Oda a la cebolla

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乙組進階篇目 5 篇
1. Pablo Neruda
2. Gabriela Mistral
3. Juan Ramón Jiménez
4. Octavio Paz
5. Antonio Machado
Oda a la cebolla
Pinares
Platero (Platero y Yo)
Entre Irse y Quedarse
Caminos
Oda a la cebolla
Pablo Neruda
Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remote
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.
Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.
También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta
en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona Nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.
Pinares
Gabriela Mistral
El pinar al viento
vasto y negro ondula,
y mece mi pena
con canción de cuna.
Pinos calmos, graves
como un pensamiento,
dormidme la pena,
dormidme el recuerdo.
Dormidme el recuerdo,
asesino pálido,
pinos que pensáis
con pensar humano.
El viento los pinos
suavemente ondula.
¡Duérmete, recuerdo,
duérmete, amargura!
La montaña tiene
el pinar vestida
como un amor grande
que cubriò una vida.
Nada le ha dejado
sin poseerle, ¡nada!
¡Como un amor ávido
que ha invadido un alma!
La montana tiene
tierra sonrosada;
el pinar le puso
su negrura trágica,
(Así era el alma
alcor sonrosado;
así el amor púsole
su brocado trágico.)
El viento reposa
y el pinar se calla,
cual se calla un hombre
asomado a su alma.
Medita en silencio,
enorme y oscuro,
como un ser que sabe
del dolor del mundo.
Pinar, tengo miedo
de pensar contigo;
miedo de acordarme,
pinar, de que vivo.
¡Ay!, tú no te calles,
procura que duerma;
no te calles como
un hombre que piensa.
Platero (Platero y Yo )
Juan Ramón Jiménez
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo
de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos
son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico,
rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo
dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece
que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de
miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco
por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las
últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y
despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’ asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo
Entre Irse y Quedarse
Octavio Paz
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lapis
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.
Caminos
Antonio Machado
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!
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