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SEGUNDO PREMIO
ÚLTIMO ACTO
José Miguel Moya Arrabal
ULTIMO ACTO.
(A los grandes talentos desconocidos)
Jerzy se había quedado maravillado por la actuación de aquel grupo de teatro en
plena calle. Apenas hubo terminado la representación, se acercó al chico que pasaba la
gorra.
-¡Felicidades! - dijo -. Sois realmente buenos.
El chico sonrió agradecido, en parte por la felicitación, en parte por las monedas que
Jerzy, el catedrático en Literatura, había depositado en la gorra.
- La obra también es muy buena. ¿Es vuestra?
- No, encontramos el manuscrito en una tienda de libros de segunda mano, en Varsovia
hace unos años. “El cartero de Danzig”. La escribió un tal Jan Wojcik. Nos gustó y la
añadimos a nuestro repertorio.
- Jan Wojcik… nunca oí hablar de ese escritor.
******************
Ya desde pequeño Jan solía colarse en el Teatro, mezclándose entre los adultos que
hacían cola para entrar, donde su pequeño y delgado cuerpo quedaba totalmente fuera
del alcance de la vista de los empleados del edificio. Después se metía en un viejo
almacén situado bajo los palcos y allí, rodeado de todo tipo de atrezzo, veía la función a
través de un agujero que había quedado en la pared de madera tras ser traspasada por un
proyectil durante la ocupación de Polonia por las tropas alemanas. Allí pasaba las horas
sin que su abuelo, con el que vivía, se preocupara por su ausencia, en ocasiones hasta
altas horas de la madrugada.
Allí nació su desmesurada pasión por el teatro en todos sus géneros. Allí se enamoró en
secreto de una actriz francesa a la que nunca se atrevió a acercarse. Allí aprendió a
evadirse de la realidad metiéndose en un mundo lleno de reyes, princesas, bufones,
caballeros, espectros, duendes, hadas, amores y traiciones.
Ahora Jan era un joven cercano a los 30 años que trabajaba en el teatro. Ayudaba a las
compañías a colocar decorados, acomodaba a los espectadores y se quedaba vigilando el
edificio algunas noches.
Era un chico muy introvertido, no hablaba más que lo preciso en cuestiones de trabajo.
Su timidez era casi patológica. Tal vez tuviera algo que ver la muerte de sus padres,
durante la defensa del edificio de Correos de Danzig ante los nazis cuando apenas era
un crío.
Vivía en una vieja casa heredada a la muerte de su abuelo. No tenía adornos. Los
muebles estaban totalmente repletos de libros, todos ellos de obras de teatro. Desde las
más grandes obras de Shakespeare y Moliére hasta pequeños manuscritos de pequeñas
compañías de pueblo que habían pasado por allí y que él mismo había transcrito
mientras veía las funciones. Incluso en alguna ocasión se había aventurado a escribir
algún entremés.
Su obra favorita se titulaba “El cartero de Danzig”, dedicada a su difunto padre, antiguo
funcionario del correo polaco.
Apenas salía de casa más que para ir al trabajo. No tenía amigos. Ni los necesitaba.
Todo cuanto necesitaba estaba perfectamente archivado en su improvisada biblioteca.
El salón estaba completamente vacío. Jan lo había convertido en su particular escenario.
Allí se pasaba horas interpretando él solo sus obras favoritas. Conocía de memoria
todos y cada uno de los papeles. Gritaba, vociferaba, lloraba, correteaba… con tal
pasión que llegaba a sentir que realmente era Tartufo, Macbeth, Hamlet, o el moro de
Venecia. Sus gritos se oían por toda la calle. - Wojcik el loco- , decían sus vecinos. –
Pobre chico. Se le fue la cabeza al quedar huérfano.
Incluso algunos niños habían creado una especie de leyenda urbana, algo así como un
loco asesino, y apostaban canicas para ver quien era capaz de colarse en su jardín, tan
frondoso y descuidado que daba al inmueble un aspecto tétrico y desolador.
Jan sabía todo esto, pero no le importaba. Ni siquiera se ruborizaba cuando se asomaban
con curiosidad por su ventana para ver qué ocurría dentro. Al fin y al cabo, era su único
público. No podía echarlos.
Ese día Jan estaba muy triste. Se quedaba sin trabajo. Y lo peor: Se quedaba sin Teatro.
La fachada del edificio parecía completamente intacta, pero su estructura no había
podido soportar el paso del tiempo ni los bombardeos durante la II Guerra Mundial. El
ayuntamiento ya había anunciado que no había dinero para reconstruirlo y, ante el
peligro de derrumbamiento, había que echarlo abajo.
Estuvo dos semanas sin salir de casa, sin leer, sin interpretar. Se pasaba el día en cama
con tal pesadumbre que incluso llegó a tener fiebre. No podía creer lo que iba a ocurrir.
Toda su vida dedicada a algo que realmente amaba, y ahora todo eso iba a desaparecer.
El teatro fue su madre y su padre, su amigo, su amante, y sin él su vida carecía de todo
sentido. Y Jan lloró por primera vez desde la muerte de su padre.
El día de la demolición amaneció muy nublado, amenazando lluvia. Jan se levantó muy
temprano y, tras abrigarse con una gabardina ocre y una bufanda de lana, se dirigió al
Teatro.
La zona estaba acordonada por la policía varias calles antes de llegar al edificio. La
detonación sería controlada, pero prefirieron establecer una zona de seguridad. Jan no
podía ver como demolían su Teatro sin despedirse de él. Aprovechó un descuido de los
agentes, que no pusieron demasiado esmero en vigilar obviando que nadie iba a querer
colarse allí, y se dirigió hacia el viejo edificio. No le fue difícil entrar porque no había
nadie por aquellas calles, aunque sí tuvo que esconderse una vez en el interior, ya que
los artificieros estaban instalando los últimos cartuchos de dinamita en los pilares y
columnas principales.
Una vez salieron los operarios, Jan atravesó el pasillo que dividía en dos el patio de
butacas y subió al escenario. Se quitó la gabardina y la bufanda y las dejó caer al suelo.
Tenía un aspecto bastante ridículo. Una vieja casaca roja descolorida y raída, y unos
pantalones bombachos que terminaban metidos por debajo de unos calcetines blancos
subidos hasta las rodillas. Era su gran día, su debut.
Se situó en el centro del escenario y comenzó a actuar. Eligió ser Hamlet, un papel
difícil para cualquiera, pero con el que él estaba totalmente familiarizado.- Ser o no
ser…-. Su naturalidad actuando era asombrosa. Pero desgraciadamente no había nadie
allí para verlo.
- Morir, dormir; dormir, tal vez soñar…
Afuera empezó a despejarse el cielo y los rayos de luz entraron por una ventana sin
cristales de la fachada del teatro, y fueron a iluminar directamente al mejor Hamlet que
jamás había actuado allí.
Jan se quedó parado. La dinamita empezó a estallar. Las explosiones se sucedían una
detrás de otra, y las columnas iban hundiéndose sobre sí mismas. Los cascotes de piedra
golpeaban violentamente el suelo al caer. El ruido dentro del edificio era ensordecedor,
pero para Jan era la gran ovación de su vida. Y se sintió feliz. Y lloró.
El edificio había caído completamente y el joven actor quedó sepultado bajo sus
escombros. Nadie reclamó su cuerpo, no le quedaba familia. Todos pensaron que se
habría marchado a buscar trabajo a otra ciudad, a otro teatro. Y Jan se quedó para
siempre donde más le gustaba estar.
******************
El momento esperado por todos aquella noche había llegado. Los nervios se dejaban ver
palpablemente en la cara de los aspirantes al galardón, sentados uno al lado del otro, con
sus trajes negros y pajaritas de terciopelo. El maestro de ceremonias abrió el sobre.
- El premio nacional de teatro es para… Jerzy Zorniak, por su obra “ El cartero de
Danzig”.
El público estalló en aplausos y Jerzy, que no podía disimular la alegría en su rostro, se
dirigió hacia el escenario. Recogió la placa y la levantó hacia el cielo en señal de
victoria. Se acercó al atril para leer el discurso de agradecimientos que había preparado
en un folio. Entonces la ovación se hizo más fuerte y cerrada y Jerzy quedó paralizado.
Sintió como si los pilares del teatro se derrumbaran ante él y el edificio se viniera abajo.
Pero lo que oía no era más que su derrumbe interior. Los aplausos le asustaban y le
sonaban a reproches. Los focos acusadores le apuntaban a la cara y cegaban sus ojos.
Sus manos empezaron a sudar. Arrugó el papel que había preparado para tal ocasión. El
silencio se hizo en la sala.
Agachó la cabeza avergonzado. Las lágrimas asomaron en sus ojos. Y sólo fue capaz de
pronunciar dos palabras:
- Gracias, Jan…
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