Vamos a hacer memoria…desde la Biblioteca Nacional de Colombia

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Vamos a hacer memoria…desde
la Biblioteca Nacional de Colombia
Crónicas e historias de vida de funcionarios y
exfuncionarios de la Biblioteca Nacional de Colombia
2012
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Vamos a hacer memoria-- desde la Biblioteca Nacional de Colombia:
crónicas e historias de vida de funcionarios y exfuncionarios de la
Biblioteca Nacional de Colombia. – 1ª ed. -- Bogotá: Biblioteca
Nacional de Colombia, 2012.
p. 106
ISBN 978-958-9177-61-7
1. Biblioteca Nacional de Colombia - Funcionarios y empleados Historia
CDD: 027.5861 ed.23
CO-BoBN-a830665
Ministra de Cultura
Mariana Garcés Córdoba
Viceministra de Cultura
María Claudia López Sorzano
Secretario General
Enzo Rafael Ariza
Directora Biblioteca Nacional de Colombia
Ana Roda Fornaguera
Coordinadora Grupo de Selección y Adquisiciones
Myriam Marín Pedraza
Apoyo
Pilar Aguirre
Editor
Juan David Correa
Primera edición – diciembre de 2012
Material de distribución gratuita con fines didácticos y culturales. Queda estrictamente prohibida su
reproducción total o parcial con ánimo de lucro, por cualquier sistema o método electrónico sin la
autorización expresa para ello.
ISBN 978-958-9177-61-7
© Ministerio de Cultura -República de Colombia.
Bogotá D.C., Colombia
Este libro está dedicado a la memoria de Humberto Ovalle Mora,
Quien no pudo ver estas palabras pero que sin duda es un ejemplo de
inteligencia y cariño para todos.
CONTENIDO
Presentación
5
Juan David Correa
¿Y dónde está Miguel Ángel?
Víctor Luis Alape
7
De la blanca ficha al azul unicornio 13
Blanca Alcira Palacios
Anotaciones sobre las Bibliotecas Públicas en Colombia 19
Amanda Millán
Una Mirada al PNLB 25
Fanny Cuesta
Los Libros de Río Quito 31
Piedad Ortiz
Hace treinta y tres años
Leonilde Chirva
37
La puerta grande que se come a las personas 47
Luis Alberto Becerra
Enrique Santos Molano 54
Luis Alberto Becerra
El oasis de la Biblioteca 56
J. Humberto Ovalle Mora
El día en que las letras estuvieron de feria
Catalina Ramírez Vallejo
Recuerdos Misceláneos
José Roberto Velasco
68
El Pulso con la Televisión 73
Consuelo Garzón
63
PRESENTACIÓN
JUAN DAVID CORREA
De marzo a junio de 2011, un grupo de diez personas se reunió en el hermoso
salón Aurelio Arturo, que alguna vez albergó la estupenda sala de música que
programaba todos los mediodías sinfonías y sonatas para los trabajadores cansados del
mundanal ruido del centro de Bogotá, cuando el barrio Las Nieves se convirtió en ese
entresijo de casinos, tiendas, ventas ambulantes, billares, y dejó de serla comarca con
más cines por metro cuadrado de Bogotá, por allá en los años setenta del siglo pasado.
La Biblioteca Nacional de Colombia, ese edificio blanco diseñado como para un set de
Metrópolis de Fritz Lang, por el bogotano Alberto Wills Ferro, es acaso uno de esos
lugares que merecerían no solo albergar la memoria del país, sino ser detonantes de
historias y memorias que, durante más de setenta años, en el emplazamiento actual,
han transcurrido en su interior.
La propuesta para los asistentes fue sencilla: se propuso, desde el comienzo,
elegir un enfoque o un tema que fuera afín a los participantes, para no caer en la ilusión
de contar historias que no estuvieran al alcance del tiempo laboral de los
colaboradores. Así, durante diez mañanas en casi tres meses, aparecieron estas
crónicas, historias de vida, informes y documentos híbridos que se reúnen aquí. Cada
una de ellas tiene el estilo de los participantes pues la idea, desde el comienzo, era
brindar herramientas para poder contar una historia, pero sin trampear la voz de cada
uno: no queríamos contar con un escritor o periodista profesional para que entrevistara
a la gente, sino dejar ese tono primario de la fuente que es capaz de atreverse a contar
su propia historia.
5
Afloraron entonces la historia de Miguel Ángel Díaz, un funcionario de esta
biblioteca que fue desaparecido por paramilitares en 1984, escrita con dedicación por
Víctor Álape; la de la ficha bibliográfica de Alcira Palacios, una novísima empleada de
la Biblioteca que se inventó, a la manera de Alfredo Molano, una voz colectiva para
dar cuenta de un oficio del siglo XX; la memoria de Leonilde Chirva, acaso hoy la
funcionaria de más antigüedad de la institución; la de Luis Alberto Barrera, quien habla
de una puerta grande que atravesó cuando era un niño en los años cincuenta del siglo
XX y que se le convirtió en la puerta de todos los días por argucias del destino (Barrera
contribuye con otro texto sobre su admirado Enrique Santos Molano, personaje de
siempre de esos corredores donde Daniel Samper creó la Biblioteca Aldeana); la de
Piedad Ortiz, Fanny Cuesta y Amanda Millán, quienes nos regalan, desde varios puntos
de vista, el quehacer del grupo de Bibliotecas Públicas, desde su fundación hasta el
Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas. De otro lado, la ex directora de la Biblioteca
Nacional, Catalina Ramírez, en una estupenda crónica de situación, da cuenta de los
días en que Colombia fue el invitado de honor a la Feria del Libro de Guadalajara, y los
ex funcionarios Consuelo Garzón, Humberto Ovalle, y Roberto Velasco, contribuyen, la
primera con un completo informe de cómo fue la tensión entre Inravisión y la Biblioteca
Nacional, y los otros con dos memorias personales, una dedicada a la figura de Germán
Arciniegas, y otra, de corte más intimista. Así, estas letras configuran el espectro de un
primer taller que, ojalá, sirva para que muchos espacios institucionales se convenzan de
la importancia de hacer memoria.
6
¿Y DÓNDE ESTÁ MIGUEL ÁNGEL?
Miguel Ángel Díaz
Archivo personal
VÍCTOR LUIS ALAPE
*
___________________________________
*Nació el 31 de julio de 1955 en Cali. Estudió administración hotelera y se especializó en
cocina, mesa y bar. Actualmente trabaja en el Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia.
Pertenece al sindicato de trabajadores. Escribió esta crónica para nutrir la realidad nacional del país.
7
El 4 de septiembre de 1984, el funcionario de la Biblioteca Nacional, Miguel Ángel
Díaz Martínez, viajó en compañía del veterano miembro del Partido Comunista
Colombiano, Faustino López, a Puerto Boyacá. Díaz era, además, secretario de finanzas
del Partido Comunista de la Regional Bogotá. Los dos iban a arreglar unos documentos
de registro de una propiedad del Partido en esa zona del Magdalena Medio, que
desde hacía unos años comenzaba a sufrir la violencia por la aparición de un grupo de
extrema derecha conocido como el MAS (Muerte a Secuestradores), creado en 1981
por el Cartel de Medellín, para combatir a las guerrillas de las FARC y el M-19. ElM-19
había secuestrado ese año a Martha Nieves Ochoa, hermana del clan Ochoa, socios
de Pablo Escobar Gaviria. Su petición de 12 millones de pesos por liberarla
desencadenó la ira de sus hermanos Jorge Luis, David y Fabio, quienes patrocinaron la
creación del MAS, que publicó un comunicado amenazando no solo a los miembros de
la guerrilla, sino a cualquier ciudadano que simpatizara con ideas de izquierda. Entre
ellos, a Faustino, quien desde hacía un tiempo había arrendado su casa de Puerto
Boyacá para desplazarse hacia Bogotá por las constantes amenazas en contra de su
vida.
La noche antes de la desaparición, Miguel Ángel y Faustino habían viajado a
este municipio colombiano del departamento de Boyacá, situado en el margen
izquierdo del río Magdalena. Esa noche, Miguel Ángel se alojó en las Residencias ―El
Rosario‖, ubicadas en la carrera 2 # 9-38, mientras Faustino se fue para un apartamento
en una casa de su propiedad que se encontraba arrendada en virtud de su
desplazamiento.
Al día siguiente, 5 de septiembre, Miguel Ángel y Faustino se dirigieron, en horas
de la mañana, a la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos para realizar la
escritura. A las 11:30, Miguel Ángel fue a recoger la escritura; conversó con el
registrador, quien le entregó el documento y al salir de la oficina fue introducido en un
vehículo Renault 12 blanco al que seguía una motocicleta roja conducida por el
detective del DAS Jorge Luis Barrera, encargado de dar aviso a los hombres del Renault
de la presencia de Miguel Ángel. Ese automóvil había sido visto en varias ocasiones
entrando a las instalaciones de la estación de Policía de Puerto Boyacá.
Horas más tarde, hacia las 7 de la noche, cuatro encapuchados y el
mencionado agente del DAS irrumpieron con violencia en la propiedad de Faustino,
destrozando una puerta. Al no encontrarlo se dirigieron al apartamento donde se
alojaba. De allí sacaron un costal, donde se presume llevaban a Faustino. El costal fue
lanzado a un lote vecino donde funcionaba un taller de latonería de propiedad de
Gustavo Guzmán y Faustino fue subido a un carro.
8
Miguel Ángel Díaz Martínez nació en Bogotá el 15 de abril de 1952. Estudió la
primaria en el colegio Almirante Padilla y la secundaria en el instituto Nicolás Esguerra.
Luego hizo sus estudios superiores en la escuela de Química Industrial del Instituto Gran
Colombiano. En 1974 ingresó al Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, cuando era
director de la Biblioteca Nacional Eduardo Santa. Su primer cargo fue Auxiliar de
bibliotecas asignado a la Hemeroteca. Muy pronto su agilidad, entusiasmo,
investigaciones y conocimientos en idiomas hicieron que lo ascendieran al cargo de
Técnico de Laboratorio, el 1 junio de 1975. Esta historia, sin embargo, se truncaría
cuando el día 7 de septiembre de 1979, ya graduado como técnico profesional de
química, lo ascendieron al cargo profesional universitario 3020 grado 06 en el Centro de
Restauración. Ese mismo día de su ascenso, en las horas de la tarde, le notificaron
personalmente –así como a la junta directiva del sindicato– que había sido declarado
insubsistente por haber participado e incitado a participar a los demás funcionarios de
Colcultura en un cese ilegal de actividades realizado el 6 de septiembre de 1979, que
impidió la prestación del servicio en todas las dependencias del instituto.
Hasta allí, parecía que Miguel Ángel Díaz estaba llamado a ser parte de un
diálogo nacional que en ese entonces se proclamaba como bandera de unos
probables diálogos de paz, iniciados por Belisario Betancur, que terminaron en promesas
que jamás se cumplieron. Miguel Ángel no lo sabría, pero de ahí en adelante, la tan
cacareada paz se convirtió en una tensión permanente, en una guerra sucia
orquestada por los militares y los narcotraficantes, que le costó, entre otras, la vida a
miles de simpatizantes de la Unión Patriótica, partido creado como un brazo político
para posibilitar una desmovilización de las FARC, que terminó sumido por las balas de la
intransigencia. No sabría tampoco, que la tregua con el M-19 se rompió y que ese
grupo se tomó, un año después, el Palacio de Justicia de donde salieron decenas de
vivos que terminaron como él, engrosando las cifras de desaparecidos por causas
políticas.
El 5 de septiembre de 1984, la familia de Miguel Ángel y los compañeros de la
Biblioteca Nacional supimos que lo habían desaparecido. Durante semanas hubo voces
que pedían razones, declaraciones que imploraban por conocer su paradero, pero
nada se supo. Las semanas comenzaron a pasar y, como era frecuente entonces, la
partida de Díaz se sumó a la de cientos de personas que sufrieron la misma suerte. El 8
de septiembre algunos habitantes de Puerto Boyacá señalaron que Miguel Ángel y
Faustino habían sido torturados y luego asesinados. Sus cuerpos, dijeron, los habían
lanzado al río Magdalena. Sus restos nunca se encontraron, pese a que tres días
después algunos familiares y amigos se desplazaron a Puerto Boyacá e intentaron
averiguar con las autoridades militares y eclesiásticas por su paradero. Como es obvio,
no obtuvieron ningún resultado.
9
Ocho días después, el 15 de septiembre de 1984, una delegación de miembros
de órganos sociales y políticos se desplazó desde Bogotá con el fin de presionar
autoridades para que aparecieran con vida los dos desaparecidos. La delegación
estaba compuesta por aproximadamente 150 personas que se movilizaban en tres
buses, y fue acompañada por delegados de la Procuraduría General de la Nación. La
delegación fue detenida en el sitio llamado La Ye, donde la carretera se divide hacia
Puerto Triunfo o Puerto Boyacá, por un retén móvil del ejército, que les decomisó unas
pancartas que llevaban. La intervención de los delegados del gobierno posibilitó que la
delegación continuara su recorrido.
A las 10:30 de la mañana, cuando los buses llegaron a Puerto Boyacá, sonó la
sirena del cuerpo de bomberos, y al llegar al parque central Jorge Eliécer Gaitán se
encontraron rodeados por varios vehículos ocupados por hombres que portaban armas
de corto y largo alcance. Entre ellos se encontraba Pablo Emilio Guarín Vera, quien con
megáfono en mano arengaba e incitaba a los demás a repeler violentamente a los
delegados, gritando que estos venían a saquear el comercio, la banca y asesinar a los
dirigentes de los partidos tradicionales. La delegación se vio obligada a devolverse ante
la amenaza de los paramilitares de dispararles y quemar los buses con las personas
adentro, sin que la primera autoridad del municipio, el alcalde militar capitán Carlos
Orlando Meza Gómez, hiciera nada por impedir su acción. Fueron seguidos por los
vehículos ocupados por los hombres comandados por Pablo Emilio Guarín Vera, hasta
llegar a las instalaciones del Batallón Bárbula, donde ingresaron los paramilitares raudos,
triunfantes, eufóricos como al llegar de un combate victorioso. Uno de los vehículos de
los paramilitares siguió los buses hasta Puerto Salgar (Cundinamarca).
Tres funcionarios de la Procuraduría fueron delegados para adelantar la
investigación. Las amenazas en su contra aparecieron de manera inmediata. Después
de la desaparición, los familiares de Faustino y Miguel Ángel también fueron hostigados.
El 19 de abril de 1986 una nieta de Faustino fue interceptada por dos soldados luego de
salir del almacén de Colsubsidio en la calle 26, en Bogotá, obligada a subir a un
campero y trasladada por diferentes sitios de la ciudad. En horas de la noche, la
llevaron a una casa en construcción. Allí, la empujaban contra la pared, mientras la
interrogaban. También le decomisaron materiales de la Unión Patriótica, le hurtaron
dinero, la acusaron de guerrillera y al momento de dejarla en libertad la amenazaron
diciéndole ―haga bulla y verá que la jodemos de verdad‖. En octubre de 1992, una hija
de Faustino fue detenida con dos de sus hijos por miembros de la Sijin, permaneciendo
allí por cuatro días. El 23 de octubre de 1996 otro nieto de Faustino fue asesinado, al
parecer por miembros de un organismo del Estado, en Bogotá.
Por la desaparición de Miguel Ángel y Faustino, se adelantó investigación penal
bajo el radicado N 6021, a la cual fue vinculado Jorge Luis Barrera, quien fue procesado
y sentenciado el 29 de mayo de 1986 como reo ausente por el juzgado primero penal
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del circuito de Tunja a cinco años de prisión por ―secuestro simple‖. Fue capturado el 17
de julio de 1987 y recluido en la penitenciaría El Barne. El 27 de febrero de 1990 fue
puesto en libertad por ―pena cumplida‖.
Otro agente del estado que estuvo relacionado con la desaparición, fue el
teniente Álvaro Becerra Álvarez, comandante de policía de Puerto Boyacá quién
presionó a algunos testigos que declararon en el proceso para que cambiaran el
testimonio sobre el color del carro en que se llevaron a Miguel Ángel. ―Yo le aseguré al
teniente que el Renault era blanco y él me insistía que debía ser azul o verde‖, dijo una
fuente. El oficial fue llamado a declarar durante el proceso por el juzgado sexto de
instrucción criminal de Tunja, pero nunca se presentó. Poco después del hecho fue
trasladado a Bogotá, y luego a Tibú (Norte de Santander). Por los mismos días en que el
oficial estuvo presionando a los testigos, también éstos recibieron llamadas telefónicas
en las que le decían ―que se estaban metiendo en problemas y que la vida era muy
buena‖.
Para la década de los 80 los crímenes se incrementaron y se pasó de las torturas
a los asesinatos selectivos, las masacres y las desapariciones. La impunidad continuó
siendo absoluta. En muchos de estos crímenes, los nombres de los responsables fueron
conocidos públicamente por denuncias de los pobladores e inclusive por las
confesiones de los mismos miembros de las estructuras paramilitares. Sin embargo los
sindicados nunca pagaron por estos crímenes. En muchos de los crímenes que se
presentaron en esa década —de los cuales se sindica a miembros de los grupos
paramilitares— las investigaciones pasaron por varios juzgados de instrucción criminal y
hasta por dependencias de la fiscalía, pero ningún despacho llegó a la
individualización de los responsables, por lo que las investigaciones previas fueron
archivadas empezando la década de los 90.
En los pocos casos donde existieron sindicados, los mandos militares que
organizaron y armaron los grupos paramilitares y actuaron conjuntamente con ellos no
fueron vinculados a las investigaciones. La estructura militar no fue tocada para nada.
Los procesos penales donde fueron vinculados reconocidos paramilitares no llegaron a
condenas. Y allí donde las hubo no se correspondieron con la magnitud de los
crímenes; es el caso de la pena a cinco años de prisión a que fue condenado el
miembro del DAS, Jorge Luis Barrera, a quien se le comprobó la participación en la
desaparición forzada de Miguel Ángel Díaz y Faustino López Guerrero. La pena fue muy
corta, solo estuvo en prisión durante dos años y medio. Las investigaciones, antes que
estar encaminadas a establecer la verdad y juzgar a los responsables, se encaminan a
sindicar a las víctimas; como es el caso de Miguel Ángel Díaz, a quien, después de su
desaparición, el juzgado primero penal de circuito de puerto Boyacá le abrió un
proceso por secuestro con base en que la descripción de uno de los hombres que
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participó en su desaparición y la de Faustino López coincidía con la suya en que tenían
―chivera y bigote‖.
De ahí en adelante, el silencio fue total. Durante veintisiete años, su esposa y sus
tres hijas han dedicado su vida a la búsqueda de Miguel Ángel sin obtener ningún
resultado. Además, han sido víctimas de amenazas, lo que las obligó a exiliarse en
España, país del cual no han podido regresar tras casi tres décadas después de que
Miguel Ángel se desvaneciera un mediodía de septiembre en Puerto Boyacá. La vida
les cobró su presencia, y el Estado les entabló un proceso judicial mediante el cual
fueron expropiadas de su vivienda, alegando que Miguel Ángel Díaz había incumplido
los pagos de un préstamo pedido al Fondo Nacional del Ahorro.
La memoria de Miguel Ángel a veces recorre los pasillos de esta Biblioteca. Hace
poco una de sus hijas estuvo visitando ese lugar donde su padre, además de líder
sindical, aprendió el oficio de restaurador de libros, para realizar un reportaje sobre ese
hombre de quien no pudo saber sino a través de la memoria de otros. La familia,
además, interpuso una demanda en contra del Estado colombiano ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos y se han hecho denuncias públicas ante
instancias internacionales a través del grupo de trabajo contra la desaparición forzada
de personas en las Naciones Unidas.
Según cifras entregadas por Christian Salazar, representante para Colombia del
Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, nuestro país reportó en los
últimos 30 años una cifra de 57.200 ciudadanos desaparecidos, de ellos 15.600 son
considerados víctimas de desaparición forzada. Salazar afirma que dichas
desapariciones fueron cometidas en su mayoría por agentes del Estado y fuerzas
paramilitares que colaboraban con ellos. Entre las víctimas se encuentran más de 3.000
mujeres y 3.000 personas menores de 20 años, convirtiendo a Colombia en uno de los
países a nivel mundial con más desaparecidos. Miguel Ángel, nuestro amigo, es uno de
ellos.
**
12
DE LA BLANCA FICHA AL AZUL UNICORNIO
BLANCA ALCIRA PALACIOS
*
_____________________________
*Nació, estudió y ha vivido en Bogotá. Con plena convicción, volvió la bibliotecología como
profesión y, desde esta perspectiva, ha trabajado el área social y desarrollo cultural enfocado a
comunidades vulnerables y desprotegidas. Ve la vida como un aprendizaje continuo, donde en el
gran universo del conocimiento todo le gusta, sintiendo predilección por la tecnología y la lectura.
13
Frisaba los 20 años cuando ingresé a trabajar a la Biblioteca Nacional, por allá a
principios de los años 80. Mi primer trabajo fue realizar la catalogación del patrimonio
bibliográfico. En ese entonces se trataba de llenar unas fichas blancas de cartulina que
medían 12,5 cm de ancho x 7,5 cm de alto; es decir, la suma de mi edad en aquella
época, igual de blanca y todo lo demás.
La catalogación, lo aprendería entonces, es el método para poder acercar al
usuario a la información requerida. La clasificación se realiza por título, autor, temas y
materias, haciendo accesible y fácil la información a la necesidad concreta. La ficha
bibliográfica es el medio para este fin. En la ficha se ponía primero el número
topográfico de acuerdo al Dewey, que era, y es, después de casi de un siglo y medio, el
sistema de clasificación decimal más utilizado en 135 países, creado por Melvin Dewey,
llamado el padre de la bibliotecología moderna, en 1876, después de visitar más de 50
bibliotecas y quedar sorprendido por la falta de eficiencia y por la pérdida de tiempo y
dinero debido a la recatalogación y reclasificación y a la excesiva duplicación del
trabajo. Un domingo, cuando se encontraba en un oficio religioso, la solución llegó de
repente. ¡Eureka! Era simple: bastaba con utilizar los símbolos más sencillos y conocidos,
los números arábigos y decimales y así identificar los temas, permitiendo una
localización precisa del libro en orden jerárquico y partir de lo más general a lo más
específico. Entonces, Dewey dividió el mundo del conocimiento en diez categorías
principales, cada categoría en diez divisiones, cada división en diez secciones, y así
hasta llegar a un grado de especificidad en el tema sobre el cual es poco probable
que no se haya escrito un libro. Igualmente, para afianzar la organización y distinguir
cada autor como único, al señor Dewey lo acompañó su contemporáneo y paisano, el
señor Charles Ammi Cutter, bibliotecario estadounidense, también creador de otro
sistema que combinaba números y letras para representar en forma individual cada
autor con su obra. Así, Dewey más Cutter, son dos apellidos con los que se denomina la
signatura topográfica y es el número que se pone en la parte superior izquierda de la
ficha.
Otra información que quedaba registrada en la ficha en ese entonces, de
acuerdo al Manual práctico de catalogación y clasificación de Jorge Aguayo y de
Castro, bibliotecario cubano nacido a principios del siglo XX, era el autor, el título, los
números de páginas, la edición, etc., siempre en forma cuidadosa y teniendo en
cuenta la norma que decía ―anteponga un punto, espacio, raya, espacio a cada
área‖. Para completar la ficha bibliográfica se construían las materias, basadas en la
Lista de Encabezamientos de Materia, creada por su compatriota y contemporánea
Carmen Rovira.
Al inicio, cuando íbamos a catalogar y dejar registrada la información, la labor se
hacía manualmente o con máquinas de escribir mecánicas, las muy famosas
Remington de la época. Por esa razón no faltaba el error o tachón, el cual era
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inmediatamente enmendado por un borrador eléctrico que no era otra cosa que un
lápiz borrador de unos diez centímetros dentro de un tubo con conexión a una toma
eléctrica, que gracias a su gran velocidad permitía dejar la ficha casi igual a la original,
a pesar de que en algunas quedaba una que otra huella delatando que ya había sido
usada y por lo tanto ya no era tan nueva ni tan inmaculada.
Ya a mediados de 1985, la ficha comenzó a pasar por el mimeógrafo, o
polígrafo, llamado también a veces ciclostil, que es un prototipo de máquina de
impresión simple, patentada el 8 de agosto de 1887 por Thomas Alva Edison en los
Estados Unidos. La máquina era de una gran simplicidad de manejo y se asemejaba a
una pequeña rotativa, lo cual permitía una rápida reprografía de diversas copias. Se
utilizaba para la reproducción un tipo de papel llamado esténcil, con un rodillo
entintado, y en su parte derecha una manivela, para poder ir ―imprimiendo‖ las tarjetas
o fichas requeridas de acuerdo con un contador que tenía en la parte inferior y que
con solo girar la perilla se colocaba el número de copias que se necesitaban de un solo
texto a muchas fichas.
La Biblioteca Nacional importaba desde Arlington Heights, Estados Unidos, las
cajas del esténcil marca Weber y en una matriz en papel con las mismas dimensiones
de la ficha, se preparaba la información de catalogación con la ayuda de una
máquina de escribir. El papel esténcil era el que recibía los tecleos y golpeteos o, como
se decía popularmente, ―se picaba‖. Las fichas solo eran colocadas en la tarima de
desfile del mimeógrafo y, una a una, iban recibiendo la información, de acuerdo con la
necesidad concreta; es decir, se hacían duplas de fichas así: una para Procesos
Técnicos y otra para sala o uso de usuarios. Igualmente se hacían juegos de fichas para
alimentar los catálogos en los ficheros, ya fuera por autor, topográfico, título o materias,
ahorrando tiempo y trabajo.
Llegados los inicios de los años 90, y ya con el ―boom‖ de la tecnología
asomando a nuestro país, en la Biblioteca hizo irrupción la máquina eléctrica IBM, con
una memoria interna que se parecía a la de un procesador de texto y que permitía
hacer ciertas rutinas o funciones automáticas, como producir varias copias de una
ficha. En este escenario, la ficha bibliográfica era elaborada deforma más tecnificada y
rápida que antes, porque con en un santiamén o enter, iba emergiendo por la parte
delantera de la máquina.
Desde entonces, así mantuvieran siempre las mismas medidas, las fichas estaban
mejor presentadas, pues eran pasadas en grupos de cuatro por la máquina
plastificadora que se encargaba de forrarlas para salvaguardarlas del ajetreo para el
que se estaban preparando. Ya las cuatro bien plastificadas, pero todavía unidas,
pasaban para el corte, su separación final y perforación en la parte central inferior,
para después ser atravesadas por una varilla que las sujetaba como medida de
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seguridad para evitar su pérdida o cambio de ubicación. Ya expuestas y debidamente
ordenadas en sus respectivos tarjeteros, con el tiempo, aunque se les realizaba
mantenimiento constante, las fichas solían romperse, ensuciarse, rasgarse, y coger mal
olor por el manoseo y la manipulación.
Pero las fichas, todas hermanas, aunque fueran manufacturadas con diferentes
sistemas tecnológicos, tenían un mismo destino de guarda y almacenamiento: el
fichero, tarjetero o catálogo físico, que había nacido en el año 1880 con el nombre de
Card Index System (o Guardador de fichas de almacén). Este servía de guarda y
habitáculo para las fichas. Medía unos 85 cm de ancho por 1,27 cm de alto, tenía con
cuatro patas, y una matriz de 7 x 5 gavetas que asemejan una colmena lista para
ofrecer el néctar del conocimiento a raudales y en cantidades apenas comparables a
las bases de datos actuales. En cada gaveta cabían 500, 600 o muy apretadas 700
fichas. Si a eso se multiplica por 35 gavetas, cada fichero podía contener entre 18.000 a
24.000 mil fichas y si habían unos 50 ficheros, entonces existían aproximadamente entre
800.000 a millón y punta de información bibliográfica; información que hoy puede
contener el sistema Unicornio, contando copias y publicaciones seriadas.
Los ficheros o tarjeteros tuvieron su auge en la Biblioteca recién inaugurada, en
1938. En ese entonces se les denominada ―índices movibles‖. Unos veinte años más
adelante, llenaban espacios desde el hoy hall central, hasta los pasillos, cuando no
cabían más. Además eran movilizados de un lado a otro de acuerdo con decisiones
administrativas de cada época. Había personal especializado en atender y guiar a los
usuarios en la búsqueda, ya que no faltaban usuarios que destruían las fichas, otros se
perdían en la búsqueda u otros por facilidad acudían a ellos. Había ficheros metálicos
pintados de color verde oliva, de marca Remington Rand, y otros de madera.
Los ficheros ya no daban más, estaban tan repletos y rellenos que cuando se
introducía alguna ficha de más, éste resoplaba y brotaban todas las fichas formando
flores de papel. Eso significaba que se debía reubicar en las gavetas, cambiar la
señalización en los gaveteros, y el movimiento de todas las fichas, etc. Es decir, una
reacomodación de las fichas, lo que implicaba un trabajo arduo, dispendioso y de
mucha concentración, porque si una ficha quedaba mal colocada podría quedar
perdida en el mundo del conocimiento, o del mueble.
El fichero o tarjetero de operación manual, que fue un avance importante en la
época, se hizo demasiado lento y engorroso para la velocidad de los resultados de
búsqueda. Ya con la entrada de lleno de los computadores también hicieron su
aparición las bases de datos y con ello la ficha bibliográfica desapareció físicamente
para transfigurarse y convertirse en pura esencia, gracias a grupos de digitadores
trabajando por turnos que extraían la información contenida en ellas, una a una,
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migrándolas a mejor vida a la base de datos, cambiando de habitáculo y obteniendo
residencia en el computador.
La ficha había dejado de existir y con ella su morada, el fichero, que se fue
convirtiendo en un estorbo, y administrativamente fueron dados de baja poco a poco
en un remate después de una visita de varios avaluadores del Banco Popular. Por ahí
quedan unos cuantos como fiel testimonio, uno en Hemeroteca, otro en procesos
técnicos y siete en Sala Samper, donde aún marcan el territorio como base de la
búsqueda física, cuando no se encuentra un libro en el sistema y como archivo único,
porque ahí reposan las fichas de material catalogado o procesado antes de 1991.
Finalizado el proceso de migración a la base de datos, las fichas bibliográficas,
eran dadas de baja. Hasta aquí llegaban en presencia y comenzaban su camino en
esencia hacia la www. El último año del siglo XX fue un año de grandes cambios y
avances trascendentales en la tecnología. Es así como hizo su aparición en la Biblioteca
la era de la sistematización. Desde octubre de 1998 se dio inicio a la instalación del
cableado estructural para el sistema de voz y datos. En abril del año siguiente quedó
listo no solo para recibir la moderna red de comunicaciones sino también para darle la
bienvenida a Unicornio, sistema de información bibliográfico recién adquirido que
facilitaría el control y seguimiento a todos los procesos involucrados en la actividad
diaria de la Biblioteca, permitiendo la catalogación del patrimonio bibliográfico
nacional, ahorrando tiempo y optimizando recursos.
La ficha bibliográfica entró de lleno a la sistematización con el módulo de control
bibliográfico, con las áreas de catalogación y de control de autoridades, creando
registros para los ítems o materiales del patrimonio bibliográfico nacional, siendo su
parte visible el catálogo que es el núcleo de la base de datos de Unicornio.
Conceptualmente, el catálogo se puede ver como una lista completa del material de
las estanterías.
Desde entonces, la catalogación sigue acompañada por las herramientas del
Dewey. Aguayo ha sido reemplazado por las Reglas de Catalogación Angloamericanas
en una segunda edición revisada y actualizada en el 2003. Igualmente, las listas de
encabezamiento de materia, aunque las hay en físico, ahora están en forma digital o
en línea. Nosotros seguimos catalogando, pero ya no en la ficha sino en el registro
bibliográfico, que es la misma ficha pero virtual y que, dada las ventajas de la
tecnología, permite realizar cambios, enmendar, agregar sin dejar ninguna huella o
marca. La acomodación física de las fichas, en los otrora tarjeteros, actualmente se
denomina localizaciones en el registro.
Las fichas bibliográficas modernas ahora son digitalmente almacenadas,
guardadas y conservadas junto a sus antepasadas. Ahora el sistema Unicornio se
encarga de mostrarlas en toda su esencia, las hace visibles, las ofrece a través del
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OPAC o catálogo de acceso público online, sin importar si tienen setenta o un año o si
apenas está naciendo, pues el patrimonio bibliográfico no tiene fecha de expiración ni
obsolescencia, sino por el contrario, cada vez es más valioso y con su preservación y
difusión le permitimos al mundo que conozca el tesoro bibliográfico que posee la
Biblioteca Nacional.
Es el resurgir, es el cambio y renovación. Autores o editoriales puede solicitar a la
Biblioteca el servicio de catalogación en la fuente, que no es otra cosa que realizarles el
mismo proceso de sus antepasadas. Reaparecen en el mismo formato ya que siempre
ha obedecido a los estándares y normas internacionales, pero más orondas que antes,
más orgullosas, más visibles en la contraportada o página legal del libro o si se quiere en
la búsqueda del catálogo: con un solo clic se muestra ella toda siempre brindando la
información del patrimonio bibliográfico.
Por eso en la página web de la Biblioteca Nacional aparece el siguiente escrito:
―El servicio de catalogación en la publicación es ofrecido gratuitamente por la
Biblioteca Nacional a autores y editores de obras producidas en el país y que son objeto
de depósito legal, con el propósito de incluir la ficha bibliográfica en la obra antes de su
publicación, contribuyendo así con el control bibliográfico nacional y con la
normalización y reducción de costos en los procesos de catalogación en bibliotecas y
demás unidades de información‖.
Y esta es la historia de la ficha bibliográfica que ha superado la barrera del
tiempo, y los cambios tecnológicos, para un fin: servir como fuente el conocimiento. Fue
trazada, penetrada y cruzada por la tecnología. Ya han pasado 30 años de aquel
primer encuentro con la ficha ahora convertida en registro bibliográfico y siento la
marca de la tecnología también en mi cerebro.
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ANOTACIONES SOBRE LAS BIBLIOTECAS
PÚBLICAS EN COLOMBIA
AMANDA MILLAN*
_____________________
*Nació en Bogotá. Cursó estudios de bibliotecología en la Universidad de La Salle. Estuvo
vinculada como docente en el Ministerio de Educación, además en el Sena, donde inició su
experiencia en bibliotecas. Actualmente labora en la Biblioteca Nacional de Colombia en el Grupo de
Bibliotecas Públicas.
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Cuando llegué a Colcultura, a la Sección de Bibliotecas Públicas, esta
dependencia estaba ubicada en una casa esquinera de dos pisos en la calle 24 con
carrera 5ª. Desde la ventana podía apreciar en toda su magnitud la Biblioteca Nacional
de Colombia, edificio blanco de cinco pisos con grandes ventanales, entidad que inició
su servicio al público el 9 de enero de 1777, por iniciativa del fiscal Moreno y Escandón
durante el gobierno del virrey Manuel Guirior; tuvo varias sedes en la ciudad durante la
Colonia, y aún en la República, hasta que el 2 de mayo de 1933 se dio comienzo al
nuevo edificio en el Parque Centenario entre las calles 24 y 26 con las carreras 5ª y 6ª,
diseñado por el arquitecto Alberto Wills Ferro, gracias a la intervención de su director
Daniel Samper Ortega; se inauguró el 20 de julio de 1938. Observando la edificación,
pasó por mi mente la labor que durante su cautiverio realizó el general Francisco de
Paula Santander, detenido por ser acusado de hacer parte de los conspiradores contra
la vida del presidente Simón Bolívar en la famosa noche septembrina de 1828; preso en
el edificio de Las Aulas, en el Colegio de San Bartolomé, donde funcionaba la Biblioteca
Real, hoy sede del Museo de Arte Colonial, ocasión que aprovechó para contar los
libros que poseía la Biblioteca Real de Santafé. En una tablilla escribe ―Hay 14.847 libros
contados en noviembre de 1828 por Santander‖, es uno de los primeros inventarios
realizados.
Durante el primer mandato del presidente Rafael Núñez, el gobierno nacional
emitió el decreto 533 de 1881, donde promulga la necesidad de la creación y fomento
de bibliotecas populares en todas las ciudades en que la Nación mantiene instituciones
docentes superiores.
Con la colección del Diario Oficial y algunos libros sobre temas económicos,
como también las memorias de la Junta de Conversión, se pudo organizar en 1923 una
pequeña biblioteca para los funcionarios del Banco de la República. Ya para el año
1932, debido al crecimiento de la colección, se encargó su organización a una
bibliotecaria y el 3 de julio de ese año se publicó en la revista del Banco un aviso donde
ofrece este servicio a las personas interesadas en temas económicos y bancarios.
El Banco de la República realizó la primera adquisición en 1944 de la biblioteca
privada de Laureano García Ortiz, que poseía 25.000 volúmenes de historia y literatura
nacional, periódicos, revistas y manuscritos de próceres neogranadinos; posteriormente
adquirió las bibliotecas privadas de otros ilustres colombianos.
En 1955, Luis Ángel Arango, gerente general del Banco, inició las gestiones para
la construcción de un edificio diseñado como una biblioteca pública para la ciudad de
Bogotá; la firma de arquitectos Esguerra Sáenz Urdaneta Samper desarrolló los planos
para la construcción de esta entidad cultural y el 20 de febrero de 1958, bajo la
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dirección de Jaime Duarte French, inició labores para el público en general; tenía una
capacidad en ese entonces para 250 personas, contaba con sala de exposiciones y
sala de audiciones musicales.
Como política de expansión de los servicios culturales del Banco, en los años 80
se crearon varias sedes en algunas capitales de departamento y ciudades importantes
del país como Manizales, Cartagena, Girardot, Riohacha, Pasto, Pereira, Tunja, Ipiales,
Ibagué, Armenia y Quibdó, con el mismo carácter de bibliotecas públicas,
organizándose así la Red de Bibliotecas del Banco de la República que actualmente
cuenta con 28 centros para atención al público. Algunas de las directoras de estas
bibliotecas apoyaron a la Red Nacional de Bibliotecas Públicas actuando como
Coordinadoras Departamentales de bibliotecas públicas en sus regiones.
Mediante la Ley 86 de 1928 se delegó al Ministerio de Educación Nacional para
gestionar, ante las Asambleas Públicas Departamentales y a las Gobernaciones, la
creación de bibliotecas en las capitales de los departamentos donde no existían y el
fomento de las que se encontraban funcionando, como también a los Concejos
Municipales para que realizarán este mismo proceso en los municipios.
El director de la Biblioteca Nacional en 1934, Daniel Samper Ortega,
colaborando con los planes del Ministerio de Educación en cabeza del ministro Luis
López de Mesa, para fortalecer su campaña de cultura aldeana, inicia el
funcionamiento de 69 bibliotecas denominadas Bibliotecas Aldeanas. Le correspondía
al departamento de Librería de la Biblioteca Nacional establecer, fomentar y vigilar las
bibliotecas del país, para lo cual se debería contar con el cumplimiento de requisitos de
personal, presupuesto, acciones de seguimiento y seguridad para poder realizar el envío
de libros; especialmente una vez se terminará la publicación de la nueva colección
conocida como Biblioteca Aldeana de Colombia, compuesta por 100 títulos de los más
diversos y enriquecidos temas. Ya para el año 1936, con el censo realizado por el
Ministerio de Educación, se detectó la existencia de 674 Bibliotecas Aldeanas en el país.
Mientras tanto, en un pueblito enclavado en las montañas del Valle de Tenza,
llamado Sutatenza en Boyacá, el joven sacerdote, José Joaquín Salcedo Guarín, invitó
a los campesinos a dialogar sobre los problemas que tenían sus habitantes; como
necesidad apremiante comentaron la falta de oportunidades que tenían para acceder
a la educación. El sacerdote, un ferviente radioaficionado, como estrategia para poder
colaborar con la necesidad manifestada por su comunidad, mandó traer un transmisor
artesanal de 90 wats y el 28 de septiembre de 1947 dio inició la emisión de las Escuelas
Radiofónicas, donde se impartían lecciones para aprender a leer y escribir,
matemáticas y catecismo, dando vida a la Radio Sutatenza. Como complemento a
esta labor surgieron la colección Biblioteca del Campesino y el Semanario Campesino,
obras que permitieron un mayor acercamiento a la lectura y conocimiento.
21
Se puede considerar el año de 1951 como punto de partida por parte del
gobierno para propiciar el desarrollo de las bibliotecas públicas en el país, durante el
gobierno de Laureano Gómez, época en que el país vivía una situación grave de
violencia en los campos y ciudades. Así, con el decreto 1776 de agosto de 1951, se
crearon bibliotecas en ciudades principales del país, con dotaciones entregadas por los
gobiernos regional y nacional. Esta iniciativa la asume el Ministerio de Educación
Nacional, a través del Departamento de Bibliotecas y Archivo Nacional, durante las
décadas del 50 y 60; labor que fue acogida por la Biblioteca Nacional en 1961. Desde
ese año, se vislumbra la idea de dotar del país de una red de bibliotecas públicas
municipales.
Otra de las bibliotecas públicas que han marcado una huella indeleble en el
desarrollo bibliotecario en el país es la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para
América Latina, entidad de carácter público fundada en 1952, a través de un convenio
entre la Unesco y el gobierno de Colombia. Este organismo internacional apoyó la
puesta en marcha de los servicios bibliotecarios en poblaciones de escasos recursos
como África, India y América Latina, siendo Colombia escogida en segundo lugar en el
mundo para implementar este servicio en América Latina. Inicialmente ofreció sus
servicios en su primera sede que se encontraba ubicada en la avenida La Playa, en
pleno centro de Medellín, bajo la dirección de Julio Cesar Arroyabe Calle. Ya para la
década de los setenta es trasladada al sector de Otrabanda, conocida hoy como
barrio Carlos E. Restrepo, donde actualmente se encuentra funcionando. A partir de
1992 fue adscrita como ente descentralizado al Ministerio de Educación y en 2006 pasó
al municipio de Medellín como una entidad descentralizada. En la actualidad dirige el
Sistema Municipal de Bibliotecas; tiene a su cargo cinco filiales ubicadas en los barrios
de Campo Valdés, Florencia, San Javier La Loma, el Raizal y el corregimiento de San
Antonio de Prado, como también ocho bibliotecas de la Secretaría de Cultura
Ciudadana y cinco Parques Biblioteca.
Con la creación del Instituto Colombiano de Cultura mediante el decreto 3154
de 1968, las bibliotecas municipales que dependían del Ministerio de Educación pasan
a este Instituto y se asume la orientación del programa a través de la División de
Bibliotecas y Centros Culturales en1969, realizando programas de promoción de lectura,
capacitación a bibliotecarios y servicios de extensión cultural dirigida a bibliotecarios y
promotores culturales. Colcultura a través de la Red Colombiana de bibliotecas Públicas
ha venido desarrollando actividades de fomento, desarrollo y coordinación desde 1970;
hasta 1975 esta actividad se limitaba a la coordinación de 35 bibliotecas públicas en el
país cuyos bibliotecarios era funcionarios de Colcultura.
Para el año 1976, la Sección de Bibliotecas fue invitada a formar parte del
Comité Técnico del Servicio Nacional de Información, con sede en Colciencias, y partir
22
de ese momento se amplía su campo de acción focalizando así políticas nacionales
para el desarrollo de las bibliotecas públicas.
Con el fin de conocer la realidad de la situación de las bibliotecas públicas, y
con el apoyo de Colciencias, Colcultura, a través de la Sección de Bibliotecas Públicas,
realizó el ―Inventario Nacional de los Recursos y Servicios de Información de las
Bibliotecas Públicas‖ en 1976, para lo cual se requirió el desplazamiento de varios
funcionarios a los municipios del país, cuya finalidad era realizar la investigación
relacionada sobre el funcionamiento de las bibliotecas públicas en el país, dando
como resultado la existencia de 200 bibliotecas públicas. Además, como productos
surgieron el primer Directorio de Bibliotecas Públicas, publicado en 1977, y su
diagnóstico. Colcultura pretende como meta que en los años 80 todos los municipios
del país cuenten con biblioteca pública con una dotación mínima de 10.000
volúmenes.
Luego de una serie de reuniones de coordinadores departamentales de
bibliotecas públicas, representadas por los directores de bibliotecas departamentales o
bibliotecas más importantes de las regiones, en 1978 se crea la Red Colombiana de
Bibliotecas Públicas, asumiendo cada entidad un trabajo específico para aunar
esfuerzos y lograr un desarrollo técnico, administrativo y formativo para los bibliotecarios
públicos del país.
Durante los años 70 a 90 la Sección de Bibliotecas, con grandes esfuerzos,
lograba obtener su presupuesto propio para desarrollar los diferentes programas
dirigidos al sector de las bibliotecas públicas del país.
Debido a los diferentes cambios que se realizaron en Colcultura, la División de
Bibliotecas Públicas se adscribe a la Biblioteca Nacional de Colombia en 1988,
siguiendo modelos de otras redes de bibliotecas públicas en América Latina, cambio
que permitió potenciar sus acciones y realizar un trabajo conjunto con esta entidad
cultural.
Uno de los grandes logros obtenidos con la promulgación de la Ley de Cultura
397 de 1997, fue el reconocimiento del marco legal de la Red, ratificando la
coordinación y dirección por parte del Ministerio de Cultura a través de la Biblioteca
Nacional, para planear y formular la política de las bibliotecas públicas y la lectura a
nivel nacional y dirigir la Red Nacional de Bibliotecas Públicas.
Se aúnan esfuerzos y en Medellín, en 1974, Comfama inicia sus servicios de
biblioteca a sus afiliados y más adelante, en 1993, se unen las Cajas de Compensación
Familiar del país en una gran Red para ofrecer sus servicios, especialmente a sus
afiliados, como también al público en general.
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Así, el país cuenta con varias redes de bibliotecas públicas que permiten el
acceso al libro y otros medios tecnológicos, que brindan oportunidades de
conocimiento y calidad de vida para todos los colombianos.
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UNA MIRADA AL PNLB
*
FANNY CUESTA
________________________
*Bogotana. Profesional en Ciencia de la Información y Bibliotecología de la Pontificia
Universidad Javeriana, especialista en Gestión Tecnológica de la misma universidad. Casada y con un
hijo de siete años, con quienes comparte el amor por el taekwondo, arte marcial que practica desde
niña. Ha trabajado en las bibliotecas de la Universidad el Bosque y de la Universidad Javeriana, fue
coordinadora del Centro de Recursos para el Aprendizaje de Lenguas Extranjeras de la PUJ y desde el
año 2007 se viene desempeñando como profesional del Grupo de Bibliotecas Públicas de la Biblioteca
Nacional de Colombia apoyando la ejecución del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas.
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En 1990, bajo el gobierno del ex-presidente César Gaviria (1990-1994), se puso en
marcha por primera vez un Plan Nacional de Lectura, que proponía ver la lectura como
un placer, bajo el lema ―Es Rico Leer‖. Este plan, convertido en una política, pretendía
―facilitar el acceso a la población colombiana al libro y la lectura; convertir las
bibliotecas públicas en centros de desarrollo cultural de las comunidades y transformar
sustancialmente los comportamientos de lectura de los colombianos‖. Aunque no fue
mucho lo que se logró, fue el primer paso para que, en 1996, Colcultura, en alianza con
la Fundación para la Promoción de la Lectura en Colombia, Fundalectura, se unieran
para lanzar el programa de ―Colombia Crece Leyendo‖. Esta campaña no sólo se
proponía fomentar la lectura en los colombianos, sino que además involucraría a las
administraciones municipales para la creación y desarrollo de las bibliotecas públicas
―como elemento que eleva la calidad de vida de los ciudadanos, ayudando en la
toma de decisiones, enriqueciendo la cultura ciudadana y dando sentido real a la
palabra democracia‖. Bajo esta campaña, en el 2002, treinta y cinco bibliotecas se
vieron favorecidas y como incentivo al gran trabajo que habían venido realizando para
estimular la lectura en los colombianos, recibieron premios en material bibliográfico
(libros) que oscilaban entre 100 y 50 millones de pesos.
En el 2000, se obtuvieron los primeros datos estadísticos de lectura en los
colombianos. Según la encuesta realizada por el Dane, el 67.9% leían algo, pero sólo el
48.3% de éstos lo hacían habitualmente. Circunstancia preocupante para el país,
teniendo en cuenta que la lectura es el factor principal para la cimentación de la
ciudadanía y la democracia a través de la construcción de un pensamiento crítico y
autónomo. A pesar de esos datos, las conclusiones no eran tan inesperadas. Muchas de
ellas se habían ventilado en círculos de especialistas de América Latina, quienes se
habían reunido, desde la década del 90 del siglo XX, en torno al Centro de Estudios del
Libro para América Latina y el Caribe, Cerlalc, para buscar la puesta en marcha de
políticas sólidas para el libro y la lectura en los países de la región. Así, desde Cuba, en
1991, se inauguró una serie de reuniones de las cuales surgieron políticas e ideas como
la Ley del Libro de 1993, en Colombia, entre otras iniciativas que resultarían en el Plan
Nacional de Lecturas y Bibliotecas, en 2003.
Convencidos de esto, especialistas de toda América Latina llevaron a cabo
innumerables reuniones frente a la creación de políticas de lectura: Cuba en 1991, San
José de Costa Rica en 1992, Río de Janeiro en 1992, Medellín en 1993, Caracas en 1994,
entre otros; movimiento internacional y reuniones académicas entorno a la lectura para
promover una sociedad lectora.
No sabemos si como resultado de estas reuniones o por iniciativa propia, en el
2002, y dentro de los 50 puntos de su propuesta para ser presidente de Colombia, Álvaro
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Uribe Vélez incluyó un ítem para apoyar bibliotecas públicas en el país como medio
fundamental para crear lectores y facilitar el acceso a la información a todos los
colombianos.
Esta situación fue una oportunidad para que Jorge Orlando Melo, licenciado en
Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia, gran historiador y director de
la Biblioteca Luis Ángel Arango de la época, escribiera en el 2002 ―Elementos para un
programa nacional de desarrollo de Bibliotecas‖, donde propone al gobierno nacional
orientar las acciones de cultura en el país centrando sus esfuerzos en la conservación y
el acceso al patrimonio cultural; para ello era importante que se manejaran tres
instancias: ―el programa de educación para la cultura, un programa de bibliotecas y un
programa de museos‖.
Una vez Álvaro Uribe es nombrado presidente, y dentro de su plan de desarrollo
―Hacía un Estado comunitario‖ el desarrollo de las bibliotecas públicas en el país, se
conforma un grupo de trabajo para formular el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas
(PNLB), encabezado por la ministra de Cultura, Araceli Morales y la Directora de la
Biblioteca Nacional de Colombia, Lina Espitaleta, conformado por la ministra de
Educación Nacional, y el Banco de la República, a través de Jorge Orlando Melo,
Director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, convirtiéndose en aliados estratégicos y
comprometiéndose a aportar recursos económicos para la ejecución del Plan.
En el 2003, bajo la formulación de los lineamientos del Plan Nacional de Lectura y
Bibliotecas, el Ministerio de Cultura, con María Consuelo Araujo como ministra, a través
del grupo de bibliotecas públicas de la Biblioteca Nacional de Colombia, entidad
responsable de ejecutar las acciones del Plan, presenta la propuesta definitiva
elaborada por Lina Espitaleta y la Red Nacional de Bibliotecas Públicas al Consejo de
Política Económica y Social, Conpes, el cual fue aprobado y asignado el No. 3222.
Desde ese entonces y como primera política con presupuesto en el tema de lectura y
bibliotecas, nos referimos al Conpes 3222 para definir el Plan y sus acciones.
Sus objetivos, ―hacer de Colombia un país de lectores y mejorar… el acceso
equitativo de los colombianos a la información y al conocimiento mediante el
fortalecimiento de las bibliotecas públicas, la promoción y el fomento de la lectura…
[y] la ampliación de la producción y circulación de libros…‖. Para muchos, este Plan era
muy ambicioso: ¿hacer de Colombia un País de Lectores en cuatro años? Tal vez no,
pero se debía comenzar.
El Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas fue formulado con seis frentes o
componentes de trabajo: 1) fortalecimiento de las bibliotecas públicas; 2) formación,
promoción y fomento de la lectura; 3) ampliación de los sistemas de producción y
circulación de los libros; 4) información, seguimiento y evaluación de la Red Nacional
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de Bibliotecas Públicas; 5) banco de experiencias exitosas; y 6) programa de
comunicación y medios.
Estos seis ejes establecidos darían el rumbo y marcarían el ritmo de trabajo del
Plan, el cual no andaría solo, sino que contaría con la asesoría de un grupo de expertos
llamado Consejo Nacional del Libro y la Lectura, compuesto por: la ministra de
Educación Nacional, la ministra de Cultura, un representante del Banco de la
República, un representante de las Cajas de Compensación Familiar, un representante
de las Coordinaciones Departamentales de Bibliotecas Públicas, un representante de
Fundalectura, un representante de Biblored (Red de Bibliotecas Distritales de Bogotá) y
un representante de la Biblioteca Nacional de Colombia como coordinadora del PNLB.
Pero aún no se podía echar a andar el Plan, era necesario contar con una
persona visionaria que pudiera, a través de su experiencia, llevar a cabo actividades
con el presupuesto asignado y con el que pudiese gestionar para garantizar el éxito del
Plan y cumplir poco a poco con sus objetivos, traducidos en indicadores. Para esta
labor fue nombrada Catalina Ramírez Vallejo, psicóloga con maestría en
administración, quién había trabajado como Vicepresidente de Mercadeo y
Planeación del Banco Cafetero y de Banca Personal y Empresarial de Bancoop. Su
papel fue tan importante en el Plan que logró conseguir apoyo de varias instituciones,
tanto públicas como privadas, ganándose el reconocimiento en el país; pero sobre
todo consiguió que el PNLB fuera seleccionado en el 2006 para otorgarle el premio a la
alta gerencia. Desafortunadamente, en el 2006 sale del Plan y es nombrada directora
de Infancia y Juventud del Ministerio de Cultura, posteriormente sería directora de la
Biblioteca Nacional de Colombia por pocos meses.
En el primer periodo del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, entre el 2003 y el
2006, bajo la gerencia de Catalina Ramírez y la directora de la Biblioteca Nacional de
Colombia, Mary Giraldo Rengifo, bibliotecóloga con maestría en planeación
socioeconómica, comienza a darse cumplimiento, uno a uno, a los objetivos del Plan,
convertidos en indicadores. Una de las acciones más reconocidas y divulgadas fue la
entrega de 683 dotaciones, entre las que se incluyen las 35 de “Colombia crece
leyendo‖, mencionadas con anterioridad, y dos dotaciones entregadas en el Amazonas
para que se distribuyeran en nueve corregimientos, las cuales estarían ubicadas en las
instituciones educativas, beneficiando a más de 21millones de colombianos.
Cada dotación entregada consistía entre 2.300 y 2.500 libros, completamente
catalogados, clasificados, forrados, inventariados y listos para ser prestados a las
comunidades a través de un sistema automatizado de control de los libros, bajo un
software llamado SIABUC, producido por la Universidad de Colima de México.
Adicionalmente, se entregaban equipos de audio y video: un televisor, un DVD con VHS
incluido, una grabadora y un computador con software legal para su uso. Pero entregar
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estos equipos a los municipios no era suficiente ni sinónimo del buen servicio de las
bibliotecas públicas; hasta ahora solo significaba que las comunidades contaban con
buenas herramientas para acceder a la información y que tendrían muchas cosas
nuevas y atractivas para leer. Pero, ¿cómo hacer para que estas herramientas ubicadas
en la Biblioteca comenzaran a causar el efecto de acercar a los colombianos a la
lectura? Habría que pensar entonces en el otro componente del Plan, en el de
formación, promoción y fomento a la lectura.
Se comenzaron los procesos de capacitación, con apoyo de Fundalectura, para
la formación de promotores de lectura. Se pensó entonces que la persona más
indicada era el bibliotecario, pero también buscaban que la comunidad se uniera, por
lo que se les pedía a los municipios y sus bibliotecas que conformaran un GAB, Grupo
de Amigos de la Biblioteca. Este grupo no solo era el eje de la promoción de lectura sino
que, en algunos casos, se involucraba tanto que apoyaba los quehaceres de la
biblioteca, ayudando a conseguir recursos y gestionando beneficios. Era también
veedor de que la biblioteca cumpliera con sus objetivos y expectativas, de que las
administraciones municipales apoyaran las actividades que desde allí se hacían,
logrando posicionar la biblioteca como el eje principal para el acceso a la información,
como fuente para generar democracia.
También se capacitó a los responsables de las bibliotecas, llamados
bibliotecarios en gestión bibliotecaria, a través de Asolectura y Aseibi. Estas entidades
eran las encargadas de dar en una semana toda la información necesaria para que los
bibliotecarios pudiesen comenzar sus labores que eran: prestar servicios de consulta,
organizar sus bibliotecas, realizar actividades de promoción de lectura, hacer informes
para la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (porque una vez la biblioteca era dotada
por el Plan entraba automáticamente a formar parte de la Red, aunque en ese
momento no era muy claro qué beneficios traería esto) y, por último, gestionar con
entidades recursos para apalancar el desarrollo de la biblioteca y sus servicios.
Pero como en todo, también existieron varios inconvenientes que no se hicieron
esperar. En 2003, dos de las dotaciones enviadas a dos municipios de Arauca fueron
secuestradas por la guerrilla, y aunque nos parezca difícil de aceptar, es mejor que se
las hayan robado a que pasara lo ocurrido con la dotación de Arauquita, la cual fue
incinerada por estos mismos vándalos, que prefirieron destruirla antes de ver a un niño
feliz viendo las mágicas ilustraciones de Ivar da Coll, imaginando otros mundos o
divirtiéndose con la poesía de Rafael Pombo.
Así mismo, y mucho más grave que la situación anterior, algunas
administraciones municipales preferían dejar perder los libros en cajas y no invertir en un
espacio, mobiliario y personal adecuado para poner en funcionamiento la biblioteca,
violando uno de los derechos que tenemos los colombianos a través de constitución de
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1991, la educación y el acceso a la información. Esto es, no solo triste, sino también
penoso, porque eso significa que Colombia es un país donde el Gobierno Nacional va
por un camino y los municipios por otro. Pero esto no desanimó al Plan, sirvió para
aprender y mejorar las convocatorias, las acciones y hacer seguimiento a las bibliotecas
para que estas realizaran las labores que se necesitaban para cumplir con el principal
objetivo del Plan; y las herramientas ya estaban dadas.
¿Cómo hacer para que las administraciones municipales no echaran a perder el
trabajo del Plan? Se ideó entonces, con apoyo de la oficina jurídica y de contratos del
Ministerio de Cultura, un documento llamado convenio interadministrativo, para
entregar las dotaciones y que, a su vez, comprometiera tanto a los departamentos para
fortalecer las redes departamentales de bibliotecas públicas, como a los municipios a
dar continuidad a los procesos emprendidos para que a partir de la biblioteca se
generaran espacios de interacción entre la comunidad y el libro, todo esto para que los
colombianos se vieran beneficiados y encontraran alternativas de crecimiento.
Otros problemas se presentaron, como el envío de equipos a lugares donde no
había luz. Sin embargo, y para nuestra tranquilidad y satisfacción, los más beneficiados
fueron los niños, quienes con sus caritas sonrientes y esa desesperación con que
agarraban los libros, los ojeaban, los exploraban, veían sus colores, sus dibujos y sus
textos, nos ofrecieron una enorme gratificación, tal vez emocionante, al ver cómo, sin
haber comenzado, ya los niños estaban leyendo. Los adultos, aunque más serios, no
podían ocultar el asombro que les producía ver aquellos textos nuevos que les podían
servir para realizar o perfeccionar un oficio; con ver esto, que hayan llegado bibliotecas
donde no había y que los libros se estén usando y deteriorando por su uso, yo quedo
feliz, aunque aún faltan muchas cosas por hacer.
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LOS LIBROS DE RÍO QUITO
PIEDAD ORTÍZ*
A Licímaco
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*Nació en la Provincia de Oriente de Cundinamarca, en el municipio de Cáqueza. Es
egresada de la Universidad Javeriana, su profesión y oficio es la bibliotecología; la mayor parte del
ejercicio laboral ha sido en el área de Bibliotecas Públicas. Ha trabajado en la Biblioteca Luis Ángel
Arango, en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá (Biblored) y desde finales de 2007 está
vinculada como contratista a la Red Nacional de Bibliotecas Públicas y el Plan Nacional de Lectura y
Bibliotecas Públicas liderado por el Ministerio de Cultura. A través del PNLB ha brindado asistencia
técnica a departamentos y municipios, ha coordinado durante un tiempo el Proyecto de Bibliotecas
Rurales y actualmente está encargada de coordinar los programas de formación para bibliotecarios
públicos municipales que se organizan, lideran y/o promueven desde la RNBP.
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El jueves 28 de febrero de 2008, a las once de la mañana, aterrizaba el vuelo de
Satena en el aeropuerto de Quibdó, capital del departamento de Chocó. Allí me
esperaba José Licímaco Rivas Murillo, Coordinador Departamental de Bibliotecas
Públicas, quien iría conmigo a los municipios de Río Quito y Medio Baudó con el fin de
brindar la asistencia técnica a las bibliotecas públicas recién dotadas por el Plan
Nacional de Lectura y Bibliotecas-PNLB. No lo conocía personalmente; sin embargo era
fácil identificarlo entre las pocas personas que esperaban a los pasajeros procedentes
de Bogotá: llevaba puesta una camiseta azul rey en la que se leía ―Leer libera. Plan
Nacional de Lectura y Bibliotecas‖.
Chocó queda al occidente de Colombia, entre la cordillera occidental y el
océano Pacífico. Su territorio ha sido declarado como una de las zonas de la tierra con
mayor biodiversidad del planeta; sus ríos albergan importantes yacimientos de
minerales, especialmente platino y oro. Aunque la mayoría de su población,
aproximadamente el 90%, es de raza negra, también el Chocó se caracteriza por tener
entre sus pobladores un número representativo de indígenas. Por las condiciones de la
calidad de vida de sus habitantes y los problemas de infraestructura que tiene, es
considerado como uno de los departamentos más pobres y atrasados del país, siendo
también uno de los departamentos más afectados por problemas de orden público.
Estas condiciones tan divergentes le han merecido de igual forma calificativos
contrastantes que pasan, entre otros, por adjetivos tales como: mágico, paradójico,
exótico, pobre, diverso, rico, abandonado, contradictorio, exuberante, marginado.
Luego del reconocimiento y saludos mutuos, salimos con Licímaco en su moto
hacía el centro de la ciudad de Quibdó para encontrarnos con Gloria Asprilla,
Secretaria de Cultura y Turismo de Chocó, quien nos acompañaría a Río Quito.
Teníamos el tiempo justo para almorzar y preparar los últimos detalles antes de la hora
prevista para encontrarnos en el muelle-malecón de Quibdó con el dueño de la lancha
que nos llevaría a Río Quito y con José Afranio Romañana Rubio, Secretario General y
de Gobierno del Municipio de Rio Quito.
José Licímaco Rivas Murillo, oriundo de Bebedó, corregimiento de Istmina
(Chocó), docente, político y escritor, había sido designado en 2005 como Coordinador
de la Red Departamental de Bibliotecas Públicas de Chocó, función que desempeñó
sin remuneración y sin presupuesto hasta el día de su sorpresiva muerte como
consecuencia de un accidente casero, en marzo de 2009. Como Coordinador de la
Red Departamental se convirtió en un apoyo fundamental para los bibliotecarios
municipales, estimulándolos y apoyándolos permanentemente para realizar su labor;
viajando a los municipios a visitarlos y a hablar con los alcaldes para que cumplieran sus
compromisos con las bibliotecas públicas; organizando encuentros departamentales y
subregionales con la plata que conseguía a través de proyectos que presentaba al
programa de concertación del Ministerio y el apoyo de socios locales como la
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Biblioteca del Banco de la República. Hospitalario, amable y alegre con quienes fuimos
en diferentes momentos a su departamento, orgulloso y conocedor de su
departamento, y uno de los mejores promotores del Borojó, que siempre regalaba a
quienes lo visitaban y traía en sus viajes a Bogotá.
Aunque hacía algunos años había estado en plan de vacaciones en el
municipio de Bahía Solano, ubicado sobre la costa pacífica del Chocó, era la primer
vez que visitaba Quibdó; por eso me pareció muy afortunado que el primer encuentro
con sus lugares, sus calles, y su gente fuera desde la moto de Licímaco, quien, como
buen anfitrión, también hacía las veces de guía turístico. Almorzamos con Licímaco y
Amparo.
Después del medio día llegamos al muelle-malecón, pagamos el valor del
combustible de la lancha y esperamos un buen rato mientras regresaba el lanchero.
Sentados en las gradas del malecón, mientras conversaba con Licímaco y Amparo, me
sentía muy agradecida por estar allí. Atrás estaba Quibdó. Al frente, el río Atrato, que
recorre gran parte del departamento y es uno de los más caudalosos del mundo,
inmenso, majestuoso, silencioso, llevando a cuestas su protagonismo en la historia del
departamento y también los residuos que por descuido e ignorancia botan las personas
a su cauce. En la otra orilla, algunas casas y ranchos ribereños. Observaba también a
las personas que se embarcaban, transitaban, esperaban o vendían algo en el
malecón; allí estaba representada la riqueza y diversidad humana de Chocó y de
Colombia, negros, indígenas, mestizos, blancos.
El señor de la lancha y José Afranio llegaron casi al tiempo. José Afranio es un
joven de raza negra, aproximadamente 25 años, mediana estatura, figura menuda y
ágil. Según me enteraría después, además de ser el Secretario General y de Gobierno
del Municipio, también cumplía funciones de tesorero, almacenista y, cuándo el
alcalde estaba ausente, también le correspondía asumir el rol de alcalde encargado.
Antes de abordar la lancha, José Afranio nos comentó que los estantes para la
biblioteca estaban demorados por un derrumbe que se había presentado en la
carretera de Medellín a Quibdó, asegurando que llegarían a primera hora del día
siguiente. La misma voz ceremoniosa que días antes me había dicho por teléfono que
para cuando llegáramos a Río Quito tendrían listo el espacio, el mobiliario y la persona
que se encargaría de atender la biblioteca.
El motor encendido y el ligero movimiento de vaivén de la lancha nos confirman
que hemos iniciado el recorrido y en mí esa sensación de inmensidad y regocijo que
me producen los viajes por río. Atrás fueron quedando el muelle-malecón, la Catedral
San Francisco de Asís, el parque Centenario, el edifico donde funciona la biblioteca del
Banco de la República. Apenas avanzamos un poco por el Atrato y enseguida me
dijeron que empezábamos a navegar por el río Quito, afluente del Atrato que
33
desemboca frente a la ciudad de Quibdó y de donde tomó el nombre el lugar de
nuestro destino.
El recorrido total duró aproximadamente una hora. Un viaje tranquilo, con un
calor húmedo y un poco de nubosidad que se convirtió en un corto y fuerte aguacero.
Pensé que era una digna bienvenida de una región que se caracteriza por ser una de
las zonas más lluviosas del planeta. Mientras avanzábamos, pude contemplar una
muestra de los diferentes matices del Chocó mágico y contradictorio. La selva verde,
espesa, misteriosa; las viviendas y ranchos ribereños en madera y tabla. El gris de la
sedimentación a lado y lado del río y el color amarillento del agua producto del trabajo
de las dragas que aspiran el río para extraer de sus entrañas el preciado oro. Dragas por
lo general ilegales, muchas de ellas de empresas extranjeras de cuya explotación poco
se benefician los rioquiteños, quienes por el contrario se han visto afectados por la
contaminación de las aguas, la reducción del cauce del río y la tala indiscriminada de
árboles, afectando la posibilidad de pesca, la navegación y el deterioro del agua para
el consumo humano.
Este recorrido lo hicieron, unos meses antes, las 55 cajas que albergaban la
dotación del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas PNLB, con la misión especial de dar
inicio por primera vez a un servicio de biblioteca pública para los habitantes de Rio
Quito.
El PNLB inicia en el año 2002 como un plan estratégico del gobierno nacional
con el objetivo de hacer que los colombianos de todos los rincones del País tuvieran la
posibilidad de acceder a recursos y servicios de lectura, información y cultura. Definió
como su primera meta lograr que todos los municipios de Colombia cuenten mínimo
con una biblioteca pública con colecciones apropiadas y actualizadas, espacios y
mobiliario adecuado y suficiente, bibliotecarios formados. Bajo un esquema de
responsabilidades mutuas, las administraciones municipales aportarían el espacio, el
mobiliario, el bibliotecario, comprometiéndose también a incluir la biblioteca en los
planes de desarrollo y presupuestos locales; el Ministerio de Cultura aportaría las
colecciones, equipos de cómputo y audiovisuales, la capacitación al bibliotecario y
una visita de asistencia técnica a cada municipio para orientar y apoyar la
organización y funcionamiento de la dotación entregada y de la biblioteca.
La dotación entregada por el PNLB a Río Quito contenía aprox. 2.200 volúmenes
de libros y material audiovisual con temas apropiados para diferentes edades, oficios,
aficiones, nivel de formación e intereses. Además, un televisor, un DVD, una grabadora y
un equipo de cómputo con un software especial para bibliotecas.
Río Quito está ubicado al sur de Quibdó, aproximadamente a 40 km. Fue creado
mediante la Ordenanza No. 004 del 25 de abril de 1999; para ese momento uno de los
municipios más jóvenes de Colombia, con apenas 9 años de creado. También según el
34
Censo de Población del Dane 2005, el municipio más pobre del país, con un índice de
Necesidades Básicas Insatisfecha (NBI) del 98,81%. Sus principales actividades
económicas, giran alrededor de la explotación forestal y la minería. La pesca y la
agricultura de subsistencia complementan los ingresos de sus pobladores.
Al llegar a Piendamó, nombre de la cabecera municipal o centro administrativo
de Río Quito, salieron a encontrarnos algunos niños y jóvenes que ayudan a cargar los
objetos de los viajeros a cambio de plata. La población de Piendamó es
mayoritariamente negra, al igual que en la mayor parte del territorio chocoano. Cerca
al puerto está la Iglesia y un pequeño parque mirador. Las calles están sin pavimentar.
Hay una cancha de futbol, un par de colegios. El pueblo tiene una seria deficiencia de
servicios públicos.
En las oficinas de la alcaldía se encontraban las 55 cajas con la dotación del
PNLB. Rápidamente hicimos un diagnóstico de las condiciones que existían para
organizarla y poner en funcionamiento la biblioteca. El balance era bastante
desalentador: el espacio destinado para la biblioteca requería arreglos y adecuaciones
que llevarían varios días, los estantes no alcanzarían a llegar definitivamente durante los
dos días que teníamos previstos para la visita, y la persona que habían elegido para ser
la primer bibliotecaria de Río Quito finalmente había decidido no aceptar.
¿Y ahora qué hacemos? Es la pregunta que sigue luego de la sensación
momentánea de impotencia y desaliento al ver que no se podría cumplir el plan de
trabajo previsto; sin embargo, estando allí, el compromiso era encontrar alternativas y
soluciones para aprovechar al máximo nuestro viaje, avanzando hasta donde nos fuera
posible y dejando inquietudes, expectativas y compromisos claros.
Decidimos aprovechar el día y medio que teníamos en dos acciones concretas:
por un lado darle a conocer al mayor número de personas posible de la comunidad la
dotación que les había llegado y las condiciones y compromisos que la alcaldía debía
cumplir para que ellos pudieran hacer uso de la dotación; y por otro, dejar instrucciones
precisas sobre la organización y funcionamiento de la biblioteca a la nueva persona de
la comunidad que sería designada como bibliotecaria y que José Afranio seguía
buscando con el apoyo de algunos miembros del concejo municipal.
Para ambos casos era necesario desempacar y organizar temporalmente al
menos parte de la dotación y los equipos audiovisuales y de cómputo, en un lugar al
cual pudieran tener acceso todos los miembros de la comunidad.
De los posibles lugares que visitamos por sugerencia de José Afranio, el lugar
elegido fue el centro de salud. Mientras llegaban los estantes que venían desde
Medellín, Licímaco sugirió que, aprovechando que esa era una zona maderera y había
personas de la comunidad que trabajaban la madera, se les pidiera que cortaran unos
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listones para armar unos estantes provisionales donde ubicar y organizar libros y videos.
Los listones debían estar a primera hora del día siguiente.
Amparo y yo nos encargamos en las primeras horas de la mañana de divulgar la
dotación del PNLB. Fuimos de salón en salón de la Institución Educativa Bernardino
Becerra Rodríguez, contándoles a los estudiantes sobre la dotación y la biblioteca e
invitándolos a que se acercaran ese mismo día a las 5 de la tarde al Centro de Salud
donde podrían comprobar y degustar aquello tan maravilloso que le estábamos
contando. Y pedimos que a su vez les cuenten a todos sus amigos y familia, que la idea
era que todos los habitantes de Río Quito se enterarán. Lo mismo hicimos con un grupo
de niños que se agruparon cerca a la cancha de futbol y con cuanta persona
encontrábamos por el camino. Mientras tanto Licímaco y José Afranio, con el apoyo de
varias personas de la comunidad, trasladaban las 55 cajas al centro de salud y
coordinaban la armada de los listones de madera cortados la noche anterior.
En la tarde, antes de las 5, empezaron a llegar los usuarios más fieles de las
bibliotecas públicas, los niños. También algunos jóvenes y adultos aceptaron la
invitación. Para ese momento y con la ayuda de algunas personas de la comunidad,
entre ellas Luz Mary, quien había aceptado ser la bibliotecaria y sería contratada en los
próximos días, habíamos logrado desempacar y organizar por temas algunos libros,
instalar los equipos audiovisuales y el computador. José Afranio iba y venía buscando
mesas para los equipos, revisando las instalaciones eléctricas, ofreciéndonos gaseosa y
tomando nota de nuestras recomendaciones para el funcionamiento de la biblioteca.
Los libros estaban allí disponibles para ser cogidos, observados, disfrutados.
Sentados en el piso, los niños empezaron a disfrutar de los personajes, los lugares, las
historias que a través de palabras e imágenes se encontraban en los libros de cuentos y
leyendas. Los jóvenes y adultos, un poco más tímidos, pero impulsados seguramente por
el ejemplo y disfrute de los pequeños, iniciaron también su propia exploración. El atlas
de Colombia para ubicar a Río Quito, libros sobre cometas, culinaria y deportes hacían
parte de sus preferidos. También la lectura en voz alta y la proyección de un video
serían parte de la primera jornada de trabajo de la Biblioteca Pública de Río Quito.
Después nos quedaríamos con Rosa dándole más indicaciones sobre la
organización de la biblioteca, los servicios y programas, el funcionamiento del Software
SIABUC, jornada que decidimos continuar a primera hora del día siguiente, durante
toda la mañana. Nosotros regresaríamos a Quibdó después de almuerzo.
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HACE TREINTA Y TRES AÑOS
LEONILDE CHIRVA*
_______________________
*Nació en Susa, Cundinamarca. Ingresó a trabajar en Colcultura en el año 1978. Se ha
desempeñado como bibliotecaria y referencista en la Biblioteca Nacional de Colombia.
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Nací en Susa, municipio de Cundinamarca, ubicado en el Valle de Ubaté, a 128
km de Bogotá. Susa, en lengua chibcha, quiere decir ―paja blanca‖. En 1968 terminé la
primaria. Tenía 13 años. En esa época lo recibían a uno en la escuela solo a partir de los
siete. Y como en mi casa no había recursos, no pudieron mandarme a la Normal para
que me hiciera profesora. En los años sesenta, en Susa, un pueblo de pocos habitantes,
apenas se estaba gestionando la aprobación del bachillerato. Por esa razón, los padres
se veían obligados a gastos enormes, para que sus hijos pudieran continuar estudiando.
Los estudiantes del municipio debían desplazarse a otros sitios donde estaban las
Escuelas Normales, conventos y seminarios que fueron creados desde la colonia. Las
escuelas normales femeninas surgieron a partir de 1872, con el fin de formar maestras
idóneas para los niveles de primaria y para los planteles de su mismo género. La
creación de estas instituciones fue la respuesta al movimiento mundial en favor de la
educación de la mujer de la época. De ahí que los gobiernos radicales del país
quisieron estar a tono con los cambios educativos y culturales realizados en Europa,
Norteamérica y algunos países de Latinoamérica. Además, la educación posibilitó un
trabajo digno para la mujer colombiana en ocupaciones distintas al hogar, porque así
ingresó al campo laboral del magisterio. Las Escuelas Normales Rurales para mujeres
fueron creadas por la Ley 12 del 17 de diciembre de 1934, y ―se constituyeron en uno de
los instrumentos privilegiados de los gobiernos liberales para implementar sus políticas de
modernización, democratización y asistencia social, hacia la población campesina‖.
Todas tenían como finalidad específica preparar las maestras para la educación rural
primaria.
Terminada la primaria mi madre me envió a Bogotá, donde una tía que tenía un
supermercado en la plaza del barrio 12 de octubre, ubicada en la calle 72 con carrera
39. Para la época, este tipo de negocios eran muy rentables, pues todos los capitalinos
acudían a esos sitios a mercar. El esposo de mi tía era un negociante mayorista de
papa. Mi tía tenía unos 45 años, y aunque yo no pensaba en otra cosa que en estudiar,
para mi tía, el tema del estudio era un fastidio, pues ella pensaba que las mujeres sólo
debían trabajar en labores domésticas y no estudiar. Al cabo de dos años que llevaba
viviendo en su casa, colaborando con las cuentas en el negocio, acompañando a mi
hermano mayor –quien también trabajaba con ella repartiendo los domicilios en un
carro–, después de tanto insistir, lo único que logré fue que me inscribiera a una
Academia de alta costura llamada ―Margot‖, ubicada en Barrios Unidos, frente al
Colegio del Rosario. Allí me hice amiga de una estudiante que trabajaba en una
fábrica de confecciones de camisas; yo le contaba todo lo que tenía que caminar,
porque no me daban plata para pasajes, desde la calle 72 con carrera 38 hasta la
carrera 24 con la calle 65. Un día ella me dijo que si quería trabajar en el lugar en el que
ella laboraba como rematadora, es decir, cortando los hilos que quedaban después de
38
la costura y con una maquina darle vuelta a los cuellos. Desde luego, le dije que sí, lo
cual generó problemas con mi tía, pues yo estaba bajo su responsabilidad. En el año
1974 me inscribí para cursar el bachillerato por radio.
En 1976 la mayoría de la familia de mi madre estaba dedicada a negocios
independientes. En esa época, una sobrina de mi mamá, casada con un negociante
venezolano que tenía varios negocios (similares a los de San Andresito), en Carúpano
(uno de los puertos más importes de Venezuela), le dijo a mi tía que por qué no me
mandaban para allá. Como yo no tenía un puesto estable, y según mi tía era muy hábil
para las cuentas y los negocios (eso no lo olvidaré jamás), siendo aún una menor, me
concedieron un permiso para viajar a Venezuela por tres meses.
Viajé a Venezuela por tierra (un viaje infernalmente largo) y viví en el puesto de
Carúpano casi dos años, sin enterarme del plazo del permiso de residencia que tenía,
pues los trámites de mi viaje los realizaron mi tía (responsable de mí en ese entonces) y
una cuñada. Para regresar a Colombia, decidí viajar en el recién inaugurado Jumbo,
con tiquete fechado el 8 de diciembre de1977, aun cuando mi tiquete de regreso
estaba fechado para el 7 de enero de 1978. Pero al registrar mis documentos, tenía una
sanción de un año por exceder el lapso del permiso. Tenía la alternativa de volver a
Venezuela por tierra, pero era un riesgo por las fuertes políticas migratorias venezolanas,
de las cuales sabía por voz de los comerciantes que se atendían donde yo estaba. No
tenía otra alternativa, había que cambiar de planes.
A mediados de enero de ese año, la esposa de mi hermano mayor, Ligia Osuna,
secretaria de la Biblioteca Nacional de Colombia, me envió un formato de hoja de
vida. En ese mismo mes me inscribí a un preuniversitario, con horario de 7 am a 1 pm de
lunes a viernes. Los sábados me inscribí a un curso de enfermería de 7 am a 1 pm. Pasó
el tiempo y mi cuñada me preguntaba con frecuencia por la hoja de vida. Tomé la
decisión y me presenté en los últimos días del mes de abril, ante la señorita Susana
Salazar Manrique, Administradora de la Biblioteca. Ella me remitió a la planta para
gestionar los documentos necesarios, y comencé en la biblioteca quince días después.
En ese entonces, la Directora de Colcultura era Gloria Zea, y la directora de la
Biblioteca Nacional, la historiadora Pilar Moreno de Ángel. Fue un 10 de mayo de 1978,
cuando aún era presidente Alfonso López Michelsen. Me presenté ante la señorita
Susana Salazar Manrique, quien me remitió ante la señora Anita de Guzmán, jefe del
Deposito Bibliográfico, vinculada a la Biblioteca desde el año de 1954. Mis horarios eran
de 3 de la tarde a 9 de la noche, de lunes a sábado.
Durante la inducción, aprendí que el 20 de julio de 1938 se inauguró el edificio de
la Biblioteca Nacional, en la calle 26, bajo la dirección de Daniel Samper Ortega,
construida sobre planos del arquitecto Alberto Wills Ferro.
39
En ese momento contaba con más de 100.000 volúmenes catalogados. En 1968,
durante la presidencia de Carlos Lleras, como parte de una Reforma Administrativa,
fueron creados Colcultura, Coldeportes, Colciencias y el Instituto de Construcciones
Escolares, ICCE. El primer director de Colcultura fue el poeta Jorge Rojas.
En 1966, se realizaron estudios de remodelación del edificio de la Biblioteca, con
el fin de mejorar las instalaciones, para que fuera una Biblioteca más dinámica y
moderna. Como resultado de los estudios, la entrada a la Biblioteca, se realizaba por la
calle 26, por el parque de la Independencia, incorporando al edificio a una amplia
zona verde que aún se conserva.
Cuando entré, allí quedaba la sede de Inravisión de San Diego. La televisora era
un peligro porque se temía que cualquier hecho de violencia afectara la Biblioteca.
Dicho problema fue captado por algunos funcionarios y usuarios que intentaron desde
entonces promover su traslado. Recuerdo además, que las salas de consulta, cuando
comencé a trabajar, eran la sala Daniel Samper, gran hall (que sirve para exposiciones),
Selección y Adquisiciones, la Sala de Música, y Procesos Técnicos. En el segundo piso
quedaba la Hemeroteca, la Sala de Investigadores, la de Libros Raros y Curiosos con
una bóveda de seguridad (donde hoy funciona la oficina de Bibliotecas Públicas). El
Archivo Nacional se encontraba en el cuarto piso, donde hoy en día está ubicada la
División Conservación y el Centro de Documentación Musical.
En aquel entonces yo vivía en Cajicá, un pueblo a 39 kilómetros de Bogotá. Me
levantaba a las 4 de la mañana, salía de la casa a las 5 y abordaba la flota Águila que
pasaba por Tabio, Tenjo, Cajicá y el Puente del Común. Este puente para mi es
bastante recordado por unas láminas de la Comisión Corográfica en las que aparece
este monumento, y parte de los tesoros que alberga la Biblioteca Nacional, cuya
construcción fue el resultado del interés del Virrey ―sordo‖ Amar y Borbón quien, en 1805,
decidió abrir un camellón desde la alameda de San Diego al Puente del Común.
La flota pasaba por la autopista norte a la altura de los Héroes y continuaba por
toda la Caracas hasta la carrera 17 con calle 18. La avenida Caracas se consolidó
desde la década de 1940 como importante eje norte-sur. Yo viajaba hasta la 72 con
Caracas, desde allí, caminaba hasta la carrera 20 con calle 72, donde estudiaba de 7
de la mañana a 1 de la tarde. Al terminar la jornada de estudio, me subía a una buseta
que transitaba por la calle 13, hasta la calle 24, continuando hasta la calle 3ª. Así podía
llegar a la biblioteca.
Recuerdo que los sábados la carrera Séptima era muy concurrida. Los viernes,
sábados y domingos había filas inmensas para entrar a todos los teatros de la Avenida
de Chile, los de la calle 63 (frente a la iglesia de Lourdes), los cinemas de la calle 24, y el
Teatro México, entre otros. En esa época a la Biblioteca ingresaban usuarios desde los 7
hasta los 90 años, quienes por la falta de bibliotecas hacían filas larguísimas que
40
bordeaban el edificio de la biblioteca: la fila iniciaba por el costado de la calle 24,
continuaba en la carrera 5ª, y terminaba por la calle 26. Se trabajaba en dos turnos de
lunes a sábado, desde las 9 de la mañana hasta las 3 de la tarde y de las 3 a las 9 de la
noche. A la sala Samper, se puede decir que entraban entre 800 y 900 personas, o algo
más. La sala Daniel Samper se encontraba dividida en dos salas: la Sala General, donde
las mesas estaban numeradas del 1 al 350; y la Sala de Referencia, numerada del 1 al
280. Además, se ubicaban personas consultado ficheros o solicitando servicio de
fotocopias. El servicio de referencia era ―cerrado‖ (hoy en día la colección de
referencia está abierta al público) es decir que, por medio de papeletas, el usuario
pedía al referencista el tema solicitado. El servicio de fotocopias era realizado por los
mismos funcionarios; yo fui operaria de fotocopiadora.
En el segundo piso existía una amplia Sala de Investigadores donde los usuarios
subían con su carné y en la misma sala guardaban sus pertenencias. Desde ese
entonces son conocidos por su frecuente presencia los investigadores Enrique Santos
Molano y Guillermo Vera, entre otros. En el año 1987, un grupo de investigadores
llamado Misión Colombia, se encontraba investigando para la publicación de la Historia
de Bogotá, Colonia, siglos XIX y XX. Dicho grupo mandó a hacer sus propios cubículos
pues trabajaban en grupos divididos por siglos. Algunas personas dicen que para esa
época fue mutilado mucho material, cosa que resulta no ser cierta, pues en cada sala
se hacía vigilancia. Para ese entonces, en la sala general, en ocasiones hasta tres
funcionarios prestábamos servicio de vigilancia, además los libros se llevaban a los
puestos de acuerdo al número de ficha de cada usuario. En semana santa se
habilitaban algunas oficinas donde se prestaba servicio.
Para el ingreso a la Biblioteca, los usuarios de la sala Samper y Referencia y
Hemeroteca dejaban la cédula, tarjeta o el carné de estudiante. Recuerdo que uno de
los libros más consultados era el dibujo técnico de French Thomas, ya que por el
repetido número de préstamos que tenía, en un mismo turno podía cambiar hasta diez
veces de usuario, casi siempre Bachilleres. Otros textos muy solicitados por bachilleres
eran el Cálculo diferencial y la literatura de Núñez Segura. Los estudiantes universitarios
acostumbraban solicitar con frecuencia el texto Economía y cultura de Nieto Arteta;
también la Historia de la medicina en Colombia I; en alguna de las ocasiones recuerdo
un usuario que estaban preparando tesis, quería consultar todas las ediciones de las
cartillas que forman parte del acervo bibliográfico de la Biblioteca, otros textos del siglo
XIX y comienzos del XX.
La prensa y los fondos se prestaban en la sala de Investigadores del segundo
piso. En la sala de libros Raros y Curiosos, se atendía a usuarios que consultaban
manuscritos, primeros impresos, incunables, láminas y materiales de los siglos XVI al XIX.
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Durante el año 1978, cuando ingresé a la Biblioteca, fui asignada al Depósito
Bibliográfico bajo órdenes de Anita de Guzmán. Trabajé con seis personas más. El
depósito se encontraba organizado por salas: Sala 1ª, Sala 2ª, Sala 3ª, Dewey y Prensa
nacional. Para el trabajo nos dividíamos en dos grupos: tres cargaban los carros con el
material de las salas, ubicado en la carrera 6ª; y otros tres cargaban el material
organizado con el sistema Dewey, ubicado en la calle 24. Ahí estuve desde mayo hasta
noviembre de ese año. Recuerdo que en el depósito había fondos que existían gracias
a la inquietud de coleccionista de nuestra nacionalidad. Algunos personajes se dieron a
la tarea de adquirir libros para enriquecer sus bibliotecas personales, como el coronel
Anselmo Pineda. La señora Anita decía que dicha biblioteca había sido testigo del
poder burocrático durante la Colonia, y era uno de los fondos mas completos por su
riqueza de contenido. En el Fondo Pineda, cada volumen se encuentra marcado en su
lomo por temas. Cada volumen puede contener muchos títulos, manuscritos, impresos y
prensa; se puede encontrar en cada tomo hojas sueltas, hojas de propaganda. Al
momento de volver a organizar esos tomos, y ver mi curiosidad, la señora Anita me dijo
que desgraciadamente ―monos salvajes‖ habían mutilado aquella donación. Otros
fondos que recuerdo eran los del general José Joaquín Acosta, los de Manuel Ancizar,
los de José María Quijano, Jorge Isaac, Miguel Antonio Caro, José María Vergara y
Vergara, Jerónimo Triana, Rufino Cuervo, Marco Fidel Suarez, entre otras. La donación
más importante de la época de mi ingreso a la biblioteca data de 1976 y fue hecha por
Germán y Gabriela Arciniegas.
En los primeros seis meses de ingresada, yo sentía como que se me iba la
respiración entre tantos libros de todos los temas de las ciencias del saber. En los seis
meses que duró la organización, adquirí la pericia o el manejo para la localización del
Dewey: aprendí dónde estaban cada uno de los temas al punto que algunos de mis
compañeros me decían ―la sabihonda‖, cosa que fue un verdadero problema.
Anita fue alguien muy especial en esa primera etapa. Posiblemente ella se
vinculó en 1954 a la biblioteca, época en la cual ya había vacíos en la organización de
las bibliotecas, según nos contó. Eso se debía a que, en 1940, muchos fondos se
encontraban en el Archivo General o en el de Libros Raros y Curiosos. Una de las
colecciones que a ella más le sorprendía era la de Bueno Medina. Anita era una mujer
convencida de que los libros no eran antigüedades, sino historia viva; memorias del
pasado; incunables, que era un vocablo que, cuando ella entró a la Biblioteca no se
conocía de la misma manera tan popular como se los conoce hoy en día. Un año antes
a mi ingreso, en 1975,había comenzado a organizar un Fondo Colombia con las
primeras ediciones impresas durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, así como un fondo
de Misceláneas de José Asunción Silva (JAS).Cuándo se le preguntaba cómo podía
localizar todas esas obras nos decía: ―todo está relacionado, tanto en el cotejo de la
sala 1ª (lo más antiguo), hasta lo más reciente; pero también hay un Catálogo de
42
Prensa hecho en 1942 y el inventario iniciado en 1972‖. Ese inventario aún se estaba
haciendo cuando yo entré, en el año de 1978, y lo supervisaba una persona de la
Contraloría.
Finalmente, cuando doña Anita se pensionó, el Fondo Colombia no logró
completarse; pero fue una de las personas que más cosas me enseño en ese reciente
oficio que durante 1979 se convirtió en un trabajo atravesado por los paros sindicales.
Recuerdo muchas veces en las que no se podía ingresar siquiera. Nos sentábamos en
las gradas a esperar. Después de la mitad de ese año, los miembros del sindicato fueron
suspendidos después de 19 huelgas y 49 paros que se presentaron en todo el país, el
mismo año en que el M-19 asaltó al Cantón Norte.
En 1981 fue nombrado Jorge Eliecer Ruíz como director de la Biblioteca. Un año
después fue sucedido por Eddy Torres, quien tenía muchos proyectos, pero la muerte lo
sorprendió muy temprano en uno de los baños de la Biblioteca. Por esa calamidad fue
encargado Juan Gustavo Borda, y a su vez él fue sucedido, en 1984, por Carlos Enrique
Ruíz. En esos años se trabajaba con agrado, a pesar de la cantidad de usuarios que
ingresaban a la Biblioteca. Rotábamos los turnos, así que podíamos trabajar de día o de
noche. Existía flexibilidad para los empleados que estudiaban, y también
participábamos en campeonatos: yo jugué microfútbol; hacíamos comparsas y paseos,
recuerdo que una de las personas más compañeritas y amables, y que nos consentía
era Emiro Cubillos, compañero de la época.
Durante la Administración de Conrado Zuluaga, que empezó en 1985,
aprovechando que la Biblioteca Luis Ángel Arango no tenía los títulos de la prensa del
siglo XIX, se gestionó la microfilmación, pues ellos tenían las máquinas y el personal. A
Manuel Gómez y a mí nos tocó seleccionar los títulos de prensa que se encontraban en
el depósito del tercer piso. Para este trabajo hubo que desempastar muchos
volúmenes, algunos por ser misceláneas y otros por la dificultad para microfilmar, por la
diversidad de empaste y encuadernaciones. Este material se envolvía en papel, se
marcaba con su respectivo título, localización y año de publicación, para ser enviado a
la Luis Ángel. Cuando este material regresaba a la Biblioteca Nacional, debía ser
devuelto de la misma forma como se entregaba. Luego se organizaba en una sala
donde se encontraba parte del Fondo Arciniegas. Algunos paquetes de este material
que no pudo ser rempastado, y que fue enviado a microfilmar, fue colocado en lugares
que no eran los originales, lo que ocasionó desorden con el material y que al día hoy
seguimos padeciendo.
A la administración de Conrado Zuluaga, siguió la de Jairo Aníbal Niño, en 1988.
En 1989 hubo un cambio de horario y fue restringido el ingreso de usuarios a la
Biblioteca. Por algunos cambios de índole personal, en esa Administración, nos
trasladaron a mí y a otros compañeros a otras dependencias de Colcultura. ―Pero el
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buen hijo vuelve a casa‖: estuve solamente una semana fuera de la Biblioteca gracias
a que, diez años después, era una de las personas que mejor conocía las colecciones
del Deposito Bibliográfico: me había convertido en una buena Referencista.
En ese momento surgió un inconveniente. Doña Anita se había pensionado
hacía un tiempo. Ahí nos dimos cuenta de que ella, de buena fe, había camuflado
libros por todo el depósito, para poderlos encontrar con más facilidad, pero no donde
debían estar. Así, la clasificación no correspondía y eso hacía que las solicitudes de los
investigadores no se pudieran atender con toda la solicitud del caso. Así que una de mis
tareas fue reorganizar el material, para dejar atrás la época en la cual muchos libros se
entregaban por colores de pasta o descripciones físicas. En una de esas pesquisas
encontré un libro muy curioso que le llevé a Consuelo Garzón, administradora de la
Biblioteca, quien se lo mostró a Rubén Sierra, el entonces director, después de Jairo
Aníbal Niño. Así, muchos de los libros que reposaban en los fondos, y que eran
manuscritos, comenzaron a pasar a la sala de Libros Raros y Curiosos.
Así comencé ha convertirme en una de las empleadas con más experiencia y
tiempo dentro de la Biblioteca. Después de varios directores, y de la llegada de Carlos
José Reyes, fui trasladada a Libros Raros y Curiosos, en la época en la cual comenzó un
proyecto con ABINIA, la Asociación de Bibliotecas Nacionales, de cara al Quinto
Centenario. Los funcionarios de esa sala eran en aquel entonces Lola Rivera de Díaz,
Delia Palomino, Sandra Angulo, Maritza Vela y María Concepción Gutiérrez.
Para mí fue muy importante trabajar en la sección Raros y Curiosos: Carlos José
Reyes me llamaba para que le llevara las obras requeridas por los visitantes a la
dirección de Bibliotecas Nacionales. Para la época, algunos visitantes eran
representantes de las Bibliotecas Nacionales Iberoamericanas. Ya llevaba 15 años de
servicio en la Biblioteca y no conocía que era un Incunable. En una de esas visitas el
director me mandó a llevar algunas obras y dentro de ellas, la primera obra publicada
en Colombia en 1738, en la imprenta de los jesuitas. Al parecer nunca la tuvimos pues
no la encontré; lo más cruel es que aparecía relacionada en los catálogos publicados
por la Biblioteca. Ese mismo día supe que en la Biblioteca Luis Ángel Arango tenían un
ejemplar de esa edición, y al parecer esa edición nunca estuvo en la Biblioteca. Poco a
poco comencé a aprender gracias a esas labores y a comentarios de los visitantes.
Alguna vez dije que la Biblia del oso era el único que existía en el mundo. Un
investigador venezolano me contó que en Venezuela tenían dos ejemplares, y que un
tercero estaba en una colección privada. Cuando yo estaba organizando los libros que
se habían seleccionado para la visita, me dijo: ―yo te mando una fotocopia de la
portada original, para que le puedas contar a tus investigadores. Y de ahora en
adelante, debes consultar las fuentes primarias‖. Durante el tiempo que estuve en la
sección Libros Raros y Curiosos aprendí muchas cosas, y conocí muchos investigadores
colombianos y extranjeros. Trabajé con Hernando Cabarcas el ―Siglo de oro‖; con
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Giorgio Antei, en ―Mal de América‖, con el exministro Jorge Bendeck en su obra ―Tras las
huellas del pirata‖, entre otros. Hoy les puedo contar que con los 28.000 a 30.000
volúmenes que constituyen el Fondo General (RG) de los fondos antiguos, se alberga
una rica síntesis de las distintas escuelas filosóficas y teológicas, en las se educaron
jesuitas, franciscanos, dominicanos, carmelitas y alumnos de los Colegios de la Nueva
Granada: Las obras de Santo Tomas de Aquino, Duns Scoto, Raimundo Lulio, Francisco
Suarez; todas ellas forman parte de los acervos bibliográficos que alberga la Biblioteca
Nacional de Colombia; en su mayoría confiscadas a los Jesuitas. Los libros incunables
datan de 1455 hasta 1500 y se entiende por post-incunables aquellos impresos entre
1501 a 1530. En la Biblioteca tenemos dos Biblias que, para la época que trabajé en
Libros Raros y Curiosos, fueron muy consultadas: la primera es la Biblia de Ferrara o de los
judíos, que apareció 1553, traducida al castellano (palabra por palabra), por sefardíes
residentes en Italia, (judíos oriundos de España). De esta se hicieron dos ediciones: una
para sus correligionarios y otra para los católicos. La segunda es un texto que el
protestante Casiodoro de Reina publicó en Basilea; una versión completa de la Biblia de
1567-69, llamada Biblia del Oso, revisada después por Cipriano Valera y reimpresa en
Ámsterdam, en 1602. La Biblia del Oso fue condenada a la hoguera por ser protestante.
En su primera edición, de 1569, aparece un oso prendido de un árbol comiendo
miel, como símbolo de los creyentes. Encima de la cabeza del oso, un mazo como
símbolo de la inquisición. Algunas de las personas que han consultado esa Biblia y que
además tiene anotaciones manuscritas dicen que la persona que la conservaba tuvo
que cambiarle la portada de 1569, por la portada de 1602, que es un Pegaso, para
librarla de la hoguera. De los 47 incunables que posee la Biblioteca, el incunable más
antiguo que conozco es el de Santo Tomas De Aquino, 1225-1274 titulada De veritate
catolice fiedi publicada en Venitiis (Venecia) por Nicolaus Jenson, en 1480. Es un
opúsculo que forma parte de su obra Summa contra gentiles. Esta obra, escrita hacia el
año 1258 a instancias de San Ramón de Peñafort para el uso de los misioneros que
ejercían la evangelización delos musulmanes en África. Es importante mencionar al
francés Nicolaus Jenson de cuyo taller veneciano sale esta adicción en 1480. Se había
establecido en Venecia hacia 1470. Reconocido impresor de gran iniciativa, talento y
creatividad, es el primer extranjero que introduce modificaciones en el arte tipográfico
italiano.
Una de tantas obras me gustaba, y gusta, mostrar a los visitantes es el Paraíso
perdido de John Milton, nacido en1608 y fallecido en 1674. El libro, escrito en Inglaterra
en 1667, es una poesía apasionada de doce libros inspirados en textos bíblicos. La
edición de la que hablo fue publicada en Barcelona en el año de 1844, posee 24
grabados, y me parece una verdadera obra de arte.
Así, treinta y tres años después de tantos aprendizajes, y a punto de
pensionarme, puedo decir que lo más importante ha sido asimilar ideas e inquietudes
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de muchos de los visitantes. Hoy estoy a punto de marcharme con el orgullo y la
satisfacción de haber aprendido tanto en ella, al tiempo que ha sido satisfactorio
también haber podido difundir ese conocimiento.
**
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LA PUERTA GRANDE QUE SE COME A LAS PERSONAS
*
LUIS ALBERTO BECERRA
__________________________________________
*Bibliotecólogo egresado de la Universidad de la Salle. Por más de 15 años fue funcionario
del programa Nacional de Bibliotecas Públicas de Colcultura y se desempeño como jefe de Selección
y Adquisiciones de la Biblioteca Nacional de Colombia. Coautor de libros y artículos sobre bibliotecas.
En la actualidad trabaja con Panamericana Librería como jefe de compras.
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Bajo esa puerta han pasado personajes como Daniel Samper Ortega, director de
esta Biblioteca entre 1931-1938, y presidentes de Colombia como Enrique Olaya Herrera
quien destinó recursos para la construcción en su gobierno, Alfonso López Pumarejo
quien la inauguró el 20 julio de 1938.También han pasado por allí Belisario Betancur
Cuartas y escritores como Jorge Luis Borges, Germán Arciniegas y Álvaro Mutis. Esa
puerta que de niño, cuando solo media un metro con veinte centímetros o quizás
menos y por mi estructura delgada y frágil, me daba miedo acercarme a ella quizás por
su gran tamaño, cerca de cuatro metros de larga por seis de alta, era de madera, con
herrajes en cobre y por mi mente solo corría la idea que sería un pequeño bocado para
aquella casa.
Mi padre, desde muy pequeño me inició en los recorridos por Bogotá, para que
conociera el lugar donde vivía. Recuerdo los paseos por la carrera Séptima para entrar
a los teatros de la zona como El Cid, El Opera, El Luz. Dentro de esos recorridos, algún
día fui a caer al teatro Embajador, ubicado en la calle 24 con carrera 5ª, y mientras
hacia la fila, miraba de reojo aquella gran casa que, por lo que mi padre contaba,
estaba llena de libros, donde vivían personajes como Aristóteles, Platón, Thomas Mann,
Julio Verne y colombianos prohibidos como José María Vargas Vila. ―Es allí donde se
conserva la mayor memoria escrita del país‖, me dijo mi padre. Por eso siempre dudé
en poder entrar. Creía y aun sigo creyendo que era de aquellos lugares donde las
personas que están en su interior siempre tratan de aterrorizar a quienes por alguna
razón se aproximan a molestar o a ponerles oficio.
Para alguien de mi edad, recorrer ese largo camino entre la casa y la biblioteca
podría ser divertido. Si se vive en una loma de la gran ciudad, rodar por las calles del
barrio Girardot a gran velocidad montando un carro de ruedas esferadas, era una
aventura. Atravesaba el barrio Girardot desde la calle 2ª Este, luego se pasaba por el
barrio Lourdes donde se tomaba la calle 2ª y bajaba con buena velocidad hasta el
barrio Belén en la Calle 4ª con Carrera Séptima. Después de este recorrido terminaba en
la Plaza de Bolívar y así pasaba por la Iglesia del Carmen con arquitectura francesa de
gran colorido y que hace parte del conjunto del Colegio Salesiano León XIII.
Recorrer las calles de la Candelaria era normal para alguien que
obligatoriamente transitaba por allí. Mi padre siempre nos contaba las historias que
encerraban las casas y calles. Hoy, cuarenta años después, esta información y lo que he
acumulado a lo largo de los años me permite recorrer con grupos de jóvenes aquellos
lugares donde encontramos calles como la calle de la Agonía, la de la Fatiga, la del
Camarín del Carmen y otras que hacen parte de la ciudad, y que hoy aparecen
bautizadas con números como la 7ª, 9ª, 10ª etc.
Un buen día, José Vicente, mi profesor de quinto de primaria, me empujó a
cruzar tan tenebroso lugar. Todavía me veo llegando por la Carrera Quinta desde la
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parte sur. Iba sudoroso haciendo coquitos antes de alcanzar aquella imponente puerta
que aun hoy se sigue engullendo a las personas, solo que ahora no le gustan los niños.
Ahora mismo me estremezco al pensar cuántas veces estuve contemplando aquél
edificio con su gran puerta y cuantas veces me devolví o di vueltas alrededor o pase
por el frente sin siquiera haber realizado la tarea. Pero ese día, debía hacer la tarea
pues José Vicente Vega, me exigió llevar una papeleta de registro de la Biblioteca, en
las que se escribían los datos personales como nombre y apellidos, el número de Tarjeta
de Identidad, el título del libro, autor y una serie de números que solo podían entender
los bibliotecarios, que para mí, en ese entonces, eran tan desconocidos como de poca
importancia. Es así como por arte de magia terminé ese día atravesando la puerta
principal de la biblioteca. Estaba más asustado que cuando participé, años después, en
las marchas o en los paros estudiantiles de los años 70.
Después de atravesar la gran puerta, no sé cuánto tiempo duré sin aire y con los
ojos cerrados. Debieron haber pasado horas, pues lo único que recuerdo ahora es que
me encontré frente a unos ficheros que estaban ubicados a mano derecha de donde
hoy se hacen los registros de nuevos usuarios. Estos ficheros, de color café, tenían más
de 60 gavetas, señalizadas de la A-Z, escritas en maquina Remington. Encontré
palabras, fechas, puntos y comas incomprensibles, para quien llegaba por primera vez.
Había palabras en mayúscula que sobresalían del resto y autores que para ese
entonces eran tan desconocidos que creo que si no fuera por las hábiles preguntas de
una desocupada empleada que atendía la sección, hoy en día no sería más que un
mal recuerdo.
Una vez resueltas las primeras preguntas, seguí explorando; atravesé el vestíbulo
central. Alguien me informó que en el fondo existía un lugar mágico. Allí encontré una
sala llena de libros infantiles de los cuales salieron las primeras alegrías y miedos que por
su ilustración y narración ningún niño de mi edad podría perderse: clásicos como Alí
Babá, Caperucita Roja; autores como Julio Verne, Salgari, o los hermanos Grimm. Quizá
lo que más recuerdo hoy es la persona que atendía ese lugar. Era una señora de unos
ojos verdes como dos bellas piedras preciosas que iluminaban el camino de quienes nos
atrevimos a cruzar esa puerta de la que hoy conocemos como la Biblioteca Nacional
de Colombia.
Y el tiempo pasó…
Después de varios años de alejado de esa puerta por diversas razones, la
biblioteca salió de mi ruta habitual: se quedó lejos pues los años de bachillerato se
convirtieron para mí más en milicia que en estudio. Durante cuatro largos años mi padre
consideró que lo mejor que podía hacer para la formación de mi hermano mayor era
tenernos en un colegio de corte militar y allí permanecimos, disciplinándonos y
fortaleciendo unos músculos que, por lo que a mi parece, fueron parte del engaño que
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la vida me ha dado. Son pocos los profesores que se salvan de mis épocas de
bachillerato. Sin embargo, recuerdo al profesor Alfredo Convers, quien por su buena
vocación pedagógica y su juventud, me enseñó algo de historia en forma divertida y
amena.
Terminado el quinto de bachillerato, por alguna de esas circunstancias de la
vida, terminé metido en la biblioteca del barrio Meissen. Me inicié como auxiliar de
biblioteca, y fue uno de esos encuentros casuales en que la vida te brinda una segunda
oportunidad y te agarras de ella como sabañón en pata gorda: no la dejas escapar.
Fue en aquel lugar donde logré leer lo que no había caído en mis manos en los últimos
cuatro años: leí con devoción a Julio Verne, a Salgari, me encontré con la Isla del tesoro
y otros clásicos juveniles que solo hicieron de mí un soñador. También logré encontrarme
con novelas de León Tolstoi, Máximo Gorki, Eduardo Galeano, y también de autores que
se empezaban a conocer como el boom latinoamericano, así que muchos de estos
libros también fueron cayendo en nuestras manos. Conocí a Jairo Aníbal Niño y su obra
Monte Calvo. El teatro revolucionario estaba de moda y con el grupo de La Candelaria,
dirigido por el maestro Santiago García, participé en encuentros callejeros. El Sena
(Servicio Nacional de Aprendizaje), que por aquellos años estaba a la vanguardia del
movimiento cultural de la ciudad, nos facilitaba espacios en algunas de sus sedes para
ensayar y hacer presentaciones.
Todo aquello me permitió, de alguna manera, encontrar textos prohibidos que
solo mejoraron la capacidad de lectura y me convirtió en multiplicador de textos de
todo tipo. No puedo dejar pasar por alto un libro de gran valor histórico como Los
grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, de Indalecio Liévano
Aguirre, que ayudó a cambiar toda la historia de Colombia que hasta ese momento nos
habían inyectado tanto los curas como el gobierno.
Terminé mi bachillerato en el Tomás Carrasquilla, al frente de donde hoy queda
la Casa de Nariño, en la Carrera 7ª con calle 6ª y de allí todas las noches salía de la
jornada nocturna. Es así como supe que había una carrera de Bibliotecología, que se
estudiaba en Medellín y que en Bogotá en la Universidad de la Sallé, se podía estudiar
de noche. La Universidad Javeriana tenía un programa académico en horas de la
mañana. Mientras prestaba los servicios de auxiliar de la Biblioteca Monseñor Aníbal
Muñoz Duque, se dio la oportunidad de acompañar a la bibliotecóloga Edilma Puentes
a la Biblioteca Nacional, a la sección de Bibliotecas Públicas de Colcultura (Instituto
Colombiano de Cultura), organismo que antecedió a lo que hoy conocemos como
Ministerio de Cultura. De allí no salíamos con las manos vacías, la jefe de esa sección
era la bibliotecóloga Julialba Hurtado, una persona con mucho sentido social, maestra
de miles de bibliotecarios e impulsora de las salas infantiles en Colombia.
50
A partir de entonces mis encuentros con la Biblioteca o por lo menos con sus
instalaciones y con aquella inmensa puerta fueron algo más frecuentes, hasta que un
día, por mi trabajo en la comunidad de Meissen, una representante Unesco le pidió a
los señores de Colcultura que me incorporaran a la planta de auxiliares del grupo de
Bibliotecas públicas, porque los libros que reposaban en los estantes de la biblioteca de
Meissen habían iniciado un nuevo camino, contradiciendo todas las reglas
establecidas. Algunos iban a lugares como Mochuelo (vereda alejada del casco
urbano y donde el poeta Jorge Rojas, primer director de Colcultura, tenía una
hacienda, Lucero alto), La Estrella y otros lugares alejados de la biblioteca. Por mi forma
de actuar y desarrollar los programas en aquel lugar se solicitó mi traslado a la sección
de bibliotecas públicas y es así como enfrenté el primer trasteo del programa de
bibliotecas al CAN (Centro Administrativo Nacional), al tercer piso del MEN (Ministerio de
educación Nacional).
Ingresé en 1975 como funcionario de Sección de Bibliotecas Publicas, adscritas a
la División de Desarrollo Cultural, fui desplazado al tren de la Cultura, a la ciudad de
Cali, donde permanecí por seis meses, y desde allí la bibliotecóloga Lucila Martínez, jefe
de Bibliotecas Públicas, me colaboro en hacer efectivo mi traslado a Bogotá, logrando
de esta forma iniciar mis estudios de bibliotecología en la Universidad de la Salle.
A finales de los años 70 asistía a la Biblioteca a reuniones, conferencias, cursos y
consultar sus fondos bibliográficos como parte del trabajo que desarrollaba para el
Programa Nacional de Bibliotecas Públicas, o por el interés personal. A las afueras se
hacían largas colas de usuarios, debido a la carencia de servicios de información y de
bibliotecas públicas pues la Luis Ángel Arango no era suficiente para atender las
demandas de estudiantes e investigadores: desde entonces se evidenciaba que
Bogotá necesitaba urgentemente un replanteamiento de su quehacer bibliotecario.
Haciendo parte del programa de Bibliotecas Públicas, desde el año de 1977,
tuve la oportunidad de participar en foros en diferentes partes del país; bien sea como
conferencista capacitador o como asistente, pude recorrer parte del territorio
nacional, y puedo decir que dicte más de cien cursos en diferentes temas como
selección bibliográfica, procesos técnicos, servicios, bibliotecas móviles y evaluación de
servicios bibliotecarios. Como anécdota en este ir y venir en algunas ocasiones los
aviones que debían traernos de regreso no llegaron, por lo que inventamos nuevas
formas de trabajo bibliotecario y de capacitación, aquellos momentos siempre los vi
como una oportunidad para capacitar maestros y padres de familia en talleres de
lectura y como una forma de enseñar el trabajo comunitario desde la biblioteca.
Recuerdo en una oportunidad en que el avión de Satena, que nos trasladó a
Puerto Inírida, dejaba ver una estela de humo que salía de sus motores y algunos
pasajeros que hacían parte del vuelo, acostumbrados a viajar en estas circunstancias,
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hacían bromas sobre nuestro destino, que para alguien como yo no dejaban de ser
pesadas; al final aquel vuelo aterrizo y apenas abrieron la compuerta en segundos
todos estábamos con los pies sobre la tierra, pálidos del susto pero felices de haber
llegado.
Tenía 33 años cuando volví a pasar por esa gran puerta sin ningún temor debido
a que ya no estaba solo, hacía parte de un gran equipo de profesionales como Myriam
Mejía, Beatriz León Gardeazábal entre otros integrantes del Programa Nacional de
Bibliotecas Públicas quienes fuimos trasladados a la Biblioteca Nacional de Colombia
como parte de una política integral establecida por la dirección de Colcultura. En ese
entonces, el director de la Biblioteca era Jairo Aníbal Niño, más tarde lo remplazaría el
académico, filosofo y profesor universitario Rubén Sierra Mejía, quien me llamo para que
me encargara como jefe de Selección y adquisiciones, desarrollando una labor
conjunta con el programa de Bibliotecas Públicas.
Ejerciendo este cargo nos propusimos desarrollar una política de canjes más
dinámica, no solo con las bibliotecas nacionales de otros países, sino también con
algunas embajadas de Colombia en el exterior. Uno de los que más colaboro fue
Conrado Zuluaga, ex director de la Biblioteca y quien se desempeñaba como
Agregado Cultural en España. Por el buen momento en que se encontraba el
movimiento bibliotecario nacional, coordinamos actividades con el Programa Nacional
de Bibliotecas Públicas, que asesoraba las bibliotecas departamentales. La Sección de
Selección y Adquisiciones pedía colaboración en la recuperación de patrimonio
bibliográfico desde las regiones hacia el centro y desde el centro a cada biblioteca
departamental se le apoyaba con nuevos libros.
Gracias a la colaboración y apoyo del siguiente director de la biblioteca, Carlos
José Reyes, continuamos trabajando por la obligación que tienen los editores de
entregar a la Biblioteca el depósito legal; es así como en ese entonces se veía a
funcionarios de Selección en la Feria del Libro, recorriendo y verificando el cumplimiento
de la ley y convenciendo a los editores no solo sobre la obligación de cumplir con el
depósito, sino también sobre la importancia que tiene para el país y para las
generaciones futuras.
Desde el nuevo rol de la Biblioteca Nacional, que a partir de 1988 pasó de ser
una biblioteca pública a biblioteca patrimonial, se hicieron los primeros seminarios sobre
―Patrimonio Bibliográfico y Documental Nacional‖ y se procedió a presentar un informe
detallado de las actividades que en ese orden cumplía La Biblioteca Nacional,
recogidos en el documento La Biblioteca Nacional de Colombia y el control de las
publicaciones colombianas 1987-1992, documento escrito para ser presentado a nivel
regional en un seminario organizado por IFLA, en Rio de Janeiro (Brasil), en 1993, y
52
publicado en: Documentos críticos sobre legislación cultural, compilación Carlos
Roberto Sáenz.
Para ese entonces, se adelantaba la adecuación de los sótanos, entregados por
Inravisión, como parte de la preocupación que siempre se tuvo en el peligro que
representaba un organismo que por su actividad utilizaba la energía eléctrica las
veinticuatro horas y que podría ser una enemigo para el patrimonio que guarda la
Biblioteca Nacional de Colombia.
También se adelantaron reuniones conjuntas con la Dirección Nacional de
Derechos de Autor, para efectos del depósito legal y el traslado de parte del fondo
bibliográfico a las colecciones de la Biblioteca Nacional. Se dio la discusión y se
integraron los nuevos soportes de información como CD, CD-ROM y se dejo establecido
los diferentes soportes electrónicos que debían cumplir con el
depósito legal
reglamentado en la nueva ley que para esos años entraba a discusión y aprobación en
el Congreso de la República (Ley 44 de 1993).
Como parte de este proceso de integrar la Biblioteca Nacional con los diferentes
actores de la producción editorial colombiana, se procedió a enviar comunicaciones a
diferentes organismos, públicos y privados con el fin de recuperar obras que en algunos
casos veíamos circular en librerías o por la información que nos brindaban periódicos y
revistas tanto nacionales como regionales. Al final de este largo periodo, con el grupo
de selección que me acompañaba, iniciamos la recolección de información
relacionada con empresas editoriales, como producto de este trabajo se publicó el
Directorio editorial colombiano, compilado por Yolanda Benavides.
**
53
ENRIQUE SANTOS MOLANO
LUIS ALBERTO BECERRA
Normalmente se les ve llegar por la calle 24. Son usuarios habituales que poseen
un carné y un cubículo donde hacen su trabajo de investigación. Muchos de ellos han
estado allí por más de treinta años escudriñando en lo más profundo de esta biblioteca,
y podría decirse que son parte de ella. Deberían, incluso, tener un salario como sus
empleados: es más, creo que deberían marcar tarjeta porque su vida la van dejando
allí buscando encontrar un mejor mañana para un país que en el fondo no los
reconoce.
Ellos han escrito en este silencioso y frío lugar parte de la historia de nuestro país.
Han venido investigando poco a poco en periódicos y revistas el acontecer de
personajes del siglo XVIII; cómo eran las ciudades en aquel entonces, etcétera. Para ello
han tenido que revisar los primeros periódicos de la Nueva Granada para beber
directamente de la fuente, de los escritores que publicaron sus libros en el 1800. Desde
esta cómoda silla donde usted, amigo lector, fantasea, no se ha puesto a pensar cómo
hicieron personajes como el sabio José Celestino Mutis para traer a Colombia una
biblioteca de más de 6000 libros, en idiomas como alemán o francés e italiano y cómo
seleccionaba sus libros.
A partir de fondos bibliográficos tan importantes como el mencionado,
conocemos la vida de hace más de 200 años, y es gracias a los investigadores que
podemos saber cómo era la Nueva Granada, cómo llegó la educación a Bogotá y sus
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alrededores, y cómo se formaron nuestros héroes de la independencia, quienes
influyeron para hacer de Colombia un país que hoy nos hace sentir orgullosos a pesar
de sus encrucijadas. Ellos han llevado a lectores como usted, crónicas, reportajes o
escritos de prensa que nutren el espíritu de sus lectores a partir de la información.
Entre ellos sobresale, por su silencio, su conocimiento y su discreción, Juan
Amarillo. Desde que lo conocí, por allá a principios de los años 80, siempre ha estado
allí. Y aunque nadie jamás le ha hecho un homenaje –no porque él lo espere o lo
necesite–, creo que es el mejor representante de decenas de investigadores de la
Biblioteca Nacional que permanecen en el anonimato. Me atrevo a pensar que por
alguna extraña razón Juan Amarillo nació para esta Biblioteca y ella para él. He leído
algunos de sus artículos y de sus libros. Quizás el de mayor investigación es El corazón del
poeta, pues creo que le trajo muchos sufrimientos: son más de novecientas páginas en
las cuales vive con intensidad el poeta José Asunción Silva, uno de los más grandes
representantes de las letras nacionales. En su página legal aparece una leyenda que
hoy llama la atención: ―Este libro se vende con la condición de que no sea prestado,
revendido, ni alquilado‖, editorial Nuevo Rumbo Editores. En 1996, Planeta lanzó una
nueva edición, en las que el biógrafo reconoce la importancia de otros textos
publicados y consejos de personas con lo cual corrigió los errores de la primera edición
y reconoce los aportes posteriores a la primera edición no sólo de amigos sino también
de la crítica especializada.
Amarillo es autor de libros como Antonio Nariño, filósofo revolucionario; Gonzalo
Jiménez de Quesada; Antología de versos y prosas de José Asunción Silva (1972); Rufino
José Cuervo, un hombre al pie de las letras, entre otros. Cada uno de estos libros, y de la
otra decena que ha publicado, tiene en alguna de sus páginas una reseña sobre un
periódico, libro, revista; una cita oculta en la que como todo buen investigador cita su
fuente, y sobre todo reconoce a la Biblioteca Nacional como la biblioteca patrimonial
por excelencia.
Personajes como Enrique Santos Molano, Juan Amarillo, son quienes han hecho
de la Biblioteca Nacional, no solo su casa, sino un lugar desde el cual han podido
promover el trabajo de artistas y gestores culturales, recuperándolos muchas veces, y
otras poniéndolos en primer plano.
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EL OASIS DE LA BIBLIOTECA
JULIO HUMBERTO OVALLE MORA*
_________________________________________________________________
*Licenciado en Historia, egresado del Instituto Universitario de Historia de Colombia. Laboró en
Colcultura y en el Ministerio de Cultura por más de 38 años, donde se desempeñó como Coordinador
en diferentes áreas de la Biblioteca Nacional. Fue miembro de número de la Sociedad Bolivariana de
Colombia y Correspondiente de la Academia de Historia de Cundinamarca. Autor de varios artículos
publicados en Correo de los Andes, Revista Bolivariana, Boletín de la Academia de Historia de
Cundinamarca. Laboró en la Biblioteca Nacional de Colombia desde 1976 hasta 2006. Fue
catedrático en el Instituto Universitario de Historia de Colombia, Fundación Universitaria Los
Libertadores, y Escuela Superior Profesional, INPAHU.
Antes de publicar este libro de crónicas, fenece en la ciudad de Bogotá.
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Ingresé a la Biblioteca Nacional de Colombia cuando dependía del entonces
Instituto Colombiano de Cultura, el 21 de julio de julio de 1976. La dirección de la
Biblioteca la ejercía la destacada historiadora doña Pilar Moreno de Ángel y el Instituto
lo dirigía doña Gloria Zea. Desde ese día fui destinado a lo que era entonces Sección
de Libros Raros y Curiosos, hoy parte integrante del Grupo de Colecciones y Servicios. Mi
primer jefe fue la señora Adiela Cajiao Bolaños. La secretaria de la sección era la señora
Lola Rivera de Díaz, quien durante la administración del Carlos José Reyes Posada,
realizó la búsqueda y localización de los libros que pertenecieron al sabio José Celestino
Mutis. Por aquella época el edificio estaba en plena remodelación, y luego de algunos
trasteos la Sección de Libros Raros fue ubicada en el área ahora ocupada por
Bibliotecas Públicas.
Libros Raros y Curiosos tenía fama de ser una república independiente, así solía
calificarla la Administradora de entonces, doña Susana Salazar Manrique, pero para la
señora Directora de esa época, según sus propias palabras: ―Libros Raros es el oasis de
la Biblioteca Nacional‖.
Desde el primer momento comprendí que había llegado al lugar exacto para
dar rienda suelta a mis apetencias intelectuales; esas obras antiguas, los viejos y
amarillentos manuscritos, los dibujos de Espinosa y las láminas de la Comisión
Corográfica, los incunables, las primeras obras que formaron la Real Biblioteca de Santa
Fe y que habían pertenecido a los Jesuitas, además de las muchísimas procedentes de
las bibliotecas de varios conventos que pasaron a la institución al extinguirse los
conventos por la Ley de Manos Muertas, todo aquel enorme e invaluable universo fue
apasionándome cada día de manera mas fuerte e intensa.
El 7 de junio de 1976 llegó una de las mejores noticas de las que me tocó
enterarme durante mi tiempo de servicio. El embajador ante el Vaticano, maestro
Germán Arciniegas, había manifestado formalmente a la dirección su deseo de donar
su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional, acto que se formalizó el día 16 de
diciembre del mismo año en presencia de Gloria Zea, Pilar Moreno de Ángel y el señor
Alberto Trujillo, auditor de la Contraloría General de la República ante Colcultura. Los
donantes Germán Arciniegas y su esposa doña Gabriela Vieira de Arciniegas firmaron el
acta de entrega en el Consulado General de Colombia en Roma, el 2 de febrero de
1977. Más adelante me referiré a dicho Fondo bibliográfico.
Volviendo a recordar el área física de la Sección de Libros Raros no puedo dejar
de referirme a la entonces llamada ―Bóveda‖, hoy denominada ―Sala de Seguridad‖.
Esta era un lugar bien espacioso y con ventanas enrejadas cuyos anaqueles y vitrinas
estaban colocados rodeando las paredes. En el centro, una hermosa mesa de madera
tallada y a su alrededor varias sillas de estilo antiguo con espaldar en cuero repujado.
Lamentablemente, por cambios que siempre he considerado absurdos, la cómoda
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bóveda diseñada para Libros Raros dejó de serlo, debido a la reubicación de la
colección y la actual Sala de Seguridad es hoy un lugar estrecho y carente de toda
comodidad.
Pero la ―Bóveda‖ fue durante mucho tiempo algo así como un mito. Allí no podía
entrar ninguna persona sin autorización expresa de la jefe de la sección. Recuerdo
mucho que el día de la reinauguración del edificio, acto al que asistió el Presidente de
la República, Alfonso López Michelsen, doña Pilar, siendo la directora, pidió el
consentimiento de Adiela para el ingreso del Primer Mandatario a dicho lugar. En ese
mismo sitio, cuando era director Eddy Torres, atendí personalmente la visita del
Presidente Belisario Betancur.
Tiempo después vino un nuevo motivo de curiosidad intelectual. La donación
realizada por el maestro Arciniegas y su señora esposa, integrada por ocho mil
novecientos noventa y nueve (8.999) títulos y catorce mil cuatrocientos dieciocho
(14.418) volúmenes, había sido ya ubicada en un espacio del tercer piso del edificio, en
cumplimiento con el deseo del donante, y en varias charlas sostenidas con Isabel
Morales Triana, jefe de Procesos Técnicos, quien la había recibido, empecé a
interesarme por tan preciado acervo. Luego, durante la dirección de Juan Luis Mejía
Arango, fui destinado al Fondo Germán y Gabriela Arciniegas; y me fue asignada como
secretaria la señora Myriam Castilla de Venegas, con quien trabajé también
posteriormente en Libros Raros y en Hemeroteca.
Mi destinación al frente del Fondo Arciniegas fue el origen del acercamiento que
tuve con ese gran hombre que tan bondadosamente quiso dispensarme su amistad y
confianza, hecho que siempre me ha llenado de orgullo. Era el maestro una persona
que además de sus grandes dotes intelectuales poseía una memoria privilegiada,
muchas veces me llamaba al teléfono, y simplemente me decía: ―mire, Ovalle, entre
mis libros hay uno escrito por fulano de tal, es de tal tamaño y está empastado en color
tal, mándemelo‖. Yo hacía la búsqueda inmediatamente y, en efecto, lo encontraba
muy fácilmente. Eso mismo sucedía con los documentos de su correspondencia, que fui
conociendo y manejando gradualmente.
Solía el maestro asistir con frecuencia a la Biblioteca. Luego de visitar al director,
iba a su sitio preferido: el Fondo Germán y Gabriela Arciniegas. Además de la donación
de su biblioteca, había entregado su bello y antiguo escritorio personal, y en el
consultaba las obras de su interés, y de rato en rato en rato interrumpía la lectura para
hacerme algún comentario o relatarme alguna anécdota. Tiempo después, el hermoso
mueble regresó al apartamento de su dueño.
Llegó el año 1981 y con él la celebración del Bicentenario de Los Comuneros,
tema que apasionaba al maestro. Él había planeado publicar una obra sobre tal asunto
y pensaba hacerlo en colaboración con otra persona; pero, según me relataba,
58
cuando se dio cuenta, el posible socio, le había ganado de mano. Entonces tuve la
ocurrencia de proponerle que publicara un libro que fuera básicamente documental,
para lo que le ofrecí toda la colaboración que requiriera. Yo había trabajado durante
un año en la elaboración de un índice de la documentación manuscrita que conforma
la colección Comuneros, compuesto por 18 volúmenes, así que no tuve dificultad
ninguna en la selección del material. Hecha la escogencia de los documentos, se le
remitieron fotocopias de ellos y él las envió a una funcionaria del Museo 20 de Julio para
la transcripción.
Finalmente remitieron la obra a la imprenta. La edición fue realizada por Pluma
Ediciones, adornada con hermosas ilustraciones a color, lleva por título 20.000
Comuneros hacia Santafé. Cuando tuve en mis manos el ejemplar enviado por el
maestro experimenté dos sensaciones opuestas: por un lado, me alegró la publicación
de obra, su hermosa presentación; pero, por otro, la frustración fue enorme: muchísimos
documentos parecían apenas una interminable serie de puntos suspensivos. Llamé
entonces al maestro y le expresé con franqueza mi concepto. Para subsanar aquella
falla le insinué hacer una nueva edición, comprometiéndome a reemplazar los puntos
suspensivos y los frecuentes ―ilegible‖ mediante una lectura y revisión minuciosa de
cada documento. Fue así como salió la segunda edición, hecha por la Academia
Colombiana de Historia, que lamentablemente carece de ilustraciones.
En el año 1982 me graduaba en el Instituto Universitario de Historia de Colombia,
dependiente de la Academia Colombiana de Historia, presidida por el maestro
Arciniegas. Cierta tarde, caminando por uno de los corredores de la Biblioteca
Nacional, conversábamos sobre los Comuneros –mi tesis de grado versaba sobre ese
asunto–. Entonces le manifesté que tenía una leve discrepancia con él respecto a los
Comuneros de Bogotá, pues en su obra Los comuneros ubicaba como teatro de los
hechos el barrio Las Nieves. Me preguntó entonces el motivo de mi desacuerdo. Le
respondí que las ―juntas subversivas‖ habían tenido lugar en el barrio San Victorino.
Luego de unos minutos de silencio, me preguntó: ―¿Tiene documentos, desgraciado?‖ Y
como mi respuesta fue inmediata y afirmativa, muy sonriente, concluyó con ésta
lacónica frase: ―Pues entonces, tumbe mi versión‖.
Una vez que el maestro leyó la copia de mi tesis, que le había entregado
personalmente y transcurridos unos pocos días, me sorprendió muy gratamente: en la
columna que diariamente publicaba en El Tiempo, bajo el título ―La historia y la
tortuga‖, comentaba mi trabajo y entre otra cosas decía: ―No sé si el trabajo de Ovalle
llegará a publicarse, pero en todo caso, sépase que existe‖.
No puedo olvidar tampoco que fue el Maestro Arciniegas quien publicó en la
revista El correo de los Andes, el primer artículo escrito por mí y que titulé Finestrad,
auxiliar de Caballero y Góngora.
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Cada día me entusiasmaba más al ir conociendo en detalle el Fondo Arciniegas
y su enorme riqueza. Hay allí obras generales, filosofía y disciplinas afines, religión,
sociología, ciencia política, economía, derecho, educación, costumbres y folklore,
bellas artes, literatura, geografía, historia y ciencias auxiliares y excelentes revistas
nacionales y extranjeras. Varios libros antiguos, pasaron a la bóveda. De ellos recuerdo Il
libro del Cortegiano, de Baldesar Castiglione, editado en Venecia en 1528: The History of
the World de sir Walter Raleigh, edición hecha en Londres en 1614 y varios códices
manuscritos. También allá se encuentra un Quijote editado por Callejas, en 1902, que
tiene unas características especialísimas como su muy reducido tamaño, pues cabe
perfectamente en la palma de la mano y sobra espacio, está totalmente ilustrado y
debe ser leído con lupa; ese libro era uno de los predilectos del maestro. Muchas veces
me repitió: ―por culpa de este Quijote me quedé ciego‖. Dicho libro, en su guarda
superior interna, tiene una anotación de puño y letra de su propietario, hecha en tinta
azul, con el siguiente texto: ―Germán Arciniegas, 1911‖ es decir cuando él tenía apenas
once años de edad y se deleitaba con su lectura. Otra de las joyas bibliográficas del
Fondo Arciniegas es el ejemplar único, caligrafiado, ilustrado a mano bellísimamente
por el dibujante caleño Lázaro María Girón, el poema Aures de Gregorio Gutiérrez
González.
Mi fervor Arcinieguista se vio reforzado con un positivo estímulo el 1 de marzo de
1984 cuando era director de la Biblioteca Carlos Enrique Ruiz. En ese entonces, el
Gobierno Nacional, por intermedio del Instituto Colombiano de Cultura, como justo
reconocimiento a la meritoria labor intelectual del maestro, a su acendrado patriotismo,
a su denodado empeño en pro de la democracia y la cultura y como prueba de
agradecimiento por su generosidad al obsequiar a la Nación el preciado tesoro de su
biblioteca –la donación más grande y valiosa recibida por la Biblioteca Nacional a lo
largo de toda su historia, solo relativamente comparable con la que en el siglo XIX
hiciera el Coronel Anselmo Pineda– le confirió la distinción de director emérito de la
Biblioteca Nacional siendo ésta la primera y única vez en toda la historia de la Institución
que tal galardón ha sido otorgado.
Justamente después de ese reconocimiento, conversamos con el maestro
acerca del referido homenaje y me dijo: “Mire, Ovalle, ser director de la Biblioteca fue el
cargo que siempre quise tener‖. Y yo le pregunté: ¿Pero maestro, y por qué no lo fue?
Entonces me contestó: ―Porque nunca me lo ofrecieron‖.
Posteriormente, en 1986, tuvo lugar otro importante hecho: la inauguración del
busto del maestro colocado en la Biblioteca Nacional. Fue aquel un solemne y hermoso
acto, pero el distinguido homenajeado no dejó pasar la ocasión de burlarse de sí mismo
con estas palabras:
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Los bronces se dedican a los muertos, y contemplando éste mío sé que voy a hablar
como si lo hiciera viniendo del otro mundo… Colocándome así, objetivamente, fuera
de lo que fue mi vida, para valorarla, resulto un tipo rarísimo que no sé hasta dónde
pueda llamarse ejemplar.
El Fondo Germán y Gabriela Arciniegas sirvió además para que se llegara a creer
que en la Biblioteca Nacional había un fantasma. Maddy Samper decidió realizar un
video cuya temática fuera el mencionado fondo para mostrarle al público varios de los
libros y documentos. Sostuvimos una breve charla y acordamos que el fantasma de un
religioso sería quien daría las explicaciones y mostraría los libros escogidos. Así me
convertí en fantasma, se realizó el video y se difundió en algún programa de televisión.
Ahí empezaron las llamadas telefónicas hechas por varios curiosos, indagando sobre el
hecho del fantasma. Sucedió entonces que durante una visita guiada, en la cual yo
explicaba principalmente acerca de los libros incunables, los libros raros y curiosos, los
fondos bibliográficos, etc., alguno de los estudiantes universitarios visitantes me preguntó
qué tan cierto era lo del fantasma que había en la Biblioteca, por lo que hube de
contestarle categóricamente: ―el único fantasma de la Biblioteca soy yo‖ y procedí a
relatarle historia del video.
Después de los fantasmas
Paso a referirme a otros hechos que durante el tiempo que laboré en la
Biblioteca fueron muy especiales y significativos para mí. Llegado a la Presidencia de
República, Álvaro Uribe Vélez designó como ministra de Cultura a María Consuelo
Araújo Castro, quien decidió visitar personalmente la Biblioteca Nacional y se detuvo
bastante tiempo en el llamado Fondo Antiguo, donde se localiza la anteriormente
denominada Sección de Libros Raros y Curiosos, correspondiéndome el impartir las
explicaciones sobre la historia e importancia de cada uno de los fondos, pasando luego
a la Sala de Seguridad. Allí, la señora ministra pudo conocer las joyas bibliográficas más
valiosas que custodia la Biblioteca Nacional. Semanas después, envió al periodista del
ministerio, Francisco Rozo, a realizarme una entrevista, la cual se publicó en página web
del Ministerio en la sección: Primera Fila.
Desde entonces, la ministra María Consuelo, me brindó su amistad y tuvo para
conmigo señales de aprecio, quizá la más especial fue esta que voy a relatar. En abril
del año 2005 recibí comunicación del secretario de la Academia Colombiana de
Historia, Roberto Velandia, en la que me informaba que mi nombre había sido
aceptado para ingresar en calidad de miembro correspondiente de dicha
corporación. Decidí entonces hacérselo saber a la ministra mediante una carta
personal que le envié, invitándola a que me acompañara al acto de posesión. El 4 de
mayo (2005), la secretaria privada de María Consuelo me confirmó que la ministra
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estaría presente en dicha ceremonia, y así lo hizo, efectivamente, al día siguiente a las
5:30 p.m. Mi afecto y gratitud hacia ella permanecen inalterables.
No puedo dejar de mencionar que en el tiempo en que ejerció la Dirección de la
Biblioteca Lina Espitaleta, visitó la Institución el Presidente Uribe, quien antes de
participar en un conversatorio que estaba programado, permaneció algún tiempo en
el despacho de la Dirección. Me ordenó Lina subir algunos libros para mostrárselos. Bien
recuerdo que llevé la obra De veritate catholicae fidei, de Santo Tomás, impresa en
Venecia en 1480, el incunable más antiguo de la Biblioteca, otros libros muy valiosos, y
unos volúmenes de manuscritos originales, entre ellos, uno que contiene una de las
pocas cartas autógrafas del Libertador; la complacencia del Señor Presidente fue muy
grande, pero especialmente al contemplar la carta de Bolívar, que me pidió leerle y
una carta de Nariño a su hijo Gregorio, fue entonces que tuve la ocasión de dialogar
con el Presidente, especialmente acerca de la misiva del Libertador.
Durante mis treinta años de permanencia en la Biblioteca Nacional de Colombia
ocuparon la dirección de la entidad, en su orden, Pilar Moreno de Ángel, Jorge Eliécer
Ruiz, Eddy Torres quien falleció dentro del establecimiento en 1982, Juan Luis Mejía
Arango, Carlos Enrique Ruiz, Conrado Zuluaga Osorio, Jairo Aníbal Niño, Rubén Sierra
Mejía, Myriam Mejía de Godoy (e), Carlos José Reyes Posada, Lina Espitaleta y Mary
Giraldo Rengifo; al momento de mi retiro era directora Margarita Valencia.
Además de mi desempeño en Libros Raros y en el Fondo Germán y Gabriela
Arciniegas, fui jefe de Selección y Adquisiciones, luego de Hemeroteca, único cargo
que nunca me gustó, y por último coordinador (e) de Colecciones y Servicios.
Llegó finalmente la hora de decir adiós a mi trabajo en la Biblioteca Nacional;
treinta años que pasaron muy velozmente. El 30 de septiembre de 2006 fue mi último día
de labor en la institución a la que tanto debo, donde aprendí muchas y apasionantes
cosas, y para la que mi cariño será imperecedero. Me retiré con la satisfacción plena
del deber cumplido a lo largo de esta maravillosa y enriquecedora experiencia laboral,
indiscutiblemente la más hermosa de mi vida.
**
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EL DÍA EN QUE LAS LETRAS ESTUVIERON DE FERIA
CATALINA RAMÍREZ VALLEJO*
_______________________________
*Después de haber ocupado altas posiciones en el mundo financiero, esta sicóloga de la Universidad
Javeriana, con un magíster en Administración de Empresas de la Universidad de los Andes fue
directora de Infancia y Juventud del Ministerio de Cultura, gerente del proyecto Biblored, la Red de
Bibliotecas Públicas de Bogotá, gerente del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas y directora de la
Biblioteca Nacional de Colombia, desde donde coordinó la participación de Colombia en la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara, en 2007. Del 2008 al 2012 ocupó el cargo de Secretaria de
Cultura Recreación y Deporte de Bogotá.
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A pesar de estar sentado con la calma de un patriarca, al lado de su esposa
Mercedes, el escritor Gabriel García Márquez no pudo evitar un gesto de sorpresa
cuando me presenté como la nueva Directora de la Biblioteca Nacional. Con una
sonrisa encubierta tomó el vaso de jugo, se bebió un sorbo muy breve y me dijo con
una complicidad de paisano en el exilio:
–Oye ¿y es que allí los ratones todavía no se han comido los libros?
La carcajada que estalló en aquel pequeño salón no fue sonora, pero sí lo
suficientemente melodiosa como para disipar los nervios que rodeaban un evento tan
solemne como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Corrían los últimos días
de noviembre del año 2007, y el nobel de literatura –que celebraba cuarenta años de
haber publicado Cien años de soledad– era uno de los convidados a la cena que
ofrecía la Cátedra Cortázar de la Universidad de Guadalajara en la víspera de la
inauguración del certamen.
No recuerdo muy bien las palabras exactas con las que le contesté al escritor,
pero ellas le sirvieron de excusa para que se acordara de aquellos años maravillosos en
los que él mismo fue uno de los más felices –e indocumentados– ratones que se
alimentaban a diario en la Biblioteca Nacional. La Ministra de Cultura, Paula Marcela
Moreno, y yo escuchamos esa noche cómo la trampa de la nostalgia le hizo caer en los
recuerdos de esa época en la que el joven periodista se refugiaba en el viejo edificio
de la calle 24 de Bogotá para devorar toda clase de palabras impresas. Sin saberlo, allí
también el escritor Álvaro Mutis había hecho lo mismo: ser un ratón de biblioteca.
Al día siguiente, cuando nos lo encontramos de nuevo en una oficina contigua al
salón Juan Rulfo, donde se celebraría el acto inaugural de la feria, el maestro García
Márquez siguió hablando de la importancia de la Biblioteca en su juventud, pero esa
mañana ya lo hacía con un agrado casi infantil. Mientras esperábamos al presidente
Álvaro Uribe y a su colega de México, Felipe Calderón, el escritor no solo puso su
autógrafo en mi ejemplar de Cien años de soledad, que yo había traído de Colombia,
sino que al lado le pintó, de un trazo, una flor.
Para mí también fue decisiva la Biblioteca Nacional, pues los libros igualmente
alimentaban mi espíritu y mi trabajo en 2007. Había sido durante tres años gerente del
Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, cuya misión era promover esa afición, creando y
fortaleciendo bibliotecas en todos los municipios del país, y tal vez por los importantes
avances que logramos en estos temas, la ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, a
quien no conocía, me llamó para que cumpliera el sueño de cualquier amante de los
libros: dirigir nada menos que la que está considerada como la biblioteca nacional más
antigua de América, fundada en 1777 por el virrey Manuel de Guirior, quien comenzó la
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colección bibliográfica de la institución con los libros expropiados a la comunidad
jesuita, expulsada por esa época de todos los dominios del Imperio español como
resultado de la orden dada por el rey Carlos III de España en el año de 1767.
Pero el reto que encontré allí era con el futuro: tenía un poco menos de seis
meses para organizar la participación de Colombia como país invitado a la Feria del
Libro de Guadalajara. Por fortuna había una buena noticia. El equipo de trabajo con el
que íbamos a organizar esa presentación ya estaba listo y tenía todas las ganas del
mundo de hacer quedar bien al país.
Fueron por eso días felices. Lo primero que hubo que hacer fue un viaje a México
para conocer el terreno en donde Colombia iba a ser reconocida por el mundo
literario, y que nos permitió definir los sectores más representativos que debían
presentarse.
El primero y más importante era el de los escritores que iban a poner la cara y sus
letras en nuestro nombre. Logramos convocar a los mejores, con quienes comenzamos
el difícil pero agradable trabajo de programar sus conferencias y charlas… Pero como
Colombia no solo tiene buena letra, sino que se distingue por su alegría fiestera, también
debíamos llevar una muestra representativa de su música y su folclor. La lista de
invitados fue más bien fácil de confeccionar, y nombres como los de Choquibtown,
Aterciopelados y Fonseca fueron los convocados para armar la presentación musical
del país en Guadalajara.
El otro sector que logramos convocar fue el de los cineastas criollos, que en los
últimos años se han destacado en el mundo, gracias al renacimiento del séptimo arte
que se ha dado en la última década.
Finalmente, y como se trata de un sector nacional que ha tomado un auge
nunca antes visto, también decidimos convidar a los mejores representantes de la
cocina colombiana, con el fin de darle un toque de sabor criollo a la delegación. El
―menú‖ de invitados no podía ser mejor.
Y así llegó el día señalado. Viajamos a Ciudad de México acompañados del
mejor sello de identidad que tiene Colombia en el exterior: su alegría. El día de la
inauguración del evento, por ejemplo, y luego de un breve discurso del escritor Álvaro
Mutis, que me perdí por acompañar a Margarita Zavala, esposa del presidente de
México, Felipe Calderón, por las estanterías de libros colombianos de nuestro pabellón,
la feria se prendió cuando Hugo Carlos Granados, el rey vallenato de ese año,
interpretó un par de canciones que conquistaron tanto al público que el propio
presidente Calderón pidió, emocionado, una más.
Ese amago de parranda sirvió para calmar el nerviosismo que todos teníamos y
que nos persiguió incluso luego hasta el Hotel Hilton, en donde ofrecimos un almuerzo
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para 670 personas en conjunto con la FIL (Feria Internacional del Libro). Aún recuerdo las
mesas divinamente decoradas con elementos típicos, el mantel de caña flecha, los
pequeños recipientes de guadua con trozos de yuca frita acompañadas de salsas y ají,
y en el centro de la mesa unos molcajetes (recipientes en piedra que utilizan en México
para preparar los chiles y las salsas) adornados con frutas colombianas que, luego de
un tortuoso viaje, habían llegado ese mismo día a Guadalajara.
La angustia en realidad había empezado el día anterior a la inauguración. Ese
viernes nos alistábamos para asistir a la inauguración de la exposición de Rogelio
Salmona cuando supimos que nuestros artistas de San Andrés y Providencia, el grupo
Yamin Yam, no habían llegado a Guadalajara en el avión en el que estaban
programados, aunque sí habían abordado el vuelo de Avianca en Colombia. Tratamos
de mantener la calma pensando que tal vez las dificultades del trasbordo en el D.F. los
había hecho perder el vuelo de Aeroméxico; pero, como pasaban las horas y no había
noticias de ellos, no me quedó otra que acudir desesperada, en medio de la multitud,
en búsqueda del embajador Luís Camilo Osorio, quien departía alegremente con
algunos de los asistentes. Tan solo alcancé a decirle que teníamos a un grupo de ocho
rastas pelilargos, perdidos en el distrito federal. El diplomático sacó de su bolsillo una
libretita llena de apuntes y se comunicó desde su celular con alguna autoridad, en una
escena literalmente macondiana: estábamos en frente de Gabriel García Márquez y
Álvaro Mutis, con quien me tomé una fotografía tan pronto me lo presentaron, como
para calmar el espíritu. Apenas se disiparon los destellos del flash sonó mi teléfono
celular: habían llegado las artesanías del pabellón, que también se habían refundido, y
ya las estaban ubicando en su sitio.
Pero nada se sabía de los sanandresanos, que al parecer se habían ido con su
música a otra parte. De la exposición debíamos ir a la cena de la Cátedra Cortázar en
honor a Gabo y a Mutis, quienes seguramente también estaban buscando la manera
de escabullirse de la muestra.
Luego de que Gabo me preguntó por los ratones de la biblioteca, y cuando ya
nos íbamos asentar en la mesa, nuevamente sonó el celular de la salvación:
aparecieron los isleños en el vuelo de las 9 de la noche que llegaba a Guadalajara. Aún
es un misterio dónde diablos se metieron durante todas esas horas.
Pero ese misterio se nos olvidó al día siguiente a la inauguración, que era
domingo. Había un almuerzo ofrecido por la FIL para un pequeño grupo de invitados en
honor de Álvaro Mutis. Cuando llegamos, el escritor estaba en la mesa, acompañado
del expresidente Belisario Betancur. Para quienes amamos, las letras este era un
verdadero papayazo: lo saludé, me senté a su lado –en el puesto marcado para la
Ministra, pues ella aún no bajaba de su habitación–, lo acompañe un rato y ¡zaz! Con
apenas una disimulada seña a una de mis compañeras, apareció como por arte de
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magia el libro de Mutis que tenía en mi asiento en la mesa del lado. Cuando le solicité
que me lo autografiara, me puso una condición: ―Sólo si me muestras tu licencia de
conducir‖, dijo.
El expresidente Belisario apenas miraba, pero de pronto me advirtió: ―Ayúdele,
cójale la mano‖. Sostuve el libro y esperé pacientemente a que lo firmara con su mano
temblorosa, pero amable. Me dolió verlo así, tan afectado por el Parkinson, pero con su
humor todavía firme y seguro. Se detuvo un rato a mirar con cuidado la edición del
libro, buscó el número total de páginas que tenía y me dijo, sonriente: ―Estos editores…
cada día le agregan más‖. También me contó de las largas horas que pasó en la
Biblioteca Nacional y de cuanto disfrutaba su sala de música, la misma que reviví para
que los usuarios pudieran escuchar piezas universales… ¡Quién sabe cuántos Gabos y
Mutis puede haber en esos espacios, como ratones de biblioteca, ahora!
Cuando Gabo se unió a la mesa, me levanté para saludarlo y, con un beso
cariñoso y familiar, al mejor estilo colombiano, le pregunté: ―Maestro, ¿cómo me le
acabó de ir?‖. Me respondió con simpatía: ―Afortunadamente no me ha acabado de ir
aún‖.
El homenaje a estos escritores fue apoteósico y tal vez uno de los momentos más
emocionantes. Me ubiqué en primera fila, justo al frente de donde se encontraban
sentados, uno al lado del otro, y por lo tanto no me perdí ni un solo detalle de sus
expresiones y su conversación. Se notaban muy contentos y emocionados y conscientes
de cómo la fama ya no era motivo para ínfulas o pretensiones. Qué distintos los veía a
algunos de los escritores y artistas que invitamos en nuestro grupo. Aquellos que, siendo
mucho más jóvenes, los llamamos ―vedettes‖.
Pero bueno: todos ellos, los maestros y los sucesores, acompañados por los casi
400 artistas que pusieron la cara por el país, literalmente fueron los que escribieron esta
historia.
**
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RECUERDOS MISCELÁNEOS
JOSÉ ROBERTO VELASCO
*
__________________________
*Nació en Bogotá. Laboró durante 30 años con el Estado, hasta la liquidación del Instituto
Colombiano de Cultura (Colcultura). También actuaba como jefe de prensa del sindicato de
trabajadores de Colcultura. En ese momento se desempeñaba como auxiliar administrativo en la
Biblioteca Nacional de Colombia. Terminó periodismo para el desarrollo en el SENA. Columnista del
diario El Espectador con temas sobre mascotas en la sección hogar, por más de diez años; igualmente
en otros periódicos como Senda 2001 y el Manifiesto Nacional. Ha formado parte de las juntas
directivas de la Sociedad Protectora de Animales, Asociación Defensora de Animales y del Ambiente,
ADA, y de la Fundación Colombiana Pro-animales. Actualmente es presidente del Instituto Fundación
Francisco de Asís de Protección Zoófila y Eutanasia, IFAPZE.
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Llegar a la Biblioteca Nacional de Colombia fue para mi un gran reto totalmente
desconocido y por demás involuntario teniendo en cuenta que yo venía del Instituto
Colombiano de Antropología ICANH, cuyas instalaciones fueron cerradas para
remodelación y, coincidentemente, la Biblioteca Nacional reabría sus puertas
nuevamente al público, tras un largo periodo también por remodelación. Los
funcionarios del ICANH fuimos removidos a diferentes entidades del Instituto
Colombiano de Cultura (Colcultura) y por suerte me correspondió venir a esta entidad
tan privilegiada. En ese momento la Biblioteca estaba dirigida por Pilar Moreno de
Ángel, ilustre historiadora. Su administradora era Susana Salazar quien, después de las
entrevistas de rigor, nos fue asignando labores en las diferentes oficinas, luego de una
inducción que por varias semanas nos diera Alba Londoño sobre la sección de Procesos
Técnicos y toda la clasificación decimal.
Mi primer trabajo asignado fue en la Sección de Servicios al Público a órdenes de
Teresa Salamanca, jefe en ese momento quien debía dirigir a más de cuarenta y cinco
personas repartidas en dos turnos: el primero con más de veinte, de ocho de la mañana
a dos de la tarde, y el segundo turno de dos de la tarde a ocho de la noche,
incluyendo el día sábado. Estos turnos podían ser cambiados de acuerdo con las
necesidades de los funcionarios. Para mi fue muy novedoso empezar a manejar
infinidad de colecciones literarias en la Sala de Referencia donde solo se manejaban
Enciclopedias, Atlas y algunos boletines actualizados que eran de gran aporte a todos
los estudiantes, teniendo en cuenta que en ese momento la Biblioteca Nacional era
una biblioteca pública.
Tiempo después, laboré en el Depósito Bibliográfico, coordinado por Ana de
Guzmán, a quien llamaban ―la enciclopedia‖, porque era gran conocedora de cada
una de las obras allí guardadas y la mano derecha de directores, asesores, jefes de las
demás sesiones y usuarios en general. A ella se le consultaban diferentes temas y con
una exactitud impresionante localizaba los temas solicitados en los libros, periódicos,
misceláneas, fondos y demás, teniendo en cuenta que había millares de volúmenes allí
guardados.
Cada día llegaban a este depósito más publicaciones nuevas y los espacios se
iban estrechando cada vez; y una de las inquietudes de Anita era que el material se
deteriorara por falta de espacios.
Por eso, esta era una de las prioridades de todos los directores que pasaron por
la Biblioteca, no solo por el Depósito Bibliográfico, para que entregaran lo más pronto
posible las instalaciones que tenía Inravisión en ese momento, para una posible
ampliación y por consiguiente una mayor comodidad de las colecciones.
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La directora que más luchó sobre este asunto fue sin duda Pilar Moreno, no solo
al frente de la Biblioteca, sino que más tarde lo haría desde la dirección del Archivo
General de la Nación que funcionaba en el cuarto piso de la misma edificación.
La principal preocupación que la asaltaba, según ella, y que no la dejaba dormir
tranquila, era el peligro que representaban las gigantescas torres de transmisión que
estaban instaladas a lo largo y ancho de la terraza de la Biblioteca durante muchas
décadas, prácticamente desde el inicio de la televisión en Colombia.
Finalmente, ante tanta presión por parte de la Biblioteca, de la misma Colcultura,
del Ministerio de Comunicaciones y de otros entes del Estado, fueron entregadas las tan
anheladas instalaciones, que solo las convirtieron en un auditorio, un rincón, diría yo,
para ampliar un poco la parte de la Hemeroteca y, lo más amplio, para parqueadero
de autos.
Con la partida de Inravisión no podemos negar que nosotros, como funcionarios
vecinos, sentimos mucha nostalgia, no solo porque nos habíamos familiarizado de tal
forma con sus directivos, técnicos y actores, sino porque también compartimos con
todos ellos las mesas de su restaurante, diariamente, a la hora del almuerzo,
saboreando los diferentes platos típicos.
Regresando un poco el tiempo atrás, la Biblioteca era visitada y consultada por
todo tipo de personas, especialmente de escuelas y colegios, lo cual era un verdadero
caos. Recuerdo aquellas vacaciones escolares de junio y de Semana Santa, en donde
las filas de usuarios salían desde la puerta principal hasta la carrera séptima por la calle
24 o por la parte oriental bajando por la calle 26. Las fichas para el acceso no
superaban las 200 y los libros solicitados al Depósito Bibliográfico por día podrían superar
los 3.000. Según especulaciones de los lectores, afirmaban que algunos funcionarios
estarían vendiendo los cupos para acceder a las fichas y así poder consultar más
rápidamente.
Para todas estas eventualidades se debía pedir la colaboración de todas las
demás oficinas, para poder reforzar el servicio, y aún así era insuficiente el personal para
poder suplir el compromiso con los asiduos lectores.
Como en ese momento no se contaba con los sistemas de seguridad para los
libros, pese a la vigilancia del personal asignado para tal fin, la mayoría de
enciclopedias y muchas otras obras fueron mutiladas con cuchillas, hojas totalmente
arrancadas y lo peor de todo, algunos de los ejemplares fueron robados.
Llevar a las personas hasta el sitio donde estaban las fotocopiadoras en grupos y
regresarlos ayudó un poco para frenar estos desastres.
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Ya más adelante llegarían los equipos detectores de robo y fue para nosotros un
gran alivio, aunque la tarea que nos esperaba era bastante larga y dispendiosa,
teniendo en cuenta que deberíamos colocar a todas las colecciones, libro por libro, el
respectivo chip que delataría de inmediato la salida de la obra de su sitio.
Afortunadamente poco después se terminó esa gran pesadilla, pues ya la
Biblioteca atendería exclusivamente a investigadores profesionales con un permiso
especial, previo visto bueno de la Dirección.
Después de todas estas lides, y por mucho tiempo, solicité un traslado y me
enviaron a la Sección de Selección y Adquisiciones. Allí me esperaban otras actividades
que debía explorar. El jefe en ese momento era Humberto Ovalle. El llegar a manejar
todas las publicaciones periódicas, como me correspondió, fue algo todavía más
novedoso: el poder palpar y por lo menos echar un vistazo al material llegado de todo
el mundo, era poner a volar mi imaginación y transportarme a todos esos sitios
maravillosos que iban desfilando cada día por mis manos, entre periódicos y revistas por
todos los conceptos como eran: Depósito Legal, Canjes Nacionales e Internacionales,
Donaciones y otros materiales que venían en carácter de Depositario de Organismos
Internacionales, tales como: Naciones Unidas, Unesco, OEA, FAO y muchas otras.
Todo este material, una vez seleccionado, sellado y radicado respectivamente,
debía mecanografiarlo en unas planillas tamaño sábana en mi moderna IBM de ese
entonces para luego ser entregado a la Sección de Hemeroteca diariamente. También
en equipo debíamos planillar, empacar, pesar, transportar y enviar por correo todo el
material según su concepto y destino.
No podría terminar sin mencionar a algunas de las personas que trabajaron con
esmero y lo dieron todo por esta entidad como fueron: Susana Salazar, quien laboraba
casi siempre desde las siete de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche y aun así
sacó tiempo para crear el Grupo de Teatro de la Biblioteca Nacional, con el cual se
hicieron varias presentaciones e inclusive montó una obra para la televisión. Fueron
muchos los funcionarios que participamos en todas sus obras que dirigió hasta su
fallecimiento.
El director Eddy Torres, gran escritor, quien tenía proyectos grandiosos para la
Biblioteca Nacional, pero todo se le truncó cuando un día después de llegar de
almorzar entró al baño y de un infarto fulminante falleció en ese lugar. Poco después
fallecieron también otros directores como la historiadora Pilar Moreno de Ángel, el
escritor Jairo Aníbal Niño, y Jorge Eliécer Ruiz.
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Finalmente, unos tres años antes de la liquidación del Instituto Colombiano de
Cultura (Colcultura), hice parte de la Junta Directiva del Sindicato de Trabajadores
Sintracultura, primero como secretario general y luego como jefe de prensa hasta su
terminación.
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EL PULSO CON LA TELEVISIÓN
CONSUELO GARZÓN
*
_________________________________________________________________
*Nació en Bogotá. Cursó estudios primarios y secundarios en el Colegio de la Presentación.
Obtuvo el título de Secretaria General en el Sena. En Colcultura inició como secretaria ejecutiva de la
Oficina de Relaciones Públicas y pasó luego a la División de Personal. En tanto realizó estudios en el
Sena y se le otorgó el título de Técnica Administrativa. Seguidamente adelantó estudios en la
Universidad Externado de Colombia, en donde se graduó como Administradora de Empresas. Después
de ocho años de servicio en la División de Personal fue trasladada al Instituto Colombiano de
Antropología, ICAN, en donde se desempeñó durante cinco años y medio prestando apoyo
administrativo a diversos proyectos de investigación y administrando durante tres años el Proyecto
Arqueológico de Ciudad Perdida. Fue coautora con Álvaro Ayala del artículo ―Recopilación de
Normas del ICAN‖, publicado en la serie Informes Antropológicos N° 7 (1994). A partir del 1° de febrero
de 1988 fue traslada como administradora de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñó durante
casi 22 años, bajo diversas denominaciones, inicialmente como profesional universitario, luego como
jefe de división de Apoyo Administrativo y Financiero y finalmente como asesora con funciones
administrativas, prestando asesoría y apoyo en la planeación, coordinación, ejecución y control de los
recursos humanos, financieros y físicos para el cumplimiento de los objetivos y programas de la
Biblioteca, así como apoyando y desarrollando los procesos contractuales delegados al director de la
entidad, y garantizando la seguridad de las personas, de los bienes y del patrimonio cultural que
custodia la Biblioteca. En 1995 adelantó estudios de pos grado en el Colegio Mayor de Nuestra Señora
de Rosario, donde con la tesis de grado titulada Manual sobre patrimonio bibliográfico que obtuvo la
calificación de mención meritoria, recibió el título de Especialista en Gerencia y Gestión Cultural, copia
de este trabajo entregó a la Biblioteca Nacional con licencia de uso de contenido para ser puesto al
servicio de consulta de sus usuarios. En 2000, en la Universidad Externado de Colombia obtuvo el título
de Especialista en Gerencia y Gestión Financiera Pública. Finalmente, después de 35 años y 5 meses
de servicio a la entidad y de haber participado y apoyado proyectos importantes como el retiro de
Inravisión, la remodelación y ampliación de la Biblioteca, la instalación de la infraestructura física para
su automatización, y de haber estado encargada de la Dirección de la Biblioteca durante 28
ausencias de sus titulares, a partir del 22 de diciembre de 2009 se desvinculó del Ministerio de Cultura,
para salir a disfrutar de su pensión de jubilación.
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En 1993, después de casi cuarenta años de ocupación y de insistentes y
reiteradas solicitudes y campañas por parte de los directores de la Biblioteca Nacional,
fueron devueltos por Inravisión al Ministerio de Cultura, los espacios de los sótanos del
edificio que habían sido entregados en préstamo temporal para que allí naciera la
Televisora Nacional de Colombia en 1954.
De acuerdo con el informe de archivo de 1953 a 1957, el edificio de la Biblioteca
Nacional de Colombia inaugurado en 1938 y ubicado en la calle 24 N° 5-60 de la
ciudad de Bogotá, fue construido, teniendo en cuenta que tuviera suficiente
capacidad, que fuera en un sitio central, de fácil acceso al público, alejado del bullicio
de la ciudad, rodeado de jardines y luz por todos los costados.
Adicionalmente y por estar destinado a la conservación del patrimonio
bibliográfico del país, el informe anota, que para evitar posibles peligros de incendio, el
edificio fue construido íntegramente en estructura de concreto con muros de ladrillo, los
pisos con materiales incombustibles y silenciosos, a base de corcho y magnesita, a
excepción de las puertas y de los muebles de la Dirección, y de todos los elementos de
construcción y equipo que eran metálicos; con extintores e hidrantes en sitios
especiales.
En el sótano, aprovechando la fuerte pendiente, se construyó un piso bajo que
abarcaba la mitad del edificio y allí se colocaron la imprenta, la encuadernación y el
salón de canjes que tenían gran movimiento de cargas, con puertas para permitir la
entrada de camionetas que utilizaban este servicio.
Según cuenta la publicación de Inravisión, Historia de una travesía: cuarenta
años de la Televisión en Colombia, en 1936 el general Rojas Pinilla visitó a la Alemania
nazi y quedó impresionado con el nuevo medio de comunicación que allí conoció
como fue la Televisión, el cual decidió implantar en Colombia cuando cogió el poder
ejecutivo en 1953, la que, después de superar y sortear múltiples dificultades, fue
inaugurada el 13 de junio de 1954, para conmemorar el primer año de gobierno del
general en mención.
Paradójicamente y de manera contraria al fin propio para el cual fue construido
el edificio de la Biblioteca Nacional, el primer pequeño estudio para la televisión se
improvisó en el sótano occidental de este edificio, la antena de emisión se instaló en el
Hospital Militar y a las nueve de la noche salió al aire el programa oficial con el que se
inauguró la televisión en Colombia.
En oficio del 14 de agosto de 1954 al director de Información y Propaganda del
Estado, el director de la Biblioteca Nacional, Guillermo Hernández de Alba, le manifestó
su disposición de colaborar para que se continuara con el creciente desarrollo de la
74
televisión, para lo cual acordó la realización de los trabajos y el acondicionamiento de
las dependencias de la Biblioteca para los fines propuestos.
Entre los años 1955 y 1956 en el mismo sitio de la biblioteca se ampliaron las
instalaciones de la Televisión, construyendo los estudios 2, 3, 4 y 5 que fueron muy
combatidos popularmente por su ubicación, pero que siguieron funcionando en
progresivo hacinamiento durante los siguientes años, hasta su devolución; no obstante
que el permiso para utilizar los espacios de la biblioteca fue otorgado por el Ministerio
de Educación de la época, con carácter eminentemente transitorio, según lo constató
doña Pilar Moreno de Ángel, directora de la Biblioteca Nacional en 1975, con el director
de la Biblioteca en 1955, Guillermo Hernández de Alba, de acuerdo con lo expresado
en oficio del 5 de marzo de 1975, dirigido al alcalde de Bogotá, Alfonso Palacio Rudas.
Entre tanto, mediante Decreto 287 del 24 de febrero de 1975, el presidente de la
República de Colombia, Alfonso López Michelsen, declaró monumento nacional a la
Biblioteca Nacional, constituida por su colección de libros raros y curiosos, hemeroteca,
manuscritos e impresos y fondos que la componen, junto con su edificación.
La limitación de espacios para el crecimiento de la Biblioteca Nacional, así como
el peligro para el patrimonio por la presencia de los estudios de la televisión en sus
instalaciones, se fue haciendo evidente con el transcurrir de los años, y es así como
encontramos, con base en los documentos de los archivos de la Biblioteca y en mis
vivencias como su Administradora, desde el 1°de febrero de 1988 hasta el 22 de
diciembre de 2009, los siguientes problemas generados para la Biblioteca y las gestiones
y campañas adelantadas, para la devolución de los sótanos, por algunos de los
diferentes directores de la entidad:
Pilar Moreno de Ángel
Directora de la Biblioteca Nacional de 1975 a 1979, con el apoyo y dirección de
doña Gloria Zea de Uribe como Directora del Instituto Colombiano de Cultura
(Colcultura), emprendió la remodelación del edificio de la Biblioteca con motivo de sus
200 años y para ello adelantó gestiones encaminadas a la devolución de los espacios,
teniendo en cuenta además el inminente peligro que la proximidad de los estudios de
la Televisora Nacional representaba para la Biblioteca, así:
1. En el Informe del proyecto de remodelación del edificio suscrito por
arquitectos de Colcultura y del ICCE (Instituto Colombiano de Construcciones
Escolares), ya se presentaba la limitación de distribución y crecimiento de la Biblioteca,
por compartir su sede con otras entidades, entre ellas, la televisora nacional que le
restaba espacio necesario a zona de talleres, imprenta, duplicación, restauración,
encuadernación y consecuencialmente descargues y parqueos, y le generaba un serio
peligro a los fondos bibliográficos por el cableado que ésta exigía.
75
2. En marzo de 1975, siendo director de Inravisión desde 1973 Carlos Delgado
Pereiro, doña Pilar solicitó ayuda al alcalde de Bogotá, Alfonso Palacio Rudas, para
salvaguardar la institución de la invasión de una extensión de 1.179 m2 que de los
espacios de la Biblioteca había hecho la televisora nacional, evidenciando además las
construcciones e instalaciones hechas por Inravisión, dentro del concepto de
temporales, dado el carácter transitorio del préstamo de los espacios de la biblioteca:
excavaciones efectuadas sin especificaciones técnicas según la estructura,
cerramientos con muros levantados que cortaban la luz natural y ponían en peligro la
seguridad de los trabajadores, las planchas de cementos instaladas sin el cálculo de
peso para soportar las antenas, las tejas plásticas que cubrían el patio de la biblioteca
con un buitrón para evacuar calor en lamentable estado y totalmente antiestéticas.
3. La directora de la Biblioteca Nacional y el director del Archivo Nacional,
ubicado en el cuarto piso del edificio, realizaron del 3 al 21 de marzo de 1975 la
exposición Testimonio, en donde se presentaron fotografías del patrimonio bibliográfico
y archivístico nacional y de las instalaciones de los equipos de televisión y cables de alta
tensión ubicados en el edificio, para mostrar al país el peligro permanente de perder
por incendio su más valioso patrimonio cultural.
4. Así mismo, en abril de 1975, puso en conocimiento del director de Inravisión,
Fernán Villegas, que los empleados que recibieron la orden de demoler la construcción
hecha en el patio no habían procedido de acuerdo con lo convenido, por lo que le
manifestó su convencimiento de que Inravisión cumpliría con lo prometido, además
porque la biblioteca estaba próxima a remodelarse para celebrar con dignidad el
segundo centenario del más importante patrimonio histórico-cultural de la nación
colombiana.
5. La Revista Nueva Frontera de mayo 3 de 1975, en un artículo destacó el
empeño de la directora, Pilar Moreno de Ángel, para que se retirara de las instalaciones
de la Biblioteca a la televisora nacional, dado el riesgo absurdo que corría el principal
tesoro bibliográfico del país y el mal aspecto que proporcionaban: la construcción
efectuada al lado del edificio de la Biblioteca, la ocupación de la terraza, donde
montaron la torre, las antenas de la segunda cadena y las parábolas de la retrasmisión,
así como las líneas eléctricas de alta tensión que cruzaban las terrazas, etc. La
publicación de este artículo fue agradecida a Carlos Lleras Restrepo, expresidente de la
República, por Pilar Moreno de Ángel, según oficio D-165 del 5 de mayo de 1975.
El 6 de junio de 1975 fue nombrado como director de Inravisión Orlando Rovira
Arango y el 1° de diciembre de 1976, Eduardo Rodríguez Camacho. El 7 de agosto de
1978 asumió como presidente de la República Julio César Turbay Quintero; el 4 de
septiembre de 1978 fue nombrado como director de Inravisión Germán Vargas Cantillo;
el 11 de febrero de 1980, Mario Madrid Malo y el 6 de agosto de 1981, Alejandro
76
Montejo Carrasco. El 7 de agosto de 1982 asumió como presidente de la República
Belisario Betancur Cuartas y el 11 de agosto de 1982 fue nombrado como director de
Inravisión Germán Castro Caicedo.
Jorge Eliécer Ruíz
Director de la Biblioteca Nacional de 1979 a 1982, también bajo la dirección de
Colcultura a cargo de doña Gloria Zea de Uribe. En un informe del 24 de mayo de 1982
sobre la situación de la Biblioteca en 1974 y los programas realizados a partir de esa
fecha, resaltó la remodelación del edificio efectuada entre 1976 y 1978, y manifestó
que uno de los problemas de ese momento era que no se había podido llegar a un
acuerdo con Inravisión para liberar los espacios ocupados por equipos y redes de
transmisión eléctrica que constituían un alto riesgo para los fondos bibliográficos
existentes, y que uno de los proyectos era el mejoramiento del equipamiento de la
Biblioteca, indispensable por la exposición a riesgos generados por los equipos de
transmisión de la televisora nacional.
En el N° 280 de la Revista Proa Arquitectura, Urbanismo, Diseño, Industrias, del
mes de abril de 1979, sobre la transformación del centro de Bogotá y específicamente
sobre la recuperación de la Biblioteca Nacional, se manifestaba la falta de áreas
suficientes, debido a la invasión por parte de varios organismos y a la necesidad de
desalojarlos para permitir un mejor funcionamiento y distribución de la Biblioteca
Nacional.
Eddy Torres
Director de la Biblioteca Nacional de 1982 a 1983, en diciembre de 1982 solicitó
al ministro de Comunicaciones, Bernardo Ramírez, una entrevista para tratar, entre otros
puntos, la necesidad de expansión de la Biblioteca y de eliminación del riesgo que para
sus colecciones de valor histórico incalculable representaba la vecindad de los estudios
de Inravisión; situación que se había prolongado en exceso y que estaba seguro sería
resuelta por su administración.
El 23 de marzo de 1983 fue nombrado director de Inravisión Fernando Calero
Aparicio, y el 7 de marzo de 1984, Fernando Barrero Chaves.
Conrado Zuluaga
Director de la Biblioteca Nacional de 1985 a 1988, adelantó las siguientes
gestiones para la devolución de los espacios:
1. En oficio de octubre de 1985 manifestó al Alcalde Mayor de Bogotá, Hisnardo
Ardila, con copia al Director del Departamento Administrativo de Planeación Distrital,
Luis Fernando Guzmán Mora, su sorpresa sobre las obras de remodelación y
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readecuación de las zonas verdes y parqueo compartidas por la Biblioteca e Inravisión,
que la Secretaría de Obras Públicas del Distrito estaba realizando para utilización
inmediata como parqueadero exclusivo de Inravisión, siendo zonas de influencia de la
Biblioteca en su carácter de monumento nacional, lo cual agravaba los enormes
traumas que para la Biblioteca generaba la presencia de Inravisión en la mitad de sus
sótanos.
2. En oficio de noviembre de 1985 al director de Inravisión, Fernando Barrero
Chaves, con copia a la directora de Colcultura, Amparo Sinisterra de Carvajal y al
director de Inmuebles Nacionales, Fernando Araujo Perdomo, hizo referencia al oficio
del director del Departamento Administrativo de Planeación Distrital relacionado con el
uso que algunos empleados de Inravisión hacían de los espacios públicos –andenes de
acceso al edificio–, y la preocupación porque ese mismo espacio se había convertido
en lugar para lavar carros.
El 22 de mayo de 1986 fue encargada de la dirección de Inravisión María
Cristina Mejía y el 7 de agosto del mismo año asumió como presidente de la República
Virgilio Barco Vargas.
1. Mediante oficio de agosto de 1986 al director del Departamento
Administrativo de Planeación Distrital, Luis Fernando de Guzmán Mora, con copia al
alcalde mayor de Bogotá, Julio César Sánchez García, al gerente general de la Caja
Agraria, Mariano Ospina Hernández, y al jefe de la Unidad de Inversiones Públicas,
Francisco Azuero Zúñiga, aclarando una situación, demandó mayor cooperación de las
instituciones, lamentó que la Biblioteca Nacional tuviera que recurrir a la solidaridad de
la comunidad o la opinión pública para contar con el apoyo que requería para
sugestión, y que no se hubieran podido recuperar los espacios invadidos por Inravisión
para aliviar un poco la insoportable estrechez de la Biblioteca.
2. En noviembre de 1987 solicitó ayuda al recién nombrado director de Inravisión,
Felipe Zuleta Lleras, para darle solución a la incómoda situación que habían generado
las reparaciones o construcciones que estaban realizando dentro de las instalaciones
de los estudios de San Diego, dando lugar a la ocupación de la acera de acceso a la
Biblioteca Nacional con arena, ladrillos y otros diversos materiales, al igual que gran
cantidad de escombros que por el invierno había formado un verdadero lodazal y
basurero, ocasionado traumatismos a las personas que transitaban por dicha vía,
generando desaseo en las instalaciones de la biblioteca y peligro permanente para los
transeúntes.
Es importante anotar que la revista que publicó los resultados del Concurso
Internacional de Arquitectura realizado en 1987, en homenaje a Le Corbusier 100 años,
cuyo tema fue La recuperación de un espacio público en el centro de Bogotá,
correspondiente a la manzana de la calle 24 con carrera 7ª,en donde algunos
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proyectos finalistas ampliaban la Biblioteca Nacional hacía el costado occidental,
ninguno incluyó las instalaciones de Inravisión en dicha manzana.
A partir del 1° de febrero de 1988 y hasta el 22 de diciembre de 2009, como
administradora de la Biblioteca Nacional, pude evidenciar los problemas de la invasión
y apoyar las gestiones que para la devolución de los espacios y posterior remodelación
y funcionamiento, adelantaron los diferentes directores de la Biblioteca Nacional.
Jairo Aníbal Niño
Posteriormente, siendo director de la Biblioteca Nacional el escritor Jairo Aníbal
Niño en 1988, bajo la Dirección de Colcultura a cargo de Carlos Valencia Goelkel, el
Comité Técnico integrado por arquitectos de diferentes dependencias de Colcultura,
mediante memorando el 25 de mayo de 1988 al director de Colcultura, con copia al
subdirector de Patrimonio, al jefe de la División de Inventario, al director de la Biblioteca
Nacional y a la secretaria general de Colcultura, Lina María Pérez, presentó el informe
de las humedades del sótano de la Biblioteca Nacional y, como otros problemas
adicionales, incluyó: 1) El callejón occidental de circulación peatonal que existía entre
Inravisión y la Biblioteca, que era un verdadero foco de infección y desaseo y
presentaba una imagen vergonzosa para las entidades, por lo que acordaron diseñar
un cerramiento en hierro lo suficientemente alto y con visual completo para evitar otro
tipo de problema en la zona. 2) Las goteras que aparecieron en los niveles 3 y 4 y que
fueron ocasionadas por acumulación de agua en diferentes áreas, generada, entre
otras, por las antenas de Inravisión, las cuales eran movilizadas con bastante frecuencia,
lo cual contribuía con el deterioro de la impermeabilización.
Rubén Sierra Mejía
Director de la Biblioteca Nacional de 1988 a 1991. Junto con la arquitecta Liliana
Bonilla Otoya, directora de Colcultura, y con el apoyo Lina María Pérez, secretaria
general de Colcultura, emprendieron otra ardua batalla encaminada a la devolución
de los sótanos de la Biblioteca. Es así como encontramos las siguientes gestiones:
1. La directora de Colcultura, en noviembre de 1988, le reiteró al director
ejecutivo de Inravisión, Felipe Zuleta Lleras, lo convenido en días anteriores relacionado
con la entrega de los sótanos de la Biblioteca Nacional ocupados por Inravisión, dada
la urgencia de disponer de un espacio para depositar material del Archivo Nacional y la
disposición de Inravisión de hacer una entrega parcial del sótano, por lo que le solicitó
designar a una persona para que Colcultura recibiera los primeros espacios que él
determinara.
2. La directora de Colcultura, en enero de 1989, le reiteró al director ejecutivo de
Inravisión, Felipe Zuleta, la urgencia de la entrega por parte de Inravisión de los sótanos
de la Biblioteca Nacional, según los términos de la carta del 15 de noviembre de 1988.
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3. El director ejecutivo de Inravisión, Felipe Zuleta, dando respuesta a la solicitud
de la directora de Colcultura, en oficio del 23 de enero de 1989, le informó que ese
despacho había dado instrucciones para que se estudiaran las posibles alternativas
para su entrega, sin que se afectara la prestación del servicio público de televisión y
que una vez terminado dicho estudio, con mucho gusto le daría a conocer sus
resultados.
Un retroceso que reforzó las gestiones y una catástrofe que
generó las bases para el traslado
El 5 de abril de 1989 fue nombrado como director de Inravisión Carlos Eduardo
Medellín. No se conocieron los resultados de los estudios de la anterior dirección de
Inravisión, sino que, por el contrario, se iniciaron obras en los espacios de la Biblioteca
que estaban prestados a Inravisión, razón por la cual se realizaron las siguientes
gestiones:
1. El director de la Biblioteca, Rubén Sierra, en septiembre de 1989, solicitó a la
directora(e) de Colcultura, Lina María Pérez, el envío de una comisión del Consejo
Nacional de Monumentos para que evaluara las remodelaciones que Inravisión le
estaba haciendo al edificio de la Biblioteca Nacional, especial a las inadecuadas
ventanas y puertas que estaban abriendo en su fachada sobre la calle 24; teniendo en
cuenta que no solo el edificio sino también las colecciones tanto de la Biblioteca como
del Archivo Nacional eran consideradas monumento nacional, las cuales estaban en
constante amenaza de destrucción por los múltiples cables de alta tensión que
rodeaban el edificio.
2. La directora (e) de Colcultura, Lina María Pérez, en septiembre de 1989,
solicitó al director general de Inravisión, Carlos Eduardo Medellín, que le informara por
escrito y con los planos respectivos, sobre las obras que estaban ejecutando en el
edificio de la Biblioteca Nacional, debido a que cualquier intervención sobre la
edificación debía ser conocida y autorizada por el Consejo de Monumentos
Nacionales. Allí mismo, le manifestó su preocupación por la amenaza constante de
destrucción del acervo histórico y bibliográfico a causa de los múltiples cables de alta
tensión que rodeaban el edificio, por lo que le insistía una vez más en la devolución
inmediata de los sótanos de la Biblioteca Nacional.
3. Como administradora de la Biblioteca Nacional, bajo la dirección de Rubén
Sierra, para obtener las evidencias de la situación de invasión de los espacios, coordiné
la toma de fotografías de las antenas de Inravisión instaladas en las terrazas superiores
del edificio de la Biblioteca y de la canasta de alambre con tejas plásticas instalada
encima del alero en la parte superior de la puerta de la calle 26, así como la demolición
efectuada sobre la fachada de la calle 24 y observé la salida de humo por el hueco
80
dejado por la demolición. Las fotografías tomadas por Tarcisio Barrios del Centro de
Restauración de Colcultura, reposan en el archivo del Grupo de Conservación de la
biblioteca.
4. De igual manera, al ser informada por el personal de vigilancia de los golpes
que ellos escuchaban en la noche debajo de la portería principal de la biblioteca por
la calle 24, solicité a Inravisión San Diego que me permitieran ingresar a sus instalaciones
para ver las obras que estaban haciendo debajo de la portería y observé que estaban
sacando tierra, es decir, excavando como topos, para adecuar un nuevo espacio que
requerían.
5. En publicación del periódico El Siglo del 20 de septiembre de 1989, el artículo
titulado ―Inravisión no quiere devolver los sótanos de la Biblioteca Nacional, después de
30 años de préstamo obligado‖, se dio a conocer a la opinión pública que los sótanos
de la Biblioteca Nacional habían sido invadidos por Inravisión convirtiéndose en una
posesión ilegal; lugar que venía siendo utilizado para la quema de basuras y para la
adecuación de nuevos estudios de grabación, poniendo en peligro el patrimonio
cultural e histórico del país que allí reposaba; ocupación que había sido un gran
viacrucis para la Biblioteca, por la colocación de las torres y antenas en el edificio sin
previo consentimiento de la Biblioteca, y no solo la toma de la parte cedida en arriendo
jamás cancelado, sino la decisión de romper paredes exteriores de la Biblioteca y
ubicar allí cables de alta tensión sin ninguna petición a los administradores de la
Biblioteca, y como buenos topos la toma de las entrañas de la Biblioteca en busca de
la construcción de nuevos espacios.
6. Por las anteriores razones, el director de la Biblioteca, Rubén Sierra Mejía,
manifestó en dicha publicación que la toma de los sótanos era un gran irrespeto y que
se necesitaba que el gobierno tomara cartas en el asunto dado que la situación era de
gran interés nacional, porque no se podía atentar contra un patrimonio nacional que se
había conservado por tantos años, siendo un gran peligro tener un instituto como
Inravisión junto a la Biblioteca, pues el primero necesitaba mucha energía y la segunda
custodiaba un patrimonio histórico de la nación que sería el primer afectado.
7. Siendo presidente de la República Virgilio Barco Vargas, oriundo de la ciudad
de Cúcuta y usuario asiduo del Archivo General de la Nación que funcionaba en el
cuarto piso del edificio de la Biblioteca Nacional, en la noche del 2 de octubre de 1989
se produjo un voraz incendio que destruyó las estructuras de madera, los entrepisos y las
cubiertas de todo el Palacio de la Gobernación de la ciudad de Cúcuta, en el que
miles de documentos que atesoraban parte de la historia de Norte de Santander se
perdieron para siempre en medio de las llamas, lo cual preocupó a historiadores,
archivistas e investigadores que estos hechos se repitieran nuevamente, como lo
recordó Fabio Fandiño Pinilla en informe publicado en el periódico La Opinión de
81
Cúcuta, el pasado 11 de junio de 2011 en un artículo titulado ―Un SOS por los archivos‖.
8. El anterior hecho que sucedido en plena campaña de la Biblioteca Nacional
por recuperar sus espacios, fue decisivo, según recuerdo, para que el Presidente Barco
ordenara la asignación de recursos para la ampliación de la sede de Inravisión en el
CAN y el traslado allí de los estudios de San Diego que estaban en los sótanos de la
Biblioteca Nacional, y así evitar que un hecho similar se produjera con los documentos
tanto del Archivo Nacional como con el patrimonio bibliográfico de la Biblioteca
Nacional. Al parecer dichos recursos fueron asignados para la vigencia 1990, como se
observa en el punto 19 de la siguiente numeración. De igual manera, se generaron una
serie de acciones relacionadas con la evaluación de los riesgos que eran evidentes
para dicho patrimonio por la cercanía de la televisora nacional, para su eliminación.
9. El informe de Ingeniería de riesgos de la Biblioteca Nacional del 20 de octubre
de 1989 realizado por De Lima & Cía., Corredores de Seguros y atendido por el director
de la Biblioteca Nacional, Rubén Sierra Mejía y por su administradora, Consuelo Garzón
Ayala, recomendó, entre otras: 1) Retirar del edificio los elementos que Inravisión había
instalado en las terrazas, como antenas, cables y cantidad de equipo eléctrico que
constituían un riesgo de incendio y ponían en peligro bienes de valor incalculable de la
Biblioteca y el Archivo Nacional. 2) Realizar gestiones para lograr que Inravisión
devolviera a la Biblioteca los predios que venían ocupando desde bastante tiempo
atrás. 3) Suspender inmediatamente las obras de excavación que Inravisión venía
haciendo en el sótano para ampliar sus estudios. 4) Recuperar el espacio utilizado por
Inravisión en razón a que la acumulación de elementos combustibles en malas
condiciones de orden que incrementaban el riesgo de incendio de la Biblioteca.
10. La directora de Colcultura, Liliana Bonilla Otoya, mediante oficio de octubre
de 1989 al ministro de Educación Nacional, Manuel Francisco Becerra Barney, con
copia Rubén Sierra, director de la Biblioteca Nacional, Carlos Medellín, director de
Inravisión y Jorge Palacios Preciado, director del Archivo Nacional, así como al Consejo
de Monumentos Nacionales, le reconoció la afortunada gestión para solucionar los
serios riesgos en que se había mantenido el patrimonio documental y bibliográfico del
país, relacionada con las instrucciones impartidas a Inravisión de proceder de inmediato
a la desocupación de los sótanos de la Biblioteca Nacional y devolverlos al Instituto.
11. Mediante oficio del 27 de noviembre de 1989 de la directora de Inravisión a la
directora del Plan de Recuperación del Centro de Bogotá, programa especial de la
Alcaldía de Bogotá, Patricia Orozco, con copia a Carolina Barco de Botero, directora
del Proyecto Ciudad y Centro Histórico, le solicitó la reapertura de la carrera 6ª entre la
calle 24 y la avenida 26, vía pública que proponían recuperar por cuanto había sido
utilizada por Inravisión para unir los locales de la Biblioteca y la edificación contigua,
teniendo en cuenta las siguientes razones: 1) el edificio de la Biblioteca Nacional fue
82
construido aislado de cualquier otra edificación vecina para evitar riesgos de
conservación de los patrimonios bibliográficos, hemerográficos y documental del país
que en él se almacenaban, propósitos iniciales de los arquitectos que no habían sido
respetados por Inravisión. 2) Al ser declarado patrimonio nacional, el edificio de la
Biblioteca Nacional, era necesario remodelar la fachada occidental, dañada con la
construcción del edificio de Inravisión, lo cual era imposible sin la reapertura de la
carrera 6ª. 3) La reapertura de la vía se tenía proyectada dentro del programa de
recuperación del espacio público.
12. Por oficio del 29 de noviembre de 1989, la Directora de Colcultura manifestó
al director ejecutivo de Inravisión, Carlos Eduardo Medellín, que estaba a la espera de
sus noticias relacionadas con la fecha de entrega de los sótanos de la Biblioteca
Nacional a Colcultura, para ordenar lo pertinente para el recibo del inmueble.
13. El director ejecutivo de Inravisión, en oficio de enero de 1990 le comunicó a la
directora de Colcultura, que dentro del proyecto que Inravisión estaba adelantando
para el traslado de la sede de San Diego a las instalaciones del CAN para poder hacer
entrega a Colcultura del sótano de la Biblioteca Nacional, se había dado cumplimiento
a la primera etapa consistente en la elaboración de anteproyecto arquitectónico de
las obras para la ampliación de la sede del CAN, para lo cual le adjuntó copia del
informe que daba cuenta de dicho cumplimiento. En el mismo oficio le manifestó la
voluntad del instituto de adelantar el proyecto de ampliación de la sede del CAN y le
informó que estaban adelantando con la mayor celeridad las dos etapas siguientes
(permisos de construcción y estudios técnicos complementarios) y que habían dispuesto
la entrega de las primeras áreas del sótano de la Biblioteca en fecha que comunicarían
próximamente.
14. El anteproyecto arquitectónico de las obras para la ampliación de la sede
del CAN, del Instituto Nacional de Radio y Televisión (Inravisión), fue justificado con el fin
de trasladar allí las instalaciones que funcionaban en la sede San Diego para devolver
los espacios a la Biblioteca Nacional, dadas las recurrentes solicitudes de los directores
de Colcultura y de Inravisión, por ser no adecuadas estas instalaciones para los servicios
que prestaba y por los riesgos que los estudios de televisión ofrecían en la zona y en
especial a los importantes documentos que se conservaban en el Archivo Nacional.
15. Mediante oficio del 30 de enero de 1990, la directora de Colcultura informó al
secretario general de la Presidencia de la República, Germán Montoya, con copia a
Enrique Danies Rincones, ministro de Comunicaciones, Carlos Eduardo Medellín, director
de Inravisión y Rubén Sierra, director de la Biblioteca Nacional, que debido al interés del
señor presidente de la República en la restitución a Colcultura de los sótanos que
ocupaba Inravisión en la calle 26 para devolverlos a la Biblioteca Nacional, de acuerdo
con visita efectuada por ella y el Director de Inravisión a las instalaciones, pudo verificar
83
que no obstante que se hizo evidente que el desmonte de las antenas ubicadas sobre
el techo se haría esa semana y que la obra física con la que Inravisión venía alterando
los sótanos se suspendió, solo harían entrega parcial de un 10% de lo ocupado por
Inravisión dentro de la Biblioteca, de acuerdo con lo señalado en plano anexo a dicho
oficio; y consideró que los estudios, archivos comerciales, consultorio médico, auditoría
y depósitos, frente a las necesidades de la Biblioteca Nacional, no justificaban el
mantenimiento de la ocupación.
Así mismo, aclaró que la insistencia se basaba por un lado, en el peligro que
constituían las instalaciones técnicas en el mismo edificio en donde estaba depositada
la memoria documental y bibliográfica del país, y por otro lado, en la necesidad de que
la Biblioteca Nacional, que además albergaba la sede del Archivo Histórico Nacional,
pudiera disponer de los espacios para una adecuada conservación del material
patrimonial del país del cual era depositaria; y que como las dilaciones aducían la falta
de recursos, le solicitó su mediación para que se constituyera en una tarea prioritaria
para que en el mes de agosto se pudiera dejar esa iniciativa concretada y así entregar
al país la Biblioteca Nacional con sus espacios recuperados y superados los peligros que
la hacían un inmueble vulnerable.
16. La Coordinadora de Programas Especiales de la Alcaldía Mayor de Bogotá, a
la directora de Colcultura, con copia a la coordinadora Proyectos Ciudad y Centro
Histórico, Carolina de Botero, con oficio del 1 de febrero de 1990, le adjuntó copia del
oficio del 30 de enero de 1990 del director de la División de Interventoría de la
Secretaría de Obras Públicas de Bogotá, Edgar González Vargas, a Patricia Orozco
Muñoz, coordinadora de Programas Especiales de la misma Secretaría, que informaba
que de acuerdo con el concepto de la Procuraduría de Bienes del Distrito las
demoliciones correspondientes, evaluación de cantidades de obra, costos de
construcción y licitación para la reapertura de la carrera 6ª por calles 24 y 26, se podrían
realizar una vez Inravisión entregara los sótanos que ocupaba en ese momento.
17. Previa inspección del edificio de la Biblioteca Nacional y entrevistas con
Rubén Sierra, Jorge Palacios, director del Archivo Histórico Nacional, María Teresa
Garrido, asistente de la directora de Colcultura, el gerente de Corredores ColomboAndinos de Seguros –Colandes Limitada–, Hernando Calderón M, mediante oficio del 27
de febrero de 1990 al ministro de Comunicaciones, Enrique E. Danies, le presentó el
Informe preliminar sobre inspección de riesgos del Archivo Histórico, Hemeroteca y
Biblioteca Nacionales, calificado de altamente peligroso el uso por Inravisión de parte
del edificio de la Biblioteca en extensión superior a un tercio del sótano, además de un
área exterior adyacente de unos 5.000 m2, por los siguientes motivos:
a. Gran existencia de material fílmico altamente inflamable de propiedad de
Inravisión en el sótano del edificio de la Biblioteca. Una simple puerta de vidrio corriente
84
en la entrada norte a Inravisión separaba dicha bodega de la calle, en forma tal que
cualquier incendio accidental o provocado, desde fuera o desde dentro del edificio al
que tenía libre acceso toda clase de público, resultaba fácilmente posible.
b. Los hidrantes internos del edificio se encontraban en estado de inoperancia y
los externos estaban desconectados, todo lo cual agravaba los riesgos de
conflagración que, en tales condiciones, podía llegar a ser incontrolable desde su
comienzo.
c. Cables eléctricos, no entubados que brotaban y se ocultaban a Intervalos
dentro de paredes y pisos en diversas áreas del sótano ocupado por Inravisión, tanto
para conexión de equipos de televisión, como para iluminación interna, podían originar
corto-circuitos con graves consecuencias de incendio especialmente si se mantenía allí
mismo el material fílmico mencionado.
Por lo anterior, recomendaron como medida apremiante y urgente retirar el
material y en general todo el conjunto de las instalaciones de televisión, en
consideración además, al evidente peligro de incendio para la Biblioteca que ofrecía
todo el conjunto de equipos y cables de Inravisión, así como las amenazas contra
noticieros de televisión generadas por la inquietante situación de orden público por
actos terroristas y subversivos que acentuaban más los peligros para la Biblioteca
Nacional por la inconveniente vecindad con Inravisión.
En la época del terrorismo vinculado al narcotráfico, como Administradora de la
Biblioteca Nacional recibí información del personal de vigilancia sobre llamadas
efectuadas al teléfono de la portería, alertando sobre la colocación de bombas en los
estudios de Inravisión San Diego, lo cual era muy posible por la cantidad de gente que
allí ingresaba diaria y permanentemente.
1. Previa inspección de la Biblioteca Nacional, el gerente comercial de la
sucursal Bogotá de la Compañía Corredores Colombo-Andinos de Seguros, David Peña
Rey, con oficio del 2 de marzo de 1990 al ministro de Comunicaciones, Enrique Danies,
le anexó el informe de la Identificación, calificación y cuantificación de riesgos que
ponían en peligro de conservación tan preciado tesoro histórico y cultural de nuestro
país, y las recomendaciones de especificaciones técnicas y medidas de seguridad.
2. El anterior oficio junto con el Informe de inspección de incendio y peligros
asociados de la Biblioteca Nacional, preparado por el Departamento de ingeniería y
Control de Riesgos de Seguros Bolívar, en donde hacían una descripción del edificio y se
presentaban los riesgos anteriormente dichos, fue enviado por el gerente de Corredores
Colombo-Andinos de Seguros –Colandes Ltda.–, al ministro de Comunicaciones, con
copia a Rubén Sierra de la Biblioteca Nacional, Jorge Palacios del Archivo Histórico,
Liliana Bonilla de Colcultura y José Alejo Cortés, de Seguros Bolívar con oficio del 7 de
marzo de 1990.
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3. Según informe de mayo de 1990 sobre el estado de la impermeabilización de
las terrazas del edificio de la Biblioteca Nacional realizada en el mes de noviembre de
1988 con garantía de 10 años, resultante de la verificación de las causas de unas
goteras sobre la Sección de Descripción y Clasificación del Archivo Nacional, el
arquitecto de la División Administrativa de Colcultura, José Antonio Vergara, pudo
constatar que éstas se produjeron por la perforación de la capa de impermeabilización
a causa del peso y de la acción del calor, así como por problemas técnicos en el
desmonte de la estructura metálica de las antenas de Inravisión, cortada en varias
partes y en puntos de apoyo desprendida del anclaje, dejando elementos metálicos
pesados y cortantes en los extremos o pernos y tuercas que perforaron el manto –edil, el
que también se perforó por el arrastre de elementos pesados, permitiendo la filtración o
entrada del agua por debajo del manto-edil y la formación de algunos
abombamientos–; por lo que recomendó efectuar una nueva impermeabilización, para
eliminar los remiendos o parches causados por las antenas de Inravisión, con nota
posterior de la administradora de la Biblioteca Nacional, Consuelo Garzón Ayala,
manifestando que Inravisión reparó todos los daños causados con las antenas en las
terrazas del edificio.
4. El artículo publicado por el periódico El Espectador titulado ―Inravisión trabaja
por una nueva imagen, y subtitulado: Una inversión superior a los doscientos millones de
pesos, permitirá iniciar el traslado de los estudios de televisión desde la sede de la calle
24 hasta la calle 26 en el CAN‖, informó, entre otras, que el proyecto de la
remodelación de la sede administrativa de Inravisión y el traslado de los estudios de
televisión ubicados en la calle 24 (San Diego) hasta la calle 26 o Avenida el Dorado,
obedecía a una orden impartida por la Presidencia de la República, según la cual se
debían cerrar los estudios de San Diego y centralizar el trabajo de la televisión en la
sede principal de Inravisión, para proteger a la Biblioteca Nacional del riesgo que
implicaba la electricidad y el alto voltaje utilizado por el instituto en sus estudios de
grabación, y que aunque el propósito de trasladar las locaciones de televisión se venía
gestando desde hacía cerca de 15 años, solo hasta ese momento se contó con los
recursos suficientes para ello, y como el trabajo de remodelación y ampliación de las
instalaciones constaba de varias etapas y solo dos de las cuales se podrían ejecutar
durante esa administración, el director de Inravisión, Carlos Medellín, manifestó que
confiaba que posteriormente el presidente Cesar Gaviria, entendiera la importancia de
continuar con la obra y ejecutara las etapas restantes.
5. Con fotografía publicada en el periódico El Espectador el viernes 27 de julio de
1990, en donde muestran una maqueta con la nueva imagen para Inravisión, se informó
que en el próximo diciembre Inravisión dispondría de dos nuevos estudios de grabación
de televisión, así como de modernos equipos de video y los estudios que funcionaban
en la calle 24 (San Diego) se cerrarían y la televisión se centraría en el CAN (Calle 26).
86
6. Previa contratación por parte de Colcultura, el arquitecto Pedro Juan Jaramillo
realizó de acuerdo con el director de la Biblioteca, Rubén Sierra, un proyecto para la
remodelación de los sótanos del edificio, una vez éstos fueran devueltos por Inravisión,
el cual fue presentado para visto bueno del Consejo de Monumentos Nacionales.
7. El 7 de agosto de 1990 asumió como presidente de la República César Gaviria
Trujillo y el3 de septiembre de 1990 fue nombrado como director de Inravisión Darío
Restrepo Vélez.
8. Mediante oficio del 11 de diciembre de 1990 el presidente del Consejo de
Monumentos Nacionales, Juan Manuel Ospina, informó al director de la Biblioteca
Nacional, Rubén Sierra, que previo estudio del Comité Técnico Asesor del Consejo de
Monumentos Nacionales de las obras de adecuación propuestas por él para el
inmueble de la Biblioteca Nacional, este le otorgó su visto bueno y que con relación a la
fachada del costado occidental, donde se proponía un a porticado a nivel de sótano,
se sugirió coordinar la intervención con la recuperación del espacio para el uso público,
una vez fuese trasladada Inravisión.
Afianzamiento de la invasión por desconocimiento aparente de
la voluntad de entrega, más gestiones y después una luz de
esperanza
El 10 de enero de 1991 fue nombrado director de Inravisión Eduardo Verano de la
Rosa.
En razón a que el traslado de Inravisión San Diego al CAN no se realizó, sino que
por el contrario su estadía en los sótanos de la biblioteca se afianzó, tal como lo pude
comprobar en visita realizada a sus estudios, cuando observé la instalación de gran
cantidad de equipos nuevos de transmisión y grabación, hecho que fue verificado por
el mismo personal de Inravisión.
1. En el Diagnóstico de conservación a colecciones especiales en países del
Convenio Andrés Bello, de marzo de 1991, elaborado por Lourdes Blanco de la
Biblioteca Nacional de Venezuela, una de las conclusiones y recomendaciones de la
síntesis de la situación en Colombia, fue que la Biblioteca Nacional de Colombia
carecía de servicio de preservación, de espacio y su edificio estaba perjudicado y
deteriorado por la existencia, entre otras, de una planta de televisión estatal en una
parte importante de su semisótano, sin muestra de querer mudarse, lo que constituía
una amenaza para la seguridad de la Biblioteca, por lo que se hacía necesaria una
decisión de alto nivel para mejorar este aspecto, pues la presencia de la televisora en el
edificio era una interrupción violenta en el espacio arquitectónico-urbano constituido
por la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno.
87
2. En las Actas N° 004, 005, 006 y 007 del 25 de junio, 26 de junio, 8 de julio, 14 de
agosto y 9 de septiembre de 1991, respectivamente, la N° 009 del 30 de marzo de 1992
y 015 del 23 de febrero de 1993, de las reuniones del Comité de Medicina, Higiene y
Seguridad Industrial de la Biblioteca Nacional, integrado por Consuelo Garzón Ayala,
como presidente, Miguel Ángel Moreno por los trabajadores, Jairo Vega Vernal,
secretario y el doctor Édgar Pulido, Médico de la División de Salud Ocupacional de
Cajanal durante las reuniones 004 y 005, y para las reuniones006, 007, 009 y 015 se
integra a Maritza Vela por las directivas; se presentaron las posibles enfermedades
halladas en los funcionarios de la Biblioteca a causa del polvo, los hongos, bacterias y
microorganismos que afectan las fosas nasales, la piel y el tracto intestinal, generadas
por el hacinamiento de las colecciones bibliográficas; se revisaron y analizaron los
mapas de riesgos y se plantearon alternativas de solución internas para minimización o
eliminación de riesgos como arreglos locativos, actividades de capacitación y
bienestar, prevención y protección, organización de brigadas, etc., así como el envío a
Salud Ocupacional de Cajanal de los funcionarios que presentaron afecciones crónicas
en su salud; pues la relacionada con la falta de espacio no tenían solución inmediata.
Siendo directora (e) de la Biblioteca Nacional Myriam Mejía, de 1991 a 1992, se
adelantaron las siguientes acciones:
1. En diciembre de 1991, el director de Colcultura, Juan Manuel Ospina solicitó al
Director de Inravisión estudiar la posibilidad de efectuar la pintura de la fachada del
edificio de la Biblioteca Nacional con recursos de Inravisión, en consideración a que
durante más de 30 años Inravisión había tenido buena parte de sus instalaciones en los
sótanos de la Biblioteca Nacional, símbolo de nuestra nacionalidad, sin que esta
institución hubiese recibido una compensación por ese concepto y a la urgente
necesidad de mejorar la presencia física externa que incluía áreas ocupadas por
Inravisión.
2. En febrero de 1992, la directora(e) de la Biblioteca Nacional de Colombia
puso en conocimiento del director de Colcultura, Ramiro Eduardo Osorio Fonseca, los
antecedentes de la invasión de los sótanos de la Biblioteca Nacional por parte de
Inravisión, partiendo desde 1938 cuando fue construido su edificio, luego en 1954
cuando llegó la Televisión a nuestro país y por solicitud del gobierno nacional le fueron
dados en préstamo temporal los sótanos del edificio, después, como con el tiempo se
tomó el espacio público y ocupó el costado occidental del edificio invadiendo la
antigua carrera 6ª e internamente avanzando en el sótano construyendo más estudios,
y posteriormente como durante muchos años y en diferentes oportunidades, los
directores de la Biblioteca del momento adelantaron gestiones ante Inravisión y ante el
gobierno nacional para que entregaran los espacios con resultados negativos hasta ese
momento.
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También le puso en conocimiento que ante la constante amenaza de
destrucción del edificio, del patrimonio bibliográfico de la nación y del archivo histórico
del país, por los múltiples cables de alta tensión que rodeaban el edificio y la instalación
de equipos de televisión que se encontraban en los sótanos y en el techo de la
Biblioteca, durante la administración de Liliana Bonilla se logró con base en estudios de
riesgo realizados por varias compañías de seguros y por el cuerpo oficial de Bomberos
de Bogotá, que el gobierno nacional, previa presentación por parte de Inravisión de un
anteproyecto arquitectónico, le diera una partida para ampliar su sede en el CAN, con
miras al traslado de los estudios de San Diego, pero desafortunadamente con los
cambios de gobierno y de las distintas administraciones, la voluntad de entrega se
diluyó y al parecer en ese momento los directivos de Inravisión desconocían que el
objetivo de ampliar la sede del CAN era para trasladar los estudios de San Diego y
entregar los sótanos a la Biblioteca, para así abrir la carrera 6ª recuperando para la
comunidad un espacio público.
Finalmente le informó que dada la permanencia de Inravisión en los sótanos de
la Biblioteca, el pasado director de Colcultura, Juan Manuel Ospina le solicitó al director
de Inravisión, en calidad de compensación, un aporte para pintar la fachada del
edificio que se encontraba en estado deplorable, urgiendo su reparación .
La crisis energética de 1992 en Colombia provocada por el fenómeno del niño,
que afectó los niveles de embalses generadores de energía hidroeléctrica, ocasionó
racionamiento energético y cambio de la hora de huso, de Colombia, obligó a
Inravisión al uso de plantas eléctricas para garantizar el funcionamiento de la Televisión,
lo cual generó un alto riesgo de incendio de gran peligro para la Biblioteca Nacional.
En Artículo publicado en el diario El Espectador del 12 de mayo de 1992, se
informó que Inravisión estrenaba dos nuevos estudios de grabación para televisión, en
las inmediaciones del Centro Administrativo Nacional (CAN), como parte del plan de
expansión que venía haciendo desde tres años atrás, no solo para apoyar los que
funcionaban en el CAN sino para reemplazar aquellos que se encontraban en la sede
de San Diego (Calle 24 con carrera 5ª), en el centro de la ciudad, ya que esta última
construcción debía ser desalojada paulatinamente por Inravisión, a solicitud de la
Biblioteca Nacional, entidad a la que pertenecía el viejo edificio.
Insistentes solicitudes ignoradas en un principio pero con
resultados positivos al final
Carlos José Reyes Posada, director de la Biblioteca Nacional de 1992 a 2002,
adelantó las siguientes gestiones:
1. El 1 de julio de 1992 envió oficio al director de Inravisión, Eduardo Verano de la
Rosa, con copia al director general de Colcultura, Ramiro Osorio Fonseca, mediante el
89
cual, previa exposición de motivos relacionados con unos breves antecedentes,
exposición de los riesgos para la conservación y preservación del patrimonio de nuestro
país según estudios efectuados por algunas compañías de seguros, solicitudes
anteriores, necesidades de la Biblioteca y posibilidades y conveniencias técnicas de
Inravisión, le solicitó que con carácter urgente le fueran entregados a la Biblioteca
Nacional, los espacios ocupados por Inravisión.
2. Bajo la dirección Carlos José Reyes y como administradora de la Biblioteca
Nacional revisé el archivo administrativo y fotocopié todos los documentos que
encontré relativos a la ocupación, solicitudes y campañas de devolución por parte de
los diferentes directores, así como de los recortes de periódicos alusivos al tema, con los
cuales recopilé en un dossier con 179 folios de 1953/57 a 1992, en varios ejemplares, que
titulé Inravisión invasión sótanos 1992, que fue enviado con oficio remisorio por el
director de la Biblioteca a diferentes autoridades oficiales y medios de comunicación, a
fin de presionar a Inravisión y al gobierno nacional la devolución de los sótanos a la
Biblioteca. Esta recopilación también sirvió para fundamentar acciones legales
posteriores.
3. En el artículo de Azriel Bibliowcz publicado en el diario El Espectador del 2 de
julio de1992, titulado la ―Real Biblioteca de Santa Fe y Alejandría‖, se hizo un recuento
del enfrentamiento entre Inravisión y la Biblioteca Nacional, anotando que después de
que en 1954 la Biblioteca le hizo un préstamo temporal de espacios a la televisora
nacional, la arquitectura de galpón y de invasión de la calle 24 eran un testimonio a la
supuesta intención de mudanza, ya que Inravisión, al igual que cualquier urbanizador
pirata, se había quedado, se había hecho la loca y le había mamado gallo a los
directores de la Biblioteca, los cuales desde dos décadas atrás le venían solicitando en
forma sucesiva la devolución de los espacios entregados en préstamo.
4. Informó que bajo el gobierno del presidente Virgilio Barco, Inravisión recibió
unos dineros para la construcción de nuevos estudios, los cuales ya estaban construidos
y sin embargo, no quería devolver los de la calle 24; anotó que el peligro de que
Inravisión se quedara era más grande de lo que imaginaban, pues si Inravisión tenía
estudios que podían valer más de 5 millones de dólares, la Biblioteca, fuera de ser un
tesoro arquitectónico, albergaba más de medio millón de tesoros bibliográficos, de los
cuales enunció los más representativos para señalar la fortuna y lo inmensurable del
patrimonio histórico que ahí se conservaba, y no obstante ello y que en Inravisión se
guardaban equipos que a diario se volvían obsoletos, la utilería y las cámaras de
Inravisión no podían ser comparadas con la biblioteca, pero pese a ello, no valían
razones, pues imperaba una política de irracionalidad y tomadura de pelo a los
directores de la Biblioteca; confió que la Biblioteca no tuviese el mismo destino que la
de Alejandría, siendo que Bogotá siempre había aspirado a ser la Atenas suramericana.
90
5. En el Artículo del periódico El Espectador, de Mauricio Bayona, del 28 de
agosto de 1992 titulado: ―La Biblioteca busca espacio de T.V.‖.
La vecindad de los estudios de Inravisión de San Diego afectan las instalaciones
de la Biblioteca Nacional, que se quedó estrecha y requiere de los sótanos que alguna
vez arrendó a la televisora. Por ello ese había tenido que restringir el acceso de
estudiantes y el valioso material bibliográfico se hallaba arrumado, se comentó que: los
diferentes Directores habían trabajado arduamente para recoger y mantener el valioso
patrimonio bibliográfico que la Biblioteca custodiaba, lo cual no había sido fácil pues
durante décadas se había visto afectada con la presencia de Inravisión, su vecino
inmediato, quien tenía instaladas antenas y cables de alta tensión que se cruzaban
sobre las terrazas y lo que fue un préstamo obligado del gobierno se convirtió en una
posesión ilegal, de donde se generaban constantes ruidos para los investigadores desde
los estudios de grabación con los aplausos del público y el trajín cotidiano de dichas
instalaciones, así como huecos que sin ninguna autorización se hacían en las paredes
del edificio, sin olvidar el espacio público que también se había visto afectado, pues los
andenes que eran vías peatonales habían sido señalizados para el parqueo de
vehículos sin ninguna autorización y los transeúntes que frecuentan el centro de Bogotá,
muchas veces no tenían más remedio que bajarse a la calle debido a que los visitantes
de la televisora parqueaban indebidamente sobre las aceras; todo lo cual afectaba a
los usuarios de la Biblioteca y ponía en riesgo el patrimonio bibliográfico, pero no
obstante todas las solicitudes posibles que habían hecho la Biblioteca Nacional para la
devolución de los predios no había tenido ninguna respuesta para una pronta solución,
según narró Consuelo Garzón, Administradora de la Biblioteca. Así mismo, según Carlos
José Reyes su Director, Inravisión necesitaba de unos mejores estudios que respondieran
a las necesidades del contante desarrollo de las comunicaciones audiovisuales,
además de los problemas evidentes de espacio y de sonido que sufrían los estudios, los
actores y técnicos.
6. El artículo de Eduardo Ruíz Martínez, publicado en el periódico El Nuevo Siglo,
el jueves 19 de noviembre de 1992, titulado: ―Inravisión amenaza y pone en peligro
nuestro patrimonio bibliográfico‖, informó sobre el estado de nervios en que quedaron
todos los asistentes al Seminario sobre el Patrimonio Bibliográfico, cuando al finalizar la
intervención del director de la Biblioteca Nacional, maestro Carlos José Reyes, en el
acto de instalación del evento en Neiva, se dieron cuenta del inmenso peligro que para
nuestro patrimonio bibliográfico implicaba la vecindad de Inravisión, pues una sola
chispa y el incendio de la Biblioteca de Alejandría sería un juego de niños frente a la
irremediable catástrofe que significaría el incendio de la Biblioteca Nacional de
Colombia.
Así mismo informó que el director recordó su inicio desde 1777, los invaluables
tesoros bibliográficos, las obras de arte, los ejemplares únicos anteriores a 1500, los
91
manuscritos y la colección hemerográfica que guarda, cuya pérdida sería
absolutamente irreparable. También comentó que lo que pasmaba y era inaudito, lo
que no tenía ninguna razón de ser, lo que significa la más grave provocación y la más
temible amenaza a nuestro patrimonio bibliográfico, era que fuera el mismo Estado
colombiano el causante; por lo que no se podía entender la insistencia de Inravisión de
mantener bajo su dominio estas instalaciones, que implicaban un enorme y latente
peligro de conflagración, pues en minutos se podía convertir en cenizas este
irremplazable patrimonio.
Continuó diciendo: Seguir alimentando la llama no cabía en cabeza pensante
alguna. Insistir en continuar operando equipos de alto voltaje junto a incunables, era
aberrante y escandalosa tendencia de pirómanos. En muchísimas oportunidades se
había hablado del asunto, se le había hecho ver al gobierno el peligro que significa
correr semejante riesgo y la gravedad de la situación, sin que se hubiese hecho nada al
respecto. ¿Con qué cara se presentaría al país el director de Inravisión, Eduardo Verano
de la Rosa, si la conflagración acaeciese? ¿Y la del ministerio de Comunicaciones? ¿Y
la del presidente Gaviria? ¿A quién se atribuiría la responsabilidad desemejante
tragedia nacional? Era que en este asunto Verano actúa como aquellos arrendatarios
de mala fe que, al agarrarse de todas las triquiñuelas inimaginables para no desocupar
un inmueble ajeno, por el que no pagaban arriendo y lo estaban destrozando por un
uso irresponsable de él, se burlaban de la ley y del ilegitimo dueño, prolongando su
agonía.
Por fin el traslado
El 26 de noviembre de 1992 fue nombrado como director de Inravisión Luis
Guillermo Ángel Correa.
Según recuerdo, el nuevo director de Inravisión, Luis Guillermo Ángel fue
nombrado por el residente de la República, César Gaviria Trujillo, con un fin primordial
que era el traslado de los estudios de Inravisión San Diego al CAN, por solicitud y gestión
del director de Colcultura, Ramiro Osorio Fonseca y del director de la Biblioteca
Nacional, Carlos José Reyes Posada.
1. En carta de Alfredo Iriarte titulada ―Al nuevo director de Inravisión‖, Luis
Guillermo Ángel, publicada en la sección Cosas del Día del editorial del periódico El
Tiempo, del lunes 23 de noviembre de 1992, además de felicitarlo por tan merecido
nombramiento, le recordó la pesadilla dela incendiaria proximidad de los estudios de
San Diego a los irremplazables tesoros de la Biblioteca y Archivo Nacionales, que
muchos miles de colombianos vivían desde la creación de la televisora, que ponía en
riesgo cada día más grave, de una conflagración atroz que en minutos reduciría a
cenizas una de las más valiosas colecciones bibliográficas de Iberoamérica; pues
92
habían pasado los años y con ellos los directores de Inravisión, que ante el peligro que
cada día era más aterrador, no habían hecho nada, por lo que le ponía de presente la
oportunidad que tenía de inmortalizarse para ser recordado como el salvador de la
Biblioteca Nacional, con un simple trasteo de explosivos trebejos de la calle 24 al CAN.
2. El artículo del lunes 18 de enero de 1993 publicado en el periódico El
Espectador, titulado ―Trasladan estudios de TV: La nueva edificación fue inaugurada el
año pasado y tuvo una inversión de $13.500 millones‖, informó que el director de
Inravisión, Luis Guillermo Ángel, anunció que esa semana Inravisión entregaría a la
Biblioteca Nacional el edificio de la calle 24 con carrera sexta ,donde desde 1954
funcionaron los estudios de televisión y que la Biblioteca Nacional venía reclamando de
tiempo atrás, después de un arrendamiento por corto tiempo que se prolongó por más
de cuarenta años, mientras esta sufría la incomodidad de almacenar libros en espacios
reducidos con el consecuente deterioro de ellos. Así mismo informó sobre la nueva
edificación, los nuevos estudios y la dotación de la nueva sede.
3. En el artículo publicado el periódico El Tiempo, sección Lo Nuevo, el domingo
24 de enero de 1992, titulado ―Manzana con sabor a literatura: La Biblioteca Nacional
recuperará sus sótanos, ocupados por Inravisión desde 1954. Los estudios de TV serán
demolidos para unificar el estilo arquitectónico de la cuadra y ampliar la biblioteca‖, se
informó que al fin, después de casi cuarenta años ocurrió el milagro: Inravisión empezó
el traslado de los equipos de San Diego al CAN, que durante muchos años el peligro de
un incendio atemorizó a la Biblioteca y tanto libros como periódicos permanecieron en
rincones de salas y pasillos, pues les hacía falta el espacio que tenían asignado desde la
construcción del edificio en 1938. El edificio de la Biblioteca Nacional fue declarado
monumento nacional por ser uno de los mejores exponentes del art decó y la cuadra
había sido concebida como un lugar histórico, en el cual debían funcionar teatros y
centros culturales, pero por la improvisada construcción de los estudios de televisión no
se tuvo en cuenta en el estilo arquitectónico de la zona.
Según el director de la Biblioteca, Carlos José Reyes, lo primero que se debía
hacer era demoler el edificio de Inravisión y pensar en un diseño acorde con el
ambiente del lugar y adecuado para albergar los tesoros históricos, para lo cual desde
hacía más de diez años se habían elaborado varios anteproyectos para la
recuperación arquitectónica de la cuadra y el desarrollo de los proyectos culturales y
técnicos de la biblioteca en las áreas de sistematización de la información, desinfección
de libros, divulgación, etc., y a largo plazo cuando se efectuara el traslado de libros y
periódicos a las nuevas instalaciones, un reordenamiento de las salas de lectura para
proporcionar espacio a las nuevas colecciones que llegaban a diario. La ampliación de
la Biblioteca no estaba proyectada para un futuro cercano, pues aún no contaba con
el dinero necesario para llevarla a cabo y ni siquiera Inravisión había desocupado
totalmente los espacios. Sin embargo, parecía ser que algún día los bogotanos
93
contarían con
Suramericana.
otra
manzana
histórica-cultural
digna
de
la
llamada
Atenas
4. El director ejecutivo de Inravisión, Luis Guillermo Ángel Correa, el 11 de febrero
de1993 le informó al director de la Biblioteca Nacional, Carlos José Reyes Posada, que
el Instituto resolvió devolver a la Biblioteca Nacional el espacio que tenía ocupado en el
inmueble de su propiedad en la calle 24 de la ciudad de Bogotá, y le solicitó
autorización para continuar allí mientras terminaban las labores que les permitiría
entregar el inmueble en óptimas condiciones, admitiendo la entrada del personal
destinado para ello.
5. El 24 de febrero de 1993 el director de la Biblioteca Nacional informó al director
de Inravisión, que había recibido su oficio del 11 de febrero del mismo año, en el cual le
comunicaba la devolución por parte del Instituto Nacional de Radio y Televisión del
espacio que desde hacía cerca de 40 años tenía ocupado en el edificio de la
Biblioteca Nacional. Consideró que este hecho tenía una trascendental importancia
para la preservación y cuidado de la memoria impresa nacional, para la mejor
ubicación de la Hemeroteca cuyos ejemplares se hallaban en las peores condiciones
en los corredores de los sótanos que ahora se iban a poder organizar de una mejor
manera. Al agradecer la decisión interpretaba no sólo su propio punto de vista sino el
sentimiento y la acción desarrollada por todos los directores de la Biblioteca Nacional a
lo largo de muchos años. Finalmente autorizaba a Inravisión la terminación de las
labores conducentes a la entrega del local con la seguridad de haber resuelto por fin
esta situación, que no por prolongada dejaba de ser crítica.
Suspensión del trasteo por tutela
1. Mediante artículo publicado en el periódico El Espectador del viernes 5 de
marzo de 1993, titulado: ―Tutelazo aplaza el trasteo de Inravisión, y subtitulado: El ministro
acepta decisión del juez, pero solicitará consulta para conocer implicaciones‖.
Demanda de ACOTV afirma que las nuevas instalaciones son inadecuadas. Suspendida
entrega del inmueble a la Biblioteca Nacional, se informó que el juez noveno laboral del
Circuito, Kenneth Burbano Arcos, al resolver una acción de tutela interpuesta por la
Asociación Colombiana de Televisión, ACOTV, a través de su representante Enrique
Urrea Rivera, ordenó suspender el trasteo de equipos, materiales y demás elementos de
Inravisión de los estudios de San Diego a las instalaciones del CAN, por reconocer que
aunque elegantes las instalaciones del CAN eran demasiado estrechas, impidiendo que
los trabajadores se desplazaran con la holgura necesaria para cumplir con su trabajo,
es decir, que de alguna manera Inravisión estaba impidiendo el derecho al trabajo.
Así la tutela se concentró en el derecho al trabajo en condiciones dignas y no en
el derecho a la vida, entendiéndose por dignidad, no solamente aquello que
94
presentaba oficinas sofisticadas y lujosas sino aquellas en donde el trabajador pudiera
desplazarse con holgura. En cuanto a la decisión proferida por el juzgado, el ministro de
Comunicaciones William Jaramillo Gómez y el director de Inravisión Luis Guillermo Ángel
Correa, aceptaron la decisión del juez y ordenaron suspender el trasteo, pero solicitaron
consultar el folio para conocer más ampliamente las implicaciones del fallo.
2. En oficio del 8 de marzo de 1993 el director de Colcultura, Ramiro Osorio
Fonseca presentó al Juzgado Noveno Laboral del Circuito, Kenneth Burbano Arcos, con
copia al Director de Inravisión, Luis Guillermo Ángel, al Ministro de Comunicaciones,
William Jaramillo y al Fiscal General de la Nación, Gustavo de Greiff, la gran
preocupación de Colcultura y la Biblioteca Nacional por la decisión tomada por el
Juzgado Noveno Laboral de detener el trasteo de Inravisión, demorando aún más la
devolución de los espacios que le pertenecían a la Biblioteca Nacional.
Después de hacer un análisis de la situación de la Biblioteca y de las
necesidades, problemas y riesgos que se habían venido generando y presentando
desde la instalación provisional de los estudios de televisión en sus espacios desde 1953
tanto para la preservación del patrimonio bibliográfico nacional como para los
trabajadores, consideró que la decisión tomada por el juez con toda libertad en
beneficio de los trabajadores de ACOTV debía haber contemplado las consideraciones
expuestas para buscar una solución alternativa que deshiciera un nudo gordiano que
podría significar para la Biblioteca y por tanto para la memoria nacional, un peligro tan
grave como el que tuvo que afrontar la Biblioteca de Alejandría en la antigüedad, sin
olvidar que hasta nuestra propia acta de independencia fue destruida en uno de los
tantos incendios a que se vio expuesta nuestra ciudad en el pasado, lo cual se podría
impedir transformando los factores de riesgo expuestos en este oficio.
3. El director de la Biblioteca Nacional, Carlos José Reyes, en marzo de 1993,
comentó al ministro de Comunicaciones, William Jaramillo, que en los últimos días
habían venido trabajando en coordinación con Luis Guillermo Ángel en relación con la
devolución a la Biblioteca Nacional de espacios ocupados por la televisión desde 1953
y las posibilidades de llegar a un acuerdo se habían hecho patentes en la actual
administración, tanto durante su gestión como Ministro de Comunicaciones como la de
Luis Guillermo Ángel al frente de Inravisión.
Frente a la acción de tutela que acababa de producirse y que había detenido
el trasteo de Inravisión, creyó importante hacerle conocer el peligro en que la Biblioteca
Nacional se encontraba, agravado por las situaciones de orden público. Teniendo en
cuenta que estos temas no le eran extraños por información que Luis Guillermo Ángel le
debía haber presentado, los que tenían una vieja historia de reclamaciones de los
antiguos directores de la Biblioteca, que por medio de las fotocopias (dossier) anexas,
quiso hacerle llegar a sus manos.
95
4. En Informe del 12 de marzo de 1993, la Estación Central del Cuerpo Oficial de
Bomberos de la Secretaría de Gobierno de Bogotá presentó al subdirector
administrativo del Instituto Nacional de Radio y Televisión, Yamil Tannus Fernández, el
resultado de la inspección efectuada con anterioridad a las instalaciones de Inravisión
en San Diego, en tres aspectos: descripción actualizada y completa de los riesgos de
incendio en las citadas instalaciones, presentación de recomendaciones y sugerencias
para minimizar los riesgos existentes, y presentación complementaria con fotografías de
los sitios más críticos encontrados.
En dicho informe se identificaron en la instalaciones cinco estudios de televisión,
utilería, escenografía y producción, depósitos de inservibles, máster, telecine, camerinos,
consultorio médico, cafetería, peluquería, almacenes, carpintería, taller, zona de
pinturas, central eléctrica, plantas eléctricas y oficinas.
Como factores que favorecían la propagación del fuego encontraron: la
antigüedad de la construcción que posee en su estructura un alto porcentaje de
madera; la existencia de varios almacenes de deshechos; la elevada carga de fuego
concentrada principalmente en las áreas de utilería y escenografía; el mal estado de
las instalaciones eléctricas; además, no se encontraron establecidas con claridad las
diferentes áreas de trabajo principalmente en el sector de escenografía, en donde se
encontraban en sitio cerrado la sección de pinturas, lugar donde al mismo tiempo se
realizaban tareas de carpintería y se almacenaban en cantidades considerables
láminas de madera prensada; carencia de muros cortafuegos o separadores
horizontales que limitaran la acción del fuego en el evento de producirse; el tipo de
cubierta utilizada en el área de escenografía y producción, donde se encontraban
carpintería, almacén, tanque de ACPM y plantas eléctricas, hecha con teja plástica, lo
cual facilitaba que se pudiera producir fuego por agentes externos como productos
pirotécnicos, globos o la acción de incendiarios; el desorden total, la acumulación de
basuras, el almacenamiento de diversos elementos en los pasillos y la falta de
mantenimiento locativo que se observaba en el deterioro de las instalaciones
favorecerían la propagación del fuego.
En lo relacionado con la seguridad de las personas encontraron: pasillos
totalmente obstaculizados por el almacenamiento de diferentes elementos y carentes
de iluminación, además de no existir señalización que facilitara la evacuación en caso
de emergencia, como tampoco existía un plan de evacuación.
Como riesgos comunes encontraron: a. energía eléctrica: en su totalidad se
encontraban en muy mal estado las instalaciones, principalmente en los estudios, lo que
podía generar cortos circuitos y sobrecargas. b. Orden y limpieza: observaron total
desorden sobre todo en los almacenamientos de desecho y en la sección de utilería y
escenografía. c. Combustibles sólidos ordinarios: predominaba la madera que se
96
encontraba en la estructura del edificio, pisos y almacenaje de utilería y escenografía.
d. Aparatos eléctricos: se detectó principalmente en el máster, telecine y en los cinco
estudios donde se encontraban instalados una gran variedad de equipos eléctricos. e.
Fumadores: la presencia de fumadores en las áreas de mayor riesgo podría producir
incendios, más cuando no existía señalización que prohibiera hacerlo.
Como riesgos especiales encontraron: a. Procesos de acabado: existía en la
carpintería y sección de pinturas, la cual carecía de extractor y se encontraba ubicada
en área cerrada. b. Líquidos inflamables: la existencia de un tanque con capacidad de
3.000 galones con ACPM ubicado en sitio cerrado e igualmente se encontró
almacenamiento de pinturas y disolventes, principalmente en la carpintería y en la
sección de escenografía. c. Soldadura y corte: probablemente estos equipos estaban
en el taller que se encontraba cerrado. d. Instalaciones de cocina: había una cafetería
donde se utilizaban reverberos y greca eléctricos. e. Productos químicos y plásticos: este
riesgo se presentaba en el almacén de películas. f. Equipos electrónicos: se
encontraban en el máster y los cinco estudios.
Sobre los sistemas y medios de extinción encontraron que solamente existían
extintores portátiles, los cuales debían reubicarse teniendo cuidado de dejarlos en
lugares visibles y libres de obstáculos; además requerían de mantenimiento ya que el
tiempo de carga se encontraba vencido. No existía sistema de detección y alarma. No
existía programa de prevención de incendios dirigidos a la inspección del edificio y de
los sistemas de protección contra incendio y al adiestramiento y capacitación de los
empleados en la seguridad contra incendios.
Dentro de las recomendaciones se resaltaron, además de las de darle solución a
todos los problemas anteriores, la de sellar las rejillas de ventilación que quedaban al
nivel del piso de la carrera 6ª (peatonal) en donde se podía introducir colillas, cerillas o
papeles prendidos con el fin de provocar un incendio, en la misma forma podría
colocarse cargas explosivas, como tacos de dinamita.
5. Haciendo referencia a una entrevista que le había escuchado sobre el
traslado de Inravisión de la sede de San Diego al CAN, en oficio del 18 de marzo de
1993, el director de la Biblioteca Nacional de Colombia, Carlos José Reyes Posada, le
hizo un recuento a la concejal de Bogotá, Aida Abello, con copia al procurador
general de la Nación, Gustavo Arrieta, al fiscal general de la Nación, Gustavo de Greiff,
al ministro de Comunicaciones, William Jaramillo, al director(e) de Colcultura, Miguel
Durán y al director de Inravisión, Luis Guillermo Ángel, de la instalación provisional de los
equipos de Inravisión en los sótanos de la Biblioteca en la época del general Rojas Pinilla
y de todo lo que ello había significado tanto por parte de Inravisión como para la
Biblioteca Nacional, las extensiones de espacio de Inravisión y la imposibilidad de
expansión de la Biblioteca, la importancia del patrimonio bibliográfico que custodiaba
97
la Biblioteca frente al peligro latente al que estaba expuesto por los riesgos de incendio
y destrucción que lo amenazaban y a la falta de espacio para su conservación
adecuada, y que por todo lo cual no era posible pensar en solucionar temporalmente
un problema aplazando de manera indefinida otros como era el caso de los que
aquejaban a la Biblioteca, que no podían permanecer en la misma forma por más
tiempo, por lo que la invitaba a que asistiera a la Biblioteca y conociera de cerca los
problemas allí referidos.
La devolución
1. El Artículo publicado en el periódico El Espectador el día miércoles 14 de abril
de 1993, titulado ―Reanudan trasteo de Inravisión: Tribunal Superior de Bogotá revocó la
tutela que había suspendido temporalmente el traslado del instituto‖, informó que la
Sala Laboral del Tribunal Superior de Bogotá, con ponencia del magistrado Miller
Esquivel Gaitán, observó que la decisión de trasladar las dependencias de San Diego al
CAN sólo le competían al ente gubernamental y era una determinación que no podía
ser obstaculizada por otros estamentos, porque sería contravenir ―el interés general que
orienta a la administración pública‖. Si se aceptaba la tesis ―sería permitir que personas
distintas a las señaladas por la ley se inmiscuyeran en tareas que no eran de su
competencia, lo cual entrabaría la normal marcha de las funciones que a cada órgano
administrativo correspondía en desarrollo de la misma constitución‖.
La tutela había sido fallada a favor de ACOTV, porque en concepto del juez 9°
laboral del Circuito se necesitaba evitar un perjuicio irremediable, de tal modo que se
ordenó la suspensión del traslado hasta tanto no estuvieran adecuados los estudios del
CAN. Inravisión acató el fallo pero presentó la impugnación respectiva y en segunda
instancia recobró la facultad de continuar adelante con el trasteo.
El Tribunal de Bogotá preciso además que ―las personas jurídicas no pueden a
través de la acción de tutela invocar la protección de los derechos colectivos de sus
asociados‖, porque para ello existían las acciones populares que estaban orientadas a
la protección de los derechos colectivos relacionados con el patrimonio, la seguridad el
ambiente o la libre competencia económica.
Con estos argumentos, la Sala Laboral del Tribunal de Bogotá revocó la tutela
que había favorecido a los asociados de ACOTV para permanecer en las instalaciones
de San Diego, porque debía ser la ley la que determinara el control sobre las
actividades de los órganos administrativos y―no existía norma que indicara que los
servidores de un ente oficial debían participar en la dirección de ellos‖. Finalmente,
aclaró el Tribunal, que carecía de fundamento señalar que se afectaban las
condiciones de trabajo porque los estudios del CAN eran más pequeños, ya que eran
aspectos subjetivos que sólo podían evaluarse cuando la nueva sede entrara en
plenitud de funciones.
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La tutela debía pasar después a la Corte Constitucional para su eventual revisión.
El Director de Inravisión se mostró muy complacido y señaló que ―las instalaciones de
San Diego no eran las más adecuadas pues estaba utilizando un espacio que es
propiedad de la Biblioteca Nacional y además, los equipos del Instituto invadían
constantemente la calle 6ª‖. También señaló que durante la vigencia de la tutela, se
demostró que desde las instalaciones del CAN se puede prestar el servicio de televisión
al país sin contratiempo alguno, pues la mayor parte de los equipos ya habían sido
trasladados cuando se produjo la decisión judicial, ―así que en ese período hemos
originado desde la avenida El Dorado‖. En el espacio que dejarán los estudios de San
Diego, se iniciaría la ampliación de la Biblioteca Nacional.
2.. Mediante Oficio del 7 de junio de 1993 enviado por el director de la Biblioteca
Nacional, al director de Inravisión, atendiendo la solicitud de Tannus, manifestó el interés
de la Biblioteca porque el espacio que ocupó Inravisión durante cerca de 40 años, les
fuera devuelto en las condiciones originales, como se encontraba cuando fue dado en
préstamo, y para éstos efectos le anexaba copia heliográfica del plano arquitectónico
del sótano de 1943 y la propuesta de 1978 del arquitecto Mosseri, por si en la demolición
se encontrara alguna parte concordante que pudiese dejarse.
3. El 16 de junio de 1993, el director ejecutivo de Inravisión, Luis Guillermo Ángel
Correa acusó recibo al director de la Biblioteca Nacional de Colombia, Carlos José
Reyes Posada, del oficio A-384-93 y le manifestó su interés por hacer la devolución del
espacio que le cediera la Biblioteca a Inravisión, en las condiciones en que el director
de la Biblioteca lo manifestara, y para ello estaban tomando las medidas necesarias
para cotizar y contratar una firma que adelantara tan importante trabajo, por lo que le
estarían avisando los avances en tales trámites a fin de que se pusieran de acuerdo
para una mejor realización.
4. Con Oficio del 12 de julio de 1993, la directora (e) de la Biblioteca Nacional,
Consuelo Garzón Ayala, le envió al director de Inravisión, Luis Guillermo Ángel Correa,
de acuerdo con la última reunión efectuada con Yamil Tannus, subdirector
administrativo de Inravisión y con el arquitecto Miguel Guzmán, encargado de la
demolición de las instalaciones de Inravisión en San Diego, un nuevo plano de la planta
del sótano más ajustado a las necesidades y proyectos de la Biblioteca.
Finalmente, Inravisión demolió los estudios y tugurios que tenía construidos tanto
en los sótanos de la biblioteca, como sobre la antigua carrera 6ª y en lotes contiguos
que tenía alquilados en el costado occidental, colindando con el Museo de Arte
Moderno; limpió todos los espacios, construyó una tapia o muro falso divisorio entre los
lotes contiguos y los otros espacios y durante el tiempo de realización de estas obras y
algunos meses más colocó vigilancia privada tanto en dichos espacios como a los
alrededores de la Biblioteca, lo cual contribuyó enormemente a desterrar del costado
99
nororiental de la Biblioteca a los habitantes de la calle que transitaban de manera muy
frecuente por ese costado y tenían el lugar convertido en un muladar. Colcultura
contrató inicialmente, entre el 15 y el 31 de octubre de 1993, cuatro (4) celadores en
turnos de 24 horas, con el fin de custodiar los sótanos y exteriores de la edificación
entregada por Inravisión a la Biblioteca Nacional.
Inravisión le devolvió a sus propietarios los cuatro lotes que tenía alquilados y a la
Biblioteca Nacional los sótanos y, con el debido cerramiento, el lote colindante entre
dichos lotes y los sótanos de la Biblioteca, que incluía una muela en la parte
noroccidental, correspondiente a la antigua carrera 6ª, según se había anotado.
Colcultura adicionó, el 22 de octubre de 1993, el Contrato 028/93 suscrito con el
arquitecto Jacques Mosseri Hanne, para que, además de la elaboración de los planos
y el diseño arquitectónico para la readecuación y reutilización de los espacios del 4to y
5to piso del edificio de la Biblioteca Nacional, y la elaboración de los planos y el diseño
arquitectónico sobre la reorganización progresiva de áreas del primero, segundo y
tercer piso, realizara el rediseño total del sótano incluyendo áreas ocupadas por la
Biblioteca y anteriormente por Inravisión, por valor de $8.000.000.
5. Por petición de Inravisión, el director de la Biblioteca Nacional, Carlos José
Reyes Posada, solicitó mediante oficio del 30 de junio de 1994 al Presidente del Consejo
de Monumentos Nacionales autorización para colocar en el costado sur-occidental de
la fachada de la calle 24 del edificio de la Biblioteca Nacional, cerca a la puerta de
acceso de las antiguas instalaciones de Inravisión, una placa en mármol de 80x60x4
cm., que fue descubierta el 12 de julio de 1994, en el acto que además inauguró una
exposición fotográfica y hemerográfica sobre la historia de la televisión, con motivo de
los 40 años de la Televisión en Colombia, con el siguiente texto:
AQUÍ NACIÓ LA TELEVISIÓN EN COLOMBIA EN EL MES DE JUNIO DE 1954.
ASIMISMO FUNCIONÓ LA TELEVISORA NACIONAL ENTRE 1954-1963 E INRAVISIÓN ENTRE
1964-1993
EN TESTIMONIO DE AGRADECIMIENTO A QUIENES HICIERON POSIBLE LA PRESTACIÓN DE
ESTE SERVICIO.
Consecuencias
Algunas de las consecuencias ocasionadas por la falta de espacio debido a la
ocupación de los sótanos de la Biblioteca Nacional por parte de Inravisión desde 1954
hasta 1993, se pueden observar en el informe presentado por la jefe de la División de
Conservación, Sandra Angulo, titulado: Relación de daños y perjuicios causados por
100
hacinamiento en las colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia. En razón a
que la Biblioteca Nacional no pudo expandir sus colecciones en condiciones
adecuadas y el resultado fue el hacinamiento, ya que el flujo de ingreso de libros,
revistas, periódicos y demás nunca se detuvo, la situación en 1994 fue la siguiente, entre
otras:
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23.339 volúmenes de fondos especiales apiñados en el ―cuarto de la deshonra‖.
Aproximadamente 322.000 volúmenes de periódicos y revistas apiñados en 350
m2 y en los pasillos de acceso, sin proyectar el crecimiento diario de esta
colección.
De los libros por compra, canje o depósito legal que llegan diariamente se
encuentran represados en la oficina de Selección y Adquisiciones 5.000
volúmenes de manera continuada por dos razones relacionadas con el
hacinamiento: a) no hay lugar para colocarlos rápidamente en las colecciones y
b) la falta de espacio impide contratar más personal para los procesos.
5.000 volúmenes represados de manera continúa en Procesos Técnicos, por las
mismas razones anteriores.
5. 25.000 volúmenes apiñados en un cuarto de 350 m2.
El hacinamiento genera: a) hongos que deterioran gravemente el papel. b)
Polvo, que es el medio de gestación de microorganismos y que también deteriora el
papel. c) Oscuridad, que fomenta la cría de insectos y microorganismos. d) Descontrol
en la humedad relativa: cuando es mayor del 30% y en muchos casos en la Biblioteca
llega al 70%. e) Descomposición de tintas (por cercanía), que genera entre otras
causas, acidez y daña irremediablemente el papel. f) Creación de un medio para la
reproducción de insectos y roedores (polillas, moscas, piojos, ratas) que comen papel.
g) Deformación por mala ubicación y apilamiento; daña la encuadernación y el
cuerpo de texto.
Los daños referidos pueden ser calculados aproximadamente así: Depósito
Bibliográfico: un daño del 30% y una vulnerabilidad del 70%; Hemeroteca: un daño del
100% debido a la acidez generada; Raros y Curiosos: un daño del 20% y una
vulnerabilidad de un 50%; Selección y Adquisiciones: un daño del 5% por apilamiento;
Procesos Técnicos: un daño del 10% por apilamiento, los microorganismos, el polvo y la
humedad; Sótano: un daño del 90% por todas las causas anotadas.
Compensación
Para que fueran resarcidos parte de los perjuicios causados a la Biblioteca
Nacional, se adelantaron las siguientes acciones:
1. Petición de conciliación prejudicial ante lo contencioso administrativo del 15
de julio de 1994, debidamente fundamentada, argumentada y documentada,
101
mediante la cual el director de Colcultura, Juan Luis Mejía Arango, solicitó a los
procuradores delegados ante la Sección Tercera del Tribunal Administrativo de
Cundinamarca, se declarara responsable al Instituto Colombiano de Radio y Televisión,
Inravisión, de todos los daños y perjuicios causados a Colcultura, con ocasión de las
obras y usos que habían realizado en los sótanos de la Biblioteca Nacional, predios de
propiedad de Colcultura, y que como consecuencia de lo anterior, se le condenara a
pagar la suma de doscientos millones de pesos ($200.000.000) a favor de Colcultura.
2. Diligencia de conciliación prejudicial realizada el 23 de agosto de 1994 en el
despacho de la Procuraduría Novena ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca,
con la participación de María Teresa Cortés, apoderada del Representante Legal de
Colcultura, Juan Luis Mejía Arango, del representante legal de Inravisión, Luis Guillermo
Ángel Correa y del procurador, Jesús Emilio Gómez Jaramillo y debidamente
fundamentada con los documentos correspondientes.
En la diligencia la apoderada de Colcultura manifestó que cuando se creó
Colcultura por Decreto 3154/68, se integró al patrimonio de esa institución, entre otros,
los bienes muebles pertenecientes a la Biblioteca Nacional y que en ese momento no
fue posible que se cumpliera la entrega total del inmueble en mención dado que el
Instituto Nacional de Radio y Televisión, Inravisión, parcialmente lo ocupaba. Fue luego
de una serie de sucesivos requerimientos finalmente en el mes de octubre de 1993,
Inravisión decidió entregar el inmueble por él ocupado, pero con grandes deterioros en
la construcción misma y en las colecciones bibliográficas, desperfectos que demandan
para su recuperación una inversión superior a los $200.000.000.
En estas circunstancias, con la anuencia del representante legal de Inravisión, la
apoderada de Colcultura expresó que después de prolongadas conversaciones con
Inravisión acordaron que este Instituto le pagaría a Colcultura la suma de $100.000.000,
por los daños que le fueron ocasionados ala Biblioteca Nacional, dinero que amparado
con el Certificado de Disponibilidad Presupuestal número 1817 del 3 agosto de 1994,
expedido por el jefe de Presupuesto, para la Dirección Ejecutiva, para reparaciones
locativas Biblioteca Nacional-Conciliación Prejudicial Colcultura, del rubro 2003Mantenimiento, Inravisión desembolsaría en el momento en que se perfeccionara el
respectivo contrato administrativo para la ejecución de las obras de reparación,
refacción y adecuación de las instalaciones de ese centro cultural.
En los términos anteriormente expuestos las partes conciliantes entendieron dirimir
totalmente sus diferencias y Colcultura desistió de incoar cualquier acción por las
reclamaciones aquí planteadas. La conciliación fue remitida al Tribunal Administrativo
de Cundinamarca de conformidad con lo estipulado por la Ley23/91.
3. La Aprobación de la conciliación prejudicial entre el demandante, Colcultura,
y el demandado, Inravisión, fue efectuada por el magistrado Benjamín Herrera Barbosa,
102
del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, Sección Tercera expediente 94-D-10153,
el 8 de septiembre de1994, notificada y ejecutoriada el 22 de septiembre de 1994, y la
primera copia expedida por el secretario Julio Martínez Neira, el día 13 de diciembre de
1994, con destino al abogado Fernando Iriarte Martínez, apoderado de Colcultura.
Una vez establecidos los hechos, verificadas las pruebas aportadas y en
consideración a que:1) Era un asunto que debatía un conflicto donde se enfrentaban
intereses de dos entidades de la administración susceptibles de conciliación conforme
lo enseña el artículo 59 de la ley 23 de 1991.2) La conciliación no se encontraba viciada
de nulidad, pues su objeto y causa eran lícitos. 3) Las partes tenían capacidad y se
cumplió a cabalidad el trámite previsto en la ley. 4) En tales condiciones el acuerdo fue
considerado válido y no se encontró viciado de nulidad, resolvió aprobar la conciliación
total efectuada entre Inravisión y Colcultura, contenida en el acta N° 94-0052 de 1994.
4. Para hacer efectiva la compensación, Patricia Pulido de Cruz, secretaria
general de Colcultura, solicitó a la jefe(e) de la Unidad de Inversiones y Finanzas
Públicas del Departamento Nacional de Planeación, la adición del presupuesto de
inversión con recursos provenientes de la conciliación prejudicial con Inravisión, quien
mediante oficio del 10 de octubre de 1994 le respondió que la adición requería ser
aprobada por el Congreso de la República y que de acuerdo con las metas del
programa macroeconómico de 1994 y las directrices impartidas por el CONFIS, el
Gobierno Nacional no tenía previsto presentar adición al Presupuesto General de la
Nación para la vigencia.
5. Mediante oficio del 1° de marzo de 1995 del director general de Colcultura al
secretario general de Inravisión, le informa que a la fecha, ya realizados los estudios
técnicos necesarios, se están definiendo las cantidades de obra, materiales y
presupuestos para la elaboración de los pliegos de condiciones para la apertura de la
licitación que permita seleccionar y contratar la realización de las obras, por lo tanto le
propone estudiar la posibilidad de que la licitación pública sea abierta conjuntamente
por las dos entidades, o en última instancia, si no es viable, sugiere pensar en la
modificación de la conciliación, en el sentido de que el pago lo girara directamente
Inravisión a Colcultura, para este fin, mediante la suscripción de un convenio
interadministrativo (según memorando A-113-95 del 2 de marzo de 1995, el proyecto de
redacción de este oficio fue enviado por mí, en calidad de jefe de la División de Apoyo
Administrativo y Financiero de la Biblioteca Nacional a Patricia Pulido de Cruz, secretaria
general de Colcultura, para consideración).
6. Por Oficio 00405 del 21 marzo de 1995, el director ejecutivo de Inravisión acusó
recibo de la comunicación del punto anterior e informó al director general de
Colcultura que de acuerdo con el inciso final del Artículo 60 de la Ley 23 de 1991 que
determina ―El acta de conciliación debidamente suscrita y aprobada por el consejo o
103
magistrado a que se refiere el inciso anterior tendrá efectos de cosa juzgada y prestará
mérito ejecutivo‖. Así las cosas, Inravisión no podía desconocer lo acordado en la
conciliación pues ésta equivalía una sentencia y la que se debía cumplir en los términos
que fue acordada. En todo caso Inravisión realizó la reserva de apropiación
correspondiente de los $100.000.000, los cuales serían girados de manera inmediata, en
el momento en que se perfeccionara el correspondiente contrato administrativo.
7. Finalmente, mediante oficio del 16 de mayo de 1996, la jefe de la División
Financiera de Colcultura remitió al subdirector Financiero de Inravisión, fotocopia del
Contrato Estatal N° 220-96, suscrito con José Darío Hernández V. y Asociados Ltda., cuyo
objeto era la interventoría a la construcción de las obras de reparación, readecuación,
remodelación, refacción, adecuación y reutilización de las instalaciones y espacios del
sótano y mezanine del edificio de la Biblioteca Nacional de Colombia, y copia del
contrato de obra N° 188-96 suscrito con el Consorcio EJM Ingenieros Arquitectos
Sociedad Ltda., e Inversiones y Construcciones Incol Ltda., con el fin de que se sirviera
ordenar el giro de los dineros que Inravisión adeudaba a Colcultura, de acuerdo con la
Conciliación Prejudicial N° 94-0052, de la cual le anexa fotocopia.
Readecuación y remodelación de los espacios devueltos por
Inravisión
Para poder realizar la remodelación y readecuación de los sótanos, la Biblioteca
Nacional con el apoyo y gestión de Colcultura, bajo la dirección de Carlos José Reyes y
administración de Consuelo Garzón Ayala, tuvo que adelantar, entre otras las siguientes
acciones:
1. Con la asesoría técnica y de gestión de José Eddy Torres, se sensibilizó al
personal técnico del Departamento Nacional de Planeación sobre las necesidades de
la Biblioteca. Sandra Angulo, de la División de Conservación, y yo, del Grupo
Administrativo y Financiero de la Biblioteca presentamos las necesidades, en las áreas
respectivas.
2. Contratación de los estudios técnicos de suelos, estructurales, eléctricos e
hidráulicos de los sótanos.
3. Con base en los planos elaborados por el arquitecto Jaques Mosseri y su
colaboración, se elaboró el presupuesto de la obra.
4. Gestiones del director de la Biblioteca ante el director del DNP, José Antonio
Ocampo, para la consecución de los recursos.
5. Aprobación de una asignación presupuestal de $800.000.000 por parte del
DNP, para la realización de las obras, para lo cual se elaboró el respectivo proyecto de
inversión y se inscribió en el Banco de Proyectos de Inversión del DNP, la Ficha EBI del
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proyecto Adecuación, mantenimiento y dotación de espacios de la Biblioteca
Nacional.
6. Elaboración del procedimiento de traslado de colecciones y maquinaria del
sótano a otras áreas de la Biblioteca y organización por parte de Sandra Angulo, de la
División de Conservación, de una brigada de trasteo con el personal de funcionarios de
la Biblioteca. Realización de la mudanza con apoyo de todos los jefes de división del
momento. Se trasladaron los periódicos del llamado ―Cuarto de la Deshonra‖ a la sala
Jorge Isaacs y la maquinaria de encuadernación al 4° del área de Conservación. A los
funcionarios se les estimuló con tiempo compensatorio.
7. Preparación y realización de la licitación para la contratación de las obras de
readecuación, remodelación, construcción y reparación de los espacios del sótano de
la Biblioteca Nacional.
8. Realización de un asado en los lotes de los estudios demolidos por Inravisión
para celebrar con todos los funcionarios de la Biblioteca y las directivas de Colcultura
que nos apoyaron, la devolución e inicio de las obras para la remodelación de los
espacios, entre otros logros.
9. Realización de la obra por parte del Consorcio EJM e INCOL Ltda., durante
año y medio aproximadamente, comprendido entre 1996 y 1997, incluyendo la pintura
exterior del edificio. En los espacios dejados por Inravisión se construyeron los depósito
de la Hemeroteca para la ubicación de los periódicos, un centro cultural conformado
por la Galería Gregoria Vásquez de Arce y Ceballos, el Auditorio Germán Arciniegas,
con capacidad para 180 personas y la Librería El Mosaico, así denominadas por la
Resolución N° 0463 del 14 de mayo de 1997, expedida por la dirección de Colcultura, y
una plazoleta parqueadero para eventos culturales y parqueo de vehículos.
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