Notas a la inauguración de un monumento Cabe

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Notas a la inauguración de un monumento
Cabe señalar que tengo cierta prevención ante la denominada “escultura pública” debido a
su frecuente desacierto al alzar ornamentales totems que, de manera arbitraria, podrían ser
emplazados en un lugar u otro, ignorando su entorno histórico o eludiendo el diálogo y la
continuidad con el escenario urbano que le envuelve.
Cabría cuestionarse si en este momento de colapso y cambio de época, aún es acertado
idear una escultura pública con carácter tan solo decorativo o retórico, sobretodo ante un
proyecto como el que hoy nos convoca en el homenaje de la ciudad de Barcelona a
Salvador Espriu y en el que se hace difícil, si no imposible, ignorar el contexto social,
intelectual y político de la época en la que vivió el poeta.
Quizá el más adecuado homenaje escultórico a la poesía sería plantar un árbol como
metáfora viva. Al fin y al cabo, en este nuevo equilibrio del mundo, no es momento de
apariciones unívocas sino de visiones múltiples y transversales…
En todo esto pensaba una mañana, apenas hace un año, ante la invitación de imaginar un
proyecto conmemorativo dedicado al poeta Espriu. No muy lejos, se hacía patente la
presencia del obelisco en el cruce entre el Paseo de Gràcia y la Diagonal como erecto
testimonio de un segmento de la historia de nuestro país y, a la vez, contemporánea a
Salvador Espriu.
Popularmente conocido como “el lápiz”, este obelisco es un icono que lleva inscrito nuestra
historia y sus derivas desde que lo erigieron en medio de la plaza de “Els Cinc d’Oros”, en
homenaje a Francesc Pi i Margall y a la Primera República y fue inaugurado, por el
presidente Lluís Companys, el mes de abril de 1936. En aquellos días, un joven Espriu de
veintitrés años ya había escrito seis libros y abandonaba sus estudios de egiptología… Poco
después, se inició una guerra fratricida que marcaría para siempre su obra literaria, y fue así
que el 26 de enero de 1940 se inauguraba el “Monumento a la Victoria” como homenaje a
Franco y “al invicto Ejército Español”. Hace pocos años la escultura del escultor Frederic
Marés, conmemorativa de la Victoria, fue retirada en cumplimiento de la Ley de la Memoria
Histórica. A día de hoy, el obelisco tiene en su base una placa con el escudo real y la plaza
recibe el nombre de Juan Carlos I.
Al hilo de la historia, intuí que seria acertado que el homenaje a Salvador Espriu hiciera de
interlocutor de este icono que coexistió con decisivos años de la vida del poeta. Así nació la
voluntad de realizar su huella, como una vaina, como su clónico negativo, un surco que nos
abre a la aparición del vacío, de la nada cabalística tan cercana a la poética de Espriu.
Como un ciprés o la sombra del mito, como un cadalso o una nave para conmemorar a
quien hizo de la muerte centro del laberinto de su obra literaria. También hay otras
evocaciones, como la de revisitar la memoria del obelisco inacabado en la cantera de
Assuan, la del obelisco caído como ruina en Karnak o la de tantos otros obeliscos de Egipto
y secuestrados en otras plazas foráneas.
Como una herida en la tierra que quiere establecer un diálogo con la columna alzada y su
historia de transformaciones, así fue el espíritu del poeta. Una voluntad, no tanto de
revuelta, sino de conciliación y diálogo. Uno hace al otro, como el otro hace al uno.
Dudo poder añadir una reflexión más sobre la obra del poeta después de todo lo dicho a la
largo de la celebración del año Espriu. Permitidme, en cualquier caso, hacer memoria de mis
dieciocho años y del que fue mi primer trabajo escenográfico, rememorando la noche del 25
de abril de 1970 en el Gran Price de Barcelona que, por una vez, abrió sus puertas del
espacio de boxeo para recibir a la poesía en un acto poético y, al mismo tiempo,
reivindicativo: el “Primer Festival de Poesia Catalana”. Recuerdo, entre otros, ver subir a
Espriu a una especie de escultura-tarima que realicé como escenario y declamar uno de los
poemas de La pell de brau que empieza así: “Direm la veritat, sense repòs…” (Diremos la
verdad, sin reposo…).
En aquellos años Espriu era un referente no sólo literario sino, sobretodo, político y cívico
que intentó comprender el complejo enigma de la península ibérica. Años más tarde, y
coincidiendo con el cincuentenario de la primera edición de La pell de brau de 1960, me
pidieron realizar la imagen de la portada de la edición conmemorativa, en la que el añorado
J. M. Castellet escribió el prólogo señalando que La pell de brau “ha quedado para las
posteriores generaciones como una enérgica llamada a recaer en las fratricidas luchas del
pasado. Pero, quizás, es un libro demasiado clarividente para encender atrevidas
esperanzas!. De esto también habla el diálogo entre el obelisco y su huella.
Al finalizar quiero hacer mención, expresando mi agradecimiento, al equipo colaborador: a
los maestros Pere casanovas i Josep Peraire, al arquitecto Juan Ignacio Eskubi y al equipo
de técnicos d’Hàbitat Urbà i Cultura de l’Ajuntament de Barcelona. Agradecer, también, a
Rosa Delor que nos propuso el poema de Espriu grabado en la placa conmemorativa y que
dice así:
Brilla, dins l’únic
coneixement del negre,
l’or del meu somni.
(Brilla, dentro el único
conocimiento del negro,
el oro de mi sueño.)
Decía al comenzar, que el mejor homenaje escultórico a un poeta sería el de plantar un
árbol. Esto no es del todo cierto. El mejor homenaje es leer su poesía, y de la experiencia de
esta lectura quiere ser testimonio este “surco” que hoy inauguramos.
F. A.
Barcelona, 20. I. 2014
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