LAOS, TAILANDIA Y CAMBOYA (El antiguo Imperio

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LAOS, TAILANDIA Y CAMBOYA (El antiguo Imperio
Khmer)
PREPARACIÓN DEL VIAJE
01/08/06, Martes. CÁDIZ - MADRID
02/08/06, Miércoles. MADRID – AMSTERDAM (PAÍSES BAJOS) – BANGKOK
(TAILANDIA)
03/08/06, Jueves. BANGKOK
04/08/06, Viernes. BANGKOK
05/08/06, Sábado. BANGKOK – VIENTIANE (LAOS) – LUANG PRABANG
06/08/06, Domingo. LUANG PRABANG – RÍO MEKONG - CUEVAS PAK OU – SANG HAI LUANG PRABANG
07/08/06, Lunes. LUANG PRABANG – POBLADO H’MONG - CASCADAS KOUANG SI –
LUANG PRABANG
08/08/06, Martes. LUANG PRABANG – POBLADO KHMU – PHOU KHOUN – RÍO NAM
SONG – VANG VIENG
09/08/06, Miércoles. VANG VIENG – CUEVA THAM JANG – VANG SANG - MERCADO
H’MONG – VIENTIÁN
10/08/06, Jueves. VIENTIÁN
11/08/06, Viernes. VIENTIÁN
12/08/06, Sábado. VIENTIÁN – PAKSE – CHAMPASAK – ISLA KHONG
13/08/06, Domingo. ISLA KHONG – CASCADAS KHONE PHAPHENG – PAKSE – CHONG
MEK – PHIBUN MANGSAHAN (TAILANDIA) – WAT PHU KAO KAEO – UBON
RATCHATHANI
14/08/06, Lunes. Continuará…
VALORACIÓN FINAL DEL VIAJE
PREPARACIÓN DEL VIAJE
La preparación ha consistido en la recopilación de ¡muchísima! información sobre
estos países, que estamos devorando y disfrutando, y la consulta habitual a Sanidad
Exterior, que esta vez ha sido magnánima con nosotros, ya que sólo ha sido necesaria la
quimioprofilaxis contra la malaria y la vacuna contra el tifus, el resto de vacunas ya nos las
pusimos en otras ocasiones. ¡De algo nos han tenido que servir los viajes anteriores!
Este viaje lo haremos organizado por una agencia que se llama "Alventus-Años Luz",
de nuestra absoluta confianza, y con los que ya hemos viajado en otras ocasiones, con
resultados fantásticos. Son bastante serios y cuentan con gente muy especializada. Es la
primera vez que hacen esta ruta, en la que se visita lo más llamativo del antiguo Imperio
Khmer o Jemer, que controló buena parte del sudeste asiático entre los siglos IX y XV.
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Lola ha decidido escribir un blog sobre el viaje, que comienza a escribir en CÁDIZ,
antes de salir, que continúa escribiendo durante el viaje (desde cibercafés) y que completa
al regresar a casa. Para equilibrar, este relato lo escribe Jose, aunque tanto en el blog
como en el relato hemos participado ambos. Por tanto, la descripción de este viaje puede
verse tanto en un blog, escrito en buena parte sobre la marcha, como en un relato escrito a
posteriori.
01/08/06, Martes. CÁDIZ - MADRID
Después de comprobar que hemos dejado bien cerradas las luces, el agua, el gas y
las ventanas, y de asegurarnos que el riego automático de las plantas está activado,
llamamos a un radiotaxi que nos lleva a la estación de autobuses y, desde alli, vamos en
autobús hasta el Aeropuerto de JEREZ. Nos comemos un bocadillo en el aeropuerto. El
vuelo (reservado en www.lastminute.com) hasta la T4 del Aeropuerto de Barajas en
MADRID, despega a las dos y cuarto de la tarde y llega una hora más tarde. Una vez en B
arajas, tenemos que esperar cuarenta y cinco minutos a que salgan las maletas. Empieza
bien el viaje; menos mal que estas cosas no pasan en el tercer mundo.
Cuando por fin recuperamos nuestras maletas, cogemos el autobús lanzadera
gratuito hasta la T3 y vamos en metro hasta la Gran Vía. Caminamos un poco y llegamos al
Hotel Regente, en la calle Mesonero Romanos, en pleno centro de la ciudad, que hemos
reservado en la web de hotusa.com. Nos cuesta 50 € sin desayuno.
Salimos a dar un paseo por MADRID y, en la Casa del libro, compramos un plano
impermeable de BANGKOK (Berndtson City Streets, 1:14.000, Edición 2006), un
completísimo mapa de CAMBOYA (Gecko Maps, 1:750.000, Edición 2005) y un mapa de
LAOS (Reise Know-How, 1:600.000, Edición 2004). En CÁDIZ habíamos comprado un mapa
de TAILANDIA (Michelin, 1:1.370.000, Edición 2002) y la pequeña pero aceptable Guía
Thailandia e Indochina, de Travel Time Tour, Edición 2006).
Tras la compra, nos tomamos una cervecita en una terraza, cenamos tortillas bravas
cerca del hotel y nos metemos en la cama, que mañana hay que madrugar.
02/08/06, Miércoles. MADRID – AMSTERDAM (PAÍSES BAJOS) – BANGKOK
(TAILANDIA)
Nos levantamos a las 6 de la mañana, caminamos hasta la Gran Vía y paramos un taxi
que nos lleva a la T4, donde nos han citado a las 06:50. Aquí conocemos a Víctor, un
ucraniano nacionalizado español, que será nuestro guía, y a una parte del grupo, ya que la
otra parte saldrá esta tarde en otro vuelo vía ZURICH (SUIZA). Después de facturar
hasta BANGKOK, desayunamos en el Aeropuerto de Barajas (caro y mal, como en todos los
aeropuertos) y damos un paseo para despertarnos. Embarcamos y salimos a las 09:30, con
los cuarenta minutos de retraso habituales en Iberia, rumbo a AMSTERDAM (PAÍSES
BAJOS). Tardamos un par de horas en llegar.
Llegamos al Aeropuerto de Schiphol (AMSTERDAM), que es enorme, y tenemos que
caminar un buen rato hasta llegar a los mostradores donde nos dan las tarjetas de
embarque hacia BANGKOK (este trayecto lo hacemos con China Airlines, muy buena
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compañía). Quedan dos horas largas para embarcar; poco tiempo para acercarnos a
AMSTERDAM y mucho para estar en el aeropuerto. Optamos por la segunda opción y nos lo
pateamos de arriba abajo. Aprovechamos para comprar unas Heineken y comernos sendos
bocadillos.
A las 14:45 sale el avión, cuyo destino final es TAIPEI, en CHINA, con escala en
BANGKOK. Nada más subirnos en al avion, ya parece que estamos en otro país. Las azafatas
son como muñequitas de porcelana, menuditas, peinadas como novias, con unos preciosos
adornos en el pelo, y el uniforme es con cuello “Mao”, ¡qué guapas! Además son muy
serviciales, y desde que nos montamos ya estan dándonos cosas. A Lola le toca ir sentada
entre dos gigantes: Jose, que mide 1,80 m. y es corpulento y, a su derecha, un señor
noruego, enorme también. Desde AMSTERDAM se sobrevuela ALEMANIA, REPÚBLICA
CHECA, ESLOVAQUIA, HUNGRÍA, RUMANÍA, MAR NEGRO, TURQUÍA, IRÁN,
PAQUISTÁN, INDIA y el OCÉANO ÍNDICO hasta llegar a BANGKOK. Resulta gracioso
oírles hablar en chino por la megafonía del avión, aunque no entendemos nada. Pronto
empiezan las cosas raras: a las 16:45 hora española, nos traen la cena. Parecian dispuestos a
seguir con su hora local. Suponemos que ahora toca dormir, pero no nos sale. A las 23:00
horas, desayuno; y no son tostadas con mantequilla, ni siquiera el Kousmine, sino arroz
(claro), pollo, fruta y té.
El vuelo dura “sólo” 10 horas. Puede ser tremendo, teniendo en cuenta que con la
diferencia horaria llegaremos a BANGKOK sobre las seis de la mañana, hora local, cuando
aquí será la 1 de la madrugada, más o menos. Pretendemos aguantar el tirón y ver cosas por
la mañana, mientras el cuerpo lo permita, ya que sólo estaremos dos días en la capital
tailandesa.
03/08/06, Jueves. BANGKOK
Llegamos puntuales a BANGKOK, aunque con el cuerpo molido, justo cuando el sueño
estaba llegando. Desembarcamos y nos dirigimos a los mostradores de inmigración, donde,
después de rellenar unos impresos y guardar una señora cola, nos sellan los pasaportes y
nos dejan entrar en el país. Esperamos a que todo el grupo haya pasado y nos dirigimos a la
salida. Allí está el autobús de la agencia local, capitaneado por Luis, un tailandés que habla
español, del que hablaremos más adelante. Unas chicas de la agencia local nos hicieron un
regalito: unos brazaletes hechos con flores naturales, una obra de arte y todo un detalle.
Cambiamos algunos euros por bahts, la moneda local (1 € = 48,5 bahts). Nos anuncian que
sólo hay 2 km. hasta el hotel. ¡Qué bien!, pensamos, duchita y a la calle a ver cosas. Pero
tardamos DOS HORAS en llegar. BANGKOK se nos presenta enorme, y con un tráfico
caótico. Durante el trayecto, Luis nos cuenta algunas cosas sobre el país. Por cierto, el
autobús en el que vamos es bastante cursi, con muchos colorines, incluso en la parte trasera
lleva una mesa central rodeada de sofás, como si fuera una caravana.
Al llegar a nuestro hotel, el Ambassador, situado en el barrio guiri de Sukhumvit,
nos dicen que es muy temprano y que tenemos que esperar una hora para poder subir a las
habitaciones. Víctor se pone a hablar con los representantes de la agencia local y, mientras,
Luis intenta vendernos una visita guiada a la ciudad a un precio desorbitado. Nosotros
pasamos, porque preferimos descubrirla por nuestra cuenta, pero algunos miembros del
grupo aceptan. Finalmente, nos dan la llave de la habitación y caminamos un buen rato hasta
los ascensores (el hotel es enorme, igual que la habitación), dejamos las cosas, nos
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duchamos y, sin dormir nada, nos vamos a la calle, a conocer BANGKOK. Hoy tenemos el día
libre. Antes de salir, cogemos una tarjeta del hotel, que está escrita en inglés y en
tailandés; esto es importante porque, si tenemos que volver en taxi, es posible que el
taxista no hable inglés, por lo que le enseñaremos la tarjeta escrita en tailandés y ya sabrá
donde debe traernos. Por cierto, la grafía tailandesa es preciosa.
BANGKOK significa "Ciudad de los Ángeles", aunque su nombre oficial es: Krung
Thep Mahanakhon Amon Rattanakosin Mahinthara Ayuthaya Mahadilok Phop Noppharat
Ratchathani Burirom Udomratchaniwet Mahasthan Amon Piman Awatan Sathit
Sakkatthattiya Witsanukam Prasit. Un poco largo..., abreviado es Krung Thep.
Nos dirigimos, por unas bulliciosas calles, al cercano Skytrain, el famoso metro
aéreo de BANGKOK. Subimos una planta y vemos que los billetes se compran en unas
máquinas que sólo admiten monedas, y nosotros tenemos billetes. Afortunadamente, justo
enfrente, hay unas ventanillas cuya misión es cambiar los billetes en monedas. Hay que
hacer una cola en estas ventanillas y luego otra en la máquina. Los trabajadores que están
detrás de estas ventanillas no venden billetes, sólo facilitan el cambio. El precio del billete
depende de la estación de origen y de la de destino. Al llegar a la máquina, pulsas el botón
de la estación de destino, te aparece el precio, introduces las monedas y te sale el billete.
Luego te diriges al andén, picas el billete en otra máquina, y lo conservas porque, al salir,
tienes que volverlo a picar y la máquina se queda con él (es una lástima porque el billete es
precioso). De momento, sólo hay dos líneas de Skytrain, que se unen en la estación de Siam
Central Station, donde se puede hacer transbordo.
Nos bajamos en la estación de Saphan Taksin (cada billete nos cuesta 35 bahts =
0,72 €), justo al lado del Río Mae Nam Chao Phraya. Por este río, auténtica arteria de la
ciudad, circulan multitud de barcos, privados y públicos, que permanecen ajenos al caótico
tráfico de las calles. Es la forma más rápida y agradable de trasladarse de una punta a otra
de la ciudad. Salimos del Skytrain y vamos al embarcadero, que está a unos metros; allí hay
una caseta en la que venden billetes para los barcos turísticos privados, que son más caros.
Nosotros queremos coger el “barco de línea”, el que utilizan los tailandeses, pero en la
caseta intentan liarnos para que compremos sus billetes. Pasamos de ellos y le preguntamos
a un paisano que, sonriente, como todos los tailandeses, nos explica como funcionan los
barcos públicos: una vez que llega, subes a él (si los que suben son guiris, es que el barco es
privado; si los que suben son tailandeses, es que es público), te sientas y ya pasará un
señora a cobrarte; el precio depende del destino, pero es superbarato (entre 11 y 13 bahts:
23-27 céntimos de euro, por trayectos de más de media hora). El barco va haciendo
paradas en los embarcaderos prefijados, igual que un autobús, y te bajas cuando llegues a
la tuya. En el barco trabajan tres personas: el piloto, que es un hombre, la cobradora que es
una mujer, y un chaval que se encarga de amarrar el barco cuando llega al punto de atraque,
para permitir la subida y bajada de usuarios con seguridad, y que se comunica con el piloto
mediante precisos silbidos (los pastores de la bellísima isla canaria de EL HIERRO no
tienen la exclusiva). Desde el barco hay una visión inédita de la ciudad: se ven muchas
chabolas y también rascacielos superlujosos. Eso sí, por todas partes, tanto en el río como
en el resto del país, hay enormes fotos del rey de Tailandia, a quien veneran con absoluto
fanatismo. Hay mucho tráfico por el río, pero sin atascos.
Nos bajamos en la parada Tha Tien y, justo al lado, a la derecha, está la taquilla de
un pequeño barco (cuesta 5 bahts = 0,10 €) que se limita a cruzar a la otra ribera del río,
donde se encuentra nuestro primer destino de hoy: el Wat Arun o Templo del Amanecer
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(en realidad, su nombre completo es Wat Arunratchawararam Ratchaworamahavihara). Es
nuestro primer templo budista tailandés y la verdad es que nos impresiona. Fue construido
y ampliado entre los siglos XVIII y XIX, en estilo khmer. Primero entramos en la Sala de
la Oración, un curioso edificio que hay frente al embarcadero, flanqueado por dos enormes
guerreros profusamente decorados. La entrada es gratuita. Una vez dentro, vemos cientos
de budas de todos los tamaños (casi todos dorados), que gozan de gran devoción entre los
tailandeses. Este es nuestro primer contacto con la arquitectura, religión y costumbres
tailandesas y, la verdad, es que nos gusta bastante. Vemos los primeros monjes budistas,
con sus túnicas naranjas. El edificio es precioso. Después de verlo, nos dirigimos al Wat
Arun, propiamente dicho, que está justo al lado, pero antes de entrar nos tomamos un
cervecita (50 baths cada una = 1,03 €) en un chiringuito para locales y vamos al baño (3
bahts = 0,06 €). Tras reponer fuerzas, entramos en el templo, previo pago de la entrada (10
bahts = 0,21 €) y nos lo pateamos entero. Debemos descalzarnos y quitarnos las gorras. Es
una gozada pasear por él y contemplar cada uno de sus detalles. Las fotos caen una detrás
de otra. Destacan sus cinco torres, llamadas prangs. Para la decoración del templo se han
usado conchas marinas y restos de porcelanas de colores. También abundan las esculturas
de dioses, demonios y guerreros. En el templo hay muchos símbolos de la cosmología hindú.
Este estilo arquitectónico nos está gustando mucho. Cuando terminamos de ver esta
maravilla, volvemos al embarcadero y cruzamos de nuevo a la otra orilla.
Mientras caminamos plácidamente por las calles, nos sorprende ver a mucha gente
vistiendo unos polos amarillos, tipo Lacoste, pero en vez del cocodrilo llevan el escudo
nacional. Resulta que este año se celebra el 60 aniversario de la coronación del rey, que
nació en lunes y, como según la tradición budista, el amarillo es el color de los lunes, pues es
el color nacional. Para celebrarlo, LOS FUNCIONARIOS DEBEN VESTIR ESTA
CAMISETA TODOS LOS LUNES, incluidos los presentadores de televisión. ¿Os imagináis
algo así en ESPAÑA? Deben estar cómodos con ella porque, además de los Lunes, se la
ponen otros días (de hecho, hoy es Jueves) y suponemos que no sólo la visten los
funcionarios, sino muchos otros tailandeses. También hemos visto a turistas con ellas, ya
que las venden por todas partes y, naturalmente, baratas. No sabemos si los guiris lo hacen
por simpatia hacia la monarquía o porque no conocen su significado.
Seguimos paseando por calles repletas de puestos ambulantes y de restaurantes
populares, en los que se come en la misma calle, a pesar del bullicio y del trasiego. Al rato,
llegamos a la Calle Khaosan, la calle de los mochileros. Aquí abundan los hoteles baratos,
restaurantes occidentales de comida rápida, bares, pubs, cibercafés, salones de masaje y
tatuaje, agencias de viajes, puestos ambulantes en los que se puede comer por 25 bahts
(0,52 €), lavanderías, oficinas de cambio, tiendas donde comprar ropa y todo lo que un
mochilero pueda necesitar. Todo pensado para los extranjeros que viajan con bajo
presupuesto. Para no ser menos, nos metemos a comer en una pizzería (hay que ir
aclimatando los estómagos a la comida local poco a poco).
Damos una vuelta por la calle, contemplando su ambiente cosmopolita y, al rato,
paramos un taxi y le decimos que nos lleve al Wat Benchamabophit Dusitvanaram o Templo
de Mármol, pero el taxista sólo habla tailandés, lengua que, a estas alturas del viaje, aún no
dominamos, por lo que lo dejamos marchar. Al poco llega otro taxi cuyo conductor
chapurrea el inglés, nos subimos y le recordamos que tiene que poner en marcha el
taxímetro (a casi todos los taxistas se les olvida, para luego cobrarte lo que quieran). Un
medio de transporte muy utilizado en TAILANDIA son los Tuk-Tuk, una especie de
motocarros de tres ruedas en los que va el conductor en el único asiento delantero, y dos o
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tres personas en el trasero; son como los rickshaws de la INDIA o NEPAL, pero con más
colores. Hemos leído en Internet que no es recomendable cogerlos en BANGKOK porque
son bastante pillos: una vez pactado el precio antes de subir (esto es fundamental) suelen
casi obligarte a ir a comprar a la tienda de “un familiar que tiene los precios más baratos de
la ciudad”, si no quieres, se enfadan e intentan cobrarte más de lo pactado, así que para
evitar malos rollos, mejor utilizaremos los taxis que tienen taxímetro y, además, aire
acondicionado (en el resto del país no hay problemas con los conductores de tuk-tuk, al
contrario, es sólo en BANGKOK). También hay mototaxis, es decir, motoristas que llevan a
un pasajero de paquete; son mucho más rápidos porque no se ven afectados por los
continuos atascos de tráfico.
Hace mucho calor, pero el aire acondicionado del taxi nos refresca. Nos pilla un
atasco (algo normal en esta ciudad) y, finalmente, llegamos al templo (aunque la bajada de
bandera son 35 bahts, el taxímetro tarda mucho en saltar, por lo que el precio final es de
60 bahts, o sea, 1,24 € por una carrera de 20 minutos). La entrada al templo cuesta 10
baths (0,21 €) y fue construido a comienzos del siglo XX con mármol italiano. En el templo
se está celebrando una ceremonia budista, en la que docenas de monjes cantan sus mantras.
A la belleza del templo hay que unirle el clima creado por esta ceremonia. Hacemos muchas
fotos. Este templo también es bonito, pero su estilo arquitectónico no tiene nada que ver
con el de Wat Arun.
Después de la visita al templo, paseamos por el BANGKOK profundo, donde los
guiris no se atreven a entrar, hasta llegar al embarcadero de Tha Thewet. Por el camino,
pasamos por un mercado de flores bastante feo. Es frecuente encontrar, en cualquier
rincón de la ciudad, unos templetes en los que destaca una escultura dorada de buda,
rodeada de flores, sombrillas, banderas nacionales,… y la omnipresente foto del rey de
TAILANDIA. Mientras esperamos el barco, llega una tailandesa y vacía en el río varias
bolsas con migas de pan; de pronto el río se transforma en un hervidero por los cientos de
peces de buen tamaño que se avalanzan para comer esas migas, formando una espesa nube
de espuma. Impresionante. La presencia de tantísimos peces es muestra de que el río no
está contaminado a pesar de la cantidad de barcos que navegan continuamente por él.
Subimos al “barco de línea”, nos bajamos en el embarcadero de Tha Sathorn y cogemos el
Skytrain hasta la parada de nuestro hotel, llamada Nana.
Ya es de noche (18:30 horas) y, al bajar, no reconocemos el barrio. Si antes era
caótico por el tráfico, ahora se suman miles de vendedores ambulantes que se han
esparcido por todas las aceras, que son muchas. Este es el paraiso de las falsificaciones.
Desde Lacostes a 3 euros, hasta Rolex a 30. Perfectas las imitaciones. Aún no hemos
comprado nada, quedan muchos días para cargar desde tan pronto. Además, el último día
del viaje lo pasaremos en BANGKOK y será el momento de comprar sin tener que cargar
con las compras todo el viaje. El cambio escénico nos lía y nos perdemos: por todas partes
hay puestos ambulantes de ropa, de calzado, de saltamontes, tarántulas y gusanos fritos,…,
hay muchos bares (empezamos a ver a extranjeros, algunos de ellos pederastas, que
practican el turismo sexual con sus “conquistas”, a la vista de todo el mundo, en una
impunidad absoluta), hay ruidos, luces, coches, motos, stress,… Preguntamos a un tailandés
por nuestro hotel y, amablemente, nos indica el camino. Antes de subir, compramos en un
7eleven una botella grande de agua (13 bahts = 0,27 €), exquisitas cervezas de las marcas
locales Singha y Leo (25 baths = 0,52 €) y, en un puesto callejero, rambutanes (una fruta
exquisita) que cuesta 25 bahts el kilo. Cenamos en la habitación. Estamos agotados y
muertos de sueño, pero ha merecido la pena.
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04/08/06, Viernes. BANGKOK
Tras dormir toda la noche del tirón, nos levantamos más descansados y bajamos a
uno de los restaurantes del hotel para tomar un buen y abundante desayuno buffet.
A la hora convenida, bajamos a la recepción del hotel y conocemos al resto del
grupo (somos 24 viajeros más el guía). Hoy tenemos una visita guiada a la ciudad. Luis, el
guía local, nos dice que vamos a ir al Palacio Real y que exigen cierto decoro en el vestir: nos
comenta que, hasta hace unos años, los hombres que querían entrar debían llevar chaqueta
y corbata, pero que flexibilizaron el protocolo debido a los numerosos desmayos producidos
por el calor. Actualmente, los visitantes no pueden mostrar hombros, escotes ni rodillas,
pero permiten las mangas cortas y los pantalones por las espinillas; tampoco se puede vestir
ropa ceñida, rota o que se transparente. Si se llevan sandalias, chanclas o zapatos abiertos,
hay que ponerse calcetines para que no se vean los pies. Un par de miembros del grupo
tienen que subir a sus habitaciones para coger algo que los tape más. En el resto del país
puedes vestir como quieras, estas restricciones sólo son aplicables en el Palacio Real,
aunque para entrar a los templos se recomienda cierto decoro por respeto (la solución más
sencilla consiste en llevar un pareo y cubrite con él al entrar) y descalzarse antes de
entrar. Más adelante descubrimos que para entrar en algunos comercios, como cibercafés,
también hay que descalzarse, suponemos que para que no lo pongamos todo perdido de
barro (llueve bastante).
Un autobús (no es el que nos trajo ayer desde el aeropuerto) nos lleva
pacientemente hasta el Palacio Real, tras los consabidos atascos de tráfico. En la entrada
del recinto, algunos tailandeses astutos alquilan pareos a los visitantes para que puedan
cubrirse al entrar. El Palacio Real o Gran Palacio (su nombre completo es Phra Borom
Maha Ratcha Wang), es un recinto de 218.400 m2, rodeado por una muralla de 1.900 m. de
longitud; este complejo alberga diferentes edificios, a cual más bonito, y fue utilizado como
residencia oficial de los reyes del país desde finales del siglo XVIII, fecha de su
construcción, hasta mediados del XX. El actual rey, Bhumibol Adulyadej (Rama IX), a quien
llaman “El Grandioso” y que reina desde el 5 de mayo de 1950, prefirió trasladar su
residencia al Palacio de Chitralada, después de que su hermano, el anterior rey, apareciera
misteriosamente muerto en el Palacio Real, ¿superstición o seguridad? Cada monarca que ha
habitado aquí, ha añadido o reformado edificios, por lo que la variedad de estilos
arquitectónicos es amplia. Entre estos edificios destacan el Chakri Maha Prasat (un
impresionante edificio hecho en estilo renacentista italiano) y el Wat Phra Keo o Templo
del Buda Esmeralda, que alberga una de las imágenes de buda más veneradas del país.
Aunque la entrada al recinto cuesta 200 bahts (4,10 €) nosotros la llevamos incluida, por lo
que Luis, el guía local, se encarga de conseguirlas. Una vez dentro, Luis comienza a darnos
sesudas explicaciones sobre la historia y los edificios que componen el palacio y, a los 5
minutos, decidimos que no nos gustan las visitas guiadas, así que le decimos a Víctor, el guía
español, que nos abrimos y que seguimos la visita por nuestra cuenta; ya nos veremos
mañana. Nos despedimos del grupo (otros miembros también lo hacen) y comenzamos la
visita a nuestro aire. Al venir hasta aquí con el grupo, nos hemos ahorrado el taxi y las
entradas, algo es algo. El palacio es una auténtica maravilla, la cámara de fotos echa humo:
a la diversidad de edificios hay que sumarle la multitud de detalles que muestran, lo que
hace que haya que verlos con detenimiento. Estatuas, cerámicas, mármoles, panes de oro,
tejados escalonados, torres doradas, torres de piedra, columnas y paredes laboriosamente
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repujadas, estucos, colores,…, conforman un canto artístico a la belleza y al equilibrio. Para
poder empaparse bien del palacio, se necesitan, al menos, tres horas. Hay muchos
visitantes, la mayoría tailandeses. Aunque el cielo está nublado, hace mucho calor y
humedad, lo que hace que estemos sudando. Nos sentamos en una terracita a descansar y a
tomarnos unas cervecitas locales bien frías, a ver si así se nos pasa el jet-lag. Ha sido
impresionante esta visita, no nos esperábamos algo tan bonito. El palacio abre todos los
días (salvo que esté siendo utilizado para algún acto oficial) de ocho y media a tres y media
y, al parecer, alquilan audioguías en varios idiomas.
Justo a la espalda del palacio se alza el Wat Pho, otro complejo, más pequeño, cuyo
nombre completo es Wat Phra Chettuphon Wimon Mangkhlaram Ratchaworamahawihan
(no nos extraña que le llamen Wat Pho a secas). En él destaca un templo en cuyo interior se
encuentra un enorme Buda reclinado, recubierto de pan de oro, que mide 46 m. de largo y
15 de ancho. Es el más grande y espectacular del país. En las plantas de sus pies hay 108
paneles que representan los 108 símbolos con los que Buda puede ser representado. Al
entrar en este templo, como es habitual, hay que descalzarse, por lo que hay que llevar
siempre a mano unos calcetines para no pillar hongos en los pies. La entrada cuesta 40
bahts (0,82 €). Tras ver el buda, paseamos por el resto del recinto, que tiene varios
edificios bastante bonitos y un parque con estatuas, entre ellas, más de 1.000 budas. Todo
es muy bonito, pero después de haber visto el palacio…, teníamos que haber venido antes
aquí y dejar el palacio para el final. Este complejo es, además, el lugar donde nació el
famoso masaje tailandés, de hecho, es la sede de la Escuela de Medicina Tradicional y
Masaje tailandés.
Salimos y buscamos un sitio para comer. En un restaurante local vemos a otros
miembros del grupo y decidimos comer con ellos, más que nada para ir conociéndonos. Lola
se come un plato de arroz con marisco y Jose otro de arroz con pollo, regado con varias
cervezas frías; todo por 200 bahts (4,01 €) propina incluida. Sí que se come bien y barato
aquí. Además, está el ambiente callejero: puestos de comida, ruído, tráfico, vendedores
ambulantes, gente paseando,…
Con el estómago saciado, nos despedimos de nuevo del grupo y nos dirigimos
paseando hasta el Sao Ching Cha, un Columpio Gigante de color rojo y 30 m. de altura. La
estructura original fue construida en madera en 1784, para realizar ceremonias bramánicas
con motivo del año nuevo. El tiempo hizo que se fuera deteriorando, por lo que ha sido
restaurado en diversas ocasiones, incluso en 1920 fue trasladado de su emplazamiento
primigenio al actual. Debido a que se produjeron algunos accidentes mortales, en 1935 dejó
de celebrarse esta ceremonia.
En la misma plaza donde está el columpio, se encuentra, el Wat Suthat, un templo
que no se encuentra dentro de los circuitos turísticos a pesar de su belleza y de ser uno de
los más importantes de la ciudad. En su interior guarda un buda dorado enorme, llamado
Phra Si Sakyamuni. Sólo estamos algunos tailandeses y nosotros, no hay ni un guiri. Lola
incluso se atreve a hacer una ofrenda, guiada por unas señoras encantadas de ayudar: se
cogen tres varitas de incienso, una flor y una vela, y se las ofreces al buda; luego te sientas
en el suelo, sin dirigir los pies hacia el buda, y te concentras en la oración. Alrededor del
recinto central, hay 28 pequeñas pagodas chinas de piedra, cada una de las cuales contiene
un buda. Nos ha gustado mucho este templo, además de bonito no tiene apenas visitantes.
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Al salir, paramos un taxi para que nos lleve al Wat Traimit o Templo del Buda de
Oro (su nombre completo es Phra Phuttha Maha Suwan Patimakon), que cierra a las cinco
de la tarde y ya casi es la hora. Comienza a llover. Llegamos un para de minutos antes de
que cierren y sigue lloviendo, así que salimos del taxi y corremos hacia el templo,
saltándonos la taquilla donde se compran las entradas; pensarán que nos estamos colando,
pero es que no queremos quedarnos sin ver el impresionante buda de 3 m. de altura y 5.500
kg. de oro macizo. Fue encontrada en los años 30 del siglo XX, cubierta por una capa de
estuco que, accidentalmente, se partió y mostró su interior dorado. Aquí coincidimos con un
grupo de españoles que viaja con otra agencia. Al salir, la taquilla ya ha cerrado, por lo que
no podemos pagar la entrada. Sigue lloviendo fuerte, pero al poco escampa.
Este templo está justo al comienzo del Barrio Chino (China Town), uno de los más
peculiares de la ciudad. Aquí, todas las tiendas son chinas, en lugar de templos hay pagodas,
los carteles y rótulos están escritos en chino (y en inglés, que si no los turistas no entran a
comprar), los restaurantes y puestos callejeros sirven comida china, y hay multitud de
grandes joyerías repletas de oro…, no dábamos crédito. Entre el buda y las joyerías, en
este barrio debe haber más oro que en la Reserva Federal de EE.UU. Visitamos una Pagoda
preciosa.
Vuelve a llover con fuerza y ya está anocheciendo, por lo que decidimos regresar al
hotel. Habíamos pensado ir al barrio de Patpong, donde por la noche hay un animado
mercado de productos falsificados aderezado por numerosos locales de sexo, y que es muy
frecuentado por extranjeros, pero con la que está cayendo suponemos que estará casi
desierto. Mientras caminamos hacia el embarcadero de Tha Ratchawong, nos ponemos
chorreando. Subimos al barco que nos lleva hasta el embarcadero de Tha Sathorn donde
cogemos el Skytrain que nos lleva a las inmediaciones del hotel.
Debido a la lluvia, hay mucha menos animación que ayer. En el 7eleven que está
frente al hotel, compramos sandwiches y cervezas y cenamos en la habitación. Estamos
exhaustos y empapados. Qué bien nos va a sentar una ducha calentita.
Nos quedamos con la sensación de que dos días es poco tiempo para conocer y sentir
esta ciudad; han quedado pendientes de ver muchas cosas que nos obligaran a volver, lo
estamos viendo venir…
05/08/06, Sábado. BANGKOK – VIENTIANE (LAOS) – LUANG PRABANG.
Hoy tenemos que levantarnos a las 5 de la mañana, desayunar a las 6 y partir rumbo
al Aeropuerto, adonde nos llevan en un autobús. Nuestro destino es LUANG PRABANG
(LAOS), haciendo escala en VIENTIÁN, la capital laosiana. Volamos con la Thai Airways,
que sólo nos permite facturar hasta VIENTIÁN. Una vez en el avión, a las mujeres les
regalan unas flores frescas para que se las prendan en la solapa; eso sí, nos dan de comer
muy bien: noodles con gambas y cerveza.
Despegamos a las ocho y veinte y, con puntualidad, aterrizamos a las nueve y media
en el Aeropuerto de VIENTIÁN, la capital de LAOS (oficialmente, REPÚBLICA
DEMOCRÁTICA POPULAR LAO). Es un aeropuerto pequeñito, en el que hay más
trabajadores que pasajeros. Un funcionario se pone a disposición del grupo y nos pide que le
sigamos, que él agilizará los trámites; menos mal, porque tuvimos que rellenar varios
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formularios, nos pusieron mogollón de sellos y nos tuvieron como una hora esperando en una
pequeña sala con televisión, a la que llegamos caminando en fila india por las pistas del
aeropuerto, cargando con el equipaje. A estas alturas del viaje, todavía nos movíamos a
2.000 revoluciones por minuto, típico de nuestra civilización occidental, aunque ellos, sin
prisas, no iban a más de 2 revoluciones. La verdad es que, estando de vacaciones, no
deberíamos tener prisa, pero la costumbre puede más. Hay que pagar 5.000 kips de tasas,
pero nosotros las llevamos incluidas. También llevamos incluido el visado de entrada al país,
unos 30 dólares. Por cierto, para tramitar el visado hacen falta 2 fotos y que el pasaporte
tenga al menos dos páginas en blanco y una validez de al menos 6 meses.
Por fin, a la una de la tarde, embarcamos con la Lao Airlines, en un pequeño avión
con dos hélices, mientras nos encomendamos a Buda para que pueda volar. Durante el vuelo,
nos ofrecen unos caramelos exquisitamente envueltos; da la impresión de que es el propio
piloto el que reparte los caramelos, de lo elegante que va el repartidor. Las oraciones
surtieron efecto porque llegamos sanos y salvos a LUANG PRABANG (LOUANG
PHABANG), la capital espiritual del país, donde se respira el calor y la humedad típicos de
un clima tropical. La ciudad, de 70.000 habitantes, es la más antigua del país y ha sido
declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Nos recogen dos microbuses que
nos llevan hasta el hotel, que se encuentra bastante apartado del centro. Conocemos a Tou,
el guía local, que con muchísima voluntad y entrega nos adopta y cuida, respondiendo a
todas nuestras preguntas, aunque como no habla español, a veces hay que recurrir a Víctor
para que traduzca, algo que aprovecha para añadir comentarios de su propia cosecha.
El hotel es un poco cutre: una habitación pequeña, con un baño ínfimo, y no tiene
electricidad hasta la una y media, así que tenemos que aposentarnos con la puerta abierta
para que entre la claridad del pasillo.
El guía nos dice que tenemos tiempo libre para comer y que quedamos a las cuatro
para hacer algunas visitas, así que nos vamos a dar una vuelta, a ver si encontramos un
restaurante. Esta localidad se presenta encantadora y supertranquila, sobre todo viniendo
del ruidoso BANGKOK; por el camino, nos cruzamos con gente que nos sonríe y nos hace un
saludo llamado nop, que consiste en unir las palmas de sus manos a la altura del pecho y
hacer una suave inclinación de cabeza, sin aspavientos, mientras dicen “sabaidí” (en inglés
se escribe, “sabaidee”), ¡qué simpáticos y hospitalarios son! Nosotros también sonreimos
más de lo habitual, contagiados por este afable ambiente, incluso antes de que lo hagan
ellos. No se sofocan por nada, todo lo resuleven con una sonrisa que se transforma en
carcajada en ocasiones. Hace mucho calor. Después de dar un buen paseo y no encontrar
ningún restaurante, volvemos al hotel y resulta que justo al lado hay un restaurante
fantástico, en el que se encuentra comiendo Víctor. No sentamos con él y pedimos unas
cervezas y algo para comer. Aprovechamos para preguntarle cosas sobre el viaje. La comida
es exquisita y muy barata. Se puede pagar en dólares en todo el país, con un cambio fijo de
10.000 kips por dólar; cuando se paga algo en dólares, te dan el cambio en kips, en dólares o
en ambas monedas a la vez. También aceptan que les pagues una parte en dólares y otras en
kips. Conviene llevar billetes de dólares lo más pequeños posible (hay que tener en cuenta
que 50$ es un pastón para un laosiano), que no estén pintados, ni tengan roturas, ni sean
demasiado antiguos. Poco a poco, comienzan a aceptar los euros, aunque todavía no tienen
claro el tipo de cambio que deben aplicarle.
A la hora convenida, los 2 microbuses, bien abastecidos de botellas de agua, nos
recogen y comenzamos la visita de la ciudad y de sus principales templos budistas (hay más
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de 50). En primer lugar vamos al templo de Wat Visoun, también llamado Wat Wisunalat.
Lo más destacado de este templo es una estupa del siglo XVI, que posee una cúpula
semiesférica que asemeja una sandía, y que recibe el nombre de That Makmo (en el idioma
lao, makmo significa sandía). En su interior albergaba cientos de pequeños budas de metal y
de cristal que fueron robados por los chinos en el siglo XIX; los que consiguieron salvarse
se exponen en el Museo Nacional. Un joven monje budista observa curioso al grupo
mientras nos dan las pertinentes explicaciones. La entrada cuesta 10.000 kips (1$). El
templo ha sufrido varias remodelaciones, pero conserva su diseño original.
Al lado de este templo se encuentra otro, llamado Wat Aham (el “Monasterio del
corazón abierto”), edificado en el siglo XIX, donde también cobran 1$ por entrar. El templo
está guardado por cuatro estatuas que representan a dos tigres y a dos guerreros, y las
paredes están totalmente recubiertas de frescos que representan escenas de la vida de
Buda. Es poco frecuentado por los turistas.
La ciudad se encuentra en la margen izquierda del Río Mekong (Nam Khong), y está
atravesada por un afluente de éste, el Río Khan (Nam Khan), junto al cual nos encontramos
ahora. Continuamos en los autobuses por una carretera que va paralela al río Khan hasta
llegar al lugar donde converge con el Mekong; aquí se encuentra el que posiblemente sea el
templo más bonito del país, el Wat Xieng Thong (“Templo de la ciudad dorada”), cuya
construcción comenzó en 1559 y finalizó en 1960, vamos, que lo hicieron a ritmo laosiano.
Llama la atención su impresionante tejado escalonado, sus doradas fachadas repujadas y
sus murales hechos con trozos de cristales de diversos colores representando el árbol de
la vida o las escenas de la vida de Buda. En su interior se guarda un majestuoso carruaje
funerario, dorado, tirado por una serpiente de siete cabezas. Como suele ser habitual en
los templos budistas laosianos, alrededor del templo principal hay un conglomerado de
estupas, tronos, pequeños edificios y jardines, también de gran belleza; incluso vemos un
pequeño astillero en el que están construyendo o reparando canoas de madera. Hay
estatuas de Buda de todos los tamaños y colores, por todas partes. La entrada cuesta
5.000 kips (0,5$).
Aquí nos dejaron los autobuses y ya seguimos la visita a pie, a veces escuchando al
guía y a veces pasando de él y yendo a nuestra bola, que eso de las visitas guiadas no nos
gusta mucho.
Nos acercamos a algo parecido a un bar, un lugar donde una familia laosiana (sólo
había mujeres y niñas) estaba preparando pinchitos para su venta posterior, mientras una
de las niñas tocaba una especia de xilófono de madera. Sólo hablaban laosiano, pero nos
entendimos por señas. Son superhospitalarios, siempre sonríen. Seguimos paseando por la
calle principal de la ciudad, llamada Thanon Sakkarine, en la que vemos casas con una
curiosa arquitectura; mientras las plantas tienen una estructura claramente colonial
francesa (LAOS fue colonia francesa hasta su independencia en 1949), los tejados son
laosianos, laosianos. Nos desviamos por una calle a la derecha y visitamos otro templo, el
Wat Sop. Los templos son muy bonitos, aunque su estructura arquitectónica es similar, por
lo que, poco a poco, nos da la impresión de estar viendo más de lo mismo. Este fue
construido a comienzos del siglo XVI y, como casi todos, también se encuentra rodeado de
estupas, templetes, budas, dormitorios de los monjes, etc.
Este templo es un lugar ideal para observar la vida austera que llevan los monjes
budistas, que además están deseando hablar con los turistas para practicar inglés y
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conocer nuestro modo de vida. Vestidos con una simple túnica de color azafrán y unas
chanclas, sonríen al ser fotografiados, hablan sin levantar la voz, no se exaltan con nada y
transmiten una enorme sensación de tranquilidad sólo con sus sonrisas, su ingenuidad y sus
miradas. La mayoría son muy jóvenes, casi niños, y son encantadores. Se lo pasan bomba
cuando les enseñamos las fotos que acabamos de hacerles. En el fondo son niños y quieren
jugar, pero con la dura vida ascética que llevan no tendrán muchas ocasiones. Eso sí, ponen
mucho cuidado en que ninguna mujer los toque; pueden hablar con ellas, pero no pueden
tocarlas ni ser tocados por una mujer. Por cierto, no vemos a ninguna mujer monje. Muchas
familias optan por meter a sus hijos a monjes porque así les garantizan algo de comida,
protección y educación. Los chavales nos cuentan que se levantan a las 4 de la mañana para
meditar y orar. A las 6 salen a recibir su ración de comida de manos de los lugareños, ya
que no pueden comprarla porque no tienen dinero; la comida consiste, básicamente, en arroz
hervido. Luego comen algo y estudian. A las 12 de la mañana deben hacer la última comida
del día. Por la tarde se dedican a limpiar los templos en los que habitan y a descansar o a
charlar con los turistas, y a las 10 de la noche, después de meditar otra vez, se van a la
cama. Pese a la rígida austeridad, son verdaderos privilegiados, teniendo en cuenta cómo
está por aquí el patio, ya que reciben educación, incluso universitaria. Por supuesto, también
les instruyen en las enseñanzas del budismo therevada. Si quisieran podrían ser monjes el
resto de sus vidas, pero la austeridad es tal que la mayoría no puede soportarla y abandona.
Nos despedimos de los niños-monje, que nos sonríen una vez más, y volvemos a la
calle principal. De inmediato, nos encontramos con otro templo: Wat Sene, también
conocido como el Templo del Patriarca. Sene significa en laosiano 100.000 kips, y esta es la
cantidad que costó construir el templo en 1714. Fue restaurado en 1957 para conmemorar
que Buda había nacido 2.500 años antes; los monjes colaboraron en la restauración. Aquí
también tenemos ocasión de hablar con varios niños monje, que están encantados de
conocernos y departir un rato con nosotros. Por supuesto, no faltan las estupas, los
templetes y los budas, entre los que destaca uno grande de color rosa.
Uno de los espectáculos más bonitos de la ciudad, es contemplar la puesta de sol
sobre el Río Mekong desde lo alto de la Colina Phou Si. La entrada a la colina cuesta 8.000
kips (0,8$). Iniciamos el ascenso por un camino bien marcado, con escalones, y por el camino
vemos cientos de budas dorados, de todos los tamaños y en diversas posiciones: de pie,
recostados, en la posición del loto, en un pedestal, en una hoquedad de la roca, delgados,
gordos, en solitario, rodeados de acólitos,… Poco a poco, vamos ganando altura y
disfrutamos de la panorámica que nos brindan, primero el Río Khan y luego el Río Mekong,
así como la selva por la que discurre serpenteante. Al fondo, totalmente dorado y rodeado
de una exuberante vegetación, destaca la silueta del templo Wat Phol Phao. Conforme
vamos subiendo, disponemos de una visión mayor de la ciudad, repleta de vegetación, de sus
casas, de sus templos,… incluso hay restos de cañones que sirven para que los niños jueguen.
Durante la subida, pasamos por un templo en el que hay monjes meditando y recitando sus
mantras. Finalmente, llegamos a la cima, donde hay un pequeño mirador que está repleto de
farangs (así es como aquí llaman cariñosamente a los turistas). También se encuentra el
pequeño templo de Wat Chom Si, edificado en 1804. Desde aquí hay una impresionante
vista de los alrededores y del Museo Nacional que está justo debajo; la subida, que salva
un desnivel de 100 m., cuesta un poco pero merece la pena. Justo al ponerse el sol, algunos
laosianos que se encuentran en la cima, y que llevan unas pequeñas jaulas de mimbre con un
pajarito dentro, abren las puertas para que los pájaros puedan recuperar su libertad.
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Bajamos por un camino escalonado, más rápido pero más empinado, que nos lleva
hasta la calle principal, que en esta zona cambia su nombre por el de Thanon Sisavangvong.
Aquí, todos los días, al atardecer, colocan un colorido Mercado nocturno, lleno de puestos
ambulantes en los que se vende artesanía, camisetas, pañuelos, tapices, babuchas, telas,
productos manufacturados y todo lo que un guiri pueda desear; la mercancia se exhibe en el
suelo, sobre unos plásticos. El mercado se instaló por primera vez a finales de 2002, cuando
unos pocos artesanos de la etnia h’mong montaron unos tenderetes para ofrecer sus
productos a los turistas; el éxito fue tal, que el mercado se mantiene hasta hoy y los
tenderetes ya superan la centena. El mercado se instala alrededor de las cinco de la tarde,
y se recoge a eso de las diez de la noche. Lamentablemente, cada vez se exponen más
productos chinos y vietnamitas, aunque también se vende bastante artesanía local. Se debe
regatear, pues es la costumbre local, aunque algunas cosas son tan baratas que da un poco
de reparo; hay que ser comedidos en el regateo porque tampoco te piden cantidades
exageradas. Casi todas las personas que atienden los puestos son mujeres, muchas de las
cuales son analfabetas y no saben contar bien. Sería una inmoralidad aprovecharse de ellas.
Lo malo, es que entre tanta gente, puedes encontrarte con alguien que intente endosarte
dólares falsos… Hay que ser compresivos pero no tontos, y saber distinguir a una ínfima
minoría de sinvergüenzas de una inmensa mayoría de comerciantes honestos. Si hay un
pueblo en el mundo honrado, confiado e ingenuo, es el pueblo laosiano.
Aunque no compramos nada (¡acabamos de llegar!), hacemos algunas fotos, damos
una vuelta y curioseamos por el mercado. Al final del mismo nos están esperando los
autobuses y Víctor, el guía, nos dice que si queremos nos llevan al hotel o si preferimos nos
quedamos por aquí y luego volvemos en un Tuk-Tuk, ya que el hotel está a unos 3 km. De la
ciudad. Como estamos muy cansados porque hemos caminado bastante y pasado mucho
calor, optamos por volver al hotel porque estamos locos por pillar una ducha. Al llegar,
compramos un par de cervezasbien frías de la marca Lao, en una tienda que está enfrente
del hotel, y nos las tomamos en la habitación. Ya tenemos electricidad, pero no hay agua
caliente en la ducha, aunque tampoco es que se apetezca. Lavamos algunos calcetines y
blusas y los tendemos en la habitación.
Un poco más tarde, ya más fresquitos, salimos a cenar en el restaurante que está al
lado del hotel, en el que almorzamos al llegar y, sin pretenderlo, entramos en un sorteo y
nos tocan un paraguas y dos jarras de cerveza Carlsberg. Lo curioso es que en el sorteo
entramos los que hemos pedido cerveza Lao. La cena consistió en sopa de vegetales, pollo
frito y especiado, langostinos fritos con salsa de ostras (aunque no pusieron la salsa) y las
cervezas, todo por unos 8 dólares.
Después de cenar, nos acostamos. Hoy ha hecho mucho calor, pero nos ha encantado
esta ciudad y sus habitantes. Mañana más.
06/08/06, Domingo. LUANG PRABANG – RÍO MEKONG - CUEVAS PAK OU – SANG
HAI - LUANG PRABANG
Hemos dormido muy bien. Nos levantamos a las seis y media, desayunamos y subimos
al autobús. El cielo está encapotado, esta noche ha llovido, hace mucha humedad y persiste
el calor. Este brusco cambio de tiempo hace que Jose, como es habitual en él se haya
resfriado un poco.
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En primer lugar vamos al Antiguo Palacio Real, que es el actual Museo Nacional. Se
encuentra en la calle donde ponen el Mercado Nocturno, frente a la Colina Phou Si. Fue
construido entre 1904 y 1909 por el rey Sisavangvong, que le da nombre a la calle. Es un
edificio de gran belleza, aunque las piezas que alberga (instrumentos musicales, máscaras,
pinturas,…) no son nada del otro mundo. La familia real lo utilizó como residencia hasta
1975. Aunque no es un templo, antes de entrar en él hay que descalzarse. En las
dependencias reales no dejan hacer fotos.
En la misma calle, unos metros más adelante, se encuentra Wat Mai
Suwannaphumaham, más conocido como Wat Mai, que significa “templo nuevo”. Construido
en el siglo XVIII, las obras duraron 70 años, y fue restaurado en el siglo XIX. Tiene un
tejado escalonado en 5 alturas y unas paredes recubiertas con paneles dorados,
laboriosamente esculpidos con pasajes de la vida de Buda, que son impresionantes. Debido a
su belleza y a su céntrica ubicación, es uno de los templos más visitados de la ciudad.
En las cercanías del Río Mekong, han instalado un Mercado de verduras. Numerosas
mujeres y algunos hombres han puesto un plástico o una tela de 2 x 1 m. en el suelo, y sobre
él han colocado las pocas verduras que han recolectado en sus pequeños huertos, ya que el
80% de los laosianos vive (mejor dicho, sobrevive) de la agricultura de subsistencia. Apenas
si hay turistas, sólo laosianos que compran estas verduras (la mayoría son absolutamente
desconocidas para nosotros).
Nos dirigimos a una calle que discurre paralela al Río Mekong, una especie de “paseo
marítimo”, en el que abundan los restaurantes. Delante del Embarcadero, hay numerosos
Tuk-Tuks, el medio de transporte urbano más usado en LAOS (también en CAMBOYA y en
TAILANDIA) junto con la bicicleta; los hay de distintos tamaños y formas, y pueden
transportar desde 2 hasta un montón de personas (sentadas, de pie, amontonadas,
colgadas, agarradas como pueden,…). No tienen volante, sino un manillar, como los
motocarros. Un trayecto para dos personas dentro de la ciudad sale, como mucho, por 1
dólar, aunque hay que acordar el precio antes de subir, ya que no tienen taxímetro. En esta
zona hay diversos puestos ambulantes en los que venden comida, bebida, tabaco, etc., se
trata de puestos orientados hacia la población local y no hacia los farangs (turistas).
Vamos a visitar las Cuevas Pak Ou. El descenso hasta el embarcadero se hace por un
empinado caminito con algo de barro, por lo que hay que tener cuidado para no resbalarse;
luego hay que cruzar un tablón de madera de unos 4 metros de largo por 30 cm. de ancho,
que cimbrea cada vez que alguien pasa por él. Un amable marinero improvisa una barandilla
con una caña de bambú: un extremo lo posa en el barro y el otro lo sostiene él con la mano.
Finalmente conseguimos embarcar todos sin que nadie se caiga al río. Es un barco de
madera, largo, amplio, muy limpio, con asientos cómodos, tipo butaca, techado aunque los
laterales están abiertos para poder ver el panorama, y además sólo vamos nuestro grupo,
sin más pasajeros. Sólo hay asientos en la mitad delantera, la trasera está pensada para
quienes prefieren ir de pie, asomándose a ambos lados por las ventanas. Al fondo del barco
hay un mueble bar con numerosas botellas.
El trayecto dura un par de horas y es una maravilla, disfrutando de lo lindo viendo
los numerosos barcos utilizados como viviendas (algunas tienen hasta macetas con plantas),
pescadores que usan unas canoas más pequeñas, unas lanchas que van muy rápidas y cuyos
pasajeros llevan puestos ¡¡¡cascos de moto!!! También observamos algunas viviendas de
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madera y bambú que flotan en el río, amarradas a la ribera, algunos palafitos,… Las dos
horas de recorrido se nos pasan enseguida mientras las cámaras de fotos echan humo.
Finalmente, llegamos a las Cuevas Pak Ou, que se encuentran horadadas en un alto
acantilado sobre el Río Mekong, y a las que sólo se puede acceder por el río o rapelando
desde la cima del acantilado. Ha comenzado a llover. Para llegar a las cuevas, hay que
ascender unos metros por un camino excavado en las rocas. La entrada cuesta 8.000 kips
(0,8$). En estas cuevas hay más de 1.000 figuras representando a Buda, de todas las
formas, materiales, tamaños (la mayoría son pequeñas) y colores. Bastantes están rotos o
mutilados porque han sido traídos por sus propietarios ya que no se deben tirar las figuras
que representan a Buda. Estas estatuas han sido colocadas aquí durante más de tres siglos,
y son frecuentes las peregrinaciones de creyentes a este lugar, para ellos sagrado. La única
luz que tienen las cuevas es la que procede del río, ya que no hay luz eléctrica, pero es
suficiente, además, un poquito de penumbra contribuye a crear el clima adecuado para ver
los Budas.
Tras esta interesante visita, que nos ha gustado mucho, vamos a comer a un
restaurante que está justo enfrente, en la otra orilla del río. La comida está exquisita y es
muy barata; además, nos permite charlar con algunos de los miembros del grupo, que hasta
ahora estamos yendo muy de por libre y no estamos teniendo mucho contacto con ellos.
Con el estómago lleno, volvemos a embarcar. Por cierto, el embarcadero es una
plataforma flotante de unos 10 x 2,5 m., hecha de bambú, a la que se engancha el barco.
Desde aquí parte una pasarela de madera de 4 x 1 m. que lleva a tierra firme (mejor dicho,
a barro firme); eso sí, una endeble barandilla de bambú permite cruzar la pasarela con más
seguridad. Por fortuna, ningún miembro del grupo se cae al agua.
Vamos ahora a SANG HAI (nada que ver con la metrópolis china), donde llueve a
mares. Se trata de un pequeño poblado situado a orillas del Río Mekong, famoso porque
destilan un licor de arroz que luego meten en botellas con escorpiones, lagartos o
serpientes; este licor se llama Lao-Lao. En realidad el poblado no es más que un grupo de
tenderetes donde venden productos para guiris, que parecen “Made in China” (¿de dónde
van a ser si el pueblo se llama Sang Hai), incluso hay dos que tienen aire acondicionado Eso
sí, los tropecientos mil niños que salen de todos los rincones son encantadores y no
podemos resistirnos a darles algunos globos que aceptan encantados y a jugar con ellos.
Nunca damos a los niños dinero ni cosas que puedan serle de utilidad a sus padres, porque
cabe el riesgo de que los padres saquen a los niños del colegio y los pongan a mendigar;
tampoco les damos caramelos porque las condiciones bucodentales de los niños no existen,
así que nos limitamos a darles unos globitos con los que podrán jugar un rato, hasta que se
les pinchen; además, los compramos biodegradables, para que no contaminen el entorno.
Este poblado pertenece a la etnia h’mong (se pronuncia “jamón”). No nos gusta esta visita
porque resulta demasiado comercial, los habitantes de este poblado han abandonado sus
tradiciones para poner un mercadillo guiri. Por supuesto, están en su derecho de salir de la
pobreza y conseguirse unos dólares extras que les permitan tener una mayor calidad de
vida, pero creemos que el turismo debe ser sostenible y que no debe cargarse las
tradiciones ancestrales de la población local. Una cosa es visitar estas poblaciones para
conocer sus costumbres y hábitos de vida, y que ellos conozcan las nuestras y
proporcionarles alguna ayuda económica que mejore sus condiciones de vida, y otra es
“colonizarlos” y transformarlos en comerciantes que nos ven como monederos con patas.
Nosotros nos limitamos a sacarles fotos y ellos a sacarnos dólares. Esto no nos gusta. A
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Víctor, el guía de Años-Luz tampoco y le reprocha a Tou, el guía local, que nos haya traído
aquí. De hecho, hay prevista una segunda visita, al poblado de PAHNOM, pero como va a ser
más de lo mismo, Víctor propone saltarnos esta visita y regresar a LUANG PRABANG, algo
que el grupo acepta por unanimidad.
Al llegar a LUANG PRABANG, deja de llover, qué bien. El grupo se separa y
continuamos por nuestra cuenta la vista a esta cautivadora ciudad. Entramos en un cibercafé y, mientras nos descargan las fotos de la cámara y nos las pasan a CDs, Lola aprovecha
para escribir parte del blog, aunque sin eñes y sin tildes. También nos tomamos unas
cervecitas fresquitas.
Cuando terminamos, y como todavía queda luz, seguimos visitando templos. En
primer lugar vamos al Wat Choum Khong, cuya construcción finalizó en 1843; fue
restaurado en la primera mitad del siglo XX y su decoración fue rehecha completamente en
1962. Su nombre significa “Templo con el corazón de un gong”. Luego vamos al Wat Xieng
Mouane, edificado a mediados del siglo XIX, donde mantenemos una agradablae
conversación con algunos jóvenes novicios, a cual más tímido, que nos cuentan algunas cosas
sobre su dura forma de vida. De aquí vamos al Wat Pa Phai (el “Templo del bosque de
bambú”); algunos historiadores sugieren que fue construido en 1645, pero otros retrasan
esta fecha hasta 1815. Como sucede con casi todos los templos de la ciudad, estos tres
también son preciosos y están ricamente ornamentados.
Tras estas visitas, volvemos a pasear por el Mercado Nocturno, que se encuentra
igual de animado que ayer; esta vez no podemos resistirnos y compramos algunas cosas,
aunque pocas porque ya no nos quedan paredes ni estantes libres en casa. Al inicio del
mercado, en una de las estrechas calles que parten en dirección al Río Mekong, se instala el
Mercado de Comidas: un auténtico restaurante popular al aire libre, con docenas de
puestos ambulantes de comida, ya preparada, o preparada al instante, en los que se mezclan
laosianos y turistas, los primeros para llevarse la comida ya cocinada a casa, y los segundos
para poder probar in situ las especialidades de la gastronomía local. En estos puestos se
puede comer por medio dólar, más barato imposible, y además auténtica comida autóctona y
artesanal. ¿Las condiciones higiénicas?... bueno, hay que evitar las ensaladas y productos
crudos, pero los guisos o las barbacoas de carne o de pescado huelen que alimentan;
también hay salchichas, bizcochos de numerosos sabores, etc. Aunque los vendedores
espantan a las moscas con unos plásticos atados a la punta de una caña, comerse medio pollo
recién asado en una barbacoa es algo bastante higiénico. De todas formas, este mercado no
es apto para personas demasiado aprensivas. Lástima que es temprano para cenar (para
nosotros, porque el resto de la humanidad cena a las seis) y aún no tenemos hambre.
Estamos cansados, por lo que decidimos ir al hotel, para ellos cogemos un Tuk-Tuk,
que en este caso no es más que una moto que lleva un carro adosado a un lateral. Tras un
pequeño regateo, concertamos el viaje en 1$, que es el precio habitual para un recorrido de
3-4 kilómetros. Apenas si cabemos en el carro, pero resulta divertidísimo.
Después de ducharnos, volvemos a cenar en el restaurante que está junto al hotel
por un total de 8 dólares. Esta vez no nos toca nada en el sorteo.
07/08/06, Lunes. LUANG PRABANG – POBLADO H’MONG - CASCADAS KOUANG SI
– LUANG PRABANG
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Esta noche nos hemos enterado bien de lo que son las lluvias monzónicas. Ha caído
un auténtico diluvio. Nos despertamos a las 5 de la mañana para ir a ver la ofrenda popular
de comida a los monjes que se celebra todos los días a las 6, pero como llueve tanto nos
quedamos en la cama pensando que nadie en su sano juicio va a ir con la que está cayendo.
Nos levantamos a las 8 y, mientras desayunamos solos, aparece el resto del grupo que sí que
había ido a presenciar este ritual, mientras se burlaba de nosotros por tenerle miedo a
“cuatro gotas”; es que los de CÁDIZ en cuanto vemos una nube oscura nos quedamos en
casa. Bueno, mañana lo intentaremos.
En un autobús grande, vamos a conocer las CASCADAS KOUANG SI, aunque un
poco antes de llegar paramos en un POBLADO de la minoría étnica H’MONG (se pronuncia
“jamón”, como el que tanto echamos de menos cuando viajamos). Tardamos 1 hora en
recorrer 30 km., debido a la lluvia y a lo mal que están las carreteras. Este poblado no es
tan guiri como el de ayer, pero le falta poco: es evidente que la mayoría de los turistas que
van a visitar las cascadas paran aquí, por eso tienen sus puestos de artesanía y bisutería
preparados, pero no nos parece tan comercial. Al principio hay sólo 4 niños, a los que
regalamos unos globitos biodegradables que hemos traído de casa; 20 segundos más tarde,
estamos rodeados por docenas de niños que salen de todos los rincones. Repartimos toda la
bolsa de globos que tenemos y aún así no tenemos suficiente para todos. Son encantadores
y les hacemos muchas fotos, algo que les encanta, sobre todo verlas después en la pantalla
de la cámara, es que se mean de risa. Algunas niñas, de no más de cuatro o cinco años, están
todo el día cargando en brazos a un hermano que no llega al año de vida; con él a cuestas
corren, saltan, juegan,… es duro verlo, pero es así como viven. El poblado está en cuesta y,
con la lluvia, se ha convertido en un barrizal. Los niños h’mong (y los adultos) corren
descalzos sin resbalarse, pero a nosotros nos cuesta la misma vida caminar sin caernos, de
hecho, los niños están a la espera de que algún turista se caiga para descojonarse, pero
aguantamos el tirón con dignidad y ninguno de nosotros se cae en la subida… otra cosa será
la bajada. En uno de los puestos compramos unas pulseritas. Nos impacta ver en una choza,
en la que hay niños jugando, a un señor fumando opio junto a ellos, como si fuese la cosa
más natural del mundo.
Después de esta visita pasada por agua, regresamos al autobús y continuamos el
camino por una carretera asfaltada, estrecha y sin arcén. En una curva vemos... ¡¡¡un
elefante!!!, bueno, en realidad es una elefanta. Le decimos al conductor que pare y nos
acercamos a verla. Se encuentra junto a unas chozas en las que seguramente viven sus
amos, que deben utilizarla para labores de carga y arrastre. Aunque está suelta, a su lado
hay una cadena que delata que suelen amarrarla. Permanece quieta y se nota que está
triste. El dueño nos vende algunos plátanos muy baratos para que la alimentemos, bueno, al
menos así comerá algo hoy. Nos da mucha pena porque tiene una mirada muy triste.
Seguimos y pasamos por una zona en la que están cultivando arroz, utilizando la
técnica de las bancadas: escalones perfectamente planos, construidos sobre un terreno
inclinado, para así evitar que se pierda el agua que necesita el arrozal.
Finalmente, llegamos a nuestro destino, las CASCADAS KOUANG SI. Tenemos que
pagar 15.000 kips (1,5$) para entrar. Subimos una pequeña cuesta y llegamos a una zona de
pic-nic, en la que es posible bañarse. Aunque la lluvia ha amainado, ha caído tanta agua que
cada vez hay más barro y el terreno está resbaladizo. Hay que caminar un poco más para
llegar a las cascadas, pero el tiempo no acompaña y se ven feas y descoloridas; para colmo,
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las pocas fotos que hacemos no nos salen bien, por lo que no tenemos ninguna foto de las
cascadas. Mira por donde, ya tenemos una excusa para volver en otra ocasión en la que no
llueva tanto. En unas tiendas, compramos un par de camisetas muy chulas por 2$ cada una,
una preciosa máscara de madera representando a un elefante tricéfalo, que nos cuesta 3$
y algunas fundas para cojines a 1$ la unidad. Se debe regatear, porque forma parte de la
tradición local, pero con precios tan baratos apenas si lo hacemos. Deja de llover.
De nuevo en el autobús, regresamos a nuestro hotel en LUANG PRABANG. En lugar
de comer en el restaurante que está al lado, vamos a otro que está enfrente para variar;
allí coincidimos con algunos integrantes del grupo. Este restaurante no es tan bueno:
pedimos una botella de agua y nos la traen abierta, por lo que tenemos que devolverla y
pedirles que nos traigan otra cerrada, no sea que la hayan rellenado con agua del grifo y nos
tiremos tres días con diarreas; Jose pide unos rollitos de primavera, pero le traen pollo al
curry y leche de coco “porque se han terminado los rollitos, sorry, mister”; en lugar de
decirlo y preguntar qué otra cosa queremos, ellos deciden lo que tenemos que comer, eso sí,
siempre con una tierna y agradable sonrisa de oreja de oreja que te deja la duda de si lo
hacen porque temen ofenderte si te dicen que se les ha acabado un plato (lo más probable
es que sea por esta causa) o es que se están quedando contigo. En cualquier caso, el pollo
está exquisito. La comida de los dos nos cuesta 7$. Cruzamos la carretera y vamos al hotel,
a descansar un poco y a cambiarnos de ropa porque con la lluvia nos hemos mojado;
aprovechamos para picotear unos frutos secos y unos rambutanes, la rica fruta que hemos
descubierto aquí.
Un poco más tarde, salimos del hotel, paramos un Tuk-Tuk que pasa y le pedimos que
nos lleve al centro de la ciudad por 1$ (precio fijo vayas donde vayas; está bien, es barato y
no tienes que preocuparte por cuánto te va a costar el transporte. Si te piden más, le dices
que no, que 1$ o nada, y del tirón aceptan, sin discutir; seguramente a la población local le
cobran menos, pero bueno…).
Damos un paseo por la ciudad, que está formada por tres avenidas anchas y largas,
con muchísima vegetación. En un puesto en el que venden cosas hechas de mimbre, Lola se
compra un sombrero como el que usan ellos, de forma cónica, por 1$, pero le dura 3 minutos
porque tiene un casquete para encajarlo en la cabeza y le aprieta como un silicio, así que lo
dejamos sobre una tapia. A los pocos segundos, pasa un señor, lo coge y hace el intento de
llevárselo, pero al ver que lo estamos observando, se corta y vuelve a dejarlo sobre la tapia.
Desde lejos, por señas, le indicamos que se lo lleve, que es un regalo, así que sonríe y se lo
lleva muy contento.
Al comienzo de la calle principal, donde se va a instalar en breve el Mercado
Nocturno, hay algunos puestos ambulantes de CDs de música a cual más hortera, y además
tienen el sonido muy fuerte y se cargan la agradable quietud que reina en esta ciudad. Casi
al lado, se encuentra el Mercado de Comidas, en el que estuvimos anoche. Los puestos son
los mismos, con la misma variedad de comidas preparadas, algunas con una pinta que
alimentan sólo con verlas, y sin guiris ya que todavía es un poco temprano. Aprovechamos
para hacer fotos; a los vendedores les encanta y muchos incluso posan. Hay un puesto de
bizcochos y pasteles de frutas (melón, limón, coco, naranja, plátano, manzana, zanahoria,…)
que nos hace la boca agua.
Al final de este mercado, cerca del río Mekong, se alza el monasterio Wat Phoun
Xai, que tiene unos bonitos murales en su fachada principal. Por esta zona y por la ribera
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del río, hay algunos puestos ambulantes en los que se vende verdura, fruta, ropa, etc. Es un
mercadillo dirigido a la población local.
Caminamos sin rumbo, paseando tranquilamente, disfrutando del enorme sosiego que
reina en esta ciudad; sin darnos cuenta, llegamos de nuevo al Wat Mai, que vimos ayer, y no
podemos resistirnos a sacarle más fotos, dada su espectacular belleza. En el interior del
templo vemos a los monjes realizando una ceremonia budista. Luego, regresamos a la calle
principal, donde ya están instalando el Mercado Nocturno, y visitamos nuevamente el Wat
Pa Phay, donde también hay monjes orando y recitando sus mantras.
Entramos en un ciber-café para descargarnos las fotos y para que Lola escriba
parte del blog; mientras tanto, nos sentamos en la terracita del ciber a tomarnos unas Beer
Lao, la cerveza nacional. Mientras nos las tomamos se acercan algunos pedigüeños y varios
vendedores de abalorios.
Al anochecer, cogemos un Tuk-Tuk (por 1$) que nos lleva hasta el hotel. Nos
duchamos y, cuando salimos a cenar, comprobamos que están los restaurantes cerrados, por
lo que compramos cervezas y patatas fritas en una tienda y nos comemos en la habitación
algunas de las latas de conserva que hemos traído desde casa para estos casos. Mañana
toca madrugar.
08/08/06, Martes. LUANG PRABANG – POBLADO KHMU – PHOU KHOUN – RÍO
NAM SONG – VANG VIENG
Debido a la lluvia, ayer no pudimos contemplar la ceremonia de ofrenda popular de
comida a los monjes, y hoy nos marchamos de esta extraordinaria ciudad que tanto nos ha
impactado, conque disponemos de nuestra última oportunidad de presenciarla. El guía nos ha
dicho que tenemos que estar listos para partir a las 8, así que nos levantamos a las 5 de la
mañana (ya ha amanecido) y, tras dejar las maletas preparadas, salimos sin desayunar en
busca de un Tuk-Tuk que nos lleve al centro. Curiosamente, siempre aparece alguno cuando
estamos saliendo del hotel. Coincidimos con Gustavo y Luismi, otros dos integrantes del
grupo que tienen las mismas intenciones que nosotros, así que compartimos vehículo
después del consabido, aunque corto, regateo con el tuk-tukero.
Una vez en la calle principal, nos separamos de ellos y enseguida nos encontramos
con una fila de docenas y docenas de monjes, que caminan descalzos, en absoluto silencio,
uno detrás de otro, vestidos únicamente con sus túnicas de color azafrán y una cinta que
llevan atada a la cintura, que a veces es anarajanda y a veces amarilla. Todos llevan colgada
del hombro derecho una vasija que puede ser metálica o de cerámica. Los monjes no tienen
dinero, viven de la caridad y, diariamente, al amanecer, salen todos juntos a pedir comida,
eso sí, de una forma solemne y con absoluta dignidad.
El ritual de la ofrenda alimenticia se desarrolla de la siguiente forma: tanto en la
calle principal como en algunas secundarias, muchas mujeres laosianas se ponen de rodillas o
sentadas en una pequeña banqueta, descalzas, solas o una a continuación de otra, mientras
los monjes van pasando en fila india. Las mujeres adoptan estas posiciones porque no
pueden permanecer a un nivel superior al de los monjes, si alguna de ellas permanece de pie
(siempre se trata de una turista que no conoce esta circunstancia) los monjes pasan de
largo y no aceptan su ofrenda. Cada mujer tiene una vasija con comida (la mayoría de las
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veces, arroz cocido, sin más), preparada por ellas mismas y van echando un puñadito en las
vasijas que portan los monjes, según van pasando. Cuando terminan el recorrido, los monjes
regresan a sus templos y lo que les han echado en sus vasijas es lo que comen (una parte
para desayunar y el resto al mediodía). ¿Y qué es lo que se encuentran los monjes en sus
vasijas?: una mezcla de puñaditos de comida, que les han echado las mujeres laosianas con
las manos; y eso es lo que tienen para comer todo el día. La mayoría de las mujeres les da
arroz, porque son muy pobres y no pueden permitirse ofrecerles algo más sustancioso,
aunque algunas les dan pan o unas hojitas que envuelven algo que no sabemos qué es. Ni que
decir tiene que las condiciones higiénicas son nulas, que cuando se comen la comida ya está
fría, y que todos los monjes están muy delgados. Aunque son menos, algunos hombres
también les ofrecen comida; en este caso no tienen que arrodillarse, pero sí deben
descalzarse. Los turistas también pueden participar de esta ceremonia, ya que hay mujeres
que venden vasijas de mimbre con alrededor de medio kilo de arroz hervido por 5.000 kips
(0,5$); les compras una y te pones de rodillas, si eres mujer, o de pie (pero descalzo) si
eres hombre, y le das un puñadito de arroz a cada uno conforme van pasando. Hay cientos
de monjes, repartidos por los 34 templos que hay en la ciudad, y todos se alimentan
exclusivamente de esta manera. Durante la ceremonia, muchos turistas se apostan en los
alrededores para hacer fotos o filmar con sus cámaras de video.
Lola compra una de estas vasijas de mimbre con arroz y se coloca de rodillas en la
calle (aunque se le olvida descalzarse). Además, lleva unas galletas que compramos ayer
para la ocasión. Al principio dudamos, ya que nos parecía una turistada, pero luego pensamos
que era la costumbre local y que debíamos respetarla y contribuir a paliar el hambre de los
monjes. Cuando pasan los monjes en fila india por delante de ella, levantan la tapa de su
vasija, Lola mete dentro un puñadito de arroz y vuelven a cerrar la tapa. Cuando Lola
intenta darles galletas, los mayores no levantan la tapa y las rechazan, en cambio los más
pequeños (no tendrán más de 6 ó 7 años) sí que las levantan con disimulo para recibir sus
galletas. Pobrecillos, que dieta tan pobre y tan rutinaria. No deben pasar hambre porque
llevan las vasijas llenas, pero alimentarse un día tras otro exclusivamente a base de arroz
hervido manoseado por docenas de manos, algo de pan, y lo que quiera que haya dentro de
esas hojas, no debe ser una dieta muy equilibrada. Y pensar que la mayoría de los padres
meten a sus hijos a monjes para que así, al menos, puedan comer algo… No nos extraña que,
después de unos años, casi todos abandonen la vida monástica. Y eso que hoy no llueve,
porque ayer tuvieron que hacer esto mismo bajo un chaparrón.
En una esquina, las mujeres que venden el arroz a los turistas, se reúnen para
repartir beneficios. Todas llevan un palo al hombro, de cuyos extremos cuelgan sendas
canastas donde llevan la comida.
Impactados por este singular ritual que acabamos de vivir, damos un paseo por la
ribera del Río Mekong y también por la del Río Khan, así como por el resto de la ciudad que
está todavía más tranquila de lo habitual, ya que está comenzando a despertarse. Luego
cogemos el consabido Tuk-Tuk que nos lleva al hotel, donde desayunamos zumo, tortilla,
tostadas con mantequilla, té y fruta. Y pensar que los pobres monjes están ahora comiendo
arroz manoseado, ¡qué remordimientos tenemos!
Bajamos las maletas y subimos al autobús (las jarras de Carlsberg que nos tocaron
en el restaurante, las dejamos en la habitación porque pesan mucho y todavía tenemos
mucho viaje por delante). Hoy vamos hasta VANG VIENG, aunque viendo cosas por el
camino. Tenemos por delante 250 km. de carreteras de montaña, aunque aquí no se miden
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las distancias en kilómetros, sino en tiempo, porque nunca sabes qué te vas a encontrar ni
en qué estado. La carretera (es la número 13) es muy bonita, con infinidad de árboles y
bellos paisajes, que podemos disfrutar hasta la saciedad, ya que debido al aire
acondicionado, al autobús le cuesta la misma vida subir las cuestas. A este conductor no le
quitarán ningún punto por exceso de velocidad. En Tuk-Tuk ya habríamos llegado. En fin,
como diría Luismi, uno de los integrantes del grupo: esto es lo que tiene…
Junto a la carretera aparecen, dispersos, varios POBLADOS KHMU, otra de las
minorías étnicas que pueblan esta zona. Son grupos de chozas hechas con palos, cuyas
paredes son de mimbre entretejido y el techo de plaza; suelen emplazarse sobre una
plataforma, a modo de palafito, para nivelarlas, ya que el terreno está en cuesta. Paramos
en uno de ellos y bajamos a echar un vistazo. De inmediato, aparecen de la nada docenas de
niños que, aunque no se ven desnutridos, sí que van descalzos y sucios; además, están
tristes, les cuesta sonreir, nada que ver con los niños del poblado h’mong que visitamos
antes de ayer. Intentamos comunicarnos con ellos, les hacemos algunas fotos, pero no
conseguimos que nos acepten. Nos miran con curiosidad, pero no muestran interés en jugar
con nosotros ni en conocernos. Lo de visitar poblados puede parecer una guirada, pero lo
cierto es que para nosotros resulta muy instructivos conocer in situ la forma de vida de
estas culturas y para ellos, especialmente para los niños, supone unos minutos de diversión
y de risas, ya que nos ven muy raros y, además, les encanta contemplarse en el visor de la
cámara después de hacerles una foto. ¿Qué pensarán de nuestra forma de actuar, de vestir
y de hablar? También aquí es habitual que las niñas pequeñas lleven a la espalda a sus
hermanos menores. Eso sí, la mayoría de las chozas tenían antenas parabólicas. Junto a la
carretera, hay unos grifos de agua en los que algunos niños pequeñísimos se están lavando
ellos solos, nadie los vigila a pesar de que a un par de metros están pasando camiones, pero
no les pasa nada.
Volvemos al autobús y continuamos la ruta por esta carretera llena de curvas y de
cuestas. Al llegar a PHOU KHOUN, hacemos una parada, para ir al baño, estirar las piernas
y tomar una cerveza. Esta pequeña localidad se encuentra en un cruce de carreteras y su
único atractivo es un colorido Mercado local, que se instala diariamente, en el que se vende
sobre todo comida: verduras, frutas, carnes,… Estamos en pleno corazón del LAOS rural,
del LAOS profundo, y no hay ni un guiri en los alrededores (excepto nosotros, claro).
Más adelante, volvemos a hacer una parada en un restaurante local para comer:
noodles, arroz, cerveza,.. Se come bien en este país. El tramo final del viaje lo vamos a
hacer en canoa, navegando por el Río Nam Song; para ello, el autobús se para en un recodo
de la carretera, y vamos caminando, bajando hasta el río. El equipaje se queda en el
autobús. Tenemos que cruzar un brazo del río por un inestable y estrecho puente de bambú,
cuyas barandillas son dos cuerdas a las que hay que agarrarse con fuerza porque el puente
se mueve bastante.
Finalmente, llegamos al Río Nam Song, donde nos esperan unas largas canoas de
madera. En cada una se sientan dos guiris, que llevan el culo por debajo del nivel del agua, y
un conductor local que va detrás, de pie, para no mojarse el culo porque de vez en cuando
entra agua en la canoa. Las canoas son impulsadas por un motor fuera borda y nos dan a
cada uno un chaleco salvavidas por lo que pueda pasar. El trayecto dura unos 45 minutos y
nos permite disfrutar de un precioso paisaje. Pasamos por debajo de un largo y alto puente
colgante, hecho con cuerdas y cañas, por el que cruzan los lugareños con gran habilidad. En
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algunos tramos del río hay algunos rápidos, aunque no pasan de nivel 3, que los conductores
de las canoas sortean sin problemas.
Al acercarnos a VANG VIENG, comenzamos a ver cosas que no nos gustan nada: han
instalado junto al río unos bares de madera en los que numerosos adolescentes
occidentales, que van hasta el culo de Beer Lao, de Lao-Lao o de drogas, se divierten
mientras suena de fondo una fuerte música bacalao, que rompe totalmente el encanto del
lugar. También realizan actividades como hacer “tubing” (flotar en el río sentado en una
llanta de camión y dejar que la corriente te lleve) o “jumping” (tirarte al río usando una
cuerda como columpio). Esta bien que la gente se divierta, pero ¿es necesario que hagan
tanto ruido, que pongan la música tan fuerte, que griten tanto?, ¿no se dan cuenta de que
estamos en plena selva, y que los sonidos que hay que escuchar deben ser los de la
Naturaleza?, ¿por qué no respetan las tradiciones y cultura locales?, ¿por qué recorren
miles de kilómetros para venir hasta aquí para luego intentar sentirse como en casa? Esto
es lo que se llama TURISMO INSOSTENIBLE. Todos los años mueren ahogados varios
turistas ya que se meten en el río borrachos o drogados.
Finalmente, llegamos a VANG VIENG (VANG VIANG), y desembarcamos muy cerca
de nuestro hotel, que está a orillas del río. Al parecer, a todas las canoas les ha entrado
agua excepto a la nuestra. El hotel está formado por bungalows de madera, rodeados de
una exuberante vegetación y totalmente integrado en el entorno. Además, no se escucha
música estridente. Nuestro autobús ya ha llegado, llevamos el equipaje al bungalow y nos
vamos a la terraza que tiene junto al río a tomarnos una cerveza. Hay una preciosa vista del
río y de las colinas cársticas de los alrededores. Algunos miembros del grupo, entre ellos
Lola, deciden darse un chapuzón. Aunque el agua apenas si llega a las rodillas, la corriente
es fuerte y los numerosos cantos que hay en el fondo hacen que sea fácil caerse. Lola se
lleva un susto porque no es capaz de mantener el equilibrio y teme que la corriente la
arrastre, afortunadamente, junto a ella se encuentra Enrique, un valeroso guiri que le da la
mano y la ayuda a salir. Jose, mientras tanto, contempla divertido la escena desde la
terracita, sacando fotos. Lola se cabrea porque se ha llevado un fuerte susto y todo el
mundo se la toma a guasa. Eso sí, vemos un precioso atardecer.
Un poco más tarde, comienza a llover, por lo que nos vamos al bungalow a ducharnos
y cambiarnos. Escampa enseguida y regresamos a la terracita a cenar. Víctor, el guía, se une
a nosotros y cenamos juntos.
09/08/06, Miércoles. VANG VIENG – CUEVA THAM JANG – VANG SANG MERCADO H’MONG - VIENTIÁN
Aunque pusimos el despertador a las seis y media, no nos levantamos hasta las ocho,
de lo cansados que estamos. Desayunamos rápido y nos vamos a dar una vuelta por VANG
VIENG (25.000 habitantes), ya que el autobús no sale hasta las diez.
Paralela al río discurre la Calle principal, que como la mayoría, no está asfaltada. De
inmediato nos damos cuenta de que esta ciudad ha sido literalmente colonizada por el
turismo mochilero en busca de drogas, bebidas alcohólicas y música estridente. La calle
está plagada de alojamientos cutres y baratos (llamodos guesthouses), restaurantes
(abundan las pizzerías), bares, pubs, ciber-cafés y agencias de viaje y de cambio de dinero.
Los bares y restaurantes anuncian públicamente que sirven Magic mushrooms o Shake
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mushrooms, bebidas elaboradas con hongos alucinógenos que contienen psilocybina. Estos
hongos son usados por la población local habitualmente en rituales religiosos o por
cuestiones de salud, y por supuesto, sin poner la música bacalao a toda leche. LAOS es un
país muy barato, lo que unido a su exotismo, a su permisividad y a la ingenuidad de su gente,
ha hecho que se convierta en un destino obligado de todos los mochileros que recorren el
sudeste asiático. Cada vez son más las voces que se alzan contra la destrucción cultural que
está sufriendo el país en general y esta ciudad en particular, debido a que se está plegando
al turismo de masas, renunciando a sus raíces, a sus costumbres y a su rica cultura. El
ambiente absolutamente guiri de esta ciudad es la nota desagradable del viaje.
A pesar de todo, todavía se conservan algunas costumbres, como las de usar un
tractor con un larguísimo manillar que tira de un remolque, y que sirve para trasladar
personas, como si fuese un Tuk-Tuk; también vemos una barbería absolutamente genial, con
una silla de barbero antigua, antigua. De repente, entre las casas de una sóla planta, surge
un edificio colonial de tres pisos, sin duda, vestigio de la colonización francesa (LAOS
consiguió la independencia en 1949); algunos han sido transformados en albergues para
mochileros (guesthouses). Las mujeres laosianas que pasan montadas en una moto o en una
bicicleta, llevan un paraguas abierto en la mano, a modo de sombrilla; en el sudeste asiático
está extendida la creencia de que las mujeres no deben estar morenas, ya que eso es señal
de que son simples campesinas que trabajan bajo el sol, y eso está mal visto. Hace mucho
calor.
Hay varios puentes que cruzan el río, unos son peatonales y otros para vehículos,
estos últimos suelen tener un peaje. Todos los puentes son de pánico, ya que son estrechos
y están hechos con tablones de madera que parece que se vayan a partir en cualquier
momento. Poco a poco, vamos regresando al hotel y vemos que el río es utilizado también
por algunos laosianos para lavar sus motos: las meten dentro del río y las limpian con un
paño con gran pulcritud.
A las diez de la mañana, recogemos el equipaje y subimos al autobús. Esta ciudad
está enclavada en un entorno precioso, rodeada de vegetación y de colinas cársticas, pero
está absolutamente destrozada por el turismo invasivo del primer mundo, no tiene nada,
nada que ver con LAOS. Es un ejemplo de libro de cómo el turismo mal entendido, abusando
de su poderío económico, puede arrasar con la cultura local. Lo malo es que para ir de
LUANG PRABANG a VIENTIANE no hay más remedio que hacer noche aquí, debido a la
distancia que hay entre las dos ciudades y a lo lentas que son las carreteras.
Al poco de salir, paramos para visitar las CUEVAS DE THAM JANG. El paisaje
selvático, regado por el Río Nam Song es espectacular. Hace mucho calor, y para llegar a
las cuevas hay que subir por una larguísima escalera, a pleno sol; esto hace que Lola opte
por quedarse abajo, remojando los pies en un arroyo de agua fresca y cristalina, mientras
que Jose comienza la ascensión. Hay que pagar para entrar. Las cuevas en sí no son gran
cosa, pero hay un mirador desde el que se disfruta de una impresionante panorámica,
aunque sólo sea para contemplarla merece la pena la paliza de la subida. Por suerte, a la
bajada nos espera una Beer Lao bien fría.
Tras esta visita, continuamos por la carretera 13 y, tras un buen rato circulando,
nos desviamos a la izquierda por un camino en mal estado, tanto, que llega un momento en
que el autobús no puede seguir y tenemos que bajar y continuar caminando. Vamos a un
lugar llamado VANG SANG, en el que, en medio del bosque, hay tallados en las rocas
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numerosos budas de diversos tamaños; se calcula que fueron esculpidos en el siglo XI. El
sitio ha sufrido numerosas expoliaciones, de hecho hemos llegado hasta aquí y no hemos
visto a ningún vigilante.
A lo largo de la carretera aparecen numerosos pueblecitos que viven de la
agricultura de subsistencia y de algunas tiendas y restaurantes que tienen. En uno de ellos
paramos y nos distribuimos por los tres o cuatro restaurantes que están a la vista; la
comida es totalmente laosiana y tenemos que entendernos por señas, ya que no hablan
inglés. Tou, el guía local, intenta hacer de traductor, pero somos muchos y repartidos y no
da abasto. Comemos los dos muy bien por sólo 3$ (dos platos de noodles con vegetales, que
preparan a nuestra vista, y dos cervezas bien frías) y nos vamos a dar una vuelta por la
única calle del pueblo; en una de las tiendas compramos tres canastitos de mimbre donde
los laosianos portan el arroz cocido (tras un pequeño regateo, nos salen por 4$ los tres).
Hay numerosas mujeres que están junto a la carretera, sentadas en el suelo y protegidas
del sol por un paraguas, que venden no sabemos bien qué, parecen granos o semillas, y los
llevan dosificados en unas pequeñas bolsas de plástico. Cuando les hacemos fotos, nos miran
y posan sonrientes. También vemos como, con una regadera, en la puerta de una tienda,
lavan a un niño que ha de ser sujetado por dos mujeres; son las escenas cotidianas de un
pueblo laosiano Aquí no hay ni un guiri (farang nos llaman ellos) salvo nosotros, esto es un
auténtico pueblo laosiano, nada que ver con VANG VIENG.
Un poco más adelante vino lo mejor del día: en el kilómetro 52 de la carretera 13,
hay un PUEBLO H’MONG que tiene un animadísimo Mercado cubierto. Venden de todo:
frutas, verduras, ranas, pescados vivos (los tienen metidos en unos barreños con agua, o
sea, que más frescos imposible), guindillas, productos de limpieza, hamacas, comida
preparada, ropa, zapatos, canastos, saltamontes fritos,… El ambientazo que hay es
tremendo. Cómo nos gustan los mercados locales. Las vendedoras están encantadas con que
les hagamos fotos. En un puesto compramos 5.000 kips (0,5$) de guindillas frescas, aunque
por las risas de las vendedoras y de las compradoras, nos da la impresión de que por ese
precio podríamos comprar el puesto entero, aun así, nos dan una bolsa llena de guindillas.
Nos ha encantado este mercado.
A la hora prevista, regresamos al autobús y enfilamos rumbo a VIENTIÁN (VIANG
CHANH), la capital de LAOS. Llegamos al hotel, que se encuentra en la Avenida Lane Xang,
la principal de la ciudad, nos duchamos, dejamos el equipaje y salimos a dar un paseo,
buscando una lavandería donde nos puedan lavar la ropa mañana, y encontramos una
bastante cerca. Seguimos caminando hasta el Río Mekong, en cuya ribera compiten
numerosos restaurantes ambulantes. Hay muy poca luz. Nos sentamos en una mesa,
iluminada sólo con dos velas, y pedimos un pescado para Lola y medio pollo para Jose, todo
hecho a la barbacoa; esta rica comida, más cuatro cervezas de medio litro, nos cuestan 8$.
Además, no hay mosquitos. En la otra orilla del río está TAILANDIA.
Después de comer, un Tuk-Tuk nos lleva al hotel por 1$ (parece que es el precio
estándar en todo el país).
10/08/06, Jueves. VIENTIÁN.
Al despertarnos, Lola descubre que está resfriada, al igual que otros miembros del
grupo, lo que atribuimos al aire acondicionado del autobús. Desayunamos y nos unimos a los
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demás, ya que hoy tenemos una visita guiada por la ciudad. VIENTIÁN no parece una
capital de país, ya que apenas si tiene tráfico, no hay atascos y nadie parece tener prisa.
La primera visita es a Wat Si Saket (su nombre completo es Wat Sisaketsata
Sahatsaham), el monasterio más antiguo de la ciudad, ya que fue construido en 1818 y fue
el único templo de la ciudad que no fue destruido por los thai cuando arrasaron la ciudad en
1828 (los franceses lo restauraron en 1924 y en 1930). Se encuentra en la misma avenida
que el hotel. Lo más llamativo del templo es su claustro que alberga multitud de hornacinas
excavadas en sus paredes, en las que han colocado parejas de estatuillas de budas de
cerámica y plata; se calcula que hay más de 2.000 estatuillas, algunas bastante
deterioradas. También hay muchas estatuas de Buda, de mayor tamaño (hasta de 2
metros), delante de las hornacinas. En el claustro vemos numerosas estupas y templetes
muy bonitos, con diversos Budas dorados. En una habitación, algunos novicios están
estudiando y aprovechamos para hablar con ellos, algo que les encanta, no sabemos si por la
natural curiosidad que tienen todos los adolescentes, o porque su vida es tan austera y
aburrida que cualquier conversación con unos extraños debe ser para ellos un aliciente.
De aquí nos llevan al cercano Ho Phra Keo, conocido comunmente como el Templo
del Buda Esmeralda. Fue construido en 1565 como templo real de la monarquía Lao, y para
albergar la estatua del Buda esmeralda que los laosianos se llevaron del norte de
TAILANDIA en 1551. Aquí permaneció hasta que en 1778 los thai invadieron LAOS y se la
llevaron a BANGKOK, concretamente al Wat Phra Keo, donde aún permanece. Entre 1828 y
1829, los thai saquearon VIENTIÁN y destruyeron el templo, que fue reconstruido en 1942
y restaurado en 1993. Mientras la estatua estuvo en el templo, éste fue llamado Wat Phra
Keo (Templo del Buda Esmeralda), pero desde que los thais se la llevaron, se llama Ho Phra
Keo (Altar del Buda Esmeralda), porque lo único que queda de la estatua es el altar. El
templo ha sido reconvertido en un museo cuya entrada cuesta 5.000 kips (0,5$) y alberga
una de las mejores colecciones de estatuas de Budas del siglo VI de todo el país.
Regresamos al autobús. El cielo se está cubriendo de nubes con mala pinta,
esperemos que no llueva. Vamos ahora a visitar la estupa de Pha That Luang, que se
encuentra a 4 km. del centro. Su nombre significa “Gran Estupa” y es eso, una enorme
estupa budista recubierta de oro. Aunque su construcción se remonta al siglo III, ha sido
varias veces destruida y reconstruida, la última vez en 1930. Es el símbolo nacional, tanto
del budismo como de la soberanía del país, y el monumento más importante del país. Se
accede a ella a través de una enorme plaza, en la que niños y mayores se dedican a volar
cometas con gran habilidad. Hay muchos vendedores de casi todo, entre ellos, algunos que
venden pequeños pájaritos que están enjaulados; los laosianos los compran y los liberan
delante de la estupa. Su base es un cuadrado de unos 68 m. de lado y su altura total es de
45 m. Hay que descalzarse antes de entrar en la estupa. Tanto la estupa, como el entorno
en el que se encuentra, como el ambiente de fervor religioso y patriótico que se respira,
son impresionantes. En su interior hay una sala de exposiciones. El cielo se ha despejado y
sale el sol, que aprieta bastante, aunque sopla un viento fresquito.
De aquí vamos al Patuxai (que significa Puerta Victoria), un arco del triunfo que hay
en una amplia plaza cerca del hotel. Algunos miembros del grupo deciden subir, pero a
nosotros no nos apetece, por lo que los esperamos abajo tomándonos unas cervecitas
fresquitas que compramos en un puesto ambulante. La bóveda que forma el arco tiene una
decoración muy bonita y la parte superior del monumento está ricamente ornamentada. Fue
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construido en la decada de los 60 del siglo XX, en memoria de los laosianos que murieron en
la guerra de la independencia contra FRANCIA.
Tras esta visita, nos llevan al Puente de la Amistad, situado en las afueras de la
ciudad, sobre el Río Mekong, y que enlaza LAOS con TAILANDIA. Fue inaugurado el 6 de
abril de 1994 y se construyó con ayuda económica de AUSTRALIA. Cae un sol de justicia,
menos mal que llevamos los paraguas. Por cierto, que los laosianos no los usan para
guarecerse de la lluvia, sino del sol; cuando llueve, todos caminan como si no pasara nada, a
menudo descalzos. Los niños aprovechan para jugar en los charcos y bañarse en ellos, se lo
pasan bomba. Volviendo al puente, carece de valor arquitectónico y no nos dice nada.
Encima, nos cobran 20.000 kips (2$) por la turistada.
Menos mal que de aquí nos llevaron al ecléctico y original Parque Xieng Kuang. La
entrada nos cuesta 5.000 kips (0,5$) y otros 2.000 (0,2$) por hacer fotos. El parque está
plagado de estatuas de piedra, algunas enormes, de Buda y de deidades indias. Hay un
grandísimo Buda reclinado y una gran estupa a cuya parte superior se puede acceder para
contemplar la panorámica del parque; el acceso a la estupa es a través de la boca abierta de
un demonio. La verdad es que el parque resulta muy extraño: hay estatuas gigantes de
insectos, de demonios, de dioses,… Fue diseñado en 1958 por Luang Pu, un místico que creo
un credo mezcla de budismo e hinduismo. Hace un calor espantoso. Llegamos a un
restaurante con una terraza sombreada en la que están comiendo varios miembros del
grupo; miramos la carta y resulta bastante apetitosa, pero nos hemos quedado sin moneda
local, así que le pedimos a Mª Jesús y Chema, dos miembros del grupo, que nos presten
80.000 kips (8$) con el compromiso de devolvérselos esta misma tarde, cuando
encontremos un cajero o una oficina de cambio. Comemos muy bien y muy barato; nos gusta
mucho la comida oriental, es como comer en un chino pero de verdad.
Con esto se termina la visita guiada y nos llevan al hotel. El calor nos ha dejado
agotados, así que nos dormimos una reparadora siesta que nos deja como nuevos.
Por la tarde, salimos en busca de un cajero que admita tarjetas españolas; después
de algunos intentos, encontramos por fin uno y sacamos 600.000 kips (60$). Otra vez
somos ricos. Estamos de suerte porque vamos a la lavandería y nos dicen que la ropa estará
lista al día siguiente. Cuesta 10.000 kips (1$) por cada kg. de ropa (la pesan al llegar).
Paseando, llegamos a un ciber café donde Lola se pone a escribir el blog del viaje,
que está bastante atrasado. Jose sale en busca de unas cervezas y, por el camino, una niña
de unos 10 años, le ofrece servicios sexuales. ¡Qué pena, pobrecilla! Cuando vuelve con las
cervezas, se lo cuenta a Lola y se queda impresionada.
Después de escribir, seguimos caminando y, en un restaurante de esos donde los
guiris no suelen entrar, vemos a Víctor y a dos componentes del grupo, que nos aseguran
que han cenado muy bien, así que nos sentamos con ellos y cenamos. Efectivamente, se come
muy bien aquí.
Cogemos un Tuk-Tuk entre los cinco por 2$ y regresamos al hotel. Ducha y a la
cama. Qué calor ha hecho hoy, y eso que ha habido momentos en los que parecía que iba a
llover.
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11/08/06, Viernes. VIENTIÁN.
Hoy tenemos el día libre hasta las 8 de la noche, hora en la que tendremos que
coger un autobús de línea que nos llevará hasta PAKSÉ, después de toda la noche
conduciendo. Tenemos que llevar el equipaje hasta una habitación en la que los miembros
del grupo podremos estar y ducharnos hasta que vayamos al autobús.
Bajamos a desayunar y les devolvemos a Chema y Mª Jesús los 80.000 kips que nos
prestaron ayer. Muchas gracias. Muy cerca del hotel se encuentra el Talat Sao, un
mercado diurno que visitamos, aunque no tiene mayor interés ; así y todo, compramos unos
palillos para comer, que van guardados en unas fundas chulísimas, para regalárselos a
nuestros sobrinos. Durante la Guerra de Vietnam, aquí se vendía libremente marihuana.
Antes de salir del hotel, le habíamos pedido a Tou, el guía local, que nos escribiera
en laosiano la dirección del templo Wat Sok Pa Luang, ya que teníamos referencia de que
allí era posible tomar una sauna y que nos dieran un auténtico masaje laosiano, al margen de
los salones para guiris. Con la dirección en la mano y la compañía de otros cuatro miembros
del grupo (Carmen, Enrique, Gustavo y Luismi), con los que habíamos quedado a las 10,
paramos un Tuk-Tuk, le enseñamos la dirección y nos dice que nos lleva por 30.000 kips
(3$). Aceptamos y, en unos 20 minutos, nos deja en la puerta del templo.
De inmediato entendemos porque a este complejo se le conoce también con el
nombre de "Templo del Bosque", y es que la vegetación que contiene es exuberante. En
medio de los árboles se alza un edificio de madera sostenido sobre unas vigas, como si
fuese un palafito; en la parte inferior se encuentra la caldera de la sauna : un bidón
metálico de los que hay en los talleres de automóviles, lleno de agua con hierbas aromáticas,
bajo el cual se hace una hoguera con troncos. En la primera planta se encuentra la sauna,
algo parecido a un vestuario, una especie de diván con una mesita y media docena de catres
en una terraza cubierta. No hay paredes, sólo techo y suelo y sopla algo de brisa. Sólo hay
dos masajistas que están durmiendo, pero se despiertan y nos dicen que la sauna está
apagada, pero que si queremos nos la encienden, pero tendremos que esperar media hora a
que se caliente. Un masaje cuesta 3$ y la sauna 1$. La verdad es que el sitio parece un poco
cutre y dudamos si irnos o quedarnos; finalmente decidimos quedarnos. Los demás deciden
esperar a la sauna, pero nosotros nos apuntamos del tirón al masaje. Para ello, nos
cambiamos en un habitáculo de madera a modo de vestuario donde nos desnudamos y nos
cubrimos con un pareo. Pronto, el aire se impregna de fragancia a menta y eucalipto que
hace maravillas en el sistema respiratorio y en el estado de ánimo en general, a lo que
contribuye el entorno maravilloso y el silencio. Salimos, nos tumbamos cada uno en un catre
y comienza el masaje, que dura una hora. No es un masaje de frotación, sino una especie de
digitopuntura: te van clavando los dedos, de dos en dos, en diversas partes del cuerpo, sin
apretar demasiado, aunque a veces duele un poco. Insisten en aquellos músculos que notan
sobrecargados: los gemelos en el caso de Jose y el cuello en el de Lola. También nos hacen
algunos estiramientos y pequeñas torsiones. Nos hablan susurrando, para indicarnos que nos
pongamos de lado o nos demos la vuelta. Al terminar el masaje, nos ofrecieron un té amargo
de coco.
Mientras lo tomábamos, llegaron otras dos miembros del grupo hablando con un
volumen de voz normal, que a todos se nos antojó altísimo. Al poco rato, ellas también
hablaban bajito, sin darse cuenta, contagiadas por el clima de sosiego imperante. Después
del té, pasamos a la sauna, que acababan de dejar vacía nuestros compañeros, saliendo de
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vez en cuando para tomar sorbitos de té, lo que nos terminó de revitalizar e hidratar. Los
demás, mientras, comenzaron a ser masajeados por otros masajistas, hombres y mujeres,
que habían llegado. La experiencia fue genial, de lo mejorcito del viaje. Al terminar pagamos
a los masajistas y damos un paseo por el recinto del arbolado templo, que no es tan bonito
como los que hemos visto hasta ahora, ni falta que le hace.
Todavía en pleno nirvana, salimos del recinto y preguntamos precios a varios TukTuk que están en la puerta, pero nos piden mucho más de lo habitual, así que nos vamos
caminando. A los pocos metros, paramos a un Tuk-Tuk que pasaba y acordamos que nos
llevaría a los seis al hotel y luego a la ribera del río por 4$. Por el camino vimos otros
templos así como escenas de la vida cotidiana de la ciudad, fuera de las zonas turísticas.
Pasamos por delante de la That Dam (Estupa Negra), envuelta en una leyenda que asegura
que está habitada por un dragón (naga) de siete cabezas que vigila la ciudad. Una vez en la
ribera, comemos en el mismo restaurante local donde cenamos anoche, y volvemos a comer
de maravilla. El fondo del restaurante es, en realidad, el salón de la vivienda de sus
propietarios, con su sofá, su tele, su video,…
Después de comer, nos separamos del resto y seguimos la visita solos. Al lado del
restaurantes se encuentra otro templo, el Wat Xiang Nyeun. Lo más característico del
mismo es un precioso templete de tres pisos, que se encuentra en el jardín, al que se puede
subir mediante una escalera de caracol. La portada policromada del templo, representando
escenas de la vida de Buda, es también muy bonita.
Enfrente del templo se encuentra el Río Mekong en cuya ribera hay muchos
Restaurantes callejeros, de comida local, generalmente barbacoas, noodles, arroces y
zumos. En uno de ellos cenamos la mar de bien hace dos noches, a la luz de las velas.
Hacemos algunas fotos y seguimos caminando hasta llegar al Wat Chan, otro de los templos
que se encuentra en la ribera del río, frente a los restaurantes. Aquí vemos a algunos niños
jugando a la petanca con sus sandalias, a falta de bolas…
Paralela a la ribera del río discurre la Calle Setthathirath, en la que se encuentra el
Wat Oung Tu, que también visitamos. En su interior hay un gran Buda de bronce del siglo
XVI que tiene, detrás de él, siete circulos reflectantes que parece que estamos en una
discoteca. Aquí tenemos ocasión de hablar un rato con algunos monjes. En la misma calle, un
poco más adelante, se alza el Wat Mixayaram, que vemos desde fuera porque ya estamos
un poco empachados de ver tantos templos.
Nos metemos ahora en un ciber-café donde nos tomamos unas cervezas mientras
Lola escribe el blog. Luego vamos a la lavandería a recoger la ropa, compramos unos
bocadillos para la cena, cogemos un Tuk-Tuk que nos lleva hasta el hotel por 1$ y subimos a
la habitación que tenemos para todo el grupo. Hay gente y macutos por todas partes.
Pedimos la vez para ducharnos y ordenamos como podemos la ropa. Después de ducharnos,
vamos a un cajero y sacamos 100.000 kips (10$) y compramos un par de cervezas bien frías.
Volvemos al hotel y nos llevamos una grata sorpresa porque Víctor nos dice que nos
vamos a viajar en un autobús de línea sino en nuestro propio autobús, por lo que iremos un
poco menos incómodos. Bajamos el equipaje, lo metemos en el autobús y cogemos un asiento
doble para cada uno. A las 8 de la noche, hora prevista, partimos. En el asiento trasero está
sentada una señora desconocida, que nos sonríe a todos y que lleva unas bolsas; todos nos
preguntamos quién será. A las 9 nos tomamos los bocadillos y las cervezas e intentamos
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dormir. A las 11 paramos en un restaurante de carretera y Tou nos da a cada uno un
bocadillo de atún y lechuga, que no nos comemos porque no tenemos hambre. Ya podían
habernos dicho que nos iban a dar de cenar. Averiguamos que la señora misteriosa es la
mujer de Tou y que en las bolsas llevaba los bocadillos.
Al rato, subimos de nuevo al autobús y comienza a llover. ¿Conseguiremos dormir
esta noche?, mañana lo sabremos.
12/08/06, Sábado. VIENTIÁN – PAKSE – CHAMPASAK – ISLA KHONG
A la 1 de la magrugada paramos, no sabemos para qué, en un lugar donde hay un
mercado animadísimo, ¿cómo pueden tener tanta vitalidad a estas horas? Seguimos la ruta
bajo la lluvia, metiendo las ruedas en todos los baches que encontramos, pegando algún que
otro frenazo y tocando el claxon con frecuencia (¿tanta gente hay en la carretera por la
noche?). Si dormir en un autobús es complicado, hacerlo en estas circunstancias es casi
imposible.
A las 8 de la mañana, después de 12 horas de infernal e interminable viaje, llegamos
a PAKSE (PAKXE), localidad de 70.000 habitantes situada en el sur del país, sin apenas
haber dormido y con todos los músculos del cuerpo doloridos. Paramos junto a un bar donde
todos desayunamos; el dueño debe pensar que Buda ha tenido a bien bendecirlo por recibir
a tantos guiris tan temprano. Aunque el desayuno no está incluido, lo paga la agencia. Como
no deja de llover, una amable camarera nos acompaña, uno a uno, con una sombrilla gigante
(con publicidad de Mirinda) hasta el autobús, para que no nos mojemos.
Nos llevan a un embarcadero donde subimos a un barco un poco cutre, aunque limpio,
que tenemos para nosotros solos. Vamos a ir navegando por el Río Mekong hasta
CHAMPASAK. Al principio, no podemos evitar pegar una cabezadita, pero poco a poco, la
brisa fluvial nos va despejando y podemos contemplar las escenas cotidianas que se suceden
en el río: pescadores, templos, chozas, vegetación exuberante,… y esas nubes bajas
amenazando tormenta. A pesar de todo, deja de llover. A las diez y media, después de una
hora y diez minutos de trayecto, desembarcamos. De inmediato subimos a unos
"songthaews", una especie de camionetas cuya pare posterior, la destinada a carga, está
ocupada con asientos.
Nos llevan, por un camino infame de unos 6 km., al Wat Phou (3$ la entrada), el
templo Khmer o Jemer más importante fuera de CAMBOYA y el primero de nuestro viaje
(en realidad, es un complejo de templos). Su traducción es Templo de la Montaña, debido a
que se encuentra situado al pie de la montaña Phu Kao, y ha sido declarado Patrimonio de
la Humanidad por la UNESCO. Aunque las construcciones comenzaron en el siglo V, los
diversos edificios todavía existentes fueron levantados entre los siglos XI y XIII. En un
principio, el templo fue dedicado al dios hindú Shiva, pero dos siglos después se transformó
y continúa siendo hoy en día, en un centro de culto del budismo theravada. Como la mayoría
de los templos khmer, está orientado hacia el este, el lugar donde sale el Sol.
Hay que subir un desnivel de unos 100 m., por una escalinata de piedra, hasta llegar
al santuario principal. En la parte baja hay dos enormes estanques rectangulares llenos de
agua desde los que comienza un camino recto, de unos 600 m., con losas de piedra,
flanqueado por lingams (esculturas con formas fálicas), que conduce a las escaleras. El
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propio monte Phu Kao tiene una protuberancia natural en su cima que se asemeja a un
lingam, aunque las nubes bajas nos impiden verla. La vegetación es bastante frondosa y
aparecen edificios en muy mal estado en los que no se permite la entrada. Vemos una
estatua de nagá, la serpiente hindú de varias cabezas que suele proteger a los lingams,
siempre presentes en los templos dedicados a Shiva.
Tras una cómoda ascensión, llegamos a una plataforma en la que hay una colorista
estatua de Buda; frente a ella, unas señoras venden incienso y unos preciosos ramos
artesanales hechos con hojas de plantas y con flores, que los fieles compran para
ofrendárselos a Buda. A partir de aquí, la escalinata se vuelve más empinada y en peor
estado, y la vegetación más tupida, aunque pronto llegamos al Santuario, donde aún hoy se
realizan cultos budistas, a pesar de su origen hinduista. El edificio está relativamente bien
conservado y muestra numerosos relieves religiosos que aún perviven. Muy cerca, vemos un
elefante tallado en una roca; impresionante. Desde aquí arriba disfrutamos de una bella
panorámica del complejo arqueológico. Siguiendo el sonido, damos con unos saltos de agua
que adornan el paisaje aún más, si cabe.
Justo cuando empezamos a bajar, comienza a llover otra vez, lo que nos obliga a
refugiarnos en un bar que hay en la parte baja del complejo. Un poco más tarde, visitamos
el Museo que hay en la entrada, donde tenemos que descalzarnos para poder entrar. Tras
esta visita, volvemos a subir a los songthaews, que nos llevan al embarcadero. Desde aquí,
cruzamos el Río Mekong en una plataforma flotante, que traslada vehículos, personas y
ganado de una orilla a otra del río; durante el trayecto, aparecen algunos vendedores
ambulantes que intentan venderte de todo, eso sí, siempre, siempre con una amplia sonrisa
en sus rostros.
Al desembarcar, intentamos entrar en unos restaurantes-palafitos, situados en el
río, junto a la orilla, y a los que se accede caminando por unos estrechos e inestables
tablones de madera que están casi sumergidos y llenos de barro debido al chaparrón que
acaba de caer. Haciendo equilibrios, conseguimos llegar sin caernos al agua, aunque con los
pies un poco mojados. Aquí sólo se habla lao, nadie habla inglés, por lo que Víctor se pone a
buscar a Tou, el guía local, para que nos haga de intérprete, pero Tou está desaparecido.
Víctor está atacado, dando vueltas intentando localizar a Tou, pero no aparece. La carta del
restaurante está escrita en lao, por lo que intentamos, por señas, decirle al camarero que
nos traiga lo que quiera, pero que nos traiga algo para comer porque estamos muertos de
hambre. Al rato aparece Tou, que estaba paseando feliz con su mujer y Víctor le mete una
bronca de órdago por haberse quitado de en medio justo cuando más lo necesitamos. El
pobre Tou, muy resoluto y apurado, en un santiamén nos traduce y hace que los camareros
nos traigan de comer, incluso él mismo se puso a servirnos la comida. Bueno, estas son las
anécdotas de los viajes y hay que tomárselas con buen humor. De vez en cuando llueve un
poco, pero escampa enseguida, menos mal que estamos a cubierto.
Después de comer, damos una vuelto por los alrededores ya que hay una gran
actividad, con adultos y niños metidos en el agua con redes para pescar. También hay
muchos niños que, simplemente, están jugando. Junto a los restaurantes hay nasas que
contienen peces y mariscos vivos, esperando que algún cliente los solicite. Vemos muchas
escenas de la vida cotidiana de los laosianos, en sus humildes chozas, preparando la comida,
niños jugando, adultos conversando,…
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Regresamos al autobús que nos traslada hasta el sur de LAOS, hasta la frontera
con CAMBOYA. Concretamente vamos hasta la localidad de HATSAY KHOUN, donde el
autobús sube a una plataforma flotante que cruza el Río Mekong y nos lleva hasta la ISLA
DE KHONG, que está en medio del río. Llegamos al hotel y empieza a caer un diluvio, las
lluvias monzónicas nos están dando la bienvenida a esta isla y no se ve más allá de nuestras
narices. Los empleados del hotel, portando enormes sombrillas de propaganda, nos protegen
de la lluvia mientras caminamos hasta la recepción del hotel, que está formado por
bungalows. Desde la recepción hasta el bungalow, tenemos que caminar de prisa bajo la
lluvia. Teniendo en cuenta que anoche, en el autobús, apenas si dormimos, nos encontramos
exhaustos; aunque la mayoría del grupo baja a cenar al restaurante del hotel, nosotros nos
limitamos a comprar un par de cervezas (nos dejan pagarlas en bahts a un cambio bastante
bueno) y picamos algo en el bungalow. Ducha y a dormir. Ni siquiera el ruido de la lluvia va a
evitar que caigamos rendidos en la cama como troncos.
13/08/06, Domingo. ISLA KHONG – CASCADAS KHONE PHAPHENG – PAKSE –
CHONG MEK – PHIBUN MANGSAHAN (TAILANDIA) – WAT PHU KAO
KAEO – UBON RATCHATHANI
Ha estado lloviendo fuerte toda la noche. Madrugamos y bajamos a desayunar. En el
restaurante nos enteramos de que nuestro autobús ha tenido que partir a las 6 de la
mañana porque, al ser domingo, el próximo ferry (eufemismo para designar a la plataforma
flotante) tardaba varias horas en salir. Nos piden que antes de desayunar, bajemos el
equipaje para que el personal del hotel se encargue de meterlo en sus propias barcas y
llevarlo hasta el autobús, que nos espera en la otra orilla del río. Mientras desayunamos,
podemos ver por las ventanas del restaurante cómo los monjes reciben su comida de manos
de los lugareños, igual que sucede en LUANG PRABANG. Da un poco de grima estar
desayunando en condiciones mientras los pobres monjes reciben simples puñados de arroz.
Tras el desayuno, subimos a las barcas. Vuelve a llover y nos mojamos porque las
barcas no son herméticas. Una vez en el autobús, bastante mojados, aunque despejados,
partimos hacia las CASCADAS KHONE PHAPHENG, que las venden como las "Niágaras del
Sudeste Asiático", cuando no son más que unos pequeños saltos de agua de 5 metros como
máximo, y unos rápidos de nivel 4. Qué decepción, más de 200 kilómetros que nos hemos
tragado para llegar hasta aquí (y otros tantos que nos quedan para regresar) para ver esto.
No merece la pena. Víctor intenta entusiasmarnos, pero le hacemos ver que no cuela.
Además, está lloviendo, por lo que Lola, al principio, se queda en el autobús, aunque luego
decide bajar y ver las cascadas. Estas cascadas son las culpables de que el Río Mekong no
sea navegable hasta CHINA.
Volvemos al autobús y nos tragamos otros doscientos y pico de kilómetros hasta
llegar de nuevo a PAKSE, donde visitamos un Mercado bajo una intensa lluvia (menos mal
que está cubierto). La verdad es que no tiene mayor interés. Volvemos al autobús, cruzamos
el río por un puente y vamos hasta CHONG MEK, pueblo que se encuentra justo en la
frontera con TAILANDIA. Aquí nos despedimos de Tou y del chófer, a los que damos una
propina. Ha dejado de llover.
LAOS nos ha encantado, con sus gentes afables y serenas, su forma espontánea y
alegre de acogernos, sus preciosos templos, que rebosan buena energía, sus monjes
cándidos y deseosos de hablar con nosotros, su aroma a sándalo, su exquisita cerveza
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Beerlao y su pollo "profundamente frito" (deep fried), además de sus noodles con gambas.
Y los Tuk-Tuk a 1$ la pareja.
La salida de LAOS es rápida. Hay personas que tienen carros en los que trasladan el
equipaje de una frontera a otra, y Víctor contrata a 3 de ellos por un total de 6$.
Nosotros, mientras, caminamos por la clásica tierra de nadie hasta la frontera tailandesa,
disfrutando del incesante tráfico de personas y mercancias que van de un lado a otro. Qué
ambientazo hay en esta frontera.
La entrada a TAILANDIA también es rápida, aunque los aduaneros nos exigen
pagar 1$ por persona por ponernos el sello de entrada, argumentando que es domingo; esto
huele raro, pero por 1$ tampoco vamos a arriesgarnos a estar aquí retenidos varias horas.
Al otro lado de la frontera nos espera Luis, el guía local tailandés que estuvo con nosotros
en BANGKOK, con un autobús nuevo y grande. Habíamos quedado con él a la una de la tarde
y allí está, puntual y sonriente.
VALORACIÓN DEL VIAJE
COSAS POSITIVAS:
LAOS:
•
Sin duda alguna, lo mejor del país son sus habitantes: siempre sonrientes, cándidos,
confiados, amables, tranquilos,...
•
Tanto la comida como la cerveza son excelentes.
•
Es un país muy barato.
•
Los templos son preciosos.
COSAS NEGATIVAS:
LAOS:
•
Son muy pobres, el 80% de la población malvive de la agricultura de subsistencia.
•
Hay prostitución infantil; al menos en Vientián pudimos verla.
•
El turismo de mochila está destruyendo, en parte, su cultura y costumbres.
•
Los monjes, incluso los niños novicios, viven en unas condiciones de austeridad
tremendas. Aunque estar en un templo les garantiza comida (poca y mala, pero
comida) y educación, incluso universitaria.
LO IMPRESCINDIBLE DEL VIAJE:
TAILANDIA:
•
Bangkok
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LAOS:
•
•
•
•
•
Luang Prabang
Cuevas Pak Ou
Río Mekong
Vientián
Wat Phou (Champasak)
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