX” (69).
Este cosmopolitismo al que se enfrentaron los escritores regionalistas de finales del
siglo XIX para reclamar un provincialismo representante de Argentina, fue retomado por
Borges para asentarlo, para proclamar a Buenos Aires como la única entidad argentina que,
además, se universalizaba. El criollismo se identificaba con la capital argentina de tal modo
en sus creaciones que zanjaba la cuestión nacionalista57. Borges como impulsor de la
vanguardia argentina en 1921, y ya como autoridad intelectual en la década del 30,
eliminaba de un plumazo el peso que venían consiguiendo las regiones y los esfuerzos
aglutinadores de Rojas. De esta manera, el discurso nacionalista se centraba en una sola
figura, el criollo, y en un solo espacio, Buenos Aires, que por su carácter universal era
capaz de legitimar la literatura argentina en Europa58. Así se justificaba Borges:
En este mi Buenos Aires, lo babélico, lo pintoresco, lo desgajado de las
cuatro puntas del mundo, es decoro del Centro. La morería está en
Reconquista y la judería en Talcahuano y en Libertad. Entre Ríos, Callao,
la Avenida de Mayo son la vehemencia; Núñez y Villa Alvear los
quehaceres y que soñares del ocio mateador, de la criollona siesta
zanguanga y de las trucadas largueras (Borges El tamaño de mi esperanza
23).
Desde Fervor de Buenos Aires, Borges reclamó para la capital argentina la creación de un
nuevo espacio criollo mítico, capaz de competir con la Pampa gaucha de Martín Fierro y
Santos Vega en la consecución de una identidad literario-nacional. Excluía así cualquier
atisbo de regionalismo en la configuración de Argentina, ya que “de la riqueza infatigable
96
3. La época de las Vanguardias
del mundo, sólo nos pertenecen el arrabal y la pampa” (Borges El tamaño de mi esperanza
25).
Este criollismo cosmopolita de la vanguardia tiene su origen en el proceso de
invención del gaucho como único tipo social representante de la argentinidad, que tuvo
lugar a principios del siglo XX, y al que contribuyeron, sin lugar a dudas, los medios de
comunicación59, las políticas de asimilación de extranjeros y los escritores que apostaron
por esa creación, como Rojas y Lugones. Ernesto Quesada, en El criollismo en la literatura
argentina, de 1902, ya se asombraba por este fenómeno comercial, en el que todos los
estratos sociales y culturales anhelaban identificarse con la argentinidad en boga. Esta
masificación, desde luego, desembocó en uno de los frentes despreciados por los
martinfierristas, y que en la década de los 20 estaba representada por Lynch, pero el núcleo
y el origen de la argentinidad pretendida por estos residía sin duda en la tradición
desarrollada a principios de siglo.
En este contexto de exaltación de la pampa e ignorancia de las regiones nació la
revista Nativa en 1924, cuyo proyecto se basaba en recuperar los valores nacionales por
medio de la reivindicación del peso de la cultura y la tradición que las provincias ejercían
en el marco de la verdadera argentinidad. El primer número constituía toda una declaración
de intenciones:
Ahora…saludemos este resurgimiento de la nacionalidad. “Nativa”,
adhiriéndose a ese movimiento viene a ocupar su puesto de combate, a
desempeñar un rol que todavía ninguna revista argentina había
desempeñado. Porque “Nativa” aspira a ser el órgano defensor y de
propaganda de las cosas de nuestra tierra, un rudo palenque
inconmovible, del que tironeen en vano los potros rebeldes del
97
3. La época de las Vanguardias
modernismo literario y del exotismo; un exponente poderoso de la
tradición campera, cuyo culto se lo rinden los sanos espíritus patrióticos
(Díaz Usandivaras "A los lectores y al público" 5).
En ella contribuyeron viejos conocidos del nacionalismo aglutinador, como Ricardo Rojas,
así como nuevos valores del campo literario del interior, como Juan Carlos Dávalos. Como
se observa en el párrafo anterior, la revista pretendía romper con la hegemonía impuesta
por los movimientos vanguardistas, a los que rechazaba no tanto por su ignorancia del
interior, sino por la renovación estética emprendida. A pesar del tradicionalismo que
imperaba en la revista, representó el sostén del regionalismo (cuando comenzó a publicarse,
cada número se dedicaba a una región determinada), donde la dicotomía de Sarmiento se
subvertía, aunque conservaba su rechazo a lo hispánico. A pesar del aparente deseo de
imponer un cambio de tendencia en el arte, Nativa auspiciaba un anquilosamiento del
nacionalismo tardoromántico cuyos representantes seguían encarnando a la vieja guardia
burguesa anterior a la inmigración y estandarte de las guerras de frontera que los
catapultaron a la propiedad de los grandes latifundios del interior. Ricardo Rojas advirtió
esta inmovilidad ideológica en la misma revista, y advirtió del peligro de una evocación
desesperanzada: “El criollismo ingenuo es una generosa fuente de creación estética, pero lo
considero insuficiente como programa civil, porque lleva a la nostalgia depresiva y exalta
costumbres rudimentarias cuyas formas han desaparecido”, así como de la pragmática
misma de la revista y sus creadores:
El problema consiste en que ese espíritu creador del indio, del gaucho,
del criollo, que produjo determinadas formas originales en función de su
medio ambiente y de su destino histórico, no pierda su fertilidad en las
nuevas condiciones del presente argentino. La vida no puede retornar a
sus fuentes, ni un pueblo puede, sin morir, inmovilizarse entre las aguas
98
3. La época de las Vanguardias
del tiempo. Busquemos en lo nativo de ayer, gérmenes de belleza y
estímulos de acción para lo nativo de mañana (Díaz Usandivaras
"Ricardo Rojas" 8-9).
Como parte de este discurso inmovilista, la figura del indio en la revista siempre
quedó ligada al paisaje, al igual que la del gaucho. Ambos eran los depositarios de los
valores primigenios de la nacionalidad, pero su inclusión como sujeto activo distaba mucho
de representar una realidad; más bien, reflejaba una persistencia del indianismo
decimonónico60.
Estos fenómenos criollistas-regionalistas se insertan dentro del contexto de ruptura
de la literatura de postguerra, que Fernando Contreras llamó “mundonovismo” y que
supuso una continuación del modernismo criollista, aparentemente opuesto al
vanguardismo, pero que, en el caso de Argentina, como vemos, provocó una simbiosis de
ambas tendencias61.
99
3. La época de las Vanguardias
2. Folklorismo, regionalismo y literatura regional
A menudo se identificaba literatura del interior con folklore literario; es más, en
Buenos Aires la literatura regional solía llevar asociados tintes peyorativos, y solo cuando
un autor del interior triunfaba universalmente, su obra se elevaba a “literatura nacional”,
como fue el caso de Lugones o Sarmiento62. Dicho desprecio por parte de sectores
bonaerenses hacia la literatura regional abrigaba (y abriga) bases razonables, pues, según
idela de Rivero, se le acusaba de “caer en el folklorismo”, “establecer un culto a los
linajes”, “sacralizar el paisaje” y “cultivar el cebo del costumbrismo” ("Las vertientes
regionales..." 22), aunque de acuerdo a la misma autora, las refutaciones carecían de
fundamento si la obra literaria tenía calidad artística.
Augusto Raúl Cortázar ha realizado una amplia investigación sobre el folklore en la
literatura, llegando a identificar diversos tipos de manifestaciones literarias asociadas al
folklore:
[Debemos]
deslindar el campo de las especies literarias correspondientes
al folklore propiamente dicho (a las que llamamos folklore literario) de
las producciones debidas a la pluma de poetas, novelistas, narradores o
dramaturgos que han ido a buscar asunto, ambiente, lenguaje o espíritu
para sus obras en la realidad viviente de lo folklórico (por lo cual integran
lo que denominamos literatura folklórica) (Arrieta 20).
Es decir, al campo del folklore literario corresponden los cancioneros, romanceros
populares, mitos, leyendas, cantos, etc., mientras que al campo de la literatura folklórica se
adscriben diversas manifestaciones literarias, entre las que habría que distinguir las obras
que insertan episodios folklóricos de aquellas comúnmente conocidas como “de inspiración
folklórica”, y que Cortázar denomina como “proyecciones literarias”, a la que define como:
100
3. La época de las Vanguardias
Obras literarias cuya autoría es perfectamente determinada, pero que se
inspiran en la realidad folklórica cuyo estilo, formas, ambiente o carácter
trasuntan, reelaboran e interpretan, con miras a un público general,
preferentemente urbano y desde luego letrado. Son verdaderas creaciones
artísticas originales (no meras imitaciones) en cuyo estilo influye la
tradición literaria popular con algunos o todos sus rasgos (Cortázar
Folklore y literatura 56).
Dentro de esa definición cabrían Martín Fierro, Don Segundo Sombra, pero también El
salar, Viento de la altipampa, Hasta aquí no más o Viento norte, novelas que serán
analizadas en esta tesis y que no han alcanzado proyección nacional, pero que tienen la
calidad literaria suficiente como para no ser catalogadas como meras manifestaciones
folklóricas, y ninguna de ellas cayó en los pecados antes señalados por Videla de Rivero.
Si Don Segundo Sombra superó los complejos regionalistas desde el mismo día de
su publicación fue por proyectar una temática de lo comúnmente aceptado como
“argentino”, sin tener en cuenta sus tintes vanguardistas y ni mucho menos su calidad
literaria. Horacio Quiroga, por ejemplo, no entró en los círculos martinfierristas aunque
nadie pudo negar su calidad, pero su temática no siguió los cauces de la mentada
argentinidad. Ni siquiera Pablo Rojas Paz, fundador de Proa junto con Borges, logró que
sus novelas entrasen en el parnaso porteño de la literatura nacional.
Llegados a este punto, después de haber diferenciado folklore literario de literatura
folklórica, es necesario distinguir las catalogaciones que recibe la literatura en las regiones.
Según arcia, el adjetivo “regional” puede tener hasta tres niveles semánticos, a saber,
meiorativo, peyorativo y descriptivo. “Las dos primeras acepciones, la meiorativa y la
peiorativa, opuestas, coinciden en que aluden a la misma realidad: la literatura
101
3. La época de las Vanguardias
regionalista. La tercera acepción, la objetiva o descriptiva, corresponde a la literatura
regional” (Videla de Rivero y Castellino 41). Esta última tiene una dimensión universal
pues, aunque su base topográfica es localizada, es integradora, mientras que la literatura
regionalista estaría muy identificada con el pasquín costumbrista, sentimentaloide,
exhibicionista y excesivamente enciclopédico. Ambas clasificaciones pueden contener
literatura folklórica, pero no necesariamente lo contrario. Afirma arcia que la “literatura
regional es el nombre verdadero de la literatura”, pues, apelando a Unamuno, “la infinitud y
la eternidad hemos de ir a buscarlas en el seno de nuestro recinto y de nuestra hora, de
nuestro país y de nuestra época” (Videla de Rivero y Castellino 44).
En la misma línea de diferenciaciones, Silvia Castillo propone otra nomenclatura, la
corriente nativista y la auténtica. La primera de ellas estaría relacionada con la
interpretación interesada de los aspectos folklóricos en una determinada región para
reformularlos de acuerdo a la producción institucionalizada, mientras que la proyección
auténtica establece una relación pragmática entre la producción literaria, el referente y el
lector ( ata de López y Palermo 138). A la proyección nativista corresponderían las obras
regionalistas de finales del siglo XIX que aspiraban a construir la nación argentina desde
una perspectiva regional, como pretendieron Joaquín V. González o Martiniano
Leguizamón e incluso más recientemente, la revista Nativa.
Estas diferenciaciones entre literatura canónica y pseudoliteratura se plasmarían de
manera pragmática en 1944 en el manifiesto del grupo “La Carpa”, cuyos miembros se
desvinculaban de cualquier traza de nativismo o “falso folklorismo”, aunque proclamaban
su amor hacia el terruño con una dimensión universalista. Esta declaración de intenciones
102
3. La época de las Vanguardias
suponía, desde luego, un ataque hacia ciertos autores de la región noroéstica con rasgos
claramente nativistas, como arcia señalaba precisamente a la producción “regionalista”:
Los autores de estos poemas hemos nacido y residimos en el Norte de la
República Argentina pero no tenemos ningún mensaje regionalista que
transmitir, como no sea nuestro amor por este retazo de país donde el
paisaje alcanza sus más altas galas y en el cual el hombre identifica su
sed de libertad con la razón misma de vivir.
Se está aquí en más cercano contacto con la tierra, con las tradiciones y el
pasado, elementos auténticamente poéticos que no son responsables de
las secreciones de cierto nativismo mezquino que encubre su prosa con el
injerto de giros regionales y de palabras aborígenes. Por ello
proclamamos nuestro absoluto divorcio con esa floración de ‘poetas
folkloristas’ que ensucian las expresiones del arte y del saber popular
utilizándolos de ingredientes supletorios de su impotencia lírica. Nada
debemos a los falsos ‘folkloristas’. Tenemos conciencia de que en esta
parte del país la Poesía comienza con nosotros (Martínez Zuccardi 153).
Sostiene Videla de Rivero que la literatura regional no logra alcanzar proyección
nacional debido al centralismo exacerbado imperante en Argentina. Al no seguir los
consejos de Gálvez, quien proponía que la verdadera argentinidad se conseguiría al retornar
al interior, Buenos Aires no lograría universalizar la originalidad de su literatura,
marcadamente europeísta. Del mismo modo opinaba Canal Feijóo, quien vinculaba la
autenticidad cultural al retorno a las raíces mediterráneas. Al mismo tiempo la autora se
desmarca del binomio autenticidad-interior al señalar a Borges como verdadero argentino, a
pesar de su marcada filiación bonaerense:
¿Quién puede dudar del argentinismo borgeano, no sólo explícito en sus
poemas que cantan a la fundación mítica de Buenos Aires, al arrabal
103
3. La época de las Vanguardias
porteño, al tango, al malevaje a los gauchos o a la Patria, sino también en
sus juegos metafísicos, en sus cosmogonías, en sus postulaciones sobre el
tiempo o sobre la realidad o irrealidad del universo? (21).
El mismo Borges, en su conferencia, El escritor argentino y la tradición, pronunciada en
1955, desechaba cualquier identificación nacionalista con la autenticidad en la escritura,
retomando así su concepto de universalización de sus años vanguardistas, pero ampliando
el horizonte más allá del criollismo:
No debemos temer y debemos pensar que nuestro patrimonio es el
universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo
argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad, y
en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera
afectación, una máscara (Borges Discusión 137).
Se refería Borges a la proliferación de temas gauchos y criollos que invadieron la cultura
argentina durante la primera mitad del siglo XX para sostener una autenticidad nacionalista.
Si bien es cierto que no es más argentino Güiraldes que Cortázar, o Sarmiento que Quiroga,
estos autores dieron la espalda a la literatura proveniente de las regiones por el empeño
elitista de subyugar generalizando a estos autores y encasillarlos en un espacio damnificado
para la calidad y la universalización de la obra literaria. El mismo Julio Cortázar se encargó
de relegar la literatura regional a un espacio subyacente con declaraciones despreciativas
que dieron lugar a la famosa polémica que sostuvo con José María Arguedas.
Efectivamente, la posición eurocentrista de Cortázar, muy marcada por la oposición
entre internacionalismo y regionalismo, deudora de los postulados de Sarmiento,
enfervorizó a Arguedas, quien lo recibió como un ataque personal. Con sus elitistas
planteamientos, Cortázar daba por sentada la asociación entre incultura y exaltación del
104
3. La época de las Vanguardias
terruño, apreciación intolerable para Arguedas, quien, debido a su transculturación,
articulaba su discurso desde la otredad, una otredad incomprensible para Cortázar63. En
realidad, ambos autores defendían posiciones ambivalentes en un espacio problemático
desde la perspectiva del colonialismo: “diversos sistemas socio-culturales que coexisten en
una temporalidad combinada y cuya naturaleza consiste no en la superación del conflicto –
en la búsqueda de una armonía imposible – sino en su elaboración permanente” (Moraña
111).
Empero esta polémica que tuvo lugar muchos años después (1967-1969) de que el
mismo Fernando Ortiz introdujera el término “transculturación” en 1940 y de que el
movimiento indigenista peruano llegase a su clímax, permite apreciar la concepción de la
literatura regional dentro de los círculos intelectuales elitistas.
105
3. La época de las Vanguardias
3. El interior en la época de las Vanguardias
El interior, mientras tanto, no era ajeno al postmodernismo dominante y la
producción literaria nada tenía que envidiar a la de la capital. En los núcleos culturales
importantes se intentó contrarrestar el dominio intelectual de Buenos Aires al reivindicar
una literatura regional, representante también de la argentinidad, que entraba en la polémica
del “ser nacional”64. Desde Buenos Aires se apuntó al vacío que el interior no reflejaba en
la cultura nacional, y así, en 1925, la revista Valoraciones y en 1928, Nosotros plantean la
necesidad de otra representación de la argentinidad en la literatura:
Del interior del país es donde ha de salir el aliento vital que justificará
algún día la existencia de una República Argentina digna de su autonomía
en el mundo, no ya por la sola voluntad de sus creadores, sino también
por la identificación de sus habitantes con el espíritu de la tierra que
trabajan (Valoraciones, número 6, junio 1925).
En nuestra cultura falta la voz del interior. La necesitamos. Muchos de
nuestros defectos colectivos son los de Buenos Aires, que ha crecido
demasiado de prisa, un Buenos Aires hirviente de premura y avideces. A
los provincianos corresponde dar una nota de reposo noble, de vida más
equilibrada, donde los afanes del espíritu sean fines en sí mismos y no
caminos por los que se llega de todas partes cuando se sabe dar hábiles y
oportunos rodeos (Nosotros, número 232, septiembre 1928).
Quizá en Nosotros pecaban del mismo defecto cosmopolitista que objetaban en esta nota ya
que, a esas alturas, la producción literaria en las regiones era intensa, como lo demuestran
los grupos culturales que se formaron y cuyos miembros fueron destacados escritores. En
particular, en Santiago del Estero, ernardo Canal Feijóo promovió la creación de “La
rasa”, que aglutinó “a los que creen que la cultura es una justificación de la vida” (Barcia
106
3. La época de las Vanguardias
en Videla de Rivero y Castellino 54). De diversas partes del Noroeste, ciertos intelectuales
que no se dejaron arrastrar por las corrientes vanguardistas bonaerenses se identificaron con
la llamada eneración del ’25, entre los que destacan Canal Feijóo, Luis Franco o Samuel
Glusberg65. En
endoza, el grupo “ egáfono” se distanciaba del vanguardismo porteño
para adherirse al chileno, más próximo geográficamente, y del que formaron parte Fausto
Burgos, Alfredo Bufano o Miguel Martos. Según Castellino, 1928 constituyó el año del
despertar para la literatura mendocina, pues se publicaron Cara de tigre, de Fausto Burgos
y Cuentos andinos, de Miguel Martos, novelas que inician la narrativa de inspiración
folklórica en la región (36), aunque Arturo Roig adelanta esta fecha hasta 1925, con la
publicación de Poemas de Cuyo, de Alfredo Bufano, que significó la entrada del
vanguardismo en la región por medio del sencillismo (49).
En general, los escritores más relevantes solían publicar en revistas o periódicos
bonaerenses con cierta frecuencia, por lo que no eran desconocidos para el sector
intelectual capitalino. Muchos autores regionales eligieron la revista La vida literaria, ajena
a los enfrentamientos Boedo-Florida, y preocupada a priori por temas exclusivamente
literarios, sin que estos atañesen a la política o el vanguardismo, aunque según Poderti, las
intenciones pronto se vieron superadas por temas ajenos a la literatura. Casualmente o no,
su director Samuel Glusberg fue el principal responsable de la introducción del
pensamiento de Mariátegui en Argentina, al colaborar este asiduamente en la revista, y
facilitarle el director su asentamiento en Buenos Aires que finalmente truncó su repentina
muerte en 193066.
El pensamiento de Mariátegui no sería el único contacto que tuviese la cultura
argentina con el indigenismo peruano. En 1923, Luis Valcárcel organizó un festival de arte
107
3. La época de las Vanguardias
incaico en Argentina, facilitado por Roberto Levillier, entonces embajador en Perú, quien
asumió los gastos de esta Misión Peruana de Arte Incaico. El teatro Colón acogió las
representaciones indígenas, que incluían una escena del Ollantay, y que se repitieron por un
mes, cosechando un gran éxito67. Pero estos contactos culturales entre Buenos Aires y
Cuzco no se limitarían a estas representaciones. La asociación Cuzco-Argentina se vio
favorecida, principalmente, y según diversas fuentes, a la intervención de Fausto Burgos. El
escritor tucumano visitó Cuzco en 1928, donde conoció personalmente a Luis Valcárcel,
quedó impresionado por la campaña indigenista llevada a cabo por este y otros intelectuales
y quiso importarla hacia Argentina68. En capítulos posteriores ahondaremos sobre esta
relación y su importancia dentro del indigenismo en la narrativa argentina. Fausto Burgos
medió para que tanto Luis Valcárcel como José Uriel García colaborasen, desde finales de
la década de los 20 en el suplemento dominical de La Prensa, medio en el que también
comenzó a escribir José María Arguedas a partir de 1940. Casi todas estas colaboraciones
venían acompañadas por fotografías de Martín Chambi, adalid de la fotografía indigenista
en Perú. Buenos Aires suponía para los indigenistas un medio más propicio que Lima para
exponer sus pretensiones, no solo por la distancia (se tardaba menos en llegar a la capital
argentina que a la peruana desde Cuzco) sino también por el antilimeñismo que se percibía
en ciertos sectores cuzqueños, así como la expansión editorial de Buenos Aires hacia
Europa69.
Como no podía ser de otra manera, esta relación también se vio reflejada en el
interior, por medio de revistas con espíritu americanista, en donde no solo colaboraban
autores indigenistas peruanos, sino argentinos que reivindicaban su esencia
hispanoamericana. Entre ellas, a pesar de su corta trayectoria, destacan Sol y nieve (1922),
108
3. La época de las Vanguardias
Tucumán ilustrado (1923), Aconcagua (1927-1930), Áurea (1927-1928), El Carcaj (19281929), Inti Raymi(1927), Ñam (1933-1934), Transición (1935), Ayacucho (1937-1944),
Itinerario de América (1938-1941) y PAN (1935-1940)70. A todas ellas habría que añadir la
revista Nativa (1924-1961), comentada anteriormente.
Otra manifestación indigenista que recibía los preceptos vanguardistas y en la que
participaron diversos escritores argentinos fue el Boletín Titikaka (1926-1930). Fundado
por Gamaliel Churata en Puno, el Boletín difundía los escritos del grupo Orkopata71 y de
diferentes personalidades indigenistas, como Luis Valcárcel, José Carlos Mariátegui o Haya
de la Torre. Por medio del canje, Churata conseguía, por un lado, promocionar a su grupo
fuera de las fronteras peruanas, y al mismo tiempo, acercar a la fronteriza e inaccesible
ciudad de Puno las últimas manifestaciones literarias del continente. De esta manera se
explica la presencia de Borges, Girondo o Güiraldes en el Boletín. Pero también la
inclusión de poemas de Manuel Ugarte o la participación de Fausto Burgos en las reuniones
del grupo Orkopata (Graziano "Exilios, vanguardias..."). Posteriormente, Manuel J. Castilla
estuvo en contacto con Churata en Bolivia, lo que le permitió de primera mano conocer la
producción indigenista, que sin duda influyó en su obra poética y narrativa (Poderti 130).
El movimiento indigenista, por tanto, no era desconocido para la intelectualidad
argentina, y más de un escritor se vio salpicado por su afán denunciatorio y de visibilidad.
El mismo Ricardo Rojas, quien fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de
Cuzco fue quizá el mayor divulgador del indigenismo en Argentina. Probablemente no fue
del todo consciente de ello pues la principal tarea de este movimiento consistía básicamente
en lo que él mismo había iniciado a principios de siglo con sus teorías integradoras, que
culminarían en 1924 con la publicación de Eurindia. Esta obra, que pretendía rescatar la
109
3. La época de las Vanguardias
tradición indígena y española en la identidad argentina, revalorizaba las virtudes de una
raza que sus contemporáneos más ilustres pretendían aniquilar.
El río de la tradición autóctona ha caído en un abismo hacia el siglo XVI,
pero seguirá su curso subterráneo, para reaparecer más tarde. Es un
misterio de la intrahistoria popular, la que persiste, más esencial que la
historia externa. Atahualpa ha muerto, pero resucitará en Tupac Amaru a
fines del siglo XVIII, y, después de la independencia, en el proyecto de
Belgrano para coronar aun descendiente del Inca. La tribu se ha
convertido de sus idolatrías al cristianismo, pero el culto del Sol
reaparecerá en nuestra bandera. Mariano Moreno libertará a los
numerosos mitayos que aún quedan, tres centurias después de haber
venido los españoles, y desde el libro del Inca Garcilaso vendrán los
reyes indios a la evocación del Himno de López y del Canto de Olmedo.
Así llegaremos a los días de hoy, en que el folklore y la arqueología están
mostrando todo cuanto sobrevive de una tradición que creíamos perdida,
señalando sus restos a la inspiración creadora de nuestras artes(Rojas
Eurindia... 133).
110
3. La época de las Vanguardias
NOTAS
51
“Nosotros apareció en 1907, dirigida por Roberto iusti y Alfredo ianchi” (Sarlo 42).
52
“En Martín Fierro se reclamará el cierre de la revista Nosotros, invocando una disposición municipal que
prohíbe tener cadáveres en exhibición…Desde 1924, en todo lo que se refiere al sistema de consagración, la
vanguardia se enfrenta por completo a Nosotros. Para Martín Fierro, la revista Nosotros representa una
reduplicación, cuando no una agencia, en el campo intelectual, del sistema oficial de consagración y de sus
criterios” (Sarlo 47).
53
“Las diferencias se dirimen a través de los órganos específicos que constituyen las revistas, aunque el
estado de las relaciones entre escritores opere como un factor de neutralización de la polémica, de modo que
se vuelven también significativos la anécdota, los sobreentendidos y los vínculos a los cuales el público no
tiene acceso, que se convierten en la contracara amigable, social y gremial de la guerrilla literaria” (Montaldo
56).
54
“Pero aunque la fuerza del peor nacionalismo sólo está presente…en la respuesta de Lugones [a una
encuesta sobre nacionalidad en Martín Fierro], es posible registrar en el resto los puntos más o menos
dispersos de un programa nacional, justificado por la alarma que despiertan ‘las avalanchas que parecían
destinadas a arrasar todo lo lugareño’ (Figari, otro gran viejo del martinfierrismo)” (Sarlo 59).
55
A pesar de estos enfrentamientos, los boedianos también se lucraron con el arte, vendiendo ediciones
baratas, acusaciones que también recibirían los martinfierristas, acusados de recibir otro tipo de prebendas
(Montaldo 53).
56
“El criollismo se coloca como centro ideológico y estético, porque relacionada con él aparece la temática
populista urbana. La cuestión del criollismo traza una línea en el interior del espacio de la revista. Hay un
criollismo legístimo y un falso criollismo, hay un criollismo necesario y un criollismo exagerado, superfluo
desde el punto de vista de la lengua o de la temática” (Sarlo 60).
57
“El criollismo como programa significa aliviar los discursos sobre la Argentina de la pesada ortodoxia
nacionalista y quitarle el patrimonio cultural argentino a Rojas y Lugones” ( ontaldo 223).
58
“ orges convierte a la literatura argentina en literatura europea, le descifra el enigma en el cual hasta ese
momento se encontraba atrapada: hacer literatura “del país” pero que tenga nivel de competitividad con la
europea, que sea tan “agradable de leer como aquélla” ( ontaldo 226).
59
“Existió, sin duda, una manipulación comercial del fenómeno criollista” (ver capítulo “Funciones del
criollismo” (Prieto 162).
60
“Las figuras del gaucho y el indio conviven en un mismo plano identitario, que revela la misma falta de
conflicto que el paisaje en la medida en que son proyectados con el mismo gesto de naturalización
esencialista, son también parte del paisaje…La representación de lo nativo recuperada en las páginas de
Nativa — y colocada en el panteón ancestral de la patria por medio de un procedimiento en el que el indio
aparece como un ser ingenuo y el gaucho como un valeroso patriota- ampliaría esta idea en la medida en que
nos remonta a una visión de los orígenes preexistente a la idea liberal que identifica a la civilización con lo
europeo” (Hrycyk 90).
61
“Pero estas dos tendencias así esquematizadas, como se ha dicho, no representan sino dos extremos de un
conjunto abigarrado y plural, cuyo espectro permite situar entre una y otra polaridad las manifestaciones
concretas de la producci6n literaria de ese periodo. Porque resulta difícil reducir estrictamente a una de ellas
la obra renovadora que realizan en esos años, por ejemplo, Cesar Vallejo o Roberto Arlt, Fernando Paz
111
3. La época de las Vanguardias
Castillo, Le6n de Greiff, Felisberto Hernández, Julio Garmendia, José Gorostiza, Arturo Uslar Pietri, Jorge
Carrera Andrade, etcétera” (Osorio 247).
62
“Cuando la obra regional es valiosa, cuando logra difusión en el país y en el mundo, parece que deja de ser
regional para convertirse en nacional: tal es el caso de los Romances del Río Seco, de Lugones o Recuerdos de
provincia, de Sarmiento. Si el escritor del interior se traslada a uenos Aires y desde allí logra imponerse, …
deja también de ser regional para convertirse en nacional” (Videla de Rivero "Las vertientes regionales..."
15).
63
“Y comprendo que Cortázar, demasiado traspasado y acaso medio rendido por el olor y hedor de las calles,
se extravía hasta el enojo ante la confesión de la misma experiencia y la menosprecia manoteando” (Arguedas
211).
64 “El afianzamiento de núcleos regionales importantes -Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Tucumán, Salta,
Santiago del Estero-, permitirá un movimiento que buscará contrarrestar el predominio cultural de Buenos
Aires sobre el resto del país. La reivindicación de la tarea creativa dentro de la sociedad está unida a la
intención de marcar la presencia del interior en la cultura argentina” (Poderti 121).
65 “Comienza su actuación un grupo de escritores que, según Luis E. Soto, pertenece a la "generación del
'25", y constituye una columna cuyos miembros no tuvieron pretensiones de vincularse con aquellas dos
direcciones, reconocidas por la polémica del momento como "Florida y Boedo". No se sentían adversarios de
"martinfierristas" o "boedistas" y tampoco tenían órganos oficiales de difusión. Sus miembros no se
expresaron a través de manifiestos pero aprovecharon las páginas de Sur, Crítica o La Nación y eligieron el
periódico La Vida Literaria -publicado entre 1928 y 1932-, para escribir las colaboraciones que permiten
reconstruir el perfil del grupo” (Poderti 123).
66
Ver Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, de Horacio Tarcus.
67
“La noche del estreno fue impresionante ver el gran Teatro Colón lleno en todas sus localidades, inclusive
el palco presidencial, donde podíamos distinguir la figura del Presidente de la República, Marcelo T. de
Alvear. Asistieron también algunos Ministros de Estado y distinguidos representantes de la sociedad porteña.
La presentación comenzó con el Himno al Sol, que fue recibido con entusiastas aplausos” ( alcárcel 220).
68
“Aquel año llegó al Cusco el escritor tucumano Fausto Burgos, hombre con antepasados indígenas y autor
de relatos relacionados con la vida andina del norte de su patria… Llegó al Cusco buscando la continuidad de
las costumbres y paisajes de su Tucumán; de ese viaje resultó su libro La cabeza de Wiracocha, publicado en
1932. Burgos quedó muy impresionado por la campaña indigenista que realizábamos con Uriel García y otros
compañeros de ideales, razón por la que, a este último y a mí, nos invitó a colaborar en "La Prensa", uno de
los más prestigiosos periódicos de la capital argentina” ( alcárcel 223).
69
“Es este carácter cosmopolita de los periódicos argentinos el que facilitaba no solamente la inclusión de
discursos indigenistas -que podrían parecer exóticos- sino que aseguraba su repercusión en una red europea y
continental más vasta. En definitiva aseguraba un valor agregado de prestigio internacional para los escritos
de la intelectualidad del sur del Perú” (Kuon Arce et al. 188).
70
“En estas revistas solían aparecer artículos de la actualidad coyuntural o de un alcance menos efímero que
apuntaban a consolidar las relaciones entre el Perú y Argentina de una forma genérica. Es cierto que los
autores peruanos que con más frecuencia aparecían suscribiendo textos eran fundamentalmente aquellos
vinculados al campo de la política y las ideas como José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y
Luis Alberto Sánchez, pero ello no obvia la directa relación con sus posturas y la vinculación a los problemas
sociales y culturales del mundo andino…Este panorama complementa por lo tanto, en un círculo más
militante o articulado ideológicamente la presencia singular del pensamiento peruano de la vanguardia y de la
tradición en tiempos de esta enriquecedora aproximación cultural” (Kuon Arce et al. 224-25).
112
3. La época de las Vanguardias
71
“En Orkopata, un pueblo aledaño de Puno, [ amaliel Churata] presidía un cenáculo o tertulia, una especie
de “seminario al aire libre” en cuyas reuniones (llamadas “pascanas nocturas”) se comentaban novedades
literarias y políticas. Formaban parte del llamado “ rupo Orkopata”, jóvenes escritores puneños que luego
alcanzarían cierta fama nacional y, en algunos casos, más allá de la frontera peruana: los poetas Alejandro
Peralta, Emilio Armaza y Luis de Rodrigo, los prosistas Danta Nava y “ ateo Jaika” y otras figuras como
enjamín Camacho y el dramaturgo vernáculo Inocencio amani” (Wise 94).
113
4. La narrativa indigenista en Argentina
CAPÍTULO 4. NARRATIVA INDIGENISTA EN ARGENTINA
1. Entre la Colonia y el siglo XX
La primera manifestación literaria en la que se denuncia el abuso de un grupo social
dominador (en este caso los conquistadores) sobre los indígenas que poblaban el actual
territorio argentino lo constituye la temprana crónica de Comentarios de Alvar Núñez
Cabeza de Vaca, escrita por Pero Hernández, y publicada en Valladolid en 1555, junto con
los Naufragios del adelantado. En el primero se narran los sucesos acaecidos durante la
ocupación de tierras argentinas (exactamente entre los ríos Paraná y Uruguay) en 1541,
aunque en realidad se trata de un panegírico sobre Alvar Núñez y un libelo en contra del
Gobernador, Domingo Martínez de Irala. Los comentarios de Hernández sobre el trato
recibido por los indios merece, en palabras de Ricardo Rojas, una comparación con
Bartolomé de Las Casas (Rojas Los coloniales 91), y la excepcionalidad que estas palabras
adquieren en las crónicas coloniales valen la inclusión de un pequeño párrafo de esta
denuncia:
Dieron licencia abiertamente á todos sus amigos y valedores y criados
para que fuesen por los pueblos y lugares de los indios, y les tomasen las
mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenían, por fuerza, y
sin pagárselo…iban por toda la tierra dándoles muchos palos, trayéndoles
por fuerza á sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada
por ello (Núñez Cabeza de Vaca y Hernández 133).
Obsérvese la insistencia de Hernández sobre la ausencia de retribución pecuniaria al trabajo
y los bienes de los indígenas, hecho que demuestra la consciencia del autor sobre la
injusticia del trato infringido, solo aplicable, en la época, a esclavos y animales.
114
4. La narrativa indigenista en Argentina
Recordemos que este texto hace referencia a hechos acaecidos en 1541, y las Leyes Nuevas
de Indias, por las que se abolía la encomienda y se prohibía la esclavitud de los indios,
fueron aprobadas en 1542.
Sin embargo, la apreciación de Rojas es exagerada, pues el discurso de los
Comentarios, por apologético, no es veraz, y este fragmento está inserto en una
comparativa sobre el comportamiento de Alvar Núñez y el de Irala. A lo largo de todo el
texto se puede apreciar el maniqueísmo de Hernández, basado sobre todo en defender a
Cabeza de Vaca de ciertas acusaciones gravísimas ante el rey. Además, en el resto del
texto, Hernández ofrece una imagen del indio similar a la escrita en otras crónicas de la
época y por tanto radicalmente diferente a la de Las Casas. Estos eran tildados como
crueles, antropófagos, salvajes y simples, con lo cual podía argumentar la guerra justa
sepulvedana.
El mismo las Casas también tuvo algunas palabras en su Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de 1552, no como testimonio directo, ya que no llegó a viajar
allí, aunque el dominico sospecha que el actual territorio argentino no supuso una
excepción: “Ninguna duda empero tenemos que no hayan hecho y hagan hoy las mesmas
obras que en las otras partes se han hecho y hacen” (156). Como documentación, aporta
una prueba del Consejo de Indias para aportar veracidad a la barbarie de un gobernador
español que asesinó a cinco mil indígenas por negarse a darles de comer: “ enimos a
serviros de paz y matáisnos; nuestra sangre quede por estas paredes en testimonio de
nuestra injusta muerte y vuestra crueldad” (157).
Desde este momento hasta el siglo XIX no se ha podido rastrear en la narrativa
argentina ninguna mención al abuso sobre los indígenas. Como referentes y personajes,
115
4. La narrativa indigenista en Argentina
desde luego, sí tienen amplia cabida, pero la concepción que el cronista o autor tenía de
ellos hace imposible su compasión. En cambio, sí se han podido encontrar textos en los que
se denuncia el mal trato, aunque forman parte de actas, probanzas o sentencias judiciales, es
decir, terreno ajeno a la literatura.
uchas de estas “buenas acciones” de los españoles en
tierras argentinas se encuentran recogidas en el excesivamente parcial estudio de Prudencio
Bustos Argañaraz, El indigenismo en la Argentina. El texto ofrece documentos valiosos,
aunque su opinión tendenciosa, católica y españolista invalidan la investigación, cuyas
conclusiones atribuyen a los españoles un comportamiento angelical por cuanto los
beneficios de la evangelización, mientras que duda de los asesinatos masivos de indígenas,
justifica la guerra contra estos en los casos de levantamientos crueles y califica la
encomienda como un bien necesario. Se hace preciso puntualizar que la Argentina colonial
no era precisamente un foco intelectual debido a la lejanía de Buenos Aires a la capital del
Virreinato, Lima. Santa María del Buen Ayre, fundada por primera vez en 1534, fue
considerada hasta la instauración del Virreinato del Río de la Plata como puerto de
contrabando de esclavos y minerales, donde la corrupción y la criminalidad dominaban la
escena (O'Donnell 35-54). En la época colonial Córdoba se erigía como centro cultural de
la zona, donde, en 1613 la Compañía de Jesús había fundado la primera universidad
argentina. Como responsables de la evangelización, los jesuitas la realizaron en guaraní o
en quechua, a pesar de la gran cantidad de lenguas diferentes que se hablaban en todo el
territorio argentino. Asimismo, varios jesuitas asentados en Córdoba escribieron gramáticas
y glosarios de las lenguas de la región, como Gramática de la lengua mbayá e Historia del
Plata, de José Sánchez Labrador. Sin embargo, con la creación del Virreinato del Río de la
Plata en 1776, la Universidad, el Archivo y la Biblioteca fueron trasladados a Buenos
Aires, donde el ambiente literario no era el más propicio, debido a su condición de puerto.
116
4. La narrativa indigenista en Argentina
Con el cambio de siglo y la independencia, el Romanticismo se fue imponiendo
como opción estética de la mano de Esteban Echeverría, que preparó el camino para el
indianismo en la literatura. Como comentábamos en anteriores capítulos, el indianismo
retrataba personajes indios exóticos a la manera de Chateaubriand, muy alejados de la
realidad. Sin embargo, existe un antecedente curioso en el teatro argentino: el drama
Tupac-Amaru, de 1821, y atribuido al actor de origen peruano Luis Ambrosio Morante. En
este se realiza una defensa del indígena peruano, pero por su filiación genérica no será
analizado aquí.
Habrá que saltar hasta la segunda mitad del siglo XIX para encontrar las primeras
manifestaciones literarias de defensa hacia el indígena argentino, y muy probablemente la
segunda narración preindigenista en todo el continente americano (después de El Padre
Horán, de 1848). Su autora, Juana Manuela Gorriti, nacida en Salta en 1818, fue una de las
figuras más extraordinarias de la literatura argentina del XIX. Su obra, La Quena, publicada
en 1845, ha sido considerada como la primera novela argentina72, adelantándose a Amalia,
de José Mármol, en seis años.
Gorriti, hija de un héroe de la independencia, estuvo en contacto con el mundo
indígena durante toda su vida. Además de haber nacido en Salta, durante la dictadura de
Rosas se instaló primero en Sucre y finalmente en Lima, donde desarrolló gran parte de su
actividad intelectual y fue reconocida entre sus contemporáneos por su activismo literario y
político.
Amiga de Ricardo Palma y Clorinda Matto de Turner, Juana Manuela fue la
anfitriona de un prestigioso salón literario en la década de 1870 y dirigió la revista La
Alborada (1874-1875), con interesantes artículos periodísticos femeninos. Su producción
117
4. La narrativa indigenista en Argentina
literaria se centraba en temática indígena, coincidiendo con el incaísmo73 prevaleciente en
la región que, como señalábamos en el capítulo segundo, exalta las virtudes de la sociedad
incaica sin tener en cuenta a sus descendientes. Pero entre su ingente obra, un relato, “Si
haces mal no esperes bien”, inaugura el indigenismo en la literatura, como René Prieto ha
dejado entrever ( onzález Echevarría y Pupo-Walker 144) mientras que Efraín Kristal lo
incluye dentro de la nómina de obras indigenistas, y sitúa a El padre Horán, del peruano
Narciso Aréstegui como la precursora.
El cuento, dividido en cuatro capítulos, fue publicado en 1861 en La Revista de
Lima y posteriormente en La Revista de Buenos Aires. En él se retratan las consecuencias
de la opresión hacia el sector indígena de la población, centrándose en un drama romántico
de nefastas consecuencias. La trama comienza con la violación de una indígena por parte de
un militar peruano. Cinco años más tarde, la niña indígena fruto de esta relación es
secuestrada por unos soldados, que la envían a Lima junto a otros indios, aunque en el
camino son emboscados y la niña queda sola. Un naturalista francés la encuentra y la envía
a París. Hasta aquí la historia recuerda temáticamente el comienzo de Cartas de una
peruana de Françoise de Graffigny, anticipación del Romanticismo y del indianismo
exotista. Doce años más tarde, el cuento continúa con la relación epistolar entre dos
hermanos peruanos. Él dice haberse enamorado de una joven francesa, con la que se casa y
parte a Lima con ella. Amelia, la esposa del joven, reconoce el entorno peruano en su
memoria, y la visión de su suegro, un coronel, le produce repulsión, tras lo cual enferma y
es enviada a la sierra. En el viaje, una mujer indígena aborda al coronel reclamándole a su
hija secuestrada doce años atrás. Por la noche, la misma mujer entra en la habitación de
118
4. La narrativa indigenista en Argentina
Amelia donde le revela su identidad y la de su padre. Ante la sorpresa y el desquicio por el
incesto, Amelia muere y su marido entra a un convento.
Gorriti focaliza el abuso de una sociedad feudal corrupta en la “trinidad
embrutecedora” que onzález Prada denunciaría treinta años después: el cura, el juez y el
soldado, y lejos de concentrar su historia en la elitista descendencia inca, lo hace con los
anónimos indígenas sometidos durante siglos por el europeo y el criollo, y a los que cede su
voz para denunciar la tiranía y el abuso:
Dicen que nuestros padres, poderosos en otro tiempo, reinaron en este
suelo que nosotros pagamos tan caro; y que los blancos viniendo de una
tierra lejana, les robaron su oro y su poder. No sé si eso es cierto, pero
ahora que somos pobres, ahora que nada pueden ya quitarnos, nos roban
nuestros hijos para hacerlos esclavos en sus ciudades (Gorriti 179).
Aunque el discurso de Gorriti no es reivindicativo, es necesario tener en cuenta la similitud
entre este relato y Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, ampliamente difundido
como la primera manifestación literaria indigenista y publicado en 1889, casi treinta años
después que la argentina74.
Si bien la trama del cuento no incluye localizaciones ni personajes indígenas
argentinos sino peruanos, conviene recordar el origen de la autora, Salta, para acercar el
noroeste argentino a la sierra peruana y asignar la idea de una comunidad imaginada en el
altiplano andino.
Rudolf Grossmann, en su obra crítica Historia y problemas de la literatura
latinoamericana, estudia los fenómenos literarios en Latinoamérica y los divide por género,
temática y país. En el denominado “tema indianístico-indigenista y socio-rural/ social
119
4. La narrativa indigenista en Argentina
campestre” de finales del siglo XIX y principios del XX incluye varias obras de autores
argentinos, Una excursión a los indios ranqueles (1870), de Lucio V. Mansilla, Cuentos de
la Pampa (1903), de Manuel Ugarte y ciertas obras de Roberto J. Payró, que encasilla
correctamente dentro del ambiente rural (Grossmann 417-19). A pesar de que en su
introducción se aprecia un esfuerzo notable por identificar y diferenciar el indianismo del
indigenismo, subyace en la crítica de Grossmann una visión colonialista, al tratar de acercar
la educación y la cultura occidentales al universo indígena para superar la situación de
dominación. Al describir el despertar indigenista en el siglo XX, Grossmann advierte en el
desarrollo de las identidades nacionales una necesidad de reconocer
que una educación mejor y un nivel digno de un ser humano, hasta ahora
monopolio de los blancos, constituyen condiciones previas indispensables
y se señala como meta al indio el imponerse en los medios de los blancos
y así acabar por dominarlos. La idea directriz de los literatos que lleva a
esa conclusión, es la siguiente: tal como viven los indios – como todavía
viven – como simples “autóctonos”, no puede subsistir (61-62, énfasis
añadido).
Trataremos brevemente estas dos obras para denegar su adscripción indigenista y
poner en duda la indianista. Tal es el caso de la obra de Mansilla, curioso ejemplo de la
autoconsciencia de la superación de la dicotomía civilización-barbarie. Se trata de un diario
epistolar escrito posteriormente a una misión encargada por el gobierno para tratar de
pacificar a los indígenas ranqueles, que tuvo lugar poco antes de la Conquista del Desierto.
El escritor convivió con los indios durante algún tiempo durante el que desarrolló un fuerte
vínculo afectivo con estos que le hizo plantearse muchos de los prejuicios con los que
inició su viaje. A pesar de la confraternización patente con los indígenas, Mansilla cae en
digresiones inoportunas, inconstancias ideológicas continuas y en ningún momento plasma
120
4. La narrativa indigenista en Argentina
una reivindicación denunciatoria; antes, al contrario, está sumido en una postura positivista
que no rebate la superioridad de ciertas razas sobre otras. Sí puede afirmarse que Mansilla
adopta una posición postcolonialista75 al cuestionar los supuestos beneficios de la
civilización occidental sobre la barbarie indígena, lo cual coloca a su autor por encima
éticamente de sus contemporáneos. Si bien Una excursión… no está adscrito, desde luego,
al género indianista ya que el retrato de los indígenas no se corresponde con el exotismo
predominante en la literatura de este tipo, tampoco encaja en la narrativa indigenista por su
condición de ensayo y por la postura ambivalente de su autor.
Cuentos de la Pampa también se inserta en una posición intermedia. Su autor,
Manuel Ugarte, socialista conocido por su discurso hispanoamericanista, contrario al
imperialismo, y contemporáneo de Ricardo Rojas, articula un discurso conciliador, sin
exceder de los clichés anticolonialistas. En uno de sus cuentos, “El curandero”, la voz del
narrador se impone para agasajar al indígena vencido y “dócil, franco y afable” frente al
“irritable”, “desconfiado y quisquilloso” indígena que no quiere aceptar su derrota. Son
notables los esfuerzos de Ugarte por ensalzar los bienes de la civilización sobre el “indio
vencido y maniatado” a quien, si bien no desprecia, tampoco elogia. El resto de cuentos de
temática indígena deambulan entre la simpatía conciliadora y el darwinismo social76, que
convierten su discurso en una condescendencia poco tendente a la denuncia.
Con la entrada del nuevo siglo y la crisis de identidad instalada en Argentina y
analizada previamente en el capítulo 2, una figura se erige preeminentemente para rescatar
y defender al indígena, Ricardo Rojas. Prácticamente en todas sus obras, Rojas señala la
herencia indígena como una de las que conforman la identidad argentina, y durante toda su
121
4. La narrativa indigenista en Argentina
vida denunció la invisibilidad del indígena argentino, su sumisión, el olvido por parte de las
autoridades y ejerció una férrea defensa de la herencia cultural de los indígenas “puros”.
En El país de la selva, Rojas traza cuadros semificticios sobre la vida y las
costumbres de Santiago del Estero, a los que añade la historia ensangrentada y fantasea con
un porvenir poco halagüeño. Llama la atención que los cuadros donde inserta mitos,
leyendas y costumbres parecen ser compartidos por indígenas y criollos que desemboca en
un sincretismo cultural en ambos sentidos. Aunque denuncia los males de la civilización
sobre los indígenas, Rojas se sitúa en un estadio posterior al indigenismo, pues su actitud es
igualitaria y ecuánime. En ocasiones, de no ser por la identificación lingüística, el lector no
puede inferir la raza del personaje. Se le podría tachar a Rojas su posición despreocupada
hacia la situación del indígena, pero debemos tener en cuenta que El país de la selva fue
escrito cuando el escritor contaba veintitrés años. En sus posteriores obras, ya no de ficción,
se acentuará su preocupación, como podemos observar en el artículo que escribió, en 1943,
para la revista América Indígena, órgano de difusión del Instituto Indigenista
Interamericano, creado en 1940. En dicho artículo, Ricardo Rojas exhibe su conocimiento
sobre la situación indígena en Argentina, su censo, su historia, su problemática y la visión
del resto del país sobre esta. Propone soluciones educativas y agrarias para los indígenas y
una mayor difusión de su cultura para el resto de argentinos, a quienes sigue considerando
sus antepasados mestizos, y sostiene que sin los cuales, Argentina habría tenido una historia
bien diferente. El siguiente fragmento sintetiza el pensamiento de Rojas sobre la cuestión
india:
No pedimos caridad para el indio actual; pedimos justicia en el
conocimiento y en la acción. El indio fué el primer hijo del país. Los que
122
4. La narrativa indigenista en Argentina
hoy quedan sobre la tierra de sus padres, son habitantes amparados por la
Constitución: hombres como nosotros, argentinos como nosotros; pero
además ellos presentan, según se ha visto, un título hereditario y una
posesión milenaria, que los inviste de un privilegio…Los indios
argentinos que aún sobreviven, pocos o muchos, son los herederos de los
que han muerto (algunos por nuestra culpa) y representan a los que
murieron. Para ellos pedimos tierra; pero sabemos que el hombre
autóctono vale más que esa tierra. Para ellos pedimos escuela; pero
sabemos que el espíritu autóctono vale más que esa escuela…Si
menospreciamos al indio comenzaremos a menospreciar lo nativo. Este
“valor” de lo nativo, o sea de lo indígena, debe ser ingrediente de nuestra
cultura…Sin el nuevo espíritu que preconizamos serán estériles las leyes
agrarias y las escuelas indígenas que pedimos para ellos, en un sistema
combinado de tierra y educación (Rojas "El problema indígena en
Argentina" 113).
Años más tarde, en 1942, y en el exilio en Tierra de Fuego, denunció el exterminio
de las etnias fueguinas por parte del estado argentino y criticó fuertemente el positivismo de
Darwin hacia estos en su obra Archipiélago. Aunque su sensibilidad respecto a las masacres
de los indígenas quedó aquí demostrada, sobre un hecho acaecido antes de su nacimiento,
no hemos encontrado rastros de la opinión de Rojas sobre la realidad que circundaba a los
indígenas en diferentes partes del territorio argentino.
En particular nos referimos a la explotación continuada de estos en diversas
provincias y que fueron plasmadas en las novelas que analizaremos a continuación y que
constituyen por tanto el eje central de esta tesis.
123
4. La narrativa indigenista en Argentina
2. Novelas analizadas
Una vez plasmados el marco teórico, las implicaciones históricas y los antecedentes
literarios, arribamos a la parte principal de esta disertación, que confirma, por medio de
cinco novelas, la existencia de narrativa indigenista en Argentina. Corresponde en este
punto examinar las razones de la inclusión de estas, cuyo número constituye además una
decisión simbólica por parecer suficiente para demostrar la tesis. Por supuesto, las
conclusiones de esta investigación no cancelan su continuación con la búsqueda y adición
de otros ejemplos que resolverían por fin una normalización en el catálogo de obras
literarias indigenistas argentinas.
Como adelantábamos en la introducción, las fechas, la diversidad en la procedencia
de los autores y los diferentes tipos de problemática tratada han sido factores clave para la
elección de estas obras, que además reflejan de manera excepcional no solo los postulados
teóricos del indigenismo clásico, sino además los específicos del indigenismo argentino,
que desgranaremos a continuación.
Tomás Escajadillo estableció en 1971, en base a la producción indigenista andina,
un rango de fechas durante las que se desarrolló el indigenismo ortodoxo, denominación de
su cuño para identificar la mayor parte de la producción literaria indigenista en su primera
fase para desvincularla de otras presencias del tema indígena en la literatura como el
indianismo y el neoindigenismo ("El indigenismo..." 117-18). Según el crítico peruano,
Cuentos andinos, del también peruano Enrique López Albújar, ostenta el privilegio de ser
la primera novela indigenista, publicada en 1920, sin retirar este noble honor a Raza de
bronce, publicada un año antes por el boliviano Alcides Arguedas. Sin embargo, a lo largo
de su tesis doctoral, y en posteriores publicaciones, Escajadillo insiste en esta afirmación,
124
4. La narrativa indigenista en Argentina
sin dejar de nombrar la novela de Arguedas, pero sin aclarar la ambigüedad que conmina a
reflexionar sobre un etnocentrismo que por otra parte, también se apresura a negar. Este
rango se cierra en 1941 con la doble publicación de las mencionadas novelas de José María
Arguedas y Ciro Alegría, y que según él, inauguran la narrativa neoindigenista.
Tomando en consideración los criterios que guían a Escajadillo para formular su
rango de fechas, hemos escogido novelas escritas entre esos años. Sin embargo, podríamos
razonar que dicho criterio etnocéntrico correría el riesgo de no tener validez en un estudio
en el que hemos puesto en duda la amplitud de miras de nuestros teóricos. Ante esto, se
impone una reevaluación crítica de dichas fechas, teniendo en cuenta la producción
narrativa indigenista en el Cono Sur, si pretendemos eliminar una visión parcialmente
nacionalista. Por ello, a priori se impone en nuestro estudio dicho rango tradicional,
adelantando su inicio al año 1919 y como contraste se mantendrá hasta el citado año de
1941, en el que además se publica nuestra última novela, Viento de la altipampa.
Sin embargo, y como demostraremos con el análisis de El salar, publicada en 1935,
corresponde a esta obra de Fausto Burgos el mérito de ser la primera novela neoindigenista,
sin que por ello deba acortarse este primer periodo indigenista, para no sucumbir ante el
peligro crítico de zanjar épocas literarias e históricas con eventos puntuales. Digamos, en
cambio, que la fase del indigenismo ortodoxo se desarrolló en torno a entre 1919 y 1941,
sin que ello impida afirmar que sin duda se publicaron novelas indigenistas tanto antes
como después de esas fechas, aunque los méritos inaugurales no hubieran tenido lugar en
esos años precisos.
Por otro lado, la procedencia de los autores de las novelas analizadas ofrece una
diversidad étnica e histórica respecto al referente y a la problemática tratada. Dicha
125
4. La narrativa indigenista en Argentina
diversidad condiciona en cierta medida el apelativo “andino” al indigenismo de estas
regiones, ya que, entre las obras escogidas, Viento norte y Viento de la altipampa, por ser
sus autores y sus referentes de Santa Fe y La Rioja respectivamente, no entrarían dentro de
esta catalogación de indigenismo.
Sin embargo, no tratamos en esta tesis el indigenismo argentino por cuanto a su
dimensión andina, sino por cuanto a su dimensión global, como expresión artística
inequívoca y específicamente americana. En este sentido, sería lícito afirmar la
inadecuación de ciertos rasgos del indigenismo peruano o mal llamado andino a la realidad
no solo de las zonas no andinas de Argentina sino también de las andinas, debido a los
desarrollos y evoluciones políticos tan diferentes que tuvieron lugar en unos y otros países.
Efectivamente, debido a la negación racial existente en Argentina, y por ende, a la
invisibilización de indígenas, estos son retratados como personajes exóticos en las novelas
Viento norte y La mano que implora, algo impensable en la literatura peruana o incluso en
la noroéstica argentina. Por otro lado, la evolución del movimiento social en ambos países
avanzó por cauces tan diferentes que las realidades reflejadas en la literatura neoindigenista
serían radicalmente distintas. A esto se refería Antonio Cornejo Polar al revisar las
características del neoindigenismo postuladas por Escajadillo, cuando temía que una de
ellas, la ampliación del tratamiento del problema, cancelase el indigenismo en sí, debido a
la relajación de las tensiones entre los dos polos raciales en Perú en la década de los 50. En
Argentina se tuvo que llegar hasta el siglo XXI para que los indígenas fuesen reconocidos
oficialmente.
Nada nos impediría, por consiguiente, admitir a Hombres grises montañas azules y
El salar como novelas del indigenismo andino por cuanto sus especificidades técnicas y
126
4. La narrativa indigenista en Argentina
temáticas, aunque en esta tesis nos referiremos a todas las novelas analizadas como
representativas del indigenismo argentino, cuya característica insoslayable, la invisibilidad,
es, por otro lado, común y exclusiva de este subtipo de indigenismo. Por tanto, y como
señalamos en el capítulo 1, la adecuación de los postulados generales del indigenismo por
parte de los críticos peruanos es correcta si se señalan debidamente las incoherencias
propias a la realidad de cada país o zona.
La procedencia del referente y sus autores guarda íntima relación con la
problemática tratada, pues ambos criterios muestran, por un lado, la presencia explícita de
indígenas en diversas partes de Argentina con sus luchas específicas y, por otro, el
denominador común de las obras, la invisibilización del indígena argentino. Dicho rasgo se
aprecia claramente en las obras tratadas por medio de diferentes recursos que sus autores
utilizan para reflejar una realidad factible que en último término trasciende fronteras
epistémicas, ya que estos autores y novelas fueron olvidados tanto por la crítica argentina
como por la crítica indigenista.
En las novelas analizadas asistiremos a un tratamiento de esta invisibilización desde
diferentes perspectivas, lo cual nos proporcionará una diversidad aún mayor para justificar
los criterios de selección de estas obras. La mano que implora y Viento norte exploran
dicho rasgo desde el exotismo. Su cualidad, según el DRAE, en su primera acepción
significa: “extranjero o procedente de un país o lugar lejanos y percibidos como muy
distintos del propio”, y en su segunda: “extraño, chocante, extravagante”. Por tanto, el
indígena retratado en estas novelas es percibido por el narrador – y en su momento veremos
si dicho narrador coincide con el autor – como un personaje extraño, diferente o incluso
perteneciente a una nación y evidentemente, cultura distintas. No debemos, sin embargo,
127
4. La narrativa indigenista en Argentina
confundir este exotismo con el propio que caracteriza al indianismo. En nuestro caso, la voz
del narrador y de ciertos personajes observan al indígena, al referente, como un ser
diferente desde su perspectiva, pero en un plano cercano y relativamente realista. Los
autores indianistas específicamente describían a los indígenas como seres totalmente
alejados de la realidad, probablemente inspirados en el ideario social. Veremos más
detalladamente en el análisis de La mano que implora la posición de Carrillo respecto a
unos y otros indígenas, ya que animaliza a los tobas pero humaniza a los puneños,
descartando así su pertenencia a un grupo étnico específico. Por ello, su novela ha sido
considerada en esta tesis como un paso intermedio entre indianismo e indigenismo. Muy
distinto es el caso de la novela de Alcides Greca, ya que en ella los indígenas son mostrados
desde las diferentes miradas de los colonos y pone de manifiesto con maestría la parcialidad
de dichos criterios. Es decir, nos encontramos ante un exotismo consciente. En cualquier
caso, ningún autor indigenista no indígena sería por otro lado capaz de apartarse de una
perspectiva exótica al tratar a un referente a cuya comunidad no pertenece, hecho
adelantado por
ariátegui cuando aseguraba que “La literatura indigenista no puede darnos
una versión rigurosamente verista del indio… Es todavía una literatura de mestizos. Por eso
se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su
tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla” (283)
La invisibilización explícita como rasgo predominante de este indigenismo
argentino lo exponen Fausto Burgos, Pablo Rojas Paz y César Carrizo. Los personajes
indígenas de sus novelas deambulan por las páginas pero constituyen una masa silenciosa
imperceptible y ninguneada. Hombres grises montañas azules muestra el desagravio en
toda regla que los poderes fácticos propinan a los indígenas, quienes no valen nada; Viento
128
4. La narrativa indigenista en Argentina
de la altipampa exhibe la soledad institucional a la que son condenados, mientras que en El
salar, el lector asiste a la esclavitud del trabajo indígena ante la condescendencia y la
impasible complicidad del resto de la sociedad.
Es en estas tres novelas donde más patente se muestra la dramática situación de los
indígenas argentinos quienes, al no ser reconocidos ni por la sociedad ni por las
instituciones, no les está permitido elevar sus quejas. Tampoco les está permitido a los
mocovíes de Viento norte quienes, al rebelarse con justas reclamaciones, obtienen una
masacre por respuesta, o a los tobas de La mano que implora, quienes ni siquiera
representan al ser humano, y desde luego tampoco a los puneños de la misma novela, para
los que las mentes pensantes del país reservan una solución más propicia a sus aspiraciones
legendarias.
129
4. La narrativa indigenista en Argentina
2.1. La mano que implora (1923)
Antes nos pagaban mensualmente. Perón hizo que nos pagaran cada 15 días.
Cuando llegó Perón tuvieron que dejar de usar el látigo y de insultarnos. Antes, todos los
jefes llevaban un revólver en el cinturón; cuando Perón llegó, esto les fue prohibido. Antes,
acostumbraban a mirar cómo habíamos hecho el trabajo, y si no estaba bien, no le
pagaban a uno. Antes, acostumbraban a patearnos, a tirarnos de las orejas, a hacernos
trampa con la caña. Y si alguien era sorprendido comiendo caña porque estaba
hambriento, lo encerraban (Teruel y Lagos 473).
Esta novela insertada dentro de la trilogía Tres novelas jujeñas la firma quien fuera
primer gobernador del Partido Radical en la provincia de Jujuy, Horacio Carrillo (18871955), entre 1918 y 1921. El dato no sería relevante si no tuviéramos en cuenta las
iniciativas políticas, civiles y económicas que llevó a cabo durante su mandato, en una
provincia, Jujuy, que atravesaba un periodo francamente crítico en los ámbitos económico y
social. Entre los acuciantes problemas, destacaba el del arrendamiento de la tierra en la
Puna a los indígenas, un conflicto que coleaba desde mediados del siglo anterior, y sobre el
que el propio Carrillo planteaba una solución.
Estas ideas serán expuestas en la novela analizada, cuyo argumento resulta solo una
mera excusa para la transmisión de su proyecto político, mucho más atractivo a través del
exemplum.
La novela se desarrolla en Ledesma, uno de los ingenios azucareros más influyentes
y exitosos del área subtropical de Jujuy. A este y otros ingenios se desplazaban todos los
130
4. La narrativa indigenista en Argentina
años trabajadores temporeros provenientes de otras zonas de la provincia y en ocasiones, de
otras provincias y países, como Bolivia. Desde 1916, este ingenio sufrió las huelgas y
protestas de los trabajadores que reclamaban mejorar sus condiciones laborales. En 1918, la
situación se había agravado tanto que el gobernador Carrillo resolvió las diferencias
estableciendo la jornada de 9 horas, salarios acordados y reconocimiento de sindicatos.
a. El problema de la tierra en la Puna, Jujuy
La región de la Puna representó desde siempre la población más numerosa de
indígenas en toda Argentina hasta que el proyecto nacional del siglo XIX se encargó de su
“desaparición”, al considerar “ciudadanos” a todos los argentinos, política que, lejos de
reflejar un igualitarismo incomparable en la época, borró de la memoria las huellas de su
cultura y su lengua. Como vimos en el segundo capítulo, estas políticas de asimilación
tuvieron lugar en todo el territorio argentino, siendo la Puna uno de los ejemplos
paradigmáticos.
En tiempos de la Colonia, dos tercios de la población indígena vivían en
condiciones de semiesclavitud, pues no eran propietarios de sus tierras y debían pagar un
doble tributo: el impuesto a la corona y el arriendo, que lo satisfacían por medio de dinero y
trabajo o pastaje. Después de la independencia, cada gobierno provincial fue responsable de
la manera de erradicar el tributo indígena y en la Puna estos siguieron pagando una suerte
de impuesto hasta 1840, a cambio del no enrolamiento de los indígenas en los ejércitos
argentinos como consecuencia de las guerras que tuvieron lugar en la región hasta 1875. En
esa fecha, la situación de los indígenas era lamentable por las secuelas bélicas y las sequías,
por lo que las demandas no tardaron en aparecer, en parte debido a que el otro tercio de los
indígenas con posesión de la tierra perdió sus derechos de la noche a la mañana77, a favor
131
4. La narrativa indigenista en Argentina
del Estado. La batalla de Quera, en 1875, no resolvió las disputas, y más de 200 indios
kollas murieron. Entre 1923 y 1924 tuvieron lugar diversas huelgas entre los puneños para
reclamar su derecho a la tierra, que terminaron con resultados dramáticos. Durante las
siguientes décadas la situación no mejoró, y aunque se plantearon diversas soluciones,
ninguna finalmente se llevó a cabo, ni siquiera durante el gobierno de Perón, a pesar de que
este cambió radicalmente la forma de trabajo y prácticamente acabó con la semiesclavitud.
En 1994, la Reforma Constitucional reconoció la existencia de los pueblos indígenas y sus
derechos sobre la tierra, pero en general, su situación dista mucho de haber mejorado, ya
que los índices de pobreza en la Puna son de los más altos de América Latina, en parte por
las razones históricas reseñadas y en gran parte, porque nunca se tuvo en consideración la
participación de los indígenas en la toma de decisiones (Teruel y Lagos 391-401).
Esto demuestra de nuevo la validez del pronóstico de González Prada en 1904 sobre
la solución del problema indio que, según él, se redimiría gracias a su propio esfuerzo, y no
a través de la compasión de sus opresores.
b. Análisis de la novela
Con un hilo argumental muy débil, “La mano que implora” rebasa el mero pasquín
político por cuanto su adscripción a la narrativa indigenista. La historia comienza con la
llegada a la población de Ledesma (Jujuy) de un tren abarrotado de indígenas y mestizos
procedentes del altiplano andino argentino para trabajar en los ingenios azucareros. Uno de
sus pasajeros, Pedro Alancay, llega para trabajar al servicio de una familia alemana, dueña
de un lote de tierras, cuyo cabeza es don Guillermo, quien confraterniza rápidamente con
sus empleados, y cuya hija, Elsa, estudiosa de las hierbas de la región, se enamora de
Pedro. En una cacería de vicuñas organizada por el patrón se desarrolla el capítulo
132
4. La narrativa indigenista en Argentina
principal, que consiste en la plasmación de las ideas de Carrillo, contrarias a la revolución,
para resolver los problemas económicos y sociales de los puneños, ideas que convencen a
Alancay, principal defensor del reparto de la tierra. Sin embargo, la felicidad naciente por
el nuevo proyecto político se trunca ante la decisión de la joven alemana de lanzarse por un
peñasco y suicidarse, debido a la hosquedad y desatención de su amado.
El foco de la novela se centra en dos personajes, Pedro y don Guillermo, trabajador
y patrón, pero la importancia argumental recae en la hija de este, pues la novela termina con
su muerte, hecho que deja al descubierto varias imprecisiones temáticas, ya que el autor
apenas ha trasladado el eje narrativo hacia esta. Su inclusión, no obstante, le permite
introducir elementos autóctonos de la región, por medio de los estudios de Elsa sobre las
hierbas, que unido a la caza de vicuñas facilita el dibujo de un entorno específico. Pero
tanto esto como el mismo argumento de novela sentimental se observan forzados después
de un inicio prometedor, pues el estilo narrativo de Carrillo no adolece de los errores de
aquella, antes bien, la gramática es correcta (a pesar de la utilización del verbo haber como
personal, error asociado a su procedencia), la elección de las palabras, sutil y sin alardes
filológicos ni barbarismos, con adjetivos próximos al modernismo pero en ocasiones
acuciado por una flojera romántica que nada añade a la trama, como se observa en el
siguiente párrafo conducente a la descripción de la familia alemana:
El alemán, con su familia, vivía y administraba un lote, siendo una
especie de señor de horca y cuchillo dentro del perímetro encomendado a
su celo. Tenía su chalet limpio, blanco, lleno de plantas raras, cuidado
con arte y dedicación por su esposa, una suave hija del Rhin. Tenían dos
hijos: Federico, que auxiliaba a su padre en las faenas del lote, y Elsa,
133
4. La narrativa indigenista en Argentina
blanca omo una flor del aire y rubia omo los ra imos del “ arnaval”
(100-01 énfasis añadido).
A pesar de estas deficiencias literarias, existen, a lo largo de la novela, y en el
argumento central de la misma, rasgos precisos del indigenismo ortodoxo, como define
Escajadillo a la novela anterior a la neoindigenista, y que incluye, además de la mencionada
denuncia social, la ruptura con el pasado y el acercamiento al referente.
La originalidad de la novela reside en dos cuestiones que se alimentan entre sí. En
primer lugar, la denuncia de las condiciones de extrema pobreza que sufre el puneño, tipo
humano característico del noroeste argentino, lo cual le servirá a Carrillo para exponer su
proyecto político, o quizá para justificar su gobierno anterior en Jujuy, pues esta novela fue
publicada dos años después de finalizado su periodo legislativo, durante el cual, la industria
azucarera se convirtió en el motor económico de la provincia.
En La mano que implora, asistimos, al comienzo de la historia, a dos
acontecimientos de importancia en relación a las injusticias sociales cometidas sobre el
indígena argentino. En primer lugar, la llegada masiva de puneños para trabajar en los
ingenios del azúcar retrata las condiciones de miseria que sufren en sus lugares de origen,
en la Puna, circunstancia que será comentada ampliamente en el análisis de la novela El
salar, localizada en ese territorio. En segundo lugar, esta migración corresponde, en parte, a
la llamada de los hacendados ante la falta de mano de obra tras la retirada de los indios
tobas hacia el Chaco, su provincia originaria.
El dibujo de Carrillo sobre el arribo de los puneños es desolador, pues abunda el
detalle de la pobreza de sus vestimentas, su suciedad e incluso de su estado anímico,
aunque en ningún momento especifica su origen indígena, por lo que, a tenor de sus
134
4. La narrativa indigenista en Argentina
descripciones y de la posterior biografía del protagonista, inferimos que su relato apunta a
mestizos:
Eran hombres rudos y silenciosos de la montaña; eran mujeres negras y
magras, con sus crenchas al viento en las ventanillas, como crines de
potros salvajes; eran criaturas flacas y sucias, desmendradas y atónitas
ante aquel volar desenfrenado del tren; y era un hedor a coca, a lana de
oveja, a trapos usados y “rusas” viejas y desgastadas en los riscos de las
serranías. De todos los rumbos de Humahuaca había bajado aquella gleba
de sacrificio y dolor… (93-94).
El mestizaje no se deduce solo por esta y otras descripciones, sino por la
confrontación con los indios, que permite discernir en la narración del jujeño la captación
de una alteridad, si no peyorativa, si, al menos, extraña para el autor. La frase “Los puneños
han venido a reemplazar, en parte, el trabajo de los indios del Chaco” (98) identifica al
puneño con un tipo humano diferente al del indio. Si tenemos en cuenta que en los años en
que fue escrita esta obra, los únicos habitantes occidentales de la Puna eran hacendados y
comerciantes extranjeros, la turba de la que habla Carrillo no puede ser otra sino indios y
mestizos del Altiplano. Él mismo enumera los lugares de los que provienen: Negra Muerta
(Santiago del Estero), Rodero, Aguilar, Uquía, Abra Colorada y Caspalá (Jujuy), todos
ellos con propiedades demográficas muy específicas. Sin embargo, Carrillo diferencia entre
indios tobas y puneños, a pesar de que ambos forman parte de la herencia humana de los
pueblos originarios argentinos. El adjetivo puneño, por otra parte, solo hace referencia al
origen geográfico – ni siquiera político – ya que la Puna, actualmente, está habitada por
diferentes etnias, a saber, kollas, atacamas y toaras (Cruz y García Moritán 163-68). La
etnia toba, no obstante, es originaria del Chaco, provincia desde la que iniciaron varias
migraciones internas producidas por diversas causas, entre ellas, las expulsiones, el
135
4. La narrativa indigenista en Argentina
arrinconamiento, la invisibilización, las masacres y la sobreexplotación. Los indios del
Chaco fueron sistemáticamente tratados como esclavos desde mediados del siglo XIX a
nivel institucional, siendo enviados a diferentes ingenios para trabajar en condiciones
infrahumanas, aunque a partir de 1924 se prohibió sacarlos de su territorio (Teruel 195).
Debido a esto, hoy día, en la provincia de Jujuy, aún existen poblaciones tobas en el
departamento El Carmen, no muy lejos de Ledesma (Cruz y García Moritán 168).
Pese a esta diferenciación, la descripción de los puneños encaja con el estereotipo
del indígena kolla en vestimenta, pensamiento y costumbres: “el poncho y la ‘chuspa’ de
coca”, “en las comisuras de los labios verdeaban partículas de coca”, “vestían el barracán
de los rústicos telares, el poncho vistoso, de colores resaltantes y cubrían las cabezas con el
sombrero ovejuno” (94) y “los partidos les ofrecían la tierra de sus mayores” (95). Es este
último deseo el que finalmente nos confirma que efectivamente se trata de los
descendientes de las poblaciones precolombinas, y en estas disquisiciones se detiene
Carrillo para justificar el ansia de los puneños por la posesión de su otrora tierra. Esta, al
fin, es la excusa última de la novela, la solución a los males de los indígenas puneños, a la
cual volveremos posteriormente.
Retornando a los indios tobas, el autor les dedica casi un capítulo en el que hace
constar la distinción de manera muy explícita, y a través de los ojos del protagonista, Pedro
Alancay, supuestamente un mestizo puneño y pretendidamente revolucionario. Los tobas, a
diferencia de los nuevos trabajadores puneños, viven hacinados en cañaverales, en
condiciones antihigiénicas, con otros animales, alcoholizados, embrutecidos y salvajes, que
ante un eclipse de luna reaccionan de manera irracional. Alancay, que ya ha sido civilizado,
se debate entre el misticismo de sus antepasados y el progreso que conlleva la civilización.
136
4. La narrativa indigenista en Argentina
La narración de Carrillo en este capítulo no resulta completamente despreciativa, pues se
exhibe cierta simpatía condescendiente, pero su actitud es maniquea y sarmientina, en pleno
siglo XX. La estrategia del autor jujeño pasa por demostrar una diferencia abismal entre
ambas etnias, pues mientras la primera – la puneña – ya se ha demostrado que puede ser
civilizada y por tanto capaz de raciocinio, la segunda – los tobas – aún se encuentra en un
estadio de civilización muy atrasado. Estamos, pues, ante un racismo selectivo.
Recordemos ahora que la novela indigenista es considerada por Kristal como un fenómeno
urbano, es decir, el destinatario es exclusivamente una elite letrada, y nunca los propios
indígenas, quienes, a pesar de constituir el referente, no se sentirían identificados con estas
imágenes. Carrillo acababa de terminar su gobierno en la provincia de Jujuy y en unos
pocos años iba a ser llamado a representar a Argentina en Bolivia, por lo que sus intereses
recaían en reconocer no solo algunos derechos a los indígenas, sino en diferenciar distintos
tipos. No es lo mismo, desde luego, un “indio del Chaco” que un puneño, al que ni siquiera
antepone el apelativo “indio”.
Las reflexiones de Pedro Alancay sobre la posesión de la tierra en la Puna al abrigo
ahora de la exuberancia selvática de Ledesma siembran dudas en su pensamiento y en el de
su entorno, al ser aquella una tierra yerma y tímidamente favorecida por el pastoreo.
Sugiere Carrillo los sobornos de los partidos políticos que, con falsas promesas electorales
de entrega de tierras, depositan esperanzas en los puneños por recuperar el territorio de sus
antepasados, quizá su mayor deseo, que justifica el autor, aunque no lo comparte, como se
verá durante el capítulo principal. En este, el patrón alemán, rodeado por una áurea de
solemnidad, seriedad, rectitud y el respeto reverencial que debía motivar un teutón, emite
una argumentación contra el comunismo que dará la solución a los problemas centenarios
137
4. La narrativa indigenista en Argentina
de la Puna. Sin soliviantarse, pero sin posibilidad de rebatirle, arguye con vocabulario un
tanto jurídico la imposibilidad de la expropiación debido a la ausencia de bien comunitario,
argumento algo falaz por cuanto no considera comunidad a la población puneña y esgrime
sus tesis desde una posición excesivamente occidental que rechaza los valores culturales del
pueblo indígena. La solución, según Carrillo en boca de don Guillermo, radica en la
forestación de la zona, con cultivos y bosques, para enriquecer la región y sus habitantes,
sin necesidad de entregarles la tierra, y la explotación de yacimientos mineros. Todo esto,
acompañado, eso sí, por una campaña civilizadora que erradique “viejas taras” (147), como
el consumo de coca y alcohol. El autor concluye con que la propiedad de la tierra, después
de toda esta transformación, “vendrá sola”.
La confianza de Carrillo recae en el europeo, no solo por poner en boca de un
alemán su propia solución a la miseria puneña, sino también por hacer que los extranjeros
utilicen su tecnología, rechazando la de los pobladores originarios: “El problema de la Puna
no es cuestión de repartirla entre ustedes, sino de transformarla con la ciencia y la
experiencia que otros les ofrecen” (147).
A lo largo de la novela, son varios los pasajes en los que el autor menosprecia las
tradiciones de los indígenas. La coca, como ejemplo paradigmático, se presenta en varias
ocasiones, y no solo en esta novela. Es conocida la ignorancia que sobre la hoja de coca han
mostrado los occidentales desde los tiempos de la conquista, y aún hoy sigue ocurriendo.
Como hierba medicinal, la coca representa un bien esencial para los habitantes del
altiplano, sobre todo para combatir el mal de altura que supone vivir constantemente a
4.000 metros de altitud. Carrillo conoce estos beneficios, pero desconfía de sus efectos
secundarios, que producen el enajenamiento del puneño: “Nada dice, en un silencio de
138
4. La narrativa indigenista en Argentina
culto, nada revela, pero es evidente que sueña y que vive instantes de quimera, los únicos
momentos dulces y poéticos de su vida dura y chata” (107), y a la vista de esta, la
desprecia: “El alemán no podía sentirle el olor de la coca y violentamente le hacía arrojar el
acullico, en cuanto tenía que acercársele” (106).
Antes de iniciar la cacería, los indígenas realizan una ofrenda a la Pacha-Mama y el
narrador interviene para opinar sobre el ritual “de aquellas gentes ingenuas y
supersticiosas” (126) y que, sin embargo, ante la burla de un expedicionario, sentencia la
venganza de la Pacha-Mama, hecho que no pone en duda a pesar de la frase anterior.
Estos rituales, así como la inclusión de un listado de hierbas medicinales para
combatir el surumpio, resultan forzados con la intención de aplicar un localismo exagerado
para clamar el autor su conocimiento sobre la región. Este tipo de recursos restan
universalidad a la obra, colocándola acertadamente en la categoría de literatura regionalista,
con el nivel semántico peiorativo que asigna arcia a las obras de este tipo, porque “Es una
literatura pintoresca, curiosa, típica, de color local. Acentúa la concitación abigarrada de
elementos regionales como en una tienda de artesanías” (Videla de Rivero y Castellino 40)
y “Es el recurso de quien no puede hacer otras cosa, que no sabe cómo alcanzar
trascendencia en la obra, y encubre esta limitación con una falsa libertad electiva de optar
por recluirse en lo regional” (Videla de Rivero y Castellino 41).
A pesar de las desconsideraciones con las que el político jujeño repudia la cultura
indígena, a pesar de que la novela haya sido escrita con motivaciones políticas, a pesar del
comedido desprecio hacia los tobas y a pesar del escaso contacto con la realidad indígena,
hemos decidido incluir esta obra dentro de la narrativa indigenista argentina por varias
razones, que detallamos a continuación.
139
4. La narrativa indigenista en Argentina
a.
Denuncia social. Si bien el objetivo de Horacio Carrillo no se centraba,
conscientemente, en una protesta para reclamar la atención hacia los indígenas, lo cierto es
que lo consigue. Desde el comienzo de la novela, el autor censura las condiciones de
miseria de unas y otras etnias, las peregrinaciones de ambas hacia otros territorios en busca
de trabajo y sustento y justifica las pretensiones de los puneños por un reparto equitativo de
la tierra.
Apenaba ver ese rebaño humano transportado así como hacienda y bajo la
férula del conchabador, que contaba sus hombres como cabezas de
ganado, calculando el importe que percibiría por cada brazo que entregara
al Ingenio… (93)
b.
Ausencia de incaísmo. Aunque los puneños ansían poseer la tierra de sus
antepasados, y el autor describe con maestría este deseo, la descripción de estos no se ciñe a
una imagen romántica y excesivamente estereotipada:
Tener la tierra, poseer el solar donde vivieron sus mayores, donde pacen
sus rebaños, donde brama el viento y canta el manantial su canción
cristalina, donde se yerguen, en las abras, las apachetas de sus abuelos, y
el rayo calcina las rocas y corre la sombra vagabunda del cóndor y
relincha el guanaco y disparan las suaves vicuñas, y cuando la niebla se
desliza por las praderas y el trueno estremece las montañas - ¿no pasa,
acaso, la sombra venerada del Inca y sus guerreros? (96).
c.
Proximidad relativa al mundo indígena. Carrillo conoce a los puneños y sus
costumbres, aunque en algún momento los desprecie sutilmente. Admira ciertos hábitos,
pero sobreestima la comodidad occidental, reflejo de una superioridad económica producto
de los abusos cometidos contra ellos. Sin embargo – y por eso decimos “proximidad
140
4. La narrativa indigenista en Argentina
relativa” – utiliza en exceso los tópicos con los tobas, que le restan a la narración cualquier
realismo:
La tribu entera berreaba en forma inusitada, en un crescendo formidable.
Eran alaridos varoniles y firmes; eran gemidos de chicos, con sollozos
como lamentos; era un aullar incontenible de todos los perros castigados
ex profeso; eran latas golpeadas con piedras, y era un dispara de flechas
hacia el cielo oscurecido. La indiada, al ver que la luna se cubría de
sombras, quería defenderla de los malos espíritus que la atacaban, y
producía, para ello, aquel escándalo impresionante (103).
A todo ello añadiremos la evolución literaria e histórica – y si se quiere, política –
que sufre cualquier moda literaria, y que forzosamente debe incluir un comienzo. El año de
publicación de la novela, 1923, sobre todo en Argentina, no conoce todavía la lucha
indígena. Aún nos encontramos a un año de la matanza de Napalpí, y a cinco de la campaña
indigenista que llevó a Valcárcel a recorrer el país austral. A todo ello hay que añadir que el
grupo Resurgimiento nació en 1927 y que, literariamente, estamos en los albores de la
producción indigenista, que comenzó con Raza de bronce (1919) y Cuentos andinos
(1920), pero que ya, mucho antes en el país argentino habían surgido los primeros conatos
con Juana Manuela Gorriti en el siglo XIX y la película El último malón de Alcides Greca,
en 1917.
Políticamente, Jujuy se estaba convirtiendo en una potencia industrial del azúcar,
pero a costa de los indígenas, transportados desde diferentes provincias vecinas y del
mismo Jujuy. Estos eran obligados a trabajar mediante amenazas de represión en
condiciones infrahumanas78 y a partir de 1914 comenzó a regularse el trabajo bajo leyes
que poco a poco frenaban la explotación miserable. Sin embargo, los intereses políticos
141
4. La narrativa indigenista en Argentina
chocaban con las protestas sociales debido a la presencia de grandes propietarios en el
gobierno provincial y nacional (Ogando n/p), y las leyes nunca terminaron de firmarse. Fue
a partir de 1917, con violentas huelgas ocurridas en Ledesma, que se iniciaron los contactos
con el gobierno de Carrillo, que nunca tuvieron lugar, y posteriormente, en 1923, con el de
Mateo Córdova, quien sí promulgó leyes de contenido social y mantuvo un contacto con el
pueblo de manera más directa (Teruel 188).
Paralelamente, la demanda de la propiedad de la tierra por parte de los indígenas
puneños se sumaba al problema de las condiciones de los ingenios azucareros en cuanto a
reivindicaciones sociales, que, apoyados por un político radical, Miguel Tanco, quien
finalmente conseguiría acceder a la gobernación en 1929, auspició la lucha de los
indígenas, para quienes la cuestión de la posesión no radicaba simplemente en una
reclamación histórica. Estos sufrían, como arrendatarios, el cobro doble o triple de
arriendos, la apropiación del voto y los crímenes de los capataces, que incluían amenazas
de muerte, destrucción de bienes, abusos y hurtos (Fleitas 167-95).
Por tanto, Carrillo sí expone los dos principales problemas de los indígenas de
Jujuy, enumera sus sufrimientos, justifica sus requerimientos, denuncia algunas de sus
condiciones de explotación. Pero falla en lo más importante. No relata con precisión las
razones de estas demandas y la solución que ofrece responde a sus propios intereses. En
resumen, se trata de una historia creada para persuadir sobre su propio programa político a
una población preocupada por el clima de tensión social y escasamente informada.
En este sentido, si bien no podemos hablar de una novela indigenista, en su sentido
ortodoxo, tampoco se puede calificar de indianista, a pesar de los amagos románticos que
abundan en sus páginas. Estamos, por tanto, ante un escalón intermedio entre Juana
142
4. La narrativa indigenista en Argentina
Manuela Gorriti y Alcides Greca, aunque no haya sido, desde luego, la intención del autor.
La identificación exótica de ciertos personajes indígenas impide su adscripción total al
indigenismo ortodoxo, pero la diferenciación que Carrillo realiza entre los puneños y tobas,
negando a aquéllos una pertenencia étnica, exhibe un tipo de invisibilización que es
característico al indigenismo argentino: la negación racial supone la negación de su
existencia, y por tanto, imposibilita la consecución de sus demandas. Es decir, estamos ante
una comunidad de indígenas que han sido asimilados o si se quiere, aculturados en cierta
medida, y por tanto, no pueden reclamar su derecho a la posesión de una tierra que nunca
fue suya. El caso de los tobas también resulta patético: al no haber sido asimilados, no son
considerados ciudadanos y por tanto cualquier derecho se les niega sistemáticamente.
143
4. La narrativa indigenista en Argentina
2.2. Viento norte (1927)
Fue el 19 de julio de 1924 a las 9 de la mañana. La policía rodeó la Reducción
Aborigen de Napalpí, de las etnias Qom y Mocoví, y durante 45 minutos fatigaron
los fusiles. No perdonaron a los ancianos, a las mujeres ni a los niños. A todos los
mataron. Para exhibirlos como trofeos de guerra en Quitilipi, una localidad
cercana, cortaron orejas, testículos y penes (Aranda 46).
a. Las matanzas de indígenas. El último malón
En esta novela haremos referencia a dos hechos notoriamente importantes que
recientemente han adquirido popularidad por circunstancias externas que les dieron
visibilidad. Sin seguir un orden cronológico, el primero de ellos fue la matanza de Napalpí,
en el Chaco, donde en 1924 se disparó indiscriminadamente contra más de 400 indígenas
después de una huelga declarada por las condiciones de semiesclavitud en las que
trabajaban. La masacre no fue mediáticamente difundida hasta el año 2008, cuando el
gobierno del Chaco pidió disculpas públicamente. Es necesario puntualizar que la provincia
del Chaco adquirió su estatus jurídico en 1952, por lo que hasta ese momento el territorio
pertenecía a la provincia de Santa Fe.
El segundo hecho adquirió visibilidad gracias a una película y posterior novela,
ambas de Alcides Greca, por constituir aquella uno de los primeros largometrajes
argentinos, El último malón, de 1917. Este podría representar el primer documento
cinematográfico indigenista, pues retrata las pésimas condiciones de los indígenas
mocovíes, sometidos al colono, quien los esclaviza, humilla y embrutece en la ciudad de
San Javier, en el norte de Santa Fe, a donde habían sido movilizados desde el Chaco, su
144
4. La narrativa indigenista en Argentina
emplazamiento original. Los indígenas se rebelan y son masacrados por los blancos, aunque
el cacique consigue escapar con su amante hasta el Chaco donde disfruta libremente de sus
tierras. La película está inspirada en el alzamiento análogo que tuvo lugar el 21 de abril de
1904, después de unas negociaciones entre los colonos y los indígenas mocovíes que
fracasaron.
Según Lenton, la matanza de San Javier no recibió ninguna atención en el
Parlamento, pero la de 1924, a pesar de que no acarreó ninguna consecuencia ni para las
víctimas ni para los verdugos, fue el primer caso del problema aborigen en ser debatido en
el Congreso Nacional y el único en copar las primeras páginas de los periódicos
bonaerenses (276).
Históricamente, la sublevación fue el desencadenante lógico de una sucesión de
agravios hacia los indígenas que se iniciaron con las campañas de la Conquista del Desierto
en el siglo anterior. Las autoridades argentinas expropiaron las antiguas tierras de los
mocovíes para entregárselas a los nuevos colonos criollos y extranjeros, quienes sometieron
a los indígenas a condiciones de esclavitud para trabajar sus tierras. Por otro lado, las
mismas autoridades dividieron al grupo ganándose el favor del cacique a quien sobornaban
a cambio de mantener a los indígenas sosegados mientras que las autoridades religiosas
locales difundieron el mito de un San Javier futuro en el que los indígenas serían los
dueños. Al no llegar el nuevo cacique que habían pactado con los blancos, se desencadenó
la sublevación. Esta, sin armas de fuego por mandato de los dioses, fue rápidamente
sofocada por los blancos. La mayoría de los supervivientes emigró, pero los que se
quedaron con la esperanza de un pacto siguieron viviendo bajo las mismas condiciones
(Greca "Un proceso de rebelión...").
145
4. La narrativa indigenista en Argentina
En la película, la imagen proyectada del indígena es ambigua, ya que, aunque por un
lado se retratan las virtudes de la vida y las costumbres mocovíes, por otro lado se ofrece
una visión estereotipada, cuando estos se enfrentan contra el colono79. Claramente, el
mensaje de la película-documental es denunciatorio, pero no ofrece solución más que la
romántica huida bucólica que no resuelve los conflictos interétnicos ni el progreso del
indígena, a quien confina a su pasado selvático. A pesar del avance, Greca no consigue
despegarse del positivismo sarmientino que impregna las páginas de Recuerdos de
provincia del sanjuanino. En el capítulo “Los Huarpes”, Sarmiento se lamenta de su
desaparición en manos de los conquistadores y encomenderos a la par que ensalza las
costumbres y el legado del pueblo prehispánico cuyano, no sin advertir su primitivismo,
anunciando el triunfo de Calibán entre sus contemporáneos:
“¡Ilustre Calíbar! No habéis degenerado un ápice de tus abuelos! El
célebre rastreador sanjuanino, después de haber hecho con su ciencia
devolver a muchos lo hurtado, y dejado salir de las cárceles a los presos,
como sucedió con mi primo
.
orales…se ha retirado a morir a
ogna…, dejando a sus hijos la gloria de su nombre…, dejando Calibar
más duradero recuerdo en Europa que las barbaridades de Facundo, el
blanco perverso e indigno de memoria” (Sarmiento 54).
El paralelismo, pues, con la película de Greca es notable. Calibán se ha instalado entre
los colonos embruteciendo, esclavizando y asesinando a los indígenas, quienes no tienen
más remedio que volver a la selva para vivir como “arieles”, alejados de la civilización.
b. Análisis de la novela
El planteamiento de la novela de Alcides Greca se articula desde otra perspectiva,
pues abarca varios episodios de la historia argentina además de la sublevación de los
146
4. La narrativa indigenista en Argentina
mocovíes. Viento norte, publicada en 1927, incluye también “la aplicación de la ley Sáenz
Peña en 1912 y el veto de la Constitución liberal de 1921”, en palabras del autor previas a
la novela. También advierte Greca la condensación de estos episodios en solo seis años por
necesidades narrativas. Más adelante veremos la importancia de estos dos hechos
históricos, aclarando además que la provincia de Santa Fe había elaborado una Constitución
notablemente liberal en 1921, que no fue sancionada por el Gobernador para satisfacer a los
sectores menos progresistas de la sociedad santafecina, en especial, la Iglesia Católica
(Ainsuain y Hugolini 163).
El argumento de Viento norte no está centrado en la sublevación de los indígenas,
sino en la trayectoria política y evolución personal del protagonista, Almandos Montiel, un
médico bonaerense que es destinado a la población de San Javier, conocida en la capital por
su proximidad a reducciones mocovíes. Allí se encuentra con una oligarquía profundamente
conservadora, que rápidamente lo arrincona al conocer sus ideas liberales. Al enamorarse e
iniciar un noviazgo con la hija del caudillo del pueblo, esta es enviada a Santa Fe y el
protagonista sufre un intento de asesinato por parte de su familia. Al mismo tiempo se
produce la sublevación mocoví, que se relata in media res, sin argumentos previos
desencadenantes, y en la cual interviene Montiel como defensor de los indígenas. En los
siguientes capítulos se narra la ascensión política de Montiel como diputado radical
provincial, como consecuencia de la ley Sáenz Peña y su caída tras el veto a la Constitución
de Santa Fe en 1921. Su exnovia, Laura, se entrega a él poco antes de contraer matrimonio
con un abogado conservador y muere de sobreparto. Montiel abandona su positivismo y su
materialismo, y parte hacia Buenos Aires para enfocar su vida política después de
profundas meditaciones.
147
4. La narrativa indigenista en Argentina
La trayectoria política del protagonista de Viento norte se asemeja a la del autor de
la novela, Alcides Greca, quien después de ser diputado regional en Santa Fe en el seno del
Partido Radical entre 1912 y 1916, en la primera legislatura posterior a la aprobación de la
Ley Sáenz Peña, fue elegido senador provincial de su departamento, en 1923, lo que le
permitió sin duda conocer la matanza de Napalpí, acaecida un año más tarde. En 1926
partió a Buenos Aires para ser diputado nacional. Viento norte fue publicada en 1927.
Aunque el autor asegura al inicio de la novela que “tres acontecimientos de la
historia santafecina constituyen el nudo central de la [realidad]”, lo cierto es que el eje
medular se mueve en torno al protagonista principal y los sucesos históricos solo
constituyen hechos secundarios y supeditados a la trama. Según Milano, existe una
interrelación de cuatro hilos narrativos, a saber, el combate interno del protagonista, la
sublevación mocoví, ciertas pugnas políticas y un conflicto de fuerzas cósmicas, siendo el
primero el de mayor rango dentro de la estructura interna de la novela (13).
A pesar de que el mundo indígena no aparezca en primer término, al contrario que
en la película, la comunidad aborigen está presente en todas las partes de la novela, bien
como protagonista de algunos capítulos, bien como paisaje sanjaveriano, y siempre como
motivo de denuncia. Si bien existen intentos de dar voz a la comunidad por medio de
personajes principales, como Jesús Salvador (el líder de la sublevación) o su novia, Rosa la
Potrilla, la falta de atención a ellos después del levantamiento es total, y solo se volverá a
mencionar a los indígenas como comunidad indivisible y no como individuos.
Por otra parte, Greca exhibe cierto paternalismo hacia los indígenas, ya que en
varios puntos de la novela se precisa la intervención del blanco redentor para su
supervivencia, y no solo en casos de convivencia interétnica, sino también en la superación
148
4. La narrativa indigenista en Argentina
de sus propios problemas cotidianos y tradicionales. Así, cuando Montiel y su amigo
Guillén presencian una lucha en el río entre un indio y un yacaré, ayudan a este ante una
más que probable muerte del indígena: “entre la maraña de la otra margen asoman dos
blancos cascos ingleses y el negro cañón de otros tantos winchesters” (99). Los indígenas
aplauden y agradecen al doctor, a quien ven como un “hombre güenaso que quiere mucho a
lo’j paisano”.
ás tarde, durante la rebelión,
ontiel intenta mediar con los indígenas
arriesgando su propia vida y reputación.
El panorama dibujado por Greca reviste una polarización extrema en la que el único
término medio existente reside en el protagonista que, en ocasiones, como se ha visto,
adopta tintes mesiánicos. La trama de la novela, además, solo se focaliza en la vida y
costumbres occidentales y cuando ambas se entrecruzan, la comunidad indígena se
circunscribe a un ámbito selvático. Solo la compasión y el soborno actúan como
mediadores entre ambos mundos, que parecen irreconciliables.
Precisamente, estos argumentos fueron los que esgrimió Ángel Escalante en un
artículo de La Prensa de Lima, en 1927, llamado “Nosotros, los indios”, para desmentir los
supuestos insultos esgrimidos hacia los indígenas peruanos por Enrique López Albújar.
Según Escalante, los costeños intentaban redimir al indio por medio de la compasión para
incorporarlo a la lucha marxista, cuando los indígenas eran lo suficientemente
independientes para resolver sus problemas sin la intervención de los no indios. Estas
reflexiones suscitaron una polémica que se alargó durante varios meses, y en las que
intervinieron, además de los citados, José Carlos Mariátegui, Ventura García Calderón y
Luis Alberto Sánchez, y que fue compilada por este último en el libro La Polémica del
Indigenismo. En pleno corazón del movimiento indigenista, los polemicistas articulaban
149
4. La narrativa indigenista en Argentina
discursos sobre la idoneidad de la liberación indígena y la veracidad de los textos poéticos.
Por eso, cuando
ariátegui afirma que “La literatura indigenista no puede darnos una
versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede
darnos su propia ánima” (273), se refiere sin duda a narraciones como las de Greca, en las
que el indio se convierte en un referente exótico. No nos referimos, desde luego, al
exotismo indianista, que retrataba a los indios excesivamente estereotipados,
probablemente basados en las obras de Scott y Chateaubriand. El exotismo al que nos
referimos en este caso está más bien relacionado con una escasez de realismo propia del
observador ajeno a la comunidad retratada.
Este exotismo es patente en Viento norte desde la primera referencia. Montiel, un
foráneo, escribe a su amigo capitalino a quien había prometido detalles sobre los mocovíes,
una clara alusión a la curiosidad porteña, sabedora de su avanzado estado de civilización
respecto a los indios: “Déjolo entonces [los detalles sobre los mocovíes] para otra próxima,
en que, con ánimo más sereno y los ojos más cerca de la tierra, pueda trazar el cuadro de
una vida primitiva para que el poeta la lleve al verso” (29, énfasis añadido). Estos
representan, entonces, la vida bucólica inspiradora para el poeta, quien ignora, o quiere
ignorar su sometimiento y su miseria. Cuando unos meses más tarde, el amigo poeta llega a
San Javier y presencia la lucha del indígena con el yacaré, afirma “Esto me parece un
sueño”, confirmando la actitud de desconocimiento y asombro ante un cuadro exótico del
que no se siente parte.
Greca desea mostrar al lector la indiferencia del blanco ante la desventajosa
situación del indígena por medio de trazos aparentemente insustanciales. Así ocurre con el
embrutecimiento del indio a través del alcohol, que lo hace revelar la próxima sublevación:
150
4. La narrativa indigenista en Argentina
“¡Nojotro echando todo lo gringo San Javiel! ¡ ringo lagrone robando tierra nojotro!” (31).
Greca intenta exhibir todo el realismo posible al mimetizar lingüísticamente en boca de lo
mocovíes el español, lengua que desconocen casi por completo y que demuestra la escasa
integración. Sin embargo, aunque se observa el sustrato lingüístico, no se aprecia ninguna
marca de superestrato, y solo ejemplos aislados de saludos entre los indígenas en su propia
lengua (“la”, “camí”). No existe, por tanto, rasgo alguno de mestizaje. Sí, en cambio, el
sincretismo religioso entre los indígenas, quienes abrazan la religión católica, expresada en
su adoración a los santos en las procesiones, como San Francisco o San Roque. Sin
embargo, cuando emprenden la batalla, lo hacen con sus armas tradicionales como señal de
obediencia a su “tatadiós”
Por otra parte, la denuncia sobre la explotación de los indígenas por los criollos es
revelada en un primer momento cuando se produce el asesinato de un inmigrante italiano en
el pueblo y los indios son acusados inmediatamente, detenidos y torturados. La prosa de
Greca es especialmente minuciosa en este episodio, en el que la culpabilidad pierde
importancia frente al martirio:
A las diez de la mañana había cerca de cincuenta presos, rigurosamente
incomunicados. Unos engrillados, otros en el cepo, la mayoría en la
cuadra, de plantón al rayo del sol. Los más sospechosos, descalzos, sobre
latas de kerosene, que al recalentarse a la luz solar producíanles horribles
quemaduras (108) .
Durante la intervención de Montiel para mediar con los sublevados, este intercede
ante el jefe político del pueblo, a quien le solicita medidas a corto y largo plazo, que son
rechazadas:
151
4. La narrativa indigenista en Argentina
Señor jefe político…Es necesario evitar una matanza inútil. Esa gente
está hambrienta y lo que pide es bien poca cosa. Por el momento se
conformaría con que larguen los presos y se les dé una tropilla de yeguas
para comer. El asunto de la devolución de las tierras que les otorgó el
gobernador Oroño, y que también exigen, podría tratarse más
detenidamente con los hombres del gobierno (116).
Este es el único momento en toda la novela en el que se conocen los motivos de la
sublevación mocoví. De las palabras de Montiel se deduce que existía un descontento
general ante una promesa incumplida de tierras, y que el levantamiento se precipitó por el
hambre y las torturas a los presos. La indiferencia del poder político ante una necesidad tan
básica como la nutrición manifiesta la crueldad del colonizador y la incapacidad del indio
para vivir en armonía con el blanco si el sometimiento no es total. La derrota final pone de
relieve la falta de esperanza y el trágico destino de los mocovíes, como representantes de
los pobladores nativos de América.
Casi al finalizar la novela, coincidiendo con la derrota de Montiel en las elecciones,
se conoce el destino de los mocovíes sobrevivientes, unos años más tarde. El cuadro que
presenta Greca es absolutamente mísero y nefasto. Los indígenas representan un puñado de
subhumanos, enfermos y sin atisbo de esperanza:
Sólo una que otra china asoma en los ranchos su cara de mugre, su gesto
de espectro, y chiquillos ventrudos, de piernas endebles, muestran su roña
entre girones de harapos…De tarde en tarde pasa un indio tosiendo,
doblegado por la tisis…La prostitución y el alcohol terminan ya su obra.
La tribu es una llaga que se pudre y que los nuevos sanjaverianos ocultan
como un secreto de familia. ¡Un baile de indios! ¡Baile de espectros!
¡Tísicos, sifilíticos, leprosos, idiotas! (173).
152
4. La narrativa indigenista en Argentina
Esta descripción en la que se destaca la enfermedad y la lacra del indio remite a la
compasión por parte del blanco, quien debe ser su único redentor, ya que el indígena es
incapaz de solucionar su problema80. Sin embargo, según González Prada, esta solución no
enmendará su opresión, ya que “el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la
humanización de sus opresores” (19), aunque el levantamiento violento que aconseja el
indigenista peruano no hizo sino agravar sus problemas.
El narrador acusa al colono directamente: “Ni uno solo de esos parias es dueño del
suelo donde en la noche posa su cabeza. Cada día llega un nuevo propietario que los arroja
lejos, cada vez más lejos” (174). Por encima del hombre blanco, la culpabilidad recae sobre
la civilización: “El aburrimiento de la civilización ha puesto su garra sobre el alma
aborigen”. Ambos, pues, se convierten en enemigos de las comunidades indígenas, a
quienes no solo han exterminado físicamente, sino extirpado sus costumbres. Al erradicar la
memoria, también se elimina el rastro de la historia. Greca demuestra así el triunfo de los
ideales de Sarmiento y Alberdi, para quienes los argentinos solo debían poseer sangre
europea. Los pocos sobrevivientes que puedan quedar son invisibilizados por el resto de la
población.
Greca deja entrever que la decrepitud y la decadencia de estas comunidades
indígenas son el resultado del veto a la Constitución, sin la cual el progreso ya no estaba
garantizado. Dicha carta magna aseguraba una educación gratuita, integral, laica y
universal, eliminaba la religión católica como culto oficial y aseguraba una administración
de justicia imparcial. Nunca llegó a entrar en vigencia (Aranda 163).
Alcides Greca representa de manera soberbia la imagen social de la Argentina de
principios de siglo, e introduce un indigenismo alejado de los cánones del andino. El
153
4. La narrativa indigenista en Argentina
argentino denuncia y condena los abusos del blanco sobre el indígena, pero además,
también recrimina su exterminio, práctica avalada por la sociedad de la época si nos
atenemos a los diarios81, donde cualquier levantamiento indígena era considerado un malón
y su derrota era aplaudida.
Esta censura viene acompañada por el lamento por la desaparición de los mocovíes,
a quienes ensalza como una civilización del pasado, intensificando los superlativos de
tiempo y espacio: “Los grandes jefes se fueron hace mucho”, “Llegó muy tarde”, “hasta los
perros han callado para siempre”, “los arroja cada vez más lejos”, “los astros que guiaron a
una raza vigorosa y libre a través de las selvas, en las noches lejanas del pasado”. Al añorar
el pasado, está negando también cualquier presente y futuro, y la palabra “muerte” se repite
varias veces en el capítulo: “El silencio es enorme como la muerte”, “la familia de los
fantasmas”, “sobre los últimos indígenas sopla un viento de muerte”.
Esta muerte simbólica grupal coincide con la muerte de la amada, Laura, para quien
Montiel representaba su único consuelo después de su derrota política. El bebé muerto,
símbolo de la regeneración social, se une a las calamidades del protagonista, quien rechaza
tajantemente la pérdida de la esperanza y transforma el dolor en una nueva lucha por la
vida.
Aunque la obra de Greca no se circunscribe exclusivamente al universo indígena, sí
pretende reflejar los valores de una sociedad que convive con ellos. La comunidad de San
Javier está dividida entre dos mundos enfrentados por la posesión de la tierra y la opresión
de uno sobre el otro. El concepto que el grupo opresor tiene sobre el oprimido revela una
justificación:
154
4. La narrativa indigenista en Argentina
Contreras, como todos los blancos, no veía en el indio otra cosa que un
ser miserable, degradado por el alcohol, inconstante en el trabajo, que
sólo pensaba en satisfacer sus necesidades más inmediatas: engañar su
hambre con algunos mates lavados y con un puchero de desperdicios para
echarse luego a la bartola (50).
El conflicto entre dos sociedades que pertenecen a universos diferentes tanto cultural como
lingüísticamente, conduce a una tensión que debe ser resuelta por uno de los dos polos. Este
desequilibrio social lleva implícito un racismo y clasismo intrínseco al grupo dominador,
que en el caso de San Javier se revela excesivamente problemático debido a la convivencia
diaria inevitable.
Por supuesto, cuando las contradicciones clasistas se mezclan con otras
de contenido étnico, como es el caso del Perú, donde ambas categorías se
entrecruzan sin cesar, la ambigüedad de los sujetos sociales se hace
mucho más profunda. Complejas de por sí, por separado, las clases y las
etnias, cuando aparecen juntas y mixturadas, son verdaderos abismos de
inestabilidad y polimorfismo (Cornejo Polar La formación... 13-14)
El protagonista, sin embargo, representa la excepción de la opinión generalizada de la
sociedad. La caracterización de esta obra como indigenista implica la consciencia de un
miembro del grupo opresor sobre los intereses del oprimido, en este caso el doctor Montiel.
Esto es similar a la heterogeneidad que Cornejo Polar define como rasgo intrínseco del
indigenismo andino: “el indigenismo es un movimiento de ciertos sectores medios que
asumen los intereses del campesinado indígena” ("El indigenismo y las literaturas..." 20).
La heterogeneidad de la novela es patente en varios niveles, en el lingüístico, el
epistémico y el modo de producción, y todos operan en planos duales, ya que la
representación del universo indígena se realiza desde fuera, y opera externamente al
155
4. La narrativa indigenista en Argentina
referente. Es decir, “el texto y su consumo corresponden a un universo y el referente a otro
distinto y hasta opuesto” (Cornejo Polar "El indigenismo y las literaturas..." 13). En el
lingüístico ya hemos visto cómo el autor transcribe el acento de los mocovíes al hablar
español, con la interferencia gutural del mocoví, y solo en contadas ocasiones se
transcriben los saludos en mocoví. El plano del referente, pues, no está representado en su
propio universo, es decir, en su lengua original, ya que el destinatario del texto no es la
comunidad mocoví, sino la occidental, la opuesta, o como lo denominaría Kristal, el lector
urbano.
En el plano epistémico el grado de conocimiento del autor sobre las costumbres
mocovíes se limita a la interactuación con los blancos, por ejemplo, en las fiestas
patronales, donde se bailan danzas típicas mocovíes, como el “tontoyogo”, con música
cuyas letras e instrumentos son españoles. A estas fiestas acuden los criollos, quienes
participan también en las danzas de los indígenas, de modo festivo, aunque se intuye un
interés indígena por los regalos en forma de dinero y alcohol que ofrecen los blancos. Sin
embargo, los caciques blancos solo acuden para contribuir económicamente, de lo que se
deduce el intercambio interesado de paz entre ambas sociedades, que solo se relacionan
para sellar un pacto no escrito.
La vida de los indígenas solo se representa cuando un actor occidental está presente.
Así, cuando la policía persigue a unos indígenas de los que sospechan, solo penetramos en
su universo cuando el sargento criollo mira a través de una rendija. De esta manera, el
conocimiento del lector sobre el otro se realiza por medio de la mirada sesgada del no indio
y, por tanto, percibimos una imagen parcial. De ahí también proviene este exotismo del que
hablaba Mariátegui y que no permite al autor indigenista darnos una versión veraz del
156
4. La narrativa indigenista en Argentina
indígena. El narrador siempre es consciente de la falta de realismo, y se podría advertir del
capítulo de la rendija una metáfora epistemológica, es decir, el blanco solo conoce
parcialmente la cultura indígena, y este conocimiento, además, es borroso. Esta
exteriorización condena el entendimiento de ambas culturas al fracaso, como afirma Paoli,
y como se confirma en esta novela:
Si juzgamos atributo esencial del indigenismo la heterogeneidad entre
realidad indígena y producto literario indigenista, corremos el riesgo de
incurrir en el error (por lo demás bastante difundido) de López Albújar,
quien en su ensayo sobre la psicología del indio publicado en Amauta
declara al indio como un ser impenetrable para el occidental. Lo cual deja
entender que todo intento de correcto conocimiento está de antemano
condenado al fracaso en este terreno, donde el malentendido acaba por
ser la regla. La heterogeneidad aparece como un mal originario y fatal
que afecta a todos los no-indígenas, llámense Clorinda Matto y Ventura
García Calderón, o bien se llamen Ciro Alegría y José María Arguedas
(258).
No debemos confundir, sin embargo, esta carencia de interioridad con la ausencia de
denuncia de la problemática del indígena, que es, en suma, lo que implica que una obra sea
incluida en la nómina indigenista. Tampoco debe ser confundida con el pintoresquismo
romántico, ya que en Viento norte existe un grado de acercamiento tanto hacia la
problemática indígena como a su propio universo que, aunque epistemológicamente, no
está representado miméticamente, si se intuye un mayor conocimiento e interés. En
palabras, de nuevo, de
ariátegui, “los “indigenistas” auténticos –que no deben ser
confundidos con los que explotan temas indígenas por mero “exotismo”– colaboran,
conscientemente o no, en una obra política y económica de reivindicación –no de
restauración ni resurrección” (280). Esta reivindicación, en el caso de la novela de Greca,
157
4. La narrativa indigenista en Argentina
tiende, por un lado, a una revisión ontológica del mocoví y por otro, a la denuncia de su
explotación y exterminio por parte del occidental.
El final de la novela revela las aspiraciones del protagonista y alter ego del autor,
quien pretende, a pesar de los reveses, revertir la política imperante, erigiéndose como
libertador de los oprimidos. Existe, es cierto, un resquicio de esperanza, pero la realidad
descrita se asemeja más a la desolación. La única solución propuesta se hace por medio del
ente mesiánico ajeno al referente, que, sin embargo, no ofrece ningún dato específico. Solo
hemos podido comprobar que existe una disyunción irreconciliable entre civilización y
mantenimiento de la herencia cultural indígena, y que ambos planos no dan cabida a la
integración. A este respecto, Cornejo Polar describía esta característica de la novela
indigenista peruana anterior a 1941 como una contradicción que,
en su formulación más simple, asocia el cambio social y la implantación
de la justicia con la ruptura de la armonía interna del pueblo indio y de su
cultura, de la misma manera que la supervivencia de este orden,
unánimemente alabado, queda vinculada a la no transformación del
sistema injusto que social y económicamente lo oprime. Las soluciones
que a este respecto proponen las ciencias sociales y las ideologías
políticas influyen pero no son asumidas por la novela indigenista; en
cierto modo rebotan en la norma genéricamente realista de estos relatos
que en todo caso prefieren deslizarse hacia la elegía o la tragedia que
hacia la prefiguración de una síntesis que, desde su perspectiva, sería
utópica ("La novela indigenista..." 88).
Aunque Cornejo Polar se refiere a la novela peruana, esta descripción encaja perfectamente
con Viento norte y se hace extensible, por tanto, a la novela argentina, aunque la posición
política del país respecto al indígena producía un discurso en la década de los 20
158
4. La narrativa indigenista en Argentina
radicalmente diferente al de Perú. Mientras en el país andino, el movimiento indigenista,
visible en todos los ámbitos de la sociedad, reclamaba la igualdad interétnica, en Argentina
a duras penas se pretendía visibilizar muy marginalmente al indio. Por eso, la tragedia
representada adquiere tintes mucho más dramáticos en el caso argentino, ya que se advierte
del exterminio de una población.
Greca, quien era consciente de esta diferencia, cuando algunos años más tarde
inclinó sus ideas hacia el Hispanoamericanismo, se refirió a los dos grandes países mestizos
de América, alabando su progreso, conseguido gracias a la pureza americana:
Dos pueblos del continente, de gran cultura hispano-indígena, de
auténtica cultura americana, van abriéndose paso en medio de las
penumbras y desorientación de esta hora para resolver sus problemas con
verdadera visión americana, con criterio americano y con métodos
americanos: Méjico y el Perú ("Discurso pronunciado en la Facultad de
Medicina con motivo del XX aniversario de la Reforma Universitaria de
1918")
159
4. La narrativa indigenista en Argentina
2.3.
Hombres grises montañas azules (1930)
Pablo Rojas Paz resuena en la memoria de los academicistas como uno de los
fundadores de la segunda época de la revista Proa, quizá también como autor de ensayos de
índole martinfierrista, pero poco más. Sin embargo, el tucumano amigo de Borges dejó a su
muerte en 1956 una producción novelística abundante. Entre sus obras, la trama de tres de
ellas está ubicadas en Tucumán, de las que dos exploran la insatisfacción de la raza
vencida, la crueldad del hombre blanco y los agravios cometidos en nombre del color de la
piel. En esta tesis abordaremos la primera de estas novelas, por ser la menos conocida, pues
Raíces al cielo (1945) no trata temas indígenas y Hasta aquí, no más, de 1936, ha sido una
de las pocas novelas indigenistas argentinas nombradas por la crítica. De entre los pocos
comentarios sobre su condición de novela social destaca la de González Carbalho, en su
antología de 1963:
“Hasta aquí nomás” [sic] no se repite en nuestra literatura, ni fue
reconocido el escritor, como debió serlo, vocero de los expoliados por la
industria privilegiada, que alcanzan a formar un pueblo. Las razones son
obvias. Hay razones para silenciar un libro como para silenciar un
nombre. Semejante al peón de los ingenios, tampoco a Rojas Paz se le
hizo justicia…Es la epopeya del humilde y la defensa del humillado; se
oyen en ella los látigos del feudalismo y la voz del demagogo
aprovechando la inocencia para la malicia electoral (15).
Hombres grises montañas azules, publicada en 1930, aborda, desde la inocente mirada
de un niño indígena, las injusticias sufridas sobre sí mismo y los que son como él, y asiste
impasible ante el despertar de una conciencia aletargada por la sencillez de la vida serrana.
Isidro, el adolescente sobre el que Rojas Paz descarga el foco de la novela, entra en la
historia después de la presentación de los personajes y el entorno, un pueblo, Tapia, en la
160
4. La narrativa indigenista en Argentina
sierra, no muy alejado de Tucumán. Enseguida conoce el lector la división social del
poblado: un turco, Fajre, regenta un negocio; el Chambao, un gaucho que amedranta a los
lugareños y que cuenta con el beneplácito de los López; el cura y el comisario, que
responde a los mandatos de las familias poderosas: los López y los Brandán. De estos
últimos, Delfín y su hermana Adelaida ocupan el rango más distinguido, y ellos son dueños
del destino del resto. Adelaida, de la misma edad que Isidro, decide montar una escuela
para enseñar a los niños pobres, pero se encuentra con la oposición del comisario y el cura,
quienes retroceden ante la insistencia de Delfín. Isidro, que admira a Adelaida como el
resto de los niños, la encuentra una tarde bañándose desnuda en el río y se enamora de ella,
aunque desconoce el sentimiento. Delfín, quien sospecha del peligro de esta relación, envía
a Isidro a trabajar a la ciudad, donde comienza a percatarse de las injusticias que sufren los
pobres como él. Después de una afrenta con el hijo de un patrón, es encarcelado y logra
escapar, huyendo hacia sus montañas, pero al subir a un árbol a por una flor para Adelaida,
cae y muere con el último beso de esta en su frente.
Aunque la trama aquí resumida pueda evocar una novela sentimental, la historia de
amor se sitúa en un plano secundario frente a la denuncia social. El paso de la niñez a la
madurez se expresa en todos los ámbitos y el descubrimiento del amor en Isidro sobre una
joven fuera de su alcance social producirá en él también el despertar de una conciencia de
clase, que solo al final lo hará titubear para enfrentarse al orden impuesto que se niega a
aceptar.
Hasta ese momento, Isidro acepta con resignación los castigos y las humillaciones de
los blancos, que con toda crueldad infringen a quienes consideran inferiores e indignos.
Después de la siguiente conversación, Delfín, quien sorprende a Isidro mirando a su
161
4. La narrativa indigenista en Argentina
hermana desnuda, le unta la cara con miel y lo ata a una roca, donde pasa horas presa de las
moscas:
- Sinvergüenza, - ¿qué andás haciendo por acá? – le preguntó mientras le
medía la espalda de un latigazo.
- Iba pasando, señor, téngame lástima; yo no sabía.
- ¿No sabías que era prohibido andar por acá? No sabés lo caro que te va
a costar esta travesura.
Isidro insinuó humildemente que le perdonara. Pero Delfín no parecía
muy dispuesto a ello.
- Hace tiempo que prometí una fiestita a las moscas – observó Delfín
sonriendo (59).
Al llegar a la ciudad, comienza a percatarse de las diferencias entre él y el resto influido
por la distancia económica, que mellan en su conciencia de clase: “Esa gente era mejor que
él; sí, se veía” (132), con la persuasión de años y siglos de sometimiento: “Él no era capaz
de nada grande, no tenía fuerzas, era enfermo como todos los de su raza (137 énfasis
añadido). Ante las promesas magnánimas de un futuro mejor en la ciudad, empieza a
dudarlo, consciente de su imposibilidad para decidir su destino: “¿Es que nunca tendría
derecho a nada? ¿Qué sacaba con haber conocido la ciudad? El deseo había sido mejor que
la realidad” (133).
Con la mente sembrada de dudas, vuelve a sufrir los atropellos de los blancos en la
ciudad, pero esta vez no se amilana. En este párrafo volvemos a ser testigos de la
cosificación con que los occidentales conciben al indígena, a quien humillan cruelmente:
- Che, arreglame este estribo, dijo el gringuito con aire autoritario.
162
4. La narrativa indigenista en Argentina
Isidro se acercó dócilmente. Y cuando estaba tratando de anudar la
correa, el chiquilín rubio le dió un latigazo en la espalda. La injusticia de
este acto le llenó de ira y alzando del suelo un terrón, le pegó en la cabeza
(143).
Este acto de insumisión lo condenará, pero acrecentará sus ansias por liberarse, ya que,
cuando es detenido por el comisario, la incomprensión lo excita aún más: “Isidro no podía
comprender todo aquello y un rencor extraño se apoderó de pronto de él. La injusticia era
como una violenta amargura que se le estaba disolviendo en el alma” (155). Rojas Paz nos
adentra en la conciencia del joven cuando este trata de explicarse a sí mismo el
comportamiento del resto, y realiza una curiosa analogía: son azules los ojos de aquellos
que siempre lo han maltratado, por tanto, deben compartir la crueldad. Sin embargo, las
montañas y los ojos de Adelaida también son azules, por lo que cambia su parecer hacia
una lógica aplastante, que define su sociedad y ante la que se ve incapaz de ponerle
solución:
No era cierto que los hombres eran iguales. Aquellos que tenían la piel
más clara eran los preferidos. Ellos estaban siempre contentos y tenían
todo lo que deseaban, seguramente. Se les veía en la cara que eran
mejores. Siempre miraban de frente, satisfechos de ellos mismos. Los
otros, los desamparados, los pobres hijos de los siervos de la tierra, a los
cuales pertenecían todos los de la región de Isidro, apenas si tenían
derecho de mirar al suelo y de soportar de cuando en cuando el latigazo
de un comisario (156-157).
La escasez de derechos no solo la comprobamos a través de los ojos de Isidro, sino
de los mismos patrones, que animalizan continuamente a los indígenas y los ponen a su
servicio para cualquier acción, sin importarles su opinión o sentimientos. Con esta
163
4. La narrativa indigenista en Argentina
naturalidad le habla Delfín a su compañero Carlos Julio García, haciendo de la violación un
acto totalmente impune:
-
Son muy zonzas; vos las conocés. Las encuentra uno por el camino,
les toma de la rienda del caballo, las mete al monte; y ellas, sin decir
una palabra. A veces, me dan ganas de pegarles unos latigazos para
que hablen (106).
A continuación, ambos hablan de su supuesta paternidad sobre la mitad de los niños del
pueblo, a lo que Delfín reacciona culpabilizando a las indígenas: “Las chinitas se tiran en
las zanjas con el primero que encuentran…y después, con toda malicia, le adjudican a uno
los hijos” (106). Ante la historia de una indígena que se negó a acostarse con él, el amigo
pregunta “¿Le perdonaste la vida?” (107), asentando así la seguridad de que ellos deciden
sobre el destino, el trabajo, los actos, pero también sobre la vida o la muerte de los
indígenas.
Este es el panorama social que dibuja Rojas Paz sobre un poblado tucumano, que
pretende representar toda una sociedad donde conviven indígenas y criollos. La historia de
Isidro no es más que una alegoría en la que el individuo, a pesar de tener personalidad
propia y evolución, refleja la colectividad, una característica común de la novela
indigenista82. Las humillaciones que sufre Isidro son las mismas que sufre todo el pueblo
indígena; su destino está sujeto a los deseos de los patrones, como el destino del resto de
indígenas; su orfandad, en fin, representa el desamparo de todos ellos. Aquí el recuerdo del
glorioso pasado inca no tiene lugar, como en otras novelas aquí estudiadas. El pasado no
forma parte del presente, como se deduce por la muerte del Chambao y del propio Isidro,
que son enterrados en mitad del camino y sus cruces serán borradas al día siguiente de la
164
4. La narrativa indigenista en Argentina
inhumación. El discurso de Rojas Paz no se articula desde una perspectiva andina, como la
mayoría de obras peruanas y si se quiere, como, en último término, El salar. Más bien, el
autor tucumano pretende llamar la atención del lector mediante un alegato desconocido
para el destinatario: la existencia de los indígenas tucumanos y su maltrato por parte de la
oligarquía, que se exceden en sus derechos precisamente por la asunción generalizada de la
inexistencia de indígenas en Argentina. Es decir, al no haber indígenas, no puede haber
maltrato.
Además, Rojas Paz jamás comete la imprudencia de etiquetar a estos como
“indígenas” o sustantivos o adjetivos similares. Los llama campesinos, pobres, e incluso en
alguna ocasión, “aindiados” y solo por Isidro conocemos su origen étnico, ya que se
distancia del resto por el “color de la piel”, o por hablar en nombre de “los de su raza”. De
esta manera, la narración también asume esta asunción, y solo a través de los personajes
conocemos la diferenciación que ellos mismos aceptan y definen que, en el caso de los
oligarcas, normalmente se etiquetarán a sí mismos como “gente decente” (155). Por su
parte, Isidro, símbolo de su etnia, encarna el descubrimiento de esta diferencia, de la
pertenencia a un lado y no al otro. El recurso de Rojas Paz, de dejar al lector que detecte él
mismo la verdadera naturaleza del referente responde al origen del destinatario
intencionado, otro rasgo común a la novela indigenista: el lector no es indígena, sino
occidental.
El universo indígena descrito en Hombres grises…, sin embargo, es pobre. Solo
contamos con un representante de entidad protagónica, Isidro, que no logra desembarazarse
del epíteto de mártir. El resto solo lo componen muchedumbres que no tienen voz, pero, al
contrario, son muchos los occidentales que hablan, opinan y ocupan su lugar en la novela.
165
4. La narrativa indigenista en Argentina
Se trata de otro guiño simbólico de Rojas Paz: los indígenas son casi invisibles,
prácticamente indetectables, que representan a una masa silenciosa entre la que solo puede
destacar el rebelde, quien imperativamente sucumbirá de una u otra manera.
La conciencia de los indígenas, con la excepción de Isidro, quien adopta su propia
voz, no halla terreno en el narrador, quien irrumpe para dar su parecer, y para quien estos
son impenetrables, míseros y profundamente desgraciados: “La ignorancia, la miseria, las
enfermedades, todo se complotaba contra estos míseros seres” (51), “Esos hombres de
mirar profundo, de pocas palabras, para todo tenían un gesto de conformidad, una actitud
de resignación. No se sabía nunca si eran buenos o malos, cobardes o valientes, leales o
ruines” (52). Su desconocimiento sobre estos no es ocultado por el narrador, quien no se
avergüenza en adoptar la actitud del occidental: “Daban la impresión de no haber pensado
jamás en nada, de discernir obscuramente la pequeña vida sentimental que el destino les
había reservado” (52), pero se confraterniza con ellos al adivinar un destino incierto y
ciertamente desesperanzado: “Con frases que chorreaban fatalismo, extraídas del seno de su
alma sin horizontes ni perspectivas, respondían a cuanto les preguntaban” (52).
Empero la ignorancia e incomprensión del autor sobre su propio referente, no le
impide adoptar elementos heteróclitos que tienen por objetivo dar mayor realismo a la
narración y a su referente. De ahí el carácter fundamentalmente heterogéneo de la novela, y
siguiendo los postulados de Cornejo Polar, ya que la forma de producción se enmarca
dentro del orden occidental de la novela, existen sin embargo elementos ajenos a este, y en
este caso prima la incorporación del paisaje como personaje y por tanto como parte de un
sistema lírico en lo que a descripciones se refiere. La primacía la ocupan en este sentido las
montañas de Tucumán, testigos inalterables del destino de los hombres, los cuales, a su
166
4. La narrativa indigenista en Argentina
lado, son simples manchas en el paisaje: “¡Cómo semeja un insecto cuando se le observa,
de lejos, trepar por las faldas de los cerros expectantes, de las colinas tranquilas y suaves
como músicas!” (174). La tierra se muestra soberana e inclemente con quien osa cambiarla,
ya que su poder, como el de dios, es infinito y muchas veces, insospechado: “ ajo un cielo
clemente, el mal viene a menudo del vuelo de un pájaro o de la picadura de un insecto
invisible” (174). En el título de la novela se observa también la inclusión de este
protagonista inesperado, pues, para todos los hombres, las montañas permanecen
inamovibles y estáticas, mientras que entre los hombres reina la desigualdad.
Otro de los elementos ajenos reside en el componente mítico que, en el caso de la
novela de Rojas Paz, el narrador no adopta como propios, ni forman parte de su universo;
antes, más bien, lo rechaza como superstición producto de la ignorancia y la falta de
educación. La actitud del narrador se muestra muy explícita en los siguientes pasajes,
donde él ocupa un lugar muy alejado de “esa gente”:
Esa pobre gente tenía el culto de la muerte, del hechizo, de la brujería. El
vuelo de un pájaro, el ladrido de un perro, un murmullo en la noche, eran
para ellos presagios funestos, indicios de grandes males (44).
La mitad de las enfermedades era para esa gente cosa de brujería, de
maleficio…abundaban en esta región las adivinas, las curanderas, las
lloronas, especie de sacerdotisas de la ignorancia que consideraban los
males físicos como castigos celestiales. Curaban la litiasis con agua
bendita, las paperas con exorcismos y sentencias incomprensibles y la
parálisis con aplicaciones del rosario…un cantar a deshora era aviso de
algo funesto, una naranja preparada con brujería iba a enloquecer para
siempre a una persona… (51-52)
167
4. La narrativa indigenista en Argentina
En general, los personajes pecan de maniqueos, al tratar la novela de dibujar un panorama
social compuesto por dos polos opuestos, el oprimido y el opresor, cuyo equilibro se intenta
romper con Adelaida, por un lado, y el Chambao por el otro. Sin embargo, ambos
personajes son planos y oscuros, carecen de evolución; Adelaida por su infantil inocencia y
el Chambao por su manifiesta crueldad. El lector no puede sino tomar partido por el sector
de los oprimidos, objetivo último de la novela indigenista.
El papel de Adelaida, a pesar de sus deficiencias, representa el paradigmático caso
del occidental compasivo, que por su poder en la sociedad pretende, de alguna manera,
soliviantar la pobreza de los oprimidos por medio de obras de caridad y con la instauración
de una escuela en la que ella es la única maestra. Lo que unos ven como un juego infantil,
otros lo observan como un peligro. La “trinidad embrutecedora”, que en este caso sería “la
dualidad”, el cura y el comisario, se oponen al ascenso intelectual de los indígenas, para
quienes la educación está vedada con excusas rocambolescas, aunque sea un derecho. La
teoría, por tanto, no se materializa en el caso de los indígenas, totalmente olvidados por el
gobierno central y ninguneados por las autoridades locales.
Rojas Paz, con esta novela, desea mostrar un cuadro de la sociedad tucumana que
refleja unas desigualdades manifiestas en las que la culpabilidad recae sobre el hombre
occidental, que aprovecha su situación de poder para denegar unos derechos básicos a los
indígenas, quienes, por su ignorancia, no pueden luchar contra el orden impuesto. El autor
propone una solución, la educación, que no se lleva a cabo debido a la oposición de las
autoridades locales, abiertamente injustas, corruptas y clasistas. La tragedia, una vez más,
triunfa en esta novela indigenista, que reivindica unos derechos cuya consecución se
168
4. La narrativa indigenista en Argentina
asemeja más a una utopía que a una realidad, pues hasta la misma tierra arrebata la vida de
quien se atreve a romper la hegemonía blanca.
169
4. La narrativa indigenista en Argentina
2.4.
Viento de la altipampa (1941)
Esta novela de César Carrizo constituye seguramente la última publicación en
Argentina del primer periodo de producción literaria indigenista, que culmina con la
edición, en el mismo año, de Yawar Fiesta, de José María Arguedas y de El mundo es
ancho y ajeno, de Ciro Alegría. No obstante, en el momento de abordar la novela de Fausto
Burgos descubriremos cómo este se anticipó al neoindigenismo en seis años. En cualquier
caso, este dato nos proporciona la valiosa información de que la tardía publicación de este
tipo de novela, con procedimientos muy propios del primer indigenismo – y aún del
Romanticismo - revela un estilo excesivamente trasnochado.
César Carrizo nació en La Rioja en 1889, y desde 1910 trabajó en Buenos Aires como
periodista y escritor, profesión a la que se consagró cuando Rubén Darío publicó un cuento
suyo, “La huerta”, en la revista Mundial Magazine en 1912. En este ya se intuye su
preocupación por las desigualdades sociales que sitúan a los indígenas en el estrato más
bajo. Su obra más conocida, Un lancero de Facundo (1941), trata de invertir la imagen
negativa de Juan Facundo Quiroga, instaurada en el imaginario colectivo desde tiempos de
Sarmiento.
La inclusión de esta novela de corte romántico y ambiente pastoril obedece a dos
razones fundamentales: la denuncia de invisibilidad de los indígenas argentinos que el
propio autor reclamó en un autógrafo del libro, y la estructura cuentística que le es propia al
referente. La primera de ellas justifica la originalidad de la producción indigenista
argentina, diferente a la andina y la mexicana en cuanto a la doble denuncia que venimos
reclamando. En dicho autógrafo dice Carrizo de su novela: “recoge el grito de dolor de unas
170
4. La narrativa indigenista en Argentina
gentes olvidadas por la civilización, y que no sabe si viven o mueren, en la alta soledad de
sus montañas” (Burgos 11).
La estructura aditiva a la que haremos referencia remite a los modelos populares de la
producción cultural indígena y que según Cornejo Polar, “corresponde al cruce social y
cultural que define al indigenismo y en último término alude a la desintegrada realidad
social que este movimiento expresa” (Cornejo Polar Literatura y sociedad... 72). Explica el
crítico peruano que este mecanismo viene dado por dos hechos complementarios entre sí, y
que se dan también en las novelas de Alegría La serpiente de oro y Los perros
hambrientos. Por una parte, se debe a la existencia de modelos populares que se integrarían
al campo de la novela, y por otra, una vigencia no histórica del tiempo, sino mítica, lo cual
lo alejaría de los cánones de la novela moderna, que exige un devenir histórico, contrario a
la épica. El cruce de ambos tiempos dará como resultado una novela indigenista
propiamente heterogénea.
Efectivamente, los hechos que tienen lugar en Viento de la altipampa no precisan un
devenir histórico lineal, ya que la configuración de los episodios sigue una estructura
cuentística ajena a un orden temporal, aunque el conjunto de la novela sí se atiene a esta
estructura conservadora. En ella, se cuenta la historia de dos pastores indígenas sujetos al
mando de sendas familias rancheras, su enamoramiento, sus vicisitudes, su lucha con las
familias para conseguir entablar una relación y finalmente su éxito y huida.
Este argumento presenta prácticamente todos los ingredientes de la novela pastoril: el
amor de dos pastores llamados Eloísa y Ruperto, el locus amoenus en la sierra noroéstica,
las desdichas de ambos, el desamor de Ruperto por la inminente boda de Eloísa con un rico
comerciante, la intervención de personajes fantásticos y la inserción de cuentos ajenos al
171
4. La narrativa indigenista en Argentina
relato principal. Claro está que el autor se toma libertades poéticas para ajustarlas a su
tiempo y su espacio, como veremos a continuación, y que no encajan tanto con el ideal
renacentista, por otro lado evidente en pleno siglo XX.
El bucolismo esencial que encierra la vida de los pastores, aparentemente felices en un
entorno natural idealizado solo se ve roto ya muy avanzada la novela, cuando los
protagonistas comienzan a descubrir al lector, in crescendo, la opresión bajo la que viven.
Sin embargo, el tono general de la novela no reviste tal dramatismo, y de no ser por su
condición de indígenas – con un final de liberación apoteósico -, la historia podría pasar
como una simple adaptación del mentado tema de los Montesco y los Capuleto con final
feliz.
Otro rasgo peculiar subyace en el lenguaje, imitación fonética de un habla vulgar y un
tanto embrutecida, muy alejado del culto y delicado estilo de los pastores de Montemayor y
Sannazaro. Al contrario, nos encontramos ante una imagen realista, pero bastante
desconcertante una vez que conocemos sus desdichas, que son reveladas en la siguiente
conversación:
-…Se me ocurre que hai’ ser una cosa que está muy lejos de estos cerros.
Güeno, al óirlos, se me vino en un de repente la idea de que nosotros, lo
mesmo que los mineros, también trabajamos pa los amos, nada más que
pa ellos.
- Tuavíapior, Ruperto, porque nunca me han comprado botines ni unas
caravanas… (Viento de la altipampa 53).
Poco a poco, el lector va siendo testigo de la situación de ambos, ya que lejos de
formar parte de su núcleo familiar, son tratados como esclavos, como Ruperto declara
172
4. La narrativa indigenista en Argentina
vivamente: “Que es que el amo s’enoja si le merman uno; que es que me ruempe un palo en
la cabeza” (63). Y más tarde asistimos a una conversación del pastor con sus amos, que
prometen liberarle de sus ataduras cuando este haya pagado lo que les debe, ya que, según
ellos, lo salvaron de una muerte segura porque fue abandonado por su madre, y su padre era
“un indio, malo como un jabalí y venenoso como una víbora” (79), por lo cual, “te irás
cuando pagués la crianza, guacho desagradecío” (79).
Ambos pastores sueñan juntos con deshacerse de sus amos y escaparse: “¡Y adiós
vida miserable y esclava de acémilas de carga; adiós amos gruñones y egoístas, que no
querían darles permiso para casarse porque ya nadie les llevaría a pacer las majadas!” (78).
Pero nunca toman la decisión, y ante la propuesta de un comerciante árabe de casarse con
Eloísa, la muchacha duda, mientras Ruperto masculla su desamor en la soledad de las
praderas con la única compañía de su perro y su flauta.
El resto de la historia transcurre sin mucha acción; Eloísa obligada a casarse por sus
amos, Ruperto debilitado anímicamente, más un tercer personaje bastante ambiguo que los
ayuda a reconciliarse y a huir. Se trata de la mamá Bruna, mujer pudiente, pero medio
ermitaña, medio hechicera, a la que acuden todos los vecinos de la zona con problemas de
cualquier tipo. Su personalidad no está bien conseguida, pues actúa con firmeza solo al
final, y las razones de su retiro son endebles, aunque se intuye el halo de misterio que
pretende asignarle el autor; su personaje es, en fin, poco creíble.
Por otro lado, los elementos míticos son variados, funcionan como personajes
principales de los cuentos insertos en mitad de la historia o bien como cadenas de unión
entre ellas. Estos forman parte del universo mítico andino, como el cóndor o la sacha-cabra,
ambos cuentos ejemplarizantes del animal prisionero que desea ser libre, al igual que los
173
4. La narrativa indigenista en Argentina
dos jóvenes indígenas. Las resoluciones positivas de los cuentos intercalados aventuran
asimismo el final de la novela, con lo cual, la moraleja de esta se convierte en un canto a la
libertad.
Precisamente la música actúa como intercesora entre el bucolismo y la liberación de
los pastores, tanto intrínseca como pragmáticamente. La flauta de Ruperto, cuya
interpretación ha interiorizado genéticamente, refleja la simbiosis del indígena con el
paisaje y le muestra, al final, el camino hacia la libertad:
¿Qué pastor de las cordilleras no lo es por un mandato de la raza, por una
herencia heroica y triste, y hasta por una fatalidad del dolor de vivir?... Al
dolor antiguo, dolor de pueblos desposeídos; al dejo atávico, al designio
providencial, se unían las voces y acentos del paisaje nativo: el idioma
del pájaro, el ulular del viento, el arrullo del agua, el soliloquio de la
fuente, el diálogo de las totoras, cuando la brisa deja hechas hilas sus alas
de seda en las espadas del jaral…La América india, la vida fiera y triste,
el paisaje inmediato – espejo y compañero inseparable del hombre de los
cerros – sonaba, gritaba, sollozaba en su caramillo (136).
Sin embargo, este lirismo insertado en el misticismo indígena se pierde unos párrafos
después con una suerte de éxtasis cristiano que nada tiene que ver con el sincretismo
religioso propio a las culturas andinas: “fue componiendo el himno, la melodía nunca oída
que ofrecería al Niño Dios” (137).
El yaraví, no obstante, símbolo musical del mestizaje hispano-andino, sí despierta el
ensimismamiento de Eloísa, cuya fuerza indígena había sido diluida por la servidumbre a la
que había sido sometida y reacciona ante el empuje de su raza:
174
4. La narrativa indigenista en Argentina
Era la tribu, la nación indígena, la América primitiva, la que salía de su
tumba, cavada a fondo en el subsuelo y en el olvido. Y si bien afloraba
desde los redaños doloridos de un hombre, de los cuencos misteriosos de
un alma, nadie habría podido negar que por aquella garganta cantaban y
gemían muchas generaciones, entre el esperar en vano y el perpetuo
adolecer, a través de los siglos. Era el pasado heroico, cuando la raza
escribió su gesta, antes de esclavizarse, y era el presente anodino en que
los descendientes – vestidos de lienzo moreno y áspera jerga – arrean
majadas de cabras o míseras tropas de jumentos (199).
De esta manera, Carrizo construye un discurso incaísta-indigenista que responde al
misticismo de la liberación por la fuerza colectiva de la antigua raza, apelando así al
antiguo mito del Inkarri, que augura el retorno mesiánico del Inca para liberar a sus hijos
del sometimiento al que han sido reducidos desde su derrota. Ruperto, como uno de esos
soldados llamados al levantamiento, ataca al invasor, esta vez reflejado en el árabe,
extranjero que osa usurpar a su amada, pero también las posesiones de los argentinos:
Despertaba de pronto el indio, el calchaquí y el diaguita con todas sus
tribus, que durante la gesta y el drama de la conquista defendieron sus
campos y tamberías a tiro de honda y a grito espeluznante (173).
La denuncia, en este caso, del detestado fenómeno de la inmigración patente en muchos
argentinos se hace extensible a los indígenas, quienes tampoco están dispuestos a regalar lo
poco que les queda. Así, se consta el elemento común que une a criollos y nativos, y de esta
manera se lo hace saber la mamá Bruna a los amos de Eloísa:
¿Qué hacen los hombres de Paimagasta, de los valles, de toda la
provincia? Los hombres de estranja les están quitando y comprando todo,
porque los de aquí no sirven pa nada. ¡Y agora, les quieren agarrar el
corazón de las gentes! (150)
175
4. La narrativa indigenista en Argentina
Mamá Bruna además aprovecha para denunciar la miseria de los indígenas, cuyo problema
es invisible para el gobierno, ya que estos no están inscritos en el Registro Civil. El
siguiente discurso muestra el objetivo final de la novela: al problema del sometimiento se
une un problema incluso mayor, que es el de su no existencia:
Nadie se duele de los pobres que cultivan la tierra, que pastorean las
manas, y mueren de hambre, semi desnudos, y con todos los achaques,
plagas, vicios y desgracias en los rancheríos. Ignorantes porque nadie les
enseña a leer y escribir; esquilmados por los amos; arreados por los
políticos; y de yapa, muchos, sin marca ni señal como el ganado
cimarrón, ya que siendo hijos de nadie, no los bautizaron ni los apuntaron
en el Registro Civil… (191).
No es esta una novela indigenista al uso, aunque posea las características
elementales de denuncia y reivindicación, además del lirismo, misticismo y modelo aditivo
de narración, según Cornejo Polar (Literatura y sociedad... 65); pero si nos remitimos a los
que le otorga Tomás Escajadillo, los rasgos secundarios escasean, como la superación de
lastres pasados, la renuncia al pasado glorioso como solución y la proximidad al mundo
novelado. Efectivamente, el autor remite continuamente a la antigua gloria de la raza (“Era
la propensión atávica del indio, que habiendo sido dueño de un imperio, lo dejó irse de las
manos” (194)), son sus antepasados quienes los llaman por medio de la sangre para
liberarse, y siempre acucia la melancolía de un pasado mejor. Por otro lado, el narrador solo
se centra en dos personajes indígenas que ni siquiera pretenden representar a su etnia, viven
en un mundo de blancos donde no existen otros indígenas, a pesar de que la mamá Bruna
descubre un universo más allá de Eloísa y Ruperto.
176
4. La narrativa indigenista en Argentina
Por otra parte, el bucolismo dibujado impide reconocer un abuso en la lectura, solo
revelada por las conversaciones de los pastores entre ellos y con sus amos, y finalmente por
los reproches de la cacica quien, a pesar de su poder y sus pretensiones caritativas, nunca
logra evitar la opresión y miseria de los dos indígenas, quienes se liberan gracias a su
propia voluntad, estimulada por su herencia genética.
Aunque el objetivo de la trama – la liberación de los protagonistas – se logra, no se
desvela el destino de ambos, pues estos seguirán siendo pobres, sin posesión de la tierra y
sin reconocimiento oficial. Cumple la historia, pues, los presagios de su autor, que, a pesar
de haber lanzado ese “grito de dolor de unas gentes olvidadas por la civilización”, tanto su
novela como sus personajes siguen sumidos en el olvido.
177
4. La narrativa indigenista en Argentina
2.5.
El salar (1935)
Nos encontramos ante, probablemente, la novela indigenista argentina por
excelencia y aún a riesgo de caer en paralelismos fatuos, Fausto Burgos representa, sin
duda, el José María Arguedas argentino. Aunque la obra del tucumano sea anterior a la del
andahuaylino, ya existen asentados rasgos de neoindigenismo que comentaremos más
adelante. Pero además, un dato se posiciona a favor de Burgos: no solo estuvo en contacto
con el movimiento indigenista de Cuzco, sino que conoció a Arguedas personalmente y lo
introdujo en la prensa bonaerense. Sin embargo, el punto en común, el indigenismo, se
desdibuja ante la disparidad de ambas trayectorias. Mientras Arguedas, a pesar de su
fatídico destino, pronto fue elevado a la gloria literaria, Fausto Burgos permanece en un
incomprensible olvido, que solo últimamente está despertando tras la publicación de El
salar, por la Biblioteca Nacional Argentina con motivo del Bicentenario de la
Independencia, aunque, como no podía ser de otra manera, en la colección de “Los raros”,
que intenta “volver lo raro a lo clásico y hacer que lo raro no se pierda ni se abandone en la
memoria atenta del presente” (Burgos).
Fausto Burgos nació en Medinas, provincia de Tucumán, en 1888, aunque vivió casi
toda su vida en San Rafael, Mendoza, donde se desempeñó como profesor, escritor y
tejedor de ponchos tradicionales. Colaboró con diversos periódicos y revistas provinciales,
nacionales, como Caras y Caretas, La Nación y La Prensa; e internacionales, como O Mar
y Vesubio, de Brasil e Italia respectivamente. En 1928 viajó a Cuzco, donde conoció a José
Uriel García y a Luis Valcárcel, quedando profundamente impresionado por su campaña
indigenista, y los invitó a colaborar en La Prensa83. Ese mismo año Valcárcel publicó una
178
4. La narrativa indigenista en Argentina
nota en la revista indigenista La Sierra, alabando su labor literaria y elogiando el verismo
de sus estampas andinas:
¿Quién no ha leído en Sudamérica a Fausto Burgos? Desde las páginas de
"La Prensa" hasta las de populares revistas del Plata, los cuentos, las
anécdotas de tema indígena - plenos de vida fuerte - presentan el
panorama andino con sus eternos personajes. Nadie como Fausto Burgos
domina mejor el diálogo entre las pobres gentes del villorrio del
Abrapampa o del Cusco. Cada cuadro costumbrista tiene la reciedumbre
de lo americano. De él huyó todo el artificio europeo, toda la literatura de
importación. Fausto Burgos es un creador de arte vernáculo. Una página
de este escritor originalísimo posee más vitalidad que volúmenes enteros
de exégetas de segunda mano que solo conocen al indio en cromos
convencionales. Fausto Burgos trasmite al lector la sensación de absoluto
verismo; muchos de sus cuentos tienen la pesadez y monotonía del
paisaje puneño: no busca nunca Burgos el efecto "artístico", lo bonito.
Traza su aguafuerte y se aleja.Por eso algunos no lo comprenden y hasta
ponen en duda su calidad de literato… Es el literato keswa de la
Argentina ("Un literato keswa en la Argentina").
Aunque Burgos se desentendió de las novedades estéticas del vanguardismo y permaneció
arraigado al posmodernismo, en San Rafael estuvo ligado al grupo “ egáfono”, que
ensayaba ciertas tendencias vanguardistas. Sin embargo, hemos de recordar la proximidad
de Mendoza a Chile, y por ende, de la estética vanguardista mendocina a la chilena, que por
aquellos años ensalzaba a Huidobro de la mano de Pablo Neruda, por lo que el
creacionismo, sobre todo, se instaló de manera permanente en el grupo84. No obstante dicho
contacto – fue profesor de Alfredo Bufano – Fausto Burgos prescindió de las escuelas
literarias e inició, junto a Miguel Martos, la narrativa de inspiración folklórica en 1928 con
la publicación de Cara de tigre.
179
4. La narrativa indigenista en Argentina
Su vastísima obra literaria – más de cuarenta títulos entre novelas, cuentos y
poemarios – ha sido clasificada por Marta Castellino superando los criterios geográficos,
como correspondería a cualquier escritor calificado de regional, a saber, lo regional
entrañable, lo regional pintoresco, lo extranjero en relación con lo propio, la narrativa de
inspiración folklórica y lo regional doloroso. A este último apartado corresponderían El
salar, La cabeza del Huiracocha y la colección de cuentos Cachisumpi. La indignación por
el sometimiento y humillación de los indígenas prevalece sobre la escena costumbrista y
rebasa los límites de la llamada literatura regional.
Si nos atenemos, en cambio, a la denominación que Barcia realiza sobre literatura
regional, “Es la literatura que se apoya en las materias regionales para encamar la expresión
personal del autor y proyectar una dimensión universal a 1os temas de la obra” (Videla de
Rivero y Castellino 42), sí podemos admitir la inclusión de la narrativa de Burgos en esa
clasificación, aunque, en realidad, en ella cabrían todos los autores, ya que, según Barcia
“la literatura nacional es el nombre verdadero de la literatura, aunque toda obra es regional,
nace en un tiempo, en un lugar, en una región” (43). Este intento por eliminar la
adscripción de la literatura regional a la mala calidad literaria responde a una diferenciación
entre regional y regionalista, analizado en el capítulo 2. Si ciertas obras regionales no
alcanzan el grado de universalización que les correspondería no se debe, desde luego, a su
mediocridad, pero se mantienen con ese calificativo como recurso geográfico.
Aunque las novelas de Burgos se localizan en dos regiones bien definidas, el
Noroeste y Cuyo, su discurso es universal, pues se une al grito de tantos escritores que,
desvinculándose del territorio y ajenos a escuelas y estilos literarios, reclaman justicia para
un grupo social oprimido. En general, cualquier obra indigenista cobraría esta dimensión,
180
4. La narrativa indigenista en Argentina
pero Burgos se distancia del resto de argentinos por su ausencia de sentimentalismo y su
capacidad por narrar la crudeza de la vida indígena sin que el pesimismo se apodere del
texto, sin causar compasión en el lector, aunque sí, desde luego, emoción.
El salar es la historia de una venganza por una serie de afrentas urdidas antes y
durante la duración de la novela por parte del poderoso hombre blanco frente al resignado y
mísero indígena. El protagonista, don Carlos, un hombre de clase media y ocioso, sacudido
por un sueño, parte un día desde Buenos Aires hasta Jujuy para recuperar al hijo que tuvo
con una indígena, Rosario, en Abra-Pampa, ocho años atrás. Al llegar se instala en el
negocio de un turco que se ha enriquecido a costa de explotar a los indígenas que trabajan
en un salar cercano, el Salar Grande. Durante la estancia de don Carlos, el lector es testigo
de los males del capitalismo entre la población indígena, para quienes el precio de la sal se
reduce constantemente y el del resto de productos básicos siempre aumenta, provocándoles
una miseria de la que nunca podrán escapar porque, además, no conocen las cuentas básicas
y son objeto de engaños por parte de los comerciantes, como el turco Abud, quien desprecia
profundamente a los indios y su trabajo. En la tienda, don Carlos presencia esta explotación
de la que son objeto Rosario y su familia, quien está casada con un indígena mucho mayor
que ella y con quien tiene tres hijos. De boca de Javier Chutuska, el marido, conocemos que
su matrimonio es anterior a la relación de don Carlos con Rosario. A pesar de esto, el
porteño no duda en declarar al hijo menor, José Luis, suyo, en presencia de todos,
provocando la risa entre los blancos, quienes se mofan de la humillación de Chutuska y su
falta de honor. A su partida, don Carlos decide seguir a la familia indígena para recuperar a
su hijo, y lo hace en compañía de Seneusky, un exportador del norte de Europa que conoció
en el viaje hacia Jujuy y quien carece de escrúpulos. Durante el camino hacia el Salar,
181
4. La narrativa indigenista en Argentina
Seneusky muere por el surumpio y don Carlos lleva el cadáver hasta la choza de los
Chutuska. Allí se instala durante semanas, provocando a Javier abiertamente, quien aguanta
imperturbable las afrentas del blanco, pero ofreciéndole lo poco que tienen. Cuando la
familia parte hacia el Salar para trabajar, don Carlos los acompaña para intentar mitigar la
tensión y ganarse el cariño del hijo. En el salar sufre y comprende la dureza del trabajo de
los indígenas, pero al mismo tiempo sigue provocando a Javier, quien finalmente decide,
con humildad, renunciar a su familia. Estos vuelven a su choza con don Carlos, y Rosario,
ante la marcha de su marido, parece enloquecer, hasta que un día parte hacia el salar con los
hijos y don Carlos, para abandonarlo en mitad de una nevada y cumplir así una venganza
largamente meditada.
Dicha venganza se muestra al final de la novela como un triunfo por parte de la raza
humillada sobre la dominante, pero esta visión es recogida únicamente desde la perspectiva
de Rosario, quien desconoce que don Carlos sobrevive al surumpio, hecho que no es
ignorado por el lector debido a las pistas que nos deja su protagonista a lo largo de la
narración. Dado que El salar está escrito en primera persona, sabemos que la historia es
muy anterior a su escritura, y que don Carlos volvió a Abra-Pampa, por referencias en el
relato, como “De esto hace cosa de cinco años; entonces yo no tenía canas” (33) o “ e
acuerdo de la ilte; la conocí años después” (155) y dos páginas más adelante “Años
después, pienso y me pregunto si estuve loco”. Este detalle supone el fracaso de Rosario y,
por tanto, la negación de toda esperanza que el lector podría haber depositado, a pesar de la
tragedia, en esa venganza.
Nos referimos al lector ya que Fausto Burgos se encarga, desde el principio de la
novela, de acrecentar las simpatías hacia los indígenas y el desprecio hacia los blancos,
182
4. La narrativa indigenista en Argentina
identificándolos no tan maniqueamente con el símbolo del explotado gratuitamente y el
símbolo del explotador desalmado respectivamente. Aunque la primera persona
corresponde a un blanco, y este intenta confraternizarse e incluso denunciar la explotación a
través de una conciencia humanizada, sus actos no son consecuentes y muy pronto el
protagonista provocará un rechazo manifiesto.
De él sabemos poco, y lo que conocemos se hará por medio de rápidas pinceladas
diseminadas a lo largo de la narración. Sabemos que es de Buenos Aires (77), de clase
acomodada, pues vive “solo, en una casona antigua” (25), que tiene treinta y nueve años; no
conocemos su trabajo, aunque sí nos cuenta que escribe mucho “hasta altas horas de la
noche”. Sabemos que conoce bien el departamento de Abra-Pampa, en Jujuy, por las
referencias precisas a la geografía, antropología y léxico de la zona, pero desconocemos las
razones de sus otros viajes. Su nombre solo nos es desvelado a través de su supuesto hijo
quien, a su pregunta, le responde “Usted es don Carlos, el abajeño” (168). Estos escasos
datos son suficientes para, libres de prejuicios, poder evaluar su comportamiento. De hecho,
la violación de Rosario unos años atrás no es revelada hasta casi el final de la novela
cuando, quizá por sus remordimientos, piensa en su culpabilidad. Sus comentarios nos
permiten apreciar su odio a los inmigrantes, en primer lugar, por sus descripciones
negativas y en segundo lugar por sus juicios sobre el trato a los indígenas. En cambio, las
descripciones físicas de los indígenas tienden al objetivismo y las reflexiones sobre su
explotación pretenden adoctrinar, intuyendo así la voz del narrador en ocasiones. Sin
embargo, a pesar de esa confraternización con el universo indígena y su capacidad de
denuncia frente a los demás y a sí mismo, el protagonista los somete a una humillación
183
4. La narrativa indigenista en Argentina
incluso peor que los comerciantes, ya que es capaz de romper la armonía – mísera armonía
– que los explotadores no han conseguido a pesar del injusto trato monetario.
Efectivamente, son cuatro los personajes blancos con participación en la trama, y
todos ellos contribuyen al abuso, aunque en grados diferentes. Asumiendo la opinión
generalizada en Argentina del desprecio hacia los inmigrantes, estos son retratados como
casi la encarnación del mal. Mustafá Abud es excesivamente estereotipado como el avaro
turco que pretende ganarse el respeto de los nacionales a través del trabajo y el dinero, y no
cesa de insistir en ello: “Turco trubaja, trubaja y gana boco” (56). Por la descripción dada
sabemos la escasa simpatía que don Carlos siente por él: “Era un turco de cabeza achatada
por detrás, de cabellos rizosos, de nariz grandota, de labios gruesos y de bigote ancho y
renegrido, como sus ojos” (33), asociando el color negro a lo negativo. Unas líneas más
adelante se corrobora el desprecio, a pesar del intento del turco por agradarlo: “Jamás le
había hecho bautizar un hijo y me llamaba de esa guisa [compadre]”. Durante el
intercambio comercial, se muestra la escasa compasión de Abud hacia los indígenas, a
quienes, además, compara con animales: “Estas indias son tremendas: defienden la cría
como las vacas” (66). Pero la imagen más amarga, no obstante, se nos ofrece durante el
diálogo entre Abud y Javier Chutuska. El turco les compra la sal a un precio ridículo –
aunque nunca lo sabemos con exactitud pues él se encarga de cerrar el pacto con Javier a
solas – y más tarde les vende los productos de su tienda a un coste altísimo, con engaños de
calidad y cantidad, pues los indígenas son analfabetos:
-
Pesameló diez kilos, señor, ¿A cómo está el kilo? ¿A veinte?
-
A veintidós, marchante, bero no es abolillada.
-
¡Caraspa!... Dejala a veinte, Tatay; somos pobres…
184
4. La narrativa indigenista en Argentina
-
No se buede, marchante. Las batentes están por las nubes. Turco
trubaja, trubaja y gana boco.
-
Veinte kilitos, pesameló, Tatay.
La Rosario reparó también en la harina rubia y granulosa.
Abud puso la harina en una bolsa.
¡Cómo lo miraban pesar! Ninguno de ellos sabía lo que indicaba el brazo.
“Dos, tres kilos menos, ¿qué son para esta gente, si no les cuesta nada la
sal?” – pensaba el turco (56).
El trabajo de salinero, sin embargo, es excesivamente duro. Los panes deben ser cortados
en invierno, cuando las temperaturas pueden alcanzar los veinte grados bajo cero; los
indígenas andan “treinta, cuarenta y más leguas, a pie”, los panes suelen pesar entre veinte
y treinta kilos. Deben soportar, además del frío, el surumpio o mal de montaña y el sol que
puede cegarlos. La voz del narrador es explícita al explicar este proceso, para a
continuación, declarar: “¡Oh, la milenaria y vencida raza!” (50), pues aún los indígenas
siguen pagando el castigo de la derrota quinientos años después de acaecida.
El otro extranjero, Seneusky, también pretende acaparar las simpatías del argentino,
pero el desprecio del nacional hacia los inmigrantes está bien asentado desde su
presentación: “¡Qué tipo repelente! Era alto, escaso de carnes, blanco, blanquísimo,
narizudo, bocón. Llevaba anteojos. Ni pera, ni bigote ancho, ni bigote mosca. El pelo,
rubio, pelo de ruso, de dinamarqués o de sueco. No traía gabán” (29). En este caso, el color
blanco también lleva asociada una negatividad implícita, aunque bien diferente al negro. El
odio al color blanco es patente en la envidia hacia el europeo, la aspiración del argentino.
Seneusky es un comerciante, alardea de su riqueza (“Tengo mi casa en uenos
185
4. La narrativa indigenista en Argentina
Aires…como verá usted, en calle céntrica” (29)), conoce el duro trabajo del indio, pero
prefiere ignorarlo, ya que participa en el negocio de la sal como importador:
¿No le parece, compañero, que a estos acaparadores les debía dar una
buena lección el Gobierno Nacional? Claro, se aprovechan del trabajo de
los pobres indios. ¿Qué sabe el indio del precio a que venden los
acaparadores la tonelada de sal? El indio, el coya, corta los panes de sal
en el sal y se viene con su tropa a pie, detrás de los “animalitos”,
coqueando. Aquí, cuando no lo fuma el turco, lo fuma el gringo (39).
Seneusky deplora el comportamiento de Abud, a quien reprocha que engañe a los
indígenas, pero en realidad pretende conseguir una rebaja en el precio de la sal. Por otro
lado, el europeo, aunque siente curiosidad hacia el indígena, esta se basa en el exotismo de
quien se siente superior ante un semihombre salvaje: “¿vos que le vendéis alcohol de
noventa y cinco grados para que se embrutezcan más”? (53, énfasis agregado).
ás tarde,
cuando comienza a sufrir los primeros síntomas de apunamiento, Carlos le ofrece coca para
frenarlo, lo que él rechaza categóricamente: “¿Coquear? No soy chancho” (77), y cuando
finalmente la prueba, concluye: “¡Qué porquería! ¡Se necesita ser puerco para mascar
esto!” (80). En la misma línea, es patente su desprecio hacia el indígena, a quienes cosifica:
“¿Por qué no se lo quita, hombre? [al hijo] Total, esta gente…” (52) y asalvaja: “¿Qué
quieren esos indios piojosos, coqueros?” (52).
Seneusky, como símbolo de la civilización, menosprecia la barbarie indígena,
asimilándola a los animales. Ofende también a la naturaleza: “¡Déjese de macanas! ¿Usted
cree en la Pacha- ama?” (82). La Pacha-Mama o Madre Naturaleza, es venerada por los
indígenas, y esta falta de respeto le causará la muerte, en el salar, aquejado por el surumpio.
Su negativa a coquear, pues la hoja de coca alivia los síntomas, y a no comer, a pesar de ser
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4. La narrativa indigenista en Argentina
avisado de los perjuicios de la alimentación durante el apunamiento, le causará la muerte85.
Carlos, quien consintió su compañía para viajar al Salar, anticipa el deceso con un deseo
motivado por su hondo odio al europeo:
Su indiferencia hizo renacer mi odio al comerciante acaparador, al
hombre blanco que se enriquece con el trabajo de la humilde gente
puneña… ¡Cómo me hubiera gusto verlo allá, en medio del salar, tendido,
con los ojos secos, con el cuerpo agarrotado! (88)
Este odio desaparecerá unas líneas después, ante la presencia del cadáver: “Y el odio que
yo sentí por el hombre blanco que compraba, que acaparaba los panes de sal que los pobres
puneños cortaban, desapareció” (89). El poder equitativo de la muerte consigue la
compasión de Carlos.
El tercer personaje blanco, aunque está situado en un plano protagónico muy
secundario, es Don Rodolfo Giménez, símbolo del caciquismo. Como muchos hacendados,
se trasladó desde Buenos Aires a Jujuy para trabajar la tierra, que compraría a precios muy
reducidos, durante las sucesivas campañas de repoblación del territorio que promovió el
gobierno argentino desde finales del siglo XIX. La familia Chutuska trabaja para don
Rodolfo, a quien le alquila burros para trabajar en el salar, y le venden una parte de esa sal.
Probablemente el hijo mayor de Rosario es un bastardo de don Rodolfo, pues lleva su
mismo nombre y ella trabajó como sirvienta en su casa. Trata a los indígenas de forma
degradante, les grita, les ordena, los insulta e incluso los golpea: “¡Tomá, grandísima perra!
– exclamó encolerizado el caballero -. ¡Tomá! – Y en las espaldas restalló la lonja de su
talero” (181). Asume, además, que son propiedad suya cuando no tolera que otro blanco
como Carlos los humille.
187
4. La narrativa indigenista en Argentina
Carlos, finalmente, es el único blanco consciente de la explotación y de sus propios
abusos a la familia Chutuska, aunque insiste en un comportamiento irresponsable, infantil y
egoísta. Su compasión va más allá de la simple pena, e incluso ofrece la solución para
soliviantar parte de los males de la población indígena: la educación. Sin embargo, el trato
hacia ellos sigue siendo desigual y clasista. Los indígenas nunca cesarán de utilizar el
vocativo de cortesía hacia los blancos mientras Carlos (al igual que el resto de no
indígenas) los tutea e incluso les impone su superioridad con mandatos: “Ensillá las mulas”
(102). La conciencia de clase en Carlos es patente cuando se dirige a su supuesto hijo y lo
conmina a llamarlo “tatita” (Delrio et al.):
Bajaba los ojos, avergonzado. No era posible; no, no, él no podía ser hijo
mío. Él, un pobre chango calzado de viejas ojotas de suela, un pobre
chango que llevaba sobre las carnes una burda camisa de picote “áspero”
y unos pantalones y una chaqueta de cordellate, no podía ser hijo de un
caballero (124).
Su posición de “caballero” frente a la pobreza indígena le capacita para demostrar su
superioridad ante ellos. Por eso, no duda en humillar a Javier Chutuska una y otra vez y en
compartir alimentos que los indígenas rara vez prueban.
En contraste con estos cuatro únicos personajes, los indígenas pueblan las páginas
de El salar. Además de la familia Chutuska, nos encontramos con salineros trabajando,
hombres por el camino y bolicheros. No solo comparten la raza, sino la pobreza, y todos
ellos lo señalan: Javier Chutuska: “Dejala a veinte, Tatay; somos pobres…” (56), el
bolichero: “Están en la casa de un pobre” (75); Kallpanchay: “Porquito, pu’, señor. Ya no
podemos comer ni pan pu’, señor, porque la harina está por las nubes” (135); el salinero:
“Poquito es, pu’, señor. Y todo está por las nubes: la coca sube, las chatas de alcohol suben;
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4. La narrativa indigenista en Argentina
la harina flor sube; el maíz sube. Sólo la carga de sal…, baja…No nos tienen lástima,
señor” (142). A su lado, los blancos derrochan el dinero, mostrando su superioridad
económica, que los indios observan con resignación. Así, El salar ofrece una imagen
realista de la sociedad del noroeste argentino: la población es mayoritariamente indígena y
es explotada por un puñado de blancos de los cuales, la mitad son extranjeros. Sin embargo,
aunque el argentino no indígena subraya una diferenciación bien patente entre ellos y los
inmigrantes, el indígena adopta la misma posición de sumisión ante cualquier blanco, que
es percibida como hostilidad por este: “Pensé yo en el antiguo rencor que el indio guarda
para el blanco. Es un rencor que no morirá nunca” (72). Carlos se esfuerza por intentar
agradar a los indígenas trabajando junto a ellos y compartiendo su costosa comida, de la
misma manera que los inmigrantes intentan agradar al argentino blanco, estableciendo así
una sociedad de tres niveles económicos inversamente proporcional a la propiedad histórica
de la tierra. Al invertirse este derecho histórico, surge un rencor vertical cuya cúspide
pretende relajar mediante un interés hipócrita. En resumen, el indígena odia al blanco en
general por arrebatarle la tierra y someterlo y el blanco pretende sosegarlo mediante
dádivas interesadas. Carlos ayuda a los salineros, pero espera obtener a cambio el cariño de
su hijo, mientras sigue humillando a Javier. Por su parte, Rodolfo aconseja a Javier en
contra de don Carlos, del que pretende evitar que se convierta en su patrón, y golpea a
Rosario por no haber llevado la sal. En el otro ámbito, Seneusky y Abud agasajan a Carlos,
del que perciben su desdén, para poder ser tratados como argentinos. Por lo general, los
inmigrantes son más poderosos económicamente, y esta es una de las causas del odio contra
ellos.
189
4. La narrativa indigenista en Argentina
Quienes no tienen nada que perder, sin embargo, demuestran mayor entidad moral,
desde el menor, José Luis, de ocho años, hasta el mayor, Javier Chutuska, de más de
sesenta. Mientras las aspiraciones vitales de los blancos se centran en pautas sociales que
los alejan de la realidad natural, los indígenas se agarran a la tierra y la familia. Por eso,
términos como el honor le son indiferentes a Javier: “¡Qué fenómeno de marido! ¿O es que
esta pobre gente no tiene una idea, siquiera remota, de lo que es el honor?” (51). La
riqueza, aunque resulta atractiva a los indígenas por la posibilidad de cambiar la dieta, no
ofrece garantías, y lo sabe bien el pequeño José Luis, que ante las promesas de don Carlos,
sigue negando su paternidad. Don Carlos, en cambio, continúa creyendo que el cariño del
hijo se gana con regalos y no con la presencia que sí ha tenido Javier Chutuska: “el hijo a
quien jamás había dado yo ni cinco centavos” (28).
Los indígenas aceptan su destino con humildad y resignación. Consienten toda clase
de tropelías hacia ellos, las violaciones, las humillaciones, la explotación indiscriminada,
pero no toleran la transgresión de sus tradiciones. La familia y la Pacha-Mama son sagrados
y se rebelan contra su quebrantamiento. Javier Chutuska esgrime un lacónico “Dejámelo,
señor”, cada vez que don Carlos intenta arrebatarle al niño y Rosario decide hacer
desaparecer a don Carlos una vez que su familia se ha roto, pero prefiere que la PachaMama se encargue del trabajo final, que no lo cumple porque el protagonista sí la respeta.
El acto final de abandonar a su familia por parte de Javier Chutuska, responde a un
castigo infringido a Rosario, quien no ha sabido detener a don Carlos. La falta de rigor de la
indígena puede extenderse a toda la raza, quienes no han podido o sabido frenar el atropello
blanco, que continuará mientras no se levanten contra el invasor. La lección aprendida en
El salar conmina a las corrientes indigenistas a dejar que sean ellos mismos, sin la
190
4. La narrativa indigenista en Argentina
intervención del blanco, quienes lideren su liberación, como anticipó González Prada, allá
en 1904, en Nuestros indios:
Al indio no se le predique humildad y resignación, sino orgullo y
rebeldía. ¿Qué ha ganado con trescientos o cuatrocientos años de
conformidad y paciencia? Mientras menos autoridades sufra, de mayores
daños se liberta. Hay un hecho revelador: reina mayor bienestar en las
comarcas más distantes de las grandes haciendas, se disfruta de más
orden y tranquilidad en los pueblos menos frecuentados por las
autoridades. En resumen: el indio se redimirá merced a su esfuerzo
propio, no por la humanización de sus opresores. Todo blanco es, más o
menos, un Pizarro, un Valverde o un Areche ( onzález Prada 19).
El salar pues, no es la narración de una explotación aislada. La trama es una excusa
para describir las durísimas condiciones de vida de toda una comunidad que es
sistemáticamente oprimida por su entorno físico y humano y la indiferencia de la mal
llamada civilización quienes, como mucho, los compadecen, aunque a un nivel
animalizado. Los indígenas solo pueden refugiarse en su misticismo para soliviantar su
miseria, a la que no se enfrentan.
Aunque es obvia la catalogación de novela indigenista por la síntesis ofrecida, los
procedimientos internos de la novela, que escapan a cualquier resumen argumental,
revelarán además que en El salar existen ciertos rasgos neoindigenistas, por lo que
tomaremos en cuenta las tesis propuestas por Escajadillo y Cornejo Polar para su análisis.
Según Tomás Escajadillo, son necesarios tres factores (que son compartidos
también por José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Concha Meléndez y Aída
Cometta Manzoni) para considerar indigenista a una novela, a saber, el sentimiento de
reivindicación social, la superación de lastres pasados y la proximidad al mundo novelado.
191
4. La narrativa indigenista en Argentina
Es incuestionable la presencia de estos tres factores en la novela de Burgos, por lo demás
manifiestos también en multitud de narraciones de la época y, en consecuencia, el resto de
obras analizadas a lo largo de este trabajo. Sin embargo, el problema radica en la
actualización o desautomatización de El salar en contraste con el resto, hecho innegable y
que coloca a esta novela en un nivel superior estética y retóricamente hablando. Aunque
Escajadillo formula su teoría del neoindigenismo en base a las últimas obras de José María
Arguedas; es decir, convierte a Los ríos profundos y Todas las sangres en un patrón,
adaptaremos las características propuestas para reivindicar la adscripción de El salar a una
escala privilegiada dentro de la narrativa indigenista.
El primer factor, el realismo mágico, se observa a lo largo de la novela de Burgos
por medio de los personajes que habitan un mundo donde los elementos supernaturales
forman parte de la realidad diaria. El estrato mágico en El salar se identifica con la muerte,
que los salineros llaman “la archila”. En torno a ella se dibujan varios mitos cuya
actualización es plenamente real en los universos indígena y no indígena, ya que Carlos
participa de estas creencias. No asistimos, como en el indigenismo ortodoxo, a dos planos
diferentes, donde lo mágico se presenta fuera de lo real, sino en un único plano real-real.
Carlos sabe que un cadáver en la Puna debe ser ahorcado para que el mal no le salga por la
boca y entre dentro de su cuerpo, y que no debe pasar la noche con el cadáver para que no
se transforme en Barchila. Estas creencias fantásticas son asumidas de manera natural por
los habitantes de la Puna y los que la conocen. El occidental que duda de tales realidades,
como Seneusky, es derrotado por el mismo mito, que niega su propia existencia al matarlo
en la Puna. De esta manera, el plano imaginario condena al plano racional, y permite que,
en el universo indígena, solo sobreviva lo mágico.
192
4. La narrativa indigenista en Argentina
El segundo factor, la intensificación del lirismo, se distingue del indigenismo
ortodoxo en cuanto a su incremento respecto a las obras anteriores, en donde el elemento
denunciatorio se anteponía al lírico. El salar es una novela altamente poética. Las
descripciones del paisaje, de los personajes, de los estados de ánimo, de las
situaciones…Existen en su narrativa muchos elementos exclusivamente poéticos como la
aliteración, la repetición, la personificación, y sobre todo, la transmisión de significado a
través de la lírica. Como elemento objetivo, insistiremos en la primera persona en la que
está escrita la novela, y añadiremos algunos párrafos que muestran claramente la actitud
lírica de Burgos.
Cuando Carlos está llegando al altiplano en el tren, observa el paisaje: “Pasaban las
horas, pasaban, con paso de tortuga. A una y otra mano de la vía, cerros y cerros, cerros
morados, rosados, azules, gríseos. Y a lo largo de la quebrada, un río claro, sonoro” (31). El
ritmo de la narración se asemeja a un poema, transmite la lentitud del tiempo y la
reiteración del paisaje con las repeticiones, el sonido del agua con la aliteración y el
colorido de las montañas con la enumeración asindética.
La descripción del trabajo en el salar es todo un ejemplo de prosa poética. Las
enumeraciones, las anáforas, los paralelismos, las aliteraciones y el ritmo transmiten la
dureza del trabajo, la miseria de los indígenas, la soledad del salar. Solo la estructura
narrativa impide una adscripción plena al poema:
Los conocía bien. Venían de tiempo en tiempo, cuando en la lejana choza
de paja, barro, piedra e iro, ya no tenían harina de maíz para el espesao,
maíz para piri, coca para el acuyico, chatas de alcochol de noventa y
cinco grados para matar el frío y despertar la alegría. Venían de vez en
vez, a la zaga de sus burros cargueros, burros vizcachillos, pardos,
193
4. La narrativa indigenista en Argentina
cariblancos, de largas orejas adornadas con flores rojas de lana. Traían
sal, panes bermejos de sal, cortados allá, en el remoto salar reverberante y
helado. Treinta, cuarenta y más leguas, a pie, en pos de las bestias,
emponchados todos los hombres: el padre, los changos; la madre,
arrebozada con su lliclla. Treinta, cuarenta y más leguas, a pie, sin una
palabra – sin una – en horas enteras. La Rosario escondía las manos
ateridas bajo el manto; no podía hilar; el huso iba clavado en la faja que
apretaba la cintura. Horas y horas sin hablar. Javier Chutuska, la Rosario
y los dos changos mayores, coqueaban durante todo el camino y al
masticar las amargas “pastillas verdes” pensaban en los quintos de plata
boliviana que habían oído sonar en el cajón del mostrador del turco
Abud; pensaban en las piezas de lienzo amarilloso, en las botellas de
alcohol de noventa y cinco grados, botellas de colorado rótulo. Treinta,
cuarenta y más leguas a pie, por cerreros caminos, por huellas marcadas
en un llano cubierto de tolares, por caminos blanquizcos, gríseos, pardos.
Vivían para trabajar, para entregarle al hombre blanco el fruto de su
trabajo. Le pedían poco para vivir, para mantener el cuerpo keswa. ¡Oh,
la milenaria y vencida raza! (49-50).
A lo largo de la narración se reiteran pasajes como el anterior. La descripción no se
entiende sin el lirismo característico de la prosa de Burgos, que más que fotografiar, pinta
de manera impresionista los tipos, los paisajes, los mitos y los sentimientos. El epíteto,
pues, se convierte en elemento imprescindible y la metáfora intensifica el efecto realista:
“El incendio de las cresterías empezó no bien el sol se recostaba para el lado de Chile y del
mar Pacífico” (91). El salar se transforma en un estado de ánimo, un personaje más, que
modifica las actitudes de sus pobladores. El componente lírico resulta indispensable: “ e
di cata de lo que es el altiplano, la Puna casi desierta, inmensa, frígida, alta pampa muerta
bajo un cielo indiferente y uniforme” (127). El transcurso de la vida se entremezcla con la
cotidianeidad y el paisaje, que transmiten el temple de los habitantes:
194
4. La narrativa indigenista en Argentina
¿Qué vería él, a lo lejos, con su pobre imaginación, imaginación que tenía
por delante la eterna valla de unos cerros azules y remotos? ¡Qué vería él,
con los ojos opacos de su imaginación! Pequeño era su mundo: un
altiplano frígido, vestido de tolas y añaguas; montes y montes; el Salar
blanco y relumbrante a la hora en que el sol aprieta; cielos, cielos, ovejas,
burros, llamas, salineros; la voz distinta y antojadiza del viento, el
reventón de los truenos. ¿Y qué más? La noche, el silencio, la muerte
(123).
Para el tercer factor, el crecimiento del espacio en consonancia con la realidad
indígena, Escajadillo toma como ejemplo Todas las sangres, ya que la novela pretendía
totalizar un problema aparentemente local. Citamos las palabras de Arguedas sobre la
intención de su novela:
En mi último libro, que se llama "Todas las Sangres", se trata de
demostrar la descomposición que en ese momento estaba ocurriendo en la
zona más atrasada del país, como consecuencia de la apertura de las
carreteras, de mayor vinculación a las regiones más industrializadas; las
poblaciones de las comunidades y de las haciendas invaden las haciendas
o se vienen a las ciudades. Y esta descomposición de la sociedad andina
peruana yo creo que obedece a un plan muy meditado, muy
inteligentemente meditado por las clases dominantes del Perú. Se ha
tratado de demostrar en este libro la relación de poderes y de los
mecanismos de dominación, que va desde las potencias que dominan el
mundo, hasta cómo esas potencias, por intermedio de los grupos
dominantes del país, aceleran esa descomposición de la sierra peruana. La
forma de explotación de las tierras mediante siervos, que fue buena hasta
hace treinta años, ahora ya no lo es. Hay la intención planificada de
acabar con ese tipo de explotación de la tierra, y los indios están siendo
desalojados, o ellos mismos están abandonando los feudos y se están
195
4. La narrativa indigenista en Argentina
convirtiendo en obreros o en sirvientes en las ciudades (Escajadillo La
narrativa... 66).
La situación del indígena argentino variaba respecto a la del peruano en muchos aspectos.
En primer lugar, la visibilidad era opuesta. Más de la mitad de los habitantes peruanos son
indígenas o mestizos. En Argentina este porcentaje no alcanza el 5%, aunque como se
mencionó en capítulos anteriores, el mestizaje puede rebasar el 70%. Sin embargo, las
políticas de asimilación llevadas a cabo a finales del siglo XIX destruyeron gran parte del
legado prehispánico, mientras que los indígenas no asimilados fueron siendo desplazados
hacia las fronteras más septentrionales del país y sus tierras fueron vendidas a la oligarquía,
quienes prácticamente esclavizaban a sus pobladores en un régimen semifeudal. En El salar
se observa la gran concentración de indígenas en un espacio relativamente pequeño en
comparación con todo el país argentino, pero que pretende representar, si no a Jujuy, a todo
el noroeste, o al menos, el altiplano. Los indígenas han sido arrinconados a la zona más
agreste y son obligados a trabajar en las más penosas condiciones para sobrevivir, bajo un
régimen oligárquico que los explota, desde el pequeño comerciante local, como Abud,
hasta el exportador porteño, como Seneusky, ante la ceguera del gobierno, que los ignora,
aunque Burgos se encarga de repartir culpabilidades, de nuevo, con un mensaje subliminar:
“¿No le parece, compañero, que a estos acaparadores les debía dar una buena lección el
obierno Nacional?” (38). Si bien en el altiplano, los indígenas son mayoría, en el resto del
país representan una ínfima parte, una minoría que es sistemáticamente invisibilizada por
parte de un gobierno que, históricamente ha tomado medidas para borrar el rastro de sangre
indígena. La novela de Fausto Burgos simboliza, en último término, la magnitud y el éxito
de estas políticas, que han posibilitado su imperceptibilidad, trascendiendo fronteras, a
pesar de la evidente alta calidad literaria de El salar.
196
4. La narrativa indigenista en Argentina
Para el último aspecto, el perfeccionamiento de la técnica narrativa, hemos de
detenernos en considerar la producción artística de Burgos en el marco de su generación. El
escritor tucumano, es cierto, estuvo muy próximo a los grupos vanguardistas mendocinos
de finales de los años 20, en particular al grupo “ egáfono”. Sin embargo, se desvinculó
estilísticamente de estos y se centró en su renovación personal, por lo que podemos apreciar
ciertos rasgos ultraístas y creacionistas en su narrativa, aunque no una adaptación
puramente joyceana de recursos novelescos. La prosa de Burgos se caracteriza por un
neorrealismo postmodernista cuyas técnicas narrativas profundizan en dificultad a las de los
anteriores autores. Burgos no es un escritor de estampas costumbristas y descripciones
literales del terruño. Por el contrario, busca la inserción de personajes impersonales y la
influencia de estos en el resto del elenco, como la implicación del paisaje, en concreto del
salar, verdadero protagonista de la novela, que se inmiscuye en la cotidianeidad, en los
fundamentos de la vida misma e incluso en el origen y destino del mundo, como un
semidiós que da vida y da muerte, es omnisciente y omnipotente y hasta a veces ubicuo en
su universo.
Por otra parte, el uso que hace Burgos de la anacronía revela una premeditación
argumentativa, pues la prolepsis es tan sutil, que puede llegar a pasar inadvertida, aunque
su importancia es vital en el desarrollo de la trama. Solo tres veces se hace alusión al hecho
de que don Carlos sobrevive al salar, pero al ocurrir con anterioridad al desenlace, y
respecto a hechos aparentemente sin mayor trascendencia, una lectura detenida requerirá
estos datos para la comprensión del conjunto de la novela. En este sentido, debe ser
observado que Burgos no deja ninguna palabra al azar, ni existen elementos prescindibles.
El simbolismo provoca a su vez un efecto esencial para el hilo argumentativo, pues el final
197
4. La narrativa indigenista en Argentina
de don Carlos implica una ceguera física que acompañe a la emocional que ha sufrido
durante toda la estancia con los Chutuska. Efectivamente, parte de la venganza de Rosario
se cumple con todo el misticismo de la puna:
-
Dos cóndores negros te sacarán los ojos y la lengua larga.
-
Sentí el zumbido violento de dos alas enormes
José Luis retiró su manita helada.
-
Y después, te tapará la nieve, señor.
Sentí como si la Muerte hubiese pasado tocándome los cabellos.
-
Dos cóndores negros te andan persiguiendo, señor.
iralos…
Abrí los ojos; estaba la noche negra en mis ojos. Lancé un grito de
angustia (192-193).
Estos cuatro recursos bastan para situar la novela de Burgos en un escalón superior al resto
de novelas indigenistas tratadas en esta tesis. Recordemos que Escajadillo habla de
“complejización”, no de “introducción”, así como anteriormente insistía en la
“intensificación” del componente lírico, no su “aparición”. Al no constituir estos elementos
novedosos, sino simplemente una renovación, el terreno por el que nos movemos puede
volverse ambiguo, puesto que se necesita una comparación con otras obras. Escajadillo, así
como Cornejo Polar, contrastan las novelas del segundo Arguedas con las primeras del
indigenismo, o incluso las del primer Arguedas. Para nuestro estudio se precisa congruente
una comparativa con las obras argentinas, habida cuenta de que estas han sido consideradas
indigenistas en este estudio, de acuerdo con las tesis propuestas por los diferentes críticos.
198
4. La narrativa indigenista en Argentina
Además de estos cuatro elementos, y siguiendo con el modelo de la obra de
Arguedas, sería justo añadir la crítica de Ángel Rama con respecto al indigenismo puro y
que, según él, solo logró el andahuaylino, por haber sabido mostrar la realidad indígena en
sus textos literarios. Rama ahonda en la caracterización de la transculturalidad de Arguedas,
y afirma que solo iniciada la década de 1950 se puede hablar de un indigenismo preciso,
oponiéndolo al movimiento anterior, que califica como “mesticismo”, y al que atribuye
rasgos regionalistas muy específicos de la región cuzqueña, como lo son la cualidad nuclear
y dominante de la cultura quechua y el aislamiento geográfico de la región. El tercer rasgo,
la denuncia social, ya no reviste, en la obra de Arguedas, el sometimiento típico de las
obras de los años 20, sino que reflexiona sobre lo que el progreso solicitado por los
primeros indigenistas ha causado en las sociedades andinas.
Si bien el movimiento indigenista en Perú, debido a su repercusión social y política,
logró remover los cimientos de la sociedad, sus ecos no llegaron a resonar en Argentina, en
donde ante la invisibilidad manifiesta de los indígenas, no solo no se produjeron cambios
significativos, sino que culturalmente no se pudo avanzar como sí se hizo en el país vecino.
Según la perspectiva de Rama, por otra parte etnocentrista, la obra de Burgos no sería
equiparable a la de Arguedas.
Sin pretender asimilar el recorrido indigenista del genio peruano a la obra de Fausto
Burgos, debemos volver a las palabras introductorias de este capítulo que nivelaban la
figura de ambos en los dos países. Fausto Burgos no fue un transculturado como lo fue José
María Arguedas, pero su trayectoria narrativa rescató del olvido, al menos durante algunos
años, a los indígenas argentinos. Fausto Burgos tampoco dedicó su vida a la antropología
199
4. La narrativa indigenista en Argentina
como sí lo hizo Arguedas, pero junto a su mujer consagró su tiempo en Medinas
reivindicando el folklore precolombino al crear un taller donde tejía ponchos tradicionales.
El salar quizá no exhibe los rasgos de una sociedad marcadamente quechua que
reclama unos derechos que cree merecer. En El salar, los indígenas son parias, sin derechos
y sin esperanzas de conseguirlos, eternamente redimidos al poder del blanco a quien no
osan mirar a los ojos. Ahí radica la diferenciación de la obra de Burgos respecto a las
predecesoras, un salar que representa la muerte en vida de sus habitantes, la cruel realidad
del indígena argentino.
200
4. La narrativa indigenista en Argentina
NOTAS
72
“En 1848, Juana Manuela Gorriti publica una novela de corte histórico, titulada La Quena. Este hecho, sin
duda, sitúa a la escritora en el papel que la historia de la literatura debe reconocerle: el de ser la primera
novelista argentina” (Poderti 92).
73
“El incaísmo puede caracterizarse como la representación de la conquista generada por el grupo criollo, que
asume como tarea la construcción de la nación. Esta literatura toma como personajes a los soberanos incas y
concibe a la colonia como un período nefasto, contrapuesto al orden precolonial; el tópico de la venganza
posibilita la relación incas-patriotas. El incaísmo sólo procesa el pasado, ignorando el presente de la
mayoritaria población indígena, lo que lo diferencia del indigenismo, en tanto éste ya se propone reivindicar
los derechos del indígena” (Royo 35).
74
“Debe señalarse que el cuento de esta autora tiene la misma estructura básica de Aves sin nido escrita unos
treinta años después por Clorinda Matto de Turner. Este hecho no ha sido tomado en cuenta por los críticos de
la literatura indigenista, ya que las obras de J.M. Gorriti han sido injustamente ignoradas” (Kristal 31).
75 “En este texto, Lucio V. se adelanta ochenta años a las ideas postcoloniales, ya que intenta realizar un
revisionismo crítico de los pilares epistemológicos derivados de las relaciones históricas entre razas o culturas
dominantes y dominadas…Se comprende que la barbarie del colonizado no le es propia, sino que es una más
de las imposiciones del colonizador, quien lo reduce al estado de la barbarie al privarlo del acceso a los
medios de vida básicos para su desarrollo comunitario y cultural. El accionar del colonizador tiene por objeto
desmembrar la otra cultura, empobrecerla, paralizarla, para que el dominio le resulte más fácil de ejercer
sobre ella” (Pérez Gras 281).
76
“La presencia de lo indígena se representa, tanto a nivel ficcional como en el discurso del narrador, en
conflicto respecto del modo de vida dominante basado en el modelo de civilización occidental y urbano. Pero
tal como sucedía en otros relatos, a esto se suma un segundo conflicto (sentimental y que confronta a dos
generaciones) que pone en escena el carácter transicional que cobra el modo de vida pampeano imaginado,
respecto de una orientación “necesaria”, percibida como indefectible, hacia los procesos de modernización
cuyas consecuencias las narraciones perciben no sólo a nivel material sino a nivel cultural y moral (de allí la
atención puesta en las costumbres y su modificación)”(Merbilhaá 100).
77
“Los indígenas pertenecientes a la encomienda de Casabindo y Cochinoca habían sido “originarios”, es
decir, tenían derechos reconocidos relacionados con la tierra. Después de la independencia, los descendientes
del marqués argumentaron que la posesión de la encomienda incluía derechos sobre las tierras de sus indios,
por lo que comenzaron a cobrarles arriendo. Esto motivó el comienzo de un litigio (y de numerosos
reclamos)” (Teruel y Lagos 395).
78
“La recluta de indígenas por parte de los ingenios se realizaba enviando expediciones hacia la espesura del
Chaco en busca de algunas de las tribus, una vez contactada se convencía al cacique a través de “regalos” y
presentes. Una vez que el cacique aceptaba trasladar a su gente a los ingenios se movilizaban a pie, muchas
veces decenas de kilómetros, hasta la estación del ferrocarril y desde allí eran subidos en vagones de carga,
como animales, para ser transportados hacia los ingenios.
El ejército era el principal órgano coercitivo, que aseguraba que aquellas tribus reacias a trasladarse a trabajar
en la zafra azucarera, lo hicieran bajo amenaza de represión. Así, en los meses de la cosecha de la caña, el
ejército montaba un cuartel en la zona de los ingenios para asegurar “el buen comportamiento indígena”, es
decir, dejarse explotar brutalmente sin derecho a protesta, siendo además, estos agentes del Estado, los
garantes de la permanencia de los indígenas en la zafra, ya que aquellos que huían hacia el monte eran traídos
201
4. La narrativa indigenista en Argentina
nuevamente por el ejército hacia el ingenio…Los trabajadores vinculados al ingenio padecían -como lo
señalan todos los trabajos referidos al tema-, unas condiciones sanitarias pésimas. Respecto de las viviendas
de los indígenas, que eran chozas construidas por ramas y paja, los inspectores del trabajo alertaban en sus
informes que éstas constituían un importante foco infeccioso. Por su parte, la peonada criolla vivía en
condiciones de hacinamiento en cuartos o pequeños galpones cedidos por la empresa. Tanto indígenas como
criollos compartían una pésima nutrición, que sumada a la terrible explotación a la que eran sometidos eran
las causales de que los índices de mortalidad infantil, alcoholismo, enfermedades venéreas y otras como el
paludismo y la tuberculosis fueran elevadísimos, triplicando o cuadruplicando los índices nacionales”
(Ogando n/p).
79
“Aunque en general los indígenas parecen peones, en la escena del ritual en las que los indígenas se
convocan para planear la resistencia se produce un retroceso y se los presenta con vinchas de plumas y pieles,
y aún provistos con arco y flecha, tal como aparece el protagonista al recordar la época que antecede a la
reservación y al período en que escapa y vive en el Chaco” (Tompkins 108).
80
“Tanto se subraya su mugre, promiscuidad y embrutecimiento, y a la vez tan poco sitio se hace a sus
valores espirituales, que el resultado nos da un ser híbrido, mitad hombre y mitad animal. No un ser humano
oprimido que precisa liberarse de tal opresión, sino un remedo de hombre al que se debe transferir por caridad
los atributos de lo humano, restituir (o instituir) la dignidad. O sea que su destino no está en sus manos, sino
en las del blanco, en las del indigenista…Los autores transitan impunemente por la mentalidad del indígena, y
sin tomar mayores recaudos le atribuyen ideas, pensamientos y mecanismos que nada tienen que ver con él.
Se trata en verdad de un lenguaje ajeno que se le adjudica como propio, una ideología en la que el indio jamás
terminaría de reconocerse” (Saintoul 52).
81
“A través de la prensa se manifiestan las ideas positivistas imperantes en términos de "civilización o
barbarie", que suponen una legitimación ideológica hacia las concepciones que "demonizan" a los pueblos
indígenas, justificando así el accionar del Estado. Los distintos diarios se posicionan frente a las medidas de
represión planteadas, que pueden resumirse de esta manera: por un lado, impedir el desarrollo de la cultura
"salvaje" para que todos estos individuos pudiesen ser convenientemente incorporados como mano de obra
para el desarrollo productivo del país; por el otro, exterminar definitivamente a estos pobladores considerados
un obstáculo al avance de la civilización, "liberando" sus territorios para la llegada de inmigrantes europeos”
(Greca "Un proceso de rebelión...")
82
“La primacía del individuo no se produce en la novela indigenista, no tanto por carecer de personajes
suficientemente caracterizados, que era la objeción que Ciro Alegría hacía a la novela regional, sino, sobre
todo, porque los personajes, en especial los protagonistas, expanden su significación muy por encima del
ámbito que les correspondería como individuos. A veces hasta alegóricos, los personajes de este sistema
novelístico no desarrollan ante el lector una aventura individual sino, más bien, una historia colectiva y
simbólica” (Cornejo Polar Literatura y sociedad... 69).
83
“Aquel año llegó al Cusco el escritor tucumano Fausto urgos, hombre con antepasados indígenas y autor
de relatos relacionados con la vida andina del norte de su patria, como Cuentos de la puna, KanchisSorucoy
Coca, chicha y alcohol. Burgos era un literato de estilo gorkiano, en cuyos escritos desfilaban tipos humildes:
el indio, el criollo y los hombres de campo, teniendo como telón de fondo la sierra y la pampa. Llegó al Cusco
buscando la continuidad de las costumbres y paisajes de su Tucumán; de ese viaje resultó su libro La cabeza
de Wiracocha, publicado en 1932. Burgos quedó muy impresionado por la campaña indigenista que
realizábamos con Uriel García y otros compañeros de ideales, razón por la que, a este último y a mí, nos
invitó a colaborar en "La Prensa", uno de los más prestigiosos periódicos de la capital argentina” ( alcárcel
Memorias 223).
84
“Concretamente, Ricardo Tudela se declara admirador del cubismo y el surrealismo, a pesar de su amor por
el simbolismo y la antología Megáfono, un filón de la literatura mendocina de hoy, rezuma influencias de
ómez de la Serna, de Lorca y de los ultraístas españoles, además de dadaísmo, creacionismo y surrealismo”
(Videla de Rivero "Notas sobre la literatura..." 203).
202
4. La narrativa indigenista en Argentina
85
“El combate [entre el bien y el mal] se lleva a cabo en el Salar, que se transforma en un escenario
penitencial para ambos grupos…Para los blancos, que mueren apunados, como en el caso de Seneusky,
porque no respetó la madre naturaleza, obedeciendo los preceptos higiénicos que deben cumplirse en la puna”
(Tacconi de Gómez 87)
203
Conclusiones
CONCLUSIONES
El objetivo primordial de esta investigación radica en la demostración de la
existencia del fenómeno literario conocido como indigenismo en Argentina, habida cuenta
del silencio crítico homogéneo respecto a este asunto tanto dentro como fuera del país
austral.
Tras observarse cinco ejemplos literarios tan válidos desde el punto de vista teórico
de considerarse indigenistas como sus homólogos en los países nucleares de la corriente,
sería lícito afirmar la corroboración de esta tesis y darla por finalizada en este punto. Sin
embargo, se presenta desde aquí la obligatoriedad de cuestionarnos las razones de esta
omisión. En estas conclusiones intentaremos dar respuesta a preguntas como: ¿se admite la
utilización del término indigenismo en países distintos a Perú, donde el movimiento social
análogo dio nombre al literario?; ¿qué papel juega el origen de los escritores en el olvido
por parte de la crítica?; ¿Por qué críticos tan reputados en este campo, como Antonio
Cornejo Polar, nunca han mencionado ninguna obra argentina? ¿A qué se debe que
escritores tan leídos en su tiempo como Fausto Burgos nunca hayan entrado en el canon?
¿Existen unos rasgos precisos y exclusivos del indigenismo en la literatura argentina?
Además, expondremos la necesidad de una investigación continuada, con el planteamiento
de las líneas futuras que ahora se abren.
Adecuación del término indigenismo a otros países
En el primer capítulo dedicamos un apartado a la adecuación de las teorías
indigenistas peruanas a la realidad literaria argentina, apuntando como razón la validez de
204
Conclusiones
dichas teorías a las obras en cuestión, y señalando la inconveniencia de no hacerlo por el
origen del término.
Efectivamente, el término “indigenismo” nació en el Perú como un movimiento
social que reclamaba los derechos sustraídos a los indígenas de ese país y que se había
iniciado a principios del siglo XX bajo el amparo de Manuel González Prada.
Paralelamente, fueron publicándose obras literarias cuya temática principal era la denuncia
social y cuyos inicios pueden situarse a mediados del siglo XIX (las obras de Clorinda
Matto de Turner o Narciso Aréstegui). Los años de eclosión del movimiento literario
coincidieron con los del social (1920-1940), y poco a poco, la tendencia literaria fue
desvaneciéndose. No, en cambio, el movimiento social, que después de extenderse hacia el
resto de países de América con poblaciones indígenas, sigue estando vigente hoy en día, y
cuyas justas reclamaciones han logrado poner freno a las injusticias cometidas sobre el
indígena en Latinoamérica. Específicamente, en Argentina, el reconocimiento a la identidad
indígena se materializó oficialmente en la Reforma Constitucional de 1994, y aunque las
actuales leyes pretenden romper con la desigualdad, el racismo, la desvalorización cultural
y la condescendencia de 500 años, en la práctica los avances son escasos (Teruel y Lagos
482).
Teniendo en cuenta las diferencias entre el movimiento social y la corriente literaria,
a pesar de su común origen, hemos de insistir en la naturaleza continuada de ambas, puesto
que aunque hemos situado los inicios del indigenismo a mediados del siglo XIX, ya
expusimos en el primer capítulo que sus verdaderos orígenes se pueden rastrear hasta
principios del siglo XVI, es decir, en el momento en el que el hombre puso su pie en
América y denunció los abusos que sus pares cometían sobre los nativos.
205
Conclusiones
El valor reivindicativo e histórico de las obras de Bartolomé de las Casas no elimina
su alcance literario, sino al contrario, une las dos facetas del indigenismo en un único
origen, el del no indígena consciente del sufrimiento de su referente en toda la América
conocida, sin delimitaciones fronterizas.
Precisamente, las conquistas de los incas determinaron buena parte de la cultura que
comparten los territorios del noroeste de Argentina, Bolivia y sur de Perú, popularmente
conocidos como el Altiplano andino. La zona conocida como Noroeste argentino
comprende las provincias de Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca y La
Rioja. La zona incaica incluye la parte septentrional, con la Puna y la Quebrada de
Huamahuaca, mientras que las sierras pampeanas o área central del NOA, no forma parte
del Altiplano andino. De hecho, dichas zonas formaron parte del Virreinato del Río de la
Plata y posteriormente, de las ya independientes Provincias Unidas del Río de la Plata. La
actual Bolivia, Paraguay y sur de Perú se escindieron en 1825.
Con esto queremos poner de relieve la ausencia de fronteras geográficas en la
reivindicación de los derechos de los indígenas, sin obviar la multitud de etnias que se
encuentran bajo ese apelativo generalizado ni las políticas indigenistas de unos y otros
países. Si bien se asume entre los círculos académicos indigenistas que el primer intelectual
en denunciar los abusos sobre los indígenas fue González Prada en los albores del siglo
XX86, no debemos olvidar la figura de María Ángela Enríquez de Vega, que en 1875
detalló en la revista de la argentina Juana Manuela Gorriti los abusos cometidos contra los
indígenas; ni que Luis Ambrosio Morante, actor argentino, escribió el drama Túpac-Amaru
en 1821. Ni por supuesto, se debe soslayar la figura de Juana Manuela Gorriti, gran
defensora de los indígenas, amiga de Ricardo Palma, benefactora de Clorinda Matto de
206
Conclusiones
Turner y residente en Lima durante tantos años que sus obras no pasaron desapercibidas. A
esto habría que añadir el probablemente primer documento cinematográfico indigenista, El
último malón, de Alcides Greca, incomprensiblemente obviado dentro y fuera del país
austral.
Sin embargo, es común leer en la literatura crítica sobre indigenismo afirmaciones
ya tomadas como universales e inapelables. Aves sin nido como precursora; Cuentos
andinos como primera novela indigenista; José Carlos Mariátegui como principal ideólogo
del indigenismo; José María Arguedas como el novelista indigenista por excelencia; Yawar
fiesta y El mundo es ancho y ajeno como primeras novelas neoindigenistas…Se observa,
por tanto, un etnocentrismo evidente en dichos estudios, en los que, por cierto, solo de
soslayo y en contadísimas ocasiones, se mencionan los datos que hemos aportado.
Dicho etnocentrismo vendría a explicar la ausencia de las obras argentinas en la
crítica peruana e incluso la denominación de indigenista en la crítica argentina; a lo que
habría que añadir la exclusividad del subtipo de indigenismo peruano, común al argentino
en sus definiciones más generales pero diferente en las específicas a la realidad de cada
país.
Es por ello que nos sentimos aquí en la obligación de establecer una redefinición del
indigenismo desde la perspectiva de la literatura argentina y tomando como referencia estas
cinco novelas.
En primer lugar, ¿asume la narrativa indigenista argentina los rasgos propios del
indigenismo global, esto es, la denuncia social, la presencia de un referente realista y la
heterogeneidad? Es evidente que todos ellos están presentes, pues sin ellos, el indigenismo
207
Conclusiones
no tendría razón de ser, y ya hemos discutido la proximidad relativa de la novela de Carrillo
al mundo indígena. Sin embargo, existen otros factores secundarios, que son específicos a
la realidad literaria, histórica y social de cada país. En el indigenismo argentino, por tanto,
no podemos asumir la renuncia al pasado glorioso como solución, ya que esta solución, de
hecho, nunca existió, al contrario que en Perú, corazón del Imperio Inca. Sí, en cambio,
tomaremos el factor de la invisibilidad como único y exclusivo a la narrativa argentina, y
que será desgranado a continuación.
Un país de blancos
En el segundo capítulo de esta tesis repasamos brevemente las políticas de
inmigración y de genocidio de los gobiernos argentinos durante la Organización Nacional
(1853-1880). La Conquista del Desierto (1878-1885) y la Campaña del Desierto Verde
(1884-1917) no constituyeron simples campañas militares por el control de la tierra, sino
que se trataron de guerras reales contra sus ocupantes originarios, quienes fueron
asesinados, esclavizados, torturados o asimilados, por el “bien de la civilización”87. Estos
supuestos beneficios se amparaban en la asunción generalizada de la superioridad de la raza
europea sobre la indígena, que los próceres del país argentino (sobre todo Domingo
Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca) se encargaron de difundir entre la población,
siguiendo los preceptos darwinistas de la época.
La masiva inmigración que sufrió Argentina entre finales del siglo XIX y principios
del XX, buscada entre otras razones, para poblar el país de blancos y sustituir a las razas
indígenas inferiores que alejaban del progreso a los argentinos produjo una conciencia
nacional de la identidad que eliminaba al sujeto indígena de su demografía, negando
incluso el mestizaje88. En el imaginario colectivo, por tanto, se asentó la idea de una
208
Conclusiones
Argentina precolombina poblada escasamente por aborígenes que fueron sustituidos
naturalmente por los españoles, más tarde por los inmigrantes, siendo la población
sobreviviente que no fue asesinada durante el siglo XIX parte del folklore nacional o
considerados extranjeros (Delrio et al. 147). De hecho existe un conocido aforismo que no
ha perdido vigencia entre la población: “Los mexicanos vienen de los aztecas, los peruanos
de los incas y los argentinos de los barcos”, señalando como única herencia genética las
poblaciones europeas89.
Las construcciones nacionales, basadas en lo que ErnestRenan llamaba “recuerdos y
olvidos”, se cimentaron durante todo el siglo XIX y gran parte del XX en la destrucción de
la población aborigen como escalera hacia la civilización por constituir aquellos el
elemento salvaje, lo cual el imaginario colectivo llegó a interiorizar. Esto supone el olvido
de que muchos de estos grupos tribales pertenecían a comunidades con organizaciones
complejas que poseían comunicación escrita; que muchos caciques ofrecieron su ayuda a
los virreyes durante las invasiones inglesas; que los indígenas eran individuos de pleno
derecho desde las primeras constituciones y nunca se les desposeyó del derecho a voto
como en países vecinos; que incluso Belgrano apoyó la idea de un Incanato; que Rosas y
itre contaron con la ayuda de otros grupos étnicos para sus campañas militares…
(Quijada "¿"Hijos de los barcos"...?"). A dichos olvidos se sumó el mentado “problema del
indio”, que se acentuó después de las Conquistas del Desierto, cuando miles de indígenas
deambulaban por el país en busca de una tierra donde asentarse y pasaron a ser sujetos con
ciudadanía, pero sin estatus racial, lo que Quijada ha llamado “invisibilización de la
diferencia” ya que, en el imaginario colectivo estaba asentada la idea de que el indio se
había extinguido. Al perder dicho estatus racial, los caciques y sus súbditos se vieron
209
Conclusiones
obligados a someterse al entramado civilizador de derechos y deberes, que implicaba entrar
en la maquinaria del trabajo, en la mayoría de los casos, forzado y en condiciones muy
inferiores a las de los criollos en similar situación socioeconómica, por su desconocimiento
del sistema.
Por otro lado, la identificación del tipo nacional al gaucho, por su posición de héroe
mítico de las Pampas, forajido, justiciero y hombre libre que nada debe al sistema, sin
herencia genética de inmigrante o indígena y cuyo origen se pierde en el origen de los
tiempos, contribuyó sin duda a la negación consistente de la existencia indígena o su
mestizaje. Si bien esta imagen del gaucho es la que sobrevivió a la realidad en la memoria
colectiva, intelectuales de la Generación del Centenario como Ricardo Rojas o Leopoldo
Lugones fomentaron la mitificación del gaucho y más tarde, en las Vanguardias, autores
con tanta autoridad como Borges consolidaron la idea del tipo nacional, acrecentando, junto
a otros, la creación de ficciones insertas en la verdadera esencia del país: el interior. Este
interior, sin embargo, no se alejaba demasiado de la gran y cosmopolita urbe de Buenos
Aires, pues la representación del espacio del gaucho se ubicaba a escasa distancia, en las
Pampas, muy lejos de los grandes centros demográficos de indígenas: el noroeste y la
Patagonia.
Por tanto, en la época del mundonovismo, criollismo o regionalismo, una obra como
Don Segundo Sombra, con la calidad literaria de Güiraldes, podía entrar en el canon, por
ensalzar la vida y milagros del gaucho, tipo argentino nacional por excelencia. No así las
novelas de Pablo Rojas Paz o Fausto Burgos que, aunque conocidos y celebrados escritores
entre sus contemporáneos, sus tipos protagónicos no encajaban con el criollismo venerado.
Al contrario, sus novelas estaban pobladas por personajes inexistentes o exóticos. Así que,
210
Conclusiones
aparte de sus asiduas colaboraciones periódicas, como era el caso de Fausto Burgos, sus
creaciones quedaron fuera del circuito bonaerense y solo han sido rescatadas por críticos
regionales.
Fuera de las fronteras argentinas, la invisibilización del indígena y el resurgimiento
del gaucho como figura nacional fueron asimilados muy pronto. En Perú, José Carlos
Mariátegui alababa la virtud de la nación argentina para crear una literatura cuyo ente
protagónico lo personificaba el ser nacional, cualidad que, a su parecer, engrandecía a la
literatura argentina y la diferenciaba del resto de literaturas latinoamericanas. El peso de
Mariátegui dentro de la crítica indigenista ha definido por ende la exclusión de la ficción
argentina, que por provenir de un país de blancos y sin población aborigen, ha perdido todo
el mérito de poder ser parte de la corriente nacida para reivindicar los derechos de los
indígenas, puesto que no existen.
Un drama amplificado
Como hemos visto a lo largo de estas páginas y, sobre todo, en el análisis de las
novelas escogidas, se ha comprobado la existencia de una tendencia literaria de corte
indigenista en la narrativa argentina cuyas semejanzas técnicas con sus homólogas
epicéntricas exigen una regeneración del discurso etnocentrista al menos en la nominación
de las obras. Sin embargo, existe un elemento divergente común a la argentina que la
distingue del resto del indigenismo latinoamericano. A la denuncia social se le añade la
denuncia ontológica, lo que podríamos llamar “indigenismo tácito”, pues hasta ahora ha
sido imperceptible.
211
Conclusiones
La denuncia más explícita la constituye Viento de la altipampa, que ya su autor
definió con las palabras clave que caracterizan nuestro indigenismo argentino: “el grito de
dolor de unas gentes olvidadas por la civilización”, lo cual muestra su conciencia sobre la
base de la problemática del indígena argentino. Los personajes de Carrizo no están inscritos
en los registros civiles ni en los libros de bautismo, por lo que sus denuncias sobre el trato
que se les infringe caerían en saco roto, pues para el estado, ellos no existen como personas.
La historia sentimental que transcribe el autor riojano constituye solo una pantalla
argumental de elementos folklóricos para indagar sobre el verdadero drama que sufren los
protagonistas.
En Perú y los países con una población indígena importante, siempre han existido
debates políticos y sociales en torno al indígena. Los García Calderón, los Mariátegui y los
Luis Valcárcel son escuchados porque el indígena es visible. En Argentina, el debate que sí
tuvo lugar en Perú sobre la mejora de las condiciones de vida del indígena, sobre su
emancipación política, su asimilación al marxismo, etc., no fueron susceptibles de suceder,
ya que no constituían una entidad social ni individual ni en el imaginario colectivo ni para
el estado.
La novela de Pablo Rojas Paz revive la conciencia de la invisibilización desde la
perspectiva de un adolescente que despierta a las injusticias cometidas contra él y “los que
son como él” por medio del agravio comparativo. Excepto el protagonista, Isidro, que
representa el paradigma de la conciencia social del indígena, el resto de personajes sobre
los que recae la opresión del blanco carecen de nombre, y es que, en realidad, no se trata de
personajes individuales, sino de colectivos sin voz. Es a esto a lo que llamamos
“indigenismo tácito, mudo o silencioso”, ya que los indígenas existen, pero no existen.
212
Conclusiones
Similar imagen es la que nos ofrece Fausto Burgos en El salar. Además de los
protagonistas, que apenas hablan, se aprecia una población importante de trabajadores
indígenas oprimidos que, mediante un recurso impresionista, aparecen en la novela
desdibujados, apenas perceptibles. En el conglomerado de voces, solo se escucha la de los
blancos, quienes dan la impresión de hacer mucho ruido entre la apacibilidad del sumiso
mundo indígena. Don Carlos, en ocasiones irritante, incluso se atreve a hablar por ellos al
intuir los pensamientos de Rosario: “¿Qué vienes a hacer aquí, malvado?”.
En Viento norte, sin embargo, la existencia de los indígenas se nos muestra como un
elemento exótico, es decir, un nivel superior a la no existencia. Así, nos adentramos en la
conciencia del porteño de principios del siglo XX, quien consideraba insólitos a los
indígenas y provenientes de un país lejano. No son considerados argentinos, sino el
enemigo, y sus quejas pueden significar la muerte. Además, Alcides Greca, al revivir en su
novela las matanzas de San Javier de 1904 y probablemente de Napalpí en 1923, realiza un
ejercicio de memoria, que paradójicamente fue aniquilado por los sucesivos gobiernos,
quienes intentaron silenciar dichas masacres. Solo en enero de 2008 el gobierno del Chaco
pidió perdón públicamente por Napalpí y se le rindió homenaje a las víctimas (Schneider).
Esto pone de manifiesto la escasa atención que recibían las poblaciones nativas por parte
del imaginario colectivo y el estatal, lo cual quedaba siempre asociado a una causa
ontológica.
De las novelas analizadas en esta tesis, la que menos reviste este típico rasgo
indigenista de la narrativa argentina corresponde a la de Horacio Carrillo, para quien no hay
duda de la existencia de los indígenas y de sus problemas. Sin embargo, es necesario
puntualizar que en ningún momento de la narración se califica a los indígenas como tales,
213
Conclusiones
excepto a los indios tobas, para los que Carrillo y sus personajes habitan un universo
totalmente diferente y asalvajado. La imagen representada corresponde a una comunidad
extranjera y anacrónica con la que el autor jujeño se muestra inhóspito y pretende justificar
así su exterminio. Con los puneños, no obstante, remite a otra catalogación que la exime de
pertenencia racial, por lo que el autor adolece del mismo pecado que sus contemporáneos:
la negación étnica inconsciente. Los indígenas existen, pero no son indígenas.
De esta manera, asistimos a tres grados de invisibilización: la negación racial, el
exotismo y la invisibilidad. Estas tres maneras de obviar a la población aborigen
constituyen la característica determinante del indigenismo en la literatura argentina, que
eleva la reivindicación indigenista a un rango dramático aún más adverso.
El salar, primus inter pares
El discurso etnocentrista de la crítica indigenista fija 1941 como el año en el que se
inicia un nuevo estilo de indigenismo: el neoindigenismo. Con esta nueva tendencia, dentro
por supuesto de una evolución, se superaban las debilidades técnicas y temáticas que
adolecían las anteriores obras y que, por cierto, pueden señalarse en las novelas aquí
tratadas.
Tanto Yawar fiesta como El mundo es ancho y ajeno, de José María Arguedas y
Ciro Alegría respectivamente, renovaban la corriente andina con una mayor proximidad al
referente y su problema y una estética literaria compleja, que ya se ha comentado con
profundidad en el capítulo anterior.
214
Conclusiones
En dicho capítulo abordamos la definición de neoindigenismo desde la mirada
crítica de Tomás Escajadillo y Antonio Cornejo Polar para aplicar sus características a la
novela de Fausto Burgos, El salar, y resolvimos la adecuación de la novela a dichos rasgos.
Sin menospreciar, desde luego, la novedad que las obras peruanas supusieron en el
panorama literario en general y en el indigenista en particular, y sin olvidar la magnitud de
las obras de ambos autores en el ámbito de la literatura hispanoamericana y la gran
aportación que supuso el trabajo de José María Arguedas dentro de la corriente indigenista,
debemos recordar aquí que El salar se adelantó a ambas en seis años, pues fue publicada en
1935. Anotada su función como precursora, no hemos podido comprobar en este trabajo si
los autores peruanos conocían esta novela, aunque sí se ha señalado la relación entre José
María Arguedas y Fausto Burgos, por lo que la influencia de El salar en ambas obras no
está comprobada, pero tampoco descartada. No obstante, la distancia temática que separa a
la ficción argentina de las peruanas es abismal y, por tanto, solo sería analizable el
tratamiento del tema desde una óptica de proximidad al mundo novelado, pues las técnicas
compositivas de tanto Arguedas como Alegría ya eran conocidas antes de la publicación de
estas obras. Por tanto, no sería desdeñable una comparativa entre el Arguedas de Agua y el
Alegría de La serpiente de oro con la mediación de Burgos entre ambos, pues ambas fueron
publicadas también en 1935.
Quizá no resulte llamativo que el resto de novelas analizadas en esta tesis no hayan
acaparado la atención de la crítica indigenista o de la crítica literaria hispanoamericana en
general debido a su medianía literaria, sin tener en cuenta los factores sociopolíticos
comentados a lo largo de este estudio. No obstante, la ausencia de la figura de Fausto
Burgos y, sobre todo, de la alta calidad artística de El salar no ya en la crítica indigenista,
215
Conclusiones
sino en la crítica literaria hispanoamericana, resulta sorpresivo, y desde aquí lo achacamos
a varios factores: a) La tendencia de la crítica bonaerense a equiparar la literatura del resto
de regiones argentinas al folklore, si estas no llevaban asociadas el rasgo gauchesco; b) Las
políticas de invisibilización de los indígenas. A la postre, los temas artísticos relacionados
con aquellos no tendrían relevancia nacional; c) A estas políticas sucumbió la crítica
extranjera, que no supo ver, salvo en aislados casos, la existencia de una tendencia de
similar raigambre en el país vecino; y d) La crítica indigenista, por razones etnocentristas y
por la “invisibilización de la diferencia” argentina, no llegaron a conocer la obra de urgos.
Una corriente de tal importancia como la indigenista habría despertado el interés por su
obra.
Búsquedas futuras
Una vez demostrado el objetivo de esta tesis, y señaladas las hipotéticas razones por
las cuales la crítica soslayó este tipo de narrativa en Argentina, un nuevo campo se abre
hacia nuevas inclusiones. En este trabajo solo se han abordado cinco novelas en fechas
acotadas para la verificación del fenómeno, pero una investigación aún más profunda
significaría la confirmación de una tendencia extendida.
Si solo nos atenemos a la época de eclosión del indigenismo, desde luego las obras
de Fausto Burgos, y en especial La cabeza del Huiracocha y la colección de cuentos
Cachisumpi encumbrarían a su autor como el mayor exponente del indigenismo en
Argentina. Aunque ya se han realizado muchos avances académicos respecto a su labor
literaria a nivel regional, el conocimiento de su obra a nivel nacional significaría un triunfo
artístico que acompañara los últimos progresos de la lucha indígena en Argentina. La
publicación de El salar en 2010 por parte de la Biblioteca Nacional, cuyo objetivo era
216
Conclusiones
“volver lo raro a lo clásico y hacer que lo raro no se pierda ni se abandone en la memoria
atenta del presente”, supone la primera piedra para hacer despertar ese olvido al que sumió
la narrativa indigenista en Argentina.
La otra novela que nombramos, pero no analizamos de Pablo Rojas Paz, Hasta aquí
nomás, que completa la trilogía tucumana del fundador de Proa, aunque ha sido una de las
pocas novelas argentinas citadas por la crítica indigenista, no ha sido analizada desde esta
perspectiva, por lo que un profundo análisis e incluso una comparativa con Hombres grises
montañas azules completarían la visión social de Rojas Paz.
De igual manera se deberían abordar las novelas de Alcides Greca, La pampa
gringa y La torre de los ingleses que, si bien no constituyen denuncias específicas sobre el
indígena argentino, sí las expone y visualiza. Además, la obra de Greca representa el
paradigma del indigenismo no andino, y por tanto el más excluyente, si cabe, dentro del
argentino.
Debido a las limitaciones propias en una investigación doctoral, no se han podido
hallar otros autores de la misma época que exploren esta temática con óptimos resultados,
como los aquí expuestos. Dado que nos hemos limitado a indagar el norte argentino, se
recomienda una ardua búsqueda tanto en el centro como en el sur, donde las injusticias
cometidas desde la Conquista del Desierto fueron variadas y repetidas.
Con anterioridad a estas fechas, se impone la labor archivística en tiempos de la
Colonia, el repaso a la obra de Juana Manuela Gorriti como precursora del indigenismo y
las pesquisas en torno a Luis Ambrosio Morante y su drama Túpac-Amaru.
217
Conclusiones
En relación a otros géneros literarios no tratados en esta tesis, conviene recordar la
importancia de Manuel J. Castilla dentro del panorama poético del NOA y su vinculación
con el indigenismo de vanguardia, esta vez sí, nombrada por numerosos críticos, pero que
corresponde a una fase posterior. Por ello, su novela vanguardista, única obra en prosa del
salteño, De solo estar (1957), no ha sido incluida en esta tesis.
Por la misma razón no se ha añadido la novela de Alberto Rodríguez Donde haya
dios (1958), ni se ha procedido al análisis de las obras de Juan Draghi Lucero, culminación
de la narrativa de inspiración folklórica mendocina, que se inició con Fausto Burgos y
Miguel Martos.
Se desechó por razones de idoneidad el análisis de la conocida novela de Alfredo
Varela El río oscuro (1941), emocionante y turbador relato sobre la explotación de los
mensúes en las plantaciones de yerba mate en la frontera entre Argentina y Paraguay, y en
la que se basó la película Las aguas bajan turbias (1952), uno de los largometrajes más
celebrados del cine argentino. Sería preciso una indagación más profunda sobre la
condición étnica de los mensúes para denominar la obra de Varela bajo el apelativo de
indigenista o simplemente novela social.
A estos títulos se pueden añadir muchos más que completarían la labor
investigadora sobre este fenómeno literario exclusivo en Latinoamérica y que no excluye a
ninguno de sus países.
Reflexiones finales
Desde que fray Antonio de Montesinos pronunciase aquella víspera navideña de
1511 su sermón contra el trato denigrante sobre los indígenas por parte de los sectores
218
Conclusiones
privilegiados de La Española y ante la estupefacción de estos, cientos de voces se alzaron
desde entonces hasta la actualidad para denunciar los abusos y defender la integridad de los
habitantes autóctonos de América.
Pero los discursos son presa del viento y del olvido, al contrario que la palabra
escrita, herramienta ignorada por los hijos del Nuevo Mundo, que se difundió por los
confines de los viejos para tratar de frenar un daño que desgraciadamente cobró
dimensiones dramáticas. Los libros permanecen como la memoria del mundo, para la
vergüenza y el aprendizaje de las generaciones futuras.
La literatura, como crisol estético del testimonio del presente desde que Homero
inmortalizara el rapto de Elena, ha contribuido a la perpetuación del recuerdo en la lucha
inseparable de las demandas más básicas de la humanidad. La recreación de sucesos
inventados basados en realidades tangibles no debe desvincular la reivindicación social con
la noble tarea de la poética, aunque su fin último sea la delectatio.
Mientras la tarea del crítico literario sea la contribución al conocimiento de
novedades artísticas, nuestra aportación al mundo académico en esta tesis se satisface por la
revaloración de las novelas analizadas que se circunscriben a un fenómeno social que ha
tenido lugar en América desde que el europeo trajo la pólvora, pero también la escritura.
En Argentina, territorio ya poblado cuando llegó Juan Díaz de Solís en 1514, Pero
Hernández, con su pluma y con su pólvora, inmortalizó los primeros abusos a indígenas
argentinos, esos que Alberdi con sus Bases pretendió olvidar, esos que Sarmiento desdeñó
y esos a los que Mitre intentó exterminar. A pesar del blanqueamiento, la inmigración y el
genocidio, Argentina nunca dejó de constituir un territorio americano y el mestizaje forma
219
Conclusiones
parte de su idiosincrasia, como el resto de Latinoamérica. Nuestra función como críticos se
fundamenta en no sucumbir ante ucronías urdidas por un interés político.
A todo ello hay que añadir que no solo por la mayoritaria genética argentina y la
opresión bajo la que vivieron y aún viven miles de indígenas en el territorio austral
debemos rescatar estas novelas del olvido. La belleza lírica de Fausto Burgos, la fuerza
narrativa de Pablo Rojas Paz, la expresividad de Alcides Greca o el simbolismo de César
Carrizo imponen la obligación de repensar sus obras como el bello testimonio de lo que
nunca debió ocurrir.
VALE
220
Conclusiones
NOTAS
86
Manuel González Prada no fue el primer intelectual en denunciar, aunque sí el primero que hizo tambalear
los cimientos del sistema oligárquico semifeudal, por su posición de poder, que desde luego no ostentaba
Enríquez de Vega.
87
“During these campaigns, the killing of Indigenous people on the ‘‘battlefield’’ or their extermination was a
constant possibility as a consequence of the ‘‘state of exception’’6 that enabled the armed forces to execute
prisoners and families in the name of the ‘rights of civilization’” (Delrio et al. 140).
88
En Argentina se procedió a “mecanismos de negación e invisibilización que hacen del mestizaje… una
‘ideología de exclusión’. La hibridez como proyecto es una maquinaria de exclusión no porque segregue
físicamente a los subalternos, sino porque se visualiza la nación resultante como física y culturalmente
‘blanca’” (Lenton 157).
89
“It is frequently assumed that this set of natural processes might have left only single ‘‘descendants,’’ in
place of political entities. Therefore, modern Argentine society is said to be the outcome of a European
‘‘melting pot,’’ in which the Indigenous component is absent” (Delrio et al. 138).
221
Apéndice
APÉNDICE
Mapa 1.Mapa del Tawantinsuyo, hacia 1550 1
222
Apéndice
Mapa 2: Mapa del Virreinato de Perú a finales del siglo XVIII
.
223
Apéndice
Mapa 3: Virreinatos Perú y La Plata 1
224
Apéndice
Mapa 4. Provincias Unidas del Río de la Plata
225
Apéndice
Mapa 5: República argentina. 2010. Ministerio de Educación. Presidencia de
la Nación
226
Apéndice
Mapa 6: Atlas de los pueblos indígenas. 2010. Ministerio de Educación. Presidencia de la
Nación
227
Apéndice
Mapa 7: Campañas del desierto y fronteras interiores de Argentina entre 1779 y 1883. Atlas
de los pueblos indígenas. 2010. Ministerio de Educación. Presidencia de la Nación
228
Apéndice
229
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