cuentos de tolerancia

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CUENTOS DE TOLERANCIA
J. J. DANWCER
CUENTOS DE TOLERANCIA
Autor: J. J. Danwcer
Este trabajo no está inscrito en el Registro de la Propiedad
intelectual; sin ánimo de lucro, no tiene intención der ser
comercial, ni aportar cantidades económicas o en especies a su
autor.
J. J. Danwcer es el seudónimo literario registrado y con ©
Copirait
CUENTOS DE TOLERANCIA
Autor: J. J. Danwcer
Prólogo
Hace unos meses llegó a mis manos un trabajo humilde en su formato, pero a a la vez un
trabajo lógico y meritorio. Se trataba de un cuaderno de recopilación de cuentos titulado:
CUENTOS DE TOLERANCIA, del Centro de comunicaciones Onda Verde, y este hallazgo me
predispuso para realizar el texto que ahora estáis leyendo.
En primer lugar y obligado, quiero hacer llegar un saludo a la ONG ONDA VERDE dejando aquí
una copia ampliada de estos cuentos y varias direcciones web; en segundo lugar quiero hacer
llegar un saludo a los autores de los cuentos que aquí se presentan pues han llegado de forma
anónima, así como una pequeña biografía o apéndice de los autores citados juntando cuentos
y biografías, y por último, juntar dichos cuentos con otros cuentos que yo he creído acertados
y que yo he creado, creyendo convenientes para este libreto realizado con todo mi cariño a los
lectores.
Comento al lector que sería costoso y exhausto realizar un resumen exponiendo la importancia
que tienen los cuentos literarios en la educación infantil y juvenil; sólo quiero recordar al lector
que todos hemos entendido el error de decir mentiras, porque igual, cuando de verdad sea
necesaria la ayuda de nuestros vecinos, igual no vienen a socórrenos y nos come el lobo;
gracias a los cuentos sabemos que primero hay que vender la leche y después hacer cuentas,
no sea, que se nos rompa el cántaro igual que la lechera; y sabemos, también por los cuentos
leídos aunque suene a utopía, que tres cerditos bien avenidos y juntando sus destrezas tienen
más fuerza que el más grande y temible de los lobos, y que los pájaros se comen las migas
tiradas en un camino del bosque, y que el nombre del enanito del bosque se llamaba
Ruidoquerito… Y que los cuentos sirven para dar ejemplos de un comportamiento cívico,
educado, racional y honesto, quizá las mejores cualidades del hombre y de la mujer, en este
mundo materialista, individual, egoísta y moderno. No entretengo más al lector, gracias y un
cordial saludo.
Contenido
Prohibido Ser Negro (adaptación del cuento de Miguel Ortega Isla) ........................................... 5
El Niño Cinco Mil Millones (adaptación del cuento de Mario Benedetti) ..................................... 6
El Lobito Bueno (adaptación del cuento de José Agustín Guytisolo) ............................................ 6
Un Tazón de Caldo ( juzgamos deprisa) ........................................................................................ 8
¿Juan López? ( homosexualidad) .................................................................................................. 9
La Oveja Negra (adaptación del cuento de Augusto Monterroso ................................................ 9
Todas las diferencias (riqueza en lo diferente) ........................................................................... 10
Conscientes (no hay excusa) ....................................................................................................... 10
Carta a un Terrorista .................................................................................................................. 11
Ricardo ........................................................................................................................................ 11
Las Diferencias del Bosque .......................................................................................................... 12
El Juicio a la Diferencia ................................................................................................................ 12
Secreto de amor (autor: J. J. Danwcer) ....................................................................................... 13
Prohibido Ser Negro
Adaptación del cuento original de Miguel Ortega Isla
En el país más avanzado del mundo, en el año 2045, los mercados financieros estaban
colapsados. La economía se había desplomado por la superpoblación del planeta. En los
barrios negros la gente se agolpaba ente los puestos de periódicos. El decreto ley del gobierno
era claro y rotundo:
“Todo ciudadano que continúe siendo negro, pasado tres meses después de la publicación de
este decreto ley, será ejecutado”
Por entonces la industria, siempre en busca de nuevos mercados, vislumbró en esta ley injusta
un medio para recuperarse, y se puso a funcionar febrilmente, junto con el comercio y la
publicidad. Crearon productos asombrosos:
Apareció en los mercados <<Ario, la crema blanqueadora, deje usted de ser negro en dos
semanas>>. <<En la Clínica de las Nieves: operación indolora, consiga una nariz griega sin
hospitalización>>. <<Use Lazio, el des rizador infalible del cabello>>.
Pasados tres meses el gobierno se reunió a `puerta cerrada en sesión plenaria:
¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que lo hayan conseguido? Si parece que no queda
un negro.
Hemos fracasado. Supusimos que ninguno haría esto, y que nos libraríamos de un
plumazo de todos ellos.
Y ahora están mezclados con nosotros sin que podamos distinguirlos. ¿A quién vamos a
eliminar o a explotar ahora?
Alguien sugirió una idea maquiavélica: Podríamos pedir a todos los ciudadanos una radiografía.
¡Aniquilaremos a quienes sean diferentes!
Pero pronto todos los miembros del gobierno se arrepintieron de su medida. Todos los
ciudadanos eran iguales por dentro, tenían el corazón igual. Solo ellos, los gobernantes, los
gobernantes, no tenían corazón, tenían piedras.
El Niño Cinco Mil Millones
Mario Benedetti
En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiquetas, así que podría se
negro, blanco, amarillo, etc.… Muchos países, en ese día, eligieron al azar un niño Cinco Mil
Millones para homenajearlo y hasta filmarlo y grabar su primer llanto.
Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado, ni filmado, ni acaso
tuvo energía para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz.
Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra seca. Cuarteada y
seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el
esqueleto del niño 4.999.999.999.
El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y
más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño, tenía
hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de crecer.
Una semana después, el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en
consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta estuviera superpoblado.
El Lobito Bueno
Juan Agustín Goytisolo
Erase una vez un Lobito Bueno. Nació en una montaña, pero desde que era pequeño miraba
siempre hacia el llano, en donde había un pueblo. Le gustaba ver a los niños que corrían por las
calles.
Quiero ir al pueblo
dijo un día el Lobo Bueno
Los lobos mayores le riñeron:
No vayas, peligroso. Las personas son capaces de cualquier cosa. Te harán daño.
Pero el Lobito Bueno no hizo caso. Un día cuando no lo veían los otros lobos, se escapó, bajo al
llano y entró en el pueblo. Camino por las calles y llegó a la plaza.
Hola me llamó Juan
Hola me llamo maría
Le dijeron, y se sentaron a su lado acariciándolo.
La gente del pueblo quería mucho a Lobito Bueno porque era simpático y cariñoso y ayudaba a
todo el mundo. Vigilaba las casas, acompañaba a los niños al colegio y llevaba las cestas del
pan. Y lo que mejor hacía era cuidar los rebaños de corderos, para que no se perdieran ni se
hicieran daño.
Pero en el pueblo las cosas no iban bien. La gente decía: hemos recogido poco trigo; no hay
patatas; no tenemos dinero… ¡Nos iremos a trabajar a la ciudad!
Y se iban. Vendían las gallinas, los corderos y los cerdos, atrancaban las puertas de las casas y
subían al autocar.
El Lobito Bueno no entendía lo que pasaba. ¿Adónde se irán? Pero un día Juan y María le
dijeron:
Nosotros también nos vamos. Ya hemos hecho las maletas. Aquí no se va a quedar
nadie, ¿qué harás tú?
Aquella tarde, cuando Juan y María subieron al autocar, el Lobito Bueno intentó primero
esconderse entre las maletas, pero lo vieron y lo sacaron de allí. Entonces trepó por las
escalerillas traseras y se sentó en el porta-paquetes, con cestos y bultos.
Después de un viaje muy largo, el autocar entró en una gran ciudad. Las casas eran altas y
grises y en las calles no había árboles. Todo estaba lleno de coches.
Cuando el autocar se detuvo y empezó a salir la gente, el Lobito Bueno bajó de un salto para
poder ir al lado de Juan y de María, pero un guardia que estaba en la calle se puso a tocar un
silbato y a gritar y a chillar y a empujar a todos los que acaban de llegar del pueblo:
¡Ustedes, circulen por aquí!, ¡eh, sigan, no entorpezcan el paso!, ¡retiren esos bultos!,
¡vamos deprisa!
Se armó un lio tremendo. Todos agarraron sus cestos y maletas y echaron a correr. Cuando el
Lobito Bueno se dio cuenta ya no había nadie a su lado. ¿Dónde estaban Juan y María?
Seguramente sus padres se los habían llevado.
El Lobito Bueno estuvo buscándolos todo el día por la ciudad. Dio vueltas, pasó por muchas
calles y plazas, pero no pudo encontrarlos.
Estaba muy cansado y entró en el portal de una casa. Vio una alfombra que había en el pie de
la escalera y se echó allí, para reposar. Pero la portera se enfadó y lo echó a escobazos.
El Lobito Bueno caminó otra vez por las calles de la ciudad, esquivando los coches y mirando a
la gente, para ver si alguien le hacía caso. Nadie le decía nada. Tenía hambre. Y como no le
daban de comer se acercó a una tienda para ver si conseguía un poco de pan. Cuando el dueño
le vio se puso furioso y quiso pegarle con un palo muy grade.
El Lobito Bueno corrió y corrió hasta que llegó a un lugar en donde se acaban las casas y
empezaba el campo. Allí vio a un pastor que estaba con unos rebaños de corderos. No había
perros. El Lobito Bueno se aproximó, pensando que podría vigilar el rebaño, como hacía en el
pueblo, y que entonces el pastor le daría pan y queso. Pero los corderos al verlo, se le echaron
encima y empezaron a maltratarlo. Y el pastor le tiró piedras. ¡A correr otra vez!
Cuando estuvo lejos y vio que nadie le perseguía, el Lobito Bueno se detuvo y empezó a
pensar. Pensó y pensó. No quería vivir más en la ciudad, pues había perdido a sus amigos y
además todo el mundo le pegaba. Tampoco le gustaba volver al pueblo, porque en el pueblo
no había nadie.
Mientras pensaba estas cosas se dio cuenta que sus uñas y dientes estaban creciendo. Aulló y
el ruido que hizo fue tan fuerte que pareció un rugido.
Entonces tomó una determinación. Se adentró en el bosque y se metió en la primera cueva
que encontró. Y en el bosque se quedó para siempre. Durante el día el Lobito Bueno estaba
escondido en la cueva y por las noches salía fuera y daba grandes aullidos mirando hacia la
luna. Y sus uñas y dientes se hicieron enormes.
Cuando tenía hambre se acercaba a los pueblos y se comía a las personas y a los corderos que
encontraba. Y esto ocurrió porque el Lobito Bueno desencantado y desengañado por todas las
cosas que le sucedieron, se había convertido en un lobo, en un LOBO FEROZ como todos los
lobos de este mundo.
Un Tazón de Caldo
Una mujer mayor, de unos ochenta años, sale con su bandeja de la cinta del autoservicio. Ha
cogido un cuenco de sopa y anda lentamente para no derramarla. La mujer se dirige a una de
las mesas. Deja el bolso en el respaldo de la silla y se sienta a comer. Apenas la ha probado se
da cuenta de que ha olvidado el pan, tendrá que volver a levantarse y andar hasta la cinta, y a
la vez que lo piensa hace un gesto de cansancio. Sin embargo, se levanta y camina hacia la
cinta.
Cuando vuelve con el pan, le espera una sorpresa: un hombre negro de dudoso aspecto se ha
sentado en su sitio y come con ansia del cuenco de la sopa.
La anciana le mira estupefacta. Se sienta junto a él, y dispuesta a no tolerarlo le da unos
golpecitos en el codo.
El hombre negro deja de comer. La mujer aprovecha para mover el tazón hacia ella. Moja en la
sopa un trozo de pan y se lo lleva a la boca. Mientras lo hace no aparta su mirada de los ojos
del hombre negro; éste dibuja en su cara una sonrisa y le enseña los dientes, y se atreve a
tomar otra vez de la sopa. El hombre negro parte otro trozo de pan y lo moja con una cuchara
limpia, que le ofrece a la anciana.
Ella acepta, y a partir de ese momento se turnan con la sopa: una cucharada ella una él, otra
cucharada la mujer otra el hombre. La mujer le ha ofrecido un poco de pan, pero el hombre no
ha querido.
Terminan la sopa, el hombre negro se levanta, sonríe de nuevo y se marcha del comedor a
pasos rápidos y ligeros. La mujer dice adiós y se queda a meditar si le apetece un dulce o un
café: Después se levanta. Se alisa con cuidado la falda, alarga la mano al bolso colgado de la
silla… pero no toca el bolso sino la madera desnuda, porque el bolso no está.
La mujer mira la silla, como quien viera un fantasma; no se lo puede creer. Queda presa de la
desesperación y deja escapar un grito.
Justo cuando va a salir en persecución del hombre negro ve el bolso; su bolso está tres sitios
más allá, en el respaldo de una silla vacía y enfrente de la silla, sobre la mesa, reposan una
cuchara casi nueva y un tazón lleno de sopa… ya fría.
¿Juan López?
Este es el contestador automático de Juan López. Si desea dejar algún mensaje, hágalo
después de la señal. Gracias:
Ayer me llamaron maricón. ¡Maricón!... y se sintieron superiores, creyendo ser mejores
por ser según ellos normales”, por cumplir con las normas establecidas.
>>Empiezo a estar cansado de ocultarme, de dudar si merece la pena, si de en verdad soy
raro, pues día a día el espejo en el que me reflejo me rechaza, el espejo que es la sociedad…
>> ¿Y qué si soy homosexual? No hago daño a nadie que yo sepa. Apuesto a que muchos a
que muchos de esos que van de machitos por la vida, no esconden más que complejos,
inseguridades y rarezas que no quieren afrontar.
>>Apuesto también a que más de uno es tan homosexual como yo, y no se atreven a
enfrentarse a ello, y lo que es peor, tratan de esconderlo haciendo daño, golpeando y
vejando a los que, como yo, decidimos ir con la verdad por delante. Lo tenemos mucho más
difícil pero sabemos que no hay nada de lo que debamos avergonzarnos… ¿Y quién narices
es Juan López?... Bueno que más da, lo que necesitaba, lo que necesitaba en realidad era
desahogarme.
La Oveja Negra
Augusto Monterroso
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en
el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las
armas, para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse
también en la escultura.
Todas las diferencias
Nos presentamos: A, B, C, D, E, F, G, H, I, J, K, L, M, N, Ñ, O, P, Q, R, S, T, U, V, W, X, Y y Z.
Somos las letras, las más pequeñas representantes de la CULTURA. Todas diferentes, ya lo veis,
pero todas necesarias. Mirad, sino que le ocurrió a una de nosotras, la Ñ:
Cierto día, a un ñoño y ceñido señor que firmaba un caliqueño se le ocurrió la idea de
eliminarme de la faz de la tierra, o de los teclados de los ordenadores, que si hace o no hace…
Andaba yo triste y cabizbaja preguntándome que mal habría cometido o hecho.
¡Arriba esa moral! dijo la H (que no es muda como creéis). No te aflijas más, tenemos
nuestra razón de ser. No es posible imaginar un mundo sin ti, un mundo donde no haya ni
niños ni compañeros, un mundo sin cariño ni carantoñas, donde no pasen los años, donde no
existan los sueños…
¡Es verdad! ¿Cómo serían las escaleras sin peldaños?
bromeé feliz…
Tomad nota HUMANOS de esta moraleja:
No desdeñéis a nadie por ser diferente, estad seguros de que perderíais los grandes tesoros
que sin duda su alma oculta, negándoos a vosotros mismos un mundo pleno de armonía que
sólo entre todos podéis construir
Conscientes
Conferencia del Movimiento contra la Intolerancia. El tema que se anunciaba: Racismo e
Intolerancia en la Sociedad actual; siendo atractivo se me antojaba un tanto ajeno. Con todo
decidí acudir en la garantía de seriedad que me merecía la organización que proclamaba el
acto.
La sal se encontraba medio llena cuando el conferenciante dio comienzo a su intervención.
Poco a poco fue desgranando las dramáticas violaciones de derechos humanos que se
producen en nuestra sociedad, los hechos racistas y xenófobos, las diferentes manifestaciones
de violencia, la cruel discriminación de la mujer, las humillaciones y la falta de derechos de los
homosexuales, la marginación, la pobreza y la segregación a la que son sometidos miles de
ciudadanos en nuestro país, y todo ello abordado desde la incredulidad institucional.
Por fin, cuando parecía ir concluyendo su exposición, el ponente se sirvió un vaso de agua y
despreocupándose apostilló:
Bien, esto es más o menos lo que venía hoy a contaros, y me alegro de haber
compartido con vosotros estas breves reflexiones.
Recorrió con la vista a todos los que allí estábamos, y al punto creí observar con cierta
preocupación un cierto matiz acerado en la expresión de sus ojos.
Sí prosiguió . Aunque al mismo tiempo he de decir que siento de veras la mal jugada
que os he gastado.
Al oír esto, el murmullo reinante se fue apagando, dejando paso a un disimulado interés, como
presagiando su inminente triunfo. Continuó:
Y digo bien, porque vosotros ahora ya no sois los mismos que cuando entrasteis a esta
sala sala hace una hora y cuarto.
Nueva pausa. Vaga sensación de desasosiego en mi interior.
Porque ahora, en este instante, vosotros no sois ya del todo inocentes. No podéis en
justicia serlo… ¡porque ahora vosotros, en este instante sabéis!
Carta a un Terrorista
Mañana
en una conversación de milésimas , cuando a mi espalda te conviertas en el
protagonista espontáneo de mi vida, y me desplome sobre el tapiz de sangre que se trence
entre los adoquines, mi cadáver será el espejo de tu enfermedad: la incapacidad de hablar,
sentir, escuchar, vivir, soñar, compartir, querer, sonreír, besar, comprender, tolerar. Carencias
que contagias ahora que avanzas nervioso por la acera, y te paras, y levantas el brazo rígido
empuñando una pistola, aprietas el gatillo y ya te ven corriendo, fanático y fugitivo, entre las
calles, quizá buscando la puerta del arrepentimiento, porque tu mal será siempre curable, pero
el mío ya no.
Ricardo
Ricardo es u n chico encantador.
Ha cumplido doce años y estudia 1º de la ESO. Coma la mayoría de los chicos de su edad le
encanta el fútbol, y, siempre que puede va con su amigo Abdul al estadio para vivir el partido
en directo.
Lo mejor de ir al estadio no es el fútbol, es el ambiente: el griterío, las bocinas, las bufandas,
las bandera…
Por cierto
pregunta Ricardo a Abdul
, ¿de dónde serán esas banderas?
Hacía poco tiempo que Ricardo había tenido que estudiar todas las banderas y capitales del
mundo y esas no las recordaba: Abdul no contesta. Ricardo es un tío guay.
Tiene ya quince años y este año Abdul, su amigo, se ha tenido que ir a vivir a otro barrio de la
ciudad. Al principio, a Ricardo no le gustaba la idea de tener que ir a ver solo partidos, pero
pronto se hizo amigo de los chicos de las banderas.
Son “la leche”, se lo pasan genial gritando, levantando el brazo y saltando. Al principio no
entendía muchas de las cosas que cantaban y gritaban, pero ahora ya lo entiende casi todo.
Ricardo es “que te cagas”.
A sus dieciséis años todavía está en 2º de la ESO, pero no importa, desde que viste y se
comporta como sus amigos, los compañeros del instituto lo respetan más. Lo pasan genial
cuando Ricardo y sus camaradas se ponen ciegos de porros y cervezas, y van por los barrios de
la ciudad donde más mierda se acumula para intentar “limpiarla”. No importa que mierda sea:
gitanos, moros, sudacas, maricas…, todo es basura y hay que incinerarla.
El otro día los mosqueó que Ricardo dijera que pasaran de patear a ese asqueroso moro; sobre
todo cuando les pareció oír que decía mientras agonizaba algo así como: ¡Las banderas,
Ricardo! ¡Las banderas!
Las Diferencias del Bosque
Había una vez un bosque llamado EUROPA. En el existían muchas clases de árboles: un árbol
llamado Francia, otro llamado España, otro llamado Italia y otro llamado Yugoslavia… Este
último era un bosque algo peculiar, porque en sus ramas crecían toda clase de frutos: serbios,
croatas, bosnios, macedonios, montenegrinos, albano-kosovares y algunos más.
Todo el árbol estaba lleno y ninguna fruta se estorbaba. Hasta que un lamentable día, una
fruta que estaba internamente podrida por la intolerancia y el racismo, decidió que no podían
crecer juntos y quiso arrancar el resto de los frutos, y que cada uno, creciera en una rama
diferente; aunque para conseguir esto, muchos se perdieran y se secaran indefensos y
solitarios.
Moraleja: ante la intolerancia y el racismo solo caben la tolerancia y la solidaridad.
El Juicio a la Diferencia
La Diferencia vestía de rojo carmín el día que se presentó ante el gran jurado.
Con una calma visible apareció la Diferencia a las puertas del Tribunal custodiada por los
alguaciles de la Ley y el Orden, preparada para defender la inocencia de su causa. Al verla
entrar en la sala desde el público sonaron pitidos e insultos que pocos minutos después fueron
acallados por su señoría la Justicia, que llegó dispuesta a hacer honor a su nombre.
Tras dos golpes de martillo, se hizo el silencio en la sala; un alguacil leyó los cargos impuestos a
la acusada: escándalo público, provocación, hábitos extraños… En la sala se ahogó una
exclamación de asombro unida a un fuerte suspiro. La Libertad sería la responsable de
defenderla, la Intolerancia de acusarla.
La Justicia cedió el turno a la Intolerancia que procedió a citar a sus testigos. Tres fueron los
llamados a señalar a la Diferencia. La Cobardía fue la primera por miedo. La siguió la
Indiferencia, por egoísmo y dejadez. En último lugar declaró el Rechazo, cargado de Orgullo y
la Envidia.
El murmullo de la sala ante las declaraciones, creó una tensión insoportable. La Justicia lo hizo
callar y concedió voz a la defensa, que hasta entonces no había podido hacer nada. La Libertad
se puso pues en píe, y sacó un as de la manga, su único testigo, sería un humilde sentimiento
llamada Respeto.
Tras la llamada, el aludido acudió al estrado. Ante la expectación de los presentes, su
testimonio fue breve:
… en la Diferencia hay tanta honestidad como en la Semejanza, pero reflejada de un modo
tan original que sólo los inteligentes pueden verla…
Secreto de amor
Autor: J. J. Danwcer (seudónimo literario)
Tengo que contaros que para mí, el inicio del curso escolar nada tenía que ver con el final de
las Fiestas de Nuestra Señora de San Lorenzo, ni con la aburrida presentación de los profesores
y los alumnos en el salón de actos, ni el primer balonazo en el recreo y mucho menos el
soporífero discurso de don Cesario, director y sufridor de mi persona en mi etapa de colegio e
instituto, ¡qué va!; el verdadero principio del curso escolar era dos o tres días después de
haber empezado las clases.
Por extraño que pueda parecer existía en cada inicio escolar un momento de inflexión, un
instante para hacer el cafre, un minuto para jugar sin saber o entender que estabas
molestando y un segundo para recibir el primer insulto, dejar la cartera en el suelo, colocar mis
manos igual que hogazas de pan y entrar en un combate directo contra algún nuevo alumno,
que días después sería otro de mis muchos amigos, y que siendo nuevo, no entendía que yo
era el veterano, el solitario y el peleón de mi clase. No es que fuera valiente, o un busca
guerras, o un abusón o un insurgente, ¡no!; es que era grande alto y cabezota, razón por la
que siempre tenía un hueco en los partidillos de futbol o de baloncesto, y en las peleas fuera
de clase y obtenía buenas notas sin esfuerzo en gimnasia; pero puedo aseguraros que no era
valiente, ni fuerte, ni listo, ni tonto.
Recuerdo de mis años de alumno que solía llevarme bien con todos mis compañeros de clase:
estaban los listos y listas, sentados en las filas de delante, siempre haciendo la pelota al
profesor, pero yo me sentaba en las filas del medio; estaban los dormilones y dormilonas de
las filas de atrás, siempre molestando en clase; y estaban los que a veces llegaban tarde, los
que copiaban los trabajos de los demás y contestaban al profesorado, recibiendo un apelativo
cariñoso: <<los racanamboys>>. Los <<racanamboys>> eran en definitiva los alumnos
considerados por el director y el claustro de profesores los calienta sillas de las filas de atrás;
alumnos que mantenían racaneando varias asignaturas de cursos anteriores, alumnos ni
buenos ni malos, simplemente distraídos que distraían al resto de clase y hacían perder el
tiempo y los nervios al profesor de turno. Entre estas figuras delictivas sentadas en las filas de
atrás se encontraba mi amigo Raúl, pero yo me sentaba en las filas del medio e igual que
muchos de mis compañeros y compañeras, llegamos al bachillerato sufriendo y aguantando las
bobadas de nuestro vecino de pupitre, unas veces delante y otras veces atrás: ¡Raúl González!.
El bueno de Raúl González era un muchacho alto, grande, sano, libre, sin complejos, sin
cerebro, sin neuronas e insoportable. ¡Qué cantidad de energía mal gastada! No había
comentario en clase o en el patio donde Raúl no insultara o hiciera cabrear tanto a
compañeros como a profesores; yo siempre he creído que Raúl tenía una disfunción cerebral,
provocada por un golpe de su cabeza contra un borrador o contra el encerado desde cuarto
curso de primaria, accidente del que confieso fui responsable, porque la pierna contra la que
tropezó era mía. Pero juro y juraré ante cualquier tribunal civil o eclesiástico que fue algo
involuntario y siendo el primer año que estuvimos juntos, no tenía entonces razones para un
ataque contra Raúl.
¡Cómo era el bueno de Raúl! ¡Qué facilidad la de Raúl para cosechar enemigos! ¡Qué
coscorrones se llevaba de los hermanos mayores cuando haciendo el abusón pegaba a algún
alumno pequeño! ¡Qué inventiva, qué locuacidad para sacar faltas, motes y hacer comentario
estúpidos, ahora llamados xenófobos, contra los demás! ¡Qué sufrimiento colectivo! Si
hablábamos de orejas, por ejemplo, Raúl saltaba con el chascarrillo de las orejas de los
elefantes y yo tenía y tengo las orejas grandes. Si hablábamos de óptica, cristales y dioptrías,
Raúl insultaba y señalaba con el dedo a los cuatro ojos de la clase, y yo siempre he usado gafas.
Y si jugábamos a <<disparar balonazos>>, deporte nacional en todos los institutos con balón de
reglamento, Raúl parecía una diana perfecta, donde todos los balones impactaban contra su
cuerpo; pero era igual, que personaje más duro y belicoso, más crítico y más insufrible. Hay
veces que me acuerdo de él y hasta lo echo de menos...
De aquellos años felices de colegio e instituto siempre quedará en mi recuerdo la voz y el
rostro de mi profesora de Ciencias Naturales…Belén, la profesora Belén. Reconozco que estaba
enamorado, idolatrado y sufría en secreto las fiebres del amor adolescente por mi profesora
preferida. No es que Belén fuera alta, ¡no!, es que era alta, rubia, tenía ojos azules, olía a
primavera, andaba igual que una reina, me trataba igual que a un príncipe y además, era
inteligente, valiente, audaz, belicosa y sufridora.
Pero hubo algo más que una simple amistad o respeto con mi profesora; con ella compartí
durante los años que cursé mis estudios de bachillerato un secreto; un secreto que nunca
revelé, un secreto que ella quiso que guardara en silencio, y de esta simple manera y forma de
ser, con su desprecio a los insultos, mi profesora me demostró que los valientes no insultan, ni
arrojan palabras de odio a la cara de los irracionales, ni debemos buscar la confrontación
contra los que están equivocados estando siempre dispuestos a demostrar que se equivocan,
que no hay que odiar, ni tener por enemigos a aquellos que no saben o no entienden que este
lugar donde vivimos es de todos; pero aprendí algo más importante, que los secretos de las
personas que te rodean, con las que convives no se cuentan, no se divulgan, ni son desvelados
los detalles íntimos, aquello que siempre será propio personal y qué, el que ofende, por mucho
daño que pueda causarnos, siempre será incapaz de robar nuestra dignidad, de ese lugar
tierno y amable escondido en nuestro corazón.
Cuando iniciamos los primeros días de instituto el amigo Raúl apareció en clase siendo más
alto que el curso anterior, más peleón, más chismoso, más criticón y más insoportable; pero
esta vez el sufrimiento por aguantar sus insultos y chascarrillos se hizo más peligroso. El bueno
de Raúl había encontrado un grupo de amigos durante el verano, y por desgracia para el
alumnado y el profesorado de mi instituto, los amigos de Raúl, y por supuesto Raúl, se
convirtieron a la salida de clase en el pelotón de los abusones, un ejército de pedantes y un
escuadrón de chismosos siempre dispuestos a insultar a todos cuantos estuvieran a su alcance,
sin mirarse los pobres en un espejo, para poder comprobar que muchos de nosotros no les
teníamos miedo, sino lastima por sus ideas, por sus estupideces, por su irracionalidad.
Pero había un momento insufrible para mí, una situación en la que Raúl hacía que mis puños
se cerraran y en varias ocasiones pensé que arrojaba a aquel incordio de compañero sarcástico
por la ventana del segundo piso y escuchaba los aplausos de mis compañeros.
Ya he comentado mi cariño por mi profesora de Ciencias Naturales; bueno decir cariño no es
verdad, estaba enamorado de mi profesora y cuando Belén impartía clase yo seguía su cuerpo
sin apartar mi vista de sus ojos, de su cara, de sus caderas o de su bata blanca cuando paseaba
entre las filas del alumnado. Quizá fue la razón por la que durante el bachillerato no tuve un
solo suspenso en su asignatura; si hubiera suspendido su asignatura y me hubiera reñido por
esta razón, seguro que se habría caído la cara al suelo de vergüenza. Durante las clases y
aprovechando la indefensión de Belén por su condición de mujer y de profesora, aún
desafiando la altura, la valentía, la inteligencia y la elocuencia de Belén, el bueno de Raúl
atacaba siempre con frases insultantes a los homosexuales si el tema era en relación a los
órganos reproductores, a los blancos por ser blancos, a los asiáticos por ser asiáticos, a las
mujeres por ser mujeres y a los inteligentes, por supuesto más inteligentes que él con muy
poco esfuerzo, por ser inteligentes. Para el bueno de Raúl no había poeta, novelista, científico,
artista o bailarín con mallas o sin ellas, que no fuera una niñata o un homosexual; ni país
cercano o lejano que no fuera una papelera de inmigrantes; ni religión cristiana, musulmana,
judía, protestante o budista que no fuera un conjunto de supersticiones engaña tontos que
debían ser desterradas y combatidas; pero había un comentario que enervaba mi cuerpo, que
hacía que mi corazón saltara de mi pecho, subiera hasta la garganta, y tenía que morder mis
labios para no revelar el secreto que sólo yo sabía. Este momento era cuando en clase de
Ciencias Naturales el bueno de Raúl insultaba a los negros; el momento en que Belén clavaba
sus bellos ojos azules en los míos suplicándome que no interviniera; el momento cuando Belén
cerraba sus puños y era capaz de demostrar a todo su alumnado, sin levantar una sola silaba su
voz, que Raúl era tonto un tonto del bote, un xenófobo, un acomplejado, pero no un tonto
medio tonto, ¡sino un tonto entero!
En esos momentos yo miraba sorprendido la cara convulsionada y enrojecida de Belén, sus
labios desafiantes, su posición altiva, sus ojos encendidos; y escuchaba y analizaba todas y
cada una de sus reflexiones contra Raúl, y nunca entendí por qué Belén no utilizó nuestro
secreto, contra el simple e ingenuo mosquito molesto llamado Raúl.
Hoy recuerdo con nostalgia aquel final de curso e inicio del primer año de instituto. Hacía una
semana que terminaron las clases y durante los primeros días de las vacaciones, y hasta que
pasara el vendaval, estaba castigado por suspender
como siempre ocurrió hasta que
terminé el instituto , las matemáticas, el Latín y Lengua Extranjera, en concreto Francés. Mi
abuela, cuidadora hasta mis treinta años de mi comportamiento, según ella de crápula y poco
decoroso con las mujeres, me castigó una mañana más con el suplicio de cargar con su bolsa
de la compra; una bolsa grande de color rojo que era vista desde el otro lado de los soportales
de la Plaza Mayor y desde el extremo de la calle Santiago de la ciudad de Valladolid. Muchas
veces he creído y creo que el castigo consistía en ser visto por todas mis amistades cargando
con aquella bolsa roja en el mercado del Val, el mercado del Portugalete, el mercado del
Campillo y para degradar más mi reputación de chico duro, mujeriego y belicoso, mi abuela
puso rumbo igual que un velero de combate, hacia una tienda de ultramarinos que tenía su
localización en la plaza del Poniente, no sin antes, encontrarnos con todas sus centenarias
amistades, y todas las femeninas amistades de mi madre, y por supuesto, las amistades de mi
hermana que es un año mayor que yo, y que aparte de ser mi hermana, regentaba un grupo
bastante multitudinario de chicas de mi misma edad o un año mayores que yo.
Reconozco que fue una sorpresa agradable cuando al cruzar la plaza del Poniente, atravesando
su silueta más estrecha y acercándome a la pequeña biblioteca establecida en los jardines
municipales, escuché una voz mil veces soñada por mí: ¡Javier, Javier!.
Cuando quise reaccionar mi profesora de Ciencias Naturales, sin su bata blanca de instructora
y vestida con vaqueros y camisa blanca de manga corta, estrelló dos besos en mis carrillos y
aquellos besos, me parecieron lo más cercano a estar en la Gloria Bendita. No fueron unos
besos de una mujer a un niño, ni los dos besos dados mil veces, y a veces a desgana, a la
pesada y besucona de mi hermana; aquellos dos besos fueron distintos: besos sinceros de una
mujer a un muchacho chocando los dos cuerpos, dos besos cálidos de seres vivos, dos besos de
verdad, de amigos, dos besos de compañeros. Pero aquel momento de ensueño quedó roto
cuando comprobé que Belén estaba agarrando la mano de un hombre: un armario empotrado
de dos cuerpos, una torre de dos metros de altura con unos enormes ojos, una nariz aplastada,
una inmensa boca, y dentro de la boca, dos filas perfectas de teclas de piano que formaban en
conjunto la cara más negra como el carbón que he visto en mi vida. En ese instante todas las
fichas de mi torre de ilusiones cayeron de un golpe a mis pies: mi profesora de Ciencias
Naturales, la mujer que vestía con una bata blanca y hacía que no perdiera cada uno de sus
movimientos, Belén, mi amor platónico, estaba casada con un jugador de baloncesto; pero sin
poder encajar el primer golpe a mi ego de adolescente alto y desarrollado, sin reaccionar por
comprender que mi amor era una mujer casada, llegó la segunda sorpresa en forma de la niña
más guapa y graciosa que hasta entonces había conocido: Estela, la niña de Belén no era
negra, ni blanca, era simplemente adorable y buscó la cadera de su mamá para adherirse a
ella, igual que un náufrago asustado se asía a una tabla para salvar su vida.
Este fue el secreto que compartí durante mis años de instituto con mi profesora de Ciencias
Naturales. Es verdad que cuando conocí a su marido y a su hija disminuyó su encanto como
mujer ante mis ojos, pero en cambio, desde aquel día, mi respeto y mi admiración hacia su
persona crecieron gracias a su labor educadora, a su dialéctica, a su educación, a su tolerancia
y su demostración locuaz e inteligente, contra aquellos que socarrones e hipócritas, faltones y
sin educación, ignoraban la existencia de su marido y de su hija con un color de piel diferente a
la nuestra.
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