Textos Maquiavelo_18-02-15

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Nicolás Maquiavelo (1469-1527)
Notas y selección: Luis Ramos-Alarcón, [email protected]
Versión: 19 febrero, 2015.
Breve biografía:
1469: Nace en la entonces república de Florencia. De familia noble pero
empobrecida, el padre de Nicolás, Bernardo, será traductor y parte de los círculos
humanistas florentinos.
1498-1512: Después de la caída del gobierno del dominico Girolamo Savonarola
(1452-98, gobernó de 1494-98 y organizó las hogueras de las vanidades; excomulgado y
condenado a la hoguera por Alejandro VI, Rodrigo Borgia,), Maquiavelo es secretario de la
segunda cancillería de la República de Florencia, dirigida por Pier Soderini (1450-1522).
M. se encarga de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad. Realizó misiones
diplomáticas en nombre de Florencia ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y
César Borgia, entre otros. Esto fue material de su pensamiento político.
1512: Luis XII de Francia es derrotado por los españoles y apoyan el regreso de los
Médicis a Florencia (después de 40 años) y deponen a Soderini y a M.
1513: Intento de asesinato de los Médicis. M. es incluido en una lista de
conspiradores y es torturado. Es indultado después de unas semanas y es exiliado fuera de
Florencia, a una casa precaria de su familia en un pueblo a las afueras de Florencia. En el
exilio termina la redacción de El Príncipe. Lo entrega a Lorenzo de Médicis para conseguir
un puesto público, pero éste lo ignora. La obra será publicada después de la muerte de M.
Esta obra busca enseñar a los príncipes cómo deben gobernar a partir de la descripción de
cómo viven los seres humanos (historia amoral), en contra de las ficciones que dicen cómo
deberían de vivir (según él, esto hacen las definiciones de virtud y de Estado de Platón y
Aristóteles, que piensan al mejor Estado a partir de cómo viven sólo los virtuosos). Hay que
proponer Estados realistas: cap. 15. (Autores como Strauss dicen que Maquiavelo baja las
normas de excelencia política griega para que realicemos el único tipo de Estado posible,
los que han existido).
1512-1519: Redacta los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Los
Discursos sobre la primera década de Tito Livio (dedicados a la república romana), no está
dedicado a príncipes, sino a hombres comunes que merecerían ser príncipes. Su objeto
característico es el pueblo (a diferencia del Príncipe, que es la monarquía). Trata los
primeros 10 libros de la obra de Tito Livio, que comprenden los comienzos de Roma hasta
la época que precedió a la Primera Guerra Púnica (753-241 a.n.e), la República romana
anterior al Imperio.
1518: Escribe La mandrágora, comedia en prosa de cinco actos, en donde denuncia
las consecuencias políticas del aprecio florentino por las costumbres extranjeras (en
particular, francesas), en lugar de organizar a partir de las propias.
1520: El cardenal Julio de Médicis confía a M. misiones diplomáticas menores y,
cuando se convirtió en Papa, con el nombre de Clemente VII (1523), Maquiavelo pasó a
ocupar el cargo de superintendente de fortificaciones (1526).
1520-1525: Maquiavelo redacta la Historia de Florencia en 8 libros, por solicitud
de Julio de Médicis.
1527: Las tropas de Carlos I de España toman y saquean Roma (Sacco di Roma), lo
que trae la caída de los Médicis en Florencia y la marginación política de Maquiavelo,
quien muere poco después de ser apartado de todos sus cargos.
-­‐ 1 -­‐ Pensamiento político:
Nicolás Maquiavelo estudia las causas de la creación, de la conservación, del
fortalecimiento y de la decadencia de los Estados. Abstrae la política de consideraciones
morales religiosas, pero plantea una moral civil (no religiosa). En El Príncipe, los
Discursos de la primera década de Tito Livio y la Historia de Florencia, Maquiavelo
fundamenta sus máximas en las experiencias históricas: Argumenta que podemos imitar las
acciones de otras personas porque los seres humanos seguimos las mismas reglas o
patrones (D 1.11) 1 y casi siempre caminamos por las vías abiertas por otros hombres (P 6).
Por lo que respecta a la república, la ambición se presenta como búsqueda de honor y fama,
una herramienta fundamental para el gobierno del Estado. El florentino sostiene que
mientras la enfermedad del pueblo se cura con la elocuencia de un hombre honrado y
respetable, por el contrario, la maldad de un príncipe sólo se corrige con la fuerza: con
hierro y no con palabras. Las personas sensatas que imitan esos modelos, aunque sepan que
nunca llegarán a igualarlos, al menos se les parecerán en algo (P 6) y es muy recomendable
intentarlo. Con ello, seguir las leyes y obedecer a un orador no son soluciones excluyentes:
aquí entra la utilidad cívica de la religión (D 1.11) y del trabajo: en cuanto a la religión, nos
dice que la religión pagana hace a las personas más libres que la religión cristiana como ha
sido interpretada (D 2.2). Por su parte, el trabajo conserva la seguridad que requieren los
seres humanos (D 1.1).
A partir de cierta definición de virtud, Platón y Aristóteles concibieron ciertos
Estados civiles basados en cómo deberían de vivir los seres humanos, no cómo realmente
son. En cambio, Maquiavelo pretende partir de una postura realista para estudiar los
Estados. Así, dice:
“[…] como mi intención es escribir algo útil para quien lo entiende, me ha
parecido más conveniente ir detrás de la verdad efectual de las cosas que de la
imaginación de ellas. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que
nunca se han visto ni conocido en la realidad, porque de cómo se vive a cómo
se debería vivir hay tanta distancia, que quien deja lo que se hace por lo que se
debería de hacer aprende antes su ruina que su preservación; porque un hombre
que quiera hacer profesión de bueno en todo lo que hace tiene que arruinarse,
entre tantos que no son buenos.” [P 15:181]
Una mejor comprensión de la “realidad efectual” del Estado exige una mejor
comprensión de la condición humana, cómo realmente son los seres humanos. Esta
condición no está dada de antemano, ni es algo que realizará, sino algo derivado de ser una
cosa natural con poder limitado.
Maquiavelo considera que todos los seres humanos siguen las mismas reglas, pues,
del mismo modo como le sucede a los elementos y los cielos, los movimientos, orden y
potencias de los seres humanos no varían. Así afirma que: “[…] los hombres […] nacen,
1
Para citar la obra de Maquiavelo, “D” indica los Discursos de Tito Livio, seguido del número de libro, luego
del número de capítulo y, por último, la paginación en la traducción de Alianza. “P” indica El Príncipe,
seguido del número de capítulo y, por último, la paginación en la traducción de la UACM. “H” indica la
Historia de Florencia, seguido del número de libro, luego del número de capítulo y, por último, la paginación
en la traducción de Alianza. “C” indica los Capítulos, seguido del número de capítulo y, por último, la
paginación en la traducción de Península.
-­‐ 2 -­‐ viven y mueren siempre con un mismo orden” (D 1.112).
Como parte de este orden, hay dos poderes asimétricos en cada ser humano: el
poder de desearlo todo y la capacidad de conseguir lo deseado. Sostiene que: “[…] la
naturaleza ha constituido al hombre de tal manera que puede desearlo todo, pero no puede
conseguirlo todo, de modo que, siendo siempre mayor el deseo que la capacidad de
conseguir, resulta el descontento de lo que se posee y la insatisfacción” (D 1.37, 126-1273).
La propia preservación es uno de los principales deseos del ser humano. Mientras que el
poder de desearlo todo no tiene límites, la capacidad de conseguirlo encuentra muchos
límites, desde condiciones externas (que Maquiavelo identificará con la fortuna) a
condiciones internas (que el florentino entenderá como virtú o virtud). Estas condiciones
externas son el contexto en el que se lleva a cabo la acción individual para la preservación;
por ejemplo, se trata de las costumbres o de las leyes en el estado civil.
La asimetría de los poderes tiene dos consecuencias: el descontento de lo que se
posee y la insatisfacción, que llevan al combate entre las personas, ya sea por necesidad o
por ambición.
“Dice una antigua sentencia que los hombres suelen lamentarse del mal y
hastiarse del bien, y que ambas pasiones producen los mismos efectos. Porque
los hombres, cuando no combaten por necesidad, lo hacen por ambición, la cual
es tan poderosa en los corazones humanos, que nunca los abandona, por altos
que hayan llegado.” [D 1.37, 126]
La ambición es el deseo desmedido, un deseo que no se detiene por lo que se
consigue efectivamente. Esta tendencia a la ambición por desear más de lo que se consigue,
traerá efectos negativos sobre las personas y los estados civiles.
“De aquí se originan los cambios de fortuna, porque deseando, por un lado, los
hombres tener más, y temiendo, por otro, perder lo que tienen, se llega a la
enemistad y a la guerra, que causará la ruina de una provincia y la exaltación de
otra.” [D 1.37, 127]
“[L]os hombres de buen grado mudan de señor creyendo mejorar.» [P 3]
“Las graves y lógicas rivalidades que hay entre las gentes del pueblo y los
nobles, nacidas del hecho de que éstos quieren mandar y aquéllos no quieren
obedecer, son la causa de todos los males que surgen en las ciudades, ya que
todas las demás ·cosas que perturban la paz de las repúblicas se nutren de esta
diversidad de sentimientos.” [H 3.1]
Maquiavelo escribirá el “Capítulo de la Ambición” 4: “¿Qué región o qué ciudad no
lo alberga?, / ¿Qué burgo, qué tugurio? / A todas partes / la Ambición y la Avaricia llegan”
(“Capítulo de la Ambición”, vv. 10-12). La ambición es la causa de la primer muerte
violenta (a saber, la muerte de Abel en manos de Caín, v. 59), así como la causa de la
infelicidad humana, pues arrastra a la decadencia, la degeneración y el desorden civil. La
ambición es una de las dos furias que habría enviado Dios a los hombres “[…] para
2
Cambio la traducción de Alianza para ser fiel al original: “[…] gli uomini […] nacquero, vissero e morirono,
sempre, con uno medesimo ordine” (Ed. Sansoni, p.95).
3
Fuera de esta referencia general a la naturaleza, el florentino no da mayores explicaciones del origen de los
dos poderes asimétricos en los seres humanos. En cambio, filósofos como Descartes y Spinoza buscarán
hacerlo, ya sea en facultades, para el primero, o en la diferencia entre ideas adecuadas e inadecuadas, para el
segundo.
4
Maquiavelo dedica una serie de cartas tituladas “I Capitoli”. Está compuesto por cuatro temas: la fortuna, la
ingratitud, la ambición y la ocasión. Hay traducción castellana en: Maquiavelo, Antología.
-­‐ 3 -­‐ privarnos de paz y darnos guerra, / para toda quietud robarnos y todo bien […]” (“Capítulo
de la Ambición”, vv. 26-30). De la ambición, dice el florentino, “[…] nace que uno baja y
otro sube, / de aquí proviene sin ley o pacto / el variar de todo mortal estado. […] Cada uno
estima, cada uno más espera / ascender, oprimiendo ora a aquél ora éste, / que por virtud
propia cualquiera. / A cada uno el bien ajeno siempre es molesto / y por eso siempre, con
afán y pena, / al mal de otro está vigilante y atento. / A ello instinto natural nos lleva / por
movimiento propio y propia pasión, / si ley o mayor fuerza no nos frena.” (“Capítulo de la
Ambición”, vv. 64-81).
Para Maquiavelo, los seres humanos sólo son buenos por necesidad y sólo la ley
puede conducirlos a actuar como buenos. Por lo tanto, quien legisla en una república debe
suponer que los seres humanos son malos.
“Como demuestran todos los que han meditado sobre la vida política y los
ejemplos de que está llena la historia, es necesario que quien dispone una
república y ordena sus leyes presuponga que todos los hombres son malos, y
que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la
ocasión de hacerlo libremente; y aunque alguna maldad permanezca oculta por
un tiempo, por provenir de alguna causa escondida que, por no tener
experiencia anterior, no se percibe, siempre la pone al descubierto el tiempo, al
que llaman padre de toda verdad.” [D 1.3, 40]
La disciplina y el orden es lo único que asegura la unión, seguridad y felicidad de un
país, por lo que el pueblo debe obedecer a una república o a un príncipe.
Y realmente un país no puede estar unido y feliz sí no se somete todo él a la
obediencia de una república o un príncipe, como ha sucedido en Francia y en
España. Y la causa de que Italia no haya llegado a la misma situación, y de que
no haya en ella una república o príncipe que la gobierne, es solamente la
Iglesia.” [D 1.12, 72]
A partir de la necesidad que tienen los seres humanos de mantener su seguridad por
medio del poder, todo el arte de la política radica en usar ese poder para conservar la
seguridad:
“[H]ablando en primer lugar de su nacimiento, digo que todas las ciudades son
edificadas, o por los hombres nativos del lugar en que se erigen, o por
extranjeros. Sucede lo primero cuando los habitantes, dispersos en muchos
sitios pequeños, no se sienten seguros, no pudiendo cada grupo, por su situación
y por su tamaño, resistir por si mismo al ímpetu de los asaltantes, y así, cuando
viene un enemigo y deben unirse para su defensa) o no llegan a tiempo o, si lo
hacen, deben abandonar muchos de sus reductos, que se convierten en rápida
presa para el enemigo, de modo que, para huir estos peligros, por propia
iniciativa o convencidos por alguno que tenga entre ellos mayor autoridad, se
reúnen para habitar juntos en un lugar elegido porellos, donde la vida sea más
cómoda y la defensa más fácil. De esta forma nacieron, entre muchas otras,
Atenas y Venecia. […]
“En el segundo caso, cuando las ciudades son edificadas por forasteros, o bien
nacen de hombres libres o que dependen de otros, como son las colonias,
fundadas por una república o por un príncipe para descargar sus tierras de
habitantes, o para defender algún país recién conquistado en el que quiere
mantenerse con seguridad y sin gran costo, como las numerosas ciudades que
edificó el pueblo romano por todo su imperio, o bien son fundadas por un
-­‐ 4 -­‐ príncipe no para vivir en ellas, sino para su propia gloria, como hizo Alejandro
con Alejandría. Y como estas ciudades no son libres por sus orígenes, raras
veces hacen grandes progresos y se pueden enumerar entre las principales del
reino a las que pertenecen. Semejante a ésta fue la fundación de Florencia, […]
que se fundó bajo el imperio romano, y, en sus principios, no podía hacer otros
progresos que los que la cortesía del príncipe quería concederle.” [D 1.1, 29-30]
Sin leyes no habrá unidad ni felicidad. El tema del primer capítulo del tercer libro
de los Discursos es demostrar la necesidad de restablecer con frecuencia el primitivo estado
de un grupo religioso, de una monarquía o de una república para que tenga larga vida.
Maquiavelo comienza el capítulo con las siguientes palabras:
“Es evidente que la existencia de todas las cosas de este mundo tiene término
inevitable; pero sólo cumplen todo el curso a que el cielo generalmente las
destina las que no desorganizan su cuerpo, sino al contrario, lo mantienen tan
ordenado que no se altera, o si se altera, no es en su daño.” [D 3.1, .221]
Si bien todas las cosas del mundo perecen [D 3.17], cada cosa está ordenada según
cierto curso y lo realizará completamente conforme no desorganice su cuerpo ni sufra
alteraciones que la dañen:
“Y refiriéndome a cuerpos mixtos, como son las repúblicas o las sectas, afirmo
que son saludables las alteraciones encaminadas a restablecerlas en sus
principios originales. Por eso están mejor ordenadas5 y gozan más larga vida las
que en sus propias instituciones tienen los medios de frecuente renovación o la
consiguen por accidentes extraños al régimen habitual de su existencia.” [D 3.1,
.221]
Entonces, la renovación del cuerpo social sólo puede hacerse:
“[...] volviendo a las primitivas instituciones, porque los principios de las
sectas, repúblicas y reinos, por necesidad contienen en sí algo bueno en que
fundan su primer prestigio y su primer engrandecimiento, y como con el
transcurso del tiempo aquella bondad se corrompe, si no ocurre algo que la
vivifique, por necesidad mata al organismo que animaba. Por eso los médicos
dicen hablando del cuerpo humano: que diariamente se le agrega algo que
necesita curación.” [D 3.1, .221]
Sólo se conservan las repúblicas que ordenan sensatamente las garantías jurídicopolíticas que impiden el predominio de algunos y permitan la autonomía de todos.
“Los que organizan prudentemente una república, consideran, entre las cosas
más importantes, la institución de una garantía de la libertad, y según sea más o
menos acertada, durará más o menos el vivir libre. Y como en todas las
repúblicas hay magnates y pueblo, existen dudas acerca de en qué manos estaría
mejor colocada esa vigilancia. Los lacedemonios y, en nuestros días, los
venecianos, la ponen en manos de los nobles; en cambio los romanos la
confiaron a la plebe.” [D 1.5, 43-44]
La fortuna es uno de los principales medios sobre los que se aplica el agudo
ingenio del político. Para Maquiavelo, la fortuna es una fuerza exterior al individuo muy
poderosa:
“Es absolutamente cierto y demostrado en toda la historia que los hombres
pueden secundar a la fortuna pero no pueden contrarrestarla; pueden tejer sus
5
Navarro traduce «ordenatas» como «constituidas».
-­‐ 5 -­‐ hilos, pero no romperlos. No deben abandonarse a ella porque, ignorando sus
designios y caminando la fortuna por desconocidas y extraviadas sendas,
siempre hay motivos de esperanza que sostendrán el ánimo en cualquier
adversidad y en las mayores contrariedades de la suerte.” [D 2.29, .190]
La fortuna pone las condiciones materiales, como los ríos de montaña: cuando están
enfurecidos invaden llanuras y derriban árboles y edificios, pero, cuando están tranquilos,
se les puede poner diques y aprovechar su caudal [P 25].
Las variaciones de conducta en el pueblo y en el rey no proviene de la diversidad
de sus respectivas naturalezas, pues todos los seres humanos tienen una misma naturaleza.
Más bien, las variaciones surgirán de tener más o menos respeto por las leyes bajo las
cuales viven. El capítulo 58 del primer libro de los Discursos lleva por título: “La multitud
es más sabia y más constante que un príncipe”. Un pueblo es más prudente, más estable y
tiene mayor juicio que un príncipe, a pesar de que aparentemente la multitud es muy
cambiante. Dice:
“[A]firmo que ese defecto [i.e., Tito Livio y otros dicen que nada es más vano e
inconstante que la multitud] que los escritores le echan en cara a la multitud es
algo de no que se puede acusar a todos los hombres en particular, y sobre todo a
los príncipes, pues todos, de no estar controlados por las leyes, cometerían los
mismos errores que la multitud desenfrenada. Y esto se puede comprobar
fácilmente, pues existen y han existido muchos príncipes, y bien pocos de ellos
han sida buenos y sabios (me refiero a los príncipes que han podido romper el
freno que pudiera corregirles); no se cuentan entre éstos los reyes que había en
Egipto cuando en la remotísima antigüedad aquella provincia se regía por leyes,
ni los de Esparta, ni los que viven hoy en Francia, reino que está más moderado
y sujeto por las leyes que ningún otro del que tengamos noticia en estos
tiempos. Los reyes que nacen bajo semejantes constituciones no se deben poner
en el número de los que se estudiarán para saber si la naturaleza de cada
hombre por sí mismo es similar a la de una multitud, porque se les debería
comparar con una multitud tan regulada por las leyes como lo están ellos, y
encontraríamos en ella la misma bondad que vemos en éstos, y veríamos que
esa multitud ni dominaba con soberbia ni servía con humildad, a la manera del
pueblo romano, que, mientras la república permaneció incorrupta, jamás se
humilló servil ni se ensoberbeció dominante, sino que con sus reglamentos y
magistrados se mantuvo honorable en su sitio. Pero lo que nuestro historiador
dice sobre la naturaleza de la multitud no se aplica a la que está regulada por
leyes, como la romana, sino a la desenfrenada, como la siracusana, la cual
comete los mismos errores en los que caen los hombres enfurecidos y sin freno,
como Alejandro Magno y Herodes en las ocasiones citadas. Por eso no se debe
culpar más a la naturaleza de la multitud que a la de los príncipes, porque
ambos se equivocan igualmente cuando pueden equivocarse sin temor. De lo
que existen, además de los mencionados, muchos otros ejemplos en los
emperadores romanos y en otros tiranos y príncipes, en los cuales se encuentra
tanta inconstancia y tanta mutabilidad de comportamiento como nunca se ha
visto en ninguna multitud.” [D 1.58, 176-78]
“Concluyo, pues, contra la común opinión, que dice que los pueblos, cuando
son soberanos, son variables, mutables e ingratos, afirmando que no se
encuentran en ellos estos defectos en mayor medida que en los príncipes
-­‐ 6 -­‐ individuales Y si alguno acusa a un tiempo a los pueblos y a los príncipes,
podrá tener razón, pero se engañará si exculpa a los príncipes. Pues un pueblo
que gobierna y que esté bien organizado, será estable, prudente y agradecido,
igual o mejor que un príncipe al que se considere sabio, y, por otro lado, un
príncipe libre de las ataduras de las leyes será más ingrato, variable e
imprudente que un pueblo. Y la variación de comportamiento no nace de una
diferente naturaleza, que es común a rodos, y si alguien lleva aquí ventaja es el
pueblo, sino de tener más o menos respeto a las leyes dentro de las cuales viven
ambos.” [D 1.58, 178]
“Además, de esto, vemos que las ciudades donde gobierna el pueblo hacen en
breve tiempo extraordinarios progresos, mucho mayores que los de aquellas que
han vivido siempre bajo un príncipe, […] lo que no puede proceder de otra
causa sino de que el gobierno del pueblo es mejor que el de los príncipes. […]
Y si los príncipes superan a los pueblos en el dictar leyes, formar la vida civil,
organizar nuevos estatutos y ordenamientos, los pueblos en cambio son
superiores en mantener las cosas ordenadas, lo que se añade, sin duda, a la
gloria de los que las ordenaron.” [D 1.58, 179-80]
“En suma, para concluir este asunto, digo que tanta los gobiernos monárquicos
como los republicanos han durado bastante tiempo, y unos y otros han
necesitado ser regulados por las leyes, porque un príncipe que pueda hacer lo
que quiera está loco, y un pueblo que pueda hacer lo que quiera no es sabio. Y
si a partir de ahí se reflexiona sobre un príncipe obligado por las leyes y un
pueblo encadenado por ellas, se verá más virtud en el pueblo que en el príncipe;
y si se reflexiona sobre ambos cuando no están sujetos a freno alguno, se
encontrarán menos errores en el pueblo que en el príncipe, y además, sus
errores serán más pequeños y tendrán mejores remedios. Porque a un pueblo
licencioso y tumultuario un hombre bueno puede hablarle y llevarlo al buen
camino, pero a un mal príncipe, nadie le puede hablar, y contra él no hay más
recurso que la espada.” [D 1.58, 180]
El capítulo 55 del primer libro de los Discursos lleva por título: “Hasta qué punto se
conducen los acontecimientos con más facilidad en las ciudades que no están corrompidas,
y que donde existe igualdad no se puede establecer un principado, y donde no la hay no se
puede establecer una república”. Este capítulo defiende la superioridad del pueblo alemán
sobre el italiano, francés y español por su bondad y religión en beneficio de todos.
Asimismo, la superioridad del pueblo libre frente a pueblos acostumbrados a servir:
“En la provincia de Alemania vemos que la bondad y la religión son aún
grandes en el pueblo, de modo que muchas repúblicas viven libres v observan
sus leyes de modo que nadie, ni dentro ni fuera de sus fronteras, apetece
someterlas. Y para que se ven qué cierto es que allí reina buena parte de la
antigua bondad, quiero dar un ejemplo similar al que comentábamos con el
senado y la plebe romana. Acostumbran aquellas repúblicas, cuando sus
necesidades les obligan a gastar alguna cantidad de dinero por cuenta pública, a
proceder de modo que todos los magistrados y consejos que tienen autoridad
para ello impongan a todos los habitantes de la ciudad un uno o un dos por
ciento de lo que cada cual obtiene de rédito. Y tomada tal disposición según la
costumbre del país, se presenta cada cual ante los recaudadores de tales
impuestos, y, tras haber jurado que pagará la suma conveniente, echa en una
-­‐ 7 -­‐ caja dispuesta a tal efecto aquello que en conciencia juzga que le corresponde
pagar, y de este pago no hay otro testigo que el propio pagador. De donde se
puede conjeturar cuánta bondad y cuánta religión existe todavía en aquellos
hombres. Y se debe suponer que todos pagan lo debido, porque, si no fuera así
no alcanzaría la recaudación a la cantidad que se había previsto para los gastos,
evaluada de acuerdo con las anteriores imposiciones, y, no alcanzando, se
pondría de manifiesto el fraude, y, conocido éste, se buscaría otro
procedimiento. Y esta bondad resulta aún más admirable en estos tiempos, por
que es sumamente rara, y de hecho sólo se encuentra en aquella provincia.
“Esto tiene dos causas: en primer lugar, e1 no haber tenido mucho contacto con
los vecinos, porque ni han recibido su visita ni han ido ellos a visitarlos,
estando satisfechos con sus propios bienes, viviendo y vistiendo con los
alimentos y lanas que e1 país produce, de modo que han evitado la causa de los
contactos y el principio de toda corruptela, pues así no han podido contagiarse
de las costumbres francesas, españolas ni italianas, naciones que, juntas, son la
corruptela del mundo. La otra causa es que aquellas repúblicas donde se ha
mantenido el vivir político y sin corrupción no soportan que ninguno de sus
ciudadanos se comporte ni viva al modo de los hidalgos, y así mantienen entre
ellos una equitativa igualdad, y son sumamente enemigos de los señores y
gentilhombres que hay en aquella provincia, y si por casualidad alguno llega a
sus manos, lo matan, como principio de la corrupción y causa de todo
escándalo. Y para aclarar qué quiere decir eso de gentilhombre, diré que se
llama así a los que están ociosos y viven de las rentas de sus posesiones
regaladamente, sin tener ningún cuidado ni del cultivo de la tierra ni de otras
fatigas necesarias para la vida. Estos tales son perniciosos en toda república y
en toda provincia, pero más perniciosos aún son los que, además de todo eso,
poseen castillos y tienen súbditos que les obedecen. De estas dos especies de
hombres está lleno el reino de Nápoles, la tierra de Roma, la Romagna y la
Lombardía. Aquí tiene su origen el que en aquellas provincias no surja nunca
ninguna república ni ningún modo de vida político, porque tal generación de
hombres es absolutamente enemigo de toda vida civil. Y si se quiere, en una
provincia organizada de esta manera, introducir una república, será
absolutamente imposible, de modo que si se quiere reordenarla y alguno puede
hacer de árbitro del proceso, no hay otro camino que convertirla en reino. La
causa es ésta: donde la materia está tan corrompida que las leyes no bastan para
frenarla, es preciso ordenar, junto con las leyes, alguna fuerza mayor, como un
poder regio que, con autoridad absoluta y extraordinaria, ponga freno a la
excesiva ambición y corruptela de los poderosos.” [D 1. 55, 169-71]
Si las leyes no son suficientes para ordenar un Estado, se justifica el uso de la
fuerza. Hay pueblos (siempre súbditos) que sólo siguen la ley por medio de la fuerza
opresora de la monarquía.
“Y verdaderamente, donde no existe tal bondad no se puede esperar nada
bueno, como no se puede esperar en las provincias que vemos corrompidas en
nuestros tiempos, como Italia sobre todo, y también Francia y España, a quienes
les alcanza parte de la corrupción. Y si en aquellas provincias no se ven tantos
desórdenes como los que cada día nacen en Italia, esto no se debe tanto a la
bondad del pueblo, que resulta escasa en buena parte, sino al hecho de que
-­‐ 8 -­‐ tienen un rey que los mantiene unidos, no solamente por su virtud, sino pollos
ordenamientos de aquellos reinos que aún se mantienen enteros.” [D 1.55, 16869]
D 3.17: No hay república eterna.
D 1.9: Uno solo debe fundar el Estado. Se debe renovar al Estado de vez en cuando y
volver al origen. Todo estado es perfectible.
D 2.2: Las ciudades aumentan mucho su dominio y riquezas y progresan sólo cuando son
libres. Superioridad del bien común sobre el particular.
D 1.37: Para mantener el bien común, se debe fortalecer el erario público y empobrecer a
los ciudadanos nobles.
D 3.41: Los ciudadanos deben salvar la vida de la patria y mantener su libertad así sea por
medio de gloria o de ignominia (D 2/13: como los príncipes, las repúblicas también pueden
engañar si es necesario).
D 3.43: El arte político podrá predecir sucesos futuros si atiende antes a los ejemplos de la
Antigüedad.
D 2.2: Ciertas instituciones y educación causan la libertad. La debilidad y el no amor a la
libertad es causada por una mala interpretación del cristianismo.
D 1.16: Importancia de organizar bien la república. Sólo en las repúblicas es posible
mantener el bien o la utilidad común que se deriva de la vida en libertad. Poco aprecio por
la libertad cuando se tiene.
D 1.16: La costumbre (moralidad) es muy importante para las formas de gobierno.
D 1.12: Las mismas costumbres en todo el pueblo ayudan a conservar la unidad.
D 3.29: Ejemplos de malos gobiernos (Romaña antes de los Borgia, muy interesante
ejemplo).
D 2.10: Son mejores los soldados propios que los mercenarios.
En los Discursos anima a los lectores para que imiten las acciones excelentes de
otros, por muy difíciles que parezcan: “[…] muchos lectores [de la historia de los antiguos]
se complacen al escuchar aquella variedad de sucesos que contiene, sin pensar de ningún
modo imitarlos, juzgando la imitación no ya difícil, sino imposible, como si el cielo, el sol,
los elementos, los hombres, hubieran variado sus movimientos [moto], su orden [ordine] y
sus potencias [potenza] desde los tiempos antiguos.” [D Pról]
Temas en capítulos del Príncipe (dedicado a la monarquía):
- Virtud o valor: P 24, término ambiguo que comprende tanto virtud clásica como astucia,
bondad y obediencia.
- Ley y fuerza: P 12, P 18; buenos ministros: P 22.
- Fortuna y talento: P 3, P 25.
- Es preferible ser temido que odiado: P 17.
- Amistad: P 21.
- Aduladores y verdad: P 23.
- Fingir en promesas: P 18.
- A favor de la república: P 25.
- Daña a los súbditos cuando no cumplen sus deseos: P 3.
- Paz: si se conservan las antiguas costumbres: P 3.
- Guerras y discordias internas: P 20
- Relevancia del arte de la guerra: 14; tropas auxiliares y mercenarios: P 12, P 13; ejército
propio: P 13; los mejores soldados son los nacionales: P 26.
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