Domingo II de Cuaresma (B)

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Contiene: ARL II Domingo de Cuaresma II
PAGOLA 2 Cuaresma B
Domingo II de Cuaresma B
Semana del 1 al 7 de marzo de 2015
ARL II Domingo de Cuaresma B
Este domingo segundo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra comienza con un pasaje de los más
intensos y conmovedores de la historia de la salvación, es el relato dramático de la prueba de fe y
de amor que Dios le pone a Abraham: “Toma a tu hijo, tu único hijo al que amas, ve al
territorio de Moria y ofrécelo en holocausto sobre un monte que yo te indicaré”; aquel hijo,
largamente esperado, casi contra toda esperanza, implorado como se implora la vida y que por
solo pocos años había alegrado la vida de su anciano padre, el “hijo de la promesa”, ahora debe
morir, ofrecido en holocausto al mismo Dios que lo había concedido. Sin más comentario, el
relato dice que “Abraham se puso en camino”; es la obediencia pura y fuerte de la fe, la
obediencia que solo volveremos a encontrar en el Hijo de Dios, “obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz” (Fil 2, 7): el sacrificio de Cristo realizado en obediencia y por amor al Padre y a
la humanidad necesitada de salvación y de reconciliación.
Y ahí va el viejo patriarca subiendo, en una soledad angustiosa hacia el lugar indicado por Dios.
Abraham sube al monte probando el tormento del silencio de Dios y quebrado por el silencio del
pequeño que ignora lo que sucederá; el silencio se rompe solo por la simple pregunta del
muchacho: “Padre mío, ¿dónde está el cordero para el holocausto?” . A esta pregunta dolorosa,
el anciano responde: “Dios proveerá, hijo mío”, mientras en su corazón resuenan las palabras del
Señor: “Toma a tu hijo, tu hijo único al que tanto amas y ofrécelo en holocausto”. Se tuvieron
que trabar dramáticamente la fe y el amor en ese camino hacia la cima del monte en el corazón
de Abraham: el amor sin límites por su hijo y la fe en su Dio. Drama inmenso por una altísima
obediencia y una fe pura que no vacila, ni siquiera frente al sacrificio cruento de aquel niño: “No
extiendas la mano contra el muchacho, -le dirá un ángel de parte del Señor-, y no le hagas
daño. Ahora sé que temes a Dios y no me has negado a tu hijo, tu único hijo. Entonces
Abraham levanto la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un zarzal. Abraham
tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo”.
El monte Moria quedará en la historia sagrada como el monte del sacrificio, el símbolo que
prefigura a otro hijo y otro sacrificio que se cumplirá inexorablemente sobre otro monte, el
Calvario, que hoy vemos a distancia, porque el monte del cual hoy nos habla el Evangelio es el
Tabor: el monte de la transfiguración, preludio de resurrección, antes de que se cumplan los días
de la pasión y muerte de Jesús.
Jesús, con sus discípulos, atraviesa los poblados de Galilea vecinos a la fuente del Jordán; por el
camino, Jesús había interrogado a sus discípulos sobre qué cosa pensaba la gente de él: “la
gente, quién dice que soy yo”; luego preguntó a ellos, sus amigos que ya de tiempo lo seguían, lo
escuchaban, y eran testigos de sus obras: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” le respondió
Pedro a nombre de todos, con palabras que venían del Espíritu de Dios: “Tú eres el Cristo”.
Y Jesús les explicó por el camino lo que significaba ser el Cristo, como Pedro había afirmado, y
les dijo lo que debería sufrir por obra de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser
condenado después, y muerto; pero su muerte no sería la etapa final de su existencia, porque
después de tres días el habría de resucitar. (cf. Mc 8, 27-31). También a la muchedumbre que
encontró poco después, Jesús le habló con palabras que parecerían desconcertantes, porque
asociaban a todo discípulo a su destino de cruz: “Quien quiera venir detrás de mí, que tome su
cruz y me siga” (Mc 8, 34); luego escoge a tres de sus discípulos, los escoge como testigos de la
inminente teofanía y los conduce a una cima que la tradición identifica como el Tabor, una
colina que domina toda la llanura de Galilea, y ahí se mostró a ellos en todo el esplendor de su
divinidad.
Aquel hombre, el hijo del carpintero, su Maestro, se mostró ante sus ojos como era realmente, el
Hijo de Dios, rodeado de luz, con las vestiduras blanquísimas, de una blancura nunca vista y, a
su lado, dos personajes, dos figuras del Antiguo Testamento: Moisés y Elías, símbolos de la ley
de Dios y de los Profetas, que conversaban con Jesús, centro y término de toda la revelación y de
toda la historia de la salvación. Una nube envolvió a los discípulos y de la nube se oyó una voz
que dijo: “Este es mi Hijo, mi predilecto, escúchenlo!” La revelación de Cristo, hijo del hombre
e Hijo de Dios alcanza su plenitud; los discípulos, que seguramente tenían aún en los oídos las
palabras que hablaban de dolor y de muerte, pudieron contemplar sorprendidos y atemorizados
por tanta grandeza, a su Maestro en su divinidad, una visión impactante pero consoladora:
“Maestro, -dirá Pedro-, es hermoso estar aquí…”
La gloria del Tabor es una visión de exaltación y de paz; pero es solamente un momento que
levanta el velo no solo sobre la persona de Cristo, sino también sobre el misterio del hombre, que
en Cristo está llamado a la feliz gloria del Tabor, el final de todo sufrimiento, la plenitud de la
vida, más allá de la inevitable tragedia de la muerte. La visión del Tabor fue breve, como
subraya el evangelista: “Y de inmediato, mirando en derredor, ya no vieron a nadie sino solo a
Jesús con ellos”. Y mientras bajaban del monte, recomendando guardar silencio sobre la visión
tenida; Jesús les repitió lo que ya les había dicho sobre su inminente pasión y muerte.
La liturgia de la Palabra de este domingo es pues un don grande de contemplación, que da gusto
releer en un breve texto de san Juan Pablo II que podría servir de conclusión a esta sencilla
reflexión: “La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, escena en la que los tres
apóstoles, Pedro, Santiago y Juan aparecen como raptados por la belleza de Redentor, puede ser
considerada un icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo,
reconocerle el misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir el
fulgor divino, definitivamente manifestado en el Resucitado, glorificado a la derecha del Padre,
es la tarea de todo discípulo de Cristo; y es así, también la tarea nuestra. Contemplando este
rostro, nos abrimos a la aceptación del misterio de la vida trinitaria para experimentar, siempre,
nuevamente, el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así, también
para nosotros, la palabra de san Pablo: “Reflejando como en un espejo la gloria del Señor,
somos transformados en esa misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Espíritu
del Señor” (2 Cor 3, 18).” (de Rosarium Virginis Mariae, no. 9).
Es la contemplación que debe acompañar nuestro camino cuaresmal y también todo el recorrido
de nuestra vida: una cuesta pesada, hecha de dolor y de esperanza, hecha de angustia, como lo
fue para Abraham, pero también, hecha de luz: la luz consoladora que viene de la certidumbre de
que Cristo está con nosotros y de que nuestras cruces están unidas a su Cruz, esa que se entrevé
desde el Tabor y desde la cual miramos al Tabor de la meta final que es la clara y bienaventurada
visión de Dios.
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
México, 1 de marzo de 2015
NO CONFUNDIR A NADIE CON JESÚS
José Antonio Pagola
Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una
montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen
mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y
Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se
transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.
La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta
«revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la
tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él.
Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado
por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte,
pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por
otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del
Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Este es mi Hijo amado». No hay que
confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que
termina en resurrección.
Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y
predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el
Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El
éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia
fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen
más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a
recuperar nuestra identidad cristiana.
Domingo II de Cuaresma (B)
(Domingo 1 de marzo de 2015)
LECTURAS
El sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe
Lectura del libro del Génesis 22,1-2.9-13.15-18
Dios puso a prueba a Abraham.
«¡Abraham!», le dijo.
Él respondió: «Aquí estoy».
Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la
región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que Yo te indicaré».
Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña,
ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el
cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham,
Abraham!»
«Aquí estoy», respondió él.
Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé
que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único».
Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza.
Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por
mí mismo —oráculo del Señor—: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo
único, Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y
como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus
enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has
obedecido mi voz».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 115, 10. 15-19
R Caminaré en presencia del Señor.
Tenía confianza, incluso cuando dije:
«¡Qué grande es mi desgracia!»
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos! R.
Yo, Señor, soy tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor. R.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo,
en los atrios de la Casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.
Dios no perdonó a su propio Hijo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 3 lb-34
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores?
¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? «Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a
condenarlos?» ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha
de Dios e intercede por nosotros?
Palabra de Dios.
Aclamación
Mt 17, 5
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre:
«Éste es mi Hijo amado; escúchenlo».
Evangelio
Éste es mi Hijo muy querido
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9,2-10
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se
transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como
nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con
Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Éste es mi Hijo muy
querido, escúchenlo».
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué
significaría «resucitar de entre los muertos».
Palabra del Señor.
Guión para la Santa Misa
II DOMINGO DE CUARESMA (2015)
ENTRADA: En esta santa Misa subamos con el Señor al Monte Calvario pidiendo la gracia de
aprender la máxima lección del amor, de la inmolación de nuestra voluntad a la del Padre.
LITURGIA DE LA PALABRA:
1º LECTURA: Gén. 22,1-2.9-13.15-18
Abraham, en la prueba, obedece la voz de Dios, y por su fidelidad es bendecido él y sus
descendientes para siempre.
2º LECTURA: Rom. 8,31-34
El Apóstol con total confianza habla de la salvación obrada en Cristo para todos los elegidos.
EVANGELIO: Mc. 9,2-10
El Señor revela a sus apóstoles más íntimos su gloria, para confortarlos en el tiempo de la
prueba.
PRECES:
Hermanos, en este domingo en que la Iglesia nos hace pregustar la transfiguración del Señor, la
Pascua eterna, roguemos al Padre con un corazón filial.
A cada intención respondemos cantando…
* Por las intenciones del Papa, especialmente pidiendo la fortaleza y la perseverancia de cuantos
son perseguidos, discriminados y asesinados por el nombre de Cristo. Oremos.
*Por las familias para que fortalecidas en la fe puedan vencer los modernos ataques del demonio
y se ayuden mutuamente en las dificultades. Oremos
*Por las necesidades de Nuestra Patria, por sus gobernantes, para que al intentar superar sus
problemas, recuerden que la verdadera superación sólo se da cuando se busca vivir según el
Evangelio. Oremos
*Por los que participamos de esta Sta Misa, para que a los sufrimientos del Señor aprendamos a
unir nuestros dolores diarios abrazando su voluntad amorosa cada día. Oremos
Dios omnipotente y misericordioso, escucha nuestras oraciones y haz que contemplando sin
cesar el rostro de Cristo, seamos configurados a su imagen. Por Jesucristo nuestro Señor.
LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
OFERTORIO: Nos ofrecemos al Señor y presentamos:
Incienso y con él nuestras oraciones y sacrificios por la Iglesia en este tiempo de conversión.
Pan y Vino: que se convertirán en el sacratísimo Cuerpo del Señor.
COMUNIÓN: Al recibir al Señor Sacramentado pidámosle la gracia de la conversión y de la
perseverancia en el amor.
SALIDA: Que María Ssma., estrella que nos guía en el camino hacia la Cruz, nos conforte en el
propósito de seguir con fidelidad al Señor.
Directorio Homilético
Nuevo Directorio Homilético
El día lunes 9 de febrero de 2015, el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presentó en el Vaticano un documento
emanado por dicha Congregación: el Directorio Homilético.
El documento lleva la firma del Cardenal Antonio Cañizares, dado que el documento
lleva la fecha de 29 de junio de 2014.
Presentamos las palabras del decreto del Card. Cañizares, que son una presentación perfecta del
documento: “Es bastante significativo que en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, el
Papa Francisco haya querido dedicar una parte considerable al tema de la homilía. En este
sentido, los Obispos reunidos en Sínodo ya indicaron luces y sombras sobre este tema; del
mismo modo lo habían hecho ya precedentemente las Exhortaciones apostólicas post-sinodales
Verbum Domini y Sacramentum caritatis de Benedicto XVI.
“Teniendo esto presente, así como cuanto dispuesto en la Sacrosanctum Concilum, del mismo
modo que en el Magisteriosucesivo, a la luz de los Praenotanda del Ordo lectionum Missae y del
Institutio generalis Missalis Romani, ha sido preparado el presente Directorio homilético, que
está estructurado en dos partes. En la primera, titulada La homilía y el ámbito litúrgico, se
describe la naturaleza, la función y el contexto, así como algunos aspectos que la caracterizan, es
decir el ministro ordenado al que le compete, la referencia a la Palabra de Dios, su preparación
próxima y remota, los destinatarios.
“En la segunda parte, Ars praedicandi, vienen ejemplificadas las coordenadas metodológicas y
de contenido que el homileta tiene que conocer y tener en cuenta cuando prepara y cuando
pronuncia la homilía. Se proponen claves de lectura, en modo indicativo y no exhaustivo, para el
ciclo dominical-festivo de la Misa a partir del centro del año litúrgico (Triduo y Tiempo Pascual,
Cuaresma, Adviento, Navidad, Tiempo durante el año), con alusiones también a las Misas
feriales, de matrimonio y exequial; en estos ejemplos se aplican los criterios evidenciados en la
primera parte del Directorio, es decir la tipología entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la
importancia del pasaje evangélico, el orden de las lecturas, los nexos entre la liturgia de la
Palabra y la liturgia eucarística, el mensaje bíblico y el eucológico, entre la celebración y la vida,
entre la escucha de Dios y de la asamblea concreta.
“Siguen dos Apéndices. En el primero, con el fin de mostrar la relación entre la homilía y la
doctrina de la Iglesia Católica, se señalan las referencias del Catecismo en relación con algunas
alusiones temáticas de las lecturas dominicales de los tres ciclos anuales. En el segundo
Apéndice vienen indicadas las referencias a los textos de documentos del Magisterio sobre la
homilía”.
Presentamos también la estructura del Directorio:
ESTRUCTURA DEL DIRECTORIO HOMILÉTICO
PRIMERA PARTE: LA HOMILÍA Y EL ÁMBITO LITÚRGICO
I. LA HOMILÍA
II. LA INTERPRETACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA
III. LA PREPARACIÓN
SEGUNDA PARTE: ARS PRAEDICANDI
I. TRIDUO PASCUAL Y TIEMPO DE PASCUA
A. Lectura del Antiguo Testamento el Jueves Santo
B. Lectura del Antiguo Testamento el Viernes Santo
C. lecturas del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual
D. Leccionario Pascual
II. DOMINGOS DE CUARESMA
A. Evangelio del I domingo de Cuaresma
B. Evangelio del II domingo de Cuaresma
C. III, IV y V domingo de Cuaresma
D. Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
III. DOMINGOS DE ADVIENTO
A. I domingo de Adviento
B. II y III domingo de Adviento
C. IV domingo de Adviento
IV. TIEMPO DE NAVIDAD
A. Las celebraciones de la Navidad
B. Fiesta de la Sagrada Familia
C. Solemnidad de Santa María Madre de Dios
D. Solemnidad de la Epifanía
E. Fiesta del Bautismo del Señor
V. DOMINGOS DEL TIEMPO ORDINARIO
VI. OTRAS OCASIONES
A. Misa ferial
B. Matrimonio
C. Exequias
APÉNDICE I: LA HOMILÍA Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Ciclo A
Ciclo B
Ciclo C
Otros días festivos
APÉNDICE II: FUENTES ECLESIALES POST-CONCILIARESRELEVANTES SOBRE LA
PREDICACIÓN
---------------------------Comunicado del Equipo de Homilética
Para ayudar a todos los suscriptores del boletín de Homilética a mejorar sus
predicaciones, el Equipo de Homilética les prestará tres servicios respecto al Directorio de
Homilética. En primer lugar, les enviará en formato PDF el Directorio mencionado. En segundo
lugar, irá publicando una página de dicho Directorio en cada boletín de Homilética, para
fomentar su lectura. En tercer lugar: dado que la segunda parte del Directorio da orientaciones
teológicas concretas para cada tiempo litúrgico e incluso para algunos domingos o fiestas en
particular, insertaremos en cada boletín de Homilética, en la sección “Comentario Teológico”, el
texto del Directorio que corresponda. Así por ejemplo, en el presente boletín correspondiente al
Segundo Domingo de Cuaresma, publicaremos lo que el Directorio dice sobre dicho domingo.
-------------------------------Presentamos, entonces, el primer trozo de este Directorio Homilético:
Directorio Homilético
INTRODUCCIÓN
1. El presente Directorio Homilético pretende dar una respuesta a la petición presentada por los
participantes en el Sínodo de los Obispos, celebrado en 2008, sobre la Palabra de Dios.
Acogiendo la solicitud, el Papa Benedicto XVI pidió a las autoridades competentes que
preparasen un Directorio sobre la homilía (cf. VD 60). Al respecto, el Papa ya había asumido
como propia la preocupación expresada por los Padres en el precedente Sínodo, de prestar mayor
atención a la preparación de la homilía (cf. Sacramentumcaritatis46). También su sucesor, el
Papa Francisco, considera la predicación como una de las prioridades de la vida de la Iglesia,
como queda claro en su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium.
Al describir la homilía, los Padres del Concilio Vaticano II subrayaron la naturaleza única de la
predicación en el contexto de la Sagrada Liturgia: «Las fuentes principales de la predicación
serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas
por Dios en la Historia de la Salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en
nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia» (SC 35,2). Durante siglos, la
predicación ha sido, con frecuencia, una instrucción moral o doctrinal pronunciada con ocasión
de la Misa festiva, pero sin estar necesariamente integrada en la propia celebración. Ahora bien,
como el Movimiento Litúrgico católico, iniciado a finales del siglo XIX, intentó integrar la
piedad personal y la espiritualidad litúrgica de los fieles, del mismo modo se realizaron esfuerzos
encaminados a profundizar la relación intrínseca entre las Escrituras y el culto. Estos esfuerzos,
animados por los Pontífices durante toda la primera mitad del siglo XX, maduraron sus frutos en
la visión de la Liturgia de la Iglesia que trasmitió el Concilio Vaticano II. La naturaleza y la
función de la homilía se deben comprender en esta perspectiva.
2. A lo largo de los últimos cincuenta años, muchas dimensiones de la homilía, tal y como la
había pensado el Concilio, han sido investigadas, tanto en las enseñanzas del Magisterio de la
Iglesia como en la experiencia cotidiana de los que ejercen el oficio de la predicación. El
objetivo del presente Directorio es presentar la finalidad de la homilía, tal como viene descrita en
los documentos de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II hasta la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, y ofrecer una guía basada en estas fuentes para poder servir de ayuda a los
homiletas y que, de este modo, cumplan correcta y eficazmente su misión. En un Apéndice del
Directorio se enuncian las referencias a los documentos más importantes, con el fin de mostrar
cómo los intentos del Concilio, en parte, han arraigado y profundizado a lo largo de los últimos
cincuenta años. No obstante, indican, también, la necesidad de una ulterior reflexión para
alcanzar el tipode predicación deseado por el Concilio.
Entrando en argumento, podemos señalar cuatro temas de importancia inmutable, descritos
brevemente en los documentos conciliares. El primero, como es natural, es el lugar de la Palabra
de Dios en la Celebración Litúrgica y lo que esto significa para la función de la homilía (cf. SC
24, 35, 52, 56). El segundo se refiere a los principios de la interpretación bíblica católica
enunciados por el Concilio, que encuentran una particular expresión en la homilía litúrgica (cf.
DV 9-13.21). El tercer aspecto trata de las consecuencias de esta comprensión de la Biblia y de
la Liturgia para el propio homileta, quien debe modelar la misma, no solo su enfoque en la
preparación de la homilía, sino también en toda su vida espiritual (cf. DV 25,
Presbyterorumordinis4, 18). Por último, el cuarto aspecto se refiere a las necesidades de aquellos
a quienes va dirigida la predicación de la Iglesia, sus culturas y situaciones de vida, que
determinan también la forma de la homilía, ya que esta posee la función de convertir al
Evangelio la existencia de quien la escucha (cf. Ad gentes 6). Estas breves y, a la vez,
importantes orientaciones han influido a la predicación católica en los decenios posteriores al
Concilio; su interpretación ha encontrado expresiones concretas en la legislación de la Iglesia y
han sido abundantemente elaboradas y desarrolladas en las enseñanzas de los Pontífices, como
prueban claramente las citas del presente Directorio y el listado de documentos relevantes,
recogidos en el Apéndice II.
3. El Directorio Homilético intenta asimilar las valoraciones de los últimos cincuenta años,
revisarlas críticamente, ayudar a los homiletas a apreciar la función de la homilía y ofrecerles
una guía para el cumplimiento de una misión tan esencial en la vida de la Iglesia. El objeto es,
sobre todo, la homilía pronunciada en la Eucaristía dominical pero cuanto se dice, se aplica,
análogamente, a la homilética ordinaria de cualquier otra Celebración Litúrgica y sacramental.
Las sugerencias que aquí se presentan son, por tanto, necesariamente generales; estamos en un
campo bastante variable del ministerio, tanto por las diferencias culturales de una asamblea a
otra como por los talentos y limitaciones del homileta individual. Cada homileta desea mejorar la
predicación y, en ocasiones, las múltiples exigencias de la cura pastoral junto con un sentimiento
personal de no ser adecuado, pueden llevar al desánimo. Es bien cierto que algunos, por
capacidad y formación, son oradores públicos más eficaces que otros. El ser consciente del
propio límite al respecto, puede ser, no obstante, superado recordando que Moisés sufría de una
dificultad para hablar (cf. Ex 4,10), Jeremías se consideraba demasiado joven para predicar (cf.
Jer 1,6) y Pablo, como él mismo admite, experimentaba debilidad y temblor (cf. 1Cor 2,2-4).Para
llegar a ser un homileta eficaz no es necesario ser un gran orador. Naturalmente, el arte de la
oratoria o de hablar en público, asimilado el uso apropiado de la voz e incluso del gesto,
contribuyen a la eficacia de la homilía. A pesar de ser una materia que va más allá de la finalidad
del presente Directorio, para quien pronuncia la homilía es un aspecto relevante. Lo esencial es
que el homileta ponga la Palabra de Dios en el centro de la propia vida espiritual, conozca bien a
su pueblo, reflexione sobre los acontecimientos de su tiempo, busque incesantemente desarrollar
esas capacidades que le ayuden a predicar de manera apropiada y, sobretodo que consciente de la
propia pobreza espiritual, invoque al Espíritu Santo como artífice principal en hacer dócil el
corazón de los fieles a los misterios divinos. Así lo recuerda el Papa Francisco: «Renovemos
nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere
llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra
humana» (EG 136).
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético,
2014, nº 1 -3)
Exégesis
Joseph M. Lagrange, O. P.
La Transfiguración
(Lc 9, 28-36; Mc 9, 2-8; Mt 17, 1-8)
Ocho días (Lc) aproximadamente, o sea seis completos (Mc, Mt) después de la confesión de
Pedro, aconteció algo extraordinario: la transfiguración. Pudiera decirse que en la vida de Jesús
nada hay de paralelo, si no existiesen la transfiguración y la oración de Getsemaní, que son como
la estrofa y la antiestrofa. En los dos casos se hace acompañar Jesús de Pedro, Santiago y Juan,
para los ellos: en los dos casos, los discípulos son vencidos por el sueño, y en los dos recibe
Jesús una visita de lo alto. Pero en tanto que la transfiguración es prenda cierta de la gloria de
Jesús, la escena de Getsemaní lo presenta en su mayor abatimiento, testimonio irrefutable de que
estaba sujeto a las condiciones de la naturaleza humana. Algunos Padres de la Iglesia han
pensado que fueron escogidos los mismos testigos para que el recuerdo de la luz resplandeciente
les sostuviese en el escándalo de la agonía. Pedro fue escogido como jefe que estaba designado;
Juan, por ser el discípulo amado, y Santiago, su hermano que no lo abandona, porque debía ser el
primer apóstol que derramaría su sangre por el Evangelio.
La solicitud tomada por los evangelistas sinópticos por precisar en esta sola circunstancia el
intervalo de tiempo que medió entre los dos hechos indica bien a las claras que veían alguna
relación entre ellos. Y, en efecto, la transfiguración es la confirmación de lo que Jesús quiso
enseñar incitando a la confesión de Pedro, aceptada después y rectificada en un punto decisivo
tan difícil de admitir, el de los sufrimientos del Mesías, al mismo tiempo que mantenía la fe en
su gloria. Tan luminoso es todo en esta nueva escena, que deslumbra. Jesús había dicho a los
judíos: «Si vosotros hubieseis creído a Moisés, me creeríais a mí, pues él ha escrito de mí» (Jn 5,
46). Moisés bajó del cielo para dar testimonio de Jesús, y de Elías, no ignoraban que anunciaría
la llegada del Mesías. Elías estuvo representado por el Bautista, y se asocia ahora en persona al
homenaje de Moisés, y los dos conversan con Jesús. Lo que el pasado de Israel tenía de más
divino se inclinaba delante del nuevo profeta y apoyaba cuanto había anunciado el escándalo de
su muerte. La gloria, sin embargo, que Jesús había reclamado para su resurrección se
manifestaba ya en él como cosa que por derecho propio le pertenecía. Jesús, en fin, había
aceptado el nombre del Hijo de Dios, y ese nombre le era dado por una voz que no podía ser otra
que la de su Padre.
Si de una sola mirada se considera la religión a través de la historia, la nueva alianza,
apoyándose en la antigua revelación, de la cual se desprende para agrupar a todos los pueblos, la
perpetuidad del plan de Dios terminando en la superioridad manifiesta de Jesús sobre los
hombres más grandes del pasado, el culto que hoy, al igual que a su Padre, se le rinde, no es de
extrañar que toda esta maravillosa historia se vea ya bosquejada en algunos rasgos de la
transfiguración. Esto no pudo ser obra de un genio, pues el genio no puede disponer del porvenir.
Además, el hecho es narrado con tal sencillez y realismo, que excluye la intención y la invención
de crear un símbolo.
Es verdad que allí no es nombrada la montaña, pero esto mismo es indicio de que el relato no es
una amplificación con apariencia histórica de una teofanía anunciada por el Antiguo Testamento.
En este caso, hubiera sido nombrado el Hermón o el Tabor según el salmo (Sal 89, 13 [heb.]).
«El Tabor y el Hermón cantarán tu nombre». Acaso esto haya dado motivo para que la tradición
señalase el Tabor, más bajo que el Hermón, el cual hubiera exigido una difícil subida, y estaba
más apartado del centro de la predicación de Jesús; aunque es más probable que provenga del
recuerdo de hecho tan memorable. La subida al Tabor es penosa, pero se concibe que Jesús
escogiera aquella cumbre aislada, dominando todas las planicies de su alrededor para invitar a
sus discípulos a orar. La pequeña villa que la coronaba no impedía que allí hallase lugar solitario.
Fatigados por la marcha –estaban en verano–, los tres discípulos se durmieron mientras Jesús
oraba. Al despertar vieron su faz transfigurada, sus vestidos brillaban con una blancura que
ningún lavandero podría conseguir. Moisés y Elías conversaban sobre la muerte que había de
sufrir en Jerusalén, o cumplir, dice san Lucas, como un deber impuesto. Pedro toma la palabra, y
–¡cómo se ve que es él!– su buena voluntad no carece de cierto aire de suficiencia. No en vano
subraya él que se encuentra allí con sus compañeros, y podrán levantar pronta-mente tres tiendas
de follaje, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Los discípulos, como fieles
servidores, dormirían a campo raso, velando a los aposentados en las tiendas. No había
comprendido que ni Jesús, que en estos momentos manifestaba su gloria, ni Moisés ni Elías,
huéspedes del cielo, tenían necesidad de abrigo.
La respuesta les vino de lo alto, desde una nube. Esta nube no era una nube cualquiera. Los
discípulos se sobrecogieron de espanto cuan-do vieron que se interponía entre el sol y ellos,
como para envolver a Moisés y Elías con Jesús. Una voz se dejó oír: «Éste es mi Hijo muy
amado, escuchadle». Entonces comprendieron que aquella voz era la del Padre, que venía de la
misma nube, que otras veces, en el desierto de Sinaí, se extendió sobre el Tabernáculo mientras
la gloria del Señor penetraba en él (Ex 40, 34). Fue entonces indicio sensible de la benévola
presencia de Dios para con su pueblo: y aparecía ahora una vez más, porque en adelante Dios se
manifestaría por su Hijo. Era, además, claro que el designado por la voz era Jesús, porque los
discípulos, ofuscados de momento y mirando a su alrededor, ya no vieron más que a Él.
(Lagrange, J. M., Vida de Jesucristo según el Evangelio, Edibesa, Madrid, 2002, p. 231 – 234)
Comentario Teológico
Directorio Homilético
Evangelio del II domingo de Cuaresma
64. El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la
Transfiguración. Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del cuerpo de Jesús, en
presencia de los tres discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente después de la primera
predicación de la Pasión. (Estos tres discípulos – Pedro, Santiago y Juan – también estarán con
Jesús durante la agonía en Getsemaní, la víspera de la Pasión). En el contexto de la narración, en
cada uno de los tres Evangelios, Pedro acaba de confesar su fe en Jesús como Mesías. Jesús
acepta esta confesión, pero inmediatamente se dirige a los discípulos y les explica qué tipo de
Mesías es él: «empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí
mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y
resucitar al tercer día».
Sucesivamente pasa a enseñar qué implica seguir al Mesías: «El que quiera venirse conmigo que
se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es después de este evento, cuando
Jesús toma a los tres discípulos y los lleva a lo alto de un monte, y es allí donde su cuerpo
resplandece de la gloria divina; y se les aparecen Moisés y Elías, que conversaban con Jesús.
Estaban todavía hablando, cuando una nube, signo de la presencia divina,c omo había sucedido
en el monte Sinaí, le envolvió junto a sus discípulos. De la nube se elevó una voz, así como en el
Sinaí el trueno advertía que Dios estaba hablando con Moisés y le entregaba la Ley, la Torah.
Esta es la voz del Padre, que revela la identidad más profunda de Jesús y la testimonia diciendo:
«Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9,7).
65. Muchos temas y modelos puestos en evidencia en el presente Directorio se concentran en
esta sorprendente escena. Ciertamente, cruz y gloria están asociadas. Claramente, todo el
Antiguo Testamento, representado por Moisés y Elías, afirma que la cruz y la gloria están
asociadas. El homileta debe abordar estos argumentos y explicarlos.
Probablemente, la mejor síntesis del significado de tal misterio nos la ofrecen las bellísimas
palabras del prefacio de este domingo. El sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre
de todo el pueblo, da gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la
Transfiguración: «Él, después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte
santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la
pasión es el camino de la Resurrección». Con estas palabras, en este día, la comunidad se abre a
laoración eucarística.
66. En cada uno de los pasajes de los Sinópticos, la voz del Padre identifica en Jesús a su Hijo
amado y ordena: «Escuchadlo». En el centro de esta escena de gloria trascendente, la orden del
Padre traslada la atención sobre el camino que lleva a la gloria. Es como si dijese: «Escuchadlo,
en él está la plenitud de mi amor, que se revelará en la cruz». Esta enseñanza es una nueva
Torah, la nueva Ley del Evangelio, dada en el monte santo poniendo en el centro la gracia del
Espíritu Santo, otorgada a cuantos depositan su fe en Jesús y en los méritos de su cruz. Porque él
enseña este camino, la gloria resplandece del cuerpo de Jesús y viene revelado por el Padre como
el Hijo amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos en el corazón del misterio trinitario? En la
gloria del Padre vemos la gloria del Hijo, inseparablemente unida a la cruz. El Hijo revelado en
la Transfiguración es «luz de luz», como afirma el Credo; este momento de las Sagradas
Escrituras es, ciertamente, una de las más fuertes autoridades para la fórmula del Credo.
67. La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que todo el
Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los
sacramentos de la iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para
renovarse en la nueva vida a la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada
particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II
domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él
quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. El homileta, para dar
fundamento a esto, puede justamente acudir a las palabras y a la autoridad de san Pablo, quien
afirma que “Cristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición
gloriosa” (Fil 3,21). Este versículo se encuentra en la segunda lectura del ciclo C, pero, cada año,
puede poner de relieve cuanto hemos apuntado.
68. En este domingo, mientras los fieles se acercan en procesión a la Comunión, la Iglesia hace
cantar en la antífona las palabras del Padre escuchadas en el Evangelio: «Este es mi Hijo, el
amado, mi predilecto. Escuchadlo». Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan
en la Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento litúrgico, en el
que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. En la oración después de la Comunión
damos gracias a Dios porque «nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu
reino». Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de
Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del
Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo».
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético,
2014, nº 64 -68)
Santos Padres
San Agustín
La transfiguración
1. Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el Señor hizo
manifiesta en la montaña. En efecto, a ella se refería al decir: En verdad os digo que hay aquí
algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su
reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días,
mientras decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos
tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al
Hijo del hombre en su reino. No es una cuestión sencilla. Pues no ha de tomarse la montaña
como si fuese el reino. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo? Esto no solamente lo
leemos, sino que en cierto modo lo vemos con los ojos del corazón. Llama reino suyo a lo que en
muchos pasajes denomina reino de los cielos. El reino de los cielos es el reino de los santos. Los
cielos, en efecto, proclaman la gloria de Dios1. De esos cielos se dice a continuación en el
salmo: No hay discurso ni palabra de ellos que no se oiga. A toda la tierra alcanza su pregón y
hasta los confines de la tierra su lenguaje. ¿De quiénes, sino de los cielos? Por tanto, de los
apóstoles y de todos los fieles predicadores de la palabra de Dios. Reinarán los cielos con aquel
que hizo los cielos. Ved lo que hizo para manifestar esto.
2. El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la
nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar
que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los
ojos de la carne, es aquél para los del corazón; y lo que es éste para la carne, lo es aquél para el
corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los
llevan, caen. Pablo fue como la última orla de estos vestidos. El mismo dice: Yo, ciertamente,
soy el más pequeño de los Apóstoles, y en otro lugar: Yo soy el último de los Apóstoles. La orla
es la parte última y más baja de un vestido. Por eso, como aquella mujer que padecía flujo de
sangre y al tocar la orla del Señor quedó salvada, así la Iglesia procedente de los gentiles se salvó
por la predicación de Pablo. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos,
oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé
como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor?
Si no da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan brevemente
dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se manifestó
la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.
3. Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí.
Sufría el tedio de la turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del
alma. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y,
por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si quieres,
hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el
Señor, pero
Pedro recibió, sí, una respuesta. Pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió.
El buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo
que el sentido humano quería dividir. Cristo es el Verbo de Dios, Verbo de Dios en la ley, Verbo
de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero
comprende también la unidad.
4. Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó desde ella una voz
que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías. No se dijo: «Estos son mis hijos
amados». Una cosa es, en efecto, el Único, y otra los adoptados. Se recomendaba a aquél de
donde procedía la gloria a la ley y los profetas. Este es, dice, mi hijo amado, en quien me he
complacido; escuchadle, puesto que en los profetas a él escuchasteis y lo mismo en la ley. Y
¿dónde no le oísteis a él? Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino
de Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en Moisés,
la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como
fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
5. El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a
Jesús solo. ¿Qué significa esto? Oísteis, cuando se leía al Apóstol, que ahora vemos en un
espejo, en misterio, pero entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando
venga lo que ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad, puesto
que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás. Y cuando el Señor los levantó, indicaba la
resurrección. Después de ésta, ¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni
Elías ni Moisés. Te queda el que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el
Verbo era Dios. Te queda el que Dios es todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley.
Veremos allí a Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio de Cristo, de
que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria.
Allí se realiza lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ama será amado por mí Padre y
yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me
mostraré a él. ¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él
mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico; pero si no tienes
a Dios, ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta
oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja,
suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas
obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol, oímos en
elogio de la caridad: No busca lo propio. No busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en
otro lugar dijo algo que, si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la
caridad, el Apóstol ordena a los fieles miembros de Cristo: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno.
Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a modo de negoció, maquina fraudes para
embaucar a alguien y conseguir, no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga
adelante la justicia; escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio,
sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te amparas en este precepto para desear
lo ajeno, hay que decirte: «Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo
tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo
tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, ¡oh
avaro!; escucha. En otro lugar te expone el Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie
busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: "Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos,
para que se salven. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte.
Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Ahora, no obstante, dice:
«Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la
tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino
para cansarse en el camino; descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No
busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde
encontrarás seguridad».
SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 78, 1-6, BAC
Madrid 1983, 430-435
Aplicación
P. Alfredo Sáenz,S.J.
La Transfiguración del Señor
Lecturas: Gén. 22, 1-2. 9-13. 15-18
Rom. 8, 31-34
Mc. 9, 2-10
El misterio de la Transfiguración del Señor pertenece al segundo período de su vida. Jesús,
incomprendido por las turbas y rechazado por las autoridades oficiales del judaísmo, se ha
retirado a la soledad para consagrarse a la instrucción de los discípulos que lo rodean,
revelándoles progresivamente el misterio de su persona y de sus acciones. Y ahora se transfigura
ante ellos, para mostrarles por anticipado lo que será la gloria del último día. Quiere enseñarles
que en ese Jesús humilde que ellos conocen y a quien acompañan todos los días, habita la gloria
de la divinidad, que deben tener confianza en Él porque es Dios, que deben seguirlo en el arduo
camino que sube a Jerusalén: hacia la gloria por la cruz.
El evangelio del domingo pasado nos mostró a Jesús duramente tentado en el desierto. El de hoynos lo presenta resplandeciente de gloria. Es todo el contenido del Misterio Pascual: dolor y
gozo, sufrimiento y premio, muerte y resurrección. Analicemos algunos detalles de la perícopa
evangélica que hoy nos ocupa.
Dice el texto que Jesús subió a una montaña alta. En la Escritura, la montaña aparece
generalmente como el lugar privilegiado de la presencia de Dios. En el Antiguo Testamento, la
montaña por excelencia fue el Sinaí, donde Moisés recibió las Tablas de la Ley, la misma
montaña que escalara el profeta
Elías. El monte en que Jesús se transfiguró es así, en cierto modo, el nuevo Sinaí, el monte de la
Nueva Alianza.
Ya en la cumbre de esa montaña, Jesús se transfiguró delante de sus discípulos y sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrante. Con estas palabras el evangelista quiere indicar que el
cuerpo de Cristo se iluminó, se tornó resplandeciente, relampagueante, adquirió "brillo", cl color
blanco que nos habla de la inmaculada realidad del cielo. La gloria de Dios, el poder y el
resplandor del Dios creador y del Dios que intervino con brazo poderoso en la historia de la
salvación, esa gloria que el mismo Jesús había anunciado para el fin de su vida en la tierra, su
gloria, se manifiesta ahora por anticipado ante los tres discípulos amados. Uno de los testigos,
Juan, escribiría luego en su evangelio: "Hemos visto su gloria, gloria de Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad". Y otro de ellos, Pedro, confesaría en su segunda epístola: "Jesús
recibió de Dios Padre el honor y la gloria... Nosotros oímos esta voz que venía del cielo mientras
estábamos con él en la montaña santa". Al fin y al cabo, Cristo era la Luz, la Luz del mundo, en
quien habitaba la plenitud de la divinidad. El resplandor de su alma, normalmente empañado por
la opacidad de la materia, se manifiesta ahora de manera admirable en su propio cuerpo.
Nos dice el texto que se formó una nube que los cubrió. En la Escritura, la nube aparece
habitualmente como un signo de la presencia del Señor. Dios hizo de las nubes su tienda, cubrió
el Sinaí con la nube de su inmensidad, invadió con la nube de su gloria el recién inaugurado
Templo de Salomón, reposó con la nube de su Espíritu sobre el seno de María para hacerla
fecunda. Esa nube desciende hoy sobre el monte de la Transfiguración.
Advertimos la presencia de Moisés y de Elías, esos dos personajes de los que nos dice la historia
que, como Jesús, ayunaron también durante cuarenta días. Moisés, el legislador, viene a saludar
al que trae la nueva Ley, acompañando a Elías, el profeta, precursor del Profeta definitivo. Estos
dos personajes, presentes en el nuevo Sinaí, manifiestan que ha llegado la plenitud de los
tiempos. La Ley y los Profetas conversan con Jesús: ¿cómo describir mejor la sinfonía de los dos
Testamentos, su unidad y continuidad?
Todas estas circunstancias que rodean el misterio de la Transfiguración constituyen un conjunto
admirable. El Señor, con sus vestidos blancos, recordando a los sumos sacerdotes de Israel que
se revestían con ornamentos preciosos, reúne junto a sí a los dos profetas y a los tres apóstoles
bajo la nube luminosa que antaño señalara la presencia de Dios en el Templo. Cristo aparece
aquí como la plenitud de todo, plenitud del sacerdocio, plenitud de la antigua alianza, plenitud
del Templo.
Al culminar el prodigio, Jesús anunció su muerte y su resurrección, figuradas en el sacrificio de
Isaac que se relata en la primera lectura ("Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros", escuchamos en la segunda). Tendría que pasar por la muerte pero en camino
hacia la gloria. Gloria no sólo de Él, como Verbo encarnado, sino también de todo su Cuerpo
Místico, la Iglesia. Gloria que será perfecta cuando se cierre la historia, pero que desde ahora
adorna incoativamente a la Iglesia en su estadio actual. Es la esperanza de la Iglesia toda:
después de la transfiguración de la Cabeza, la transfiguración del Cuerpo. La transformación de
cada uno de sus miembros.
Ya nosotros por el Bautismo hemos comenzado nuestro pro-ceso de Transfiguración. La vida de
la gracia es el germen de la gloria. Por otra parte, la práctica de las virtudes nos va
transformando poco a poco, nos va transfigurando lentamente, condicionando el resplandor que
tendremos por toda la eternidad. Somos luz. Pero aún en claroscuro. Nuestra lucha en la tierra es
ineludiblemente en la oscuridad de la fe. Cuando en la cumbre del monte, Pedro exclamó: "¡Qué
bien estamos acá! Hagamos tres carpas", se equivocaba de medio a medio —"no sabía lo que
decía"— al pretender eternizar ese momento de privilegio, al querer esquivar el dolor y la
Pasión. Hubiera deseado que Cristo permaneciese para siempre en la montaña cuando su misión
le exigía descender al llano, con la turba ruda. "¡Qué bien estarnos acá!". No, hermanos, es hora
del sacrificio cuaresmal. Es menester bajar y no quedarse en el monte. El mundo no puede
salvarse sin la Cruz. En el llano, Cristo ya no está transfigurado sino que retorna su aspecto
ordinario. Así es nuestra vida normal, oscura, en la fe. Una que otra vez percibimos, al modo de
un relámpago fugaz, la gloria de Dios. Pero luego se nos hace difícil reconocer a Jesús "en el
llano" pedestre, en la Iglesia pecadora, en el mundo, en la historia. No perdamos, sin embargo, la
esperanza. Cada día nos acercamos un poco más a la gloria del ciclo. En nuestro viaje de
peregrinos, la luz de Cristo transfigurado va iluminando nuestros pasos hacia lo alto, hacia ese
cielo que ya se está incoando en la tierra, hacia esa gloria que ya comienza a reverberar en la
cruz. Cuando llegue el día terminal, entonces el Señor reformará nuestro cuerpo vil conforme a
su cuerpo glorioso. Entonces veremos a Dios cara a cara, veremos la luz de su gloria, y
quedaremos encandilados. Con todo nuestro ser, con nuestra alma y con nuestro cuerpo. Hechos
luz.
Mientras tanto debemos ser apóstoles. Es cierto que al bajar de la montaña, Jesús prohibió a sus
discípulos contar a nadie lo que habían visto hasta su resurrección de entre los muertos. Pero ya
la Resurrección se ha realizado. Podemos, pues, hablar, anunciar a Cristo, y tenemos el deber de
hacerlo. Con nuestra palabra, pero sobre todo con nuestra vida.
Vamos a seguir el Santo Sacrificio de la Misa. La transustanciación intensifica la transfiguración
de la Iglesia. Y la recepción de la Sagrada Eucaristía deposita en nosotros destellos de la gloria
de Cristo. En los primeros siglos, los cristianos gustaban ir a comulgar cantando el salmo 34:
"Acercaos a él y seréis iluminados". Al recibir el Cuerpo de Cristo, la gloria del Tabor nos
invadirá desde adentro, con mucha mayor intensidad que a los tres apóstoles-testigos, los cuales
contemplaron esa gloria tan sólo desde afuera, como meros espectadores. Comamos, pues, y
bebamos la "prenda de nuestra gloria". Comamos y bebamos el cielo.
(SÁENZ, A.,Palabra y vida, GladiusBuenos Aires 1993, p. 87-91)
San Juan Pablo II
La liturgia del II domingo de cuaresma es en cierto sentido la liturgia de los tres montes.
En el primero escuchamos las palabras dirigidas por Dios a Abraham, según narra el libro del
Génesis: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí
en sacrificio sobre uno de los montes que yo te indicaré” (Gen 22,2).
La prueba de Abraham. “Dios puso a prueba a Abraham” (Gen 22,1).
Fue ésta la prueba de su fe.
Abraham levantó un altar en el lugar indicado, puso leña en él y sobre la leña colocó a su hijo
Isaac: el hijo único. El hijo de la promesa. El hijo de la esperanza.
Abraham estaba dispuesto a ofrecerlo a Dios en holocausto, a derramar su sangre y quemar su
cuerpo en la hoguera.
En el momento decisivo llegó el veto de Dios: “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas
nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gen
22,12).
En un arbusto cercano Abraham encontró un carnero y lo ofreció en el altar preparado. Se
verificó la prueba de la fe. Dios renovó su promesa ante Abraham, tras haberlo sometido a la
prueba: “multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa”
(Gen 22,17).
Descendencia no tanto según la carne cuanto según el espíritu. Descendientes de Abraham en la
fe son en cierto sentido los seguidores de las tres grandes religiones monoteístas del mundo:
judaísmo, cristianismo e islamismo. “Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu
descendencia, porque me has obedecido” (Gen 22,18).
Los descendientes de la fe de Abraham creen que Dios tiene el poder de probar al hombre. Tiene
derecho a la ofrenda que procede de su espíritu.
La liturgia del II domingo de Cuaresma nos lleva a otro monte, a Galilea. Más allá de la llanura
de Galilea se alza majestuoso el monte Tabor, el monte de la transfiguración según la tradición
cristiana.
Jesús de Nazaret, que vino entre los descendientes de Abraham como Mesías enviado por Dios,
en este monte fue transformado milagrosamente ante los ojos de sus Apóstoles Pedro, Santiago y
Juan. A los ojos de los Apóstoles se manifestó transfigurado en la gloria, y con Él, Moisés y
Elías. Al milagro de la visión se añadió el milagro de la audición. Oyeron la voz que salía de la
nube: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle” (Mc 9,7). Las mismas palabras que había oído ya
Juan el Bautista junto al Jordán, en ocasión de la primera venida de Jesucristo, después del
bautismo.
La teofanía del Monte Tabor tiene carácter pascual. Preanuncia la gloria de Cristo resucitado. Al
mismo tiempo prepara a los Apóstoles a la muerte del Cordero de Dios. A la teofanía del
Gólgota.
Al Monte Gólgota, tercer monte, nos lleva Pablo Apóstol con las palabras de la Carta a los
Romanos. La teofanía del Gólgota está indicada en las palabras siguientes: “Si Dios está con
nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
a la muerte por nosotros” (Rom 8,31-32).
Sabemos que el Padre ha entregado a su Hijo en el Gólgota; sabemos que precisamente así se
llama esta colina fuera de la muralla de Jerusalén en la que Dios “no perdonó a su Hijo” (8,32).
Y con ello demostró “hasta el fin” que “está con nosotros”; “¿cómo no nos dará todo con Él?” se
pregunta el Apóstol (8,32).
Este mismo Dios que no permitió a Abraham sacrificar con la muerte a su hijo Isaac, no preservó
a su propio Hijo.
¿Acaso no ha confirmado con esto hasta el fin nuestra elección?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? se pregunta el Apóstol (8,33).
Él mismo ha tomado en sus manos la causa de la justificación del hombre...”Dios es el que
justifica” (8,33). Y así es, ¿quién puede condenar al hombre? (cf. 8,34).
Semejante sentencia sólo puede pronunciarla Cristo, que conoció en el Gólgota el peso de los
pecados de los hombres.
Pero en el Gólgota Jesucristo sufrió la muerte por nosotros, “más aún -escribe el Apóstol...resucitó y está a la derecha del Padre e intercede por nosotros” (8,34).
La liturgia de este domingo nos invita a subir a un monte, al lugar de la teofanía de la antigua y
nueva Alianza. De acuerdo con el espíritu de Cuaresma, se nos invita a meditar en estos montes
las grandezas de Dios (Hechos 2,11) los misterios de nuestra redención, los misterios de nuestra
justificación en Cristo.
Este domingo de Cuaresma nos enseña que estamos llamados a una gran transformación
espiritual.
Debemos participar en la Transfiguración de Cristo como sus discípulos en el Monte Tabor.
Debemos prepararnos para la santa Pascua.
El maestro de esta actitud nuestra mediante la cual Cristo baja a nuestro corazón realizando una
transformación y la conversión, es Abraham: el padre de los creyentes.
En efecto, parece resonar en nuestro corazón las palabras del Salmista: “Tenía fe aun cuando
dije: ¡Qué desgraciado soy!” (115/116,10).
¿Acaso no se sentía así de desgraciado cuando caminaba hacia el monte indicado por Dios para
inmolar a su hijo? ¿O no fue sólo la fe la que hizo repetir entonces: “Mucho le cuesta al Señor la
muerte de sus fieles” (115/116,15)? A partir de Abraham comenzó la familia humana a aprender
esa fe que se hace patente en la actitud interior del espíritu humano, que se manifiesta en el
sacrificio del corazón.
Jesucristo es el Maestro definitivo y perfecto de tal actitud: “consummatorfideinostrae!” (cf.
Heb12,2).
El fruto de la liturgia del domingo II de Cuaresma debe ser la disponibilidad a ofrecer sacrificios
espirituales en los que nuestra fe se pone de manifiesto. Lo pedimos con las palabras del salmo:
"Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un
sacrificio de alabanza invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de
todo el pueblo" (115(116), 16-18).
A nosotros, redimidos y justificados en la sangre de Cristo, ninguna prueba ni experiencia nos
cierran el horizonte de la vida.
Lo aclaran más todavía en Dios.
Sepamos ver cada vez más este horizonte, ofreciendo los sacrificios espirituales de cuanto
constituye nuestra vida.
Que la participación en la Eucaristía nos una siempre, y hoy sobre todo, en esta comunidad a la
que el Padre revela y entrega a su Hijo: “Este es mi Hijo amado; escuchadle” (Mc 9,7).
(Homilía en la parroquia de la Inmaculada Concepción , Roma, 7 de marzo de 1982)
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de este día nos prepara sea para el misterio de la Pasión —como escuchamos en la
primera lectura— sea para la alegría de la Resurrección.
La primera lectura nos refiere el episodio en el que Dios pone a prueba a Abrahán (cf. Gn 22, 118). Abrahán tenía un hijo único, Isaac, que le nació en la vejez. Era el hijo de la promesa, el hijo
que debería llevar luego la salvación también a los pueblos. Pero un día Abrahán recibe de Dios
la orden de ofrecerlo en sacrificio. El anciano patriarca se encuentra ante la perspectiva de un
sacrificio que para él, padre, es ciertamente el mayor que se pueda imaginar. Sin embargo, no
duda ni siquiera un instante y, después de preparar lo necesario, parte junto con Isaac hacia el
lugar establecido. Y podemos imaginar esta caminata hacia la cima del monte, lo que sucedió en
su corazón y en el corazón de su hijo. Construye un altar, coloca la leña y, después de atar al
muchacho, aferra el cuchillo para inmolarlo. Abrahán se fía de Dios hasta tal punto que está
dispuesto incluso a sacrificar a su propio hijo y, juntamente con el hijo, su futuro, porque sin ese
hijo la promesa de la tierra no servía para nada, acabaría en la nada. Y sacrificando a su hijo se
sacrifica a sí mismo, todo su futuro, toda la promesa. Es realmente un acto de fe radicalísimo. En
ese momento lo detiene una orden de lo alto: Dios no quiere la muerte, sino la vida; el verdadero
sacrificio no da muerte, sino que es la vida, y la obediencia de Abrahán se convierte en fuente de
una inmensa bendición hasta hoy. Dejemos esto, pero podemos meditar este misterio.
En la segunda lectura, san Pablo afirma que Dios mismo realizó un sacrificio: nos dio a su propio
Hijo, lo donó en la cruz para vencer el pecado y la muerte, para vencer al maligno y para superar
toda la malicia que existe en el mundo. Y esta extraordinaria misericordia de Dios suscita la
admiración del Apóstol y una profunda confianza en la fuerza del amor de Dios a nosotros; de
hecho, san Pablo afirma: « [Dios], que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» (Rm 8, 32). Si Dios se da a sí mismo en el Hijo,
nos da todo. Y san Pablo insiste en la potencia del sacrificio redentor de Cristo contra cualquier
otro poder que pueda amenazar nuestra vida. Se pregunta: « ¿Quién acusará a los elegidos de
Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió; más todavía,
resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?» (vv. 33-34). Nosotros
estamos en el corazón de Dios; esta es nuestra gran confianza. Esto crea amor y en el amor
vamos hacia Dios. Si Dios ha entregado a su propio Hijo por todos nosotros, nadie podrá
acusarnos, nadie podrá condenarnos, nadie podrá separarnos de su inmenso amor. Precisamente
el sacrificio supremo de amor en la cruz, que el Hijo de Dios aceptó y eligió voluntariamente, se
convierte en fuente de nuestra justificación, de nuestra salvación. Y pensemos que en la Sagrada
Eucaristía siempre está presente este acto del Señor, que en su corazón permanece por toda la
eternidad, y este acto de su corazón nos atrae, nos une a él.
Por último, el Evangelio nos habla del episodio de la Transfiguración (cf. Mc 9, 2-10): Jesús se
manifiesta en su gloria antes del sacrificio de la cruz y Dios Padre lo proclama su Hijo
predilecto, el amado, e invita a los discípulos a escucharlo. Jesús sube a un monte alto y toma
consigo a tres apóstoles —Pedro, Santiago y Juan—, que estarán especialmente cercanos a él en
la agonía extrema, en otro monte, el de los Olivos. Poco tiempo antes el Señor había anunciado
su pasión y Pedro no había logrado comprender por qué el Señor, el Hijo de Dios, hablaba de
sufrimiento, de rechazo, de muerte, de cruz; más aún, se había opuesto decididamente a esta
perspectiva. Ahora Jesús toma consigo a los tres discípulos para ayudarlos a comprender que el
camino para llegar a la gloria, el camino del amor luminoso que vence las tinieblas, pasa por la
entrega total de sí mismo, pasa por el escándalo de la cruz. Y el Señor debe tomar consigo,
siempre de nuevo, también a nosotros, al menos para comenzar a comprender que este es el
camino necesario. La transfiguración es un momento anticipado de luz que nos ayuda también a
nosotros a contemplar la pasión de Jesús con una mirada de fe. La pasión de Jesús es un misterio
de sufrimiento, pero también es la «bienaventurada pasión» porque en su núcleo es un misterio
de amor extraordinario de Dios; es el éxodo definitivo que nos abre la puerta hacia la libertad y
la novedad de la Resurrección, de la salvación del mal. Tenemos necesidad de ella en nuestro
camino diario, a menudo marcado también por la oscuridad del mal.
Como los tres Apóstoles del Evangelio, también nosotros necesitamos subir al monte de la
Transfiguración para recibir la luz de Dios, para que su rostro ilumine nuestro rostro. Y es en la
oración personal y comunitaria donde encontramos al Señor, no como una idea, o como una
propuesta moral, sino como una Persona que quiere entrar en relación con nosotros, que quiere
ser amigo y renovar nuestra vida para hacerla como la suya. Y este encuentro no es sólo un
hecho personal; el Evangelio debe ser comunicado, anunciado a todos. No esperemos que otros
vengan a traer mensajes diversos, que no llevan a la verdadera vida; convertíos vosotros mismos
en misioneros de Cristo para los hermanos en los lugares donde viven, trabajan, estudian o sólo
pasan el tiempo libre.
Queridos hermanos y hermanas, desde el Tabor, el monte de la Transfiguración, el itinerario
cuaresmal nos conduce hasta el Gólgota, monte del supremo sacrificio de amor del único
Sacerdote de la alianza nueva y eterna. En ese sacrificio se encierra la mayor fuerza de
transformación del hombre y de la historia. Asumiendo sobre sí todas las consecuencias del mal
y del pecado, Jesús resucitó al tercer día como vencedor de la muerte y del Maligno. La
Cuaresma nos prepara para participar personalmente en este gran misterio de la fe, que
celebraremos en el Triduo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Encomendemos a la
Virgen María nuestro camino cuaresmal, así como el de toda la Iglesia. Ella, que siguió a su Hijo
Jesús hasta la cruz, nos ayude a ser discípulos fieles de Cristo, cristianos maduros, para poder
participar juntamente con ella en la plenitud de la alegría pascual. Amén.
(Visita Pastoral a la Parroquia San Juan Bautista de la Salle, en Torrino,
Roma, Domingo 4 de marzo de 2012)
PP. Francisco
En la oración al inicio de la misa hemos pedido al Señor dos gracias: «escuchar a tu amado
Hijo», para que nuestra fe se nutra de la Palabra de Dios, y —la otra gracia— «purificar los ojos
de nuestro espíritu, para que podamos gozar un día de la visión de la gloria». Escuchar, la gracia
de escuchar, y la gracia de purificar los ojos. Esto está precisamente en relación con el Evangelio
que hemos escuchado. Cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan, éstos oyen la
voz de Dios Padre, que dice: «Éste es mi Hijo. Escuchadlo». La gracia de escuchar a Jesús. ¿Para
qué? Para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios. Y ésta es una tarea del cristiano. ¿Cuáles
son las tareas del cristiano? Tal vez me diréis: ir a misa los domingos; hacer ayuno y abstinencia
en la Semana Santa; hacer esto... Pero la primera tarea del cristiano es escuchar la Palabra de
Dios, escuchar a Jesús, porque Él nos habla y Él nos salva con su Palabra. Y Él, con esta Palabra,
hace también que nuestra fe sea más robusta, más fuerte. Escuchar a Jesús. «Pero, padre, yo
escucho a Jesús, lo escucho mucho». « ¿Sí? ¿Qué escuchas?». «Escucho la radio, escucho la
televisión, escucho las habladurías de las personas...». Muchas cosas escuchamos durante el día,
muchas cosas...
Pero os hago una pregunta: ¿dedicamos un poco de tiempo, cada día, para escuchar a Jesús, para
escuchar la Palabra de Jesús? En casa, ¿tenemos el Evangelio? Y, cada día, ¿escuchamos a Jesús
en el Evangelio, leemos un pasaje del Evangelio? ¿O tenemos miedo de esto, o no estamos
acostumbrados? Escuchar la Palabra de Jesús para alimentarnos. Esto significa que la Palabra de
Jesús es el alimento más fuerte para el alma: nos nutre el alma, nos nutre la fe. Os sugiero, cada
día, tomar algunos minutos y leer un pasaje del Evangelio y oír lo que allí pasa. Escuchar a
Jesús, y esa Palabra de Jesús cada día entra en nuestro corazón y nos hace más fuertes en la fe.
Os sugiero también tener un pequeño Evangelio, pequeñito, para llevar en el bolsillo, en el bolso
y cuando tengamos un poco de tiempo, tal vez en el autobús... cuando se pueda en el autobús,
porque muchas veces en el autobús estamos un poco obligados a mantener el equilibrio y
también a defender los bolsillos, ¿no?... Pero cuando estás sentado, aquí o allá, puedes leer,
incluso durante el día, tomar el Evangelio y leer dos palabritas. ¡El Evangelio siempre con
nosotros! Se decía de algunos mártires de los primeros tiempos —por ejemplo de santa Cecilia—
que llevaban siempre con ellos el Evangelio: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia llevaba el
Evangelio. Porque es precisamente nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre
nuestra fe.
Y luego la segunda gracia que hemos pedido es la gracia de la purificación de los ojos, de los
ojos de nuestro espíritu, para preparar los ojos del espíritu para la vida eterna. Purificar los ojos.
Yo estoy invitado a escuchar a Jesús y Jesús se manifiesta; y con su Transfiguración nos invita a
contemplarlo. Mirar a Jesús purifica nuestros ojos y los prepara para la vida eterna, para la visión
del Cielo. Tal vez nuestros ojos están un poco enfermos porque vemos muchas cosas que no son
de Jesús, incluso que están contra Jesús: cosas mundanas, cosas que no hacen bien a la luz del
alma. Y así esta luz se apaga lentamente y sin saberlo terminamos en la oscuridad interior, en la
oscuridad espiritual, en la oscuridad de la fe: oscuridad porque no estamos acostumbrados a
mirar, a imaginar las cosas de Jesús.
Esto es lo que nosotros hoy hemos pedido al Padre, que nos enseñe a escuchar a Jesús y a
contemplar a Jesús. Escuchar su Palabra, y pensad en lo que os decía del Evangelio: ¡es muy
importante! Y mirar: cuando leo el Evangelio imaginar y contemplar cómo era Jesús, cómo hacía
las cosas. Y así nuestra inteligencia, nuestro corazón siguen adelante por el camino de la
esperanza, donde el Señor nos pone, como hemos escuchado que hizo con nuestro padre
Abrahán. Recordad siempre: escuchar a Jesús, para hacer más fuerte nuestra fe; contemplar a
Jesús, para preparar nuestros ojos a la hermosa visión de su rostro, donde todos nosotros —que
el Señor nos dé la gracia— nos encontraremos en una misa sin fin. Así sea.
(Visita Pastoral a la Parroquia Santa María de la Oración,
Roma, II Domingo de Cuaresma, 16 de marzo de 2014)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
EL TESTIMONIO DEL PADRE SOBRE JESÚS EN LA TRANSFIGURACIÓN
Primero, pondremos los textos[1]:
“Una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi
Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5)
“Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: Este
es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9, 7)
“Vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (Lc 9, 35)
En todos los pasajes es una voz que habla del Hijo y procede de una nube.
La nube es la presencia de Dios en medio del pueblo elegido.
En los pasajes de la Transfiguración el texto común a los tres lo trae Marcos: “Este es mi Hijo
amado, escuchadle”. Mateo agrega: “en quien me complazco” y Lucas “mi Elegido”.
1.
La nube referida al Padre.
La nube
La nube, como la noche o la sombra, puede significar una doble experiencia religiosa: la
proximidad benéfica de Dios o el castigo de aquel que oculta su rostro. Más aún: es un símbolo
privilegiado para significar el misterio de la presencia divina: manifiesta a Dios al mismo tiempo
que lo vela.
Según el relato del Éxodo, los hebreos fueron guiados por una “columna” que reviste doble
aspecto: “Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y
de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de
noche”[2]. El Señor está presente a su pueblo en todo tiempo a fin de que pueda proseguir su
marcha. Asegura también su protección contra sus enemigos; la columna modifica su aspecto, no
ya según el tiempo, sino según los hombres: para los israelitas era luminosa y para los egipcios
tenebrosa; se habla incluso de “columna de fuego y de nube”[3], que manifiesta así el doble
aspecto del misterio divino: santidad inaccesible al pecador, proximidad de gracia para el
elegido.
Dios habló desde el Sinaí; una nube había recubierto la montaña durante seis días, mientras que
Yahveh descendía en forma de fuego. La nube sirve para realzar la trascendencia divina. Ya no
hay fuego y nube, sino fuego en la nube: la nube viene a ser un velo que protege la gloria de
Dios contra las miradas impuras; se quiere marcar no tanto una discriminación entre los hombres
cuanto la distancia entre Dios y el hombre. La nube, accesible e impenetrable a la vez, permite
alcanzar a Dios sin verlo cara a cara, visión que sería mortal. Desde la nube que cubre la
montaña, llama Yahveh a Moisés, único que puede penetrar en ella. Por otra parte, si la nube
protege la gloria, la manifiesta también: “la gloria de Yahveh se apareció en forma de nube”[4];
se mantiene inmóvil a la entrada de la tienda de reunión o determina los desplazamientos del
pueblo.
Más tarde, en ocasión de la consagración por Salomón, el templo quedó “lleno” de la nube, de la
gloria[5]. Ezequiel verá cómo esta nube protege la gloria que va a abandonar el templo[6], y el
judaísmo soñará con su regreso juntamente con el de la gloria[7].
En correspondencia con las teofanías del Éxodo, el día de Yahveh va acompañado de nubes y
nubarrones; con ello se representa la venida de Dios como juez, ya a través del simbolismo
natural, ya gracias a la metáfora del vehículo celestial. El Hijo del hombre, antes de venir sobre
las nubes del cielo es concebido de la Virgen María, recubierta por la sombra del Espíritu Santo
y por el poder del Altísimo. Como en el Antiguo Testamento, la nube manifiesta la presencia de
Dios y la gloria de su Hijo transfigurado[8]. Lo sustrae luego a las miradas de los discípulos,
probando que mora en el cielo, más allá de las cosas visibles, pero presente a sus testigos.
Todavía como en el Antiguo Testamento, la nube será su carro celestial cuando el Hijo del
hombre venga el último día, con o sobre las nubes[9]. Entre tanto, el vidente del Apocalipsis
contempla a un Hijo de hombre “sentado sobre una nube blanca”[10] y viniendo escoltado por
las nubes[11]: tal es el aparato del Señor de la historia[12].
La nube aparece en el relato de la Transfiguración.
Mt: “Una nube luminosa que los cubrió”.
Mc: “Se formó una nube que los cubría”. Lc: “Vino una nube, que los cubría”.
La nube o una “nube luminosa”era en el Antiguo Testamento símbolode la presencia de Dios en
el Tabernáculo. También aparece así en la dedicación del templo, como vimos más arriba. En la
“anunciación” a María, se evocará la acción de Dios sobre ella con el mismo verbo que en los
relatos de la transfiguración. La manifestación de esta “nube luminosa” es una teofanía: es el
símbolo de la presencia de Dios allí. Uno de los símbolos más característicos del Antiguo
Testamento está aquí en juego. Por eso los apóstoles, al “ser cubiertos” por la “nube” en la
Transfiguración tuvieron “miedo” (Mt-Lc). En el Antiguo Testamento se decía que no se podía
ver a Dios y vivir[13]. Esto es lo que se acusa en el Tabor.
Siendo la “nube luminosa” símbolo de la presencia de Dios, es por lo que sale de ella “una voz”,
que es la del Padre[14].
La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada
sobre la que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora “con su sombra”
también a los demás[15].
2. La voz del Padre
¿A quién va dirigida la voz del Padre?
La voz va dirigida a los apóstoles.
¿Qué dice la voz?
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5)
“Este es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9, 7)
“Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (Lc 9, 35)
La voz es una declaración de la filiación mesiánica de Jesús que alude a la confesión de
Pedro[16]. Lo que Pedro confesó es afirmado ahora divinamente. Como en el bautismo le
presenta también investido de la misión del Siervo de Isaías. A la luz pospentecostal se verá todo
el sentido trascendente de la filiación propiamente divina[17].
En los tres sinópticos la confesión de Pedro y el relato de la transfiguración de Jesús están
enlazados entre sí por una referencia temporal. Mateo y Marcos dicen: “Seis días después tomó
Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan” (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Lucas escribe:
“Unos ocho días después” (Lc 9, 28). Esto indica ante todo que los dos acontecimientos en los
que Pedro desempeña un papel destacado están relacionados uno con otro. En un primer
momento podríamos decir que, en ambos casos, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo; pero en
las dos ocasiones la aparición de su gloria está relacionada también con el tema de la pasión. La
divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús
correctamente. Juan ha expresado con palabras esta conexión interna de cruz y gloria al decir que
la cruz es la “exaltación” de Jesús y que su exaltación no tiene lugar más que en la cruz[18].
La voz del Padre señala a Jesús como su “Hijo amado” (Mt, Mc). Lucas, tiene una variante: en
vez de llamarlo “mi Hijo amado” lo llama “mi Elegido”.
“Mi Hijo amado”. El Padre proclama con estas palabras la dignidad de Jesús. “Mi Hijo, el
Amado” añadiendo: “en él me complací”. La frase la traen los tres sinópticos. Se dice que ese
Hijo es “el Amado” por excelencia. Los LXX traducen, ordinariamente, por esta expresión la
forma hebrea “Yahid”, el “Único”. “El Amado” no indica que Jesús sea el primero entre los
iguales, sino que indica una ternura especial; en el Antiguo Testamento no hay gran diferencia
entre “amado” y “único”. Es muy probable que aquí “el Amado” pueda ser equivalente del
“Único”, o mejor, del “Unigénito”, puesto que habla el Padre. En el Nuevo Testamento es
término que se reserva al Mesías. En el caso presente el Padre se dirige a su Hijo divino. En una
palabra, aquél es su hijo propio, natural, eterno, imagen perfecta suya y de su bondad[19].
“En quien me complazco” hemos traducido siguiendo a la Biblia de Jerusalén. La traducción
literal sería “en quien me complací”, lo que puede ser la traducción griega o corresponder al
perfecto estático semita, que puede, a su vez, corresponder al presente. De ahí el poder
traducírsele por me estoy complaciendo siempre[20].
Las palabras del Padre se refieren al pasaje de Isaías:
“He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma”[21].
Respecto de Isaías podemos hablar del gozo que el Padre tiene en su Hijo encarnado, en su
Mesías y en su obra. Isaías toca el tema del “Siervo de Yahvé”, y que confirma abiertamente en
Mt 12, 18 aunque modificando “siervo” por “hijo”.
Cristo no va como pecador a su bautismo, sino, para cumplir “toda justicia”: el plan de Dios.
El Padre presenta a Cristo no sólo como el verdadero Hijo de Dios, por filiación divina, sino
también como el auténtico Mesías, el de la espiritualidad y el dolor, y no el Mesías nacionalista y
de triunfalismo político, que estaba esperado en el medio ambiente rabínico y popular. Era el
Mesías anunciado por el profeta Isaías[22], como “Siervo de Yahvé”.
Cristo es presentado, no ya como el simple “Siervo” de Yahvé, ni como el “Elegido” del profeta,
sino como verdadero Hijo suyo.
El título de “Elegido” es un título que designa al Mesías, al Cristo de Dios[23]. También hace
referencia a Isaías[24]. “Elegido de Dios” también lo llama Juan Bautista[25] que equivale a
“Hijo de Dios”. Esto mismo enseñan San Juan Crisóstomo, San Agustín[26] y San
Ambrosio[27]. El “Elegido” es el nombre que el libro de Henoc da al Mesías alternando con el
de “Hijo de hombre”.
“Elegido” usan autores importantes como Bover, Merk, Nestle, Lagrange, Tich, Hort, Soden, etc.
Lucas insiste menos en la filiación natural que en la elección mesiánica. Quiere acentuar el papel
del Hijo en cuanto hombre de cuya muerte se ha hablado antes y se volverá a hablar. La voz
pretende autorizar la misión mesiánica de Jesús[28].
“Escuchadle”
Finalmente, en los sinópticos la voz del Padre manda escuchar al Hijo: “Escuchadle”.
Presentado el Mesías verdadero, a un tiempo Dios y Mesías doliente, no cabría más que una
actitud ante el “Enviado” de Dios: “Escuchadle”, en su doctrina, en su mesianismo, en su
enseñanza de pasión y muerte. Esta es la voz y el mandato del Padre. No se puede, pues, nadie
escandalizar de Cristo-Mesías. Es a él, y no al Mesías del fariseísmo, al que hay que escuchar,
que es seguir[29].
Según el sentido hebraico de la palabra Semá, escuchar es no sólo prestar atención sino también
abrir el corazón[30] y poner en práctica lo escuchado[31], es obedecer.
El Padre dio de su Hijo el mismo testimonio que había dado en el bautismo (3, 17), añadiendo
las últimas palabras: escuchadle, por las cuales declaraba que Jesús era el legislador y doctor
enviado por Él, a quien todos deben creer y obedecer su doctrina, sobre todo el sufrimiento
mesiánico, la doctrina de la cruz[32], sobre la cual hablaba Jesús con Moisés y Elías.
“Escuchadle”, por otra parte, parece ser una alusión al vaticinio de Moisés en Dt 18, 15:
“Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien
escucharéis”[33].
El relato de la transfiguración tiene un paralelismo con la revelación que tuvo Moisés en el
Monte Horeb y muchos elementos son comunes. Dios por medio de Moisés dio su ley al pueblo
de Israel y lo primero que dice al pueblo es “escucha”[34]. En el monte Tabor el Padre señala al
nuevo Moisés, Jesús, el nuevo legislador y dice escuchadle. San Ambrosio[35] comentando el
pasaje del Deuteronomio (6, 4) dice que lo primero que pide Dios es que se lo escuche.
Moisés recibió en el monte la Torá, la palabra con la enseñanza de Dios. Ahora se nos dice, con
referencia a Jesús: “Escuchadlo”. HartmutGese comenta esta escena de un modo bastante
acertado: “Jesús se ha convertido en la misma Palabra divina de la revelación. Los Evangelios no
pueden expresarlo más claro y con mayor autoridad: Jesús es la Torá misma” (p. 81). Con esto
concluye la aparición: su sentido más profundo queda recogido en esta única palabra. Los
discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo:
“Escuchadlo”[36].
Ejemplos Predicables
La subida del corazón
La subida del corazón hacia la felicidad es muy parecida a la subida a un piso muy alto por unas
escaleras empinadas. Vamos subiendo, subiendo, y nos encontramos de pronto un descanso. Allí
nos quedamos. Pero de pronto vemos que la escalera sigue subiendo, y emprendemos de nuevo
la subida. Otro descanso; otra parada. La escalera sigue, y nosotros seguimos cada vez más
trabajosamente la subida.
Así vamos subiendo hacia la dicha que en las alturas nos espera. De vez en cuando
descansaremos en las cosas. Lo importante es seguir subiendo. Y cada vez más trabajosamente;
cada vez más agobiados con el peso de la cruz.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 511)
Semana del 1 al 7 de Marzo de 2015 – Ciclo B
Domingo segundo de Cuaresma
Domingo 1 de marzo de 2015
Domingo segundo de Cuaresma
Rosendo, Albino
Gn 22,1-2.9-13.15-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
Salmo 115: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida
Rom 8,31b-34: Dios no perdonó a su propio Hijo
Mc 9,2-10: Éste es mi Hijo amado
Después del anuncio de la pasión y del llamado al seguimiento, Marcos introduce el relato
de la transfiguración (Mc 9,2-8). Algo así como una “Pascua anticipada”, junto a una crucifixión
igualmente “anticipada”. Después viene la discusión sobre la resurrección y el retorno de Elías
(Mc 9,9-13) y la historia de la sanación del niño mudo (Mc 9,14-29). Según Xavier Pikaza, los
tres relatos tejen un tríptico eclesial que vincula la experiencia de oración, la fe sanadora y el
anuncio de la pasión y la resurrección. Así la experiencia pascual (transfiguración) está unida a
la acción liberadora.
Veamos en primer lugar la fuerza simbólica del relato, y después “ataremos cabos” para
resaltar el mensaje para nuestro HOY:
“Seis días” que evocan los “seis días” de la creación, o los “seis años” de trabajo antes del
“año sabático”. Es pues, tiempo productivo, de siembra, de actividad, de preparación. En este
ambiente sucede la transfiguración. Pudiéramos decir que la transfiguración pertenece a “otro
tiempo”, que irrumpe en el “tiempo ordinario”, con el fin de producir un contraste, un
desequilibrio, un llamado de atención, una corrección.
“Tres discípulos”: Pedro, Santiago y Juan, en representación de la comunidad discipular
conducida por Jesús. La humanidad masculina en camino al encuentro transformador con la
divinidad. Quizá por ello más necesitada de la corrección que va a desarrollarse en lo alto del
monte.
“Vestidos resplandecientes” para resaltar la transformación, en donde el resplandor y la
blancura expresan la profundidad y la integridad del cambio operado. Las primeras comunidades
cristianas usaron vestidos blancos recién lavados para simbolizar la nueva vida que se proponían
vivir. Los vestidos exteriores son expresión de los profundos cambios en el interior de las
personas.
“Tres seres resplandecientes”: Jesús, Moisés y Elías, en representación de la “comunidad
celestial” en comunión. También masculina. Quizá por ello, el encuentro de las dos comunidades
sólo suman “seis”. La plenitud del “siete” tendrá lugar mediante la inclusión de la comunidad
femenina.
“Tres tiendas”, simbolismo del éxodo y del Dios del éxodo, experiencia tribal originaria y
fundacional de Israel. El tiempo de las tiendas es también tiempo de alianza tribal, de
solidaridad, de igualdad. En la fiesta de las tiendas sukkot cada familia hacía una choza y
habitaba en ella, recordando la salida de Egipto.
Tenemos un énfasis en el simbolismo trinitario: 3 seres celestiales (Jesús, Moisés, Elías), 3
discípulos (Pedro, Juan, Santiago), 3 chozas (éxodo); tres veces tres junto con la gloria de Dios.
Tres significa comunidad, perfección, plenitud. Es la propuesta comunitaria de Dios para la
humanidad a partir del mismo ser trinitario de Dios. Es el proyecto a construir una vez que se
regrese a la llanura.
“Nube”, para los pueblos del desierto significa sombra, lluvia, vida, alegría, bendición. Por
eso, siempre está relacionada con Dios. Es un signo visible de la presencia y la compañía
gratificante de Dios. Así lo fue durante la travesía del pueblo por el desierto, Dios caminaba
delante de él señalando el camino. La voz y la nube van junto al pueblo, cuando este decide
construir el proyecto de Dios.
“Subir el monte alto”: evocando Horeb-Sión, lugar donde Moisés y Elías se vieron “cara-acara” con Dios. Epifanía que revela el proyecto de Dios y que da fuerza y sabiduría para llevarlo
a cabo. Ascenso humanizador, en cuanto capacidad y decisión para realizar lo revelado por Dios.
“Descender del monte”: a la llanura, para el encuentro y la transformación humana y
social. En el descenso, quienes experimentaron la resurrección, discuten sobre la “resurrección
de los muertos”. El monte está relacionado con la resurrección y la llanura con la muerte.
Evocación de los orígenes de Israel en las montañas tribales en contraste con las llanuras
tributarias e idolátricas. Producir tal contraste es la tarea permanente de quienes “descienden del
monte”. De ahí el imperativo a descender.
En el camino a Jerusalén era necesaria la transfiguración. Galilea había mostrado el “éxito”
del reino de Dios. La comunidad discipular identificó allí la realización de los tiempos
mesiánicos relacionados con los milagros de Jesús y con las multitudes necesitadas. La
expectativa judía de un Mesías liberador de la opresión romana estaba siendo respondida. La
comunidad discipular aún no salía de estos moldes mesiánicos. Cuando Jesús anuncia su pasión
y crucifixión, hay alarma y desconcierto. No se entiende un mesianismo que pase por la cruz.
Para “corregir” esta situación vivida por la comunidad post-pascual de Marcos, el relato
introduce la transfiguración.
No sabemos cuál sea el contenido materialmente histórico de este relato teológico, ni es
importante conocerlo; este relato, como todo el evangelio, no está escrito tanto “para que
sepamos” un dato material de la vida de Jesús, sino “para que creamos”, para alimentar nuestra
fe subrayando un aspecto de una verdad salvífica (no una verdad física). Para comunicarnos un
mensaje espiritual (una verdad profunda), sin que importe la veracidad fáctica del hecho que
sirve de símbolo-vehículo para la transmisión de ese mensaje (o sea, aunque como verdad
superficial no fuera cierto tal hecho).
Lo que en el sentido profundo se trasmite en el texto es una vivencia fundamental para toda
persona humana, que lo fue sin duda también para Jesús: la necesidad de transcender la
superficie de las cosas para captar su sentido profundo. En un momento privilegiado de gracia,
los discípulos pudieron acceder a una visión más honda de lo que significaba aquél Jesús
humilde que les acompañaba “como uno de tantos”. Y eso les dio ánimos y les fortaleció para
continuar la “subida a Jerusalén”.
La fe es la que opera esa “transfiguración”; por ella la vida real, tantas veces chata y sin
relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se “trasfigura”, mostrándonos sus riquezas de sentido, su
trasfondo de dimensiones transcendentes, hasta hacernos experimentar incluso que “todo es
gracia”, como dijo Bernanos. Ante esa visión transfigurada de la realidad, uno se extasía,
sentimos el deseo de detener el tiempo para contemplar y saborear... Pero esos momentos
privilegiados, transfigurados, son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos
montes Tabor...
La fe es la que debe suplir y hacer posible en el fondo del corazón la fuerza para subir al
monte Tabor, incluso cuando podamos estar más cerca del otro monte, el Calvario… La fe nos
puede dar “una visión contemplativa de la realidad”, una visión mayor, penetrante,
transfiguradora, anticipadamente escatológica incluso. Este poema de Casaldáliga que les
ofrecemos parece expresar algo semejante.
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva"
Entonces veré el sol con ojos nuevos
y la noche y su aldea reunida;
la garza blanca y sus ocultos huevos,
la piel del río y su secreta vida.
Veré el alma gemela de cada hombre
en la entera verdad de su querencia;
y cada cosa en su primero nombre
y cada nombre en su lograda esencia.
Confluyendo en la paz de Tu mirada,
veré, por fin, la cierta encrucijada
de todos los caminos de la Historia
el reverso de fiesta de la muerte.
Y saciaré mis ojos en Tu gloria,
para ya siempre más ver, verme y verte.
Para la revisión de vida
¿Hasta qué punto me fío yo de la Palabra de Dios, como Abraham?, ¿cómo reacciono cuando
esa Palabra me trae complicaciones y comporta dificultades a mi vida?
Abraham no se reservó para sí ni a su propio hijo, y eso que era el medio necesario para el
cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de tener una numerosa descendencia...
¿También yo soy capaz de ofrecerle y entregarle todo? ¿O hay zonas o realidades de mi vida
que yo no estaría dispuesto a entregar a Dios si me lo pidiera?
¿Necesito yo un alto en el camino -como el que proporcionó Jesús a sus tres discípulos en el
monte Tabor- para verle transfigurado y transfigurar así también mi vida? ¿Me ayuda la fe a
ver las dimensiones profundas de la realidad? ¿Me ayuda a transfigurarla?
Para la reunión de grupo
- La fe de Abraham fue "una fe contra toda evidencia"... ¿una especie de "obediencia ciega"? Se
trata fundamentalmente de un símbolo que no hay que extrapolar tomándolo a la letra. Teniendo
eso en cuenta: ¿la fe, puede estar contra la evidencia de la razón? ¿Fe y razón pueden oponerse
contradictoriamente? ¿Puede estar la fe en contra del «sentido común»?
- El ser humano no sólo es un “animal racional”, al decir de Aristóteles, sino que es también un
“animal de sentido”, lo que es una definición mucho más profunda. Necesita un «sentido» para
vivir. Y lo necesita tanto o más que los bienes materiales necesarios para su vida. Sin sentido, su
vida se hace sencillamente insufrible, insoportable. ¿Qué relación tiene la cultura y la religión
con esta necesidad antropológica fundamental?
- Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente...
¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta?
- Abraham no es «nuestro» padre en la fe, sino el padre de tres religiones monoteístas, las tres
religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. ¿No parece que tenemos bastante
infravalorada esta «consanguinidad» o especial relación que deberíamos tener, que debería
unirnos a las tres religiones? Sin ir más lejos: ¿qué relación tenemos desde mi comunidad
cristiana con comunidades de religión judía o islámica de nuestra propia ciudad o región?
- Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que en medio de las oscuridades y angustias de nuestro mundo sea siempre
signo de la esperanza capaz de transfigurar la existencia humana. Oremos.
- Por todas las personas, para que encontremos el sentido de la vida en el trabajo por conseguir
un mundo nuevo y mejor, transfigurado. Oremos.
- Por todos los que padecen injusticia, opresión, soledad, rechazo; para que encuentren
hermanos que transfiguren su mirada con la ayuda solidaria. Oremos
- Por todos los indecisos, para que descubran lo urgente que es amar. Oremos.
- Por todos los pueblos a los que no llegó la luz del Evangelio: para que sean fieles a la luz que
el Dios único ha puesto a su disposición en la religión del pueblo en el que han venido al
mundo. Oremos.
- Por esta comunidad nuestra, para que permanezcamos fieles a Jesús, a quien el Padre resucitó
de entre los muertos, y nos mantengamos firmes en la esperanza de encontrarnos un día cara a
cara con el Cristo glorioso. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que nos invitas a "escuchar a tu Hijo muy amado", Jesucristo; abre
nuestros corazones para que sepamos acoger su Palabra con cariño y confianza, la pongamos
por obra, y así lleguemos a participar un día de la plenitud de su felicidad gloriosa. Te lo
pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro hermano e hijo tuyo muy amado...
o bien:
Dios, Padre y Madre de todos tus hijos e hijas, «que quieres que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la Verdad», y que invitas a «escuchar a tu Hijo muy amado», Jesús, nuestro
hermano adelantado; haz que cada pueblo comparta con los demás tu Palabra, la que has dado
a cada uno de ellos en su propia religión, para que reflejando cada uno un destello de tu luz
pluriforme, mutuamente nos iluminemos, y reconozcamos comunitariamente la Verdad plena de
tu rostro siempre inabarcable. Nosotros te lo pedimos por Jesús de Nazaret, nuestro hermano,
hijo tuyo muy amado.
Lunes 2 de marzo de 2015
Simplicio
Dn 9,4b-10: Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos
Salmo 78: Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados
Lc 6,36-38: Perdonen, y serán perdonados
El evangelio de hoy plantea un desafío vital para los seguidores de Jesús. Ya no se trata tan
sólo de no hacer el mal; ahora se nos ordena hacer el bien de la misma manera como se quisiera
para uno mismo.
El tiempo de cuaresma que estamos viviendo resulta oportuno para hacer una revisión
profunda de dos aspectos de nuestra vida: la forma como nos relacionamos con los demás, y
nuestra capacidad de perdón.
Con respecto a la manera de relacionarnos, el evangelio nos pone por delante el derrotero
del amor. No juzgar y no condenar son una clara invitación a comprender, a amar, incluso
cuando los demás se equivoquen y el mundo nos juzgue o nos condene. Esta cuaresma es un
tiempo propicio para avanzar en nuestra capacidad de amar y comprender: en la familia, en la
comunidad cristiana y en la sociedad en general.
Con respecto al perdón, bien sabemos que no es fácil acercarnos a un hermano para
solicitarle que nos perdone, o para ofrecerle nuestro perdón por alguna falta cometida. El mundo
de hoy está urgido de perdón y de amor. Ese proceso ha de comenzar en cada persona, en cada
familia, en cada pequeña comunidad que puede ir dando pasos hacia la reconciliación.
Pidámosle a Dios Padre que nos haga capaces de perdonar y comprender a los demás,
como esperamos ser comprendidos y perdonados por ellos.
Martes 3 de marzo de 2015
Emeterio, Celedonio,Marino
Is 1,10.16-20: Aprendan a obrar bien, busquen el derecho
Salmo 21: Muéstranos, Señor, el camino de la salvación
Mt 23,1-12: Letrados y fariseos no hacen lo que dicen
El día de hoy el evangelio presenta una lección de Jesús en torno a la coherencia de vida.
El Maestro cuestiona la forma de actuar de los letrados y fariseos, que han hecho de los
preceptos de la ley el único camino para acercarse al plan de Dios; pero ellos mismos han
eludido sus propias cargas; mientras las imponen al pueblo, ellos no las cumplen. Con una vida
incoherente hacen alarde de la ley y la cuelgan en las cintas de sus vestidos; les gustan los
primeros puestos y se hacen llamar maestros. Estos comportamientos son una muestra del poder
y de la idolatría a la que llegan los fariseos y letrados, sin hacer un mínimo esfuerzo por practicar
la ley.
En la Iglesia muchas veces hemos caído en la repetición de una catequesis centrada en
verdades, mandamientos, reglas que desde niños aprendemos y repetimos, pero muy pocas veces
cumplimos. La enseñanza de la fe cristiana no ha estado fundada en la práctica de la justicia, del
respeto, del perdón, de la solidaridad; y eso ha hecho de nuestra iglesia una estructura fría y a
veces poco comprometida con las causas de los más pequeños.
Pongamos en las manos de Dios la vida de los servidores de la Iglesia: los obispos, los
sacerdotes, los catequistas, los animadores cristianos, para que el Señor les acompañe en la
misión de formarnos en la fe y en la práctica de una fe comprometida.
Miércoles 4 de marzo de 2015
Casimiro
Jer 18,8-20: Vengan, lo heriremos con su propia lengua
Salmo 30: Sálvame, Señor, por tu misericordia
Mt 20,17-28: Lo condenarán a muerte
El evangelio de hoy se enmarca en la última subida a Jerusalén, donde Jesús será detenido,
condenado y ejecutado por causa de la radicalidad de su proyecto. Muchos de sus seguidores no
han entendido de qué se trata el reino que él les ha anunciado, y todavía creen que consiste en
una toma del poder terrenal, con cargos y nombramientos que dan prestigio y generan
desigualdad.
El mundo actual es testigo de la tiranía, la corrupción y la opresión generada por jefes de
naciones y sistemas totalitarios e injustos que se han diseñado para regir a nuestros pueblos. El
desafío es claro: quienes somos seguidores de Jesús de Nazaret no podemos caer en la tentación
perversa del poder para oprimir o ser superiores a los demás. El proyecto cristiano es de
solidaridad y servicio desinteresado, como principio ministerial básico que atraviese las
estructuras sociales y eclesiales y las haga más cercanas al plan de Dios.
Pongamos en sus manos a todos los líderes sociales, a los gobernantes, a los animadores
eclesiales, para que Dios les permita guiar a la sociedad y a la Iglesia hacia un mundo
fraterno y justo.
Jueves 5 de marzo de 2015
Adrián
Jer 17,5-10: Bendito quien confía en el Señor
Salmo 1: Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor
Lc 16,19-31: Tienen a Moisés y los profetas; que los escuchen
Estamos ante dos extremos de la condición social y religiosa que revelan por dónde va el
querer de Dios. El rico, que conocía la ley y los profetas, no fue capaz de asumir una actitud
generosa, solidaria y comprometida para dignificar a los pobres que lo rodearon. Lázaro, en
cambio, se abandonó por completo en las manos de Dios. El pobre recibe así la ayuda divina y se
convierte en criterio para el juicio definitivo de los seres humanos.
La parábola permite ver con claridad la suerte de los egoístas que depositaron toda su
confianza en la riqueza. El deseo tardío de conversión ya no es suficiente para la propia
salvación; por eso se resalta la importancia de leer los signos de los tiempos y escuchar la voz de
Dios en los profetas y en el clamor de los pobres. Es ahí donde la bondad y el amor deben
hacerse realidad.
Vivimos en un mundo donde la falta de sensibilidad ante el dolor del otro es cada vez
más generalizada. Urge reaccionar como cristianos.
Viernes 6 de marzo de 2015
Olegario, Rosa de Viterbo
Gn 37,3-4.12-13.17-28: Ahí viene el soñador; démosle muerte
Salmo 104: Recordemos las maravillas que hizo el Señor
Mt 21,33-43.45-46: Este es el heredero; vengan, lo mataremos
La parábola muestra cómo los gobernantes encargados de la viña han actuado con los
enviados de Dios, en este caso los profetas: matándolos. Finalmente Dios envía a su propio Hijo,
y se ensañan aún más con él. Esa será la consecuencia del trabajo de Jesús. Los fariseos, que lo
vigilan atentamente, ven que sus propuestas representan un gran peligro para el orden
establecido, y buscarán las vías más indecentes de atacarlo y acabar con él.
El mundo creado por Dios es la viña que se nos ha encomendado para vivir en ella y dar
frutos dignos de una convivencia armónica y justa. Sin embargo, sistemas e intereses mezquinos
se han apoderado de la viña, han puesto en peligro su vida y su futuro y han asesinado toda
iniciativa profética que se haya levantado a nombre de Dios, el dueño de nuestra historia.
Aquí nos corresponde dar testimonio consecuente.
Sábado 7 de marzo de 2015
Perpetua, Felicidad
Mi 7,14-15.18-20: Arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Lc 15,1-3.11-32: Tu hermano estaba muerto y ha revivido
Los fariseos y escribas buscan condenar a Jesús, escandalizados por la familiaridad con
que trata a pecadores y publicanos. Estos han descubierto en Jesús un camino de conversión.
Alguien, por fin, ha comprendido su historia y las razones por las que han vivido en pecado.
Ellos han tocado fondo; ahora siguen a Jesús intentando un cambio profundo de vida. La
parábola confronta a quienes viven sujetos a la Ley y los ritos, con los que han decidido retornar
a la casa del Padre. Este sigue con los brazos abiertos para recibir con amor a los que decidan
convertirse; cuando deseen hacerlo, o cuando sus historias personales los hagan tocar fondo.
Contemplemos nuestra vida personal, familiar y comunitaria a la luz del Evangelio, para
reconocer con humildad nuestras limitaciones y valorar cómo ha sido nuestro proceso de
cercanía o de distanciamiento de la casa del Padre.
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