Aida Politécnica

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OTRAS VOCES
Aida Politécnica
y el coro. El tenor José Manuel Chu fue un Radamès idóneo,
tierno y lírico, que triunfó en su gran aria ‘Celeste Aida’. Tenía la
potencia requerida para la escena triunfal y el final del acto III, y la
resistencia vocal para concluir la función con dulce lirismo en su
dueto final. Ricardo López fue un Amonasro estentóreo, que espetó
su condenación de Aida con fuerza y furia.
Perfectamente elegida como Amneris, la celosa hija del rey, Belem
Rodríguez es una auténtica mezzo verdiana, con la voz, la fuerza y
el carisma para cantar este rol en cualquier escenario. Su escena del
acto IV recibió aplausos bien merecidos. Rosendo Flores ofreció
un Ramfis experto, fuertemente cantado, confiado y feroz. Como el
Rey/Moctezuma, Charles Oppenheim cantó con gracia, seguridad
y dignidad, al tiempo que contendía con un enorme penacho. (Los
vestuarios, por cierto, fueron hábilmente diseñados y ejecutados.) El
coro del IPN tuvo buen desempeño durante esta difícil asignatura, y
los bailarines de las compañías de danza folclórica y contemporánea
del Poli añadieron color y acción, contribuyendo de manera
importante a las extensas escenas de ballet.
Fabiola Venegas debutó el rol de Aída en el Politécnico
Fotos: Ana Lourdes Herrera
L
a idea de transferir la acción de esta Aida de Egipto en tiempos
de los faraones al México dominado por los aztecas en
1450 funcionó muy bien en esta producción de César Piña,
presentada en cuatro funciones en el Instituto Politécnico Nacional en
noviembre pasado. En una noche que desafió todas las expectativas
y nociones preconcebidas, esta Aida politécnica demostró que la
imaginación, la creatividad y el talento pueden tener éxito allí donde
los grandes presupuestos y la tradición a veces fallan.
La mayor ovación fue para el joven concertador, Iván López
Reynoso. Con apenas 23 años de edad, esta estrella en ascenso tiene
una carrera importante frente a sí. Dirigió a la Orquesta Sinfónica del
IPN con confianza y autoridad, sincronizando sin mayor esfuerzo la
escena principal con las bandas entre bastidores, los coros laterales y
las trompetas colocadas atrás, en las gradas del auditorio. Con notable
madurez López Reynoso leyó la partitura y construyó los grandes
momentos con fuerza, control y emotividad. La orquesta respondió
muy bien, y uno sólo puede imaginar lo que este director podrá
hacer algún día con una orquesta más experimentada en este estilo y
repertorio.
por John Bills
Lo primero que hay que destacar de la Aída politécnica, es la
excelente actuación del director concertador Iván López Reynoso
(Guanajuato, 1990) a quien ya habíamos visto hace un año dirigiendo
La bohème politécnica y nos sorprendió muy gratamente, sin duda el
más talentoso joven director mexicano.
La ópera fue presentada en una sola pieza escenográfica que funcionó
sorprendentemente bien tanto para los momentos privados como
para las grandes escenas públicas de esta gran ópera. Piña movilizó
sus fuerzas de manera experta, escenificando una escena triunfal
que estuvo a la altura de su nombre. Sólo hubiera deseado que
no escenificara el acto III con los solistas principales cantando de
lado, casi desde las piernas del escenario. El único error serio fue el
prólogo-pantomima, donde varios estudiantes del Poli se “suben” a
un autobús de caricatura dizque rumbo a “Teotihuacán”. El mensaje
de esa escena, torpemente ejecutada y que chocaba con la música del
prólogo, parecía ser: “Perdón, sólo somos estudiantes que queremos
montar una ópera”. Esta noche definitivamente no requería de ninguna
disculpa.
La mayoría de los solistas cantaron su parte por primera vez, lo que
trajo frescura a esta música tan bien conocida. En el rol protagónico,
Fabiola Venegas cantó con elegante lirismo y pianissimi flotantes.
Aunque es esencialmente una soprano lírico, no tuvo problemas para
sobresalir en los grandes momentos donde se combinan la orquesta
enero-febrero 2014
El Coro Alpha Nova del IPN
pro ópera Liliana Aguilasocho (Sacerdotisa), José Manuel Chu
(Radamès), Belem Rodríguez (Amneris), Charles Oppenheim
(Rey) y Edgar Villalva (Mensajero)
La acción se trasladó al México precolombino (1450). Durante el
preludio al acto I Aída y otros estudiantes del Poli suben a un camión
que los llevará a Teotihuacán a realizar unas prácticas escolares; en
el camión Aída se duerme escuchando en sus audífonos la ópera que
lleva su nombre. Lo que ocurre en los siguientes cuatro actos es el
sueño de la joven estudiante politécnica.
Inteligentemente resuelto el asunto escénico por Cesar Piña, no se
cambia ni una palabra ni una nota de la Aida original, pero aquí no
son egipcios contra etíopes, sino mexicas contra tlaxcaltecas, y Aída
es la princesa tlaxcalteca esclava de los mexicas, el rey Moctezuma
Ilhuicamina es el padre de Amneris y así por el estilo, con penachos,
sonajas de semillas, caballeros águila, caballeros jaguar, y todo tipo
de utilería prehispánica. El resultado final fue de lo más disfrutable.
En el supertitulaje podíamos observar el texto traducido al castellano
y al náhuatl, por Francisco Méndez Padilla y Natalio Hernández,
respectivamente.
Debutó en el personaje de Radamés/guerrero águila el tenor José
Manuel Chu, de Navolato, Sinaloa. Su voz nos recuerda la de Carlo
Bergonzi. No esperábamos que lo hiciera tan bien, tratándose de
uno de los roles verdianos más difíciles para tenor, y Chu lo resolvió
más que bien. Otra debutante fue Fabiola Venegas, la Aída esclava
tlaxcalteca, también un personaje muy difícil que Fabiola cantó
con aparente facilidad, segura en su voz y muy agradable timbre.
Charles Oppenheim cantó muy correctamente al Rey Moctezuma
Ilhuicamina, que en el original es el faraón.
Tuvo el elenco tres experimentados veteranos del canto: Belem
Rodríguez, mezzosoprano, hoy día la más solvente Amneris
mexicana que, además de cantar de maravilla, por su juventud y su
porte nos ofrece una Amneris de lujo. Rosendo Flores, el Ramfis/
pro ópera
sumo sacerdote Teotecuhtli, uno de los más solventes bajos mexicanos
cuya actuación además estuvo llena de verdad escénica. Y Ricardo
López, Amonasro/tlatoani del cuarto señorío de Tlaxcala, un barítono
con una voz impresionante, bella y que canta magníficamente.
La orquesta fue la del IPN así como el coro Alpha Nova, la Compañía
de Danza Folklórica y la Compañía de Danza Contemporánea. El
vestuario, de lo más llamativo, sobre todo el de los guerreros.
Desafortunadamente, el auditorio Alejo Peralta no es el idóneo para
la ópera, pues no tiene foso y una obra tan multitudinaria como
Aida a duras penas cabe. Una producción como ésta, hecha además
con poquísimos recursos, demuestra una vez más que con talento,
imaginación y ganas se pueden hacer las cosas de una manera muy
digna.
por Mauricio Rábago Palafox
A la Ópera de Bellas Artes y las de Pro Ópera en la UNAM, se suma
ahora el Instituto Politécnico Nacional en sus esfuerzos por difundir
la ópera en el DF, particularmente entre el público estudiantil. Ha
presentado con anterioridad la Carmen politécnica y La bohème
politécnica, apellidos innecesarios para las óperas que en el auditorio
Alejo Peralta se presentan. Ahora le ha tocado el turno a una Aida
trilingüe. Cantada en italiano, con libreto original de Antonio
Ghislanzoni, ofrece supertítulos en español y en náhuatl; los primeros,
como siempre, de Francisco Méndez Padilla; los segundos, del poeta
náhuatl Natalio Hernández.
El experimento es interesante, porque aunque se cante en el original
italiano —hacer otra cosa habría sido una traición—, las acciones se
sitúan, no en el Egipto de los faraones en guerra contra los etíopes,
enero-febrero 2014
sino en Tenochtitlán, capital del imperio azteca, en guerra contra los
tlaxcaltecas. La analogía es afortunada. Así, Menfis es Tenochtitlan;
la diosa Isis, la Coatlicue; el faraón egipcio, Moctezuma; Amonasro,
el tlatoani de los tlaxcaltecas; el paso de Napata, el paso de Chalco,
etcétera. La escenografía, el vestuario, los movimientos escénicos,
evidentemente, son distintos a los que se habrían realizado de
tener como base la historia original. La escenografía tiene ahora
como centro, ya no la pirámide egipcia, sino la mesoamericana,
con sus serpientes emplumadas decorativas, y muestra, a través del
templo, la organización teocrático-militar de la sociedad azteca. El
vestuario, muy vistoso, es azteca-tolteca, con sus penachos y mantos,
caballeros jaguares y águilas. Los movimientos escénicos son rituales
y solemnes, dramáticamente limitados. El hieratismo egipcio se
transforma en un hieratismo azteca. En conjunto, la dirección escénica
de César Piña es justa y eficaz.
La pregunta es: ¿a quiénes van dirigidos los supertítulos en náhuatl?
En mi opinión, tienen dos sentidos: uno, dirigirse a los contadísimos
hablantes de esa lengua que asistan a la ópera, a no ser que haya el
plan de presentarla en comunidades indígenas; dos, declarar, como
acto de fe cultural y con la mejor de las intenciones, que esa lengua
indígena existe y está virtualmente viva para nosotros. Aida ya está en
náhuatl: a ver qué más se puede hacer con ella.
El resultado musical fue muy disparejo: la orquesta del IPN muestra
grandes limitaciones técnicas; el coro, pequeño, hizo un buen trabajo
bajo la dirección de Armando Gómez. El director Iván López
Reynoso es muy joven todavía pero no parece mostrar el poderío y las
exigencias de un Eduardo Mata, para poner un ejemplo mexicano. Las
voces de los cantantes corrían muy bien en la sala y no era necesario
bajar el volumen de la orquesta para que aquellas fueran audibles.
Ricardo López (Amonasro)
El elenco, disparejo, estuvo dominado, de principio a fin, por la
voz poderosa y canto justo de la mezzo Belem Rodríguez como
Amneris, la hija de Moctezuma. También notable Rosendo Flores,
aunque el sumo sacerdote Ramfis exige un voz aún más oscura que
la del bajo regiomontano. Aceptable el tenor José Manuel Chu en
el demandante papel del infortunado héroe Radamés. Algo le pasó a
la soprano Fabiola Venegas, la Aída tlaxcalteca de la noche: quizá
estuvo indispuesta, porque, entre otras carencias, dramáticas, sobre
todo, le faltaba aire para terminar correctamente las frases. Del resto
del elenco diremos que les falta preparación vocal.
Experimento operático interesante, digno de felicitación, esta Aída
azteca-tlaxcalteca merece verse.
por Vladimiro Rivas Iturralde
El Poli, una institución sin obligaciones culturales, se ha dado a la
tarea de hacer ópera moderna. La intención inicial fue acercar a sus
alumnos al arte lírico. Para ello decidieron trasladar las historias
originales a escenarios politécnicos. Han montado tres óperas.
Una Carmen donde ella es una alumna nacida en 1989, Don José
el prefecto y Escamillo el mariscal de campo del equipo de futbol
americano, apodado “Toreador”. Una Bohème que acontece en
diciembre 1936 (año de la fundación del Poli); Rodolfo y Marcelo
son estudiantes en la Escuela Superior de Construcción y Mimì de la
Escuela Superior de Industrias. No hay buhardillas en Montparnasse
sino azoteas en el Casco de Santo Tomás, y cantinas en Donceles en
vez del Café Momus.
La tercera ópera politécnica fue Aida. Se presentaron cuatro funciones
en noviembre (16, 19, 21 y 23) en el Auditorio Alejo Peralta del
Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Integraron el elenco la soprano
Fabiola Vengas (Aída); el tenor José Manuel Chu; la mezzosoprano
Belem Rodríguez (Amneris); el barítono Ricardo López
(Amonasro), y los bajos Charles Oppenheim (El Rey) y Rosendo
Flores (Ramfis). La Orquesta Sinfónica del Poli y el Alpha Nova
estuvieron bajo la batuta de Iván López Reynoso.
La propuesta escénica, a cargo de César Piña, traslada la historia
al mundo prehispánico. La obertura se interpretó a telón abierto y
en el escenario una alumna del Poli se sube a un camión tras haber
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Rosendo Flores (Ramfis)
terminado su jornada de clases. En su reproductor de Mp3 escucha el
inicio de Aida y se queda dormida. La música de Verdi la traslada a
un sueño que acontece en el Teotihuacán en 1450 donde ella es Aída,
una princesa tlaxcalteca (en vez de etíope) prisionera de los mexicas
y Radamès no es egipcio sino mexica. No hay Río Nilo sino Lago de
Texcoco y toda la acción acontece a lo alto de una reproducción de la
Pirámide de la Luna de Teotihuacán.
El gran mérito de esta Aida es confirmar con sus cuatro funciones
agotadas semanas antes del estreno que existe un público joven
ávido de ópera (el 80 por ciento de los casi 4 mil asistentes fueron
menores de 25 años). Y es un público que entiende la ópera como un
espectáculo sobre todo teatral, un público que del canto sólo espera
coherencia dramática, que la expresión vocal parta del teatro.
Con Carmen, La bohème y Aida, el Poli se puede preciar de haber
logrado algo extraordinario: crear un público nuevo. Sería una lástima
que se estanque en títulos decimonónicos y pierda la oportunidad
histórica de llevarlo hacia un repertorio moderno, de mediados del
siglo XX y principios del XXI. o
por Hugo Roca Joglar
pro ópera 
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