LA HERMANDAD BLANCA

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MISION RAHMA
RICARDO GONZALEZ C.
"SOL EN LA TIERRA"
La fundación de Shambhala y el arribo de los Maestros Cósmicos.
Hablar de una magna civilización habitando en las profundidades de nuestro
planeta sacude la mente del lector escéptico. Y quizá el cuestionamiento más
fuerte se base en la misión espiritual de estos esquivos seres intraterrenos:
ayudar al hombre en su trayecto hacia el infinito. Pero, ¿por qué? ¿Quiénes
son? ¿Cuál es su origen?
En la historia de diferentes pueblos de la Tierra encontramos claras
insinuaciones a esa morada interior, un lugar secreto donde se reúnen los
Rishis o Mahatmas, seres supra-humanos que sólo permiten el ingreso a su
mundo a los que han sido “llamados”. Es en Oriente, donde existen mayores
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referencias al reino subterráneo. Es así por cuanto según las leyendas
tibetanas fue en el desierto de Gobi (Mongolia) donde se estableció el primer
centro físico de la Hermandad Blanca, conocido más tarde con el nombre de
Shambhala, ciudad principal del entramado intraterrestre de Agharta.
Aquel nombre ya no es extraño para muchos. También llamada Shangri-La, el
centro supremo de los Maestros invisibles, fue abordado en una película de
gran impacto basada en el libro “Horizontes Perdidos” del novelista James
Hilton. El mensaje llegó a muchas almas. Pero la búsqueda de Shambhala se
remonta décadas atrás.
Diversos exploradores han ido en pos de ella, rastreándola en las arenas del
Gobi o en los mismísimos Himalaya. Y aunque no todos tuvieron éxito en dar
con su paradero, hallaron indicios inquietantes de su función y de los seres
que la habitan.
Nicolás Roerich y la Nave Vigilante.
Quizá una de las experiencias más célebres con Shambhala sea la de Nicolás
Roerich, explorador y artista ruso que emprendió en 1925 una expedición al
Tíbet y al Asia Central. Allí fue invitado a conocer el reino subterráneo.
Ese año, Roerich contempló en pleno día un objeto dorado, como si fuese una
esfera o posiblemente un disco, reflejando la luz del Sol mientras surcaba
imponente los cielos de la cadena montañosa del Altái-Himalaya. Los lamas
que le acompañaban, sin sorpresa alguna frente a este hecho extraordinario,
aseguraron que se trataba de un signo de ¡Shambhala! A nosotros tampoco
nos sorprende, ya que los visitantes celestes cumplen funciones de vigilancia
y observación en las proximidades de un Retiro Interior.
El objeto, finalmente, desaparecería tras las montañas de Humboldt, mientras
la caravana que acompañaba al explorador europeo intercambiaba con
evidente entusiasmo el portento que habían presenciado. Durante el
avistamiento, tanto Roerich como los lamas percibieron un perfume especial,
como a flores, un fenómeno que acompaña muchas veces las experiencias de
contacto.
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Para dar una rápida idea científica de ello, digamos que el ser humano genera
normalmente una vibración entre 62 Mhz. y 68 Mhz. Por ejemplo, si nuestra
frecuencia disminuye tan sólo a 57 Mhz., podríamos estar inmunes a un
resfrío. Minuciosos estudios de aroma-terapia concluyen que en esta escala de
vibraciones la más alta es la emanada por la fragancia de la Rosa, que puede
llegar a alcanzar los 320 Mhz. Dicho de otro modo, estos “perfumes”
sobrenaturales que se perciben en las experiencias de contacto son en realidad
ondas de elevada calidad vibratoria, que se han dejado notar, incluso, en las
propias apariciones marianas.
Definitivamente, Roerich vivió un encuentro cercano mientras se dirigía hacia
Shambhala, donde debía dejar una misteriosa piedra que cayó del cielo.
La Piedra de Chintamani.
Antes de continuar, es importante mencionar que Nicolás Roerich, junto al
sueco Sven Hedin y su antepasado ruso Nikolai Przhevalsky, fueron los
primeros occidentales después de Marco Polo en adentrarse en la cultura de
Oriente. Roerich era considerado uno de los sabios más importantes de su
época en la denominada Rusia Blanca.
Él iba en busca de “La Torre del Rey”, presuntamente ubicada en pleno centro
de la perseguida Shambhala. Su viaje, más allá de procurar enfrentarse cara a
cara con los Mahatmas, era devolver una extraña piedra negra a la Torre que
permanece encendida eternamente por una luz “de otro mundo”.
La piedra de Chintamani ―como se le llamaba― era parte de un meteorito
mucho mayor, y se dice que poseía propiedades misteriosas, como ser capaz
de activar la telepatía o efectuar una transformación de la conciencia a las
personas que tan solo estuviesen en contacto con ella. Curiosamente, la piedra
negra de la Kaaba en La Meca y la piedra que se encontraba en el otrora
templo de Cibeles ―la diosa Madre de Oriente Próximo― habrían sido
también parte de ese meteorito mágico.
En su libro Bêtes, Hommes et Dieux (1924) M. Ferdinand Ossendowski ya
mencionaba esa piedra negra que habría sido enviada en tiempos antiguos por
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el “Rey del Mundo” ―cabeza espiritual de Shambhala― al Daläi-Lama,
transportada después a Ourga, en Mongolia, para luego desaparecer
súbitamente por cerca de cien años. René Guénon, en su obra “El Rey del
Mundo” (1927), relaciona, acertadamente, este enigma con la mentada lapsit
exillis, piedra caída del cielo y sobre la cual aparecían “inscripciones” en
ciertas circunstancias, y que es identificada al Grial en la versión de Wólfram
d’Eschenbach. Sea como fuere, los Iniciados piensan que el origen de aquella
extraña piedra se encuentra en Orión, que como veremos más adelante no es
un accidente.
Según los relatos lamaístas, cada vez que la humanidad se enfrenta a una
nueva misión espiritual, se envía un fragmento de esta piedra de Chintamani a
la superficie, y vuelve a Shambhala cuando la misión, ha finalizado.
El Establecimiento de la Luz.
Shambhala fue fundada hace miles de años por 32 visitantes celestes o
“mentes cósmicas”, al ver que la oscuridad se cernía sobre el planeta. A estos
“Maestros de Luz” se habría referido Thot el Atlante en las Tablas
Esmeralda, cuando menciona:
“Treinta y dos están allí de los hijos de la luz, quienes han venido a vivir
entre la humanidad buscando cómo liberar de la esclavitud de las tinieblas a
los que estaban atrapados por la fuerzas del más allá...”
La nave estelar que trajo consigo a los 32 mensajeros para establecer
Shambhala ―en el actual desierto de Gobi― se hallaba diseñada, en realidad,
para 33 navegantes espaciales. Cada Maestro era representante de una
civilización cósmica. Empero, como la civilización 33 dentro del orden
espacial (que corresponde a la Constelación de Orión) se hallaba en medio de
un conflicto bélico interno, la Jerarquía no permitió que viniese un
representante de aquel cúmulo de estrellas por razones más que evidentes,
quedando así, al ser humano, reemplazar a Orión como la civilización número
33. Ello sucederá cuando la Tierra ascienda finalmente a la esfera superior
que desde un principio le ha sido reservada. He aquí, pues, el simbolismo de
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“devolver” la piedra de Chintamani o la “Piedra de Orión” a Shambhala, con
su significado intrínseco de restablecer a través de la luz un orden
interrumpido.
No en vano, el número 33 se encuentra inmerso en la vida del ser humano,
desde su ubicación en la galaxia, a 33.000 años luz del Sol Central, a las 33
vértebras de la columna que se aprecian claramente cuando es un bebé, y que
forman parte de la “antena energética” del cuerpo. Por si fuera poco, Jesús, el
“Humano Supremo”, vivió su muerte y resurrección a la edad de 33 años.
La Clave 33 representa la victoria espiritual a través de la lucha de opuestos,
que nos conduce a sellar nuestra sagrada misión como raza humana. El
simbolismo de esta “lucha interior” se aprecia también en el Bhagavata
Purana, texto antiguo de la India que reza:
“Los dioses aparecieron en sus respectivos vehículos voladores para
presenciar la batalla entre Kripakarya y Arjuna. Incluso Indra, el señor del
cielo, llegó montado en un vehículo volador espacial con capacidad para
treinta y tres seres divinos”.
No obstante, aún queda un misterio entre líneas. ¿Cuál es el mensaje de
Orión? ¿Por qué la Piedra Negra proviene de este sector estelar?
Orión y Nuestros Orígenes Cósmicos.
Es importante comprender que en Orión existe un misterio que entronca
directamente con la fundación de Shambhala y las propias actividades de la
Hermandad Blanca.
Sin duda alguna, es en Egipto donde se rastrea la huella de Orión y su
mensaje. En 1994 Robert Bauval (The Orion Mystery), un ingeniero belga
aficionado a la astronomía, demolió los rígidos esquemas mentales de la
arqueología moderna al demostrar que las tres pirámides de Gizeh son una
reproducción “exacta” de las estrellas Al Nitak, Al Nilam y Mintaka del
Cinturón de Orión ―“las tres Marías”, y lo más inquietante, que esta
alineación sólo pudo llevarse a cabo hacia el año 10.500 antes de Cristo. Una
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fecha que podría calzar perfectamente con el hundimiento de la mítica
Atlántida y que obliga a replantearse la verdadera antigüedad de las
pirámides, que se atribuyen siempre a la IV Dinastía (2.500 a. C). Pero, ¿por
qué apuntar las Pirámides al Cinturón de Orión?
Debajo del Cinturón de Orión, en el área que corresponde a la espada del
“Cazador” ―como conocían los griegos a esta bella Constelación― se
encuentra la Gran Nebulosa de Orión o M42, la nebulosa más estudiada del
espacio.
Se constituye a decir de los astrónomos en un “Crisol de Creación”. Aunque
en la Constelación de Orión se han hallado alrededor de veinticinco
formaciones nebulosas, la M42 resulta ser el “núcleo” de este enigma que
llama tanto la atención de los astrofísicos. Hace pocos años, el telescopio
espacial Hubble fue apuntado especialmente a la Gran Nebulosa ―a 1.500
años luz― por cuanto era un verdadero laboratorio para estudiar los procesos
que hicieron nacer nuestro Sol y todo el Sistema Solar hace cerca de 5.000
millones de años. Dentro de la nebulosa, el Hubble encontró en un área
delimitada por una figura trapezoidal que recuerda sospechosamente las
puertas incas y egipcias, las mismas que aluden puertas interdimensionales, el
punto preciso donde “nacen” estrellas. A decir de los científicos, esta
“caverna estelar” tiene en formación 70.000 estrellas jóvenes y 153 brillantes
discos proto-planetarios.
La M42 es tan grande, que nuestro Sistema Solar entraría en ella 20 millones
de veces.
Para coronar el enigma, en 1997 se difundió la noticia que el propio Hubble
había detectado moléculas orgánicas similares a las que dieron vida a la
Tierra, y que posiblemente, debido al fenómeno de la panspermia, llegaron
desde Orión a nuestro mundo hace 3.000 millones de años. ¿Ocurrió a través
de un meteorito? Al margen que haya sido así, y de su sospechosa relación
con el simbolismo de la piedra de Chintamani, lo que queda descubierto es el
mensaje que los egipcios supieron plasmar secretamente en la disposición de
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sus pirámides mayores: señalaron un sector estelar que compromete los
orígenes cósmicos de la raza humana.
Ello explica también la misión suprema de la Hermandad Blanca o Maestros
de Shambhala: proteger la verdadera Historia de la Humanidad, compendio
sagrado que compromete nuestros arcanos orígenes en las estrellas.
Ecos de Agharta.
En “Los Maestros del Paititi” ya habíamos hecho amplia alusión a las
tradiciones y leyendas de diversos pueblos del mundo que hablan de
Shambhala. El tiempo no ha borrado el recuerdo de su existencia en el Asia
Central y sus ramificaciones en el mundo.
Por ejemplo, los hindúes la conocen como Aryavarsha, la tierra de donde
provienen los Vedas. Los chinos la llaman Hsi Tien, “El Paraíso Occidental
de Hsi Wang Mu”, la Gran Madre del Oeste. Los antiguos creyentes rusos,
para dar un ejemplo europeo no tan conocido, la llamaban Belovodye, en
pleno Siglo XIX. Muchos pueblos de la Tierra piensan inclusive que
Shambhala es la fuente de donde proviene su religión, ya fuese el hinduismo,
el budismo o el taoísmo ―el mismísimo Lao Tzu creía en Shambhala, aunque
la llamaba “La Tierra de Tebu”―. Además, antiguos textos tibetanos la
mencionan abiertamente como una realidad física-espiritual. Libros como el
Vaidurya Blanco, los Anales Azules, la Ruta hacia Shambhala y la Esfera de
Shambhala ―todos escritos por Lamas― han disparado el misterio en
occidente.
Dando una rápida mirada a textos antiquísimos, hallamos en la Epopeya de
Gilgamesh que el legendario héroe sumerio visita a su antepasado
Utnapishtim en el “interior de la Tierra”, el mismo lugar donde Orfeo
buscaría el alma de Eurícide. Miles de años más tarde, el propio Cristóbal
Colón, durante su viaje a América, habría escuchado historias de “enormes
pasadizos subterráneos” cerca de las Antillas. Supuestamente, el navegante
genovés oyó estos relatos en el Caribe, allá por el año 1493.
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Explorando las tradiciones de la India, encontramos claras alusiones a esos
Reinos Perdidos que evocan la conexión con Shambhala. En el sagrado
Kalapa ―al norte del Himalaya― habitarían los grandes Yoguis, hombres
con facultades sobrenaturales y pertenecientes a una hermandad espiritual
subterránea. En esta región existirían grandes montañas que otrora formaron
parte de una misteriosa isla que se hallaba en el desierto de Gobi, pero cuando
éste se encontraba cubierto por las aguas (?).
En China las referencias a ese mundo oculto no son menos importantes: según
Andrew Tomas, en su libro “Shambhala: oasis de luz” (1976), hace siglos los
monarcas de Pekín enviaban a los montes Nan Shan y Kun Lun embajadas
cuyo propósito era consultar a los espíritus de las montañas en las situaciones
de crisis.
Ello nos recuerda, sospechosamente, las antiguas costumbres de los incas de
ir a las montañas para “hablar” con los Apus. Quizá no eran las montañas sino
quienes habitaban en sus profundidades los que “respondían” a las consultas...
Como para pensar un poco más nos hallamos ante el testimonio de un indio
quechua que, alrededor del año 1844, le confió en agonía de muerte a un
sacerdote peruano la existencia de un sistema de túneles bajo la cordillera de
los Andes. Como analizaremos más adelante, la actividad de la Hermandad
Blanca está concentrada ahora en América, como parte de un despertar
colectivo planetario que será estimulado desde los Andes como en un
principio se realizó en los Himalayas.
Las referencias al mundo intraterrestre y sus enviados son apabullantes, desde
la aparición de Melquisedec ―sacerdote del Altísimo según la Biblia― ante
Abram, a la leyenda del Preste Juan, un presunto Emperador de las remotas
tierras de la India, que despertó la curiosidad del Papa Alejandro III al
enviarle una larga e intrigante carta, donde se describía el fabuloso Reino
Interior.
Desde luego, no sólo encontraremos interesantes informaciones referentes a
esa morada intraterrestre en las tradiciones de antiguo; obras muy posteriores,
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muchas de ellas acariciando la inmortalidad, nos invitan a imaginar un mundo
maravilloso bajo nuestros pies. ¿Quién no ha leído la fabulosa obra “Viaje al
centro de la Tierra”? Julio Verne se aproxima considerablemente al secreto
de los Retiros Interiores en dicha novela (publicada por primera vez en 1864).
Cabe mencionar que el imaginativo escritor francés no dejaba los argumentos
de sus libros al azar. Verne sabía muy bien lo que hacía, no en vano se
adelantó varias décadas al desarrollo de los submarinos nucleares en “20.000
leguas de viaje submarino”, así como anticipó el alunizaje de 1969 en “De la
Tierra a la Luna”.
En el campo científico podría citar las investigaciones del erudito alemán
Athanasius Kircher (1602-1680), quien en 1665 publicó un libro de geología
donde sustentaba una Tierra hueca, llena de “agujeros subterráneos”. Kircher
era un respetable jesuita y polígrafo, considerado por algunos como el padre
de la geología. Su amplio conocimiento de lenguas orientales y de jeroglíficos
egipcios le permitió develar muchos misterios que lo condujeron a proponer
arriesgadas teorías, sobre todo para su tiempo. Kircher tampoco fue el único,
Edmundo Halley, John Cleve Symnes, y otros respetables científicos,
llegarían a las mismas conclusiones.
Sin embargo, ello no quiere decir que la Tierra sea hueca en la acepción literal
que se le ha dado. Nuestro planeta está compuesto de cuatro capas
principales: la corteza, el manto, el núcleo y el nucléolo. La corteza,
básicamente conformada de granito y roca basáltica, tiene un grosor de 30 a
40 km. (mucho más delgada en las fosas oceánicas). Debajo de la corteza se
encuentra el manto, que se extiende hacia adentro 2.900 Km., compuesto de
silicatos de magnesio, hierro, calcio y aluminio. Y debajo del manto se halla
el núcleo, que se cree debe estar constituido principalmente de hierro en
estado de fusión. Finalmente, a una profundidad de unos 5.090 km. está el
nucléolo, que es posible que sea sólido como resultado de la congelación del
hierro bajo la extraordinaria presión de unas 3.200.000 atmósferas. Así pues,
nuestro mundo posee un núcleo de metal sólido, hoy científicamente
estudiado; y precisamente al estar compuesto fundamentalmente de hierro, es
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el responsable del campo magnético terrestre, que guarda relación con el
propio Archivo Matriz del planeta o “Registro Akásico”, una suerte de cinta
magnetofónica que graba todo cuanto ha hecho la humanidad.
Los Maestros de Shambhala accedieron a este “archivo” para copiarlo en
planchas metálicas de ingeniosas aleaciones y cristales de roca, hoy
protegidos en los diferentes Retiros Interiores.
Estos Santuarios se hallan en la corteza, a pocos kilómetros de profundidad,
pero lejos de visitas prohibidas que puedan ponerlos en peligro.
Un Gigantesco Sistema de Túneles.
Sobre este punto, consideramos respetuosamente que la ciencia aún no está en
capacidad de confirmar o desmentir la existencia de un reino subterráneo.
Como vimos anteriormente, son miles de kilómetros los que separan la
superficie de la Tierra de su centro; mientras que el pozo petrolero más
profundo llega apenas a 15 Km., lo que equivaldría a una débil picadura de
mosquito en la corteza. Es paradójico que nos preocupemos más por
investigar las insondables posibilidades del espacio exterior sin conocer los
misterios que de por sí nos reserva nuestro propio planeta.
Los Retiros Interiores de la Gran Hermandad Blanca se distribuyen en
diferentes puntos del mundo, unidos todos por las fuerzas de la luz y al
servicio de la humanidad.
Para citar sólo algunos enclaves en América, ubiquémonos de sur a norte:
ERKS, Talampaya y la Ciudad de los Césares, en Argentina; Aurora, en
Uruguay; la Sierra del Roncador, Goias y Parauna, en el Brasil; el desierto de
Atacama, en Chile; Lago Menor (Titicaca) y Tiahuanaco, en Bolivia; Paititi,
Cusco, Marcahuasi y Hayumarca en Perú; la Cueva de los Tayos, Cajas y
Llanganati, en Ecuador; Guatavita y Tota, en Colombia; Catatumbo, Caripe y
Roraima, en Venezuela; Ciudad Blanca, en Honduras; Palenque, la Zona del
Silencio y el Valle de las Siete Luminarias, en México; y por último, Monte
Shasta, al norte de California en Estados Unidos.
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Sin duda, en otras regiones del planeta se encuentran palpitando más centros
internos de la Hermandad Blanca, como Compostela y el Pico Sacro, en
España; los Pirineos y el Bugarach, en el sur de Francia; la Península del
Sinaí, en Egipto; Potala, en el Tíbet; los montes Karakorum, entre el Tíbet y
China; en los montes Vindhya, al sur de la India; el Monte Meru en plena
Asia Central, y el propio desierto de Gobi, en la Mongolia; y amén de otras
moradas sagradas.
Todos estos lugares se hallan unidos por túneles subterráneos. En el caso de
América, como abordaremos detalladamente en los siguientes capítulos, el
gigantesco “pasadizo” se inicia en Monte Shasta, atraviesa México, penetra en
Centroamérica, y hace su aparición en Sudamérica por Colombia; de allí
continúa por el Ecuador hasta penetrar en el Perú; el inmenso túnel prosigue
recorriendo las entrañas de Bolivia, Chile, y concluyendo en la Patagonia
argentina. Sin embargo, tenemos sólidos indicios que de allí conectaría de
alguna forma con la Antártida, donde mora un misterio de proporciones
significativas.
Una importante bifurcación de este gran túnel, conocido en tiempos antiguos
como “El Gran Camino Inca”, se ubica precisamente en el Perú; así, se forma
un verdadero entramado de galerías y caminos subterráneos que se propagan
en otras regiones de Sudamérica, particularmente en Brasil.
Pero antes de entrar de lleno en el enigma de los Retiros Interiores de
América, aclaremos al menos brevemente, qué es la Hermandad Blanca, y por
qué está aquí.
La Hermandad Blanca.
Se dice que el nombre sánscrito “Shambhala” significa “lugar de la paz, de la
tranquilidad”, denominación apropiada para la labor de sembrar la semilla de
la luz en el mundo.
La Hermandad Blanca es la propia fuerza de la luz polarizando el planeta,
inspirando a diversos hombres y mujeres del mundo a encender su propia
antorcha interior. Cual faro luminoso que guía las embarcaciones, el llamado
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de los Maestros estimula al caminante a descubrir su real “sentido” y
“misión”, que aunque yace silente en algún lugar de nuestro interior, es
sensible a esa activación si estamos prestos no sólo a escucharla, sino a
asumirla, por cuanto requiere un compromiso para con la Humanidad.
El establecimiento de la Hermandad Blanca en la Tierra, ha transitado por tres
etapas:
Etapa Estelar: Que involucra la propia fundación de Shambhala en el
desierto de Gobi, la denominada “Isla Blanca”, como parte de una misión
sagrada que atañe a la protección de la Historia humana y su destino espiritual
en el concierto de los mundos.
Etapa Mestiza: Supervivientes de reinos perdidos, como la Atlántida de
Platón, habrían constituido la segunda generación de Maestros, llamados
mestizos por ser fruto de la unión de razas cósmicas y humanas hace miles de
años. Luego de la destrucción de la Atlántida ―catástrofe que se recuerda en
las leyendas de diversos pueblos como el “diluvio universal”― aquellos
“Noes” se refugiaron con los archivos de su avanzada civilización, que no
supo conciliar la tecnología con la ciencia del espíritu, generando su propia
destrucción que, además, desataría en el planeta entero una suerte de invierno
nuclear debido al accidente cósmico que precipitaron (como veremos más
adelante, el impacto de dos “lunas” sobre la Tierra). Por esta razón los
supervivientes ―que se habían mantenido en la luz observando el inevitable
ocaso de su cultura― eligieron las oquedades de la Tierra para protegerse y
poner a salvo los Anales de las Antiguas Civilizaciones Prehistóricas.
Etapa Humana: Aquellos que han sabido escuchar el llamado de la
Hermandad Blanca, empezarán a constituirse en sus mensajeros o emisarios
de luz. Hoy, la humanidad está llamada a integrarse a la Magna Obra, y
modificar el futuro planetario sobre la base de la fuerza más poderosa que
existe en el Universo: el amor.
La Hermandad Blanca está activa, iniciando a los caminantes en su mensaje.
Los senderos que conducen a sus Retiros Interiores, son variados y sutiles; sin
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embargo, ante los “ojos del espíritu”, se trata de un camino claramente
definido, y que sólo puede ser transitado por un alma valiente que no tema
vencerse a sí misma.
Existen tres tipos de Retiros de la Hermandad Blanca:
Retiros Interiores:
Que señalan la morada subterránea de los Maestros. Aquí debemos mencionar
que la mayor parte de los seres intraterrestres no poseen cuerpo denso; es
decir, ya dejaron su envoltura material. Por tanto existen tanto Retiros
Interiores físicos como sutiles. Generalmente el acceso a los Retiros Físicos es
complicado, por cuanto se encuentran estratégicamente en lugares de difícil
acceso. Los Retiros Sutiles, fundamentalmente, pueden ser conectados a
través de la meditación y la proyección del Cuerpo Astral.
Retiros Intermedios:
Lo constituyen Monasterios ocultos en la superficie, como la antigua
Hermandad de los Siete Rayos en los Andes del Perú. Por ejemplo, sabemos
que al norte de Cusco, al este de Marcahuasi y al norte de Puno, se encuentran
enclavadas aquellas comunidades secretas. Quienes forman parte de ellas son
humanos, que voluntariamente se apartaron del mundo para adiestrarse en lo
que bien denominan “Escuelas de la Sabiduría Eterna”. Se hallan en conexión
con los Maestros intraterrestres y actúan muchas veces como emisarios.
Retiros Externos:
Son aquellos seres humanos que viven en el mundo moderno pero que,
conscientes de esta realidad, que los une a los Santuarios de la Hermandad
Blanca, actúan como “infiltrados” en la sociedad para generar un cambio
desde dentro. Los Retiros Externos están constituidos también por los
estudiantes de la Luz, aspirantes de la Verdad Primera.
Actualmente, los Retiros Interiores de Oriente se encuentran en un estado de
“sueño”. América ha empezado a despertar y los Sabios Maestros de las
ciudades intraterrenas se encuentran atentos, protegiendo los Anales de la
Historia Humana y enviando la poderosa Luz del Conocimiento al planeta
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entero. Los grandes Maestros de Oriente conocen de esta activación, no en
vano diversos Lamas han venido visitando diversos puntos de América para
identificar las “Moradas Sagradas”, que palpitan bajo nuestros pies.
“RAHMA ES AMAR, DIOS ES AMOR, CRISTO ES EL SEÑOR
Y LA MISIÓN ES POR LA HUMANIDAD”
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