Utopía y esperanza

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UTOPIA Y ESPERANZA DE LOS POBRES EN AMERICA LATINA
Los términos «utopía» y «esperanza» permiten cierta variedad de significación, de tal manera que debemos
definirlos a fin de evitar malentendidos, sobre todo cuando han sufrido modificaciones semánticas o relativas.
Señalaremos desde el principio la diferencia entre utopía y esperanza definiendo los términos con precisión.
Consideraciones previas
El término utopía fue forjado por el humanista inglés cristiano Tomás Moro al titular con este término una
novela política. La etimología del término ya nos indica, en su oscilación, los elementos que constituirán su
base semántica. Utopía viene de ouk−tópos: ningún lugar. Con ello se quiere indicar un «lugar que no existe
en ningún lugar»; apunta hacia un carácter fantástico, ideal, irreal, de presencia ausente, de algo que no tiene
lugar en el mundo. Por otro lado, el término permite también la etimología eu−tópos: buen lugar. Traduce la
dimensión de felicidad, de dicha, de espacio, donde el hombre alcanza la realización de sus satisfacciones.
Revela la capacidad que el hombre tiene de anticipar, en sus pensamientos y fantasía, contenidos destinados a
realizarse. Utopía es, en este sentido, «el lugar donde se está verdaderamente en el lugar; el lugar donde uno
puede sentirse cómodo». Existe en algún lugar y por eso se convierte en modelo para algo que puede existir
como su copia. Corrige con lo real deseado (eu−tópos) la dimensión irreal (ouk−tópos), constituyendo así la
raíz semántica última del término en su intencional ambigüedad de real / irreal.
En términos de convivencia humana, la utopía expresa la aspiración a un orden de vida verdaderamente justo,
un mundo social plenamente humanizado, capaz de responder en plenitud a los sueños, necesidades y
aspiraciones fundamentales de la vida humana. Revela una imagen de la sociedad perfecta que sirve de
horizonte y guía para un proyecto histórico concreto o para las aspiraciones de un proyecto alternativo al
vigente.
La utopía tiene dos elementos estructurales fundamentales: es critica del presente existente y propuesta de lo
que debería existir. Como crítica, revela su carácter de rechazo, de denuncia, de −subversión» del orden
vigente. Por su propia condición de «no tener lugar», acusa a este mundo de no haber permitido su existencia,
orientándose a favor de lo que debe existir, del derecho de desear, buscar, aspirar a otra realidad. En este caso,
la utopías elemento anticipador, ofrece modelos alternativos , anuncia la plausibilidad de un mundo diferente,
del algo totalmente nuevo, distinto, otro.
El término esperanza es considerado aquí en su dimensión teologal, escatológica. Si el término «utopía»
acentúa la dimensión horizontal, intra−histórica, inmanente, mundana, la esperanza quiere apuntar al futuro
absoluto, al misterio divino, hacia la plenitud de la realidad, hacia la auto−comunicación de Dios.
La esperanza es teologal porque su dirección es el propio Dios. Es escatológica porque se refiere a lo último y
definitivo ya presente en nuestra realidad histórica, bajo la forma sacramental, del signo, de la mediación, y
que se develará y se plenificará más allá de la muerte.
La utopía dice un «no» al presente y apunta hacia un futuro entra−histórico. La esperanza dice un «sí» al
futuro absoluto ya presente, que, por una parte, sale al encuentro de cada hombre y de la humanidad, y, por
otra, es también siempre futuro en el sentido de que nunca es totalmente abarcado, conocido. Conserva
siempre su carácter de venida, de sorpresa imprevisible, de nove-dad. La esperanza revela la estructura de lo
real como en movimiento hacia este futuro absoluto y no hacia el vacío o la nada.
Consideraciones históricas
Las utopías nacen en un momento de crisis, de transición. Es, por tanto, una situación de transformación: con
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el paso del feudalismo y el nacimiento del capitalismo se generan las utopías renacentistas (Moro,
Campanella, Bacon), la lucha de la burguesía ascendente en relación a los señores feudales generó las utopías
liberales (Harrington, Rousseau, Locke), la protesta contra la opresión de las masas trabajadoras permitió el
nacimiento de las utopías sociales (Saint−Simon, Fourier, Owen, Blanc), la deshuma-nización de la técnica,
del progreso, la funcionalización total de las relaciones humanas es lo que dio paso a las utopías de la
convivencia (híppies).
Las utopías surgen cuando el presente se vuelve insoportable y despunta en el horizonte humano de la historia
la posibilidad de cambio, de crear una situación nueva, diferente. La esperanza, por su parte, crece en terreno
todavía más hostil y difícil. Su verdadero principio es el de la inviabilidad humana de una situación, cuando la
sobrepasamos, no apoyados en las potencialidades del presente ni en las fuerzas humanas sino confiados
únicamente en las promesas y en la fuerza de Dios. Es una experiencia de Dios en el propio coraje del
hombre, en su propia esperanza inquebrantable. El modelo bíblico es Abraham, que esperó contra toda
esperanza.
La situación que vivimos es propicia para el surgimiento de utopías y para alimentar la esperanza teologal. El
campo de la utopía es sobre todo la crisis económica y política que agita fuertemente a los países pobres. En el
aspecto económico, la señal más visible de una situación de estrangulamiento es la gigantesca deuda externa,
que, en términos puramente financieros y dentro de la ortodoxia del orden económico internacional vigente, es
absolu-tamente insolvente. En el aspecto político, la crisis se manifiesta, ya sea a través de la existencia aún
de regímenes autoritarios ilegítimos, o a través de la precariedad de las instituciones democráticas de aquellos
que gozan al menos de una legalidad aparente. Son instituciones cuyo grado de inestabilidad no permite
cambios profundos sin un enorme riesgo de reversión autoritaria. En una palabra, la fuerza salvaje del
capitalismo va estrangulando la vida del pueblo de manera que sus ojos se vuelven hacia una realidad
alternativa.
Pero la crudeza de la situación a veces parece bloquear hasta la fantasía utópica, dejando solamente espacio
para la esperanza en Dios. Y como estos pueblos oprimidos viven de la fe cristiana, ésta los relanza hacia la
acción. Y el puente entre la fe y la acción liberadora es la esperanza en Dios.
Fundamentación antropológica
El hombre es un ser utópico. Esta condición fundamental suya le adviene de la tensión insuperable,
irreductible, insoluble de su ser abierto al mundo como totalidad y su situación concreta en determinada
coordenada limitada de tiempo y espacio. Por un lado, el hombre es un ser para lo inabarcable, para horizontes
inagotables, para regiones y tierras sin límites. Es espíritu, auto-trascendencia . Es fantasía, imaginación,
deseo, creatividad. Su preguntar es interminable. Su voluntad no se satisface con ningún bien en concreto.
Quiere el bien como tal, el bien incondicional. Es un ser vuelto hacia el futuro. Es dinamismo, es movimiento.
«Cada hombre vive primordialmente en cuanto aspira al futuro». Es un ser−tendencia−a−ser−más, siempre
más. Vive con una permanente llamada al futuro. Es ser−proyecto.
Al mismo tiempo, está situado en condiciones muy determina-das. Vive lleno de contradiccio-nes. Túnel
oscuro de sus aspiraciones. Horizonte cerrado de sus posibilidades. Territorio limitante de sus caminatas. Lo
económico lo estrangula al obligarle a ser masa de oprimidos y a ver los proyectos determinados y definidos
por la fuerzas extranjeras. Lo político le encadena a un régimen sin perspectivas de futuro para los pobres. Lo
cultural lo fuerza a asimilar, introyectar continua-mente elementos importantes y ajenos a su tradición.
Esta violenta tensión entre su ser y su estar concreto, entre su aspirar y lo real existente, lleva al hombre a
lanzarse a utopías de liberación.
El es un ser−esperanza teologal. No es solamente autotrascen-dencia en el interior de la historia, en relación a
su presente y a sus experiencias fenoménicas. Es trascendencia hacia más allá de la historia. Es un
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ser−para−el−futuro−absoluto, y no simplemente para un futuro pequeño intra−terreno. El futuro absoluto le
viene en forma de gracia. Lo constituye como posibilidad real, ofrecida en gracia, para su hacer histórico. Por
eso, en cada acción humana libre, histórica, el hombre se confronta con el futuro último, definitivo, absoluto.
A partir de su estructura antropológico−teológica de ser−esperanza, no considera los límites de la situación
que vive de terrible opresión y explotación como simples determinaciones históricas, sino como « pecado
estructural». Esperar es luchar contra este pecado, obra del mal, pecado de la libertad humana, pero que
cristaliza en estructuras que terminan conduciéndole a nuevos pecados. No se trata de una simple utopía de
liberación, sino de la esperanza de una liberación total, integral, que se inicia en la historia y va más allá de
ella, sustentada por la gracia de Dios.
En cuanto ser−utópico, el hombre procura enfrentarse a la situación de opresión en que vive, donde
experi-menta su propia limitación, flaqueza, debilidad, y reaccionando a la tentación de pesimismo, amargura
y fatalismo. Crear utopías es mantenerse en estado de vida en una situación que le habla de muerte por todos
lados. La utopía le ayuda a humanizar el proceso humano de trabajo en que está inserto.
Este ímpetu utópico no está exento de riesgo ni de tentaciones. Pues las personas comprometidas en la utopía
de la liberación se sienten constructoras de la historia, donadoras de sentido a una realidad que quieren
diferente. El riesgo radica en que se crean capaces de dar el sentido total a la historia, realizando dentro del
espacio y del tiempo humanos intra−históricos la sociedad perfec-ta, la ciudad del hombre absoluto. Se
presupone, en este caso, un hombre capaz, en el interior de la inmanencia, de delinear y realizar un proyecto
radical, definitivo, que sería la perfección absoluta. En el fondo, querría realizar en la tierra el reino absoluto y
definitivo con el material frágil de la historia.
El horizonte del futuro absoluto ejerce una doble función en su autocomprensión. De un lado, toma más
fácilmente conciencia de que no hay situación inviable, por más cerrada y terrible que sea, ya que su
esperanza se deposita en el Señor absoluto de la historia y del universo. Por otro lado, la pretensión de
construir una ciudad definitiva en la tierra cede su lugar a la esperanza de que sólo Dios podrá vencer a todos
los adversarios del hombre, sobre todo :al pecado y a la muerte, dándole el don de la resurrección y
glorificando la historia.
De esta forma, el ser−esperanza del hombre corrige la pretensión orgullosa del ser−utópico. Pero, a su vez, el
ser−utópico ofrece un sustrato para encarnar en la historia formas concretas de vivir la esperanza, sin nunca
agotarla. Con esto, entramos ya en el espacio de la política.
Alcance político
Hay dos tensiones políticas fundamentales que subyacen en la utopía. De hecho, las utopías políticas de los
últimos siglos prácticamente giran en torno a dos ejes conflictivos: se busca, por una parte, crear una utopía de
la libertad ilimitada y espontánea, pero a costa y en conflicto doloroso con la justicia y la igualdad; por otra
parte, la utopía de la justicia y de la igualdad se ha construido con el precio de la libertad.
Una segunda tensión básica se sitúa en la dirección política que se da a la utopía. La utopía se hace apologista
de lo que existe, asumiendo un claro color conservador, al proyectar un futuro perfeccionado (utópico) como
prolongación del presente. La for-ma más expresiva se puede encontrar en Un mundo feliz, de A. HuxIey,
donde hasta la muerte está pensada en continuidad con este mundo deseoso de superar todo sufrimiento,
miedo, angustia, por la vía química de las drogas.
Pero esta misma utopía puede ser blandida por las manos de los explotados y oprimidos, convirtiéndose
entonces en protesta contra la situación presente, contra la acomodación al sistema vigente. Se vuelve factor
de cambio, de transformación, en oposi-ción al presente real y a favor del futuro deseado. Desvía el peso del
presente hacia el futuro, en cuanto diferente, novedad y creatividad.
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En el campo político, la utopía ha sido atacada por el socialismo marxista calificándola de alienación. Su
carácter ideal es visto como desmovilizador y fuente de frustración, como idealismo, carente de realismo. En
este sentido, el marxismo se presenta como una lectura científica de la realidad, incompatible con la utopía
por su vaguedad y falta de rigor científico, por su forma evasiva en relación al presente, produciendo un grado
de irresponsabilidad histórica y aislando en castillos dorados, en vez de asumir la lucha y el conflicto con
miras a la implantación de una nueva sociedad.
Otro ataque desde el campo político proviene de la experiencia histórica. Utopías que comenzaron en las
manos de los explotados, de los de «abajo», terminaron en las manos de los de «arriba» y se transformaron en
ideología. La utopía se degrada, entonces, en ideología. Históricamente conocemos el caso de la utopía de la
libertad (absoluta, liberal, espontánea) que terminó produciendo mecanismos de opresión y haciendo valer
esta misma libertad en pro de las clases dominantes. De este modo la utopía de la libertad destruyó la
posibilidad de libertad para las masas populares.
En la reflexión antropológica, vimos cómo la utopía tentaba al hombre a hacer del finito de la historia humana
el infinito de la perfección, sucumbiendo así a la más pretenciosa forma de hybris.
Cuando tal dinamismo antropológico se mediatiza políticamente. surgen las formas más violentas de
totalitarismo. Pues al querer construir con las fuerzas inmanentes de la historia una sociedad perfecta de
justicia superando las limitaciones humanas, el hombre no retrocede ante ninguna oposición, acalla a todo
adversario. Sólo con una extrema violencia consigue ir construyendo, con la demiurgia humana y en la
linealidad del tiempo empírico, el futuro definitivo, no aceptando la posibilidad de otra libertad que no este
embarcada en la misma aventura revolucionaria. Así, atribuye a su construcción histórica la cualidad divina de
la perfección, no pudiendo, por tanto, tolerar objeciones, oposiciones, disidencias. Su efectividad se apoya en
su capacidad de fanatizar. La utopía, entonces, está más próxima a la violencia que la razón desapasio-nada.
Es una religión secularizada, que conduce al totalitarismo, como demostraron el nazismo y el stalinismo.
Estos peligros que rodean a la utopía no le quitan, sin embargo, su papel fundamental de motor de la historia.
No deja de serlo porque pueda sucumbir al orgullo humano y conducirse por lógica interna al totalitarismo.
Hay muchas realidades huma-nas que, conducidas al extremo de su lógica, terminan generando
contradicciones. Pero no por ello dejan de ser necesarias. La lógica puede detenerse en un momento
determinado. La utopía pertenece a este tipo de pensamiento que no puede ser llevado a su extremo. Y, en el
fondo, lo que detiene a la utopía en su camino hacia el orgullo y el totalitarismo es la esperanza.
En este sentido, la utopía tiene relevancia para nuestra situa-ción, sin que incurra en los peligros apuntados
por K. Popper y otros. Ella es para un pueblo dejado al margen de la historia, o mejor, que vive el «reverso de
la historia», fuerza histórica de liberación, repulsa del derrotismo y del fatalismo generados y nutridos por la
ideología dominante, anticipación del futuro, como realidad distinta, posible, deseada. Ella supone y mantiene
abierta la convicción de que la realidad actual puede ser cambiada, de que no es ningún dato natural o querido
por Dios, sino fruto de decisiones humanas interesadas. Es mística que inspira acciones transformadoras. De
hecho, la utopía ofrece a la praxis constante impulso, abriendo nuevos espacios que hasta entonces aparecían
como absolutamente cerrados.
Y cuando esta utopía viene animada y penetrada por la esperanza cristiana, su fuerza se vuelve irresistible,
conservando, al mismo tiempo, dentro de sí una instancia crítica que la salva del orgullo humano y de la
pretensión absolutista y totalitaria. Y la raíz última de esta esperanza arranca de la revelación que se hace
historia y que llegó a su punto más alto en el misterio de la resurrección de Cristo.
CONCLUSION
Las utopías son creaciones humanas, que brotan de las insaciables ansias del ser humano por unas condiciones
de existencia mejor frente a la dureza de los sufrimientos del presente. Los pobres, más que otros, suenan con
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utopías ya que el presente les pesa mucho más. Esta estructura humana que crea utopías como mediaciones
políticas de acciones humanas transformadoras de la realidad, permanecería en cierto sentido como un
enigma, no encontraría su más profunda significación, si la esperanza en las creencias no le revelase su
verdadero origen y su destino último. Por eso toda su existencia está atravesada por esa aspiración profunda
hacia la convivencia en comunidad.
La esperanza a su vez, también, apuntaría hacia una meta, un destino, que siempre sería horizonte oscuro.
Pero la resurrección de Jesús reveló totalmente esa profunda estructura utópica del hombre, sus límites y su
significado anticipador. Ella mostró que la esperanza en Yahvé no lleva a la frustración, sino a la vida.
Finalmente la resurrección de Jesús es prototípica, precursora, anticipadora de todas las resurrecciones. En
ella el fin de la historia ya aconteció. En ella el tiempo de los astros y el espacio circunscrito fue
definitivamente superado. En ella apareció tam-bién que sólo resucita quien es capaz de dar su vida por los
hermanos incluso quienes no son de su aprecio o quien inclusive a echo un mal en su contra. En ella, en fin,
toda la revelación encontró su última clave de interpretación.
La última palabra sobre la historia ya está dicha. No será ninguna potencia humana, ningún dictador, ninguna
clase domi-nante quien decidirá el destino definitivo de los pobres. Es el amor de Dios que resucitó a Jesús y
que resucitará a todos los que él ama y a los que lo aman. Y en esa categoría los pobres son privilegiados.
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