El país que perdió el humor

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El país que perdió el humor
El tema del texto es el eterno humor de los españoles. [muy mal]
El tema es la falta de humor en España, en comparación con otros países. [mal,
mejor si dijera épocas]
El tema abordado por el autor es el mal humor actual de los españoles. [regular]
El tema del texto propuesto es la crítica a la incapacidad actual de los españoles
para reírse de ellos mismos. [bien]
El tema es la excesiva seriedad con que los españoles se toman las cosas, a
diferencia de lo que ocurría antes. [bien]
El tema es la pérdida de humor en España. [bien]
El tema es que ya no captamos el doble sentido de las indirectas y nos las
tomamos demasiado en serio [bien].
El tema es el orgullo de los españoles y su falta de humildad para reírse un poco.
[mal]
El tema es la defensa de Pérez-Reverte y de Rosa Díez por haber sido
injustamente criticados. [regular]
El tema es la incapacidad actual de los españoles para la autocrítica, manifestada
en la polémica suscitada por unas declaraciones mal entendidas. [bien]
Un resumen del contenido fundamental del texto sería el siguiente:
Los españoles hemos recurrido siempre al humor y a las burlas de personajes e
instituciones, incluso en periodos dictatoriales. Sin embargo, en la actualidad somos
demasiado serios y no comprendemos una pequeña broma. Recientemente, un escritor
ha sido injustamente criticado por una frase literaria que se ha entendido literalmente sin
querer ver el trasfondo simbólico del término “guillotina”, asociado a un contexto
histórico. Asimismo, a una diputada se le ha echado en cara insultar a los gallegos
cuando simplemente empleó una acepción recogida en el diccionario.
O [más extenso]:
Recientes declaraciones de dos personalidades, Pérez-Reverte y Rosa Díez, han
suscitado la polémica por haber sido tomadas demasiado en serio. El escritor comentó la
necesidad de una guillotina en cierto periodo de la historia de España como símbolo de
lo que hubiera podido ser una revolución semejante a la francesa y sus palabras se
tergiversaron de forma que lo acusaron de promover una revuelta violenta. Por su parte,
la diputada tachó al presidente del gobierno de “gallego”, lo que se consideró un insulto
a todo un pueblo, sin ver que sólo recurría a un tópico como otro cualquiera. En fin, no
parece lógico que si en realidad los españoles somos tolerantes hayamos perdido el
sentido del humor y no sepamos aceptar una simple broma.
La estructura del texto presenta una organización deductiva o analizante. En el
primer párrafo el autor expone su idea o tesis de que los españoles carecen en la
actualidad de sentido del humor y lo contrapone con el pasado, cuando se bromeaba
hasta de las cuestiones más serias (Franco y la Iglesia), como ejemplifica valiéndose de
su experiencia personal (contraste de ideas). A través de un argumento analógico sitúa
históricamente el humor de los españoles en un nivel similar al de italianos e ingleses.
Consecuencia de esta pérdida de humor generalizada es la incomprensión de personas
que emplean la ironía o el sarcasmo en su forma de expresarse.
En el segundo párrafo, Javier Marías ejemplifica la idea anterior con el caso de
Pérez-Reverte, del que se cita indirectamente una declaración suya que ha despertado
las iras de aquellos que se lo toman todo al pie de la letra y no son capaces de captar una
metáfora y que se contrapone a la interpretación correcta que se habría hecho de sus
palabras en el pasado, que es la que J. Marías comparte (contraargumentación).
En el tercer párrafo, un nuevo ejemplo nos reafirma en la idea de la pérdida del
humor en España, en este caso relativo a Rosa Díez, que llamó a Zapatero gallego en un
sentido despectivo (cita ajena directa, línea 18). Aunque sea verdad que no estuvo
acertada (argumento de concesión), hay que admitir que cualquier palabra tiene un
sentido negativo empleado con cierta intención (en este caso, denunciar que Zapatero no
habla claro), cuestión ejemplificada con otros gentilicios, por lo que acusar a esa señora
de insultar a todos los gallegos es injusto (nueva contraargumentación de una idea
equivocada).
Respecto a la valoración crítica del artículo, podemos empezar nuestro
comentario agradeciendo a Javier Marías la defensa que hace de unas personas que,
independientemente de sus ideas, han demostrado –una en el campo literario y otra en el
político- su compromiso con la libertad de expresión. Podemos estar o no de acuerdo
con ellos, pero es injusto tergiversar sus palabras o acusarlos de falsedades. El hecho de
que este artículo haya sido publicado en el diario de mayor tirada nacional y que
ideológicamente tal vez no comparta la ideología de Pérez Reverte o de Rosa Díez nos
enseña que el debate de ideas es saludable siempre y cuando se haga desde la
comprensión y el respeto.
Desde mi punto de vista, reírse de uno mismo es útil para limpiarse los ojos de
lagañas. Y, aunque desgraciadamente no haya ahora en España muchos motivos para la
risa, es necesario sacudirse de vez en cuando el pesimismo y ver el mundo con ojos
nuevos. Solo así conseguiremos salir del pozo, haciendo frente a las adversidades con la
mirada puesta en un porvenir más halagüeño.
La modalización es un reflejo en el lenguaje de la subjetividad inherente a todo
texto argumentativo. El emisor modaliza su enunciado para imprimir a su mensaje la
fuerza expresiva necesaria para convencer al receptor de sus ideas. El texto que nos
ocupa presenta diversos tipos de modalización.
La modalización epistémica es aquella con la que el autor manifiesta su postura
respecto a su enunciado. Así, en las líneas 8-9 “parece incapaz de detectarlas”; en las
líneas 25-26 “no parecen comprender ni aceptar”; en la línea 7 “Es sorprendente…”; en
la línea 21 “entendemos”; en la línea 20 “Nos guste o no…”; etc. En este último
ejemplo podemos observar el deíctico de primera persona para hacer referencia tanto a
lectores como al autor, que compartirían un misma perspectiva, siendo el emisor
individualizado en la línea 4: “Yo viví…” para aludir a su propia experiencia personal.
Respecto al uso de la letra cursiva, es un mecanismo tipográfico que emplea el emisor
para aclarar el sentido de lo dicho por Reverte (línea 11) o para focalizar cierta palabra
(línea 20).
La modalización valorativa, por su parte, tiene que ver con la selección de un
tipo de vocabulario marcado positiva o negativamente. En el texto hallamos una serie de
adjetivos peyorativos: “ridículo, severísima (con el sufijo superlativo), privilegiada,
chupasangres, despóticos, coléricos, injustas, tan serio…”, que se opondrían a términos
tan positivos como “humor, bienes, modernidad, comprender, aceptar”. Solidario de
este léxico es el uso de cuantificadores como, por ejemplo, “mucho más afortunada y
menos sombría” en la línea 7. Dentro de este apartado de modalización valorativa
podemos incluir ciertas figuras retóricas o recursos expresivos como la metáfora
(“patíbulo” de represión), la personificación (“Adiós al lenguaje metafórico”) o la ironía
(“A falta de tantas otras virtudes…”). También el empleo de modismos con una carga
expresiva importante como “metió la pata” (línea 19) o “lo habido y por haber” (línea 5)
contribuye a la modalización valorativa.
En cuanto a la modalización deóntica, es decir, aquella que manifiesta la
voluntad del emisor por influir en los receptores encontramos las perífrasis verbales de
obligación “debió haber previsto” (línea 19) y de posibilidad “podría desearse” (línea
24), así como la recomendación “no cabe borrarlas ni aun menos prohibirlas” (línea 24).
De la misma manera, la formulación de hipótesis o conjeturas mediante el uso del
condicional y del subjuntivo es un rasgo de modalización deóntica: “hubiera instalado,
habría captado, hubiéramos tenido, hubiéramos entrado, hubieran seguido”.
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