JT UN C 2 - Comisión Económica para América Latina y el Caribe

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^wiviiSION ECONOMICA PARA AMERICA LATINA
Y EL CARIBE - CEPAL
DOCUMENTOS DE TRABAJO
LA MODERNIDAD PROBLEMATICA
Ernesto Ottone
Secretario de la Comisión
Documento de Trabajo N° 39
Mayo de 1995
NACIONES UNIDAS
COMISIÓN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
NACIONES UNIDAS
LA MODERNIDAD PROBLEMÁTICA*
Ernesto Ottone**
Secretario de la Comisión
Documento de Trabajo N° 39***
Mayo de 1995
* Este texto es parte de un trabajo conjunto con Martín Hopenhayn y Fernando Calderón, actualmente
en elaboración. Los conceptos contenidos desde el quinto párrafo de la página 12 hasta la página 13 (cuadro 1)
y los párrafos quinto, sexto y séptimo de la página 21 son contribuciones directas de Fernando Calderón.
** El autor es funcionario de la CEPAL. Las opiniones expresadas en este documento son de la exclusiva
responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de la Organización.
*** Los trabajos incluidos en esta serie tienen por finalidad dar a conocer los resultados de las
investigaciones en la CEPAL en forma preliminar, a fin de estimular su análisis y la formulación de
sugerencias para su revisión. Esta publicación no es un documento oficial, por lo tanto no ha sido sometida
a revisión editorial. Se puede solicitar directamente a la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL.
*386400064*
Documento de Trabajo - CEPAL,
N" 39 Mayo 1995 C. 2
iii
ÍNDICE
Página
INTRODUCCIÓN
1
I. LA POSGUERRA FRÍA: DE LOS PELIGROS DEL OPTIMISMO, DE LOS
PELIGROS DEL PESIMISMO
II. LA NUEVA CENTRALIDAD DE LO CULTURAL
3
9
in. ¿IDENTIDAD CULTURAL Y/O MODERNIDAD?
15
IV. AMÉRICA
LATINA Y EL CARIBE: LOS DESAFÍOS DE LA
MODERNIDAD
19
BIBLIOGRAFÍA
23
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo se inscribe en el esfuerzo de ubicar la reflexión impulsada por la CEPAL desde los
años noventa con la propuesta de transformación productiva con equidad (TPE) en un contexto más
amplio del debate originado por los profundos cambios político-culturales que han acompañado el fin de
la guerra fría y han puesto especialmente en tensión las particularidades culturales con la vocación
universalista de los procesos modernizadores.
Para ello pasa revista a las diferentes aproximaciones de análisis de los nuevos escenarios
internacionales, ubica la nueva centralidad de la dimensión cultural, procura analizar las tensiones y los
dinamismos entre la identidad cultural, para concluir esbozando quizás estos desafíos en nuestra región.
3
I. LA POSGUERRA FRÍA: DE LOS PELIGROS DEL OPTIMISMO,
DE LOS PELIGROS DEL PESIMISMO
El fin abrupto del ordenamiento político internacional surgido como consecuencia de la Segunda Guerra
Mundial cristalizó a nivel de la política un conjunto de cambios profundos que ya se habían generado a
nivel de la ciencia, la tecnología, la economía y las formas de vida en todo el mundo.
Dichos cambios configuraron un tipo de sociedad que ha recibido numerosas denominaciones:
sociedad del conocimiento, sociedad de la información, sociedad programada o más genéricamente
sociedad posindustrial, entre otras.
En la base de su funcionamiento se encuentra un ritmo vertiginoso de avances del conocimiento
científico y tecnológico, particularmente en el campo de las comunicaciones, la microelectrónica, la
biotecnología, la creación de nuevos materiales cuyo impacto permanente ha generado un nuevo
paradigma productivo en cuyo centro está el conocimiento y la innovación y nuevos paradigmas
organizacionales de la actividad económica.
Estos cambios constituyen la base de un proceso creciente de globalización de la economía, de
impulso al comercio internacional y de un fuerte protagonismo de las empresas transnacionales. En breve,
de la aparición de un mundo único, de un espacio económico global, escenario de una competitividad
global en la cual cada vez más se perfila la posesión de la información, el conocimiento y el desarrollo
de la innovación como los factores determinantes para desarrollarse con éxito.
También caracterizan a este nuevo tipo de sociedad la aparición, primero en los países desarrollados
pero expandiéndose rápidamente también a los países en desarrollo, de nuevas prioridades como la
conciencia ecológica, el feminismo y la universalidad de los derechos humanos que se transforman
rápidamente en valores de conciencia universal.
El conjunto de estas transformaciones alteraron decisivamente aquello que alguna vez llamamos "la
correlación de fuerzas" a nivel mundial, modificando el peso y el protagonismo de los actores de la vida
internacional. Los mismos Estados-Naciones que se habían afirmado en la sociedad industrial como los
actores por excelencia de la vida internacional comenzaron a tener un protagonismo más moderado frente
a la conformación de bloques regionales y subregionales y a la expansión del papel de las empresas
transnacionales.
En este contexto los países integrantes de lo que conocimos como Tercer Mundo comenzaron a
diferenciarse cada vez más entre sí y su peso en los asuntos mundiales particularmente después de la crisis
energética comenzó por lo menos para la mayoría de ellos a descender fuertemente.
4
El cambio más dramático lo marcó el desplome del llamado "campo socialista". Muchas pueden
ser las claves para interpretar dicha caída, pero pareciera que uno de los factores más de fondo que puede
explicar la velocidad y la estruendosidad que ella revistió se liga a la incapacidad de esa forma específica
de sociedad industrial para adaptarse a los nuevos ritmos del proceso científico y tecnológico, a su
imposibilidad de contrarrestar la descentralización de la información que generan los avances de la
microelectrónica y las telecomunicaciones, a la rapidez de la globalización económica. En definitiva, a
la contradicción de una organización político-estatal centralizada con un conjunto de cambios tendientes
a la individualización en un mundo donde la inmediatez de las comunicaciones inutiliza los muros y
permite ver en directo otros modos de vida aparentemente más atractivos.
La intensidad de los cambios producidos generaron en un principio un fuerte optimismo. Todo
parecía posible. Si la estructura bipolar que aparecía irreversible y el terror nuclear que le daban una
lógica unificadora a los conflictos en todo el planeta había desaparecido, ¿por qué no pensar en una época
sin conflictos, donde la globalización económica albergara una situación básicamente armónica y pacífica,
en base a los valores del Occidente triunfante?
Ese optimismo, que transcurridos apenas unos años aparece de una gran ingenuidad, alcanzó gran
difusión sobre todo a través de escritos de Francis Fukuyama acerca del "fin de la historia" (Fukuyama,
1989 y 1992). Fukuyama, teniendo como referencia teórica una particular lectura de Hegel y Kojeve,
concluye en que la debacle del Este europeo marca el triunfo de la cultura liberal consumista de Occidente
que, junto con ganar la guerra fría, ha terminado con poner fin a la historia.
En su opinión, si bien el triunfo de la idea liberal no significa que todas las sociedades sean
liberales y algunos pueblos continuarán viviendo en la historia con ideas atrasadas, contradicciones,
guerras y conflictos, la "idea" ya ha triunfado en la parte poshistórica y la vida internacional estará
marcada por la simple administración de la economía y los nuevos y viejos conflictos irán decreciendo.
Sin embargo, la realidad económica, social, política y cultural que se diseña en la posguerra fría
difícilmente se puede identificar con el encuentro entre lo "racional" y lo "real", como el logro de la
armonía final para el mundo desarrollado y como prefiguración ineluctable para el mundo en desarrollo.
Sin embargo, si bien es cierto que un número de conflictos internacionales tendieron y tienden a
debilitarse y algunos a concluirse con la caída de la tensión Este-Oeste, otros conflictos basados en
rivalidades étnicas, en surgimiento de nacionalismos exacerbados y en lógicas fundamentalistas se
transforman en guerras abiertas de insospechada crueldad en territorios que anteriormente constituían un
solo país. Nuevos y viejos fanatismos adquieren grandes dimensiones y generan situaciones incontrolables
en regiones enteras.
La Guerra del Golfo Pérsico mostró fehacientemente que la posguerra fría podía albergar conflictos
armados, con participantes de prácticamente todas las regiones del mundo.
Las esperanzas de que la posguerra fría abriría paso a una notable recuperación económica tampoco
se han cumplido. La situación recesiva de la economía en los países desarrollados sólo se modificó
moderadamente y la limitada recuperación en curso no ha podido revertir ciertos problemas como el
desempleo, cuyas altas cifras se han vuelto persistentes.
El desempleo en Europa y América del Norte llegó a 30 millones de personas al aumentar en 1/3
en 2Vi años. Subió a 10% en Europa Occidental y es incluso mayor en las economías en transición
(CEPAL, 1994a).
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En el plano del comercio internacional se han alternado señales y tendencias proteccionistas y de
estructuración de bloques cerrados con otros más abiertos y esperanzadores, como los que cristalizaron
en el último Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT).
Aun cuando los países en desarrollo se han convertido en el sector más dinámico de la economía
mundial, la heterogeneidad de sus resultados es notable. Si bien algunos han tenido importantes éxitos
y han disminuido su brecha respecto a los pafses desarrollados, otros la han aumentado. Los países del
África subsahariana marcan el extremo más negativo de esa dualización.
En este contexto, las cifras de pobreza, miseria y exclusión para millones de personas en el mundo
continúan siendo altísimas. La pobreza está presente en todas las regiones. Afecta a más de mil millones
en el mundo. De ellas, a casi 200 millones de personas en América Latina y el Caribe, es decir, el 46%
de la población; 94 millones de ellas (22% de la población) viven en la pobreza absoluta. Asia tiene 800
millones de pobres, la mayor concentración del mundo; sin embargo, el aumento más espectacular de la
pobreza se ha dado en África. En 1985 más de 105 millones de africanos vivían en la pobreza. Ese
número se elevó a 216 millones en 1990 y se proyecta que llegará a 304 millones en el año 2000.
También ha aumentado la discriminación, la exclusión y la violencia. Sólo en África, 2/3 de los 52 países
estuvieron trabados en conflictos civiles en 1993, con un costo humano incalculable. Lo anterior, más
el aumento de la criminalidad y del tráfico de droga, han puesto en primer plano y desde una nueva
perspectiva el tema de la seguridad humana.
Todavía el equilibrio entre género humano y medio ambiente, la relación entre el número de
habitantes y la posibilidad de recursos, alimentos y un medio ambiente que permitan una vida digna para
todos está lejos de alcanzarse.
La perspectiva de un "Estado homogéneo universal" hegeliano no está en el horizonte cercano,
incluso no está cerca la perspectiva de una dirección multipolar de los asuntos internacionales. Si bien
el rol de las Naciones Unidas se ha elevado en términos políticos, ello no alcanza a contrapesar el
unipolarismo de "Paz Americana" que marca la situación actual.
Las complejidades de este nuevo escenario, junto con reeditar los análisis del catastrofismo
poblacional y ecológico, han llevado a la aparición de un conjunto de estudios marcados por una visión
más escéptica que subraya los peligros que el futuro inmediato puede deparar. Ya Alian Bloom y Pierre
Hassner (The National Interest. 1989), en sus comentarios a Fukuyama, ponían respectivamente el acento
en la vitalidad de las ideologías oscurantistas en África y Medio Oriente y los mitos nacionales en Europa
frente a la inmigración y la imposibilidad de preservar a las naciones desarrolladas de las graves
contradicciones del Sur, que pueden originar una forma primitiva de fascismo basada en el resentimiento,
miedo, odio e histeria. Max Gallo, en su Manifeste pour une fin de siècle obscure (Gallo, 1990),
desconfía fuertemente de lo que denomina el orden liberal que conlleva, en su opinión, la violencia y las
drogas, un deterioro de la relación social en los países desarrollados, el crecimiento de la miseria en el
Tercer Mundo y la emergencia de fanatismos y racismos. Alain Mine, en Le nouveau moyen âge (Mine,
1993), alerta sobre la posibilidad de enfrentarnos a un nuevo medioevo caracterizado por la ausencia de
sistemas organizados, la desaparición de todo centro, la aparición de solidaridades fluidas y evanescentes,
las indeterminaciones, los espacios aleatorios y turbios. Un nuevo medioevo con el desarrollo de zonas
grises que se multiplican fuera de toda autoridad, donde existen desde el desorden astuto al robo pequeño
pero permanente en las sociedades ricas por parte de las mafias y la corrupción. Un nuevo medioevo
donde cae la razón, como principio fundador, en beneficio de ideologías primarias y de supersticiones
desaparecidas por largo tiempo. Un nuevo medioevo con el regreso de las crisis, los remezones y los
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espasmos, como decorado de nuestro cotidiano. Un nuevo medioevo con un lugar cada vez más reducido
a un universo "ordenado", con sociedades cada vez más impermeables a nuestros instrumentos de acción
y a nuestras capacidades de análisis. Jean Christophe Ruffin en L'Empire et les nouveaux barbares
(Ruffin, 1991) compara la estructura mundial actual con la del Imperio Romano, viendo en las actuales
separaciones entre mundo desarrollado y mundo en desarrollo una nueva versión de las líneas de
demarcación que separaban el mundo romano de los bárbaros.
En su lectura esa línea de demarcación está destinada a proteger las zonas ricas de las pobres, a
través del abandono de éstas, identificadas a la barbarie. Este abandono es perceptible en numerosos
aspectos:
Demográfico: La ambición de limitar la población mundial es sustituido por un espíritu mínimo de
contener las masas del Sur y de esperar que la regulación se dé a través de flagelos
malthusianos.
Económico:
Al ideal universal de desarrollo se sustituye una política selectiva consistente en ayudar
a los Estados "tapones", que colindan con la línea de demarcación y deben asegurar su
estabilidad.
Político:
Al apoyo universal de la democracia se sustituye una nueva complacencia en relación a
los Estados totalitarios del Tercer Mundo (China, Irán), si ellos son capaces de contribuir
a las estabilidades regionales e impedir movimientos migratorios masivos.
Militar:
A una implicación directa y excesiva de las grandes potencias en las guerras del Tercer
Mundo se sustituye una diferencia de tratamiento según la localización de los conflictos:
los que están situados en torno a la línea de demarcación suscitan una intervención masiva
del Norte. Los otros entregan a una opinión pública indiferente el espectáculo gratuito de
masacres sin importancia.
Por su parte Paul Kennedy, en Preparing for the twenty-first centurv (Kennedy, 1993), señala que
el cambio tecnológico y la global ización económica han producido impactos muy graves en relación al
deterioro ambiental, un desbalance entre explosión tecnológica en la parte más rica del mundo y explosión
demográfica en la más pobre, cambios brutales para la agricultura tradicional y para el empleo, todo lo
cual ha trastornado las estructuras tradicionales de poder y muchas comunidades e incluso países sienten
que tienen cada vez menos control sobre sus destinos.
En fin, aun cuando las visiones de los diversos analistas varíen, todos ellos coinciden en un número
de problemas y desafíos que enfrentará la humanidad en el futuro próximo.
Para formarse una idea de conjunto quizás convenga esbozar algunas proyecciones.
En el terreno económico, las proyecciones que han realizado las Naciones Unidas señalan que hacia
el año 2002 (Naciones Unidas, 1994), de no producirse cambios súbitos e inesperados, se producirá una
recuperación moderada para los países desarrollados del orden de 3.1 entre 1995 y el 2002, una
recuperación notable de las economías en transición (ex campo socialista) (3.6 en el mismo período), y
un crecimiento más dinámico de los países en desarrollo (5.5), algunos de ellos con un rápido crecimiento
(China 8.1, Asia Sudoriental 6.3). Si consideramos que en esta zona se halla casi la mitad de la población
mundial, se puede pensar en la posibilidad de una mejoría significativa de los niveles de vida y de una
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reducción de la desigualdad social a escala mundial. Si tenemos presente que América Latina y el Caribe
tendrá un crecimiento moderado pero constante (4.7), la situación más crítica continuará viviéndose en
Asia Occidental, donde los países importadores de petróleo crecerán sólo un 2.4 y el África subsahariana
(2.9), donde la modesta recuperación previsible se encontrará limitada por un crecimiento demográfico
explosivo.
Si bien como sabemos no existe, ni para bien ni para mal, una relación mecánica entre crecimiento
y equidad, estas proyecciones nos señalan un escenario donde, si se eleva la calidad del desarrollo y se
vincula el esfuerzo de crecimiento con el de equidad, existe un campo posible para una situación
socialmente mejor a nivel global. Sin embargo, dos aspectos aparecen como difíciles escollos para lograr
esa situación mejor. Una es la dinámica de población, pues si bien las tasas de fertilidad afortunadamente
decrecen, la inercia demográfica, siguiendo la variante media de las actuales proyecciones, llegará a un
nivel histórico de 100 millones anuales en la parte final del presente siglo y sólo declinará en los
comienzos del próximo, llegando a 85 millones entre el 2020 y el 2025. Esto significa que la población
mundial actual de 5 295 millones será de 8 472 en el 2025, distribuidos de manera aún más desigual,
pues el 82.7% de ella estará en las regiones hoy menos desarrolladas. El segundo aspecto es el del
deterioro ambiental en sus múltiples dimensiones, tales como el efecto invernadero, la destrucción de la
capa de ozono, el aumento de los residuos nucleares, el empeoramiento de la calidad del aire y del agua,
los graves procesos de deforestación y desertificación, la pérdida del potencial energético y de la
biodiversidad (Naciones Unidas, 1993). Es en torno a estos aspectos que aparecen con más fuerza lecturas
encontradas. Los optimistas señalan que, así como las predicciones catastrofistas que se hicieron no sólo
en el siglo XIX (Malthus) sino en los años sesenta del siglo XX (Club de Roma) no se plasmaron en la
realidad, la ciencia y la tecnología están hoy en condiciones de evitar cualquier catástrofe alimentaria o
ecológica en el futuro. La visión más pesimista sostiene que los peligros actuales son de otra dimensión
y que, de no tomarse medidas muy radicales para enfrentarlos, nos veremos fatalmente ante una situación
catastrófica.
La verdad es que ambas posiciones tienen razones atendibles y argumentos significativos en su
favor, pero un debate entre ellas en abstracto no tiene mucho sentido. Los peligros y la capacidad de
enfrentarlos no se dan en un vacío sino en el mundo real, con las sociedades existentes, las dinámicas
económicas, las estructuras de poder y de toma de decisión en curso, y sobre todo con hombres reales
que viven, consumen, se organizan, poseen un imaginario, tienen aspiraciones, miedos y creencias.
De allí que comprender la capacidad de las sociedades de actuar sobre sí mismas y de modificar
el curso de los acontecimientos pasa por entender la trama cultural del desarrollo histórico, entendiendo
la cultura como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y emocionales
que caracterizan a una sociedad o grupo social y que comprende más allá de las artes y las letras, modos
de vida, derechos humanos, sistema de valores, tradiciones y creencias (UNESCO, 1994).
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II. LA NUEVA CENTRALIDAD DE LO CULTURAL
La comprensión de lo cultural como factor indispensable para entender los cambios en curso y tratar de
prefigurar el futuro ha aparecido con gran fuerza en el debate actual.
Quizás quien ha destacado con más fuerza esa importancia ha sido Samuel R. Huntington en su
artículo "The clash of civilizations", quien parte afirmando que la fuente fundamental de conflicto en el
mundo que se configura no será básicamente ideológica o económica. La gran división de la humanidad
y la fuente dominante de conflicto será cultural (Huntington, 1993).
Huntington plantea la existencia de diversas civilizaciones que deberán convivir, defenderse y
propagar sus valores y principios, a saber, la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindd,
la eslavo ortodoxa, la iberoamericana y "posiblemente" la africana.
Por su densidad histórica estas fuentes de conflicto son más complejas e irreductibles que las
rivalidades ideológicas o económicas, y más difíciles de manejar. El hecho de la predominancia de
Occidente y la profunda interacción que generan los procesos de modernización pueden exacerbar aun
más estos conflictos.
A partir de esta visión, Huntington señala un mapa de conflictos y alianzas que, obedeciendo a esta
lógica, se desarrollan o pueden desarrollarse en el mundo entre el Occidente y el Islam; entre China,
como depositario del confiicianismo, y Estados Unidos y Japón; al interior de Europa, entre la
subcivilización cristiana-occidental y cristiana-ortodoxa; al interior de Rusia, entre las tendencias
occidentalistas y eslavos ortodoxos. También plantea por otro lado la perspectiva de una conexión
islámica-confuciana para desafiar los valores e intereses occidentales.
Los planteamientos de Huntington han sido criticados desde diversas perspectivas, algunos críticos
han puesto el acento en la discutible tipología de civilizaciones que él utiliza (¿por qué Estados Unidos
es occidental y América Latina no?), otros por su visión de bloque de civilizaciones sin subrayar
convenientemente que estas llevan siglos interactuando y "contaminándose", por una cierta subvaloración
de la tenacidad de las modernizaciones y el secularismo y en definitiva por forzar la interpretación de los
actuales conflictos en una visión "culturalista", que oscurece intereses puramente económicos y estatales
y alianzas y divisiones que pueden ser realizadas invocando valores pero solamente como cobertura
oportunista de intereses más terrenales.
Aun tomando en cuenta argumentos y contraargumentos, aparece claro que lo cultural tiene
realmente una nueva centralidad en el análisis de la realidad y en la prefiguración de los escenarios
futuros y, si bien resulta exagerado señalarlo como "el" factor fundamental de los conflictos actuales, su
importancia es indudable. Por de pronto lo cultural está teniendo una presencia sin precedentes en muchas
de las grandes conferencias mundiales de las Naciones Unidas. Así, en la Conferencia Mundial de las
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Naciones Unidas sobre Derechos Humanos (Viena, 1993), la República Popular de China y un número
de países islámicos se opusieron en nombre de la identidad cultural a la universalidad de los derechos
humanos que atañen al individuo. La Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El
Cairo, 1994) fue escenario de un gran activismo de la Iglesia Católica y de algunos países islámicos frente
a temas relacionados con la planificación familiar y los derechos reproductivos de la mujer, en defensa
de valores que ellos conciben como universales y que consideraban que estaban siendo atacados.
Si analizamos los conflictos internos o internacionales que se han desencadenado últimamente en
el mundo en desarrollo o en esa suerte de sexto continente que ha surgido con el poscomunismo y donde
en menos de tres años han aparecido 17 nuevos estados (Ramonet, 1993), es evidente el reforzamiento
o el inicio de construcciones identitarias antimodernas.
En la base de dichas construcciones se encuentra una profunda decepción con los procesos de
modernización, que son vistos por un sector importante e incluso mayoritario de la población como
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La visión social acerca de la "extrañeidad" de los procesos de modernización coincide con la crisis
económica de muchos países en desarrollo, con la imposibilidad de los Estados de responder a la
expectativa de bienestar y progreso general que en algún momento despertaron y en torno a la cual
tuvieron en algún momento una cierta capacidad movilizadora.
Tales procesos uc modernización en crisis no tuvieron un mismo principio inspirador, sino que
obedecieron a orientaciones muy diversas, entre las que se puede señalar la inspiración nacionalistasecular de la India, la socialista-nacional de Argelia, la orientación conservadora pro-occidental del Irán
imperial, los diversos modelos de Estado-Partidos africanos y los modelos comunistas del Cáucaso
soviético y los Balcanes.
Sin embargo, todos ellos comparten el no haber tenido capacidad inclusiva en lo económico y
social, no haber logrado una síntesis entre cultura tradicional y modernidad, haber generado una elite
dirigente que es percibida como escindida de la sociedad y no haber construido canales extendidos de
participación democrática.
Así, en el caso de Argelia (Leverrier, 1993), su marcha forzada hacia la modernidad aparece
acompañada de una descomposición de las referencias y solidaridades que situaban al individuo en su
tejido social y que, al producirse la crisis económica y el descrédito moral de la clase política que impulsó
la independencia, abre un masivo espacio para el surgimiento de un movimiento islamista intolerante,
partidario de un Estado teocrático, impulsado por una intelligentsia excluida del poder capaz de movilizar
con creciente éxito a la juventud periférica urbana.
El regreso a la tradición que plantea este movimiento (Frente Islámico de Salvación) no es una
vuelta a la tradición musulmana (mucho más tolerante), es una construcción identitaria nueva, que ocupa
el vacío existente entre modernización y tradición en base a una versión "pura" del islamismo que está
más allá de la historia, que se enfrenta tanto a la cultura-mundo de Occidente como a la comunidad
tradicional. No es por tanto un retorno a lo religioso; es la generación de un nuevo orden que rechaza
la libertad individual y la ciudadanía en nombre de un neocomunitarismo radical y que arranca su
legitimidad de una construcción religiosa que concibe la modernidad como "una gran blasfemia contra
la revelación del Islam" (Hussein, 1989).
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También en el caso de Irán (Khosrokharor, 1993), la prevalencia en la conducción del Estado de
una elite antimoderna y antidemocrática se liga a la debilidad de una sociedad civil salida de un medio
siglo de poder despótico y de una modernización neoconservadora que es a la vez excluyente y
desintegradora del orden comunitario.
Aquí tampoco el movimiento islamista (Hezbollah) marca un regreso a la tradición musulmana. Por
el contrario, junto a combatir la modernidad occidental, el islamismo hezbollah enfrenta el islam
tradicional, procurando romper su autonomía y reemplazándolo por un neocomunitarismo autoritario que
sacraliza al "Guía".
En general la extensión del fundamentalismo islámico es vista por Máxime Rodinson (1993) menos
como un retorno al pasado que nunca fue tan integrista y mucho más como una respuesta actual al
entramado de crisis y exclusión existente en los países. Es esa crisis la que ha llevado a un selectivo
enclave mesiánico de los textos sagrados y a una refundación de una historia integrista como base de
legitimación de los movimientos que buscan una salida radical integrista a la crisis.
En la India (Jaffrelot, 1993; Coomment, 1986), la emergencia del Movimiento Hinduista aparece
como una construcción identitaria que rechaza sólo parcialmente los rasgos universalistas de la
modernización proponiéndose más bien ser una alternativa de conducción ante la crisis del proceso de
modernización sacudido por los procesos separatistas étnicos y las crecientes aspiraciones de autonomía
de las minorías. El movimiento hinduista se ve a sí mismo como una conducción más fuerte y de
reemplazo de la tradición secular y pluralista del Partido del Congreso.
La apelación se refiere más al hinduismo como raíz nacional que como fundamento religioso, pues
el fortalecimiento comunitario pasa por la superación de aspectos de su propia tradición (ordenamiento
de castas) que debilitan su integración y que lo hacen vulnerable frente al "otro" por excelencia que es
el musulmán.
En los territorios de la ex Yugoslavia, en el ex Cáucaso soviético y también en Rusia (Rousselet,
1993), frente a la disolución de un universalismo impuesto desde arriba, surgen construcciones identitarias
más o menos antimodernas e intolerantes, que van desde los irracionalismos nacionalistas hasta nuevas
formas de mesianismo religioso, que aparecen sobre todo como intento de construcción de sentidos de
pertenencia e identificación frente a situaciones límites de crisis.
Un caso extremo en el escenario latinoamericano es el de Sendero Luminoso en el Perú (Degregori,
1990), pues se trata de un caso paradigmático de reacción violenta y fundamentalista ante formas
perversas de modernización. Sendero se forja entre jóvenes de clases medias locales universitarias, que
padecen la conocida brecha de expectativas: acceden a perspectivas de movilidad e integración sociales
mediante el acceso a la educación y a los medios de comunicación de masas, pero esta misma perspectiva
se frustra por falta de canales políticos y ocupacionales para encauzarla. La respuesta a esta frustración
es Sendero, que realiza acciones terroristas, urbanas y rurales, sin parangón en la historia contemporánea
del Perú. Trátase de acciones de fines últimos, autodefinidas mediante un discurso milenarista, donde el
"otro" tiene que ser no sólo despreciado, sino también destruido. En su irregular desarrollo, Sendero
Luminoso ha combinado, mediante un mestizaje ideológico-cultural de nefastas consecuencias, las
necesidades de comunidades urbano-rurales crecientemente excluidas, con una ideología fundamentalista
de "maoísmo total".
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Naturalmente todas estas construcciones, por fuertes y conflictivas que puedan llegar a ser, no
pueden anular los procesos de modernización y prescindir de la fuerza de los elementos universalistas que
conlleva el actual proceso de globalización y van generando, muchas veces a través de cruentos y
dolorosos procesos, nuevas formas de equilibrio entre lo universal y lo particular.
Así en Irán, donde ha tenido lugar la experiencia más radical de construcción identitaria
antimoderna, particularmente después de la desaparición de Khomeini y el fin de la guerra con Iraq, se
ha producido un nuevo alejamiento de la elite dirigente respecto a la sociedad, el resurgimiento de lazos
tradicionales y de una economía subterránea generadora de nuevas formas de consumismo. De otra parte,
la realpolitik del régimen ha llevado a una situación más compleja en que conviven el discurso
demonizador del Occidente con espacios privados de modernidad consumista.
Las construcciones identitarias antimodernas no son patrimonio del mundo en desarrollo ni del
poscomunismo, ni siempre, como vimos en el caso de India, se dirigen contra la modernidad como un
todo; muchas veces aceptan de buen grado la racionalidad instrumental de la cual la modernidad es
portadora, cuestionando los aspectos de racionalidad normativa, la democracia, la secularización y la
tolerancia. Más en general y como un fenómeno menos radical pero significativo, es posible señalar que,
al interior de las grandes corrientes religiosas contemporáneas hoy en día, tienden a alcanzar mayor
fuerza grupos o posiciones de orientación integrista cuyo discurso con mayor o menor intensidad es
crítico de los procesos de secularización que conlleva la modernidad.
La contradicción entre modernización y tradición cultural no cristaliza, sin embargo, necesariamente
en construcciones identitarias antimodernas; puede conllevar a situaciones de occidentalización cultural
sin modernización técnica, como en el caso de muchos países del África subsahariana, o de funcionalidad
de la tradición para la modernización, como en el caso del Japón.
En el caso africano, según Kubiro Kinyanjui (1993), el colonialismo no llevó a una transferencia
tecnológica sino sólo en determinados sectores extractivos, lo que condujo a que la posindependencia
heredara aparatos del Estado hechos para mantener estructuras jerárquicas y las formas de poder
occidental pero no orientados hacia el desarrollo; de allí que nunca priorizó el desarrollo científico y
tecnológico y el espíritu de empresa. Vale decir que no tomaron los aspectos más positivos de la
modernización sino que conjugaron los aspectos más regresivos del tradicionalismo con una
modernización producto de las transformaciones de la economía mundial, marcada sobre todo por el
consumo de las elites, que concluyó en una catástrofe económica y política y en una profunda pérdida
de autoconñanza e identidad en un marco de guerras y violencias.
Sólo recientemente están comenzando a surgir los primeros síntomas de un encuentro más sano
entre identidad cultural y efectivos procesos de modernización.
En el caso del Japón (Tominaga, 1991), por el contrario, uno de los rasgos centrales de la exitosa
modernización japonesa ha sido la vinculación entre tradición religiosa y familiar y la industrialización
y el espíritu de empresa. Esta integración nace del análisis crítico de las tradiciones formulado por las
elites, con vistas a recrear una cultura y enriquecerla con aportes de Occidente, lo que implica un acto
de creación y no de mera imitación. Si bien el grado de difusión de los valores de la modernización
económica y su internacionalización fueron exitosos, no sucedió lo mismo en los planos social y político.
Esta vinculación entre tradición y modernización se observa, sobre todo, en la expansión de una
ética centrada en las relaciones familiares, desde los hogares hacia las escuelas y las fábricas. En estas
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últimas, las relaciones sociales entre empleador y empleado han sido comprendidas como una gestión de
tipo familiar; incluso la función estatal ha sido históricamente considerada como una vinculación familiar
entre el emperador y su pueblo. Los clanes familiares patrifocales conocidos, como el DOSUKO,
generalizaron este patrón de su organización societal. Cuando los lazos de sangre se introdujeron en las
grandes empresas —los ZAIBATSU—, se perfiló un estilo específico de industrialización.
El Japón premoderno no concebía una separación entre residencia y producción, y el crecimiento
autónomo era impensable fuera de la familia. El Estado favoreció simultáneamente la fundación de
empresas públicas y privadas sobre la base de los ZAIBUTSU, que fueron quienes lideraron la
industrialización. Es conocido que el empleo de por vida, la regla de ancianidad y el sindicalismo
empresario son los pilares de la gestión japonesa. Sin embargo, éstos comienzan a transformarse a raíz
de la reestructuración económica, el envejecimiento de la población y la emergencia de valores políticos
y culturales modernos.
Ya sea a través del análisis de las construcciones identitarias antimodernas como de otras
configuraciones culturales más o menos conflictivas, como nos lo muestra el cuadro 1, aparece claro que
tanto la perspectiva de un orden internacional más seguro como de sociedades más integradas socialmente
pasan por lograr resolver de manera equilibrada la tensión entre cambio y tradición, entre identidad y
modernidad.
Cuadro 1
LOS RESULTADOS DE LA MODERNIDAD: IDENTIDADES CULTURALES,
MODERNIZACIÓN ECONÓMICA Y DEMOCRACIAS (POS 50)
Culturas
Identidades
Capacidad
integradora
Régimen
Resultados
Japón/
Sudeste Asiático
Asumidas
no pluralistas
Incluyente
Democracias con
límites
Expansión
secularizadora poco
conflictiva
India
Asumidas
parcialmente
Parcialmente
incluyente
Democracias con
límites
Conflictualidad
eco. cult.
creciente
Países Islámicos
Escasamente
asumidas (occidentalización en las elites)
Restringidas
Autoritario
Reemergencia neo
fundamentalista
Ex-URSS
Escasamente
asumidas (proceso de
homogeneización
desde arriba)
Incluyente
parcialmente
Autoritario
Conflictualidad
eco. cult.
creciente
América Latina
Escasamente
asumidas (proceso de
homogeneiza-ción
desde arriba)
Trunca y de inclusión
muy restringida
Democracias frágiles
Conflictualidad
eco. cult.
creciente
Europa-Estados
Unidos
Asumidas
autorreferidas
Incluyente
Democracias estables
Conflictualidad
eco. cult.
parcialmente
creciente
15
III. ¿IDENTIDAD CULTURAL Y/O MODERNIDAD?
Estamos todos embarcados en la modernidad; lo que es necesario saber es si lo hacemos como galeotes
o como viajeros con bagajes, proyectos y memorias (Touraine, 1993), nos ha señalado Alain Touraine.
Este planteamiento incluye dos afirmaciones. Una es la obligatoriedad de la modernidad; la revolución
científico-tecnológica, la progresiva globalización de los mercados y las comunicaciones y la existencia
de una competitividad basada cada vez más en la difusión del progreso técnico han terminado de cancelar
cualquier sueño (o pesadilla) de autarquía, de separarse del mundo, de seguir un camino propio de
espaldas a las tendencias globales; hasta Albania debió "desalbanizarse". La otra es que el camino a la
modernidad no es unívoco; la modernización puede ser un martirio, ser galeote es una condena, y una
condena durísima; nadie es galeote por gusto.
Pero la otra posibilidad, que es la que nos interesa, es la de marchar con "bagajes, proyectos y
memorias". Ello significa marchar con protagonismo y con identidad. Pensar dicha posibilidad significa
entender la identidad cultural como una realidad dinámica, susceptible de darle sentido a un cambio. Nos
alejamos luego de las visiones defensistas que entienden la identidad cultural de un país o de un grupo
como una realidad inmodificable, que sólo puede traspasarse como eterna repetición de un pasado válido
para siempre.
En verdad esa concepción de la identidad cultural obedece, tal como lo muestran las construcciones
identitarias antimodernas, más bien a aproximaciones ideológicas que a realidades históricas. La historia
nos muestra, al contrario, una modificación incesante de las identidades, una gran tendencia al mestizaje
y a la "contaminación" de las culturas. La ejemplificación de esa "contaminación" no tendría fin y alcanza
a todas las manifestaciones culturales en el sentido más amplio, desde la influencia directa sobre Dante
y sus contemporáneos de los autores árabes cuya superioridad científica y filosófica los impone como
modelos (Braudel, 1994) hasta el ámbito culinario, donde como bien lo señala Elisseeff sólo la ignorancia
nos permite proclamar raíces endógenas a las bebidas y comidas que hacen el orgullo de nuestras cocinas
nacionales (Elisseeff, 1994). Ese proceso avanza conservando tradiciones, costumbres y valores y también
perdiendo otras que desaparecen o se transforman, lo que no es siempre negativo. En el largo recorrido
de las transformaciones que marcaron la modernidad en la Europa del Siglo XVI y que adquirieron la
actual centralidad en la historia mundial, los cambios pasaron por momentos históricos que conllevaron
transformaciones enormes desde el Renacimiento, las grandes conquistas, la Reforma, la Ilustración, la
declaración de derechos humanos, la revolución industrial hasta la sociedad posindustrial que comenzamos
a vivir.
Todo ese proceso estuvo lleno de desgarraduras y violencias, de negación de partes enteras de lo
que era la identidad cultural de los europeos antes de cada cambio.
16
El cambio de la identidad no es sólo un problema de los perdedores, de aquellos a quienes el
proceso modernizador se les impuso desde afuera y se superpuso a sus culturas anteriores, también la
identidad de los vencedores se transforma en esa relación.
Jean Duvignaud (1994) se pregunta: ¿Son silenciosos los pueblos dominados, reciben pasivamente
la cultura del vencedor? Ávidos como están de ampararse de las herramientas del vencedor, corrompen
la imagen que éste se hace de sí mismo. Semillas microscópicas invaden y modifican la conciencia del
señor. ¿Es que los esclavos griegos, arrancados de su patria, a menudo también griega, no introdujeron,
pedazo a pedazo, leyendas venidas de los confines de Asia, de los Balcanes, que se mezclaron con los
mitos en base a los cuales más tarde los poetas harán el teatro? ¿Y a la vez Grecia vencida por Roma no
aportará con sus aventureros, sus viajeros y sus comerciantes las semillas que germinarán en la cultura
latina?
Un ejemplo más reciente de esta victoria de los vencidos: los africanos deportados como esclavos
al Nuevo Mundo, dispersados al azar en las plantaciones, pudieron por su vitalidad reconstituir la cultura
perdida y sobre todo por la actuación de sus cuerpos, el ritmo, los sonidos y el canto, penetrar y cambiar
el confort psíquico de la civilización industrial. Semillas que impregnan la religiosidad, el trabajo y el
descanso, el "Pueblo de los Blues" de Leroi Jones sigue el camino vagabundo de las iglesias, de los
cabarets y del cine, invade el Viejo Continente; genera los gestos musicales que a partir de su arqueología
africana mantienen esos ritmos de los cuales la afectividad europea también está construida. Del jazz a
la música pop y al rock, de generación en generación, se compone una somatización de actos y de
actitudes de la vida cotidiana.
Muchos otros ejemplos se podrían traer a colación referidos a movimientos culturales que nacieron
como antisistémicos y que generaron productos culturales hoy completamente incorporados al sistema de
vida de sus países o áreas culturales. La tendencia al entrecruce cultural es cada vez mayor. ¿Cómo se
podría por ejemplo separar o distinguir lo hispano americano y lo asiático de la cultura norteamericana
de hoy, sólo para hablar de las influencias masivas más recientes? Esto es lo que ha llevado desde una
perspectiva conservadora a Eugene McCarthy a afirmar que "los Estados Unidos se han convertido en
una colonia del Mundo" (UNESCO, 1994).
Una concepción de la identidad cultural que no es estática ni dogmática y asume su continua
transformación y su historicidad debería ser parte importante de la construcción de una modernidad que
a la vez no debiera reducirse sólo a los procesos de racionalidad instrumental, de eficacia productiva y
de unificación del consumo.
Si bien 1a racionalidad instrumental, la eficacia productiva, el progreso técnico y la capacidad de
respuesta a las aspiraciones de consumo son elementos constitutivos de la modernidad, ellos por sí solos
no aseguran los otros elementos, de carácter normativo, que la conforman, vale decir, vigencia de los
derechos humanos, democracia, cohesión social, sustentabilidad ambiental, de memoria y proyecto
histórico.
Una lectura reductiva de la modernidad que no plantee, de manera integrada y complementaria,
equidad, sustentabilidad, democratización e identidad, tendería a reforzar procesos de modernización
incompletos, destinados a producir enormes diferencias entre elites integradas y modernas y vastos
sectores de la población marginados y fragmentados, en los cuales se generará naturalmente un espacio
para reacciones contrarias al desarrollo, repliegue sobre identidades particulares y defensismo cultural.
17
La modernización limitada no sólo se expresa en los países en desarrollo, sino que tiende, con
diversa intensidad y magnitud, a aparecer en países desarrollados.
Naturalmente, su mayor intensidad se manifiesta en las regiones de menor desarrollo, donde el
fenómeno de la exclusión alcanza a sectores vastos de la población y donde tal exclusión se liga a
situaciones de extrema pobreza para un gran número.
Es allí donde los procesos de modernización pueden generar sociedades separadas con elites
modernas atrincheradas frente a masas excluidas y donde todo tipo de unidad social resulta ilusoria. Es
en este contexto donde los excluidos conforman comunidades que no se remiten a consensos cívicos
nacionales sino que tienden a refugiarse exclusivamente en las pertenencias tradicionales, locales,
regionales, clásicas y religiosas. Privilegiando los lazos carnales, de sangre, de rito, de etnia o de secta,
esos grupos informales tienden a entregar modelos de organización y valores alternativos a la ciudadanía,
tanto en su dimensión de libertad individual como de pertenencia colectiva.
Es en esta situación que la pertenencia comunitaria puede alimentar los integrismos y los
fundamentalismos culturales o étnicos, opuestos a toda racionalidad, de signo antimoderno, que se
conviertan en definitiva en obstáculos insalvables para el logro de la integración social necesaria para
alcanzar la modernidad.
La perspectiva crítica de la modernidad entiende que el compromiso de los individuos y los grupos
con la propia historia, cultura e identidad y los particularismos que de ello se desprenden son fenómenos
permanentes que no pueden anularse; se trata de reglamentar la convivencia de esos particularismos y
evitar la radicalización de los conflictos.
Walzer (1991), quien utiliza la metáfora de tribu para referirse a las comunidades particulares,
visualiza la existencia de un puente semántico entre dos contextos de significado aparentemente
inconciliable, o sea el de los particularismos tradicionales "tribales" y el universalismo democrático
moderno. En su opinión el "tribalismo" debe estar incluido en el universalismo, por ser un elemento
común a toda la especie humana.
A partir de esta visión de la modernidad, las identidades particulares no están destinadas
necesariamente a contraponerse a la modernización que implica la transformación productiva; por el
contrario, pueden ser un factor importante en su construcción, al operar como elemento de movilización
consensuada, no autoritaria y de extensión democrática.
La propuesta de transformación productiva con equidad se vincula entonces a un concepto de
modernidad capaz de superar la versión limitada de ella y poseedora de una capacidad integradora.
Una visión crítica de la modernidad rompe con la separación entre razón y sujeto, entre ciencia y
conciencia, entre tradición y progreso y busca sus complementariedades e interacciones. Trata de atrapar
a la vez la pertenencia a un mismo mundo y la fragmentación y quiebres que nos presenta el mundo
actual. Tal como lo señala Touraine (1993), si hubiera que medir la modernidad, habría que hacerlo
midiendo la subjetividad aceptada que existe en una sociedad, porque esta subjetivización no es separable
de un equilibrio inestable entre dos orientaciones opuestas y complementarias: de un lado, la
racionalización por la que el hombre es dueño y dominador de la naturaleza y de sí mismo; del otro, las
identidades personales y colectivas que resisten a los poderes que han puesto en obra la racionalización.
18
La técnica creadora de cambio libera al sujeto de la ley de la tribu, la memoria lo protege contra
la información. Cada vez que esas tres fuerzas se separan y sobre todo cuando una pretende la
hegemonía, el mundo entra en crisis, en enfermedad mortal. Mortal es también el orgullo tecnocrático
y militar, mortal es el narcisismo de un sujeto privado de herramientas y de memoria.
La modernidad no puede entonces confundirse con un proceso de modernización; va mucho más
allá, supone una visión que concilia la libertad individual y la pertenencia comunitaria y que supera desde
la misma modernidad un racionalismo estrecho y se propone producir una sociedad capaz de actuar sobre
sí misma y conjugar memoria y progreso, eficiencia, equidad y democracia.
19
IV. AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: LOS DESAFÍOS DE LA MODERNIDAD
Si recorremos la historia de América Latina y el Caribe veremos que los resultados de los procesos de
modernización en la región, que tienen rafees antiguas y profundas y que han atravesado períodos de
rápida expansión y avance, de detención y de recuperación, no han producido sociedades modernas en
la forma como las hemos definido con anterioridad.
Pese a los avances obtenidos en los últimos años en el establecimiento de sistemas políticos
pluralistas y el gradual arraigo de una cultura democrática y tolerante en la mayoría de los países, la
realización de un notable esfuerzo por reorientar la estrategia de desarrollo y poder insertarse mejor en
la economía mundial, elevar la calidad de la gestión macroeconómica y recuperar, aun modestamente,
el crecimiento económico, todavía persisten fuertes obstáculos a la modernidad en la región.
Más aún en los años ochenta, la incidencia de la pobreza tendió a aumentar y sus altos niveles
todavía persisten, la distribución del ingreso tendió a empeorar y en la gran mayoría de los países las
desigualdades se volvieron más profundas, convirtiéndose en una fuente de mayor fragmentación social.
La percepción de que grandes segmentos de la población viven peor que antes, mientras una
minoría vive mucho mejor, acentúa para un gran número de personas el desfase entre expectativas y
realidades, generando tensión social y política y debilitando las estructuras aún frágiles de las
democracias.
Los avances moderados que se han registrado en los años noventa no han revertido esta situación;
la marginación, la exclusión, la pobreza, la extrema pobreza y la desigualdad siguen siendo realidades
fuertemente presentes en América Latina y el Caribe.
En el escenario marcado por estos problemas y esfuerzos, la propuesta elaborada por la CEPAL
conocida como "transformación productiva con equidad" (CEPAL, 1990, 1991, 1992a, 1994b y 1994c;
CEPAL/OREALC, 1992) puede llegar a entenderse, en la dimensión cultural, como una perspectiva
crítica de acceso a la modernidad.
La idea central de esa propuesta señala que la incorporación y la difusión del progreso técnico
constituye el factor fundamental para que la región desarrolle una creciente competitividad que le permita
insertarse de manera exitosa en la economía mundial y asegurar un crecimiento constante.
La competitividad relacionada con la incorporación del progreso técnico significa una fuerte ruptura
del espíritu rentista propio del viejo estilo de desarrollo, pues no se apoya ni en los bajos salarios ni en
el abuso y la depredación de los recursos naturales que caracterizaron las ventajas comparativas de una
"competitividad espuria" y que hoy, frente a las tendencias que ya hemos descrito en la economía
mundial, pierden cada vez más vigencia y dan la espalda a las tendencias del futuro.
20
Esta competitividad, que se denomina competitividad auténtica, supone contar con recursos
humanos en buenas condiciones y con capacidad de agregar progresivamente valor intelectual y progreso
técnico a su base de recursos naturales, resguardándolos y enriqueciéndolos.
Alcanzar una competitividad sobre la base descrita supone un enfoque sistèmico del esfuerzo
productivo, vale decir que si bien la empresa es un elemento central, la competitividad internacional
estará dada por el "funcionamiento de las naciones", incluyendo desde la infraestructura científica y
tecnológica hasta la calidad de las relaciones laborales, el sistema educacional y los niveles de cohesión
social, entre otros aspectos.
En este enfoque sistèmico el tema de la equidad adquiere una nueva dimensión: la existencia de una
sociedad más equitativa, con mayor igualdad de oportunidades y con mayor capacidad de integración con
una ciudadanía efectiva en lo económico y en lo social resulta no sólo necesaria desde las perspectivas
ética y política. Tales perspectivas son naturalmente válidas, la primera en sí misma y la segunda porque
obviamente la estabilidad política estará siempre bajo amenaza en sociedades con bajos niveles de
integración y altos niveles de pobreza y frustración de aspiraciones. Lo novedoso es que adquiere una
fuerte validez en el propio terreno de la economía, pues el enfoque sistèmico nos muestra los límites del
aprovechamiento de los bajos salarios, la incongruencia entre la necesidad de recursos humanos capaces
de incorporar progreso técnico y una población en condiciones de pobreza y con bajos niveles de
formación. En el pasado pudo existir un crecimiento con altos niveles de pobreza, parecería que en el
futuro ello tendería a no ser posible.
El enfoque sistèmico significa entonces, junto a los elementos anteriores, otros aspectos que
caracterizan una perspectiva crítica de acceso a la modernidad, como la democracia, el respeto de la
diversidad de valores, la tolerancia, la vigencia y reciprocidad de los derechos entre actores diversos, la
apertura hacia el cambio y el rescate del progreso técnico como instrumento para acrecentar la
comunicación y promover el bienestar general.
La propuesta de transformación productiva con equidad puede vincularse, en términos culturales,
a un concepto de modernidad en que se intenta trascender los límites de la racionalidad instrumental, pero
también se quiere romper el bloqueo impuesto por particularismos culturales replegados sobre sí mismos.
En este sentido, comparte una visión crítica de la modernidad: busca conciliar la libertad individual y la
racionalización modernizadora con la pertenencia comunitaria.
En esta visión de la modernidad, las identidades particulares no están destinadas a contraponerse
a la modernización o transformación productiva. Por el contrario, pueden ser un factor importante para
su construcción si logran operar como elemento de movilización consensuada y con vocación democrática.
¿Cuáles son, en consecuencia, los factores culturales que puedan hacer de cimiento para la
construcción de una modernidad comprendida en estos términos?
Un primer factor es el convencimiento de que una modernidad sólo puede surgir de un esfuerzo
endógeno, vale decir, movilizando las energías sociales que hacen que una sociedad se sienta responsable
por su acción y sus resultados. Esta premisa subyace a la propuesta de transformación productiva con
equidad, y la siguiente cita lo ilustra: "Impulsar la transformación productiva y abrir el paso a una mayor
equidad social son tareas que precisan de esfuerzos decididos, persistentes e integrales por parte de
gobiernos y sociedades civiles" (CEPAL, 1990).
21
Esta convicción de la centralidad del esfuerzo interno, que pareciera no requerir de una particular
reflexión teórica, implica un desplazamiento del debate sobre el desarrollo y un cambio del clima
intelectual que lo rodea. Se intenta aquí romper con aquello que José Aricó (1992) llamó "el pensamiento
de la queja", que explicaba del siguiente modo: "Es el pensamiento de lo que América Latina no puede
ser porque alguien nos condena a no ser. Las teorías fueron para argumentar esta especie de sueño, de
una Europa que nunca se llegó a alcanzar. La teoría de la dependencia, la teoría del subdesarrollo venían
a explicarnos que el centro de nuestros males provenía de otra parte. No de nuestra capacidad de
gobierno, no de nuestra capacidad de administración, no de nuestro propio desarrollo. No digo que la
dependencia no existe, no digo que el subdesarrollo no exista, estoy hablando del uso ideológico y
político de ese tipo de categorización. Nuestros males estaban colocados afuera."
Un segundo factor lo constituye la idea de que tal esfuerzo requiere de niveles "controlables" en
materia de conflictos, y de niveles altos de consenso y estabilidad. Al respecto son esciarecedoras las
palabras de Fernando Fajnzylber: "Si uno pretende insertarse en el mundo, los conflictos internos,
políticos, sociales, tienen que regularse en aras de tener credibilidad y estabilidad en esta inserción. Ello
obviamente no ocurría en el período anterior en que no sólo la economía estaba cerrada, sino que también
la sociedad y la política también eran cerradas" (CEPAL, 1992b).
El consenso no niega la existencia de conflictos, pero plantea una lógica de resolución institucional
que pasa por la negociación y el compromiso, que excluye la negación del otro, y que siempre busca
evitar que se imponga toda lógica de guerra. La cultura del consenso supone, pues, un cambio
significativo con la cultura política tradicional en la mayor parte de América Latina y el Caribe, pues
incluye al menos tres momentos que han sido problemáticos para la cultura política en la región, a saber,
el reconocimiento de la diversidad y el fortalecimiento de los actores de la sociedad civil, la generación
de negociaciones con establecimiento de compromisos y la transformación de los acuerdos y compromisos
en referencias culturales compartidas.
Resulta entonces de capital importancia considerar la modernidad como posibilidad de síntesis: no
como una negación de los particularismos, sino como la difusión de una mentalidad abierta que permita
fusionar de manera enriquecedora tradición y cambio, apertura al mundo y afirmación de identidad
propia.
En varios países de América Latina y el Caribe puede observarse una tensión conflictiva en la
relación entre identidades culturales y democracia política, si bien en un sentido muy distinto: tensión
entre la voluntad de partidos y empresarios por institucionalizar el sistema político, por una parte, y la
orientación de cambio cultural y social por parte de movimientos sociales importantes, como son los
movimientos éticos, simbólico-expresivos, regionales, cooperativos, indígenas, de mujeres, de jóvenes,
de obreros y los localistas urbanos y rurales.
Por cierto, estas tendencias varían de una situación nacional a otra, y los propios actores oscilan
en el tiempo entre la búsqueda de institucionalización política y de autoafirmación cultural. Pero baste
consultar la prolífica literatura sobre movimientos sociales en América Latina y el Caribe para verificar
que éstos no sólo se hallan comprometidos en luchas de supervivencia o por satisfacer las llamadas
necesidades "básicas", sino también en luchas por la producción de sentido y como formas colectivas de
producción cultural.
Esto resignifica la noción de ciudadanía, ubicándola en el cruce entre los derechos de
representación política y los derechos al uso de espacios públicos para la afirmación de identidades
22
culturales. Las demandas societales de mayor participación, información, comunicación o publicidad no
son ajenas a las identidades culturales de los sectores populares o excluidos: la cultura aimara y quechua
en el mundo andino, la de los "pelados" en México, o la de los marginales urbanos en Rio de Janeiro y
en Caracas.
En la interacción con las fuerzas modernizadoras, estas identidades culturales se redefinen
incesantemente. Algunos de sus rasgos se pierden en los anales de la historia y otros sobreviven,
modificándose en su relación con las tendencias más universales a las que se vinculan. Hoy dicha
exposición alcanza grados inéditos de intensidad. Los procesos de internacionalización, el acceso a la
comunicación global, los cambios en él perfil educativo de la población, las nuevas relaciones
generacionales y de sexo, los nuevos patrones de comportamiento y consumo: todo ello genera una
tendencia incontrarrestable de diálogo conflictivo y quizás de ruptura con la tradición. En este marco se
vuelve urgente entender cómo se están conformando estos nuevos cruces y cuáles son sus potencialidades
para el proceso de desarrollo.
La valorización de la dimensión cultural del desarrollo puede recrear horizontes que impregnen a
la política —y a las políticas— con una potencia movilizadora que convoque y "seduzca" a los actores
sociales que se hallan más replegados sobre su propia identidad. Tendencias emergentes en la percepción
social convergen, desde esta mirada, en una mayor "culturización" del desarrollo y de la política.
De lo que se trata entonces es de penetrar en el entramado cultural y constituir el conjunto de
representaciones y autoimágenes que circular, entre los sujetos, sobre todo aquéllos para quienes ia
ciudadanía es, hasta ahora, más una carencia que un hecho. La dialéctica entre "integrados" y "excluidos"
en nuestra región tiene una profunda raigambre cultural que refuerza este patrón de exclusión e inequidad,
y le plantea dificultades muy grandes a la construcción de una ciudadanía moderna. La superación de este
patrón está entonces en el centro de la necesaria reflexión para lograr alcanzar las metas de democracia,
desarrollo, equidad y sustentabilidad en América Latina y el Caribe.
23
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Walzer, Michael (1991), "La rinascita délia tribu", Micro mega. N° 5.
25
SERIE DOCUMENTOS DE TRABAJO DE LA CEPAL*
N°
Título
1
Trayectoria de especialización tecnológica: una visión global del intercambio mundial, 19651987 (División de Desarrollo Económico). Autor: M. Barbera
2
Nuevos enfoques en la teoría del crecimiento económico: una evaluación (División de
Desarrollo Económico). Autor: P. Mujica
3
Canje de deuda por naturaleza: la necesidad de una nueva agenda (División de Desarrollo
Económico). Autor: R. Devlin
4
The role of capital in Latin America: a comparative perspective of six countries for 19501989 (División de Desarrollo Económico). Autor: A.A. Hofman
5
Política comercial y equidad (División de Comercio Internacional, Transporte y
Financiamiento). Autores: J.M. Benavente, A. Schwidrowski, P.J. West
6
An overview of debt moratoria in Latin America (División de Desarrollo Económico).
Autores: O. Altimir, R. Devlin
7
New form of investment (NFI) in the Latin American-United States trade relations (División
de Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: M. Kuwayama
8
La demanda de dinero en Chile: una comparación de métodos alternativos de estimación de
vectores de cointegración (División de Desarrollo Económico). Autores: R. Martner,
D. Titelman
9
Tributación y equidad en América Latina: un ejercicio de evaluación cuantitativa (División
de Desarrollo Económico). Autores: O. Altimir, M. Barbera
10
Políticas para la gestión ambientalmente adecuada de los residuos: el caso de los residuos
sólidos urbanos e industriales en Chile a la luz de la experiencia internacional (División de
Medio Ambiente y Asentamientos Humanos). Autor: H. Durán
11
Economía política de la pobreza, la equidad y el crecimiento: Colombia y Perú, 1950-1985.
Un análisis comparativo (Oficina de CEPAL en Bogotá). Autor: A.J. Urdinola
12
Equidad y transformación productiva como estrategia de desarrollo: la visión de la CEPAL
(Secretaría Ejecutiva) (También se encuentra en inglés). Autor: C. Massad
El lector interesado en recibir un Documento de Trabajo puede dirigirse directamente a la
CEPAL, Casilla 179-D, Santiago de Chile, mencionando la División autora del documento.
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Inflación, déficit público y política cambiaría: un análisis econométrico para Argentina, Chile
y México (División de Desarrollo Económico). Autores: G. Moguillansky, D. Titelman
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Economic relations between Latin America and Asian/Pacific: recent trends and future
challenges (División de Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento).
Autor: J.C. Mattos
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Income distribution and poverty through crisis and adjustment (División de Desarrollo
Económico). Autor: O. Altimir
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Evaluación y perspectivas de las relaciones comerciales entre la ALADI y los Estados
Unidos (División de Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: M. Izam
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Análisis empírico del comportamiento de las exportaciones no cobre en Chile: 1963-1990
(División de Desarrollo Económico). Autores: G. Moguillansky, D. Tiielruan
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Dynamic gains from intra-regional trade in Latin America (División de Desarrollo
Productivo y Empresarial). Autor: R. Buitelaar
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Nuevas tecnologías en pequeñas empresas chilenas: difusión e impacto (División de
Desarrollo Productivo y Empresarial). Autores: M. Dini, M. Guerguil
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Regionalización abierta de América Latina para su adecuada inserción internacional (División
de Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: M. Kuwayama
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Hacia una perspectiva crítica de la modernidad: las dimensiones culturales de la
transformación productiva con equidad (Secretaría Ejecutiva y División de Desarrollo
Social). Autores: E. Ottone, M. Hopenhayn y F. Calderón
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Determinantes de las exportaciones industriales brasileras en la década de 1980 (División de
Desarrollo Económico). Autor: G. Moguillansky
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CEP AL: Un planteamiento renovado frente la los nuevos desafíos del desarrollo (Secretaría
Ejecutiva). Autor: E. Ottone
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Los desafíos de la modernidad y la transformación educativa (Secretaría Ejecutiva).
Autor: E. Ottone
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Indicators and determinants of savings for Latin America and the Caribbean (División de
Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento). Autores: G. Held y A. Uthoff.
(En prensa)
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An examination of the Chile-Mexico agreement: a viable form of integration? (División de
Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: P. Gray Rich
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Exporting and the saga for competitiveness of the Brazilian industry, 1992 (División de
Estadística y Proyecciones Económicas). Autor: R. Baumann
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El impacto de la política cambiaria y comercial en el desempeño exportador en los años
ochenta: una revisión de estudios econométricos (División de Desarrollo Económico).
Autor: G. Moguillansky
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International competitiveness and the macroeconomics of capital account opening (Secretaría
Ejecutiva). Autores: R. Ffrench-Davis, D. Titelman y A. Uthoff
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Futures markets as a risk management tool for Latin American commodity exports: some
pending issues (División de Comercio Internacional, Transporte y Financiamiento).
Autor: M. Kuwayama
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Exportaciones argentinas de bienes: evolución de 1970 a 1993 (División de Estadística y
Proyecciones Económicas). Autor: A.F. Calcagno
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Las exportaciones y el proceso de crecimiento (Secretaría Ejecutiva). Autor: Gonzalo Rivas
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As empresas brasileiras: internacionalizagao e ajuste à global izagao dos mercados (Oficina
de la CEP AL en Brasilia). Autor: V. Ventura Dias
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Regionalismo abierto e inversión extranjera en América Latina (División de Comercio
Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: A. Di Filippo
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Políticas para el control de los movimientos de capitalesfinancieros(División de Comercio
Internacional, Transporte y Financiamiento). Autor: L.F. Jimenez
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La internacionalización de TV globo: cambios organizacionales y nuevas estrategias (Oficina
de la CEPAL en Brasilia). Autor: Mauro Fernando Maria Arruda
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Los flujos de capital extranjero en la economía chilena: renovado acceso y nuevos
usos (División de Desarrollo Productivo y Empresarial). Autores: A. Calderón y
S. Griffith-Jones.
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Competitividad de las empresas latinoamericanas: comportamiento empresarial y políticas
de promoción de exportaciones (División de Desarrollo Productivo y Empresarial).
Autor: C. Macario (En prensa)
39
La modernidad problemática (Secretaría Ejecutiva). Autor: Ernesto Ottone.
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