El Proyecto Manhattan Con este nombre se conoce al proyecto científico, consolidado durante el verano de 1942 en EEUU, con el objetivo de construir las bombas atómicas que fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de Agosto de 1945. Un ingente despliegue de medios económicos –dos mil millones de dólares, volumen de movilización económica comparable al que entonces desarrollaba la totalidad de la industria automovilística norteamericana- y una selecta reunión de los mejores científicos (algunos norteamericanos y otros europeos en el exilio) fueron puestos al servicio de un proyecto eminentemente militar cuyo último capítulo fue la masacre humana de las dos ciudades japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial. La concepción del proyecto estuvo motivada por diversos tipos de razones, entre las que podemos destacar las siguientes: Por una parte, una serie de descubrimientos científicos anteriores al proyecto hicieron vislumbrar la posibilidad de obtener fabulosas cantidades de energía mediante fisión nuclear (ruptura de los núcleos atómicos del Uranio y el Plutonio mediante bombardeo de neutrones). Una bomba nuclear cuya explosión provocara una reacción en cadena incontrolada dejaría drásticamente en inferioridad de condiciones a cualquier contendiente bélico que no dispusiera de dicha capacidad destructiva. En pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial cundió el pánico entre algunos científicos del territorio aliado que tuvieron noticia de que investigaciones semejantes estaban desarrollándose en la Alemania de Hitler. Esta preocupación se materializa en la carta que Einstein escribe al presidente Roosevelt en Octubre de 1939, a petición de Leo Szilard (físico judío húngaro emigrado a EEUU), advirtiendo sobre la inminencia del peligro que se cernía sobre los aliados y sobre la necesidad de desarrollar un programa de armas atómicas en EEUU. Roosevelt manifestó su preocupación, pero teniendo en cuenta que todavía Estados Unidos no participaba militarmente en la guerra y que no resultaba sencillo justificar semejante inversión en tal clase de proyecto, no se hizo nada al respecto. A ello se sumaban las dificultades técnicas que aun obstaculizaban la construcción de la bomba. Pero la situación cambió en el verano de 1941, cuando se descubren las propiedades del isótopo Pu-239, descubrimiento crucial para hacer viable la construcción de la bomba. Al mismo tiempo, y ante la creciente virulencia del conflicto, EEUU empezaba a considerar su participación en la guerra. Los científicos encabezados por Szilard encontraron el campo abonado para convencer a los políticos de la puesta en marcha del proyecto que veían como una ocasión extraordinaria de impulsar a la ciencia. Paradójicamente, si en buena parte el proyecto estuvo motivado por la urgencia de anticiparse a los alemanes en la construcción de la bomba, lo cierto es que para cuando se dieron los primeros pasos del proyecto Manhtattan, a finales de 1941, los trabajos alemanes para construir la bomba estaban prácticamente desarticulados, pero al parecer no se tuvo noticia de ello fuera de Alemania. El carácter militar de este proyecto científico queda patente por su asignación al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EEUU y no a las instituciones científicas. Aunque los científicos, especialmente Oppenheimer, desempeñaron una notable función directiva en el proyecto, la responsabilidad última de su desarrollo fue asignada a un coronel: Leslie R. Groves. Las bombas fueron lanzadas aunque de ello no dependiera la victoria aliada, que prácticamente estaba consumada a esas alturas. Por ello es inevitable la sospecha de que se usaron en parte como un ensayo de sus efectos reales, y en parte como justificación del ingente dispendio económico realizado en el proyecto.