El otro reino

Anuncio
“El otro reino”
por César Real Ramos
Universidad de Salamanca
Con no menos recelo que ilusión acogí la invitación que Pablo González de Langarika me hizo para participar en un número de homenaje a José Ángel Valente en
esta preciosa revista, pues la concisión y pureza de la poesía del Señor de Aguas Quentes se presta, por su misma perfección, a pocas palabras. Telefónicamente le comuniqué un título o tema para mi contribución, “El otro reino”, tomado en préstamo de la
composición homónima de Poemas a Lázaro: “el aire, los pájaros, el vuelo...; es algo
que por su recurrencia y significación me resulta interesante desde que titulé mi antología El vuelo alto y ligero”, le dije aproximadamente entonces. Hojeando luego el
número de diciembre de 2000 que gentilmente me enviara, tuve la grata sorpresa de
encontrar en él un bello artículo de José Fernández de la Sota, “La muerte de un poeta”, en el que se destacaba la importancia del tema que me ocupa.
Y es que, efectivamente, desde Poemas a Lázaro es constante en sus libros de
versos y en sus prosas la presencia del pájaro: pájaro del sacrificio, ave depredadora,
ave profética del buen y mal augurio, de la ornitomancia, Ascálafo que descifra la oscuridad, que penetra con su mirada las tinieblas, loro azul de la tarde y pájaros amarillos
del otoño, solitario ruiseñor que con su canto funde deseo y realidad, acorde, espantadizos pájaros que levantan el vuelo ante el aterrador estruendo de la masacre, aves que
sobrevuelan las remotas alturas, que navegan la oscuridad del sol poniente, pájaros del
dolor, del miedo y de la paz, palomas, pájaros que el amanecer alumbra, pájaros de
fuego, pez-pájaro y pájaro-pupila, palomas en bandada como bellos recuerdos, águilas
militares, colibríes, pájaro del jeroglífico, ave enigmática en que se refleja el contemplado, fénix... Portadora del múltiples significados, frecuentemente preñada de oscuras
connotaciones, sobrevuela el ave la palabra de Valente, se funde con ella o se transmuta.
Sin ser casi nunca del todo abstracto, es Valente un poeta que podríamos llamar
elemental. La búsqueda de la palabra esencial -que diría Machado- le hace tender a lo
universal, lo menos connotado, lo menos anecdótico. No como en los años veinte, en
que se rozaba el sinsentido, lo lúdico, lo intranscendente, lo iconoclasta, sino buscando
la más abarcador, lo genérico, lo elemental. Sé que muchas veces ocurre lo contrario,
que su poesía es anécdota personal o colectiva, pero entonces se vuelve ejemplar. De
ahí la recurrencia a abstracciones o acuñaciones históricomorales: los pecados capitales; históricopolíticas: la intolerancia, las masacres, la insolidaridad y la injusticia. De ahí
el marcado simbolismo que singulariza su expresión desde sus primeros versos, ya antes de que empiecen a adquirir de forma significativa un cariz místico. Da ahí también
que acoja tan frecuentemente mitos paganos o cristianos: el fundamento ñáñigo, la resurrección de Lázaro, la angustiosa existencia de Job (que comentó María Zambrano en
“El ‘Libro de Job’ y el pájaro” en 1969, cuando se estaban componiendo los poemas
de El inocente). De ahí finalmente el aspecto telúrico de muchos de sus versos.
Agua, aire, tierra y fuego tematizan de forma llamativa su poesía. El Señor de
Aguas Quentes es también el cantor de la tierra, de la piedra y el barro, el bosque y el
desierto; de la luz y la sombra, del fuego y la ceniza; del aire y de los pájaros. Y en ese
proceso de abstracción, de elementalismo de que hablamos, se llega incluso casi a una
especie de nominalismo universalista en el que el árbol, la piedra, el agua, el ave, descontextualizados, recobran un valor primordial, primigenio, lleno de carga simbólica,
casi mágica:
Palabra / hecha de nada. // Rama / en el aire vacío. // Ala / sin pájaro. // Vuelo / sin
ala. // Órbita / de qué centro desnudo / de toda imagen. //Luz, / donde aún no forma /
su innumerable rostro lo visible.
(“Palabra”, en Material memoria)
94
Dentro de esta tendencia comentada, llama la atención que, si bien, como a propósito parece, apenas hay fauna en la poesía de Valente, apenas flora, tantas aves aparezcan en sus versos: el águila, el colibrí, el búho, el ruiseñor, el gallo, el loro, la paloma, la perdiz, el tordo, el murciélago..., y hasta el pájaro pinto, junto con los pájaros
mitológicos y fantásticos, lo que pone de manifiesto, ya por sí solo, la importancia simbólica que adquiere el pájaro en su poética, y que trataremos de ir comentando.
Que una tarde de invierno o primavera José Fernández de la Sota jugara a los colages y convirtiera a José Ángel Valente en un pájaro enjaulado en barrotes de palabras
no resulta casual, si tenemos en cuenta que en más de una ocasión ocurre en Valente la
identificación: “Si no estuviese en una jaula / aprisionado por mis ojos”, dice, por
ejemplo, en “No mirar”, de La memoria y los signos. O, en “Razón de estar”, del mismo libro: “Estoy en este aire que resiste mi peso, / mi gravedad, mi dura memoria del
futuro.” “[...] Me he perdido / con el aire en las bóvedas tan bajas / de un cielo que,
piadoso, me disuelve”, leemos en “Días de octubre de 1996” del libro póstumo, Fragmentos de un libro futuro, en el que, igualmente: “Al pájaro que fuiste dedicas este
canto”, con que termina “El vuelo” (poema que recogemos al final). “Pájaro de plata
viva” llama a Pimentel, de quien toma su “Pájaro de plata muerta” para el título del
texto de sus Cántigas.
Ya desde sus primeras manifestaciones en los libros más tempranos de Valente,
Poemas a Lázaro, La memoria y los signos, etc., se asocia el pájaro al aire, a la libertad, a lo que resumimos con el rótulo de “El otro reino” que titula estas páginas y un
poema de la primera colección citada, que recogemos aquí:
Pero también levanto / mis ojos hacia el cielo. / Ved: hoy vuela / un ave allá en la
altura. / Dios la distrae y vuela / sobre nuestras palabras. // La llamo: -¡Ohé...!
¡Desciende!, / pero ella vuela arriba. / Parece exenta, sola, / perdida allá en su sueño. //
La llamo y no me escucha. / ¿Es que su reino es otro? // En círculos enormes / abarca cuanto veo, / cuanto me ata a la tierra, / al barro, al tiempo, al paso / vivaz de la
alegría. / Pero el vuelo es arriba / indiferente y otro.
En el poema se contrapone la libertad, la indiferencia, la falta de sujeción del ave a
las ataduras terrestres, incluso al paso el tiempo. (“El aire estaba lleno / de poder y de
pájaros”, dice en “Tuve otra libertad”, del mismo libro.) Por eso, en “Alma”, también
de este libro, el alma es pájaro “sin rama en que posarse” a la espera de la resurrección: “y en nueva luz te alce / a tu reino completo.” En “Mirar”, el poema ya citado de
La memoria y los signos, se contrapone implícitamente la libertad del ave a la condición terrenal y la restricción que imponen los sentidos: “Si mi reino no fuera de este
mundo, / si no tuviese ojos.” Y en “El autor en su treinta aniversario” de este libro, la
contingencia humana se expresa precisamente en la negación del vuelo en libertad:
“Como si estuviera desnudo / o al borde de nacer o de morir, / en la terrible red del
aire detenido [...].”
Cifra de libertad, lo es también el ave de la luz y “las almenas del aire” (término
sanjuanista), su dominio: “No hay ave que no tenga más luz que la mañana / ni hay
ojos donde el tiempo aposente más llanto”, leemos en “Ce cheval qui ne galope que
pendant la nuit” de Breve son. “El árbol pertenecía por la copa a lo sutil, al aire y a
los pájaros”, en “Elegía, el árbol”, de Interior con figuras. Así, el gato se hace pájaro
en su salto, en su vuelo, en el poema XXIII de El fulgor, la mano se hace pájaro y también la mirada: “Un pájaro o la mirada / se alejarán, se perderán” (“El descuidado”,
Poemas a Lázaro). “Amanecer. / La rama tiende / su delgado perfil / a las ventanas,
cuerpo, de tus ojos. / Pájaros. Párpados. / Se posa / apenas la pupila / en la esbozada
luz.” (Poema XX de El fulgor.)
Llama la atención que sea el otoño (y no la primavera o el verano) la estación que
de forma preferente se asocia con los pájaros. Un sentimiento otoñal, de “vivir sin estar viviendo, con las horas contadas” predomina en sus últimos libros, especialmente
desde No amanece el cantor. La presencia de Cernuda se hace de nuevo sentir en
ellos. El “pájaro del otoño” de Mandorla se vuelve entonces recurrente: “Cruzarse así,
solos, sin verse. Pájaros amarillos [...]” se lee en “Paisaje”. “Mortecino el otoño cae
despacio / [...] se posa y vuela en la mirada y forma / en ella un horizonte para siempre / de imperceptible sombra”, escribe para su libro póstumo. Y a modo de contexto,
las referencias ambientales que rodean al yo lírico en diferentes poemas, también se
pueblan de aves: “En el andén, la despedida / corta y fugaz como las lágrimas. / Después el paso largo / a través de arrabales perezosos [...] / Una torre levanta su estatura. /
95
Un pájaro planea / y cae después veloz sobre su presa. / Un perro corre a nuestro
paso [....]” (“La salida”, de Poemas a Lázaro). “El moribundo vio / [...] aves de otro
país que fuera el suyo / (mas en un cielo extraño)” (“El moribundo”, de La memoria y
los signos.). “El sol caía del otro lado de la Alcazaba. Descendían las nubes como interminables pájaros de fuego más allá de las cuevas de Las Palomas [...]. Un pájaro se posa
en la quietud total del propio vuelo, como si desde éste contemplara el sacrificio solar
tan lento y silencioso [...]. Entre la Alcazaba y la azotea donde escribo vuela en amplios
círculos una bandada de palomas con las alas pintadas [...]”, leemos en “Perspectivas
de la ciudad celeste” de Variaciones sobre el pájaro y la red, texto que, curiosamente,
dedica “A Coral que es de aire”, sin duda con el doble sentido del signo zodiacal.
Ya en la cita anterior se asocian la quietud y el pájaro en su vuelo (sobre el que
habremos de volver). Sin embargo, es normalmente la ausencia de aves en el cielo la
que indica la calma: “El verde lentamente iba del rojo al amarillo. / No había un ave en
el cielo tranquilo. / Quietud [...] (“Octubre, 1997”, Fragmentos de un libro futuro).
“Este tiempo vacío, blanco, extenso, / su lenta progresión hacia la sombra. / No se
oye la voz [...]. / Ni vuela un pájaro [...] / No hay antes ni después [...] (“Tiempo”,
Fragmentos...). Aunque, también, el canto: “Si hay un momento en el mundo / donde
el pico de un pájaro / dijérase parece suspender el caos, / un súbito momento de
tenue paz [...] / Si hay aves que se funden y hacen uno el canto y la quietud / [...] si
este eterno es verdad [...]” (“Parque de figuras”, Fragmentos...).
En la experiencia mística de distintos tiempos y lugares se ha recurrido siempre a
la imagen del vuelo. De ello nos da cuenta el propio poeta en “Teresa in capella Cornaro” de La piedra y el centro al hablar de los vuelos extáticos de Milarepa, José de
Cupertino, etc. Es más, el concepto mismo de éxtasis, como salida, lleva en sí ya implícita en la tradición cristiana la imagen del vuelo: la idea de Dios en los cielos, las alturas. Pero, es, a todas luces, en San Juan donde Valente encuentra en este aspecto, como en tantos otros, su más claro precedente. Por eso, desde esta última perspectiva, se
identifica el ave con su vuelo, el vuelo con el aire, como complementarios. Porque el
vuelo en sí mismo carece de sentido si está exento de amor. “Por el vuelo -dice San
Juan en la anotación a “Al aire de tu vuelo”) entiende la contemplación de aquel éxtasis
que habemos dicho, y por el aire entiende aquel espíritu de amor que causa en el alma
este vuelo de contemplación. Y llama aquí a este amor, causado por el vuelo, aire harto
apropiadamente; porque el Espíritu Santo, que es amor, también se compara en la divina Escritura al aire (Act. 2,2), porque es aspirado del Padre y del Hijo.” De “súbito
encuentro del aire con su vuelo” habla Valente en Interior con figuras (“En el recinto
sellado de este sueño”), y en “Maguelone”, de Al dios del lugar, leemos: “[...] Vértice /
de la luz, el pájaro, / su vuelo detenido, signo de qué, / en la raíz o en la consumación /
del vuelo [...].” Aunque en otro sentido, en varias ocasiones se produce la identificación
pájaro-aire. Así, en Paisaje con pájaros amarillos, en el poema que comienza “Para
cuán poco...”, se dice: “ [...] Mientras el pájaro sutil de aire incuba tus cenizas [...]”; en
el que comienza “Hay una quieta paz...” hallamos: “Plata color ceniza el agua, el ala, el
vuelo, el aire, el tuyo, el de esta ausencia.” Y en “Figura”, de Fragmentos...: “Esta acidez me es grata al corazón / si no estuviera a punto de expirar. // Abre aún la ventana
en la que el aire / agolpa pájaros desde el bosque amarillo / donde aún empieza a clarear la luz.” La enigmática alusión comprendida en la última cita de Paisaje con pájaros amarillos (“el pájaro sutil de aire incuba tus cenizas”) parece remitir al mito del ave
fénix, presente en varios lugares de la obra valentiana, pero, además, o quizá al mismo
tiempo, a sus ideas expuestas en “la memoria del fuego”: “Palabra que renace de sus
propias cenizas para volver a arder.”
La aparición del pájaro que vuela / y vuelve y que se posa / sobre tu pecho y te reduce a grano, / a grumo, a gota cereal, el pájaro / que vuela dentro / de ti, mientras
te vas haciendo / de sola transparencia, / de sola luz, / de tu sola materia, cuerpo /
bebido por el pájaro.
En este bello poema XXXV de El fulgor (llama de amor viva), libro en el que la
presencia de San Juan es quizá más honda que nunca y más constante, se expresan de
nuevo conceptos del santo que hacen su aparición en otros lugares de su obra, y recurriendo, además, a idéntico simbolismo. Dejando aparte ahora otros que no vienen al
caso del tema que nos ocupa, en concreto quiero fijarme en el tema sacrificial y la
depredación (frecuentemente llevada a cabo en la obra de Valente por la “divina ave de
las alturas” o “águila real muy subida”, como de Dios dice San Juan). La idea expresa
en los dos primeros versos vuelve a encontrarse en un breve poema de su siguiente
libro, Al dios del lugar:
96
Borrarse. / Sólo en la ausencia de todo signo / se posa el dios.
El tema de la caza altanera de amor tiene una larga tradición, pero se encuentra,
una vez más, en San Juan. Aunque no siempre con connotaciones amorosas, este
tema, o el de la depredación del ave se manifiesta en repetidas ocasiones en la poesía
de Valente: “Volver, bajar en círculos concéntricos / igual que el ave cae desde muy lejos /
sobre la palpitante entraña de su presa”, se lee en “Un cuerpo no tiene nombre”, de El
inocente. O, en el poema que comienza “Oscuro es...”, de Al dios del lugar : “[...] el
canto, el vuelo circular de las aves hambrientas sobre el cuerpo del pez [...].” Y ya en
Poemas a Lázaro : “[...] Un ave inmensa / se cierne sobre el aire, / cubre los siglos de
ignominia, sacia / su oscura sed de sangre.” El tema más propiamente sacrificial, la
comunión, la ingestión (succión) del cuerpo de la víctima, aparece en varias ocasiones
en los versos de El fulgor. Así en el poema XXXI: “[...] Abrimos tus entrañas. / Y tú
las salpicabas como lluvia / mientras yo las bebía / como pájaros vivos. ” Un poema de
Al dios del lugar lo constituye en su centro medular, por lo que me permito citarlo
por extenso:
Bebí de ti, bebí, te succioné, / animal sumergido entre los pliegues / de tu anegada
claridad. // Bajaban / incesantes las aguas / a las gargantas trémulas de luz. / Entrañas, aves, palpitantes / burbujas del entrar / tu cuerpo en mí. // De ti bebí / hasta
nacer el día de mi boca, / como ventosa oscura en la frontera / donde gorjea el
despertar.
El tema reaparece en el siguiente poema del libro, en el que bebe el colibrí la flor
que “despertaba, súbita / en el aire / encendida, / incendiada, embebida de alas”, místicamente transmutada. Y, a la inversa, el paso del hombre es alimento de lo intemporal en “Sobre el tiempo presente”, de El inocente : “[...] Escribo [...] / desde nuestra
memoria / que será pasto alegre de las aves del cielo.”
Reiteradamente ha identificado Valente la esencia de las experiencias mística y poética. En “Dove vola il camelonte”, de Variaciones sobre el pájaro y la red, después de
citar las propiedades que San Juan atribuye a la paloma: “El vuelo alto y ligero; el amor
con que arde; la simplicidad con que va”, se pregunta: “¿Propiedades de la paloma o
de la palabra?” En otro lugar, en “Las condiciones del pájaro solitario”, de La piedra y
el centro, menciona, igualmente al final del capítulo, las cinco condiciones del pájaro
solitario que enuncia San Juan y que, según Valente, “deberían los niños aprender de
memoria -cantando- en las escuelas.” Son éstas: “La primera, que se va a lo más alto;
la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone
el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.” Podría volver aquí otra vez la pregunta retórica: ¿Propiedades del pájaro o de
la palabra?
En la medida en que no sólo es Valente uno de los poetas que más constantemente
ha reflexionado sobre la poesía, sino que, además, esta reflexión la ha llevado ampliamente a sus versos, cabe rastrear en ellos su presencia en relación con nuestro tema.
Aunque no sobrepase lo meramente anecdótico, vale la pena apuntar que, a pesar de
la abundancia, variedad y recurrencia de aves en sus versos, como en la cuarta propiedad, carecen de color. No hay -sobra decirlo- pretensión colorista o pintoresca. Por
eso, como decíamos, se identifica el ave al vuelo, y éste al ala.
Ya desde sus primeros versos se asocia la palabra poética al aire o a las aves. La
poesía “se fue en el viento / volvió en el aire” en Breve son. La segunda parte de interior con figuras comienza con la cita de Nuno Fernandes Torneol: “Toda-las aves do
mundo d’amor cantavan.” En Al dios del lugar, el poema “Blas de Otero in memoriam “ comienza: “Pájaro / pez / paloma / pluma [...]”, para terminar: “paz / palabra /
pido / permanece.” Y, todavía, en su último libro, Fragmentos..., en el poema “Isla”:
“SALIR del tiempo. / Suspender el claro / corazón del día. / Ave. / Palabra. / Vuelo
en vacío. / En lo nunca / posible. / Ven, anégame en este largo olvido [...].” Y en
“Sobre la lengua de los pájaros”, de Variaciones sobre el pájaro y la red, leemos:
“Lengua primordial, lengua de revelación solar, la palabra poética correspondería, en
las formas de experiencia extrema que aquí hemos considerado, a lo que en el Corán
se llama la lengua de los pájaros.” La identificación de la poesía con el ave hace que la
labor del poeta consista en tratar de aprehender la palabra, apresarla, como si fuera un
ave: “Hay, en efecto, una red que sobrevuela el pájaro imposible, pero la sombra de
éste queda, al fin, húmeda y palpitante, pez-pájaro, apresada en la red” (Al maestro
Cantor”, Mandorla). En Cómo se pinta un dragón la asociación se hace con el canto
97
del pájaro a través del común carácter discursivo, temporal: “El canto del pájaro es
líquido. También la palabra poética sólo se reconoce en su fluir.” Y, mientras el pensamiento se afana en descifrar la enigmática oscuridad (“El búho reposa / en la lubricidad
del pensamiento”, dice en “Prohibición del incesto”, de Breve son ), la palabra poética,
como el ave, pugna por emprender un vuelo ascensional: “Cuanto digo no puede alzarse
hacia otro cielo” (Razón de estar, en La memoria y los signos), o, “No puede alzarse al
canto lo que vive” (“No puede a veces”, en el mismo libro).
En algunos textos citados más arriba ha aparecido ya la imagen del vuelo circular,
concéntrico, y la caída en picado del ave, imagen abundantísima en sus versos: “El vuelo de los pájaros lunares / [...] y el vuelo busca el centro. / Pájaro. / Mujer [,,,]”, dice
en el poema “Pájaros”, de Mandorla. Y en sus últimos poemas: “Caer en vertical. Sueño sin fin de la caída. Qué repentina formación el ala.” O, “Todo parecería ahora / llevarte a la extinción [...]. Un ave cae / del centro mismo de su vuelo [...]” (en “Ni siquiera”, de Fragmentos...).Y es que, para Valente, la inmersión en el yo, la persecución de
la experiencia místico-poética, de la revelación, adquiere la forma de un remolino que
ahonda buscando lo más profundo de la intimidad: “La progresión del alma, en una
marcha concéntrica hacia lo más interior”, dice en “Sobre el lenguaje de los místicos:
convergencia y transmisión”, de Variaciones sobre el pájaro y la red. Para Valente el
quehacer poético opera sobre los experimentado a través de la memoria. (También
el olvido es pájaro: “Pájaro del olvido / jamás te tuve más cierto en mi memoria”, dice
en “Comparición”, de Nadie.) Por eso se procede a una inmersión en el recuerdo, en
el torbellino del recuerdo, que baja hasta el centro: “Como una gaviota / en grandes
círculos / bajo hasta el centro mismo de mi infancia”, se dice ya en “La salida”, de
Palabras a Lázaro.
Se trata, pues, de un vuelo en progresivos círculos de aproximación. De un vuelo
circular, que a la vez que ahonda, asciende a lo más alto, a la verdad, porque, como
dice en “Ícaro”, de Mandorla, “[...] Caer fue sólo / la ascensión a lo hondo.” La aporía
encuentra de nuevo su expresión en San Juan, y aparece repetidas veces en la poesía
de Valente. Ya en la interpretación budista y cabalista del árbol, del que más arriba se
ofreció un ejemplo valentiano, se habla de un crecimiento hacia abajo. Desde Poemas
a lázaro, en “la ciudad destruida”, apunta esta visión. Entronca en este punto el mito
de Quetzalcoatl, del que también Valente habla en Las palabras de la tribu: “[...] reptil-pájaro, la serpiente emplumada, está regido por la noción del movimiento, por el
movimiento de la materia hacia la luz o por la convergencia de ambas en el símbolo
único águila-serpiente” (en “Rudimentos de destrucción”). Tal movimiento está ya presente en Poemas a Lázaro, donde, espigando las imágenes del tema que nos ocupa,
encontramos: “La semilla contiene todo el aire; / el grano es sólo un pájaro enterrado; /
[...] La tierra llueve cielo abajo pájaros [...] (“Rotación de la criatura”). En “La batalla”
(El inocente), encontramos: “Venían como reptiles que a la vez fueran pájaros de bífido
canto.” Las tres páginas que inician La piedra y el centro -y de las que toma título el
resto de los trabajos agrupados- constituyen, a mi entender, una de las interpretaciones
más profundas del flamenco (y, gracias a Dios, no una vez más, “poéticas”), pues eso
son. Único excurso de Valente en este territorio, se centran en lo que en esta experiencia (¿arte?) hay de fundamental: lo que se manifiesta, la voz, el acto (como hubiera exigido Paul Zumthor para una forma de la poesía oral). Voz y sentido se identifican aquí,
como antes pájaro y vuelo. Y en ellas, de nuevo, la aporía de la ascensión a lo hondo:
“voz que sube descendiendo, que dura milagrosamente suspendida sobre su propio
punto de extinción.” Una vez más, en este texto recurre Valente a San Juan, en relación con este movimiento de la piedra en busca de su centro. Pero me importa más
ahora la identificación que entre voz, sentido y copla se establece. La copla, el lenguaje
(“poético”), la palabra no es signo que remite a un referente externo: “La copla es su
sentido: su propia -fulgurante y oscura- aparición es su sentido.” Se vuelve así, otra vez,
a lo que San Juan llamaba las palabras sustanciales (y de las que en otro lugar de La
piedra y el centro se ocupa Valente). Sustanciales no sólo por su raigambre o lugar
de manifestación, sino por su propia esencia performativa: “Tal como si nuestro Señor
dijese formalmente al alma: [...] ‘No temas’, luego sentiría gran fortaleza y tranquilidad”, dice el santo en el capítulo 31 de la Subida al monte Carmelo.
Sostiene también Valente el verdadero carácter erótico de la experiencia unitiva.
Ello se deja ver en las connotaciones eróticas de sus versos sobre este tema; también en
los de referencias aéreas o aladas que me ocupan: “Mañana, / No poses todavía / tus
pájaros dorados / sobre mi pecho herido” (en Cántigas de Alén). A veces, tan oscura-
98
mente explícitas como en Material memoria en el poema que comienza: “Como se
abría el cuerpo del amor herido / como si fuera un pájaro de fuego”, o, en su último
libro: “Entra la tarde en la quietud. / El cuerpo yace en la profundidad oscura de sí
mismo. / Y anida o nace un águila / en la boca secreta de tu sexo” (“Coronación”,
Fragmentos...).
Llegamos ya al final y aún quedan aves en sus versos que no han sido atrapadas en
la red de este trabajo, de mallas excesivas, o con impericia manejada: bandadas de aves
indefensas que levantan el vuelo ante la masacre de los kaiowa, el pájaro del jeroglífico
que examina al escrutiñador, sirviéndole de doble, palomas mensajeras en la muerte de
su amigo Luis Fernández, águilas de la guerra de las legiones romanas, gallos de la
veleta y de la aurora... En cualquier caso, sirva de punto final una de sus últimas composiciones, “El vuelo”, incluida en Fragmentos de un libro futuro, a modo de consuelo para el poeta que amaba y buscaba la lengua de los pájaros:
AHORA no tienes, corazón, el vuelo / que te llevaba a las más altas cumbres. //
Lates, reptante, entre las hojas secas / del amarillo otoño. // ¿Y hasta cuándo en la
secreta larva de ti? // ¿Volverás a nacer en la mañana, / a respirar la frialdad del aire /
donde hay un pájaro? // ¿Lo oyes? / Canta arriba, en las cimas, / como tú, como
entonces. / Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro. / Al pájaro que fuiste dedicas
este canto.
99
Descargar