El poder y la autoridad…

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El poder y la autoridad…
o la autoridad contra el poder
José Andrés Murillo
Master en Sociología del poder, Universidad de París
Los padres, los profesores y guías religiosos
no saben qué es la autoridad, no saben qué
se hace con el poder que poseen ni cuáles
son sus límites.
Ser “autoridad” significa crear, producir algo,
en los otros y en el mundo. La que brota del
respeto y el compromiso, crea libertad.
MAYO 2009
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a autoridad está en crisis. Decimos y escuchamos esta frase por todas partes. Los jóvenes
no respetan a los adultos ni a sus profesores;
las personas ya no respetan las instituciones, etcétera. Pero si está en crisis, se debe en gran medida a
que las autoridades (los padres, los profesores, guías
religiosos y otros) no saben qué es la autoridad, no
saben qué se hace con el poder que poseen ni cuáles
son sus límites.
Con todo, si la autoridad está en crisis, es una
buena noticia: tendremos que pensar en ella. Sus
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fundamentos, sus formas y, sobre todo, sus límites. En este
artículo me propongo reflexionar acerca de sus límites, especialmente cuando se transforma en poder, es decir, cuando
la autoridad pasa a ser pura fuerza, violencia1. Lo que la hace
legítima o no, desde el punto de vista teórico, va mucho más
allá de las intenciones de este escrito. Durante la historia ha
habido muchos fundamentos distintos de su legitimidad. La
fuerza, la tradición, Dios, la ciencia, la razón, etc. Generalmente, se trata de discusiones dogmáticas o filosóficamente
muy “elevadas”, incapaces de escucharse entre sí (como en toda
discusión dogmática) y que nos dicen poco o nada de nuestra
experiencia concreta con el poder.
Sin embargo, hay un hecho que, me parece, va más allá (o
más acá) de cualquier dogma acerca de la autoridad: cada vez
que un niño nace, llega sin las herramientas necesarias para
insertarse en el mundo, para vivir en él de manera independiente; necesita de otros que le enseñen a dar sus primeros
pasos. A este hecho lo llamamos “natalidad”2.
EL MUNDO
Cuando llegamos al mundo, éste era un lugar totalmente
extraño y alguien se hizo cargo de nosotros y nos ayudó a
transformarlo en algo más parecido a un hogar3. Alguien nos
enseñó a movernos en él, a pedir las cosas, a hablar; después
a aprender un oficio o una manera de ganarnos la vida. Alguien nos enseñó a decir “yo”: la familia (o quien haya hecho
las veces de tal), las instituciones educativas y artísticas, las
iglesias, etc.
No llegamos “ya hechos”, sino que tenemos que ir construyéndonos, armándonos, creándonos, junto a otros que
tampoco están “ya hechos”, en un mundo que tampoco está
terminado. Es un proceso que no acaba nunca (al menos en
nuestra experiencia en esta vida). Nadie termina de “hacerse”.
Decir: yo ya estoy hecho, terminado, significaría decir: yo ya
estoy acabado, muerto.
Al mundo humano, mundo común, lo vamos construyendo
(o destruyendo) constantemente. No solo el físico o arquitectónico, sino también el mundo de las relaciones humanas, el
mundo espiritual. Llegar a un lugar gritando y exigiendo algo
con violencia, por ejemplo, es una manera de construir un
clima muy concreto, que será la manera como se les mostrará
a los demás el mundo. El de un niño que constantemente es
maltratado es un mundo que maltrata. El de un niño que es
querido, contenido o reconocido por su entorno, es un mundo
que quiere, contiene y reconoce. Cuando vaya creciendo, ese
niño podrá seguir construyendo ese mundo, podrá cuestionarlo, mantenerlo, cambiarlo o destruirlo.
Durante la vida, siempre tomamos partido ante el mundo.
Este jamás es un escenario emocionalmente neutro donde
transcurre la vida, sino que es un espacio que siempre está
cargado de algún sentimiento, el que no solo viene de nosotros,
sino que procede también del encuentro con otras personas y
de las circunstancias. De ese mundo todos somos co-creadores,
y ese mundo, a su vez, nos va creando a nosotros.
LA AUTORIDAD
Para la integración en el mundo, necesitamos de otros que
nos acompañen, nos guíen, nos enseñen y confiamos en ellos.
Son los mayores, los padres, los profesores, los formadores.
Ahí nace la autoridad. Los mayores tienen más fuerza, más
experiencia, tienen poder, tienen autoridad. ¿Tienen autoridad? El propósito de este artículo es justamente diferenciar
el poder y la autoridad. Creo que se trata de una diferencia
importante al momento de analizar las relaciones humanas y
hacerse cargo de ellas.
Tanto la autoridad como el poder requieren obediencia,
por eso tendemos a confundirlos4. Pero son distintos tanto
en la motivación que los genera como en el medio que utilizan para hacerse obedecer. Y son distintos, por supuesto, en
aquello que producen. Básicamente, el poder se hace obedecer
mediante algún tipo de violencia, mientras que la autoridad
lo hace mediante el respeto que, como veremos, es mutuo. La
obediencia en el caso del poder es una reacción al miedo y en
el caso de la autoridad, una respuesta de confianza.
LA VIOLENCIA
El poder actúa mediante la violencia. Hay que dejar en
claro que la violencia no es sólo física. La hay cada vez que se
niega o se rechaza la dignidad de otra persona. Puede tratarse
de un castigo físico, pero también la amenaza, la ridiculización, la exclusión, el encierro, incluso el silencio, son formas
de violencia. Esta produce un tipo de sufrimiento, físico o
espiritual, justamente porque la persona que la sufre es tratada
como una cosa, una cosa que obedece. No se le reconoce su
El análisis del poder y la autoridad que llevaré a cabo será en el ámbito privado, es decir, anterior al ámbito político. Para el análisis del poder político (público) hay
bastante literatura. Recomiendo especialmente de Etienne Tassin, Un monde commun, pour une cosmo-politique des conflits, Seuil, 2003 (pronto será traducido al español).
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El concepto de natalidad como condición humana es introducido por la pensadora política Hannah Arendt y me parece una de las ideas más innovadoras y lúcidas
del pensamiento filosófico y político contemporáneo. La reflexión de Arendt sobre la natalidad se refiere más bien a la libertad humana, al carácter siempre nuevo de
su acción y la imposibilidad de encasillarlo en una naturaleza particular. Para esta autora, la natalidad es, entre otras cosas, el fundamento de la educación. Aquí lo
hemos extendido a la autoridad en general.
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Aunque siempre seamos un poco extranjeros en este mundo, aunque el mundo que nos recibió no siempre se parezca a un hogar, de todos modos hemos aprendido,
de una u otra manera, a movernos y a sobrevivir en él.
4
Arendt, Hannah, “¿Que es la autoridad?”, en Entre el pasado y el futuro, ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, 1993.
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ser persona, su dignidad.
En la lógica del reconocimiento mutuo, la persona que ejerce
violencia sobre otra también está ejerciendo violencia sobre sí
misma, pues tampoco es reconocida como persona por aquel
a quien está violentando y todos necesitamos reconocernos
cuando actuamos; nadie puede reconocerse a sí mismo sino a
través de otro5. Un padre se reconoce a sí mismo, en toda su
dignidad de padre, cuando su hijo le dice “papá” con respeto
y admiración y no con miedo. Lo mismo en toda relación de
autoridad.
El compromiso con el otro
y con el mundo
Al poder no se le respeta, simplemente se le teme. Algo muy
diferente sucede con la autoridad, pues surge del respeto. Este
respeto, a su vez, nace del compromiso con el otro y con el
mundo. La persona que ejerce autoridad y no puro poder, sabe
que en su actuar está creando un mundo para la otra persona,
para sí misma y para otras. Está comprometida con que ese
mundo sea un espacio de reconocimiento, respeto y libertad y
no de dominación, violencia y poder. El mundo jamás queda
intacto con cada acción que hacemos o dejamos de hacer.
Por eso, como dice Hannah Arendt, en una relación de
autoridad, la persona que obedece guarda su libertad6. Podríamos incluso añadir que a través de la autoridad las personas no
solo guardan su libertad sino que la incrementan. En efecto,
la palabra autoridad está relacionada etimológicamente con
las palabras autor y aumentar (auctor, augere). Ser autoridad
significa crear, producir algo, en los otros y en el mundo. La que
brota del respeto y el compromiso, crea libertad. En cambio el
poder, que surge del miedo y la violencia, la reduce.
LA INSEGURIDAD Y
EL MIEDO DEL PODER
La persona que ejerce autoridad y no puro poder,
sabe que en su actuar está creando un mundo
para la otra persona, para sí mismo y para otros.
Está comprometido con que ese mundo sea un
espacio de reconocimiento, respeto y libertad y no
de dominación, violencia y poder.
Así como en el ejercicio de la autoridad hay respeto y reconocimiento mutuos, en las relaciones de poder hay miedo
y violencia mutuos. El que ejerce poder tiene miedo a verse
desnudado, débil, frágil ante aquellos a los que somete. Aquel
que cree tener autoridad, tiene tanto miedo a perderla si se
muestra débil, inseguro, que se aferra a ella transformándola en
poder mediante algún tipo de violencia. El que ejerce poder le
tiene miedo a aquel a quien somete. Su mirada lo debilita. Por
eso no lo puede mirar verdaderamente, no lo puede reconocer.
Una manera de actuar ante el miedo a la propia fragilidad es
eliminando al otro.
Ante su inseguridad, el que tiene autoridad puede querer eli-
El reconocimiento es una de las teorías éticas de las relaciones más interesantes. Pido disculpas por tratarlo tan a la ligera en este artículo, reduciéndolo a un párrafo no
muy claro. Para este tema ver sobre todo Axel Honneth, La lucha por el reconocimiento (Crítica, Barcelona, 1997); También La autoridad de Richard Sennett (Alianza
Editorial, 1982), especialmente la Parte II: “El reconocimiento” p. 119 en adelante.
6
Arendt, “¿Qué es la autoridad?”, Op. Cit.
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minar toda posibilidad de cuestionamiento por parte de aquellos
que están a su cargo. Elimina esta posibilidad reduciéndolos a
animales de obediencia. Un profesor que se siente muy inseguro de sus conocimientos exige a sus estudiantes obedecerle,
repetir sin cuestionar. Pero este mismo profesor inseguro, en
vez de obligar a sus alumnos a que repitan lo poco que él sabe,
puede comprometerse en una búsqueda junto a los alumnos y
transformar su inseguridad en una pregunta común, en la que
él mismo está implicado.
La angustia ante la inseguridad, la falta de certezas, puede
provocar una reacción violenta, pero la verdadera autoridad
consiste en transformar esta angustia en una búsqueda compartida, compromiso en la pregunta. A veces, el miedo a no
tener respuestas elimina la posibilidad de hacer preguntas y crea
respuestas falsas. Falsas, porque no surgen de una verdadera
pregunta. Eso es lo que hace el poder. La autoridad está reconciliada con la incertidumbre, con la falta de respuestas y ayuda
a aquellos que están a su cargo a buscar juntos, los guía en la
búsqueda sin someterlos. No es necesario que el profesor posea
todas las respuestas. Puede comprometerse con sus estudiantes
en la formulación en conjunto de preguntas que luego también
juntos enfrentarán. Entonces, él actuará como guía y no como
una máquina de respuestas.
Una madre o un padre que siempre se han sentido poco
queridos, inseguros de sí mismos, pueden utilizar a su hijo
para sentirse incondicionalmente queridos, lo manipulan y lo
obligan a prestarles toda su atención. Lo transforman en un
objeto de su propia seguridad7.
El hijo, el niño, el estudiante, sienten miedo de cuestionar
a sus profesores, a sus padres, pues cualquier cuestionamiento
se traduce en violencia hacia ellos. Se les castiga, se les prohíbe
hablar, salir, se les ridiculiza públicamente8. De esta manera se
elimina el pensamiento crítico y la libertad y se construye un
mundo de miedo y de violencia.
Todo aquel que ha sido formado en el miedo al castigo, al
abandono, a la vergüenza, a la condenación, ve en la autoridad
un poder, un enemigo, una violencia. En el mejor de los casos
se rebelará contra ella. En el peor y más frecuente, reproducirá
la violencia que ha recibido, ejerciéndola en otros más débiles
que él: hijos, alumnos, subordinados, feligreses.
LA PREGUNTA CONTRA LA RESPUESTA
Cada recién nacido trae consigo una mirada nueva y única
al mundo. Esa mirada nueva se manifiesta a través de preguntas.
La familia, las instituciones educativas y artísticas, las iglesias,
pueden ayudarnos a formular estas preguntas que forman parte
de nuestra identidad. Ahora bien, cuando la autoridad se transforma en puro poder da respuestas antes de que las preguntas
salgan a luz. Tal vez por miedo a no encontrar respuestas.
Toda nueva pregunta siempre constituye un desafío y el poder
no quiere ser desafiado sino solo obedecido. Así se siente más
seguro. Claro que el costo de esta seguridad es alto, así como
esa seguridad es falsa. El que ejerce poder pretende asegurarse a sí mismo a través de la persona que tiene a su cargo.
La utiliza para sentirse más seguro. Sin embargo, además de
ser una realidad que en sí es indigna e indignante, el poder
no produce la seguridad prometida, sino que deja más solo a
quien lo ejerce: el que somete a otro está solo, no tiene a nadie
con quien compartir la vida. El poder no respeta ni se respeta,
pues no reconoce ni se reconoce a sí mismo.
ENSEÑAR A DEFENDERSE
El respeto por el otro y su libertad es la marca de la autoridad. Aunque hay que aclarar que no se trata de un respeto
pasivo, que se aleja para no intervenir, sino de un respeto
que se compromete, activamente, con la libertad del otro,
un respeto que, podríamos decir, no permite al otro dejar de
ser libre. En eso debe consistir la fuerza de su autoridad. En
comprometerse con la construcción de la libertad del otro y
de sí mismo.
Este compromiso de la autoridad con las personas que están
a su cargo, consiste también en defenderlas de los poderes, de
la violencia. Poder y violencia de los que aquellas personas pueden ser objeto o que ellas mismas pueden ejercer. En realidad,
defenderlas significa enseñarles a defenderse. ¿Cómo?
En primer lugar, despertando la conciencia de que la
victoria contra el poder nunca es definitiva. El poder toma
diferentes formas durante toda la vida. Los padres, profesores, maestros, parejas, jefes pueden constituir un poder que
violenta y del que hay que defenderse.
Enseñar, también, a preguntar, a cuestionar; fomentar el
pensamiento crítico, incluso crítico de la misma autoridad. Es
importante perder el miedo a la pregunta, a la incertidumbre,
a exigir razones, respeto. Enseñar a indignarse ante una situación en la que se hiere la dignidad propia o ajena. Enseñar a
relacionarse con la autoridad respetando y haciéndose respetar
a través del compromiso y no del miedo. Acompañar en el
proceso de formulación de preguntas, aunque no se sepan las
respuestas, convivir con la incertidumbre, con la frustración y
la fragilidad, asumiendo la complejidad de la realidad y no quedándose con respuestas fáciles, lugares comunes o clichés.
Me pregunto si una autoridad estará dispuesta a correr
el riesgo de comprometerse con lo que significa ser verdaderamente autoridad. Tal vez la pregunta es más bien si nos
atrevemos a ser libres, si no será más fácil y más cómodo
relacionarnos a través del poder. MSJ
Para este tema, se puede acudir al libro de Alice Miller, El drama del niño dotado. (Ed. Tusquets, 1998).
La ridiculización del subordinado es uno de los tipos de violencia más utilizados por parte del poder hoy, cuando la violencia física ha comenzado a ser penalizada. La
vergüenza ha reemplazado a la fuerza física actualmente. Es más sutil y no deja huellas visibles, pero es tanto o aun más dañina que la física. Ver Richard Sennett, La
Autoridad, op. cit. pp. 50–51, 177.
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