Que todos sean uno

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“QUE TODOS SEAN UNO…
PARA QUE EL MUNDO CREA…”
(Jn 17,21)
1. La Conferencia de Aparecida ha querido imprimir a nuestras Iglesias Locales un fuerte impulso misionero a
partir de una mayor conciencia de los dones que hemos recibido de Dios, particularmente del don de la fe
que nos lleva al encuentro con Jesucristo Vivo y que despierta en nosotros el deseo de anunciarlo a otros.
De este modo el discípulo se transforma en misionero, sin dejar de ser discípulo.
2. Al respecto leemos en la Introducción al documento conclusivo: “Aquí está el reto fundamental que
afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que
respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del
encuentro con Jesucristo.” (DA 14).
3. De este encuentro profundo brota la conversión, la comunión, la solidaridad y la misión1. La Exhortación
Apostólica “Ecclesia in America” (1999) desarrolló este tema y Aparecida lo amplió notablemente,
particularmente en el capítulo dedicado al “Itinerario Formativo de los Discípulos Misioneros” (DA 240 y ss).
4. ¿Por qué el encuentro con Cristo Resucitado es tan fecundo? Porque nos introduce en la dinámica del
amor trinitario: Dios es comunión de tres personas, en mutua y permanente donación y acogida. Por lo
tanto, la gracia de Cristo potencia en nosotros la capacidad de abrirnos a los demás, de donarnos
generosamente y de acogernos unos a otros. La comunión íntima con Cristo nos abre a la comunión con
los demás, dentro y fuera de la Iglesia.
5. “La comunión –dice Juan Pablo II- es el fruto y la manifestación de aquel amor que surgiendo del corazón
del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rom 5,5) para hacer
de nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32)”.2
6. Por eso, la comunión eclesial es ante todo un DON de lo alto que debemos implorar y disponernos a
acoger personal y comunitariamente, como lo hizo Jesús en su oración sacerdotal:
“Que todos sean uno.
Como tu, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).
7. La profunda comunión de Jesús con su Padre se proyecta en la intensa vida comunitaria del Señor. Jesús
nunca aparece en el Evangelio como un solitario, como un super hombre que hace cosas extraordinarias.
Desde su nacimiento aparece integrado en un núcleo humano, muy cálido, que le permite crecer y
desarrollarse: la Sagrada Familia de Nazaret.
8. Su vida apostólica no se desvía de esta lógica. Desde los comienzos llama y reúne discípulos, como lo
hacían los rabinos de su época, los forma y los envía. Comparte con ellos sus sueños, sus dolores y sus
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2
Ver Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Ecclesia in America”, 1999.
NMI n.42
INSTITUTO PASTORAL APÓSTOL SANTIAGO – MONEDA 1845 – FONO 530 7170 – SANTIAGO DE CHILE
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alegrías. Eligió doce, evocando las doce tribus del pueblo de Israel y significando con ello que un pueblo
nuevo se iniciaba. No escogió una elite, con estudios superiores, con influencia, con poder. Eligió gente
sencilla que se sintió atraída por su mensaje de vida.
9. Es una comunidad que se forma en torno a Jesús, para estar con El y compartir su misión liberadora (ver
Mc 1,16-20; 3, 14-15). La marca propia de esta Comunidad es el SERVICIO. Hay dos textos claves: Mc
9,30-37 y 10,42-45. En ellos se nos da un elemento esencial para constituir y vivir en comunidad: “Si alguno
quiere ser el primero que se haga el último y el servidor de todos”. Los discípulos no estaban en esta onda.
A ellos les interesaba saber quién tenía el poder, el prestigio, el mayor reconocimiento. Suele sucedernos
también a nosotros y debemos buscar allí una explicación a las dificultades de la vida comunitaria: quién
tiene más poder, quien es el primero, etc.
10. El camino de mi Comunidad pasa siempre por mi Hermano y sus necesidades. Quien hace de su vida un
servicio, ése es el más grande en el Reino de Dios. No es un servicio de esclavos sino de quien ama y esto
conlleva preocupación, interés vigilante y atento por el bien del otro. Se trata de la necesidad de mi
Hermano y no de si me cae bien o mal.
11. La Comunidad crece y se afirma cuando ora y comunica su fe. Jesús oraba (Mc 1,35) y enseñó a orar a los
suyos. Es parte de la misión de la Comunidad el permanecer unidas al Padre, como Jesús, por medio de
una vida de oración. “La comunidad que reza unida permanece unida”.
12. La Comunidad de Jesús integra a los excluidos, está al lado de los pobres, de los marginados (ver Mc 1,4045), se inserta con cariño en su problemática, recibe a los necesitados; del mismo modo la comunidad
cristiana está abierta para recibir al Hermano o a la Hermana difícil, enfermo o anciano.
13. La primitiva Iglesia también vivió su fe en pequeñas Comunidades y tanto el libro de los Hechos como las
cartas de S. Pablo nos describen su vida y el impacto que producían en el mundo pagano. (ver p.e. Hech
2,42-47; 4,32-35). No es casualidad entonces que la renovación de la Iglesia impulsada por el Concilio, se
haya expresado en América Latina en el surgimiento de cientos de Comunidades Eclesiales de Base,
particularmente en los sectores rurales y urbanos populares3.
14. La cultura actual no favorece la vida comunitaria. La centralidad de la búsqueda del dinero para obtener
cosas que den prestigio y poder, desarrollan fuertes tendencias al individualismo, al exitismo y a la
competencia permanente entre las personas. Como Iglesia y como formadores no somos inmunes a estas
tentaciones Sin embargo, si logramos resistir y desarrollar una auténtica vida comunitaria en este contexto
cultural tan adverso, estamos colocando un poderoso signo evangelizador de nuestra cultura.
15. Por este motivo, los documentos del magisterio de los últimos 25 años y particularmente Juan Pablo II, han
insistido en el tema de la Comunión Eclesial. En su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” el Papa la
coloca como la pieza clave de la evangelización del tercer milenio: “Otro aspecto importante en que será
necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las
Iglesias particulares, es el de la comunión, que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la
Iglesia” (n.42).
16. Tanta importancia da el Santo Padre a este tema que a continuación agrega: “Hacer de la Iglesia la casa y
la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si
queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Y
para responder a este desafío, lo primero que él señala es “promover una espiritualidad de la comunión,
proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano,
donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se
construyen las familias y las comunidades”(n.43).
17. Y menciona cuatro rasgos de esta espiritualidad:
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Ver DA 178 y ss.
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¾
“Una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros”:
mirada que nos hace permanecer en el Señor, purificar nuestra propia capacidad de amar y
“contagiarnos” con la suya hecha de don y acogida incondicional del otro y que admite la
unidad en la diversidad.
¾
“Sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico, y, por lo tanto, como
“uno que me pertenece”. Sentir la Iglesia como mi Iglesia. Tener una mirada de fe sobre la
Iglesia a la que pertenezco, asumiendo sus luces y sombras.
¾
“Capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo
como regalo de Dios”. Se requiere una madurez muy grande para gozar con los dones y con
el éxito de los demás y de no sentirnos agredidos simplemente porque yo no tengo esos
dones o porque al otro le va bien.
¾
“Saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros”. Es la
capacidad de hacernos cargo de las dificultades del hermano o hermano, de sus defectos y, a
veces, de sus lentos procesos de crecimiento. Significa también abrirnos a que todos tengan la
posibilidad de desplegar sus cualidades, asumiendo los riesgos y los problemas que todo
aprendizaje implica.
18. Indudablemente que esta espiritualidad es la respuesta del Evangelio a necesidades humanas muy
básicas:
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Necesidad del otro: el ser humano es un yo que anda en búsqueda de un tú.
Necesidad de crecimiento: la persona madura y crece en la relación con los demás, por
contraste o por identificación.
Necesidad de superar el actual contexto socio-cultural que tiende a provocar soledad,
aislamiento e incomunicación en el ser humano.
19. Finalmente, es bueno estar alertas a lo que dificulta esta espiritualidad de comunión:
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•
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Inmadurez, superficialidad, auto-referencia, poca consistencia personal.
Búsqueda desmedida de brillo personal, vanidad, espíritu de competencia, rivalidad
Dificultad de empatía sea por hipersensibilidad o por sequedad emocional; incapacidad para
ponerse en el lugar del otro.
Entender la vida como “acumulación” y no como comunión interpersonal.
20. Ahora bien, nunca debemos olvidar que la Iglesia es “sacramento de comunión”4, es decir que
no existe por sí misma ni para sí misma: existe desde Dios Trino y para el mundo. Ella está
llamada a ser signo cada vez más transparente de Cristo Resucitado e instrumento cada vez más
eficiente en sus manos, para transformar este mundo en Reino. La comunión eclesial es pues un
poderoso signo de lo que Dios puede hacer con los seres humanos cuando se dejan trabajar por
su gracia, y un poderoso instrumento para que los hombres y mujeres vivan en comunión,
superando todo lo que los divide y enemista. La comunión está en orden a la misión: “Padre, que
todos sean uno…para que el mundo crea”.
Pistas para la oración personal.
‰
Contemplar a Jesús en su vida comunitaria: Marcos 9, 30-37.
‰
Meditar los textos de los Hechos o de San Pablo sobre el tema (Rom 12; 1Cor 12)
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Juan Pablo II, “Ecclesia in America”, n.33
3
‰
Repasar mi experiencia de comunión y participación en la Iglesia: lo que he recibido, lo que he
aportado, lo que he aprendido. Dar gracias.
‰
Reflexionar ante Dios mis dificultades y resistencias a la comunión eclesial ¿Cómo se han
manifestado? ¿Qué consecuencias ha tenido para mí y para la Iglesia? Pedir perdón. Buscar caminos
de conversión.
4
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